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La narrativa del siglo xx hasta 1939

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Textos de obras de los principales autoresde la Generación del 98 y del Novecentismo

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Ángel Ganivet (1865-1898)

• Idearium español (1897)• Cartas finlandesas (1899)• La conquista del reino Maya por el último conquistador Pío Cid (1897)

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Miguel de Unamuno (1864-1936)

• En torno al casticismo (1895)• Vida de don Quijote y Sancho (1905)• Del sentimiento trágico de la vida (1913)• La agonía del cristianismo (1923)

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José Martínez Ruiz “Azorín”(1873-1967)

• Los pueblos (1905)• La ruta de don Quijote (1912)• Castilla (1912)• Al margen de los clásicos (1915)

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José Martínez Ruiz “Azorín”(1873-1967)

• La voluntad (1902)• Antonio Azorín (1903)• Confesiones de un pequeño filósofo (1904)• Don Juan (1922)• Doña Inés (1925)

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Ramón Mª del Valle-Inclán (1866-1936)

La Guerra carlista (1908-9)• Los cruzados de la causa• El resplandor de la hoguera• Gerifaltes de antaño

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Hemos tenido, después de períodos sin unidad de carácter, un período hispano-romano, otro hispano-visigótico, y otro hispano-árabe; el que les sigue será un período hispano-europeo, y otro hispano-colonial; los primeros de constitución, y el último de expansión.

Pero no hemos tenido un período español puro, en el cual nuestro espíritu, constituido ya, diese sus frutos en su propio territorio; y por no haberle tenido, la lógica de la Historia exige que lo tengamos, y que nos esforcemos por ser nosotros los iniciadores.

Importante es la acción de una raza por medio de la fuerza, pero es más importante su acción ideal; y ésta alcanza sólo su apogeo cuando se abandona la acción exterior y se  concentra dentro del territorio toda la vitalidad nacional.

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Toda nuestra Historia demuestra que nuestros triunfos fueron debidos más a nuestra energía espiritual que a nuestra fuerza puesto que nuestras fuerzas siempre fueron inferiores a nuestras obras; no pretendemos hoy trocar los papeles y confiar a un poder puramente material nuestro porvenir.

Antes de salir de España hemos de forjar dentro del territorio ideas que guíen nuestra acción, porque caminar a ciegas no puede conducir más que a triunfos azarosos y efímeros, y a ciertos y definitivos desastres.

Idearium español (1897)

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No se comprende aquí ya ni la locura. Hasta al loco creen y dicen que lo será por tenerle su cuenta y razón. Lo de la razón de la sinrazón es ya un hecho para todos esos miserables. Si nuestro Señor Don Quijote resucitara y volviese a esta su España, andarían buscándole una segunda intención a sus nobles desvaríos. Si uno denuncia un abuso, persigue la injusticia, fustiga la ramplonería, se preguntan los esclavos: ¿Qué irá buscando en eso? ¿A qué aspira? Unas veces creen y dicen que lo hace para que le tapen la boca con oro; otras que es por ruines sentimientos y bajas pasiones de vengativo o envidioso; otras que lo hacen no más sino por meter ruido y que de él se hable, por vanagloria; otras que lo hace por divertirse y pasar el tiempo, por deporte. ¡Lástima grande que a tan pocos les dé por deportes semejantes!

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Fíjate y observa. Ante un acto cualquiera de generosidad, de heroísmo, de locura, a todos estos estúpidos bachilleres, curas y barberos de hoy no se les ocurre sino preguntarse: ¿Por qué lo hará? Y en cuanto creen haber descubierto la razón del acto -sea o no la que ellos suponen- se dicen: ¡Bah!, lo ha hecho por esto o por lo otro. En cuanto una cosa tiene razón de ser y ellos la conocen, perdió todo su valor la cosa. Para eso les sirve la lógica, la cochina lógica.

Vida de don Quijote y Sancho (1905)

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Quedémonos ahora en esta vehemente sospecha de que el ansia de no morir, el hambre de inmortalidad personal, el conato con que tendemos a persistir indefinidamente en nuestro ser propio, y que es, según el trágico judío (Spinoza), nuestra misma esencia, eso es la base efectiva de todo conocer y el íntimo punto de partida personal de toda filosofía humana, fraguada por un hombre y para hombres.

