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Los seis signos de la luz susan cooper

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Annotation

Se acerca Navidad y el día delundécimo cumpleaños de Will. Comoregalo recibe una noticia muy especial,es el último de los Ancestrales,personas dotadas de poderes especialesque durante siglos han combatido contralas Tinieblas. ɉl tiene ese poder y, aligual que sus antepasados, deberá lucharcontra su eterno enemigo, pero antestendrá que descubrir los seis sigos de laLuz que en su día ayudaron a los suyosen la eterna lucha contra el Mal. Lacuenta atrás ya ha empezado. Sólo lequedan doce días...

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Primera parte

El hallazgo

La víspera del solsticio de invierno

—¡Demasiados niños! —exclamó

James, dando un portazo.—¿Qué? —se sorprendió Will.—Hay demasiados niños en esta

familia, eso es lo que pasa. Te lo digoyo: ¡demasiados! —James estaba de pieen el pasillo, echando chispas como una

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pequeña locomotora enfadada; luego,dando grandes zancadas, se dirigió alasiento que había bajo la ventana y sequedó contemplando el jardín.

Will dejó su libro y retiró laspiernas para hacerle espacio.

—Ya he oído los gritos —dijo conla barbilla entre las rodillas.

—No pasa nada, en realidad; soloque la estúpida de Barbara va demandona. Que si recoge esto, que si notoques aquello... ¡Y Mary, metiendocizaña y dando órdenes! Aunque estacasa parece enorme, siempre teencuentras a gente por en medio.

Se quedaron mirando por laventana. La nieve caía fina, como sideseara disculparse. La ancha llanura

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gris que se extendía delante de la casaera el césped, desde donde brotabandesordenados los árboles del huerto,distantes, todavía sumidos en laobscuridad. Las superficies blancas ycuadradas que asomaban desperdigadaseran los tejados del garaje, el antiguoestablo, las conejeras y los corrales degallinas. A lo lejos solo se divisaban losllanos campos de la granja de losDawson, unas tenues rayas blancas. Elcielo entero era gris, cargado de unanieve que se negaba a caer. En ningúnlado podía verse color alguno.

—Faltan cuatro días para Navidad—dijo Will—. ¡Ojalá nevara de verdad!

—Y mañana es tu cumpleaños.—Hum.

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El muchacho iba a hacer ese mismocomentario, pero no quiso que parecieraque intentaba recordárselo a los demás.Por otro lado, lo que más deseaba en elmundo era un regalo que nadie podíahacerle: nieve. Bella, abundante, unanieve que lo cubriera todo y que, sinembargo, nunca llegaba a tiempo. Almenos ese año no podían decir que nohubieran caído unos copos grisáceos...¡Mejor eso que nada!

—Todavía no he dado de comer alos conejos. ¿Quieres venir? —dijorecordando su obligación.

Enfundados en las botas y lasbufandas los dos hermanos atravesaroncon torpeza la desordenada cocina. Unaorquesta sinfónica al completo atronaba

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desde la radio; Gwen, la hermanamayor, pelaba cebollas cantando, y sumadre se afanaba en el horno, agachaday con la cara encendida.

—¡Los conejos! —dijo nada másverlos— ¡Y traed más heno de la granja!

—¡Ya vamos! —le respondió avoces Will.

La radio emitió un repentino yhorrible crujido de electricidad estáticacuando el muchacho pasó junto a lamesa. Will pegó un salto mientras laseñora Stanton decía con un chillido:

—¡Apagad esa cosainmediatamente!

En el exterior los envolvió unsilencio repentino. Will hundió un cuboen el contenedor de pienso que había en

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el establo, cuyo olor recordaba al de unagranja. En realidad había sido un establoen el pasado, y ahora tan solo era unedificio alargado y bajo con unatechumbre de tejas. Los chicosavanzaron con dificultad entre la finanieve, dejando obscuras huellas en elsuelo helado y duro, hasta que llegaron aunas sólidas madrigueras de maderadispuestas en fila.

Al abrir las portezuelas pararellenar los comederos, Will se detuvo yfrunció el entrecejo. Por lo general, losconejos solían apiñarse soñolientos enlas esquinas, y solo los glotones seacercaban, moviendo el hocico paracomer. Ese día los animales parecíaninquietos y agitados, y correteaban de

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arriba abajo, chocando contra lasparedes de madera de la jaula; huboalguno que incluso se apartóatemorizado de un salto cuando el chicoabrió las puertas. Al ver a su conejofavorito, que se llamaba Chelsea, Willintrodujo el brazo para acariciarlo concariño detrás de las orejas, pero elanimal correteó hasta escapar de él y seencogió en un rincón, con los ojosperfilados en rosa mirando fijamentehacia arriba, petrificados de terror.

—¡Vaya! —exclamó Willconsternado—. ¡Eh, James! Fíjate. ¿Quéle pasa? ¿Y qué les pasa a los demás?

—A mí me parece todo normal.—Bueno, pues a mí no. Todos

saltan. Incluso Chelsea. ¡Eh, ven aquí,

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listo! —ordenó Will en vano.—¡Qué raro! —dijo James sin el

más mínimo interés por lo que sucedía—. Yo diría que te huelen mal lasmanos. Debes de haber tocado algo queno les gusta. Es lo mismo que les sucedea los perros con los anises, pero alrevés.

—Yo no he tocado nada raro. Adecir verdad, acababa de lavarme lasmanos cuando apareciste tú.

—Pues ya lo tienes —afirmó Jamescon rotundidad—.

—Ese es el problema. Jamás tehabían visto con las manos tan limpias.Seguro que se morirán todos de unataque.

—Ja, ja. Muy gracioso. —Will se

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abalanzó sobre él y ambos lucharonentre risas, mientras el cubo vacío sevolcaba y resonaba en el sólido firme.Sin embargo, al echar un vistazo haciaatrás cuando ya se alejaban, el chico vioque los animales seguían moviéndosesin orden ni concierto, y no habíanprobado la comida, sino que loscontemplaban absortos, con esosgrandes ojos extraños y asustados.

—Imagino que debe de volver arondar algún zorro —conjeturó James—. Recuerda que se lo diga a mamá.

Los zorros no podían alcanzar a losconejos, parapetados en sus sólidas yresistentes hileras de jaulas, pero lospollos eran más vulnerables; una familiade zorros se coló en uno de los

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gallineros el invierno anterior y se llevóseis aves bien cebadas al comienzo dela temporada de ventas. La señoraStanton, que confiaba en el dinero queganaba con los pollos cada año parapoder comprar once regalos deNavidad, se puso tan furiosa que sequedó de guardia en el establo dosnoches enteras, pero los malhechores novolvieron. Will pensó que si él fuera unzorro, también habría puesto pies enpolvorosa; su madre podía habersecasado con un joyero, pero lasgeneraciones de granjeros deBuckinghamshire que pesaban sobre susespaldas hacían que nadie se la tomara abroma cuando se le despertaban losinstintos primitivos.

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Tirando de la carretilla, unartilugio casero con una barra que uníalos ejes, los dos hermanos tomaron lacurva del camino de la entradaprincipal, un sendero poblado devegetación, y salieron a la carretera quellevaba a la granja de los Dawson.Apretaron el paso junto al cementerio,con sus enormes y obscuros tejosasomando sobre el muro desmoronado;redujeron la velocidad al llegar albosque de los Grajos en la esquina de laavenida de la Iglesia. El altobosquecillo de castaños de Indias, conel estridente ruido de los graznidos delos grajos y coronado de la porqueríaque desprendía el revoltijo de nidos quelos pájaros habían ido construyendo al

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azar, era uno de sus lugares preferidos.—¡Escucha los grajos! Hay algo

que los molesta.El áspero e irregular coro era

ensordecedor, y cuando Will alzó lamirada hacia las copas de los árboles,vio que las aves revoloteaban,obscureciendo el cielo. Batían sus alassin cesar, aunque sin movimientosbruscos, tan solo se oía esa estrepitosa einextricable multitud de grajosdesplazándose en bandadas.

—¿Hay un búho?—No van persiguiendo nada.

Vamos, Will; pronto obscurecerá.—Por eso es tan raro que los

grajos armen este jaleo. A estas horastodos tendrían que estar recogiéndose

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para pasar la noche.Will volvió a apartar la mirada a

su pesar, pero entonces, con un gestorápido, agarró el brazo de su hermano.Vislumbró un movimiento en la cada vezmás obscura avenida que se abría anteellos. La avenida de la Iglesia discurríaentre el bosque de los Grajos y elcementerio hasta desembocar en ladiminuta iglesia local, para seguir luegohasta el río Támesis.

—¡Eh!—¿Qué sucede?—Hay alguien allí... O al menos

había alguien. Alguien que nos miraba.—¿Y qué? —exclamó James con

un suspiro—. Debe de ser alguien queha salido a dar un paseo.

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—No. —Will entrecerró los ojosnervioso, escudriñando el estrechomargen de la carretera—. Era un hombrede aspecto rarísimo y todo encorvado.Cuando ha visto que lo miraba, hacorrido a ocultarse tras un árbol. Se haescabullido, como un escarabajo.

James empujó la carretilla yremontó la carretera, obligando a Will acorrer para mantenerse a su altura.

—En ese caso, solo será unvagabundo. Ni idea, Will. Hoy todo elmundo parece estar chalado: Barb y losconejos, los grajos también... y ahora tú.¡Todos dándole al pico! Venga, vamos abuscar ese heno. Quiero merendar.

La carretilla iba dando tumbossobre los surcos helados en dirección al

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patio de los Dawson, una gran extensióncuadrada de tierra rodeada de edificiospor tres lados; y entonces notaron el olorfamiliar de la granja. Debían de haberlimpiado el establo de las vacas aqueldía; el viejo George, el ganaderodesdentado, estaba apilando estiércol enel patio. Levantó una mano parasaludarlos. Nada se le escapaba al viejoGeorge; era capaz de ver un halcónlanzándose sobre su presa a más de unkilómetro de distancia. El señor Dawsonsalió de un establo.

—¡Ah! ¿Heno para la granja de losStanton? —Era la broma que siempre lehacía a su madre, a propósito de losconejos y los pollos.

—Sí, por favor —respondió James.

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—¡Marchando! —exclamó el señorDawson. El viejo George habíadesaparecido en el establo—. ¿Va todobien? Decidle a vuestra madre quemañana me guarde diez pollos; y cuatroconejos también. No me mires así, jovenWill. Aunque no vayan a pasar lasmejores Navidades de su vida, gracias aellos los muchachos sí que lasdisfrutarán.

Se quedó observando el cielo, yWill pensó que una mirada extrañapresidía su moreno y arrugado rostro. Enlo alto y recortándose sobre unas nubesgrises y bajas dos grajos negros batíansus alas sin prisa, sobrevolando lagranja en un amplio círculo.

—Hoy los grajos meten una bulla

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espantosa —comentó James—. Will vioa un vagabundo en el bosque.

—¿Cómo era? —preguntó el señorDawson, mirando bruscamente a Will.

—¡Bah! Un hombre bajito y mayor.Se apartó cuando pasamos.

—Vaya, parece que ya ha salido elCaminante —murmuró entre dientes elgranjero—. Bueno... ¡Así son las cosas!

—Hace mal tiempo para pasear —dijo James en tono alegre. Señaló con lacabeza el cielo hacia el norte, porencima del tejado de la granja; las nubesen esa dirección parecían más obscurasy se agrupaban en unos cúmulos grisescon matices amarillentos que nopresagiaban nada bueno. El viento, porsi fuera poco, se levantaba; les revolvía

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el pelo mientras se dejaba oír a lo lejos,oscilando entre las copas de los árboles.

—Viene más nieve —dijo el señorDawson.

—Es un día horroroso —comentóWill de repente, sorprendiéndose de supropia vehemencia; a fin de cuentas, loque él deseaba era que nevara—. Quierodecir que, en cierto modo, esfantasmagórico —concluyó diciendo conuna creciente sensación de inquietud.

—Tendremos una noche muy mala—coincidió el señor Dawson.

—Ahí viene el viejo George con elheno —les interrumpió James—.Vamos, Will.

—Ve tú —recalcó el granjero—.Quiero que Will le lleve a vuestra

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madre algo que hemos hecho en casa.El señor Dawson permaneció

inmóvil mientras James empujaba lacarretilla y se alejaba del establo; teníalas manos enfundadas en los bolsillos desu vieja chaqueta de tweed ycontemplaba cómo se obscurecía elcielo.

—El Caminante ya ha salido —repitió—. Será una noche terrible; ymañana... ¡No lo quiero ni pensar!

Se quedó mirando a Will, y elmuchacho observó con creciente alarmael curtido rostro y los brillantes ojosnegros, apenas unos surcos arrugados detanto mirar a pleno sol, combatiendo lalluvia y el viento. Nunca se había dadocuenta de lo negros que eran los ojos del

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granjero Dawson: muy raros, entretantos ojos claros como había en elcondado.

—Se acerca tu cumpleaños —dijoel señor Dawson.

—Hum —murmuró Will.—Tengo algo para ti.Echó un vistazo rápido al patio y

sacó una mano del bolsillo. Will vio quesostenía lo que parecía ser una especiede adorno de metal negro, un círculoaplanado y cuarteado por dos líneascruzadas. Lo cogió y lo examinó concuriosidad. Era del tamaño de la palmade su mano, y pesaba bastante; supusoque era de hierro forjado, de una facturaburda, aunque sin aristas ni ángulos. Elhierro estaba frío al contacto de la

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mano.—¿Qué es? —preguntó Will.—De momento digamos que es

para guardártelo —observó el señorDawson—. Para guardártelo siempre, yllevarlo siempre contigo. Ponlo en elbolsillo. Venga. Luego pásatelo por elcinturón y lúcelo como una hebilla más.

Will se metió el círculo de hierroen el bolsillo.

—Muchas gracias —dijotembloroso. El señor Dawson, quien porlo general era un hombre amable, teníaun día de perros.

El granjero siguió mirándolo demanera intensa y desconcertante, hastaque el muchacho sintió que la carne se leponía de gallina; luego le sonrió con una

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mueca nada alegre, como expresandouna especie de angustia.

—Guárdalo bien, Will, y cuantomenos hables de esto, mejor. Lonecesitarás cuando llegue la nieve.

—Venga, vamos —dijo de repente—. La señora Dawson tiene un tarro depicadillo para los pasteles de tu madre.

Se encaminaron hacia la granja. Laesposa del granjero no estaba, pero en lapuerta les esperaba Maggie Barnes, lalechera de la granja, con su cararedonda y las mejillas coloradas. Esigual que una manzana, pensaba Will. Lamuchacha les dedicó una amplia sonrisamientras sostenía un gran tarro de lozablanca con una lazada roja.

—Gracias, Maggie —dijo el señor

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Dawson. —La señora dijo que igualusted querría dárselo al joven Will —explicó Maggie—. Ha bajado al puebloa ver al vicario por algún asunto. ¿Quétal está tu hermano mayor, Will?

Siempre decía lo mismo cuando loveía; se refería a Max, el hermano quehabía nacido unos años antes que él. Lafamilia Stanton se lo tomaba a broma ydecía que Maggie bebía los vientos porMax.

—Muy bien, gracias —respondiócon educación Will—. Se ha dejadocrecer el pelo y parece una chica.

—¡Venga ya! —dijo Maggie con ungritito de alegría. Soltó una risitanerviosa y le dijo adiós con la mano. Enel ultimo minuto Will se dio cuenta de

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que su mirada se posaba en algo quetenía detrás. Al darse la vuelta, por elrabillo del ojo le pareció ver una señalde movimiento cerca de la verja delpatio, como si alguien se agachara paraquedar fuera del campo visual. Sinembargo, cuando miró, no vio a nadie.

Con el gran tarro de picadilloencajado entre dos balas de heno, Will yJames empujaban la carretilla por elpatio. El granjero seguía detrás, en elumbral; Will podía sentir sus ojosobservándolos. Miró intranquilo hacialas imponentes nubes, que ibanaumentando de tamaño, y casi sin quererdeslizó una mano en el bolsillo paratocar el extraño círculo de hierro.«Cuando llegue la nieve.» Parecía que

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el cielo iba a desplomarse sobre suscabezas, y Will se preguntó conextrañeza qué estaba pasando.

Uno de los perros de la granja seacercó, dando saltos y moviendo la cola;pero se detuvo en seco unos metrosantes y se quedó mirándolos.

—¡Eh! ¡Corredor! —lo llamó Will.El perro bajó el rabo y gruñó,

enseñándoles los dientes. —James! —exclamó Will. —No te hará nada. ¿Quéte pasa? Siguieron avanzando y giraronhacia la carretera. —A mí no me pasanada —dijo Will, empezando a sentirseasustado de verdad—. Es solo que hayalgo raro... Algo terrible. Corredor,Chelsea... Todos los animales me tienenmiedo.

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El ruido procedente de la bandadade grajos era más intenso, aun cuando laluz diurna empezaba a menguar. Podíanver los negros pájaros atronando con sucanto desde las copas de los árboles,más agitados si cabe, batiendo las alas ydando vueltas sobre sí mismos. Willtenía razón: había un extraño en laavenida, de pie, junto al cementerio.

Era un personaje desgarbado,andrajoso; parecía más un montón deharapos que un hombre. Al verlo defrente, los muchachos disminuyeron lamarcha y de manera instintiva seacercaron el uno al otro, protegiéndosetras la carretilla. El vagabundo volviósu greñuda cabeza para mirarlos.

De repente, en una terrible visión

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borrosa e irreal, un caballo con unrelincho convulso, se precipitó siniestrodesde el cielo, y dos enormes grajos selanzaron contra el hombre. El vagabundose tambaleó hacia atrás, gritando yprotegiéndose el rostro con las manos;los pájaros batieron sus enormes alas enun negro y maligno torbellino y semarcharon, arremetiendo contra loschicos y desapareciendo luego en elfirmamento.

Will y James se quedaronpetrificados mientras contemplaban laescena, parapetados contra las balas deheno.

El desconocido se agachó tras laverja.

Kaaaaaaak... Kaaaaak... Un barullo

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ensordecedor surgía de la frenéticabandada del bosque, y entonces otrastres formas negras se abalanzaron encírculo tras las dos anteriores, bajandocomo locas hacia el hombre pararemontar luego el vuelo. En esa ocasiónel vagabundo gritó aterrorizado y salió ala carretera dando tumbos,protegiéndose la cabeza todavía con losbrazos y ocultando el rostro sin dejar decorrer. Los muchachos oyeron susjadeos de terror cuando el hombre pasójunto a ellos y siguió avanzando por lacarretera hasta llegar a las cercas de lagranja de los Dawson, en dirección alpueblo. Vieron su pelo grasiento y grisasomando bajo una vieja gorra sucia.Llevaba un abrigo marrón y hecho

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jirones que recogía con una cuerda yotra prenda suelta por encima, y calzabaunas viejas botas, con una de las suelastan desenganchada que lo hacía cojearhacia un lado de manera aparatosa y loobligaba a correr dando saltos. Sinembargo, no pudieron verle el rostro.

El torbellino que se sucedía en loalto de sus cabezas iba disminuyendo yel vuelo de las aves se hacía más lento yoblicuo. Los grajos empezaron a posarseen los árboles uno a uno. Seguíangritándose entre sí con gran algarabía,en una prolongada confusión degraznidos, pero desprovistos ahora de lalocura y la violencia anteriores.Aturdido y moviendo la cabeza por vezprimera, Will notó que algo le rozaba la

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mejilla, y, poniéndose una mano en elhombro, descubrió una larga plumanegra. La embutió como pudo en elbolsillo de su chaqueta, conmovimientos lentos, como alguien queno está del todo despierto.

Los dos hermanos siguieroncaminando, empujando a la vez lacarretilla cargada en dirección a la casa,y los graznidos cesaron a sus espaldaspara convertirse en un murmullo queinfundía respeto, como el Támesiscuando está crecido en primavera.

James fue el primero en hablar:—Los grajos no actúan así. No

atacan a la gente, ni descienden tantocuando no hay espacio suficiente. Nohacen nada de todo esto. —No. Es

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cierto.Will seguía moviéndose como en

sueños, indiferente, sin ser plenamenteconsciente de nada, salvo de una curiosay vaga sospecha que iba anidando en sumente. En medio de todo ese estruendo yfrenesí, lo había asaltado una repentina yextraña sensación, de una intensidaddesconocida; fue consciente de quealguien intentaba decirle algo, algo queno había comprendido porque laspalabras le resultaban ininteligibles... yademás tampoco se trataba de palabrasexactamente. Había notado como unaespecie de grito silencioso, pero nohabía sido capaz de interpretar elmensaje, porque no sabía cómo.

—Ha sido como no tener la radio

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bien sintonizada —dijo en voz alta.—¿Qué? —se sorprendió James,

pero en realidad no estaba escuchando—. ¡Qué cosa más rara! Supongo que elvagabundo debía de estar intentandocazar un grajo, y los animales se hanpuesto hechos una furia. Te apuesto loque quieras a que ahora irá a fisgonearpara hacerse con alguna gallina o algúnconejo. Es extraño que no tuviera unarma. Mejor dile a mamá que deje losperros en el establo esta noche.

Siguió charlando con cordialidadhasta que llegaron a casa y descargaronel heno. Will fue notando con sorpresaque a James la conmoción que les habíacausado el salvaje y brutal ataque se leescurría de la mente, como el agua que

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fluye, y que en cuestión de minutos, suhermano ni siquiera recordaba lo quehabía sucedido.

Algo había borrado de la memoriade James el incidente de aquel día. Degolpe. Algo que deseaba que ese secretose guardara. Algo o alguien que estabaseguro de que eso mismo también leimpediría a Will contarlo.

—Toma. Coge el picadillo demamá —dijo James—. Entremos o noscongelaremos. El viento sopla conmucha fuerza; no sería mala idea que nosdiéramos prisa. —Sí.

Will sentía frío, pero no era acausa del viento que se levantaba. Susdedos se aferraron al círculo de hierroque llevaba en el bolsillo y lo sostuvo

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con firmeza. El hierro estaba caliente...El grisáceo panorama se hallaba

sumido en sombras cuando regresaron ala cocina. Tras la ventana la pequeña ydesvencijada camioneta de su padrequedaba enmarcada por un amarillentohaz de luz. En la cocina hacía más ruidoy calor que antes. Gwen estaba poniendola mesa, abriéndose paso con pacienciaentre un trío de figuras arrodilladas: elseñor Stanton y los gemelos, Robín yPaul, observando con atención unadiminuta y desconocida pieza demaquinaria. La radio, al alcance de lavoluminosa figura de Mary emitíamúsica pop a toda pastilla. Al acercarseWill, el aparato lanzó de nuevo unquejido agudísimo, y todos se

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exclamaron e hicieron muecas dedisgusto.

—¡Apaga ya eso! —gritó condesesperación la señora Stanton desdeel fregadero. No obstante, aunque Marycon un mohín apagó la música chirriantey enlatada, los decibelios apenasvariaron. De hecho, cuando estaban casitodos en casa, siempre era igual.Sentados a la mesa, una mesa de maderamuy limpia, las voces y las risas de losStanton resonaban en la amplia cocinacon el suelo de gres; los dos pastoresescoceses, Raq y Ci, dormitabanrecostados junto al fuego en el otroextremo de la habitación. Will semantuvo alejado de ellos; no habríapodido soportar que sus propios perros

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le gruñeran. Merendó en silencio ymantuvo el plato y la boca llenos desalchichas para evitar tener que hablar(una merienda que tomaba ese nombre sila señora Stanton lograba prepararlaantes de las cinco, o bien la llamabancena si era más tarde, aunque siempre setrataba de la misma comida, rica yalimenticia). Nadie notaría que semantenía al margen de la alegre charlade los Stanton, sobre todo tratándose delmiembro más joven de la familia.

—¿Qué querrás para el té demañana, Will? —preguntó su madre,haciéndole un gesto con la mano desdeel otro lado de la mesa.

—Hígado y beicon, por favor —dijo vagamente.

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James no ocultó su enfado.—¡Cállate! —le recriminó

Barbara, con los aires de superioridadque da el hecho de tener dieciséis años—. Es su cumpleaños y puede elegir.

—¡Pero hígado precisamente...! —protestó James.

—Pues te aguantas —medió Robin—. El día de tu cumpleaños, si norecuerdo mal, todos tuvimos que comeresa asquerosa coliflor gratulada conqueso.

—La hice yo —dijo Gwen—, y noera asquerosa.

—No te lo tomes a mal —seexplicó Robin en son de paz— Es queno soporto la coliflor. En fin, ya sabeslo que quiero decir.

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—Sí, claro. Lo que no sé es siJames lo sabe también.

Robin, un muchacho alto y con vozgrave, era el más musculoso de losgemelos y valía más no andarse conbromas con él.

—Vale, vale —se apresuró a decirJames.

—Mañana dos unos, Will —dijo elseñor Stanton desde la cabecera de lamesa—. Deberíamos celebrar algunaceremonia especial. Un rito tribal —especificó, sonriendo a su hijo menor; yesbozó una mueca de afecto quetransformó su rostro redondo ymofletudo.

—Cuando yo cumplí once años, mepegasteis y me mandasteis a la cama —

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dijo Mary, desdeñosa.—¡Cielo santo! —exclamó su

madre—. Es curioso que te acuerdes deeso, ¡y vaya manera de describirlo! Adecir verdad, te llevaste una buenatunda, y muy merecida, por lo que yorecuerdo.

—Era mi cumpleaños —protestóMary, sacudiendo su cola de caballo—,y eso no lo olvidaré jamás.

—Espera y verás —replicó Robincon sentido del humor— Tres años no esmucho que digamos.

—Además, tú eras una niña deonce años muy pequeña postuló laseñora Stanton, masticando mientrasreflexionaba.

—¡Ah! ¡Mira qué bien! —exclamó

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Mary—. Seguro que Will no lo es,claro.

Durante unos instantes todosmiraron a Will. El chico parpadeóalarmado ante el círculo de rostros quelo contemplaban y, enterrando los ojosen el plato, frunció el ceño hasta que tansolo quedó visible una espesa cortina depelo castaño. Le resultaba insoportableque lo mirara tanta gente o, en cualquiercaso, más gente de la que uno podíacontrolar. Era casi como si lo atacaran,y de repente tuvo la certeza de que podíaser peligroso que tantas personaspensaran en él, todas a la vez, como sialgún enemigo pudiera oírlos... —Willes un chico de once años bastante mayor—Gwen dijo finalmente.

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—Es casi intemporal —dijo Robin.Ambos adoptaron un tono de vozsolemne e indiferente, como siestuvieran hablando de algún extrañoque se encontrara en otro lugar. —Dejémoslo ya —dijo Paul de improviso.Era el gemelo más callado, y el genio dela familia también, e incluso quizá unauténtico genio: tocaba la flauta yapenas le importaba gran cosa más—.¿Vendrá alguien mañana a merendar,Will?

—No. Angus Macdonald se ha idoa Escocia a pasar las Navidades, y Mikese ha quedado con su abuela en Southall.Me da igual.

Se oyó un estrépito repentino, y porla puerta trasera entró una bocanada de

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aire helado. El ruido de unas botasgolpeteando el suelo precedió losaspavientos frioleros de un muchacho enel pasillo. Max asomó la cabeza. Sulargo pelo estaba mojado y tachonado deestrellitas blancas.

—Lo siento, mamá. Llego tarde. Hetenido que venir caminando desde loscampos de las afueras. ¡Uau! Tendríasque ver la que está cayendo: es comouna tormenta de nieve.

Se fijó en las miradas atónitas delos presentes y esbozó una sonrisairónica:

—¿No sabéis que está nevando?Olvidándose de todo por unos

instantes, Will lanzó un grito de alegríay junto a James se abrió paso hacia la

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puerta.—Nieve de verdad? ¿Gruesa?—Yo diría que sí —dijo Max,

salpicándoles de gotas al zafarse de labufanda. Era el hermano mayor, sincontar a Stephen, quien llevaba años enla Marina y raras veces venía a casa—.Mirad.

La puerta chirrió al abrirla, y lasráfagas del viento volvieron a penetraren la casa. Al mirar fuera, Will vio unaneblina blanca y brillante entre la que sedistinguían gruesos copos de nieve. Losárboles y los arbustos se habían vueltoinvisibles bajo la nevada que searremolinaba en el paisaje. Desde lacocina se oyó un coro de protestas:

—¡Cerrad la puerta!

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—Ahí tienes tu ceremonia, Will —comentó su padre—. Justo a tiempo.

Bastante más tarde, al irse a lacama, Will abrió la cortina deldormitorio y apretó la nariz contra elfrío cristal de la ventana. La nieve, másdensa que antes, caía con ingravidez. Enel alféizar de la ventana ya había más decinco centímetros, y casi podía ver subirel nivel, porque el viento la ibaempujando hacia la casa. Soplabaracheado, gimiendo en el techo, sobresus cabezas, y aullando en todas laschimeneas. Will dormía en unabuhardilla de tejado inclinado que habíaen lo alto de la antigua casa. Se habíatrasladado allí hacía solo unos meses,cuando Stephen, que siempre había

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ocupado el dormitorio, regresó a subuque tras un permiso. Hasta entoncesWill compartía la habitación con James:de hecho, todos los miembros de lafamilia compartían sus dormitorios. «Esque en mi buhardilla ha de haber alguienque sepa disfrutarla», había dicho suhermano, a sabiendas de que a Will leencantaba el lugar.

En una estantería situada en una delas esquinas del dormitorio había unretrato del teniente de la Marina RealStephen Stanton, un tanto incómodovestido de uniforme, y junto a él, unacaja tallada en madera con un dragón enla tapa que contenía las cartas que eljoven enviaba de vez en cuando a Willdesde los lugares más impensables y

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remotos del mundo. Ambos objetosconstituían su relicario particular.

La nieve embestía la ventana arachas, y sonaba como unos dedosrozando el cristal. Will volvió a oír ellamento del viento en el tejado, peroahora mucho más fuerte; se estabaformando una auténtica tormenta. Pensóen el vagabundo, y se preguntó dónde sehabría refugiado. «El Caminante ya hasalido... Tendremos una noche muymala...» Cogió su chaqueta y sacó deella el extraño adorno de hierro,resiguiendo el círculo con los dedos ydeteniéndose en la cruz interior que lopartía. La superficie era irregular, yaunque no parecía estar pulida, eraabsolutamente suave; de una suavidad

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que le hizo pensar en un rincón muyconcreto del poroso suelo de gres de lacocina, gastado en la esquina de entradapor el trasiego de muchísimasgeneraciones. Era una clase de hierrorarísima: un metal intenso,absolutamente negro, sin brillo alguno,aunque desprovisto de manchas,decoloraciones o señales de óxido.Ahora volvía a estar frío al tacto; tanfrío que Will se sorprendió de loheladas que se le quedaron las puntas delos dedos. Soltó el signo en el acto.Sacó el cinturón de sus pantalones, quecomo siempre colgaban sin orden niconcierto sobre el respaldo de una silla,asió el círculo y lo pasó por él como sifuera una hebilla más, tal y como el

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señor Dawson le había dicho. El vientodejaba oír su canción en el cristal de laventana. Will volvió meter el cinturónen los pantalones y los tiró sobre lasilla.

Sin previo aviso, le invadió elterror cuando se dirigía a la cama. Tuvoque detenerse en seco, y se quedóparalizado en medio de la habitación,con el aullido del viento exterior metidoen los oídos. La nieve azotaba laventana. De repente Will se quedóabsolutamente clavado en el suelo, y unhormigueo le recorría el cuerpo. Estabatan asustado que no podía mover ni unsolo dedo. Como un destello de lamemoria, vio de nuevo el cieloencapotado sobre el bosquecillo

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obscurecido por los grajos, unas avesnegras y enormes revoloteando encírculo sobre sus cabezas. Luegodesapareció la visión, y solo percibió elrostro aterrorizado del vagabundo y susgritos mientras corría. Durante unosinstantes una terrible obscuridad seapoderó de su mente, y tuvo la sensaciónde estar abocado a un profundo pozonegro. El agudo quejido del viento cesó,y el muchacho se liberó de la opresión.

Will seguía temblando mientrascontemplaba despavorido el dormitorio.No había nada anormal. Todo estabacomo siempre. Pensó que el problemaera mental. Podría controlar la situaciónsi tan solo dejaba de pensar y se iba adormir. Se quitó la bata, subió a la cama

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y se quedó echado, mirando la claraboyaque se abría en el techo abuhardillado.Era gris, de tanta nieve como la cubría.

Apagó la lamparilla de la mesita yla noche envolvió la estancia. Noentraba ni un solo resquicio de luz,incluso cuando los ojos ya se le habíanacostumbrado a la obscuridad. Es horade dormir. Venga, a dormir, se dijo a símismo. Sin embargo, a pesar devolverse de lado, subirse las mantashasta la barbilla y acostarse en posiciónrelajada, saboreando el hecho de quecuando se despertara sería sucumpleaños, el sueño no llegaba. Algono funcionaba. Sucedía alguna cosaextraña.

Will se removía inquieto entre las

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sábanas. Jamás se había sentido así; yesa sensación desconocida empeorabapor momentos. Era como si un pesoinsoportable le oprimiera el cerebro,amenazante, e intentara apoderarse deél, convertirlo en algo que él nodeseaba. Eso es, pensó, convertirme enalgo distinto... ¡Qué estupidez! ¿Quiéniba a querer algo así?, ¿y paraconvertirme en qué? Oyó crujir algo através de la puerta entreabierta y dio unsalto. Luego volvió a oírlo ycomprendió lo que era: un tablón demadera del suelo que por las nochessolía conversar en soledad, con unmurmullo tan familiar que, por logeneral, Will ni siquiera lo notaba. Aunsin quererlo, sin embargo, el chico

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seguía escuchando. A lo lejos se oyóotro crujido distinto, en la otrabuhardilla, y el muchacho se estremecióde nuevo, moviéndose con tantabrusquedad que la manta le raspó labarbilla. Solo estás nervioso, se decía así mismo. Recuerdas lo que ha ocurridoesta tarde, aunque en realidad no haymucho que recordar. Intentó pensar en elvagabundo como si careciera deimportancia, como si solo fuera unhombre normal y corriente vestido conun abrigo sucio y unas botas gastadas; encambio, lo único que revivía era lamaligna embestida de los grajos. «ElCaminante ya ha salido...» Oyó otrorestallido extraño, en esa ocasiónencima de su cabeza, en el techo, y el

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viento se arremolinó de repente,profiriendo agudos lamentos. Will seirguió de súbito en la cama y tanteó enbusca de la lamparilla, presa del pánico.

La habitación se convirtió derepente en una acogedora guaridailuminada por una luz amarillenta, yWill volvió a echarse avergonzado,sintiéndose un estúpido. ¡Mira queasustarse de la obscuridad!, pensó. ¡Quéhorror! ¡Igual que un niño pequeño!Stephen jamás habría tenido miedo de laobscuridad aquí arriba. Veamos, lalibrería y la mesa siguen ahí, igual quelas dos sillas y el asiento que hay al piede la ventana, ¡mira!, ahí está el móvil,con sus cuatro pequeños buques conaparejo de cruz colgando del techo y sus

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sombras surcando la pared. Todo esnormal. Duérmete.

Volvió a apagar la luz. Justoentonces las cosas empeoraron. El terrorle asaltó por tercera vez, como un grananimal agazapado que esperara elmomento propicio del ataque. Willseguía echado, muerto de miedo,temblando. Notaba su temblor y, sinembargo, era incapaz de moverse. Creyóque debía de estar volviéndose loco.Fuera el viento aullaba, se detenía yvolvía a arremeter con un lamentorepentino; y un sonido sordo, como unosgolpes sofocados que arañaran laclaraboya del techo de su dormitorio,empezó a ser audible. Con un terribleespasmo de violencia el horror se

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apoderó de él y la realidad tomó formade pesadilla; entonces se oyó unestrépito, como si algo se desgoznara, yel quejido del viento se hizo entoncesmucho más intenso y cercano, mientrasel frío entraba como una violentaexplosión. La sensación de horror secernió sobre él con una intensidadsobrecogedora.

Will gritó, pero solo se dio cuentamás tarde: estaba demasiado sumido enel horror como para oír el sonido de supropia voz. Durante un momento atroz,tétrico como el mismo infierno, casiperdió la conciencia, perdido en otromundo, un mundo exterior engullido porun espacio negro. Luego se oyeron unospasos apresurados que subían las

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escaleras, al otro lado de la puerta, unavoz preocupada que lo llamaba y labendita luz caldeando la habitación ydevolviéndolo a la vida otra vez.

—¿Will? ¿Qué ocurre? ¿Estásbien? —preguntaba Paul.

Will abrió los ojos lentamente.Descubrió que estaba agarrotado yencogido sobre sí mismo, como unapelota, con las rodillas apretadas contrala barbilla. Vio a Paul de pie junto a él,parpadeando con ansiedad tras las gafasde montura obscura. Will asintió sinpoder hablar. Paul volvió la cabeza yWill siguió su mirada: vio que laclaraboya del techo colgaba abierta depar en par, balanceándose todavía por lafuerza de la caída. La noche vacía

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asomaba por el boquete negro del techo,y el viento se colaba, trayendo consigoel frío glacial de pleno invierno. En lamoqueta, justo debajo de la claraboya,había un montículo de nieve.

Paul escudriñaba el borde delmarco de la claraboya.

—El cierre se ha roto; me imaginoque por el peso de la nieve. Debía deestar ya muy viejo, de todos modos. Elmetal está todo oxidado. Iré a por unalambre y lo arreglaré por esta noche.¿Te ha despertado? ¡Dios! ¡Quéimpresión tan espantosa! Si llego a seryo quien se despierta así, me habríasencontrado metido debajo de la cama.

Will le miró con una gratitudsilenciosa, y trató de esbozar una

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sonrisa húmeda. Las palabras que Paulpronunciaba con su voz suave yprofunda lo iban devolviendo a larealidad. Se sentó en la cama y retiró lasfrazadas.

—Papá debe de tener alambre entrelos trastos de la otra buhardilla —dijoPaul—. Saquemos primero la nieveantes de que se derrita. Mira, siguecayendo. Apuesto lo que sea a que nohay muchas casas donde se vea nevarsobre la moqueta.

Tenía razón: los copos de nieve searremolinaban al pasar por el agujeronegro del techo y se esparcían por todaspartes. La recogieron como pudieron,formando una bola deforme quedepositaron sobre una revista vieja, y

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Will se escabulló por la escalera para ira tirarla al baño. Paul se sirvió delalambre para atar la claraboya al cierre.

—Ya está-dijo al punto Paul, yaunque no estaba mirando a Will, losdos muchachos se comprendieronenseguida. — Te diré lo que vamos ahacer, Will: aquí arriba hace un frío quepela, ¿por qué no bajas a nuestro cuartoy duermes en mi cama? Ya te despertarécuando vuelva; o también podría dormiraquí arriba, si tú eres capaz desobrevivir a los ronquidos de Robin.¿De acuerdo?

—De acuerdo —contestó Will convoz ronca—. Gracias.

Recogió la ropa que teníaesparcida (con el cinturón y su nuevo

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adorno) y se la metió bajo el brazo. Alllegar a la puerta se detuvo y giró sobresus talones. No quedaba rastro alguno delo sucedido, salvo una marca obscura yhúmeda en la moqueta, allí donde sehabía apilado la nieve. Sin embargo,sintió un frío mayor que el del aire quehabía entrado, y una angustiosa y vacuasensación de miedo seguía oprimiéndoleel pecho. Si tan solo se hubiera tratadode miedo a la obscuridad, por nada delmundo habría bajado a refugiarse en eldormitorio de Paul. No obstante, talcomo estaban las cosas, sabía que nopodía quedarse solo en esa habitaciónque le pertenecía; porque cuandoestaban recogiendo el montón de nieve,había visto algo que Paul no advirtió.

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Era imposible que bajo una tormenta denieve huracanada un ser vivo hubierahecho ese inconfundible y leve ruidosordo contra el cristal que había oídojusto antes de que se derrumbara laclaraboya. Sin embargo, enterrada entrela nieve, había descubierto una pluma degrajo, negra y reciente.

Volvió a oír la voz del granjero:«Será una noche terrible; y mañana...¡No lo quiero ni pensar!»

El día del solsticio de invierno

Lo despertó la música. Con una

señal, cadenciosa e insistente. Era una

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música delicada, y la tocaban unosinstrumentos que no supo identificar, conuna frase que se desarrollaba en unasucesión de dulces campanas,entrelazándose como deliciosos hilos deoro en la composición. Esa músicareflejaba tan bien el genuino encanto detodos sus sueños y deseos que sedespertó sonriendo de pura felicidad. Enel mismo instante del despertar la tonadaempezó a desaparecer, llamándolemientras se desvanecía, y luego, al abrirel muchacho los ojos, ya había cesado.Solo le quedó el recuerdo de esa frasesucesiva, que siguió resonando en sucabeza hasta desaparecer tan rápido queel chico se irguió bruscamente en lacama y extendió el brazo al aire, como

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si con ello pudiera hacerla regresar.En la habitación reinaba el más

profundo silencio, y no se oía músicaalguna; sin embargo, Will sabía que nose trataba de un sueño. Seguía en eldormitorio de los gemelos, y podía oírla respiración de Robin, lenta yprofunda, procedente de la otra cama.Una luz glacial asomaba entre lascortinas, pero nadie se movía en la casa;era muy temprano. Will cogió susarrugadas ropas del día anterior y sedeslizó fuera de la habitación. Atravesóel pasillo en dirección al ventanal ymiró hacia abajo.

Con el primer resplandor vio eseextraño mundo que tan familiar le erateñido de un luminoso blanco; los

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tejados de los edificios adyacentes sehabían convertido en unas torres denieve cuadradas, y a lo lejos todos loscampos y setos aparecían enterrados,fundidos en una enorme y llanaextensión, de una blancura uniforme quese confundía con el horizonte. Willsuspiró profundamente, embargado porla felicidad y disfrutando el momento ensilencio. Entonces, apenas insinuándose,volvió a oír la música, la misma frase.Dio varias vueltas en vano, buscándolaen el aire, intentando verla como vemosuna luz titilante.

—¿Dónde estás?Había vuelto a desaparecer.

Cuando miró de nuevo por la ventana,vio que su mundo se había desvanecido

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con ella. En ese segundo todo habíacambiado. La nieve seguía allí comoantes, pero no se amontonaba sobre lostejados ni extendía su manto sobre elcésped y los campos. No había tejadoalguno, y tampoco campos. Solo habíaárboles. Will contemplaba un enormebosque blanco: un bosque de árbolesimpresionantes, sólidos como torres yantiguos como las rocas. Las hojas leshabían caído, y solo los cubría la densanieve que yacía virgen en cada una delas ramas, en cada uno de los brotes másdiminutos. Había árboles por todoslados. Estaban tan cerca de la casa queel muchacho tenía que mirar el paisaje através de las ramas superiores del árbolmás cercano, y habría podido sacar el

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brazo y sacudirlas si se hubiera atrevidoa abrir la ventana. A su alrededor losárboles se extendían hasta confundirsecon la línea del horizonte que marcabael fin del valle. La única interrupciónque había en ese blanco mundo de ramasera el Támesis, que discurría a lo lejos,hacia el sur. Podía ver el meandro quecreaba el río, marcado como una únicaola tranquila en este blanco océano deárboles. Por la forma trazada el curso delas aguas parecía más ancho de lonormal.

Will observaba el panorama sincansarse, y cuando al fin se movió,advirtió que estaba agarrando el suavecírculo de hierro que se había metido enel cinturón. El hierro estaba templado al

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tacto. Regresó al dormitorio.—¡Robín! —dijo en voz alta—.

¡Despierta!Robín, sin embargo, seguía

respirando con el mismo ritmo lento deantes y no se movió. Se precipitó en eldormitorio de al lado, ese pequeñocuarto tan familiar que antes habíacompartido con James, y cogiéndolo porel hombro, sacudió a su hermano sincontemplaciones. A pesar de lassacudidas, James yacía inmóvil,profundamente dormido. Will salió alpasillo otra vez y llenándose de aire lospulmones, gritó con todas sus fuerzas:

—¡Despertad! ¡Despertad todos!No confiaba en recibir una

respuesta, y efectivamente nadie le

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respondió. El silencio era total, tanprofundo e intemporal como la nieveque todo lo cubría con su manto; la casay sus habitantes se hallaban sumidos enun sueño inquebrantable.

Will descendió por las escaleraspara calzarse las botas y ponerse lavieja pelliza de piel de oveja que habíapertenecido a dos o tres de sus hermanosantes de ser suya. Salió por la puertatrasera, la cerró con cuidado y observóel panorama a través del rápido yblanquecino vapor de su respiración.

Ante sus ojos se desplegaba unextraño mundo níveo, paralizado por elsilencio. No cantaba pájaro alguno. Eljardín ya no se encontraba allí, en eseterreno boscoso. Tampoco se veían los

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edificios adyacentes, ni los viejos murosdesmoronados. Solo había un estrechocalvero alrededor de la casa, separadodel punto donde empezaban los árbolespor montículos de nieve acumuladadurante la ventisca, y un estrechosendero que se alejaba de ella. Willempezó a caminar bajo el blanco túneldel sendero, despacio, levantandomucho los pies para que la nieve no leentrara en las botas. Tan pronto como sealejó de la casa, se sintióextremadamente solo, y se obligó acontinuar sin mirar atrás, porque sabíaque al hacerlo, descubriría que la casahabía desaparecido.

Aceptaba las cosas tal como ibanviniendo, sin cuestionárselas ni pensar

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en nada, como si se moviera en unsueño. No obstante, en lo más profundode su interior sabía que no estabasoñando. Era obvio que estabadespierto, y que era un día señalado, unsolsticio de invierno que lo había estadoesperando desde el momento en quenació, e incluso, si tenía que hacer casode su voz interior, desde hacía muchossiglos. «Mañana... ¡No lo quiero nipensar!» Will salió del senderoabovedado en blanco a la carretera,pavimentada por una suave nieve yflanqueada a ambos lados por inmensosárboles. Levantó la vista al cielo y através de los árboles vio un único grajonegro revoloteando lento a lo lejos, enel cielo matutino.

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Torció hacia la derecha y seencaminó por el estrecho sendero que ensus tiempos se llamaba Camino deHuntercombe. Era el camino que habíatomado con James cuando se dirigían ala granja de los Dawson, la carreteraque atravesaba casi todos los días de suvida, pero su aspecto era muy diferente.Ahora era tan solo un caminito querecorría el bosque, y unos enormesárboles casi aplastados por la nieve seerguían a ambos lados como si de unparapeto se tratase. Will se movía conenergía y cautela en el silencio, hastaque de pronto oyó un débil ruido delantede él.

Se quedó quieto. Volvió a oír unsonido, ahogado por los árboles: unos

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golpecitos desafinados y rítmicos, comoun martillo golpeando el metal. Eranbreves e irregulares, como si alguienestuviera clavando clavos. A medidaque escuchaba el mundo que lo envolvíapareció iluminarse un poco; los bosquesno aparentaban ser tan densos, la nievebrillaba, y cuando miró hacia arriba, eltrozo de cielo que cubría el Camino deHuntercombe era de un color azul claro.Se dio cuenta de que el sol había salidofinalmente del sombrío banco de nubesgrises.

Avanzó con dificultad siguiendo elmartilleo y no tardó en llegar a un claro.No existía el pueblo de Huntercombe,solo lo que tenía ante sus ojos. Recuperótodos los sentidos de golpe al percibir

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una lluvia de sonidos, visiones y oloresinesperados. Vio dos o tres edificios depiedra bajos, con el tejado cubierto poruna densa capa de nieve; el humoprocedente de una hoguera se elevabaazul, y también pudo sentir el olor de lamadera quemada, así como el aromavoluptuoso de pan recién hecho, y se lehizo la boca agua. Advirtió que laedificación más cercana era unaconstrucción de tres paredes, abierta alsendero, y un fuego amarillentoalimentaba sus llamas en el interior,como un sol cautivo. Una abundantelluvia de chispas escapaba de un yunquedonde un hombre daba golpes demartillo. Junto a él había un estilizadocaballo negro, un animal precioso y

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deslumbrante; Will jamás había visto uncaballo de ese espléndido color, uncolor negro como la noche, sin ningunaclase de marcas blancas en el cuerpo.

El caballo levantó la testuz y lomiró de frente, pateó el suelo y dio unleve relincho. La voz del herrero resonócomo una protesta, y otro personajesalió de las sombras, justo deas elcaballo. A Will se le aceleró larespiración cuando lo vió, y sintió unvacío en el estómago sin saber por qué.

El hombre era alto y llevaba unacapa obscura que le caía recta en formade túnica; el pelo, que le cubría la nuca,brillaba con un curioso matiz rojizo. Diounas palmadas en el pescuezo del animaly le murmuró algo al oído; entonces

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pareció notar la causa de su inquietud,se volvió y vio a Will. Dejó caer losbrazos, dio un paso adelante ypermaneció quieto, esperando.

La nieve y el cielo perdieron subrillo, y la mañana fue obscureciéndosea medida que una nueva capa del lejanobanco de nubes engullía el sol.

Will cruzó por el sendero,apartando la nieve y con las manosenfundadas en los bolsillos. No miraba ala alta figura vestida con capa que teníadelante, sino que clavó sus ojos condecisión en el otro hombre, de nuevoagachado sobre el yunque. Se dio cuentade que lo conocía; era uno de loshombres de la granja de los Dawson:John Smith, el hijo del viejo George.

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—Buenos días, John —dijo.Un hombre de espaldas anchas y

ataviado con un delantal de cuerolevantó la vista y frunció un poco elceño; luego lo saludó con un gesto de lacabeza.

—¡Eh, Will! Hoy has salido decasa muy temprano.

—Es mi cumpleaños —dijo Will.—Un cumpleaños en pleno

solsticio de invierno —apostilló eldesconocido de la capa—. Muyprometedor, sin duda; y ahora cumpliráslos once.

Era una afirmación, no unapregunta. A Will no le quedó másremedio que mirarle a los ojos: unosintensos ojos azules enmarcados por un

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cabello de un castaño rojizo. El hombrehablaba con un curioso acento que noera del sudeste.

—Es cierto —dijo Will.Una mujer salió de una de las

casitas de al lado, llevando consigo uncesto de barritas de pan y ese olor abollo recién hecho que tanto habíaseducido a Will. El chico olió el aromay el estómago se encargó de recordarleque no había desayunado. El pelirrojosacó una barra, la partió en dos y letendió una de las mitades.

—Toma. Tienes hambre. Rompe tuayuno de cumpleaños conmigo, jovenWill.

El caballero mordió la otra mitadde la barra y Will percibió el tierno

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crujido de la costra como una invitación.Sin embargo, en el momento en que esteúltimo tendía el brazo el herrero sacódel fuego una herradura caliente y laclavó un poco en el casco que teníaapretado entre las rodillas. Sedesprendió un repentino humo y uncierto olor a quemado, y eso anuló elaroma del pan recién hecho; luego elherrero volvió a meter la herradura en elfuego mientras miraba detenidamente elcasco del caballo. El negro animalaguantaba paciente e inmóvil, pero Willdio un paso atrás y bajó el brazo.

—No, gracias —dijo.El hombre se encogió de hombros,

cogiendo con avidez un trozo de pan, yla mujer, cuyo rostro quedaba invisible

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tras el chal que le cubría la cabeza, sealejó con el cesto. John Smith sacó laherradura del fuego echando chispas y laahogó en un cubo de agua, provocandouna nube de vapor. Venga, date prisa —se quejaba el jinete irritado, mirandohacia lo alto—. El día se levanta.¿Cuánto vas a tardar?

—Con esta herradura no hay quedarse prisa —respondió el herrero, peroya estaba claveteándola en su lugar conunos golpes seguros y rápidos—. ¡Yaestá! —dijo finalmente, recortando elcasco con un cuchillo.

El pelirrojo hizo dar una vuelta alcaballo, tensó las riendas y montó en lasilla con la rapidez de un gato al saltar.Erguido en la grupa y con los pliegues

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de su obscura túnica ondeando en losflancos del negro animal, parecía unaestatua esculpida en la noche. Sinembargo, los ojos azules mirabanfijamente a Will, obligándole asostenerle la mirada.

—Venga, chico. Te llevaré a dondequieras. Con una nieve tan espesa solose puede ir a caballo.

—No, gracias —declinó Will—.He salido para encontrar al Caminante.

Escuchó sus propias palabrassorprendido. ¡Así que se trataba de eso!,pensó.

—Ahora ya es el Jinete quien hasalido —sentenció el hombre, y con unrápido movimiento, apartó la cabeza desu caballo, se agachó desde la silla e

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intentó agarrar el brazo de Will. Elchico saltó hacia un lado, pero no habríapodido escapar si el herrero, de piejunto a la pared abierta de la forja, nohubiera dado un salto hacia delante y lohubiera arrastrado fuera del alcance delJinete. Para ser un hombre tancorpulento, se movía con una rapidezincreíble.

El semental de medianocheretrocedió, y el jinete de la capa casisale despedido. Gritó lleno de rabia,luego se controló y se quedó sentado,mirando hacia abajo, con una mirada tanfría que era más terrible que la rabia.

—Has dado un movimiento enfalso, querido herrero —dijo con unsusurro—. No lo olvidaremos.

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Dio una vuelta a lomos delsemental y cabalgó en la mismadirección por donde había venido Will.Los cascos de su magnífico caballo sololevantaron un suspiro ahogado en lanieve.

John Smith escupió con sorna yempezó a colgar sus herramientas.

—Gracias-dijo Will—. Esperoque...

—No pueden hacerme daño —letranquilizó el herrero— para eso tendríaque ser de otra raza. En esta épocadependo del camino, puesto que mioficio es servir a todos los que por éltransitan. Su poder es inocuo en elsendero que atraviesa la Cañada delCazador. Recuérdalo, por tu propio

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bien.El estado de ensoñación de Will

pareció esfumarse, y el chico notó queempezaban a rondarle diversospensamientos. —John: presiento quedebo encontrar al Caminante, pero no sépor qué. ¿Me lo dirás tú?

El herrero se volvió hacia él y lomiró directamente a los ojos por vezprimera, con un deje de compasión en sugastada voz.

—¡De ninguna manera, joven Will!¿Tan poco tiempo llevas despierto? Esodebes aprenderlo por ti mismo. Es más,debes hacerlo durante tu primer día. —¿Mi primer día?

—Come. Ahora que ya nocompartirás el pan con el Jinete, no hay

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peligro. Ya viste lo rápido que intuisteel peligro. Del mismo modo que tambiénsupiste que correrías un riesgo aúnmayor si cabalgabas con él. Sigue tuinstinto, chico: limítate a seguir tuinstinto. ¡Martha! —gritó hacia la casa.

La mujer volvió a salir con elcesto. Retiró el chal de su cabeza ysonrió a Will; y el chico vio unos ojosazules como los del Jinete, peroiluminados por una luz más suave.Agradecido, mordió el pan crujiente ycalentito, abierto ahora por la mitad yuntado de miel. Entonces, más allá delclaro advirtió otro ruido sordo, como depisadas, y el chico giró sobre sí mismo,presa del pánico.

Una yegua blanca sin jinete ni arnés

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trotaba por el claro hacia ellos: laimagen opuesta al semental del Jinete,negro como la noche, esbelto ymagnífico, sin marcas de ninguna clase.Dibujándose contra el resplandor de lanieve y brillando con el sol que resurgíade las nubes, un ligero halo doradotraslucía de su blancura y de la largacrin que le caía sobre el arqueadopescuezo. El caballo fue a detenersejunto a Will, inclinó el morroligeramente y le tocó el hombro a modode saludo; luego sacudió su magníficatestuz blanquecina y resolló, lanzandouna nube hacia el frío aire. Will alargóel brazo y posó una mano respetuosasobre su pescuezo.

—Vienes en buen momento —dijo

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John Smith—. El fuego todavía estáardiendo.

Volvió a la forja y aplicó una o dosveces el fuelle a las llamas paraavivarlas; luego desenganchó unaherradura de la pared en sombras quehabía detrás y la tiró al fuego.

—Fíjate bien —advirtió,estudiando el rostro de Will—. Jamás entu vida has visto un caballo como este; yno será la última vez que lo veas.

—¡Qué bonita es! —exclamó Will,y la yegua lo acarició de nuevo en elcuello, con suavidad.

—Monta.Will se rió. Era imposible; la

cabeza apenas le llegaba a la espaldadel caballo, y aunque hubiera contado

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con un estribo, quedaría fuera delalcance de su pie.

—No bromeo —continuó diciendoel herrero, el cual, por cierto, no parecíaser esa clase de hombre que prodigasonrisas, y aún menos cuenta chistes—.Tú tienes el honor de poder hacerlo.Agarra su crin lo más alto posible, yluego ya verás lo que sucede.

Siguiéndole la corriente, Will seacercó al caballo y entrelazó los dedosde ambas manos en la larga y ásperacrin del blanco animal, por la parteinferior del pescuezo. En ese precisomomento se sintió mareado; la cabeza lezumbaba como una peonza, yenmascarada en ese sonido, oyó conclaridad, aunque muy lejana, la

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arrebatadora frase musical parecida alsonido de unas campanas que había oídoantes, al despertar esa misma mañana.Gritó. Los brazos le dieron una sacudidaextraña; el mundo daba vueltas sin parary la música cesó. Seguía luchandodesesperadamente por volver en sícuando se dio cuenta de que tenía máscerca que antes las ramas de los árboles,cubiertas de nieve espesa, y que sehallaba sentado en lo alto del inmensolomo de la yegua blanca. Miró alherrero desde arriba y rió en voz alta,encantado.

—Cuando la haya herrado, tellevará si se lo pides. Will sollozó derepente y se puso a pensar. Algo lellamó la atención y levantó la mirada

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hacia los árboles abovedados y el cielo.Entonces vio dos grajos negros,batiendo sus alas con pereza en elfirmamento.

—No —respondió Will—. Creoque debo ir solo. Dio un golpe alpescuezo de la yegua, balanceó laspiernas hacia un lado y se dejó caer,cubriéndose para evitar la sacudida. Sinembargo, descubrió que había aterrizadolimpiamente, y que se hallaba en piesobre la nieve.

—Gracias, John. Muchísimasgracias. Adiós. El herrero inclinó lacabeza brevemente y luego se ocupó delcaballo. Will se alejó caminando condificultad, un poco decepcionado;esperaba oír al menos alguna palabra a

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modo de saludo. Al llegar a los árboles,miró hacia atrás. John Smith agarrabauno de los cascos traseros de la yeguaentre sus rodillas y alargaba la manoenguantada para coger las tenacillas. Loque vio Will le hizo olvidar las palabraso las despedidas. El herrero no habíaquitado ninguna herradura vieja alanimal, ni le había recortado el cascopor tenerlo gastado; este caballo jamáshabía sido herrado. La herradura que enese momento le colocaba en el pie,como las otras tres que pudo ver,brillando y alineadas en la distantepared de la forja, no era una herraduraen absoluto, sino que tenía una formadiferente, una silueta que él conocía muybien. Las cuatro herraduras de la yegua

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blanca eran sendas réplicas del círculocuarteado por una cruz que el chicollevaba en el cinturón.

Will caminó un rato por lacarretera, alejándose del angosto trechoen el que el cielo era azul. Colocó lamano dentro de la chaqueta para tocar elcírculo que llevaba en el cinturón, y elhierro tenía la temperatura del hielo.Empezaba a adivinar lo que esosignificaba. No obstante, no había señalalguna del Jinete; ni siquiera podía verlas huellas de los cascos de su caballo.Por otro lado, tampoco pensaba que secruzaría con seres malignos. Solo sentíaque algo le atraía, de manerairresistible, hacia el lugar donde en supropia época se erigía la granja de los

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Dawson.Encontró el estrecho caminito

lateral y lo tomó. La senda discurríareplegándose en suaves curvas sobre símisma. Parecía haber mucha maleza aeste lado del bosque; las ramassuperiores de los arbolitos y losarbustos sobresalían de losventisqueros, agobiadas por el peso dela nieve, como unas cabezas redondas yníveas cuyas blancas cornamentasdespuntaran hacia lo alto. Al rebasar laúltima curva, Will vio ante sus ojos unacabaña cuadrada de poca altura, conunas paredes de adobe embadurnadasgroseramente y un tejado con un enormesombrero de nieve, como un pastelhelado y espeso. En el umbral, y con una

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mano posada indecisa sobre la puertadesvencijada, estaba el viejo vagabundodesgarbado del día anterior. Tenía elmismo pelo gris y largo, y llevabatambién las mismas ropas; su rostro eraarrugado y astuto. Will se acercó alanciano y dijo, tal y como había dicho eldía anterior el granjero Dawson:

—Parece que ya ha salido elCaminante.

—El único —dijo el anciano—.Tan solo yo... pero ¿y a ti qué teimporta? —le espetó, sorbiéndose losmocos y mirando a Will con los ojosentrecerrados mientras se frotaba lanariz con una manga grasienta.

—Quiero que me cuentes algunascosas —dijo Will con un atrevimiento

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mayor del que sentía—. Quiero saberpor qué merodeabas por aquí ayer, porqué estabas observándolo todo, por quéte perseguían los grajos. Quiero saberqué significa el que tú seas el Caminante—terminó con un arrebato de repentinafranqueza.

Ante la mención de los grajos elanciano, estremeciéndose, se habíaacercado más a la cabaña, mientrasparpadeaba nervioso observando lascopas de los árboles; sin embargo, lamirada que dirigió a Will era ahoramucho más desconfiada. —No esposible que seas el elegido. —¿Que nosea el qué?

—No puede ser... Tendrías quesaberlo. Sobre todo lo de esos

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infernales pájaros. Intentas confundirme,¿verdad? ¡Engañar a un pobre anciano!Estás del lado del Jinete, ¿a que sí? Eressu chico, ¿eh?

—¡Claro que no! —se defendióWill—. No sé lo que estás diciendo.

Miró la horrible cabaña; el senderoterminaba allí, pero ni siquiera existía elclaro que cabría esperar. Los árboles seapretujaban a su alrededor, tapando casitoda la luz del sol. Con súbitadesolación preguntó: ¿Dónde está lagranja?

—No hay ninguna granja —respondió el viejo vagabundo conimpaciencia—. Todavía no. Ya tendríasque saberlo...

Se sorbió de nuevo la nariz con un

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gesto vigoroso, murmurando entredientes; luego se acercó a Will,clavándole la mirada sin apartar losojos de él y desprendiendo un fuerte yrepulsivo hedor a sudor rancio y pielsucia.

—Claro que también podrías ser elelegido... Sí. A condición, claro está, deque lleves encima el primer signo que elAncestral te dio. ¿Lo tienes ahí?Muéstranoslo. Muestra al viejoCaminante el signo.

Intentando no retroceder por elasco que sentía, Will manipuló losbotones de su chaqueta. Sabía que elsigno debía estar allí. Sin embargo, alapartar la pelliza para mostrar el círculoque llevaba enlazado en el cinturón, su

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mano rozó el suave hierro y notó quequemaba, con la frialdad que solo poseeel hielo. En ese preciso instante vio queel viejo daba un salto atrás,encogiéndose ante la visión de algo quesucedía a sus espaldas. Will se dio lavuelta y vio al Jinete de la capa montadoen el caballo de medianoche.

—Bien hecho. Lo has encontrado—dijo en voz baja el Jinete.

El anciano chilló como un conejoasustado, se dio la vuelta y corrió,tropezando con los ventisqueros hastaadentrarse en el bosque. Will se quedódonde estaba, mirando al Jinete, con elcorazón latiéndole con tanta fuerza quele costaba respirar.

—No ha sido nada inteligente por

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tu parte dejar el camino, Will Stanton —dijo el hombre de la capa, y sus ojosbrillaron como dos ascuas azules. Elcaballo negro iba avanzando cada vezmás; Will retrocedió hasta la endeblecabaña, mirándole a los ojos, yentonces, con un gran esfuerzo, se obligóa mover lentamente el brazo para apartarla chaqueta y mostrar con claridad elcírculo de hierro enlazado en elcinturón. Sujetó la prenda junto aladorno; y la frialdad del signo era tanintensa que podía sentir la fuerza queemanaba, como una radiación de uncalor fiero y abrasador. El Jinete sedetuvo, con los ojos lanzando destellos.

—Así que ya tienes uno —afirmó,encorvando los hombros en un gesto

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extraño, y el caballo sacudió la testuz;ambos parecían haber redoblado susfuerzas, y también su altura— Uno solono te servirá de nada. Todavía no.

El Jinete crecía cada vez más,recortando su silueta imponente contrael blanco mundo, mientras que susemental relinchaba triunfante,echándose hacia atrás y azotando elviento con las patas delanteras. Will,indefenso, solo acertaba a apretarsecontra el muro. Caballo y jinete sealzaban ante él como una nube obscura,empañando la nieve y el sol. En esemomento oyó otros sonidos apagados, ylas negras formas erguidas parecieronhacerse a un lado, aniquiladas por unaardiente luz dorada que dibujaba unos

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brillantes círculos, soles y estrellas deun color candente: Will guiñó los ojos yvio en el acto que se trataba de la yeguablanca procedente de la forja, la cual asu vez también se alzaba frente a él.Will agarró con desesperación laondeante crin, y al igual que antes, seencontró de un salto montado en losanchos lomos del animal, agachado a laaltura de su pescuezo y agarrándose a élpara ponerse a salvo. El enorme caballoblanco dejó escariar un alarido y saltóen dirección al sendero que se dibujabaentre los árboles, pasando junto a lainforme nube negra que flotaba inerte enel claro como el humo; lanzándose alfin, veloz y a galope tendido, hastallegar al Camino de Huntercombe, la

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senda que llevaba a la Cañada delCazador.

El movimiento del magníficocaballo fue convirtiéndose en un trotecada vez más lento y firme, y Willnotaba el latido de su corazón en losoídos mientras el mundo pasaba comoun rayo, sumido en una neblina blanca.De repente quedaron envueltos en unaatmósfera grisácea y el sol seobscureció. El viento parecía quererarrancarle el cuello de la chaqueta, lasmangas y la parte superior de sus botas,y le enmarañaba el pelo. Unas soberbiasnubes se precipitaron sobre ellosprocedentes del norte, acercándose,sobrecogedoras en su negrura grisácea ycobijando truenos que hacían restallar y

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gruñir el cielo. Quedaba un espacio deneblina blanca donde todavía seadivinaba un matiz azulado, aunque laobscuridad se iba cerniendo sobre él. Elcaballo blanco saltó hacia allí con brío.Por encima de su hombro Will vio,cayendo en picado hacia ellos, unaforma más obscura incluso que las nubesgigantescas: era el Jinete, irguiéndoseinmenso, con los ojos como dosterroríficos puntos de fuego blancoazulado. Los rayos iluminaron elfirmamento y el cielo se abrió bajo lostruenos. La yegua se abalanzó hacia lasnubes, que ya retumbaban cuando elúltimo espacio libre se cerró bajo suspies.

Se hallaban a salvo, inmersos en un

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cielo azul, con el sol resplandeciendo ycalentándoles la piel. Will vio quehabían dejado atrás el valle del Támesisque le resultaba tan familiar, y que ahorase encontraban entre las lomas sinuosasde las colinas Chiltern, coronadas porenormes árboles, hayas, robles yfresnos. Discurriendo como hilos entrela nieve y bordeando los perfiles de lascolinas había unos setos que delimitabanlos campos antiguos. La antigüedad deesos terrenos era notable, por lo quesabía Will. No había nada más antiguoque ellos en su mundo, salvo las colinas,quizá, y los árboles también. Entonces,sobre una colina blanca vio una marcadistinta, cuya forma se hendía entre lanieve y la turba hasta alcanzar la pizarra

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del suelo. A Will le habría costadomucho distinguirla si no la conociera ya;y ese era precisamente el caso. La marcaera un círculo cuarteado por una cruz.

De repente, sus manos se soltaronde la espesa crin a la que se agarrabacon fuerza y la yegua blanca profirió unrelincho estridente y largo, que retumbóen sus oídos hasta desaparecermisteriosamente en la distancia. Willcaía y caía; pero no llegó a sentir ningúnimpacto, sino que tan solo supo queyacía echado boca abajo, con la caraaplastada contra la fría nieve. Se pusoen pie con movimientos torpes,sacudiéndose la nieve de encima. Elcaballo blanco se había marchado. Elcielo estaba despejado y el sol brillaba,

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calentándole la nuca. Se quedó en pie,sobre una colina que sobresalía entre lanieve, con un bosquecillo de altísimosárboles coronándola a lo lejos y dosnegras aves diminutas deslizándoseentre los árboles. Frente a él,irguiéndose aislados sobre la blancapendiente, había dos enormes portonesde madera tallada que no conducían aninguna parte.

