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Resumen analítico de Ortega y Gasset, José (2004).Misión de la Universidad: Quinta impresión. Madrid. Revista de occidente alianza, Ed. Pág. 11-79. Óscar Alarcón Cuéllar Estudiante de la Maestría en Educación Superior Universidad Santiago de Cali LA MISIÓN DE LA UNIVERSIDAD En éste texto, Ortega y Gasset, de una manera emotiva pero, al tiempo, rigurosa, analiza la cuestión universitaria. A partir de evidenciar las principales contradicciones en que ésta se desarrolla, y reconociendo las influencias de su contexto y de la sociedad, hace un fuerte llamado sobre la necesidad de confrontar las posiciones o políticas universitarias hipócritas, facilistas y, en el mejor de los casos, ingenuas o utópicas, que guían la Educación Superior, concretamente, la universidad. Para tal efecto plantea la necesidad de avanzar hacia una Reforma Universitaria que, partiendo de las verdaderas posibilidades y limitaciones de la Universidad, como institución, cumpla la verdadera función a que está llamada a realizar. Así pues, desarrolla con rigurosidad y de manera realista, lo que para él debe ser la Misión de la Universidad. I. TEMPLE PARA LA REFORMA En éste aparte del texto, Ortega reconoce las dificultades y anuncia a los estudiantes el temple que las generaciones renovadoras, en toda época, deben gestar para lograr abrirse paso entre la miopía y la inepcia, a veces entre las agresiones e insultos, de quienes se oponen a los cambios. Su discurso está cargado de optimismo y fuerza, desde el punto de vista de las posibilidades que, a su parecer, se abrían paso en aquella época turbulenta que anunciaba ya una de las décadas más agitadas que viviría

Resumen AnalíTico De Mision De La Universidad. Ortega Y Gasset

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Resumen analítico de Ortega y Gasset, José (2004).Misión de la Universidad: Quinta impresión. Madrid. Revista de occidente alianza, Ed. Pág. 11-79.

Óscar Alarcón CuéllarEstudiante de la Maestría en Educación Superior

Universidad Santiago de Cali

LA MISIÓN DE LA UNIVERSIDAD

En éste texto, Ortega y Gasset, de una manera emotiva pero, al tiempo, rigurosa, analiza la cuestión universitaria. A partir de evidenciar las principales contradicciones en que ésta se desarrolla, y reconociendo las influencias de su contexto y de la sociedad, hace un fuerte llamado sobre la necesidad de confrontar las posiciones o políticas universitarias hipócritas, facilistas y, en el mejor de los casos, ingenuas o utópicas, que guían la Educación Superior, concretamente, la universidad.

Para tal efecto plantea la necesidad de avanzar hacia una Reforma Universitaria que, partiendo de las verdaderas posibilidades y limitaciones de la Universidad, como institución, cumpla la verdadera función a que está llamada a realizar.

Así pues, desarrolla con rigurosidad y de manera realista, lo que para él debe ser la Misión de la Universidad.

I. TEMPLE PARA LA REFORMA

En éste aparte del texto, Ortega reconoce las dificultades y anuncia a los estudiantes el temple que las generaciones renovadoras, en toda época, deben gestar para lograr abrirse paso entre la miopía y la inepcia, a veces entre las agresiones e insultos, de quienes se oponen a los cambios. Su discurso está cargado de optimismo y fuerza, desde el punto de vista de las posibilidades que, a su parecer, se abrían paso en aquella época turbulenta que anunciaba ya una de las décadas más agitadas que viviría España1; pero, el suyo, era un optimismo prudente, carente de “fe”, respecto de la cristalización efectiva de esas posibilidades.

Enfatiza Ortega que “(…)las posibilidades no se realizan por sí mismas(…), es preciso que alguien, con sus manos y su mente, con su esfuerzo y con su angustia, les fabrique su realidad.” Y a su saber, es necesario que, a la par de desplegar de manera generosa “aquel fuego decisivo y creador”, capaz de adelantar los cambios -la Reforma 1 En 1931 se proclama la Segunda República de España y sale el Rey Alfonso XIII. Durante este periodo los sucesivos gobiernos excepto el Cedista de 1933 a 1936 intentaron hacer progresar el país con reformas y medidas más igualitarias para todas las clases trabajadoras. En 1934 los sectores revolucionarios no aceptaron la victoria cedista de noviembre del año anterior, sublevándose en la Revolución de Asturias. En las elecciones de 1936, el turno de no aceptación democrática fue para los sectores conservadores del ejército, provocando que el 18 de julio de ese mismo año se sublevaran los oficiales Sanjurjo y Mola — a la que más tarde se uniría Franco — en un levantamiento con carácter de golpe de Estado que no triunfó por igual en toda la península, provocando una intensa guerra civil que duraría hasta 1939, fecha de la victoria definitiva del bando insurgente en la Guerra Civil Española. En: http://es.wikipedia.org/wiki/Segunda_Rep%C3%BAblica_Espa%C3%B1ola Consultado el 20/02/2009.

