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LAS SIETE INTELIGENCIAS. 1

Las siete inteligencias

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Es un libro que habla de como podemos tener nuestras capacidades y las formas de nuestros perfiles de inteligencia.

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Page 1: Las siete inteligencias

LAS SIETE INTELIGENCIAS.

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En este artículo hablaremos de los siguientes apartados que son muy importantes para la vida diaria, ya que la inteligencia forma parte de

nuestra vida y es fundamental que conozcamos los tipos de inteligencia y además darnos cuenta de cómo influyen en nuestra vida cotidiana.

1) ¿Por qué tenemos varías inteligencias?

¿Por qué tenemos varías inteligencias?Siete inteligencias.Perfiles de inteligencia.Inteligencias con emoción.Educar las inteligencias.Un equipaje para toda la vida.

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Nuestra mente está especializada para resolver problemas distintos. Imaginemos por un momento lo que hacemos en un día cualquiera.

No nos costará aceptar que tenemos que afrontar retos muy diferentes: parar el despertador, ir a trabajar, hablar con los compañeros de lo que

hemos hecho, etc. Para ello es necesario adaptarnos a nuestro entorno y por eso tenemos que afrontar informaciones distintas (espaciales,

musicales, corporales, numéricas, socio-emocionales, lingüísticas) saberlas tratar y dar respuestas apropiadas. Garantizar que para un tipo de

problemas tengamos disponibles diferentes capacidades para tratarlos de forma especializada ha sido un acierto de la naturaleza.

Los humanos compartimos capacidades que son diferentes de las capacidades de otras especies animales. Pero estamos capacitados para

comunicar a través del lenguaje, realizar operaciones numéricas, entender las emociones de otra persona, jugar al futbol o reconocer una melodía.

Nuestra mente ha ido evolucionando y modificándose teniendo en cuenta el entorno. No es un capricho que podamos distinguir ritmos o

comunicarnos mediante el lenguaje. Estas capacidades constituyen la arquitectura de nuestra inteligencia. Y ésta ha ido diseñándose en

interacción con nuestro entorno.

Hemos tenido que adaptarnos a muchos entornos, pero por diferentes que fueran, la diferencia es notable. Y la razón es: no solo hemos

adquirido las capacidades básicas para adaptarnos a nuestros entornos, también hemos sido y somos capaces de transformarlos en profundidad,

creando cultura. Hemos logrado pintar nuestros cuerpos, inventar danzas y rituales religiosos, idear cálculos para predecir el movimiento del Sol,

crear signos escritos, inventado la rueda, hemos construido edificios, nos desplazamos en avión y hemos inventado los ordenadores. Todos los

grupos humanos, por diferentes que seamos, hemos creado cultura. Cuando se modifica el entorno se crean nuevos retos y se amplían nuestras

capacidades, y por tanto nuestras inteligencias se transforman. Uno de los aspectos más fascinantes del género humano es la diversidad, ya que

cada uno pensamos de forma distinta y tenemos distintas capacidades, aunque pertenezcamos a la misma especie. Hasta los gemelos son

diferentes en sus inteligencias, en su manera de afrontar la vida.

R. y A. son dos gemelos idénticos. De pequeños, la gente los confundía, algo que ocurre con menos frecuencia ahora que tienen 20 años.

Ambos han sido siempre personas muy vitales, con ganas de vivir el momento. De niños, estaban siempre con los amigos de sus padres,

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participando en las conversaciones, riendo y haciendo reír. A los 2 les encantaba contar chistes. Pero R. lo hacía mejor que A. En el colegio no

fueron alumnos brillantes. Pero pasaban de curso sin problemas. Iban a la misma clase. Ambos eran deportistas, les gustaba nadar, ir en

bicicleta. A A. le gustaba mucho bailar. A veces, en fiestas que organizaban sus padres, se ponía a bailar delante de todos los invitados,

imitando a Michael Jackson. Tras algunas dudas, R. ha escogido la carrera de Educador Social, está en primer año. A. se ha formado como

bailarín de danza moderna en una escuela de baile. Ambos tienen el futuro por delante. Sus caminos seguramente se bifurcarán a pesar de lo

mucho que tienen en común.

Si dos gemelos con el mismo código genético pueden presentar inteligencias diferentes, esto es así en todas las familias, no porque sean

hermanos pensarán de la misma forma. Y si le añadimos los tipos de ambiente, favorecido o desfavorecido, las diferencias aumentan más. Uno

de los aspectos de esta diversidad es aceptar que las personas poseen una inteligencia con diferentes facetas. Aceptar esta diversidad es un punto

de partida para no reducir la inteligencia a un don inamovible y unitario con poco margen para el cambio. Es una constatación que puede también

facilitar que cada persona encuentre la manera más adecuada para afrontar su vida.

Las inteligencias se modelan por la experiencia, y la educación. Son funciones dinámicas, que se transforman a lo largo de la vida.

Nacemos con una arquitectura mental que tiene diferentes facetas, que a su vez, poseen potenciales diferentes desde el nacimiento pero que, sin

embargo, cada persona moldeará según sus experiencias y las oportunidades que le haya ofrecido su entorno. Por ello, las inteligencias, además

de un don que poseemos, son núcleos de capacidades que se han diseñado en sintonía con entornos. Por otro lado, uno de los aspectos más

característicos de nuestro sistema nervioso es su plasticidad, es decir, la capacidad de transformarse según la experiencia.

Lo mejor que nos ha pasado es que al nacer dependemos de otras personas para desarrollarnos y eso nos aporta una fuente de experiencias

y también nos permite acercarnos al legado cultural de nuestro entorno. Esto ocurre con nuestro desarrollo emocional, social, perceptivo e

intelectual. Necesitamos a los otros para madurar.

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Víctor de Aveiron es conocido en psicología como un caso de “niño salvaje”. Los documentos nos relatan sus avances desde que fue

encontrado en el bosque cuando tenía unos 10 años hasta completar su educación, cinco años después. A pesar de las muchas incógnitas de su

vida antes de su abandono en el bosque, lo más revelador es que el caso de Víctor es un buen ejemplo de la necesidad que tenemos todos los

humanos de vivir en la sociedad. Sin la aportación de las otras personas, sobre todo en los primeros años de vida, tal vez podamos sobrevivir,

pero nunca desarrollaremos de forma plena lo que nos hace humanos: utilizar el lenguaje para comunicar y pensar, desarrollar una

comprensión profunda de las otras personas y poder, según los casos, competir o empatizar con ellas, razonar y resolver problemas utilizando

números u otros signos gráficos o desarrollar un sentido del bien y del mal, entre otras cosas.

Todavía quedan incógnitas sobre la explicación del comportamiento humano y su desarrollo, pero nacemos con unas potencialidades

intelectuales que varían de una persona a otra. Y que nos marcan un margen de progreso. Estas potencialidades se verán acrecentadas en mayor o

menor medida según los factores, entre los que destaca la experiencia y la educación.

2) Siete inteligencias.

Nuestra mente se ha ido modelando para adaptarse a un mundo cada vez más complejo y cambiante, y, para crear nuevas realidades. Y su

especialización en diferentes módulos ha sido una solución eficaz para afrontar esta complejidad.

Aprender una lengua en un tiempo récord.Es un aprendizaje que los niños realizan sin dificultades en unos pocos años. A

los 3 años, los niños suelen tener un nivel de comprensión y producción de la

lengua materna que les permite comunicarse de manera fluida con otras

personas. Esto sería imposible si nuestra mente no estuviese especializada en

tratar las informaciones lingüísticas, algo que ocurre desde el nacimiento. A

partir de esta sintonía de nuestro cerebro con las informaciones sonoras que

constituyen el habla pronunciada por otras personas y de la rápida maduración

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de ciertas capacidades para pronunciar sonidos, los niños consiguen aprender

una lengua en poco tiempo. Nacemos programados para aprender a hablar y si se dan unas mínimas circunstancias favorables, lo haremos sin grandes dificultades. Sin

otras personas que guían al niño en su aprendizaje, dan sentido a sus primeros balbuceos y se comunican con él, los niños nunca conseguirían

hablar. Sobre este aprendizaje va a organizarse un tipo de inteligencia, la inteligencia lingüística. Lo mismo ocurre con las demás inteligencias.

