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Philippe Ariés Morir en Occidente desde la Edad Media hasta nuestros días Tiaducción de Víctor Goldstein ffi Hidalgo Adriana editora

Philippe Ariès, Morir en Occidente, pp. 19-52

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Philippe Ariés

Morir en Occidentedesde la Edad Mediahasta nuestros días

Tiaducción de Víctor Goldstein

ffiHidalgoAdriana editora

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La rnuerte dornesticada

[-as nuevas ciencias del hombre -y la lingüística- intro-.lrrjcron las nociones hoy comunes de diacronía y sincronía,

,¡rrc pueden resultarnos de utilidad. Como muchas formas.lc pensar que se ubican enla larga duración,la actitud ante

l.r rnuerte puede parecer casi inmóvil a través de perlodos

rrrrry largos. Aparece como acrónica. Y sin embargo, en cier-

ros rnomentos, intervienen cambios, las más de las veces len-r()s, y en ocasiones inadvertidos, más rápidos y conscientes

lr.y. La dificultad para el historiador es ser sensible a los

. ,r¡nlrios y al mismo tiempo no sentirse obsesionado por ellos

rrr olvidar las grandes inercias que reducen el alcance real de

l.rs innovaciones.lllste preámbulo sirve para explicar con qué intención elegí

l()s te mas de estas cuatto conferencias. La primera se ubicarárrr,is bien en la sincronía. Cubre una larga serie de siglos, del,,r.lcn de lo milenario. La llamaremos la muerte domestica-,1.r. (lon la segunda exposición entraremos en la diacronía:

' l.os historiado¡es contemporáneos han descubierto que las culturasrrrtlicionales son casi estáticas. El equilibrio económico y demográfico

¡rr':icticamente no evoluciona ¡ si por azar se ve perturbado, tiende a volver,r st¡s cilras iniciales. Véanse los trabajos de E. Le Roy Ladurie (sobre todoI r'lirritoire de I'historien, París, Gallimard,1973) y de P Chaunu, Hhtoire¡irnce sociale, París, SEDES, 1975.

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qué cambios, en la Edad Media, aproximadamente a partirdel siglo xII, comenzaron a modificar la actitud acrónica ante

la muerte, y qué sentido podemos dar a tales cambios. Final-

mente, las dos últimas exposiciones estarán dedicadas a las

actitudes contemporáneas, al culto de los cementerios y las

tumbas, y a la censuralanzada. sobre la muerte en las socie-

dades industriales.

Comenzaremos por la muerte domesticada, preguntán-

donos ante todo cómo morlan los caballeros de los cantares

de gesta o de las antiguas sagas medievales.

En primer lugar, estaban advertidos. LJno no morla sin

haber tenido tiempo de saber que iba a morir. De otro modo,

se trataba de la muerte terrible, como la peste o la muerte

súbita, y realmente era necesario presentarla como excepcio-

nal, no hablar de ella. Normalmente, el hombre estaba en-

tonces advertido."Sabed -dijo Gawain- que no viviré dos días."

El rey Ban sufrió una mala calda. Al volver en sl advirtió

que la sangre bermeja le salla de la boca, de la nariz, de las

orejas: "Miró al cielo y articuló como pudo. . . '¡Ah, señor Dios,

socorredme, pues veo y sé que mi fin ha llegado"'. Wo y sé.

En Roncesvalles, Roland'tiente que la muerte se adueña

de é1. De su cabeza desciende hacia el corazórl' . "Siente que

su tiempo ha terminado". tistán "sintió que su vida se per-

dla, comprendió que iba a morir".Los monjes piadosos no se conduclan de otro modo que

los caballeros. En San Martln de Tours, en el siglo x, tras cua-

tro años de reclusión, un venerable ermitaño "sintió -nos dice

Itaoul Glaber- que pronro iba a abandonar el mundo". Elr¡rismo autor narra que otro monje, que tenía algo de médicoy cuidaba a otros hermanos, tuvo que apresurarse. Se le aca-Irrrlra el tiempo: "Sabía que su muerte estaba cerci'.2

Observemos que la advertencia esraba dada por signos na-trrr:rles o, con mayor frecuencia aún, por una convicción ínti-ru;r antes que por una premonición sobrenatural o mágica.l'.r';r algo muy sencillo, que atraviesa las edades y aún encon-rr:unos como un vestigio en las sociedades industriales. Algot.rn ajeno a lo maravilloso como a la piedad cristiana: el reco-rrot:imiento espontáneo. No habla manera de hacer trampas,,lc simular que no se había visto nada. En 1491, es decir en

¡rk'no Renacimiento humanista que se tiene la mala costum-Irn'rle oponer a la Edad Media -en todo c:rso en un mundou¡bunizado muy alejado del de Roland o tistán-, una

¡utu'ncul4 una niña muy joven, bella y coqueta que amaba lavrrlrr y los placeres, es atacada por la enfermedad. ¿Acaso, conLr rornplicidad de su enrorno, se aferrará a la vida represen-

t,urtlo una comedia, fingiendo no darse cuenta de la gravedadrlc srr estado? No. Sin embargo se rebela, pero esa rebelión no,rrl,,1rta la forma de una negación de la muerte. Cum cerneret,

tnlilix juuencuk, de proxima situ imrninere rnortem. Cumt t,',t(ret: la desdichada niña vio que se aproximaba la muerte.l;rrronces, desesperada,-entrega su alma al diablo.3

lrr el siglo xvrr don Quijote, por loco que fuese, no trara,1,' csc,aparle a la muerte en los sueños en que había consu-trrirkr su vida. Por el contrario, las señales precursoras de la

( .it.rtlo por G. Duby, L' An Mil" París, Julliard, 1967, pátg. 59.{ iir.ulo por A. Tenenti, Il Senso dell¿ morte e I'amore d¿lk uia nel Rinascimento,lirrintr, Einaudi, col. "Francia e Italia", 1957, pág.170, n" 18.

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muerte lo devuelven a la razón: "Yo me siento, sobrina, a

punto de muerte".Saint-Simon dice de Mme. de Montespan que tenía mie-

do de la muerte. Más bien tenía miedo de no estar preparada

a dempo, y también (volveremos sobre esto) de morir sola.

"Se acostaba con todas las coninas abiertas con muchas velas

en su habitación, con sus doncellas alrededor, a quienes cada

vez que se despertaba querla encontrar charlando, luciéndose

o comiendo para prevenirse contra su adormecimiento." Apesar de la angustia, sin embargo, el 27 de mayo de 1707

también ella supo que iba a morir, e hizo sus disposiciones.

Así,las mismas palabras pasaron de edad en edad, inmu-

tables como un proverbio. Las encontramos en Tolstoi, en

una época en que su sencillez ya era dudosa. Pero precisa-

mente el genio de Tolstoi es haberlas recuperado. En su le-

cho de agonía en una estación del campo, Tolstoi gemía: "¿Y

los mujiks? ¿Cómo mueren los mujiks?". Peto los mujilamorían como Roland, Tiistán o don Quijote: sabían. En Los

tres muertos de Tolstoi, un viejo postillón agoniza en la coci-

na del albergue, cerca de la gran estufa de ladrillos. Él sabe.

Cuando una criada le pregunta amablemente qué le pasa, él

responde: "La muerte está ahl, eso es lo que pasa".

Esto siguió ocurriendo infinidad de veces en la Francia

racionalista y positivista, o romántica y exaltada, del siglo

xx. Por ejemplo, la madre de M. Pouget: "En1874 se pescó

una'colerina'. Al cabo de cuatro dlas dice: vayana buscarme

al señor cura, yo les diré cuando sea necesario. Y dos días

después: vayana decirle al Sr. cura que me dé la extremaun-

ción'. Y Jean Guitton -que escribla esto en l94l- comenta:"Vemos cómo los Pouget, en esos viejos tiempos lil874!),

¡'.rt.rban de este mundo al otro como gente práctica y senci-ll.¡, ,rbservadores de las señales, y ante todo de ellos mismos.No t'.staban apurados por morir, pero cuando veían que lle-

¡i,rlt,r la hora, entonces sin adelanto ni atraso, tal como debía\('r, rr)orían como cristianos".4 Pero otros que no eran cris-r r.rr¡()s también morlan sencillamente.

