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LA DIVINIDAD DE JESUCRISTO Por Karl Adam en el “Cristo de nuestra fe”

La divinidad de jesucristo

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LA DIVINIDAD DE JESUCRISTOPor Karl Adam en el “Cristo de nuestra fe”

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Alguien mayor que Moisés Jesús comienza por presentarse como alguien mayor que todos los profetas: Aquí hay uno mayor que Jonás, mayor que Salomón (Mt 12,41). Muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis y no lo vieron (Lc 10,24). El mismo Abrahán se regocijó pensando ver mi día (Jn 8, 56). Juan Bautista es más grande que todos los profetas del Antiguo Testamento y, sin embargo, el más pequeño de los que participen en el reino que Cristo inaugura es más grande que él (Mt 11,11).Pero Jesús no sólo se pone encima de las personas del Antiguo Testamento, sino de la misma ley que anunciaron. Quienes le escuchan lo descubren enseguida: Habla como teniendo autoridad y no como los doctores, dicen quienes le escuchan (Mt 7, 29).

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Efectivamente, los escribas de su época cuidaban siempre de apoyar sus palabras en testimonios o de la palabra de Dios o de otros maestros. Jesús, jamás cita autoridad humana alguna. Se contrapone incluso a lo que otros enseñan: Habéis oído que se dijo a los antiguos… Pero yo os digo… (Mt 5,21; 5, 27; 5, 38) y se coloca por encima de la ley puesto que la corrige como si fuera un nuevo Moisés. Da, sin más, por abolidas la ley del talión y del divorcio: prohíbe los juramentos; rechaza el odio al enemigo. Ningún profeta, comenta García Cordero, se había atrevido a corregir la ley mosaica. Jesús se considera superior a ella y declara que, aunque no ha venido a abolirla, sí a completarla.Estas afirmaciones, podemos concluir con el mismo autor, son o de un megalómano paranoico (es decir sufría delirios de grandeza en torno a ideas ilusorias fijas) o de una personalidad excepcional que rebasa todos los módulos de los genios religiosos de la historia de Israel.

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Y subrayemos que, al corregir la ley, ni siquiera apela a poderes especiales que Dios hubiera podido concederle, sino que lo hace como en virtud de su derecho propio. Nunca usa las palabras que decían los profetas para señalar que eran enviados por Dios: Así habla el Señor. Al contrario, subraya que obra por cuenta propia, por su autoridad: Pero yo os digo…Señor del sábado y mayor que el temploDaremos dos pasos más si vemos que Jesús se considera y se presenta como superior a las dos instituciones más altas y venerables de la sociedad judaica de su época: el templo y el sábado. Sobre ambos temas habremos de regresar con más detención. Basta aquí señalar este dato sorprendente de que Jesús se estima superior al templo, morada de Dios para sus contemporáneos. Lo proclama sin vacilaciones: Pues yo os digo que aquí está uno mayor que el templo (Mt 12,6).

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Presenta su cuerpo como el mismo templo (Jn 2, 19) ya a la samaritana le explica que, al llegar él, ha venido la hora en que ya no será necesario acudir al templo, sino que bastará rezar a Dios en espíritu y en verdad (Jn 4,24).Lo mismo ocurre con el sábado. Siendo como era institución de Dios, se presenta a sí mismo como señor del sábado (Mt 12,8) que puede, por tanto, dispensar de su cumplimiento y afirmar que, el sábado está ya al servicio del hombre y no a la inversa (Mc 2,27).Aún más sorprendente el hecho de perdonar los pecados, privilegio absolutamente exclusivo de Dios y que Jesús se atribuye a sí mismo como poder propio del Hijo del hombre (Mt 9, 2; Mc 2,5; Lc 5, 20). Nunca ningún profeta del Antiguo Testamento se atrevió a ir tan lejos. Sabían bien que, siendo el pecado una ofensa a Dios, sólo él puede perdonarlo. Pero Jesús lo hace, y repetidas veces, con la más absoluta naturalidad (Jn 20,23)

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El mensajero es, el mensajeHay algo más sorprendente Jesús se convierte a sí mismo en centro de su propio mensaje. En todas las religiones históricas el fundador ha tenido un papel preponderante en el contenido religioso de la misma. Pero ninguna como en el cristianismo ha ocupado tan absolutamente el centro e incluso la totalidad. En rigor puede decirse que el cristianismo es Jesucristo y que todo el mensaje cristiano se resume en la proclamación de que Jesús es el Cristo.Jesús se presenta a sí mismo como el comienzo y la plenitud del Reino que anuncia, como la fuente de la que salen todas las energías de la nueva comunidad. Él es la viña de la que los demás son sarmientos y éstos vivirán en la medida en que estén unidos a él. Por eso pide una adhesión sin reservas a su persona, con términos como jamás se atrevió a usar hombre ninguno. El que ame a su padre y a su madre más que a mí no es digno de mí. El que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí (Mt 10,37; Lc 14.26), el que no toma su cruz y me sigue no es digna de mí (Mt 10, 38), Creed en Dios y en mí (Jn 14,1), el que no cree ya está juzgado (Jn 3, 18), aprended de mí que soy manso y humilde de corazón (Mt 11,29).