Todas son el resultado de una evolución adaptativa de nuestra mente, y para todas ellas poseemos habilidades muy tempranas que nos permiten

tratar con informaciones específicas del medio que son relevantes para nuestra especie. Pero para saber cuántas capacidades tenemos, hemos de

ser más precisos y establecer algunos criterios. El primer criterio está relacionado con las capacidades de los recién nacidos . Uno de los avances

en la psicología ha sido la comprensión del mundo de los bebés y, especialmente, sus capacidades en las primeras semanas de vida. Hay estudios

que dan información sobre la sensibilidad de los bebés y lo que son capaces de discriminar. La mente de los recién nacidos no se caracteriza por

reflejos y reacciones desordenadas como se pensaba, sino que tiene una organización basada en un conjunto de habilidades bastante específicas.

También sabemos que los recién nacidos:

a) Son muy sensibles a los ritmos, sobre todo sonoros.

b) Orientan su cuerpo frente a ciertos estímulos y discriminan informaciones en lo relativo a la posición de su cuerpo.

c) Tienen muchas expresiones emocionales básicas y son capaces de distinguirlas cuando las perciben en los rostros de otras personas.

d) Son capaces de diferenciar conjuntos de objetos tan sólo basándose en la cantidad (número de objetos de cada conjunto).

e) Tienen conocimientos elementales sobre las propiedades físicas de los objetos.

f) Discriminan formas y las sitúan en el espacio.

Los bebés de pocas semanas de edad tienen otras muchas capacidades concretas, algunas de ellas reflejas ( como reconocer el olor de su

madre, discriminar los sabores básicos, o girar la cabeza cuando se estimula un lado de sus labios o cerrar la mano cuando se estimula la palma),

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pero las siete capacidades se organizan en torno a funciones mentales más amplias que tendrán su propio desarrollo y que, siguiendo a Gardner,

pueden ser identificadas como inteligencias. Es decir, diferentes capacidades para resolver problemas específicos y crear soluciones nuevas.

El segundo criterio es seguir el desarrollo de las diferentes capacidades que aparecen en el nacimiento. Algunas se organizan en torno a

funciones mentales que se adquieren con mucha más facilidad durante períodos determinados. Los niños aprenden con mucha facilidad cualquier

lengua durante una época determinada de la vida. Desde el nacimiento hasta la pubertad si los niños tienen un medio rico que los pone en

contacto con el lenguaje su adquisición se realiza sin problemas. En cambio, más allá de este periodo, el aprendizaje de una lengua es más

complejo. Hay datos de naturaleza clínica (personas de diferentes edades con afasia) y datos relacionados con casos de personas que no tuvieron

estimulación lingüística en los primeros años de vida. Todos estos datos avalan que es más difícil recuperar las capacidades lingüísticas que no se

desarrollaron en su momento. Otro dato es lo que cuesta aprender una segunda lengua más allá de la pubertad. Lo mismo ocurre con los

conocimientos sociales y emocionales. Esta inteligencia parece adquirirse durante los tres primeros años de vida, momento en que los niños

aprenden las claves para lidiar con el mundo de las relaciones humanas. Es durante este período cuando podrían empezar a ajustar la expresión de

sus emociones para comunicarlas a los adultos, o interpretarlas cuando las expresen otras personas y diferenciar el rostro de una persona familiar

y otra desconocida, estableciendo vínculos más fuertes y seguros con las primeras que con las segundas. Los primeros conocimientos numéricos

se desarrollan durante el primer año de vida, cuando los niños son capaces de diferenciar conjuntos de objetos que sólo difieren por el número de

elementos. Aunque esta “inteligencia numérica” tiene un segundo momento en torno a los 3 o 4 años de edad, cuando los niños empiezan a ser

capaces de contar y utilizar palabras y números escritos para ampliar sus conocimientos numéricos. Lo mismo podemos decir de la inteligencia

musical, corporal, física y de la inteligencia espacial. Las siete inteligencias se desarrollan, a lo largo de toda la vida. Y, para ello, el aporte de

otras personas siempre constituye un elemento fundamental. Por otro lado, es necesario establecer correspondencias entre un comportamiento y

diferentes aspectos del funcionamiento neurológico es una vía interesante para entender la naturaleza de la conducta. Los conocimientos de la

neurociencia son necesarios para saber hasta qué punto las inteligencias pueden mostrarse con toda su independencia en casos de lesiones

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cerebrales. Hay personas que tras una lesión cerebral ven enormemente mermadas sus capacidades de cálculo mientras que otras capacidades

(como el lenguaje, la orientación espacial o la comprensión socio-emocional) permanecen inalteradas. También son conocidos los casos de

afasias que resultan de lesiones cerebrales que provocan una pérdida de soltura en la capacidad de hablar o de entender el lenguaje, pero no

afectan tanto a otras capacidades. Hay ejemplos como Oliver Sacks, el del hombre que confundió a su mujer con un sombrero. La agnosia visual,

debido a un tumor en la zona occipital del cerebro que impedía a la persona reconocer rostros y también cualquier imagen en su globalidad.

Debido al tumor, su inteligencia visual y espacial estaba deteriorándose a marchas forzadas. Hay que señalar que el paciente era cantante y

profesor de música y poseía una excelente inteligencia musical que no se vio afectada por el tumor cerebral que padecía.

Otro caso es el denominado “Síndrome de Williams”, causado por un desarrollo atípico del cerebro. Los niños y jóvenes afectados por

este síndrome, aunque con un retraso profundo presentan dotes lingüísticas y comunicativas excelentes y una sensibilidad musical igualmente

sorprendente. En cambio, su inteligencia espacial y física parecen muy por debajo de la media, pues tienen dificultad para entender el mundo de

los objetos y no son capaces de manipularlos con soltura. También tienen muchas dificultades para realizar dibujos, por sencillos que sean. En

este sentido, estos casos son como el revés de los casos de autismo, personas que también suelen tener un retraso mental severo, con escasas

dotes lingüísticas y socio-emocionales, pero que muestran mayor capacidad de comprender el mundo de los objetos.

El cerebro es tan complejo que todavía nos queda mucho por conocer sobre las relaciones entre comportamiento y funcionamiento

neuronal. Éste hace posible un comportamiento pero no lo explica en su totalidad. Nuestras inteligencias seguro que tienen un sustrato biológico,

pero para entenderlas completamente hay que adoptar no sólo la explicación biológica. También hay que adoptar no sólo la explicación

biológica. Hay que entender cómo se desarrollan, y se transforman de modo diferente en cada persona, y cómo cambian según el medio cultural

en el que vive la persona. Y para ello hay que introducir también determinantes psicológicos, sociales y culturales, no solo biológicos. Debemos

tener en cuenta que cada persona pensamos de distinta manera y tenemos distintas capacidades, pero hay personas, que por su excepcionalidad,

nos ofrecen algunas claves para entender el comportamiento humano. Pueden ayudarnos a identificar, por ejemplo, qué tipo de funcionamiento

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mental está alterado y, por tanto, pueden informarnos sobre la existencia de diferentes tipos de inteligencia. Uno de los trastornos psicológicos

más inquietantes es el autismo. A veces se piensa que interactuar con un niño autista es complicado, pero si uno es capaz de comprender y se

pone en su lugar y teniendo las estrategias adecuadas a la persona que está con él le resultará mucho más fácil comunicarse con él. Los niños con

autismo presentan déficit en su inteligencia socio-emocional. Son niños que no han conseguido desarrollar las competencias mínimas, para dar

sentido a la conducta de las otras personas y de ellos mismos, que no consiguen interpretar sus emociones e intenciones, que no entienden que

alguien pueda fingir o tener ilusiones. Su comportamiento nos indica que lo que está sobre todo alterado es su inteligencia socio-emocional.