Sabiendo que se aproximaba su fin, el moribundo tomaba,,rr* rccaudos. Y todo habda de hacerse con sencillez, como en-rrc krs Pouget o los mujila de Tolstoi. En un mundo tan im-

¡'rrlirrado de lo ma¡avilloso como el del Ciclo dela Mesa redon-

,/,r, l:r muerte era algo muy sencillo. Cuando lancelote, heridoy cxtrrviado, se percrta en el bosque desierto de que 'perdiólr.rtr,r cl poder de su cueqpd', cree que va a morir. ¿Qué hace

,'rrronces? Gestos que le son dictados por las viejas costumbres,

¡i,'rt,rs rituales que deben hacerse antes morir. Se quita las ar-lr.rs, sc acuesta juiciosarnente sobre el suelo: deberla estar en el

h'. lrr ("yaciendo en el lecho enfermo", repetirán durante variosrr¡,,krs los testamentos). Extiende sus brazos en cruz +sto no es

lr,rl,irual. Pero la costumbre es ésta: se extiende de tal manerarlu(' sr.r cabezase vuelva hacia el Oriente, haciaJerusalén.

( hando Isolda encuenrra muerto aTiistán, sabe que tam-Irrrirr clla va a morir. Entonces se acuesta a su lado y se vuelvelr,¡. i;r cl Oriente.

lln Roncesvalles, el arzobispo Turpin espera la muerre acos-

t,rrhr: "sobre su pecho, bien al medio, cruzó sus blancas manost.rrr lrt'llas". Es la actitud de las estatuas de los yacenres a partir,1,'l siglo xlt. En el cristianismo primitivo, el muerto era repre-

' | ( itrirton, Portrait de M. Pouget, Paris, Gallimard, 1941, pá'g. 14.

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sentado con los brazos extendidos en la actirud del orante. Se

espera la muerte acostado, yacente. Esta actitud ritual es

prescripta por los estudiosos de la liturgia del siglo xt. "Elmoribundo -dice el obispo Guillaume Durand de Mende-debe estar acostado sobre la espalda para que su cara miresiempre al cielo.5" Esta actitud no es la misma que la de los

judíos, conocida por descripciones del Antiguo Testamento:

para morir, los judíos se volvían hacia la pared.

Así dispuesto, el moribundo puede realizar los ultimosactos del ceremonial tradicional. Tomaremos el ejemplo delCantar d.e Roknd.

El primer acto es el lamento por abandonar la vida, unaevocación triste pero muy discreta de los seres y las cosas

amadas, una síntesis reducida a dgunas imágenes. Rolando"se dio a rememorar varias cosas". En primer lugar, "tantas

tierras que conquistó el valiente"; luego la dulce Francia ylos hombres de su linaje, Carlomagno, su señor que lo ali-mentó; su maestro y sus compañeros (cornpains). Ningúnpensamiento para su madre, ni para su promedda. Evoca-

ción triste, conmovedora. "Llora y suspira y no puede dejarde hacerlo." Pero esta emoción no dura, como más tarde el

duelo de los sobrevivientes. Es un momento del ritual.Tias el lamento por dejar la vida, viene el perdón de los

compañeros, de los asistentes siempre cuantiosos que rodeanel lecho del moribundo. Oliverio pide perdón a Roland porel mal que pudo hacerle a su pesar: "Os perdono aquí y ante

Dios. Al decir estas palabras se inclinaron uno hacia el otro".El moribundo recomienda a Dios a los sobrevivientes: "Que

5 G. Durand de Mende, R¿tionale diainorum offciorum, editado por C.Barthélém¡ París, 1854.

I li,,s lrcndiga a Carlos y a la dulce Francia -implora Oliverio-r' ¡'rrr cncima de todos a Roland, su compañero". En El Can-ttr lr Rolandno se habla de la sepultura ni de su elección.

Lr clección de la sepultura aparece en los poemas más tar-,lt,rs tle La Mesa redonda.

Ahora es dempo de olvidar el mundo y pensar en Dios. La, rr.rt i<in se compone de dos partes: la culpa, "Dios, mi culpa a

r .rnrbio de tu gracia por mis pecados...", ufl resumen del fu-tnro confteon"Envozalta, Oliverio confiesa su culpa, con las

,l,rs rnanos unidas y alzadas hacia el cielo, y ruega a Dios que

l,' . r,nceda el Paralso." Es el gesto de los penitentes. La segun-,l,r ¡rrrrte de la oración esla commmdzcio animar, paráfrasis de

rrrr,r vieja oración tomada td,vezen préstamo de los judíos de

Lr Sinagoga. En el francés de los siglos nn al xvlrr se llama a

,'r;rs <rraciones, muy desarrolladas, las recomrnend¿ces. "Padre

v.'rrlrrdero que jamás mientes, tú que llamaste a lÁzaro de

,'r¡trc los muertos, tú que salvaste a Daniel de los leones, salva

rrri :rlma de todos los peligros...".Sin duda, en este momento intervenía el único acto religio-

r,, o más bien eclesiástico (pues todo era religioso), la absolu-, rt'rn. Era administrada por el sacerdote, que leía los salmos, el

I ilrrq incensaba el cuerpo y lo rociaba de agua bendita. Esa.¡lrsolución también era repedda sobre el cuerpo muerto, en el

nrornento de su sepultura. Nosotros la llamamos absoutl.PercLr lralabra absoute jamás fue empleada en el lenguaje corriente:

,'¡r los testamentos se decía las recommend¿ces, el Libera...

Absolution y dbsoute, ambos términos se traducen en castellano como abso-

lución. Uno de los significados de dbsoute son las oraciones que se dicenlicnte al atarid, tras el oficio de los muertos. Para diferenciarlos, en el se-

¡iundo caso mantendremos la palabra en francés. (N. del T.)

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Más tarde, en el ciclo de La Mesa redonda, se daba elosmoribundos el Corpus Christi. La extremaunción era reser-

vada a los clérigos, y suministrada solemnemente a los mon-jes en la iglesia.

Tias la última oración ya no queda más que esperar lamuerte, y ésta no tiene ningún motivo para tardar. Asl, se

dice de Oliverio: "El corazón le falla, todo su cuerpo se de-rrumba contra el suelo. El conde ha muerro, no se ha hechoesperar". Si la muerte es más lenta en llegar, el moribundo laespera en silencio: "Dijo [su última oración] y luego de eso

no volvió a proferir ni una palabra más".

Detengámonos aqul y saquemos algunas conclusiones ge-

nerales. La primera ya fue suficientemente destacada: se espe-

ra la muerte en el lecho, "yaciendo en el lecho enfermo".La segunda es que la muerte es una ceremonia pública y

organizada. Organizada por el propio moribundo, que lapreside y conoce su protocolo. Si la olvidara o hiciera rram-pas, corresponde a los asistentes, al médico o al sacerdote,llamarlo a un orden cristiano y consuetudinario alavez.

Y también ceremonia pública. La habitación del mori-bundo se transformaba entonces en sitio público. Se entrabalibremente. Los médicos de fines del siglo xwrr, que descu-

brlan las primeras reglas de higiene, se quejaban de lasuperpoblación en las habitaciones de los agonizantes.6To-6 "En cuanto alguien cae enfermo, se cierra la casa, se encienden las velas y

todo el mundo se reúne alrededor del enfermo", investigación médicaorganizada porVicq d'Azyr, 1774-1794, inJ.PPeter, "Malades et maladies

au xr¡I¡' siécle", Annabs. Economies, sociétés, ciuili¡ationr (Annales ESC),

1967, pág.712.