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Jamás hombre alguno se ha atrevido nunca a exigir una tal adhesión y entrega a su persona como una obligación de la humanidad entera. Esta “pretensión de Jesús” o esta “conciencia de majestad”. Como, dicen los exegetas modernos, son algo que se impone con una simple lectura de las fuentes.Podremos revelarnos contra esa pretensión, pero no ignorarla. Jesús tenía conciencia de ser mucho más que un hombre, mucho más que un superhombre. Obraba como sólo puede obrar quien se siente y se sabe uno con Dios. Podrá acusársele de loco, de orgulloso, de megalómano, de falsario, pero lo que nunca cabrá es la postura de quienes tratan de elevarle como hombre negándole al mismo tiempo su divinidad. La verdad es que la vida de Jesús desaparece o se convierte en simple locura si se la despoja de esa seguridad que él tiene de ser esencialmente uno con Dios.

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¿Cómo expresa Jesús su unión con Dios?. No podemos esperar lógicamente que lo haga con conceptos filosóficos. Jesús tiene para expresar esa relación una forma constante: Dios es su Padre, él es su Hijo.El título de Hijo de Dios existía ya en el Antiguo Testamento, aunque con significado muy distinto del que le dará Jesús: Israel es mi hijo, mi primogénito se lee ya en Éxodo 4, 22. Dios dice; Yo he llamado a mi hijo fuera de Egipto, (se lee en el libro de Oseas 11,1) y otras varias veces se llama hijo de Dios al pueblo de Israel y éste llama Padre a Dios.Igualmente se llama hijos de Dios a los reyes, a los ángeles y, sobre todo, al Mesías. Pero en todos estos casos no se trata de una unión sustancial del Padre con sus hijos y ni siquiera de una gran intimidad. A lo que esta frase alude es a la condición de elegido para cumplir una misión divina, como indica Cullman.

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En Jesús esa palabra pronto adquiere un sentido absolutamente distinto. Empieza por hablar siempre de “mi” Padre en distinción con “vuestro” Padre que usa cuando habla de los discípulos. Nunca Jesús habló de “nuestro” Padre, refiriéndose a él y a los discípulos; sólo en el caso del Padre nuestro usa esta forma y eso poniéndolo en boca de los apóstoles. El sabe bien que la paternidad que Dios tiene respecto a él es bien distinta de su paternidad referente a los demás. Sabe también que su filiación es distinta de la de los demás.Y esta conciencia la tiene ya desde niño: ¿No sabíais que tengo que ocuparme de las cosas de mí Padre? dice a María y a José cuando le encuentran en el templo (Lc 2,49). Luego toda su vida será un permanente ensartado de alusiones a “su” Padre. Habla de “mí” Padre que está en los cielos y oye las oraciones de los hombres (Mt 18,19).

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Anuncia que en el juicio final dirá a los elegidos: Venid, benditos de mí Padre (Mt 25, 34). Anuncia que yo no beberá del fruto de la vid hasta que beba el vino nuevo en el reino de su Padre (Mt 26, 29). Confiere poderes a sus apóstoles y son los que él ha recibido del Padre celestial; y yo dispongo del Reino en favor vuestro como mi Padre ha dispuesto de él a favor mío (Lc 22, 29). En la última cena dice a los apóstoles: Todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer a vosotros (Jn 15, 15). Y; después de resucitado, dice a la Magdalena como recalcando esa distinción de paternidades: subo a mi Padre y vuestro Padre y mi Dios y vuestro Dios (Jn 20, 17).Cuando se le pregunta si debe pagar tributo responde que el Hijo no está obligado (Mt 17,25). Afirma que sus verdaderos hermanos son los que cumplen la voluntad de su Padre que está en los cielos (Mt 12, 50).