Algunos casos de niños con autismo nos ayudan a comprender cómo diferentes funciones mentales pueden disociarse en otras. Hay casos de

niños y jóvenes diagnosticados que presentan dotes excepcionales en ámbitos muy específicos. Algunos son el musical, dibujo y numérico. Son

personas que apenas logran cruzar solas la calle, que suelen presentar un desempeño muy bajo en diferentes pruebas intelectuales, que apenas

saben hablar y que necesitan el cuidado de otras personas, pero que a la vez pueden tener talentos muy específicos.

Stephen, es un niño de 10 años. Es autista y vive en una institución junto con otros niños con autismo. Le encanta dibujar. Pero no lo hace como

un niño de su edad mental (alrededor de 5 años). Cuando dibuja edificios, lo hace como un experto. Le bastan unos minutos para observar un

edificio, por ejemplo, la catedral de San Pablo de Londrés, para ponerse a dibujarla minutos más tarde de forma magistral. Su habilidad para

reproducir edificios es asombrosa.

Daniel es un joven que desde los 4 años es capaz de realizar operaciones aritméticas complejas. Hoy día, no tiene ninguna dificultad en

multiplicar el número 37 por sí mismo cuatro veces. En otras facetas de la vida, en sus otras inteligencias, Daniel se expresa con naturalidad y se

relaciona de forma adecuada con otras personas. Su excepcionalidad se concentra en el ámbito numérico, la inteligencia que ha desarrollado de

forma inaudita es la numérica. Una de las hipótesis de los científicos que han estudiado su caso es que los episodios epilépticos que Daniel tuvo

cuando era niño pudieron provocar cambios muy específicos en su funcionamiento mental que afectaron a su inteligencia numérica.

Mozart tenía dotes musicales desde una edad temprana. Así lo atestiguan fuentes que nos señalan que a los 5 años tocaba el clave y el violín y

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componía sus propias obras. También le gustaba jugar al billar y bailar.

Dalí con 3 años, quería ser cocínero y a los 5 soñaba con ser Napoleón. Pero se puso a dibujar. A los 12 era capaz de dibujar como los

impresionistas franceses, a los 14 conoció el arte de Picasso y a los 15 se convirtió en editor de una revista en la que dibujaba pastiches de los

grandes maestros de la pintura. Dalí poseía una inteligencia espacial excepcional que sobresalía entre sus otras muchas facetas.

Lola Flores siendo niña bailaba y cantaba en la taberna que regentaba su padre. A los 12 ya era reconocida como bailaora. Tanto su inteligencia

corporal como musical encontraron un terreno para desarrollar sus dotes artísticas.

Agatha Christie, de niña, tenía un carácter retraido y rechazaba sus muñecas para jugar con amigos imaginarios, lo que la ayudó mucho en su

trabajo como escritora. Ya de muy joven fue muy alentada por su madre para escribir relatos cortos. Estudió música y danza, pero su timidez y

su miedo a los escenarios le hicieron abandonar la música. Se dedicó a la escritura. Su inteligencia lingüística, fue decisiva para su carrera

profesional como escritora.

Einstein estuvo obsesionado por el conocimiento científico desde pequeño. Su carácter rebelde chocó con algunas instituciones de la época.

Tuvo dotes excepcionales en algunas inteligencias (la numérica, física), mientras que en otra no sobresalió. Se cuenta, que de niño tuvo

dificultades para expresarse.

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LAS SIETE INTELIGENCIAS.

1. Musical: adaptarse a los ritmos y lidiar con los sonidos y la

música.

2. Corporal: controlar el cuerpo y sus movimientos.

3. Espacial y gráfica: orientarse en el

espacio y razonar con imágenes.

4. Física: entender las propiedades físicas de

los objetos.

5. Numérica: ser capaz de procesar las

informaciones numéricas.

6. Lingüística: usar el lenguaje.

7. Socio-emocional: entender y prever la conducta de las otras

personas.

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3) Perfiles de inteligencia.

La inteligencia no es una capacidad estática. Ser inteligente no es solo saber tratar un tipo u otro de información. Jean Piaget, dice

que pensar es actuar para transformar el mundo. Ser inteligentes significa actuar, operar con las informaciones. Cuando intentamos resolver un

problema y encontrar una solución, por muy distinto que sea el tipo de problema, tenemos que clasificar la información, ordenarla, memorizarla,

relacionarla, deducir nuevos datos; tenemos también que planificar nuestras acciones, controlarlas y ser conscientes de lo que estamos haciendo

para corregir nuestros errores. Razonamos y operamos con el lenguaje, y también lo hacemos con nuestro cuerpo o con las informaciones socio-

emocionales que detectamos en las otras personas.

RAZONAR CON LÓGICA REFLEXIÓN FLEXIBILIDAD.Nos permite deducir relaciones nuevas e ir

más allá de los datos inmediatos. Algunas

operaciones lógicas dependen de un área del

cerebro, la de los lóbulos frontales, cuya

transformación en un momento tardío de

nuestra evolución fue drástica. Las personas

con lesiones del hemisferio izquierdo y que

padecen afasia pierden totalmente la

capacidad de razonar de forma abstracta. Es

probable que cada persona nazca con

potencialidades algo diferentes en cuanto a su

capacidad de razonamiento lógico. Esta

Pensar sobre lo que estamos pensando es útil.

Nos permite tomar conciencia de la dirección

de nuestro pensamiento y corregirlo, si es

necesario. Los niños son cada vez más

reflexivos y capaces de tomar conciencia de su

propio pensamiento. Su pensamiento se

vuelve más estrátegico, menos espontáneo. No

es raro, que un niño pequeño, al constatar que

vaya donde vaya puede ver la luna detrás de

él, piense que la luna lo sigue.

Los adultos, aunque hayamos alcanzado unas

posibilidades de reflexión mayores que los

Consiste en la posibilidad de relacionar de

forma diferente nuestros conocimientos y de

encontrar soluciones nuevas. A lo largo del

desarrollo humano, los niños progresan en sus

posibilidades de ser flexibles para resolver los

retos que el mundo les plantea. A medida que

crecen, son más capaces de imaginar y

comprobar diferentes medios para resolver un

problema nuevo. La conducta inteligente de

los adultos posee, en mayor grado que los

niños, esta flexibilidad. Los adultos somos

capaces de adaptar lo que sabemos a nuestros

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“inteligencia lógica” se desarrolla a lo largo de

la infancia y adolescencia. Cuando razonamos

lo hacemos siempre sobre algún tipo de

información concreta, aunque nuestro

razonamiento se base en suposiciones. La

complejidad de los razonamientos puede

variar mucho de una situación a otra.

niños, nos diferenciamos unos de otros en esta

capacidad, o al menos la utilizamos con mayor

o menor intensidad. Esto puede ser también

una razón de nuestras diferencias.

contextos, de adoptar diferentes perspectivas

para entender una situación y de pensar de

forma autónoma y crítica. Éstos son

indicadores de una inteligencia flexible. Los

factores genéticos, ambientales y educativos

hacen que el grado de flexibilidad de nuestras

inteligencias pueda variar.

A continuación destaco que los potenciales de cada inteligencia son distintos al nacer. Una persona, tendrá un potencial excelente de su

inteligencia lingüística y corporal, un nivel medio en inteligencia numérica, física y musical, y un potencial bajo en inteligencia socio-emocional

y espacial. Al desarrollarse, tendrá experiencias que favorecerán más unas inteligencias que otras, y no necesariamente las que eran más

competentes en el punto de partida. Por ello, la diversidad de perfiles es inmensa. Seguidamente pongo una tabla describiendo los perfiles de

personas.

LETRAS CIENCIAS FRÍO CÁLIDO CIENTÍFICA ARTÍSTICA.