,|.¡víu a comienzos del siglo xx,los caminantes que tropeza-l'.ur cn la calle con el pequeño cortejo del sacerdote que lle-v.rl,,r cl viático, lo acompañaban y entraban con él a la habi-r.rt irin del enfermo.T

llra importante que los parientes, amigos y vecinos estu-

vr('r;ln presentes. Se trala a los niños: no existe imagen de

lr.rlritación de moribundo hasta el siglo xrnn sin algunos ni-tros. ¡Ouando se piensa hoy en el cuidado que se toma para

,r['jrrr a los niños de las cosas de la muerte!liinalmente, última conclusión y la más importante: la

.,,'r¡, illez con que los ritos de la muerte eran aceptados y

' unrl)lidos, de una manera ceremonial por cierto, pero des-

¡ruj,rtkrs de dramatismo y sin emociones excesivas.

lrl rnejor an:ílisis de esta actitud aparece en Pabelhn dz can-

| l,t,fls (le Solyenitsin. Efren realmente crela saber de esto más

rlu(' sus antepasados: "I-,os viejos ni siquiera hablan puesto el

¡tr,' .'rr la ciudad en toda su vida, no se atrevían, mientras que

l'lrcn ya sabía galopar y tirar con pistola a los 13 años... y,'rrr inlA ahora... recapacitaba sobre la manera que esos viejos

r¡'r¡l:rn de morir, allá, en sus rincones... tanto los rusos comol, rr rf rtaros o los udmurtes. Sin fanfarronadas, sin hacer histo-r r,¡r, sin jacarse de que no se morirlan; todos admitían la muerte

illnn'ilrlr*trtr [subrayado por el autor]. No sólo no retrasaban

,'l l,;rllnce sino que se preparaban para eso muy meticulosa-

nrcnrc y de antemano, designaban para quién sería la yegaa,

¡,,rr,r r¡uién el potro... Y se apagaban con una suerte de alivio,, u¡ro si simplemente estuvieran por mudarse de chozd'.

l' ( lraven, Récit dhne sear Souaenir de farnille, Parls, J. Cla¡ I 866, vol. II,¡'.11i. 197. [a pintura académica de la segunda mitad del siglo xx abunda en

.\( cnus de eSte tipO.

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Es imposible expresarlo mejor. Asl se murió durante siglos

o milenios. En un mundo someddo al cambio, la actitud tra-

dicional ante la muefte aparece como una masa de inercia ycontinuidad. La actitud andgua, donde la muerte es al mismotiempo familiar, cercana y atenuada, indiferente, se opone

demasiado a la nuestra, donde da miedo al punto de que ya

no nos atrevemos a pronunciar su nombre. Por eso llama¡é

aqul a esta muerte familiar la rnuerte dnmesücad¿. No quierodecir con esto que antes la muerte era salvaje, ya que dejó de

serlo. Por el contrario, quiero decir que hoy se ha vuelto salvaje.

Vamos a encrar ahora otro aspecto de la antigua familiari-dad con la muerte: la coexistencia de los vivos y los muertos.

Se trata de un fenómeno nuevo y sorprendente. Era des-

conocido en la Antigüedad pagana y hasta cristiana. Y nos

resulta totalmente ajeno desde fines del siglo xvrrr.

Pese a su familiaridad con la muerte, los Antiguos temlanla vecindad de los muertos y los mantenlan alejados. Honra-ban las sepulturas: nuestros conocimientos sobre las antiguas

civilizaciones precristianas provienen en gran parte de la ar-

queologla funeraria, de los objetos encontrados en las tum-bas. Pero uno de los objetivos de los cultos funerarios era im-pedir que los difuntos uoluieranpara perturbar a los vivos.

El mundo de los vivos debía estar separado del de los

muertos. Por eso, en Roma, la ley de las Doce tblas prohi-bla enterrar in urbe, dentro de la ciudad. El Códigoteodosiano repite la misma prohibición, para que sea preser-

vada la sanctitas de las casas de los habitantes. La palabra

foo significa alavez el cuerpo muerto, los funerales y el

lr<rmicidio. Funestus significa la profanación provocada porun cadáver. En francés dio funesto.8

Por eso los cementerios estaban situados fuera de las ciu-,ludes, sobre el borde de rutas como la Via Appia en Roma,l,rs Alyscamps en Arles.

San Juan Crisóstomo expresaba la misma repulsión que sus

.rntepasados paganos cuando en una homilla exhortaba a los

t ristianos a oponerse a una cosnrmbre nueva y todavía infre-( r rcnte: "Procura no construir jamás una tumba en la ciudad. Si

tlcpositaran un cadáver allí donde tú duermes y comes, ¿quélrlrías? Y sin embargo lo haces no donde duermes y comes

sino sobre los miembros de Cristo", es decir en las iglesias.

Sin embargo, el uso denunciado porsanJuan Crisóstomotlcbía extenderse e imponerse, a pesar de las prohibiciones.lcl derecho canónico. Los muertos van a entrar en las ciuda-,lcs, de donde fueron alejados durante milenios.

Esto comenzó no tanto con el cristianismo sino con el

r rrlto de los mártires, de origen africano. Los mártires eran,'ntcrrados en las necrópolis suburbanas, comunes a los cris-r i;rnos y a los paganos. Los emplazamientos venerados de los

rr¡f rtires atrajeron a su alrededor las sepulturas. San Paulinolriz.o transportar el cuerpo de su hijo junto a los mártires de

Accola en España para que "esté asociado a los mártires porl;r rlianza de la tumba a fin de que, en la vecindad de las:urgre de los santos, extraiga esa virtud que purifica nues-

t rrrs almas como el fuego".9 "Los mártires", explica otro au-

"Ad sanctos", Dicüonnaire d'archéologie chrétienne et de liturgie, Pafis,l.ctouze¡ 1907, vol. I, plg. 479 y sig."Ad sanctos", Dioionnaire d'archéologie chrétienne..., op. cit., vol. l, pág.

479 y sig.

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tor del siglo v, Máximo deTorino, "nos cuidarán, a nosotros

que vivimos con nuestros cuerpos, )r' rros tomarán a su car-

go, cuando los hayamos abandonado. Aqul nos impiden caer

en el pecado; allá nos protegen del horrible infierno. Por

eso, nuestros antepasados buscaron asociar nuestros cuerPos

a las osamentas de los mártires".

Esta asociación comenzó en los cementerios suburbanos

donde habían sido depositados los primeros mártires. Sobre

el lugar donde había sido inhumado el santo, la confesión,

se construyó una basllica, atendida por monjes, a cuyo alre-

dedor los cristianos quisieron ser enterrados. Las excavaciones

de las ciudades romanas de Africa o España nos muestran

un espectáculo extraordinario, Por otra parte borrado por el

urbanismo posterior: amontonamientos de sarcófagos de

piedra en varios pisos, que rodean en particular los muros

del ábside, los más cercanos a la confesión. Este amontona-

miento da fe de la. fuena del deseo de ser enterrado junto a

los santos, ad sanctos.

Llegó un momento en que la distinción entre los subur-

bios donde se enterrab a ad sanctos, porque estaban extra

urbern, y la ciudad siempre prohibida a las sepulturas desa-

pareció. Sabemos cómo ocurrió en Amiens, en el siglo vt: el

obispo San Vaast, rnuerto en 540, había elegido su sepultura

fuera de la ciudad. Pero cuando los portadores quisieron le-

vantado, no pudieron mover el cuerpo, que rePentinamente

se hablavuelto demásiado pesado. Entonces el arcipreste rogó

al santo que ordenára ser "llevado al sitio que nosotros [osea, el clero de la catedral] hemos preparado para ti".r0 Real-

r0 Citado por E. Salin, La Ciailisation rnérouingienne, París, A. y J' Picard'

1949, vol. ll, pá9. 35.

nr('nte interpretaba la voluntad del santo, ya que de inme-,li:rto el cuerpo se alivianó. Para que el clero pudiera sortear

,rsÍ la interdicción tradicional y prever que conservarla enlar .rrt'dral las tumbas santas, y las sepulturas que la santa tum-lt.r :rtraería, era necesario que las antiguas repulsiones estu-

vit'scn muy debilitadas.l.a separación entre la abadía e cergo del cementerio y la

r¡ilcsia catedral, quedaba entonces borrada. Los muertos,r¡r.'zclados con los habitantes de los barrios populares de

l,'s suburbios, que habían crecido alrededor de las aba-

,lí;rs, ingresaban también en el conzón histórico de las

, irrtlades.

l'.n lo sucesivo, dejó de haber diferencia entre la iglesia yll tcmenterio.

lrn la lengua medieval, la palabra iglesia no designaba

r.rl¡rr¡rente los edificios de la iglesia sino todo el espacio quel,rs r'odeaba: para el derecho consuetudinario de Hainaut, lar¡ik'sia parroquial es "a saber, la nave, campanario y cemen-Icr io".

