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TEMA 5.DE LOS SEIS A LOS DOCE 1. LA PRIMERA AMPLIACIÓN La Cumbre de La Haya, en 1969, dio vía libre a la admisión de nuevos miembros en las Comunidades. Retirado el veto francés tras el relevo de De Gaulle por Pompidou, se activaron las candidaturas al ingreso directo del Reino Unido, Irlanda, Dinamarca y Noruega, miembros los cuatro de la Asociación Europea de Libre Comercio (AELC). Por el contrario, los cinco estados mediterráneos que ya tenían acuerdos con la Comunidad Económica Europea, Grecia, Marruecos, Turquía, Malta y Chipre, no mejorarían su estatuto de meros asociados comerciales. En principio, la gran apuesta —y el gran riesgo— era la candidatura británica. El Reino Unido había sostenido una tradicional ambivalencia ante la adhesión, rechazándola primero, solicitándola después y señalando siempre condiciones y excepciones en su futura actividad comunitaria. Además, un parte importante de la sociedad británica no se sentía implicada en la aventura europea. Una encuesta entre la población, de noviembre de 1969, reveló que los partidarios del ingreso en la CE no alcanzaban el 40 por ciento. Las conversaciones de adhesión comenzaron en Bruselas, el 30 de junio de 1970 con los británicos, y en septiembre con 1

Tema 5. de los seis a los doce

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TEMA 5.DE LOS SEIS A LOS DOCE

1. LA PRIMERA AMPLIACIÓN

La Cumbre de La Haya, en 1969, dio vía libre a la admisión de nuevos miembros en

las Comunidades. Retirado el veto francés tras el relevo de De Gaulle por Pompidou, se

activaron las candidaturas al ingreso directo del Reino Unido, Irlanda, Dinamarca y

Noruega, miembros los cuatro de la Asociación Europea de Libre Comercio (AELC).

Por el contrario, los cinco estados mediterráneos que ya tenían acuerdos con la

Comunidad Económica Europea, Grecia, Marruecos, Turquía, Malta y Chipre, no

mejorarían su estatuto de meros asociados comerciales.

En principio, la gran apuesta —y el gran riesgo— era la candidatura británica. El Reino

Unido había sostenido una tradicional ambivalencia ante la adhesión, rechazándola

primero, solicitándola después y señalando siempre condiciones y excepciones en su

futura actividad comunitaria. Además, un parte importante de la sociedad británica no se

sentía implicada en la aventura europea. Una encuesta entre la población, de noviembre

de 1969, reveló que los partidarios del ingreso en la CE no alcanzaban el 40 por ciento.

Las conversaciones de adhesión comenzaron en Bruselas, el 30 de junio de 1970 con los

británicos, y en septiembre con los otros tres candidatos. Consciente de que el gran

problema era Londres, en mayo de 1971 Pompidou sostuvo una negociación directa con

el premier Edward Heath para sortear los principales obstáculos: la aceptación

británica de la PAC, la permanencia de su economía en la Commonwealth, el papel de

la libra esterlina en el futuro sistema monetario europeo y la contribución del Reino

Unido al Presupuesto comunitario, aspectos que despertaban fuertes recelos en la

opinión pública de las islas y en la de los países comunitarios.

Alcanzado un acuerdo con los cuatro estados candidatos, se oficializó en junio. Quedaba

la votación parlamentaria en cada país, que se superó sin obstáculos. En el Reino Unido,

la adhesión salió adelante en la Cámara de los Comunes el 28 de octubre, por 358 votos

a favor y 246 en contra, de los laboristas, quienes desde la oposición advirtieron que,

cuando llegaran al poder, renegociarían las condiciones de la adhesión. La firma del

Tratado de Ampliación tuvo lugar en Bruselas, el 22 de enero de 1972. Los cuatro

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nuevos miembros aceptaban los Tratados de las Comunidades y se fijaba un período

transitorio de cinco años, a partir del 1 de enero de 1973, para que adaptaran sus

legislaciones y redujesen sus derechos de aduana al ritmo de un 20 por ciento anual,

hasta suprimirlos. Por su parte, las Comunidades realizarían en el mismo período las

correspondientes reformas en sus instituciones a fin de que acogieran a los

representantes de los nuevos miembros.

Parecía haber nacido la Europa de los Diez. Pero faltaba un requisito: que los

ciudadanos de los nuevos miembros avalasen en las urnas lo aprobado por sus

parlamentos. Era un test muy importante porque, además de rubricar la ampliación,

mediría el grado de prestigio de las Comunidades en países que, hasta ese momento,

pertenecían a la rival AELC. Y el test obtuvo resultados agridulces. El Reino Unido e

Irlanda tuvieron referendos favorables. El primero, el 23 de abril de 1972, con el 67,7

por ciento de los votos a favor; Irlanda, el 10 de mayo de 1972, con el 83 por ciento.