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Ser de letras significa manejar mejor el lenguaje (lectura, escritura, literatura), pero también está asomado al mundo social y requiere de la inteligencia socio-emocional. También se incluyen las competencias artísticas: musical y corporal.

Significa estar orientado a conocimientos que solicitan la inteligencia numérica, física y espacial. Supone mostrar capacidades altas de razonamiento lógico y abstracto. También se incluye la corporal, y de tipo manipulativo.

“Mantener la cabeza fría”. Cuando abordamos algunas situaciones delicadas de nuestra vida en las que es mejor controlar nuestras emociones. Cuando decimos “frío-caliente” se refiere más al contenido del pensamiento, es decir, al mundo de los objetos (frío) o al mundo de las personas (caliente). Una de las capacidades tempranas de los bebés es discriminar y relacionarse de modo diferente con las cosas y con las personas. Se mueven cuando quieren, tienen intenciones, y, se relacionan con otras personas a través de sus gestos, palabra, expresiones faciales. Los bebés captan estas diferencias muy pronto, porque para ellos es fundamental relacionarse con sus cuidadores porque son vulnerables y dependen de sus cuidados. Su vida y salud dependerán de esta capacidad. Con las personas sonríen, lloran, estiran los brazos, señalan un objeto. A los objetos los tiran, sacuden, empujan o destruyen.

Tempranamente empiezan a conocer el mundo frío de los objetos y el mundo caliente de las personas y su comportamiento. El camino será largo para desarrollar las inteligencias encaminadas a relacionarse con las personas (sobre todo, lingüística y socioemocional) y aquellas que les permitirán comprender el mundo de los objetos (física, espacial, numérica y musical).

El científico propone explicaciones encaminadas a entender y prever el mundo físico, animal o humano, de modo racional y siguiendo un método que puede ser contrastado por cualquier otro científico. Empleará su inteligencia física, numérica y espacial, con altas dosis de razonamiento lógico y de reflexión. Su intención es conocer. Buscará que sus descubrimientos sean válidos, correspondan a la realidad y sirvan para predecir y explicar. El científico tiene que dar cuenta de cómo ha llegado a sus creaciones.

Expresa formas con el movimiento de su cuerpo, con su voz, manos, lenguaje, ayudado por instrumentos que amplían y registran sus creaciones. La mente artística estará preocupada por la novedad o calidad o capacidad de emoción de sus creaciones.

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En cuanto a las ramas de ciencias y letras han sido decisivas para ampliar nuestras inteligencias. Han resultado cruciales para comunicar y

registrar cualquier tipo de información y para pensar con más precisión. No es de extrañar que se haga hincapié en el aprendizaje tanto de la

lectura y escritura como del lenguaje matemático. El dibujo, los mapas y la representación gráfica están asociados a la inteligencia espacial. Y la

notación musical, a la musical.

Referido a los tipos de pensamiento (frío, cálido) la inteligencia corporal es un ingrediente necesario en los dos perfiles. El control del

cuerpo, los movimientos y la capacidad de expresarse a través de él son esenciales para relacionarse con otras personas. Pero el control fino de

los movimientos de los dedos y de las manos será esencial para manipular y relacionarse con los objetos. La inteligencia musical, encaminada a

entender el mundo de los sonidos y los ritmos tiene un componente expresivo y emocional que permitiría asociarla al mundo de las personas. No

nos será fácil pensar en personas cuyas aficiones, conocimientos y actividades laborales están mucho más enfocados a entender y lidiar con el

mundo de las personas que con el mundo de los objetos.

Relacionado con los dos tipos de mentes las dos son indispensables para el desarrollo de la persona. Naturalmente, podemos tener más

potencialidades en algún tipo de inteligencia que nos acerca más potencialidades en algún tipo de inteligencia que nos acerca más a la mente

artística que a la científica, o científica y viceversa.

4. Inteligencias con emoción.

Mª tiene nueve meses y unos pocos días. Está sentada en su sillita, en el salón de su casa. Ha comido, no tiene sueño. Mira a su

alrededor, atenta al menor ruido que le llega de la cocina. Su padre se acerca a ella con un nuevo juguete, un patito de plástico. “Mira lo que

te traigo”, le dice, con voz alta y clara, sonriendo y mirándola a los ojos. María abre todavía más que antes sus grandes ojos grises, sacude su

cuerpo de excitación y tiende las manos. Agarra como puede el patito. Lo pasa de una mano a la otra, lo sacude. Se para y lo observa

atentamente. Con ambas manos se lo pone en la boca, lo muerde, y el patito hace un sonido estridente. Se asusta, lo aparta de su boca. Vuelve a

sacudirlo esperando que suene. Se desespera, protesta. Mira hacía su padre, que la tranquiliza. Vuelve a mirar el juguete, lo aprieta contra sus

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rodillas, lo que provoca el pitido. Sus ojos se agrandan, sonrie. Lo tira al suelo. Mira a su padre, mira al juguete…Esta escena muestra como

desde muy pronto los bebés tienen una enorme curiosidad por las cosas que ocurren en su entorno. Nacen con el deseo de conocer. Y su

curiosidad es activa: atienden a estímulos nuevos, cambian el foco de su atención. El conocimiento surge del deseo, de explorar, de una

curiosidad. Conocer algo nuevo es placer para los bebés. No solo la comida, el bienestar físico o la seguridad de tener a alguien a su lado les

produce satisfacción, también los estímulos y las experiencias nuevas son fuente de placer y hacen que los bebés se esfuercen por conseguirlos.

Sobre esta motivación para conocer se construyen nuestras inteligencias. Sin esta tendencia, los niños nunca podrían desarrollar sus capacidades

numéricas, sus conocimientos sobre las otras personas, su inteligencia musical o corporal. Tampoco los adultos. En los adultos, cualquier

conducta inteligente está también atravesada por deseos, motivaciones. Pero esta motivación no surge con tanta alegría. Las razones de esta

perdida de motivación cuando nos alejamos de los inicios de nuestro desarrollo son complejas. Los retos a los que se enfrentan niños y jóvenes

son necesarios para educar sus inteligencias, pero con poco sentido, porque han sido disociados de su contexto natural y no suelen coincidir con

las cuestiones que les preocupan. Muchas de estas demandas no se corresponden con las inteligencias más desarrolladas en algunos niños y

jóvenes, lo que genera frustración y sentimiento de fracaso. No hay receta para que nos motivemos siempre cuando abordamos una tarea que

solicite nuestro esfuerzo intelectual. Conocer nuestro perfil de inteligencia puede ser importante para seleccionar aquellas tareas que nos

convienen, que forman parte de nuestra manera de ser y de afrontar la vida.

En esta vida tenemos que dar mucha importancia a las emociones. La actividad de los bebés se organiza y adquiere sentido gracias a otras

personas. Los bebés y más tarde los niños pueden pasarse horas y horas distraídos, mirando sus manos o jugando con muñecas. Pero estas

actividades solitarias han sido posibles por el apoyo humano que han tenido, tienen y tendrán hasta que sean adultos. Inteligencia y emoción son

dos aspectos inseparables de la conducta humana. Los niños exploran su entorno y están motivados para aprender porque tienen el apoyo de sus

cuidadores, sean padres biológicos, padres adoptivos o cualquier persona que los quiera. Pensemos, por ejemplo, en lo que ocurre cuando los

niños tienen alrededor de un año. Surge una etapa donde manifiestan un vínculo con las personas de su entorno y suelen mostrarse recelosos con

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las personas que no conocen. Con sus cuidadores se sienten seguros, exploran su entorno y actúan con autonomía… porque saben que tienen una

base segura, alguien en quien confiar. Este apego es el que permite a los niños desplegar sus inteligencias. De mayores no necesitamos que

nuestra madre esté cerca para poder explorar el mundo, para afrontar retos nuevos y desarrollar nuestras inteligencias. Pero no dejará de ser cierto

que nuestras inteligencias se desarrollarán con más fuerza, si nuestra personalidad incorpora estos elementos emocionales de confianza y

seguridad ante el conocimiento. Esta simbiosis está presente en cualquier tipo de inteligencia, se manifiesta de forma muy clara en algunas

inteligencias, como la musical, la corporal y la socio-emocional. En cuanto a la inteligencia musical somos capaces de percibir ritmos, tonos,

timbres, contornos melódicos o armonías. La experiencia musical suele acompañarse de una intensa respuesta emocional. Además, podemos

volver a vivir sensaciones y emociones asociadas a una melodía que oímos antaño. Todos los niños son muy sensibles al ritmo, a la música, y

algunos desarrollarán estas capacidades más que otros, ya sea porque parten de un potencial mayor, porque su entorno les facilita con más

intensidad la experiencia musical. La música tiene un enorme potencial terapéutico para personas con una gama muy variada de trastornos

neurológicos (demencias, afasias, amnesias, personas con Parkinson, retraso mental o niños con autismo). Por el hecho de que nuestro aparato

auditivo y nuestro sistema nervioso estén tan sintonizados con la música y, sobre todo, por la capacidad que tiene de conectarnos con nuestro

mundo emocional, la música puede ser un elemento integrador y organizador para la conducta de muchas personas con dificultades.