Sc predicaba, se administraban los sacramentos en las gran-,lcs l'icstas, se hacían las procesiones en el patio o atrium de

Lr iglcsia, que también estaba bendito. Recíprocamente, se

¡'rrr..'rraba al mismo tiempo en la iglesia, contra sus muros yrr¡ los alrededores, in portícu, o bajo los canalones, sub

ttlliidio. [,a palabra cementerio designó mrís especlficalnente

l.r ¡r.rrte exterior de la iglesia, el atriurn o atrio. Por eso, atrior'\ un.r de las dos palabras utilizadas por la lengua corriente

1'.rr'r tlcsignar el cementerio, ya que la palabra cementerio

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pertenece hasta el siglo w al latín de los clérigos'll Turpin

r'rrg. "

Roland a que haga sonar el cuerno Para que el rey y

,,rJh,r.r,., lleguen Para vengarlos, llorarlos y "enterrarlos en

atrios de monasterios". La palabra atrio (aifie) desapareció

del francés moderno. Pero su equivalente germánico Perma-

neció en inglés, alemán, holandés: churchyard'

Habla otra palabra, empleadaenfrancés como sinóni-

mo de atrio: ei osario (charnier). Se la encuentra ya en E!

Cantar de Roland: carnier' En su forma más antigua' Pet-

maneció próxima al latln carnis en el habla popular fran-

cesai une uieille carney sin duda pertenecía, ya antes de

Roland, a una suerte de argot para designar lo que el latín

clásico no nombraba, y que el latln eclesiástico designaba

con la palabra griega y erudita cerneteriurn' Es de hacer

,,o,", qr'r. en las mentalidades de la Antigüedad, el edifi-

cio funerario -tumulus, sepulcrum, Tnontt'mentum, o más

sencillamenrc loculus-era más importante que el espacio

que ocupaba, semánticamente menos rico' En las menta-

lid"d., medievales, por el contrario, el espacio cerrado

que rodea las sepulturas tiene más importancia que la

tumba.Originariamente, osario era sinónimo de atrio' A fines de

h EdaJ Media designaba solamente una Parte del cemente-

rio, es decir las galerías que corrlan a lo largo del patio de la

iglesia y que estaban coronadas de osarios. En el cementerio

de los Inocentes, en el París del siglo xv, "es un gran cemen-

il c. du cange, .,cemeterium", Ghssarium mediae et infmae lainhatis,París'

Didot, I 84b-l 850, I 883-1 887; E. Violletle-Duc, "Tombeau', Diuionnaire

raisonné d¿ lhrchitecture fran¡aise du sf au wf si\cl¿, París' B' Baucé (A'

Morel), 1870, vol. V' Págs.2l'67'

r.rio muy grande cercado por casas llamadas osarios, allírL¡nde se amontonan los muertos".12

l)uede imaginarse entonces el cementerio tal como exis-

riri cn la Edad Media,y aun en los siglos xvr y >nnl hasta la

llrrstración.

Sigue siendo el patio rectangular de la iglesia, cuyo muro()( upa generalmente uno de sus cuatro costados. Los otros

r r('s a menudo están provistos de arcadas u osarios. Por enci-

n¡,r de esas galerías, hay osarios donde cráneos y miembros, s r ;i n dispuestos con arte; la búsqueda de efectos decorativos, .rrr huesos desembocará en pleno siglo xvtlt en la imaginería

lr;il'r'oc2 y macabra, que todavla puede verse en Roma en la

r¡ilcsia de los Capuchinos o en la iglesia della Orazione e

,|.'lla Morte que está detrás del palacio Farnese: lámparas ur)r'n:lmentos fabricados sólo con pequeños huesos.

¿De dónde venían los huesos así dispuestos en los osarios?

I'r incipalmente de las grandes fosas comunes, llamadas "fo-r,rs cle los pobres", amplias y de varios metros de profundi-,l,rrl, donde se amontonaban los cadáveres simplemente co-

ritlos dentro de sus sudarios, sin ataúdes. Cuando una fosa

csrrrbá llena se la cerraba y se reabría una más antigua, luego

r[' rrasladar los huesos secos a los osarios. Los restos de los

,lilirntos más ricos, enterrados en el interior de la iglesia-no('n panteones abovedados sino a ras de tierra, bajo las baldo-\;rs - un dla tomaban también el camino de los osarios. Se

,l,'sconocla la idea moderna de que el muerto debía ser ins-

r,rlrrdo en una suerte de casa propia, cuyo propietario perpe-

( l. Le Breton, Description de Paris sous Charles W, citado por J. Leroux de

l.incy y L. Tisserand, Paris et ses bistoriens aa xtt et au xf siick, Parls, Imp.inrperid, 1867, pág. 193.

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tuo sería él -o al menos el locatario de larga duración-, que

allí estaría en su cása y no se lo podría desalojar. En la Edad

Media, y todavía en los siglos xvt y xvll, poco importaba el

destino exacto de los huesos con tal de que permaneciesen

junto a los santos o en la iglesia, cerca del altar de la Virgen

o del Santísimo Sacramento. El cuerPo era confiado a la Igle-

sia. Poco importaba lo que ésta hiciera con é1, con tal de que

los conservara en su recinto sagrado.

El hecho de que los muertos hubiesen ingresado a la igle-

sia y su patio, no impidió que cumplieran otras funciones

públicas. La noción de asilo y refugio se halla en el origen de

este destino no funerario del cementerio.l3 Para el lexicógra-

fo Du Cange, el cementerio no siempre era necesariamente

el lugar donde se entierra, y al margen de su función princi-pal podía ser también un lugar de asilo, definido por la no-

ción azylus circum ecclesiarn.

Por eso, en ese asilo llamado cementerio, se enterrara o

no, se tomó la decisión de construir casas y habitarlas. El

cementerio designó entonces, si no a un barrio al menos a

una manzana de casas que gozaban de ciertos privilegios fis-

cales o comunales. Por último, este asilo se convirtió en lu-gar de encuentro y reunión -como el Foro romano, laPiazza

Mayor o el Corso de las ciudades mediterráneas- para co-

r3 C. du Cange, "Cemeterium", op. cit.;E. Lesnes, "Les cimetiéres", Histoire

de la propriété ecclésiastique en France, Lille, Ribiard (Desclée de Brouwer),

1910, vol. III; A. Bernard, La Sépultare en droit canonique du décret de

Gntien au concile de 77ente, París, Loviton, 1933; C. Enlart, Manueld'arcbéologie fansaise depuis hs temps rnérouinfens jusquh la Renaissance,

París, Picard, 1902.

rrrt'rt iru', para bailar y jugar, o sólo por el placer de estar jun-r, 'r. A lo largo de los osarios, en ocasiones se instalaban tien-r l,rs y corneÍcios. En el cementerio de los Inocentes, los escri-l'.rrr.,s públicos ofrecían sus servicios.

l;.n 1231, el concilio de Ruán prohíbe bailar en el cemen-r.r io o en la iglesia, bajo pena de excomunión. Otro concilio

'1,' 1405 prohibe bailar en el cementerio, jugar a cualquier

tu('l'(), y que los mimos, juglares, titiriteros, músicos o char-Lrr,rrrcs, ejerzan su sospechoso oficio.

I'cro de pronto, un texto de 1657 demuestra que la cerca-

ní.r ('n un mismo sitio de las sepulturas y las "quinientas baga-

tt l.rs r¡ue se ven bajo esas galerías" empezaba a resultar moles-r.r. "['.n medio de ese tumulto [escribanos públicos, costure-r,r', libreros, vendedoras de artículos de tocador], debían pro-, r'rlt'f' ? realizar una inhumación, abrir una tumba y levantar,.r(liiveres que aún no estaban consumidos, donde, inclusor.n gr-árd€s fríos, el suelo del cementerio exhalaba oloresr,'.'liricos.l4" Pero si a fines del siglo xvrr se comienzan a per-, ilrir señales de intolerancia, es preciso admitir que duranterrr.is cle un milenio se habían adaptado perfectamente a esa

I'r,rrniscuidad entre los vivos y los muertos.

lrl espectáculo de los muertos, cuyos huesos afloraban a

l.r srrperficie de los cementerios, como el cráneo de Hamlet,n,, irnpresionaba a los vivos más que la idea de su propianrr('rte. Se sentían tan familiares con los muertos como fa-rrrili:rrizados con su muerte.