Pero Dinamarca y Noruega, miembros del Consejo Nórdico y de la frustrada

Comunidad Económica Nórdica, o Nordek (1968-70), eran otro caso. En la primera, el 2

de octubre, el referéndum de adhesión a las Comunidades salió adelante con sólo un

56,7 por ciento. Pero en Noruega, la consulta del 25 de septiembre, condicionada por la

política comunitaria en el sector pesquero, que perjudicaba los intereses noruegos, fue

desfavorable, con un 49 por ciento de votos negativos, superior al 46,5 de positivos, lo

que quizás influyó en el pobre resultado de la consulta danesa una semana después. Por

lo tanto, el Gobierno de Oslo retiró su adhesión y permaneció en la AELC. Así que

cuando, el 1 de enero de 1973, Irlanda Dinamarca y el Reino Unido ingresaron

oficialmente en las Comunidades, la prevista Europa de los Diez se había quedado en la

Europa de los Nueve.

2. EL CONSEJO EUROPEO Y EL INFORME TINDEMANS

En el año 1974, varios de los políticos que habían marcado el período de ampliación de

las Comunidades desaparecieron del primer plano. En Francia, Pompidou cedió la

Presidencia de la República a Valery Giscard d'Estaing, líder de la liberal Unión para

la Democracia Francesa (UDF). En la RFA, el canciller Brant, víctima del caso

Guillaume, un escándalo de espionaje, cedió su puesto al también socialdemócrata

Helmut Schmidt. Y en el Reino Unido, el laborista Harold Wilson volvió al poder tras

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cuatro años de gobierno conservador. Los dos primeros revitalizaron el eje franco-

alemán para hacer avanzar a la Comunidad por la vía confederal. Wilson, por su parte,

comenzó a ejercer presión para que se revisara, en los momentos más duros de la crisis

del petróleo, la elevada aportación al Presupuesto comunitario que, en función de su

potencial económico, le correspondía al Reino Unido. Abrió así una enconada batalla

entre Londres y Bruselas, que tardaría una década en resolverse.

En la Cumbre comunitaria de París, el 9 y el 10 de diciembre de 1974, los dirigentes

europeos constataron que la CEE estaba cumpliendo las etapas previstas para la

unificación económica. Era el tiempo de poner en marcha la vertiente política de la

integración, que la Cumbre de Copenhague, celebrada el año anterior en medio de una

crisis generalizada, no había podido abordar.

Como punto de arranque de la Cumbre de París, Giscard y Schmidt presentaron una

propuesta conjunta para elevar el nivel de las consultas intergubernamentales previstas

en el Método Davignon a partir del Informe de Copenhague, del año anterior, y

extenderlas a ciertos ámbitos internos de la política comunitaria. En adelante, las

Cumbres de jefes de Estado y de Gobierno, que pese a ser un auténtico órgano decisorio

para las Comunidades carecían de cualquier cobertura institucional, se convertían en el

Consejo Europeo, el órgano fundamental de la Cooperación Política Euopea. La

Presidencia del Consejo sería rotatoria por países, cada seis meses y el presidente en

activo, el anterior y el siguiente, formarían una especie de comité permanente del

Consejo, la troika comunitaria, con capacidad para negociar y plantear propuestas. Pero,

como no estaba contemplado en los Tratados de Roma, el Consejo Europeo tampoco

sería una institución comunitaria, sino un mero organismo deliberante de coordinación

intergubernamental que tendría un peso decisivo en el desarrollo de las grandes

iniciativas comunitarias, en coordinación con el Consejo de Ministros.

No obstante, en su primera reunión en Dublín, en marzo de 1975, el Consejo Europeo se

dotó a sí mismo de unos procedimientos normativos, propios de un Ejecutivo, que

fijaban la aplicación de sus acuerdos a través de una serie de Actos, que debían ser

tenidos en cuenta tanto por la Administración comunitaria como por las estatales: las

Decisiones, que introducían correcciones en el Presupuesto comunitario; las Decisiones

de Procedimiento, que reenviaban al Consejo de Ministros los acuerdos con los que el

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Consejo Europeo no estuviera de acuerdo; las Directivas y Orientaciones, que fijaban

prioridades a la política comunitaria y orientaban su ejecución; y las Declaraciones, que

constituían tomas comunes de postura de los estados miembros ante asuntos concretos.