El cuerpo, con sus posturas, tono, y movimientos, también nos muestra la relación con las emociones. La inteligencia corporal es aquella

que nos permite resolver problemas ligados a nuestro desplazamiento, a nuestra relación con el entorno, así como abordar situaciones de

manipulación de objetos que requieren habilidad. El cuerpo es uno de los vehículos principales de las emociones. Cuerpo y emociones están

estrechamente vinculados ya desde el nacimiento. La tensión de los músculos es indicador del estado anímico del bebé y hemos comprobado lo

rápido que se calma un bebé si se lo coge en brazos y se lo balancea, y lo brusco que pueden ser sus movimientos cuando está enfadado o

excitado. A través de las sensaciones que reciben de sus miembros y de su postura, los niños adquieren conocimiento de sí mismos, origen del

sentimiento de identidad. Y su primer gran descubrimiento se produce cuando son capaces de reconocerse en el espejo, algo que ocurre poco

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antes de los dos años. Alrededor de los cinco años, se construye un esquema corporal integrado, un conocimiento del yo corporal que permitirá

que los niños tengan conciencia de lo que son capaces de hacer y de sus propias limitaciones. La inteligencia corporal se desarrolla con las

emociones y desempeña un papel fundamental en la construcción de la propia identidad.

La tercera inteligencia vinculada con las emociones es la inteligencia socio-emocional, aquella que nos permite entender y prever el

comportamiento de las personas. Es la que nos da los instrumentos necesarios para comunicarnos con soltura con otras personas, la que nos

permite tener empatía y simpatía hacia los otros y la que nos permite cooperar, rivalizar y engañar. Los primeros desarrollos de la inteligencia

socioemocional, en los bebés, se construyen en torno a las emociones. Desde muy pronto, los bebés son capaces de diferenciar las emociones

expresadas por otras personas. Y muy pronto las relacionan con sus propios estados emocionales. Esta sintonía permite establecer relaciones

estrechas entre el bebé y las personas que lo cuidan. Solo hacía los seis años, por ejemplo, los niños pueden diferenciar una emoción real de una

emoción fingida. Que todas estas inteligencias mencionadas se desarrollen en relación con las emociones no significa que las otras inteligencias:

lingüística, física, espacial y numérica, tengan que desplegarse ajenas al mundo emocional.

Por otro lado, señalo que la personalidad influye en nuestra manera de ser inteligentes, porque nuestra personalidad dirige la manera de

abordar los problemas, establece preferencias y define cómo se ponen en práctica nuestras potencialidades. Imaginemos dos personas con un

potencial para desarrollar la inteligencia numérica, y con un nivel medio en las otras inteligencias.

Ana, la primera de estas personas, sociable. Es impulsiva e intuitiva. Lleva una casa en la que viven sus cuatro hijos. La casa siempre

está desordenada, pero lleva a rajatabla las cuentas de la casa. Ha de ocuparse de mil cosas durante el día, aparte de sus pacientes. Es

enfermera. Le encanta hablar por teléfono. Tiene una memoria prodigiosa para recordar los números de teléfono de sus amigos y, aunque no

disponga de su teléfono móvil, es capaz de recordar la mayoría de ellos. Cada semana llama a una vidente, que está en la otra punta del

mundo, para pedirle consejo. A Ana le encantan los juegos de cartas y de estrategia. Es una excelente jugadora de bridge, y cuando tiene tiempo

se dedica a jugar con rivales desconocidos en Internet.

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Lucía también tiene familia. Cuenta con la ventaja de que su marido trabaja a media jornada y se ocupa mucho de los niños y de la casa.

Lucía es una persona callada, introvertida, muy cuidadosa con sus amistades más íntimas. Tiene un gran control sobre su entorno, su casa está

siempre impecable. Cuando se concentra, se concentra. Puede pasarse muchas horas estudiando. Lucía es ingeniera, su especialidad es

robótica. En su trabajo, las matemáticas son esenciales. Se la considera una excelente investigadora. Le gusta pasear e ir al cine con sus

amigas. Lee mucho, cuando puede.

Las dos son muy diferentes en sus inteligencias. Difieren en la manera de utilizarlas y de aplicarlas. Nacemos con siete inteligencias, que

explotamos según el potencial de base y nuestras experiencias. Utilizamos estas inteligencias de modo diferente según nuestra personalidad. Por

ello se habla de “estilos cognitivos” para señalar los diferentes modos de actuar que tienen las personas cuando intentan resolver un problema, un

desafio. Hay personas reflexivas e impulsivas. Las primeras piensan más las cosas antes de hacerlas y son más cautelosos en decir las cosas, y no

les importa si terminan la tarea, para ellos lo más importante es contestar bien a las preguntas; mientras que las segundas actúan con rapidez sin

pensar y contestando con errores en algunas respuestas ya que no lo piensan antes de responder o hacer una actividad. Otras personas pueden ser

dependientes o independientes. En el primer caso hay personas que dependen de otras para resolver las situaciones mientras que otras hacen las

cosas a su manera sin depender de otras. También hay personas detallistas o sintéticos. Las primeras, las que hacen pocas agrupaciones, tienden a

considerar cosas diferentes como similares, mientras que las segundas tienden a considerar como diferentes cosas que son similares.

Algunas personas tienden a centrarse en las diferencias, aprecian los detalles, mientras que otras tienden a centrarse en lo que hay de

común, en lo que hay de general entre situaciones diferentes.

A continuación hay un aspecto muy importante a tener en cuenta que es la AUTOESTIMA. Consiste en el valor más o menos positivo

que atribuimos a nuestro modo de ser. La autoestima se va forjando a lo largo de la niñez y de la adolescencia. Durante la niñez, los niños toman

conciencia de cómo son, tanto física como psicológicamente. Forjan su identidad y son capaces, de describirla con más detalles y de incluir

matices. Durante la adolescencia, los jóvenes viven una verdadera revolución de sus identidades, pues pasan por cambios importantes, de su

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cuerpo, intereses, y capacidad de razonar. Luchan por adquirir autonomía ante sus padres, ante su familia, y deben abordar su identidad de

género, el sentirse hombres o mujeres con los roles asociados a cada identidad.

A lo largo de este proceso, el conocimiento de uno mismo va acompañado de valoraciones que se van forjando, a partir de la opinión que

otras personas tienen de nosotros y de la confianza que nuestros padres y próximos nos han transmitido acerca de nuestras valías. Para tener una

buena autoestima debemos apreciar tanto nuestras virtudes como nuestros defectos, sabiendo que no somos omnipotentes pero tampoco

inferiores en todo si nos comparamos con otras personas. Hemos de reconocer que habrá algunas inteligencias en las que destaquemos más que

en otras y que también somos competentes en algunos aspectos. Y, ser asertivos, y decididos y seguir adelante.

