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Recontando Cuentos de Mis Caminos Por Víctor J. González Q.

Recontando cuentos de mis caminos

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Relatos cortos de ficción por Victor J. Gonzalez Q. en formato PDF (Se reserva el derecho de autor)

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  • 1. Recontando Cuentos de Mis Caminos Por Vctor J. Gonzlez Q.

2. Un mundo sin colorILUSTRACIN: Milagros Gonzlez.Milagros Gonzlez es Licenciada en Museologa e Historia del Arte, Magister en Historia de las Amricas, curadora e investigadoraindependiente. Public el libro "De la coleccin a la Nacin. Aventuras de los intelectuales en los museos de Caracas (1874-1940)"(Fundacin Polar, Caracas, 2007). 3. El edificio se encontraba en la calle ms antigua de la ciudad pero tena visos de laarquitectura contempornea que contrastaba con el olor a viejo de la calle y edificios contiguos.En el ocaso del da la fachada se iba degradando en tonos grises que la divida en dos rectngulosperfectos para reflejar el intenso color naranja en su parte superior. A lo lejos, pareca unaevocacin al misterio divino de la divisin el mar rojo. La entrada dejaba ver una puerta grande enrelacin con el tamao de las personas que por all cruzaban. Las escalinatas guiaban hacia ella,vistas como Alpes desde los banquillos colocados adrede, con perfeccin de calculista, parapermitir que los empleados de comercios cercanos disfrutaran de un almuerzo casero en medio dela gran ciudad, rodeados de rboles centenarios y de palomas que un bilogo mediocre podracolocar entre la milsima y milsima primera generacin de esta especia que habitaba, desde elprincipio del tiempo, esa plaza remodelada por fuegos de artillera, mal gusto arquitectnico, lahuella inclemente del tiempo y una que otra joven caribea de piel canela que se pasease por susalrededores.El pasillo principal era ancho y de un largo casi infinito custodiado por un vigilante quepareca tener la misma edad que la calle pero adornado igual que el edificio, ribetes doradoscolgados desde el hombro hasta su famlica cintura, tratando de imitar la chaqueta de algngeneral desconocido. Los pantalones, ms largos que las piernas, remataban en unas botas desuela de cartn, ya en su tercera mano, donados por una de las ltimas mujeres dedicadas arecolectar ropas y alimentos para los ms desposedos; las ultimas porque eran ya tantos losdesalojados, desprovistos e indigentes que solo unos cuantos podan darse el lujo de servir alprjimo a travs dela iglesia adulante, decadente y pauprrima de estas pocas. Su rostro,encendido detrs de unos anteojos con montura de carey muy delgada, quemado, ajada, estiradoy vuelto a contraer por la salitre que flotaba en el ambiente desde el muelle pestilente, contarantines de escasa variedad de pescado putrefacto y vendidos a precios de calidad europea,atendidos por nios semidesnudos y con la piel blanca por la sal y el cabello rojo por el mar: niosque haban abandonado la escuela porque la escuela los haba abandonado a ellos cuando el nicomaestro se fue al frica a cazar mariposas a orillas de algn lago sin mapa, olvidado por gegrafosigual que aquel muelle prospero, sitio de encuentros y tertulias matutinas haba sido abandonadopor domingos llenos de sol y la abundancia de otras pocas. Aquella ciudad solo atraa a turistasque huan de los exorbitantes precios de las islas caribeas, sin ms equipajes que un morral delona cargado con pantalones desteidos y binculos heredados de la segunda guerra. Un rio humano llenaba el pasillo en ambas direcciones ya arrastraba a quien lo tratara decruzar con su corriente de hombres, mujeres y nios en bsqueda de la felicidad nunca alcanzaday sueos evaporados por el calor de la miseria. Me sent a un lado a descansar del largo trechorecorrido a nado desde el portal hasta el ascensor ms cercano. En el piso, jadeaba agotado con elsabor a triunfo despus de esa proeza olmpica. Lo vi acercarse, apacible, pulcramente vestido conun traje de tres piezas que me dio an ms calor pero que en su cara no reflejaban ms que labrisa de una tarde de Diciembre a orillas de la playa como si se encontrase en una de esas islas alas que solo se poda llegar a bordo de un bote arrendado y pagado con el sueldo ahorrado pordiecisis aos y medio. En la mueca derecha en reloj de oro y en su dedo ndice una anillo del 4. mismo metal incrustado por la piedra filosofal negra brillante que dibujaba una estrella en lasparedes del pasillo como esfera en luto.Cruzo a la derecha cerca del ascensor a cuyos pies me encontraba. Lo segu con la mirada ylo vi detenerse en la parte posterior de la columna que enmarcaba, de un lado, aquella pinturadescolorida y de imagen borrosa que aparentaba adornar la entrada del retrete de hombres. Concuriosidad lo detall. No portaba maletn alguno como lo hacan los hombres que una vez habavisto en el aeropuerto de la ciudad vecina. Ese mismo aeropuerto donde trabajaba pare el viejo Jos cargando equipajes de turistasque se dirigan luego al autobs destartalado que luego un juez determin como culpable delinicio de la ruina del pueblo. Aventureros que haban visto desde el aire sobre el mar, una ciudadsumergida que prometa entregar sus riquezas hundidas. Decan haber venido a resolver losproblemas de la ciudad y ofrecan alternativas que solo ellos conocan porque se encontrabanocultas en sus maletines. Predijeron la desaparicin de todo el pueblo sino se tomaban lostrminos contenidos en su programa de recuperacin. El alcalde solo vacil ante sus propuestasdebido a que se haca menester inmediato el hecho que deba aprender una lengua extranjeraantigua para poder ejecutar tan loable emprendimiento. Economics la llamaron pero sololograron convencerlo que no era necesario hablar ese idioma sino que depositara su confianza enque seran resueltos los problemas que haba prometido durante su campaa. Despus de firmadoaquel contrato deba esperar treinta y tres da para ver los frutos de esa negociacin. As que aqu me encontraba, treinta y tres aos despus, a la postre de un ascensor deledificio de una ciudad de arcas vacas que desapareca despus de tantas promesas y dinerogastado, observando a este hombre tan separado de mi realidad que llegu a pensar bien podraser el mandatario de algn Pas sin habitantes ni ciudadanos y cuyas riquezas le pertenecan a l. Atnito, observe como lentamente con su mano izquierda accionaba un palanqun detrsde la columna y en forma casi instantnea se abri una cavidad al frente. Gir la cabeza, mir a sualrededor y sus ojos casi se consiguieron con los mos. Apresuradamente baj la mirada y acomodcon lentitud y diligencia el pendiente que con la imagen del divino nio de Praga tena fijado a lasolapa de mi chaqueta. Al cabo de varios segundos levant la cabeza e hice un barrido veloz con lavista, detenindome solo por un instante para poder observarlo. Me levant del piso sobresaltadoy con asombro. El hombre sin maletn haba desaparecido y en su lugar solo se encontraba lacolilla de cigarrillo que a medio fumar haba dejado descuidadamente en el cenicero que daba labienvenida al retrete.Tembloroso y asustado me acerque sigilosamente a la columna. No haba un almaalrededor por culpa del letrero colgante que deca En Reparacin hasta el 2.021 Servicio deOras Municipales. Un aviso que haba sido cuidadosamente escrito por alguno de los tantosempleados de la alcalda de la ciudad al da siguiente de firmado el contrato de recuperacin,refrendado por el mismsimo alcalde de hoy hace ya treinta y tres aos y medio. Receloso, tire delpalanqun con el que haba visto abrir la cavidad torcica del edificio. Observe a mi alrededor, volvla vista al frente, levant la mano y not a la puerta escondida que segua cerrada. Tir 5. nuevamente del palanqun. Nada. Pensativo y preocupado ante el temor de haber visto unespejismo de aquellos que he estado viendo desde que tom aquella cerveza importada por JuanFlix. Esa cerveza fra que acostumbrbamos tomar en los viernes en la tarde, reunidos en su tascapara hablar de las menudencias de la semana y hacerlas importantes tras los efectos de una largaconversacin y con la embriaguez del conocimiento de tantas cosas pueriles.Me recost de la pared y comenzaba a rerme de m mismo cuando tom el cigarrilloabandonado y llevndolo a la boca, volv a tirar de la palanca. Ante mi sonrisa congelada y elcigarrillo a medio colgar del labio inferior, sent un fro glacial que me congel el aliento y quedetuvo, como fotografa, el humo que sala de mi boca.Deben haber pasado otros treinta aos ante que saliera de mi asombro. Senta haberenvejecido en esa proporcin. Poco a poco fui recuperando el calor que antes me agobiaba y alque ahora le daba la bienvenida como se recibe al sol de la maana despus de una noche invernalde doscientas horas de duracin. Levant el pie derecho para salvar el listn de madera disfrazadode rodapis. Con las manos me sostuve de lo que pareca ser el marco invisible de una puerta queno era puerta. Camin lentamente por el estrecho pasillo de color gris de extremo a extremo: Eltecho, el piso