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Universitaria- esa generación tiene que “alojar dentro de sí las dos cosas más gélidas que hay en el mundo: la firme voluntad y la clara reflexión”.

Así, Ortega extiende a los jóvenes, como el mismo lo dice, “una incitación”. Les invita a combatir la “chabacanería”, entendida como desinterés, comodidad y superficialidad, chabacanería que anida, se acostumbra y eterniza, convirtiéndose en verdadera talanquera, en verdadero lastre a superar, para lograr las transformaciones posibles.

Por ello, pues, se requiere una generación que interprete su tiempo, una generación que desde la disciplina, la rigurosidad, y el cultivo de un “espíritu alerta, elástico y creador, sea capaz se salvar “fantásticas distancias espirituales” y dar un salto en la Historia. En síntesis, esas posibilidades que avizora Ortega, entre las rendijas de las tensiones que se desarrollaban en la España de entonces, para concretarse, requerían el concurso de una Generación en forma. Ni ciego voluntarismo ni pasiva reflexión; se requiere, pues, Temple, para sacar adelante la Reforma.

II. LA CUESTIÓN FUNDAMENTAL

Aquí, después de inspirar e incitar a los estudiantes, Ortega se adentra en el centro de su exposición: La Reforma Universitaria. Parte de la necesidad de desentrañar cual es, en esencia, la misión de la Universidad. “Todo cambio que no parta de haber revisado previamente con enérgica claridad, con decisión y veracidad el problema de su misión serán penas de amor perdidas”, dice.

En tal sentido, no basta con informarnos “mirando al prójimo ejemplar”, afirma, mucho menos imitarlo. Por el contrario, considera que es necesario no eludir el esfuerzo creador, la lucha con el problema que implica esclarecer para qué existe, y para qué tiene que estar la Universidad. Ello, partiendo de la realidad, partiendo de lo que denomina un Principio de educación: “la escuela, como institución normal de un país, depende mucho más del aire público en que íntegramente flota que del aire pedagógico artificialmente producido dentro de sus muros. Sólo cuando hay ecuación entre la presión de uno y otro aire la escuela es buena”. Por ello, es estéril pretender imitar modelos foráneos, sujetos a otras realidades y contextos, y, por el contrario, aun informándonos de lo que son las Universidades y escuelas en otros países, por sí mismas, debemos asumir nuestra propia angustia, el reto que supone para una generación, dilucidar con cabeza propia, con autenticidad, la cuestión universitaria.

Plantea, a su modo de ver, que la enseñanza superior ofrecida en la Universidad a los jóvenes, en aquella época, se sustenta en dos pilares:

Primero, la enseñanza de las profesiones intelectuales, y segundo, la investigación científica y la preparación de futuros investigadores.

Plantea, con algo de ironía, y sólo a manera de dejar abierta la discusión que abordará en posterior capítulo, sobre el tema de la investigación y la ciencia, que sorprende que aparezcan fundidas la enseñanza profesional, que es para todos, con la investigación científica, que es para pocos, puesto que ésta requiere una vocación que es especialísima e infrecuente.

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Lamenta que la cuestión capital, el quid, la misión principalísima de la universidad, que debe ser formar hombres cultos, que debe ser la transmisión de la Cultura, se tenga como algo ornamental, como algo de “relleno”, como “último y triste residuo de algo más importante”.

Y es que para Ortega, la Cultura, es el sistema de ideas sobre el mundo y la humanidad que el hombre posee en una época determinada. El repertorio de convicciones que ha de dirigir efectivamente su existencia. Son ideas claras y firmes sobre el universo, son convicciones positivas sobre lo que son las cosas y el mundo. Sean convicciones científicas o no. El conjunto, el sistema de ellas, es la Cultura. Ofrecer al Hombre Cultura, pues, es permitir que éste ejerza su vida a la altura de la evolución de los destinos humanos en que desarrolla su existencia. A la altura de los tiempos, “especialmente”, a la altura de las ideas del tiempo.