De este modo, el Consejo Europeo, prevalido del poder político de sus integrantes,

despojaba a la Comisión Europea y al Consejo de Ministros de gran parte de la

iniciativa sobre orientaciones generales de las políticas comunitarias, desde la cuestión

de los recursos presupuestarios, o los avances en la unión económica y monetaria, hasta

la admisión de nuevos miembros, reforzando así los mecanismos confederales en el

seno de la CEE. Era, en cierto modo, el triunfo del Plan Fouchet.

Pero si en el ámbito de la Cooperación Política, competencia de los gobiernos, la

autoridad del Consejo Europeo era incontestable, en el terreno económico y social,

reservado por los Tratados a las instituciones de las Comunidades, la actividad del

Consejo iba a causar serios problemas, ya que era un organismo ajeno a ellas y

rechazaba someter sus decisiones a los controles y contrapesos con que funcionaban los

organismos comunitarios. No obstante, los líderes nacionales jugaban un papel cada vez

más relevante en estos ámbitos de la CEE de manera que, cuando el Tratado de

Maastricht (1992) institucionalizó el Consejo como órgano de las Comunidades, este

era ya un poder fáctico de enorme peso en el seno del aparato comunitario.

Por otra parte, las propuestas federalistas no habían sido descartadas. La Cumbre de

París, además de establecer el Consejo Europeo y admitir el sufragio universal para

elegir el Parlamento, encargó al primer ministro belga, el federalista Leo Tindemans, la

elaboración del proyecto para crear la Unión Europea en diez años y cerrar así la etapa

funcionalista. Tras una minuciosa labor de encuesta, Tindemans concluyó su

memorándum en diciembre de 1975 y lo presentó al Consejo Europeo en su reunión de

Luxemburgo, el 2 de abril del año siguiente.

El Informe Tindemans partía de la validez de los Tratados de las Comunidades, pero

proponía algunas modificaciones institucionales. En primer lugar, una reforma del

Parlamento Europeo para que fuera elegido por sufragio universal desde la siguiente

legislatura y se le dotara de capacidad de iniciativa legal, ya que hasta entonces sólo la

poseían Comisión y el Consejo de Ministros. Por otra parte, el Parlamento y la

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Comisión ampliarían sus competencias en materia monetaria, energética,

educativa, de defensa de los consumidores y de políticas de desarrollo regional, en

detrimento de la soberanía de los estados miembros. Igualmente, estos se verían

obligados a aplicar las decisiones comunitarias en su política exterior. Y los ciudadanos

de los países miembros recibirían «derechos especiales» en el territorio de los otros

socios, lo que apuntaba hacia una ciudadanía europea común.

El Informe preveía, además, una UE con «distintas velocidades» de integración, según

el potencial de sus miembros, y en la que existiría una estructura funcional mixta: «la

doble base de las instituciones comunitarias de inspiración supranacional o federalista y

de la cooperación política, de inspiración intergubernamental o confederal».

Pese a que eran medidas muy tímidas desde la perspectiva federalista, aquello era ir

demasiado deprisa en unos momentos en los que surgían nuevos problemas entre los

socios comunitarios. En el Consejo Europeo de Dublín se había dado luz verde a un

ambicioso proyecto, los Fondos Europeos de Desarrollo Económico y Regional

(FEDER), que se establecieron en marzo de 1975 dentro del capítulo presupuestario de

los llamados «fondos estructurales». Su finalidad era desarrollar las regiones más

desfavorecidas de la Comunidad, financiando proyectos de infraestructuras y desarrollo

local que mejoraran los servicios públicos y la educación, creasen empleo y generaran

un aumento de la renta regional. Los peticionarios debían ser los estados, que también

serían los contribuyentes, pero no en función de su población, sino de su riqueza. Los

que tuviesen mayor PIB —la Alemania federal, el Benelux, el Reino Unido o

Dinamarca— serían contribuyentes netos, mientras que aquellos que contaran con las

regiones menos ricas —Italia, Irlanda, en menor medida Francia y, en unos años,

Grecia, España y Portugal— serían beneficiaros de las ayudas a esas regiones muy

por encima de su aportación.

Pero las Administraciones nacionales se resistían a ceder el control de sus aportaciones

en los FEDER a la pujante burocracia de las Comunidades. En realidad, conforme las

sociedades europeas se veían afectadas en forma creciente por el proceso de integración,

aumentaban sus partidarios, pero también los que no lo veían útil. Estos

«euroescépticos» estimaban que los «eurócratas», los 13.000 empleados con que

contaban las Comunidades en 1975, no merecían sus salarios comparativamente altos y

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que el entramado comunitario en su conjunto era un despilfarro innecesario, incluido el

coste de la traducción de todos los actos y documentos comunitarios a seis idiomas

(nueve, tras el ingreso de Grecia, España y Portugal en los años ochenta).