[…] La fe es el poder creador del hombre... Y si es la fe la sustancia de la esperanza, esta es, a su vez, la forma de la fe... La fe es, pues, fe en la esperanza; creemos lo que esperamos.

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[…] Toda posición de acuerdo y armonía persistentes entre la razón y la vida, entre la filosofía y la religión, se hace imposible. Y la trágica historia del pensamiento humano no es sino la de una lucha entre la razón y la vida, aquella empeñada en racionalizar a esta, haciéndola que se resigne a lo inevitable, a la mortalidad; y esta, la vida, empeñada en vitalizar a la razón obligándola a que sirva de apoyo a sus anhelos vitales. Y esta es la historia de la filosofía, inseparable de la historia de la religión.

[…] ¿No será la absoluta y perfecta felicidad eterna una eterna esperanza que, de realizarse, moriría? ¿Se puede ser feliz sin esperanza? Y no cabe esperar ya una vez realizada la posesión, porque esta mata la esperanza, el ansia. ¿No es la eterna felicidad una eterna esperanza, con su núcleo eterno de pesar para que la dicha no se suma en la nada...? La eternidad, como un eterno presente, sin recuerdo y sin esperanza, es la muerte».

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—¿Y cuál es su argumento, si se puede saber? —Mi novela no tiene argumento, o mejor dicho, será el que vaya saliendo. El argumento se hace él solo.—¿Y cómo es eso?—Pues mira, un día de estos que no sabía bien qué hacer, pero sentía ansia de hacer algo, una comezón muy íntima, un escarabajeo de la fantasía, me dije: voy a escribir una novela, pero voy a escribirla como se vive, sin saber lo que vendrá. Me senté, cogí unas cuartillas y empecé lo primero que se me ocurrió, sin saber lo que seguiría, sin plan alguno. Mis personajes se irán haciendo según obren y hablen, sobre todo según hablen; su carácter se irá formando poco a poco. Y a las veces su carácter será el de no tenerlo.

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—Sí, como el mío.—No sé. Ello irá saliendo. Yo me dejo llevar.—¿Y hay psicología?, ¿descripciones?—Lo que hay es diálogo; sobre todo diálogo. La cosa es que los personajes hablen, que hablen mucho, aunque no digan nada (...). El caso es que en esta novela pienso meter todo lo que se me ocurra, sea como fuere.—Pues acabará no siendo novela.—No, será... será...nivola.

Niebla (1914), Capítulo XVII

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–¿Conque no, eh? ––me dijo––, ¿conque no? No quiere usted dejarme ser yo, salir de la niebla, vivir, vivir, vivir, verme, oírme, tocarme, sentirme, dolerme, serme: ¿conque no lo quiere?, ¿conque he de morir ente de ficción? Pues bien, mi señor creador don Miguel, ¡también usted se morirá, también usted, y se volverá a la nada de que salió...! ¡Dios dejará de soñarle! ¡Se morirá usted, sí, se morirá, aunque no lo quiera; se morirá usted y se morirán todos los que lean mi historia, todos, todos, todos sin quedar uno! ¡Entes de ficción como yo; lo mismo que yo! Se morirán todos, todos, todos. Os lo digo yo, Augusto Pérez, ente ficticio como vosotros, nivolesco lo mismo que vosotros. Porque usted, mi creador, mi don Miguel, no es usted más que otro ente nivolesco, y entes nivolescos sus lectores, lo mismo que yo, que Augusto Pérez, que su víctima...

Niebla (1914), Capítulo XXXI

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Pasada la luna de miel, Martín volvió a las andadas. No paraba, iba y venía de España a Francia, sin poder reposar.Catalina deseaba ardientemente que acabara la guerra é intentaba retener a Martín a su lado.— Pero, ¿qué quieres más? --le decía--. ¿No tienes ya bastante dinero? ¿Para qué exponerte de nuevo?— Si no me expongo --replicaba Martín.Pero no era verdad, tenía ambición, amor al peligro y una confianza ciega en su estrella. La vida sedentaria le irritaba.Martín y Bautista dejaban solas a las dos mujeres y se iban a España. Al año de casada, Catalina tuvo un hijo, al que llamaron José Miguel, recordando Martín la recomendación del viejo Tellagorri.