El hecho de reconocer que podemos ser competentes en algunos aspectos, no todos, y que en otros no brillaremos tanto, es un buen

camino para forjar una autoestima sana y equilibrada.

Las inteligencias no son buenas ni malas. Todo depende de lo que queramos hacer con ellas y de lo capaces que seamos para integrarlas a

nuestra personalidad y para vivirlas con intensidad. Hay competencias que pueden ser aplicadas en contra de las otras personas, para sentirse

superior a ellas, para separar más que para integrar o reunir. No hacen falta ejemplos para darnos cuenta de que importa considerar los valores

que encuadran el desarrollo de nuestras inteligencias. Todos los niños pueden actuar para destruir, separar, hacer daño emocional a otros y a sí

mismos, a veces para defenderse, pero a veces sin motivo. También tienen la capacidad de cooperar, sentir empatía, ponerse en lugar de otros, en

una palabra, de querer. No tenemos que actuar solo con la bondad. Será la calidad de la relación que establezcamos con otras personas la que

podrá orientarnos más hacía un tipo u otro de actuación. La educación es un elemento esencial en la adquisición de valores positivos. Reconocer

que somos diferentes es un paso para aplicar nuestras competencias siguiendo valores que respeten los derechos humanos y que opten por

construir más que por destruir.

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5. Educar las inteligencias.

Las potencialidades con las que nacemos repartidas en inteligencias no son capacidades fijas, sino que debemos educarlas. Por ejemplo, el

padre que enseña a su hijo a dar los primeros pasos está educando su inteligencia corporal; la abuela que enseña a leer a su nieta está usando su

inteligencia lingüística; el monitor que enseña reglas de convivencia a un grupo de niños potencia la inteligencia socio-emocional; el vecino que

nos ayuda a meter un mueble desarrolla la inteligencia física. Una persona es “educada” cuando tiene buenas dotes de urbanidad, con su saber

hacer a propósito de las reglas convencionales al uso. La constituyen todas las prácticas, por diferentes que sean unas de otras, que hacen posible

nuestro desarrollo personal en todas sus facetas. En la inteligencia se suele creer que la educación incide muy poco. Es común pensar, que si a

uno se le da mal la geografía lo es de nacimiento y de por vida. O que si una persona no distingue donde están las calles es que no tiene sentido

de la orientación. O que si una persona tiene dotes para el dibujo es que nació con ellas. Se desestima el aporte de la educación de lo que se

aprende y se desarrolla con otras personas a lo largo de la vida. Por el contrario, la educación cuenta mucho. Nacemos inacabados y culminamos

un sustrato biológico que se caracteriza por su plasticidad, es decir, su capacidad de cambio en función de las experiencias. La educación no

moldea al individuo a su antojo. El desarrollo de una persona no depende solo de la educación y de las buenas intenciones. También depende de

sus potencialidades de base, del clima emocional en el que se le educa, de sus experiencias vitales, personalidad, de su capacidad de superar las

malas experiencias. Es necesario que estimulemos las inteligencias. El cerebro es como un músculo que se desarrolla siempre y cuando se

ejercite, y que cuanto más lo ejercitemos más se desarrollará. Necesita estimulación, pues sólo si funciona se desarrollarán las conexiones entre

neuronas, base de nuestra conducta y de nuestros aprendizajes. Pero, aún más que un músculo, el cerebro tiene sus ritmos y sus condiciones de

crecimiento, sus limitaciones. Y si pasamos del cerebro a las inteligencias, la comparación es más peligrosa. Las inteligencias son formas de

actuar muy complejas que requieren la participación de los sentidos, de los movimientos, de la atención, de la memoria, las emociones, para

generar una conducta adaptada y capaz de crear soluciones nuevas; una conducta que tenga sentido para la persona y para el entorno cultural. El

inicio de la niñez es una etapa fundamental, en la que se afianzan las bases de nuestro desarrollo posterior y en la que el organismo es muy

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sensible a las estimulaciones que le llegan del mundo. Salvo casos especiales, los bebés y los niños tienen una estimulación suficientemente rica

y variada para el desarrollo de todas sus inteligencias. Esta estimulación siempre procede, directa o indirectamente, de la mano de las personas

que cuidan al niño. Son estimulaciones que están integradas en las rutinas de la vida cotidiana y que cobran sentido en ellas: darle de comer,

vestirlo, jugar, pasearlo, cambiarlo, ir a visitar a amigos, ir de excursión. Son estimulaciones que educan las inteligencias porque no solo las

“estimulan”, sino que las integran con el resto de la personalidad del niño. Por eso, es mejor dejar que el niño se “estimule” con lo que ocurre en

su entorno familiar que ofrecerle estimulaciones especiales y separadas del contexto cotidiano. Si estamos a la escucha del niño podemos

constatar que siente una gran afición, por la música, o disfruta enormemente si le cuentan un cuento o se siente feliz comunicándose con otras

personas. Será bueno ayudarle a tener algo más de experiencias de ese tipo porque están en consonancia con sus capacidades y sus motivaciones.

Y tal vez proponerle que vaya a clase de flauta o dibujo. Hay casos en que la estimulación temprana es fundamental y recomendable. Los niños

que nacen antes de término o con peso muy bajo, o niños con síndrome de Down, o parálisis cerebral, o niños con un entorno enormemente pobre

y desestructurado, o en niños que están sufriendo maltratos. Estos niños necesitan una intervención especial. A estos niños sí es necesario

ofrecerles ayudas y estimulaciones suplementarias por parte de un equipo de especialistas para que tengan un desarrollo lo más completo y

armonioso posible. Y, dependiendo de los casos, las estimulaciones, naturalmente, pueden centrarse en algunas de las inteligencias que en otras,

según las aptitudes de cada niño.

Es inevitable que en alguna de las siete inteligencias tengamos más facilidades que en otras. Muchas investigaciones muestran que los

expertos en un ámbito específico de conocimiento (matemáticas, física, biología, psicología, música) son más capaces que los novatos de resolver

con flexibilidad los problemas que se les plantean y tienen una base de conocimientos mucho más matizada y organizada que los novatos. Pero

no podemos ser expertos en todo. Por ello en un mundo tan cambiante como el nuestro es muy posible que tengamos que mostrar dotes de

flexibilidad para adaptarnos a saberes y realidades muy diferentes, que pueden ser cambiantes a lo largo de nuestra vida. Es bueno alentar y

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cuidar aquellas inteligencias en que destacamos. No es fácil encontrar el equilibrio entre el cultivo de algunas inteligencias por encima de las

otras y la necesidad de tener competencias mínimas en todas.

Tenemos que destacar y señalar que cada persona nace con un perfil de base único, que se va desarrollando y consolidando en función de

las experiencias. Y éstas, aunque sean las de una misma familia, serán asimiladas y vividas por cada hijo de manera diferente. No cuenta solo la

naturaleza de la experiencia, sino también cómo cada persona la hace suya y la vive. Por ejemplo, imagínemos una familia con dos hijos a

quienes los padres les pusieron refuerzos a sus dos hijos, para remediar sus dificultades en el colegio. El mayor lo vivió como una oportunidad,

un estímulo. El pequeño como una humillación. O una madre que siempre ha tenido la costumbre de contar un cuento a sus hijos antes de que se

duerman. La mayor escuchaba con ilusión el cuento, lo esperaba y hacía preguntas sobre la trama. El hermano pequeño estaba contento con la

compañía reconfortante de su madre, pero estaba distraído, no seguía el relato y jugaba con su peluche antes de caer en un sueño profundo.