La Universidad, complicando enormemente la enseñanza profesional, y añadiendo la investigación, ha quitado casi por completo la enseñanza o transmisión de la Cultura y ha parido al nuevo bárbaro, al profesional retrasado en su época, alejado del su época, su actualidad, y los problemas de su mundo. Desde esa perspectiva, concluye que la tarea universitaria radical, la misión esencial de la universidad, es crear de nuevo en la universidad la enseñanza de la Cultura, el sistema de ideas vivas que el tiempo posee. Sí, se deben enseñar las profesiones, pero el profesional, debe ser ante todo un hombre culto, conocedor del cosmos físico y el lugar del planeta en que habita, debe tener una “imagen medianamente ordenada” de los grandes cambios del pensamiento, de las ideas biológicas, y de conflictos históricos y sociales que han traído a la humanidad hasta el momento actual.

La educación profesionalizante, pues, que fragmenta el pensamiento e impide al hombre hacerse una imagen integral del mundo y su época, hace que las actuaciones del primitivo sabio en una sola materia, en últimas, sean deplorables. No puede la Universidad, pues, fragmentar al hombre y seguir pariendo nuevos bárbaros: profesionales incultos.

Ortega concluye que la enseñanza superior debe ser, primordialmente, “enseñanza de la cultura o transmisión a la nueva generación del sistema de ideas sobre el mundo y el hombre que llegó a la madurez en la anterior (generación anterior)”. De acuerdo a lo anterior, la enseñanza universitaria, debe tener integradas tres funciones: Transmisión de la Cultura, enseñanza de las profesiones, e investigación científica y formación de investigadores.

Ante tal conclusión, surge entonces un nuevo problema. Tal es el asunto de que la universidad, en tal caso, pretendería ser más de lo que en realidad puede ser. Por ello, plantea que cualquier reforma universitaria debe partir no de la utopía, no del deseo irrealizable que termina desnaturalizando la autenticidad y posibilidad de la Universidad, sino que, por el contrario, debe partir del siguiente principio: hay que enseñar sólo lo que se puede enseñar; es decir, lo que se puede aprender. Tal apreciación la desarrolla a partir de resaltar que el fundamento de la ciencia pedagógica, debe trasladarse, del saber y del maestro, al discípulo; y reconocer que es éste, y sus condiciones peculiares, lo único que puede guiar la actividad de la enseñanza, efectivamente. Allí pues, anida con fuerza otro principio de la enseñanza que

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será transversal en el resto de su disertación: El principio de la economía en la enseñanza.

III. PRINCIPIO DE LA ECONOMÍA DE LA ENSEÑANZA

Plantea de entrada que la escasez es el principio de toda actividad económica. En desarrollo de esa idea explica que las preocupaciones pedagógicas, y la enseñanza como tal, se deben a la necesidad de transmitir una cantidad enorme de cosas a personas con una limitadísima capacidad de aprender.

La escasez, pues, la limitación en la capacidad de aprender, es el principio de la instrucción. Ello, con el avance de cada época, se hace más grave, toda vez que el exceso mismo de riqueza cultural y técnica hace que a cada nueva generación le sea más difícil absorberla.

Es misión de la Universidad, de manera urgente, instaurar la ciencia de la enseñanza, sus métodos, sus instituciones, partiendo del principio de la economía de la enseñanza, partiendo del hecho de que el niño o joven es un discípulo que no pude aprender todo lo que habría de enseñársele. En consecuencia, dicho principio no sólo sugiere economizar en las materias enseñadas, sino organizar la enseñanza superior partiendo del estudiante medio, no del saber ni del profesor. Debe hacerse, pues, partiendo de las dos dimensiones esenciales del estudiante en la Universidad: la escasez de su facultad adquisitiva de saber y lo que él necesita saber para vivir.

IV. LO QUE LA UNIVERSIDAD TIENE QUE SER “PRIMERO”. LA UNIVERSIDAD, LA PROFESIÓN Y LA CIENCIA

En ésta capítulo Ortega inicia planteando unos lemas que resumen lo dicho en su disertación hasta aquí. Pasa posteriormente a desarrollar el concepto de ciencia, apenas mencionado en el capítulo primero, separándolo de manera rigurosa, de las profesiones.

1. “La Universidad consiste, primero y por lo pronto, en la enseñanza superior que debe recibir el hombre medio.”