Zalacaín el aventurero (1909), Capítulo XXV

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-¿Hay que indignarse porque una araña mate a una mosca? -siguió diciendo Iturrioz-. Bueno. Indignémonos. ¿Qué vamos a hacer? ¿Matarla? Matémosla. Eso no impedirá que sigan las arañas comiéndose a las moscas. ¿Vamos a quitarle al hombre esos instintos fieros que te repugnan? ¿Vamos a borrar esa sentencia del poeta latino: Homo homini lupus, el hombre es un lobo para el hombre? Está bien. En cuatro o cinco mil años lo podremos conseguir. El hombre ha hecho de un carnívoro como el chacal, un omnívoro como el perro; pero se necesitan muchos siglos para eso. No sé si habrás leído que Spallanzani había acostumbrado a una paloma a comer carne y a un águila a comer y digerir pan. Ahí tienes el caso de esos grandes apóstoles religiosos y laicos; son águilas que se alimentan de pan en vez de alimentarse de carnes palpitantes; son lobos vegetarianos.

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-La consecuencia a la que yo iba era ésta: que ante la vida no hay más que dos soluciones prácticas para el hombre: o la abstención y la contemplación indiferente de todo, o la acción limitándose a un círculo pequeño. Es decir, que se puede tener el quijotismo contra una anomalía; pero tenerlo contra una regla general, es absurdo.

El árbol de la ciencia (1911)

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No puede ver el mar la solitaria y melancólica Castilla. Está muy lejos el mar de estas campiñas llanas, rasas, yermas, polvorientas; de estos barrancales pedregosos; de estos terrazgos rojizos, en que los aluviones torrenciales han abierto hondas mellas; mansos alcores y terreros, desde donde se divisa un caminito que va en zigzag hasta un riachuelo. Las auras marinas no llegan hasta esos poblados pardos de casuchas deleznables, que tienen un bosquecillo de chopos junto al ejido. Desde la ventana de este sobrado, en lo alto de la casa, no se ve la extensión azul y vagarosa; se columbra allá en una colina con los cipreses rígidos, negros, a los lados, que destacan sobre el cielo límpido. A esta olmeda que se abre a la salida de la vieja ciudad no llega el rumor rítmico y ronco del oleaje; llega en el silencio de la mañana, en la paz azul del mediodía, el cacareo metálico, largo, de un gallo, el golpear sobre el yunque de una herrería.

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Estos labriegos secos, de faces polvorientas, cetrinas, no contemplan el mar; ven la llanada de las mieses, miran sin verla la largura monótona de los surcos en los bancales. Estas viejecitas de luto, con sus manos pajizas, sarmentosas, no encienden cuando llega el crepúsculo una luz ante la imagen de una Virgen que vela por los que salen en las barcas; van por las callejas pinas y tortuosas a las novenas, miran al cielo en los días borrascosos y piden, juntando sus manos, no que se aplaquen las olas, sino que las nubes no despidan granizos asoladores.

Castilla (1912)

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—Yo creo—continúa diciendo—que debemos mirar la realidad. Luis Vives, que era un buen sujeto, que, como él mismo dice, se paseaba canturreando por los paseos de Brujas, aunque tenía una voz detestable, como él también añade; Luis Vives escribe que los jóvenes deben, ante todo, procurar cautela y recelo en resolver y juzgar las cosas, por pequeñas que sean. Todo tiene su razón de ser en la vida. No podemos hacer tabla rasa del pasado. Lo que a veces creemos absurdo, señor Azorín, ¡qué natural es en el hondo proceso de las cosas!

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—Sí—piensa Azorín—, en el mundo todo es digno de estudio y de respeto; porque no hay nada, ni aun lo más pequeño, ni aun lo que juzgamos más inútil, que no encarne una misteriosa floración de vida y tenga sus causas y concausas. Todo es respetable; pero si lo respetásemos todo, nuestra vida quedaría petrificada, mejor dicho, desaparecería la vida. La vida nace de la muerte; no hay nada estable en el universo; las formas se engendran de las formas anteriores. La destrucción es necesaria. ¿Cómo evitarla, y cómo evitar el dolor que lleva aparejado en esta inexorable sucesión de las cosas? Habría que hacer de nuevo el universo...Azorín piensa en cómo sería ese otro universo; naturalmente, no da con ello. Y para ver si se le ocurre algo se come una aceituna.