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Esa filiación tiene otras manifestaciones en boca de los demás sin que Jesús la contradiga. En el Jordán la voz de lo alto dice: Tú eres mi Hijo muy amado (Mc 1, 11). Los posesos le proclaman Hijo del Dios altísimo (Mc 5, 7). Pedro le confiesa: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo (Mt 16,17). Los dirigentes judíos le quieren lapidar porque se consideraba Dios, porque llamaba a Dios su padre, haciéndose igual a Dios (Jn 5s, 18) y Caifás le preguntará directamente si es el Hijo de Dios, el Hijo del Bendito (Mc 14, 62; 26, 63; Lc 22, 70). Un buen resumen de toda esta problemática es el que nos ofrece Oscar Cullmann cuando escribe: La convicción de ser Hijo de Dios de una manera muy particular y única debió de ser un elemento esencial de la conciencia que Jesús tenía de sí mismo.

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El título de Hijo de Dios contiene efectivamente también una afirmación de soberanía, de dignidad divina excepcional. Pero ésta pertenece a lo más íntimo de la conciencia de Jesús, a un más alto grado de soberanía que la implicada en el título de Hijo del hombre o en la de Mesías: ella afecta a la constante certeza de una congruencia perfecta entre su voluntad y la del Padre y la alegría de saberse plenamente conocido del Padre. Aquí hay mucho más que la conciencia profética de un hombre que se considera instrumento de Dios. Pues Dios no sólo obra por él, sino con él. Por eso puede arrogarse el derecho de perdonar pecados. Sin duda, él ejecuta también el plan de Dios, como profeta y como apóstol. Pero en todo eso se siente uno con el Padre. Esta unidad es un secreto de Jesús, su secreto más íntimo.

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El árbol y sus frutosJesús se presenta a sí mismo como mucho más que un hombre; como la plenitud del hombre; como alguien igual a su Padre, Dios; como Dios en persona. Jesús actúa y habla como alguien que tiene poder sobre la naturaleza, sobre la ley, sobre el pecado, sobre la salvación y condenación, y sus discípulos que no acabaron de entender nada de esto mientras él vivía así lo confesarán abiertamente en casi todas las páginas del Nuevo Testamento.Jesús debe ser juzgado por sus frutos a lo largo de su vida, al igual que el árbol del evangelio.

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Si escuchamos a Jesús sin ideas preconcebidas y nos convencemos de lo que Jesús dice acerca de la verdad de la vida; sólo cuando vivimos con él, cuando hemos descubierto que sin él, no sabemos ni podemos vivir, cuando nos hemos dado cuenta hasta qué punto él nos es necesario. “Cristo es Dios”.San Ambrosio nos dice: Todo lo tenemos en Cristo. Cristo lo es todo para nosotros. Si quieres curar tus heridas, él es el médico. Si ardes de fiebre, él es una fuente. Si estás oprimido por la iniquidad, él es la justicia. Si necesitas ayuda, él es vigor. Si temes a la muerte, él es la vida. Si deseas el cielo, él es el camino. Si buscas refugio de las tinieblas, él es la luz. Si tienes hambre, él es el alimento.

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Divinidad de JesucristoSon muchísimas las revelaciones sobre la divinidad de Jesús que encontramos en los evangelios, Dios Padre da testimonio de la divinidad de Jesús en el bautismo en el Jordán (Mt 3, 17) y en la transfiguración en el Tabor (Mt 17, 5. El mismo Jesús manifiesta su divinidad: se sabe y se declara superior a toda criatura, a los hombres y, a los ángeles (Mt 12, 41-42; 17, 3; 22, 43-46; Mc 1, 13; Lc 4,13; etc). Da preceptos morales que sólo a Dios corresponde dar (Lc 9, 26; Mt 12,8; 10, 39, etc).Acepta la adoración que sólo a Dios se debe (Mt 15,25; 9, 18; 14, 33; etc). Se declara omnipotente (Mt 28,18); perdona los pecados (Mt 9,2; Mc 2,5; Lc 5, 20; etc.) Y confiere ese poder a los Apóstoles (Mt 16, 19; Jn 20, 23). Se proclama Juez universal del mundo (Mt 16, 27; etc) En fin, se declara explícitamente Hijo de Dios, y Dios Uno con el Padre (Mt 26, 63-66; Mc 14,62; Lc 2,49; Jn 19,7; 5,18; 10, 22-39; 14, 9-11, etc.)

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Los abundantes testimonios de los Evangelio sobre la divinidad de Jesús han sido recogidos por los primeros Concilios de la Iglesia primitiva. Nicea, Éfeso, calcedonia, y nos dan una definición dogmática infalible: Jesús es una sola persona, un único yo, viviente y operante en una doble naturaleza divina y humana. Esta formulación esta adaptada a nuestra capacidad de recoger en palabras humildes el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios.Retrato de Jesucristo“Siempre es Jesús como nosotros quisiéramos ser en nuestras mejores horas: natural y sencillo, y, a la par, varonil y arrogante; flexible y elocuente, lleno de austeridad, y, al mismo tiempo, infantilmente tierno y delicado; fuerte e intrépido de voluntad, también infinitamente abnegado y bondadoso, siempre como el momento lo demanda.