El Buscador de los Signos

Will enfundó sus frías manos en los

bolsillos y se quedó de pie, mirandofijamente las trabajadas hojas de los dos

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portones que se erguían ante él,cerrados. No sabía qué pensar. Noentendía el significado de los símboloszigzagueantes que se repetíaninvariablemente, en una sucesióninfinita, sobre cada uno de los paneles.Esa madera no era demasiado común.Presentaba algunas marcas yresquebrajaduras, aunque el paso deltiempo la había pulido hasta dotarla deun aspecto que nada tenía que ver conese material, salvo por alguna que otraredondez que, en determinados lugares,delataba la existencia de un agujeronudoso. Si no hubiera sido por estaclase de detalles, Will habría creído quelas puertas eran de piedra.

A fuerza de observarlas, sus ojos

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percibieron algo más sobre el perfil dela superficie: el muchacho advirtió uncierto temblor, una oscilación como ladel aire cuando se estremece sobre unahoguera o una carretera pavimentada ycalcinada por el sol del verano. Sinembargo, no había ningún cambio en latemperatura que pudiera explicar esefenómeno.

Las puertas carecían de picaportes.Will alargó los brazos y apretó laspalmas contra la madera, y entoncesempujó. Cuando las puertas se abrieron,basculando al contacto de sus manos,creyó volver a captar esa breve frasemusical que recordaba a las campanas,pero luego desapareció, sumergiéndoseen el velado espacio que transita entre el

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recuerdo y la imaginación. Atravesó elumbral y, sin el más leve sonido, las doscolosales puertas se cerraron a suespalda. La luz, el día y el mundo habíancambiado tanto que el chico olvidó porcompleto su apariencia anterior.

Ahora se hallaba en una inmensasala, adonde no llegaba la luz del sol.De hecho, no había ventanaspropiamente dichas en los majestuososmuros de piedra, tan solo una serie dedelgadas hendiduras, rodeadas por unavariedad de tapices tan raros ypreciosos que parecían refulgir en lapenumbra. Will quedó deslumbrado porlos brillantes animales, las flores y lospájaros bordados o recamados en ricoscolores, como unas vidrieras iluminadas

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por el sol.Las imágenes lo asaltaban: un

unicornio de plata, un campo de rosasrojas, un centelleante y dorado sol... Porencima de su cabeza las altas vigasabovedadas del techo se arqueabanhasta quedar en sombras, mientras queuna penumbra distinta velaba el extremoopuesto de la estancia. Avanzó unospasos como en una ensoñación. Sus piesno hacían sonido alguno al pisar lasalfombras de pelo de oveja que cubríanel pétreo suelo, y el muchacho se detuvopara observar de nuevo el entorno. Derepente, saltaron unas chispas y el fuegollameó en la obscuridad, iluminando unachimenea enorme que había en la paredmás alejada. Vio unas puertas, unas

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sillas de respaldo alto y una sólida mesatallada. A ambos lados del fuego habíados personajes que lo esperaban de pie:una anciana apoyada en un bastón y unhombre alto.

—Bienvenido, Will —dijo lamujer con una voz suave y amable, peroque resonó en la sala abovedada comoun timbre de soprano.

La anciana le tendió una delgadamano, y la luz de las llamas se reflejó enun enorme anillo redondo parecido a unacanica que llevaba en el dedo. Era muybajita, frágil como un pajarito, y aunquese mantenía erguida y atenta, al mirarlaWill tuvo la sensación de que su edadera incalculable. No podía verle elrostro. El muchacho permaneció de pie

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donde estaba, y de manera inconscientesu mano trepó hasta el cinturón.Entonces el personaje alto del otro ladode la chimenea se movió, se agachó yencendió una larga candela en el fuego.Acercándose a la mesa, empezó aaplicarla a una serie de velas altasdispuestas en forma de anillo. La luz quecreaban las llamas amarillas yhumeantes dibujaba figuras en su rostro.Will vio que tenía un cráneo firme yhuesudo, unos ojos hundidos y una narizaguileña, feroz como el pico de unhalcón; el pelo blanco le caía largo yliso desde la despejada frente; tenía lascejas hirsutas y un mentón prominente.Sin saber el porqué, cuanto másobservaba con atención las líneas

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secretas y feroces de ese rostro, elmundo en el que había habitado durantetoda su vida pareció sumirse en untorbellino y destruirse, para renacer conuna forma distinta a la anterior.

Enderezándose, el hombre alto lomiró a través del círculo de velasiluminadas que reposaba en la mesa, enun soporte parecido al borde de unarueda recostada sobre el suelo. Sonrióligeramente, curvando su adusta bocapor ambos extremos, y un repentinoabanico de arrugas se desplegó junto asus hundidos ojos. El hombre sopló confuerza la vela encendida.

Ven, Will Stanton —dijo, y su vozprofunda pareció adentrarse en losrecuerdos del muchacho—. Ven a

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aprender; y trae esa vela contigo.Aturdido, Will observó lo que le

rodeaba. Junto a su mano derechadescubrió una peana negra de tres lados.Era de hierro forjado y tendría su mismaaltura. En dos de los lados había unaestrella de hierro de cinco puntas, justoen cada uno de los extremos, y el terceroservía para sostener un candelabro conun velón blanco. Cogió ese velón, cuyopeso le obligó a sostenerlo con ambasmanos, y atravesó la sala en dirección alos dos personajes que lo aguardaban.Will avanzaba, protegiéndose de losdestellos de la luz, y entonces advirtióque el círculo de velas que había sobrela mesa en realidad no era un círculocompleto; uno de los soportes del anillo

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estaba vacío. Se inclinó sobre laestructura, aferrado a la compacta ysuave superficie del velón, lo encendiócon otra de las velas y lo colocó concuidado en el soporte vacío. Eraidéntico al resto. Las velas eran muyextrañas, de una anchura desigual, perofrías y duras como el mármol blanco;ardían con una brillante y alargadallama, sin desprender humo, y olíanvagamente a resina, como los pinos.

Al enderezarse, Will se percató deque en el interior del candelero en formade anillo había dos brazos de hierro quese cruzaban entre sí. El signo tambiénaparecía representado en este lugar: lacruz dentro del círculo, la esferacuarteada. Entonces vio otros orificios

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sin velas: dos agujeros en cada uno delos brazos de la cruz y, finalmente, otroen el punto central de unión. Todos ellosvacíos.

La anciana se relajó y fue asentarse en la silla de respaldo alto quehabía junto a la lumbre.

—Muy bien —dijo confamiliaridad y en el mismo tono musicalde antes—. Gracias, Will.

Sonrió, y su rostro se contrajo enuna telaraña de arrugas. Will le sonrióabiertamente, sin ambages. No tenía niidea de por qué estaba tan contento derepente; de hecho, parecía lo más naturaldel mundo. Se sentó en un banco, que sinduda le reservaban, delante del fuego,entre las dos sillas.

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—Las puertas —articuló Will—.Las puertas por donde entré... ¿Cómo sesostienen solas?

—¿Las puertas? —preguntó lamujer.

El tono de su voz le hizo mirar porencima del hombro hacia la paredopuesta, por donde había entrado; esapared por donde se habían abierto losdos portones y junto a la cual habíahallado el receptáculo del velón. Sequedó mirando en esa direccióndetenidamente, y vio que algo noencajaba. Las enormes hojas de maderahabían desaparecido. La pared grisácease extendía desnuda, mostrando unassólidas y firmes piedras cuadradas sinningún trazo relevante. Solo destacaba

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un único escudo, dorado y redondo, quedesde lo alto emitía pálidos reflejos a laluz del fuego.

—Nada es lo que parece, jovencito—dijo el hombre alto, dejando escaparuna breve carcajada—. Si no esperasnada, nada habrás de temer, ni aquí, nien ningún otro lugar. Esa es tu primeralección» y ahora, hagamos un primerejercicio. Tenemos ante nosotros a WillStanton. Veamos: cuéntanos qué le haocurrido a Will desde hace uno o dosdías. Will posó su mirada en las llamasapremiantes, cuyo calor se agradecía enel rostro, dada la temperatura glacial dela estancia. Le llevó un gran esfuerzosituarse mentalmente en el instante enque James y él salían de casa para ir a la

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granja de los Dawson a recoger heno latarde anterior. ¡Heno, qué tontería!,pensó desconcertado el muchacho,recordando al punto todo lo que le habíasucedido desde ese momento. —¡Elsigno! El círculo con la cruz —dijo alcabo de un rato—. Ayer el señorDawson me dio el signo. Luego elCaminante me perseguía, o al menos lointentaba... y después ellos(quienesquiera que sean) intentaroncogerme. —Contuvo el aliento,reviviendo su terror nocturno—. Fuepara apoderarse del signo. ¡Quieren elsigno! ¡Ahora lo entiendo! y hoy se tratatambién de eso, aunque es mucho máscomplicado, porque... digamos queahora es otro momento distinto, no sé

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cuál. Todo es como un sueño..., pero esreal. Ellos siguen buscándolo. No séquiénes son, y solo conozco al Jinete yal Caminante. Tampoco los conozco austedes, únicamente sé que van contraellos. Usted, el señor Dawson y JohnWayland Smith —dijo, deteniéndose enseco.

—Sigue —le increpó la grave voz.—¿Wayland? —exclamó Will

perplejo—. ¡Qué nombre más raro! Noes el nombre de John. ¿Por qué lo habrédicho?

—La mente es mucho más poderosade lo que sospechamos —dijo el hombrealto—. Sobre todo la tuya. ¿Qué mástienes que decir?

—No lo sé —dijo Will cabizbajo y

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recorriendo con un dedo el borde delbanco, tallado en unas suavesondulaciones regulares, como un martranquilo—. Bueno, sí que lo sé. Sé doscosas. Una es que hay algo raro en elCaminante. En realidad, no creo que seauno de ellos, porque se quedóparalizado de miedo cuando vio alJinete y escapó corriendo.

—¿Y la otra cosa?Entre las sombras de la magnífica

estancia sonó la campanada de un reloj,con una nota grave, como ahogada: unaúnica nota que marcaba la media.

—El Jinete —respondió Will—.Cuando el Jinete vio el signo, dijo: «Asíque ya tienes uno». Él no sabía que yo lotenía, pero me había seguido. Me

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perseguía. ¿Por qué?—Sí —intervino la mujer,

mirándolo con una profunda tristeza—.Estaba persiguiéndote. Me temo que elconvidado que se aloja en tu mente tienerazón, Will. No es el signo lo quedesean por encima de todo. Es a ti.

El hombre se levantó con toda sucorpulencia y se colocó a la espalda deWill, con una mano en el respaldo de lasilla de la anciana y la otra en elbolsillo de la larga chaqueta de ampliocuello que llevaba.

—Mírame, Will.La luz que emitía el candelabro

circular, el cual seguía encendido sobrela mesa, se reflejó en su pelo canocuando el anciano se movió, y sus

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extraños y profundos ojos se hundieronincluso más en las sombras, como dospozos de obscuridad destacando en elanguloso rostro.

—Me Lamo Merriman Lyon.Encantado de conocerte, Will Stanton.Llevamos esperándote muchísimotiempo.

—Yo a usted lo conozco —lointerpeló Will—. Quiero decir...parece... es como si... ¿Verdad que nosconocemos?

—En cierto modo —dijo Merriman—. Tú y yo somos..., digamos,similares. Nacimos con el mismo don, yestamos predestinados a perseguir elmismo ideal. Ahora te encuentras junto anosotros, Will, para empezar a

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comprender cuál es nuestro objetivo. Noobstante, primero debes aprender en quéconsiste tu don.

—No lo entiendo —protestó Will,mirando el rostro fuerte y penetrante coninquietud. Todo parecía ir demasiadodeprisa—. Yo no tengo ningún don, se loprometo. Quiero decir que no soy nadaespecial.

Miraba a los dos personajesalternativamente, y sus figuras seiluminaban y obscurecían con elresplandor de las llamas bailarinas delos velones y la lumbre. Empezó a sentirun miedo en aumento, y tuvo lasensación de hallarse atrapado.

Lo que pasa es que todo esto esmuy raro; nada más.

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Piensa. Debes intentar recordartodas estas cosas —le dijo la anciana—.Hoy es tu cumpleaños. El día delsolsticio de invierno; es tu undécimosolsticio de invierno. Piensa en lo deayer, la décima vigilia del solsticio,antes de que vieras el signo por primeravez. ¿No ocurrió nada especial?, ¿nadararo?

—Los animales se asustaban de mí—dijo Will, reflexionando aregañadientes—; y quizá también lospájaros. No creí en ese momento queeso tuviera un significado especial.

—Seguro que si en casa había unaradio o un televisor encendidos, pasabancosas extrañas cuando tú te acercabas—dijo Merriman.

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—La radio sí que hacía ruidoscontinuamente —comentó Will,mirándolo con detenimiento—. ¿Cómolo sabe? Creía que serían manchassolares o alguna cosa parecida.

—De algún modo, podríamos decirque sí —dijo Merriman, sonriendo.Luego volvió a mostrarse sombrío—.Escúchame bien. El don del que te habloes un poder que yo te mostraré. Es elpoder de los Ancestrales, ancestralescomo esta tierra, e incluso más todavía.Tú naciste, Will, para heredarlo cuandoconcluyera tu décimo año de vida. Lanoche anterior a tu cumpleaños empezóa despertar, y ahora, llegado el díaseñalado, está libre, fluye, rebosante defuerza. Sin embargo, todavía se

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encuentra confuso y sin canalizar,porque aún no puedes controlarloadecuadamente. Debes entrenarte paramanejarlo, antes de que adopte su formagenuina y concluya la búsqueda que teha traído aquí. No te pongasquisquilloso, muchacho. Levántate. Teenseñaré lo que es capaz de hacer.

Will se puso en pie, y la mujersonrió dándole ánimos. De repente, Willle preguntó:

—Y usted, ¿quién es?—La dama de... —empezó a decir

Merriman.—Esta dama es muy anciana —le

atajó ella con su voz joven y clara — yen su época tuvo muchos, muchísimosnombres. Quizá sería mejor por ahora,

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Will, si piensas en mí como... como laanciana.

—Si, Señora —asintió Will, y conel sonido de su voz volvió a renacer enél la felicidad, la sensación de peligromenguó y se mantuvo erguido, en actitudorgullosa y vislumbrando a Merrimanentre las sombras que había tras su silla,el cual había retrocedido unos pasos.Podía ver un destello de pelo cano sobrela alta figura, pero nada más.

—Quédate quieto —dijo Merrimancon su profunda voz saliendo de lassombras—. Mira todo lo que quieras,pero sin demasiado interés; no teconcentres en nada. Deja errar tu mente,finge que estás en clase y te aburres.

Will se rió y permaneció de pie,

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relajado, con la cabeza inclinada haciaatrás. Entrecerró los ojos, intentandodistinguir a modo de distracción lasobscuras vigas entrecruzadas del altotecho y las líneas negras de sombra queproyectaban.

—Voy a introducir una imagen entu pensamiento —dijo Merriman contoda tranquilidad—. Dime qué ves.

La imagen se formó en la mente deWill con la naturalidad de quien decidedibujar un paisaje imaginario yestablece lo que ve antes de ponerlosobre el papel. El muchacho ibadescribiendo los detalles a medida quesurgían:

—Sobre el mar hay una colinacubierta de hierba, como una especie de

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acantilado poco pronunciado. Se vemuchísimo cielo, un cielo azul, y alfondo, el azul del mar es más obscuro.Mucho más hacia abajo, justo donde elmar se encuentra con la tierra, hay unafranja de arena, una arena de unprecioso brillo dorado. Hacia elinterior, y visto desde el cabo tapizadode hierba (en realidad no puede versedesde aquí, salvo por el rabillo del ojo),hay colinas, unas colinas envueltas enbrumas. Son como de un púrpura claro,y sus bordes se disuelven en una neblinaazul, así como los colores de una pinturase disuelven entre sí cuando estánmojados. —Salió de ese estadoparecido al trance y miró con avidez aMerriman, clavando sus ojos en las

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sombras con un interés inquisitivo—.Además, es una imagen triste. Usted laañora, echa de menos ese lugar,dondequiera que esté. ¿Dónde seencuentra?

—Basta ya —lo atajó Merriman,pero parecía complacido—. Lo hacesbien. Ahora es tu turno. Dame unaimagen, Will. Elige alguna escenahabitual, cualquier cosa, y piensa en suaspecto, como si estuvieras mirándola.

Will pensó en lo primero que levino a la cabeza. Era consciente de queeso era lo que le había estadopreocupando en el fondo durante todoese tiempo: la imagen de los dosportones, aislados en la ladera de lanevada colina, con todos sus intrincados

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dibujos tallados y la extrañareverberación en los bordes.

—Las puertas, no —dijoMerriman, interrumpiéndole—. Nopienses en cosas tan recientes. Piensa enalgo de tu vida, algo que sucediera antesdel invierno.

Durante un segundo Will se loquedó mirando, desconcertado; luegotragó con fuerza, cerró los ojos y pensóen la joyería que su padre tenía en lapequeña ciudad de Eton.

—La manecilla de la puerta es depalanca, como una barra redondeada, ydebe empujarse hacia abajo, quizá unosdiez grados, para abrirse —iba diciendoMerriman lentamente—. Cuando lapuerta se abre, suena una diminuta

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campana que hay colgada. Has de bajarunos centímetros hasta llegar al suelo, yla sacudida del desnivel sorprende,aunque no es peligrosa. Hay estantes decristal en todas las paredes, y tambiéntras el mostrador. ¡Pues claro! ¡Ahoracaigo!, esta debe de ser la joyería de tupadre. Tiene cosas muy bonitas. Un relojde pie, muy antiguo, en la esquina deatrás, con una cara pintada y un tictacgrave y lento. Una gargantilla deturquesas con un engaste de serpientesde plata situado en la estantería central:una obra zuñi, creo, de una civilizaciónmuy remota. Un colgante de esmeraldasen forma de lagrimón verde. Unapequeña maqueta de un castillo decruzados trabajada en oro, encantadora;

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creo que te gusta desde que eraspequeño (igual es un salero). Esehombre tras el mostrador, bajo, alegre yeducado, sin duda es tu padre, RogerStanton. Es interesante verlo al fin contanta claridad, sin esa neblina... Lleva unmonóculo en el ojo, y está mirando unanillo: un antiguo anillo de oro connueve piedrecitas dispuestas en treshileras, tres esquirlas de diamante en elcentro y tres rubíes a cada lado, y unascuriosas líneas rúnicas que los bordean.Creo que un día de estos estudiaré conmás detalle esta joya.

—¡Hasta has visto el anillo! —dijoWill fascinado—. Es el anillo de mimadre. Papá lo estaba observando laúltima vez que estuve en la tienda. Ella

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creía que una de las piedras estabasuelta, pero él le dijo que era una ilusiónóptica... ¿Cómo lo hace?

—¿Hacer el qué? —La suavidad desu grave voz era sobrecogedora.

Bueno... Pues eso. Poner unaimagen en mi cabeza y luego ver la quetengo yo. Telepatía, ¿se dice así? ¡Esincreíble! exclamó, a pesar de que unacierta inquietud iba abriéndose paso ensu mente.

¡En fin! —dijo Merriman conpaciencia—. Te lo mostraré de otramanera. Junto a ti hay un círculo develas encendidas sobre la mesa, WillStanton. Vamos a ver, ¿sabes algunamanera de apagar una de ellas sinsoplar, mojarla con agua, usar un

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apagavelas o aplastar la mecha con losdedos?

—No.—Claro que no. No hay ninguna.

Pues bien. Yo te digo que por ser quieneres puedes hacer eso sencillamentedeseándolo. Con tu don, eso es algoinsignificante para ti, sin duda. Simentalmente eliges una de esas llamas ypiensas en ella sin ni siquiera mirarla, teconcentras y le dices que se apague, lallama se apagará. ¿Acaso crees posibleque eso pueda hacerlo un chico normal?

—No-dijo Will apesadumbrado.—Hazlo —dijo Merriman—.

Ahora.En la estancia se hizo un silencio

repentino y denso como el terciopelo.

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Will podía notar que ambos lo miraban.Como último recurso se propuso acabarcon toda esa pantomima. Pensaré en unallama, pero no en una de esas; será otramucho mayor, algo que no puedaapagarse si no es por algún sortilegioimposible y raro que ni siquieraMerriman conozca. Paseó la mirada porla habitación y vio el juego de sombrassobre los ricos tapices del muro depiedra. Entonces se concentró con todassus fuerzas, casi con rabia, en la imagendel fuego de leña que ardía en la enormechimenea situada a su espalda. Sentía elcalor en la nuca, y pensó en el mismocentro refulgente y anaranjado delenorme montón de troncos y en lasamarillas y saltarinas lenguas de las

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llamas. Apágate, fuego, dijomentalmente, y de súbito se sintió asalvo, libre de los peligros quecomportaba ese poder, porque desdeluego ningún fuego de ese tamaño podíaapagarse sin una auténtica razón. Fuego:deja de arder. Apágate.

El fuego se extinguió. De repente lahabitación estaba helada; y más obscura.Las llamas de las velas dispuestas en elcírculo seguían ardiendo sobre la mesa,sumidas tan solo en el pequeño y fríoreducto de su propia luz. Will giró sobresus talones, mirando consternado lalumbre; no había rastro alguno de humo,agua o cualquier otro signo que pudieraexplicar la desaparición del fuego.Estaba absolutamente apagado, frío y

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obscuro, sin desprender tan solo unachispa. Se acercó lentamente. Merrimany la anciana no pronunciaron ni unapalabra, y no se movieron. Will seagachó y tocó los ennegrecidos leños dela lumbre. Estaban fríos como el acero,aunque sucios por una capa de cenizareciente que se desintegraba al tocarlacon los dedos, convirtiéndose enpolvillo blanco. Permaneció de pie,frotándose la mano en la pernera delpantalón y mirando desconsoladamente aMerriman. Los intensos ojos de esteúltimo brillaban como ascuas negras,pero en ellos había compasión, y cuandoWill buscó nervioso la mirada de laanciana, también advirtió un deje deternura en su rostro.

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—Hace un poco de frío, Will —dijo con amabilidad.

Durante un intervalo atemporal queduró apenas lo que dura un suspiro, Willsintió la necesidad de gritar, presa delpánico, rememorando el terror queexperimentó en la tétrica pesadilla de latormenta de nieve. Luego esesentimiento se desvaneció, y al recobrarla paz, se sintió fortalecido, másrelajado. Sabía que de algún modo habíaaceptado el poder, fuere lo que fueseaquello a lo que se resistía, y supo loque debía hacer. Inspirandoprofundamente, echó hacia atrás loshombros y se quedó allí de pie, enmedio de la sala, enhiesto y firme.Sonrió a la mujer, luego desvió la

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mirada y sin posarla en algo concreto, seconcentró en la imagen del fuego.Vuelve, fuego, dijo para sus adentros.Vuelve a arder. La luz volvió a danzarsobre las paredes recubiertas de tapices,y la calidez de las llamas de nuevo leacarició la nuca. El fuego ardía.

—Gracias —dijo la anciana.—Bien hecho —dijo Merriman en

voz baja; y Will supo que no se referíameramente al acto de haber apagado yvuelto a encender el fuego—. Es unacarga. No te confundas. Todos losgrandes dones, poderes o talentos sonuna carga, y este, más que ningún otro. Amenudo desearás liberarte de él, y nopodrás hacer nada al respecto. Si hasnacido con el don, debes obedecerlo, y

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nada absolutamente, ni en este mundo, nien cualquier otro, puede interponerse enese servicio, porque esa es la razón deque tú nacieras, y esta es la Ley.También tengo que decirte, joven Will,que ahora solo tienes una remota ideadel poder que habita en ti, porque hastaque no hayamos concluido las primerasetapas del aprendizaje, correrás ungrave peligro; y cuanto menos sepas loque tu poder significa, mejor podráprotegerte, tal y como lleva haciendodurante los últimos diez años.

Se quedó observando el fuegodurante un momento, con el ceñofruncido.

—Solo te diré que eres uno de losAncestrales, el primero que nace desde

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hace quinientos años, y el último. Comotodos nosotros, estás obligado pornaturaleza a consagrarte a la larga luchaque libran la Luz y las Tinieblas. Con tunacimiento, Will, se ha completado uncírculo que empezó a formarse hacecuatro mil años, en todos y cada uno delos lugares más antiguos de esta tierra:el círculo de los Ancestrales. Ahora quehas tomado posesión de tu poder, tutarea es hacer que ese signo seaindestructible. Tu búsqueda consiste enencontrar y proteger los seis grandessignos de la Luz que los Ancestraleshicieron a lo largo de los siglos, loscuales solo podrán reunir todo su podercuando el círculo se complete. El primersigno ya cuelga de tu cinturón, pero

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encontrar el resto no será fácil. Tú eresel Buscador de los Signos, Will Stanton.Ese es tu destino, tu primera búsqueda.Si puedes lograrlo, habrás hecho reviviruno de los tres grandes poderes que losAncestrales deberán controlar paravencer a las fuerzas de las Tinieblas, lascuales se ciernen sobre el mundo demanera implacable y furtiva.

Los distintos ritmos que imprimía asu voz, que crecían y decrecíansiguiendo un modelo cada vez másformal, se trocaron sutilmente en unaespecie de cántico, como un grito deguerra. Es una llamada, pensó Will en elacto con un escalofrío recorriéndole lapiel. Invoca algo que se halla más alláde la sala inmensa, que trasciende el

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momento mismo de la llamada.—Porque las Tinieblas... las

Tinieblas están resurgiendo. ElCaminante ya ha salido, el Jinetecabalga; se han despertado, y lasTinieblas se alzan. El último de los queintegran el círculo ha venido para exigirlo que le corresponde, y los círculosdeben reunirse ahora. El caballo blancodebe ir al encuentro del Cazador, y elrío apoderarse del valle. Ha de haberfuego en la montaña, fuego bajo laspiedras, fuego sobre el mar. ¡Fuego paraincendiar las Tinieblas! Las Tinieblas...¡Las Tinieblas están resucitando!

Se quedó en pie, con la prestanciade un árbol inmenso arraigado en laestancia en penumbra, mientras su grave

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voz resonaba como un eco. Will noconseguía apartar los ojos de él. «LasTinieblas están resucitando.» Eso esexactamente lo que había sentido lanoche anterior. Eso era lo que empezabaa sentir de nuevo, una velada concienciadel mal, aguijoneándole en la punta delos dedos y en las cervicales. Se habíaquedado mudo de la impresión.Merriman, en un tono cantarín quecontrastaba con su impresionantecorpulencia, recitó como un niño:

Cuando las Tinieblas sealcen, seis las rechazarán:tres desde el círculo, tresdesde el sendero,Madera, bronce, hierro; agua,

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fuego y piedra.Cinco serán los que regresen,y uno solo avanzará.

Luego salió majestuosamente de las

sombras, pasó junto a la mujer, quien,inmóvil y con los ojos brillantes, seguíasentada en la silla de respaldo alto, ycon una mano levantó uno de los gruesosvelones blancos del luminosocandelabro circular mientras con la otraempujaba a Will hacia la pared máscercana.

—Observa bien, Will —dijo—. Demanera sucesiva los Ancestrales iránmostrándote una parte de sí mismos, y te

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harán recordar tu yo más interior.Míralos de uno en uno, solo un instante.

Empezó a dar zancadas muy largaspor la estancia, llevando a Will junto aél y alzando la vela una y otra vez juntoa cada uno de los tapices que colgabande la pared. Cada vez, como siMerriman lo hubiera ordenado, unavivida efigie centelleaba un instante encada una de las brillantes piezasbordadas, tan deslumbrantes e intensascomo la imagen de un día soleadocontemplada desde una ventana.Entonces Will vio y tambiéncomprendió.

Vio un árbol de espinos con floresblancas que crecía en lo alto de untejado de paja. Vio cuatro piedras

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enhiestas, grises y colosales, en un cabojunto al mar. Vio la blanquecinacalavera de un caballo, sonriendo conuna mueca desprovista de ojos y con unúnico cuerno, pequeño y grueso, quesobresalía roto de su huesuda frente,mientras unas cintas rojas engalanabansus largas mandíbulas. Vio un rayoderribando un haya enorme yprovocando un gran incendio en ladesnuda ladera de una colina,recortándose contra el negro cielo.

Vio el rostro de un muchacho nomucho mayor que él, Tirando concuriosidad hacia su interior: su morenorostro iba enmarcado por unos cabellosclaros, a mechones. Tenía unos ojosextraños, parecidos a los de un gato, con

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las pupilas finamente rebordeadas perocasi amarillas. Vio un ancho ríodesbordándose y junto a él, un ancianoarrugado subido a un caballo enorme.Mientras Merriman lo iba guiando de undibujo a otro de manera inexorable, derepente vio con un atisbo de terror laimagen más nítida de todas: un hombreenmascarado, con rostro de humano,cabeza de ciervo, ojos de búho, orejasde lobo y cuerpo de caballo. Elpersonaje saltó, y en la memoria de Willse avivó algún lejano recuerdo.

—No los olvides —dijo Merriman—. Serán tu fuerza.

Will asintió, y entonces notó unatensión en todo su cuerpo. Súbitamenteoyó unos ruidos exteriores cada vez más

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intensos, y con una certeza temible yabsoluta supo cuál era la razón de suinquietud anterior. La anciana no semovió de su silla, y él y Merrimanvolvieron junto a la lumbre. Unaespantosa mezcla de lamentos, susurrosy estridentes llantos, como las vocesenjauladas de un zoo maligno, llenó derepente la espaciosa sala. Era el sonidomás desagradable de cuantos Willhubiera escuchado jamás.

Se le pusieron los pelos de punta y,de repente, se hizo el silencio. Un leñode la hoguera crujió al caer. Will oía lasangre latiéndole en las venas. Elsilencio lo quebró un sonido diferente,que provenía del exterior y penetrabapor la pared más distante: el aullido

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suplicante y desconsolado de un perroabandonado, que, presa del pánico,reclamaba ayuda y amistad. Sonabacomo cuando Raq y Ci, sus perros, erancachorros y pedían auxilio en laobscuridad. Will sintió que leembargaba una profunda simpatía por elanimal, y se volvió instintivamente haciael sonido.

—¡Oh! ¿Dónde está? ¡Pobrecito...!Al mirar la pared desnuda del

extremo opuesto, vio que se estabaformando una puerta, en nada parecida aesos portones que desaparecieron trasentrar el muchacho, sino mucho máspequeña: era una puerta rara y angosta,que desentonaba con el lugar. Sinembargo, Will sabía que abriéndola,

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ayudaría al implorante perro. El animalvolvió a aullar con mucho mássentimiento, y su quejido se tornó en unasúplica estridente, un alaridodesesperado. Will se volvió y en unimpulso se precipitó hacia la puerta;pero al primer paso, lo dejó paralizadola voz de Merriman: su tono era amable,aunque tenía la frialdad de las rocas eninvierno.

—Espera. Si vieras la forma quetiene ese pobre y desgraciado perrito, tellevarías una gran sorpresa. Por otrolado, eso sería lo último que veríasjamás.

Will se detuvo con incredulidad yesperó. El aullido se desvaneció con unúltimo y prolongado alarido. Durante

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unos segundos se impuso el silencio.Entonces, de repente, oyó la voz de sumadre detrás de la puerta:

—¿Will? Wiiilll. ¡Ven a ayudarme,Will!

Era su voz, sin duda, pero traducíauna emoción desconocida: un asomo depánico incontrolado que asustó al chico.Volvió a hablar por segunda vez:

—¿Will? ¡Te necesito! ¿Dóndeestás, Will? ¡Por favor! ¡Ven aayudarme, Will! ¡Te lo suplico! —Y seoyó como si se le quebrara la voz alterminar la frase, como si sollozara.

Will no podía soportarlo. Seabalanzó corriendo hacia la puerta. Lavoz de Merriman le alcanzó como unlatigazo.

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—¡Detente!—¡Tengo que ir! ¿Acaso no la oye?

—Will gritaba colérico—. ¡Tienen a mimadre! ¡Tengo que ir a ayudarla!

—¡No abras esa puerta, por lo quemás quieras! —La grave voz deMerriman sonaba tan desesperada queWill, de manera intuitiva, captó queMerriman, en última instancia, notendría el poder suficiente paradetenerlo.

—Esa no es tu madre, Will —dijola anciana con claridad.

—¡Por favor, Will! —suplicaba lavoz de su madre.

—¡Ya voy!Will alcanzó el sólido pasador de

la puerta, pero con las prisas tropezó, se

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golpeó contra el magnífico candelero,que le llegaba a la altura de la cabeza, yse le clavó el brazo al costado. Sintió undolor agudo y repentino en el antebrazo,gritó y cayó al suelo, mirándose la carainterna de la muñeca. El signo delcírculo cuarteado aparecía terriblementemarcado en rojo en su piel. El símbolode hierro de su cinturón le había vuelto aclavar su feroz dentellada gélida; y detan frío como estaba, quemaba como elhierro candente, con un resplandorfurioso que le advertía de la presenciadel mal: la presencia que Will habíasentido y, sin embargo, había olvidado.Merriman y la mujer seguían sinmoverse. Will tropezó, se puso en piecon torpeza y escuchó, mientras al otro

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lado de la puerta la voz de su madrelloraba, se enfadaba, e inclusoterminaba amenazándolo. Luego volvióa calmarse, para convencerlo conzalamerías. Al final, cesó, y desapareciócon un sollozo que le partió el alma, apesar de que su mente y sus sentidos ledecían que esa voz no era real.

La puerta se desvaneció con ella,fundiéndose como la neblina, hasta quela pared de piedra grisácea volvió a sertan sólida y lisa como antes. En elexterior el horrible e inhumano coro delamentos y gemidos reanudó su cántico.

La anciana se puso en pie yatravesó la sala, y su largo vestidoverde iba haciendo un suave frufrú acada paso.

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Tomó el antebrazo herido de Willentre sus manos e impuso su palmaderecha y fría sobre la marca. Luego losoltó. El dolor del brazo le habíadesaparecido, y allí donde había estadola rojiza quemadura, ahora podía verseesa piel brillante y sin vello que crececuando las heridas llevan un tiempocicatrizadas. Sin embargo, la forma delcírculo era clara, y Will supo que lallevaría durante el resto de su vida; eracomo una marca.

Aquellos sonidos de pesadilla quese oían tras la pared iban aumentando ydesvaneciéndose, viajando enirregulares ondas.

—Lo siento —dijo Willapesadumbrado.

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—Ya ves que estamos cercados —intervino Merriman, avanzando unospasos para unirse a ellos—. Esperanejercer su dominio sobre ti mientrastodavía no controles del todo tu poder; yel peligro solo ha hecho que empezar,Will. A medida que transcurra esteinvierno su poder irá aumentando, y lamagia Ancestral solo lo mantendrá araya en Nochebuena. Incluso después deNavidad las Tinieblas podránincrementar su fuerza, y esa fuerza nocesará hasta el Duodécimo Día y laDuodécima Noche (en realidad elantiguo día de Navidad, y antes de eso,aunque te hablo de hace muchísimotiempo, la época en que celebrábamoslas fiestas de mediados de invierno).

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—¿Qué ocurrirá? —preguntó Will.—Solo debemos pensar en lo que

hay que hacer —respondió la anciana—.Lo primero es liberarte del círculo depoder de las Tinieblas que se ha trazadoen esta habitación.

—No bajes la guardia —dijoMerriman, escuchando con sumaatención—. No confíes en nada. Hanfracasado probando tus emociones, perola próxima vez intentarán tenderte otratrampa, manipulando tus sentimientos.

—No sucumbas al miedo —intervino ella—. Recuérdalo Will. Amenudo te sentirás asustado, pero nodebes temerlos nunca. Los poderes delas Tinieblas pueden obrar muchascosas, pero no son capaces de destruir.

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No pueden matar a los que pertenecemosa la Luz. A menos que obtengan eldominio total sobre la Tierra. La tareade los Ancestrales (tu deber y elnuestro) es evitarlo. Por consiguiente, nopermitas que te atemoricen o te hundanen la desesperación.

Siguió hablando, y dijo más cosas,pero su voz era ahogada como una rocasumergida en el vaivén de la marea alta,mientras el horrible coro que gemía y selamentaba tras las paredes cobrabaintensidad, rápido y colérico, en unacacofonía de risotadas y carcajadassobrenaturales, gritos de terror y risasjocosas, aullidos y gruñidos.Escuchando ese pandemónium, Will nopudo evitar que se le pusiera la carne de

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gallina, y empezó a sudar.Como en un sueño, oyó la grave

voz de Merriman que lo llamaba,destacándose sobre el terrorífico ruido.Sin embargo, el muchacho no hubierapodido moverse de no ser por laanciana, quien le cogió la mano y lo guióa través de la sala, hacia la mesa y lalumbre, el único reducto de luz en laobscura estancia. Merriman le habló aloído con voz clara, en un tono de vozrápido y apremiante:

—No te alejes del círculo, elCírculo de la Luz. Ponte de espaldas a lamesa, y danos la mano. Esta unión nopodrán romperla.

Will permaneció de pie, con losbrazos abiertos, mientras fuera del

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alcance de su vista los Ancestrales asíansus manos. La luz del fuego quedespedía la chimenea se extinguió, y elchico tomó conciencia de que en la mesaque había a sus espaldas las llamas delas velas dispuestas en círculo crecíanen proporciones gigantescas, y llegabantan alto que cuando inclinó hacia atrás lacabeza, pudo verlas alzándose porencima de él, en una blanca columna deluz. Ese gran árbol de llamas nodespedía calor, y aunque resplandecíacon un brillo cegador, no proyectaba luzalguna más allá de la mesa. Will nopodía ver el resto de la sala, las paredeso las imágenes, y tampoco puerta alguna.No veía nada en absoluto, salvo laobscuridad, el vasto y negro vacío de la

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terrorífica noche cerniéndose sobre él.Eran las Tinieblas, alzándose sin

tregua para tragarse a Will Stanton antesde que el muchacho fuera lo bastantefuerte para perjudicarlos. A la luz de lasextrañas velas Will apretaba los frágilesdedos de la anciana y el puño deMerriman, áspero como la madera. Elgrito de las Tinieblas se hizoinsoportable, y sonaba como un relinchoagudo y triunfante. A ciegas Will supoque ante él, en la obscuridad, el enormesemental negro se erguía sobre sus patastraseras como había hecho junto a lacabaña del bosque, con el Jinetemontado en él y dispuesto a abatirlo silas nuevas herraduras del animal nohacían su trabajo. Ninguna yegua blanca

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podría ahora salir del cielo pararescatarlo.

Oyó gritar a Merriman:—¡El árbol de llamas, Will!

¡Lánzales las llamas! ¡Hablale al fuego!¡Habla con las llamas y ataca!

Obedeciendo con desesperación,Will hizo que su mente se poblara con laimagen del gran círculo de altísimasllamas que tenía detrás, creciendo comoun blanco árbol; y entonces notó que lasmentes de sus compañeros lo apoyaban,albergando el mismo pensamiento, ytuvo la certeza de que los tres juntospodrían lograr muchísimo más de lo quenunca hubiera imaginado. Notó una levepresión en cada una de sus manos, yatacó mentalmente con la columna de

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luz, arremetiendo con ella como si fueraun látigo gigante.

Por encima de su cabeza surgió uninconmensurable destello de luz blanca,mientras las altísimas llamas oscilabancon un relampagueo y se oía undesgarrador grito procedente de laobscuridad. Algo se había precipitadodesde lo alto (el Jinete, el sementalnegro, quizá ambos a la vez). Se habíaesfumado, eliminado y sepultado en elabismo.

En el espacio abierto por laobscuridad, mientras Will todavíaguiñaba los ojos deslumbrado,aparecieron los dos portones de maderatallada por los que había entrado elmuchacho por primera vez en la sala.

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Rodeado de un silencio repentino, Willclamó victoria, dando un salto haciadelante y soltándose de las manos que loamparaban. Merriman y la anciana loavisaron a gritos, pero ya era demasiadotarde. Will había roto el círculo y estabasolo. Al darse cuenta, se sintió mareado,y se protegió la cabeza con las crispadasmanos, mientras un extraño timbreempezaba a martillearle en los oídos. Seobligó a avanzar y fue tambaleándosehacia las puertas, se apoyó en ellas ygolpeó débilmente las hojas con el puño.No se abrieron. El fantasmagóricosonido de su cabeza aumentó. Vio queMerriman se le acercaba, caminandocon gran esfuerzo e inclinado como siluchara contra un viento huracanado.

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—¡Qué locura, Will! ¡Qué locura!—exclamaba casi sin aliento.

Agarró los portones y los zarandeó,empujando con toda la fuerza de susbrazos, hasta que junto a sus cejas unasretorcidas venitas se le marcaron bajo lapiel con la dureza de un alambre. Sindejar de empujar, levantó la cabeza ypronuncio una larguísima orden en vozalta que Will no comprendió. Sinembargo, las puertas no cedían. Elmuchacho sentía que la debilidad seapoderaba de él, como si fuera unmuñeco de nieve derritiéndose al sol.

Lo que, sin embargo, lo devolvió ala realidad, justo cuando empezaba acaer en una especie de trance, fue algoque jamás pudo describir; ni siquiera

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recordar con precisión. Era comocuando ya no sentimos dolor, como si ladiscordia cediera paso a la armonía;como cuando nos asalta un buen humorrepentino en un día gris y monótono, quenos resulta incomprensible hasta que nosdamos cuenta de que empieza a brillar elsol. El chico tuvo la certeza absoluta deque esa música silenciosa que habíapenetrado en su mente y le daba ánimosprovenía de la anciana. La mujerempezó a hablarle sin palabras. Leshablaba a ambos; y también a lasTinieblas. Will miró hacia atrás y sequedó helado; la dama parecía muchomás alta y enorme, y se mostraba máserguida que antes. Era como si toda supersona estuviera hecha a una escala

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mayor. Alrededor de su cuerpo había unhalo dorado, un resplandor que no loprovocaba la luz de las velas.

Will pestañeó, pero no podía vercon claridad; era como si un velo loseparara de ella. Oyó la voz deMerriman, con una ternura todavíadesconocida, pero quebrada por algunatristeza insondable y repentina. Conprofundo pesar, dijo:

—Señora. Tenga cuidado, tengamucho cuidado.

Ninguna voz le respondió, peroWill notó una sensación de alegría.Luego desapareció, y la alta y fulguranteforma, que era y no era la anciana,penetró lentamente en la obscuridad,encaminándose hacia los portones. Por

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un segundo Will volvió a oír laevocadora frase musical que nuncaconseguía fijar en su memoria, y laspuertas se abrieron despacio. Fuera unaluz gris lo bañaba todo en silencio, y elaire era frío.

A su espalda la luz circular de lasvelas se había extinguido, y solo reinabala obscuridad, una obscuridad incómoday vacua; y tuvo la certeza de que la salaya no se encontraba allí. De repenteadvirtió que la figura luminosa y doradaque tenía ante sí también se desvanecía,esfumándose como el humo que se afinahasta hacerse invisible. Durante unossegundos un destello de color rosasurgió del enorme anillo que la ancianasostenía, y luego eso también

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desapareció, y su resplandecientepresencia se disolvió en la nada. Willsintió la pérdida con profundo dolor,como si su mundo entero hubiera sidoengullido por las Tinieblas, y gritó contodas sus fuerzas.

Alguien le tocó en el hombro.Merriman se hallaba a su lado. Cruzaronel umbral y, muy despacio, los colosalesportones de madera tallada se cerrarontras ellos, dándoles el tiempo suficientepara ver que, en efecto, eran esasmismas puertas misteriosas las que sehabían abierto para él en la laderaalfombrada de blanca nieve virgen deuna colina de las Chiltern. En elmomento en que se cerraron, dejó deverlas. Solo era visible la grisácea luz

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de la nieve, como un reflejo del gris delcielo. Había vuelto al mundo boscoso ysepultado por la nieve por el que habíacaminado de buena mañana.

—¿Adonde ha ido? ¿Qué hapasado?

—Ha sido demasiado para ella. Latensión era demasiado fuerte, inclusopara su persona —anunció Merrimancon una voz sorda y amarga—. Jamás...Jamás había visto nada parecido. —Ydejó vagar su mirada con un sentimientode rabia.

—¿Qué pasa con ellos?... ¿Se lahan llevado? —Will no sabía quépalabras emplear para referirse almiedo.

—¡No! —exclamó Merriman. La

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palabra sonó rápida, con desprecio, casicomo si fuera una carcajada—. Suspoderes no pueden afectar a la Dama.Ella trasciende cualquier poder. Dejarásde hacer preguntas como esta cuandohayas aprendido un poco. Se hamarchado durante un tiempo, eso estodo. La causa fue que tuvo que abrir laspuertas, y enfrentarse a todo lo que lasmantenía cerradas. Las Tinieblas no hanpodido destruirla, pero la han agotado, yla han obligado a retirarse. La distanciay la soledad le permitirán recuperarse,cosa que a nosotros nos perjudicará,porque podríamos necesitarla. Dehecho, vamos a necesitarla. El mundosiempre la necesita.

Bajó la vista y miró a Will sin

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afecto. De pronto parecía distante, casiamenazador, como un enemigo. Movióuna mano con impaciencia.

—Abróchate la chaqueta,muchacho, antes de que te congeles.

Will intentó abrocharse torpementelos botones de su abigarrada pelliza, yse dio cuenta de que Merriman seenvolvía en una larga y desgastada capaazul con un cuello muy ancho.

—Ha sido por mi culpa, ¿verdad?—dijo con tristeza—. Si no hubieracorrido cuando vi las puertas... Sihubiera seguido con las manos cogidas alas vuestras y no hubiera roto elcírculo...

—Sí —dijo Merriman de maneracortante, aunque luego rectificó—. Fue

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obra de ellos, Will; no fue culpa nuestra.Te engañaron, manipulando tuimpaciencia y tu esperanza. Les encantaservirse de los buenos sentimientos parahacer el mal.

Will seguía de pie, con las piernasabiertas y las manos en los bolsillos,mirando el suelo. Una canción resonabacon desdén en lo más profundo de sumente: «Has perdido a la Dama; hasperdido a la Dama». La tristeza leatenazaba la garganta, y un nudo en elcuello le impedía hablar. Entre losárboles sopló una brisa que roció surostro con cristales de nieve.

—Will —increpó Merriman—.Estaba enfadado. Perdóname. Tanto sihubieras roto el círculo como si no, el

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resultado habría sido el mismo. Laspuertas son nuestro pasadizo hacia elTiempo, y no tardarás en saber suutilidad. En esta ocasión, sin embargo,no hubieras podido abrirlas, y yotampoco; y puede que nadie del círculo.La fuerza que las bloqueaba era el poderdel solsticio de invierno de lasTinieblas, que nadie, a excepción de laDama, puede vencer solo; ni siquieraella, salvo a costa de su propia persona.¡Anímate!; cuando sea el momento,volverá.

Tiró del cuello de la capa y este seconvirtió en una capucha con la quecubrió su cabeza. Al quedar oculto elpelo blanco, súbitamente su aparienciase tornó tétrica, estilizada e

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inescrutable.—Ven —dijo, y guió a Will por la

profunda nieve, entre hayas inmensas yrobles desnudos de hojas. Al cabo de unrato, se detuvieron en un calvero—.¿Sabes dónde estamos?

—¡Pues claro que no! ¿Cómo iba asaberlo? —preguntó Will, observandolos ventisqueros a su alrededor, con losárboles al fondo.

—Sin embargo, antes de que llegueel final del invierno, te arrastrarás hastaesta hondonada para contemplar lascampanillas de invierno que crecen portodos lados, junto a los árboles. Enprimavera volverás a mirar los narcisos.Todos los días de la semana, a juzgarpor lo que hiciste el año pasado.

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—¿Te refieres a la mansión? —preguntó Will boquiabierto—. ¿Es elterreno de la mansión?

En su siglo la mansión deHuntercombe era la casa más importantedel pueblo. Desde la carretera no podíaverse, pero el terreno corría paralelo alCamino de Huntercombe, al otro lado dela casa de los Stanton, y se extendíadurante un buen trecho en ambasdirecciones, bordeado alternativamentepor tramos de rejas de hierro oxidado yviejos muros de ladrillo. La propietariaera una tal señorita Greythorne,descendiente de los antiguospropietarios que durante generacioneshabían ocupado la casona, pero Will nola conocía demasiado bien. Apenas la

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había visto alguna vez, y la casatampoco le resultaba familiar; larecordaba vagamente como unconglomerado de altos hastiales de obravista y chimeneas estilo Tudor. Lasflores a las que Merriman se habíareferido servían de mojones en su épocapara señalar la propiedad privada.Desde que tenía uso de razón a finalesde invierno se colaba entre los hierrosde la verja de la casona para quedarseun rato en ese claro mágico y observarlas delicadas campanillas de inviernoque anunciaban el fin de la estación; yluego disfrutar del brillo de los doradosnarcisos de la primavera. No sabíaquién había plantado las flores, porquenunca había visto a nadie en el lugar. Ni

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siquiera estaba seguro de que alguienmás supiera de su existencia. Esaimagen revivió en su mente. Sinembargo, otras preguntas acuciantes notardaron en sustituirla.

—¡Merriman! ¿Intentas decir queeste claro existía ahí cientos de añosantes de que lo viera yo por primeravez? ¿Y que la gran sala es una mansiónanterior, que existía antes de la otramansión, hace muchísimos siglos? Encuanto al bosque que nos rodea, el queatravesé cuando vi al herrero y elJinete... y que se extiende hasta perdersede vista, ¿también pertenece a...?

Merriman le miró y rió, con unarisa divertida, desprovista de repente dela tensión que habían experimentado

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ambos.—Deja que te muestre algo.Se llevó a Will lejos de los árboles

y del claro, hasta donde terminaba lasucesión de troncos y montículos denieve.

Ante sus ojos no apareció elestrecho sendero de la mañana que Willesperaba, discurriendo sinuoso por elinacabable y frondoso bosque pobladode árboles muy antiguos, sino el trazadofamiliar del Camino de Huntercombe delsiglo XX, y a lo lejos, un poco másarriba de la carretera, un retazo de supropia casa. Frente a ellos veían loshierros de la verja de la mansión, unpoco más bajos debido a la altura de lanieve; Merriman los atravesó de una

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zanjada, con las piernas rectas; Will seescabulló por su resquicio habitual, yambos llegaron a la carretera flanqueadapor la nieve.

Merriman se quitó la capucha ylevantó la cabeza, coronada por unablanca melena, como captando el aromade ese nuevo siglo.

—Ya lo ves, Will. Los quepertenecemos al círculo no estamos muyinsertos en el Tiempo. Las puertas son elcamino que lo atraviesa, en la direcciónque nosotros escogemos; porque todoslos tiempos coexisten, y el futuro aveces puede afectar al pasado, aunque elpasado también sea la senda que nosllevará al futuro... Los hombres, sinembargo, no son capaces de entenderlo.

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Tú tampoco lo entenderás durante untiempo. Asimismo podemos viajar através de los años de otros modos: estamañana hemos utilizado uno diferentepara devolverte a tu lugar de origen:unos cinco o seis siglos después. Ahí esdonde has estado: en la época de losBosques de la Corona, que cubrían todala vertiente sur de esta región, desdeSouthampton Water hasta el valle delTámesis, donde ahora nos encontramos.

Señaló el llano horizonte,perpendicular a la carretera, y Willrecordó que esa mañana había visto elTámesis dos veces: una, fluyendo entrelos familiares campos, y la otra, encambio, sepultado entre los árboles. Sequedó mirando el rostro de Merriman, y

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advirtió la intensidad de sus recuerdos.—Hace quinientos años —explicó

Merriman— los reyes de Inglaterraeligieron deliberadamente conservaresos bosques, que engullían pueblosenteros y aldeas, para que las criaturassalvajes, los ciervos y los jabalíes, eincluso los lobos, pudieran alimentarsey convertirse en buenas presas de caza.Sin embargo, los bosques no son lugaresfáciles de manejar, y los reyes, sinsospecharlo, establecieron también unrefugio para las fuerzas de las Tinieblas,las cuales no tuvieron necesidad deretroceder hasta las montañas y lastierras lejanas del norte... Ese es el lugardonde has estado, Will. En el bosque deAnderida, como solían llamarlo. En una

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época desaparecida hace ya muchotiempo. Estuviste allí en la alborada,caminando por el bosque y entre lanieve; en la desnuda ladera de una de lascolinas de las Chiltern; y también laprimera vez que cruzaste las puertas:eso era un símbolo, tu primera visita, eldía en que ingresabas en la vida enforma de Ancestral. En ese pasadotambién es donde dejamos a la Dama.¡Ojalá supiera dónde y cuándovolveremos a verla! ¡En fin! Lo quetenga que ser, será. —Se encogió dehombros, como volviéndose a sacudirde encima la tensión—. Ya puedesvolver a casa, Will, porque estás en tupropio mundo.

—Tú también estás en él —

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puntualizó Will.—He vuelto, sí —dijo Merriman,

sonriendo—. Con sentimientos muycontradictorios.

—¿Adonde irás?—Por ahí. Me corresponde un

lugar en este presente, igual que a ti.Ahora ve a casa, Will. El siguiente pasode tu búsqueda depende del Caminante,y él te encontrará. Cuando su círculo seentrelace en tu cinturón junto al primero,vendré.

—Pero...De repente Will deseaba agarrarse

a él, rogarle que no se marchara. Suhogar ya no parecía la fortalezainconquistable que siempre había sido.

—Todo irá bien —dijo Merriman

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con cariño—. Acepta las cosas comovengan. Recuerda que el poder teprotege. No hagas disparates que puedanperjudicarte, y no tendrás ningúnproblema. Pronto volveremos a vernos,te lo prometo.

—De acuerdo —dijo Will sindemasiado convencimiento. Una extrañaracha de aire se arremolinó a sualrededor en la quieta mañana, y de losárboles que flanqueaban la carretera sedesprendieron trozos de nieve que lossalpicaron al caer. Merriman seenvolvió en su capa, marcando un dibujosobre la nieve con el borde inferior dela prenda. Lo miró de manerapenetrante, como si le estuvierahaciendo alguna advertencia y a su vez

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lo animara a seguir. Cubriéndose lacabeza con la capucha, se fue por lacarretera dando grandes zancadas, sinpronunciar palabra. Desapareció al darla curva que había junto al bosque de losGrajos, en dirección a la granja de losDawson.

Will cogió aire y apretó a correr.La avenida estaba silenciosa bajo ladensa nieve. La mañana era gris; lospájaros no se movían ni piaban; todoestaba en calma. La casa también estabaprofundamente callada. Se quitó la ropade la calle y subió las silenciosasescaleras. En el rellano se detuvo paramirar por la ventana, y vio los tejados ylos campos blancos. Ahora los inmensosbosques ya no cubrían la tierra como un

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manto. La nieve no había perdido altura,pero se había asentado sobre los llanoscampos del valle, y se perdía de vista,hasta llegar a la curva del Támesis.

De acuerdo, de acuerdo... —dijoJames adormilado desde la habitación.

En la puerta de al lado Robin lanzócomo un gruñido amorfo y murmuró:

—¡Ya voy! Un minuto más...Gwen y Margaret salieron juntas

del dormitorio que compartían dandotumbos, vestidas en camisón yfrotándose los ojos.

—No hay ninguna necesidad debramar —le dijo Barbara con tono dereproche.

—¿Bramar? —Will se la quedómirando.

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—¡A ver! ¡Despertad!, ¡despertadtodos! —gritó en tono de burla—. ¡Oye!Que hoy es fiesta, guapo.

—Pero si yo...—No importa —replicó Gwen—.

No hay que echarle la culpa de que hayaquerido despertarnos. A fin de cuentas,tiene una buena razón. —Avanzó haciaél y le dio un fugaz beso en la cabeza—.Feliz cumpleaños, Will.

El Caminante acecha en el CaminoAncestral

—Dicen que vendrá más nieve —

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dijo la señora gorda de la bolsa decáñamo al revisor del autobús.

El revisor, que era indioamericano, hizo un gesto dedesaprobación con la cabeza y dio ungran suspiro de infinita tristeza.

—El tiempo está loco. Otroinvierno como este y regresodefinitivamente a Puerto España.

—Ánimo, amigo —dijo la gorda—.Esto no volverá a repetirse. Llevoviviendo sesenta y seis años en el valledel Támesis, y jamás había visto nevarasí; nunca antes de Navidad.

—Mil novecientos cuarenta y siete—intervino el hombre sentado junto aella, delgado y con una larga narizpuntiaguda—. Ese año lo recordaré por

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la nieve; ¡desde luego que sí! Losventisqueros del Camino deHuntercombe y el Sendero del Pantano,y también los que se formaron en losterrenos comunales, eran tan altos que tepasaban de la cabeza. Estuvimos dossemanas sin poder atravesarlos.Tuvieron que traer máquinas quitanieve.¡Oh! ¡Eso sí que fue nevar!

—Pero ya había llegado laNavidad —puntualizó la señora.

—Es cierto. Era enero. —Elhombre asintió con voz lastimera—. Fuedespués de Navidad, sí.

Habrían seguido igual todo elcamino, hasta llegar a Maidenhead, ypuede que así lo hicieran, de no serporque Will, de repente, miró hacia

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fuera y al ver el blanco mundo de rasgosanodinos, cayó en la cuenta de que debíaapearse en la próxima parada. Elmuchacho se puso en pie de un salto yagarró las bolsas y las cajas. El revisorapretó el timbre por él. —Las comprasde Navidad...

—Aja. Tres... cuatro... cinco... —Will se aplastó los paquetes contra elpecho y se colgó de la barra delautobús, que avanzaba a sacudidas—.Ya he terminado con las compras. Justoa tiempo.

—¡Ojalá pudiera decir lo mismo!—comentó el revisor—. ¡Y mañana yaes Nochebuena! Lo que me pasa es quese me congela la sangre; ese es miproblema. Necesito que haga calor para

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despertarme.El autobús se detuvo, y el revisor

sostuvo a Will para que no perdiera elequilibrio al descender.

—Feliz Navidad, señor —dijo elchico; y con un impulso le gritó—: Eltiempo mejorará en Navidad.

—¿Vas a arreglarlo tú? —preguntóel revisor, esbozando una amplia yblanquecina sonrisa.

¡Quizá pueda hacerlo!, pensó Willmientras recorría a pie la carreteraprincipal que le llevaría al Camino deHuntercombe. ¡Quizá pueda hacerlo! Lanieve cubría incluso la calzada; eranmuy pocos los que se habían decidido apisarla esos dos últimos días. Will loscalificó de unas jornadas tranquilas, a

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pesar del recuerdo de lo que habíasucedido. Su cumpleaños transcurriócon gran alegría, y su fiesta familiar fuetan bulliciosa que por la noche se habíaderrumbado en la cama y se habíaquedado dormido sin apenas acordarsede las Tinieblas. A la mañana siguientese dedicó a entablar combates con bolasde nieve y a improvisar toboganes consus hermanos en el campo en pendienteque había detrás de la casa Fueron unosdías grises, que vaticinaban nieve, peroen los que, de manera inexplicable, estano terminaba por caer. Unos díassilenciosos en los que apenas pasabancoches por la carretera, salvo lascamionetas del lechero y el panadero.Los grajos también callaban, solo se

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desplazaban una o dos aves con lentitud,sobrevolando de vez en cuando elbosque.

Will descubrió que los animales yano lo temían. Al contrario, quizáparecían más afectuosos que antes. SoloR a q , el mayor de los dos pastoresescoceses, al cual le gustaba sentarsecon la barbilla apoyada en la rodilla deWill, se apartaba a veces de él de unsalto y sin razón aparente, como azuzadopor la corriente. Luego solía rondarinquieto por la habitación durante unosmomentos, antes de acercarse de nuevoa Will, mirándolo con aire interrogante,y volverse a poner cómodo como antes.Will no sabía qué pensar. Estaba segurode que Merriman sabría la razón, pero

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desconocía cómo contactar con él.El círculo en cruz que llevaba en el

cinturón seguía caliente al tacto desdeque llegara a casa, hacía ya dos días.Mientras andaba, deslizó la mano bajoel chaquetón para comprobarlo, yadvirtió que el círculo estaba helado; sinembargo, lo atribuyó sencillamente a latemperatura exterior, porque en la callehacía mucho frío. Había pasado casitoda la mañana comprando los regalosde Navidad en Sloug, la ciudad máspróxima. Era el ritual de todos los años;el día antes de Nochebuena era cuandoestaba seguro de poder disponer deldinero que sus numerosos tíos y tías leenviaban para su cumpleaños. Ladiferencia era que este era el primer año

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que había ido de compras solo; y seestaba divirtiendo mucho. Cuando vassolo, se te ocurren más ideas, pensó elmuchacho. El regalo más importante detodos, el de Stephen (un libro sobre elTámesis), lo había comprado bastanteantes, y se lo había enviado por correo aKingston, en Jamaica, puesto que subuque se hallaba anclado en lo quellamaban la estación caribeña. Esenombre siempre le hacía pensar en untren. Decidió que le preguntaría a suamigo el revisor cómo era Kingston. Alser de Trinidad, igual ponía verdes a lasotras islas.

Sintió de nuevo el leve desánimoque le había asaltado hacía dos días,porque ese año en concreto, y por

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primera vez desde que tenía uso derazón, no le había llegado el regalo decumpleaños de Stephen. Alejó de sumente el desaliento por centésima vezcon el argumento de que en Correos sehabrían retrasado, o bien que el buquehabría tenido que zarpar sin previoaviso, en cumplimiento de alguna misiónurgente en las exuberantes islas. Sisiempre se había acordado, Stephentambién debía de haberse acordado estavez, siempre y cuando no le hubierasurgido algún obstáculo. Era imposibleque Stephen se hubiera olvidado de sucumpleaños.

Ante sus ojos el sol se ponía, y porprimera vez, desde la mañana de sucumpleaños, era visible. Resplandecía

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orondo, con un dorado anaranjado quese colaba entre los resquicios de lasnubes; y el paisaje, de un blancoplateado, brillaba con pequeñosdestellos gualdos de luz. Después dehaber visto las calles de nieve grisáceay sucia de la ciudad, ahora todo volvía amostrarse bello. Will caminaba lenta ypesadamente, siguiendo los muros de losjardines y los árboles, hasta que llegó alfinal de un pequeño sendero sin asfaltar,apenas un caminito llamado el Senderodel Vagabundo. Partía de la carreteraprincipal y discurría hasta torcerse ysalir al Camino de Huntercombe, cercade la casa de los Stanton. Los niños aveces lo utilizaban como atajo. Will loobservó detenidamente, y vio que nadie

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había pasado por allí desde que habíaempezado a nevar. Aparecía ante susojos inmaculado, suave, blanco yseductor, marcado solo por los dibujosque a modo de escritura habían trazadolas huellas de los pájaros. Era unterritorio inexplorado. Will lo encontróirresistible.

En consecuencia, torció por elSendero del Vagabundo. Iba haciendocrujir con deleite la nieve clara y algosedimentada, y se le pegaban trocitoscomo si llevara un flequillo en lospantalones, los cuales protegía metidosdentro de las botas. Perdió de vista elsol casi de repente, aislado por elbloque de terreno boscoso que seextendía entre el pequeño sendero y unas

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cuantas casas que bordeaban en lo altoel Camino de Huntercombe. Mientrasiba dando pisotones entre la nieve, asíalos paquetes contra el pecho, y los ibacontando una y otra vez: la navaja paraRobín; la gamuza de ante para Paul, paraque limpie su flauta; el diario paraMary; las sales de baño para Gwennie;los rotuladores superespeciales paraMax... El resto de los regalos ya loshabía comprado y los tenía bienenvueltos. Las Navidades eran un circoincreíble cuando se tenían ochohermanos.

La caminata por el sendero prontoempezó a resultar menos divertida de loesperado. Los tobillos le dolían, al tenerque forzarlos para ir abriéndose paso

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entre la nieve. Por otro lado, era muyincómodo trajinar con los regalos. Elresplandor del sol, de un dorado rojizo,desapareció, y todo volvió a asumir esaapariencia monótona y gris. Will teníahambre y sentía frío.

Los árboles se erguían a suderecha: en su mayor parte eran olmos,salvo por alguna que otra haya. Al otrolado del sendero había un erial, y lanieve había transformado laacumulación caprichosa de hierbajos ymaleza en un paisaje lunar de blancas yamplias pendientes y hoyos en sombra.A su alrededor, y en el sendero cubiertode nieve, había ramas pequeñas ymedianas esparcidas por todos lados,que habían caído de los árboles por el

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peso de la nieve. Justo frente a Willyacía una enorme rama, cortándole elpaso. El muchacho miró hacia arriba conaprensión, preguntándose cuántos detodos aquellos inmensos olmos estabanaguardando con sus brazos muertos aque el viento o el peso de la nieve losestrellaran contra el suelo. Es un buenmomento para recoger leña, pensó, y ensu mente apareció la imagen cautivadoradel fuego, saltando en la hoguera de lagran sala: el fuego que había cambiadosu mundo, al desvanecerse por ordensuya y volver a arder de nuevo,obedeciendo sus deseos.

Mientras avanzaba a trompiconespor la fría nieve pensando en todo eso,se le ocurrió una repentina y

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descabellada idea; y se detuvo,sonriéndose. «¿Vas a arreglarlo tú?» Laverdad es que no; no creía que pudieraconseguir que el día de Navidad hicierabuen tiempo, pero sí podía templar unpoquito las cosas por aquí. Miró conseguridad la rama muerta que yacíafrente a él y, dominando sin dificultad eldon que sabía que poseía, dijo en vozbaja y con un tono malicioso:

—¡Arde!La rama seca que reposaba sobre la

nieve ardió en llamas. Toda susuperficie, desde la espesa y podridabase hasta la ramita más tierna, seencendió con unas lenguas de fuegoamarillentas. Se oyó un siseo, y unaltísimo rayo surgió de las ascuas,

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brillando como una columna. La hoguerano desprendía humo, y las llamas eranregulares; las ramitas, que deberían dehaberse incendiado y crujidobrevemente antes de convertirse enceniza, ardían sin interrupción, comoalimentadas por algún carburanteinterior. De repente, solo y junto alfuego, Will se sintió pequeño yasustado. Como la hoguera no eranormal, no podía controlarla con mediosnormales. No obedecía a las mismasreglas que regían el fuego de lachimenea que había visto arder en lasala. No sabía qué hacer. Presa delpánico, se concentró en la imagen y leordenó que se extinguiera, pero la ramaseguía quemando, con el mismo ímpetu

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de antes. Sabía que había hecho unatontería, algo estúpido, y quizápeligroso. Alzó la mirada, siguiendo lacolumna de oscilante luz, y vio que en loalto del grisáceo cielo cuatro grajosrevoloteaban lentamente en círculo.

¡Merriman! ¿Dónde estás?, pensócon tristeza. Entonces se quedó sinaliento: alguien que le agarraba pordetrás le bloqueó los pies, que nocesaban de dar patadas revolviendo lanieve, y asiéndolo por las muñecas, leretorció los brazos. Los paquetes sedesparramaron por el suelo. Will gritóde dolor, y la presión en las muñecascedió en el acto, como si su atacante noquisiera hacerle daño en realidad, sinotan solo sujetarle los brazos con fuerza.

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—¡Apaga el fuego! —exclamó ensu oído una voz ronca con un deje dealarma.

—¡No puedo! —protestó Will—.De verdad. Lo he intentado, pero nopuedo.

El hombre lo maldijo entre dientes,y en ese instante Will supo quién era. Suterror desapareció, como si leabandonara un gran peso.

—Suéltame, Caminante. No hayrazón para que me agarres así.

—Ni hablar, chico —dijo elanciano, con renovadas fuerzas.Conozco tus trucos. Es cierto que eres elelegido; ahora ya lo sé. Eres uno de losAncestrales, pero yo ya no me fío de losde tu clase, como tampoco me fío de las

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Tinieblas. Acabas de convertirte en unode ellos, vale, pero déjame decirte algoque no sabes: mientras no seas unveterano, no puedes hacer daño a nadiesi no le miras a los ojos. Así que lo quees a mí, no me vas a mirar: eso te loaseguro.