'lirl es la primera conclusión sobre la que debemos dete-Ir('illos.

Itcrrhold, La Ville de Paris. Journal d un aolager i Parh, en I 65 7, citado porV. l)ufour en Paris á ffauers les áges,París, Laporte, 1875-1882, vol. II.

Page 11: Philippe Ariès, Morir en Occidente, pp. 19-52

La muerte propia

En la exposición precedente, hemos visto cómo cierta

vulgata de la muerte había sido adoptada por la civilizaciónoccidental. Hoy veremos cómo esa vulgata fue no interrum-pida ni borrada sino parcialmente alterada durante la baja

Edad Media, es decir a partir de los siglos xt y xt. Es necesa-

rio aclarar de entrada que no se trata de una actitud nueva

que reemplazari a la anterior que hemos analizado, sino de

modificaciones sutiles que, poco a poco, irán dando un sen-

tido dramático y personal a la familiaridad tradicional del

hombre con la muerte.

Para comprender bien estos fenómenos, es preciso tener

en cuenta que esa familiaridad tradicional implicaba una

concepción colectiva del destino. El hombre de esos tiempos

estaba profunda e inmediatamente socializado. La familiano interven ía para retrasar la socialización del niño. Por otrolado, la socialización no separaba al hombre de la naturaleza,

sobre la cud no podía intervenir salvo a través del milagro.La familiaridad con la muerte es una forma de aceptación

del orden de la naturaleza, aceptación ingenua en la vidacotidiana y alavez sabia en las especulaciones astrológicas.

El hombre padecía en la muerte una de las grandes leyes

de la especie, y no soñaba ni con sustraerse de ella ni con

.'xrrltarla. Simplemente la aceptaba con la dosis necesaria de.,,lcmnidad, para señalar la importancia de 1", gr"rrd., .o_l)ls que cada vida siempre debía franquear.

Ahora analizaremos una serie de fen¿nirrtroducirán en la vieja idea del destino J:Iil:J,::$::. ic la preocupación por la particularidad de cada individuo.l,o.s fenómenos que hemos escogido para esra demostración,,n: la represenración del Juicio en .l fir, d. f., ,i._f.r, .i

.1,'splazamiento del Juicio al final de cada vida, en el mo_rncr.rro puntual de Ia muerte; los temas macabros y el interés¡'.r. las, imágenes de la descomposición flsica; el ¡etorno al,'¡rígrafe funerario y a un comienzo de personalización de las\('l)ulturas.

I ^

trcpREsENtecróN DEL Jurcro FINAL

l..l obispo Agilbert fue enterrado en 6g0 en la capilla fu_rrt'rrrria que él había hecho construir, al lado del monasteriotl'lrde debía retirarse y morir, en Jovarre. Su sarcófago .igu.''rr cl mismolugar. ¿eué vemos en él? En uno de los ladosrr('rores, el Cristo en gloria rodeado por los cuatro ."";;;_lisr:rs, es decir la imagen, tomada del Apocalipsis, del Criito,¡r.'vuelve al final de los tiempos. ¡".1t"¿o mayo¡ q";l;( ()rrinúa, vemos la resurrección de los muertos en el fin dehrs tiempos: los elegidos de pie, con los b¡azos alzados, acla_rn:rn al.Crilto del gran regreso, que sostiene en Ia mano unr,,llo, el Libro de uida.t No h"y

"i juicio ni condena. Esta

t^. tlrúl*lo CUlra de Jouarre(4o Congreso del arte de la Alta EdadMcdia), Melún, Imprenta de la prefectura i. S.in.-.r_tr¿" ne, 1952.

37

Page 12: Philippe Ariès, Morir en Occidente, pp. 19-52

tt{ll

I

¡

imageñ corresponde a la escatología corriente de los prime-

,o, iglo, del cristianismo: los muertos que Perteneclan a la

Igl.sü y le habían confiado su cuerPo (es decir que lo ha-

bl"t .orrfi"do a los santos), se adormeclan como los siete

á,rrrni.n,., de Éfeso (pausantes, in somno parz) y reposaban

(,rrquirrront)hasta el día del segundo advenimiento' del gran

,..árrro, donde se despertarían en laJerusalén celestial' o sea

en el Paraíso. Err.rt".oncepción no había lugar para la res-

porrobilid"d individual, p"'" "" balancede las buenas y malas

"..iorr.r. Los malvados, sin duda aquellos que no pertene-

cían ala Iglesia, no sobrevivirían a su muerte' no se desper-

tarían y r."rí"r, abandonados al no ser' Toda una población'

."ri UiáfOgica, la población de los santos' se aseguraba así la

,t'rp.r't irr.i.ia gloriosa tras una larga espera en el sueño''En .l siglo x:n la escena cambia' En los tímpanos esculpi-

dos de las iglesias romanas' en Beaulieu o en Conques' la

gloria del Ciisto, inspirada en la visión del Apocalipsis' sigue

áomin"ndo. Pero por debajo aparece una iconografía nueva

inspirada en Mateo; la resurrección de los muertos' la sepa-

,".i¿r, de los justos y los condenados: el juicio (en Conques'

sobre el .ri-úo del Cristo, está escrita una palabra: Judex)' el

pesaje de las almas por el atcángel San.Miguel'2' ínel siglo xrr, l" inspiración apocallptica y la evocación

del gran ,.Iorrro fueron más o menos borradas'3 La idea de

fuicio es más fuerte, y lo que se rePresenta es un tribunal de

jurticia. El Cristo esrá seniado en el trono del juicio' rodea-

io d. su corte (los apóstoles)' Dos acciones adquieren cada

vez más importancia' el pesaje de las almas y la intercesión

2 Tímpanos de Beaulieu, de Conques' de Autun', ii-p*., ¿. las catedrales de París, de Burges, de Burdeos, de Amiens, etcétera'

.lc la Virgen y de San Juan, de rodillas, las manos juntas, a,.rrla lado del Cristo-juLz. Se juzga a cada hombre según el

l,,tlance de su uida las buenas y malas acciones son escrupu-I.samente separadas en los dos platos de la balanza. Por lo,lt'rnás, ya estaban escritas en un libro. En el estrépito mag-¡rílico del Dies irae,los autores franciscanos del siglo xu ha-t t'n llevar el libro ante el juez del día final, un libro que lo. .rntiene todo y según el cual el mundo será juzgado.

Li b er s c rip ns p rofe re turIn quo totum continetur

Unde rnundus judicetun

l',ste libro, el liber uitae, primero fue concebido como el

f .rrnidable inventario del universo, un libro cósmico. Alincs de la Edad Media se convirtió sin embargo en el librotlt' cuentas individual. En Albi, sobre el gran fresco de fi-rrt's del siglo xv o comienzos del xvt que representa el Jui-. i,r final,4los resucitados lo llevan colgado de su cuello,( olno un documento de identidad, o más bien como unl'.rlunce de cuentas que deberán presentar a las puertas de

l,r crernidad. Cosa curiosa: el momento en que se cierra el

lr.¡l:rnce (baknciaen italiano) no es el momento de la muerte.,irro el dies illa, el último día del mundo al final de los

ricrrrpos. Se observa aquí el rechazo inveterado a asimilar.'l l'in del ser con la disolución flsica. Se creía en un más allá.1.'' l:r muerte que no iba necesariamente hasta la eternidadrrrlinita, sino que reservaba un espacio enúe la muerte y el

lirr dc los tiempos.

38

lr¡r el ábside.

Page 13: Philippe Ariès, Morir en Occidente, pp. 19-52

Asl, la idea delJuicio final, en mi opinión, está ligada con

la de biografla individual, pero esta biografia se termina so-

lamente al final de los tiempos, y no todavía a la hora de la

muerte.

EN LA HABITACIÓN N¡T MORIBUNDO

El segundo fenómeno cuya observación propongo con-

sistió en suprimir el tiempo escatológico entre la muerte y el

fin de los tiempos, / en situar el Juicio no ya en el éter del

Gran Día sino en la habitación, en torno del lecho del mori-

bundo.Enconüamos esta nueva iconografta en grabados sobre

madera difundidos por la imprenta, en libros que son trata-

dos sobre la manera de bien morir: las artes rnoriendi de los

siglos xv y xu.5No obstante, esta iconografia nos remite al modelo tradi-

cional de la muerte en el lecho que hemos estudiado en la

exposición precedente.