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Su ethos recorre todas las escalas de una actitud espiritual, y en cada escala es perfecto, grande y maduro, íntimo y libre, siempre Él mismo. Jamás se ha encontrado un hombre de este temple… Tal como se presente nosotros el Jesús de los Evangelios Sinópticos, no nos queda otra elección que ésta. O Jesús no ha existido jamás –y entonces nos hallaríamos ante el más grande milagro literario-, o existió como Dios-Hombre, pues un puro hombre no pudo existir así. Lo divino no puede separarse de su ser y de su vida. Sólo lo divino nos hace inteligible esta figura, pues ello le da su íntima verdad. No es, efectivamente, algo que externamente se le haya sobrepuesto, sino que penetra su ser entero, su hablar y su callar, sus lágrimas y su predicación, sus milagros no menos que su muerte.”

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Mi Padre y yo somos una misma cosaEstas unión con el Padre, que queda mil veces insinuada a lo largo de toda su vida y de los textos de los evangelio sinóptico, se hace expresa, sin ambages, en las últimas horas de su vida y especialmente en el evangelio de Juan. De hecho –escribe García Cordero- la idea central de este evangelio es la de que Jesús es realmente Hijo de Dios pues ha salido del Padre.Es precisamente esa conciencia de ser unigénito del Padre (Jn 3, 16) la que causa las grandes disputas de Jesús con los doctores judíos en las últimas semanas de su vida. Ella es la que le empuja a exclamar:Mi Padre y yo somos una misma cosa (Jn 10, 30) y a proclamar abiertamente: Yo soy Hijo de Dios (Jn 10, 36). Porque yo he salido de Dios y vengo de Dios (Jn 8,42). Yo no estoy solo, sino que el Padre que me ha enviado está conmigo (Jn 8,16). Si me conocierais a mí conoceríais también a mi Padre (Jn 8, 18). Quien me ve a mí ve al Padre (Jn 14, 10) y nadie va al Padre sino por mí (Jn 14,6) Porque todo lo que tiene el Padre, mío es (Jn 16,11).Eso es lo que cree y proclama. Por decirlo, morirá y no se muere por un sueño.

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Abba, PadrePero aún hay otro dato que nos introduce más en las entrañas del misterio. Jesús usa para invocar a su Padre una fórmula absolutamente suya, original, no usada por nadie en todo el mundo judío anterior o contemporáneo.

Jesús al invocar a su Padre no sólo usa la fórmula “Padre mío” sino que la usa siempre, con la única excepción del “Dios mío” de la cruz (Mc 15, 34), pero en este caso no hace otra cosa que citar un salmo. En el judaísmo antiguo había una gran riqueza de formas para dirigirse a Dios. Pero en ninguna parte del Antiguo Testamento se dirige nadie a Dios llamándole “Padre” y en toda la literatura del Judaísmo palestino anterior, contemporáneo o posterior a Jesús no se ha encontrado jamás la invocación individual de “Padre mío” dirigida a Dios.

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Pero aún hay más: tenemos la certeza de que Jesús usaba la fórmula hebrea Abbá como invocación para dirigirse a Dios. Esto es aún más extraño. En el judaísmo se evita conscientemente el aplicar a Dios la palabra Abbá. En cambio Jesús usa siempre esta palabra.Abbá (con el acento en la segunda sílaba) es, por su origen, en el que él bebé en sus primeros balbuceos llama a su padre. Es un equivalente a nuestro “papá”. En los tiempos de Jesús la palabra había saltado del lenguaje infantil al familiar y no sólo los niños sino también los muchachos y adolescentes llamaban Abbá a sus padres, pero sólo en la máxima intimidad y nunca en público. Llamar con esa palabra a Dios les hubiera parecido una gravísima irreverencia carente de todo respeto. Esta palabra es la que siempre usaba Jesús. Él habló con Dios como un niño habla con su padre, lleno de confianza y seguro y, al mismo tiempo, respetuoso y dispuesto a la obediencia. Así habló Jesús con plena naturalidad. Él se sabia hijo queridísimo de Dios, uno con él e igual a él. Por eso se volvía confiado hacía sus brazos llamándole “papá”.

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Francisco de Asís (El poberello)