—Yo no quiero hacerte nada malo.¿Sabes? También hay gente en quien sepuede confiar.

—¡Poquísimos! —dijo elCaminante con amargura.

—Si me sueltas, cerraré los ojos.—¡Bah!—Tú tienes el segundo signo.

Dámelo.Se hizo un silencio. Will notó que

el vagabundo lo soltaba, pero se quedó

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donde estaba y no se dio la vuelta.—Yo ya tengo el primer signo,

Caminante. Y tú lo sabes. Mira: voy adesabrocharme la chaqueta y daré lavuelta al cinturón. Así podrás ver elprimero de los círculos.

Se abrió el chaquetón, con lacabeza todavía inmóvil, y percibió lasilueta jorobada del Caminantesituándose a su lado. Al ver el objeto, elhombre dejó escapar un largo silbidoentre los dientes, y movió la cabezahacia arriba, mirando a Will sin tomarprecauciones. Iluminado por la luz quedespedía la rama, la cual seguíaardiendo sin pausa, Will vio un rostrodesencajado por una multiplicidad desentimientos contradictorios: la

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esperanza, el miedo y el alivio seconfundían entre sí, dominados por unaincertidumbre angustiada.

Cuando el hombre habló, su vozsonó rota y sencilla, como la de un niñopequeño cuando está triste.

—¡Pesa tanto! —dijo, quejándose—. ¡Y lo he llevado tanto tiempo! Nisiquiera recuerdo por qué. Siempreasustado, siempre teniendo que escapar.¡Ojalá pudiera librarme de él! ¡Ojalápudiera descansar! ¡Querría que medejara en paz! Pero no correré el riesgode entregarlo a la persona equivocada,eso no. Lo que podría ocurrirme esdemasiado temblé, tanto que no puedoexpresarlo con palabras. LosAncestrales pueden ser muy crueles...

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Creo que tú eres la persona indicada,muchacho. Te he estado buscandodurante mucho tiempo, muchísimo, paradarte el signo. Pero, ¿cómo puedo estarseguro de que no eres una trampa que mehan tendido las Tinieblas?

Lleva tanto tiempo asustado, pensóWill, que ha perdido toda noción de larealidad. ¡Qué terrible estar tancondenadamente solo! No se atreve aconfiar en mí; hace tanto tiempo que noconfía en nadie que ha olvidado lasensación.

—Vamos a ver —empezó Will conamabilidad—. Tú sabes bien que nopertenezco a las Tinieblas. Piensa. Visteque el Jinete intentaba atacarme.

El hombre hizo un gesto de

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negación. Le embargaba una grantristeza, y Will recordó que elvagabundo se había alejado del clarogritando en el preciso instante en queaparecía el Jinete.

—Bueno, si eso no te convence...¿Qué hay del fuego?

—Lo del fuego... más o menos —contestó el Caminante, y miró las llamasesperanzado; luego su rostro volvió acontraerse ante la sensación de peligroinminente—. Aunque tú sabes que elfuego las atraerá, chico. Los grajos yadeben de guiarlas hacia aquí. ¿Cómo séyo que encendiste el fuego como unjuego, porque eres un Ancestral queacaba de despertar, y que no hasintentado enviarles una señal para

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lanzarlos contra mí? —dijo,lamentándose para sus adentros y conuna profunda angustia royéndole el alma.

El vagabundo se encogió,protegiéndose con los brazos. Willpensó que era un ser muy desgraciado, yse apiadó de el; pero tenía que hacerleentrar en razón de alguna manera.

El muchacho levantó la vista alcielo. Había más grajos volandoperezosamente en círculo, y pudo oírcómo se llamaban entre sí, con ásperosgraznidos. ¿Acaso tenía razón el viejo?Los obscuros pájaros ¿eran mensajerosde las Tinieblas?

—Caminante, ¡por el amor deDios! —exclamó Will con impaciencia—. Has de confiar en mí; si no confías

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de una vez por todas en alguien, losuficiente como para entregarle el signo,tendrás que llevarlo siempre contigo.¿Es eso lo que quieres?

El anciano vagabundo gemía ymurmuraba, mirándolo fijamente con susojitos perturbados; parecía atrapado enseculares sospechas, como una mosca enuna tela de araña. No obstante, la moscasigue teniendo alas, y estas puedenromper la tela, solo con que le demosfuerzas para batir las alas, una solavez... Guiado por una facetadesconocida de su mente, sin saber muybien lo que estaba haciendo, Will seaferró al círculo de hierro que nevaba enel cinturón y se plantó de pie, lo máserguido posible, señalando con un dedo

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al Caminante.—El último de los Ancestrales ya

ha llegado, Caminante; y es la hora. Estees el momento de que entregues el signo,y debes hacerlo ahora. Ahora o nunca.Piensa solo en esto: no tendrás otraoportunidad. Ahora, Caminante. Si noquieres llevarlo contigo para siempre,obedece ahora a los Ancestrales. ¡Ahoramismo! —dijo Will, elevando el tono desu voz.

Fue como si la palabra hubieraaccionado un mecanismo. En un segundotodo el miedo y las sospechas que sereflejaban en el viejo y contraído rostrodesaparecieron, y la tez del vagabundose relajó, mostrando una obedienciainfantil. Con una sonrisa de entusiasmo

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casi ciego el Caminante toqueteó unaancha cinta de cuero que llevaba enbandolera en el pecho y sacó un círculocuarteado idéntico al que Will habíaprendido en su cinturón, pero quebrillaba con la pátina desvaída y de orosucio del bronce. Lo depositó en lasmanos de Will, y dio una breve y fuertecarcajada socarrona, muestra de suatónita alegría.

La rama que ardía en amarillentasllamas sobre la nieve aumentó suintensidad, y luego el fuego se extinguió.Esa rama adquirió el mismo aspecto quecuando Will la encontró, caminando porel Sendero del Caminante: gris, sinrastro de carbonilla y fría, como si elfuego o las chispas no la hubieran

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tocado jamás. Asiendo el círculo debronce, Will se quedó mirando ese trozode madera, cuya corteza se habíadesprendido de manera burda, posadosobre la nieve virgen. Ahora que sehabía apagado su luz, el día parecía derepente mucho más tenebroso y lleno desombras; y se dio cuenta con un espasmode terror del poco tiempo que faltabapara que cayera la noche. Era tarde, ydebía marcharse. Entonces oyó una vozclara surgiendo de la penumbra:

—Hola, Will Stanton.El Caminante dio un alarido de

terror, que sonó agudo y tétrico. Willdeslizó con rapidez el círculo de bronceen su bolsillo y, con esfuerzo, dio unpaso al frente. Entonces casi cayó

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sentado sobre la nieve de la impresiónde alivio, porque vio que el reciénllegado solo era Maggie Barnes, lalechera de la granja de los Dawson. Nohabía nada siniestro en Maggie, lamofletuda admiradora de Max. Elabrigo, las botas y la bufandaprácticamente camuflaban por completosu tipo rellenito; llevaba un cestotapado, y se dirigía a la carreteraprincipal. Sonrió a Will y luego miró demanera intensa y acusadora alCaminante.

—¡Vaya! —exclamó con su dulceacento de Buckinghamshire—. Pero ¡sies el viejo vagabundo que lleva unaquincena rondando por aquí! El granjerome ha dicho que quiere que te largues,

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amigo. ¿Te ha estado molestando, jovenWill? Me juego lo que quieras a que sí—dijo, mirando con furia al Caminante,quien se encogió de manera involuntariaen su sucio abrigo en forma de capa.

—¡No, no! —se apresuró aexclamar Will—. Venía corriendo delautobús de Slough y... la verdad es quehe chocado contra él. Hemos chocadolos dos; y todos los regalos de Navidadse me han caído al suelo —añadiópresuroso, y se agachó para recoger losregalos y los paquetes que seguíanesparcidos sobre la nieve.

El Caminante se sorbió la nariz, searrebujó en el abrigo e hizo ademán deescabullirse de Maggie y seguir por elsendero. Sin embargo, cuando llegó

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junto a ella, se detuvo en seco y se echóhacia atrás, como si se hubiera golpeadocontra una barrera invisible. Abrió laboca pero no consiguió articular sonidoalguno. Will se puso en pie despacio,observando, con los brazos llenos deobjetos. Una temible sensación derecelo empezó a apoderarse de él, comoel escalofrío que sentimos ante una fríabrisa.

Maggie Barnes dijo conamabilidad:

—Hace mucho rato que llegó elúltimo autobús de Slough, joven Will.De hecho, acabo de salir de la granjapara coger el siguiente. ¿Siempre tardasmedia hora en volver de la parada delautobús? Lo digo porque en realidad

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bastan cinco minutos a pie, Will Stanton.—No es asunto tuyo lo que yo tarde

—contestó Will. Observaba alCaminante, paralizado, y unas imágenesmuy confusas le daban vueltas en lacabeza.

—¿Dónde están los buenosmodales? —se quejó Maggie—. ¡Unniño tan bien educado como tú! —exclamó, mirando a Will con unos ojosdestellantes asomando por encima de labufanda.

—Bueno, Maggie. ¡Adiós! Tengoque ir a casa. Llego tarde a la merienda.

—El problema con los vagabundossucios y desagradables como este, conquien acabas de tropezar y que, segúnparece, no estaba molestándote... —dijo

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Maggie Barnes sin levantar la voz y sinmoverse del sitio—, el problema, digo,es que roban; y este robó una cosa elotro día en la granja, joven Will, algoque me pertenece: un adorno. Unaespecie de adorno bastante grande y deun color marrón claro, en forma decírculo, que yo llevaba en una cadena,colgado al cuello. Quiero que me lodevuelva. ¡Ahora mismo!

La última palabra se le escapó entono viperino, pero luego volvió ahablar con una dulzura relamida, comosi su cariñosa voz no hubiera cambiadoen ningún momento.

—Quiero que me la devuelva,hablo en serio. Creo también que quizáte lo puso en el bolsillo cuando no

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mirabas, cuando chocaste con él. Igualvio que me acercaba... ¡con tanta luzcomo salía de esa extraña y pequeñahoguera que ardía aquí mismo hace unrato!... ¿Qué piensas de todo esto, jovenWill Stanton? Dime...

Will contuvo el aliento. Se le ibanponiendo los pelos de punta mientras laescuchaba. Ella seguía de pie, con elmismo aspecto de siempre: la chica dela granja, simplona y de mejillassonrosadas, que se encargaba de lamáquina de ordeñar de los Dawson ycriaba terneritos; sin embargo, la menteque había maquinado esas palabras solopodía proceder de las Tinieblas.¿Habían raptado a Maggie?, ¿o bienMaggie había sido siempre uno de

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ellos? En ese caso, ¿qué iba a hacer conellos?

La tenía enfrente. Will cogía conuna mano los paquetes mientrasdeslizaba la otra con cautela en elbolsillo. El signo de bronce estabacompletamente frío al tacto. Reunió todoel poder de concentración que pudo paraalejarla, pero ella seguía allí,sonriéndole con frialdad. La conminó amarcharse, sirviéndose de todos losnombres de la fuerza que Merrimanhabía utilizado: la Dama, el círculo, lossignos... pero sabía que no conocía laspalabras apropiadas. Maggie se reía acarcajadas y avanzaba con resolución,mirándole al rostro, y Will descubrióque no podía mover ni un solo músculo.

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Estaba atrapado, paralizado igualque el Caminante; se había quedadoinmóvil en una posición que no podíacambiar, ni siquiera un centímetro. Mirócon rabia a Maggie Barnes, vestida consu suave bufanda roja y su recatadoabrigo negro, mientras esta, con toda lacalma del mundo, ponía la mano en elbolsillo de su pelliza y sacaba el círculode bronce. Lo sostuvo frente a su rostroy luego le desabrochó el chaquetón conrapidez, le sacó el cinturón y entrelazóel círculo de bronce junto al de hierro.

—Aguántate los pantalones, WillStanton —dijo en son de burla—. ¡Oh,pues claro! ¡Si no puedes!, ¿verdad?Aunque en realidad tampoco llevabaseste cinturón para aguantarte los

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pantalones, ¿no? Lo llevabas paramantener a salvo esta... especie de...adorno.

Will se percató de que sosteníamuy superficialmente los dos signos yfruncía el entrecejo cuando tenía queasirlos con firmeza. El frío quedesprendían debía de quemarle hasta loshuesos.

Observó la escena profundamentedesesperado. No podía hacer nada.Todos sus esfuerzos y su búsquedaterminaban antes de haber empezado, yno podía hacer nada al respecto.Deseaba gritar de rabia y llorar a la vez.En ese momento, y en lo más profundode su interior, se le ocurrió una cosa.Algo le venía a la memoria, aunque no

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conseguía precisar lo que era. Solo seacordó en el instante en que lasonrosada Maggie Barnes sostuvo antesus ojos el cinturón con los dosprimeros círculos entrelazados y unidos:el signo de hierro apagado junto al debronce resplandeciente. Mirando conavidez los dos círculos, Maggie estallóen carcajadas, y su risa, una serie degritos ahogados y graves, resultaba másmaligna porque salía de un rostrosonrosado y franco. Entonces Will seacordó: «Cuando su círculo se entrelaceen tu cinturón junto al primero, vendré.»

En ese preciso instante la ramacaída del olmo que Will habíaencendido unos breves minutos antesvomitó fuego, y las llamas se movieron

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para formar un círculo de una luz blancay abrasadora que rodeó a MaggieBarnes, un círculo de luz tan alto que lacubría por completo. La chica se agachósobre la nieve, encorvándose, con laboca desencajada de miedo. Aflojó lamano y le cayó el cinturón con los dossignos entrelazados.

Merriman estaba allí. Alto,enfundado en su larga capa obscura ycon el rostro oculto por la capucha, sehallaba en uno de los lados del camino,detrás del círculo llameante y la chicaagachada.

—Apártala de este camino —dijocon voz clara y fuerte, y el círculoardiente de luz se desplazó lentamentehacia un lado, obligando a la muchacha

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a moverse a trompicones, hasta que semantuvo inmóvil en el aire sobre losmárgenes herbosos del camino. Entoncesdesapareció con un crujido seco, y Willvio en su lugar una gran barrera de luzque se elevaba a cada lado del sendero,flanqueándolo con un fuego altísimo quese extendía en ambas direcciones;bastante más allá del trecho que Willconocía como el Sendero delVagabundo. Se quedó contemplándolocon detenimiento, un poco asustado. Enla penumbra exterior podía ver a MaggieBarnes, implorando piedaddesconsoladamente en la nieve yprotegiéndose los ojos de la luz con losbrazos. Sin embargo, Merriman, elCaminante y él mismo permanecían en

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un inmenso túnel sin fin de blancas yfrías llamas.

Will se agachó y recogió elcinturón, y en un gesto de alivio, agarrólos dos signos con las manos, el hierrocon la izquierda y el bronce con laderecha. Merriman se acercó a él,levantó el brazo derecho y la capa quelo envolvía ondeó como el ala de unaenorme ave. Señalando con uno de suslargos dedos a la chica, pronunció unnombre extraño e interminable que Willno había oído jamás, y que no pudoretener en su mente, y Maggie empezó agemir en voz alta.

Merriman, con una voz que noocultaba el profundo desprecio quesentía, dijo:

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—Vuelve y diles que los signos seencuentran fuera de su alcance; y siquieres seguir sana y salva, no vuelvas aintentar ninguna estratagema mientras teencuentres en uno de nuestros caminos.Los antiguos caminos han despertado, ysu poder vuelve a estar vivo. Esta vezno tendrán piedad y no sentirán ningúnremordimiento.

Volvió a pronunciar el extrañonombre, y las llamas que bordeaban elcamino se elevaron más; y la chica gritócon todas sus fuerzas, con la estridenciade quien sufre un gran dolor. Luego sefue corriendo campo a través,pisoteando la nieve como un animalitojorobado.

Merriman miró a Will.

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—Recuerda las dos cosas que tehan salvado —le dijo, con la luzdestacándose en su nariz aguileña y loshundidos ojos ocultos bajo la sombra dela capucha—. En primer lugar, yoconocía su nombre auténtico. La únicamanera de desarmar a una de estascriaturas de las Tinieblas es llamándolapor su propio nombre; son nombres quemantienen en estricto secreto. Luego, yal margen del nombre, también está elcamino. ¿Sabes el nombre de estecamino?

—El sendero del Vagabundo —dijo Will automáticamente.

—Ese no es su nombre auténtico —dijo Merriman con disgusto.

—Bueno, no. Es verdad. Mamá

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nunca lo diría, y nosotros tampocodebemos hacerlo. Dice que es horrible.Pero toda la gente que conozco lo llamaasí. Me sentiría ridículo si lo llamaraCamino... —Will se detuvo en seco, aloír y saborear el nombre auténtico porprimera vez en su vida—. Si lo llamarapor su nombre auténtico: CaminoAncestral —dijo sin precipitarse.

—Igual te sentirías ridículo, peroese nombre tan ridículo ha contribuido asalvar tu vida —dijo Merriman en tonograve—. Camino Ancestral. Sí; y no esporque vaya dedicado a la memoria dealgún señor Ancestral. El nombresencillamente te indica cómo es elcamino, como ocurriría con todos losnombres que ponemos a los caminos y

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los lugares situados en tierras muyantiguas, si la gente les prestara másatención. Tuviste suerte de hallarte enuno de los antiguos caminos, los queutilizaron los Ancestrales durante tresmil años, cuando tú jugabas a encenderhogueras, Will Stanton. Si hubierasestado en cualquier otro lugar, en tuestado actual, sin controlar el poder quetienes, te habrías expuesto tanto quetodos los seres de las Tinieblas quehabitan en estas tierras habrían acudidoa ti. Igual que la bruja, que acudió a tiguiada por los pájaros. Mira conseriedad este camino ahora, chico, y novuelvas a darle un nombre estúpido.

Will asintió cabizbajo y se quedómirando el sendero flanqueado por las

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llamas, que se extendía en la distanciacomo si fuera una de las nobles sendasdel sol, y con un impulso repentino yalocado, hizo una torpe reverencia,inclinándose lo que le permitía elmontón de paquetes que sostenía enbrazos. Las llamas se avivaron otra vezy se curvaron hacia el interior, casicomo si estuvieran devolviéndole lareverencia. Luego desaparecieron.

—Bien hecho —dijo Merriman consorpresa y algo divertido.

—Jamás, jamás en la vida volveréa utilizar el... el poder, a menos quehaya una razón para ello. Lo prometo.Por la Dama y el mundo de losAncestrales. Pero, dime, Merriman —dijo sin poder resistirse—. ¿Verdad que

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fue el fuego lo que atrajo al Caminante?¡Y el Caminante tenía el signo!

—El Caminante te estabaesperando, tonto —dijo Merrimanirritado—. Te dije que te encontraría, ytú no te acordaste. Recuérdalo bien. Ennuestra magia hemos de sopesar todas ycada una de las palabras másinsignificantes, porque todas tienen unsentido. Todas y cada una de ellas; tantosi las digo yo, como si es algún otroAncestral quien las pronuncia. En cuantoal Caminante, desde tiemposinmemoriales ha estado esperando quetú nacieras, para poder encontrarse asolas contigo y oír de tu propia boca laorden de entregarte el signo. Eso lohiciste bien, tengo que reconocerlo. El

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problema era convencerlo de que tediera el signo cuando llegara elmomento. ¡Pobre diablo! Una veztraicionó a los Ancestrales, hace muchotiempo, y ese era su sino. —Su voz seablandó un poco—. Lo ha tenido muydifícil, por el hecho de tener que llevarsiempre a cuestas el segundo signo. Sinembargo todavía le queda un papel porrepresentar en nuestra obra, antes dedescansar, si así lo elige. Sin embargo,el momento no ha llegado todavía.

Ambos miraron la figura inerte delCaminante, atrapado aún como unaimagen congelada en el lado del caminodonde Maggie Barnes lo había dejado.

—Esta en una posiciónincomodísima —observó Will.

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—No siente nada —comentóMerriman—. No le dolerá ni un solomúsculo. Hay algunos poderes que losAncestrales y los servidores de lasTinieblas tienen en común, y uno deellos es atrapar a un hombre fuera deltiempo durante el rato que sea necesario;o bien, y en el caso de las Tinieblas,hasta que termine la diversión.

Señaló con el dedo el bulto informee inmóvil y pronunció unas rápidaspalabras en voz baja que Will no oyó. ElCaminante volvió a cobrar vida, comoun personaje de una película cortada querevive al ser arreglado el rollo. Con losojos abiertos como platos el vagabundomiró a Merriman y abrió la boca, sinpoder articular ni una palabra y dejando

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escapar tan solo un curioso ronquido.—Márchate —dijo Merriman.El anciano se apartó agarrotado,

sujetando firmemente su indumentariapara que no le volara, y se alejó a todaprisa, arrastrando los píes por elestrecho sendero. Will parpadeó,viéndole marchar; luego se fijó mejor yse frotó los ojos: el Caminante parecíadesvanecerse, y lo raro era que se ibavolviendo más transparente, hastareflejar los árboles que tenía detrás. Enun momento dado desapareció, comouna estrella que se oculta tras una nube.

—Es obra mía, no suya —aclaróMerriman—. Considero que se mereceun descanso en otro lugar, lejos de aquí.Este es el poder de los Caminos

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Ancestrales, Will. Hubieras podidoutilizar el truco para escapar de la brujasin esfuerzo, si hubieras sabido cómohacerlo. Ya lo aprenderás, junto con losnombres correctos y muchas otras cosas;y eso será muy pronto.

—¿Cuál es tu nombre verdadero?—dijo Will con curiosidad.

—Merriman Lyon —respondió,mirándolo con unos ojos fulgurantes queescondía bajo la caperuza—. Ya te lodije cuando nos conocimos.

—Bueno, yo pensaba que si esehubiera sido tu nombre auténtico, el queusas como Ancestral, no me lo habríasdicho. Al menos, no en voz alta.

—Veo que vas aprendiendo —dijoMerriman con regocijo—. Vamos, se

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hace de noche.Marcharon juntos por el camino.

Will trotaba junto a la figuraencapuchada, que avanzaba a grandeszancadas, agarrando las bolsas y lascajas. Hablaban poco, pero la mano deMerriman siempre estaba alerta paracogerlo cuando el chico tropezaba en unagujero o un montón de nieve. Al salirdel último recodo del sendero y entraren el trecho más amplio del Camino deHuntercombe, Will vio a su hermanoMax que caminaba rápido hacia él.

—¡Mira! ¡Ahí viene Max!—Sí —coincidió Merriman.Max lo llamó de lejos, saludándolo

alegremente con la mano, y se acercó aél:

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—He ido a buscarte a la parada delautobús. Mamá se estaba poniendo unpoco nerviosa porque su hijito seretrasaba.

—¡Oh! ¡Cállate!, ¿quieres? —protestó Will.

—¿Por qué venías por aquí? —preguntó Max, señalando en dirección alSendero del Vagabundo.

—Acabamos de... —empezó adecir Will, y al volver la cabeza paraincluir a Merriman en su comentario, sedetuvo, tan de golpe que se mordió lalengua.

Merriman se había ido. Sobre lanieve que acababan de pisar no se veíaseñal alguna. Will miró hacia atrás,siguiendo con la vista el camino que

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habían recorrido tras salir al Camino deHuntercombe y la última curva delpequeño sendero, y solo pudo ver elrastro de unas huellas: las suyas propias.Creyó oír una débil música argentinaflotando en el aire, pero al alzar lacabeza para escuchar mejor, tambiénhabía desaparecido.

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Segunda parte:

El aprendizaje

Nochebuena

Nochebuena: el día en el que el

espíritu de la Navidad estaba másarraigado en la familia Stanton. Esosleves indicios, cargados de promesas yaugurando nuevas alegrías, que desdehacía semanas anunciaban la proximidadde unos momentos muy especiales

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culminaban de repente en una atmósferafeliz y de abierta expectación. La casaestaba perfumada con los maravillososaromas de los pasteles que provenían dela cocina, en una de cuyas esquinas sehallaba Gwen, dando los últimos toquesal glaseado del pastel de Navidad.Hacía tres semanas que su madre lohabía preparado; y el pudín de Navidad,tres meses. Una música navideña,intemporal y familiar, invadía la casacuando alguien encendía la radio. Latelevisión, en cambio, no la veían,porque en esos momentos carecía deinterés. Para Will el día de por síempezaba ya muy temprano. Justodespués de desayunar (tarea másaccidentada de lo habitual) había una

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doble ceremonia: la del gran tronco queinaugura la hoguera de Navidad y ladecoración del árbol.

El señor Stanton estaba terminandoel último trozo de su tostada sentado a lamesa de la cocina, con Will y Jamesinstalados a ambos lados, sin poderdominar su nerviosismo. Su padre sehabía quedado inmóvil, y sostenía en lamano un bocado que había olvidado,enfrascado como estaba en la lectura dela página de deportes del periódico. AWill también le apasionaban las noticiasdel Club de Fútbol de Chelsea, pero nouna mañana de Nochebuena.

—¿Quieres más tostadas, papá? —preguntó en voz alta.

—Mmmm... Aja —murmuró el

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señor Stanton.—¿Te apetece un poco más de té,

papá? —preguntó a su vez James.El señor Stanton levantó los ojos,

inclinó su redonda cabeza, miró a amboslados con ternura y se rió. Dobló elperiódico, terminó su taza de té y seembutió el trozo de tostada en la boca.

—Venga, vamonos ya —dijo sindirigirse a nadie en particular, perocogiéndolos por las orejas. Losmuchachos dieron gritos de alegría ycorrieron a ponerse las botas, laschaquetas y las bufandas.

Salieron al camino en procesión,empujando la carretilla: Will, James, elseñor Stanton y Max, más alto y fornidoque su padre, y que cualquiera de ellos,

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con las puntas de su largo y obscuropelo sobresaliendo en un cómicoflequillo bajo una vieja gorraimpresentable. Will se preguntódivertido qué pensaría Maggie Barnes sílo viera, espiándolo con picardía traslos visillos de la cocina y buscando sumirada, como era habitual en ella.Entonces recordó en ese mismo instantequién era Maggie Barnes, y pensó concreciente alarma: El granjero Dawson esun Ancestral; debo prevenirlo. Ledesasosegaba la idea de que no se lehubiera ocurrido antes.

Se detuvieron en el patio de losDawson, y el viejo George salió arecibirlos con una sonrisa de lado alado. El camino de ida había sido más

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fácil esa mañana al haber pasado lamáquina quitanieves. De todos modos,la nieve seguía asentada, inmóvil,nutriéndose de un frío gris y sin vientoque no les daba tregua.

—¡Os he guardado el mejor árbolde todos! —exclamó el viejo Georgecon alegría—. Es alto y recto como unmástil igual que el del granjero. Calculoque ambos deben de ser árboles reales.

—Tan reales como que procedende los Bosques de la Corona —puntualizó el señor Dawson, ciñéndoseel abrigo al salir.

Will pensó que sus palabras debíaninterpretarse literalmente; todos los añosun cierto número de árboles de Navidadsalían de las plantaciones reales que

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había junto al Castillo de Windsor, yalgunos de ellos volvían al pueblo en lacamioneta de la granja de los Dawson.

—Buenos días, Frank —dijo elseñor Stanton.

—Buenos días, Roger —dijo elgranjero Dawson, y sonriendo a losmuchachos, exclamó—: ¡Eh, niños!Llevad atrás la carretilla.

Posó los ojos de maneraimpersonal sobre Will, sin demostrar niun solo ápice de curiosidad, aunqueWill se había abierto la chaqueta aposta, para que se viera claramente queahora llevaba dos signos en el cinturónen lugar de uno.

—Me gusta veros tan contentos —les dijo el señor Dawson jovialmente

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mientras los chicos empujaban lacarretilla, conduciéndola hacia la partetrasera del establo.

El granjero puso la mano sobre elhombro de Will apenas un segundo, y unligero apretón le demostró que sabíaperfectamente lo que había sucedidoesos últimos días. El muchacho pensó enMaggie Barnes y se las ingenió paraponerle sobre aviso.

—¿Dónde está tu novia, Max? —dijo, procurando que su voz sonara altay clara.

—¿Mi novia? —se indignó Max,quien salía bastante en serio con unachica de cabellos rubios que estudiabaen su misma escuela de arte, en Londres.No en vano el correo traía a diario unas

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abultadas cartas envueltas en sobresazules. Esa era la razón de que Maxhubiera perdido el interés por las chicasdel pueblo.

—¡Sí, sí...! Disimula —volvió aesforzarse Will—. Ya sabes a quién merefiero.

Por suerte a James le encantabanesta clase de bromas, y se unió a suhermano entusiasmado.

—Maggie, Maggie, Maggie —cantó en son de burla—. ¡Oh, Maggie!La dulce lechera se derrite por Maxie, elgran artista, ¡ooooh!, ¡oooh!...

Max le pellizcó en las costillas yJames soltó una risotada.

—Maggie, la chica, ha tenido quemarcharse —dijo el señor Dawson con

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frialdad—. Alguien de su familia sepuso enfermo y la necesitaban en casa.Esta mañana ha hecho las maletas y seha marchado muy pronto. Sientodecepcionarte, Max.

—¡Yo no estoy decepcionado! —dijo Max, poniéndose granate devergüenza—. Son estos chiquillosestúpidos los que...

—¡Ooooh!, ¡Ooooh! —can1tabaJames fuera de su alcance—. ¡Ooooh,pobre Maxie! ¡Perdió a su Maggie!

Will no dijo nada. Se daba porsatisfecho.

El alto abeto, con las ramas atadascon varias vueltas de un áspero cordelblanco, ya estaba en la carretilla, y juntoa él, una raíz vieja y nudosa de un haya

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que el granjero Dawson había taladorecientemente. La había partido en dos,y guardaba ambos trozos para echarlos ala lumbre en Navidad, uno para él y otropara los Stanton. Will sabía que teníaque ser la raíz de un árbol, y no unarama, aunque nadie le había explicadonunca por qué. Al llegar a casa pondríanel leño en la enorme chimenea deladrillo de la sala de estar, y esa nochelo encenderían y dejarían que fueraconsumiéndose lentamente, hasta la horade ir a dormir. En algún lugarconservaban un trozo del leño del añopasado, que lo habían guardado para quesus astillas sirvieran para prender fuegoa su sucesor.

—Tomad —dijo el viejo George,

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apareciendo de repente junto a Willcuando ya empujaban la carreta a travésde la verja de entrada—. Deberíaisquedaros un poco de esto. —Y lesofreció un gran ramo de acebo, cargadode bayas.

—Muy amable por tu parte, George—dijo el señor Stanton—; pero yatenemos ese enorme acebo frente a lapuerta de entrada. Si sabes de alguienque no tenga...

—¡No, no! Lleváoslo —ordenó elhombre con un dedo en señal deadvertencia—. En el arbusto que tenéisen casa no hay ni la mitad de bayas. Estoque os doy es un acebo especial. —Lodepositó con cuidado en la carreta; seapresuró a cortar una ramita y la deslizó

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en el ojal superior de la pelliza de Will,susurrándole en el oído con la voz delos Ancestrales—: Te protegerá de lasTinieblas si lo cuelgas en la ventana yen la puerta.

Su sonrisa, que dejaba aldescubierto unas sonrosadas encías, setransformó en una estridente carcajadaque sacudió su curtido y moreno rostro,y el Ancestral volvió a adoptar lasmaneras del viejo George, que losdespedía con la mano: —¡FelizNavidad!

—¡Feliz Navidad, George!Tras haber entrado el árbol por la

puerta principal con gran ceremonia, losgemelos atornillaron unos travesaños demadera al pie para construir una base.

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En el otro extremo de la habitaciónMary y Barbara estaban sentadas encimade un mar crepitante de papeles decolores, que cortaban en tiras rojas,amarillas, azules y verdes para pegarlasluego en círculos concéntricos y formarasí cadenas de papel.

—Hubierais tenido que hacerlasayer —dijo Will—. Necesitan tiempopara secarse.

—Tú eres el que hubiera tenidoque hacerlo —dijo Mary resentida,moviendo la melena—. Se supone quees tarea del más pequeño.

—Pues no hace mucho me pasé undía entero cortando tiras —protestóWill.

—Esas las terminamos hace horas

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ya.—Bueno, eso no quita que las

cortara.—Piensa que ayer estuvo todo el

día de compras —dijo Barbara en sonde paz—. Así que mejor cierra la boca,Mary, o igual decide no darte su regalo.

Mary refunfuñó en voz baja, perocedió; y Will, a regañadientes, pegóunas cuantas cadenas de papel. Sinembargo, no perdía de vista la puerta, ycuando vio que su padre y Jamesaparecían cargados con viejas cajas decartón, se escabulló en silencio y fue areunirse con ellos. Nada le impediríadecorar el árbol de Navidad.

Al abrir las cajas, salieron todosesos adornos tan entrañables que

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convertirían la vida de la familia en unafiesta continua durante doce noches ydoce días: la figurita de doradoscabellos que coronaba el árbol, loscables de lucecitas que brillaban comojoyas preciosas, unas bolas de Navidadde un cristal muy frágil, conservadas congran cariño desde hacía muchos años,unas medias esferas enroscadas comoconchas rojas y verdes, con aguasdoradas, unas finas lanzas de cristal yunas telas de araña con hilos y cuentasde prístino cristal. Colgados de lasobscuras extremidades del árbol, losobjetos giraban con suavidad, lanzandodestellos.

Había también otros tesoros: unasestrellitas doradas y unos círculos de

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paja trenzada, unas campanas de papelde plata muy ligeras que oscilaban, sinolvidar la amalgama de adornosreunidos por todos los hijos de losStanton, desde el limpiapipas en formade reno de cuando Will era un bebéhasta una bella cruz en filigrana quehabía hecho Max con hilos de cobredurante su primer curso en la escuela dearte; por último, había unas cintas deoropel que hacían la función decolgaduras. Ese era todo el contenido dela caja. Sin embargo, todavía lesquedaba algo por descubrir. Palpandocon cuidado el arrugado montón depapeles para envolver, y dentro de unacaja de cartón casi tan alta como él,Will descubrió una cajita plana no

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mucho mayor que su mano. Al sacudirla,vio que sonaban unas piezas sueltas ensu interior.

—¿Qué es esto? —preguntó concuriosidad, intentando abrir la tapa.

—¡Mira por dónde! —exclamó laseñora Stanton sentada en el sillón quesolía ocupar en el centro de la sala—.Déjame verlo un momento, cielo.¿Acaso es...? ¡Sí! ¿Estaba en la cajagrande? Pensé que lo habíamos perdidohace muchos años. Mira, Roger. Mira loque ha encontrado nuestro hijo pequeño.¡Es la caja de letras de Frank Dawson!—dijo la madre, pulsando el cierre de latapa para que se abriera.

En el interior Will vio unos cuantosadornos pequeños tallados en una

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madera blanda que no supo reconocer.La señora Stanton cogió uno: una letra Scurva, con la cabeza primorosamentecincelada y el cuerpo escamoso de unaserpiente enroscándose en un hilo casiinvisible. Luego una M arqueada, conlos picos como unos chapiteles gemelosde una catedral situada en el reino de lashadas. La talla era tan delicada que eracasi imposible ver por dónde pasaba elhilo para colgarlas.

El señor Stanton bajó de laescalera de mano y metió con cuidadoun dedo en la caja.

—Vaya, vaya... ¡Qué chico máslisto!

—Nunca las había visto.—Bueno... en realidad sí que las

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habías visto —terció su madre—, perohace tanto tiempo que no puedesacordarte. Desaparecieron hacemuchísimos años. Es curioso queestuvieran en el fondo de esa vieja cajadurante todo ese tiempo.

—Pero ¿qué son?—Adornos para el árbol de

Navidad, ¿qué quieres que sean? —intervino Mary, mirando con atenciónpor encima del hombro de su madre.

—Nos los hizo el granjero Dawson—dijo la señora Stanton—. Fíjate lobien tallados que están, y además tienenlos mismos años que la familia. Laprimera Navidad que pasamos en estacasa Frank hizo una R para Roger y unaA para mí —dijo, pescando las letras de

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la caja.El señor Stanton extrajo dos letras

unidas por el mismo hilo:—Robin y Paul. Este par tardó más

en dárnoslo. No esperábamos gemelos...La verdad es que Frank se portó genialcon nosotros. Dudo que ahora dispongade tiempo para hacer estas cosas.

La señora Stanton seguíamanipulando los diminutos arabescos demadera con sus dedos, fuertes ydelgados:

- M de Max y M de Mary...Recuerdo que Frank se enojó mucho connosotros por hacerle repetir la inicial...¡Oh, Roger! —dijo de repente con unhilo de voz—. ¡Mira esto!

Will se situó al lado de su padre

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para ver mejor. Era una letra T, talladaen forma de un delicado arbolito condos ramas extendidas:

—¿La T? ¡Si ninguno de nuestrosnombres empieza por T!

—Era Tom —aclaró su madre—.En realidad no sé por qué nunca os hehablado a los más pequeños de Tom.¡Hace tanto tiempo! Tom era unhermanito que murió. Tuvo algo en lospulmones, una enfermedad que contraenalgunos recién nacidos, y solo vivió tresdías. Frank ya tenía la inicial tallada,porque era nuestro primer bebé yhabíamos escogido dos nombres: Tom siera un niño y Tess si era una niña. Suvoz se quebró un poco por la emoción, yWill lamentó en ese instante haber

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encontrado las letras. Sintiéndoseviolento, le dio unos golpecitos en elhombro: —No te preocupes, mamá.

—¡Qué va, cielo! —se apresuró aexclamar la señora Stanton—. No estoytriste, cariño. Eso pasó hace muchísimotiempo. Tom ahora sería un hombrehecho y derecho, incluso mayor queStephen. Después de todo, una prole denueve chiquillos debería bastarle acualquier mujer —dijo mientras mirabadivertida la habitación abarrotada depersonas y cajas.

—No seré yo quien te lleve lacontraria... —aclaró el señor Stanton.

—Todo eso es porque tusantepasados eran granjeros, mamá —terció Paul—, y los granjeros creen en

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las familias numerosas. Así tienen máspersonal gratis.

—Hablando de trabajar gratis —intervino su padre—, ¿adonde han idoJames y Max?

—A buscar las otras cajas.—¡Qué me dices! ¿Y por iniciativa

propia?—Es el espíritu de la Navidad —

dijo Robin desde la escalera de mano—.Los cristianos de corazón se alegran porla buena nueva y todo ese rollo. ¿Porqué no ponéis algo de música?

Barbara, que estaba sentada en elsuelo junto a su madre, cogió la pequeñaT tallada en madera de su mano y laañadió a una hilera que había formadoen la moqueta con todas las iniciales

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ordenadas:—Tom, Steve, Max, Gwen, Robin

y Paul, yo, Mary, James... ¿Dónde estála W de Will?

—La de Will estaba en la caja conlas demás.

—En realidad no era una W, ¿osacordáis? —dijo el señor Stanton,sonriendo a Will—. Era una especie dedibujo. Seguro que Frank ya se habíacansado de hacer iniciales cuando letocó el turno a Will.

—¡Pero aquí no está! —dijoBarbara, poniendo la caja cabeza abajoy sacudiéndola. Luego miró consolemnidad a su hermano menor—.Will: tú no existes.

Sin embargo, Will iba notando una

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paulatina desazón que parecía nacer enalgún rincón oculto de su memoria:

—Dijiste que era un dibujo y nouna W -dijo como sin darle importancia—. ¿Qué clase de dibujo era, papá?

—Por lo que recuerdo, un mándala.—¿Un qué?—No me hagas caso —dijo su

padre con una risita—. Solo estabapresumiendo. No me imagino a Frankhablando así de su figurita. Un mándalaes una especie de símbolo muy antiguoque se remonta a los tiempos en que seadoraba al sol y a otras deidadesprimitivas: es un dibujo en forma decírculo con unas líneas que lo atraviesandesde fuera o desde dentro. Tu adornode Navidad era muy sencillo: un círculo

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con una estrella dentro, o bien una cruz.Creo que era una cruz.

—No puedo entender por qué noestá aquí dentro, con los demás —dijola señora Stanton.

Will sí lo sabía. Si saber losnombres auténticos de los miembros delas Tinieblas les otorgaba poder sobreellos, quizá las Tinieblas a su vezpodían emplear contra ellos su magia,utilizando algún signo que fuera elsímbolo de un nombre, como una inicialtallada... Quizá alguien había tomado supropio signo para someterlo bajo supoder; y puede que por esa causa elgranjero Dawson no hubiera tallado unainicial, sino un símbolo que nadie delreino de las Tinieblas pudiera emplear.

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De todos modos, lo habían robado paraintentar perjudicarlo.

Un poco más tarde, Will se alejócon sigilo del árbol que estabandecorando y subió a su habitación paracolgar una ramita de acebo en la puertay las ventanas. Insertó un trocito tambiénen el nuevo cierre de la claraboya, yluego hizo lo mismo en las ventanas deldormitorio de James, donde se instalaríaen Nochebuena. Cuando terminó, bajó ycolocó un pequeño ramillete sobre laspuertas delanteras y trasera de la casa,para que se viera ostensiblemente.Habría hecho lo mismo con cada una delas ventanas si Gwen no hubieraaparecido en la sala y se hubiera fijadoen lo que hacía.

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—¡Oh, Will! No pongas acebo entodas partes. Ponlo sobre la repisa de lachimenea o donde más te guste, pero quepodamos controlarlo. Piensa que iremospisando bayas cada vez que alguiencorra las cortinas.

Will pensó contrariado que era latípica actitud femenina, pero no deseabaen absoluto que una protesta demasiadoenérgica centrara la atención en suacebo. En cualquier caso, se decíamientras procuraba arreglar el ramo consentido artístico sobre la repisa de lachimenea, colocado aquí servirá paraproteger la única entrada de la casa quehabía olvidado. Papá Noel formabaparte ya del pasado, y por eso no habíapensado en la chimenea.

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La luz y el color inundaban la casa,que rebullía de excitación. LaNochebuena casi había concluido, perotodavía faltaba lo último: cantarvillancicos. Tras la cena, y cuandohubieron encendido las luces navideñasy retiraban ya los últimos papeles deregalo entre un crujir apresurado, elseñor Stanton se acomodó en sudesvencijado sillón de cuero, sacó supipa y les dedicó a todos una sonrisapatriarcal.

—¡Bueno! ¿Quién va a ir este año acantar?

—¡Yo!-dijo James.—¡Yo!-dijo Will.—Barbara y yo —dijo Mary.—Paul también, claro —añadió

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Will, mirando el estuche de la flauta desu hermano, que estaba preparado en lamesa de la cocina.

—Yo no sé si iré... —se excusóRobin.

—Sí que irás —le atajó Paul—.¿Qué vamos a hacer sin barítono?

—¡Vale, vale! —protestó suhermano gemelo.

Este breve tira y afloja se repetíadesde hacía tres años. A Robin, unmuchacho alto, de mentalidad práctica yun jugador de fútbol soberbio, le dabareparo mostrar disposición aactividades consideradas femeninas,como cantar villancicos. En el fondo leencantaba la música, como al resto de sufamilia, y poseía una voz grave muy

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agradable.—Yo estoy demasiado ocupada —

terció Gwen—. Lo siento.—Lo que quiere decir es que tiene

que lavarse el pelo por si a JohnniePenn se le ocurre venir —explicó Mary,poniéndose a salvo.

—¿Solo por si se le ocurre? —dijoMax desde el sillón que había junto a supadre.

Gwen le hizo una mueca en son deburla:

—¡Muy bonito! ¿Y tú qué? ¿Porqué no vas tú a cantar villancicos?

—Estoy más ocupado que tú —respondió Max en tono cansino— Losiento.

—Claro; lo que él quiere decir es

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que tiene que subir a su habitación paraescribir otra de esas larguísimas cartas asu pajarito rubio de Southampton —acusó Mary, rondando junto a la puerta.Max se sacó una zapatilla para tirársela,pero la muchacha se marchó a tiempo.

—¿Pajarito? —se extrañó su padre—. Me pregunto qué inventarándespués...

—¡Por Dios, papá! —le miróJames horrorizado—. ¡Mira que estásanticuado! Las chicas son pajaritosdesde el principio de la humanidad; y, siquieres saber mi opinión, creo quetienen tan poco cerebro como lospájaros.

—Hay pájaros con mucho cerebro—comentó Will en tono reflexivo—.

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¿No os parece?Sin embargo, el episodio de los

grajos se había esfumado tan de planode la memoria de James que el chico nocaptó el sentido del comentario, y laspalabras de Will no hallaron eco.

—Venga, todos fuera —dijo laseñora Stanton—. No olvidéis las botas,los abrigos... ¡Y volved a las ocho ymedia!

—¿A las ocho y media? —preguntóRobin—. ¿Y si cantamos tresvillancicos a la señora Bell y la señoritaGreythorne nos invita a tomar unponche?

—Bueno, pues a las nueve y mediacomo mucho —concluyó su madre.

Estaba muy obscuro cuando se

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marcharon; el cielo no se había abierto yen la negra noche no brillaba la luna, nisiquiera las estrellas. La linterna queRobin llevaba colgada de un palodibujaba un círculo luminoso sobre lanieve, aunque, de todos modos, cada unode los muchachos iba provisto de unavela en el bolsillo de la chaqueta.Cuando llegaron a la mansión, laanciana señorita Greythorne insistió enque entraran y se acomodaran en elenorme recibidor de suelo de gres,donde, a tenor de la ocasión, todas lasluces estaban encendidas. Todos losmuchachos sostenían una vela mientrascantaban.

El ambiente estaba helado, y sualiento formaba unas nubes espesas y

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blancas. De vez en cuando caía del cieloalgún copo de nieve extraviado, y Willpensó en la mujer gorda del autobús y ensus predicciones. Barbara y Marycharlaban algo apartadas, con la mismaintimidad que demostraban en casa, peroel ruido de fondo de las pisadas de todoel grupo sonaba frío y duro sobre lacalzada rebozada de nieve. Will erafeliz, embriagado como estaba por laidea de la Navidad y el placer de podercantar villancicos; caminaba en unestado de soñadora alegría, agarrando lagran cesta de la colecta que llevabanpara recaudar fondos con los que evitarel rápido desmoronamiento de lapequeña, antigua y famosa iglesia sajonade Huntercombe. Llegaron a la granja de

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los Dawson, donde habían clavado unenorme ramo de acebo rebosante debayas sobre la puerta trasera, yempezaron a cantar.

Fueron por todo el pueblocantando. Le dedicaron Nowell al rector;Que Dios os bendiga, caballeros, alcontentísimo señor Hutton, el orondohombre de negocios que vivía en unacasa a imitación del estilo Tudor al finaldel pueblo, siempre alegre. EntonaronEn la antigua ciudad del rey Davidpara la señorita Pettigrew, una viudaque era la jefa de la oficina de Correos,se teñía el pelo con hojas de té ycuidaba de un perrito cojo que parecíauna madeja de lana gris. CantaronAdeste Fideles en latín y Les Anges

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dans nos Campagnes en francés para ladiminuta señorita Bell, la maestrajubilada de la escuela del pueblo, quienles había enseñado a leer y escribir, ahacer sumas y restas y a hablar y pensarantes de que los muchachos semarcharan para continuar sus estudios enotras escuelas. La pequeña señorita Belliba diciendo con voz ronca «Precioso,precioso», ponía unas cuantas monedasen la cesta de la colecta, gesto que todossabían que no se podía permitir, lesdaba un abrazo a cada uno y losdespedía con un «¡Feliz Navidad! ¡FelizNavidad!», mientras los chicos sedirigían a la siguiente casa de la lista.

Visitaron cuatro o cinco casas más,una de las cuales era la de la lúgubre

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señorita Horniman, que iba a hacer lasfaenas de casa una vez a la semana,nacida y criada en el East End deLondres hasta que una bomba hizopedazos su casa hacía ya treinta años.Siempre les daba una moneda de seispeniques antiguos, y mantenía lacostumbre, haciendo caso omiso de quehubieran cambiado el sistema monetario.«Sin monedas de seis peniques antiguosno sería Navidad —decía la señoraHorniman—. Guardé un montón demonedas antes de que nos metieran losdecimales hasta en la sopa, sí señor. Asíno tengo problemas en Navidad, Yo doysiempre lo mismo, majos, y creo queesta pila de calderilla me enterrará a mí;y cuando yo esté bajo tierra, vosotros

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vendréis a cantar a esta misma puerta yotra persona os abrirá. ¡Feliz Navidad!»

La última parada antes de volver acasa era la mansión.

Venimos a brindar entre lashojas verdes,venimos errando, bellos anuestros ojos...

Siempre empezaban por la

conocida Canción del brindis cuandocantaban para la señorita Greythorne, yese año, pensaba Will, el verso sobrelas hojas verdes resultaba todavía másinapropiado de lo habitual. Siguieron

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entonando el villancico y al llegar alúltimo verso, Will y James elevaron lasnotas en un contrapunto, como unascampanas repiqueteando, algo que nosolían destinar al final de una canción,porque se necesitaba coger mucho aire.

Buen señor y buena señora,cuando se sienten junto alfuego,les rogamos que piensen ennosotros,unos pobres niños quevagamos en el lodo...

Robin asió el gran tirador metálico

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de la campanilla, cuyo profundo sonidosiempre ponía misteriosamente enguardia a Will, y mientras sus gorgoritosse elevaban con el último verso,apareció en la puerta el mayordomo dela señorita Greythorne, vestido con elfrac que siempre llevaba enNochebuena. No era un mayordomo queimpusiera mucho; se llamaba Bates y eraun hombre alto, delgado y taciturno quea menudo se le solía ver ayudando alanciano jardinero en el huerto que habíajunto a la verja trasera de la mansión, obien comentando su artritis con laseñorita Pettigrew de la oficina deCorreos.

El amor y la alegría os sean

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concedidosy que nuestro brindis tambiénsea para vosotros...

El mayordomo sonrió e hizo un

gesto de cortesía con la cabeza mientrasaguantaba la puerta abierta. Will no tuvootro remedio que tragarse la última nota.No era Bates, ¡era Merriman!

El villancico terminó y losmuchachos descansaban, jugueteandocon la nieve entre los pies.

—Encantadores —dijo Merrimancon voz grave y escrutándolos conmirada impersonal.

—Dígales que entren. Haga entrar a

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los chicos. —El tono fuerte e imperiosode la señorita Greythorne se impusodesde lejos—. No los deje esperando enel umbral.

Estaba en el largo salón de laentrada, sentada en la misma silla derespaldo alto que veían todas lasNochebuenas. No podía caminar desdehacía años, a raíz de un accidente quetuvo de joven (en el pueblo se decía quesu caballo había caído y la habíaaplastado), pero jamás había permitidoque la vieran en silla de ruedas. Surostro era fino y su mirada, despierta.Siempre se recogía el pelo en unaespecie de moño alto. En Huntercombese la consideraba un personaje envueltoen el misterio.

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—¿Cómo está vuestra madre? —lepreguntó a Paul—. ¿Y vuestro padre?

—Muy bien, gracias, señoritaGreythorne.

—¿Qué tal las Navidades?—Fantásticas, gracias. Espero que

usted también las esté disfrutando.Paul sentía lástima por la señorita

Greythorne, y siempre le resultaba algodifícil mostrarse educado sin parecerfrío. Hacía esfuerzos por no parpadear ymirar el alto techo de la sala mientrashablaba. A pesar de que la cocinera(que también asumía las tareas degobernanta de la casa) y la doncellasonreían con deleite desde el fondo dela estancia, y de que, por descontado,también seguía ahí el mayordomo que

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había abierto la puerta principal, en todaesa inmensa casa no había rastro algunode visitas, árboles, adornos o cualquierotro signo que delatara que estaban enNavidad, salvo una gigantesca rama deacebo con muchísimas bayas quecolgaba de la repisa de la chimenea.

—¡Qué temporada más extraña! —dijo la señorita Greythorne, mirando aPaul pensativa—. Tan repleta deinfinidad de cosas que hacer, comodecía esa niña odiosa del poema...¿Tienes mucho trabajo este año,jovencito? —preguntó, dirigiéndose derepente a Will.

—¡Claro que sí! —dijo Will confranqueza, al cogerlo desprevenido.

—Traigo luz para vuestras velas —

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dijo Merriman con un tono de vozsosegado y respetuoso mientras seacercaba con una caja de cerillaslarguísimas.

Los muchachos sacaron con rapidezlas velas del bolsillo, el mayordomoprendió fuego a una cerilla y fuepasando con cuidado entre ellos. La luzle transformaba las cejas en unosfrondosos e imaginarios setos, y laslíneas de expresión que enmarcaban suboca eran barrancos sumidos en lassombras. Will miró reflexivamente sufrac, cuyos faldones salían de la cinturay que el anciano llevaba con una especiede chorrera al cuello en lugar de unacorbata blanca. Le costaba bastantepensar en Merriman como en un

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mayordomo.Alguien apagó las luces desde el

fondo de la sala, y la espaciosa estanciaquedó únicamente iluminada por elgrupito de velas que los Stantonsostenían en la mano. Tras unosgolpecitos con el pie, empezaroncantando el dulce y pausado villancicoDuérmete, duérmete, mi niñitoprecioso..., que era una canción de cunaque terminaba con un último verso sinletra en el que solo tocaba Paul. Elsonido diáfano y áspero de la flautatruncó el aire en bandas de luz y sumió aWill en una dolorosa y extrañamelancolía, una sensación de que algolejano le aguardaba, algo que él nopodía comprender. Cambiando después

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el tono del recital, cantaron Que Dios osdé la bienvenida, caballeros, El aceboy la hiedra y terminaron volviendo aentonar El buen rey Wenceslao, quesiempre era el broche final quededicaban a la señorita Greythorne. Willnunca dejaba de lamentarlo por Paul,puesto que su hermano en una ocasióncomentó que este villancico era tanabsolutamente contrario a su manera detocar que debía de haberlo compuestoalguien que despreciara la flauta.

Sin embargo, era divertido hacerde paje e intentar que su voz encajaraexactamente con la de James para queambos sonaran como un solo muchacho.

Mi Señor, el niño vive a una

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buena legua de aquí...

Hoy nos está saliendo francamente

bien, pensó Will. Juraría que James nocanta si no fuera...

Al pie de la montaña...

si no fuera por el hecho de que

mueve los labios.

En las mismas lindes delbosque...

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Will miró a través de la penumbra

mientras cantaba, y lo que vio lo dejótan terriblemente conmocionado como sile hubieran dado un puñetazo en elestómago. Los labios de James enrealidad no se movían, y tampoco elresto de su cuerpo; ni Robin, ni Mary, nilos demás hermanos. Permanecían todosellos inmóviles, atrapados fuera deltiempo, como el Caminante cuando en elCamino Ancestral sucumbió al hechizode la chica de las Tinieblas. Las llamasde las velas ya no parpadeaban, sino queardían con la misma extraña eimperecedera columna de aire luminosoque surgía de la rama a la que Will

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había prendido fuego aquel día. Losdedos de Paul no recorrían la flauta, y elchico además estaba inmóvil,sosteniendo el instrumento junto a suboca. Sin embargo, la música, muyparecida pero incluso más dulce que lasnotas de una flauta, siguió sonando, yWill también siguió cantando a su pesar,hasta terminar el verso.

Cerca de la fuente de san... taAg... mees...

En el preciso instante en que

envuelto en la curiosa y dulce música defondo que parecía provenir del aire

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empezaba a preguntarse cómo cantaríael siguiente verso sin un soprano quehiciera del buen rey Wenceslaocantando con su paje, oyó una vozmagnífica y profunda, muy bella, queinundaba la estancia entonando laconocida letra; una profunda y magníficavoz que Will jamás había oído cantar y,sin embargo, reconoció de inmediato.

Traedme la carne y el vino,traedme aquí leños de pino;ambos veremos cómo cenacuando allí llevemos lasofrendas...

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La cabeza le zumbaba, lahabitación parecía adquirirproporciones gigantescas para luegoencogerse otra vez, pero la músicaseguía sonando, y de las llamas de lasvelas todavía se elevaban columnas deluz. Al comenzar el siguiente verso,Merriman tendió su mano y cogió la deWill con toda naturalidad mientras,caminando juntos, iban cantando:

Paje y monarca caminaronjuntos,juntos avanzaron sindescanso,entre el salvaje lamentodel crudo viento y el climaglacial...

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Atravesaron el amplio vestíbulo y

se alejaron de los Stanton que seguíaninmóviles, pasaron junto a la señoritaGreythorne, sentada en su silla, lagobernanta y la doncella. Estabaninertes, vivos, pero la vida se habíadetenido para ellos Will sentía como sicaminara por el aire, sin tocar el suelo,en aquella sala obscura. No había luzalguna ante ellos, solo un resplandor asu espalda. Entonces se adentraron en laobscuridad.

Mi señor, la noche es aún másobscura,

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y el viento arrecia;mi corazón desfallece sinsaber la causa,ya no puedo...

Will oyó que la voz le temblaba,

porque esas palabras describíanexactamente lo que estaba pensando.

Marca mis huellas, buen pajemío;písalas sin miedo...

Merriman cantaba y, de repente,

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ante Will apareció algo más que laobscuridad. Frente a él se alzaban lasenormes puertas, los magníficosportones tallados que había visto porprimera vez en la ladera de una colinade las Chiltern sepultada por la nieve, yMerriman levantó el brazo izquierdo yseñaló hacia ellas con los cinco dedosextendidos. Las puertas se abrieron conlentitud, y la melodía argentina y fugazde los Ancestrales les recibió como unoleaje, uniéndose a la música de fondodel villancico. Luego desapareció. Willcaminó con Merriman hacia la luz,penetrando en un tiempo diferente y unasNavidades distintas. Cantaba como sipudiera verter toda la música del mundoen esas notas; y con tanta convicción que

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el maestro del coro de la escuela, muyestricto en cuestiones como el levantarbien la cabeza y pronunciar moviendobien los labios, se habría quedado mudode emoción.

El libro de la gramática mistérica

De nuevo se encontraban en una

estancia iluminada, una habitacióndistinta a todas las que había visto Will.Los techos eran altos y estabandecorados con pinturas querepresentaban árboles, bosques ymontañas; las paredes estabanrecubiertas de paneles de una madera

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dorada muy brillante, que refulgía bajolos destellos de unos ocasionales yextraños globos blancos. En la salaimperaba la música, y muchas voces seunieron a las suyas para cantar elvillancico, voces de gente vestida comoen una escena crucial extraída de unlibro de historia. Las mujeres, con loshombros al aire, llevaban unos vestidoslargos con unas faldas muy elaboradas,con lazos y complicados volantes; loshombres llevaban unos trajes no muydistintos al de Merriman, con unos fracsde líneas muy marcadas, unos pantaloneslargos y rectos y en el cuello, lazosblancos o unas corbatas de seda negra.De hecho, y mirando otra vez aMerriman, Will se dio cuenta de que la

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ropa que llevaba el anciano no habíasido nunca la de un mayordomo, sinoque sin duda pertenecía a este otro siglo,fuere el que fuese.

Una señora vestida de blanco seacercó a ellos, mientras la gente seapartaba con respeto abriéndole el paso.Cuando el villancico terminó, exclamó:

—¡Precioso! ¡Precioso! Entrad,entrad.

La voz era exactamente la mismaque la de la señorita Greythorne cuandoles había dado la bienvenida en lapuerta de la mansión unos minutos antes,y al levantar la vista para mirarla, Willvio que, de algún modo, también setrataba de la señorita Greythorne. Teníalos mismos ojos y el mismo rostro

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huesudo, los mismos modales amistosospero dominantes (solo que esta señoritaGreythorne era mucho más joven ybonita, como una flor que acaba deabrirse y todavía no ha sufrido losembates del sol, el viento y el tiempo).

—Ven, Will —dijo, y le cogió lamano, sonriéndole.

Will fue hacia ella sin hacerse derogar; estaba claro que lo conocía y quetodos los que la rodeaban, hombres ymujeres, jóvenes y mayores, todossonrientes y alegres, también loconocían. En ese momento la mayoría delos grupos y las parejas se disponía aabandonar la sala en animadaconversación para dirigirse hacia elcomedor, de donde provenían unos

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deliciosos aromas de comida que sinduda alguna indicaban que la cenaestaba servida. No obstante, unaveintena de personas se quedó en laestancia.

—Estábamos esperándote —dijo laseñorita Greythorne, conduciéndolohacia el fondo de la habitación, dondeen una chimenea labrada ardía un fuegocálido y acogedor—. Estamos listos. Nohay ningún... obstáculo —dijo, mirandoa Merriman e incluyéndolo en sudiscurso.

—¿Estás segura? —La voz deMerriman sonó rápida y grave, como unmartillazo, y Will levantó los ojos concuriosidad. Sin embargo, su rostro denariz aguileña mostraba el mismo

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secretismo de siempre.—Del todo —respondió la Dama.De repente, se arrodilló junto a

Will, y su falda se hinchó a su alrededorcomo si fueran los pétalos de unaenorme rosa blanca. Se encontraba a sumisma altura y, asiendo sus dos manosmientras lo observaba, dijo con vozrápida y apremiante:

—Es el tercer signo, Will. El Signode Madera. A veces lo llamamos elSigno del Aprendizaje. Ha llegado lahora de rehacer el signo. Cada siglo,Will, cada cien años desde el principio,tenemos que renovar el Signo deMadera, porque es el único de los seisque no puede conservar su estado. Cadacien años lo hemos rehecho, del modo

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que nos enseñaron. Esta será la últimavez, porque cuando llegue tu siglo, túharás que sirva igual en todos lostiempos, y que con él también se consigala unión de todos los demás signos.Entonces ya no será preciso volver arehacerlo.

Se puso en pie y dijo con voz clara:—Estamos muy contentos de verte,

Will Stanton, Buscador de los Signos.Muy contentos, de verdad.

Hubo un murmullo general en elque algunas voces se destacaban, entono apagado y grave, voces deaprobación y asentimiento. Es como unapared donde apoyarte en busca deprotección, pensó Will. Notó vivamentela fuerza de la amistad que provenía de

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este pequeño grupo de personasdesconocidas y bellamente ataviadas, yse preguntó si todas ellas seríanAncestrales. Miró a Merriman, que sehallaba junto a él, y sonrió encantado; yMerriman le devolvió la sonrisa con unamirada plácida y franca como jamáshabía captado el muchacho en ese rostrosevero y adusto.

—Ha llegado casi la hora —dijo laseñorita Greythorne.

—Quizá no sería mala idea ofrecera los recién llegados un refrigerio —intervino un hombre que estaba junto aellos: un hombre pequeño, no muchomás alto que Will.

El desconocido le tendió un vaso.Will lo cogió y levanto la vista. El

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rostro que observaba era delgado,vivaracho, casi triangular, y a pesar deestar surcado por numerosas arrugas, noparecía el de un anciano. Quizá sedebiera a esos ojos sorprendentementebrillantes que no solo le sostenían lamirada, sino que penetraban en suinterior. Era un rostro inquietante, queocultaba muchas cosas. Sin embargo, elhombre giró sobre sus talones paraofrecerle una copa a Merriman, dando laespalda a Will, una espalda de un tersoterciopelo verde.

—Maestro... —dijo con deferenciamientras le alcanzaba la bebida y lehacía una reverencia.

Merriman lo miró, torciendo laboca en un gesto cómico. Permaneció en

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silencio, observándolo con aire de burlay aguardando su reacción. Antes de queWill pudiera ni siquiera sospechar elsignificado de ese saludo, elhombrecillo parpadeó y pareciórecuperar la compostura, como alguienque despierta de golpe de un sueñoprofundo. Entonces estalló encarcajadas.

—¡Basta! ¡Eso sí que no! —farfulló—. Ya hace demasiados años que tengoesta costumbre.

Merriman se rió con cariño,levantó la copa a su salud y bebió. Willno podía entender ese extraño juego,pero bebió también. Un saborirreconocible lo dejó perplejo. Más quede un sabor, se trataba de un rayo de luz,

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un estallido de música, algo intenso ymaravilloso que envolvía todos sussentidos a la vez.

—¿Qué es esto?El hombrecillo iba de un lado para

otro y reía, y su arrugada tez se contraíaal sonreír.

—Solemos llamarlo Metheglyn —dijo, cogiendo la copa vacía—. Los ojosde un Ancestral pueden verlo —comentócomo si tal cosa mientras soplaba elinterior de la copa.

El hombrecillo la alzó ante susojos, y, observando su diáfana base,Will tuvo una visión: un grupo depersonajes con hábitos marroneselaboraban el brebaje que acababa debeber Miró de nuevo al hombre de la

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chaqueta verde, quien no dejaba deobservarlo con cierta incomodidad,producto de una mezcla de envidia ysatisfacción. Entonces se rió y se fue envolandas para retirar la copa. Laseñorita Greythorne los requería ante supresencia; los blancos globos de luz queiluminaban la estancia palidecieron, ylas voces se fueron apagando. A Will lepareció oír que la música seguíasonando en algún lugar de la casa, perono estaba seguro.

La señorita Greythorne estaba juntoal fuego. Miró brevemente a Will yluego sus ojos se posaron en los deMerriman. Se dio la vuelta y se quedómirando hacia la pared durante un buenrato. Estaba recubierta de esa misma

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madera dorada que revestía la chimeneay su repisa, con unas tallas muysencillas, sin curvas ni fiorituras, sinotan solo una simple rosa de cuatropétalos circunscrita en diversoscuadrados. Levantó la mano y presionóel centro de una de esas pequeñas rosasesculpidas que había en el extremosuperior izquierdo de la chimenea. Seoyó el ruido de un resorte. Bajo la rosa,a la altura de su cintura, apareció unagujero negro y cuadrado. Will no viodeslizarse ningún panel: el agujerosimplemente había aparecido, como porensalmo. La señorita Greythorneintrodujo la mano y sacó un objeto enforma de pequeño círculo. Era unaimagen idéntica a la de los dos signos

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que el muchacho llevaba, y Will advirtióque su mano, como le ocurriera antes, sehabía movido sola y, en un afán deprotegerlos, se aferraba a ellos. En lahabitación remaba un silencio sepulcral.Al otro lado de las puertas Will podíaoír la música con claridad, pero sinpoder adivinar su naturaleza.

El signo circular era muy delgado yobscuro, y mientras el muchacho loobservaba, uno de los brazos en formade cruz se rompió. Cuando la señoritaGreythorne lo sostuvo para queMerriman lo tomara, otro trocito más seconvirtió en polvo. Will notó que era deuna madera áspera y gastada, y una vetala recorría de lado a lado.

—¿Eso tiene cien años? —preguntó

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Will.—Cada cien años hay que hacerlo

de nuevo —informó la señoritaGreythorne—. Sí, esto tiene cien años.

—¡Pero si la madera dura muchomás! —exclamó impulsivamente Will,rompiendo el silencio de la sala—. Lohe visto en el Museo Británico. Allí hayfragmentos de barcos antiguos quesacaron de unas excavaciones quehicieron junto al Támesis. Sonprehistóricos. Tienen miles y miles deaños de antigüedad.

- Quercus Britannicus -dijoMerriman, en un tono tan severo y secoque parecía un catedrático enojado—.Roble. Las canoas a las que te refieresestaban hechas de roble, y más al sur,

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los pilares sobre los que se sustenta lacatedral de Winchester, tal y como laconocemos hoy en día, también son deroble. Fueron clavados en la tierra haceunos novecientos años, y hoy en díasiguen igual de fuertes. Sí, es cierto; elroble dura muchísimo tiempo, WillStanton, y llegará un día en que la raízde uno de estos árboles desempeñará unpapel muy importante en tu corta vida.No obstante, no es el material másadecuado para nuestro signo. Nosotrosempleamos una madera que lasTinieblas desprecian. El serbal, Will,ese es nuestro árbol. El serbal de loscazadores. La madera de serbal tieneunas características distintas a las demásclases de madera, y eso es precisamente

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lo que necesitamos. Por otro lado, elsigno presenta el inconveniente de queel serbal no es duradero como el roble,o como lo son el hierro o el bronce. Poreso debemos reconstruirlo cada cienaños —concluyó, cogiendo el objeto consu largo dedo índice y el curvadopulgar.

Will asintió y no dijo nada. Teníaplena conciencia de la gente que habíaen la estancia. Era como si todos ellosestuvieran concentrándose en una cosaen particular, y esa concentraciónpudiera oírse. Parecían multiplicarsesúbitamente en una proporción infinita:una vasta multitud que trascendía loslímites de la casa, los de ese siglo y losde cualquier otra época.