2. “Hay que hacer del hombre medio, ante todo, un hombre culto. Por tanto, la función primaria y central de la Universidad es la enseñanza de las grandes disciplinas culturales (…).”

3. “Hay que hacer del hombre medio un buen profesional(…).”4. “No se ve razón ninguna densa para que el hombre medio necesite ni deba ser un

hombre científico (…).”

Ortega, previendo la polémica que podría generar con su cuarto lema, hace hincapié en la necesidad de hacer una distinción clara entre profesión y ciencia. O mejor, deslindar para efectos de definir de manera realista la misión de la Universidad, el tema de la enseñanza de las profesiones, frente a la ilusión de enseñanza de la “actividad científica”, y por tanto, “exigencia” de ella, al estudiante medio. En su propio y auténtico sentido, explica, la ciencia es sólo investigación: plantearse problemas, trabajar en resolverlos y llegar a una solución. “Por eso no es ciencia aprender una ciencia ni enseñarla, como no lo es usarla ni aplicarla.”.

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En consecuencia, quien enseñe una “ciencia”, una profesión, siendo aun un excelente maestro, o el mejor profesional, no debe, necesariamente, ser un investigador científico. Por el contrario, muchos investigadores científicos, son pésimos maestros. La ciencia, como búsqueda infinita, como esa práctica casi obsesiva del hombre por resolver problemas y descubrir verdades o mentiras, es una de las cosas más altas que el hombre hace y produce. Por ello, la ciencia es cosa más alta que la Universidad, la rebasa, en cuanto la Universidad es institución docente que funda su espíritu en la acción pedagógica.

Pretender que el estudiante medio sea un científico, para Ortega, es una pretensión ridícula, puesto que, como se dijo más arriba, ésta requiere una vocación especial y, por ello, es infrecuente en la especie humana. El autor, pues, es consecuente con sus tesis, acogiéndose de nuevo al Principio de Realidad: que no se pretenda que la Universidad sea más de lo que en realidad puede ser, pues se plantearía a sí misma una mentira, perdería su autenticidad y desviaría su misión esencial: La enseñanza y transmisión de la Cultura y las Profesiones. Con el hecho de que de la Universidad egresen hombres y mujeres cultos, y excelentes profesionales, la Universidad debe darse por bien servida.

“Hay, pues, que sacudir bien de ciencia el árbol de las profesiones, a fin de que quede de ella lo estrictamente necesario, y pueda atenderse a las profesiones mismas cuya enseñanza se halla hoy completamente silvestre. En éste punto está todo por iniciar. Una ingeniosa racionalización pedagógica permitiría enseñar mucho más eficaz y redondeadamente las profesiones en menos tiempo y con mucho menos esfuerzo”, remata, haciendo alusión de nuevo, de alguna manera, al principio de la Economía de la enseñanza; y dejando en punta, sugiriendo, la necesidad de investigar sobe el prototipo, sobre el perfil de cada profesión, y de la pedagogía y didáctica más conveniente a cada una de ellas. Después de separar la ciencia de la profesión, Ortega pasa a distinguir claramente la ciencia de la Cultura.

V. CULTURA Y CIENCIA

En el presente capítulo Ortega retoma el concepto de Cultura del segundo capítulo, dándole algún desarrollo, y resaltando que, necesariamente, el Hombre, todo hombre o mujer, vive siempre desde unas ideas determinadas que constituyen la brújula que marca su camino. Que la vida, como Concepto, más que un asunto biológico u orgánico, es precisamente el conjunto de lo que hacemos y somos, de cómo avanzamos entre la maraña del universo, y la incertidumbre de las relaciones humanas. Esa manera de avanzar, de retroceder, de dirigirnos en nuestra existencia, estará determinado, necesariamente, por nuestros pensamientos, por nuestras convicciones, por el sistema o sistemas de ideas que anidan en nuestro ser.

El Hombre, pues, el espíritu humano, consciente o no de ello, se forja una interpretación intelectual del mundo y de su forma de conducirse en él. Esa interpretación del mundo, y de sí mismo dentro del mundo, finalmente, determinará sus sueños, sus pasiones, sus ideales, sus valores, y desencadenarán en sus prácticas.