No es cierto que los padres traten igual a todos sus hijos. La relación se construye entre dos y es un proceso dinámico, complejo, difícil de

planificar y encasillar. Si un padre, juega con uno de sus hijos a un juego de construcción tratando de explicarle cómo construir un castillo, la

actitud del hijo (su apasionamiento o el aburrimiento), las respuestas que dé a la ayuda del padre (aceptándola o rechazándola con soberbia) o la

capacidad, más o menos grande, que tenga de entender la situación harán que la relación entre el padre y este hijo sea totalmente distinta de la

relación con otro hijo. Educar es acompañar de modo activo involucrándose emocionalmente, a los más pequeños para que se desarrollen lo

mejor posible, para que puedan afrontar los retos de la vida. Este acompañamiento requiere intenciones, reglas y principios, que dan sentido a las

actuaciones de los padres y permiten a su vez que los hijos den sentido a las suyas. Hay que aceptar que las intenciones educativas van a ser

vividas de modo diferente por cada uno de los hijos. Por ejemplo, Luis tiene 12 años. Es un buen estudiante, aunque presenta dificultades en

gimnasia. Le gusta leer, jugar con el ordenador y estar en familia, con su hermana mayor de 14 años, con sus padres y un abuelo que vive con

ellos. Le gusta mucho la música y es muy gracioso bailando. La familia es deportista. El padre y el abuelo jugaron al fútbol de jóvenes, y toda la

familia vive con gran emoción los partidos del Barça. Salvo Luis, que se aburre y no consigue emocionarse como su padre, hermana, y abuelo.

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El padre y la madre montan en bicicleta, hacen windsurf y cuando pueden juegan al tenis en el club de unos amigos. A Luis no le gustan los

deportes. Lo sabe y lo pasa mal en el colegio o cuando sale con sus amigos. No juega bien al fútbol, cuando participa en juegos físicos con sus

amigos, cuando se bañan y se suben a una tabla de windsurf. Su padre insiste en que ha de hacer algún deporte. Muchas veces le propone

jugar en el patio. Luis accede, contrariado, y el juego suele acabar con reproches y hasta con insultos. Luis ha ido dos años consecutivos de

colonias. No le ha gustado la experiencia.

Los padres influyen en la manera de ser, en los gustos y en valores de los hijos pero no los moldean a su antojo porque tienen ya su perfil

de inteligencias propio y su personalidad. Si se acepta esto, será más fácil estar atentos a sus cualidades, gustos, potencialidades, y acompañarlos

para que puedan desarrollarlas lo mejor posible. Esto no implica que renunciemos a nuestras aficiones.

Actualmente en los colegios hay mucha diversidad de alumnos, por lo que los maestros también deben respetar distintos ritmos de

aprendizaje. Es muy útil que se valore a todos los alumnos y el fomento del respeto según las capacidades de los alumnos y adaptando las

actividades a sus capacidades e intereses. Es muy difícil adaptarse a la diversidad dentro de un aula, ya sea de infantil, primaria o secundaria.

Atender a las diferentes capacidades de los alumnos, sus ritmos de aprendizaje, sus personalidades dóciles, más o menos rebeldes. La

atención a la diversidad va encaminada a ayudar a aquellos que tienen dificultades especiales (alumnos con discapacidades motoras, auditivas,

físicas, visuales, niños con dificultades de aprendizaje, con serias lagunas en algún aprendizaje específico como la escritura o lectura…)

integrándolos en el aula en la medida de lo posible, y no segregándolos en clases especiales. Pero también atención a las diferencias “normales”

que separan unos alumnos de otros (ritmos de aprendizaje diferentes, grado de madurez, motivación, y perfiles de inteligencia).

Segregando se conseguirían clases más homogéneas y la labor de los profesores podría estar más adaptada al nivel de los alumnos, a sus

posibilidades. Se lograría más eficacia, sobre todo para aquellos alumnos con más potencialidades. Pero sería injusto separar porque todos los

niños y niñas tienen derecho a relacionarse. Atender a la diversidad supone un reto para que aquellos que tienen más dificultades puedan

enriquecerse de los que tienen más capacidades, y para que éstos a su vez puedan aprender a ser más solidarios y ayudar aquellos que tienen

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menos capacidades o que tienen capacidades diferentes de las suyas. La educación escolar tiene como objetivo ayudar a todas las personas a

favorecer su desarrollo y en su proceso de adaptación cultural. La integración supone enriquecer la personalidad en su globalidad. La educación

apunta a aspectos de socialización, de cooperación, de contacto emocional, algo que se vería disminuido si solo tuvieramos en cuenta las

capacidades intelectuales en una clase. La tarea de los profesores es mucho más compleja en estas condiciones de integración. Manejar una clase

de 30 alumnos en las que existen muchas diferencias requiere una dedicación más personalizada que muchas veces es difícil de llevar a cabo con

los recursos de que disponen los profesores. La presión que tienen los profesores para que sus alumnos adquieran los conocimientos y las

competencias básicas en todas las disciplinas que se incluyen en el currículum escolar se acrecienta aún más si tienen que encarar esta diversidad.

Una educación inclusiva, que pueda atender a las diferencias individuales y los diferentes perfiles de inteligencia, es la mejor propuesta para

fomentar en los alumnos unos valores de respeto y tolerancia. Los profesores han de garantizar unos aprendizajes que, a diferencia de los

aprendizajes básicos que se producen en el desarrollo temprano y que tienen lugar en la familia, (aprender a hablar, desarrollar capacidades de

inteligencia socio-emocional, desarrollar capacidades en el ámbito numérico, físico, espacial, musical o corporal), la escuela debe garantizar un

desarrollo de todas las inteligencias. En la escuela se abordan conocimientos y problemas de una mayor complejidad ante los cuales nuestras

capacidades naturales no están directamente disponibles. Aprender una lengua es fácil para la mayoría de los niños pequeños. Su cerebro está

preparado para ello y la riqueza del entorno lingüístico es tal que el niño no tiene dificultades en adentrarse en este aprendizaje. No ocurre lo

mismo con la escritura. Su aprendizaje no se hace de modo tan natural como el aprendizaje de la lengua. Lo mismo ocurre con el sistema

numérico decimal. Los bebés nacen con intuiciones numéricas muy básicas y enseguida, con muy poco esfuerzo, se lanzan a contar todo lo que

ven. Pero cuando tienen que empezar a entender el sistema numérico decimal y utilizarlo, empiezan los problemas. Ya que el sistema numérico

decimal es una invención reciente y, es un instrumento muy útil pero complejo en su funcionamiento. Las inteligencias para que se desarrollen

plenamente, necesitan aprendizajes muy específicos, abstractos, y en muchas ocasiones no directamente relacionados con nuestra vida cotidiana.

Pensemos en nuestras capacidades relacionadas con el mundo físico. De niños, ya teníamos algunas intuiciones, como que dos objetos sólidos no

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pueden ocupar el mismo lugar, o que un objeto que se mueve guarda su unidad, o que si un objeto entra en un tunel y desaparece aparecerá por el

otro extremo, o que un objeto grande no cabrá en un recipiente pequeño, o que si tapamos con un pañuelo un objeto éste no ha desaparecido y se

puede encontrar. Desde pequeños, hemos tenido “nuestra inteligencia física intuitiva” que nos ha permitido adaptarnos a muchos aspectos del

mundo de los objetos y razonar sobre su “comportamiento”. Nuestras inteligencias, para desarrollarse plenamente han de ir en oposición a un

saber más intuitivo que nos es bastante útil en la vida cotidiana pero que no nos prepara para profundizar en la disciplina.

A pesar de todos los esfuerzos por adaptar la ayuda educativa al nivel de los alumnos, a sus aptitudes y sus perfiles de inteligencia, el

desarrollo de nuestras inteligencias, al menos en nuestro mundo especializado y con conocimientos muy avanzados, en cada disciplina, requerirá

tesón y esfuerzo. Somos nosotros los protagonistas de nuestro desarrollo, y que lleguemos más o menos adelante también depende de nuestro

querer. Este esfuerzo también se educa. No nacemos con él. Antes de que lo incorporemos como un componente de nuestra personalidad, ya de

adultos, hace falta mucho acompañamiento por parte de los profesores.