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Lo que sucedió a continuaciónconfundió su memoria. Con un rápidomovimiento de la mano Merrimanrompió el Signo de Madera en dosmitades y lo lanzó al fuego, donde seconsumía un único leño como el que losStanton encendían en casa por Navidad.Las llamas crecieron. La señoritaGreythorne se dirigió al hombrecillo delchaqué de terciopelo verde, le cogió lajarra de plata con la que había servidolas bebidas y vertió el contenido sobreel fuego. Una sibilante nube de humonació de la lumbre, y el fuego se apagó.La dama se inclinó con su largo vestidoblanco, metió el brazo en el humeanterescoldo y extrajo un trozo medioquemado del gran leño. Era como un

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gran disco irregular.Sosteniendo en alto el pedazo de

madera para que todos pudieran verlo,empezó a quitarle los trozosennegrecidos como si estuviera pelandouna naranja; movía los dedos conrapidez, y los bordes quemados fuerondesprendiéndose hasta dejar aldescubierto la estructura de la pieza demadera: un circulo pulido y de trazoslimpios que contenía una cruz. Era uncírculo perfecto, sin mácula, como sijamás hubiera adoptado una formadistinta; y en las blancas manos de laseñorita Greythorne ni siquiera quedabael más mínimo rastro de hollín o ceniza.

—Will Stanton. Aquí tienes eltercer signo —pronunció la dama,

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volviéndose hacia el muchacho—.Aunque no pueda entregártelo en estesiglo, puesto que toda tu búsqueda sedesarrollará en tu propia época, lamadera es el Signo del Aprendizaje; ycuando hayas completado tu formación,sabrás encontrarlo. Ahora bien, por miparte puedo ayudarte a que tu menterecuerde los movimientos que deberásejecutar antes de lanzarte a esa aventura.

Miró a Will con gran seriedad,luego levantó el brazo y deslizó elextraño círculo de madera dentro delobscuro agujero abierto entre lospaneles. Con la otra mano presionó larosa que había esculpida en la partesuperior, y como si de una ilusión ópticase tratara, el agujero desapareció en ese

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instante. Los paneles de maderaaparecían tan lisos y sin fisuras como sinada hubiera cambiado.

Will miró fijamente la superficie.Recuerda cómo lo ha hecho...Recuerda... Ha presionado la primerarosa tallada del ángulo superiorizquierdo. Sin embargo, ahora había tresrosas agrupadas en ese ángulo, y Willdudaba entre las tres. Al mirar conmayor detenimiento, vio aterrado yestupefacto que toda la superficie depaneles de madera aparecía labrada concuadrados que contenían una única rosade cuatro pétalos. ¿Acaso habíansurgido en ese mismo instante, sin que elmuchacho lo hubiera advertido? ¿Oquizá siempre habían estado ahí,

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invisibles a causa del juego de lasluces? Movió la cabeza condesesperación y buscó con la mirada aMerriman. Demasiado tarde. No habíanadie junto a él. La atmósfera habíaperdido solemnidad; las lucesiluminaban toda la estancia y la gentecharlaba animada. Merriman estabamurmurando algo al oído de la señoritaGreythorne, y casi tenía que doblarse endos para ponerse a su altura. Will notóque alguien le tocaba el hombro y se diola vuelta.

Era el hombrecillo de la chaquetaverde, haciéndole señas. Al otroextremo de la sala, junto a las puertas, elconjunto de músicos que ejecutara elvillancico empezó a tocar de nuevo: los

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delicados sones de las flautas dulces,los violines y lo que parecía ser unclavicémbalo inundaron la estancia.Estaban tocando otro villancico, unomuy antiguo, anterior incluso al sigloque transcurría en esa habitación. Willquería escucharlo, pero el hombre deverde lo asió por el brazo y lo arrastrócon insistencia hacia una puerta lateral.El muchacho se rebeló como pudo,volviéndose hacia donde se encontrabaMerriman. El porte estilizado delAncestral se tensó en el acto, y elanciano buscó al muchacho con lamirada; pero cuando vio lo que ocurría,se relajó y se limitó a levantar una manoen señal de asentimiento. Will notó queun sentimiento de confianza brotaba en

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él, y en su mente oyó: «Anda, ve. Nopasa nada. Yo vendré luego».

El hombrecillo cogió una lámpara,miró a derecha e izquierda conindiferencia, empujó con un gesto rápidola puerta lateral y la mantuvo abierta elespacio justo para que Will y élpudieran deslizarse por ella.

—Tú no confías en mí, ¿verdad? —preguntó con una voz aguda yentrecortada—. Bien hecho. No confíesen nadie a menos que te veas obligado,chico. Así sobrevivirás y podrás hacerlo que tienes encomendado.

—Parece que empiezo a saberquiénes son los demás, mas o menos —dijo Will—. Quiero decir que, de algúnmodo, puedo adivinar de quién me

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puedo fiar. Por regla general. Pero esque tú... —Will se detuvo.

—¿Qué?—Tú no encajas.El hombre prorrumpió en

carcajadas, y sus ojos desaparecieronbajo las arrugas de su rostro. Luego sedetuvo en seco y levantó la lámpara. Enel círculo de oscilante luz Will vio loque parecía ser una pequeña habitaciónforrada con paneles de madera y sinamueblar, salvo por la presencia de unasilla, una mesa, una pequeña escalera demano y unas librerías acristaladas,situadas en el centro de cada una de lasparedes, que llegaban hasta el techo.Oyó un tictac profundo y rítmico, y alescrutar en la penumbra, vio que había

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un enorme reloj de pie en el rincón. Paraser una estancia destinada solo a lalectura, a juzgar por las apariencias,albergaba una pieza de relojería cuyoruido debía de impedir que uno sedemorara demasiado en esa actividad.

—Creo que hay una luz por aquí —aventuró el hombrecillo, pasándole lalámpara a Will—. ¡Aja! Tenía razón.

Will oyó un sonido indefinible,como un silbido, que ya había notado unpar de veces en la habitación contigua,el rasgueo de una cerilla y un clarísimo¡pop! En la pared apareció una luz, queal principio ardió con una llama rojiza yluego creció hasta llenar por entero unode los magníficos y resplandecientesglobos blancos.

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—Eso es debido a las camisas,esas fundas en forma de redes quecubren la llama —aclaró el hombrecillo—. Es un signo de modernidad en lascasas particulares, y es lo último que selleva. La señorita Greythorne vasiempre a la última moda, para vivir eneste siglo, claro.

—¿Quién eres? —preguntó Willsin escucharle.

—Me llamo Hawkin —dijo elhombrecillo en tono alegre—. Tal cual.Solo Hawkin.

—Bueno, pues mira, Hawkin —empezó Will, intentando pensar conrapidez y sintiéndose cada vez másincómodo.— Parece que sabes muy bienlo que está ocurriendo. Cuéntamelo. Me

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han traído al pasado, a un siglo que yaha transcurrido, que forma parte de loslibros de historia. ¿Qué sucederá si hagoalgo que pueda alterarlo? Vamos... esopodría ocurrir, creo yo. Cualquierdetalle podría cambiar la historia, comosi yo hubiera estado realmente allí.

—Es que tú estuviste allí —aclaróHawkin, acercando un papelitoenrollado a la llama de la lámpara queWill sostenía.

—¿Cómo? —dijo el muchachoapenas con un hilo de voz.

—Tú estuviste... estás en este siglomientras sucede todo esto. Si alguienhubiera escrito una crónica sobre lafiesta que se celebra esta noche, tú y miseñor Merriman figuraríais en ella.

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Aunque es poco probable. De hecho, losAncestrales difícilmente permiten quesus nombres aparezcan escritos. Por logeneral, os las arregláis para influir enla historia de manera que los hombres nisiquiera lo sospechen.

Aplicó el papelito ardiendo a uncandelabro de tres brazos que habíasobre la mesa, junto a uno de los brazosde la silla, y la piel del respaldo brillóbajo la luz amarillenta.

—Pero no es posible... Yo noentiendo...

—Vamos, hombre —dijo Hawkinsin dejarle tiempo a reflexionar—.Claro que no. Es un misterio. LosAncestrales pueden viajar en el tiemposi así lo deciden; vosotros no estáis

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sujetos a las leyes del universo tal ycomo los seres humanos las conocemos.

—¿No eres un Ancestral? Penséque debías de ser uno de ellos.

No —respondió Hawkin, sonriendoy negando con un gesto de la cabeza—.Soy un pecador normal y corriente; peropuedo considerarme privilegiado —dijo, bajando la vista y acariciando laverde manga de su chaqueta—. Al igualque tú, yo no pertenezco a este siglo,Will Stanton. Me trajeron aquí solo poruna cosa en concreto. Cuando hayaterminado mi misión, Merriman, miseñor, me mandará de vuelta a mi propiaépoca.

—Un lugar por cierto donde noconocen el terciopelo —intervino

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Merriman con su grave voz mientras seoía el chasquido de la puerta al cerrarse—. Por eso está disfrutando tanto de esapreciosa chaqueta. Aunque, a juzgar porlo que se lleva, esa prenda más bien lallevaría un petimetre, si aceptas mihumilde opinión, Hawkin.

El hombrecillo levantó la mirada,esbozando una breve sonrisa, yMerriman le puso la mano en el hombroen un gesto afectuoso.

—Hawkin es un chico del sigloXIII, Will. Setecientos años antes de quetú nacieras. Esa es su época. Con misartes lo saqué de su propio tiempo paraque estuviera aquí en el día de hoy.Luego regresará, como les es concedidoa muy pocos hombres.

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Will se pasó la mano por el cabellocon aire distraído; se sentía como siintentara descifrar un horario de trenes.

—Ya te lo dije, Ancestral. Es unmisterio —dijo Hawkin, riendo entredientes.

—Merriman. ¿Tú de dónde eres?—preguntó Will.

—No tardarás en comprenderlo —respondió Merriman, observándoloinexpresivo con su rostro aguileño ensombra, como una estatua esculpida entiempos inmemoriales—. Tenemos otroobjetivo ahora, y no es el Signo deMadera. Y ese objetivo nos concierne alos tres. Yo no soy de ningún lugar nipertenezco a ninguna época en concreto,Will. Soy el primero de los Ancestrales,

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y he vivido en todas las épocas. Existí(y todavía existo) en el siglo de Hawkin,y él es mi vasallo. Yo soy su señor, yrepresento para él mucho más que eso,porque su vida ha transcurrido al ladode mí. Me hice cargo de él cuandomurieron sus padres y lo he criado comosi fuera un hijo.

—Ningún hijo ha sido objeto detantos cuidados como yo-proclamóHawkin en tono grave mientras,cabizbajo, iba tirando de su chaqueta.

Will se dio cuenta de que a pesarde su rostro arrugado, Hawkin no eramucho mayor que su hermano Stephen.

—Es mi amigo y servidor, y sientoun profundo afecto por él —aclaróMerriman—. Merece toda mi confianza;

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hasta el punto de que le he otorgado unpapel crucial en la búsqueda que todosdebemos completar en este siglo:facilitar tu aprendizaje, Will.

—¡Oh!Hawkin le dedicó la más franca de

sus sonrisas, dio un salto y le hizo unaprofunda reverencia, desbaratando aposta el aire solemne de laconversación.

—Debo agradecerte el habernacido, Ancestral, y el que me hayasdado la posibilidad de infiltrarme comoun ratón a otra época distinta de la mía.

Merriman sonrió y sus rasgos sedistendieron.

—¿Te has dado cuenta, Will, decómo le gusta encender las lámparas de

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gas? En su época utilizaban unas velashumeantes y de un olor nauseabundo,que en realidad no son velas, sino cañasimpregnadas de sebo.

—¿Lámparas de gas? —preguntóWill, mirando el aplique blanco enforma de globo de la pared—. ¿Sonlámparas de gas?

—Claro. Todavía no existe laelectricidad. Bueno, ¿cómo voy asaberlo?... ¡Si ni siquiera sé en qué añoestamos! —protestó Will a la defensiva.

—Mil ochocientos setenta y cinco—aclaró Merriman—. De hecho, un añomagnífico. En Londres el señor Disraelipone todo su empeño en adquirir elcanal de Suez. Más de la mitad de losbuques mercantes británicos que lo

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transitarán son veleros. La reinaVictoria lleva treinta y ocho años en eltrono de Gran Bretaña. En EstadosUnidos el presidente ostenta el flamantenombre de Ulysses S. Grant y Nebraskaes el último estado que se haincorporado a la Unión. En una mansiónlejana de Buckinghamshire, por último,cuya fama ante la opinión pública sedebe a que alberga la colección másvaliosa del mundo de libros denigromancia, una dama llamada MaryGreythorne está celebrando una fiesta deNochebuena, amenizada con villancicosy música, con sus amigos.

Will dio unos pasos hacia lalibrería más cercana. Los libros estabanencuadernados en piel, y en su mayor

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parte eran marrones. Había unosvolúmenes nuevos y lustrosos conbrillantes lomos de pan de oro; otros, encambio, pequeños y voluminosos, erantan antiguos que la piel se habíaagrietado hasta el punto de cobrar laaspereza de las telas burdas. Se fijó enalgunos de los títulos: Demonología,Líber Poenitalis, El descubrimiento dela brujería, Malleus Maleficarum ymuchos más en francés, alemán y otrosidiomas de los que ni siquiera podíareconocer el alfabeto. Merriman lesdirigió un ademán desdeñoso.

—Valen una fortuna, pero anosotros no nos sirven. Son narracionesde individuos intrascendentes,soñadores y locos. Relatos de brujería

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que narran las aberraciones que loshombres infligieron en el pasado a esaspobres almas sencillas a las quellamaban brujas. La mayoría fueronseres humanos normales e inofensivos,aunque uno o dos de ellos sí estabanrelacionados con las Tinieblas... Porsupuesto, ninguno tuvo tratos jamás conlos Ancestrales, porque casi todas lashistorias que los seres humanos cuentansobre magia, brujas y todos esos temasnacen de la estupidez, la ignorancia y lasmentes enfermizas, o bien es la maneracomo se explican las cosas que noentienden. Lo que casi todos ellosdesconocen es lo que vamos a hacernosotros, y eso tan solo lo recoge unúnico libro que hay en esta habitación.

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El resto puede servir para refrescarnosla memoria sobre lo que las Tinieblasson capaces de conseguir, y para revelarlos tétricos métodos que emplean aveces. Sin embargo, existe un libro quees la razón de que hayas vuelto a estesiglo. En él aprenderás a ocupar tu lugarcomo Ancestral, y es tan valioso que noexisten palabras para describirlo. Es ellibro de lo oculto, la magia auténtica.Hace mucho tiempo, cuando la magiaconstituía la única tradición escrita,nuestra sabiduría se llamabasencillamente «conocimiento». Sinembargo, en tu época hay muchísimasdisciplinas por aprender, y que versansobre una infinidad de temas. Porconsiguiente, ahora recurrimos a una

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palabra medio olvidada, ya que anosotros, los Ancestrales, también noshan olvidado prácticamente. Lollamamos «gramática mistérica».

Atravesó la estancia en direcciónal reloj, haciéndoles señas para que losiguieran. Will observó a Hawkin, y viosu rostro, delgado y confiado, tenso porla angustia. Los chicos imitaron suspasos. Merriman se paró frente alinmenso y antiguo reloj de la esquina, elcual incluso a él le pasaba más de mediometro, sacó una llave del bolsillo yabrió el panel frontal. Will vio conclaridad el péndulo interior moviéndosedespacio, con un balanceo hipnótico,adelante, atrás.

—Hawkin —interpeló Merriman.

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Su voz era muy afable, inclusocariñosa, pero estaba dándole unaorden. El hombre ataviado de verde, sinpronunciar palabra, se arrodilló a suizquierda y permaneció muy quieto.

—Mi señor —dijo bajito y en tonosuplicante.

Merriman no le prestaba atención.Posó la mano izquierda en su hombro eintrodujo la derecha en el reloj. Coninfinito cuidado deslizó sus largos dedosa un lado, manteniéndolos lo másestirados posible para evitar tocar elpéndulo. Entonces, con un rápidogolpecito sacó un pequeño libro decubiertas negras. Hawkin se desplomó,ahogando un grito tan agudo de terror yalivio que Will se lo quedó mirando

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estupefacto. Sin embargo, Merriman yalo estaba empujando hacia la mesa. Loobligó a sentarse en la única silla de laestancia y le puso el libro en las manos.En la cubierta no figuraba el título.

—Este es el libro más antiguo delmundo —dijo con sencillez—. Cuandolo hayas leído, lo destruiremos. Es Ellibro de la gramática mistérica, escritoen el idioma de los Ancestrales. Nadiepuede entenderlo, salvo nosotros; eincluso si un ser humano o una criaturacualquiera pudiera comprender algunode los hechizos que contiene, no podríapronunciar las palabras del poder si nofuera un Ancestral. En realidad, la meraexistencia del libro no ha representadoun gran peligro durante todos estos años.

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Ahora bien, no es bueno conservar algoasí cuando el objeto ya ha cumplido sufunción, porque las Tinieblas siemprehan representado un riesgo, y su ingeniosin igual podría encontrar el modo deutilizarlo si cayera en sus manos. En estemomento y en esta habitación, por lotanto, el libro cumplirá su objetivo final,que es hacerte depositario a ti, el últimode los Ancestrales, del don de lagramática mistérica; cuando todo hayaconcluido, tendremos que destruirlo.Cuando te hayas infundido de todo eseconocimiento, Will Stanton, ya no habránecesidad de conservar el libro, porquecontigo el círculo se habrá completado.

Will se sentaba muy erguido,observando el baile que las sombras

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proyectaban sobre el rostro fuerte yadusto que se cernía sobre él; luegosacudió la cabeza, como paradespejarse, y abrió el libro.

—Pero ¡si está en inglés! Dijisteque...

—Eso no es inglés, Will —dijoMerriman, riéndose—. Cuando tú y yohablamos entre nosotros, no lo hacemosen inglés. Conversamos en el idioma delos Ancestrales, que aprendimos alnacer. Tú crees que te expresas en inglésporque es lo que te dice tu sentidocomún, ya que no conoces otras lenguas,pero si tu familia te oyera, solo captaríasonidos inarticulados. Lo mismo ocurrecon ese libro.

Hawkin se había puesto en pie,

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pero su rostro estaba demudado.Respiraba con dificultad y se apoyó enla pared. Will lo miró preocupado. Noobstante, Merriman, ignorando supresencia, continuó hablando:

—En el instante en que adquiristelos poderes, el día de tu cumpleaños,podías hablar ya como un Ancestral; yeso fue lo que hiciste, sin saberlo. Asífue como te reconoció el Jinete cuandolo encontraste en el camino: saludaste aJohn Smith en el idioma de losAncestrales y él se vio obligado acontestarte igual, arriesgándose a serdescubierto a pesar de que el oficio deherrero quedaba fuera de toda sospecha.Hay hombres corrientes que tambiénsaben hablarlo; como Hawkin mismo, o

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bien algunos invitados de la fiesta queno pertenecen al círculo. Los señores delas Tinieblas también lo conocen,aunque siempre los traiciona un ligeroacento característico.

—Ya me acuerdo —dijo Willdespacio—. El Jinete sí que parecíatener acento, un acento que no supereconocer. Claro que entonces creía quehablaba inglés y que debía de ser de otraregión del país. No me extraña quetardara tan poco en ir en mi busca.

—Es así de sencillo —sentencióMerriman, mirando entonces a Hawkin yposando una mano en su hombro, pero elhombrecillo no se inmutó.

—Escucha bien, Will. Te quedarásaquí hasta que hayas leído el libro. No

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será como leer un libro normal; será unaexperiencia reveladora. Cuando hayasterminado, volveré. Esté donde esté,siempre me entero de cuándo se abre ose cierra el libro. Léelo. Perteneces alos Ancestrales y, por consiguiente, consolo leerlo una vez el saber vivirá en tieternamente. Luego pondremos fin aesto.

—¿Se encuentra bien Hawkin? —preguntó Will—. Parece enfermo.

Merriman bajó los ojos ycontempló la pequeña figuradesfallecida. El dolor ensombreció susemblante.

—Le exigí demasiado —dijoenigmáticamente mientras ayudaba aHawkin a sostenerse en pie—. Tú

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ocúpate del libro, Will. Léelo. Llevaesperándote muchísimo tiempo.

Salió de la estancia sosteniendo aHawkin y regresó a la habitacióncontigua, desde donde podían oírse lamúsica y las voces. Will se quedó solocon El libro de la gramática mistéricafrente a él.

La traición

Will jamás supo cuánto tiempo

había transcurrido mientras estabaocupado con El libro de la gramáticamistérica. Sus páginas lo enriquecierony transformaron hasta tal punto que su

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lectura hubiera podido durar un año; sinembargo, el saber caló tan hondo en supensamiento que cuando llegó al final,sintió que hacía apenas unos instantesque acababa de empezar. En efecto, ellibro no se parecía a los demás. Cadapágina iba precedida de títulos muysimples: «Sobre el volar», «Sobre eldesafío», «Sobre las palabras delpoder», «Sobre la resistencia» y «Sobreel tiempo al cruzar las puertas». Sinembargo, en lugar de mostrarle unahistoria o unas instrucciones, el libro selimitaba a ofrecerle el fragmento de unapoesía o una imagen espectacular que,de algún modo, lo transportaban derepente a esa misma experiencia queestaba aprendiendo.

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Apenas había leído una línea («Heviajado como un águila») y sentía que seelevaba hacia lo alto, como si tuvieraalas, y aprendía de las sensaciones,notando cómo debía planear en el vientoe inclinarse al tocar las columnas deaire que se alzaban ante él, volarmajestuosamente y ascender, mirar lacomposición verdosa de las colinascoronadas de árboles obscuros en tierray divisar entre el follaje los destellos deun río sinuoso. Volando supo que eláguila era uno de los únicos cincopájaros capaces de ver las Tinieblas, yen el acto comprendió cuáles eran losotros cuatro, convirtiéndose en ellos asu vez.

Siguió con la lectura: «Llegas a

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donde se halla la criatura más antigua deeste mundo, y la que ha hollado loslugares más distantes y remotos, eláguila de Gwernabwy...», y Will se viosobre un peñasco desnudo, oteando lalejanía, posado sin temor sobre unresplandeciente saledizo de granito deun color negro grisáceo. Su costadoderecho reposaba sobre una pata desuaves plumas doradas y un ala plegada,y su mano yacía junto a una garracurvada, dura como el acero y cruel.Una voz áspera le susurró al oído lasvoces que controlaban el viento y lastormentas, el cielo y el aire, las nubes yla lluvia, y también la nieve y el granizo:todo aquello que poblaba el cielo, salvoel sol y la luna, los planetas y las

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estrellas.Luego volvió a remontar el vuelo,

libre en el cielo azul obscuro, con lasestrellas fulgurando intemporales a sualrededor; y la distribución de estasestrellas le fue conocida, similar ydistinta a la vez de las formas y lospoderes que los hombres otorgaban aesos cuerpos celestes desde hacíainnumerables años. Pasó el Boyero,inclinando la cabeza y con la brillanteestrella Arturo en la rodilla; el Torogruñía cerca, llevando consigo el gransol Aldebarán y el pequeño grupo de lasPléyades, cantando con unas vocecillasmelódicas como jamás oyera en su vida.Voló alto, muy alto, hacia el negroespacio exterior, y vio estrellas muertas,

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estrellas ardiendo y el polvillodiseminado de la vida que poblaba lainfinita vacuidad del más allá. Cuandotodo aquello se hubo apoderado de él,conoció todas las estrellas delfirmamento, por su nombre y comopuntos en un mapa astronómico, aunquetambién desde una sabiduría quesuperaba ambos métodos. Aprendiótodas las fases del sol y la luna, desvelóel misterio de Urano y la desesperaciónde Mercurio y montó en la cola de uncometa.

Sin embargo, el libro le arrancó delfirmamento con un solo verso.

...el crispado mar lentoavanza a sus espaldas...

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Cayó en picado, en un brusco

descenso hacia una rugosa y ascendentesuperficie azul que, a medida que seacercaba a ella, se convertía en unasucesión encabritada de enormes yzarandeantes olas. Luego penetró en elmar, libre ya de toda agitación, y através de una neblina verdosa llegó a undiáfano y sorprendente mundo de bellezasin misericordia, gobernado por una fríay sombría lucha por la supervivencia.Las criaturas que lo poblaban eranpredadores, y nada ni nadie se salvabade sus fauces. El libro enseñó a Will lasreglas para sobrevivir a la maldad, lascrecidas de los mares, los ríos y los

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torrentes, los lagos, los arroyos y losfiordos; y le mostró que el agua era elúnico elemento que en cierto sentidopodía desafiar a cualquier clase demagia. El agua en movimiento noacostumbraba tolerar magia alguna, ni laque servía al bien, ni la que procurabael mal, sino que la arrastraba en sucauce, como si nunca hubiera existido.

Entre corales de mortales aristas lollevó nadando el libro, entre ondulantesfrondas de tonos verdes, rojos ypúrpura, peces brillantes como el arcoiris que se le acercaban, lo mirabanfijamente, sacudían una aleta o la cola ydesaparecían. Pasó junto a las negras ydesagradables espinas de los erizos demar, cerca de unas criaturas oscilantes

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en nada parecidas a las plantas y lospeces, y luego subió hacia la blancaarena, chapoteando entre las aguas pocoprofundas y de doradas estrías, hastaalcanzar unos densos árboles, sin hojas,con apariencia de raíces, que se hundíanen el agua del mar formando una especiede jungla seca. Como si hubiera viajadoa la velocidad del rayo, Will salió deesa maraña vegetal y se encontró denuevo parpadeando frente a una páginade El libro de la gramática mistérica.

... Me inquieta el fuego ycoqueteo con el viento...

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Se hallaba entre los árboles, unosárboles tiernos por la primavera, consus hojitas de un verde inigualable,moteadas por el radiante sol; unosárboles frondosos en verano,susurrantes, imponentes; unos abetos quedesafiaban el obscuro invierno sin temera nadie, impidiendo que la luz iluminarael bosque. Aprendió la naturaleza de losárboles, la magia particular queencierran el roble, el haya y el fresno.Luego, en medio de una página del libroapareció una poesía:

Aquel que ve batir el árboldel bosque embravecidoy las aves frías trazar círculossobre el cristal acuoso,

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sueña en extraños que anuestros ojos,¡ay!, quizá se muestrensombríos.

En su imaginación Will se vio

transportado en un remolino por unviento que azotaba la totalidad de lostiempos, y ante él apareció la historia delos Ancestrales. Asistió al comienzo delos tiempos, cuando la magia imperabaen el mundo; una magia que era el poderde las rocas, el fuego, el agua y lascriaturas vivientes, y en la que losprimeros seres humanos vivían inmersoscomo los peces viven en las aguas. Vio

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a los Ancestrales, en las distintas épocasen que los hombres empleaban la piedra,el bronce y el hierro para labrar cadauno de los seis grandes signos. Vio unasucesión de estirpes distintas invadiendosu país en forma de isla, portandomaldad la de las Tinieblas mientras lasolas escupían sus naves en la orilla. Amedida que las distintas hordasaprendían a conocer y amar la tierra, lapaz iba extendiéndose y la luz volvía aflorecer. Las Tinieblas, no obstante,seguían allí, creciéndose y menguando,conquistando a un nuevo señor de lasTinieblas cada vez que un hombre elegíapor voluntad propia convertirse enalguien más temible y poderoso que sussemejantes. Esas criaturas no nacían

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para cumplir su destino, como losAncestrales, sino que escogían el suyopropio con libertad. Vio también alJinete Negro, presente en todas lasépocas, desde el principio de lostiempos.

Fue testigo de la primera prueba ala que tuvo que enfrentarse la Luz. LosAncestrales pasaron tres siglosesforzándose por recuperar su territoriodel reino de las sombras; y si lolograron fue gracias a la colaboracióndecisiva de su líder más destacado,desaparecido en combate, que un díavolverá a despertar para regresar conlos suyos.

La ladera de una colina surgió deimproviso, en la misma época, y Will

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apreció la hierba bañada por el sol, conel signo de la cruz circular segado en elverde césped, brillando inmenso yblanco en la pizarra de las Chiltern.Junto a uno de los brazos de la blancacruz, y rascándolo con unas curiosasherramientas en forma de hachas conunas hojas muy largas, vio un grupo depersonajes vestidos de verde: unoshombres diminutos, empequeñecidos porel tamaño del signo. El muchacho viouna de esas figuras girando como en unsueno y alejándose del grupo paraacercarse a él: era un hombre vestidocon una túnica verde y una capa corta decolor azul obscuro que llevaba unacaperuza cubriéndole la cabeza. Elhombre separó los brazos

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impetuosamente. En una mano sosteníauna daga con una hoja de bronce y en laotra, una copa en forma de cáliz en laque se reflejaba la luz; dio un salto y,como si fuera un torbellino, desaparecióen el acto. Atrapado por la páginasiguiente, Will caminaba por un senderoque atravesaba un espeso bosque,pisando unas fragantes hierbas de coloresmeralda. Era un sendero que seensanchaba, endurecido por la piedraque lo recubría, una piedra rugosa y muygastada parecida a la caliza. La sendasalía del bosque y discurría por unacresta alta y ventosa bajo el cielo gris,mientras al fondo se divisaba un valletenebroso y envuelto en las brumas.Durante todo el camino, y a pesar de que

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nadie lo acompañaba, no dejaba deescuchar claramente la sucesión depalabras secretas que expresaban elpoder de los Caminos Ancestrales, y lassensaciones y los signos con quereconocería a partir de entonces,estuviere donde estuviese, por dóndediscurría el Camino Ancestral máscercano, tanto si había algún vestigio deél como si solo se le figuraba enespíritu...

Siguió avanzando hasta quedescubrió que casi había llegado al finaldel libro. Entonces leyó un poema:

Mío es el helecho robado,y cualquier secreto adivino;el don del arcano Math

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hijo de Mathonwy,ni siquiera igualatoda la sabiduríaque me ha sido otorgada.

En la cara opuesta de la

contracubierta, en la última página dellibro, había un dibujo de los seis signoscirculares con la cruz inscrita, unidostodos ellos en un solo círculo. Habíallegado al final.

Will cerró despacio el libro y sequedó mirando al vacío. Se sentía comosi hubiera vivido cien años. Saber quesus conocimientos eran tan vastos, quepodía hacer tantas cosas, hubiera tenido

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que alegrarlo, pero se sentía cansado,como si soportara un gran peso sobresus hombros, y le embargaba lamelancolía al pensar en todo lo quehabía sucedido y lo que quedaba porhacer.

Merriman entró en la estancia solo,y se quedó de pie, mirándolo.

—Sí, lo sé —dijo con suavidad—.Ya te dije que es una responsabilidad,una pesada carga; pero así son las cosas,Will. Somos los Ancestrales, hemosnacido en el círculo y eso no puederemediarlo nadie. Ven —dijo, cogiendoel libro y tocando el hombro de Will.

Merriman avanzó unos pasos y seacercó al reloj de pie, cuya estilizadafigura presidía la estancia. Will fue tras

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él y vio cómo su maestro volvía asacarse la llave del bolsillo y abría elpanel central. De nuevo apareció antesus ojos el péndulo, largo y lento, con unmovimiento rítmico parecido al latidodel corazón. Sin embargo, Merriman noevitó tocarlo. Introdujo la mano, perocon un movimiento extrañamente brusco,como si fuera un actor que interpretarael papel de un hombre torpe y estuvierasobreactuando. Al empujar el librohacia dentro, una de las esquinas rozó ellargo brazo del péndulo, y Will entreviódurante un breve instante que suoscilación variaba. Se tambaleó haciaatrás y se llevó las manos a los ojos. Lahabitación se llenó de algoabsolutamente indescriptible: una

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explosión sin sonido, un destellocegador de luz obscura, una energíaatronadora que no podía verse ni oírse,aun cuando parecía que el mundo enterohabía estallado en pedazos. Cuandoapartó las manos de su rostro, descubrióque se hallaba a tres metros dedistancia, junto al costado de la silla.Merriman estaba a su lado, con losbrazos extendidos cuan largos eran ycontra la pared; y esa esquina de lahabitación donde se hallaba el reloj depie estaba vacía. No había desperfectos,signos de violencia o explosión alguna.Sencillamente no había nada.

—Eso es todo, ya ves —dijoMerriman—. Así es como se protegía Ellibro de la gramática mistérica desde

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el principio de nuestro tiempo. Si elobjeto que lo conservaba llegabasiquiera a tocarse, todo eso, objeto,libro y persona, se vería reducido a lanada. Solo los Ancestrales éramosinmunes a la destrucción, como haspodido comprobar, aun cuando por lascircunstancias —dijo, frotándose aconciencia el brazo—, tambiénpodíamos resultar heridos. Laprotección ha adoptado formas diversas,desde luego. Lo del reloj formaba partede este siglo; y ahora, empleando losmismos medios con que solíamospreservarlo hasta ahora, hemosdestruido el libro. Esta es la únicamanera de utilizar adecuadamente lamagia, como has podido comprobar.

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—¿Dónde está Hawkin? —preguntó Will con voz trémula.

—Su presencia no era necesaria.—¿Está bien? Parecía...—Bastante bien.Una extraña tensión se desprendía

de la voz de Merriman, como si leembargara la tristeza, pero ninguna desus nuevas artes le servía a Will paradescifrar la clase de emoción de que setrataba.

Regresaron a la fiesta queproseguía en la habitación contigua,donde faltaba muy poco para quefinalizara el villancico que acababa deempezar cuando se marcharon. Nadieparecía haberse dado cuenta de que sehabían ausentado un par de minutos, y

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puede que incluso ni siquiera notaran lamarcha. Will recordó que no vivían enun tiempo real y que como mucho,podían decir que se encontraban en elpasado, aunque conservaran lacapacidad de alterar el tiempo avoluntad y hacer que este transcurrieramás rápido o más lento.

En la sala había mucha más genteque antes, y el resto de invitadosregresaba del comedor. Will advirtióque la mayoría era gente normal, y quesolo el grupito que se había quedadoantes en la estancia eran Ancestrales.Ese pensamiento no le causó extrañeza,puesto que solo ellos podían ser testigosde la renovación del signo.

Will estaba absorto en la

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contemplación de los individuos cuando,de repente, el terror lo dejó atónito. Susojos habían tropezado con un rostrosituado al fondo mismo de la sala; setrataba de una muchacha que parecía nohaberlo visto, y que charlaba en animadaconversación con alguien a quien Willno podía ver. Advirtió que ella movía lacabeza y reía con desmesuradaafectación, se inclinaba para escuchar loque le decían y luego desaparecía de suvista, confundida entre los otrosinvitados. Will, sin embargo, tuvotiempo de percatarse de que la chica quese reía era Maggie Barnes, esa Maggieque trabajaría en la granja de losDawson un siglo después. Ni siquieraera una sombra de sí misma, como le

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ocurría a la victoriana señoritaGreythorne, que era una especie dereflejo temprano de la dama que élconocía. Era la misma Maggie que elchico conociera en su propia época.Consternado, dio unos pasos hastacruzarse con los ojos de Merriman, ysupo que este último ya estaba enteradode a presencia de la muchacha. Su rostroaguileño no mostraba sorpresa alguna,sino solo el asomo de un dolorindefinido.

—Sí —afirmó en tono cansino—.La bruja está aquí. Creo que deberíasquedarte un buen rato conmigo, WillStanton, para vigilar. No me interesademasiado vigilar solo.

Sorprendido por el ofrecimiento,

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Will se quedó con él en el rincón,discretamente situado. Maggie seguíaoculta entre la multitud. Esperaron unosminutos, y luego vieron a Hawkin,vestido con su pulcra chaqueta verde,abriéndose paso entre el gentío hacia laseñorita Greythorne. El hombrecillopermaneció a su lado, en la actitud dequien está acostumbrado a prestar susservicios. Merriman tensó los músculosde su cuerpo y Will lo miró; la mueca dedolor era más visible en el curtidorostro, como si Merriman presintierauna profunda aflicción que no tardaríaen experimentar. Volvió a posar la vistaen Hawkin y vio que de su semblanteescapaba una alegre sonrisa por algoque la señorita Greythorne acababa de

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decir. No mostraba signo alguno delpánico que le había asaltado en labiblioteca, y con un encanto parecido alde las piedras preciosas, irradiaba unaluz capaz de iluminar la penumbra. Willcomprendió por qué le resultaba tanquerido a Merriman. Sin embargo, almismo tiempo tuvo la espantosa,repentina y pronta convicción de que seavecinaba un desastre.

—¡Merriman! ¿Qué ocurre? —preguntó con voz ronca.

—Es el peligro, Will, laconsecuencia de mi acción —dijoMerriman inexpresivo, levantando lamirada por encima del gentío y fijándolaen la cara puntiaguda y risueña de sudiscípulo—. Un gran peligro nos acecha

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en nuestra búsqueda. He cometido elerror más grande que pueda permitirseun Ancestral, y ese error caerá sobre míde manera fulminante. Depositar másconfianza en un mortal de la que susfuerzas pueden soportar es algo quetodos nosotros aprendemos a no hacerjamás, desde tiempos inmemoriales. Yotambién lo aprendí, mucho antes de queEl libro de la gramática mistéricaestuviera a mi cargo. Sin embargo,cometí esa equivocación presa de lainsensatez. Ahora ya no podemos hacernada para subsanarlo, sino tan soloobservar y aguardar las consecuencias.

—Se trata de Hawkin, ¿verdad?¿Tiene algo que ver con el hecho dehaberlo traído aquí?

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—El hechizo para proteger el librotiene dos vertientes, Will -aclaróMerriman con visible esfuerzo—. Túviste la primera, la protección contra losseres humanos, que era el péndulo. Esepéndulo los destruiría si osaran tocarlo,pero no a mí, ni a ningún otro Ancestral.Ahora bien, yo añadí otro aspecto alhechizo para proteger el libro de lasTinieblas. Decía que podría sacar ellibro sin alterar el movimiento delpéndulo solo si tocaba con la otra manoa Hawkin. Cuando sacara el libro de suescondite para entregarlo al último delos Ancestrales, fuere el siglo que fuese,Hawkin tendría que ser arrancado de supropia época para estar allí.

—¿No habría sido más seguro

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contar con un Ancestral en esa parte delhechizo en lugar de recurrir a un hombrenormal y corriente?

—¡Ah, no! El propósito de todoello era lograr la participación de unhombre. Estamos inmersos en unacruenta batalla, Will, y a veces tenemosque hacer cosas a sangre fría. Estehechizo está hecho a mi medida, comoguardián que era del libro. Las Tinieblasno pueden destruirme, porque soy unAncestral, pero quizá con ayuda de lamagia habrían podido engañarme ypersuadirme de que sacara el libro. Porsi eso sucedía, debía existir algún modoen que los otros Ancestrales pudierandetenerme antes de que fuera demasiadotarde. Por otro lado, tampoco podrían

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destruirme para impedir que allanara elcamino a las Tinieblas. Ahora bien, unhombre sí podía ser destruido. En elpeor de los casos, si las Tinieblas mehubieran obligado con sus artes mágicasa entregarles el libro, antes de empezara sacarlo de su escondite la Luz habríamatado a Hawkin. Eso habría mantenidoel libro a salvo, y para siempre, porqueen ese caso yo no hubiera podidoromper el encantamiento, tocando elhombro de Hawkin, y tampoco habríapodido sacar el libro. Nadie habríapodido conseguirlo, ni yo, ni lasTinieblas ni cualquier otro ser vivo.

—Por lo tanto, Hawkin puso enpeligro su vida —dijo Will sinapresurarse, observando al hombrecillo

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mientras este caminaba vivaz por lapista de baile hacia los músicos.

—Sí. A nuestro servicio estaba asalvo de las Tinieblas, pero su vidacorría peligro igualmente. Accedió ahacerlo porque era mi vasallo, y estabamuy orgulloso de serlo. ¡Ojalá mehubiera asegurado de que él conocíabien todo el riesgo que corría! Un riesgodoble además, porque hoy hubierapodido perecer si por accidente yohubiera tocado el péndulo. Ya viste loque sucedió cuando al final lo toqué. Túy yo, como Ancestrales, solo notamosuna sacudida; pero si Hawkin hubieraestado allí, en contacto con mi mano,habría fallecido en el acto, se habríavolatilizado, igual que el libro.

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—No solo debe de ser muyvaliente, sino que también debe amarteigual que un hijo si es capaz de hacercosas como esta por ti y por la Luz.

—Sin embargo, sigue siendo unhombre. —La voz de Merriman eraáspera y el dolor volvió a reflejarse ensu rostro—. Ama también como unhombre, y exige pruebas de amor acambio. Mi error fue no pensar en laposibilidad de que esto sucediera. Comoconsecuencia de ello, en esta habitacióny dentro de unos minutos Hawkin metraicionará y traicionará a la Luz; yalterará el desarrollo de losacontecimientos que tienen que ver contu búsqueda, joven Will. La conmociónque ha sufrido al poner en riesgo su

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vida, por mí y por El libro de lagramática mistérica, ha sido demasiadopara su lealtad. Quizá viste su rostro enel momento en que sujeté su hombro yextraje el libro de su peligroso refugio.En ese preciso instante Hawkincomprendió perfectamente que yo estabadispuesto a dejarlo morir. Ahora ya losabe, y jamás me perdonará por noamarle como él ha amado a su señor,empleando sus propios términos, comome ha amado a mí. Por eso se volverá encontra de nosotros. Fíjate dóndeempieza la historia —concluyóMerriman, señalando hacia el otroextremo de la habitación.

La música arrancó con brío y losinvitados empezaron a formar parejas de

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baile. Un hombre que Will reconociócomo uno de los Ancestrales se acercó ala señorita Greythorne, le hizo unareverencia y le ofreció el brazo; a sualrededor las parejas se juntabanformando grupos de ocho, preparándosepara ejecutar algún baile que Willdesconocía. Vio que Hawkinpermanecía de pie, indeciso, y siguiendocon la cabeza el ritmo de la música;luego vio que una chica vestida de rojoaparecía a su lado. Era la bruja, MaggieBarnes.

La muchacha dijo algunas palabrasa Hawkin, riendo, y le hizo una levereverencia. Hawkin sonrió con cortesía,con la duda pintada en su semblante, ynegó con la cabeza. La chica sonrió

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abiertamente, movió el pelo concoquetería y volvió a hablarle, con losojos fijos en él.

¡Oh! —exclamó Will—. ¡Ojalápudiéramos oír lo que dice!

Merriman lo miró con aire sombríodurante unos instantes, con la menteausente y rumiando en sus cosas.

—¡Anda! —volvió a exclamar Willsintiéndose estúpido. ¡Pues claro!

Le llevaría un tiempo, sin duda,acostumbrarse a recurrir a sus propiospoderes. Volvió a mirar a Hawkin y a lachica, deseó poder escucharlos... y losescuchó.

—De verdad, señora —decíaHawkin—. No me agradaría parecergrosero, pero yo no bailo.

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—¿Acaso porque no está en suépoca? —respondía la muchacha,cogiéndole la mano—. Aquí también sebaila con las piernas, igual que hacíausted hace quinientos años. Venga.

Hawkin la miró fijamente,paralizado por la sorpresa, mientras ellalo llevaba hasta un grupo de parejas.

—¿Quién es usted? —preguntabaHawkin susurrando—. ¿Es usted unaAncestral?

—¡Por nada del mundo quisieraserlo! —protestó Maggie Barnes en elidioma de los Ancestrales, mientrasHawkin palidecía y se quedaba inmóvil—. ¡Venga! Baile, o la gente se darácuenta —dijo en inglés—. Es bastantefácil. Observe lo que hace el hombre

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que hay junto a su lado cuando empiecela música.

Hawkin, pálido y desesperado, semovía a trompicones durante la primeraparte del baile, pero a medida que ladanza evolucionaba, iba cogiendo lospasos.

—Le dijimos que nadie de los aquípresentes conocería su identidad —cuchicheó Merriman al oído de Will—;y que no debía utilizar el idioma de losAncestrales con nadie salvo contigo,bajo pena de muerte.

La conversación en la pista debaile proseguía.

—Tienes buen aspecto, Hawkin,para ser un hombre que ha escapado dela muerte.

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—¿Cómo sabes todo esto,muchacha? ¿Quién eres?

—Te hubieran dejado morir,Hawkin. ¿Cómo pudiste ser tanestúpido?

—Mi maestro me ama —replicóHawkin, pero la debilidad asomaba asus labios.

—Te utilizó, Hawkin. No eres nadapara él. Deberías tener mejoresmaestros, alguien que procure por tuvida, y que además te la conserve a lolargo de los siglos y no te confine a tupropia época.

—¿Como la vida de un Ancestral?—preguntó Hawkin, víctima por primeravez de la codicia.

Will recordó el deje de envidia de

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Hawkin cuando este le hablaba de losAncestrales; ahora en su voz también sepercibía la mezquindad.

—Las Tinieblas y el Jinete sonunos maestros más benévolos que la Luz—dijo Maggie Barnes, susurrándole aloído mientras concluía la primera partedel baile.

Hawkin volvió a quedarse inmóvil,mirándola, hasta que ella echó unvistazo a su alrededor y dijo conclaridad:

—Creo que necesito una bebidafresca.

Hawkin dio un salto y la apartó delgrupo de bailarines. Centrando suatención en la chica, Maggie disfrutaríade la oportunidad de hablar con él a

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solas, y la servidora de las Tinieblascontaría con un oyente aplicado. Will sesintió asqueado de repente ante lainminente traición, y no quiso escucharmás. Descubrió que Merriman, junto aél, seguía mirando al vacío.

Todo ocurrirá como yo te cuento:le pintarán el reino de las Tinieblascomo algo maravilloso para seducirlo,como suelen hacer los seres humanos, yHawkin comparará eso con todas lasexigencias que impone la Luz, que sonuna pesada carga, y siempre lo serán. Amedida que reflexione, irá alimentandosu resentimiento por el modo en que leobligué a entregar su vida sin darle nadaa cambio. No te quepa duda de que lasTinieblas jamás exigen algo igual; al

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menos, por el momento. En efecto, susseñores nunca se arriesgan a exigir lamuerte, sino que solo ofrecen una vidade maldad... ¡Hawkin! —añadió en vozbaja y sombría—. Vasallo mío, ¿cómopuedes hacer lo que estás dispuesto ahacer?

De repente, Will sintió miedo, yMerriman lo notó.

—¡Basta ya! Ahora ya sabemos loque sucederá. Hawkin será como unagotera en el tejado o una brecha en untonel; y así como las Tinieblas nopodían tocarlo cuando era mi vasallo,ahora que sirve al reino de lasTinieblas, tampoco podrá destruirlo laLuz. Será el mensajero del mal, y nosespiará, moviéndose entre nosotros, en

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esta casa, que ha sido nuestro bastión.—Su voz se volvió fría, aceptando loinevitable; el dolor le abandonó—. Apesar de que la bruja consiguió entrar,jamás hubiera podido emplear ni unápice de su magia sin que la Luz ladestruyera. Sin embargo, ahora, cadavez que Hawkin las llame, las Tinieblaspodrán atacarnos en cualquier lugar,incluso aquí mismo; y el peligroaumentará con los años.

Se levantó, jugueteando con losdedos a entrelazar su corbata blanca; elperfil de pronunciada curva se revelabaterriblemente adusto, y la mirada querefulgió por unos instantes bajo las cejasfruncidas heló la sangre al muchacho.Era el rostro de un juez, implacable y

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condenatorio.—El destino que Hawkin se ha

labrado con esta acción es terrible —sentenció Merriman inexpresivo—.Deseará mil veces haber muerto antes decargar con él.

Will se quedó aturdido, y unsentimiento de piedad e inquietud seapoderó de él. No preguntó qué lesucedería al pequeño y vivarachoHawkin, aquel ser que se había reído deél, le había prestado su ayuda y, por muypoco tiempo, había llegado a ser suamigo; no quería saberlo. En la pista debaile la música del segundo movimientode la danza toba a su fin, y los bailarinesreían, intercambiándose cortesías. Willno se movió, presa de la infelicidad. El

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hierático rostro de Merriman se relajó y,con un movimiento de sus brazos, indicócon suavidad al muchacho que mirarahacia el centro de la estancia.

Allí tan solo vio que un espacioseparaba a la multitud de los músicos, ymientras él seguía en pie, empezaron ainterpretar los primeros compases de Elbuen rey Wenceslao, el villancico queestaban tocando al entrar por primeravez en la habitación, tras haberatravesado los portones. El conjunto deinvitados unió sus voces en festivo son,y cuando tocaba pronunciar el versosiguiente, la estentórea voz de Merrimanse oyó por toda la sala; y Will se diocuenta, en un abrir y cerrar de ojos, deque le había llegado el turno.

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Cogió aire y levantó la cabeza:

Mi Señor, el niño vive abuena legua de aquí...al pie de la montaña...

No hubo lugar para las despedidas,

ni vio desaparecer el siglo XIX. Derepente, sin tener conciencia de que sehabía producido un cambio, supomientras cantaba que el tiempo seprecipitaba de algún modo, y que otravoz joven cantaba con él, en unacompenetración vocal tan simultáneaque si alguien no hubiera visto moverselos labios de los dos muchachos, habría

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jurado que se trataba de un único chicocantando solo.

En las mismas lindes delbosque,cerca de la fuente de san... taAg... neees...

Entonces supo que se encontraba

junto a James, Mary y el resto de sushermanos, que cantaba a coro con Jamesy que la música de acompañamiento erael solo de flauta de Paul. Se encontrabaen el vestíbulo en penumbra, de pie conlas manos a la altura del pecho ysosteniendo la vela encendida; una vela

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que no había ardido ni un milímetro másdesde la última vez que la miró.

—Muy bien; lo habéis hecho muybien —dijo la señorita Greythornecuando terminaron la canción—. No hayningún otro villancico como El buen reyWences lao. Siempre ha sido mipreferido.

Will escrutó a través de la llama desu vela y vio su forma inerte sentada enla enorme silla tallada; su voz era la deuna anciana, más dura y curtida por losaños, y su rostro también acusaba lahuella del tiempo. Sin embargo, encierto modo era muy parecida... a suabuela. ¿Acaso era su abuela, la jovenseñorita Greythorne? ¿O bien subisabuela?

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—Los chicos de Huntercombesiempre han cantado este villancico.Hace muchísimo tiempo que El buen reyWenceslao se oye en esta casa, tanto queni vosotros ni yo podemos recordarlo.Bueno. Vamos a ver, Paul, Robin ytodos vuestros hermanos, ¿os apetece unpoco de ponche de Navidad?

Era la pregunta tradicional de todaslas fiestas, y la respuesta también fue laacostumbrada.

—Bueno —respondió Robin muyserio—. Gracias, señorita Greythorne.Quizá tomaremos un poco.

—Will también tomará este año —intervino Paul—. Ahora ya tiene onceaños, señorita Greythorne. ¿Lo sabíausted?

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El ama de llaves venía con unabandeja de centelleantes vasos y un grancuenco de ponche rojizo obscuro. Todaslas miradas se posaron en Merriman,quien se adelantó para llenar los vasos.Sin embargo, los ojos de Will sedetuvieron en la expresión vigorosa ysúbitamente juvenil de la figura quereposaba en la silla de respaldo alto.

—Sí-dijo la señorita Greythorne envoz baja y casi de manera distraída—.Lo recuerdo. Ha sido el cumpleaños deWill Stanton.

Se volvió hacia Merriman, quien seacercaba ya a los muchachos, y cogiódos vasos de la bandeja que llevaba elmayordomo.

—Que tengas un feliz cumpleaños,

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Will Stanton, séptimo hijo de un séptimohijo —proclamó la dama—. Y quetengas mucho éxito en todas tusempresas.

—Gracias, señora —contestóintrigado Will.

Levantaron las copas consolemnidad y bebieron, igual que sifuera el brindis navideño de la familiaStanton, el único en todo el año en que alos muchachos se les permitía tomarvino en la cena.

Merriman se movió entre losinvitados hasta que todos tuvieron suvaso de ponche y, reconfortados,empezaron a dar sorbitos. El ponche deNavidad de la mansión siempre eradelicioso, aunque nadie sabía

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exactamente lo que contenía. En su papelde hermanos mayores los gemelos seencaminaron hacia la señoritaGreythorne para charlar con ella yagradecerle sus atenciones; Barbara,arrastrando a Mary consigo, se fuederechita hacia la señorita Hampton, elama de llaves, y Annie, la doncella,ambas sendos y reticentes miembros delgrupo de teatro del pueblo que lamuchacha intentaba reflotar.

—Tú y tu hermano menor cantáismuy bien —le dijo Merriman a James.

James esbozó una sonrisa franca.Aunque más corpulento que Will, no eramucho más alto, y eran raras lasocasiones en que un desconocido lehacía el cumplido de advertir su

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superioridad como hermano mayor.—Cantamos en el coro de la

escuela, y también hacemos solos en losfestivales de música. Incluso fuimos aLondres el año pasado para participaren uno. El profesor de música es muyaficionado a los festivales de música.

—Yo no —dijo Will—. Todasesas madres, mirándote con los ojosencendidos...

—¿Qué esperabas si no? —aclaróJames—. Tú eras el mejor de la clasecuando fuimos a Londres. ¡Claro que teodiaban todas! ¿No ves que ganabas asus queridos retoños? Yo era tan solo elquinto de mi grupo —concluyó,diciéndole a Merriman con naturalidad—. Will tiene una voz muchísimo mejor

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que la mía.—¡Oh, venga! ¡Vamos! —protestó

Will.—Es cierto —puntualizó James con

el afán de justicia que le caracterizaba,siempre tan realista—. Al menos,mientras sigamos cantando juntos.Cuando nos separemos, no creo queninguno de los dos destaque en canto.

—A decir verdad, tú sí destacaráscomo tenor —dijo Merriman con aireausente—. Serás casi un profesional. Lavoz de tu hermano será la de unbarítono; muy bonita, pero nada del otromundo.

—Puede que sea verdad —dijoJames con educación aunque incrédulo—. Claro que eso es algo que todavía no

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puede decirse.—¡Pero si él...! —empezó diciendo

Will, y se detuvo cuando advirtió lasombría mirada de Merriman—. Humm.— Ahhh...

James lo miró perplejo. En esemomento la señorita Greythorne llamó aMerriman desde el otro extremo de lasala.

—A Paul le gustaría ver losinstrumentos antiguos, las flautas y lasflautas dulces. Hágale pasar ymuéstreselos, por favor.

Merriman inclinó la cabeza con unaligera reverencia.

—¿Os apetece venir? —preguntó aWill y James con naturalidad.

—No, gracias —se apresuró a

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contestar James, con la vista fija en lapuerta más alejada. El ama de llavesentraba con otra bandeja—. Me llega elolor de los pastelillos de frutos secos dela señorita Hampton.

—A mí sí me gustaría verlos —intervino Will con aire de complicidad.

Avanzó junto a Merriman endirección a la silla de la señoritaGreythorne, flanqueada por las figurasenvaradas de Paul y Robin, incómodosen su apariencia de guardas.

—Venga, marchaos —dijo laseñorita Greythorne de súbito—. ¿Tútambién vas, Will? Claro que sí,olvidaba que a ti también te interesa lamúsica. Tengo una colección bastantebuena de instrumentos y objetos

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musicales ahí dentro. Me sorprende queno la hayáis visto nunca.

—¿En la biblioteca? —preguntóWill de manera irreflexiva, arrulladopor las palabras.

—¿La biblioteca? —se extrañó laseñorita Greythorne, dirigiéndole unafuribunda mirada—. Debes deconfundirte con otra casa, Will. Aquí nohay ninguna biblioteca. En el pasadohubo una bastante pequeña que conteníaunos libros muy valiosos, me parece,pero se quemó hace casi un siglo. Enesta ala de la casa cayó un rayo, y dicenque los daños fueron muy importantes.

—¡Ah! ¡Vaya! —dijo Will confuso.—Bueno, estas conversaciones no

son propias de la Navidad —dijo la

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dama mientras les despedía con unmovimiento de las manos.

Will dio unos cuantos pasos y sevolvió, a tiempo de ver la espléndidasonrisa mundana que la mujer dirigía aRobin. El muchacho pensó que a lomejor las dos señoritas Greythorne eranla misma persona a fin de cuentas.

Merriman condujo a Will y Paulhacia una puerta lateral que daba a unpequeño pasillo muy extraño y con olora moho, tras el cual se llegaba a unahabitación de techo alto y muy iluminadaque Will no reconoció en un primermomento. Solo al advertir la chimenease dio cuenta de dónde estaba. Allíencontró el amplio hogar, con lagenerosa repisa adornada con paneles

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cuadrados y unos emblemas tallados enforma de rosa al estilo Tudor. Sinembargo, los paneles del resto de laestancia habían desaparecido y en sulugar, las paredes iban pintadas de uncolor blanco liso, iluminadas endeterminados puntos por unos grandespaisajes de aspecto improbablerealizados en unos tonos verdes y azulesmuy intensos. En el lugar por donde Willhabía entrado en la pequeña bibliotecaya no había puerta alguna.

—El padre de la señoritaGreythorne era un caballero muymelómano —informó Merriman con suvoz de mayordomo mientras abría unavitrina muy alta que había junto a una delas paredes laterales—; y tenía un gran

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sentido artístico, también. Pintó todosesos cuadros de las paredes. Creo queen las Antillas. Aunque esto de aquí...—dijo Merriman, levantando unbellísimo y diminuto instrumentoparecido a una flauta dulce realizado enmarquetería obscura con incrustacionesde plata—. Esto dicen que no lo tocabanunca. Tan solo le gustaba contemplarlo.

Paul quedó embriagado en el acto,observando todos los resquicios habidosy por haber de las flautas y las flautasdulces antiguas mientras Merriman lasiba sacando del aparador y se las daba.La actitud de ambos era solemne; ibandevolviendo cada flauta a su lugar deorigen antes de coger la siguiente. Willdio media vuelta y se puso a estudiar los

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paneles que rodeaban la chimenea;entonces se sobresaltó al oír queMerriman le llamaba en silenciomientras en voz alta seguía hablando conPaul. Era una combinaciónsobrecogedora.

—¡Rápido! ¡Ahora! —le decía lavoz mentalmente—.Sabes dónde has demirar. Date prisa mientras puedas. ¡Es lahora de coger el signo!

—Pero... —dijo Will con elpensamiento.

—¡Venga! —lo acuciaba Merrimanen silencio.

Will echó un rápido vistazo porencima del hombro. La puerta por la quehabían entrado seguía medio abierta,pero sus oídos lo alertarían sin duda de

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la presencia de cualquiera que enfilaseel pasillo que comunicaba estahabitación con la siguiente. Sin apenashacer ruido dio unos pasos hacia lachimenea, levantó los brazos y puso lasmanos en los paneles. Cerró los ojos uninstante, apelando a sus nuevos poderesy al mundo Ancestral del que provenía.¿Cuál era el panel cuadrado?, ¿y la rosatallada? Le confundía el que no existieraya la pared panelada; y la repisa de lachimenea parecía más pequeña queantes. ¿Acaso se había perdido el signo,oculto tras los ladrillos queconformaban esa pared blanca y lisa?Apretó todas las rosas que vio en laesquina superior izquierda de lachimenea, pero ninguna se movió, ni

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siquiera una fracción infinitesimal. En elúltimo momento advirtió justo en elángulo más extremo de la esquina unarosa medio enterrada en el yeso quesobresalía de esa pared, restaurada yalterada sin duda en el transcurso de losúltimos cien años (diez minutos para él,pensó de manera absurda).

Con premura Will levantó el brazoen alto y presionó el pulgar con todassus fuerzas contra el centro de la floresculpida, como si fuera un timbre. Oyóun suave chasquido en la pared, y antesus ojos apareció un obscuro agujerocuadrado, exactamente a la altura de susojos. Puso la mano en el interior y tocóel círculo del Signo de Madera. Suspiróaliviado, con los dedos aferrados al

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suave material, y oyó a Paul queempezaba a tocar una de las flautasantiguas.

Los primeros acordes fuerontímidos: un arpegio lento, una sucesiónde notas titubeantes y, finalmente, conextrema suavidad y dulzura, Paulempezó a tocar la melodíaGreensleeves. Will se quedó petrificadono solo por la maravillosa ejecución dela antigua tonada, sino por el sonido delinstrumento mismo. Aunque con unamelodía diferente, así sonaba su música,su encantamiento, el mismo tonomisterioso y distante que siempre oía, yque también siempre perdía, en losmomentos más cruciales de su vida.¿Cuál era la naturaleza de la flauta que

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tocaba su hermano? ¿Formaba parte delmundo de los Ancestrales, pertenecía asu magia?, ¿o tan solo era algo similar,ideado y fabricado por el hombre? Elmuchacho retiró la mano del orificio dela pared, el cual se cerró al instante,antes de que pudiera volver a apretar larosa, y deslizó el Signo de Madera en elbolsillo mientras se giraba, absorto en eldisfrute de las notas. Lo que vio le helóla sangre.

Paul seguía tocando en el otroextremo de la habitación, junto a lavitrina. Merriman le daba la espalda,con las manos en el mueble aparador.Sin embargo, ahora había dos figurasmás en la estancia. En el umbral quehabían cruzado al entrar estaba Maggie

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Barnes, con los ojos fijos no en Will,sino en Paul, concentrando toda suaterradora malignidad en la mirada. Muycerca de Will, justo a su lado, en ellugar donde había estado la puerta queconducía a la biblioteca antigua, seerguía la imponente figura del Jinete.Con alargar el brazo el espectro hubierapodido tocarlo, pero no se movía, estabaparalizado, como si la música le hubieradetenido justo antes de hacerlo. Teníalos ojos cerrados y sus labios se movíanen silencio; las manos señalaban sinningún género de duda a Paul, mientrasla dulce y ultraterrena música seguíaenvolviendo la estancia.

Will actuó bien, guiado por elinstinto que había desarrollado en sus

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enseñanzas. Levantó en el acto un murode resistencia alrededor de Merriman,Paul y él mismo, y los dos seres de lasTinieblas salieron despedidos haciaatrás por el impacto. Sin embargo, almismo tiempo gritó el nombre deMerriman, y cuando la música seinterrumpió, y Paul y Merriman dieronmedia vuelta aterrorizados, supo quehabía cometido un error. No habíaempleado la llamada de los Ancestrales,que tenía que ser mental. Habíacometido el gravísimo error de gritar.

El Jinete y Maggie Barnes sedesvanecieron en ese mismo instante.Paul corrió hacia Will preocupado.

—¿Qué diantre sucede, Will? ¿Tehas hecho daño?

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—Me parece que ha tropezado —dijo Merriman con rapidez y en voz bajaa sus espaldas.

Will tuvo el buen sentido decontraer el rostro en una mueca dedolor, doblarse hacia delante deangustia y agarrarse con fuerza el brazo.

Se oyeron pasos apresurados yRobin entró en la estancia como unaexhalación, con Barbara siguiéndole lospasos.

—¿Qué sucede? Hemos oído ungrito espantoso y... ¿Estas bien, Will? —preguntó Robín, mirando a su hermanocon aire visiblemente confundido.

—¿Eh? —se sorprendió Will—.Me he golpeado el hueso del codo. Losiento. Me dolía mucho.

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—Parecía que estuvieranasesinándote —le recriminó Barbara.

Con todo descaro Will se refugióen una actitud adusta, y metió los dedosen el bolsillo para asegurarse de que eltercer signo se encontraba a salvo.

—Siento mucho decepcionaros —dijo con petulancia—, pero estoy bien,de verdad. Me he dado un golpe, y hegritado. Eso es todo. Siento haberosasustado. La verdad, no entiendo porqué armáis tanto jaleo. Robin le dirigióuna mirada furiosa.

—La próxima vez no esperes quevenga corriendo a salvarte —dijo entono hiriente.

—Recuerda la historia de Pedro yel lobo —terció Barbara.

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—Creo que deberíamos reunimoscon la señorita Greythorne y cantarle unúltimo villancico —dijo Merriman entono afable mientras cerraba la vitrina ydaba vuelta a la llave.

Casi olvidando que era tan solo elmayordomo, todos obedecieron ysalieron de la habitación en fila,siguiendo sus pasos.

—¡Tengo que hablar contigo! ¡Hevisto al Jinete, y también a la chica!¡Estaban aquí mismo! —exclamó Will, yen esta ocasión guardó el debidosilencio.

—Lo sé —respondió Merriman delmismo modo—. Hablaremos más tarde.Recuerda que saben cómo oír estaconversación.

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El mayordomo siguió caminando, yWill se quedó temblando denerviosismo e inquietud. Al cruzar elumbral, Paul se detuvo, sujetó a Willcon firmeza por el brazo y lo atrajohacia sí para mirarle a la cara. —¿Deverdad estás bien?

—Te lo prometo. Siento habergritado tanto. La flauta sonaba demaravilla.

—Es fantástica —se le escapó aPaul mientras se giraba para admirarcon nostalgia la vitrina—. Lo digo enserio. Jamás había oído nada igual; y,por supuesto, tampoco había tocadonada parecido. No puedes imaginártelo,Will; soy incapaz de describirlo. Es uninstrumento antiquísimo, aunque a juzgar

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por su estado, podría decirse que es casinuevo, y su tono...

La voz y el rostro de Paultraslucían un sentimiento que despertóen Will una profunda y antigua simpatía.Supo de repente que la sensación de esanostalgia informe e innominada por algoque se hallaba fuera de su alcance,situado quizá en el ámbito interminablede la vida, siempre formaba parte delsino de los Ancestrales.

—Daría cualquier cosa por teneruna flauta como esa —sentenció Paul.

—Casi cualquier cosa —dijo Willcon afabilidad.

Paul se quedó mirándolo atónito, yel Ancestral que había en Will cayó enla cuenta, cuando ya era demasiado

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tarde, de que esa respuesta no era propiade un muchacho. Entonces esbozó unaamplia sonrisa, le sacó la lengua conpicardía y se escabulló hacia el pasillo,regresando a su comportamiento normaly a las relaciones habituales quemantenía con los demás.

Los hermanos Stanton entonaron Elprimer Nowell para finalizar con losvillancicos, y tras las despedidas,volvieron a encontrarse entre la nieve yel aire seco, mientras la impasible yeducada sonrisa de Merrimandesaparecía tras las puertas de lamansión. Will se detuvo en los anchosescalones de piedra y miró hacia lasestrellas. Las nubes se habían abiertofinalmente, y ahora las estrellas

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fulguraban como un fuego blanco queperforara el negro abismo del cielonocturno dibujándose en unas formasque hasta entonces se le habían antojadocaprichosas, pero que ahora leresultaban absolutamente significativas.

—Mira cómo brillan esta noche lasPléyades —dijo en voz baja.

—¿Las qué? —preguntó Maryatónita con la mirada fija en su hermanomenor.

Will dejó de prestar atención alfirmamento teñido de obscuro y secentró en su propio mundo, reducido yamarillento a la luz de las candelas. Loscantantes de villancicos se dirigieron acasa a buen paso. El joven caminabaentre sus hermanos sin abrir la boca,

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como si anduviera en sueños. Los demáslo atribuyeron al cansancio, pero élflotaba en su mundo maravilloso. Ahoratres signos se hallaban en su poder, yademás poseía los conocimientosnecesarios para utilizar el don de lagramática mistérica: toda una larga vidade descubrimientos y sabiduría que lefue dada en el momento en que el tiempose había congelado. No era el mismoWill Stanton de unos días antes. A partirde entonces, y para siempre, viviría enuna escala temporal distinta a la detodos aquellos a quienes conocía oamaba. Sin embargo, consiguió apartaresos pensamientos de la mente, inclusoel recuerdo de los dos personajes de lasTinieblas, amenazadores y acechantes.

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Estaban en Navidad, una época mágicadesde el principio de los tiempos, paraél y para todo el mundo. Era unafestividad deslumbrante, vivida, ymientras perdurara su hechizo en laTierra, el círculo encantado de sufamilia y su hogar se vería protegido delas invasiones externas.

En el interior de la casa el árboldestellaba y resplandecía, la música dela Navidad podía palparse en el aire, dela cocina salían aromas especiados y enel ancho hogar de la sala de estar, laeran raíz retorcida de Navidad ardía enoscilantes llamas mientras se ibaconsumiendo despacio. Will estabaechado de espaldas sobre la alfombra dela chimenea, mirando con atención el

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humo que escapaba por el tiro, y derepente le entró mucho sueño. James yMary también intentaban reprimir losbostezos, e incluso Robin parecíacabecear.

