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SECRETO DE CONFESIÓN Autor: M. Roberto Pérez Rosales [email protected] Durango, Dgo. 15 Noviembre de 2011 LA PROMOCIÓN DE LA LECTOESCRITURA SECTOR EDUCATIVO No. 6 GOBIERNO DEL ESTADO DE DURANGO SECRETARÍA DE EDUCACIÓN SISTEMA ESTATAL DE TELESECUNDARIA

Secreto de Confesión

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SECRETO DE CONFESIÓN

Autor: M. Roberto Pérez [email protected]

Durango, Dgo. 15 Noviembre de 2011

LA PROMOCIÓN DE LA LECTOESCRITURA

SECTOR EDUCATIVO No. 6

GOBIERNO DEL ESTADO DE DURANGOSECRETARÍA DE EDUCACIÓN

SISTEMA ESTATAL DE TELESECUNDARIA

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SECRETO DE CONFESIÓNPor: M. Roberto Pérez Rosales

Repicaba la última campanada de las 12 de la noche, cuando al unísono tocaban a la puerta de la casa del joven sacerdote que iniciaba su ministerio en ese olvidado pueblo de Dios.

La puerta se fue abriendo lentamente y el sonido producido que producía la roída madera ¡era indescriptible! Parecía un profundo lamento, mezcla de terror y de agonía, de arrepentimiento y de melancolía.

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Los tétricos toquidos le enchinaron la piel al nobel cura y un escalofrío recorrió todo su cuerpo, se cobijó con sus delgados y pálidos brazos, a la vez que con voz taciturna preguntó desconcertado ¿quién toca a esta hora del señor?

¡Un alma que busca el descanso eterno!, fue la respuesta que apenas alcanzó a escuchar como un suspiro, entrelazado con los lamentos del gélido viento.

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Envuelto en la penumbra, el siervo de Dios alcanzó a distinguir un delicado rostro de mujer, que sobresalía de un fino rebozo de encaje, sus ojos negros resaltaban en su blanca y tersa piel que en momentos parecía fundirse entre los pálidos destellos de la luna llena.

Como pudo, el hombre de la sotana llegó a la puerta, atisbó intrigado entre las ranuras de la vieja madera, tratando de identificar al feligrés que de esa forma buscaba su ayuda.

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¿Qué puedo hacer por ti hermana? Preguntó intrigado, pensando que tal vez algo verdaderamente grave estaba ocurriendo. Sin darle tiempo de reaccionar al joven sacerdote, la mujer suplicó desde lo más profundo de su alma.

¡Confiéseme padre, porque he pecado! Pero hija, ¿no podrías esperar hasta

que amanezca?

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¡No! se apresuró a contradecirle. Por el amor de Dios padre, ¡tiene que ser hoy! y buscando con angustia el horizonte, insistió una vez más, ¡confiéseme padre! esta es mi última oportunidad, no sabe cuántos años he penado por estas solitarias callejuelas, rogando por que llegará este momento, y poniéndose de rodillas imploró una vez más, ¡confiéseme padre, porque he pecado!

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El cura abrió completamente la puerta para incorporar a la devastada mujer, pero cuando se acercó, ya estaba de pie, en realidad parecía que se mecía al compas de la bruma, que poco a poco fue envolviéndola.

El padre convencido de que no habría poder humano que la hiciera desistir, le pidió a la enigmática dama que se adelantara a la capilla para alcanzarla allá y cumplir con la demanda de su atormentada alma.

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Visiblemente desconcertado entró a la casa y se vistió rápidamente, para luego ir con el sacristán, quien al escuchar la extraña historia, se apresuró para adelantarse y preparar el confesionario de la capilla.

En cuestión de minutos, la capilla estaba lista para llevar a cabo el singular ritual, el confesionario estaba cubierto con un manto blanco y a un lado titilaban las luces de una serie de velas que presagiando el porvenir, danzaban al ritmo de cánticos sagrados.

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El padre, al compás de interminables plegarias recorrió las solitarias callejuelas del pueblo, siempre aferrado a su biblia buscando la fortaleza para enfrentar tan penosa prueba.

El sacerdote al llegar al atrio saludó al sacristán y pasó directamente al confesionario, en donde ya le aguardaba la misteriosa dama, por lo que inmediatamente procedió a cumplir con el sagrado sacramento.

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Al ver a la mujer envuelta en la tenue luz de las lánguidas velas, de pronto se convenció de que en verdad la joven mujer necesitaba el perdón divino, por lo que se aferró a su biblia como si fuera el último bastión seguro para la salvación de su alma.

Sin mas, el cura se santiguó y ceremoniosamente se introdujo en el roído confesionario, que crujía a la par que sus huesos, amenazando con desmoronarse en cualquier momento.

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Ave María purísima.Sin pecado concebido.¿Cuánto hace que no te

confiesas?Hace ya demasiados

ayeres.El cura desconcertado se

encogió de hombros y con solemnidad señaló ¡Dime tus pecados!

Acúseme padre de haber sido la causante del exterminio de la mayoría de los indígenas de estas tierras.

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¿Pero como puedes decir eso hija mía? ¡Explícate!

La enigmática mujer cayó de rodillas, cubrió aún más su rostro con el velo, para finalmente entre sus huesudas manos tomar con fuerza un pequeño crucifijo de oro, clavar su melancólica mirada en el tiempo y con un profundo suspiro, iniciar su confesión.

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Hace tiempo, mi familia se estableció en estas apartadas y salvajes tierras, e inmediatamente apresaron a una gran cantidad de indígenas, a los que esclavizaron obligándolos a los peores trabajos, y una de las primeras encomiendas fue la construcción de esta capilla.