El moribundo está acostado, rodeado Por sus amigos y

parientes. Está ejecutando los ritos que tanto conocemos.

Pero ocurre algo que perturba la sencillez de la ceremonia y

que los asistentes no ven, un esPectáculo reservado única-

mente al moribundo, que por otra parte lo contempla con

cierta inquietud y mucha indiferencia. Seres sobrenaturales

han invadido la habitación y se apiñan en la cabecera del

t Textos y grabados sobre madera de w ars moriendi reproducido en A'Tenenti, La Vie et k Mort h trauers I'art du x'/ silcle, París, Colin, 1952,

págs.97-120.

"y,rcente". Por un lado la Tlinidad, la Vrgen, toda la corte..'lcstial, y por el otro Satán y el ejército de los demoniosnronstruosos. La gran aglomeración que en los siglos xrr yrnr se realizaba en el fin de los tiempos, ahora, en el siglo xv,tt' ¡rroduce en la habitación del enfermo.

¿Cómo interpretar esta escena?

¿Todavía se trata realmenre de un juicio? Hablando con

¡'rrrpiedad, no. La balanzadonde se pesan el bien y el mal yarro sirve. Sigue existiendo el libro, y con demasiada frecuen-, i:r ocurre que el demonio se apodera de él con un gesto de

t¡ irrnfo porque las cuentas de la biografia le son favorables.I't'ro Dios ya no aparece con los atributos delJuez. Más bien.'s rirbitro o testigo, en las dos interpreraciones que pueden,l:rrse y que probablemente se superponían.

[.a primera interpretación es la de una lucha cósmica en-r(' las potencias del bien y del mal que se disputan la pose-srr'rn del moribundo, y el propio moribundo asiste al comba-r(' como un extraño, aunque sea él mismo el que está en

lu('go. Esta interpretación es sugerida por la composición

¡'r:ifica de la escena en los grabados delas artes moriendi.l)ero si se leen atentamente las leyendas que acompañan

('\ros grabados, se percibe que se trata de otra cosa, y ésa es la,,.'¡lrrnda interpretación. Dios y su corte están presentes para,,,rrrprobar cómo se conducirá el moribundo en el curso de

l,r prueba que se le propone antes de su último suspiro, y(lu(' va a determinar su destino en la eternidad. Esta pruebar 'nsiSte en una última tentación. El moribundo verá toda

"rr vida, tal y como está contenida en el libro, y será tentado

l'.r sca por la desesperación de sus faltas, por la 'vana gloria"rlt' suS buenas acciones, o por el amor apasionado a las cosas

4t

Page 14: Philippe Ariès, Morir en Occidente, pp. 19-52

y los seres. Su actitud, en el relámpago de ese momento fugi-tivo, borrará de golpe los pecados de toda su vida si rechaza la

tentación, o, por el contrario, anulará todas sus buenas accio-

nes si cede. La última prueba ha reemplazado el Juicio final.Aquí se imponen dos observaciones importantes.

La primera concierne a la comparación que se opera en-

tonces entre la representación tradicional de la muerte en el

lecho y la del juicio individual de cada vida. Como hemos

visto, la muerte en el lecho era un rito apaciguador, que

solemnizaba el pasaje necesario, el "tránsito", y reducía las

diferencias entre los individuos. El destino particular de talmoribundo no era algo que inquietara. Ocurrirá con él lomismo que con todos los hombres; o por lo menos con to-dos los santos cristianos en paz con la Iglesia. Un rito esen-

cialmente colecdvo.Por el contrario, el Juicio, aunque transcurriera en una

gran acción cósmica al final de los tiempos, era particular de

cada individuo, y nadie conocía su destino antes de que el

juez hubiera decidido tras el pesaje de las almas y el alegato

de los intercesores.

La iconografia de las artes rnoriendi reune pues en la mis-

ma escena la seguridad del rito colectivo y la inquietud de

una interro gació n personal.

La segunda observación se refiere a la relación cadavezmás estrecha que se estableció entre la muerte y labiografíade cada vida particular. La relación tardó tiempo en impo-nerse. En los siglos xv y xv es definitiva, sin duda bajo el

influjo de las órdenes mendicantes. En adelante se cree que

cada hombre vuelve a ver toda su vida en el momento de

morir, en una condensación. Thmbién se cree que su actitud

( n cse momento daráadicha biografia su sentido definitivo,,,rr conclusión.

Comprendemos entonces que si bien persiste hasta el siglo'.rr, la solemnidad ritual de la muerte en el lecho adoptó hacia

lincs de la Edad Media, en las clases instruidas, un carácter

.lr:rmático y una carga emocional de la que antes carecía.

Sin embargo, observaremos que esta evolución reforzó el

¡',rpel del moribundo en las ceremonias de su propia muer-r.'. Sigue estando en el centro de la acción, que preside como.urtaño y determina por su voluntad.

Las ideas cambiarán en los siglos xvll y xvnt. Bajo la ac-

. irin de la Reforma católica, los autores espirituales lucharán(()ntra la creencia popular según la cual no era necesario

r()nrarse demasiado trabajo para vivir virtuosamente, ya que

rrrra buena muerte redimía todas las faltas. No obstante, no.lcjó de reconocerse una importancia moral a la conducta.1.'l moribundo y las circunstancias de su muerte. Hubo que('s[)erar al siglo xx para que esta arraigada creencia fuera re-

¡'r imida, al menos en las sociedades industriales.

n "-IMNSIDo"

El tercer fenómeno que propongo como tema de reflexión\rrrge en el mismo momento que las artes moriendi:laapari-, irin del cadáver -se decía "el transido", "la carroña"- en el

.,rtc y la literatura.G

A. Tenenti, La Vie et h Mort ) trauers I'art du xf siicle, op. cit.; del mismo¡uro¡, IlSensodellzmorte...,op.cit.,págs. 139-1,84;J.Huizinga, LAutomnelu Moyen Age, Paris, Payot, 1975 (traducción).

42 43

Page 15: Philippe Ariès, Morir en Occidente, pp. 19-52

Resulta notable que en el arte, entre los siglos xv y xvr,

la representación de la muerte bajo los rasgos de una mo-mia, de un cadáver a medias descompuesto, no esté tanextendida como se cree. Se encuentra sobre todo en la ilus-tración del Oficio de difuntos de los manuscritos del sigloxv, en la decoración parietal de las iglesias y los cemente-

rios (la Danza de los muertos). Es mucho más rara en el

arte funerario. El reemplazo del yacente sobre la tumbapor un "transido" se limita a ciertas regiones como el Este

de Francia o Alemania occidental, y es excepcional en Ita-lia y España. Jamás fue verdaderamente admitido como untema común del arte funerario. Fue posteriormente, en el

siglo xvtt, cuando el esqueleto o los huesos,la morte seccay

no ya el cadáver en descomposición, ocuparon las tumbase incluso ingresaron al interior de las casas, sobre las chi-meneas y los muebles. Pero la vulgarización de los objetosmacabros, bajo la forma de cráneos y huesos, tiene a partirde fines del siglo xvt otra significación que la del cadáver

putrefacto.Los historiadores se sintieron impactados por la aparición

del cadáver y la momia en la iconografia. El gran Huizinga vioen esto una prueba de su tesis sobre la crisis moral del "otoño

de la Edad Media". Hoy, en este horror ante la muerte, Tenentireconoce más bien la señal del amor a la vida ("la vida plena')y de la perturbación del esquema cristiano. Mi interpretaciónse ubicará en la dirección de Tenenti.

Antes de ir más lejos, debe observarse el silencio de los

testamentos. Ocurre que los testadores del siglo xv hablande su carroíra, y la palabra desaparece en el siglo xvI. Deuna manera general, no obstante, la muerte de los testa-

nre ntos se relaciona con la concepción apacible de la muer-rt' cn el lecho. Aquí, el horror de la muerte fisica que podíasignificar el cadáver está totalmenre ausenre, lo cual per-rrrite suponer que también lo estaba de la mentalidad co-rrrúrn.