No era, sin embargo, la euroescéptica la opinión dominante entre la población europea y

aún menos entre los responsables gubernamentales. Pero estos seguían mirando con

recelo un federalismo que trasladase gran parte del poder de sus Administraciones a

unas instituciones comunitarias que buscaban crearse un espacio supranacional propio

cada vez más amplio. Por lo tanto, cuando el Consejo Europeo estudió el Informe

Tindemans en su reunión de La Haya, en noviembre de 1976, decidió posponer sin

plazo ni fecha la aplicación de las medidas que proponía, con excepción de la elección

por sufragio universal del Parlamento Europeo, que tendría lugar por primera vez en

1979.

3. EL SISTEMA MONETARIO EUROPEO

La serpiente monetaria, que había permitido salvar la crisis provocada, entre 1971 y

1973, por el final de los acuerdos de Bretton Woods, era un mero parche, y no muy

satisfactorio. Aunque los resultados en la estabilidad monetaria y la contención de la

inflación habían sido mejores que los de quienes, como británicos o italianos, se

mantenían fuera del sistema, no había servido para detener las fluctuaciones, a las que

se atribuía una continua alteración de los precios. El 1 de noviembre de 1975, un grupo

de nueve economistas críticos hizo público en el diario The Economist, el llamado

Manifiesto del Día de Todos los Santos. Proponían utilizar la experiencia del Banco

Europeo de Inversiones para constituir una moneda común, la europa, primero como

unidad de operaciones de mercado abierto y de financiación de los gastos de las

Comunidades y luego como moneda única, en sustitución de las divisas nacionales.

Recogiendo las propuestas del Manifiesto, el Consejo Europeo, en su reunión de

Bruselas, el 12 y 13 de julio de 1976, decidió reanudar la creación de la Unión

Económica y Monetaria. Fue la Comisión Europea, presidida desde 1973 por el francés

François-Xavier Ortoli, quien asumió el reto de garantizar la estabilidad de los

cambios, poner límites a la inflación y mejorar las inversiones. Giscard d'Estaing y

Schmith, los líderes del eje franco-alemán, se sumaron a la labor de impulsar la

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cooperación monetaria proponiendo una «zona de estabilidad monetaria» que el

Gobierno alemán presentó en la sesión del Consejo Europeo celebrada en Bremen, en

junio de 1978. La propuesta fue la base del proyecto de Sistema Monetario Europeo

(SME) preparado por el Comité de ministros de Finanzas (Ecofin), que lo aprobó en

su reunión de Bruselas, el 5 de diciembre. Entró en vigor el 13 de marzo de 1979.

El SME se constituyó en torno a tres ejes:

a). La unidad de cuenta europea.

b). El mecanismo de tipos de cambio y de intervención, que debía garantizar los

márgenes de flotación de las monedas.

c). El mecanismo de transferencias y de créditos, destinado a poner orden en la libre

circulación de capitales.

Sin contemplar aún la moneda única, el SME aprovechaba el «cesto» creado en 1972

para establecer paridades fijas-ajustables mediante una unidad monetaria virtual, la

Unidad de Cuenta Europea, el ecu por sus siglas en inglés (European Currency Unit).

El SME establecía una estrecha banda de fluctuación de las monedas, de ±2,25 y fijaba

en cada momento los tipos de cambio entre el ecu y esas monedas, a fin de estabilizar

los intercambios comerciales y financieros en el seno del Mercado Común. Aunque

incapaz de competir en el comercio mundial con las divisas reales fuertes, como el

dólar, el yen o el franco suizo, el ecu jugó pronto un papel importante en el mercado

crediticio internacional y reguló el mercado interior de cambios en la CEE, al tiempo

que se convertía en el laboratorio de pruebas del euro, la futura moneda europea.

Para gestionar créditos y transferencias se estableció el Fondo Europeo de

Cooperación Monetaria, previsto ya en el Plan Werner, donde los bancos centrales,

que depositaban en su seno el 20% de sus reservas en oro y divisas, negociaban los

cambios en las paridades del ecu. Y el Mecanismo de Tipos de Cambio (MTC) debía

facilitar a las autoridades financieras jugar con los tipos y con las reservas monetarias a

fin de impedir que una fluctuación excesiva sacara a alguna moneda débil de un Sistema

que, en seguida, tuvo en el muy estable marco alemán su referencia ante los mercados.