—Demasiado ponche —comentóJames cuando su alto hermano se estiróbostezando en la butaca.

—Piérdete —dijo con cariñoRobin.

—¿A quién le apetece un pastelitode frutos secos? —preguntó la señoraStanton, saliendo con una inmensabandeja de tazas de chocolate.

—James ya se ha comido seis en lamansión —observó Mary, acusándolocon remilgo.

—Pues con estos, llevaré ocho —

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dijo James con un pastelito en cadamano—. ¡Eso es!

—Vas a engordar —le previnoRobin.

—¡Mejor que ya estar gordo! —contestó James con la boca llena ymirando aposta a Mary, quienúltimamente se mostrabapreocupadísima por su tipo.

Su hermana hizo un mohín detristeza y luego de rabia. Se levantó y seechó encima de él con un gruñido.

—¡Jo, jo, jo! —exclamó Will entono sepulcral desde el suelo—. Losniños buenos no se pelean en Navidad.

Sin embargo, no pudo resistirse ala cercanía de Mary y la agarró por eltobillo. Su hermana se derrumbó sobre

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él con un gritito agudo.—Cuidado con el fuego —dijo la

señora Stanton con el tono de lacostumbre.

¡Ay! —se quejó Will al recibir unpuñetazo de su hermana en el estómago.

El muchacho rodó sobre sí mismohasta quedar fuera de su alcance. Maryse detuvo y se sentó a su lado,mirándolo con curiosidad:

—¿Por qué demonios llevas tantashebillas en el cinturón?

Will tiró rápidamente del jerseypara taparse, pero ya era demasiadotarde; todos lo habían visto. Mary seacercó a él y le subió el jersey de nuevo.

—¡Qué cosas más raras! ¿Qué son?—Solo adornos —justificó Will

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con brusquedad—. Los hice en la clasede manualidades.

—Jamás te vi trabajando en eso —objetó James.

—Entonces es que no te fijastebien.

Mary acercó un dedo hacia elprimer círculo del cinturón de Will y loretiró con un grito.

—¡Me he quemado!—No me extraña —dijo la madre

—. Will ha estado echado junto al fuego;y los dos vais a caer dentro si seguísrodando por el suelo de esta manera.Venga. Habéis tomado la bebida deNochebuena, habéis comido lospastelitos de Nochebuena y ahora hallegado aquel momento de la

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Nochebuena en que todo el mundo se vaa la cama.

—Voy a coger mis regalos mientrasse me enfría el chocolate —dijo Will,poniéndose en pie con una sensación dealivio.

—Yo también —dijo Mary,siguiéndolo—. Esas hebillas sonpreciosas. ¿Me harás una en forma debroche el próximo trimestre? —dijoMary mientras subía las escaleras.

—A lo mejor sí —contestó Will,sonriéndose. La curiosidad de Mary noera gran cosa de temer; siempreconducía al mismo sitio.

Entraron ruidosamente en susrespectivos dormitorios, y bajaroncargados de paquetes que añadieron al

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montículo creciente del árbol. Will sehabía esforzado lo indecible por nomirar ese montón mágico desde quehabían regresado a casa pero eradurísimo, sobre todo desde que habíavisto una caja gigantesca con un nombreque sin lugar a dudas empezaba por W.¿Quién más de la familia tema unnombre que empezaba por W?... Seobligó a ignorar su existencia y con grandeterminación apiló sus paquetes en unlugar que encontró junto al árbol.

—¡James! ¡Estás mirando! —chillóMary a sus espaldas.

—No es verdad —replicó James—. Bueno... En realidad, sí, creo que síestaba mirando. Lo siento —terminó pordecir, contagiado quizá del espíritu de la

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Navidad.Mary se quedó tan perpleja que

depositó sus regalos en silencio, incapazde encontrar palabras.

En Nochebuena Will siempredormía con James. Las dos camasseguían en la habitación del hermanomayor a pesar de que Will ya se habíatrasladado a la buhardilla de Stephen.La única diferencia ahora era que Jameshabía destinado la antigua cama de suhermano a chaise longue, y la habíallenado de cojines estilo op-art. Ambossentían que la Nochebuena era mejorpasarla acompañados; así siempre habíaalguien a quien hablarle en susurros enesos momentos íntimos y maravillosos,casi de ensueño, que transcurrían desde

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que colgaban el calcetín vacío a los piesde la cama y se sumían en el dulceolvido que habría de florecer en lamañana del día de Navidad.

Mientras se oía el ruido que hacíaJames al dejar correr el agua del baño,Will se quitó el cinturón, lo volvió aabrochar para que los tres signosquedaran sujetos y lo colocó debajo dela almohada. Parecía una medidaprudente, aunque estaba absolutamenteseguro de que nadie ni nada lemolestaría esa noche, ni a él ni a suhogar. Esa noche, y quizás por últimavez, Will volvía a ser un niño normal.

De abajo les llegaban retazos demúsica y el murmullo apagado de lasvoces. Con la solemnidad de un ritual

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Will y James colgaron sus calcetinesnavideños a los pies de la cama: eranunos calcetines marrones sin graciaalguna, aunque muy queridos por ellos,de una lana gruesa y suave que su madrehabía llevado hacía mil años, y queservían para colocar los obsequios deNavidad desde que eran pequeños. Alllenarlos, no podían seguir colgados porel peso, y entonces los muchachos losdescubrían atravesados a sus pies, consu presencia magnífica.

—Te apuesto lo que quieras a queadivino lo que te han regalado mamá ypapá —dijo James bajito—. Te apuestoa que es...

—¡No te atrevas a decírmelo! —loamenazó Will, y su hermano se hundió

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bajo las mantas, riendo.—Buenas noches, Will.—Buenas noches. Feliz Navidad.—Feliz Navidad.Se repetía la misma escena de

todos los años; Will yacía arrebujado enla cama, calentito y cómodo, mientras seprometía que permanecería despierto,hasta que... Hasta que se despertó con latenue luz de la mañana, que penetraba enel dormitorio, abriéndose paso entre lascortinas de la ventana. Will no vio nioyó nada durante los instantes mágicosde la espera. Tenía todos los sentidosconcentrados en un peso que notabasobre los pies cubiertos por las mantas,y que adivinaba a través de los bultos,los ángulos y las formas raras que no

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estaban ahí cuando se durmió. Habíallegado el día de Navidad.

El día de Navidad

Arrodillado junto al árbol de

Navidad y mientras rompía el vistosopapel que envolvía la caja gigante con elnombre de Will, lo primero que elmuchacho descubrió fue que no setrataba de una caja, sino de un cajón demadera. Un coro navideño entonabaunos alegres y lejanos gorgoritos en laradio de la cocina. Era el momento queprecedía al desayuno familiar, justodespués de haber encontrado los

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calcetines llenos. Entonces cada uno delos miembros de la familia abría solo unregalo del árbol. El resto de la flamantepila de obsequios tendría que esperarhasta después de la cena, tentadoramentedispuesto.

Al ser Will el hermano menor, letocaba abrir primero su obsequio. Se fuedirecto a la caja, en parte por susinmensas proporciones y en parte,también, porque sospechaba que era elregalo de Stephen. Descubrió que habíanquitado los clavos de la tapa de maderapara que pudiera abrirlo con facilidad.

Robin extrajo los clavos, y Bar yyo pusimos el papel dijo Mary detrás deél, muerta de curiosidad—. Pero nocreas que hemos mirado dentro, ¿eh?

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Venga, Will, ¡ábrelo ya! El chico sacó latapa.

Esta lleno de hojas secas... O soncañas o...

—Hojas de palma —dijo su padre,mirando hacia el interior—. Supongoque será el embalaje. Cuidado con losdedos, los bordes están afilados.

Will sacó montones y montones decrujientes hojas, hasta que empezó aaparecer el primer objeto duro. Era unaforma delgada, extrañamente curvada,de color marrón y suave, como unarama. Era un asta, similar en parte a lasastas de los ciervos. Will se detuvosúbitamente. Le había asaltado unafuerte sensación, absolutamenteinesperada, al tocar la cornamenta. Era

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una sensación distinta a todas lasvivencias que había tenido en su entornofamiliar; era la mezcla de excitación,seguridad y deleite que se apoderaba deél siempre que se encontraba junto a unAncestral.

Vio que del paquete sobresalía unsobre, junto al asta, y lo abrió. En elpapel estaba el logotipo del buque deStephen.

Querido Will:Feliz cumpleaños... y feliz

Navidad. Siempre me había jurado quenunca aprovecharía las dos fiestasjuntas. ¡Ya ves! En realidad tengo unarazón, que no sé si comprenderás; sobretodo después de ver mi regalo. Pero esposible que sí. Siempre has sido un

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poco distinto a los demás; ¡y no merefiero a que seas bobo!, tan solodiferente.

Así es como ocurrió todo. Meencontraba en la parte vieja de Kingstondurante los carnavales. Estas fiestas sonmuy especiales en las islas: todo elmundo se divierte, y la música suena sincesar por las calles. Sin saber muy biencómo, me vi arrastrado por unaprocesión de gente que iba riendo ydesfilando al son de las bandas depercusión caribeñas, mientras unosbailarines vestidos de manera extrañaevolucionaban entre el gentío. Entoncesconocí a un anciano.

Era un hombre que impresionaba,con su piel tan obscura y el pelo tan

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blanco. No sé de dónde salió, pero mecogió del brazo y se alejó conmigo.Jamás le había visto antes; era uncompleto desconocido, estoy seguro. Sinembargo, me miró y me dijo: «Tú eresStephen Stanton, de la Marina Real.Tengo algo para ti. Bueno, no es para tien realidad, sino para tu hermano menor,el séptimo hijo. Este año se lo enviaráscomo regalo de cumpleaños y deNavidad, combinados ambos en un soloobsequio. Será como si se lo regalarastú, y él sabrá lo que tiene que hacer conél a su debido tiempo, aunque tú nollegarás a saberlo jamás».

Todo era tan inesperado que lasituación escapó a mi control y soloacerté a preguntarle quién era y de qué

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me conocía. El anciano se limitó amirarme con unos ojos obscuros ypenetrantes que parecían ver en miinterior y adivinar el futuro. Entoncesdijo: «Te habría reconocido encualquier lugar. Tú eres el hermano deWill Stanton. Los Ancestrales tenemosuna mirada especial, y nuestras familiastambién la han heredado».

Eso fue todo, Will. No dijo nadamás. Ya sé que esto último no tieneningún sentido, pero eso es lo que dijo.Luego se metió en el desfile de Carnavaly volvió a salir, transportando eso(bueno, en realidad llevando) queencontrarás dentro de la caja.

Esta es la razón de que te envíeeste extraño objeto. Hice lo que me dijo.

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Parece una locura, y además sé que haymiles de cosas que te habrían gustadomás que esto; pero tengo queentregártelo. Había algo extraordinarioen ese anciano, y me vi como obligado ahacer lo que me pedía.

Espero que te guste esta aberraciónde regalo, colega. Pensaré en ti, ambosdías.

Un abrazo.StephenWill dobló la carta con cuidado y

la devolvió al sobre «Los Ancestralestenemos una mirada especial...» Por lotanto, el círculo abarcaba todo el mundo,a lo largo y a lo ancho. Claro, no podíaser de otro modo, pensó el muchacho notendría sentido. Estaba contento de que

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Stephen formara parte del entramado; y,de algún modo, sentía que eso era locorrecto.

—¡Oh!, ¡Venga, vamos, Will! —exclamaba Mary con el camisón al vueloa causa de los saltitos que daba, muertade curiosidad—. ¡Ábrelo! ¡Ábrelo!

De repente Will cayó en la cuentade que los miembros de su familia, dementalidad tradicional, estaban ahíplantados, esperando inmóviles yarmándose de paciencia durante loscinco minutos que había estado leyendola carta. Sirviéndose de la tapa delcajón como si fuera una bandeja,empezó a extraer sin más demora unagran cantidad de hojas de palma delembalaje hasta despejar finalmente el

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objeto que había en el interior. Tiró deél y el regalo apareció ante sus ojos. Nocabía en sí de estupor mientras losopesaba, y un grito ahogado escapó delas gargantas de los presentes.

Era una gigantesca cabeza deCarnaval, brillante y grotesca, de unoscolores vivos y primarios. Sus rasgosaparecían trazados de manera vigorosa yeran fácilmente reconocibles. Estabahecha de un material suave y ligero,como papel maché o una especie decontraplacado. No representaba unacabeza humana. Will no había visto nadaparecido en toda su vida. El cráneo delque partían las ramificadas astas teníaforma de venado, pero las orejas quehabía junto a los cuernos eran de perro o

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lobo. El rostro sí era humano, aunquecon unos ojos redondos y bordeados deplumas como los de los pájaros. Lanariz, también humana, era firme y recta,igual que la boca, la cual esbozaba unaligera sonrisa. El resto no podríacalificarse de humano. La máscarallevaba una barbita en el mentón que, almargen de su semblante masculino, bienhubiera podido confundirse con la deuna cabra o un ciervo. Si hubiera debuscarse una palabra con la que definirla máscara la elección recaería sobre«terrorífica», porque cuando todoslanzaron un grito ahogado el sonido queMary procuró disimular fue más bien elde un chillido. Sin embargo, Willpresentía que el efecto que causaba el

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objeto dependía de quién lo estuvieracontemplando. La apariencia no erarelevante. La máscara no era fea nibonita, espeluznante o divertida. Eraalgo construido para despertarreacciones profundas en la mente. Sinduda, se trataba de un objetocaracterístico de los Ancestrales.

—¡Cielo santo! —exclamó supadre.

—¡Qué regalo más curioso! —dijoJames.

Su madre permaneció en silencio.Mary no abrió la boca, pero se apartó unpoco.

—Me recuerda a un conocido mío—dijo Robin con una sonrisa franca.

Paul se quedó mudo. Gwen no

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encontraba palabras.—¡Mirad los ojos! —se asombró

Max.—Pero... ¿para qué sirve esto? —

preguntó Barbara.Will recorrió con los dedos la

extraña y gigantesca cara. Tardó solounos instantes en descubrir lo quebuscaba; era casi invisible, a menos queuno supiera lo que estaba buscando, yestaba grabado en la frente, entre loscuernos. Era la marca del círculo,cuarteado por una cruz.

—Es una cabeza amerindia paralos carnavales —informo Will. Esantigua y muy especial. Stephen laencontró en Jamaica.

James se situó junto a él y escrutó

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el interior del objeto.—Hay una especie de dispositivo

de alambre que se coloca en loshombros; y una abertura en el hueco dela boca Me imagino que hay que mirarpor ahí. Venga, Will, pontela.

Levantó la cabeza por detrás deWill para colocársela por los hombros,pero Will se apartó tal y como ledictaba en silencio su pensamiento.

—Ahora no. Que el siguiente abrasu regalo.

Mary se olvidó de la cabeza y de lareacción que esta le había provocado aldescubrir con alegría que le tocabaelegir un paquete. Se zambulló entre elmontón de regalos del árbol y dieroncomienzo de nuevo las agradables

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sorpresas.Un regalo cada uno; casi habían

terminado, y estaba llegando ya elmomento de empezar a desayunar,cuando oyeron que alguien llamaba a lapuerta principal. La señora Stanton, apunto de coger su paquete siguiendo elritual, abandonó el gesto y levantó lamirada con una expresióndesconcertada.

—¿Quién puede ser a estas horas?Se miraron los unos a los otros, y

luego clavaron la vista en la puerta,como si esta pudiera hablar. Era algoabsolutamente fuera de lugar, como unafrase musical que cambiara en plenamelodía. Jamás había llamado nadie aestas horas el día de Navidad; no

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formaba parte de la ceremonia habitual.—Me pregunto si no será... —dijo

el señor Stanton, aventurando unaconjetura.

Se calzó bien las zapatillas y selevantó para ir a abrir la puerta. Losmuchachos oyeron el roce de lasbisagras pero no pudieron ver alvisitante, porque la espalda de su padrellenaba todo el marco. Sin embargo, sutono de voz denotaba una alegríasincera.

—¡Querido amigo! ¡Qué detallepor su parte...! ¡Entre, entre, por favor!

Al volver a la sala de estar,llevaba en la mano un paquetitodesconocido que sin duda debía dehaberle entregado la esbelta figura

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erguida en el umbral y que ahora entrabaen la sala siguiendo sus pasos. El señorStanton sonreía complacido y se afanabaen hacer las presentaciones.

—Alice, cariño, este es el señorMitothin. Ha sido muy amable alrecorrer todo este camino la mañana deNavidad solo para entregarnos... Quizádebiera haber cogido... Mitothin, este esmi hijo Max, mi hija Gwen..., James,Barbara...

Will escuchaba las fórmulas decortesía sin prestar atención; solocuando oyó la voz del desconocido,levantó la mirada. Había algo familiaren esa voz profunda y ligeramente nasal,con algo de acento, que iba repitiendocumplidamente los nombres de todos.

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—Mucho gusto, señora Stanton.Les deseo unas felices fiestas a todos,Max, Gwen...

Will vio entonces los rasgos de lacara, el pelo rojizo y largo, y se quedóhelado. Era el Jinete. El señor Mitothin,el amigo que su padre debía de haberconocido en un lugar cualquiera, era elJinete Negro, que había viajado a travésdel tiempo.

Will cogió lo más próximo quetenía a mano, un retal de tela debrillantes colores, que era el regalo queStephen enviaba desde Jamaica a suhermana Barbara, y lo tiró con rapidezsobre la cabeza de Carnaval paraocultarla. Cuando volvió a darse lavuelta, el Jinete dominaba ya toda la

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estancia con la mirada, y entonces lovio. Clavó los ojos en Will contriunfante desafío y una sonrisaimperceptible en los labios. El señorStanton le hizo un gesto con la mano.

—Will, ven un momento, por favor.Este es mi hijo menor, señor...

En ese mismo instante Will seconvirtió en un Ancestral furioso, conuna furia que le impedía detenerse apensar en lo que debía hacer. Sentía larabia penetrarle en todos los poros de lapiel, y esa misma cólera le hacíacrecerse hasta triplicar su altura.Extendió los dedos de la mano derechaseñalando a su familia y congeló todossus movimientos, deteniendo el tiempo.Los Stanton se quedaron rígidos e

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inmóviles como figuras de ceradiseminadas por la habitación.

—¿Cómo te atreves a entrar aquí?—le gritó al Jinete.

Estaban cara a cara, en dosextremos opuestos de la estancia, y eranlos únicos seres, entre todos los objetos,que seguían con vida; no se movíaningún ser humano, las manecillas delreloj que había sobre la repisa de lachimenea tampoco avanzaban, y aunquelas llamas del fuego seguían bailando,los troncos de la lumbre no seconsumían.

—¿Cómo te atreves? ¡En Navidad,la mañana de Navidad! ¡Fuera de aquí!

Era la primera vez en su vida quesentía una rabia incontrolable, y era una

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sensación muy poco placentera. Leindignaba que las Tinieblas hubieranosado interrumpir el ritual familiar máspreciado para él.

—Contrólate —dijo en voz baja elJinete. Al hablar en el idioma de losAncestrales, su acento resultaba muchomás marcado. El malévolo personajesonrió a Will sin que sus fríos y azulesojos experimentaran el más mínimocambio— Puedo cruzar el umbral devuestra casa, estimado amigo, y pasarjunto a tu florido brezo porque me haninvitado. Tu padre, de buena fe, me hapedido que entrara. El es el dueño deesta casa, y eso tú no lo puedesremediar.

—Sí puedo —replicó Will.

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Sin perder de vista la sonrisaconfiada del Jinete, el chico concentrótodos sus poderes en un esfuerzo porpenetrar en su mente y descubrir susintenciones. No obstante, se dio debruces contra un obscuro eimpracticable muro de hostilidad. Elmuchacho no comprendía que era unaempresa imposible y notó una sacudida.Enojado, rebuscó en su memoria pararecordar las palabras con las cuales, ytan solo como último recurso, unAncestral puede romper los hechizos delas Tinieblas. El Jinete Negro se rió.

—No, Will Stanton. No va aservirte de nada —dijo con confianza—.Aquí no puedes emplear esta clase dearmas, a menos que desees arrasarlo

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todo y que tu familia desaparezca en eltiempo.

El Jinete se quedó mirando sindisimulo a Mary, quien permanecíainmóvil a su lado con la bocaentreabierta, congelada su expresiónmientras intentaba decirle algo a supadre.

—Eso sería una pena —dijo elJinete—. ¡Serás estúpido! ¿Acaso creesque con los poderes de la gramáticamistérica puedes controlarme? —vociferó, mirando de nuevo a Will. Desu rostro se borró la sonrisa y el odio sereflejó en sus pupilas—. Has de sabercuál es tu sitio. Todavía no eres unmaestro. Puedes esforzarte en hacervarias cosas, pero el sumo poder no está

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todavía a tu alcance; y tampoco al mío.—Tienes miedo de mis maestros

—dijo de súbito Will sin saber muy biena qué se refería, pero con la certeza deestar diciendo la verdad.

El pálido rostro del Jinete seruborizó.

—Las Tinieblas resucitarán,Ancestral —dijo en voz baja.— Estavez nada se interpondrá en su camino.Ha llegado el momento de nuestraresurrección, y en estos doce mesessiguientes veréis consolidarse nuestroimperio. Díselo a tus maestros. Dilesque nada nos detendrá. Diles que todoslos amuletos del poder que esperanconseguir les serán arrebatados, el grial,el arpa y los signos. Romperemos

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vuestro círculo antes de que podáisjuntarlo. ¡Y nada podrá evitar laresurrección de las Tinieblas!

Las últimas palabras fueron comoun atronador y triunfante lamento, y Willse quedó temblando de miedo. El Jinetelo miró con detenimiento, con sus ojosclaros centelleando, y con absolutodesprecio, extendió sus manos hacia losStanton. La familia recobró la vida y elbullicio de la Navidad volvió a presidirla sala. Will no podía hacer nada.

—¿... sirve esa caja? —preguntóMary.

—Mitothin, le presento a nuestrohijo Will —dijo el señor Stanton,poniéndole una mano en el hombro.

—Mucho gusto —dijo Will con

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frialdad.—Te deseo unas felices fiestas,

Will —replicó el Jinete.—Yo le deseo lo mismo que usted

me desee —apostilló Will.—Es lógico —concluyó el Jinete.—Es rimbombante, la verdad —

intervino Mary, moviendo el pelo—.Este chico a veces tiene unas salidas...Papá, ¿para quién es la caja que eseseñor ha traído?

—El señor Mitothin, no «eseseñor» —corrigió automáticamente supadre.

—Para tu madre. Es una sorpresa—aclaró el Jinete—. Es algo que ayerpor la noche no estaba terminado y tupadre no pudo llevarse a casa.

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—¿Es de usted?—Supongo que será de papá —dijo

la señora Stanton, sonriendo a su marido—. ¿Se quedará a desayunar connosotros, señor Mitothin? —le preguntóal Jinete.

—No puede quedarse —atajó Will.—¡Will!—Se ha dado cuenta de que tengo

prisa —dijo con afabilidad el Jinete—.No, gracias, señora Stanton, pero quierocontinuar mi camino. Me esperan unosamigos para pasar el día. Debomarcharme.

—Adónde va? —preguntó Mary.—Al norte... ¡pero qué pelo más

largo tienes, Mary! Es precioso.—Gracias —dijo Mary con

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petulancia, echándose la larga melenasuelta a la espalda.

—Permíteme —dijo cortésmente elJinete, alargando una mano y quitándolecon delicadeza un pelo suelto de lamanga.

—¡Siempre está presumiendo!—informó James con serenidad, mientrasMary le sacaba la lengua.

—¡Qué magnífico árbol! ¿Es deaquí? —preguntó el Jinete tras echar unvistazo de nuevo a la sala.

—Es un árbol de los Bosques de laCorona —aclaró James—. Del GranParque.

—¡Venga a verlo! —le ofrecióMary, agarrándolo de la mano y tirandode él.

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Will se mordió la lengua y,deliberadamente, apartó de su mente laimagen de la cabeza de Carnaval,concentrándose con todas sus fuerzas enlo que iba a tomar para desayunar.Estaba seguro de que el jinete podíaleerle los pensamientos superficiales,pero quizá no conseguiría interpretar losmás profundos.

La situación, sin embargo, norevestía peligro alguno. A pesar de queel enorme cajón vacío y el montón deembalaje exótico estaban justo a su lado,el Jinete, en compañía de os Stanton, tansolo se dedicó a contemplar y admirarlos adornos del árbol. Parecía absortoen las diminutas iniciales talladas quehabían sacado de la caja del granjero

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Dawson.—Muy bonito —opinó, dando la

vuelta con aire ausente a las dos hojasgemelas en forma de M queconformaban el nombre de Mary y que,según le pareció advertir a Willcolgaban del revés—. De verdad; tengoque marcharme —les dijo a sus padres—. Así podrán ustedes desayunar. Willparece muy hambriento.

Se miraron con un deje malicioso,y Will tuvo la certeza de no haberseequivocado respecto a la capacidadlimitada de las Tinieblas parainterpretar el pensamiento.

—Le estoy profundamenteagradecido, señor Mitothin —dijo elseñor Stanton.

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—No ha sido ninguna molestia. Sucasa me quedaba camino. Felices fiestasa todos —dijo, y se marchó por elsendero, repartiendo saludos a modo dedespedida. Will lamentó que su madrecerrara la puerta antes tener laoportunidad de oír encenderse el motordel coche, porque, en realidad, elmuchacho no creía que el Jinete hubieravenido en automóvil.

—Bueno, amor mío... —dijo elseñor Stanton, dándole un beso a suesposa y entregándole la cajita—. Estees tu primer regalo del árbol. ¡FelizNavidad!

—¡Oh! —exclamó su madre alabrirlo—. ¡Oh, Roger!

Will se escabulló entre sus

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parlanchinas hermanas para echar unvistazo. Reposando sobre terciopeloblanco, y en una caja con el nombre dela tienda de su padre, vio el anticuadoanillo de su madre; el anilloprecisamente que el muchacho vierarevisar a su padre unas semanas antespara saber si las piedras preciosasestaban sueltas, el mismo anillo queMerriman había visto en la imagen quecaptó en el pensamiento de Will. Sinembargo, había algo más dispuesto en elpaquete a modo de circunferencia: unbrazalete que reproducía exactamente elanillo, aunque de mayor tamaño, y queiba a juego con él. Era una banda de oro,con tres diamantes colocados en elcentro y tres rubíes a cada lado, y unos

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extraños motivos de círculos, líneas ycurvas grabados en ambos extremos.Will se lo quedó mirando,preguntándose por qué el Jinete deseabatenerlo en sus manos. Estaba claro queesa debía ser la razón oculta de su visitamatutina; ningún señor de las Tinieblasnecesitaba entrar en las casas para verlo que había en su interior.

—¿Lo has hecho tú, papá? —preguntó Max—. Es una pieza preciosa.

—Gracias —dijo su padre.—¿Quién era ese hombre que te la

ha traído? —preguntó con curiosidadGwen—. ¿Trabaja contigo? ¡Tiene unnombre tan extraño...!

—¡Oh, no! Es un comerciante —aclaró el señor Stanton—. Trata sobre

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todo en brillantes. Un tipo raro, peromuy agradable. Hace unos dos años quelo conozco. Les compramos muchaspiedras preciosas; estas son de ellos —dijo, cogiendo delicadamente con undedo el brazalete—. Ayer tuve quemarcharme pronto del trabajo, y como eljoven Jeffrey seguía montando laspiedras, el señor Mitothin, que seencontraba en ese momento en la tienda,se ofreció a pasar por aquí paraevitarme el viaje. Ya ha dicho que, detodos modos, le venía de camino. Aunasí, ha sido todo un detalle por su parte;no tenía por qué haberse ofrecido.

Un bonito gesto —dijo su esposa—, pero el tuyo es mejor. Creo que esmagnífico.

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—Tengo hambre —dijo James—.¿Cuándo vamos a comer?

Solo cuando hubieron dado cuentadel beicon y los huevos, las tostadas y elté y la mermelada y la miel, y hubierontoado los papeles y lazos de losprimeros regalos que abrieron esaNavidad, Will se dio cuenta de que lacarta de Stephen no aparecía porninguna parte. Buscó por la sala deestar, miró todas y cada una de laspertenencias de los demás, se metió degatas bajo el árbol, removiendo entre elmontón de regalos que todavíaesperaban para ser abiertos, pero todofue en vano. Sin duda era posible que lahubieran echado al cubo de la basura sinquerer, confundida entre los demás

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envoltorios; esa clase de cosas ocurríana menudo en los días de Navidad tanmultitudinarios de la familia Stanton.

No obstante, Will creyó saber loque le había ocurrido a su carta; y sepreguntaba si, a fin de cuentas, habíasido la posibilidad de estudiar el anillode su madre lo que había traído al Jinetea su casa..., o bien si el ser malignoestaba buscando algo más.

No tardaron en percatarse de quevolvía a nevar. Suave e inexorablementelos copos revoloteaban sin cesar. Laspisadas del señor Mitothin, queresultaban visibles desde la puerta hastael camino, pronto se borraron, como sijamás hubieran existido. Los perros,Raq y Ci, que habían querido salir antes

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de que empezara a nevar, rascaban lapuerta trasera con humildad.

—Nunca me cansaré de decir quelas Navidades blancas me encantan —dijo Max, mirando ocioso por la ventana—, pero esto es ridículo.

—Es extraordinario —replicó supadre, echando un vistazo por encima desu hombro—. Jamás había visto algo asíen Navidad. Si sigue cayendo más nieve,tendremos problemas graves con eltransporte en todo el sur de Inglaterra.

—Estaba pensando en lo mismo —intervino Max— Tengo que marcharmea Southampton pasado mañana para ir aver a Deb.

—¡Oh pobre de mí! ¡Pobre de mí!—se burló James, cruzando las manos

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sobre el pecho.Max le lanzó una mirada asesina.—Feliz Navidad, Max —le dijo

James.Paul entró en la sala de estar con

ruido de botas y abrochándose elchaquetón.

—Tanto si nieva como si no, yo memarcho. Las viejas campanas de larobusta torre no esperan a nadie.¿Alguien de este hatajo de paganosquiere venir a la iglesia esta mañana?

—Los ruiseñores te acompañarán—terció Max, mirando a Will y James,los cuales constituían un tercio del corode la escuela—. Con eso ya te bastará,me imagino.

—Si hicieras una buena acción,

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como toca en Navidad, y te encargarasde algo útil como pelar patatas —dijoGwen, pasando junto a ellos—, entoncesquizá mamá también podría ir. Ya sabesque le gusta ir a misa cuando puede.

Un grupo bien enfundado en ropasde abrigo salió de la casa y empezó aabrirse camino entre la nieve espesa:Paul, James, Will, la señora Stanton yMary, la cual, según observó James concrudeza, aunque no sin tino, estabaposiblemente más interesada en escaparde las tareas domésticas que en cumplircon sus deberes religiosos. Caminaroncon lentitud y dificultad por la carreteramientras los copos arreciaban, cayendocomo agujas en sus mejillas. Paul sehabía adelantado para unirse a los otros

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campaneros, y no tardaron en llegarhasta ellos los dulces tañidos de las seiscampanas antiguas, que en lo alto de lapequeña torre cuadrada lanzaban susnotas al grisáceo y arremolinado mundoque las rodeaba, confiriéndole todo elesplendor de la Navidad. Will se animoun poco al oír los sones, pero no mucho;la sólida insistencia de la nieve que ibacayendo le preocupaba. No podíaapartar de sí la sospecha creciente deque era una premonición, y que esatormenta la enviaban las Tinieblas,como antesala de lo que habría de venir.Hundió las manos en los bolsillos de supelliza y las puntas de los dedos se leenredaron en la pluma de grajo,olvidada en el fondo de su chaquetón

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desde la terrible noche anterior alsolsticio de invierno, antes de sucumpleaños.

En la carretera nevada había cuatroo cinco coches delante de la iglesia; porlo general, solía haber más vehículos lasmañanas de Navidad, pero eran pocoslos lugareños que a pesar de residirlejos de la iglesia, hubieran elegidodesafiar ese torbellino de blanca niebla.Will observó que los gruesos coposblanquecinos yacían con determinacióny sin fundirse en la manga de suchaqueta; hacía mucho frío. Inclusodentro de la pequeña iglesia los coposde nieve seguían conservando la formade manera obstinada y tardaban muchoen derretirse. El muchacho fue

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avanzando con James y unos cuantoscomponentes del coro por el estrechocorredor de la sacristía, chocando entresí por el grosor de las pellizas, y cuandolas campanas sonaron al unísono alprincipio del servicio, desfilaron haciael altar hasta subir a la reducida sillería,al fondo de la nave de planta cuadrada.Desde ahí podían ver a todos losfeligreses. Era evidente que esaNavidad la iglesia de Santiago el Menorno estaría abarrotada, sino tan solomedio llena.

La orden de la plegaria matutina,«celebrada en esta iglesia de Inglaterra,bajo los auspicios del Parlamento,durante el segundo año del reinado delrey Eduardo VI», abrió solemne la

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liturgia de Navidad con la voz debarítono bajo, descaradamente teatral,del rector.

—«¡Oh, vosotros, escarcha y frío!Adorad al Señor, alabadlo ymagnificadlo para siempre» —cantóWill, pensando que el señor Beaumontdemostraba poseer un sentido muyparticular de la ironía al haber escogidoese cántico: «¡Oh, vosotros hielo ynieve! Adorad al Señor, alabadlo ymagnificadlo para siempre.»

De repente, sintió que temblaba, yno por las palabras que acababa depronunciar o porque sintiera frío. Lezumbaba la cabeza y tuvo que aferrarsea la barandilla del coro. Durante unosbreves segundos la música le pareció

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espantosamente discordante, y que esadiscordancia le estallaba en los oídos.Luego los horribles sonesdesaparecieron, y todo volvió a sercomo antes. Will temblaba y sentía elcuerpo helado.

—«¡Oh, vosotros, Luz yTinieblas!» —cantó James, mirándolefijamente—. ¿Te encuentras bien?Siéntate. «... y magnificadlo parasiempre».

Sin embargo, Will sacudió lacabeza con impaciencia, y durante elresto del servicio permaneció de pie,cantó, se sentó y se arrodilló con unesfuerzo de voluntad, convenciéndose deque todo era normal, salvo esa vagasensación de debilidad que se había

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apoderado de él, causada quizá por loque sus hermanos mayores llamaban una«sobreexcitación». Entonces volvió aasaltarle una idea extraña, y tuvo lacerteza de que algo iba mal, como si ladiscordancia se apoderara del ambiente.Fue una sola vez, casi al final delservicio. El señor Beaumont decía consu vozarrón la plegaria de san JuanCrisóstomo:

... el cual prometió que cuando doso tres fieles se reunieran en Su nombre,el Señor atendería sus plegarias...

De súbito un ruido penetró en lamente de Will, sustituyendo lasfamiliares cadencias por un lamentoagudo y espantoso. No era la primeravez que lo oía. Era el acoso de las

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Tinieblas, el mismo sonido que parecíaasediar la sala de a mansión, donde sehabía reunido con Merriman y la Damaen un siglo incierto. Will intentabarazonar, presa de la incredulidad. Elhecho de estar en una iglesia y formarparte del coro anglicano tendría queimpedirle notar esa presencia. Pordesgracia cayó en la cuenta, en su facetade Ancestral, de que todas las iglesias,fueren de la religión que fuesen, eranvulnerables a su cerco, porque esa clasede lugares estaban destinados a que loshombres reflexionaran sobre cuestionesque implicaban a la Luz y las Tinieblas.El sonido volvió a arremeter contra él, yen un reflejo Will escondió un poco lacabeza. Luego desapareció, y la voz del

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rector se impuso como antes.Will echó un rápido vistazo a su

alrededor, pero estaba claro que nadiemás se había dado cuenta de que algoanormal estaba sucediendo. Pasó lamano entre los pliegues de su blancasobrepelliz y se aferró a los tres signosque llevaba en el cinturón, pero susdedos no notaron ni frío, ni calor. Lossignos deben de perder su poder deadvertencia aquí, conjeturó el muchacho,porque una iglesia es una especie detierra de nadie. De hecho, el mal, encualquiera de sus formas, no puedepenetrar entre sus muros, y, por lo tanto,tampoco es necesario que los signos nosavisen de su presencia. Sin embargo, siese mal acechara en el exterior...

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El servicio había terminado ya, ytodos entonaban a pleno pulmón Ven anosotros, Señor, guía a tu rebaño,contagiados de la alegría de la Navidad,mientras el coro bajaba de la silleríapara dirigirse hacia el altar. Con su vozresonando por toda la iglesia, el señorBeaumont bendijo entonces a todos losmiembros de la congregación:

—... con el amor de Dios y encompañía del Espíritu Santo...

Sin embargo, esas palabras nolograron traer la paz a Will, porque elmuchacho sabía que algo extraordinarioocurriría, por esto que las Tinieblas secernían en torno a ellos, aguardandoentre la nieve, y que cuando llegara elmomento, su misión sería enfrentarse a

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ellas, solo, sin el apoyo de nadie.Will observaba a la gente salir en

fila, sonriendo y saludándose los unos alos otros. En la entrada cogían susparaguas y se levantaban el cuello delabrigo para protegerse de los remolinosde nieve. Vio al jovial señor Hutton, eldirector jubilado, haciendo sonar lasllaves del coche y ofreciendo concortesía a la diminuta señorita Bell, laanciana maestra, acompañarla a su casa;tras ellos, la alegre señora Hutton,semejante a un galeón y con las pielesdesplegadas como un velamen, invitabatambién a la señorita Bell, la encargadade la oficina de Correos que era coja.Varios niños del pueblo salierondisparados por la puerta, escapando de

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sus madres, las cuales lucían susmejores sombreros, para lanzarse bolasde nieve mientras se deleitabanpensando en el pavo de Navidad. Lalúgubre señorita Horniman, ocupada enpronosticar fatalidades, caminabaruidosamente junto a la señora Stanton yMary, Will vio que su hermana intentabacontrolar una risita nerviosa y se girabapara saludar a la señora Dawson, su hijacasada y el nieto de cinco años, que ibahaciendo cabriolas, feliz con sus nuevasy flamantes botas de vaquero.

Los miembros del coro, bienembutidos en abrigos y bufandas,también empezaron a salir, repartiendofelicitaciones y despidiéndose delvicario hasta el domingo. El señor

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Beaumont solo tenía pensado dar unservicio en la iglesia del pueblo ese día,y después repartirse entre las demásparroquias. El rector, hablando demúsica con Paul, sonrió y les saludo conla mano. La iglesia empezó a vaciarsemientras esperaba a su hermano. Teníalos pelos de punta, como presintiendoesa electricidad que impregna elambiente antes de que estalle unatormenta colosal. Notaba que esaenergía lo envolvía todo, y cargabaincluso el mismo aire de la iglesia. Elrector, sin dejar de charlar, levantó unamano de manera mecánica y apagó lasluces interiores de la iglesia. El lugarquedó sumido en una fría y grisáceaobscuridad, interrumpida apenas junto a

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la puerta, por donde se infiltraba elreflejo de la blancura de la nieve. Willpercibió que alguien se movía hacia lapuerta, saliendo de las sombras, y se diocuenta de que la iglesia no estaba vacíadel todo. Junto a la pequeña pilabautismal del siglo XII vio al granjeroDawson, y al viejo George y su hijoJohn, el herrero, con su silenciosamujer. Los Ancestrales que pertenecíanal círculo lo aguardaban, ofreciéndolesu apoyo para enfrentarse al peligroexterior, cualquiera que fuese. Duranteunos breves instantes Will se sintiódesfallecer, al notar que lo inundaba unasensación de alivio en una oleada cáliday potente.

—¿Estás preparado, Will? —

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preguntó el rector cordialmente,poniéndose el abrigo—. Desde luego,coincido contigo en que el conciertodoble es uno de los mejores —siguiódiciéndole a Paul con semblantepreocupado—. ¡Ojalá hubiera grabadolas suites de Bach sin acompañamiento!Le oí tocarlas en una iglesia deEdimburgo una vez, en el marco delfestival. ¡Fue maravilloso!

—¿Te ocurre algo, Will? —dijoPaul, a quien no se le escapaba ni una.

—No... —contestó Will—. No, laverdad es que no.

El joven pensabadesesperadamente en la manera deconseguir que los dos salieran de laiglesia antes de que él se acercara a las

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puertas de entrada... antes de quesucediera lo que tenía que suceder. Juntoa esas mismas puertas podía ver a losAncestrales formar un grupo compactode apoyo mutuo. Podía sentir laintensidad de la fuerza, una fuerzacercana que lo rodeaba, imponiéndoseen el lugar; fuera de la iglesia remaba ladestrucción y el caos, el reino de lasTinieblas y Will no acertaba a actuarpara invertir la situación. Cuando elrector y Paul doblaron por el pasillocentral de la ve vio que ambas siluetasse detenían en el mismo instantelevantando la cabeza como los ciervossalvajes olisquean el peligro. Erademasiado tarde; la voz de las Tinieblasera tan atronadora que incluso los

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humanos podían notar su influjo.Paul se tambaleó, como si alguien

le hubiera dado un empujón en el pecho,y se apoyó en un banco, aferrándose aél.

—¿Qué ha sido eso? —dijo convoz ronca—. ¿Rector? ¿Qué puede habersido eso?

El señor Beaumont estaba lívido ytenía la frente perlada de sudor, a pesarde que en la iglesia volvía a hacermucho frío.

—Quizá... Creo... creo que esoescapa de las cosas terrenas —dijo elcura—. ¡Que Dios me perdone!

El párroco avanzó a trompiconeshacia la puerta de entrada, como unhombre que lucha encarecidamente

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contra las olas del mar, e inclinándoseun poco hacia delante hizo el signo de laCruz.

—Defiende a estos tus humildesservidores de los embates de nuestrosenemigos —dijo, tartamudeando—. Hazque con la confianza que depositamos enTi no temamos el poder de losadversarios...

—No, rector —se alzó la voz firmey serena del granjero Dawson desde elgrupo que había reunido junto a lapuerta.

El rector parecía no oírlo. Teníalos ojos muy abiertos, y mirabafijamente la nieve; estaba paralizado,temblaba como si tuviera fiebre y unasgotas de sudor le resbalaban por las

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mejillas. Consiguió levantar a medias unbrazo y señaló hacia atrás.

—... la sacristía... —pronunció envoz ahogada— el libro, sobre la mesa...exorcismo...

—¡Pobre bienaventurado! —exclamó John Smith en el idioma de losAncestrales—. Esta batalla no podrálibrarla. El cree que está a su alcance,por supuesto, porque nos encontramosen su iglesia.

—Tranquilo, reverendo —dijo suesposa en inglés; su voz era suave yamable, y tenía un fuerte acentocampesino.

El rector se la quedó mirando comoun animal asustado, pero por entoncessus capacidades de habla y movimiento

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ya le habían abandonado.—Ven aquí, Will —dijo el

granjero Dawson.Avanzando a tientas entre la

obscuridad, Will caminaba con pasolento, y al pasar junto a Paul, lo tocó enel hombro. Al ver que su hermano teníala mirada confundida, torva e indefensacomo la del rector, dijo con cariño:

—No te preocupes; pronto loarreglaremos todo.

Los Ancestrales lo cogieron condelicadeza cuando penetró en el círculo,como si así lo introdujeran en él, y elgranjero Dawson lo asió por el hombro.

—Hemos de hacer algo paraproteger a esos dos, Will, o sus mentesvan a extraviarse. No podrán soportar la

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presión, y las Tinieblas los volveránlocos. Solo tú tienes el poder dehacerlo; nosotros, no.

Por primera vez Will se percató deque podía hacer cosas distintas al restode los Ancestrales, pero no tuvo tiempode maravillarse; con el poder de lagramática mistérica encerró las mentesde su hermano y el rector tras unabarrera que ningún otro poder podríaromper. Era una empresa peligrosa,puesto que quien tendía el muro era elúnico ser capaz de derribarlo, y si algole ocurría a él, sus dos protegidos daríanen estado vegetativo, incapaces decomunicarse durante toda la eternidad.Sin embargo, tenía que correr el riesgo;no le quedaba otra alternativa. Los ojos

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de los dos humanos se cerraron, comoobedeciendo a un sueño plácido; ypermanecieron de pie, muy quietos. Alcabo de un momento volvieron aabrirlos, pero su mirada era tranquila yvacua, inconsciente.

—Muy bien —declaró el granjeroDawson—. ¡Ahora!

Los Ancestrales seguían junto a laentrada de la iglesia, con los brazosunidos. Nadie pronunció una solapalabra. Un fragor y una turbulenciaespeluznantes iban cobrando fuerza en elexterior; la luz menguó, el viento aullabay rugía, la nieve entraba en remolinos yles azotaba el rostro con blancasesquirlas de hielo. De repente, losgrajos se posaron en la nieve, cientos de

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ellos, en una ráfaga negra de maldad,graznando y gañendo, lanzando unataque ensordecedor y en picado haciael porche para elevarse de nuevo yperderse de vista. Las aves noconseguían acercarse lo bastante paraarañar y rasgar su presa; era como si unmuro invisible les hiciera retroceder aunos centímetros de sus objetivos. Noobstante, eso duraría tan solo mientras lafuerza de los Ancestrales siguieraactuando. Bajo una cruda tormenta enblanco y negro las Tinieblas atacaban,intentando zaherir sus mentes y suscuerpos, y dirigiendo todo su enconocontra Will, el Buscador de los Signos.El muchacho tuvo la certeza de que dehallarse solo en la lucha, su mente, aun

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protegida por todos sus poderes, nohabría resistido el embate, ¿Era lafortaleza del círculo de los Ancestraleslo que ahora lo sostenía?

Sin embargo, y por segunda vez ensu vida, ni siquiera el circulo era capazde mantener a raya el poder de lasTinieblas por sus propios medios. Nisiquiera los Ancestrales uniendo susfuerzas, conseguían alejarlas; y, porsupuesto, ya no contaba con esa ayudainestimable, de un orden superior, quehubiera podido proporcionarle la Dama.Will, desesperado, volvió a caer en lacuenta de que un Ancestral era un serque maduraba prematuramente, porqueel miedo que empezaba a sentir en esosmomentos era peor que el terror ciego

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que había experimentado en la cama desu buhardilla, y peor incluso que elespanto en que le sumieron las Tinieblascuando se hallaba en la gran sala. Ahoratambién era adulto su miedo, y sealimentaba de la experiencia, laimaginación y el sufrimiento por losdemás; y ese terror era el peor de todos.Con la misma certeza supo también quesolo en su interior, en Will mismo,encontraría la única manera de superarsu miedo. El círculo se fortalecería ypodrían expulsar a las Tinieblas.

¿Quién eres?, se preguntó a símismo. Eres el Buscador de los Signos,dijo a modo de respuesta. Posees tressignos, la mitad del círculo queconforman los instrumentos del poder.

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Ha llegado el momento de utilizarlos.Ahora el sudor le perlaba a él la

frente, como le había ocurrido al rector,el cual seguía sonriendo en paz junto aPaul, impertérritos ambos ante todo loque estaba sucediendo. Will podía leerel cansancio en los rostros de los demás,sobre todo en el del granjero Dawson.Con lentitud movió sus manos haciadentro, obligando a sus compañeros aacercar las suyas; la mano izquierda deJohn Smith se tocaba casi con la derechadel granjero Dawson. Entonces las unió,quedándose él fuera del círculo. Duranteunos instantes de pánico volvió aagarrarse a ellas, como si estuvieracomprobando un nudo. Luego las soltó, yse quedó solo.

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Sin la protección del círculo,aunque escudado tras él, se bamboleóbajo el impacto de la rugiente maldadque se cernía sobre ellos, fuera de laiglesia. Luego, con movimientosdeliberados, se desabrochó el cinturóncon su preciosa carga y se envolvió elbrazo con él; sacó del bolsillo la plumade grajo y la trenzó en el signo central:el círculo cuarteado de bronce. Entoncesasió el cinturón con ambas manos,sosteniéndolo en alto, y lentamente sedesplazó hasta quedar solo en el porchede la iglesia, frente a la obscuridadgélida y ululante que se abría ante él y aun coro de graznidos ensordecedores.Jamás se había sentido tan solo. Noactuó, y dejó el pensamiento en blanco.

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Siguió de pie y dejó que los signoshicieran su trabajo.

De súbito se hizo el silencio.Desapareció el revoloteo de aves y elviento dejó de aullar. El terrible yenloquecedor zumbido que gobernaba elaire y perforaba los oídos cesó. Todoslos nervios y los músculos del cuerpo deWill se relajaron, libres ya de tensión.Fuera seguía cayendo la nieve ensilencio, pero los copos eran máspequeños. Los Ancestrales se miraronentre sí y rieron.

—El círculo completo cumplirábien su función —dijo el viejo George—, pero con la mitad, parece que ya nosarreglamos, ¿eh, Will?

Will miró los signos que seguía

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sosteniendo en la mano, y movió lacabeza con un gesto de asentimiento,todavía acusando los efectos de lasorpresa.

Es la primera vez en toda mi vida,desde la desaparición del grial, que veoimponerse la mente de uno de losmaestros y hacer retroceder a lasTinieblas. Usando los instrumentos, enesta ocasión. Utilizaron muy bien nuestravoluntad, y su actuación ha sidosoberbia. ¡Tenemos otra vez losinstrumentos del poder! Hacíamuchísimo tiempo que eso no sucedía.

—Esperad —dijo Will con aireabstraído mientras continuaba mirandolos signos, como si estos ejercieranalgún magnetismo en él—. No os

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mováis. Quedaos quietos un momento.—¿Ocurre algo malo? —preguntó

el herrero mientras los demás sedetenían sobresaltados.

—Mirad los signos —dijo Will—.Les pasa algo raro. Están... ¡Es como sibrillaran!

Se dio la vuelta con cuidado,sosteniendo el cinturón con los tressignos igual que antes, hasta que sucuerpo ocultó la luz grisácea queprovenía del exterior y sus manos setendieron hacia la penumbra de laiglesia. Los signos brillaban cada vezmás, y cada uno de ellos refulgía conuna extraña luz interior.

Los Ancestrales se quedaronmirando la escena.

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—¿Es este el poder que ha vencidoa las Tinieblas? —preguntó la esposa deJohn Smith con su tono de voz suave ycantarín—. ¿Había algo dormido enellos que ahora empieza a despertar?

—Creo que es un mensaje; tienealgún significado... —aventuró Will,esforzándose sin éxito en percibir lo quelos signos intentaban decirle—. Noconsigo comprenderlo.

Los tres signos despedían haces deluz, iluminando con sus destellos lamitad de la obscura y pequeña iglesia;era como la luz del sol, cálida y fuerte.Con nerviosismo Will tocó con un dedoel círculo que tenía más cerca, el Signode Hierro, pero no estaba frío, nicaliente.

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—¡Mirad ahí arriba! —exclamó elgranjero Dawson.

Levantó el brazo y señaló hacia loalto de la nave, en dirección al altar.Justo al volverse, los Ancestrales vieronlo mismo que él: otra luz quecentelleaba en el muro, con el mismoresplandor que emitían los signos. Eracomo un haz de luz que surgiera de unaenorme antorcha.

—Esa es la razón —dijo Will conalegría, comprendiendo finalmente dequé se trataba.

Caminó hacia esa otra fuente debrillo, llevando consigo el cinturón y lossignos, y las sombras de los bancos y lasvigas del techo iban cambiando a supaso. A medida que las dos fuentes de

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luz se acercaban, parecían refulgir conmayor intensidad. Con la figura alta yrobusta de Frank Dawson irguiéndose asus espaldas, Will se detuvo en mediode un rayo que salía del muro. Parecíacomo si a través de un ventanuco enforma de ranura se colara la luzprocedente de una estanciamagníficamente iluminada. Vio que losdestellos los causaba algo muy pequeño,de la misma medida que uno de susdedos, colocado en el mismo orificio.

—Debo cogerlo rápido, ¿sabes?,mientras la luz siga brillando. Cuando seapague, no podremos encontrarlo —dijocon seguridad al señor Dawson.

Puso el cinturón con los tres signos,el de hierro, el de bronce y el de

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madera, en las manos de Frank Dawson,avanzó hacia el muro ligeramentehendido y colocó los dedos en ladiminuta fuente del mágico haz de luz. Elcentelleante objeto salió sin dificultadde la pared por un resquicio en elestucado que dejaba al descubierto elpedernal de las Chiltern. Se lo puso enla palma de la mano: era un círculocuarteado por una cruz, pero no estabacincelado. A pesar de la luz quedesprendía, Will pudo admirar la suaveredondez de sus lados, muestra de que elpedernal era natural y se había formadoentre la pizarra de las Chiltern hacíaquince millones de años.

—El Signo de Piedra —dijo elgranjero Dawson con una voz afable que

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denotaba admiración mientras susobscuros ojos permanecíaninescrutables—. Tenemos ya el cuartosigno, Will.

Regresaron juntos, sosteniendo losdeslumbrantes instrumentos del poder,hacia donde se encontraban los demás.Los tres Ancestrales observaban laescena en silencio. Paul y el rector seencontraban sentados en un banco,tranquilos como si durmieran. Will llegójunto a sus iguales, cogió el cinturón ydeslizó en él el Signo de Piedra hastaponerlo junto a los otros tres. Tuvo queapartar la vista y entrecerrar los ojospara evitar que el fulgor lo cegara.Cuando el cuarto signo se halló en sulugar, junto a los demás, la luz que

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emitían se extinguió. Los instrumentosdel poder habían perdido el brillo y,como si no hubieran sufrido cambioalguno, mostraban su aparienciaanterior. El Signo de Piedra era un belloobjeto, suave al tacto, y mostraba esasuperficie de un blanco roto quecaracteriza al pedernal intacto. La negrapluma del grajo seguía liada al Signo deBronce. Will la sacó porque ya no lanecesitaba.

Cuando la luz procedente de lossignos se apagó, Paul y el rector semovieron. Abrieron los ojos, atónitos alencontrarse sentados en un banco cuandohacía un momento (o al menos eso lespareció a ellos) estaban de pie. Paul selevantó de un salto, por instinto, y miró

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hacia los lados en busca del terroríficolamento.

—¡Ha desaparecido! —dijo,mirando a Will con una expresiónespecial en el rostro, mezcla dedesconcierto, sorpresa y pavor—. ¿Quéha ocurrido? —preguntó, desviando losojos hacia el cinturón que Will sosteníaen la mano.

El rector se puso en pie, su suave yregordeta cara contraída en el esfuerzode dar sentido a lo incomprensible.

—Sí, es cierto. Ha desaparecido—dijo, paseando la mirada por laiglesia—. Fuere lo que fuese... esainfluencia. ¡Alabado sea Dios! —exclamó, observando asimismo lossignos del cinturón de Will; luego

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levantó la mirada y sonrió con unasonrisa casi infantil de alivio y deleite—. Eso fue lo que nos salvó, ¿verdad?La cruz. No la que tenemos en laiglesia... pero fue una cruz cristiana, detodos modos.

—Son muy antiguas estas cruces,rector —intervino inesperadamente elviejo George con voz firme y clara—.Las hicieron mucho antes de queapareciera el cristianismo. Mucho antesde la venida de Cristo.

—Pero no son anteriores a Dios —respondió con sencillez el rector,dirigiéndole una sonrisa franca.

Los Ancestrales se quedaronmirándolo sin decir nada. La respuestale habría ofendido y, por consiguiente,

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ninguno de ellos intentó rebatir sucomentario. Sin embargo, Will intervinoal cabo de unos segundos:

—En realidad no existe el antes yel después, ¿verdad? Todo aquello queen realidad cuenta se sitúa fuera deltiempo; de él procede y a él va.

—Te refieres a la eternidad, meimagino, muchacho —dijo el señorBeaumont, volviéndose hacia él consorpresa.

—No del todo —respondió elAncestral que había en Will.— Merefiero a esa parte de nosotros, y detodas las cosas en que creemos, quenada tienen que ver con el pasado, elpresente o el futuro, porque pertenecen aotro orden distinto. El ayer sigue

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presente en ese orden; también elmañana. Podemos trasladarnos alpasado y al futuro; y todos los loses seencuentran en ese nivel distinto, juntocon las cosas que siempre handefendido... Y también todo lo contrario,claro— concluyó con un asomo detristeza.

—Will —dijo el rector, mirándolocon detenimiento—. No estoy muyseguro de tener que exorcizarte uordenarte, pero tarde o tempranohabremos de hablar, largo y tendido.

—Sí, hemos de hacerlo —dijo Willcon ecuanimidad. El joven se abrochó elcinturón, que pesaba ya bastante con supreciosa carga. Intentaba pensar rápido,concentrándose mientras terminaba de

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ponérselo. La imagen que leobsesionaba no eran los débilespreceptos teológicos del señorBeaumont, sino la cara de Paul. Habíavisto cómo su hermano lo miraba conuna especie de extrañamiento y temor, yla escena le dolió como un latigazo. Nopodía soportarlo. Sus dos mundos nodebían encontrarse tan pronto.Reuniendo todos sus poderes, irguió lacabeza y señaló con los dedosextendidos de ambas manos las figurasde su hermano y el rector.

—Lo olvidaréis todo —dijo en vozbaja, en el idioma de los Ancestrales—.Olvidad. Olvidadlo todo.

—... en una iglesia de Edimburgouna vez... ¡Fue maravilloso! —le decía

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el rector a Paul, mientras hacía el gestode abrocharse el botón superior delabrigo—. La zarabanda de la quintasuite me hizo llorar, literalmente. Es elmejor violoncelista del mundo, sin dudaalguna.

—¡Sí, sí! —coincidió Paul—.Desde luego es el mejor. ¿Ha pasado yamamá, Will? —preguntó a su hermano,arrebujándose en el abrigo—. ¡Eh, señorDawson! ¡Hola! ¡Feliz Navidad! —exclamó, sonriendo y saludando con lacabeza a los demás mientras todos sedirigían hacia el porche de la iglesia ysalían fuera, bajo los escasos copos denieve que iban cayendo.

—Feliz Navidad, Paul. SeñorBeaumont... —respondió el granjero

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Dawson con semblante serio—. Unbonito sermón, señor; muy bonito.

—¡Ah! Es el ambiente de laNavidad, Frank —dijo el rector.— ¡Unaépoca magnífica! Nada nos impedirádecir la misa de Navidad, ni siquieratoda esta nieve.

Entre risas y charlas salieron alexterior, donde la nieve se acumulabasobre las invisibles tumbas y los camposblanqueemos se extendían hasta elTámesis, que se había congelado. No seoía sonido alguno, nada perturbaba latranquilidad, solo el rumor ocasional dealgún coche que pasaba por la lejanacarretera de Bath. El rector se desviópara ir a buscar su motocicleta. Losdemás fieles siguieron caminando,

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desperdigados en alegres grupos queenfilaban el camino de sus respectivascasas.

Dos grajos negros se posaron sobrela entrada techada del camposantocuando Will y Paul se acercaban. Lasaves levantaron el vuelo despacio, casisaltando, como unas incongruentesformas negras recortándose sobre lablanca nieve. Uno de ellos pasó junto alos pies de Will y dejó caer algo,mientras lanzaba un graznidodespectivo. Will lo recogió; era unareluciente castaña de Indias del Bosquede los Grajos, madura como si acabarade caer del árbol. Con su hermanoJames siempre iban al bosque a recogerestas castañas a principios de otoño, y

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así en la escuela podían jugar con ellasa romperlas, atadas a una cuerda, perojamás había visto un ejemplar tan grandey redondo como ese.

—¡Ya ves! —dijo Paul divertido—. Ahora resulta que este amigo te traeotro regalo de Navidad.

—Quizá viene en son de paz —dijoinexpresivamente Frank Dawson a susespaldas con su grave acento deBuckinghamshire—, aunque no esseguro, claro. Feliz Navidad,muchachos. Disfrutad de la cena —dijomientras los Ancestrales se marchabanpor la carretera.

—¡Qué cosa más rara! —dijo Will,recogiendo la castaña.

Cerraron la verja de la iglesia con

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un golpe, y una nube de nieve sedesprendió de los lisos barrotes dehierro. A la vuelta de la esquina losrugidos de la motocicleta sonaron comoun acceso de tos, mientras el rector ibadándole al pedal para que su corcelcobrara vida. Unos metros más lejos,allí donde la nieve ya estaba pisoteada,el grajo volvió a descender. Caminabacon obstinación, adelante y atrás, sinperder de vista a Will.

—Crrr, crrr, crrr —graznaba consuavidad a pesar de ser un grajo.

El animal dio unos pasos hacia lavalla del cementerio, se encaramó de unsalto y entró en el camposanto paradesandar luego su camino. La invitaciónera tan obvia que costaba ignorarla.

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—Crrr, crrr... —seguía graznandoel grajo, más fuerte todavía.

Los oídos de un Ancestral sabenque el lenguaje de las aves no reviste laprecisión de las palabras, sino quecomunica emociones. Esas emociones sedividen en varias clases y jerarquías, yexisten muchísimas maneras deexpresarlas, incluso para un pájaro. Sinembargo, aunque Will adivinó que elgrajo deseaba que lo siguiera sin ningúngénero de duda, no podía saber si elanimal obedecía órdenes de lasTinieblas. Se detuvo un instante,valorando el papel que los grajos habíandesempeñado en toda esa historia; luegotocó con los dedos la flamante castañamarrón que tenía en la mano.

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—De acuerdo, grajo —dijo—.Solo echaré un vistazo.

Regresó hacia la verja, y el grajo,graznando como una desvencijada puertabatiente, caminaba torpemente delante,enfilando el sendero de la iglesia hastadar la vuelta a la esquina. Paulobservaba todo eso sonriendo. Entoncesvio que Will se sobresaltaba al doblarla esquina; desaparecía un instante yluego volvía a aparecer.

—¡Paul! ¡Ven rápido! ¡Hay unhombre tendido en la nieve!

Paul llamó al rector, quien ya habíallegado a la carretera empujando sumotocicleta y se disponía a darle alpedal de arranque. Ambos corrieronhacia donde se encontraba Will. El

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muchacho estaba arrodillado junto a unafigura encorvada que yacía en el ánguloformado entre el muro de la iglesia y latorre; no se movía, y la nieve, con susplumosos y fríos copos, ya habíacubierto más de un centímetro la ropadel hombre. El señor Beaumont condelicadeza apartó a un lado a Will y searrodilló. Giró la cabeza deldesconocido y le buscó el pulso.

—¡Está vivo! ¡Gracias a Dios!Pero tiene muchísimo frío, y el pulso noes muy regular. Debe de llevar aquítanto tiempo que muchos hombres en susituación ya habrían muerto porcongelación. ¡Fijaos en cuánta nievehay! Entrémoslo.

—¿Dónde? ¿En la iglesia?

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—¡Pues claro!—Llevémoslo a casa —dijo Will

en un impulso—. Solo hay que llegarhasta el recodo del camino. Haycalefacción y estará mucho mejor, almenos hasta que llegue una ambulancia oalgún médico.

—Es una idea estupenda —dijoagradecido el señor Beaumont—.Vuestra madre es una buena samaritana,lo sé. Podría esperar allí al doctorArmstrong... En realidad, no podemosabandonar a este pobre infeliz. Noparece tener nada roto. Seguramente setratará de una ligera insuficienciacardíaca.

Colocó sus gruesos guantes demotorista bajo la cabeza del hombre

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para guarecerlo de la nieve, y entoncesWill vio su rostro por primera vez.

—¡Es el Caminante! —dijoalarmado.

—¿Quién? —le preguntaron,volviéndose hacia él.

—Un viejo vagabundo que vadando vueltas por ahí... Paul, nopodemos llevarlo a casa. ¿Nopodríamos ir a la consulta del doctorArmstrong?

—¿Con este tiempo? —dijo Paul,señalando vagamente un cielo cada vezmás encapotado; la nieve searremolinaba en torno a ellos, másdensa, y el viento soplaba con fuerza.

—¡Pero no podemos llevarlo connosotros! ¡Al Caminante, no! Traerá con

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él... —de repente se calló, ahogando ungrito—. ¡Ah! Claro, no puedes acordarte—dijo sin poder contenerse.

—No te preocupes, Will, a tumadre no le importará socorrer a unpobre hombre in extremis... —dijo elseñor Beaumont mientras se afanaba conel cuerpo. Con la ayuda de Paul cargócon el Caminante en dirección a laverja, como si este fuera un montón deropa vieja. Al final consiguió arrancarla motocicleta y, mal que bien, se lasarreglaron para colocar el cuerpo inertesobre ella. Medio empujando elvehículo y a trechos montados en él, elextraño grupito se dirigió hacia la casade los Stanton.

Will se volvió un par de veces,

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pero el grajo no se veía por ningún lado.—¡Bueno! —dijo Max con fastidio,

bajando al comedor- Ahora sí que puedodecir que he conocido a alguien guarrode verdad.

—Olía fatal —dijo Barbara.—¡Qué me vas a contar! Papá y yo

lo hemos bañado. ¡Dios! Hubierastenido que verlo. Bueno, no, mejor no.Te habría revuelto el estómago. Ahoraestá más limpito que un bebé Papáincluso le lavó el pelo y la barba; ymamá quemará esa horrible ropa viejaque llevaba cuando se haya aseguradode que no hay nada de valor.

—No creo que debas sufrir por eso—dijo Gwen, saliendo de la cocina—.Cuidado con el brazo; el plato está

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caliente.—Deberíamos guardar bajo llave

toda la plata —dijo James.—¿Qué plata? —dijo Mary en tono

mordaz.—Bueno, pues entonces las joyas

de mamá; y los regalos de Navidad.Esos vagabundos siempre roban.

—Este tardará mucho tiempo envolver a robar —dijo el señor Stanton,ocupando su lugar habitual en lacabecera de la mesa mientrasdescorchaba una botella de vino—. Estáenfermo; y profundamente dormido.Ronca como un camello.

—¿Has oído roncar a algúncamello? —preguntó Mary.

—Sí —respondió su padre—, y he

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montado en uno. Por eso lo digo.¿Cuándo vendrá el doctor, Max? ¡Pobrehombre! Siento interrumpir su cena.

—No has interrumpido nada —dijoMax—. Ha salido para atender un partoy en su casa no saben cuándo volverá.La señora esperaba gemelos.

—¡Señor...!—En fin..., si duerme, señal de que

ese mozalbete se encuentra bien. Meimagino que solo necesita descanso;aunque debo decir que parecía delirar,farfullando todas esas cosas raras...

Gwen y Barbara trajeron másplatos de verdura. De la cocina salía unruido impresionante: su madre luchaba abrazo partido con el horno.

—¿Qué cosas raras? —inquirió

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Will.—Quién sabe... —dijo Robin—.

Fue al principio, cuando lo subíamos.Era como un lenguaje desconocido,como si no fuera humano. Igual estehombre viene de Marte.

—¡Ojalá! —exclamó Will—. Asípodríamos devolverlo al lugar de dondeha venido.

Sin embargo, unos gritos deaprobación saludaron la entrada de sumadre, quien sonreía con una bandeja enlas manos, presentando un crujientepavo. Nadie se dignó a escuchar sucomentario.

En la cocina tenían la radioencendida mientras lavaban los platos.

Fuertes nevadas están cayendo en

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el sur y el oeste de Inglaterra —decíauna voz impersonal—. La ventisca quedesde hace doce horas azota el mar delNorte tiene inmovilizados todos lospuertos de las costas sudorientales.Los muelles londinenses cerraron estamañana por cortes en el suministroeléctrico y problemas en el transporte,originados por las fuertes nevadas ylas bajas temperaturas, que alcanzanincluso los cero grados. Varios pueblosde zonas apartadas han quedadoaislados por los ventisqueros y lascarreteras están bloqueadas. LosFerrocarriles Británicos handesplegado sus operativos para hacerfrente a las numerosas bajadas detensión y los descarrilamientos

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ocasionales que la nieve ha provocado.El portavoz de la compañía hadeclarado esta mañana que no esaconsejable viajar en tren, salvo encasos de emergencia.

Se oyó un sonido como el crujir delpapel, y la voz siguió diciendo:

Las espantosas tormentas quellevan azotando con intermitencia elsur de Inglaterra durante los últimosdías no disminuirán hasta después delas vacaciones navideñas, segúnapunta un informe matutino de losservicios meteorológicos. El sudestedel país empieza a acusar la escasez decombustible. Por consiguiente, seruega encarecidamente a todos losusuarios que no utilicen la calefacción

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eléctrica desde las nueve de la mañanahasta el mediodía y desde las tres hastalas seis de la tarde.