Antonio Azorín (1903)

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El reloj de Catedral enmudece. Aún quedan en el aire las doce campanadas, y espantan la cresta los gallos de las veletas. Se consultan sobre los tejados los gatos y asoman por las guardillas bultos en camisa. Se ha vuelto loco el esquilón de las Madres. Por el Arquillo cornea una punta de toros y los cabestros, en fuga, tolodrean la cencerra. Estampidos de pólvora. Militares toques de cornetas. Un tropel de monjas pelonas y encamisadas acude con voces y devociones a la profanada puerta del convento. Por remotos rumbos ráfagas de tiroteos. Revueltos caballos. Tumultos con asustados clamores. Contrarias mareas del gentío. Los tigres, escapados de sus jaulones, rampan con encendidos ojos por los esquinales de las casas. Por un terradillo blanco de luna, dos sombras fugitivas arrastran un piano negro. A su espalda, la bocana del escotillón vierte borbotones de humo entre lenguas rojas.

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Con las ropas incendiadas, las dos sombras, cogidas de la mano, van en un correr por el brocal del terradillo, se arrojan a la calle cogidas de la mano. Y la luna, puesta la venda de una nube, juega con las estrellas a la gallina ciega, sobre la revolucionada Santa Fe de Tierra Firme.

Tirano Banderas (1926)

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Entre un cortejo de plumas fatuas y chafados visajes paso la Reina Nuestra Señora al salón de Gasparini. Una gran mesa fulgente de cristal y argentería estaba dispuesta a fin de que hubiesen reparo para sus fallecidos ánimos las ilustres personas que habían recibido el pan eucarístico en la solemne función de Capilla. Para todos tenía una zumba popular y amable la Majestad de Isabel II. El Rey Don Francisco hacía chifles de faldero al flanco opulento de la Reina. Las Augustas Personas, agotado el repertorio de sonrisas y lisonjas, se entretuvieron largo espacio con el Duque de Valencia: Estaban los tres en el hueco de un balcón, tan profundo y amplio, que parecía una recámara. El Rey, menudo y rosado, tenía un lindo empaque de bailarín de porcelana. La Reina, con el pavo sanguíneo, se abanicaba. El Espadón, puesto en medio, abría las zancas y miraba de través, bajando una ceja, a las Personas Reales.

La corte de los milagros (1927)

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Características:• Intelectualismo, rechazo del sentimentalismo• Europeísmo, rechazo del casticismo, reflexión serena sobre la modernidad España.• Presencia en la vida cultural y política, basada en el liderazgo de las minorías • Ideal universalista, cosmopolita, y preferencia por la cultura urbana.• Esteticismo, distanciamiento entre el arte y la vida.• Preocupación formal: interés por la “obra bien hecha”.

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Los cíclopes veían el mundo superficialmente, porque sólo tenían un ojo. Los cíclopes, por ver el mundo superficialmente, quisieron asaltar el Olimpo; pero los dioses los precipitaron en el hondo Tártaro […] El novelista es como un pequeño cíclope, esto es, como un cíclope que no es cíclope. Sólo tiene de cíclope la visión superficial y el empeño sacrílego de ocupar la mansión de los dioses, pues a nada menos aspira el novelista que a crear un breve universo, que no otra cosa pretende ser la novela. El hombre, con ser más mezquino, aventaja al cíclope, a causa de poseer dos ojos con que ve en profundidad el mundo sensible. Ahora bien, describir es como ver con un ojo, paseándolo por la superficie de un plano, porque las imágenes son sucesivas en el tiempo, y no se funden, ni superponen, ni, por tanto, adquieren profundidad […] El novelista, en cuanto hombre, ve las cosas estereoscópicamente, en profundidad; pero, en cuanto artista, está desprovisto de medios con que reproducir su visión. No puede pintar: únicamente puede describir, enumerar.