y todas las paredes pintadas de gris. Sent a ese pasillo como alguien sentira unaurna forrada de terciopelo gris por dentro para no despertar con colores brillantes que gritansonidos de vida al dueo de su sueo infinito. Lleno de terror gir sobre mis pasos y emprend una rpida retirada de aquel lugar. Justoal llegar a la puerta, se cerr. El pasillo me ahogaba en un mar de oscuridad tan denso como ellquido negro que vi salir del aquel tanquero al borde del paseo en la baha. El mismo negro de laplaya que el alcalde mand a limpiar con especialistas trados desde tierras lejanas y quienesfinalmente terminaron utilizando el mismo jabn con el que la negra limpiaba las ollas que usabafriendo las empanadas para mantener a su familia de catorce hijas, diez varones y cuarenta y ochonietos.A punto de sofocarme por la ansiedad y el miedo con ganas de gritar pero sin poder abrirla boca, comenc a trastabillar tocando con ambas manos, pies y cabeza cada uno de los rinconesde aquel atad que me envolva. Mi corazn lata vertiginosamente. Estoy seguro de haber sentidocomo cada glbulo rojo lo atravesaba para llenare de aire y como las plaquetas corran en tropelcontra el tiempo para curar aquella dolencia que aquejaba mi odo derecho desde que nac.Cuando ya comenzaba a desorientarme y con la cabeza a punto de estallar se hizo la luz. Seilumin todo violentamente al unsono de la puerta cerrndose. Corr sonando mis pasosestrepitosamente hacia la luz que era de una brillantez inimaginable y cegadora.Poco a poco, entre lgrimas de dolor, felicidad y temor, mis ojos empezaron aacostumbrarse a la luz. Me encontraba en un saln amplio. Tan extenso que pareca ser msgrande que el apartamento que haba dejado en la maana para salir al trabajo despidiendo a misdos hijos con un beso en la mejilla pero con deseos de volver a la cama, junto a la esposa que aundorma cuando cerr la puerta. 6. El lugar era limpio y blanco como los retretes que hay en los restaurantes que haba vistoen las pelculas. Esos donde los ricos y poderosos van a reunirse para definir sus destinos y los delmundo entero. No colgaba cuadro alguno de las paredes de aquel recinto. Solo sala del techo laluz. Oh, la luz! Estaba nervioso pero me tranquilizaba la luz. No tena fuente fija. Emanaba desdearriba, de todas partes y me volv a sentir tranquilo. Camin hasta el centro de la sala y logrdivisar en la esquina, a lo lejos, un bulto del mismo color de la pared. Tan blanco como la lechesque antao deban las vacas en el patio de la casa de mis bisabuelos. Tom aquel bulto entre mismanos. Era un morral con bolsillos al frente y arneses en la parte posterior para ajustarlo a laespalda. En la pared donde se encontraba, rezaba una frase Para escapar-. Escapar de qu? Loabr. Adentro encontr una chaqueta gruesa como la grasa del cerdo que criaban en el pueblovecino. El que venda frito en los tarantines al margen de la nica carretera que lleva a la ciudad. Alque primero pesan por kilos segn lo solicitado por comensales y que luego, ante el asombro detos, la cocinera, que yo saba era hermana de Houdini, colocaba en un sombrero mgico que ellallamaba sartn por ignorancia haciendo desaparecer solo la mitad porque no tena las dotescompletas de su hermano.Junto a la chaqueta hall tres pares de calcetines finos que combinan con trajes que yo noposea. Adems, un par de botas de alpinista como para vestir los pies de la estatua de Stalin que,con orgullo y pasin, haba sido derribada en la Plaza Roja para mi beneplcito y alegre asombro.Debajo de aquella enigmtica frase haban escrito unos garabatos de palabras en un idioma queno conoca pero entenda. Claramente deca Presione para salir- Seguido de una accininvoluntaria, presion el pestillo que acompaaba en formacin perfecta a los extraos garabatos. El piso bajo mis pies cedi. No ca aparatosamente. Ms bien ca en un agradable descensocomo si estuviese conectado a un paracadas imaginario inflado por los vientos de mi incredulidad.No me alarm. Me estaba acostumbrando al vaivn del da. Ad augusta per angusta- record,no s cmo, esa frase del latn que segn mi entender significaba Para un gusto, una angustia-pero que segn los letrados de sta y otras pocas traduca Ho hay logros sin obstculos. Y mesent bien.Levant la cara para ver cmo se cerraba la trampa que me haba hecho caer ah. Estuveparado por un momento mirando hacia arriba. Lentamente, como envuelto en un aire viscoso,observ alrededor. All estaba, el hombre del maniqu. El que me haba hecho llegar hasta aqu. Es tarde, esperbamos por ti- me dijo sonriendo. A su lado, otro hombre, tan alto como l perotan intranquilo como yo. Ambos vestan chaquetas y botas de alpinistas. Vamos, preprate!grito sealando el morral al que aun sin darme cuenta me aferraba.Sin pensarlo, saqu la chaqueta, las medias y las enormes botas del morral. Me quit loszapatos y cuando estaba a punto de ponerme las botas, escuch de nuevo ese idioma que noconoca. Volte la cara. Era l otra vez: Ponte los calcetines, hace mucho fra all abajo dijo.Obedientemente, vest mis pies con los tres pares. Uno sobre el otro. Me haca recordar comocuando me colocaba la pega en la palma de la mano. La pega que me sobraba de aquella que 7. usaba para fijar la figuras al lbum que nunca sali premiado. La que despus de seca me ibaquitando poco a poco como piel sinttica con la imagen de mis huellas en ella.Tuve que saltar varias veces para lograr colocar los pies dentro de las botas. Las senta deltamao que utilizaban los zapateros de msterdam frente a sus tiendas para atraer a loscompradores. Finalmente, cuando logr enfundarlas me calzaron como dedal al dedo. Me mir dereojo en uno de los tantos espejos biselados que rodeaban el saln. Con absoluta continuidadmatemtica, mi imagen se multiplic en cientos. ramos todos soldados sincronizados yobedientes a las rdenes de mi cerebro. Me vea preparado para escalar la montaa ms alta y enmi rostro se reflejaban aires de experiencia en tal disciplina. Volte a ver a mis otros compaeros.Fue en ese preciso instante en que logr detallar al otro. Era un hombre robusto, muy alto, de tezblanca pero con matices curtidos. Su edad, indeterminada por sus facciones. Se vea nervioso. Nohaba soltado al hermano gemelo del morral que tambin yo sujetaba con mis manos. - Por favor, tomen asiento me interrumpi en mi observacin la voz del hombremaniqu. El otro hombre, quien bien poda llamarse Juan por su silueta, me mir. Ambos nossentamos en el piso al unsono tratando de expresar angustia en nuestras caras pero sin podermover un solo musculo facial. Cuando el hombre maniqu nos vio sentados, puls un botngastado y sucio de tanto uso como el de los ascensores del edificio municipal. Nos vemos abajo-dijo liberando el botn.Abruptamente, el saln se desplom a una velocidad tal que me tuve que aferrar a unasasas de metal que estaban en el piso. Sent como el cabello se levantaba estirndose. Record labarbera donde mi pap me llevaba de nio. Cerr los ojos y me toqu con la mano izquierda elpendiente que haba transferido mentalmente a la chaqueta que llevaba puesta. Rec lasoraciones que nunca haba logrado recordar. Vi pasar ante m, todos los aos de mi vida que habaya olvidado. Pasaban rpido, casi a la velocidad de aquel gigantesco ascensor. Iba sudando. Lasmanos, la cara, el cuello, todo sudaba. La humedad se enlazaba en gotas. Vi despegar el sudor encmara lenta. Desde la cara hasta unirse con el cabello que se estiraba a lo lejos.Tan repentinamente como arranc, justo antes de asfixiarme con mi propia saliva, elascensor se detuvo. Permanec quieto tirado en el piso sin soltarme de las asas y con los ojoscerrados. Ya no senta el movimiento que me causaba vrtigo y revolva mis entraas pero aunpoda percibir el miedo que se respiraba en el ambiente. Escuch al hombre maniqu decir: - Yallegamos caballeros. Por aqu, por favor -. Abr los ojos. Los prpados me dolan por la presin desus msculos. Entre tinieblas alcanc a ver al hombre maniqu sealando la puerta de salida. Juany yo nos levantamos diligentemente y caminamos hacia donde entraba la espesa bruma. Igual quea la que se forma en la carretera de pueblito pintoresco y frio que queda en la montaa cerca de laciudad.Afuera, parados frente al ascensor que estaba tallado en una pared de piedra, levndosehasta donde ya no poda ver, contemplamos aquel inmenso desierto de nieves blancas. Profundo yalisado cual embudo de un pastelero gigante cuyo eje concntrico era precisamente el lugar dedesde donde veamos aquel espectculo de la naturaleza. Debemos subir- dijo el hombre 8. maniqu. Guiados por l comenzamos a escalar el tobogn de helado que nos rodeaba.Caminamos a paso simtrico en formacin de pelotn. La nieve se pegaba a la suela de las botasapenas la pisaba desprendindose luego al levantar el pi. Caminamos por cuatro das seguidos sindescansar porque no era necesario. Tena fuerzas inagotables. Faltando algunos metros para llegara l cima, volte para ver mis paso dibujados en la nieve. Me pareci escucharlos decir Vetranquilo. Aqu estaremos esperando para cuando vuelvas -. Desde esa altura comprend queaquella