—Pobrecito Max! —dijo Gwen—.No hay trenes. Tendrá que hacerautoestop.

—¡Silencio! ¡Escuchad!Un portavoz de la Asociación

Automovilística ha declarado queviajar por carretera resultaextremadamente peligroso, salvo en lasautopistas principales. Los motoristasatrapados en una tormenta de nievedeberán permanecer junto a susvehículos en la medida de lo posible,hasta que la nieve cese. Según estemismo portavoz, es aconsejable que losconductores que no estén

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absolutamente seguros de dónde seencuentran y desconozcan si puedenencontrar ayuda en un radio de diezminutos de donde se hallenestacionados, no abandonen bajoningún concepto el automóvil.

La voz siguió con su discurso,salpicado de exclamaciones y silbidos,pero Will se alejó; ya había oído lo quele interesaba. Los Ancestrales nopodrían detener esas tormentas sincompletar el poder del círculo de lossignos; y precisamente esa era laestrategia de las Tinieblas. Estabaatrapado; las Tinieblas resucitaban,amenazadoras, no solo dificultando subúsqueda, sino influyendo también en elmundo cotidiano. Desde el momento en

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que el Jinete había invadido suintimidad navideña esa misma mañanaWill había visto que el peligro iba enaumento; sin embargo, no pudo preveresta amenaza aún mayor. Llevaba díasintentando sortear el peligro que leatenazaba, y no se había dado cuenta delriesgo que corría el mundo exterior.Ahora la nieve y el frío representabanuna seria amenaza para muchísimagente: los niños, los ancianos, losdébiles, los enfermos... Esa noche elmédico no podría visitar al Caminante,de eso estaba seguro. Por suerte, almenos no estaba muriéndose...

¿Por qué había ido a parar a sucasa el Caminante? Sin duda debíahaber algún significado oculto. Quizá

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sencillamente el hombre rondaba por ahícuando las Tinieblas atacaron la iglesiay, del impacto, salió despedido; peroentonces, ¿por qué el grajo, embajadorde las Tinieblas, lo guió hasta él paraque pudiera salvarlo de morircongelado? ¿Quién era el Caminante, afin de cuentas?, y ¿por qué todos lospoderes de la gramática mistérica no leeran útiles a la hora de descifrarlo?

En la radio volvían a sonar losvillancicos. Feliz Navidad a todo elmundo, pensó Will con amargura.

—Anímate, Will. Dejará de nevaresta noche y mañana podrás hacer eltobogán. Venga, ha llegado la hora deabrir los regalos. Si dejamos que Maryespere mucho más, reventará.

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Will se unió a su alegre y ruidosafamilia; y durante unos instantes, en elacogedor e iluminado espacio de la salade estar, con el fuego encendido y elárbol deslumbrante, revivieron unasNavidades perfectas, como las quesolían celebrar. Su madre, su padre yMax le habían hecho un regalo entre lostres: una bicicleta nueva, con unmanillar de carreras y un cambio deonce marchas.

Will nunca tuvo la certeza de quelo que ocurrió esa noche no fuera tansolo un sueño. Cuando todo estaba másobscuro, durante esas frías horas demadrugada que anuncian la llegada delnuevo día, Will se despertó, y vio aMerriman a su lado, erguido junto a la

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cama e iluminado por una luz tenue queparecía proceder de su interior; su carapermanecía en sombras, inescrutable.

—Despierta, Will. Despierta.Hemos de asistir a una ceremonia.

El muchacho se puso en pie deinmediato; descubrió que estabacompletamente vestido, y que llevabapuesto el cinturón con los signos. Sedirigió con Merriman hacia la ventanaEstaba medio cubierta de nieve, y loscopos seguían cayendo en silencio.

—¿Podemos hacer algo paradetener esto? —preguntó de súbito,desolado—. Están congelando el país,Merriman, y la gente morirá.

—El poder de las Tinieblascobrará fuerza a partir de hoy y hasta el

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Duodécimo Día —dijo Merrimanapesadumbrado, con un leve movimientode su blanca melena—. Se estánpreparando. Su resistencia es fría, y laalimenta el viento. Quieren destruir elcírculo para siempre, antes de que seademasiado tarde. No tardaremos enenfrentarnos todos a una dura prueba.Sin embargo, no todo marcha según suvoluntad. Hay mucha magia sin explotaren los caminos de los Ancestrales; yquizá tengamos motivos para laesperanza dentro de unos instantes. Ven.

La ventana se abrió de golpe haciafuera, esparciendo toda la nieve. Frentea ellos se extendía un senderodébilmente iluminado, como una anchacinta que se perdiera en el aire tamizado

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de nieve; al mirar abajo Will divisó losperfiles cubiertos de nieve de lostejados, las vallas y los árboles. Sinembargo, la senda además era real. Deuna sola zancada Merriman se habíaplantado en ella tras salir por la ventana,y avanzaba a gran velocidad,deslizándose de un modo fantasmagóricohasta desaparecer en la noche. Willsaltó tras él y el extraño senderotambién lo arrastró hacia la obscuridad,sin que sintiera la velocidad o el frío. Lanoche era obscura y densa; no se veíanada, excepto el resplandor del aéreoCamino de los Ancestrales. De repentese encontraron dentro de una especie deburbuja del tiempo, suspendidos en loalto, escorados en el viento tal y como

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el muchacho había aprendido del águilaque salía en El libro de la gramáticamistérica.

—Observa —dijo Merriman, y sucapa envolvió a Will como si quisieraprotegerlo.

Will escrutó en el cieloencapotado, o quizá en su propia mente,y vio un grupo de árboles sin hojasirguiéndose sobre un seto desnudo, unaescena invernal en la que solo faltaba lanieve. Entonces oyó una música débil yextraña, como un sonido de gaitasdestacándose entre el golpeteo constantede un tambor que tocaba sin cesar unaúnica melodía nostálgica. De la negra yfantasmal espesura salió una procesión.

Era una procesión de muchachos

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vestidos con ropa muy antigua, túnicas ymedias burdas; llevaban el pelo a laaltura del hombro y unas gorrasextrañas, parecidas a un fardo. Eranmayores que Will; tendrían unos quinceaños. Su expresión era algo forzada,como la de aquellos que toman parte enuna payasada y procuran mantener eltipo para que la risa no los delate.Abrían el desfile unos chicos con palosy haces de ramitas de abedul, y locerraban otros muchachos tocando lagaita y el tambor. Entre ambos gruposseis jóvenes transportaban una especiede plataforma de juncos y ramasentrelazados, con un ramo de brezoatado en cada esquina. Es como unacamilla, pensó Will, salvo por el hecho

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de que la sostienen a la altura delhombro. Al principio creyó que solo setrataba de eso, y que el aparejo estabavacío; luego vio que encima se hallabaotra cosa. Algo muy pequeño. Sobre uncojín de hojas de hiedra situado en elcentro entrelazadas andas se hallaba elcuerpo de un pájaro minúsculo: un avede un color pardo polvoriento, con elpico muy abierto. Era un carrizo.

—Es la caza del carrizo, que secelebra cada año durante el solsticio,desde tiempos inmemoriales —dijo envoz baja Merriman por encima de sucabeza, saliendo de la oscuridad— Esteaño es especial, sin embargo, y seremostestigos de muchas más cosas, si todosale bien. Que ese sea tu más íntimo

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deseo, Will, y ruega para que podamosver muchas más cosas.

A medida que los chicos avanzabanentre los flamígeros árboles al son de latriste música, sin que parecieranmoverse, Will contuvo el aliento al verque en lugar del pajarito, los tenuescontornos de una forma distintaempezaban a dibujarse sobre las andas.Merriman asió a Will por el hombro,con una mano que parecía un cepo deacero, aunque no dijo palabra. Sobre ellecho de hiedra adornado con las cuatromatas de brezo ya no había un pájarodiminuto, sino una mujer menuda,huesuda y delicada, muy anciana, frágilcomo un pajarillo y vestida de azul.Llevaba las manos dobladas sobre el

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pecho y en uno de sus dedos refulgía unanillo con una enorme piedra de colorrosáceo. En ese mismo instante Will viosu rostro, y supo que era la Dama.

¡Dijiste que no estaba muerta! —gritó abrumado. Y ya no lo está —respondió Merriman. Los muchachosavanzaban con la música, y las andascon su silenciosa forma se acercaronpara luego alejarse de nuevo, hasta quefinalmente se desvanecieron con laprocesión en la noche, mientras la tristemelodía de las gaitas y el ruido de lostambores se apagaba tras ellos. Justoantes de desaparecer los tres chicos quetocaban se detuvieron, dejaron susinstrumentos y se volvieron hacia Will,mirándolo de modo inexpresivo.

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—Will Stanton; vigila con la nieve—dijo uno de ellos —La Damaregresará, pero las Tinieblas se estánalzando —dijo otro.

El tercer muchacho, con voz ligeray cantarina, entonó algo que Willreconoció de inmediato con solo oír lasprimeras notas:

Cuando las Tinieblas sealcen, seis las rechazarán;tres desde el círculo, tresdesde el sendero.Madera, bronce, hierro; agua,fuego y piedra.Cinco serán los que regresen,y uno solo avanzará.

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No obstante, el muchacho no se

detuvo, a diferencia de Merriman, ysiguió cantando:

Hierro por el cumpleaños,bronce traído desde lejos;madera de la quema, piedranacida de la canción;fuego en el anillo de lasvelas, agua del deshielo;seis signos en el círculo, másel grial ya desaparecido.

Entonces y sin un porqué se levantó

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un viento huracanado, y tras una ráfagade copos de nieve y obscuridad loschicos desaparecieron, como si se losllevara un remolino. Will también notóque retrocedía vertiginosamente,remontando el tiempo y el Caminoesplendente de los Ancestrales. La nievebarrió su rostro. La noche le escocía enlos ojos. Entre la obscuridad oyó lagrave voz de Merriman que lo llamabacon apremio, aunque en ella asomabaahora la esperanza:

—El peligro aumenta con la nieve,Will; ten cuidado con la nieve Sigue lossignos, y sobre todo, ten cuidado... Willvolvía a estar en su dormitorio, en lacama, y mientras se dormía resonaba ensu cabeza un augurio, una única palabra,

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como el tañido de la campana más gravede la iglesia, desafiando la crecientenieve.

—Ten cuidado... ten cuidado...

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Tercera parte

La prueba

La llegada del frío

Al día siguiente la nieve siguió

cayendo sin interrupción; y también alotro.

—¡Ojalá parara! —dijo Marytriste, mirando las blancas y obturadasventanas—. Es horrible ver cómo nievay nieva, sin parar... ¡Lo odio!

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—No seas idiota —dijo James—.Es solo una tormenta más larga que lasdemás. No es necesario que te pongashistérica.

—Esto es distinto. Es espeluznante.—Tonterías. Solo es nieve.—Nadie había visto jamás tanta

nieve. Mira cuánto ha subido; si desdeque empezó a nevar no hubiéramoslimpiado la parte de atrás, ahora nopodríamos salir por la puerta. Nossepultará a todos, eso es lo quesucederá. Nos empuja... incluso ha rotouna ventana de la cocina, ¿lo sabías?

—¿Qué? —preguntó con asperezaWill.

—La ventanita de atrás, la que estámás cerca de los quemadores. Gwennie

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bajó esta mañana y la cocina estabahelada, y había nieve y trozos de cristalen la esquina. La nieve ha empujado elcristal hasta romperlo; se ha roto por elpeso de la nieve.

—No es el peso lo que empuja —dijo James con un suspiro deresignación—. Lo único que ocurre esque la nieve ha formado un ventisqueroen ese lado de la casa.

—No me importa lo que digas; eshorrible —dijo a punto de llorar—. Escomo si la nieve estuviera intentandoentrar.

—Vamos a ver si el Cami... si elviejo vagabundo se ha despertado —dijo Will antes de que Mary se acercaramás a la verdad.

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¿Cuántas personas en todo el paísestarían tan asustadas como ella por lasnevadas? Pensó en las Tinieblas conrabia, y deseó con toda su alma saberqué hacer. El Caminante había dormidotodo el día, sin apenas moverse, salvopara murmurar de vez en cuando algunaspalabras sin sentido y proferir una o dosveces un grito breve y ronco. Will yMary subieron a su habitación con unabandeja en la que habían! puestocereales, una tostada, leche ymermelada.

—¡Buenos días! —dijo Will convoz firme y alegre mientras entraba en eldormitorio—. ¿Le apetece desayunar?

El Caminante abrió ligeramente unojo y escrutó su figura, la cara cubierta

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de un pelo enmarañado y gris que, ahoraque estaba limpio, parecía mucho máslargo e indomable que antes. Will leofreció la bandeja.

—¡Fu! —gruñó el Caminante, yparecía que hubiera escupido.

—¡Muy bonito, hombre! —dijoMary.

—¿Desea alguna otra cosa? —preguntó Will—, ¿o bien es que no tienehambre?

—Quiero miel.—¿Miel?—Pan con miel. Pan con miel. Pan

con...—Vale, vale —lo atajó Will,

llevándose la bandeja.—Ni siquiera ha dicho «por favor»

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—comentó Mary—. ¡Qué hombre másmaleducado! Yo no vuelvo a subir.

—Como quieras —dijo Will.Cuando se quedó solo, rebuscó en

la despensa hasta dar con un bote demiel casi terminado. A pesar de estarbastante cristalizada por los bordes, laesparció generosamente sobre trespedazos de pan. Llenó un vaso de lechey volvió a subir al dormitorio delCaminante. Cuando el vagabundo vio lacomida, se sentó en la cama conglotonería y engulló todos los alimentossin dejar ni una miga. No era unespectáculo demasiado agradable.

—¡Está muy bueno! —dijo,intentando limpiarse un poco de miel dela barba—. ¿Sigue nevando? ¡A que

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sigue cayendo nieve! —exclamó,chupándose el dorso de la mano yespiando a Will.

—¿Qué hacías ahí fuera en latormenta?

—Nada —respondió el Caminantecon un tono hosco—. No me acuerdo.Me golpeé en la cabeza —se lamentómientras entornaba los ojos con astuciay se señalaba la frente.

—¿Recuerdas dónde teencontramos?

—No.—¿Recuerdas quién soy yo?—No —respondió con

vehemencia, haciendo un gesto denegación.

—¿Recuerdas quién soy yo? —

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volvió a decir Will en voz baja, peroesta vez en el idioma de los Ancestrales.

El greñudo rostro del Caminanteseguía inexpresivo, y Will empezó acreer que posiblemente había perdido lamemoria. Se inclinó sobre la cama parallevarse la bandeja con el plato y elvaso vacíos cuando, de repente, elvagabundo dejó escapar un terrible gritoy se apartó de él de un salto,encogiéndose de miedo en el otroextremo de la cama.

—¡No! —dijo en un alarido—.¡No! ¡Márchate! ¡Aléjalos de mí!

Con los ojos abiertos como platosy presa del terror miraba fijamente aWill con aversión. Will se quedóestupefacto durante unos segundos; luego

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se dio cuenta de que se le había subidoel suéter al levantar el brazo, y que elCaminante había visto los cuatro signosque llevaba en el cinturón.

—¡Apártalos de mí! —selamentaba a gritos el anciano—. ¡Mequeman! ¡Sácalos de aquí!

Para no tener memoria, reaccionacomo un poseso, pensó Will. Elmuchacho oyó unos pasos preocupadossubiendo las escaleras y salió de lahabitación. ¿Por qué le asustaban tantolos signos al Caminante cuando habíallevado uno durante tantísimo tiempo?

Sus padres estaban serios. Lasnoticias de la radio iban empeorando amedida que el frío atenazaba el país yaumentaban las restricciones. Gran

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Bretaña estaba batiendo todos losrécords de temperatura; ríos que jamásse habían helado ahora eran de hielosólido, y a lo largo de toda la costa lasaguas de los puertos estaban capturadasbajo un grosor de hielo. Tan solo cabíaesperar a que dejara de nevar, pero lanieve seguía cayendo.

Los Stanton llevaban una vidaenclaustrada y se sentían inquietos.

—Es como si fuéramos hombresprimitivos, parapetados en nuestra cuevadurante el invierno —observó el padrede familia.

Se iban pronto a la cama paraahorrar leña y combustible. Llegó el díade Año Nuevo, y pasó sin pena ni gloria.El Caminante estaba en cama,

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revolviéndose entre las sábanas,murmurando y negándose a comer otracosa que no fuera pan y leche, la cual aesas alturas ya era en polvo, de esa quese mezcla con agua. La señora Stantonobservó con su buen carácter habitualque el vagabundo parecía estarrecobrando sus fuerzas. Will semantenía alejado de él. Ladesesperación iba haciendo mella en elmuchacho a medida que el fríorecrudecía y la nieve flotaba sobre elpaisaje; sentía que si no salía pronto decasa, se encontraría con que lasTinieblas lo habían vencido parasiempre. Su madre, al fin, fue quien leprocuró una escapatoria. Se habíaquedado sin harina, azúcar y leche en

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polvo.—Sé que nadie puede salir de casa

salvo en caso de extrema urgencia —dijo con angustia—, pero es que esto esuna emergencia... ¡Necesitamos compraralimentos si queremos comer!

Los chicos tardaron dos horas enabrir un paso hasta la carretera conayuda de unas palas. La máquinaquitanieves se había encargado deexcavar una especie de túnel sin techodel diámetro de la máquina. El señorStanton les había anunciado que solo leacompañaría Robin al pueblo, perodurante las dos horas que Will estuvocavando y jadeando no dejó de rogarleque lo llevara con ellos, y al final, laoposición de su padre había cedido

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tanto que el hombre ya no pudo negarse.Llevaban bufandas anudadas en las

orejas, guantes gruesos y tres suéteresbajo los respectivos chaquetones.Cogieron también una linterna. A pesarde ser media mañana, la nieve seguíacayendo, incansable, y nadie sabíacuándo podrían volver a casa. De losinclinados márgenes que habían quedadoal limpiar la única carretera del pueblopartían diminutos e irregulares senderosque los habitantes habían abierto conpalas y pisoteando la nieve para accedera las pocas tiendas del lugar y a lamayoría de las casas del centro. Por lashuellas que vieron dedujeron quealguien habría traído caballos de lagranja de los Dawson para ayudar a

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despejar el camino hacia casitas degente como la señorita Bell y la señoritaHorniman. Ellas jamás habrían podidohacerlo solas. En la tienda del pueblo elperrito de la señorita Pettigrew estabahecho un ovillo gris y temblaba en unaesquina, con un aspecto más mustio ydesamparado que nunca; su obeso hijo,Fred, que la ayudaba a llevar la tienda,se había hecho un esguince en la muñecaal caer en la nieve, y llevaba un brazo encabestrillo. Su madre tenía un ataque denervios. Cotorreaba sin cesar, presa dela angustia, le caían las cosas al suelo,buscaba el azúcar y la harina en lugaresequivocados y se desesperaba al noencontrarlos. Al final, se sentó de golpeen una silla, como una marioneta a quien

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le han aflojado las cuerdas, y rompió allorar.

—¡Oh! —sollozaba—. Lo sientomucho, señor Stanton; es por culpa deesta nieve horrorosa. Estoy muyasustada, no sé qué pasará... Sueño quenos quedamos aislados y nadie puedeencontrarnos...

—Ya estamos aislados —dijo suhijo con aire lúgubre—. En toda lasemana no ha pasado ni un solo coche.No vienen los proveedores y todo elmundo está terminando sus existencias;no hay mantequilla, ni siquiera leche enpolvo. La harina tampoco durará mucho;solo quedan cinco sacos contando este.

—Y nadie tiene combustible —dijoresollando la señorita Pettigrew—. El

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bebé de los Randall está enfermo y tienefiebre, y la pobre señora Randall notiene ni una pizca de carbón; Dios sabecuánta gente debe de estar...

La campanilla de la entrada vibróal abrirse la puerta, y con el gestoautomático tan habitual en los pueblos,todos se volvieron para ver quiénentraba. Un hombre muy alto, ataviadocon un sobretodo negro muy voluminoso,casi como si fuera una capa, se sacó unsombrero de ala ancha que dejó aldescubierto una mata de pelo blanco; susojos, sumidos en profundas sombras, losobservaban tras la fiera nariz aguileña.

—Buenas tardes —dijo Merriman.—¡Hola! —contestó Will,

sonriendo abiertamente al ver iluminarse

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su mundo.—Buenas tardes —dijo la señorita

Pettigrew, sonándose la nariz—. SeñorStanton; ¿conoce usted al señor Lyon?Trabaja en la mansión —añadió,tapándose la boca con el pañuelo.

—Encantado —dijo el padre deWill.

—Soy el mayordomo de la señoritaGreythorne hasta que el señor Batesvuelva de vacaciones —dijo Merriman,inclinando la cabeza con cortesía—. Esdecir, cuando deje de nevar. Por elmomento, desde luego, yo no puedomarcharme, y Bates tampoco puedevolver.

—No parará jamás —gemía laseñorita Pettigrew, volviendo a sollozar.

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—¡Venga ya, mamá! —exclamóFred disgustado.

—Tengo unas noticias que leinteresarán, señorita Pettigrew —dijoMerriman en un tono firme yreconfortante—. Hemos oído por laradio, en una emisora local (porque elteléfono no funciona, claro, igual que elde ustedes), que lanzarán un cargamentode combustible y alimentos en losterrenos propiedad de la mansión.Parece ser que con esta nieve es el lugarque ofrece una mejor visibilidad desdeel aire. La señorita Greythorne me hapedido que le pregunte a la gente delpueblo si quiere trasladarse a la casamientras dure esta emergencia. Seremosmuchos, desde luego, pero no pasaremos

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frío; y quizá nos sintamos más cómodos.El doctor Armstrong también vendrá; dehecho, creo que ya está en camino.

—Es una idea ambiciosa —dijo elseñor Stanton, reflexionando—. Casifeudal, diría yo.

—Pero no es esa la intención —atajó Merriman, dirigiéndole una miradasuspicaz. —No, no... Eso ya lo sé.

—¡Qué idea más fantástica, señorLyon! —dijo la señorita Pettigrew,dejando de llorar—. ¡Oh, cielo! ¡Quéalivio estar con otras personas!, sobretodo de noche...

—Yo también soy una persona —protestó Fred.

—Sí, cariño, pero no es lo mismo.—Iré a buscar unas mantas; y luego

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empaquetaré algunas cosas de la tienda—dijo Fred con aire imperturbable.

—Bien pensado —dijo Merriman—. La radio dice que la tormentaarreciará esta noche. Cuanto antes nosreunamos todos, mejor.

—¿Quiere que le ayude a decírseloa los demás? —se ofreció Robin,levantándose ya el cuello de la chaqueta.

—Magnífico. Eso sería magnífico.—Le ayudaremos todos —dijo el

señor Stanton. Will se había dado lavuelta para mirar por la ventana cuandomencionaron la tormenta, pero la nieveque flotaba en el encapotado y grisáceocielo parecía no haber variado deintensidad. Los cristales estaban tanempañados que era difícil ver a través

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de ellos, aunque creyó divisar algo quese movía fuera. En la carretera quepartía la nieve y recorría todo el trazadodel Camino de Huntercombe habíaalguien. Lo vio con claridad tan solo unsegundo: al fondo, una figura atravesabael sendero de los Pettigrew, y un solosegundo fue todo lo que necesitó parareconocer al hombre que se manteníaenhiesto sobre un gran caballo negro.

—¡Acaba de pasar el Jinete! —dijocon rapidez y sin rodeos en el idioma delos Ancestrales.

Merriman se giró con brusquedad;luego se controló y se colocó elsombrero en la cabeza con un gestopausado:

—Agradeceré muchísimo toda la

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ayuda que me puedan prestar.—Pero ¿qué diantre has dicho,

Will? —dijo Robin con aire ausente,mirando a su hermano.

—¿Yo? Nada —dijo Will, que yase dirigía hacia la puerta y hacía ver quele costaba abrocharse la pelliza paradisimular—. Me ha parecido ver aalguien fuera.

—Es que has dicho algo rarísimo...—¡Pues claro que no! Solo he

preguntado quién era ese de ahí fuera,pero no había nadie.

—Era parecido a lo que decía elvagabundo... —siguió comentandoRobin sin apartar la mirada de él—.Toda esa cháchara sin sentido que ibarepitiendo mientras le metíamos en

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cama. Bueno, no importa —acabódiciendo para cambiar de tema, al ser unmuchacho poco dado a las conjeturas yde espíritu práctico.

Merriman se las arregló parasituarse justo detrás de Will al salir dela tienda de los Pettigrew. El grupo serepartiría para avisar al resto de loshabitantes del pueblo.

—Consigue que el Caminante vayaa la mansión, si puedes. Rápido; o seráél quien impida tu salida. Puede que elorgullo de tu padre te cause algún queotro problema —dijo en voz baja y en elidioma de los Ancestrales.

Cuando los Stanton llegaron a casa,tras haber dado la vuelta al puebloluchando contra la ventisca y la nieve,

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Will casi había olvidado lo queMerriman le había dicho de su padre.Estaba demasiado ocupado intentandosolucionar cómo llevaría al Caminante ala mansión sin tener que cargar con él.Recordó, sin embargo, sus palabrascuando oyó al señor Stanton hablando enla cocina, mientras se sacaban losabrigos y dejaban las provisiones.

—¡Qué amable, la buena mujer,ofreciendo su casa a todos! Desde luegotienen muchísimo espacio, y variaschimeneas. Esas viejas paredes son tangruesas que ahí se mantiene a raya elfrío como en pocos lugares. Es lo mejorque pueden hacer los que viven en lascasitas del pueblo: la pobre señoritaBell no habría durado mucho... Claro

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que nosotros ya estamos bien aquí.Disponemos de todo lo suficiente. Notiene ningún sentido convertirnos en unacarga adicional para los de la mansión.

—¡Pero papá! —exclamó Will demanera impulsiva— ¿No crees quenosotros también tendríamos que ir?

—Creo que no —dijo su padre conesa seguridad insensata que Willadivinaba más difícil de minar quecualquier otra idea obsesiva.

—Sin embargo, el señor Lyon dijoque la situación será más peligrosa estanoche, porque la tormenta va aempeorar.

—Creo que puedo sacar mispropias conclusiones sobre el tiempoque va a hacer, Will, sin la ayuda del

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mayordomo de la señorita Greythorne—dijo el señor Stanton en tono amical.

—¡Vaya, vaya! —dijo Max,ironizando—. Maldito esnob... ¡Habrásevisto!

—Venga... Ya sabéis que no lodigo con esa intención. —dijo su padre,tirándole una bufanda mojada—. Es másbien lo contrario del esnobismo. Enrealidad no veo por qué tenemos queobedecer las órdenes de la señora de lamansión y aceptar su limosna. Aquíestamos la mar de bien.

—Estoy de acuerdo —dijo laseñora Stanton con brusquedad—.Venga, ahora salid todos de la cocina.Quiero hacer pan.

Will comprendió que la única

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esperanza que le quedaba era elCaminante. Se escabulló y subió a ladiminuta habitación de invitados dondeel vagabundo tenía su refugio. —Quierohablar contigo.

—Muy bien —dijo el hombre,volviendo de lado la cabeza que tenía enla almohada. No le apetecía hablar y sesentía desgraciado.

—¿Estás mejor? —preguntó Will,sintiendo lástima por él—. Me refiero asi estás enfermo en realidad o solo tesientes algo débil.

—No estoy enfermo —dijo elCaminante con desgana—. No más de lohabitual. —¿Puedes andar?

—Quieres echarme de aquí yabandonarme en la nieve, ¿verdad?

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—¡Pues claro que no! —protestóWill—. Mamá jamás te dejaría salir coneste tiempo, y yo tampoco, aunque, laverdad, mi opinión cuenta poco. Soy elmás pequeño de la familia, eso ya losabes.

—Eres un Ancestral —dijo elCaminante, mirándole con desagrado.

—Bueno, eso es distinto.—Eso no tiene nada de distinto.

Solo quiere decir que no te servirá denada hablarme de ti como si solo fuerasun niño pequeño. Sé que eres otrascosas.

—Fuiste el guardián de uno de losgrandes signos —empezó diciendo Will—. No entiendo por qué parecesodiarnos tanto.

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—Lo hice por obligación —respondió el anciano—. Vosotros mecogisteis... me sacasteis... —aventuró adecir con el ceño fruncido, como siintentara recordar algo de un pasadoremoto—. Me obligasteis —concluyó,diciendo en tono vago.

—Bueno, mira. Yo no quieroobligarte a nada, pero hay algo quetodos debemos hacer. La nieve estáempeorando por momentos y la gente delpueblo irá a instalarse en la mansión,como si fuera una especie de hostal,porque es más seguro y hay calefacción.

Mientras hablaba tenía la sensaciónde que quizá el Caminante supiera loque iba a decir, pero le resultabaimposible penetrar en la mente del

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hombre; y cada vez que lo intentaba, seencontraba flotando en una nube, comosi hubiera reventado el relleno de uncojín.

—El doctor también estará ahí —siguió diciendo—. Podrías actuar de talmodo que todos creyeran que necesitasun médico; así podríamos ir a lamansión.

—¿Quieres decir que si no, noiréis? —preguntó el Caminante,entornando los ojos de sospecha.

—Mi padre no nos dejará. Perotenemos que ir... Es más seguro.

—Pues yo tampoco iré —dijo elCaminante, apartando su rostro—. Vete.Déjame solo.

—Las Tinieblas vendrán a buscarte

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—dijo Will en voz baja y en tono deadvertencia.

El vagabundo se quedó inmóvildurante unos instantes. Luego, muydespacio, volvió a ladear la cabezaenmarañada y gris y Will se apartóaterrorizado al ver su cara. En unossegundos su historia se desplegó antesus ojos, y en ellos el muchacho pudover reflejadas las profundidadesabismales del dolor y el espanto,mientras las arrugas de su maléficaexperiencia se marcaban claras yterribles. Ese hombre había conocido unmiedo y una angustia tan atroces queahora ya nada podía conmoverlo. Susojos estaban abiertos por primera vez, yen su mirada podía atisbarse el horror

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que había conocido.—Las Tinieblas ya han venido a

buscarme —dijo de modo inexpresivo.—Pero ahora se impondrá el

círculo de la Luz —dijo Will, tomandoaliento.

El muchacho se quitó el cinturóncon los signos y lo sostuvo frente alCaminante. Al verlo, este último seapartó de un salto, haciendo una muecade disgusto y gimoteando como unanimal asustado. Will se sentíaasqueado de su actuación, pero no teníaotro remedio. Fue acercando los signosa ese rostro curtido y desencajado hastaque el autocontrol del Caminante sequebró, como un alambre demasiadotensado. Entonces el vagabundo empezó

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a gritar despavorido, diciendoinsensateces mientras se revolcabapidiendo ayuda. Will corrió en busca desu padre, y casi toda la familia subió aver lo que ocurría.

—Creo que le ha dado una especiede ataque. Es horrible. ¿No deberíamosllevarlo a la mansión para que lo vierael doctor Armstrong, papá?

—Quizá podríamos hacer veniraquí al médico —dijo el señor Stantonsin saber muy bien lo que hacer.

—Yo creo que estaría mejor allí —dijo su mujer, mirando al Caminantemuy preocupada—. El anciano, quierodecir. Tendría el médico a sudisposición y podrían cuidarlo mejorque aquí, con más comodidades y

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dándole una mejor alimentación. Esto senos escapa de las manos, Roger. Yo yano sé qué hacer para ayudarle.

El padre de Will cedió a los ruegosde los demás. Dejaron al Caminante ensu habitación, el cual seguía agitándosey desvariando, y a Max a su cargo, quiense encargaría de vigilarlo e impedir quese lastimara. Salieron al jardín paraconvertir el gran tobogán familiar en unacamilla portátil. Solo una cosaintranquilizaba a Will. Debían de serimaginaciones quizá, pero justo cuandoel Caminante desfallecía ante la visiónde los grandes signos y enloquecía denuevo, creyó percibir un destello detriunfo en sus parpadeantes ojos.

El cielo era gris y amenazador,

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como si estuviera aguardando paradescargar más nieve, cuando semarcharon hacia la mansión llevándosecon ellos al Caminante. El señor Stantoniba acompañado de los gemelos y deWill. Su esposa los despidió con unnerviosismo nada habitual en ella.

—Espero que con esto terminetodo. ¿Crees necesario que Will vayacontigo?

—Siempre va bien llevar a alguienque pese poco con toda esta nieve —dijo su padre, alzando la voz parahacerse oír entre los resoplidos de Will—. No le pasará nada.

—Me imagino que no os quedaréisallí, ¿verdad?

—¡Claro que no! Aquí solo se trata

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de llevar a este hombre al médico.Venga, Alice, no actúes como una tonta.Ya sabes que no corremos ningúnpeligro.

—Supongo que no.Se fueron tirando del tobogán, con

el Caminante sujetado con una correa ytan envuelto en mantas que resultabainvisible, como una gruesa salchichahumana. Will fue el último en partir;Gwen le dio las linternas y un termo.

—Confieso que no lamento enabsoluto que os llevéis a tudescubrimiento —dijo—. Me da miedo.Se parece más a un animal que a unanciano.

Parecía que el tiempo habíatranscurrido muy despacio cuando

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alcanzaron la verja de entrada de lamansión. Habían retirado la nieve delcamino del jardín, y la que quedabaestaba completamente pisoteada. De lapuerta principal colgaban dos brillanteslámparas de luminiscencia queiluminaban la fachada delantera. Estabanevando otra vez, y unas ráfagas deviento gélido empezaban a helarles elrostro. Antes de que Robin llegara atocar el timbre, Merriman abrió lapuerta, y lo primero que hizo fue buscara Will, aunque nadie advirtió suinsistente mirada.

—Bienvenidos.—Buenas noches —dijo Roger

Stanton—. No venimos a quedarnos. Encasa estamos bien, pero traemos a un

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viejo vagabundo que está enfermo ynecesita un médico. Hemos sopesado lospros y los contras, y nos ha parecidomejor traerlo aquí en lugar de hacerllamar al doctor. Hemos aprovechadopara salir antes de que llegue latormenta.

—Han llegado justo a tiempo —dijo Merriman, escrutando el exterior.

El mayordomo se agachó paraayudar a los gemelos a transportar alCaminante, una forma inmóvil y envueltaen mantas, hacia el interior de la casa.En el umbral el montón de ropa se agitóde manera convulsiva, y se oyeron losgritos del vagabundo ahogados por lasmantas:

—¡No!, ¡no!, ¡no!

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—Avise al doctor, por favor —ledijo Merriman a una mujer que estabacerca y que corrió a buscar al médico.

La inmensa y vacía sala dondehabían estado cantando villancicosahora se encontraba llena de gente y sehabía transformado en un espacio cálidoy animado, irreconocible.

El doctor Armstrong apareció y lesdedicó un breve saludo; era un hombrebajito y muy movido, de pelo grisaunque bastante calvo, con esa especiede flequillo que llevan los monjes. LosStanton le conocían muy bien, igual quetodos los habitantes de Huntercombe;había curado todas las enfermedades dela familia desde hacía muchísimos años,más de los que tenía Will. El médico

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observó con detenimiento al Caminante,quien se estaba retorciendo y protestabacon sordos lamentos.

—Veamos qué tenemos aquí...—¿Tiene una conmoción, quizá? —

preguntó Merriman.—Se comporta de un modo muy

extraño —explicó el señor Stanton—.Lo encontramos inconsciente en la nievehace unos días... y cuando creíamos queya se estaba recuperando, ha ocurridoesto.

El portalón principal se cerró conun golpe de viento y el Caminante gritó.

—Humm —murmuró el doctormientras hacía un gesto a dos jóvenes decomplexión fuerte para que lo ayudarana acomodarlo en una habitación interior

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—. Déjenlo a mi cargo. Hasta elmomento solo teníamos una pierna rota ydos esguinces de tobillo. ¡En la variedadestá el gusto! —dijo de buen humor,desfilando tras su paciente.

El padre de Will se giró paraatisbar por la ventana en penumbra.

—Mi esposa empezará apreocuparse. Debemos marcharnos.

—Si se van ahora, es posible queno lleguen nunca. A lo mejor dentro deun rato... —dijo con amabilidadMerriman.

—Fíjate, las Tinieblas se estánalzando —intervino Will.

—¡Qué poético te has puesto derepente! —dijo su padre con una sonrisadibujada en los labios—. De acuerdo;

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esperaremos un poco. Me irá de perlastomarme un respiro, a decir verdad.Mientras tanto sería conveniente quefuéramos a saludar a la señoritaGreythorne. ¿Dónde está, Lyon?

Merriman, con aires de mayordomoservicial, se abrió paso entre lamultitud. Era el grupo más extraño quejamás hubiera visto Will. De repente,medio pueblo estaba conviviendo,compartiendo su intimidad y formandouna pequeña colonia de camas, maletasy mantas. La gente los saludaba desdelos niditos que había esparcidos portoda la enorme estancia, construidos conla ayuda de una cama o un colchónmetidos en una esquina o parapetadostras una o dos sillas. La señorita Bell

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los saludó alegremente desde un sofá.Parecía un hotelucho en el que losclientes hubieran decidido acampar enel vestíbulo. La señorita Greythorneestaba en su silla de ruedas, muy tiesa ycompuesta junto al fuego mientras leíaThe Phoenix and the Carpet a un grupode niños que la escuchaban en silencio.Al igual que todos los que seencontraban en la habitación, se la veíaextrañamente radiante y animada.

—Es curioso —observó Willmientras iban sorteando a la gente alpasar—. Estamos viviendo una tragediay, sin embargo, la gente parece máscontenta de lo normal. Miradlos. Estánentusiasmados.

—Son ingleses —dijo Merriman.

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—Es cierto —replicó el padre deWill—. Magníficos en la adversidad yaburridos cuando se encuentran a salvo.De hecho, nunca estamos contentos.Somos gente bien rara. Usted no esinglés, ¿verdad? —le dijo a Merrimande repente, y una ligera nota dehostilidad en su voz dejó perplejo aWill.

—Soy medio inglés —aclaróMerriman sin interés—. Bueno, enrealidad es una larga historia. —Y zanjóel asunto mientras sus profundos ojosescrutaban con intensidad al señorStanton.

Entonces fue cuando los vio laseñorita Greythorne.

—¡Ah! ¡Estaban ustedes ahí! Muy

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buenas noches, señor Stanton. ¿Cómoestáis, chicos? ¿Qué os parece todoesto? ¿A que es divertido?

La anciana cerró el libro y elcírculo de niños se abrió para dejarentrar a los recién llegados, y losgemelos y su padre empezaron aconversar con todos ellos.

—Mira el fuego todo el tiempo quetardas en reseguir las formas de losgrandes signos con la mano derecha —dijo Merriman en voz baja a Will,empleando el lenguaje de losAncestrales—. Mira el fuego. Hazteamigo de él y no apartes la mirada ni unsolo segundo.

Con aire interrogante Will avanzóhacia el fuego como si quisiera

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calentarse e hizo lo que le habían dicho.Mirando fijamente las llamas saltarinasdel enorme fuego de leña de lachimenea, recorrió con los dedos elSigno de Hierro, el Signo de Bronce, elSigno de Madera y el Signo de Piedra,con mucha suavidad. Le hablaba alfuego, pero no como ya hiciera en elpasado, cuando tuvo que aceptar eldesafío de apagarlo, sino como unAncestral, utilizando sus conocimientosde la gramática mistérica. Le habló delfuego rojo del salón del rey, del fuegoazul que bailaba en los pantanos, delfuego amarillo que encendían en lascolinas a modo de faro en Beltane yHalloween; del fuego arrasador, elfuego purificador y el frío fuego de

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Santelmo; del sol y de las estrellas. Lasllamas crecían. Los dedos tocaron elúltimo signo y llegaron al final delrecorrido. Entonces levantó los ojos.Miró, y lo que vio...

Lo que vio no era el originalbatiburrillo de vecinos reunidos en laestancia de techos altos y paredes demadera, iluminada por lámparaseléctricas normales y corrientes, sino elamplio salón de piedra bajo la luz de lasvelas, con sus tapices colgados y eldistante techo abovedado en el queestuviera anteriormente, hacía un siglo.Apartó los ojos del fuego de leña, queera el mismo de antes aunque ahoraardía en una chimenea distinta, y, comoen el pasado, vio las dos sillas

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ricamente labradas, situadas una a cadalado del hogar. A la derecha estabasentado Merriman, ataviado con su capa,y a la izquierda, la figura que viera porúltima vez, no hacía ni siquiera un día,postrada en unas andas, como siestuviera muerta. Will se inclinó alinstante y se arrodilló a los pies de laanciana dama.

—Señora...—Will —dijo ella, acariciándole

el pelo.—Siento haber roto el círculo

aquella vez. ¿Se encuentra usted bien?...Me refiero a ahora.

—No pasa nada —dijo con suclara y dulce voz—; y no pasará nada enun futuro si podemos ganar la última

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batalla y conseguir los signos.—¿Qué debo hacer?—Anular el poder del frío. Detén

la nieve, el frío y el hielo. Libera a estepaís del acoso de las Tinieblas. Todoeso podrás hacerlo con el siguienteinstrumento del círculo, el Signo deFuego.

—¡Pero yo no lo tengo! —dijo Willcon desesperación—. No sé cómoconseguirlo.

—Tú ya tienes uno de los signos defuego. El otro te aguarda. Cuando loconsigas, vencerás al frío. Sin embargo,antes debemos completar nuestro propiocírculo de llamas, que es una réplica delsigno; y para eso tendrás que eliminar elpoder de las Tinieblas —dijo,

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señalando el gran candelabro de hierroforjado en forma de anillo que habíasobre la mesa, un círculo cuarteado poruna cruz.

Cuando la Dama levantó el brazo,la luz se reflejó en el anillo rosáceo desu dedo. El círculo exterior de velasestaba completo, y doce columnasblancas ardían exactamente comocuando Will estuvo por última vez en lasala. Sin embargo, los brazos de la cruzseguían vacíos, y en ellos se abríannueve agujeros.

Will los miró apesadumbrado. Esaparte de su búsqueda le había causadouna terrible desazón. Tenía que sacar dela nada nueve enormes velas encantadas;y eliminar el poder de las Tinieblas. Él

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ya tenía uno de los signos, sin saberlo; ydebía encontrar otro sin saber dónde nicómo.

—Sé valiente —le dijo la ancianacon una voz débil y cansada.

El muchacho la miró y vio que ellatambién parecía desdibujada, como si nofuera más que una sombra. Levantó lamano preocupado, pero ella apartó elbrazo.

—Todavía no... Hay otro trabajoque también debe hacerse... ya ves cómoarden las velas, Will —dijo con una vozapagada que fue cobrando intensidad—.Ellas te enseñarán el modo.

Will miró las ígneas llamas de lasvelas y sus ojos quedaron atrapados enel elevado anillo de luz. Mientras

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observaba, notó un extraño sobresalto,como si el mundo entero se hubieraestremecido. Levantó los ojos, y lo quevio...

Lo que vio al levantar los ojos eraque había regresado a la mansión de laseñorita Greythorne y a su propia época.Las paredes estaban recubiertas deplafones de madera y entre el murmullode voces, distinguió una que le hablabaal oído. Era el doctor Armstrong.

—... preguntado por ti —estabadiciendo.

El señor Stanton estaba junto a él.El doctor se calló y miró con aire deextrañeza a Will.

—¿Te encuentras bien, jovencito?—Sí... sí, claro. Estoy bien. Lo

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siento. ¿Qué me estaba diciendo?—Decía que tu amigo el vagabundo

ha preguntado por ti. «Quiero ver alséptimo hijo», ha dicho en tono lírico;aunque no consigo imaginar de dónde hasacado tal idea.

—Pero lo soy, ¿no? —dudó Will—. Yo no lo supe hasta el otro día,cuando me enteré de que había tenido unhermanito que murió. Tom.

—Tom, sí —dijo el doctorArmstrong con la mirada nubladadurante unos segundos—. Fue el primerbebé. Me acuerdo muy bien. Eso ocurrióhace muchísimo tiempo. Sí, eres elséptimo hijo; y también lo es tu padre,en realidad —concluyó, volviendo arecobrar la compostura.

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Will se volvió de golpe al oír esaspalabras. Su padre estaba sonriendo.

—¿Tú fuiste también el séptimo,papá?

—Sin duda —dijo Roger Stanton,con la ensoñación pintada en su cararosada y redonda—. La mitad de lafamilia murió en la guerra, perollegamos a ser doce. Tú eso ya losabías, ¿verdad? ¡Qué magnífico clan! Atu madre le encantaba, porque ella erahija única. Me atrevería a decir inclusoque por esa razón os tuvo a todosvosotros. Es algo inimaginable en estaépoca de superpoblación. Sí, eres elséptimo hijo de un séptimo hijo; ysolíamos bromear con eso cuando erasun bebé. Luego ya no, para que no

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pensaras que igual tenías el don de laclarividencia o como se llame.

—Ja, ja. Muy gracioso —dijo Willno sin esfuerzo—. ¿Ha descubierto loque tiene el viejo vagabundo, doctorArmstrong?

—Si quieres que sea sincero, metiene bastante confundido. Tendría quedarle un sedante en su estado, pero tieneel pulso y la tensión sanguínea másbajos que haya visto jamás; así que nosé... No tiene ningún problema físico,por lo que he podido ver. Seguramenteestá un poco desequilibrado, como lamayoría de estos vagabundos viejos (yno es que en la actualidad se veanmuchos, porque casi han desaparecido).De todos modos, sigue pidiendo por ti a

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gritos, Will, así que si puedessoportarlo, iré contigo. No es unenfermo peligroso.

El Caminante estaba armando unjaleo considerable. Cuando vio a Will,se quedó inmóvil y le lanzó una miradaretadora. Su estado de ánimo habíacambiado sin lugar a dudas; volvía atener confianza en sí mismo, y su rostroarrugado y triangular resplandecía. Miróal señor Stanton y al doctor por encimadel hombro de Will y les dijo:

—Váyanse.—Humm —rezongó el doctor

Armstrong, llevándose al padre de Willjunto a la puerta para no oír laconversación, aunque sin perderlos devista.

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En el pequeño vestidor que servíade enfermería había otro heridoocupando un lecho (el que se había rotola pierna), pero parecía estar dormido.

—No puedes permitir que mequede aquí —siseó el Caminante—. ElJinete vendrá a buscarme.

—Antes te aterrorizaba el Jinete —dijo Will—. Te vi. ¿Acaso también hasolvidado eso?

—Yo no he olvidado nada —dijocon desprecio el Caminante—. Ahora yano tengo miedo. Lo perdí cuando medeshice del signo. Deja que me marche.Déjame reunirme con los míos —dijocon un curioso y envarado aire formal.

—A tus amigos no les importódejarte abandonado en la nieve para que

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murieras. Por otro lado, yo no te retengoaquí. Solo te traje para que te viera elmédico. Aunque no esperes que él tedeje marchar en plena tormenta.

—Entonces vendrá el Jinete —dijoel anciano con los ojos encendidos yalzando la voz hasta gritarle a todos lospresentes—. ¡Vendrá el Jinete! ¡Vendráel Jinete!

Will dejó de interrogarlo cuando supadre y el doctor se acercaronprecipitadamente a la cama.

—Pero ¿de qué demonios va todoesto? —preguntó el señor Stanton.

El Caminante se había echadohacia atrás y volvía a farfullar enojadomientras el médico se inclinaba hacia él.

—¡Quién sabe! —suspiró Will—.

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Decía tonterías. Creo que el doctorArmstrong tiene razón; está un pocozumbado. ¿Qué le ha ocurrido al señorLyon? —preguntó, echando un vistazo ala sala y comprobando que no se veíarastro de él.

—Anda por ahí —dijo su padre sindarle importancia—. Ve a buscar a losgemelos, Will. Yo iré a mirar si latormenta ha amainado lo suficiente parapoder salir.

Will estaba de pie en el bulliciososalón, y la gente iba y venía con mantasy almohadas, con tazas de té ybocadillos que iban a buscar a la cocinay platos vacíos que devolvían a ella. Sesintió raro, distante, como si seencontrara suspendido en medio de este

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mundo atribulado y, sin embargo, noformara parte de él. Observó la enormechimenea. Ni siquiera el fragor de lasllamas podía ahogar el aullido delviento exterior, ni el azote de la gélidanieve golpeando los cristales.

Las llamas crecieron y captaron laatención de Will. Desde algún lugar almargen del tiempo Merriman le decíamentalmente:

—Ten cuidado. Es verdad. ElJinete vendrá a buscarlo. Por eso quisetraerte aquí, porque estamos en un lugarque el tiempo ha fortalecido. Si no, elJinete habría ido a tu casa, acompañadode todas sus huestes...

—¡Will! —La imperiosa voz decontralto de la señorita Greythorne

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resonó en los oídos del muchacho—.¡Ven aquí!

Will volvió a la realidad y fuehacia ella. Vio a Robin junto a su silla ya Paul que se acercaba con una cajaalargada y plana en las manos cuyaforma le resultaba familiar.

—Hemos pensado que vamos a daruna especie de concierto hasta que elviento amaine —dijo de modo repentinola señorita Greythorne—. Todosparticiparemos. Todos aquellos aquienes les apetezca, claro. Haremos uncailey o como sea que lo llaman losescoceses.

Will se fijó en que los ojos de Paulirradiaban felicidad.

—Paul tocará esa vieja flauta que

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tanto le gusta —añadió la señoritaGreythorne.

—En el momento adecuado —dijoPaul—, y tú cantarás.

—Muy bien —accedió Will,mirando a Robin.

—Yo me encargaré de coordinarlos aplausos —ironizó Robin—. Aquí síque hay trabajo; parece que somos unpueblo condenadamente artístico. Laseñorita Bell recitará un poema, porparte de los Dorney tocará un grupo folkque han montado tres de ellos, y dosincluso se han traído la guitarra. Elanciano señor Dewhurst hará unmonólogo; a ver quién es el guapo quelo impide... La hija de no sé quiénquiere bailar. ¡Hay una lista

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interminable!—He pensado, Will, que a lo mejor

te gustaría ser el primero en actuar —dijo la señorita Greythorne—. Siempiezas a cantar tú... cualquier cosa, loque más te guste, la gente callará paraescucharte y la sala quedará en silencio.Creo que eso es mejor que tocar unacampanilla o un timbre cualquiera paraanunciar que vamos a empezar elconcierto, ¿no crees?

—Supongo que será lo mejor —dijo Will, aunque la idea deabandonarse a la música sosegadaestaba muy lejos de su pensamiento enesos momentos.

Pensó un poco y recordó unacancioncilla melancólica que el maestro

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de música de la escuela había adaptadoa su voz el trimestre anterior para haceruna prueba. Will tuvo la sensación deestar presumiendo, pero abrió los labiosdesde el lugar donde se encontraba yempezó a cantar.

Blanco se extiende el largocamino a la luz de la luna,Blanco se extiende el largocamino a la luz de la luna,y la luna luce virgen en loalto;blanco se extiende el largocamino a la luz de la lunaque me separa y aleja de miamor.Sus márgenes están quietos, y

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ni una ráfaga los altera,quietas, muy quietas tambiénsiguen las sombras:y mis pies sobre el polvo quela luna iluminaprosiguen su incansablemarcha.

Las voces de la gente que charlaba

fueron apagándose. Vio que losinvitados de la mansión volvían lacabeza hacia él, y casi se saltó una notaal reconocer a las personas que en vanohabía esperado encontrar. Guardandosilencio y de pie al fondo de la salaestaban el granjero Dawson, el viejo

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George y John Smith y su esposa: todoslos Ancestrales preparados para formarel círculo si se terciaba. No muy lejospudo ver al resto de la familia Dawson ya su padre, el cual se había reunido conellos.

El mundo es redondo, dicenlos viajeros,y aunque muy recto discurrael senderotú avanza, avanza con tesóny llegarás a buen puerto.El camino te guiará de vuelta.

Por el rabillo del ojo vio con un

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sobresalto la figura del Caminante. Sehabía envuelto en una manta a modo decapa, y estaba de pie ante el umbral dela pequeña enfermería, escuchando. Willpercibió su cara y lo que vio lo dejóperplejo. La astucia y el terror habíandesaparecido de su rostro triangular yenvejecido, y solo eran visibles latristeza y una añoranza desesperada.Incluso asomaban las lágrimas sus ojos.Era el rostro de un hombrecontemplando algo inmensamenteprecioso que ha perdido para siempre.

Durante unos breves momentosWill creyó que con su música podríaatraer al Caminante hacia la Luz, ymientras cantaba, lo observaba conatención, haciendo que las notas más

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tristes sonaran seductoras, mientrasaquel, sin fuerzas y con amargura, lesostenía la mirada.

Y antes de que el círculodeprisa se cierrelejos, muy lejos nos ha dellevar;blanco se extiende el largocamino a la luz de la lunaque me separa y aleja de miamor.

El público estaba sobrecogido por

la emoción, y el muchacho seguíacantando. Su diáfana voz de soprano que

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no parecía pertenecerle del todo seelevó con un son agudo y remoto,desvaneciéndose en el aire. Se hizo unbreve silencio, ese momento tras laactuación que más significaba para Will,y luego hubo una inmensa ovación. Willoía los aplausos de lejos.

—Hemos pensado que para pasarel rato todos aquellos que lo deseenpodrían entretenernos con susactuaciones —dijo en voz alta laseñorita Greythorne—. Así apagaremoscon nuestras voces el fragor de latormenta. ¿A quién le apetece apuntarse?

Un murmullo de animación recorrióla sala mientras Paul empezaba a tocarla flauta antigua de la mansión, muysuave y flojito. Su exquisita dulzura

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conquistó a los presentes, y Will fuerecobrando la confianza a medida queescuchaba la melodía y el recuerdo de laLuz poblaba de imágenes su memoria.Sin embargo, de repente las notasparecieron dejar de inspirarle fuerza. Nisiquiera podía escucharlas. Unescalofrío le recorrió la espalda y loshuesos empezaron a dolerle. Entoncessupo que algo o alguien se acercaba,maldiciendo todo lo que tenía que vercon la mansión y sus ocupantes, pero,sobre todo, ese influjo maléfico ibadirigido a él.

Nuevas ráfagas de viento azotabanla ventana y hacían temblar los cristales.Alguien golpeó la puerta con todas susfuerzas. En el otro extremo de la

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habitación el Caminante se irguió de unsalto, con una mueca dibujada en surostro, expectante. Paul seguía tocandosin inmutarse. Volvió a oírse el mismoestruendo. Entonces Will cayó en lacuenta de que los demás no percibían loque estaba sucediendo; a pesar de que elviento era casi ensordecedor, los que sehabían reunido en la mansión nocaptaban lo mismo que él, y, porconsiguiente, tampoco se enterarían delo que iba a ocurrir a continuación.Hubo un tercer estrépito, y Willcomprendió que tendría que reaccionar.Caminó entre la muchedumbre, la cualhacía caso omiso, y se dirigió a lapuerta. Agarró la manilla en forma degran círculo de hierro, murmuró unas

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palabras casi sin aliento en el lenguajede los Ancestrales y abrió la puerta depar en par.

La nieve lo salpicó, la aguanievebañó su rostro y el viento se colósibilante en el vestíbulo. En laobscuridad el magnífico caballo negropiafaba, agitando los cascos por encimade la cabeza de Will. Tenía los ojosenloquecidos, y le salía: espuma de laquijada. A lomos del animal montaba elJinete, con sus ojos azules chispeando ysu fulgurante y rojiza cabelleraondeando al viento. Will no pudoreprimir un grito, y se protegió el rostrocon un brazo de manera instintiva.

El semental negro relinchó demanera salvaje y de un salto escapó con

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el Jinete hacia la obscuridad. La puertase cerró de golpe, y los oídos de Willvolvieron a llenarse de música, esasuave melodía que Paul tocaba con laflauta antigua. La gente seguía sentada yarrellanada, en la misma actitudtranquila de antes. Will seguía con elbrazo encogido, cubriéndose la cabeza.Lentamente recobró su posiciónhabitual, y entonces el muchachoadvirtió una cosa que había olvidadopor completo. En la cara interna delantebrazo, la parte que había mostradoal Jinete Negro al levantarlo, estaba lacicatriz de la quemadura que se habíahecho con el Signo de Hierro. Laprimera vez que estuvo en ese mismosalón pero en otra época distinta se

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quemó con el signo cuando las Tinieblasintentaron atacarlo; y la Dama le curó laherida. Will la había olvidado porcompleto. «Tú ya tienes uno de lossignos de fuego...»

Ahora entendía lo que la mujerquiso decirle.

Uno de los signos de fuego habíaalejado a las Tinieblas, y quizá lo habíalibrado del ataque más feroz. Will seapoyó contra la pared y se abandonó,intentando recobrar el aliento. Sinembargo, al dirigir la mirada hacia latranquila multitud que escuchaba elconcierto, vio un personaje que volvió ainfundirle sospechas, y con el rápidoinstinto de la gramática mistérica supoque había sido víctima de un engaño.

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Había creído que se enfrentaba alenemigo, y en cierto modo así era, peroal abrir la puerta, había permitido quelas Tinieblas se comunicaran con elCaminante y que este recobrara susfuerzas de algún modo, recuperando elpoder que había estado esperando.

El Caminante seguía de pie, peroahora se le veía más alto, con los ojosbrillantes, la cabeza levantada y laespalda recta.

—Ven, lobo; ven, sabueso; ven tútambién, gato —decía con un brazo enalto y una voz potente y clara—. Ven,rata; venid, Held y Holda. Ura, Tann,Coll... ¡yo os invoco a todos!; Quert yMorra, acudid a la llamada; venid,Maestro, ¡yo os dejaré entrar!

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Siguió citando nombres, y la listaera larguísima. Will ya la conocía porEl libro de la gramática mistérica.Nadie de los que estaban reunidos en elsalón de la señorita Greythorne eracapaz de ver u oír lo que estabasucediendo. Todos seguían escuchando aPaul igual que antes, y cuando suactuación terminó, el anciano señorDewhurst empezó su monólogo,imponiendo su voz con determinación.Nadie parecía ver a Will. El muchachose preguntó si su padre, quien charlabacon los Dawson, no tardaría en darsecuenta de que su hijo menor habíadesaparecido.

Sin embargo, pronto dejó depreocuparse, porque mientras el

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Caminante seguía citando más nombres,percibió que la sala empezaba a cambiarcon sutileza; el salón antiguo de la Damaafloró en su conciencia y fueabsorbiendo paulatinamente laapariencia del presente. Sus amigos yfamiliares se desvanecieron; solo elCaminante, situado en el extremoopuesto al fuego que ardía en laespaciosa estancia, era igual de visibleque antes. Mientras Will seguía mirandoel grupo en el que se encontraba supadre, fue testigo, justo en el momentode desaparecer, del proceso dedesdoblamiento que utilizaban losAncestrales para moverse en el tiempo.Frank Dawson salía de sí mismo sinesfuerzo alguno, y su otro yo se

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desvanecía en el presente. A medida quese acercaba a Will, la segunda forma ibaganando en claridad. Tras él, y delmismo modo, acudió el viejo George, eljoven John y la mujer de ojos azules.Will tuvo conciencia entonces del que éltambién había llegado hasta allíexactamente igual.

Los cuatro personajes se agruparona su alrededor en medio del salón de laDama, mirando hacia fuera y formandocuatro esquinas. Mientras el Caminanteseguía invocando a las Tinieblas, la salaempezó a cambiar de nuevo. En lasparedes oscilaban unas luces y unasllamas extrañas, que obscurecían lasventanas y los tapices. A cada nombrepronunciado se elevaba en el aire un

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fuego azul, con un silbido, paraextinguirse luego. En las paredescontrarias a la chimenea, tres inmensas ysiniestras llamas se elevaron hasta eltecho sin apagarse después, sino quesiguieron bailando y retorciéndose conun fulgor que nada bueno presagiaba,mientras una luz fría lo iluminaba todo.

Ante el hogar y sentado en lacolosal silla labrada que había ocupadodesde el principio, Merrimanpermanecía inmóvil. Su posicióndenotaba una terrible fuerza contenida, yWill contempló sus anchas espaldas conaprensión, igual que hubiera observadoun muelle gigantesco a punto de soltarsecon un chasquido.

—Ven Utah, ven Truith... —iba

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recitando en voz alta el Caminante—.Ven Eriu, ven Loth; Hergo, Celmis, ¡avosotros también os invoco!

Merriman se puso en pie, y sufigura era una columna altísima y negracoronada por un penacho blanco. Sehabía ceñido la capa alrededor delcuerpo. Solo quedaba al descubierto sucara cincelada como la piedra mientrasla luz centelleaba en su masa de cabellocano. El Caminante lo miró y pareciódesfallecer. En la estancia los fuegos ylas llamas de las Tinieblas silbaban ydanzaban, blancos, azules y negros, sintonalidades doradas, rojizas oanaranjadas. Las nueve llamas más altasse erguían como árboles amenazadores.

Sin embargo, parecía que el

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Caminante se había quedado sin voz.Miró de nuevo a Merriman y dio unrespingo. Sopesando la mezcla de deseoy temor que le asomaba a los ojos, Willde repente supo quién era.

—Hawkin —dijo Merriman en vozbaja—. Todavía estás a tiempo devolver a casa.

El halcón se reúne con las Tinieblas

—No —susurró el Caminante.—Hawkin —insistió con cariño

Merriman—. Todos los hombres tienenuna segunda oportunidad, la oportunidadde conseguir el perdón. No es

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demasiado tarde. Regresa, ven a la Luz.—No —decía el vagabundo con

una voz apenas audible, un meroresuello.

Las llamas ardían quietas yconstantes en la sala. Nadie se movía.

—Hawkin —dijo Merriman con untono de voz que no pretendía imponerse,sino solo reflejar cariño e implorar suatención—. Hawkin, vasallo mío,abandona las Tinieblas. Intenta recordar.Hubo un tiempo en que entre los dosreinaba el amor y la confianza.

El Caminante lo miró como uncondenado, y entonces, en su carapuntiaguda y arrugada, Will pudo vercon claridad los rasgos de Hawkin, elhombrecillo vivaracho que había sido

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arrancado de su tiempo para entregarleEl libro de la gramática mistérica, yque tras la conmoción sufrida al haberseenfrentado a la muerte, había traicionadoa los Ancestrales, aliándose con lasTinieblas. Recordó el sufrimiento en losojos de Merriman mientras ambosrevivían esa traición, y la terriblefatalidad con la que había contempladoel sino de Hawkin.

El Caminante seguía mirando aMerriman, pero sus ojos no lo veían.Rememoraba el pasado, y volvía adescubrir todo aquello que habíaolvidado o apartado del pensamiento.

—Vos pusisteis en peligro mi vidapor un libro —dijo despacio y en tonode creciente reproche—. ¡Por un libro!

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Al buscarme unos maestros másconsiderados, me enviasteis a mi propiaépoca, pero las cosas habían cambiado.Marcasteis en mi destino el que llevarael signo siempre conmigo —exclamócon la voz rota por el dolor y elresentimiento a medida que ibarecordando—. Llevé el Signo de Broncedurante muchísimos siglos. Por vuestracausa dejé de ser un hombre paraconvertirme en una criatura en perennehuida, siempre a la búsqueda de sudestino y acosada. Vos impedisteis queyo pudiera envejecer con decencia en mipropia época, como hacen todos loshombres cuando tras vivir su vida elpeso de los años les hace desearabandonarse al sueño de la muerte. Vos

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me privasteis de mi derecho a morir. Meenviasteis a mi propia época con elsigno, hace ya muchísimo tiempo; y meobligasteis a llevarlo conmigo duranteseiscientos años, hasta ahora —proclamó, y miró parpadeando a Willcon los ojos encendidos por el odio—.Hasta que el último de los Ancestralesnaciera y me librara del signo. Eres tú,muchacho; todo confluye en ti. Elcambio de época, eso me arrebató mipreciosa vida de ser humano, y todo fuepor tu causa. Antes de que tú nacieras ydespués. Por tu condenado don de lagramática mistérica, perdí todo aquelloque siempre había amado.

—Escúchame, Hawkin —imploróMerriman—. ¡Todavía puedes volver a

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casa! ¡Decídete! Es tu últimaoportunidad; podrás volver al seno de laLuz y recuperar tu vida.

Su porte estilizado y orgulloso seinclinó hacia delante, en un gesto desúplica, y a Will le dolió aquellaimagen, porque conocía sussentimientos, y sabía que Merrimanatribuía a un error de cálculo la traiciónde su siervo Hawkin y la vida deldesdichado Caminante, convertido en unsilbante proyectil a las órdenes de lasTinieblas.

—Te lo ruego, por lo que másquieras, hijo mío... —dijo Merriman conla voz rota.

—No —respondió el Caminante—.Encontré mejores maestros que vos.

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El gélido ardor de las nueve llamasde las Tinieblas que cubrían las paredesse intensificó, y el fuego las atizó conuna luz azulada y temblorosa. Elvagabundo se arrebujó en la mantaobscura en la que se había envuelto ymiró con ojos enloquecidos la sala.

—¡Maestros de las Tinieblas! ¡Yoos invoco! —gritó desafiante.

Las nueve llamas se apartaron delas paredes y avanzaron hacia el centrode la estancia, acercándose a Will y loscuatro Ancestrales, quienes seguíancolocados de cara hacia fuera. El fulgorblanco azulado cegó a Will, y elmuchacho dejó de ver al Caminante. Através de las intensísimas luces su vozestridente seguía gritando, llena de una

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profunda y salvaje amargura:—¡Arriesgasteis mi vida por el

libro! ¡Me obligasteis a transportar elsigno! ¡Permitisteis que las Tinieblas meacosaran a lo largo de todos esos siglossin dejarme morir! ¡Ahora, mi señor, ostoca a Vos!

«... a Vos!... a Vos!», y las paredesdevolvieron el eco de sus gritos. Lasnueve altas llamas se acercaron todavíamás, despacio, y los Ancestrales seguíanplantados en el centro mismo de lahabitación, mirando cómo seaproximaban. Merriman se alejó de lalumbre y lentamente fue a reunirse conellos. Will vio que su rostro, con laslíneas de expresión muy marcadas,volvía a mostrarse impasible, y su

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profunda mirada era vacua y sombría.Tuvo entonces la certeza de que pasaríamuchísimo tiempo antes de que nadiepudiera leer en él la más mínimaemoción que lo delatara. La oportunidadque se le había brindado al Caminantede volver a ocupar el pensamiento y elalma de Hawkin había sido rechazada; yahora ya era demasiado tarde.

Merriman levantó ambas manos yla capa ondeó como si fuera un par dealas.

—¡Deteneos! —gritó con su gravevoz, fustigando el crepitar del silencio.Las nueve llamas se detuvieron,suspendidas en el aire—. En nombre delcírculo de los signos, yo os ordeno queabandonéis esta casa —dijo Merriman

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con voz clara y firme.La fría luz de las Tinieblas que

inundaba la sala y se vislumbraba traslas enormes y erguidas llamas titiló yrestalló como la risa; y de la negrura delfondo, surgió la voz del Jinete Negro.

—Vuestro círculo no está completoy carece del poder para echarnos —dijoen son de burla—. Además vuestrovasallo nos ha llamado, invitándonos aesta casa, como ya había hecho antes ypuede volver a hacer, si quiere; porquees nuestro vasallo, y no el vuestro,señor. El halcón se ha reunido con lasTinieblas... Vos ya no podéis alejarnosde aquí. No hay llama ni fuerza algunas,ni ninguna suma de poderes que puedanecharnos. Romperemos vuestro círculo

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de fuego antes de que lo obtengáis, yvuestro círculo jamás se completará. Sedestruirá en el frío, señor, en lasTinieblas y en el frío...

Will temblaba. La verdad era quehacía mucho frío en la sala. El aire eracomo una corriente de agua helada quellegaba de todos lados. El fuego de lachimenea no calentaba, porque su calorera absorbido por las frías y azuladasllamas de las Tinieblas que lo rodeaban.Las nueve llamas volvieron a oscilar, ycuando el muchacho las miró, habríapodido jurar que no eran llamas, sinocarámbanos gigantescos, del mismo tonoblanco azulado pero sólidos,amenazantes, unas imponentes columnasa punto de derrumbarse sobre sí mismas

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y aplastarlos con todo su peso y sugelidez.