4. LA REFORMA DEL PARLAMENTO EUROPEO

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La Cumbre comunitaria de La Haya, de diciembre de 1969, acordó la reforma del

Parlamento en el sentido de dotarlo de una mínima capacidad legislativa y

modificar su composición, a fin de que fuera elegido directamente por el conjunto del

cuerpo electoral europeo. No obstante, las negociaciones para la adhesión de nuevos

miembros, no culminadas hasta 1973, desaconsejaron acometer cualquier reforma a

corto plazo. Mientras tanto, en abril de 1970 el Acuerdo de Luxemburgo facilitó al

Parlamento cierto control sobre los Reglamentos presupuestarios, el nuevo sistema de

financiación con recursos propios, aunque tan sólo afectaba entonces al 10% de los

fondos que manejaban las Comunidades, ya que quedaban excluidos los destinados a la

Política Agraria.

Realizada la ampliación a nueve miembros, fue el propio Parlamento quien reanudó el

proceso de su reforma, con un informe presentado en julio de 1973, en el que, junto a la

elección por sufragio universal, se proponía un aumento de los escaños de la

Eurocámara, a fin de acoger a los nuevos miembros en proporción a su población. La

intención era alcanzar un Procedimiento Electoral Uniforme (PEU), para que el

sistema fuera igualitario para todos los electores europeos. La Comisión Política del

Parlamento, presidida por el diputado holandés Schelto Patijn, se encargó de elaborar

una propuesta, que fue aceptada por los líderes nacionales durante la Cumbre

comunitaria de París, en diciembre de 1974. El Informe Patijn, adaptado como

Reglamento interno por la Cámara el 14 de enero de 1975, proponía la elección de 355

diputados —entonces eran 198— por sufragio universal, igual, directo y secreto, en las

elecciones europeas. Pero reconocía las dificultades de armonizar las peculiaridades de

los sistemas electorales nacionales, por lo que encomendaba a los estados miembros la

realización de los comicios y, evitando las candidaturas de lista única europea,

configuraba las cuotas de diputados por la población de los estados.

El Consejo Europeo de julio de 1976 abordó el estudio del PEU y fijó en 410 el número

de diputados, repartidos proporcionalmente por grupos de población (entre paréntesis, la

cuota anterior). Alemania, Francia, Italia y el Reino Unido, 81 cada uno (36), Holanda,

25 (14), Bélgica, 24 (14), 16 Dinamarca (10), 15 Irlanda (10) y 6 Luxemburgo (6).

Todas las modificaciones aceptadas fueron sintetizadas por el Parlamento, el 20 de

septiembre de 1976, en el «Acta relativa a la elección de los Representantes en la

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Asamblea por sufragio universal directo», conocida como Acta de Bruselas. A partir

de esta propuesta formal, el Consejo Europeo de Copenhague, en abril de 1978, acordó

la celebración de elecciones al Parlamento en la primavera del año siguiente. La

convocatoria introdujo una seria alteración en la política parlamentaria de los países

comunitarios. Las elecciones europeas no podían coincidir con las nacionales,

obligaban a elaborar programas políticos europeístas y, al ser con distrito único de

ámbito estatal, estimulaban los pactos de coaliciones ad hoc entre los partidos

regionales o las pequeñas formaciones. En el seno de la Cámara los grupos

parlamentarios no se formaban por países, sino por ideologías, que a veces daban origen

formal a federaciones y partidos «europeos», aunque sin verdadera actuación fuera del

Parlamento de Estrasburgo.

La legislatura que terminó en 1979, la última con diputados de los parlamentos

estatales, tenía casi todos sus 198 escaños repartidos entre seis grupos parlamentarios.

El mayor, con 66, era el grupo socialista, constituido formalmente como Unión de

Partidos Socialistas de la Comunidad Europea en 1974; le seguían, con 53, los

demócrata-cristianos del Partido Popular Europeo, fundado en 1976; los liberales

tenían 27 diputados y constituían, desde 1976, una Federación de Partidos Liberales y

Democráticos; los conservadores británicos y daneses, 17 escaños, actuaban

coordinados como Conservadores Europeos desde 1973, aunque en las elecciones de

1979 concurrirían con la etiqueta de Demócratas Europeos; la derecha nacionalista

integraba, desde 1973, la coalición Demócratas Progresistas Europeos, con otros 17

diputados —aunque se negaban a constituir formalmente un grupo parlamentario— y el

Grupo de Comunistas y Afines, constituido ese mismo año, tenía también 17 escaños.

Con la elección del Parlamento por sufragio universal y el reconocimiento de su

derecho a fiscalizar la gestión económica de la Comisión y a rechazar sus proyecto

presupuestario (julio de 1975), la política de las Comunidades giraría hacia una mayor

representatividad institucional y hacia una aceleración del proceso de integración, que

se plasmaría en el período de vigencia del Acta Única (1986-93). El Parlamento

respondía ya a una voluntad de representación política específicamente europea, por

más que fuese elegido con circunscripciones estatales. Ese aumento de la

representatividad debía ser acompañado de otro de su capacidad política y legislativa,

conforme proponía el Informe Tindemans. Pero para ello era necesario que se

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modificase la estructura institucional de las Comunidades y su procedimiento legislativo

y de control. Y, sobre todo, que predominase una voluntad federalista en los cuerpos

políticos de los estados miembros.