Belarmino y Apolonio (1921)

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Poncio era amplio, vigoroso y súbito; su cabeza, redonda, de cabellos grises, apretados y cortos; la frente, baja, de recia sien; los ojos, metálicos, inquietos y menudos, que aún se reducían más cuando miraban con ahínco; los labios, rasurados y carnales; la nariz, gruesa; salediza la barba; la mejilla, depilada y robusta, y las manos, muelles, enjoyadas con pulseras de oro pálido, y el ancho anillo de caballero, como una gota de luna. La violencia de su porte y de su voz caían en cansancios y hastíos; y dentro de esa quietud quedaba su ímpetu hecho plástica, vibrando en el pliegue de sus cejas, en el enojo de su boca, en la línea rotunda, estallante, de su mandíbula, como los bronces de Myron contienen el esfuerzo y el brío de la palestra.

Figuras de la Pasión del Señor (1912)

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Paulina bajó a la vera. Sentía un ímpetu gozoso de retozar y derribarse en la hierba encendida, que crujía como una ropa de terciopelo. Acostada escuchó el tumulto de su sangre. Todo el paisaje le latía encima. El cielo se acercaba hasta comunicarle el tacto del azul, acariciándola como un esposo, dejándola el olor y la delicia de la tarde. Se incorporó mirando asustadamente. Siempre se creía muy lejos, sola y lejos de todo. Sin saberlo, estaba poseída de lo hondo y magnífico de la sensación de las cosas. El silencio la traspasaba como una espada infinita. Un pájaro, una nube, una gota de sol caída entre el follaje, le despertaba un eco sensitivo. Se sentía desnuda en la naturaleza, y la naturaleza le rodeaba mirándola, haciéndola estremecer de palpitaciones. El rubor, la castidad, todas las delicadezas y gracias de mujer se exaltaban en el rosal de su carne delante de una hermosura de los campos. Los naranjos, los mirtos, los frutales floridos, le daban la plenitud de su emoción de virgen, sintiéndose enamorada sin amor concreto. La puerilizaban los sembrados maduros viendo las mieses que se doblan y se acuestan, se alzan y respiran bajo el oreo, y juegan con él como rubias doncellas destrenzadas con un dios niño.

Nuestro padre San Daniel (1926)

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Los senos de verdadero Sèvres En casa del anticuario apareció la fina mujer, cuya cintura se cimbreaba en la luz.   –¿Qué desea? ¿Me trae algún abanico?   El anticuario al verla sin ningún paquete, creyó que era una de esas que se sacan de no se sabe dónde un abanico, un abanico viejo, que llena de lentejuelas la tienda cuando ellas lo abren.   Ella acercándose más al anticuario le dijo: "Le traigo unos senos de verdadero Sèvres".   –Venga, pase –le dijo el anticuario pasándola al despachito donde compraba las joyas más importantes.   Ella entró con la determinación de la que va dispuesta a todo y allí sacó sus senos y los enseñó al anticuario.   –¿De Sèvres?... ¿De Sèvres? –decía el anticuario sin dejar de darles vueltas como a los jarrones a los que se busca la marca.   

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–Sí, mire usted la señal –y la mujer que tenías los más puros senos de Sèvres y que sabía dónde estaba el grabado frío como una cicatriz de marca, le dijo: "Aquí está".   El anticuario con su lupa se quedó asombrado de la autenticidad, y comenzó a contar como quien cuenta papeles de fumar los billetes que daba por ellos.   Y la mujer de los puros y verdaderos senos de Sèvres salía de la tienda sin senos, lisa, como la que ha vendido la última joya que le quedaba de sus padres.

Senos (1923)   

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En los periódicos del mundo se hablaba del asalto a un baile por doce ladrones que habían desvalijado a todos los presentes.-Yo hubiera querido presenciar aquel robo aunque me hubiesen robado la cartera.-¡Hacerlo bien sin haberlo ensayado!-Ver las verdaderas caras de terror y de sorpresa en vez de nuestros amaneramientos.-¡Saber despreciar las sortijas que salen difícilmente e ir coleccionando los collares con gesto de vendedor de rosarios!-Se ha descubierto a los ladrones...-dijo Max.-¡Qué lástima!- dijo Elsa- Quisiera saber cómo se resuelve en la vida las películas

Cinelandia (1923)