escultura sobrenatural no era sino un volcn subterrneo congelado. No poda creer lo que se vea desde la corona del volcn de nieve. Trat de estructurar mipensamiento en forma lgica y ordenada. Sin embargo, el concierto de imgenes frente a minvadan los escondites recnditos de mi cerebro sin darme oportunidad a mantener el equilibrioque tanto estaba deseando desde esta maana. Era una ciudad gigantesca. Poda ver un muellefrente a la costa repleto de barcos de cruceros que zarpaban y llegaban por docenas guiados porun inmenso faro encallado en el medio de la baha. Los barcos pesqueros se desplazabanlibremente. Los poda ver salir vacos con dos o tres marineros a bordo mientras otros regresabanrepletos de pescado, conchas marinas y sirenas vestidas de princesas que me saludaban desde ladistancia. Frente al muelle se levantaba la carretera que lo una a la ciudad perfectamentedistribuida. Era el mismo diseo que tenan los cuadernos cuadriculados que utilic durante miinfancia para conocer las matemticas, nico instrumento que tenan los maestros para ensearorden y disciplina. Al final, despus del rompeolas, estaba el aeropuerto. Diseado en formahexagonal para permitir el mayor nmero de aviones pues el trfico de sus pistas era pesado porel volumen de pasajeros que deban transportar. Poda distinguir claramente las siglas de losalerones de las naves escritas con los mismos garabatos que ya me eran familiares formando partede mi lxico. Siempre haban estado all sin recordarlo pero floreca en la punta de mi lengua unavez que contemplaba todo aquello. Tena edificios altos por doquier y pequeas casas de jardinesamplios extraamente podados por el mismo jardinero que los toc con su mano desde la alturaacaricindolos una a uno pero todos al mismo tiempo.Permtanme presentarles a estas personas dijo el hombre maniqu. Su voz me hizo salirdel trance placentero que conmocionaba mi alma. Lo vi y asintiendo volte a mirar a nuestrocomit de bienvenida. El Alcalde y los personeros ms importantes de la ciudad haban venido asaludarnos. Por alguna extraa razn eran todos iguales. Sacados del mismo molde de orfebrerade donde haba salido el hombre maniqu. El mismo traje, la misma corbata incluso la mismamueca en los labios que caan del lado izquierdo al hablar. Nos invitaron a subir a un telefrico.Mientras bajbamos me di cuenta que la ciudad no tena sol. Haba luz pero no sol, Eso mesorprendi. Inexplicablemente no se distinguan los colores. Saba el color de los que vea pero a lavista eran blancas y negras chocando ocasionalmente para crear gris de aquel saln donde todocomenz. Seguimos bajando. Desde las diferentes pendientes nos iban sealando iglesias,restaurantes, tiendas y oficinas gubernamentales. Los lugares un al lado del otro. Limpios yarreglados con letreros de anuncios todos a la misma altura en las paredes. Al llegar a la ltima estacin del telefrico abordamos una limosina negra que aguardabapor nosotros. Recorrimos algunas calles y not que todas ellas nos llevaran al centro donde se 9. encontraba una plaza circular que alojaba al cabildo. Las calles eran limpias, ms bien, jamshaban estado sucias. Las personas se desplazaban con libertad pero en un orden casi robtico. Uncanal de ida y otro de vuelta en cada acera. Nuestro trabajo es sencillo pues no existe lo queustedes llaman moneda. No existen los bancos y no se necesita ms que escoger la mercancadispuesta en los mostradores de los comercios para ser llevada a casa. La pobreza nunca formparte de nuestras preocupaciones porque no hay pobres. No tenemos problemas de unpresupuesto deficitario porque no tenemos personal. La gente colabora como obreros. Nonecesitamos crceles, policas porque no hay criminales. Como el gobierno no tiene presupuestapara gastar, no hay corrupcin. No hay impuestos y nuestros ciudadanos no necesitan unreglamento municipal pues todos estn de acuerdo en cmo y dnde construir.- Con la bocaabierta, no dejaba de escuchar aquello: - Solo tenemos un problema. Los alcaldes son elegidos porperiodos de una semana y no hay posibilidad de reeleccin. Es aqu donde entran Uds. Vern,todos los habitantes se han desempeados como funcionarios del gobierno. Ya no nos quedanadie por escoger porque todos han sido elegidos alguna vez. Es as como, despus de investigarpor trescientos aos, descubrimos que las nicas personas honestas que quedan sobre el planetason ustedes dos. Sent una tremenda ola cosquilleante que me suba desde el estmago hasta la cabezapara marearme con su cresta de exagerante espuma. Vi como Juan, sorprendido, doblaba supiernas al mismo tiempo que intentaba esbozar una sonrisa amplia pero dbil y temblorosa comode caricatura. La limosina se estaba estacionada frente al edificio del cabildo cuando el jefe deaquel sequito de hombres maniqu daba instrucciones para que nos dirigiramos a una sala dereuniones a travs de la puerta lateral. Mientras caminbamos nos explic que la prensa estarapresente en el saln. Haba resulto realizar una presentacin oficial de nuestras candidaturas. Unmomento- dije obligando a detener la marcha forzada. Ni siquiera he podido asimilar comollegue hasta aqu. Ahora me dice que soy un candidato a la Alcalda. No le he dicho si deseoaceptar- Grit conmocionado. El alcalde maniqu solt una carcajada sonora que retumbaba en eledificio como el paso de un tren atravesando un tnel. Mi querido amigo, no nos queda msremedio que pedirle amablemente que acceda a esta candidatura pero en todo caso, a Ud. no lequeda ms que aceptar con agrado esta encomienda de nuestro pueblo Respondi el jefemaniqu. Y si no acepto? pregunt tmidamente. - - Tenemos facultades para penetrar en tupensamiento, en tus sueos. Hacer de tu estado de relajamiento y descanso, una verdaderaagona mental. No te haremos dao fsicamente pero el dolor que podemos ocasionar con hacertepensar es de una magnitud que nunca has sentido. Sera como sentir que la piel de tu cuerpo esarrancada en in fina pelcula al mismo tiempo y justo en el instante preciso de despegar el ultimohilo de tus tejidos con la carne aun fresca, rosada y palpitando, cubrirla con sal marina del msgrueso espesor para luego lavarla con el aguardiente ms claro del mundo Continuamoscaminando hasta alcanzar la puerta donde se aglomeraban otros hombres maniqu con cmarasfotogrficas, luces de nen y micrfonos. Aturdido aun sintiendo las palabras del Alcalde guieguiado por ellos hasta el pulpito donde se dirigan a la audiencia. 10. Volte a verlos. El alcalde tena su mano izquierda sobre mi hombro y con la derechasaludaba al pblico congregado alrededor de la tarima. Los dems se daban las manos, sonrientes,con muecas de triunfo. Revis mentalmente todo lo que me haba sucedido. Pens que serasencillo. Una semana de sosiego y experiencia en el manejo del poder poltico. Me tranquilic.Comenc a alegrarme. S, unas vacaciones lejos de mi mundo y de aquella ciudad mugrienta quehaban dejado esta maana y a la que haba querido abandonar desde que estaba en el vientre demi madre. Una semana despendrido de las responsabilidades que haba heredado sin querer y queeran parte de la vida cotidiana para hacerla aburrida, vaca y sin ms emocin que los altercados,disgustos y placeres con los ms allegado. Juan pareca haberme ledo el pensamiento. El tambinlevantaba la mano en seal de triunfo. Todo pas rpidamente Fuimos nominados y al pasar pocosminutos cada uno de nosotros habl de su plan de gobierno. El centro de mi campaa fue lapromesa de realizar una colecta de deseos entre la gente para comprar con ella el sol quedevolvera los colores a la ciudad. Dise todo un programa que inclua el anlisis adquisicininstalacin de lo propuesto.La cmara municipal aprob la idea sin haber elegido al nuevo Alcalde con el entendidoque la colocacin del astro incandescente deba realizarse a las dos horas despus de lajuramentacin de rigor. Se realiz el acto de votacin al que todo mundo atendi. Solo falt porvotar el seor que vino caminando desde el polo norte tratando de pisar su propia sombra. Elresultado apareci en la gaceta a la media hora de haber sido entregado el voto del ltimociudadano en la fila. Fui elegido por una mayora impresionante. Un milln de votos contra uno., elde Juan quien automticamente fue elegido embajador plenipotenciario ante las puertas del cielo. Cargado en hombros por la muchedumbre, fui llevado al Palacio Municipal. Comenc anegociar la contratacin del sol. AL pasar dos horas exactas se present en mi despacho el comitde enlace del gobierno con el pueblo. Sr. Alcalde, hemos venido a verificar la colocacin del solen el sitio programado por Ud. en su programa de gobierno, Me hizo saber el cabecilla de aquelgrupo. Cambi mis facciones para inspirar confianza y diligencia. Nos falta finiquitar lo de laescalera que ser utilizada para colgarlo. Ya tenemos el resto de los materiales en el almacn de laAlcalda dije con propiedad. Pero Alcalde, la gente ya se ha preparado para la inauguracin.Han colocado ofrendas florales en la plaza y guirnaldas en todos los postes. Una banda de msicaya est sonando y lo esperan afuera para que diga el discurso del orden