En cambio, y esto es una observación capital, el horror,lc la muerte fisica y de la descomposición es un tema fami-li:rr de la poesía de los siglos w y xvr. "Bolsa de excremen-tos", dice P. de Nesson (1383-1442).

Oh canoña, sólo eres ignominia,

¿Quién te hará compañía?

Lo que saldrá de tu licorGusanos engendrados en la podredumbreDe ru abyecta descomposición.7

Pero el horror no está reservado a la descomposición postntortemi está intra uitam en la enfermedad, en la vejezz

No tengo más qae los ltuesos, un esqueleto parezcoSin carne, sin músculos, sin pulpa,..Mi cuerpo ua bacia abajo, donde todo se disgrega.

Ya no se trata, como en los sermonarios, de intencionesrrroralizantes o pastorales, argumentos de predicadores. Los

l)()etas toman conciencia de la presencia universal de la co-r rupción, que está en los cadáveres, pero también en el cur-t.r de la vida, en "las obras naturales". Los gusanos que co-

Il de Nesson, "Vigiles des morts; paraphrase surJob", citado enlaAnthohgiepoétique fangaise, Moyen Age, París, Garnier, 1967, vol. ll, pág. 184.

44 45

Page 16: Philippe Ariès, Morir en Occidente, pp. 19-52

{d

men los cadáveres no vienen de la tierra sino del interior del

cuerpo, de sus "licores" naturales:

Cada conducto [del cuerpo]

Hedionda materia produce

Fuera del cuer?o continuamente.s

La descomposición es la señal del fracaso del hombre, ysin duda éste es el sentido profundo de lo macabro, que lo

convierte en un fenómeno nuevo y original.Para comprenderlo bien, es necesario partir de la noción

contemporánea de fracaso, que desgraciadamente resulta de-

masiado familiar en las sociedades industriales de hoy.

Hoy en día, tarde o temprano,y cadavez más temprano,

el adulto experimenta el sentimiento de que ha fracasado,

que su vida de adulto no ha concretado ninguna de las pro-

mesas de su adolescencia. Este sentimiento se halla en el ori-gen del clima de depresión que se extiende en las clases aco-

modadas de las sociedades industriales. Y era totalmente aje-

no a la mentalidad de las sociedades tradicionales, donde se

moría como Roland o los campesinos deTolstoi. Ya no lo era

para el hombre rico, poderoso o instruido de fines de la Edad

Media. Sin embargo, entre nuestro sentimiento contempo-

ráneo del fracaso personal y el de fines de la Edad Media

existe una diferencia muy interesante. Hoy en día, nosotros

no relacionamos nuestro fracaso vital con nuestra mortali-

dad humana. La certidumbre de la muerte, la fragilidad de

nuestra vida son ajenas a nuestro pesimismo existencial.

8 P de Nesson, citado por A. Tenenti en Il Senso delk morte'.., op. cit.' pág.

r47.

l'or el contrario, el hombre de fines de la Edad Mediar('nía una conciencia muy aguda de que era un muerto en',uspenso; que el plazo era corto y que la muerte, siempre

l)r('sente en el interior de sí mismo, quebraba sus ambicio-r('s y envenenaba sus placeres. Y ese hombre tenía una pa-,, r,in por la vida que hoy nos cuesta trabajo comprende r, aca-',o fx)rQue la nuestra se ha vuelto más larga.

"Hay que abandonar casa y vergeles y jardines...", de-, r,r Ronsard pensando en la muerte. ¿Quién de nosotros,.rrrrc la muerte, lamentará su casita en Florida o su granja,l, Virginia? El hombre de las épocas protocapitalistas -es,1,. ir cuando la mentalidad capitalista y tecnológica estaba.n ví¿ls de formación y aún no constituida (acaso no lo esté.¡rrrcs del siglo xvrrr)-, ese hombre tenía un amor insensa-r,r, visceral, por las temporalia; y por temporalia se enten-,lr.r, iuntos y mezclados, las cosas, los hombres, los caballosv los perros.

Llegamos ahora a un momento de nuesrro análisis don-,lt' podemos exrraer alguna conclusión general de los pri-nr('ros fenómenos observados: el Juicio final, la última¡',rr.'ba de las artes moriendi, el amor a la vida ilustradoI'.r' los temas macabros. Durante la segunda mitad de laI ,l,rcl Media, enrre los siglos xu y xv, se produjo una re-, ,'¡rciliación entre tres categorías de representación men-r.rl: la de la muerre, la del conocimiento de cada uno de'.rr ¡'r'opia biografía y la del apego apasionado a las cosas y1,,., r¡¡s5 que se poseyeron en vida. La muerte se convirtió, n .'l sitio donde el hombre adquirió mayor conciencia,l, sí rnismo.

4647

Page 17: Philippe Ariès, Morir en Occidente, pp. 19-52

'ld

LAS SEPULTURAS

El último fenómeno qup nos resta examinar confirma esa

tendencia general. Se refiere a las tumbas, o más precisa-

mente a la individtalización de las sepulturas.e

No hay mucho margen para el error si decimos que en la

Roma antigua todos, incluso los esclavos, tenlan un espacio

de sepultura (loculu), y que este espacio a menudo estaba

señalado por una inscripción. Las inscripciones funerarias

son innumerables; y lo siguen siendo a comienzos de la épo-

ca cristiana. Significan el deseo de conservar la identidad de

la tumba y la memoria del desaparecido.

Alrededor del siglo v comienzan a escasear; y más o me-

nos rápidamente, según los lugares, desaparecen.

A menudo los sarcófagos de piedra, además de los nom-bres de los difuntos, incluían sus retratos. Los retratos tam-

bién desaparecen, de modo que las sepulturas se vuelven com-

pletamente anónimas. Esta evolución no debe sorprendernos,

luego de lo que dijimos en la exposición anterior acerca del

entierro ad sanctos, el difunto era confiado a la Iglesia, que se

hacia cargo de él hasta el momento en que resucitara. Los

cementerios de la primera mitad de la Edad Media, incluyen-

do los más tardíos donde persistieron las costumbres antiguas,

son acumulaciones de sarcófagos de piedra, en ocasiones es-

culpidos pero casi siempre anónimos; de modo que, a falta de

enseres funerarios, no es fácil fecharlos.

Sin embargo, a partir del siglo xII -y en ocasiones unpoco antes- reencontramos las inscripciones funerarias que

e E. Panofsky, op. cit.

¡'r.icticamente hablan desaparecido durante alrededor derr,rvccientos años.

I)rimero reaparecieron sobre las tumbas de los personajesrlr¡stres, es decir santos o asimilados a los santos. Estas tum-l',rs, al comienzo muy escasas, se vuelven más frecuentes en, l siglo xul. La losa de la tumba de la reina Matilde, primerar,'irra normanda de Inglaterra, está adornada con una breverrrst'r'ipción.

(lon la inscripción también reaparece la efigie, sin que( \r:r sea realmente un retrato. Evoca al beatificado o al elegi-r h r lcposando a la espera del Paraíso. En la época de San Luis,,, volverá más realista y se esforza rá por reproducir los ras-

¡',,r clel ser vivo. Finalmente, en el siglo xv, intensificará elr,',rlismo hasta reproducir una mascarilla tomada sobre la, .u:r del difunto. Para cierta categoría de personajes ilusffes,, lt:rigos o laicos -los únicos que tenían grandes tumbas es-

, rrlpidas-, se pasó por lo tanto del completo anonimato a laI'rcvc inscripcióny el retrato realista. El arte funerario evo-lr, ionó hacia una mayor personalización hasta comienzos,1,'l siglo xvII, y el difunto puede enronces ser representado,1,'s veces en la misma tumba: yacente y orando.