«... y en el frío... y en el frío...»,decía el eco del Jinete Negro desde lassombras. Will miró a Merrimanalarmado. Sabía que todos y cada uno delos Ancestrales que se encontraban en laestancia habían estado combatiendo lafuerza de las Tinieblas con todos lospoderes que tenían a su alcance desde elpreciso momento en que el Jineteempezara a hablar; y nada de todo esohabía servido.

—Hawkin es quien ha permitidoque entren, igual que hizo cuando nostraicionó por primera vez —dijo en vozbaja Merriman—. Nosotros no podemosimpedirlo. Hubo un tiempo en que gozó

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de mi confianza, y eso todavía le da uncierto poder, aun cuando esa confianzaya ha desaparecido. Nuestra únicaesperanza es la misma que teníamos alprincipio: el hecho de que Hawkin tansolo es un hombre... Porque frente a loshechizos del abismal frío, pocopodemos hacer.

Con el entrecejo fruncidocontempló el anillo de fuegoblanquiazulado que parpadeaba ybailaba. El frío también parecía haberhecho mella en el joven. Tenía malaspecto y las mejillas hundidas.

—Harán que penetre en la casa elfrío glacial —se dijo casi a sí mismo—.El frío del vacío, del espacio negro...

El frío fue apoderándose de él, y no

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solo de su cuerpo, sino también de sumente. Sin embargo, las llamas de lasTinieblas parecían disminuir al mismotiempo, y Will se dio cuenta de que supropio siglo volvía a aparecer en tornoa ellos. Habían vuelto a la mansión de laseñorita Greythorne... sin lograrliberarse del frío.

Las cosas habían cambiado; elmurmullo de animadas voces habíacedido paso a un mutismo angustiado, yla sala de altos techos estaba enpenumbra, iluminada tan solo con velasdispuestas en candelabros, tazas yplatos, y diseminadas por todos loslugares posibles. Las brillanteslámparas eléctricas se habían apagado ylos largos radiadores metálicos que

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calentaban casi toda la estancia nodespedían calor alguno. Merrimanaterrizó a su lado de maneradesconcertante, como quien acaba dellegar tras salir a hacer un recadorápido. La capa era algo distinta, y elsobretodo de amplia caída que habíallevado unas horas antes se habíaconvertido en un frac.

—No podemos hacer gran cosa ahíabajo, señora —le dijo a la señoritaGreythorne—. Por supuesto la calderase ha apagado. No hay corrienteeléctrica. Tampoco tenemos teléfono.He hecho sacar todas las mantas y lascolchas de la casa y la señorita Hamptonestá preparando muchos litros de sopa ybebidas calientes.

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—Hicimos bien en conservar losantiguos hornillos de gas —dijo laseñorita Greythorne con un rápido gestode aprobación—. Querían que medeshiciera de ellos, ¿sabe, Lyon?,cuando me pusieron la instalacióneléctrica. Yo me negué en redondo. Laelectricidad... ¡bah! Siempre sospechéque a esta casa tan vieja no le agradaría.

—He hecho que entren la mayorcantidad posible de leña para mantenerencendido el fuego —dijo Merriman,pero en ese mismo instante, comoburlándose de sus palabras, un gransilbido acompañado de muchísimovapor salió de la ancha chimenea, y losque estaban cerca se apartaron de unbrinco, tosiendo y mascullando. Will

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divisó a Frank Dawson y al viejoGeorge entre la repentina nube de humoque se había formado en el interior.Intentaban salvar el fuego. No obstante,ese fuego ya se había apagado.

—¡La nieve baja por la chimenea!—anunció el granjero Dawson, tosiendo—. Necesitaremos cubos, Merry,¡rápido! Esto está hecho un asco.

—¡Voy! —gritó Will, dando unsalto para ir a la cocina, contento detener la oportunidad de moverse.

Sin embargo, antes de que pudierallegar a la puerta y mientras pasabajunto a los apiñados grupos de genteasustada y muerta de frío, una figura seinterpuso en su camino, y dos manos leagarraron los brazos con tanta fuerza que

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gimió de dolor. Unos centelleantes ojosle traspasaron la mirada, fieros ydeslumbrantes de triunfo, y la voz aguday fina del Caminante chirrió en su oído.

—¡Vaya, vaya! ¡Si tenemos aquí aun Ancestral! ¿Sabes qué va a ocurrirte,Ancestral? El frío está penetrando en lacasa, y las Tinieblas te dejaráncongelado. Muerto de frío, paralizado;no podréis hacer nada para evitarlo.Nadie podrá proteger los preciosossignos que llevas en el cinturón.

—¡Déjame marchar! —se debatíaWill enojado, pero las manos que leasían por la muñeca tenían la fuerza dela locura.

—¿Sabes quién se quedará con lossignos, Ancestral? Yo. El pobre

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Caminante será quien los luzca. Es larecompensa que me han prometido pormis servicios; los señores de la Luzjamás me ofrecieron una recompensaigual... Ni siquiera la más mínimarecompensa. Yo seré ahora el Buscadorde los Signos, yo; y todo lo que ha sidotuyo ahora será solo mío.

Intentó aferrarse al cinturón deWill, con el gesto tenso en señal devictoria y la baba cayéndole comoespuma por las comisuras de la boca.Will pidió auxilio. De inmediato JohnSmith acudió junto a él, con el doctorArmstrong a sus espaldas. El fornidoherrero sujetó las manos crispadas delCaminante y se las dobló a la espalda.El anciano maldecía y chillaba, con los

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ojos encendidos por el odio que sentíapor Will, y ambos hombres tuvieron queforcejear para reducirlo. Al finalconsiguieron atraparlo y acallar suagresividad. Entonces el doctorArmstrong se apartó con un suspiro deexasperación:

—Este tipo debe ser lo único queno se ha congelado en este país. Ha idoa escoger un buen momento paravolverse loco... Tanto si tiene pulsocomo si no, voy a dormirlo un rato. Esun peligro para la comunidad y para símismo.

Frotándose la magullada muñeca,Will pensó: ¡No sabe usted bien quéclase de peligro representa! Entoncescomprendió de repente lo que había

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querido decir Merriman cuando afirmóque la única esperanza que les quedabaera la misma que tenían al principio: elhecho de que Hawkin tan solo era unhombre.

—Aguántalo ahí, John, mientrasvoy a buscar mi maletín dijo el doctor,desapareciendo entre la sala. JohnSmith, con un enorme puño agarrando elhombro del Caminante y el otroenlazando sus muñecas, guiñó un ojo aWill, animándolo a entrar en la cocinacon un gesto. Entonces el muchachorecordó lo que había ido a buscar ycorrió a cumplir con su recado. Cuandovolvió como una exhalación, cargadocon dos cubos vacíos balanceándose encada una de sus manos, vio jaleo en la

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chimenea; se oían de nuevo los silbidos,y una humareda escapaba del tiro. FrankDawson retrocedió a trompicones.

—¡No hay nada que hacer! —dijocon furia—. ¡Está todo perdido! Tanpronto como consigues limpiar lachimenea, la nieve vuelve a entrar adestajo; y el frío... Míralos, Will —dijo,observando con desesperación a sualrededor. En la habitación reinaba latristeza y el caos: los bebés lloraban, lospadres se acurrucaban contra sus hijospara darles calor y aliento. Will se frotólas manos heladas e intentó sentir lospies y el rostro, ateridos de frío. La salaestaba cada vez más fría, y en el heladomundo exterior no se oía sonido alguno,ni siquiera el viento. La sensación de

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hallarse en dos niveles del tiemposeguía rondándole en el pensamiento, apesar de que lo único de que eraconsciente en la antigua mansión, comoun inacabable y funesto presagio, era delas nueve inmensas llamas de hielo,lanzando sus inacabables destellos enlas paredes lindantes a la chimenea.Cuando descubrió por primera vez queel frío lo había devuelto a su propiaépoca, las velas eran como espectros,apenas visibles, pero a medida que latemperatura bajaba, iban destacándosecada vez más. Will las observó.Comprendió que de algún modopersonificaban el poder de las Tinieblasen el cénit del solsticio de invierno; sinembargo, también entendía que formaban

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parte de una magia independiente quelas Tinieblas aprovechaban y que, aligual que muchísimas otras cosas en lalarga batalla que libraban contra el reinodel mal, la Luz podía apropiarse de ellasi lograba actuar correctamente en elmomento adecuado. Pero ¿cómo loconseguiría?

¿Cómo?El doctor Armstrong volvía a la

enfermería con su maletín negro. Quizádespués de todo había un modo, solouno, de detener a las Tinieblas antes deque el frío alcanzara el punto de laaniquilación. Si un hombre, de manerainvoluntaria, ayudara a otro... Quizá conese pequeño acontecimiento podríanalejar de sí toda la fuerza sobrenatural

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de las Tinieblas. Will aguardaba, tensopor la excitación. El doctor se dirigióhacia el Caminante, quien seguíamaldiciendo con palabras incoherentes,sometido por la fuerza del herrero John,y le deslizó con destreza una aguja en lapiel antes de que el hombre supiera loque estaba ocurriendo.

—Ya está —dijo con voz amable—. Eso le ayudará. Duerma.

Movido por el instinto, Will seadelantó por si necesitaban ayuda, y vioque Merriman, el granjero Dawson y elviejo George también se aproximaban.El médico y el paciente quedaronencerrados en el anillo que habíanformado los Ancestrales, unacircunferencia perfecta que los protegía

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contra las interferencias. El Caminantevio a Will y gruñó como un perro,mostrando unos dientes rotos yamarillentos:

—Morirás congelado... Morirás...—le espetó— y los signos serán míos,intentes... lo que... intentes...

No pudo terminar la frase yentrecerró los ojos. La voz le flaqueabaa medida que la droga empezaba aamodorrarlo, y cuando la sospechaempezó a asomarle a los ojos, lospárpados se le cerraron. LosAncestrales dieron un par de pasos,estrechando el círculo. El ancianovolvió a parpadear, y puso los ojos enblanco durante un horrible segundo.Luego quedó inconsciente. Al cerrar su

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mente, también se le cerraba a lasTinieblas la entrada a la casa.

De repente la habitación cambió,aliviándose la tensión. El frío no era tanacuciante, la angustia y la preocupaciónque flotaban a su alrededor como unaneblina empezaron a menguar. El doctorArmstrong se puso en pie, con unaexpresión interrogativa y confusa. Susorpresa fue mayor cuando se vio dentrodel círculo de rostros atentos.

—Pero ¿qué...? —empezó a decirindignado.

Sin embargo, Will no pudo oír elresto de la pregunta, porque Merrimanlo llamaba entre la multitud, conpremura y en silencio, en el lenguajemental del que los seres humanos

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quedaban excluidos.—¡Las velas! ¡Las velas

invernales! ¡Cogedlas, antes de que sedesvanezcan!

Los cuatro Ancestrales seprecipitaron hacia la sala en distintasdirecciones. Los extraños cilindrosblanquiazulados seguían suspendidos demanera fantasmagórica, ardiendo consus gélidas llamas. Avanzaron conprontitud hacia las velas y las agarraron,una en cada mano. Will, al ser más bajo,se subió de un salto a una silla parahacerse con la última. Era fría, suave ypesada al tacto, como hielo sin fundir.En el instante en que la tocó, se sintiómareado, y la cabeza empezó a darlevueltas...

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Había regresado a la espaciosasala del pasado con sus cuatrocompañeros, y junto a la chimenea vio ala Dama sentada en la silla de respaldoalto, con la esposa del herrero, de clarosojos azules, descansando a sus pies.

Estaba claro lo que había quehacer. Una vez conseguidas las velas delas Tinieblas, se dirigieron hacia lamaciza mesa sobre la cual reposaba elmagnífico candelero circular en formade mándala de hierro. Los Ancestralesdepositaron la preciada carga en losnueve orificios todavía vacíos de la cruzcentral. Las velas cambiaron sutilmenteal ocupar su lugar; la llama se adelgazóy estilizó, y pasó de la tonalidad fría einquietante del azul a la de un dorado

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blanquecino. Will fue el último en ponerla vela. Alargó el brazo y la insertó enel último soporte, justo en el centro deldibujo; y tras su gesto, las llamas detodas las velas salieron despedidas enun círculo triunfante de fuego.

—Ese es el poder que hemosarrebatado a las Tinieblas, Will Stanton—dijo la anciana con su frágil voz—.Los espectros del mal invocaron a lasvelas invernales, sirviéndose de unamagia neutra, para convertirlas enfuerzas destructoras. Ahora que noshemos apropiado de ellas con mejoresfines, su poder será mayor, y gracias a élpodrán entregarte el Signo de Fuego.Fíjate.

Se retiraron y observaron la

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escena. La última vela que Will habíacolocado en el centro empezó a crecer.Cuando su llama se elevaba por encimade las demás, fue ganando color, y setiñó de amarillo, naranja y rojobermellón. El resplandor siguiócreciendo y se convirtió en una rara flor,dotada de un tallo extraño. En la llamaardía una flor curva y de múltiplespétalos, y cada uno de ellos reflejabauna tonalidad distinta de los colores dela llama. Con pausada gracia los pétalosse abrían y caían, flotando y fundiéndoseen el aire. Al final, del extremo dellargo y curvado tallo de la plantabermeja se desprendió una brillante yredondeada vaina con un grácilmovimiento, y luego se abrió con una

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rápida y silenciosa explosión. Sus cincolados se desplegaron a la vez, comounos pétalos más consistentes, y en elinterior apareció un círculo dorado yrojizo de una forma conocida. —Cógelo,Will —dijo la Dama.

Will dio dos vacilantes pasos haciala mesa, y el magnífico y estilizadopedúnculo se inclinó hacia él. Cuando elmuchacho acercó su mano, notó queestaba apresando el círculo dorado. Desúbito la fuerza de un poder invisible losacudió, recordándole la sensación quetuvo al destruirseEl libro de lagramática mistérica. Trastabilló unpoco y recuperó el equilibrio, yentonces vio que la mesa estaba vacía.Con la rapidez de un relámpago todo lo

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que había encima de ella habíadesaparecido: la extraña flor, las nuevevelas, colosales y llameantes, y elcandelabro de hierro en forma de signoque las sostenía. No quedaba nada.Nada, salvo el Signo de Fuego.

Will lo tenía en la palma de lamano, y era cálido al tacto. Jamás habíavisto algo tan bello. Con gran maestríahabían batido varias clases de oro dediferente color hasta darle la forma deuna cruz circunscrita en un círculo, y acada lado habían montado diminutaspiedras preciosas: rubíes, esmeraldas,zafiros y diamantes, combinados todosellos en unos dibujos rúnicos muyoriginales que le resultaban vagamentefamiliares. Las gemas resplandecían en

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su mano, lanzando destellos similares alos de todas las variantes del fuego. Alobservarlo más detenidamente, vio quesobre el borde exterior había inscritasunas palabras diminutas:

LIHT MEC HEHT GEWYRCAN

—La Luz ordenó que fuera labrado

—tradujo Merriman en voz baja.Tan solo les faltaba un signo. Will

no cabía en sí de alegría, y levantó elbrazo al aire, sosteniendo el signo enalto para que los demás lo vieran. Elcírculo de oro grabado atrapó el fulgorde todas las luces de la sala,

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parpadeando como si fuera una auténticallama. En el exterior resonó un rugidoatronador, como un prolongado lamentode rabia que retumbó y bramó sin cesar,en un estertor final. Con el fragor en susoídos Will regresó a la sala de laseñorita Greythorne, y vio todos losrostros familiares de la gente del pueblovueltos hacia el techo con aireinterrogante, preguntándose qué habíasido ese gruñido tan espectacular.

—¿Es un trueno? —dijo alguiendesconcertado.

Una luz azulada parpadeó en todaslas ventanas y el trueno cayó tanensordecedoramente cerca que todos sesobresaltaron. Volvió la luz, y se oyó denuevo el bramido sordo. Un niño

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empezó a llorar, con un llanto fuerte yagudo. No obstante, a pesar de que lamultitud esperaba oír el siguienteestruendo, se hizo el silencio. No huborayos ni truenos, ni siquiera un murmullodistante. Al cabo de un breve silencio enel que todos contuvieron el aliento ysolo era audible el silbido de lascenizas en la chimenea, empezó adefinirse un suave golpeteo en elexterior, que fue creciendo hasta hacerseinconfundible, como un staccato malarticulado dirigido contra las ventanas,las puertas y el techo.

—¡Está lloviendo! —dijo la mismavoz anónima.

Un murmullo en la sala la coreócon entusiasmo, y las expresiones

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lúgubres se iluminaron con sonrisas;hubo quien corrió hacia las obscurasventanas para escrutar el exterior, ydesde allí empezó a hacer señas a losdemás, saltando de alegría. Un anciano aquien Will no recordaba haber vistonunca se volvió hacia él y le dedicó unasonrisa desdentada.

—¡La lluvia fundirá toda esa nieve!—farfulló—. ¡Se fundirá en un abrir ycerrar de ojos!

—¡Estás ahí! —exclamó Robin,saliendo de la multitud—. ¿Estoy másloco que una cabra o en esta habitaciónque estaba al borde del colapso ahoraempieza a hacer calor?

—Hace más calor —dijo Will,sacándose el jersey y dejando al

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descubierto el Signo de Fuego, queahora iba ceñido al cinturón delmuchacho, a salvo junto a los demásinstrumentos del poder.

—¡Qué raro! Hace un rato hacía unfrío del demonio... Me imagino queahora vuelve a funcionar la calefaccióncentral.

—¡Vamos a ver la lluvia! —chillaron un par de muchachos, pasandojunto a ellos como una exhalación paraalcanzar la puerta principal. Seguíanforcejeando con el pomo cuando unaserie de golpes rápidos y fuertes resonóen la madera. En el umbral aparecióMax, con el pelo chafado por la suave einsistente lluvia. Al muchacho le faltabael aliento, y boqueaba para coger aire y

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poder articular las palabras.—¿Está la señorita Greythorne?, ¿y

mi padre?Will notó que alguien le ponía una

mano en el hombro y vio a Merriman allado de él. La preocupación que advirtióen su mirada le hizo comprender que, dealgún modo, estaban frente a un nuevoataque de las Tinieblas. Max vio a suhermano menor y se acercó a él, con lalluvia deslizándose por su rostro.

—Ve a buscar a papá —dijo,sacudiéndose la humedad como un perro—, y al doctor también, si está libre.Mamá ha tenido un accidente. Se hacaído por las escaleras. Sigueinconsciente, y creemos que se ha rotouna pierna.

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El señor Stanton oyó sus palabras ysalió disparado hacia donde seencontraba el doctor. Will miró contristeza a Max.

—¿Esto es obra de las Tinieblas?—dijo muy asustado, dirigiéndose ensilencio a Merriman—. ¿De verdadcrees que han sido ellas? La Dama dijoque...

—Es posible —le respondió unavoz mental—. A ti no pueden hacertedaño, y tampoco pueden destruir a losseres humanos. Sin embargo, sabencómo manipularlos para que sean ellosmismos quienes se expongan al peligro;o bien provocan un trueno ensordecedore inesperado cuando alguien seencuentra en lo alto de una escalera.

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Will no siguió escuchando. Saliópor la puerta con su padre, sus hermanosy el doctor Armstrong, y la comitiva sepuso en marcha, siguiendo a Max hastallegar a la casa de los Stanton.

El rey del fuego y el agua

James seguía pálido y

descompuesto, incluso después de que elmédico hubiera llegado sano y salvo yestuviera ya examinando a la señoraStanton en la sala de estar. Se hizo a unlado con los hermanos que tenía máscerca, que resultaron ser Paul y Will,para que los demás no pudieran oírles

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hablar.—Mary ha desaparecido —dijo

con un deje de amargura.—¿Que ha desaparecido?—Os lo prometo. Le dije que no se

marchara. No creí que fuera a hacerlo—dijo con una angustia tal que alestoico James casi se le saltaban laslágrimas de los ojos—. Pensé que ledaría miedo salir de casa.

—¿Salir? ¿Adonde? —dijo Paul enun tono seco.

—A la mansión. Se marchódespués de que Max fuera a buscaros.Gwennie y Bar estaban en la salita conmamá. Mary y yo preparábamos el té enla cocina. Entonces se pusonerviosísima y dijo que hacía demasiado

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rato que Max se había marchado y quetendríamos que ir a buscarlo por si lehabía sucedido algo. Yo le dije que nofuera tonta, y que, desde luego, nodeberíamos salir por nada del mundo,pero entonces Gwen me llamó para queme encargara del fuego de la sala, ycuando volví, Mary ya se había ido, consu chaquetón y sus botas. No pude ver surastro en el camino —siguió diciendoJames, resollando—. Empezaba a llovery se habían borrado sus huellas. Medisponía a salir a buscarla sin decirnada a nadie, porque las chicas ya teníanbastantes problemas, pero justo entoncesllegasteis vosotros. Creí que la habríaisencontrado... ¡Dios mío! —exclamóJames desconsolado—. ¡Es tonta de

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remate!—No te preocupes —dijo Paul—.

No puede haber ido muy lejos. Ve conlos demás y espera el momento propiciopara explicárselo a papá. Dile que hesalido a buscarla, y que me marcho conWill. Ambos llevamos todavía losabrigos puestos.

—Bien —dijo Will, quien seapresuraba a barajar diversosargumentos de peso para acompañarlo.

Cuando ya estaban bajo la lluvia yempezaban a chapotear sobre la nievegrisácea, Paul dijo:

—¿No crees que ya sería hora deque me dijeras de qué va todo esto?

—¿Qué? —exclamó Will perplejo.—¿En qué lío te has metido? —le

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preguntó Paul con aire severo yescrutador, mirándolo tras sus gruesasgafas.

—En ninguno.—Mira: si el hecho de que Mary se

haya marchado tiene algo que ver conesto, no tienes más remedio quecontármelo.

—¡Vaya!Will se fijó en la actitud

beligerante y decidida de Paul, y sepreguntó cómo puede explicarse a unhermano mayor que no se es exactamenteun chico de once años, sino un ser algodistinto a la raza humana que lucha porsu supervivencia. Es absolutamenteimposible.

—Creo que es por esto —dijo,

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mirando con cautela alrededor. Sedesabrochó la chaqueta y se levantó eljersey para mostrar los signos a Paul—.Son antigüedades. Unas hebillas que elseñor Dawson me regaló por micumpleaños, pero creo que tienenmuchísimo valor, porque hay dos o trestipos rarísimos que me siguen a todaspartes para hacerse con ellas. Unhombre me persiguió por el Camino deHuntercombe en una ocasión... y eseanciano vagabundo está compinchadocon ellos... No sé muy bien cómo. Poreso no quería traerlo a casa el día que loencontramos en la nieve —terminódiciendo, mientras pensaba lo pococoherente que resultaba su explicación.

—Humm... Ya, ¿y ese hombre de la

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mansión, el nuevo mayordomo? Lyon, sellama, ¿verdad? ¿También él tiene quever con esos farsantes?

—¡No, no! —se apresuró a aclararWill—. Es amigo mío.

Paul lo observó durante unosmomentos con aire inexpresivo. Willrecordaba la paciencia que su hermanohabía demostrado la otra noche en subuhardilla, al principio de la historia, yel modo en que tocaba la flauta antigua.Entonces supo que si hubiera tenido queconfiar en alguno de sus hermanos, Paulhabría sido el más indicado. Ahora bien,eso quedaba absolutamente descartado.

—Está claro que no me cuentas dela misa la mitad, pero con eso me bastade momento. Por lo que me dices,

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parece que esos buscadores deantigüedades quizá hayan amenazado aMary y la retengan contra su voluntad,como a una especie de rehén.

Habían llegado al final del camino.La lluvia caía con insistencia sobre losmuchachos, copiosamente pero sinensañarse; corría sobre los montículosde nieve, caía de los árboles y estabaconvirtiendo la carretera en lo queparecía ser el comienzo de un arroyoque se desplazaba con rapidez. Miraronhacia ambos lados. Fue en vano.

—Deben de haberla cogido —aventuró Will—. Quiero decir que elladebe de haber ido directa a la mansióny, en cambio, nosotros no la vimos alvolver a casa.

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—De todos modos iremos haciaallí para comprobarlo —dijo Paul,inclinando la cabeza de repente yobservando el cielo con desafío—.¡Mira que llover ahora! ¡Es ridículo!Así... tan de repente. Con toda esanieve... Además, ya no hace aquel fríohelador. No tiene ningún sentido —dijo,pisando la corriente del arroyo en que sehabía convertido el Camino deHuntercombe—. Claro que muchascosas ya han dejado de tener sentidopara mí —dijo, dedicando a Will unatímida y perpleja sonrisa.

—Ya. Bueno, no, claro...Will chapoteaba ruidosamente para

ahogar sus remordimientos mientrasintentaba vislumbrar alguna señal de su

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hermana a través de la cortina de lluvia.El ruido ahora era ensordecedor: era elsonido de la espuma del mar crepitandoentre los guijarros, del rompiente de lasolas, mientras la lluvia, transportadarítmicamente por el viento, corría araudales entre los árboles. Era un sonidoantiquísimo, como si se hallaran frente ala orilla de un océano anterior a laaparición de los seres humanos y de susantepasados. Los hermanos enfilaron lacarretera, escrutando el paisaje yllamando a su hermana con obstinación yuna nota de angustia en sus voces. Elpaisaje se metamorfoseaba a medida quela lluvia dividía la nieve, trazandonuevas lomas y avenidas. Sin embargo,al llegar a un recodo, Will supo con

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certeza dónde se encontraban.Vio que Paul se defendía,

protegiéndose la cabeza con el brazo.Oyó el graznido áspero y estridentesubiendo de tono para desaparecerluego, e incluso a través de ladesenfrenada lluvia pudo advertir elaluvión de plumas negras cuando labandada de grajos pasó en vuelo rasantejunto a sus cabezas.

—Pero ¿qué diantre...? —empezó adecir Paul, incorporándose de nuevo yobservando los pájaros.

—Cruza la carretera —dijo Will,empujándolo con firmeza hacia un lado—. A veces los grajos se ponen comolocos. Ya lo he visto antes.

Otros pájaros descendieron en

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picado, chillando, y sorprendieron aPaul por detrás. Lo empujaban haciadelante, mientras que los primerosvolvían a la carga para arrinconar aWill contra el ventisquero que recorríalas lindes de ese bosque ahora sepultadobajo la nieve. Repetían el vuelo sincesar. Will se preguntaba, esquivandosus picos, si su hermano se daba cuentade que los grajos los conducían como aun rebaño, forzándolos a dirigirse haciadonde ellos deseaban. Sin embargo, laduda le había asaltado demasiado tarde.La grisácea cortina de lluvia los habíaseparado por completo; no tenía la másremota idea de adonde había ido Paul.

—¿Paul? ¡Paul! —gritó elmuchacho presa del pánico.

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Sin embargo, el Ancestral quehabía en él supo controlar la situación ycalmar su miedo. Will dejó de gritar.Esa no era una cuestión que pudieranresolver los seres humanos, ni siquieralos de su propia familia. Tendría quealegrarse por el hecho de estar solo.Ahora sabía que debían de haber cogidoa Mary, y que las Tinieblas la retenían.Solo él tenía alguna posibilidad derescatarla. El muchacho se quedóinmóvil bajo la lluvia torrencial,mirando atentamente a su alrededor. Laluz iba bajando con rapidez. Will sedesató el cinturón y lo envolvió en sumuñeca derecha; luego pronunció unapalabra en el lenguaje de losAncestrales y levantó el brazo. De los

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signos surgió un sólido sendero de luz,como el haz de una linterna, que iluminóla encrespada agua parduzca, allí dondela carretera se convertía en un río másprofundo y rápido. Recordó queMerriman había dicho, hacía ya muchotiempo, que el momento de más peligro,el cénit del poder de las Tinieblas, sealcanzaría la Duodécima Noche. ¿Acasohabía llegado la hora? Will se habíadesorientado y no sabía el día que era.En su mente, se agolpaban y confundíanunos con otros. Mientras seguíareflexionando, el agua lamió su bota, yel muchacho trepó de un salto a unventisquero que limitaba con el bosque.Una ola parda que bajaba por lacarretera ahora convertida en río dio un

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gran mordisco a la pared nívea sobre laque había estado. Bajo la luz de lossignos el joven vio sucios fragmentos denieve y hielo cabeceando en el agua, lacual, a lo largo de su curso, había idodebilitando poco a poco los compactosmontículos de nieve que la máquinahabía arrinconado a lado y lado, y ahoraarrastraba los trozos desprendidos,como icebergs en miniatura.

El cauce también transportaba otrosobjetos. Will vio un cubo flotando yalgo almohadillado que parecía un sacode heno. El agua debía de haber crecidomucho para apoderarse de lospertrechos que la gente guardaba en eljardín; incluso puede que por ahíflotaran también los de su propia

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familia. ¿Cómo puede haber crecido tanrápido? A modo de respuesta, la lluviale martilleó la espalda, y bajo sus piesse desgajó más nieve. Entonces seacordó de que la tierra debía de seguirhelada y dura como una piedra, a causadel intenso frío que había paralizado laregión antes de que la lluvia ladevastara. La tierra no podría absorberese agua. Para descongelarse, necesitabamucho más tiempo que el que empleabala nieve para fundirse; y mientras tanto,el agua del deshielo no tendría dónde ir,ninguna alternativa, salvo la de discurrirsobre la superficie de los camposhelados hasta encontrar un río dondedesembocar. Los desbordamientos seránterribles, iba pensando el muchacho, eso

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será lo peor de todo, peor incluso que elfrío.

Sin embargo, una voz cortó el aire,un grito destacándose sobre las aguasturbulentas y la lluvia enfebrecida. Elmuchacho intentó ver a través de laobscuridad, tropezando con losmontículos de nieve, cuyos bordes eranya fangosos. Entonces volvió a oír elgrito.

—¡Will! ¡Aquí abajo!—¿Paul? —llamó con un viso de

esperanza, aunque sabía que no setrataba de la voz de Paul.

—¡Aquí! ¡Estoy aquí!El grito provenía del naciente río y

traspasaba la obscuridad. Will sostuvoen alto los signos, y su luz salió

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despedida sobre las aguas revueltas,mostrándole lo que al principio leparecieron unas nubes de vapor.Entonces se dio cuenta de que esasvolutas eran los bufidos de unarespiración: un gigantesco caballoplantado en medio del agua iba dandograndes y profundas bocanadas de airemientras la espuma de unas diminutasolas encabritadas se estrellaba contrasus rodillas. Will vio la ancha testuz, lalarga crin color castaño pegada al cuellopor efecto del agua, y tuvo la certeza deque se trataba de Castor o Pólux, uno delos dos fantásticos caballos percheronesde la granja de los Dawson.

La luz de los signos parpadeó conmás intensidad; Will vio al viejo George

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ataviado en un chubasquero negro yencaramado a lomos del sólido caballo.

—Por aquí, Will. Atraviesa el aguaantes de que suba demasiado el nivel.Tenemos una tarea que cumplir. ¡Venga!

Nunca había oído hablar al viejoGeorge con un tono de voz imperioso;pero era el Ancestral quien se dirigía aél, y no el amigable y viejo mozo delabranza. Inclinado sobre el cuello delcaballo, el anciano obligó al animal aavanzar por el agua para acercarse másal muchacho.

—¡Arre, Polly! ¡Arre, Sir Pólux!El gran Pólux resolló, y de sus

anchas narinas salieron dos bocanadasde vapor. El animal dio unos pasosfirmes hacia delante para que Will

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pudiera tirarse al arroyo y agarrarse asus patas, inmensas como árboles. Elagua le llegaba al muchacho casi a losmuslos, pero la lluvia lo había caladohasta los huesos y Will no advirtió ladiferencia. Pólux no iba ensillado, solollevaba una manta empapada; sinembargo, con una fuerza sorprendente elviejo George se agachó y tiró de sumano. Tras denodados esfuerzos, Willconsiguió subir a lomos del animal. Laluz que despedían los signos atados a sumuñeca no tembló con todo ese forcejeo,sino que siguió enfocando sinvacilaciones el camino que debíantomar.

Will resbalaba y se deslizaba sobrela inmensa grupa del caballo, demasiado

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ancha para que el muchacho se sentara ahorcajadas. George lo arrastró y loacomodó delante de él, sobre lapronunciada curva del cuello del animal.

- Polly ha llevado mucho más pesoal cuello; no te preocupes —gritó a Willal oído.

Se pusieron en marcha con unbalanceo mientras el imperturbablecaballo de tiro iba tambaleándose ychapoteando en el crecido cauce,alejándose del bosque de los Grajos y lacasa de los Stanton.

—¿Adonde nos dirigimos? —chillóWill, mirando con temor la obscuridadcircundante sin lograr ver nada, tan soloel agua arremolinándose bajo la luz delos signos.

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—Vamos a reunir a la cacería —lesusurró al oído la cascada y envejecidavoz.

—¿La cacería? ¿Qué cacería?George, yo tengo que encontrar a Mary.¡Tienen a Mary escondida en algúnlugar!; además, he perdido de vista aPaul.

—Vamos a reunir a la cacería —dijo con firmeza la voz a su espalda—.He visto a Paul regresando a casa. Yadebe de haber llegado sano y salvo. AMary la encontrarás a su debido tiempo.Ahora es el momento de buscar alCazador, Will; el Cazador necesita layegua blanca, y tú debes llevársela. Esoes lo que nos han encomendado, y tú nisiquiera te acordabas. El río está

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llegando al valle, y el caballo blancodebe ir al encuentro del Cazador.Entonces veremos lo que tengamos quever. Debemos cumplir nuestra misión,Will.

La lluvia les golpeaba con másfuerza, y a lo lejos un trueno distanteretumbaba en la temprana nochemientras el enorme percherón Pólux ibaaplastando pacientemente el agua consus patas, siguiendo el curso delparduzco y creciente río que en elpasado fuera el Camino deHuntercombe.

Era imposible conjeturar dónde sehallaban. Se levantaba el viento, y Willpodía oír el sonido de los árbolesbalanceándose sobre el agua que iban

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revolviendo los acompasados cascos dePólux. Apenas se veía una luz en elpueblo. El muchacho supuso que lacorriente eléctrica debía de seguircortada, por accidente o por injerenciade las Tinieblas. En cualquier caso, lamayoría de los habitantes de esa partedel pueblo seguían en la mansión.

—¿Dónde está Merriman? —gritóa través de la estrepitosa lluvia.

—En la mansión —vociferóGeorge—. Con el granjero. Estánrodeados.

—¿Quieres decir que estánatrapados? —dijo Will, paralizado deterror.

—Distraen la atención de lasTinieblas para que nosotros podamos

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trabajar —dijo el viejo George en unsusurro casi inaudible—. Además, estánmuy ocupados intentando controlar lasriadas. Mira ahí, chico.

En las agitadas aguas iluminadaspor la luz de los signe flotabandesperdigados los objetos másvariopintos: un cesto de mimbre,diversas cajas de cartón mediodesintegrada; una flamante vela roja yuna maraña de cintas de regalo. Derepente Will reconoció una cinta quesobresalía del enrede de un púrpurachillón con cuadros amarillos. Habíavisto cómo Mary la enrollaba concuidado al deshacer un regalo el día deNavidad. Su hermana lo acaparaba todo,igual que las ardillas; y eso había ido a

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parar a sus arcas.—¡Esas cosas son de mi casa,

George!—Ahí también ha habido

inundaciones. Los terrenos son bajos;pero no hay peligro, no temas. Solo esagua. Agua y: barro.

Will sabía que estaba en lo cierto,pero deseaba verlo con sus propiosojos. Estarían todos corriendo de unlado a otro, moviendo muebles yalfombras, guardando los libros y todolo que pudiera trasladarse. Esosprimeros objetos debían de haberseescapado antes de que se dieran cuentade que el agua se llevaba las cosas.

Pólux tropezó por primera vez, yWill se aferró a la mojada crin color

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castaño; durante unos instantes estuvo apunto de resbalar y ser arrastrado porlas aguas. George tranquilizó al animalcon unos sonidos guturales, y el grancaballo suspiró y resopló por la nariz.Will pudo ver unas luces mortecinas quedebían de provenir de las casas másgrandes, situadas en los altozanos quehabía al final del pueblo. Esosignificaba que debían de encontrarsecerca de los terrenos comunales. Si esque podían seguir llamándose así,porque en realidad se habían convertidoen un lago.

Algo empezaba a cambiar. Willparpadeó. El agua parecía más distante,y costaba verla. Entonces se percató deque la luz de los signos, atada todavía a

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su muñeca, se atenuaba hastadesaparecer por completo. Al cabo deun instante, se encontraron a obscuras.Cuando el último vestigio de luz se huboextinguido, el viejo George dijo en vozbaja:

—¡Sooo, Polly!El enorme percherón se detuvo,

salpicándolo todo, y permaneció quieto,surcando el agua con sus patas.

—Aquí es donde debemosdespedirnos, Will.

—¡Oh! —exclamó el muchacho contristeza y desamparo.

—Hay una norma que debescumplir: tienes que llevarle al Cazadorel caballo blanco. Podrás hacerlo si note metes en problemas. Por mi parte, yo

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puedo darte un par de consejos que teservirán para vencer las dificultades. Elprimero es que si cuentas hasta ciencuando yo me haya ido, tendrás luzsuficiente para ver en la obscuridad. Elsegundo es que recuerdes lo que yasabes: el agua que fluye está libre detoda magia —dijo, dándole unosgolpecitos de ánimo en el hombro—.Vuelve a colocarte los signos en lacintura, y ahora baja.

Descender del caballo fue todavíamás aparatoso que subir a él. Póluxestaba tan alto comparado con el niveldel suelo que Will cayó ruidosamente alagua, como una piedra. Sin embargo, nosentía frío; a pesar de que la lluviaseguía golpeándole con insistencia, era

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suave, y por alguna extraña razón, leimpedía enfriarse.

—Voy a reunir a la cacería —dijode nuevo el viejo George, y sin unapalabra de despedida, volvió hacia loscampos de las afueras con Pólux,chapoteando hasta desaparecer de suvista.

Will se encaramó al ventisqueroque había junto a la corriente, encontróun lugar seguro para no caerse y empezóa contar hasta cien. Antes de llegar asetenta, empezó a comprender laspalabras del viejo George.Gradualmente el mundo sumido ensombras fue apareciendo bajo un leveresplandor propio. Veía el agua quefluía precipitada, las irregularidades de

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la nieve y los desolados árboles, bañadotodo ello en una luz grisácea y obscura,semejante a la del amanecer. Mientrasmiraba en torno de él confundido, algopasó flotando en el rápido arroyo, y esolo dejó tan perplejo que casi volvió acaerse al agua.

Primero vio la cornamenta,oscilando con pereza hacia delante yhacia atrás, como si la enorme cabezaensayara repetidos gestos deaprobación. Luego quedaron a la vistalos colores, los azules, amarillos y rojosintensos, tal y como los viera porprimera vez la mañana de Navidad. Losdemás rasgos del extraño rostro, losojos de pájaro o las orejas puntiagudasde lobo, permanecían invisibles. Sin

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embargo, no le cupo la menor duda deque se trataba de su cabeza de Carnaval,el regalo incomprensible que el ancianojamaicano le había entregado a Stephenpara que se lo regalara a él, supertenencia más valiosa.

Una especie de sollozo escapó desu boca, y el muchacho saltódesesperado con el objetivo deagarrarla antes de que el agua laarrastrara fuera de su alcance; peroresbaló al saltar, y cuando recuperó elequilibrio, la chillona y grotesca cabezaseguía flotando río abajo y empezaba aperderse de vista. Will empezó a correrpor la orilla; era un objeto quepertenecía a los Ancestrales, se lo habíaregalado Stephen y ahora él lo había

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perdido. Debía recuperarlo a toda costa.Sin embargo, de repente recordó algoque lo hizo detenerse. «El segundoconsejo es que recuerdes lo que yasabes: el agua que fluye está libre detoda magia», le había dicho el viejoGeorge. La cabeza se encontraba a salvoen la corriente, solo que muy a la vista.Mientras permaneciera en ella, nadiepodría dañarla o utilizarla con finesperversos.

Con reticencia Will la apartó de supensamiento. Los campos de las afuerasse extendían ante sus ojos, iluminadospor un raro reflejo propio. No se movíanada. Incluso las ovejas, que, por logeneral, pastaban allí durante todo elaño, surgiendo de la nada cual

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corpóreos fantasmas en los días deniebla, se hallaban entonces bajocubierto, en las granjas, adonde sehabían refugiado de la nieve. Willavanzó con cuidado. El ruido del aguaque durante tanto tiempo escuchara sintregua empezó a variar, y se hizo muchomás intenso. Ante él el torrente querecorría el Camino de Huntercombe sedesviaba, juntándose con un riachuelolocal que ahora había subido hastaconvertirse en un espumoso río quecruzaba los terrenos comunales,alejándose con su abundante caudal. Lacarretera inundada seguía su trazadosinuoso sin encontrar obstáculos ya,sólida y refulgente. Will creyó adivinarque el viejo George había tomado esa

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dirección. A él también le habríagustado seguir el camino, pero algo ledecía que tenía que permanecer junto alrío. El sexto sentido de los Ancestralesle indicaría cómo llevarle el caballoblanco al Cazador.

Sin embargo, lo asaltaban grandesdudas: ¿quién era el Cazador?, y ¿dóndeestaba el caballo blanco? Will dio unospasos tanteando el terreno, apenas sinatreverse a pisar los desigualesmontículos de nieve que bordeaban elarroyo caudaloso. Unas hileras desauces marcaban su curso, retacones ydesmochados. De súbito, y destacándoseentre los obscuros árboles en fila quehabía en el extremo más alejado delarroyo, una forma blanca brincó ante sus

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ojos. Un resplandor de plata iluminó laobscuridad visible, y rociada de mojadanieve, la gran yegua blanca de la Luz seplantó ante Will, con el alientocondensándose entre las rachas delluvia. Tenía la altura de un árbol, y sucrin volaba salvaje al viento.

—¿Me llevarás? —le preguntóWill en el idioma de lOs Ancestrales,tocándola con suavidad—. ¿Me llevaráscomo hiciste la otra vez?

El viento aumentó de intensidad alson de sus palabras, y un rayo centelleó,cortando el cielo con su formapuntiaguda, acercándose más. El caballoblanco se estremeció, y levantó la testuzcon un rápido movimiento. Luego volvióa relajarse, casi de inmediato, y Will

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supo por instinto que la tormentaeléctrica que se avecinaba no laprovocaban las Tinieblas. Era algoestipulado. Formaba parte de losacontecimientos que ocurrirían acontinuación. La Luz resucitaba antes deque pudieran alzarse las Tinieblas.

Se aseguró de llevar bien puestoslos signos en el cinturón y, como hicieraantes, levantó los brazos para trenzar susdedos en el largo y grueso pelo de layegua blanca. En ese instante la cabezaempezó a darle vueltas y se mareó,mientras a lo lejos oía con claridad esamisma música, como unas campanillas,un hechizo incluso, esa misma frasearrebatadora; hasta que, con unatremenda sacudida, todo empezó a darle

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vueltas, la música se desvaneció y Willse encontró a lomos de la yegua blanca,rozando las copas de los sauces.

Los rayos refulgían en elfirmamento, entre el retumbar del cielo.Los músculos de la enorme espalda quesostenía a Will se tensaron, y elmuchacho se agarró a la larga crincuando el caballo atravesó de un saltolos campos de las afueras, losmontículos y las quebradas de nieve,con los cascos rasgando la superficie ydejando una estela de hielo pulverizado.Entre las ráfagas de viento y aferrándoseal arqueado cuello de la yegua, creyó oírun gañido extraño y agudo como elsonido de las aves migratorias cuandovuelan en le, alto. El sonido pareció

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envolverlos, y luego seguir adelante,hasta desaparecer de su alcance.

El caballo blanco dio un saltohacia arriba, y Will se abrazó con másfuerza al atravesar setos, carreteras ymuros que emergían de la nievederretida. Entonces lo ensordeció unsonido más potente que el del viento o eltrueno, y el muchacho vio una obscurasuperficie cristalina y ondulada quebrillaba ante ellos, Supo entonces quehabían llegado al Támesis.

El río era mucho más ancho quenunca. Durante más de una semana habíaestado estancado y comprimido,encerrado tras helados muros de nieve,Ahora se había soltado, y rugíaespumoso, arrastrando enormes trozos

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de hielo y nieve que se bamboleabancomo icebergs. No era un río, era aguaembravecida. Siseaba y aullaba, fuerade toda regla. Ante esa visión Willsintió un terror como jamás habíaexperimentado contemplando elTámesis. El río tenía el aspecto salvajeque tiene todo aquello que forma partedel reino de las Tinieblas, y escapaba asu conocimiento o control. Sin embargo,al ser una de las más antiguas fuerzasdesde el principio de los tiempos, sabíaque esa agua no formaba parte del mal,sino que su poder se configuraba másallá de la Luz y las Tinieblas. Esasantiguas fuerzas eran el fuego, el agua, lapiedra, la madera... y, tras la aparicióndel hombre, también el bronce y el

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hierro. El río fluía sin trabas, y seguiríaavanzando conforme a su propiavoluntad. «El río llegará al valle», habíadicho Merriman.

La blanca yegua se detuvo decididaal borde de las aguas frías yembravecidas, luego cogió impulso ysaltó, Al elevarse por encima delagitado río, Will vio una isla, una isladonde jamás había existido nadaparecido, enclavada en medio delcaudaloso torrente y dividida por unosextraños canales argénteos, Cuando elcaballo blanco tomó tierra con Unasacudida, junto a unos árboles desnudosy tétricos, el muchacho pensó que en elfondo se trataba de una colina, unfragmento de terreno elevado y aislado

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por el agua. De repente tuvo la certezade que un peligro terrible lo acechaba.Ese era el lugar donde lo pondrían aprueba; esa isla que no era una isla enabsoluto. Volvió a levantar la vista alcielo y en silencio llamódesesperadamente a Merriman; peroMerriman no acudió, ni el más mínimosigno de él, ni siquiera sus palabrasacudieron a su mente.

La tormenta todavía no habíaempezado y el viento se había calmadoun poco; el fragor del río lo envolvíatodo. La yegua blanca inclinó el largocuello y Will intentó bajar, no sintorpeza. Pisando la nieve amontonada,que a veces era dura como el hielo y aveces, tan blanda que le llegaba a la

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altura del muslo, el muchacho comenzó aexplorar su extraña isla. Lo que alprincipio parecía tener forma de círculoresultó ser ovalado como un huevo. Enel extremo más elevado de la isla leaguardaba la blanca yegua. Los árbolescrecían a sus pies y, por encima de ellosse abría una nevada pendiente. En loalto, una única haya, antigua y nudosa,dominaba una extensión de caprichososmatorrales. Entre la nieve y al pie deeste magnífico árbol, nacían de modoinexplicable cuatro arroyos querecorrían esa isla en forma de colina,dividiéndola en cuatro cuartos. Elfirmamento retronó, desplegando unagran tormenta eléctrica. Will trepó a lavieja haya y se quedó mirando la fuente

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que tenía más cerca, un espumoso chorroque surgía de una raíz enorme, sepultadabajo la nieve. Entonces empezó a oír lacanción.

Era una canción sin letra, que latraía el viento. Era un quejido fino,agudo y frío, sin una melodía o unesquema definidos. Era un sonido muydistante, y desagradable también. Sinembargo, lo dejó paralizado,obnubilándole el pensamiento eimpidiéndole pensar en cualquier cosaque nO fuera la contemplación de lo quetenía a su alrededor. Will notaba queechaba raíces, como el árbol al que sehabía encaramado. Obsesionado con lacanción, vio una ramita que salía de unarama más baja del haya, junto a su

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cabeza. Ejercía una fascinacióntremenda sobre Will, y el muchacho, sinrazón aparente, no podía evitarcontemplarla, como si en ella estuvieracontenido el mundo entero. Estuvo tantorato mirándola, recorriendo con la vistasu diminuta forma, de arriba abajo, quefue como si hubieran transcurrido variosmeses; y la curiosa y aguda cancioncillaseguía sonando distante en el cielo.Cuando finalizó, lo hizo de repente, yWill, aturdido, descubrió que estaba conla nariz pegada a una ramita de haya delo más normal y corriente.

El muchacho comprendió que lasTinieblas tenían su propio modo derecluir incluso a un Ancestral en untiempo y un espacio concretos, si

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necesitaban un determinado espaciopara emplear su magia. Ante él, junto altronco de la inmensa haya, estabaHawkin. El personaje ahora se leparecía mucho más, aunque seguíateniendo la edad del Caminante. Willsintió como si estuviera contemplando ados hombres a la vez. Hawkin seguíavestido con su chaqueta verde deterciopelo, la cual parecía todavíalimpia y planchada, con el blanco lazoanudado al cuello. Sin embargo, lafigura que la llevaba ya no era tan pulcray ágil; era más bajita y encorvada, y laedad la había secado. El rostro estabaarrugado y curtido, enmarcado por unpelo largo con mechones grisáceos.Después de todos esos siglos de

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penurias, lo único que quedaba delantiguo Hawkin eran los ojos vivarachosy penetrantes, que ahora locontemplaban con fría hostilidad desdeun ventisquero.

—Tu hermana está aquí.Will no pudo evitar echar un rápido

vistazo en torno a la isla, aunque estaseguía tan vacía como antes.

—No está aquí —dijo con frialdad—. No me engañarás con un truco tanestúpido como este.

—Eres arrogante —sentencióHawkin con la mirada teñida de odio—.A pesar de ser un Ancestral que tienepoderes, tú no puedes ver todo lo queexiste en el mundo, y tus maestrostampoco. Tu hermana Mary está aquí, en

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este lugar, aunque tú no puedas verla, yaquí nos hemos reunido precisamentepara discutir el único trato que mi señor,el Jinete, te propone: tu hermana acambio de los signos. Como verás, notienes demasiada elección. Vosotrossabéis muy bien cómo arriesgar lasvidas de los demás —dijo Hawkin entono acusatorio y con una mueca deamargura—, pero no creo que WillStanton disfrute contemplando la muertede su hermana.

—Yo no la veo y, por lo tanto, sigosin creer que ella esté aquí.

—¿Maestro? —dijo Hawkin sinapartar la mirada del chico, dirigiéndoseal aire.

En ese preciso momento la misma

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música aguda y sin letra que le hechizaraantes recomenzó, atrapando a Will enaquella lenta contemplación, cálida yrelajada como el sol del verano, yasimismo horrible, por la sensación deestar gobernando su mente. La canciónlo iba transformando a medida que laescuchaba; le hacía olvidar la tensión desu lucha en favor de la Luz; y lo sumióen la contemplación de los arabescosque trazaban las sombras y los salientesen una porción de nieve que había juntoa sus pies. Se quedó quieto, distendido yrelajado, mirando con detenimiento oraun trozo de hielo blanco, ora unaobscura hendidura, mientras la canciónsonaba como un lamento en sus oídos,igual que el viento penetrando por las

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rendijas de una casa en ruinas.La música cesó, y todo quedó

quieto. Will se estremeció. Lo que habíavisto lo dejó helado. De hecho, noestaba contemplando el dibujo de unassombras sobre la nieve, sino las líneas ylas curvas del rostro de Mary. Lamuchacha yacía sobre la nieve, vestidacon la misma ropa que llevaba la últimavez que la vio. Estaba viva, e ilesa, perolo miraba sin expresión alguna, sinmostrar signos de reconocerlo o desaber dónde se encontraba. Will pensódesesperanzado que él tampoco sabíadónde estaba su hermana, porque aunquele mostraron su apariencia, era del todoimprobable que en realidad la muchachaestuviera allí mismo, echada sobre la

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nieve. Se movió para tocarla y, tal ycomo había sospechado, la joven sedesvaneció. Sobre la nieve soloquedaron las mismas sombras de antes.

—¡Ya ves! —exclamó Hawkin sinmoverse del haya—. Las Tinieblaspueden hacer muchas cosas...muchísimas: cosas que ni tú ni tusmaestros sabéis controlar.

—¡Menuda novedad! —le espetóWill—. ¡Ya me dirás si entoncesexistirían las Tinieblas! Noslimitaríamos a ordenarles quedesaparecieran, y ya está. ¡Todosolucionado!

—Las Tinieblas jamásdesaparecerán —objetó Hawkin en vozqueda, sonriendo y sin alterarse—.

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Cuando se manifiestan, nada se lesresiste. Las Tinieblas siempre existirán,jovencito, y suya será la victoria. Ya vesque tenemos a tu hermana. Ahora, damelos signos.

—¿Darte los signos? —dijo elmuchacho con desprecio—. ¿A ungusano que se arrastró para unirse albando contrario? Jamás!

Vio que el hombre apretaba lospuños bajo las mangas de la chaqueta deterciopelo verde; pero ante él tenía a unHawkin viejo ya y no tan fácil deprovocar. Ahora que ya no era el errantevagabundo, sino que formaba parte delas Tinieblas, el hombre que había en élsabía controlarse. Tan solo en su vozasomaba un ligero deje de rabia.

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—Harías bien en tratar con elmensajero de las Tinieblas, muchacho.En caso contrario, invocarás unasfuerzas que lamentarás haber visto.

El cielo relampagueó y retronó. Laobscura agua embravecida que losrodeaba se iluminó brevemente, ytambién resplandecieron a la luz de losrayos el colosal árbol que coronaba ladiminuta isla y la figura inclinada yataviada con una chaqueta verde quehabía junto a su tronco.

—Eres un ser de las Tinieblas.Elegiste la traición y ahora no significasnada para mí. No trataré contigo —proclamó Will.

Hawkin contrajo el rostro,clavando una mirada venenosa en el

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muchacho. Entonces miró hacia losobscuros y vacíos campos de lasafueras.

—¡Maestro! ¡Maestro!... —ibagritando, muerto de rabia.

Will se quedó quieto, tranquilo, yaguardó. Al otro extremo de la isla vioque la yegua blanca de la Luz, casiinvisible entre la nieve, alzaba la testuz,olisqueando el aire y resoplandosuavemente. Dirigió una mirada a Willcomo si quisiera decirle algo; luego diomedia vuelta y se fue galopando en ladirección por la que habían venido.

En tan solo unos segundos algocambió. Todavía no se advertía ningúnsonido, salvo el precipitado correr delrío y el sordo fragor de la tormenta que

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se avecinaba. Esa cosa se acercaba enabsoluto silencio. Era enorme, unacolumna de niebla negruzca parecida aun tornado, arremolinándose a unavelocidad increíble y suspendida entrela tierra y el cielo. Sus extremosparecían anchos y consistentes, pero laparte central oscilaba, adelgazándoseprimero para volver a engrosarsedespués. Avanzaba haciendo eses, enuna especie de danza macabra. Eseespectro negro girando sin parar era unagujero que absorbía el mundo; unamuestra visible de la sempiternavacuidad de las Tinieblas. La extrañacriatura se iba acercando a la isla,oscilando en zigzag, y Will retrocediósin querer. Todo su cuerpo gritó en

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silencio, presa del terror.El negro pilar se balanceó frente a

él, cubriendo la isla entera. Su neblinasilenciosa y móvil no se alteró, sino quese partió, y en medio apareció el JineteNegro. Sonrió a Will, con la nieblacubriéndole las manos y la cabeza. Lededicó una sonrisa fría y triste, coronadapor unas espesas y rectas cejas quefruncía en señal de mal agüero. Vestíatodo de negro, como siempre, pero suropa era inesperadamente moderna.Llevaba un chaquetón con un refuerzoimpermeable en los hombros negro ygrueso, y unos vaqueros obscuros.

Sin dejar de sonreír con ese airegélido tan característico se hizo a unlado, y de la negra y serpenteante niebla

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salió su caballo, la inmensa bestia negrade ojos fieros, con Mary montada en sugrupa.

—¡Hola, Will! —lo saludó suhermana con alegría.

—Hola —respondió Will,mirándola.

—Supongo que andabasbuscándome. Espero no haberospreocupado con mi ausencia. Solo salí acabalgar un rato, un par de minutos nacímás. La verdad es que cuando salí enbusca de Max, me encontré con el señorMitothin, quien me dijo que papá lohabía enviado a recogerme; y claro,pensé que no habría ningún problema enmarcharme con él. Ha sido precioso;este caballo es magnífico... ¡y hace un

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día tan bonito!Un trueno restalló en el cielo, tras

una sólida nube de un gris antracita.Will se movía inquieto, desesperado. ElJinete, sin dejar de observarlo, dijo envoz alta:

—Aquí tienes un terrón de azúcarpara el caballo, Mary. Creo que elanimal se lo merece, ¿no? —Y le tendióuna mano vacía.

—¡Oh, gracias! —dijo Mary conímpetu.

La muchacha se inclinó sobre elcuello del caballo y cogió el azúcarimaginario de la mano del Jinete. Luegose agachó hasta la altura de la boca delsemental y al ofrecerle la mano, elanimal le dio un lengüetazo.

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—Eso es —dijo Mary, sonriendo—. ¿Está rico?

El Jinete Negro seguía mirandoatentamente a Will, y sonrió un pocomás. Abrió la palma de su mano,burlándose de Mary, y Will vio en ellauna cajita blanca, de un cristaltranslúcido como el hielo, con unossímbolos rúnicos tallados en la tapa.

—La tengo aquí dentro, Ancestral—dijo en señal de triunfo el Jinete consu voz nasal y connotada—. Atrapadapor las marcas del antiguo hechizo deLir, escrito hace muchísimo tiempo enun anillo que luego se perdió. Hubierasdebido observar más detenidamente elanillo de tu madre: tú, ese artesano detres al cuarto de tu padre y Lyon, tu

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despistado maestro. Despistado, sinduda... Gracias a ese hechizo encadené atu hermana con la magia totémica, y a titambién, puesto que eres impotente parasalvarla. ¡Mira!

Abrió la cajita con un chasquido yWill vio en su interior una pieza demadera redonda y finamente tallada, conun frágil hilo dorado a su alrededor.Recordó con tristeza el único adornoque faltaba en la colección navideña queel granjero Dawson había tallado parala familia Stanton, y el dorado cabelloque el señor Mitothin, el invitado de supadre, había apartado de la manga deMary con espontánea cortesía.

—Un signo de nacimiento y uncabello son unos tótems excelentes —

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dijo el Jinete—. En la antigüedad,cuando las cosas eran menoscomplicadas, se podía hacer magiaincluso a partir de la tierra que hollarael pie de un hombre.

—O del polvo por donde pasara susombra —intervino Will.

—Pero las Tinieblas no proyectansombra alguna —dijo el Jinete en vozbaja.

—Y los Ancestrales no tienensignos de nacimiento —remató Will.

Vio que una sombra deincertidumbre cruzaba sobre elblanquísimo rostro. El Jinete cerró lacaja blanca y la deslizó en su bolsillo.

—Tonterías —dijo en tonocortante.

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—Los maestros de la Luz no hacenlas cosas sin un motivo, Jinete —dijoWill, mirándolo pensativo— Inclusoaunque esos motivos sean ignoradosdurante muchísimo tiempo. Hace onceaños el granjero Dawson, servidor de laLuz, talló un cierto signo pararegalármelo por mi nacimiento; y sihubiera hecho ese signo con la letra demi nombre, como mandaba la tradición,quizá hubieras podido utilizarlo en micontra y someterme bajo tu poder. Sinembargo, lo construyó igual que el signode la Luz, e hizo un círculo con una cruzinscrita; y sabes muy bien que lasTinieblas no pueden utilizar esa formaen provecho propio. Lo tienen prohibido—dijo Will, levantando los ojos hacia

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el Jinete—. Creo que está intentandoengañarme de nuevo, señor Mitothin. Sí,creo que sí. El señor Mitothin, o lo quees lo mismo, el Jinete Negro quecabalga sobre el caballo negro.

—No olvides que sigues estandoindefenso —dijo el Jinete con cara depocos amigos—. Yo tengo a tu hermana,y tú no puedes salvarla, a menos que meentregues los signos —dijo con lamalicia brillándole en las pupilas—. Tuvoluminoso y noble libro ya te habrádicho que no puedo hacer nada contralos que son de la misma sangre que losAncestrales; pero mírala, ¿quieres?Hará todo lo que yo le ordene. Inclusosaltar a las turbulentas aguas delTámesis. Hay ciertos aspectos de la

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magia que vosotros descuidáis, como essabido. ¡Es tan sencillo inducir a laspersonas a que se expongan a lospeligros! Como tu madre, por ejemplo.¡Mira que es patosa!

Volvió a sonreír a Will y elmuchacho le sostuvo la mirada con odio.Luego observó la cara risueña ysoñadora de Mary y le dolió verla enese trance. Pensó que todo eso le ocurríapor ser su hermana, a causa de él. Sinembargo, una voz silenciosa le dijomentalmente: «No es a causa de ti, sinode la Luz. A causa de todo aquello queestá escrito que debe ocurrir paraimpedir la resurrección de lasTinieblas». En un arrebato de alegríaWill supo que ya no estaba solo. El

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Jinete había abandonado sus dominios, yMerriman también andaría cerca,dispuesto a prestarle su ayuda si lanecesitaba.

—Ha llegado el momento de cerrarel trato, Will Stanton —dijo el Jinete,tendiendo una mano—. Dame los signos.

—No —dijo Will, conteniendo elaliento como jamás había hecho en suvida y soltándolo muy despacio.

La sorpresa era una emoción que elJinete Negro había olvidado hacía yamucho tiempo atrás. Sus penetrantes yazules ojos lo contemplaron sin darcrédito a lo que veían.

—¿Acaso no sabes lo que voy ahacer con ella?

—Sí, lo sé, pero no voy a

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entregarte los signos.El Jinete lo miró detenidamente,

desde la vasta y negra columna de nieblaen forma de torbellino. La incredulidady la rabia se mezclaban en su rostro conuna especie de respeto maligno. Luegodio media vuelta y se dirigió haciadonde estaban el caballo bruno y Mary,y profirió unas palabras en voz alta, enun idioma que Will, a juzgar por losescalofríos que le recorrían la espalda,supuso que sería el que las Tinieblasempleaban para los encantamientos yque en muy raras ocasionespronunciaban en voz alta. El imponentecaballo agitó la cabeza, y un brilloescapó de sus blancos dientes. Saliódisparado, con la feliz y atontada Mary

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agarrada a su crin y gorjeando entrerisas. El animal fue hasta el ventisqueroque, a modo de quebrada, bordeaba elrío y se detuvo.

Will apretó los signos del cinturón,desesperado por el riesgo que habíaelegido correr, y con todas sus fuerzasconjuró el poder de la Luz para queacudiera en su ayuda. El caballo negrodio un estridente y frenético relincho ysaltó por los aires, lanzándose alTámesis. En pleno salto hizo un extraño,corcoveando, y Mary gritó de terror,aferrándose como una loca a su cuello.Sin embargo, perdió el equilibrio ycayó. Will creyó que iba a desmayarseen el momento en que ella saliódespedida por el aire, y que el riesgo

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que había asumido culminaría en undesastre; sin embargo, en lugar dezambullirse en el río, su hermana cayó alborde, sobre la blanda y húmeda nieve.El Jinete Negro arremetió hacia dondese encontraba la muchacha, lanzandoimproperios, pero no llegó a alcanzarla.Justo antes de llegar a ella, unrelámpago a modo de flecha surgió de latormenta, que por entonces ya se estabaincubando sobre sus cabezas, seguidodel estallido gigantesco de un trueno, ytras el destello y el bramido, un ardientey blanco haz se precipitó sobre la isla endirección a Mary, llevándosela enapenas un segundo, sana y salva. Willentrevió la estilizada figura deMerriman, ataviada con la capa y la

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caperuza, sobre la blanca yegua de laLuz, junto a la rubia melena de Maryondeando al viento, en el mismo lugardonde la había recogido. Entoncesestalló la tormenta, y el mundo enteroardió en un remolino en torno a sucabeza.

La tierra se estremeció. Duranteunos instantes vio el negro perfil delcastillo de Windsor recortándose sobreun cielo blanco, Los relámpagos cegaronsus ojos, y un trueno retumbó en sucráneo, Entonces sus aturdidos oídoscaptaron la canción, y Will oyó unextraño restallido, como un crujidocercano, Se dio la vuelta y a susespaldas la enorme haya se habíahundido por el medio y ardía en llamas,

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unas llamas descomunales. El muchachoadvirtió con alarma que la impetuosacorriente de los cuatro arroyos de la islaiba menguando hasta quedar en nada.Miró temeroso hacia donde seencontraba la negra columna de lasTinieblas, pero no se veía ya en lacreciente tormenta; y la extrañeza de losacontecimientos le hizo apartar esepensamiento de su cabeza.

No solo se había destruido elárbol, partido en dos mitades. La islamisma estaba transformándose,abriéndose y hundiéndose en el río. Willse quedó absorto, sin palabras, de piesobre el borde de un fragmento de tierracubierto de nieve que había quedado aldesaparecer los arroyos, mientras a su

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alrededor la nieve y la tierra sedeslizaban en fragmentos hastaprecipitarse en el embravecido Támesis,Frente a sus ojos se desarrolló la escenamás rara que presenciara jamás, Algoestaba emergiendo a medida que latierra y la nieve desaparecían. Loprimero que salió por el extremosuperior de la isla fue la cabezatoscamente tallada de un ciervo, con lacornamenta apuntando al cielo. Eradorada, de un dorado que inclusoarrancaba destellos a la tenue luz. Laforma fue haciéndose cada vez másvisible y ahora Will podía ver el ciervoentero, una hermosa figura áureabrincando entre la nieve. Luegosobresalió un curioso pedestal curvo

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que la sostenía a modo de trampolín ytras él, una forma larguísima yhorizontal, tan larga como la isla, que enel otro extremo iba coronada tambiénpor algo elevado y brillante como eloro, una especie de voluta. De repenteWill se dio cuenta de que estabacontemplando un barco. El pedestal erala proa, alta y curva, y el ciervo, sumascarón.

Avanzó con perplejidad hacia lanave, y el río fue cerrándoseimperceptible a sus espaldas, hasta queya no quedó nada de la isla, excepto ellargo buque varado en un último círculode tierra, junto a los restos de unventisquero irguiéndose a su alrededor.Will se quedó mirándolo con atención.

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Jamás había visto una embarcación así.Los largos maderos con los que fueraconstruido se solapaban entre sí comolas tablas de una valla, firmes y anchos;parecían ser de roble. No vio mástilalguno, sino los lugares que ocupabanlos remeros, dispuestos a lo largo detoda la embarcación. En el centro habíauna especie de cubierta que convertía elbarco casi en un arca de Noé. No era,sin embargo, una estructura cerrada;parecía que sus lados habían sidocortados, y las vigas de las esquinas y eltecho le daban un aire de baldaquino. Enel interior, bajo ese palio, yacía un rey.

Will retrocedió ante esa visión. Elpersonaje ataviado con un traje de mallayacía absolutamente inmóvil, con la

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espada y el escudo a su lado, y en tornoa él un tesoro se apilaba, refulgiendocon la luz. No llevaba corona. En sulugar un gran casco labrado le cubría elcráneo, y prácticamente toda la cara; y amodo de penacho, llevaba una macizaimagen de plata que representaba unanimal con un morro muy largo: unaespecie de oso salvaje, según pudoadvertir el muchacho. A pesar de ir sincorona, ese cuerpo pertenecía sin duda aun rey. Ningún hombre de rango inferiorsería digno de poseer la vajilla de plata,los monederos con piedras preciosasincrustadas, el magnífico escudo debronce y hierro, la decorada funda de laespada, los vasos en forma de cuernocon el borde chapado en oro y los

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montones de objetos decorativos que esepersonaje llevaba en su tumba.Obedeciendo a un impulso, Will seagachó sobre la nieve e inclinó lacabeza en señal de respeto. Al volver alevantar la vista y ponerse en pie, viosobre la borda del buque algo que lehabía pasado inadvertido.

El rey sostenía un objeto entre susmanos, las cuales reposabantranquilamente dobladas sobre su pecho.Era otro adorno, pequeño y rutilante. Alobservarlo más de cerca, Will se quedóde piedra, agarrado al borde alto y deroble de la nave. El adorno que yacíaentre las inmóviles manos del rey, elmorador de ese largo buque, tenía laforma de un círculo cuarteado por una

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cruz. Estaba cincelado en un cristaliridiscente, decorado con serpientes,anguilas, peces, olas, nubes y diversosseres marinos. Ejercía una atracciónsilenciosa sobre Will. Sin lugar a dudas,se trataba del Signo de Agua: el últimode los seis grandes signos.