5. LAS RELACIONES EXTRACOMUNITARIAS EN LOS AÑOS SETENTA Y

OCHENTA

La CEE carecía de una política exterior propia, ya que los estados miembros se

reservaban en ello prácticamente todas sus cotas de soberanía, con excepción de la

política de defensa. Esta reposaba de un modo conjunto en la OTAN, la alianza

aglutinada por los Estados Unidos a ambos lados del Atlántico. A partir de 1970, los

Seis se habían avenido a mantener consultas regulares sobre sus relaciones exteriores,

en los diversos niveles establecidos por el acuerdo de la Cooperación Política, y a actuar

de forma consensuada en las crisis internacionales. Así, se produjeron tomas de posición

conjunta en asuntos como el diálogo israelí-palestino, la guerra chino-vietnamita, la

invasión soviética de Afganistán, la lucha contra el apartheid surafricano, o el conflicto

argentino-británico de las Malvinas, que afectó directamente a un estado comunitario.

Pero ni ello, ni la creación del Consejo Europeo, logró que la Comunidad, carente de

Fuerzas Armadas, cuerpo diplomático o representación propia en los organismos de la

ONU, pudiera ejercer una diplomacia supranacional realmente eficaz en sustitución de

las políticas individuales, y a veces contrapuestas, de los estados que la integraban.

Había, sin embargo, un terreno en el que los miembros del Mercado Común habían

tenido que asumir una acción conjunta: el comercio, fundamentalmente, en una doble

vertiente. Por un lado, garantizarse una amplia cuota del mercado mundial, en las

condiciones de competencia que establecía el GATT. Por otro, mantener una relación

privilegiada —de ayuda al desarrollo decían sus partidarios, de explotación

neocolonial, sus detractores— con la miríada de excolonias de las potencias europeas

que alcanzaban su independencia durante los años sesenta y setenta.

El comercio intracomunitario, con el ingreso sucesivo de nuevos miembros, desde la

Europa de los Seis a la Europa de los Doce, era el mayoritario: pasó del 50,2 por ciento

de los intercambios en 1980, al 60,1 en 1991. Pero durante los años ochenta, el

Mercado Común se afirmó como la mayor potencia comercial del mundo, aunque,

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a falta de una auténtica unión económica, las diferencias entre los miembros eran

considerables, desde el enorme superávit comercial alemán hasta el déficit de casi

todos los demás, especialmente acentuado en el caso británico. Exportadora de

productos manufacturados, e importadora de materias primas y alimentos, la

Europa comunitaria era sumamente deficitaria en materia energética, ya que carecía

de petróleo y de gas, con excepción de los yacimientos del Mar del Norte, parte de ellos

en aguas británicas. Esto afectaba seriamente a la balanza de pagos comunitaria y la

hacía muy sensible a las fluctuaciones en el precio de los combustibles, utilizados con

frecuencia como instrumento de política internacional por los miembros de la poderosa

Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). Así, la balanza comercial

pasó de un déficit de 35.810 millones de ecos en 1983 a un superávit de 10.954 en 1986,

para volver a entrar en números rojos dos años después y alcanzarlos 47.627 millones

de ecos de déficit en 1990. Ese año, las importaciones extracomunitarias representaban

el 9,8 por ciento del PIB de los países de Comunidad, mientras que las exportaciones

suponían el 8,9 por ciento.

Los mercados exteriores de la CEE abarcaban todo el planeta, pero con grandes

diferencias. En 1989, los principales socios comerciales eran los países de la AELC, con

el 25,9 por ciento de las exportaciones comunitarias y el 22,8 de las importaciones.

Seguía luego Estados Unidos, con el 18,8 y el 18,7, respectivamente. EE.UU. era un

socio comercial incómodo por su permanente presión para que la CEE renunciara a

aplicar la preferencia comunitaria en su comercio agrícola y abriera totalmente su

mercado a la muy protegida agricultura norteamericana. Y el tercer socio era Japón, con

el 10,3 por ciento de las importaciones de la CEE y el 5,0 de las exportaciones. Cobraba

fuerza, sin embargo, un variado conjunto de los denominados países en vías de

desarrollo, los Países de África, el Caribe y el Pacífico, o Grupo ACP, que en 1989

aportaban el 4,4 de las exportaciones comunitarias y sólo el 3,4 de las exportaciones,

pero donde tenía lugar, en esa época, el más exitoso ejemplo —en realidad, casi el único

— de una política exterior comunitaria.