me contest alarmado elDirector de enlace. No te preocupes respond. Yo personalmente hablar con ellos paraexplicarles la situacin -. Inmediatamente me dirig a la plaza frente al cabildo para hablar con elpblico. En la calle todos estaban vestidos de fiesta y la msica se oa en todas partes. Meincorpor ayudado por mis asistentes al piso movible que haban instalado frente a la plaza. Amigos, pueblo querido. He dispuesto hablar con ustedes en esta ocasin para aclarar algunascosas atenindome a la promesa de transparencia en la gestin gubernamental que ofrec durantemi campaa. Debido a percances de carcter tcnico en la contratacin, nos hemos visto obligadosa retrasar un poco la instalacin del sol dije con energa.No pude terminar de hablar. Fui abucheado. La gente gritaba por el incumplimiento de mipromesa. La muchedumbre enojada se levant con piedras en las manos que comenzaron a 11. arrojarme. Los nios tomaron recipientes y comenzaron para mojarme con agua sucia. Era unpueblo encolerizado ente las ofertas no cumplidas. Enojados de sentirse engaados y utilizadospor el candidato que comparta con ellos las mismas vicisitudes pero olvidado por el gobernanteembriagado de poder. Cuando el monstruo de personas aglomeradas se levant para lincharme,emprend la retirada en carrera hasta la limosina. La encend justo antes que la ola humana meaplastara. Oprim el acelerador al tiempo que enfilaba hacia la estacin del telefrico. La gente mepersegua en autobuses, camiones, incluso, en carrera. Enardecida y transformada en una multitudamenazante y asesina.Al llegar a la estacin corr como pude al telefrico que estaba saliendo. Logr salta haciaadentro de una cabina en el momento que cerraba las puertas. En el piso, sudado y jadeante por lahuida, descans y orden mis pensamientos. Me levant y vi a travs de los cristales como lagente me segua en los carros que guindaban detrs del mo. Algunos haban subido a los cablespara caminar sobre ellos como lo hacan los equilibristas de circo. Los vea acercarse. Tano, quepoda tocar sus rostros. Comenc a sudar de nuevo y senta como el corazn se atoraba en mitrquea para aflorar en la garganta con un grito silente. El carro lleg a la cima de la montaa yotra vez emprend la carrera contra el viento. Mis pantorrillas empezaban a doler y el paso sehaca ms lento. Cuando salvaba los ltimos metros de la pendiente, alguien me sostuvo por lospies y ca rodando pro el tobogn opuesto. Envuelto en nieve. Acelerando mi cada con el peso delas escamas de agua congelada y blanca. Sent el impacto que caus la gran bola de nieve al chocarcontra la puerta del ascensor para estallar en mil pedazo, Mareado y tambaleante me levantsostenindome con las manos de las paredes del ascensor. Presion el botn que lo hara subir.Cuando la puerta se cerraba, vi las manos perfectas del hombre maniqu impidiendo su fusin, Memir a los ojos y sent como, poco a poco, la piel se despegaba de mi cuerpo. El dolor erainsoportable y poda ver como mi carne se cubra de una sustancia viscosa y roja. Mis piernascomenzaron a flaquear. Sent que el vapor de la vida se desvaneca y me desmay. Lentamente recobr el conocimiento. Me senta cansado y viejo. Entre lgrimas y tinieblasmis ojos se abran con torpeza. La mente entraba en conflicto con el cuerpo, Me levant y asom ala ventana. A lo lejos poda ver al hombre que saltaba tomando impulso, tratando de pisar supropia sombra frente al edificio de largas escalinatas y puertas anchas, El sol mostraba su cabelleraen el horizonte encendiendo el cielo de color naranja alegra. Mir a m alrededor y not queestaba en mi habitacin. Alcanc a ver la cama mojada por el sudor de la fiebre delirante y podapercibir el olor a caf fresco que preparaba Yolanda en las maanas. El cuerpo gan la batalla.Volv a la cama y me recost.Era tiempo de soar de nuevo con la promesa de los colores para un mundo sin color > 12. Relato deCmo Jacinto Romero se hizo hombre ILUSTRACIN: fragmento de El Ajenjo, 1876, Edgar Degas. 13. Estaba festejando sus 15 aos y la promocin al nuevo ao escolar. Alegre con la vozgruesa pero de nio. Sentado junto a Hermelinda, su, madre, que hasta hace algunos das lolevantaba a la media noche para que fuese al retrete y de esa forma evitar que se orinara encimadel catre. Su rostro era idntico al de su padre cuando lo comparaba con la fotografa vieja ydescolorida que tena escondida su madre detrs del tocador de la habitacin. Jacinto lamentabano haberlo conocido pero Hermelinda le haba descrito cuan buen mozo era. Le haba dicho queera inteligente y que adems sabia restar, lo que lo converta en un hombre bastante cotizado enlos alrededores del muelle donde se venda el pescado, ya que tena la habilidad de poder entregarcambio a los turistas americanos, calculando el valor del dlar y los precios del pescado. Eraprecisamente en ese sitio donde Hermelinda lo conoci. l le haba fijado la vista en la espalda,ella volte al sentir el pinchazo de la mirada. Los ojos profundos y negros resaltaban por las cejasque se unan justo donde comenzaba la nariz. Se le acerc y ella temblorosa bajo la cara y observdetalladamente las sandalias que llevaba puestas. Poda sentir la respiracin de Jos en la nuca,cerr los ojos y casi se desvaneci. El, la tom por las manos y comenz a caminar hacia lasescaleras, debajo del muelle. Fue amor a primera vista y desde entonces se juraron fidelidad yalegra perpetua. Ella continuaba observando las sandalias mientras conversaba, se besaron y Jos le hizo elamor. Hermelinda temblaba y lloraba, luego rea y jadeaba. Era un choque de sensaciones que lepermiti, en esos momentos, saborear los colores del crepsculo marino. l se levant, le acaricila cara y le bes la frente. Se visti y luego se march silbando. Ya no lo vio, sino hasta diez aosms tarde cuando el forense le pidi que reconociera el cuerpo de un hombre que haba muertoen una ria callejera. , dijo al forense y este le entreg las pertenencias que posea.Una billetera con dos dlares y una fotografa de l, parado en el muelle junto a un buquegasfero. pens Hermelinda. Tom las cosas que le entregel forense y se march sin lgrimas en los ojos, con el espritu tranquilo y aliviado. Lleg a casa yescondi la fotografa detrs del tocador, se sent ante la cmoda y comenz a llorar. El nioJacinto la observaba desde afuera, inexpresivo pero curioso. Cuando su madre se durmi, tomo lafotografa y entendi que se trataba de su padre. Coloc la fotografa en su lugar y no habl nuncaacerca de ese hecho. Hermelinda recordaba su embarazo mientras vea a Jacinto rer cuando apagaba las velasde torta que le haba preparado para su cumpleaos. Se vea a s misma cuando su padre le echde su casa con una bofetada. Era la culpable de que su hija arruinara el apellido Romero tanrespetado por los vecinos. Entonces, prefiri recoger las ropas de su nia y colocarlas en el morralque haba utilizado para su noche de bodas. Hermelinda tomo el morral y sin decir media palabrasali de la casa. Esa noche la pas debajo del muelle, justo en el mismo lugar donde haba amado aJos y donde ste, le jurara amor eterno. A la maana siguiente, se fue a la posada del pueblo y 14. despus de demostrar sus habilidades culinarias al dueo de la fonda, comenz a trabajarpreparando guisos y sopas a cambio de un catre en una esquina de la cocina. As haba pasado suvida y la de Jacinto, entre olores de grasa de cerdo, jamn ahumado y merengue de limn, que erasu preferido. El nio fue creciendo y tambin haba aprendido a restar. Manuel, el dueo de laposada, le haba enseado como si se tratase de su propio hijo. Saba leer y escribir. Poda, incluso,contar los cubiertos de los comensales a la hora del medioda y determinar cul sera la gananciapara ese viernes. Un da, lleg un seor rabe a la posada y despus de observar al joven en susperipecias intelectuales ofreci mandarlo a la capital, para que estudiara ingeniera, costeando elmismo los gastos a cambio de algunos guisos semanales. Ella accedi y comenz a prepararle elviaje que hara el da de su dcimo quinto cumpleaos. Cuando apag las velas, ella se le acerc ylo bes en la mejilla. Se senta orgullosa de ver cmo haba crecido su hijo y de lo buen mozo quese vea con el abrigo que Manuel le haba regalado para su viaje. Ella ya le tena dispuesta unavianda para callar el hambre en tan larga travesa. Le haba preparado el merengue de limn quetanto le gustaba y en el morral, que una vez le sirvi de almohada, le coloc la camisa de algodn ylos zapatos que tanto le haba costado ensearle a usar.Al sonar las campanas de la iglesia, lo acompa hasta la estacin de trenes paradespedirse de l. Le entreg el morral y los dos dlares que constituan la herencia que le habadejado su padre. Lo abraz fuertemente y dej caer una lgrima sobre su hombro derecho. Con lavoz quebrada, le dijo adis y lo sigui con la mirada hasta el que abordo el tren. Para Jacinto era laprimera vez que sala del pueblo. Lo ms lejano que haba llegado fue cuando Manuel le pidi quelo acompaara a la campia para hacerse de algo de carne fresca necesaria para la preparacin delos chorizos que lo haban hecho tan popular. Ahora, al