Hellen Keller (1880-1968) contrajo ceguera y sordera cuando tenía 19 meses, a causa de una alta fiebre. Su comunicación con el

exterior se hizo extremadamente difícil, pues tras la enfermedad se convirtió en una persona que apenas veía, que no oía y que no hablaba.

Los primeros años de su infancia fueron muy difíciles para ella y su familia. Helen tenía muy mal carácter y aterrorizaba a su familia

con sus rabietas. La veían como un monstruo. Pero sus padres no tiraron la toalla. Gracias a la inestimable ayuda de su tutora, Anne Sullivan,

Hellen aprendió a leer (primero con el alfabeto manual táctil, luego con braille). Con este sistema también aprendió a escribir. En 1904 entró

en la universidad de Radcliffe, y se graduó “con honores” cuatro años más tarde. Partiendo de su experiencia, hizo campaña a favor de la

integración de las personas ciegas y sordas que en aquella época se encerraban en asilos. Escribió varios libros, entre los que se hizo famoso

Amar esta vida.

De este caso sacamos que siempre hay un margen para desarrollar nuestras inteligencias más allá del punto de partida y que esto sólo es

posible con esfuerzo y voluntad. Cuando somos niños nuestra iniciativa y superación es muy escasa. Dependemos mucho de otras personas, pero,

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los niños ya empiezan a mostrar, según los casos, su capacidad de iniciativa, sus ganas de explorar, su tenacidad en conseguir algo que no

controlan. Esto a la larga produce satisfacciones, pues crea nuevas posibilidades de actuación, nos abre nuevas sendas. Si no aprendemos a leer,

nunca podremos disfrutar, de los mundos que nos acercan los escritores ni adentrarnos en los misterios de la historia.

Hay que destacar que las inteligencias tienen en cuenta las distintas culturas. Cada cultura valora y potencia un tipo u otro de inteligencia

según las necesidades de adaptación al entorno. Y el hecho de que en un determinado entorno parezca natural que se valore más un tipo de

inteligencia que otro, no nos ha de hacer olvidar las razones de esta situación. Las inteligencias lingüísticas, numéricas y físicas, han llevado las

de ganar. Se entiende como “persona inteligente” es aquella que razona lógicamente y con precisión, que es capaz de abordar problemas

abstractos o técnicos y, que suele expresarse con soltura, aunque esta definición no discrimina a ninguna persona porque todos tenemos nuestras

capacidades. La escuela vehicula los valores de una determinada sociedad. En la actualidad el alumno durante su escolaridad debe ser capaz de:

1) Manejar bien el lenguaje oral y sobre todo el escrito.

2) Dominar el lenguaje matemático, formal y abstracto.

3) Resolver problemas extraños, muchas veces con poco sentido y bastante alejados de la realidad.

4) Aprender cosas sin saber, en muchos casos, para qué sirven.

5) Planificar el propio tiempo, ser ordenado y puntual.

6) Seguir sin rechistar la disciplina escolar.

La escuela educa en una dirección determinada que no necesariamente es una garantía para el éxito profesional. Es esencial como

institución que ofrece una formación básica imprescindible para adaptarnos a nuestra cultura y para que los alumnos que, por razones de

carencias o falta de recursos, no tienen en sus familias las garantías de un buen desarrollo. Las escuelas deberían tomar más en cuenta la

multiplicidad de inteligencias de sus alumnos y valorar perfiles de inteligencia que, aunque no se ajusten a los estándares, pueden tener una

potencialidad para el desarrollo y para el futuro profesional. No basta con tener unas buenas capacidades intelectuales de base. Hay que saber

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desarrollarlas, utilizarlas en el momento oportuno, ser capaz de luchar por ellas cuando las cosas se ponen cuesta arriba. Hay que tener

motivación de logro. Más o menos, alrededor del año y medio, los niños manifiestan por primera vez la satisfacción de haber conseguido algo, de

haber tenido éxito: sonríen cuando logran poner del último bloque de una torre, poner de pie una muñeca recalcitrante o logran hacer sonreír a su

hermano. Significa que a partir de entonces podrán desarrollar la motivación para conseguir metas cada vez más complejas. Hay niños que a lo

largo de su desarrollo, van adquiriendo más motivación de logro que otros. Son niños que afrontan los retos con energía y decisión, que buscan

situaciones desafiantes. Les gusta aprender y dominar nuevas situaciones. Cada niño tendrá sus desafios preferidos. Es muy probable que la

motivación que tienen para desarrollar una inteligencia no la tengan cuando se trata de afrontar otro tipo de reto. La motivación de logro es

nuestro motor para el progreso y el aprendizaje. Sin las ganas de aprender, de resolver un problema, de afrontar un desafío, poco avanzaremos. Y

esta motivación nos pertenece. Naturalmente, en la vida hemos hecho muchas veces algo por obligación. Una de las dificultades en la educación

es la siguiente: dar sentido a tareas que el profesor sabe que son fundamentales para aprendizajes ulteriores del alumno, pero que para éste

carecen de sentido. En muchos momentos, hay que tener fe para seguir adelante. Los niños tienen una tendencia a explorar y a conocer. Esta es la

base de las ganas de aprender. Pero, naturalmente, esta tendencia de base ha de madurar, ha de ser cultivada. Y en su desarrollo, es cuando según

el temperamento, las experiencias y su entorno social y familiar, pueden aparecer diferencias entre unos y otros. Uno de los factores que más se

relacionan con la motivación de logro es el estilo de educación que los padres dan a su hijo. Si animan al niño a hacer cosas por su cuenta,

estando atentos a que las haga bien, y al mismo tiempo refuerzan los logros sin dar demasiada importancia a un fracaso emocional, seguramente

ayudarán a que el niño incorpore esta motivación de logro como algo propio. Este estilo que acompaña al niño en sus desafíos, para que sea

eficaz, ha de completarse con apoyo afectivo, con cariño. No es cuestión de ser firme y exigente, también son fundamentales las muestras de

soporte emocional. No es fácil esta combinación de cariño y firmeza. Pero parece la mejor vía para que los niños crezcan con ganas de aprender y

de afrontar nuevos retos. Que lo hagan a lo largo de su vida, que sepan aprovechar sus inteligencias para afrontar nuevos retos, dependerá de

muchos factores vitales.

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El éxito profesional es un factor que nos ayuda a sentirnos más realizados, sin lugar a dudas. Forma parte de nuestra identidad y seguro

que la satisfacción que nos aporta repercute en nuestra felicidad. Pero no es indispensable para que una persona esté satisfecha y tenga una vida

plena. Se pueden desarrollar las inteligencias fuera del ámbito profesional: afrontando los retos y las relaciones cotidianas y también

desarrollando aficiones que las estimulen. Una de las características de nuestra época es la relación con el tiempo. Solemos ir con prisas, tenemos

poco tiempo en el día a día, y, de repente, gozamos de período de ocio: fines de semana, vacaciones y la jubilación. Pensamos todo se resolverá

en estas épocas. Es bueno tener expectativas de realizar aquello que no hemos podido hacer durante nuestros años de mayor actividad, durante

vacaciones pero no dejemos todo para estos momentos. En la medida de lo posible, cultivemos nuestras inteligencias a través de las actividades

cotidianas, el día a día, ya sea con la familia, amigos, o asistiendo a charlas, reuniones o clases especializadas.

Nuestra mente nos pertenece. Y también el perfil de inteligencia que tengamos, con sus aptitudes y limitaciones. Mejor entonces aceptarlo

y cultivarlo en la dirección que creamos más oportuna. Y durante toda la vida, mirando hacía delante.

No nos síntamos esclavos del pasado. Si buscamos en el pasado seguro que encontramos motivos para expresar algunas de nuestras

frustraciones. Y no es malo darse cuenta de cuáles fueron nuestras dificultades, nuestras luchas. Pero no nos anclemos en ellas para justificarnos

y para encontrar culpables. En conclusión, podemos decir que tenemos una capacidad de reparación, unas posibilidades de aprender cosas nuevas

a partir de las experiencias y una capacidad de cambio enorme.

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