Will se encaramó por uno de loslados del inmenso barco y se acercó alrey. Tenía que poner los pies concuidado para no aplastar las bellaspiezas de cuero repujado, los ropajesbordados y las joyas esmaltadas, decloisonne y filigrana de oro. Se quedóobservando unos instantes el pálidorostro medio oculto por el trabajadocasco, y entonces se inclinó sobre él enactitud reverencial para coger el signo.

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Sin embargo, primero tendría que tocarla mano del rey fallecido, y laextremidad tenía la frialdad de laspiedras. Will se sobresaltó y dio unospasos hacia atrás, con la duda pintada enel semblante.

—No le temas —dijo la voz deMerriman con suavidad, no muy lejos deallí.

—Pero... es que... está muerto —dijo Will, tragando con dificultad.

—Lleva quinientos años en estecamposanto, aguardando. Cualquier otranoche del año no habría aparecido.Sería tan solo polvo. Sí, Will, la partede él que ves está muerta. El resto de supersona desapareció en el tiempo, hacemuchísimos años.

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—Pero despojar a los muertos desus pertenencias está mal.

—Se trata del signo. Si no hubierasido así, y tú no fueras el destinatario,Buscador de los Signos, él no habríavenido a entregártelo. Tómalo.

Will se inclinó sobre el venado yliberó el Signo de Agua del abrazoinerte de esas manos frías y sin vida. Alo lejos se oyó el murmullo de esamúsica tan familiar, susurrándole aloído, y luego desapareció. El muchachose dio la vuelta hacia un lado del buque.Ahí se encontraba Merriman, a lomos dela yegua blanca; iba vestido con unacapa azul marino, con el rebelde yblanco pelo a la vista. Su cara huesudaaparecía sombría, con los rasgos

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marcados por la tensión, pero la alegríabrillaba en sus ojos.

—Muy bien hecho, Will.Will admiraba el signo, que ahora

ya estaba en su poder. Su pátina tenía lairidiscencia del mejor nácar, del arcoiris; la luz bailaba en él como baila en elagua.

—Es precioso —dijo el muchacho,desabrochándose sin ganas el cinturónpara pasar el objeto hasta colocarlojunto al Signo de Fuego.

—Es uno de los más antiguos —explicó Merriman—; y el más poderoso.Ahora que te has hecho con él, el reinodel mal ya no tendrá ningún poder sobreMary. Nunca más. Se ha roto el hechizo.Venga, debemos irnos.

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Su voz tenía un deje depreocupación. Había visto que Willcorría a agarrarse a un travesañomientras el largo barco se inclinabahacia un lado de modo súbito einesperado. Luego se equilibró, sebalanceó un poco y se ladeó a popa.Will advirtió, trepando por uno de loscostados, que el nivel del Támesis habíasubido bastante desde que lo viera porúltima vez. El agua lamía el contornodel barco y casi lo ponía a flote. El reyfallecido no tardaría mucho enabandonar esa tierra que antes fuera unaisla.

La yegua dio media vuelta y sedirigió hacia él, resoplando en señal debienvenida. Se repitió ese mismo

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momento mágico en que sonaba lamúsica encantada, y Will subió a lagrupa del caballo blanco de la Luz,colocándose a horcajadas delante deMerriman. El barco se ladeó y osciló,completamente a flote sobre las aguas, yel caballo blanco se apartó de su caminopara detenerse cerca y observar, con elagua del río rompiendo en olas contrasus robustas patas.

Entre crujidos y chasquidos lavasta nave cedió al ímpetu de lacorriente del Támesis. Era unaembarcación demasiado grande parainundarse, y gracias a su peso semantuvo firme incluso en esas aguas tanturbulentas, una vez logró equilibrarse.El misterioso rey seguía yaciendo con la

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misma dignidad, rodeado de sus armas ysu luciente tributo. Will divisó porúltima vez esa cara lívida, parecida auna máscara, mientras el magníficobarco se deslizaba corriente abajo.

—¿Quién era? —preguntó porencima del hombro.

—Un rey inglés, de la Edad de lasTinieblas —respondió Merriman con laseriedad reflejada en su rostro mientrasveía alejarse la larga nave—. Serámejor que no digamos su nombre. No envano por algo se la llamó la Edad de lasTinieblas. Fue una época muy lúgubre,un tiempo en que los jinetes Negroscabalgaban sin trabas por nuestrastierras. Solo los Ancestrales y unoscuantos hombres valientes y nobles

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como él conservaron viva la Luz.—Y fue enterrado en un barco,

como los vikingos —dijo Will, absortoen la contemplación del reflejo de la luzen el dorado ciervo de proa.

—Era medio vikingo —aclaróMerriman—. En el pasado hubo tresbarcos funerarios cerca de este Támesisque consideras tan tuyo. Uno lodescubrieron en una excavación delsiglo pasados cerca de Taplow, pero losprocedimientos que emplearon pararecuperarlo solo aceleraron sudestrucción. Otro era este barco delreino de la Luz, cuyo destino no loconocerá jamás el hombre, y el últimoera el mayor de todos ellos, el queperteneció al más grande de todos los

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reyes; no lo han encontrado todavía, yquizá nunca lo hallen. Descansa en paz—sentenció Merriman, deteniéndose enseco mientras el caballo blanco,obedeciendo a un movimiento de sumano, giraba y se disponía a abandonarel río de un salto, en dirección al sur.

No obstante, Will se sentíaimpelido a observar el largo buque, yparte de su tensión pareció comunicarseal caballo y al maestro también. Sedetuvieron. En ese momento unextraordinario haz de luz azul apareciópor el este como una exhalación, y noprovenía del cielo, sino dé los terrenoscomunales. La luz dio de lleno en elbarco, y una enorme y silenciosa ráfagade llamas brotó de él, sobre el ancho río

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y sus escarpadas y blanquecinas orillas;y de proa a popa el barco real fue pastode las llamas. Will ahogó un gritoinarticulado, y el caballo blanco se agitóintranquilo, pateando la nieve.

—Están dando rienda suelta a sudesprecio porque saben que ya esdemasiado tarde —dijo la voz poderosay grave de Merriman a sus espaldas—.Siempre ha sido muy fácil predecir losmovimientos de las Tinieblas.

—Pero el rey... y todos suspreciados tesoros...

—Si el Jinete se hubiera detenido apensar, Will, sabría que esa explosiónde rabia no ha hecho más que otorgar elfinal más justo y adecuado a ese insignebarco. Cuando murió el padre de ese

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rey, también lo instalaron en un barcofunerario, rodeado de sus más valiosaspertenencias, pero no enterraron la nave.No era el procedimiento habitual. Loshombres del rey le prendieron fuego ydejaron que surcara el mar, quemándoseen soledad, como una tremenda pirafuneraria marina. Fíjate que eso es loque hace ahora nuestro rey, el portadordel último signo: navega entre el fuego yel agua para descansar en paz, siguiendola corriente del mayor río de Inglaterrahasta llegar al mar.

—Descanse en paz —apostilló elmuchacho en voz baja, apartando lamirada al fin del infierno de llamas.

El resplandor de la larga nave,quemándose y emblanqueciendo una

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parte del obscuro y tormentosofirmamento, seguía siendo visible muchodespués, fueren donde fuesen.

—¡Ven!

La cacería parte al galope

—¡Ven! —apremió Merriman—.

No podemos perder más tiempo.La yegua blanca dio media vuelta y

se alejó del río con sus jinetes,elevándose en el aire, casi rozando elagua espumosa para cruzar el Támesisen la vertiente donde terminaBuckinghamshire y comienza Berkshire.Saltaba veloz y desesperada y, sin

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embargo, Merriman seguíaapremiándola. Will conocía la razón. Através de los pliegues ondulados de lacapa azul de Merriman había entrevistola inmensa y negra columna en forma detornado de las Tinieblas, que ahora sehabía reagrupado y vuelto más colosalque antes, tendiendo un puente entre latierra y el cielo, girando en silencio bajoel resplandor del barco ardiendo. Elespectro les seguía, y se movía muydeprisa.

Un viento del este empezó aazotarlos con fuerza, y la capa envolviódel todo a Will, como si el muchacho yMerriman se encontraran encerrados enuna inmensa tienda azul.

—Este es el momento álgido —le

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gritó Merriman al oído con todas susfuerzas, aunque Will apenas entendió suspalabras con el aullido creciente delviento—. Tienes los seis signos, perotodavía no los hemos juntado. Si lasTinieblas se apoderan de ellos ahora, sellevarán consigo todo lo que necesitanpara hacerse con el poder. Ahora escuando pondrán todo su empeño enconseguirlo.

Siguieron galopando hacia delante,pasando casas, tiendas y gente que, sinapercibirse de nada, luchaba contra lasriadas. Dejaron atrás tejados ychimeneas, sobrevolaron setos, camposy árboles, sin jamás perder de vista elsuelo. La imponente columna negra losperseguía, tronando al viento, y en su

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interior cabalgaba el Jinete Negro sobresu negro corcel con la quijada en llamas,espoleándolo para que les diera alcance,en compañía de los señores de lasTinieblas, cabalgando a sus espaldascomo una nube lóbrega girando sobre símisma.

La yegua blanca volvió a elevarse,y Will miró hacia abajo. Había árbolespor todas partes; robles y hayasinmensos y aislados se extendían en elcampo abierto, para dar paso a unosbosques muy tupidos, atravesados poravenidas largas y rectas. Sin dudapasaron a galope tendido por encima deuno de esos paseos, sobre inquietantesabetos que soportaban el peso de lanieve, hasta salir de nuevo a la campiña.

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Unos rayos relampaguearon a suizquierda, escapando de lasprofundidades de un nubarrón, y bajoesa luz el muchacho vio erguirse junto aellos la opaca masa del castillo deWindsor. Pensó que si habían llegadohasta el castillo, debían de encontrarseen el Gran Parque.

Por otro lado, empezó a albergar lasensación de que no estaban solos. Yahabía oído dos veces un extraño y agudogañido en el firmamento, pero ahoraesos quejidos se repetían sin cesar. Porallí, por algún lugar cercano de eseparque atestado de árboles, rondabanseres de su misma especie. El plúmbeoy denso cielo también se adivinaba llenode vida, aunque poblado por unas

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criaturas que no pertenecían a lasTinieblas y tampoco a la Luz, y que semovían por todos lados, agrupándose yseparándose, acumulando un inmensopoder. La blanca yegua había vuelto aposarse sobre la nieve, y sus cascosresonaban con una determinacióndesconocida en los senderos helados,fangosos y flanqueados porventisqueros. De inmediato Will se diocuenta de que el animal no reaccionabasiguiendo las órdenes de Merriman, tal ycomo había creído, sino que seguíaalguna especie de instinto propio.

Un rayo volvió a parpadear entorno de ellos y el cielo tronó.

—¿Conoces el roble de Herne? —le dijo Merriman junto al oído.

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—Sí, claro —respondió en el actoWill, quien conocía la leyenda localdesde pequeño—. ¿Es ahí donde vamos?¿Al gigantesco árbol del Gran Parquedonde... —y se calló asustado: ¿Cómono había pensado en ello? ¿Por qué Ellibro de la gramática mistérica le habíaenseñado tantas cosas prescindiendo, encambio, de esta?-... donde Herne elCazador cabalgará la víspera de laDuodécima Noche? ¿Herne, has dicho?—preguntó a Merriman, girándose ymirándolo con ojos temerosos.

«Voy a reunir a la cacería», habíadicho el viejo George.

—Por supuesto —afirmó Merriman—. Esta noche la cacería saldrá algalope; y como has cumplido muy bien

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tu papel, esta noche y por primera vezdesde hace más de mil años la caceríairá en pos de una presa.

La yegua blanca aflojó el paso,olisqueando el aire. El cielo se abría acausa del viento; navegando entre lasnubes asomó en lo más alto una medialuna y luego se desvaneció. Los rayosbailoteaban en seis lugares distintos a lavez y las nubes gruñían y retumbaban. Elnegro pilar de las Tinieblas, queavanzaba a toda velocidad hacia ellos,se detuvo, girando sobre sí mismo yondulándose, suspendido entre la tierray el cielo.

—Hay un Camino Ancestral querodea el Gran Parque, el camino queatraviesa la Cañada del Cazador —dijo

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Merriman—. Tardarán un rato enencontrar el modo de franquearlo.

Will se esforzaba por divisar algoentre la opacidad de la noche. Bajo laluz intermitente pudo adivinar la formade un roble solitario, que desde untronco tremendamente corto extendía suscolosales brazos. A diferencia de losdemás árboles, no presentaba el másmínimo rastro de nieve; y a sus pieshabía una sombra de la altura de unhombre.

La blanca yegua vio la sombra enese preciso momento, resolló con fuerzay pateó el suelo.

—El caballo blanco debe reunirsecon el Cazador, se dijo el muchacho a símismo, muy bajito.

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Merriman le tocó en el hombro, ydeslizándose con una facilidad mágica,bajaron al suelo. La yegua inclinó latestuz y Will posó su mano sobre el rudoy suave cuello blanco.

—Ve, amiga —dijo Merriman, y elcaballo dio unos pasos vacilantes y trotócon alegría hacia el enorme y solitarioroble para reunirse con la misteriosasombra que se ocultaba ahí inmóvil. Elpoder del ser que proyectaba esasombra era tan inmenso que Will sesobresaltó al notarlo. La luna volvió aocultarse entre las nubes y durante unosinstantes los rayos no cruzaron el cielo.Envueltos en una obscuridad completa,vieron que tras el árbol no se movíanada. Solo les llegó un sonido desde la

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obscuridad: el relincho a modo desaludo de la yegua blanca.

Igual que un eco se oyó otrorelincho, más profundo y como unresuello, tras los árboles más cercanos.Will se dio la vuelta cuando la lunavolvía a emerger clara detrás de unanube, y entonces vio la gigantescasilueta de Pólux, el caballo percherónde la granja de los Dawson, con el viejoGeorge montado en su grupa.

—Tu hermana está en casa,muchacho. Se ve que se perdió y sequedó dormida en un viejo establo.Tuvo un sueño tan raro queprácticamente ya lo ha olvidado.

Will asintió agradecido y sonrió,sin dejar de observar un curioso bulto

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redondeado que George sostenía bienenvuelto frente a él.

—¿Qué es eso? —preguntó con uncosquilleo en la nuca provocado por lacercanía del objeto desconocido.

—¿Va todo bien? —preguntó elviejo George, inclinándose haciaMerriman y sin responder a la preguntadel muchacho.

—Muy bien —contestó Merriman—. Dáselo al chico —dijo, mientras secubría mejor con la capa para vencer unescalofrío.

Dedicó una dura mirada a Willdesde sus ojos hundidos e inescrutablesy el muchacho, con aire interrogante, sedirigió hacia el caballo de tiro y sequedó de pie, a la altura de la rodilla de

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George, mirándolo. Con una rápidasonrisa que más parecía enmascarar unagran tensión, el anciano deslizó hacia élla carga oculta. Medía la mitad de Will,aunque no pesaba demasiado, y estabaenvuelta en una tela de saco. Al ponersus manos sobre el objeto, el muchachosupo en el acto de qué se trataba. Nopodía creérselo, no era posible;escapaba de toda lógica.

El fragor del trueno volvió aenvolverlos mientras la voz deMerriman, grave y oculta entre lassombras que había tras él dijo:

—¡Claro que es lo que te imaginas!La corriente la arrastró, sana y salva.Luego, y a su debido tiempo, losAncestrales la rescataron del agua.

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—Ahora debes llevársela alcazador, Ancestral —dijo el ancianoGeorge subido a lomos del pacientePólux.

Will se asustó un poco. Sabía queun Ancestral nada debía temer en elmundo. Sin embargo, esa figura sombríaque se ocultaba tras el gigantesco robletenía algo extraño y terrorífico, algo quele hacía a uno sentirse tan innecesario,insignificante y pequeño... El muchachorecobró la compostura. En cualquiercaso, la palabra más inadecuada sería«innecesario». Will tenía una tarea quecumplir. Levantó el objeto como si fueraun estandarte, tiró de la tela que locubría, y la luminosa y sobrecogedoracabeza de Carnaval que era mitad

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hombre, mitad bestia emergió igual dedesenfadada y alegre como cuando habíallegado de su remota isla. Las astas semantenían orgullosamente enhiestas, yWill cayó en la cuenta de que eranidénticas a las del ciervo dorado, elmascarón de proa del barco funerariodel rey. Sosteniendo la máscara delante,caminó con soltura hacia la profundasombra que había tras el roble, el cualtendía con firmeza sus robustas ramas.Cuando llegó frente a él, se detuvo.Divisaba un retazo de la blanca yegua,la cual se movió con elegancia alreconocerlo, y pudo ver que el animalllevaba un jinete encima, pero eso fuetodo.

El personaje que iba a lomos del

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caballo se inclinó hacia él. No pudoverle la cara, tan solo sintió que le cogíala máscara de las manos, y que estascaían por su propio peso, aliviadas dehaberse desembarazado de su carga, apesar de que la cabeza desde un buenprincipio le había parecido muy ligera.Retrocedió unos pasos. La luna surgióde repente, surcando una nube, y duranteun instante, al mirar fijamente sublanquecino y frío resplandor, su luz ledeslumbre. Luego volvió adesvanecerse, y el caballo blanco salióde las sombras, con la figura subida a sugrupa, recortándose contra el cielo enpenumbra. La cabeza del jinete eramayor que la del hombre, y la coronabauna cornamenta de ciervo. La yegua

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blanca, con ese monstruoso hombre-venado montado en ella, avanzaba demodo inexorable hacia Will.

El muchacho se quedó quieto,esperando, hasta que el magníficocaballo se acercó todavía más y tocó suhombro con el morro, suavemente, porúltima vez. La figura del Cazador seerguía sobre él. Ahora la Luna lanzabaclaros destellos sobre su cabeza, y Willse encontró mirando sus ojos, extraños yleonados, de un color amarillo dorado,insondables, como los ojos de unaenorme ave. Escrutó esa mirada, y en elfirmamento oyó que el raro y agudogañido recomenzaba. Esforzándose porescapar al encantamiento, apartó la vistade esos ojos para observar la cabeza, la

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inmensa máscara con cuernos que habíaentregado al Cazador para que se lapusiera.

Sin embargo, la cabeza era real.Los áureos ojos parpadeaban, redondosy plumíferos, con el abrir y cerrarpausado de los párpados firmes de unbúho; el rostro de hombre que losenmarcaba lo miraba de frente, y la bocatallada con decisión sobre la suavebarba se abría en una breve sonrisa. Esaboca lo preocupaba, porque no era laboca de un Ancestral. Sabía sonreír demodo amistoso, pero también sedibujaban en ella otras marcas deexpresión. Esas arrugas que en el rostrode Merriman indicaban tristeza y rabia,en el Cazador eran señal de crueldad y

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de un despiadado instinto por lavenganza: claro vestigio de su mitadanimal. Las obscuras astas de lacornamenta de Herne se curvaban porencima de la cabeza de Will mientras laluz de la Luna centelleaba sobre supátina aterciopelada. El Cazador riópara sus adentros. Bajó sus amarillosojos y miró a Will, con ese rostro que yano era una máscara, sino una cara viva,y habló con timbre de tenor.

—Los signos, Ancestral.Muéstrame los signos.

Sin apartar los ojos de la figuraenhiesta, Will forcejeó con su hebilla ylevantó los seis signos cuarteados paraque los iluminara la luna. El Cazador losmiró e inclinó la cabeza. Cuando volvió

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a levantarla, despacio, su suave vozentonaba unas palabras a modo decanción, como si declamara. Eran unaspalabras que Will ya había oído antes.

Cuando las Tinieblas sealcen, seis las rechazarán:tres desde el círculo, tresdesde el sendero.Madera, bronce, hierro; agua,fuego y piedra.Cinco serán los que regresen,y uno solo avanzará.Hierro por el cumpleaños,bronce traído desde lejos;madera de la quema, piedranacida de la canción;juego en el anillo de las

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velas, agua del deshielo;seis signos en el círculo, másel grial ya desaparecido.

Sin embargo, tampoco él terminó la

canción donde Will creía, sino quesiguió declamando:

El fuego de la montañahallará el arpa de oro:y sus tañidos despertarán alos durmientes,criaturas anteriores a losAncestrales;y por el poder de la brujaverde,

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perdido en los confines delmar;todos ellos encontrarán al finla luz,plata en el árbol.

Los ojos amarillos volvieron a

contemplar a Will, pero ahora no loveían; se habían vuelto fríos, ausentes, yun fuego helado iba creciendo en elloshasta devolver a su rostro las arrugascrueles. Sin embargo, Will vio en esacrueldad la obstinada inevitabilidad dela naturaleza. Si la Luz y sus siervosperseguían, y perseguirían por siemprejamás, a las Tinieblas, no era pormaldad, sino porque eso estaba escrito

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en la naturaleza de las cosas.Herne el Cazador dio media vuelta

sobre su blanco y magnífico caballoblanco, alejándose de Will y el roblesolitario, hasta que su temible siluetasalió a campo abierto, bajo la luna y losnubarrones que todavía se cernían sobreellos. Levantó la cabeza y lanzó un gritoal cielo, como la llamada del cazadorcuando toca el cuerno para reunir a losperdigueros. El bramido de ese cuernode caza pareció redoblarse, poblar elcielo y salir de mil gargantas a la vez.

Eso fue exactamente lo que vioWill, porque desde todos los extremosdel parque, tras cada una de las sombrasy las nubes y bajo los árboles, saltandopor el suelo y el aire, surgió una jauría

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interminable de sabuesos, ladrando yaullando como hacen los perros de cazacuando localizan un rastro. Eran unosanimales enormes y blancos, y suapariencia se adivinaba fantasmagóricabajo esa luz atenuada. Los perrostrotaban, daban giros bruscos y saltabanen grupo. No prestaban la más mínimaatención a nada que no fuera Herne,montado sobre el caballo blanco. Teníanlas orejas rojas, y también los ojos; eranunas criaturas horrendas. Will se apartócon un gesto involuntario mientraspasaban junto a él, y un enorme perroplateado se detuvo y dio unos pasoshacia él para observarlo, con la mismanaturalidad como si en lugar de unmuchacho se hubiera tratado de una

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rama caída. Los rojizos ojos destellandoen la nívea cabeza eran como llamas, ylas orejas coloradas estaban tensas yrectas, mostrando una actitud fiera ytemible. Will intentó no imaginarse loque debería ser escapar del acoso deesos perros.

Los animales aullaban y ladrabanalrededor de Herne y la yegua blanca,como un mar bullente de una espumasalpicada de grana. De repente elhombre de la cornamenta se irguió, conlas grandes orejas enhiestas como las delos perros de caza, y reunió a losperdigueros con la llamada rápida yapremiante que convoca a la jauría paraseguir el rastro de la sangre. La sucesiónde inevitables aullidos de esos perros

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blancos como la harina convirtió laescena en pura locura, y sus lamentosresonaron en todo el firmamento. En esepreciso instante la tormenta eléctricadescargó con toda su bravura. Lasnubes, tronando, se abrían para dar pasoa los relámpagos, nítidos e irregulares,mientras Herne y el caballo blancosaltaban exaltados hacia la arenacelestial, con los perros de ojosbermejos abalanzándose hacia el airetormentoso en una gran riada blanca.

No obstante, de súbito sobrevinoun terrible silencio, como una asfixiaque anulara el clamor de la tormenta.Aprovechando desesperadamente suúltima oportunidad, rompiendo labarrera que las mantuviera alejadas, las

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Tinieblas acudieron en busca de Will.Tapando el firmamento y la tierra, elpilar mortal avanzaba arremolinándoseen su dirección, pavoroso en su energíasalvaje y móvil y, sin embargo,profundamente silenciosa. No tuvotiempo de sentir miedo. Will se quedóde pie, solo. La imponente columnanegruzca se abalanzó sobre él y loengulló, con la presencia de todas lasfuerzas monstruosas del reino del mal ensu oscilante neblina, y en su centro elfabuloso semental negro, echandoespuma por la boca, se levantó sobre suspatas traseras con el Jinete Negromontado sobre él y con un brillantefuego azul incendiándole los ojos. Willinvocó en vano todas las fórmulas que

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conocía para protegerse, pero susmanos, incapaces de obedecer susórdenes, no lograban alcanzar los signospara pedir ayuda. El chico se quedóinmóvil en el mismo lugar, presa de ladesesperación, y cerró los ojos.

Sin embargo, en el silencio inerteque ahogaba el mundo y envolvía almuchacho, destacó un sonido tímido. Erael mismo extraño relincho agudo que esedía había oído tres veces en lo más altodel cielo, un gañido como de gansosmigratorios volando en una nocheotoñal. Sonaba muy cerca, y el ruido sehizo tan intenso que le hizo abrir losojos. Entonces vio una escena comojamás había presenciado, y de la quejamás volvería a ser testigo. La mitad

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del cielo estaba encapotado, y en él sedestacaba la imagen aterradora de lafuria silenciosa de las Tinieblas y lafuerza de su tornado girando sin parar;pero ahora, cabalgando hacia ellas porel oeste y con la velocidad de unmeteorito, se veía a Hernes y a lacacería salvaje. Se hallaban en elmomento álgido de su poder, y con ungrito desgarrador salieron rugiendo delos inmensos nubarrones plomizos, entrelos relámpagos zigzagueantes y lasnubes de un gris púrpura, para cabalgaren la tormenta. El cazador, con sucornamenta y los ojos amarillos comoascuas, galopaba con una risa temeraria,entonando la señal de avance quereagrupa a los perros para lanzarlos

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contra la caza, y su caballo, blanco ydestellando como el oro, se precipitabahacia delante con la crin y la cola alviento.

Como un interminable río ancho yblanco, iban pasando los SabuesosGañedores, los Aulladores y losPerdigueros del Destino, con suspurpúreos ojos encendidos en miles deascuas disuasorias. El cielo se tiñó deblanco con su presencia. Abarcabantodo el horizonte occidental, y seguíanllegando más perros, en un flujoinacabable. Al son de miles de hocicosaullando, con un lamento que másparecía un bramido, las Tinieblas, conun ligero temblor, parecieron quebrarsey perder algo de su magnificencia. Will

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vislumbró al Jinete Negro de nuevo, enlo alto de la tétrica neblina; en su rostrose adivinaba la tensión de la rabia, elmiedo y la gélida maldad, y bajo esasemociones, asomaba la conciencia de laderrota. Azuzó con tanta ira su caballoque el ágil semental negro se tambaleó yestuvo a punto de caer. Al tirar de lasriendas, el Jinete pareció arrojar algocon impaciencia desde su silla demontar, un objeto pequeño y obscuroque cayó blando y suelto al suelo, y sequedó allí, como una capa desechada.

La tormenta y la enfebrecidacacería salvaje se lanzaron contra elJinete, el cual cabalgó hasta refugiarseen su negro torbellino. El fantásticotornado, elevándose como una columna,

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se curvó y dobló, como un látigo o unaserpiente agonizante, hasta que al finalse oyó un ensordecedor grito en elfirmamento, y empezó a huir a unavelocidad de vértigo hacia el norte.Escapaba en la dirección del bosque ylos terrenos comunales, hacia la Cañadadel Cazador. Herne y la cacería fueronen pos de él, en frenética carrera, comola cresta de una larga y blanquecina olaen la tormenta. El aullido de los perrosmurió en la distancia, y fue el últimosonido de la cacería en extinguirse.Sobre el roble de Herne lucía una medialuna de plata, flotando en un cieloestriado por retazos desiguales de lasnubes.

Will respiró profundamente y miró

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a su alrededor. Merriman estabaexactamente donde le viera por últimavez, alto y erguido, con la capuchapuesta, parecido a una estatuainexpresiva. El viejo George habíallevado a Pólux bajo los árboles,porque ningún animal corriente hubierapodido acercarse tanto al Cazador ysobrevivir.

—¿Ha terminado? —preguntó Will.—Más o menos —respondió

Merriman, con la caperuza tapándole elrostro.

—Las Tinieblas... están... —Y elmuchacho no se atrevía a pronunciar laspalabras.

—Las Tinieblas, por fin, hanperdido este encuentro. Nada puede

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enfrentarse al Cazador Salvaje. Herne ysus sabuesos persiguen a sus presas sindescanso, hasta los confines del mundo.Por lo tanto, es ahí donde los señores delas Tinieblas tratarán de ocultarse ahora,esperando que les llegue otraoportunidad. Ahora bien, la próxima vezseremos mucho más fuertes, gracias alcírculo completo, a los seis signos y aldon de la gramática mistérica. El éxitode tu búsqueda nos ha fortalecido, WillStanton, y pone a nuestro alcance laúltima y definitiva victoria.

Merriman se bajó la anchacapucha, y su pelo blanco e indomablerelució bajo la luz de la luna. Duranteunos breves instantes sus ojos sombríospenetraron en los de Will, mostrando un

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orgullo cómplice que reconfortó almuchacho. Entonces Merriman miró a lolejos, hacia los prados moteados denieve del Gran Parque.

—Solo nos queda juntar los signos;pero antes de eso, tenemos que haceralgo más.

Un curioso estremecimiento podíapalparse en su voz. Will lo siguió,desconcertado, mientras su maestro dabaunas cuantas zancadas hacia el roble deHerne. Entonces vio sobre la nieve, alborde de la sombra que proyectaba elárbol, la estrujada capa que el JineteNegro había dejado caer cuando sedisponía a huir. Merriman se agachó, yluego se arrodilló junto a ella sobre lanieve. Con aire interrogativo Will se

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acercó para ver mejor, y se sobresaltó alcomprender que el montón obscuro deropa no era una capa, sino un hombre. Elpersonaje yacía con la espalda en elsuelo, retorcido en un ángulo fatídico.Era el Caminante. Era Hawkin.

—Aquellos que vuelen alto con losseñores de las Tinieblas, desde muy altocaerán —dijo Merriman con una vozprofunda e inexpresiva—. Los hombresno aguantan bien esas alturas. Creo quese ha roto la espalda.

Observando el pequeño rostroinmóvil, Will pensó que en esa ocasiónhabía olvidado que Hawkin tan solo eraun hombre normal y corriente. Quizá nomuy corriente, a fin de cuentas; esa nosería la palabra más adecuada para

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describir a un hombre que había sidoutilizado por la Luz y las Tinieblas,había viajado a través del tiempo y sehabía convertido finalmente en aquelCaminante maltratado por uninterminable vagabundeo que habíadurado seiscientos años. No obstante,era un hombre, y además mortal. Elpálido rostro se movió un poco, y elhombrecillo abrió los ojos. El dolor sereflejaba en su mirada, y en ella tambiénse advertía la sombra de un dolordistinto y recordado.

—Me tiró del caballo —dijoHawkin.

Merriman lo miró sin decir nada.—Sí, claro —susurró Hawkin con

amargura—. Vos sabíais que eso

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sucedería. —Ahogó un suspiro de doloral intentar mover la cabeza; y entoncesel pánico afloró en su mirada—. Solonoto la cabeza... Noto la cabeza porqueme duele; pero los brazos, las piernas...están... ¡No los siento!

Su arrugado rostro encarnaba ladesesperación más terrible ydesconsolada. Hawkin miró a Merrimandesconsolado.

—Estoy perdido. Lo sé.¿Permitiréis que siga viviendo, ahoraque empieza el peor de missufrimientos? Un hombre tiene derecho amorir, y vos lo habéis impedido durantetodo este tiempo. Me hicisteis vivirdurante muchísimos siglos cuando yodeseaba morir con todas mis fuerzas; y

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todo por una traición que cometí porcarecer de la inteligencia de losAncestrales...

El dolor y la nostalgia de su vozeran intolerables, y Will giró la cabeza.

—Tú fuiste Hawkin, mi hijoadoptivo y mi vasallo, el que traicionó asu señor y a la Luz. Entonces teconvertiste en el Caminante, destinado acaminar por la tierra todo el tiempo quela Luz lo precisara. Es cierto. Esa fue lacausa de que vivieras; pero nosotros note sometimos después, estimado amigo.Cuando el Caminante hubo cumplido sumisión, quedaste libre, y hubieraspodido descansar para siempre. Sinembargo, tú elegiste escuchar laspromesas de las Tinieblas y traicionar a

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la Luz por segunda vez. Te di laoportunidad de elegir, Hawkin, y no tela quité. No hubiera podido hacerlo.Sigue siendo tuya. Ningún poder de lasTinieblas o de la Luz es capaz deconvertir a un hombre en otra cosasuperior cuando ya ha desempeñado elpapel sobrenatural que se le haotorgado. Ahora bien, esos mismospoderes de las Tinieblas o de la Luztampoco pueden arrebatarle susderechos como hombre. Si eso fue loque te contó el Jinete Negro, te mintió.

—¿Puedo descansar? —dijoHawkin con el rostro contorsionado porel dolor y mirándolo con una agoníaincrédula—. ¿Puedo elegir terminar contodo y descansar al fin?

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—Siempre has tenido la facultad deelegir —dijo Merriman con tristeza.

Hawkin asintió; un espasmo dedolor le cruzó el rostro y luegodesapareció. Sin embargo, los ojos quelos contemplaban volvían a ser losbrillantes y vivarachos ojos delprincipio, de ese hombrecillo pulcrovestido con una chaqueta de terciopeloverde.

—Usa el don correctamente,Ancestral —dijo Hawkin, dirigiéndose aWill en voz baja.

Luego volvió la mirada haciaMerriman, una mirada prolongada einsondable, íntima, y con voz casiinaudible dijo:

—Maestro...

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La luz se esfumó de sus chispeantesojos, y su persona dejó de existir.

La unión de los signos

Will estaba de pie, dando la

espalda a la entrada y contemplando lalumbre de la herrería, aquella forja detecho bajo. El fuego ardía en llamasanaranjadas, rojizas y de un amarillovivo, casi blanco, mientras John Smithpresionaba el largo fuelle. Era laprimera vez en todo el día que Will sesentía reconfortado por el calor. No erapeligroso para un Ancestral quedarcalado hasta los huesos en un río helado,

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pero se alegraba de volver a sentircalórenlo en todo su cuerpo. Además,eso le ponía de buen humor, y tambiénconfería a la estancia un ambientedistendido.

Pero, en realidad ese fuego noiluminaba exactamente la habitación,porque los objetos que veía Will notenían una apariencia sólida. El airetitilaba. Solo el fuego parecía real; elresto hubiera podido ser un espejismo.El muchacho vio que Merriman locontemplaba, esbozando apenas unasonrisa.

—Vuelvo a tener esa sensación deque no estamos en el mundo real —dijoWill con estupor—. Es lo mismo quesentí ese día, cuando fuimos a la

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mansión y vivimos en dos tiemposdistintos a la vez.

—Sí. Es lo mismo; y ahora tambiénnos encontramos en dos momentosdiferentes.

—¡Si estamos en la época de laherrería! —exclamó Will—. Hemosatravesado las puertas.

En efecto. Junto con Merriman y elviejo George, sin olvidar al enormecaballo Pólux, Will había atravesadolos portones del tiempo. En los mojadosy obscuros campos de las afueras,después de que el Cazador Salvajeahuyentara a las Tinieblas desde elfirmamento, el grupo de Ancestraleshabía atravesado las puertas para llegara la época de la que procedía Hawkin,

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seiscientos años atrás; la misma épocaen la que Will había caminado la quietay nevada mañana de su cumpleaños.Habían devuelto a Hawkin a su mundopor última vez, cargándolo a lomos deP ó l u x . Cuando todos hubieronatravesado los portones, el viejo Georgecondujo al caballo en dirección a laiglesia, con el cuerpo de Hawkin en sugrupa. Will comprendió que en supropia época, en algún rincón delcamposanto de su pueblo, quizácoronado por alguna piedradesmoronada o ilegible, quizá bajo otrassepulturas más recientes, yacíasepultado un hombre llamado Hawkin,fallecido en fecha desconocida duranteel siglo XIII, y que descansaba en paz en

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ese lugar desde entonces.Merriman lo llevó hasta la parte

delantera de la herrería, frente alestrecho sendero de tierra endurecidaque atravesaba la Cañada del Cazador:el Camino Ancestral.

—Escucha.Will observó el camino lleno de

baches, flanqueado por densos árboles aambos lados, y la fría franja grisácea delcielo de madrugada.

—¡Oigo el río! —exclamó Willsorprendido.

—Ya.—¡Pero si está a kilómetros de

distancia, al otro lado de los terrenoscomunales!

Merriman ladeó la cabeza hacia el

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caudaloso y turbulento sonido de lasaguas. Sonaba como un río crecido,aunque no desbordado, un río que fluyealimentado por las abundantes lluvias.

—Lo que estamos oyendo no es elTámesis —aclaró Merriman—. Son losruidos del siglo XX. Verás, Will: JohnWayland Smith debe unir los signos enesta forja y en este momento, porqueesta herrería fue destruida poco después.Ahora bien; los signos no se juntaronhasta que tú los conseguiste, y esoocurrió en tu propia época. Por lo tanto,la unión debe hacerse en una burbuja detiempo situada entre ambos siglos, unespacio en el que los sentidos de unAncestral puedan percibir las dosépocas a la vez. Lo que oímos no es un

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río real. Es el agua que baja por elCamino de Huntercombe en tu siglo,descargando la nieve fundida.

Will pensó en la nieve y en sufamilia, sitiada por las riadas, y derepente se convirtió en un niño que solodeseaba volver a casa.

—Ya falta poco —lo animóMerriman, mirándolo con compasión.

Oyeron un martilleo a sus espaldasy se volvieron. John Smith habíaterminado de bombear el fuelle y elfuego estaba al rojo vivo. Ahora seaplicaba en el yunque, con las largastenazas preparadas frente al resplandordel fuego. El herrero no empleaba supesado martillo habitual, sino otro queparecía ridículamente pequeño

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comparado con su desarrollado puño.Era una herramienta delicada, másparecida a las que Will había vistoutilizar a su padre en el taller de joyería.Quizá el motivo fuera que el objeto en elque se afanaba era mucho más delicadoque las herraduras de los caballos. Setrataba de una cadena de oro, congrandes eslabones, de donde penderíanlos seis signos. John había dispuesto loseslabones ordenados en fila, y los teníaa su alcance.

—Casi estoy listo —dijo,levantando la mirada y con el rostroacalorado por el fuego.

—Muy bien —dijo Merriman, y semarchó muy digno por el camino,dejándolos solos en la herrería.

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Al cabo de un instante se detuvo,alto e imponente, vestido con su larga yazulada capa, con la caperuza bajada ysu espeso y cano pelo brillando como lanieve. Sin embargo, no había nieve enese paraje, ni siquiera agua, a pesar delsonido torrencial que Will seguíaoyendo. El cambio se inició en esepreciso instante. Merriman parecía nohaberse movido. Seguía en pie, dándolesla espalda, con las manos caídas aambos lados de su cuerpo, muy quieto,sin mover ni un solo músculo. Sinembargo, en torno de él el mundoempezaba a transformarse. El aire vibróy se estremeció, los perfiles de losárboles, la tierra y el cielo temblaron yse difuminaron, y todas las cosas

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visibles parecían flotar yentremezclarse. Will se quedó mirandoese mundo oscilante, sintiendo un ligeromareo, y poco a poco empezó adistinguir el murmullo de muchas voces,destacándose por encima de la carreterainundada, caudalosa e invisible. Comosi estuviera bajo los efectos de lareverberación del calor, el temblorosomundo empezó a definirse y aparecieronvisibles los perfiles de los objetos, y elmuchacho vio que una muchedumbreinmensa y homogénea ocupaba elcamino, los recodos entre los árboles yel patio abierto que había frente a laforja. No eran del todo reales, ni sólidostampoco; su naturaleza era fantasmal,como si pudieran desaparecer al

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tocarlos. Sonreían a Merriman,saludándolo desde donde seencontraban, sin dirigir todavía el rostrohacia Will. Apiñados a su alrededor,miraban con deleite la herrería, como unpúblico dispuesto a contemplar una obrade teatro, pero sin percatarse de lapresencia de Will y el herrero.

Era una galería interminable deretratos. Había rostros alegres,sombríos, viejos, jóvenes, blancos comoel papel, negros como la pez, con todoslos matices y tonos comprendidos delrosa al marrón, apenas familiares, o bienabsolutamente extraños. Will creyóreconocer algunas caras de la fiesta quela señorita Greythorne había dado en lamansión, esa fiesta celebrada unas

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Navidades del siglo XIX que habíanlabrado la desgracia de Hawkin y lohabían iniciado a él en el saber de Ellibro de la gramática mistérica.Entonces lo comprendió todo. Todasesas personas, la interminable multitudque Merriman había congregado dealgún modo, eran Ancestrales. Habíanacudido de todas partes, venían de todoslos países del mundo para ser testigosde la unión de los signos. Will quedósobrecogido por el espanto, y deseó quese lo tragara la tierra para poder escaparde la mirada de este nuevo ydesmesurado mundo encantado, unmundo que era el suyo.

Esta es mi gente, pensó. Es mifamilia, exactamente igual que mi

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familia auténtica. Son los Ancestrales; ya todos nos une el mismo vínculo:conseguir el objetivo más insigne delmundo. Entonces advirtió una leveagitación entre la muchedumbre,avanzando como una ondulación por elcamino, y algunos empezaron adesplazarse y moverse para hacer sitio.En ese momento oyó la música; esamúsica de viento y percusión, casicómica en su simpleza, el sonido de lospífanos y los tambores que había oído ensu sueño... o quizá no había sido unsueño. Estaba tenso, con las manosagarrotadas, esperando, y Merriman girósobre sus talones y avanzó a grandeszancadas para ponerse junto a él,mientras la breve procesión, igual que

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en el pasado, surgía de la multitud paraacercarse a ellos.

En ese racimo de personajes, ycuriosamente de una textura más sólidaque los anteriores, se destacaba aquellabreve procesión de muchachos vestidoscon túnicas y medias burdas y extrañas,con el pelo a la altura de los hombros yunas gorras raras y fruncidas. Los queabrían el cortejo seguían llevando palosy haces de ramitas de abedul, mientrasque los que cerraban la marcha tocabanuna única melodía nostálgica yrepetitiva, con gaitas y tambores. Entreambos grupos desfilaban los mismosseis chicos que transportaban enhombros unas andas hechas con ramasgruesas y juncos y decoradas con ramos

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de acebo en las esquinas.—La primera vez es por san

Esteban, un día después de Navidad, yla segunda, durante la DuodécimaNoche. Dos veces al año, si ese año esespecial, se celebra la Caza del Carrizo.

Sin embargo, ahora Will podía verlas andas con claridad, y en esa ocasión,no había carrizo alguno, sino esa otraforma delicada y yacente, la ancianaDama vestida de azul, con su exorbitanteanillo de color rosáceo en la mano. Losmuchachos marcharon hacia la herrería yal llegar, depositaron las andas en elsuelo, con gran cuidado. Merriman seinclinó, tendiéndole la mano, y la Damaabrió los ojos y sonrió. La ayudó aponerse en pie y la mujer, avanzando

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hacia Will, tomo las manos delmuchacho entre las suyas.

—Bien hecho, Will Stanton —dijo,y entre la multitud de Ancestrales queatestaban el camino se elevó unmurmullo de aprobación, como el vientocuando canta entre los árboles—. Sobreel roble y el hierro, haced que los signosse unan —concluyó, volviendo el rostrohacia la herrería, donde John aguardabaen pie.

—Ven, Will —dijo John Smith.Los dos Ancestrales fueron hacia el

yunque, y Will depositó sobre él elcinturón en el que había llevado lossignos durante toda su búsqueda.

—¿Sobre el roble y el hierro? —susurró. —El hierro del yunque y el

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roble de su base —dijo en voz baja elherrero—. La enorme base de maderadel yunque siempre es de roble; es laraíz de un roble, que es la parte másfuerte del árbol. ¿No recuerdas quealguien te habló de la naturaleza de lamadera hace un rato? —dijo a Will conun brillo en los ojos y volviendo a sutrabajo.

El herrero cogía los signos uno auno, y los iba uniendo entre sí coneslabones de oro. En el centro colocólos signos de fuego y agua; a un lado, lossignos de hierro y bronce, y al otro, lossignos de madera y piedra. Luego ató encada uno de los extremos un trozo decadena de oro macizo. Trabajaba conrapidez y delicadeza, mientras Will lo

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observaba. Fuera, la reuniónmultitudinaria de Ancestralespermanecía inmóvil, plantada como lahierba. Aparte de los golpeteos delmartillo del herrero y el silbidoocasional del fuelle, no se oía ruidoalguno, salvo el correr de las aguas deese río invisible en que se habíaconvertido la carretera muchos siglosdespués y cuya presencia, sin embargo,se palpaba cerca.

—Ya está —dijo al fin John.Con gran ceremonia entregó a Will

la resplandeciente cadena de signos, y elmuchacho contuvo el aliento ante subelleza. Sostuvo los signos y, derepente, le invadió una sensaciónextraña y bravía, como si le pasara la

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corriente: era la confirmación, sólida yarrogante, de su poder. Will estabadesconcertado; si el peligro ya no erainminente y las Tinieblas habían huido,¿qué propósito tenía todo eso? Caminóhacia la Dama, con la sorpresa pintadaen su rostro, le puso los signos en lamano y se arrodilló ante ella.

—¿No ves que son para el futuro,Will? Para eso sirven los signos. Son elsegundo de los cuatro instrumentos delpoder, que durante muchísimos sigloshan estado dormidos y ahora constituyenuna parte muy importante de nuestrafuerza. Esos cuatro instrumentos delpoder los hicieron varios artesanos delreino de la Luz en distintos momentosdel tiempo, esperando que llegara un día

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en que sirvieran de ayuda. Son un cálizde oro, al que llaman el grial, el círculode los signos, una espada de cristal y unarpa de oro. El grial, al igual que lossignos, se encuentra a salvo. Los otrosdos todavía tenemos que conseguirlos;son otras empresas que se llevarán acabo en épocas distintas. Sin embargo,cuando hayamos añadido esos dosúltimos objetos a los instrumentos queya tenemos y las Tinieblas resurjan paralanzar su encarnizado ataque final,tendremos la esperanza y la seguridadde poder vencer.

Volvió el rostro hacia la masainnumerable y fantasmal de losAncestrales.

—«Cuando las Tinieblas se

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alcen...» —dijo sin expresión en surostro.

—«... seis las rechazarán» —corearon miles de voces con unmurmullo apagado, plagado depresagios.

—Buscador de los Signos —dijo laDama, mirando de nuevo a Will yarrugando sus intemporales ojos en unamuestra de afecto—. Por tu nacimiento,el día de tu cumpleaños tomasteposesión de tu persona, y el círculo delos Ancestrales se completó parasiempre. Con el buen uso que hiciste deldon de la gramática mistérica lograstellevar a buen puerto tu aventura ydemostraste que eras capaz de superar laprueba a la que te habían sometido.

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Hasta el día en que volvamos a vernos,porque volveremos a encontrarnos,Will, todos te recordaremos con orgullo.

Esa multitud que alcanzaba hastadonde se perdía la vista respondió conun murmullo distinto, ahora más cálido;y la Dama, con sus delgadas y menudasmanos, iluminadas por el brillo delmagnífico anillo con la piedra rosácea,se inclinó y colocó la cadena de signosen el cuello de Will. Entonces lo besóligeramente en la frente, y su beso teníala suavidad del roce del ala de unpájaro. —Adiós, Will Stanton.

El murmullo de voces se acrecentó,y el mundo giró alrededor de Will enuna ráfaga de árboles y llamas,dominada por la cautivadora frase

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musical, sonando como unascampanillas, más alta y alegre quenunca. Las notas se desgranaban en sucabeza, como una canción, y le embargóuna sensación tan maravillosa que cerrólos ojos y se abandonó a su belleza. Enel intervalo de un segundo comprendióque esa música era el espíritu y laesencia de la Luz. Entonces las notasempezaron a desvanecerse, despacio, yse volvieron distantes, seductoras y untanto melancólicas, como siempre habíasucedido en el pasado, hastadesaparecer en la nada y dejar paso alsonido del torrente. Will lloró con unaprofunda pena, y abrió los ojos.

Estaba arrodillado en la nieve fríay aplastada, bajo la luz mortecina y gris

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de la madrugada, en un lugar que noreconoció junto al Camino deHuntercombe. Al otro lado de lacarretera unos árboles desnudos seelevaban sobre las clapas de nievemojada. A pesar de que la avenidavolvía a ser una carretera pavimentada,el agua corría furiosa bajo elalcantarillado con un sonido parecido aun arroyo..., o incluso un río. Lacarretera estaba vacía; no se veía anadie entre los árboles. La sensación depérdida le hizo llorar; esa acogedorareunión de amigos, la intensidad, la luz yel aire festivo, e incluso la Dama, todoeso se había esfumado; y él se habíaquedado solo, desamparado. Se llevóuna mano al cuello, Los signos seguían

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en su lugar.—Es hora de ir a casa, Will —

anunció tras él la voz profunda deMerriman.

—¡Oh! —exclamó Will con undesánimo que le impidió volverse—.Me alegro de que estés aquí.

—Sí, ya lo veo, ya —dijoMerriman de un modo cortante—.Contén tu alegría, por favor.

Sentado sobre los talones, Will lomiró por encima del hombro. Merrimanle sostuvo la mirada con aire solemne yclavó en él sus obscuros ojos como unbúho. De repente, todas las emocionesque atenazaban a Will se desataron en suinterior, y el muchacho empezó a reír acarcajadas. Merriman torció ligeramente

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el gesto. Levantó la mano y Will seapresuró a ponerse en pie, conteniendoapenas la risa.

—Es que me ha dado... —dijo elmuchacho, y se detuvo en seco, sin estarmuy seguro de si reía o lloraba.

—Es un ligero trastorno —dijo conamabilidad Merriman—. ¿Puedesandar?

—¡Claro que puedo andar! —dijoindignado el chico. Will miró a sualrededor. En el lugar donde habíaestado enclavada la herrería se alzabaun atrotinado edificio de obra vistaparecido a un garaje, y en torno de laconstrucción se veían armazones demadera y vidrio para proteger lasplantas y los huertos asomando entre la

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nieve fundida. Miró rápido hacia arribay vio el perfil de una casa que leresultaba familiar. —¡Es la mansión!

—Sí. La entrada trasera, la quequeda cerca del pueblo y utilizanbásicamente los proveedores; y losmayordomos también, por supuesto —dijo Merriman, sonriendo.

—¿De verdad que aquí es dondeestaba la antigua herrería?

—En los planos de la vieja casaeste lugar se llama la verja del herrero.A los especialistas en historia deBuckinghamshire les encanta especularsobre la razón en sus ensayos sobreHuntercombe, y siempre se equivocan.

—¿Está la señorita Greythorne encasa? —dijo Will, escrutando entre los

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árboles las altas chimeneas estilo Tudory los tejados de dos aguas.

—Sí, ahora sí. ¿Acaso no la visteentre el gentío? —¿El gentío? —preguntó Will, cerrando la boca alpercatarse de que la tenía abierta comoun tonto—. ¿Quieres decir que ellatambién es un Ancestral? —preguntómientras diversas imágenescontradictorias luchaban en su cabeza.

—Vamos, Will. No me dirás que tuinstinto no te lo advirtió hace muchotiempo.

—Bueno, sí. En realidad, sí; peronunca llegué a saber cuál de las dosseñoritas Greythorne era de los nuestros,si la de hoy o la de la fiesta de Navidad.Ya. Bueno, sí... La verdad es que

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supongo que ya lo sabía —dijo,aventurando una mirada hacia Merriman—. Son la misma persona, ¿verdad?

—Ahora sí has acertado. Laseñorita Greythorne, mientras tú yWayland Smith estabais absortos envuestra labor, me dio dos regalos paraque los abrierais la Duodécima Noche.Uno es para tu hermano Paul, y el otro espara ti —dijo, mostrándole dos paquetescon una forma indeterminada y envueltosen lo que parecía una tela de seda.Luego volvió a meterlos bajo la capa—.Creo que el de Paul es un regalo normal.Bueno, más o menos. El tuyo, en cambio,es algo que solo utilizarás en el futuro,en el momento en que tu buen juicio tediga que puedes necesitarlo.

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—La Duodécima Noche... ¿Eso eshoy? —preguntó, mirando el cieloplomizo de la madrugada—. Merriman,¿cómo te las has arreglado para que mifamilia no se preocupara por mí? ¿Deverdad que se encuentra bien mi madre?

—¡Claro que sí! Además, tú haspasado la noche en la mansión,durmiendo... Venga, hombre. Todo estono son más que detalles. Conozco todaslas preguntas que nos harán; y tú sabráslas respuestas cuando llegues a casa.Además, de todos modos ya las sabes —dijo, volviendo la cabeza hacia Will yobservándolo con unos profundos ojosobscuros que poseían la fuerzaarrebatadora de un basilisco—. Venga,Ancestral —dijo en voz baja—.

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Recuerda tu posición. Ya no eres unniño.

—No. Ya lo sé.—Sí, pero a veces sientes que la

vida sería mucho más agradable si lofueras.

—A veces sí —dijo el muchacho,sonriendo—, pero no siempre.

Cruzaron a grandes zancadas elpequeño arroyo que bordeaba lacarretera y se encaminaron hacia la casade los Stanton, siguiendo el Camino deHuntercombe.

Clareaba el día, y frente a ellos laluz comenzó a teñir el reborde del cielo,anunciando que el sol no tardaría ensalir. Sobre la nieve acumulada a amboslados de la carretera se veía una neblina

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suspendida, envolviendo los desnudosárboles y los riachuelos. La mañanaprometía, y el cielo, de un pálido tonoazulado, esa clase de cielo que no seveía en Huntercombe desde hacíamucho, poseía aquella brumacaracterística de los días sin nubes.Caminaban como un par de viejosamigos, sin hablar demasiado,compartiendo ese silencio que más queun mutismo es una especie decomunicación callada. Sus pasosresonaban sobre la calzada mojada, yese era el único sonido en todo elpueblo, salvo la canción de un mirlo y elruido distante de una pala. Los árbolescaducos se cernían sobre uno de loslados de la carretera, y Will advirtió

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que habían llegado al recodo que pasabajunto al bosque de los Grajos. Miróhacia arriba. Los árboles permanecíansilenciosos, y también los grandes ysucios nidos colgados sobre las ramasque asomaban entre la niebla.

—Los grajos están muy callados —dijo el muchacho.

—No están ahí.—¿Cómo que no están ahí? ¿Por

qué no? ¿Dónde están?—Cuando los Sabuesos Gañedores

cruzan el firmamento en pos de su presa,no hay ningún animal, ni en el cielo, nien la tierra, que resista su visión sinenloquecer de terror —contó Merriman,sonriendo a pesar de todo—. Anoche losmaestros no habrían logrado encontrar

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ninguna criatura suelta en todo elcondado, y, por supuesto, tampoco en elcamino de Heme y la cacería. Es algoque se sabe desde muy antiguo. Loscampesinos de toda la comarca solíanencerrar a sus animales la víspera de laDuodécima Noche, por si el Cazadorsalía de caza.

—¿Qué ha sucedido entonces?¿Están muertos? —preguntó angustiadoWill con la certeza de saber que a pesardel comportamiento maléfico de esasaves, colaboradoras de las Tinieblas, laidea de su destrucción le desagradabaprofundamente.

—No, no. Los han desperdigado.Volarán sin orden ni concierto hasta quecada uno de los sabuesos que los

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persiguen decida que ha llegado elmomento de que regresen a su lugar. LosPerdigueros del Destino no son unaespecie que se dedique a matar a losseres vivos para luego comérselos. Losgrajos terminarán por volver. De uno enuno, medio desplumados, cansados yafligidos. Si hubieran sido másinteligentes y no hubieran mantenidotratos con las Tinieblas, anoche sehabrían ocultado, parapetados tras lasramas o guarecidos bajo salientes, paraque no los vieran. Los animales que asílo hicieron siguen aquí, sanos y salvos.Sin embargo, a nuestros amigos losgrajos les llevará un cierto tiemporecuperarse. Creo que no volverán acausarte problemas, Will, aunque en tu

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lugar yo no volvería a confiar en ellos.—Mira —dijo Will, señalando al

frente—. Aquí hay dos animales enquienes se puede confiar —afirmó conuna voz llena de orgullo mientras por elcamino se acercaban, corriendo ysaltando, los dos perros de los Stanton,Raq y Ci.

Los animales hacían cabriolas a sualrededor, ladrando y aullando dealegría, lamiéndole las manos con unsaludo tan desproporcionado queparecía que el muchacho hubiera estadofuera un mes entero. Will se agachó parahablarles y se sumergió en un mar demeneantes rabos, cálidos jadeos yenormes y mojadas patas.

—¡Largo de aquí, idiotas! —dijo

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con alegría.—Ahora, calmaos —dijo

Merriman en voz muy baja.En ese instante los perros se

sosegaron y se quedaron quietos,agitando tan solo la cola con entusiasmo.Volvieron la vista hacia Merrimandurante unos segundos y luego sepusieron a trotar afablemente y ensilencio junto a Will. Llegaron alsendero que conducía a la casa de losStanton, y el ruido de las palas fuehaciéndose más audible. Al doblar elrecodo encontraron a Paul y al señorStanton, bien enfundados paraprotegerse del frío y desembozando undesagüe lleno de nieve empapada, hojasy ramas.

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—¡Vaya, vaya! —exclamó el señorStanton, apoyándose en su pala.

—¡Hola, papá! —dijo Willalegremente mientras corría paraabrazarlo.

—Buenos días —saludó Merriman.—El viejo George nos dijo que

vendrías pronto —dijo el señor Stanton—, pero no imaginé que se refiriera auna hora tan temprana. ¿Cómo se lasarregló para despertarlo?

—Me he despertado solo. Sí. Es elpropósito que me he hecho para el AñoNuevo. ¿Qué estáis haciendo?

—Sacando hojas muertas —contestó Paul.

—¡Pues sí que es un Año Nuevofeliz!

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—¡Y que lo digas! El deshielo haempezado tan deprisa que la tierra,como aún está helada, no absorbe nada.Ahora además se están deshelando losdesagües, y se ha embozado todo con laporquería que arrastraba la riada. Mira—dijo, levantando un fardo chorreante.

—Iré a buscar otra pala y osayudaré —se ofreció Will.

—¿No te apetece desayunarprimero? —dijo Paul—. Mary hapreparado un poco de desayuno, aunquecueste de creer. Aquí también nos hemosmarcado muy buenos propósitos para elnuevo año. Ya veremos lo que durarán.

Will se dio cuenta de repente deque hacía mucho tiempo que no habíacomido, y sintió un hambre atroz.

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—Entre usted también y desayune.Tómese una taza de té o lo que leapetezca —dijo el señor Stanton aMerriman—. A estas horas de la mañanalas caminatas lo dejan a uno helado.Quisiera agradecerle el que hayaacompañado a mi hijo a casa, y desdeluego, el haber cuidado de él esta noche.

Merriman asintió sonriendo y sesubió el cuello de una prenda que habíacambiado sutilmente y ya no era unacapa, sino, por lo que pudo advertirWill, un grueso abrigo del siglo XX.

—Muchas gracias, pero tengo quevolver a casa.

—¡Will! —gritó Mary, enfilando atoda prisa el camino.

Will fue a su encuentro, y ella se

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abalanzó sobre su hermano, golpeándoloen el estómago—. ¿Te lo has pasadobien en la mansión? ¿Has dormido enuna cama con dosel?

—La verdad es que no. ¿Teencuentras bien?

—Sí, claro que sí. Lo pasé genialmontando en el caballo del viejoGeorge, que era uno de esos tan enormesdel señor Dawson, los que van a lasferias. Me recogió en la carretera,cuando acababa de salir de casa. Pareceque hayan pasado siglos, y no tan solouna noche —dijo, mirando a Will conaire compungido—. Supongo que nohubiera debido salir a buscar a Max deese modo, pero todo sucedió tanrápido... y además me preocupaba que

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mamá no tuviera ayuda.—¿De verdad se encuentra bien?—El doctor dice que lo superará.

Se hizo un esguince, pero no se rompióla pierna. Como se quedó inconsciente,tendrá que descansar durante un par desemanas; pero sigue con su buen humorde siempre, ya lo verás.

Will miró hacia el camino y vio aPaul y a su padre hablando y riendo conMerriman. Pensó que quizá su padrehabía decidido que el mayordomo Lyonera un buen hombre, a fin de cuentas, yno tan solo una propiedad de la mansión.

—Perdona por hacer que teperdieras en el bosque. Fue culpa mía.En realidad Paul y tú debíais irpisándome los talones. Menos mal que

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el viejo George terminó por localizarnosa todos. El pobre Paul no dejaba depreocuparse porque no solo me habíaperdido yo, sino también tú —dijo conuna risita nerviosa que intentó controlarponiéndose seria.

—¡Will! —lo llamó Paul, girandosobre sus talones y alejándoseprecipitadamente del grupo con laexcitación pintada en el rostro—. ¡Mira!La señorita Greythorne dice que me loda a título de préstamo permanente.¡Dios la bendiga! ¡Fíjate! —exclamóacalorado.

Le tendió el paquete que Merrimanllevara consigo, y que ahora estabadesenvuelto, y Will vio que contenía lavieja flauta de la mansión. Su semblante

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se iluminó con una larga y prolongadasonrisa, y miró a Merriman, quien, consemblante serio, cruzó con él una miradade complicidad. Entonces sacó elsegundo paquete.

—Esto es lo que te envía la señorade la mansión. Will lo abrió, y vio unpequeño cuerno de caza, bruñido ygastado por los años. Lanzó un vistazo aMerriman y volvió a bajar la vista.

—Venga, Will. Sopla. ¡A ver si sete oye hasta Windsor! ¡Vamos! —decíaentre risas Mary, saltando a su lado.

—Más tarde —respondió Will—.Primero tengo que aprender a tocarlo.¿Dará las gracias de mi parte a laseñorita Greythorne? —le preguntó aMerriman.

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—Sí, pero ahora debo marcharme—dijo Merriman.

—Quiero decirle que estoy muyagradecido por toda la ayuda que nos haprestado, todo lo que ha hecho pornosotros, con este tiempo de locos... ypor los niños. De verdad que sucolaboración ha sido lo más... —Y sequedó sin palabras, pero estrechó lamano de Merriman con tanta energía queWill pensó que jamás iba a soltarla.

El rostro curtido y fieramentecincelado se ablandó, y Merrimanpareció complacido y un tantosorprendido. Sonrió y asintió, sin decirnada. Paul le estrechó la mano, ytambién Mary. Cuando le tocó el turno aWill, el apretón de manos fue más

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fuerte, y con una rápida presión y unabreve e intensa mirada a través de susobscuros y profundos ojos Merriman ledijo: —Au revoir, Will.

Levantó una mano a modo desaludo y se fue dando grandes zancadaspor la carretera. Will lo siguió unospasos, y Mary, poniéndose junto a él deun salto le dijo:

—¿Oíste anoche los gansossalvajes?

—¿Qué gansos? —respondió conbrusquedad, aunque en el fondo noestaba escuchándola—. ¿Gansos con esatormenta?

—¿Qué tormenta? —dijo ella sindejarle continuar—. Me refiero a unosgansos salvajes... a miles de gansos que

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supongo debían emigrar. Nosotros nolos vimos; solo se oía ese ruidoimpresionante. Primero fueron muchosgraznidos, como los que hacen esosgrajos chiflados del bosque, y luego unaespecie de gañido larguísimo atravesóel cielo entero, en lo más alto. Ponía lacarne de gallina.

—Sí, me imagino que sí.—Me parece que todavía andas

medio dormido —dijo Mary disgustada,y se marchó saltando hasta el final delsendero. Entonces se detuvo en seco, yse quedó muy quieta—. ¡Madre mía!¡Will! ¡Mira!

Observaba con detenimiento algoque había tras un árbol, oculto entre losrestos de un ventisquero. Will se acercó

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para mirar, y tirada sobre la malezamojada, vio la magnífica cabeza decarnaval con ojos de búho, rostrohumano y cornamenta de ciervo. Lamiraba boquiabierto, sin poder articularpalabra. Estaba limpia, seca, y suscolores seguían siendo intensos como enel pasado, como seguirían siéndolo en elfuturo. Se parecía al perfil de Herne elCazador que había visto recortándosecontra el cielo y, sin embargo, no eraexactamente igual. Se quedó inmóvil,contemplándola en silencio.

—¡Vaya! ¡Esto es increíble! —exclamó Mary con viveza—. ¡Qué suertetienes de que se quedara enganchadaahí! ¡A mamá le encantará saberlo!Cuando las riadas aparecieron de

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repente, todavía no había perdido elconocimiento. Tú no estabas ahí, claro;el agua entró y cubrió toda la plantabaja, y antes de que nos diéramos cuentahabía arrastrado hacia fuera una grancantidad de cosas de la sala de estar. Lacabeza fue una de ellas; y mamá sedisgustó mucho, porque sabía que eso tepondría triste; ¡y mira por dónde! Escurioso que... —iba diciendo lamuchacha sin dejar de charlaranimadamente y acercándose a lamáscara para verla mejor. Will ya no laescuchaba. La cabeza yacía contra elmuro del jardín, oculto todavía bajo lanieve, aunque sus extremos empezaban aasomar bajo los ventisqueros. Sobre unode esos montículos de nieve, el más

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cercano a la carretera y bajo el cualfluía el torrente que se había formado enla alcantarilla, había un gran número demarcas. Eran huellas de cascos, de uncaballo que se había detenido, habíagirado sobre sí mismo para lanzarseluego de un salto hacia la nieve. Sinembargo, esos cascos tenían otra forma.Eran círculos cuarteados por una cruz:las huellas de las herraduras que JohnWayland Smith, al principio de lahistoria, había colocado en la yeguablanca de la Luz.

Will observó las huellas y lacabeza de Carnaval, y se sintió inquieto.Caminó unos pasos hasta el final delsendero y miró hacia el Camino deHuntercombe. Podía ver la espalda de

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Merriman erguida, mientras la estilizadafigura vestida de obscuro caminaba condeterminación. Entonces un escalofrío lerecorrió la espalda y el pulso se ledetuvo. Tras él el sonido más dulce quepudiera imaginarse inundaba el airecortante de la mañana fría y gris. Era lasuave y hermosa melodía nostálgica dela vieja flauta de la mansión; Paul nohabía podido resistirse a su encanto ydebía de haber montado el instrumentopara probarlo. Estaba tocandoGreensleeves otra vez. La mágicatonadilla flotaba, hechizando el quietoaire de la mañana; Will vio queMerriman levantaba su blanca eindomable cabeza al oírla, pero nodisminuyó el paso.

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A medida que seguía contemplandoinmóvil la carretera, con la música enlos oídos, Will vio que tras Merriman,los árboles, la niebla y el trazado delcamino temblaban y se estremecían, deun modo que conocía bien. Entonces, deforma gradual vio que los portones ibandibujándose en el paisaje hasta anclarsesólidamente en él, tal y como los habíavisto en la ladera de la colina y en lamansión: las altas y labradas puertas quelo transportaban a uno por el tiempoaparecían enhiestas y solas en el CaminoAncestral que ahora se llamaba Caminode Huntercombe. Con gran lentitudempezaron a abrirse. No muy lejos dedonde se encontraba Will los sones deGreensleeves cesaron, y en su lugar se

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oyó la risa de Paul y las palabras quedecía, sofocadas. La música quehabitaba en la mente de Will, sinembargo, siguió sonando, y ahora sehabía convertido en esa frasearrebatadora, como el son de unascampanas, que siempre se iniciaba alabrirse las puertas o cuando sucedíaalgo que podía alterar las vidas de losAncestrales. Will apretó con fuerza lospuños, disfrutando de aquel sonidodulce y atrayente situado entre la vigiliay el despertar, el ayer y el mañana, lamemoria y la imaginación. Vibrabaamoroso en su pensamiento, y poco apoco fue volviéndose distante,desvaneciéndose, mientras en el CaminoAncestral el estilizado porte de

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Merriman, con su capa azul de nuevoondeando, atravesaba las puertasabiertas. A su espalda las imponenteshojas de sólido roble tallado se fueroncerrando despacio, hasta que se unieronen total silencio. Entonces, mientras seapagaba el último eco de la músicaencantada, desaparecieron; y el Solsalió, bañando en un magno incendio deuna luz amarilla y blanca la Cañada delCazador y el valle del Támesis.

Este es el fin de Los seis signos dela Luz, el segundo libro de la serie quelleva el mismo nombre. El primer librose tituló Sobre el mar, bajo la tierra. Eltercero se llamará Brujaverde. La serieconstará de cinco libros.

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22/07/2010