El padre no sabía a ciencia cierta si detener esa historia o ver hasta donde llegaba, finalmente, la dejó continuar.

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Yo, como devota cristiana, mientras los hombres trabajaban en la construcción, enseñaba la palabra de Dios a esos desdichados seres. Todo estuvo bien por algún tiempo, hasta que un día los indígenas no llegaron. Inmediatamente hablé con mi padre, tan sólo para enterarme de que los habían castigados por haber introducido sus ídolos paganos en el altar de la capilla, por lo que fueron castigados arrojándolos a una oscura y mal oliente cueva.

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Ante esta revelación, la joven se trasladó hacia el terrible lugar. Al entrar a la cueva, descubrió a las mujeres postradas a los pies de sus hombres, que se desangraban por la tremenda golpiza, que a punta de machete, les habían propinado los verdugos del hacendado.

En la cueva, el olor a muerte era cada vez más intenso, por lo que la dama se llevó una mano al rostro sin poder continuar su camino, pues aquello era verdaderamente la puerta del infierno.

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De pronto, su corazón se paralizó al descubrir que al final de la cueva se encontraban amarrados todos los niños, los cuales, con la dignidad de su raza, miraban de frente a la muerte y no pedían clemencia alguna.

La dama aterrada intentó huir, cuando fue atajada abruptamente por una mujer que con rabia y desesperación la encaró ¿por qué gran señora?, ¿qué les hemos hecho para que nos traten así?

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La angustiada joven sólo alcanzó a preguntar ¿pero qué fue lo que paso?, ¿por qué los castigaron así?

Una anciana que impasible veía la escena, se acercó y con la voz del ocaso, le contó impasible su relato, mojándose los labios con las lágrimas de los caídos.

Fue nuestra culpa, señaló perdiéndose en sus recuerdos, por haber creído en tus palabras sobre un Dios de amor, donde todos somos sus hijos.

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Pero… ya vez, los tuyos nos han esclavizado. Tu Dios dice ¡no mataras! y míranos. No robarás y todo lo nuestro se lo han llevado. No desearás a la mujer de tu prójimo y abusan de nuestras mujeres por diversión.

La joven ya no quiso escuchar más, ¡así es! recalcó la anciana, todo lo que dicen tus libros son mentiras, en lo único en que no te equivocaste, es que si existe el diablo, ¡son ustedes! y han convertido nuestro mundo en un infierno.

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La joven se cubrió el rostro tratando de huir de la dantesca escena, en ese momento, la anciana arrancó del cuello de uno de los colgados un crucifijo de oro ensangrentado, colocándolo en la blanca y tersa mano de la joven, quien apretándolo en su pecho, gritó a todo pulmón, ¡no descansaré hasta que este crucifijo cuelgue en un altar en el que podamos estar todos unidos, bajo la amorosa mirada de nuestro señor ! Dicho este juramento, salió rápidamente, perdiéndose entre las sombras.

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En la cueva, la mayoría de los indígenas murió por la golpiza dada, pero el resto que sobrevivió, en venganza, masacró a la colonia de esclavistas, hasta dejar casi en ruinas la comunidad, para finalmente perderse en el monte.

Por lo que nunca llegó a terminarse la construcción de la capilla en la que pudiera cumplirse la promesa de la joven dama, y así colocar el crucifijo ensangrentado en el altar.

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Durante toda la confesión, la mujer nunca paró de llorar, estrujando en su pecho aquel crucifijo, terminada su confesión, extendiendo sus pálidas manos para depositar el crucifijo en el santo lugar. Finalmente, dejó escapar un profundo lamento que erizó el pelo de santo hombre .

La dama esbozó una delicada sonrisa y como si hubiera visto la imagen de Dios, se fue desvaneciendo entre las plegarias y el humo de las velas, que en espirales parecían indicarle el camino a la salvación de su alma.

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El cura finalmente reaccionó y buscó a la misteriosa mujer, sin embargo, únicamente encontró en el confesionario un reluciente crucifijo de oro, enjugado por las lágrimas derramadas durante la confesión de ultratumba.

El sacerdote tomó el crucifijo y desesperado, como no queriendo perder la razón, lo apretó tan fuerte que no le importó lastimarse las manos, con tal de volver al mundo de los vivos.

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El sacerdote llegó rápidamente al atrio de la capilla, donde únicamente estaba el sacristán, quien intrigado le preguntó ¿Cree usted padre que venga a confesarse la mujer que esperamos?

El cura extrañado miró a su interlocutor ¿qué dices? ¡He estado un par de horas con la mujer confesándola! Pero padre, agregó desconcertado el rapavelas, si sólo hace un par de minutos que llegó.

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Los hombres cayeron de rodillas implorando la protección del ser supremo, al tiempo que con el mismo rosario que les dejara la joven dama, permanecieron por varias minutos rezando por la salvación de sus atormentadas almas.

Fue entonces que el sacristán se percató de la palidez del semblante del joven cura, que parecía haber envejecido inexplicablemente en cuestión de minutos.

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El alba sorprendió al joven sacerdote, quien imperturbable, hacía arreglos al altar de la capilla para colocar bajo los pies de la Virgen Morena un crucifijo de oro, testigo mudo de aquella noche de redención, en el confesionario de la vieja capilla, donde una devota mujer, cumpliera una promesa hecha a las almas de los indígenas caídos por el odio y la intolerancia de los poderosos; historia que el cura nunca podría dar a conocer, pues fue en ¡Secreto de Confesión!

Fin.

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SECTOR EDUCATIVO No. 6

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