ver a travs de las ranuras del vagn, se senta todo un explorador y sentadosobre la pajilla, en el piso, tom un pedazo de merengue y lo sabore mientras que, con las botas,corra a las vacas que se acercaban hacia el rincn donde estaba sentado. Vea el tope de losarboles pasar como en carrera tratando de alejarse de l. Recordaba como Manuel le habaenseado a contar los cubiertos, miro hacia arriba y cerr los ojos. pens y los abri. Exactamente el nmero de tablones que conformaban el techo del vagnde carga. Meti las manos en el morral, tom el frasco con agua que Hermelinda le haba filtradocon el cedazo para el caf y se lav las manos. Coloc el morral en el piso, se recost, cerr losojos y se durmi.El silbato del tren lo despert, se asom por una de las ranuras. Poda ver las luces de laciudad. Haba llovido y se levantaba una fina y fra cortina de humedad. Las luces se entrelazaban ydeformaban la silueta de la gente que caminaba por las aceras. Era casi de medianoche pero laciudad estaba despierta como si la gente estuviese esperando por algo sin saber de qu se trataba.El tren se detuvo en la estacin principal. Jacinto se sacudi el polvo del pantaln, arregldiligentemente las cosas dentro del morral y se cambi las botas por los zapatos de salir que leregalo Manuel. Su madre le haba dicho que el futuro de un hombre en la capital dependa de loszapatos que utilizara. Baj del vagn y desde el andn, parado, casi congelado, observ la ola depersonas que iba en todas direcciones. As, estuvo de pie y sin moverse por casi media hora. La 15. gente caminaba a su lado sin verlo como si fuese un objeto ms de la estacin de trenes.Finalmente reaccion y empez a caminar hacia la salida dejndose llevar por la corriente. Se paral borde de las escalinatas de la entrada y observ alrededor. Era una ciudad viva y despierta. Las luces de nen encendan la noche. Los olores de las fritangas podan sentirse a doskilmetros en la distancia. La gente pululaba alrededor como si todos estuviesen jugando alescondite. Se meti las manos los bolsillos para extraer el papel donde el seor rabe haba escritola direccin que se supona deba buscar para pasar la noche y organizar su vida. > deca el papel que le haba entregado en letras bien curvadascasi matemticas. Volte a la esquina izquierda y se dio cuenta que se encontraba a tan solo doscalles del lugar donde se supona deba ir. Comenz a caminar en ese sentido pero se detuvofrente a un local con luces llamativas y fotografas de bailarinas en la entrada. Se acerc a mirar lacartelera y un seor vestido con ropas de general se le acerc. >. Jacinto volte y se impresion con la chaqueta de charreteras doradas. Elgeneral sin batalln lo tom del brazo y le hizo cruzar la puerta de la entrada. Una vez adentro, tuvo que afinar la vista para acostumbrar los ojos a la oscuridad del local.Se trataba de varias mesas dispuestas alrededor de una pista de baile. El humo de tabaco flotabaen el aire e irritaba la vista. Haca mucho calor y Jacinto tuvo sed. Se le acerc una mesera, que alver su rostro, sonri. > pregunt. Jacinto simplemente atin amover la cabeza en forma afirmativa. >, le dijo ella mientras caminaba hacia la barra. Jacinto pudo detallar a lamuchacha. Llevaba zapatos de tacn alto, una falda recortada hasta un poco ms de arriba de lasrodillas. Una blusa de algodn roja con agujeros en los costados. De las orejas colgaban unosaretes en forma de rosas del tamao del puo de un nio. Cuando se volte, Jacinto escudri surostro. Las mejillas encendidas en rojo fuego, los labios gruesos y de un rojo carmn bastantepastoso. Ella le indic que silla tomar y llam al mozo encargado de las bebidas. . Jacinto levant las cejas sorprendido> pregunt. La muchacha se ri a carcajadas y luego, en un tono muy seriodijo; >. Jacinto segua sorprendido, con una sonrisa nerviosa tom elvaso y vaci su contenido en la boca. Sinti que le desgarraba la garganta como si acabara detomar una de las sopas de Hermelinda cocida a puro fogn. Comenz a toser y casi cae de suasiento. La joven ri a carcajadas de nuevo. > dijo. >. El muchacho otra vez levant las cejas y ella, sonriendo en untono menos burln, dijo >.Jacinto baj la vista y sonri ahora con ms confianza. Senta mucho calor as que se quit lachaqueta. Celeste llam nuevamente al mozo de las bebidas y le indic que le preparara otra copaa Jacinto y que sirviese un brandy para ella. Se sent a su lado y comenz a hablar de trivialidades;de la lluvia, el calor y de su pueblo. Jacinto oa con atencin mientras ingeniera su vaso de licor. 16. Minutos despus, se vio a s mismo en la pista de baile con Celeste, se senta enamorado,no saba cmo decirle que el corazn le palpitaba, que la garganta la senta seca, que le temblabanlas piernas y que tena frio en el estmago. Ella lo abraz obligndolo a moverse al comps de lamsica. l se apoy en su pecho y pudo sentir su perfume. Era dulzn. Le recordaba el almbar quele preparaba Hermelinda despus de haber trabajado atendiendo a los comensales. Celeste le diovarias vueltas alrededor de la pista. Se senta mareado y con el estmago revuelto. Ella lo vioplido y sin fuerzas. Lo tom de la mano, caminando poco a poco, lo subi por las escaleras hastala pieza que le corresponda. All Jacinto se recost en el catre. El mundo giraba a su alrededor. Atin a ver un cubo deagua en una esquina, una cmoda con bombillos que no funcionaban y recortes de revistas a colorpegadas en las paredes. Puso el pie derecho en el piso y las cosas dejaron de girar. Celeste sedesvisti y el apenado, cerr los ojos. Solo oa la msica debajo del catre y el sonar del aguacayendo dentro del balde. Sinti luego como las manos de Celeste, fras pero cariosas, ledesvestan. Primero la camisa, luego los zapatos y el pantaln. Las piernas le temblaban, losdientes no dejaban de chocar como si estuviese en la montaa en una noche de invierno. Depronto Celeste se acost encima de l. Poda tocarla pero no senta su peso. Abri los ojos y colocla cara en sus pechos como nio hambriento. Celeste comenz a moverse, susurrndole palabrasal odo que Jacinto no entenda por el desarrollo de tales acontecimientos. Ella, muy profesionalpero tierna, le hizo saborear sensaciones nuevas. Algo en sus entraas revoloteaba y le causabacosquilleo. De pronto explot en un sinfn de colores. Vea destellos de luces en cada rincn de lahabitacin. Poda tocarse una sonrisa que el mismo no haba esbozado. La cabeza oscilaba sobresu cuerpo, flcida, sin fuerzas. Cerr los ojos y durmi. Despus de varias horas, abri los ojos y mir a su alrededor, el cubo de agua, la cmoda ylos recortes de revistas estaban en el mismo lugar. Poda sentir el sabor amargo de la resaca en suboca. Tena un inmenso dolor de cabeza y el cuerpo responda lentamente a las rdenes de sumente. Se incorpor del catre, recogi sus ropas y se visti. Tomo el morral y reviso su contenido.Los dos dlares, el resto del merengue y el agua filtrada haban desaparecido. Su chaqueta no laconsegua, ni siquiera recordaba donde la haba colocado. Sali de la habitacin lentamente y bajlas escaleras. La msica chocaba en sus odos, ya no era melodiosa y le molestaba. Miro a su alrededortratando de ubicar a Celeste. No la pudo conseguir. Se acerc a la barra y le pregunt al mozo, quecasi lo haba aniquilado con sus brebajes, si haba visto a Celeste. > dijo y sevolte a preparar otro trago. Jacinto adolorido pero molesto, se le volvi a acercar y esta vez grit>. La msica baj de intensidad y la gente volte hacia la barra. En esemomento un hombre que ms bien le pareca un gorila, se le acerc. le dijo con voz autoritaria. Jacinto le dio la espalda al hombre. > volvi agritar. Sinti que se le mova el piso y al caer, golpe su cabeza contra el bar. Pudo percibir, en lacomisura de los labios, el sabor metlico de su propia sangre. Se levant del piso y corri como untoro persiguiendo a su matador potencial. El hombre lo esquiv y volvi a parar al piso. Seincorpor tambaleante y al apoyarse en la barra, tom una de las botellas que a medio vaciar 17. estaban en el extremo izquierdo. Arremeti otra vez contra el hombre con el brazo levantado,moviendo la botella cual bandern de batallas. El destello de algo metlico lo ceg por unossegundos justo cuando bajaba el brazo. Dejo caer la botella y sinti una sensacin de calor en elcostado izquierdo. Pudo ver, sin abrir los ojos, cuando consigui la fotografa de su padre. Se pudover as mismo estudiando con el viejo Manuel, saboreando los guisos de Hermelinda y la vea llorarsentada en el catre. Sonri al ver a sus amigos saltar hacia el embalse de agua. Poda verles laplanta de los pies desde el aire. Levant la cara. Una luz de intensidad tremenda, blanca y clida leoblig a cerrar los ojos y ya no puedo ver nada ms.Hermelinda caminaba sin rumbo. El semblante plido y trasnochado. Marcas azuladasdebajo de los ojos y el rostro enflaquecido. El cabello descuidado, descansando sobre sushombros. Coloco la rosa sobre la cruz de madera con el nombre de Jacinto tallado en el centro.Trato de llorar pero tena los ojos secos y el espritu desganado. El viejo rabe la consolaba conpequeas palmaditas en la espalda. Trataba de imaginarse a su hijo siendo ingeniero, como aquelque haba dirigido casi trescientos hombres en la construccin del embalse. Uniformado con suspantalones de color ocre y casco blanco. Sin embargo, lo vea vestido de rojo obscuro colortragedia, con la sonrisa de tranquilidad y el morral tendido a su lado. > pens. > 18. La Jorobada de Nipn USTRACIN: Milagros Gonzlez.Milagros Gonzlez es Licenciada en Museologa e Historia del Arte, Magister en Historia de las Amricas, curadora e investigadora independiente. Public el libro "De la coleccin a la Nacin. Aventuras de los intelectuales en los museos de Caracas (1874-1940)"(Fundacin Polar, Caracas, 2007). 