Irstas tumbas monumentales son muy conocidas entreilr )sotros, porque pertenecen a la historia del arte de la escul-rr¡r,r. En verdad, no son demasiado numerosas como para{ .u;rcrterizar un hecho de la civilización. Pero poseemos algu-rr,,s indicios que nos hacen pensar que la evolución general',rlirri<i la misma dirección. En el siglo xrrr, al lado de esas

rurrrbas monumentales, vemos que se multiplican pequeñas

¡rl,rr:rs de 20 a 40 cm de lado que se aplicaban contra elr',rrr,r de la iglesia (en el interior o el exterior) o conrra un

48 49

Page 18: Philippe Ariès, Morir en Occidente, pp. 19-52

pilar. Estas placas son poco conocidas porque fueron desde-

ñadas por los historiadores del arte. La mayoría ha desapare-

cido; pero son sumamente interesantes para el historiadorde las ideas. Constituyeron la forma de monumento funera-

rio más extendida hasta el siglo xr.lit. Algunas son simples

inscripciones en latín o en francés: aquí yace Fulano, muer-to en tal fecha, y su función. Otras, un poco más grandes,

incluyen además de la inscripción una escena donde el di-funto es representado a solas o con su santo patrono, ante

Cristo o en medio de una escena religiosa (crucifixión, Vir-gen de la misericordia, resurrección de Cristo o deLázaro,

Jesús en el monte de los Olivos, etcétera). Estas placas murales

son muy frecuentes en los siglos xu, xvu y xvIII, y nuestras

iglesias estaban completamente tapizadas con ellas. Tladu-cen la voluntad de individualizar el lugar de la sepultura yperpetuar en ese sitio.el recuerdo del difunto.l0

En el siglo xvut, las placas con una inscripción sencilla se

vuelven cadavez más numerosas; al menos en las ciudades,

donde a los artesanos -esa clase media de la época- les inte-resaba a su vez salir del anonimato y conservar la identidaddespués de la muerte.ll

Sin embargo, esas placas en las tumbas no eran el único

medio -y lal.vezni siquiera'el más difundido- de perpetuar el

recuerdo. En su testamento, los difuntos preveían servicios

religiosos perpetuos paralasalvación de su alma. A partir del

siglo xri y hasta el x\'II, los testatarios (en vida) o sus herederos

Se encuentran buena cantidad de dichos "cuadros" o placas en la capilla de

Saint-Hilaire en Marville, en las Ardenas francesas.

En Toulouse, en el claustro de la iglesia de los jacobinos, puedeverse: tumba

de X, maestro tonelero, y su familia.

lri. icron grabar en una placa de piedra (o de cobre) los térmi-r r,,s de la donación y los compromisos del cura y de la parro-,¡rri:r. Esas placas de fundación eran por lo menos tan signifi-r .rr¡vas como los "aquí yace". En ocasiones ambos estaban com-l,irrrrdos; y orras veces la placa de fundación era suficiente y nolr.rlrírr "aquí yace". Lo que importaba era la evocación de lar, k'nridad del difunto y no el reconocimiento del lugar exactor l,rrde estaba depositado el cuerpo.12

lrl estudio de las tumbas confirma enronces lo que nos.rrs('íraron los Juicios finales, las artes moriendi y los temas

l:n la iglesia de Andres¡ cerca de Pontoise, puede verse un "cuadro,' cuyalrrnción es recordar las disposiciones restamentarias del donador. Bajo sus.rnnas está grabada la siguiente inscripción:''tl la gloria de Dios, a h memoria de las cinco heridas de N[uesnoJ S[eñorJllrcúsl Cfristo].''(.llaude Le Page, escudero, señor de la Chapelle, antiguo conductor de laI Lrytrcn¿e, mdestro cantinero del Rey, antiguo ayuda de cámara y guardarropa,lrl dfunto Seño4 hermano único de S[u] Mtajaadl Luis 14, a quien sir)iót/oc años, hasta su deceso, y luego continuó el mismo seruicio ante monseñor elI )tulue de Orleans su hijo, fundó a perpetuidad p ara el descanso de su alma,,h sus parientes y amigos, todos los rneses del año una misa el 6 d¿ cada mes en/,t mpilk de San Juan, una de las cuales será mayor, el día dz S[anJ Ckudio,,r h que asistirán 5 pobres y un muchacho para resltonder a ltx dichas misas, a,¡ttienes los mayordomos ddrán a cada uno de los seis 5 ochauos, uno de los, tilet entregarán como ofenda." lbdo lo cual es concedido por los señores caras, mayordomos a cargo 1t ancianos,l, k parroquia S[anJ Germán de Andrery, lo cual es más ampliamente explicado

/'or el contrato frmado el 27 de enero de 1703 ante M, [maesesJ Baitty yI )Lsforges, notarios en el Chatelet de Paris.'l:src epitafo fie establecido por solicitud delfundador, de setenta y nueue años

,lt dad, el 24 de enero de 1704."r\lgunos meses más tarde se añadió "y fallecido el 24 de diciembre delrnisrno año".

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Page 19: Philippe Ariès, Morir en Occidente, pp. 19-52

macabros: se estableció una relación, desconocida antes del

siglo x, entre la muerte de cada uno y la conciencia que éste

aJoptab" de su individualidad. Hoy se admite que entre el

año Mil y el siglo xlt 'te realizó una mutación histórica muy

importante", como lo dice el medievalista contemporáneo M'Pacaultr "l,a manera en que los hombres aplicaron su reflexión

a cuanto los rodeaba y concernía se transformó profundamente,

mientras que los mecanismos mentales -la forma de razonar,

de captar las realidades concreras o abstractas y de concebir las

ideas- evolucionaban radicalmente". I 3

Aquí captamos dicho cambio en el espejo de la muerte:

specalum mortis,podríamos decir a la manera de los autores de

h epocr. En el espejo de su propia muerte cada hombre redes-

..rbría el secreto de su individualidad. Y esta relación, que había

sido entrevista por laAntigiiedad grecorromana y más Pafticu-

larmente por el epicureísmo, y que luego se había perdido, no

dejó desde enronces de impresionar a nuesrra ciülización occi-

dental. El hombre de las sociedades tradicionales, que era el de

la dta Edad Media pero también el de todas las culturas PoPu-

lares y orales, se resignaba sin demasiada pena a la idea de que

todos somos mortales. Al promediar la Edad Media, el hom-

bre occidental rico, poderoso o letrado, se reconoce a sí mis-

mo en su muerte: ha descubie no la rnuerte propia.l4

t-l M. Pacault, "De I'aberration ir la logique: essai sur les mutations de quelques

structures ecclésiastiques", Reuue historique'vol. CC)OCüI, 1972, pág' 313'

P Ariés, "Richesse et pauvreté devant la mort au Moyen Age", en M' Mollat'

Erudes sur I'histoire di la pauureté' Patís, Publicaciones de la Sorbona, 1974'

págs. 510-524; (,re. .n ert. libro "Riqueza y pobreza ante la muerte en la^na"a

V.al""¡. P Ariés, "Huizinga et les thémes macabres", Colloque

Huizinga, Gravengage, 1973, págs.246-257; (ver en este libro"Huizinga y

los temas macabros"),

La rnuerte d¿l ono

lrn las dos exposiciones anteriores ilustramos dos actitudes

,rrr.' la muerte. La primera, alavez la m¡ís antigua y la más

, \ r('ndida y común, es la resignación familiar al destino colec-

r,',, rle la especie y puede resumirse en esta fórmula: Ettttttt'io'ilur, todos moriremos. La segunda, que aparece en el

',r¡,lo \n, traduce la importancia reconocida durante todo el

r,rrscurso de los tiempos modernos a la existencia individual,

\ l)rft'cle condensarse en esta otra formula: la muerte proPia.

A ¡rartir del siglo xlur, el hombre de las sociedades occiden-

r.rl,s tiende a dar un sentido nuevo a la muerte. La exdta, la,lr,rrrntiza, pretende que sea impresionante y acaparadora. Pero

.rl r¡ risrno tiempo no esráya an preocupado porsu propiamuerte,

r l.r ¡nuerte romántica, retórica, es ante todo I¿ muerte d¿l otrqr I or lr) cuyo lamento y recuerdo inspiran en los siglos xx y >x el

,',¡,'v,r culto de las tumbas y los cementerios.

I ln gran fenómeno ocurrió entre los siglos xr,'r y xvttt,

'¡r('('vocaremos aquí aunque no tengamos tiempo suficien-r' l),u'a analizarlo en detalle. No ocurrió en el mundo de los

lr,, lr<¡s concretos, fácilmente identificables y mensurables

¡',rr t'l historiador. Ocurrió en el mundo oscuro y extrava-

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