5.1. El Grupo ACP y la Convención de Lomé

En la Europa de los Seis, había sido preferentemente el ámbito colonial africano de

Francia, los llamados Territorios de Ultramar y luego la Organización Africana y

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Malgache de Cooperación Económica, el objetivo de una política de asociación que

contemplaba acuerdos comerciales y de inversión de capitales a cambio de ayuda al

desarrollo. La Convención de Yaundé, en 1964, había asociado a la CEE a 18 estados

africanos. Y cuando el acuerdo espiró, en junio de 1969, tanto la Comunidad como su

contraparte africana, que cuatro años antes se había transformado en la Organización

Común Africana y Malgache (OCAM), estuvieron de acuerdo en renovarlo por otros

cinco años (Convención de Yaundé II).

A partir de 1973, otra antigua gran potencia en la última fase de liquidación de su

imperio colonial, el Reino Unido, se incorporó al Mercado Común. Gran parte de sus

excolonias le seguían vinculadas a través de la Commonwealth, pero ello no debía

constituir un obstáculo para que se integrasen, con los países francófonos, en un amplio

espacio de asociación económica con la CEE, el Grupo ACP. La vía fue abierta por

tres antiguas colonias británicas, Uganda, Kenia y Tanzania, integrantes de la

Comunidad de Estados del África Oriental que, antes del ingreso formal de su

antigua metrópoli en la CEE, manifestaron su intención de asociarse con la Comunidad

en las mismas condiciones que los países de la OCAM. El resultado fue la Convención

de Arhusa, firmada en septiembre de 1969 y que entró en vigor el 31 de enero de 1971.

Para entonces, la financiación aportada por el Fondo Europeo de Ayuda al Desarrollo a

los países africanos, sobre todo para inversiones en infraestructuras, se había

cuadruplicado.

La constitución del Grupo ACP, mediante el Acuerdo de Georgetown, en junio de

1975, facilitó un extenso interlocutor tercermundista a la Comisión Europea que, a

punto de finalizar el plazo de vida de la Convención de Yaundé II, se mostró conforme

con ampliar el ámbito de su asociación comercial y de ayuda al desarrollo a las tres

áreas geográficas que abarcaba el Grupo. La Convención de Lomé (Togo) fue firmada

en febrero de 1978 por los Nueve con los 44 países miembros de la ACP: los 18 estados

del grupo de Yaundé, los tres de Arhusa, otras nueve excolonias británicas en África

—Botswana, Gambia, Ghana, Lesoto, Malawi, Nigeria, Sierra Leona, Suazilandia y

Zambia— cinco del Caribe —Barbados, Guayana, Jamaica, Bahamas y Trinidad y

Tobago— y tres de Oceanía: Fidji, Samoa Occidental y Tonga. Firmaron, además,

otros cinco estados africanos: Etiopía, Guinea-Bissau, Guinea Ecuatorial, Liberia y

Sudán. Se reservó plaza a Angola y Mozambique, que cubrían la última etapa de su

12

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proceso de independencia de Portugal.

Quizás porque los intercambios con los antiguos espacios coloniales habían perdido

gran parte de su peso en la balanza comercial de la CEE, Lomé representaba un

espíritu menos neocolonialista que la Convención de Yaundé y más cercano al

librecambio y al moderno concepto de cooperación al desarrollo. A cambio de

facilidades para el comercio y la inversión, la Comunidad Económica Europea otorgaría

a sus asociados de Lomé, durante los cinco años de vigencia del Acuerdo, reducción de

aranceles de importación en productos determinados —azúcar, café, algodón, frutas,

etc.— garantizando cupos de compra predeterminados y aportaciones financieras,

procedentes del Fondo Europeo de Ayuda al Desarrollo, sobre todo para favorecer

procesos de industrialización, por un total de 300.000 millones de ecus.

En previsión de una caída de los precios mundiales que afectase masivamente a las

exportaciones ACP al mercado europeo, se estableció el Sistema de Estabilización de

los Ingresos por Exportación (Stabex), que preveía compensaciones financieras a

fondo perdido para los países menos desarrollados y créditos blandos para los

demás en caso de depreciación excesiva de una docena de productos, que

constituían el grueso de las importaciones comunitarias. Parecido sentido tenía el

Sysmin (Sistema Minero), destinado a compensar con préstamos a los países

exportadores de mineral. El acuerdo de asociación de 1978 resultó satisfactorio para

ambas partes y se renovó en 1981 (Lomé II), 1985 (Lomé III) y en 1990 (Lomé IV).