19. La carretera era pequea pero el paisaje inmenso mientras se trasladaba desde lacarretera de la Costa hacia la punta de la pennsula oriental. El aire acondicionado comenz a fallary el calor golpeaba agradablemente la cara con la brisa salina del ambiente. Se escuchaba laInolvidable cancin de Nat King Cole que repeta su rutina al voltear el cassette. Juan Jos iba unpoco cansado pero alegre de conocer esas nuevas tierras que solo haba visto por las postales quehaban en la tiendita del lobby del hotel, antes de salir en ese trayecto. Tarareaba mentalmente laestrofa Thats why Darling is incredible that someone so unforgettable cuando un grupo depersonas con ademanes de rabia persegua a un borrachito que casi no poda caminar pero quepor sus zigzagueo al andar confunda a la muchedumbre enojada. Juan Jos detuvo el carro justo al lado del letrero que deca Caimancito. Abri la puertatrasera. El borracho tropez y aterriz en el asiento cual helicptero en cada libre. El hombre tirde la puerta y Juan Jos arranc el vehculo antes de que el gento lo aplastara como elefante decirco huyendo de un ratn. Juan Jos baj el volumen de la cancin que daba sus acordes finales,mir por el retrovisor y pudo darse cuenta que el pasajero sbito estaba dormido. Roncaba con lossonidos del ans que se haba bebido. Detuvo el carro ms adelante, justo al lado del camino para poder organizar sus ideas. Enese instante, una camioneta con ocho jovencitas abordo, se detena a su lado. Desesperadas, laschicas, gritaban de miedo. Delante de la camioneta estaba el chofer muy nervioso y aturdido Mida haba empezado como lo imagin pero ya me quiero devolver a la cama pens Juan Josmientras se acercaba a la camioneta. De atrs se baj una de las muchachas que pareca haberrecobrado la compostura. El profesor se qued dormido y pensamos que nos bamos a estrellar dijo quien pareca ser la lder del grupo, uno de los pocos milagros de azul que quedan gracias alcandor de su rostro. El profesor ya se recobraba su equilibrio Perdnenme mis hijas. No s loque me pas. Ya estoy despierto se le escucho decir tmidamente. El profesor le dio la mano ajuan Jos en un gesto callado de agradecimiento. Vayamos en caravana Indic Juan Jos. A loque el profesor asinti afirmativamente.Ambos vehculos emprendieron nuevamente su curso comn. Dos horas ms tarde sedespedan todos con un abrazo de cornetas de carros donde todos sonrientes olvidaban lossinsabores del viaje. Juan Jos se detuvo en la entrada de la posada de Punta Araya y despert alpasajero. El hombre se sobrepuso asustado de no conocer como haba llegado hasta all. Le dio lasgracias a Juan Jos mientras guardaba la tarjeta de presentacin en el bolsillo machacado de sucamisa. Se despidi avergonzado y camin pesadamente por la vereda de la calle.Baj las maletas, cerr el carro y cruz a pie el estacionamiento improvisado. - A dndeconseguiste a Monchito? Escuch a alguien preguntar y levant la mirada. Se trataba de un tipopor lo menos veinte aos ms joven que l pero quien le luca muy familiar. Llevaba uniformecomo de guarda parques de un Pas lejano. - Te refieres al borracho? Respondi Juan Jos conotra pregunta. Si - afirm el gua de safaris. Juan Jos no atinaba a identificar definitivamente suvestimenta. La detall y pudo leer Cazador de Sueos en el sombrero de pescador marrn quellevaba puesto. Lo mont en mi carro cuando vi que una poblada pareca querer lincharlo dijo 20. Juan Jos respondiendo a la primera pregunta. El Joven le cont de las innumerables veces queMocho haba sido salvado de la muerto cuando estando ebrio corra del Bar de Billar del pueblocercano. Los vecinos de Caimancito ya se la tenan jurada y solo esperaban que se desmayara paracobrarle todas las deudas vencidas.Juan Jos se registr en la posada, se fue a su habitacin para darse una ducha yrefrescarse del viaje. Como nuevo, sali de su habitacin, vio al joven de nuevo y se le acerc - Enqu sitio puede uno conseguir comida en este pueblo? le pregunt. Yo voy a comer unsancocho de pescado en el rancho de mata aqu al lado. Si quieres me acompaas y asalmorzamos juntos Caminaron escuchando el bullicio del pueblo. Entre la rockola repotenciadacon estruendosa msica del vallenato colombiano y la salsa brava que vena de la plaza. Eraviernes y ya todo el pueblo se alborotaba para las fiestas del fin de semana. Ambos se sentaron en la mesa, al lado del muelle, viendo el los reflejos del aguailuminando el plato de sopa que tenan al frente. Conversaron por horas. Juan Jos se enter quese trataba de Leo, el Len un joven que haba conocido de nio pero que ya de adulto susaventuras recorran el mundo entero. Se haba convertido en un aventurero buscador de tesorosdesde que su maestra de preescolar lo reprendi por dibujar una mano sangrienta en una de sustareas para la casa. Explicaba Leo que trataba de fotografiar la leyenda de la mano del NegroIfigenio que su padrino le haba contado en las sabanas del llano sureo. Aquella mano que elfantasma del Negro Ifigenio buscaba todas las noches despus de haberla perdido en el molino decaa de azcar que el patrn le oblig a reparar sin su consentimiento. El mismo negro quedeambulaba por las noches con el tocn del brazo sangriento aterrorizando a los llaneros delmedio.Desde esos das Leo, el len haba aprendido de fsica cuntica, el poder de los vasoscomunicantes, la fuerza de la energa hidrulica, las pesas comparadas y la matemticadescriptiva para descifrar los cdigos cifrados de los tesoros escondidos. Haba viajado desdeSuramrica por el Caribe y hasta el norte que da con el sur de Canad. Millones de personasconectadas con sus peripecias de alto vuelo. Juan Jos escuchaba maravillado de tantas andanzasen tan corta edad. Del cortejo de quinceaeras hasta las esposas a distancias de aos luzsincronizadas con el coraje de Leo, el len. Haba llegado hasta la Punta de Araya porquedescubri entre sus estudios de rabe, que los jeroglficos de las pirmides, apuntaban a las nievesperpetuas de las minas de sal. All estaran, segn Leo, el len, los secretos del mejor diseoestructural para bomba mecnica que an no se haba inventado. La bomba que servira paraalimentar con hechos las promesas pasadas y futuras. De repente se escuch un canto relajante yque Juan Jos tena veinte y dos aos sin escuchar. Volte y desde lejos supo que era la Jorobadade Nipn. Ella le saludaba con la misma ternura y cario que juan Jos sinti al conocerla.Esta vez la jorobada estaba acompaada de su hija, una juguetona hermosa y rozagantepor los carios trasmitidos desde la leche materna con la teta de su madre. La tierna criatura lesaludaba con gestos de amor y esperanza de un futuro promisorio sembrndolo para el universoentero. Tambin conoces a la Jorobada? Pregunt Leo, el len extraado mientras no paraba de 21. contar que eran amigos desde que la conoci en Japn desde que era perseguida por los Samurisdel Emperador Sombra de Shogun. Pues claro que la conozco. Es mi amiga desde hace ms dedos dcadas cuando la vi por primera vez con su vientre esplendorosamente bello cargando a suhija antes de nacer. Ese da, con la garganta seca, el cerebro nublando su vista, la respiracin entrecortada porla taquicardia que tena desde que su esposa lo despert en la maana, Juan Jos, se diriga en sucarro por la avenida que costeaba el muelle de la marina. El sol brillaba los dorados de la playamientras las palmeras saludaban a la brisa de esa maana pero senta mucho calor. Tanto, quepoda sentir los vapores del alcohol brotando de sus poros por la embriaguez que an tena desdela fiesta de la noche anterior.El paso era atropellado por su propia sombra debido a la resaca moral de haber llegadotarde al encuentro en la marina. Manoln e Ins ya se haban marchado. Juan Jos detuvo laneblina de sus ideas y pens por un momento. Deja la pelea mujer le insisti a la Tti, sucompaera, que no cesaba de regaarlo por tamaa irresponsabilidad. Por tu culpa, el nio nopodr salir a pasear Le segua achacando en su cara. Mira que irte de farra despus delcompromiso con tus compadres que vienen desde la capital para disfrutar un da de playa Repeta la Tti con el sonido del eco de todos los crmenes maritales cometidos por Juan Josdesde que se conocieron en aquel Liceo.Mir el reloj y levant la vista hacia la puerta de la oficina que tena cerca. Camin unosmetros y se detuvo para golpear la puerta con los nudillos que parecan sangrar por el dolor de laincredulidad. Alguien abri la puerta. Buenos