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El quid del asunto, la relación de ello frente a la educación superior, es que la “casi” totalidad de esas convicciones el hombre las recibe de su medio histórico, de su tiempo. Pero, entonces, es obvio que en cada tiempo, conviven muchos sistemas de convicciones; muchos antagónicos, arcaicos, anacrónicos. Así, el papel de la Universidad, respecto de los estudiantes que tienen el privilegio de acceder a ella, es transmitir a éstos el sistema de ideas vivas, de convicciones, que representa el nivel superior de su tiempo. Ese sistema, pues, es la Cultura; y si la Universidad no es capaz de ofrecer esa Cultura, condena al hombre que arriba a ella, a vivir de ideas arcaicas, a llevar una vida menor, ajena del tiempo y el espacio en que vive, y no podría ser, entonces, la casa de estudios superiores.

Comprendiendo la necesidad de la Cultura, y su concepto, salta a la vista que su contenido, proviene principalmente de la ciencia. La cultura, pues, hace con la ciencia lo misma que hacía la profesión. Se alimenta de ella, pero, definitivamente, no es ella. La cultura existe por sí misma, dado que la Cultura, como brújula de la vida, en cada tiempo, no puede esperar a que las ciencias expliquen todos los recodos del Universo.

La Cultura, ese sustento espiritual que necesita cada hombre y cada sociedad, desde sus inicios, es la vida misma, como “sistema completo, integral y claramente estructurado que le guía por la selva de la existencia”. Es necesario y urgente, pues, que la Universidad brinde las condiciones para que el hombre que a ella asista, viva a la altura de las mejores ideas de su tiempo, y que la tarea central de la Universidad sea “enseñarle al Hombre la plena cultura de su tiempo, de descubrirle con claridad y precisión el gigantesco mundo presente, donde tiene que encajarse su vida para ser auténtica”.

Para lograr ello, vuelve sobre la necesidad de aplicar el Principio de la Economía, y de una racionalización intensa en los métodos de enseñanza; no sólo eliminando disciplinas que el estudiante no puede aprender, sino también economizando en los modos como ha de enseñarse. Ésta labor, sin embargo, plantea la necesidad de crear un metodología de la enseñanza superior, una pedagogía universitaria que desarrolle el asunto urgente de “inventar una técnica para habérselas adecuadamente con la acumulación de saber que hoy posee”.

VI. LO QUE LA UNIVERSIDAD TIENE QUE SER “ADEMÁS”

Inicia el capítulo, a partir del “Principio de la Economía”, delimitando la misión primaria de la universidad. A parte de los 4 lemas que ya había anotado de manera explícita en el capítulo IV, se suman otros “lemas”, como función de la Universidad a partir del desarrollo de su discurso, a saber:

- Ofrecer una las disciplinas de cultura y los estudios profesionales en forma sintética, sistemática y completa, en forma pedagógicamente racionalizada.

- Los profesores se elegirán de acuerdo al talento sintético y sus dotes de docentes, y no del rango de investigador que posean o no.

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- Reducido el aprendizaje a esos mínimos en calidad y cantidad, la Universidad será inexorable en sus exigencias frente al estudiante.

Delimitando éstas tareas principales, esenciales, mínimas y realistas, de la misión de la educación superior, Ortega se adentra, ahora sí, en el papel de la ciencia en el espíritu mismo de la Universidad.

Después de diferenciarla de las profesiones y de la cultura, desnudada la ciencia, emerge con todo su vigor, como sabia que nutre aquellas. La conclusión, pues, en que sin que sea “exigible” la actitud y aptitud científica a los estudiantes, la Universidad sí debe crear todas las condiciones para que los estudiantes superiores al tipo medio, desarrollen su vocación científica, en comunidad con los profesores que, de igual forma, tengan dicha vocación. Es decir, que se creen laboratorios, seminarios, centros de discusión, donde se aborde con rigor el desarrollo de la ciencia. La ciencia, sin ser el centro de la Universidad, enfatiza Ortega, es inseparable de ella. “Es su dignidad, su alma, es lo que impide que ésta sea sólo un vil mecanismo.”

La relación con la actualidad que ello implica, con el presente y su realidad histórica, en la que ha de sumergirse la Universidad, ha de erigirla como una forma de conciencia pública superior. Interviniendo en su realidad, tratando los temas del día desde sus puntos de vista propios, desde lo cultural, lo profesional y lo científico; la Universidad debe disputarle a la prensa, con su saber, su independencia, y su conciencia crítica, el papel de alimentar y dirigir el alma pública, convirtiéndose en la reserva moral de la nación, y constituyéndose en un principio motor de la historia.