das mi amor. En qu puedo ayudarte? Preguntla secretaria. Juan Jos se apresur a conversar con la intencin de tapar la voz de la lindamuchacha que le atenda vestida con ropas de prostbulo playero. Quera saber si me puedenayudar a comunicarme con el Shangri-La Atin a decir luego de armar todo un rompecabezas depalabras atropelladas. Claro que s respondi Josefina cuyo nombre resaltaba desde elsujetador que llevaba puesto. Atencin Shangri-La, Shangri-La, aqu Marina dijo por la radio. Adelante Marina se escuch por los altavoces de escritorio.Ahora la brisa acariciaba plcidamente su rostro, el olor a mar despertaba la sonrisa y lasnubes saludaban desde el azul del cielo que tena de fondo. El calor del sol pareca funcionar comorelajante alegre mientras el taxi bote se acercaba al destino del grupo en el Shangri-La. El da lecomenz a sonrer a Jos. Una vez dentro del barco, su compadre Manoln le abraz mientras le presentaba al restodel grupo con quienes iba a la expedicin submarina para conocer los tesoros escondidos que elmismsimo capitn Nemo haba guardado hace siglos en sus viajes de niez. Eran personas quevenan de varias partes del mundo porque haban nacido en la pequea Venecia, hijos deinmigrantes europeos algunos y otros tantos de sus races autctonas como los indgenasCumanagoto y Guaiqueres. Alegres todos contando su travesa por la carretera que vena de lacapital contaban con una sonrisa, las peripecias del viaje. Juan Jos poda ver a la distancia, sobre 22. la cubierta, naiboa, cambur, queso blanco y los vasos que an contenan restos de los jugosguanbana y nspero que expenden por esas vas. El Nipn, como le decan cariosamente por sus rasgos japoneses, se acerc a losaventureros y les dio un pequeo tour por el Shangri-La. La cocina era amplia para ser un botemediano sin embargo contaba con los implementos propios de las abuelas criollas fusionados conla tecnologa asitica propia del mar moderno. Budare, licuadora, cocina con cuatro hornillas,plancha para emparedados, nevera y un televisor acompaaban a Matilde mientras bailaba calipsopreparando el almuerzo de ese da. Ms abajo, los tres camarotes con bao incorporado seranutilizados por mujeres, hombres y nios, en ese orden, para cambiarse de atuendo luego dequitarse la sal de las olas del mar. Ms arriba de la cubierta de madera pulida, estaba la torre decomando que utilizaba el Nipn, quien adems de navegante, complicaba su acento a hablarpronunciar los trminos que haba aprendido en sus clases de computacin. Curiosamente, JuanJos logr ver un asador parecido al que utiliza para preparar las parrilladas en el borde del reaverde a la entrada del edificio donde vive y que estaba marcado con el aviso de Barbecue Areaque el canadiense de la junta de condominio haba donado en solidaridad con los hermanos quehaba encontrado gracias a las pruebas de ADN que consigui hacer de unos huesos encontradosen el Machu Pichu.Tti ya se rea a carcajadas de las ancdotas del viaje de los compadres. Bromeaba decmo, adrede, frenaba el carro en forma brusca para despertar a Juan Jos que se dormamientras ella manejaba por la carretera. En su interior ella saba que lo haca como castigo por larabia que le haca sentir su esposo, cada vez que incumpla su promesa de dejar atrs sus tiemposde farra en favor de la tranquilidad del proyecto de vida que se haban trazado pero que el muyvagabundo rompa todos los viernes para luego repetir las mismas promesas durante todo el finde semana.Manoln y Lali se divertan un mundo conociendo de las travesuras de su compadre perosiempre solidarios con la comadre como estaba escrito en la biblia de los compadres, una especiede libro sagrado y fraternal que serva como gua para orientar a la humanidad entera en caso detropezarse con algn conflicto en esa unin. En ese libro se conseguan las conductas a regir parael momento de descubrirse una fuga a los juegos de domin, los encuentros fortuitosextramaritales y el guin a seguir en caso de presentarse alguna situacin sin notificacin previaque deba argumentarse con un Me hubieras avisado antes compadre, la comadre me agarrfuera de base. No saba que decir y me iba a meter en problemas a m tambin Repuntaba el da en forma alegre lleno de los colores tropicales que se paseaban al son dela salsa que sala de un reproductor viejo pero potente. Se podan percibir los fogones trinitariosimaginarios que se hacan realidad con los aromas del pollo al curri que salan desde la cocina delbarco para dejar su estela de sabor junto con la espuma que sala los motores marinos cuyosonido arrullaba la modorra de Juan Jos, extasiado con la inmensidad en la belleza del parqueMochima. 23. Juan Jos despert de la plcida hipnosis justo cuando el Shangri-La par su marcha.Levanto su mirada hacia la torre de mando y distingui al Nipn por entre los reflejos de lasestrellas de mar. Daba instrucciones importantes as que Juan Jos se apresur para escuchar decerca. Los tanques ya estn llenos de aire pero chequeen la presin cuando conecten losreguladores dijo mientras se colocaba su panam Jack. Juan Jos bajo rpidamente las escalerashasta uno de los camarotes que estaba vaco y se quit de ropa rpidamente. Se puso losmocasines y el traje de bao que la Tti le haba comprado hace una semana. Al llegar a la cubierta se dio cuenta que estaba retardado. Todos los buzos ya tenan susequipos colocados. Volte al banquillo de la borda, frunci el ceo. Ni modo, solo quedaba untraje rosado de neopreno. Lali se rea sealndolo mientras Juan Jos lo enfundaba con torpeza yesfuerzo por lo estrecho de las piernas. Compadre, eso le pasa por no seguir la agenda de hoy.Ahora le toca ponerse el mo Juan Jos apret el respirador y dej salir el aire comprimido comodicindole a su comadre que se callara para dejarlo concentrar. Se coloc los guantines, ajust elcinturn de plomo, el visor y las chapaletas que combinaban todos con el mismo rosado del traje.El Nipn lo ayud a ponerse el morral con el tanque de aluminio. Se sent de espaldas al borde,apret el visor con la mano derecha, cerr los ojos y se dej caer al vaco. Abri los ojos al sentir el sonido espumante del mar acariciando sus odos. Luego, silenciototal. Se llev el manmetro a su pecho por encima del hombro derecho. Las agujas parecanmoverse con el vaivn de la corriente. Toc el lado izquierdo de la cremallera del chaleco y apretel botn para desinflar un poco el compensador. La presin del aire, la profundidad, el volumendel tanque y el peso compensado parecan estar en orden. Baj su mirada y pudo ver al grupounos metros ms abajo que le hacan seas para que se les uniera. Inclin la cabeza y comenz adescender.Comenz a sentir la tranquilidad del silencio. Se senta gravitando como imaginaba lohaca los astronautas por las pelculas que haba visto. Su cuerpo se refrescaba y sinti su cabezamucho ms ligera. Todo le era ms liviano. Los colores an ms vivos que cuando se levant en lamaana. Decidi no ver ms el color rosado de su equipo porque le quitaba la tranquilidad que leproporcionaban los dems colores en el caleidoscopio del mar tropical.Gratamente extasiado se senta en un mundo extraterrestre y extrasensorial. El coralcobraba vida en colores que le recordaban las guacamayas en vuelo pero en cmara lenta.Amarillo, anaranjado, azul, rojo y verde eran los que se vean ms alegres cantando a coro con losrayos del sol. Comenz a detallar y pudo identificar al cangrejo solitario rosado, a un damnificadoladrn de inmuebles, al pez loro, un mero rayado y a un grupo de sardinas pequeas desfilando alritmo del redoblante sincronizados todos que parecan confundirse por la figura de una paredplateada con ruedas por la increble movilidad en bloques. A su derecha, alguien que no lograba identificar por la mscara le haca seas con el pulgarhacia abajo. Nern me ha ordenado matar al gladiador se preguntaba Juan Jos mientrasapretaba sus dientes al respirador para sonrerse de sus ocurrencias. Le estaban indicando bajarun poco ms para que pasara su mano por encima de algo que asemejaba a una cabellera larga de 24. tinte dorado. Se qued maravillado al observar como desapareci el pelo al pestaear para dejaral descubierto un inmenso crneo sin huesos, un cerebro blanco sin latidos donde se escondan loscabellos de esa figura que hasta hace segundo le hizo recordar a las sirenas nunca fotografiadas enlos libros que Herman Melville nunca pudo fotografa para ilustrar Moby Dick porque en 1851 anno se descubran los colores del ocano.Segua soando despierto Juan Jos sin percatarse que, en una pequea cueva contigua,una figura lo atraa con gestos del beb que aprende a apretar sus deditos llamado a su mam.Curioso se le acerc an ms, inclin la cabeza para ponerse boca abajo y no levantar arena con elmovimiento de sus pies. Dej salir un poco ms de aire de su chaleco y baj un poco, casi podatocar con su visor el puito del nio. De repente el puito se convirti en un brazo. Sorprendido,se volte sin dejar de quitarle la mirada. Entre la carrera del pensamiento y los latidos del coraznpudo retratar mentalmente al animal. Cheque su archivo y logr asociar la fotografa intelectual.Efectivamente, se trataba de una Morena caribea, prima de Helena del Mediterrneo. No dejaba de ver como se empequeeca como si la estuviese observando desde unmicroscopio lunar retrocediendo sus lentes. Sinti dolor de cabeza y los ojos cansados. Levant elmanmetro cuando logr estructurar las ideas no sin antes asegurarse la Morena ya no se vea porningn lado. Quince metros ms tena. La Morena no corri despavorida. Era Juan Jos que sindarse cuenta por la mirada concentrada en la figura haba descendido en un tiempo que no podacalcular. Se tranquiliz. Ajust su ritmo cardaco con una infusin de tranquilidad. Mir a sualrededor y not que se haba alejado del grupo. Sac su cuchillo y golpe el tanque con la culata.El grupo volte a ver de dnde vena el sonido y lo vieron pidindoles que aguardaran por l. Seasegur bien que haban entendido sus seas y se dej caer un poco para sentarse en el fondo. Los ojos le ardan y los senta como aprisionados por unos pulgares imaginarios. Debocompensar la presin pens - Se acomod mejor, baj la mirada y mientras colocaba las manos enel visor sinti como las nubes le tapaban el color del fondo. Separ el visor de su cara y levant lacabeza para dejarle entrar aire del respirador. Se lo ajust nuevamente y not que ya no estabaempaada la vista. Gir su cabeza como orando al cielo. Se qued inmvil sin siquiera soltarglobos de aire. Solo poda ver la magnanimidad de ese vientre de casi 15 metros de largo. Setrataba de una ballena jorobada.Extasiado por la belleza se concentr en los detalles. El color azul, gris, blanco y negroadornaban el canvas de su cuerpo. Azul para resaltar su tranquilidad y placidez al nadar. El Blancopureza para el alma que se combina con gris pizarra de aprendizaje para esconder los coralesnmadas abordo. Un negro sobrio de solemnidad a sus clases de notas musicales para recordar asu amada con su canto. La jorobada no vea a Juan Jos pero estaba seguro que le daba saludabacon su aleta derecha en forma personal y sincera en seal de reconocimiento con agrado. Sedeslizaba como una fortaleza construida sin ruedas pero se mova con el susurro del mismo DiosTritn que, con su trompeta de caracol, agradeca a Poseidn elevando las olas por disgustos conun humanidad insensata o calmando su corriente para proteger a sus hijos ms viejos y sussbditos ms antiguos. 25. La observ alejarse sin voltear. Juan Jos segua maravillado y atnito. Sacudi su cabeza,se hizo la seal de la cruz para agradecerle a Dios haberle permitido mirar de cerca parte de suvastsima obra. Volte a su alrededor y not que no poda distinguir al grupo. Gir su cabeza haciaarriba y a su izquierda y pudo ver el casco del Sangri-La. Presion el botn de su chaleco. Mientrassuba, cerr los ojos como tratando de grabar las imgenes que haba presenciado como unapelcula a colores de una parte de su vida. Lleg a la superficie, se coloc de espaldas y pedalehasta llegar a la cubierta para subir. Arriba le esperaba un ayudante del Nipn quien lo atendi para quitarse la mochila con eltanque. Sentado, tir de las abrazaderas posteriores de las chapaletas y se zaf de ellas. Los ojosle ardan mucho. Casi se arranc la careta del rostro que le pareca estar tirando de la tapa de unacompota de manzanas por el sonido de la succin que gener al desprenderla. Senta el calor y elbrillo del sol quemndole el rostro pero no distingua porque las lgrimas no le permitan ver.Escuch la voz del Nipn acercarse junto con los pasos del instructor quien insista en que abrieselos ojos. Juan Jos daba instrucciones a su cerebro para abrir las ventanas de colores. Los prpadosno levantaban en rebelda por el trajn. Poco a poco lo levantaron entre todos y escuch decir aalguien Se trata de un Mask SqueezeJuan Jos pidi explicaciones de ese trmino importado mientras el instructor lo ayudabaa quitarse el traje de neopreno rosado. Ocurre por no haber compensado bien la presin dentrodel visor. Tendrs que esperar a que se nivelen los vasos sanguneos para poder abrir los ojos Indic el especialista. Sin embargo, Juan Jos solo hablaba de la ballena que haba visto, loimpresionante de la tranquilidad y paz que sinti al verla. Esa es la Jorobada de Nipn- Ahoraera el ayudante del capitn quien hablaba. l fue quien la recibi por primera vez en la baha Aun aturdido por los agradables sucesos, sin preocuparse por la falta de visin, Juan Jos serecost en el camarote y empez a soar con la Jorobada de Nipn.Ya en la orilla de la playa en la baha de pozuelo, estaba sentado Juan Jos, treinta aosdespus, oteando la brisa marina con los poros del corazn saboreando los colores del dulce sol yabrazando el aroma de los gratos recuerdos. A lo lejos, en el mar, poda ver alguien con losaludaba. Se mont en un peero para acercarse. La reconoci al instante, era la hija de laJorobada de Nipn. No se vea bien. Todo su cuerpo lleno de cicatrices, navegaba lento y como sinenerga de vida. Juan Jos se le acerc. Ella le dejo escapar una lgrima que pareca venir del guiotierno de sus ojos. Por Dios hija, Qu ha pasado? Le pregunt a la malherida Ballena. Hellegado tarde Juan Jos. No pude arribar a tiempo como le promet a mi madre- respondi con uncanto de dolor no por las heridas sino por un corazn con sentimiento destrozado. Sin hablar, le cont toda la historia. La Jorobada de Nipn, junto a su hija, haba huido delJapn perseguida por la indiscriminada matanza de toda su especie. Se haba refugiado en el marArbigo para refugiarse en sus clidas pero apropiadas aguas. Sin embargo, la Jorobada de Nipnhaba quedado muy mal herida y padeci por aos en lecho de muerte. Se mantuvo viva paraconvencer a Tritn de que no se enojase. Prolong su agona para convencerlo de que la 26. humanidad tena sentido y que ella se senta responsable por no haber trasmitido bien el mensajede Dios al crear el Universo. Tritn, poco a poco fue cediendo y le concedi el beneficio de la duda a la Jorobada deNipn. Se trag su furia y se retir a orar. Durante ese descanso, la Jorobada de Nipn le enseo asu hija todo lo que haba visto y las bondades de un planeta en armona de amor con todos susseres vivos. Con cario y resentimiento la fue educando para la vida en concierto con otrasespecias conectadas por la energa divina que los une unos a otros. Se centr en la belleza de laorquesta en conjunto de seres produciendo paz para una tierra grande en amor pero pequea ensu tamao proporcional con las galaxias. Estando en esa pausa, los pueblos rabes levantaban su voz de protesta por la dictadurade hombres frreos con la violencia pero dbiles en su moral. Desde Israel y Palestina pasando porIraq, Egipto, Irn, Yemen, Sudn, Omn, Eritrea y Kuwait, los gobernantes no acabaron porcomprender la importancia de la unin de las personas sin necesidad de fronteras que Dios jamstraz y que ningn astronauta ha logrado delinear desde la estacin espacial.Por esa razn, la Jorobada de Nipn le pidi a su hija que buscara los amigos conocidos enel mundo navegado juntas para hacerles ver lo aprendido con la esperanza de que a travs de susredes sociales de conocidos y otros por conocer pudiesen abrir los ojos de los no muchos que anno los han abierto. Comenz entonces su hija a recorrer el mundo pero fue atrapada por el fuegocruzado de las guerras entre las tribus del mundo que peleaban por los tesoros encontrados sinhaberle dedicado tiempo a buscar los ms preciados y aun escondidos en el corazn del que no seve as mismo.La jorobada de Nipn falleci. Su hija an no alcanzaba encontrar la jovencita de tez demilagro azul, al profesor, las muchachas y otros tantos. Manolo, Lali y algunos tantos se habanmudado a la madre Patria donde no los poda localizar. Atin a alcanzar a Leo, el Len, que junto asu amigo ms preciado, Jos, aquel a quien amaba como a un hijo y quien lo admiraba a l como aun padre, segua librando aventuras y alcanzando vencer batallas, unidos, como los mosqueterosdel nuevo siglo. Pero no pudo conseguir a Juan Jos a tiempo.Tritn se enoj mucho, levanto su trompeta de conchas y elev las corrientes marinas. ElTsunami alcanz a Japn el da de ayer. El desastre natural ms grande sufrido en esa zona desdeel ao 1.900. La ballena no dejaba de evocar su canto de dolor sincero, de profundo conocimientocierto. Juan Jos la acariciaba con la mano del corazn despierto a travs de su mirada reflejada enel horizonte del cerro del Morro. Mirando con mucho desconcierto sin conseguir palabras. - Qupuedo hacer? logr preguntar con un suspiro. Solo promteme que contars la historia con elmensaje que mi mam te mando conmigo respondi la ballena sin nimo. Dale por hecho. Tuhistoria la har llegar por los cuatro vientos 27. La ballena se anim ms por la promesa de un mundo mejor. Se volte de un lado y saluda Juan Jos con su aleta dorsal derecha. Juan Jos se alegr por verla jugueteando de nuevo,baando el aire con su chorro alegre de los mares recorridos. La retrat para el recuerdo. Seencamin motivado por la esperanza del mundo que cada da est ms cercano a todos. Lleg acasa y llam a todos los amigos de la historia de su vida para comenzar a escribir juntos el espritujubiloso de una nueva era. >