Para entonces, el Stabex incluía garantías para 44 productos y 70 países ACP estaban

asociados a la Comunidad Económica Europea, que había vuelto a cuadruplicar su

ayuda al desarrollo.

5.2. La proyección mediterránea

Otro ámbito exterior de importancia para la CEE era el Mediterráneo, dos de cuyos

estados, Francia e Italia, eran miembros del Mercado Común, por más que los franceses

privilegiasen su pertenencia a las áreas atlántica y centro-europea. Constituida en torno

al eje renano-padano, la Europa de los Seis había buscado ampliar su ámbito hacia el

Sur, pero con todo tipo de cautelas, tanto por el bajo nivel de desarrollo económico de

los países mediterráneos, como, sobre todo, por la debilidad o la ausencia de

13

Page 14: Tema 5. de los seis a los doce

sistemas democráticos. De hecho, los países europeos ingresados en los ochenta,

Grecia, Portugal y España, no fueron candidatos firmes hasta que consolidaron sus

transiciones de regímenes autoritarios a democracias parlamentarias respetuosas con los

derechos humanos. Y eso no se podía aplicar, prácticamente, a ningún otro país

mediterráneo no comunitario.

La vinculación de estos a la CEE estaba marcada por un cierto patronazgo de

Bruselas, dada la enorme distancia entre el desarrollo de los miembros de la

Comunidad y los extracomunitarios de la cuenca mediterránea. La Comunidad

desarrollaba tres tipos de acuerdos:

a) Los acuerdos de asociación, que convertían a los beneficiarios en socios

comerciales con derecho a ayudas financieras y un desarme arancelario parcial que,

en el caso de la agricultura, suponía la inclusión en el régimen de preferencia

comunitaria. A diferencia del ámbito ACP, cuyos países estaban vinculados por

una Convención única, la de Lomé, los asociados mediterráneos negociaban

individualmente con la Comisión Europea. El primer acuerdo de asociación fue

firmado por Grecia en 1961 y entró en vigor en noviembre del año siguiente.

Siguieron otros con Marruecos (septiembre de 1969), Turquía (diciembre de 1964),

Malta (abril de 1971) y Chipre (junio de 1973).

b) Los acuerdos preferenciales de comercio poseían un nivel diplomático y

económico más bajo, ya que afectaban a la política tarifaria y de contingentes en

grupos de productos concretos y no gozaban de la preferencia comunitaria. El

Mercado Común firmó acuerdos preferenciales con España (octubre de 1970) y con

los países de la Asociación Europea de Libre Comercio: Finlandia, Islandia,

Noruega, Portugal, Suecia y Suiza (enero de 1973).

c) Los acuerdos de cooperación contemplaban proyectos económicos concretos, que

recibían financiación comunitaria fuera de los Fondos de Ayuda al Desarrollo. En el

ámbito mediterráneo, la CEE los puso en marcha con Yugoslavia (septiembre de

1973), Israel (julio de 1975), Argelia, Marruecos y Túnez (abril de 1976), Egipto

(junio 1976), Siria y Jordania (enero de 1977) y con Líbano (mayo de 1977). Otros

acuerdos de cooperación en este período incluían a 15 países asiáticos (básicamente,

acuerdos sobre la industria textil) y 16 americanos.

14

Page 15: Tema 5. de los seis a los doce

Algunos de los países mediterráneos asociados a la CEE tenían como horizonte, a medio

o largo plazo, el ingreso en el Mercado Común. Malta y Chipre, colonias británicas

hasta hacía pocos años, no reunían las condiciones económicas, ni mostraban entonces

interés alguno. En el caso chipriota, la división de la isla, a partir de 1974, entre dos

comunidades étnicas enfrentadas, complicó aún más la cosa. Por lo tanto, sólo tres

países con acuerdos de asociación —Grecia, Turquía y Marruecos— llegaron a solicitar

su ingreso con antelación al Tratado de Maastricht.

La actuación de la Comisión Europea con respecto a Marruecos no se diferenciaba

mucho de la que mantenía con los firmantes de la Convención de Lomé: una generosa

política de compras de productos agrarios con aranceles mínimos, e inversiones

tendentes a favorecer el desarrollo del país. Finalizado el plazo de la asociación, en abril

de 1976 el Estado magrebí firmó un acuerdo de cooperación con la Comunidad, junto

con Túnez y Argelia, pese a que la invasión y anexión, pocos meses antes, del Sahara

Occidental por el régimen de Rabat, contra el mandato expreso de la ONU, había

suscitado un amplio rechazo en Europa. Pero cuando, en julio de 1987, el rey Hassán II

solicitó el ingreso de su país en la Comunidad Económica Europea, desde Bruselas

contestaron que no había lugar, ya que Marruecos no está en Europa.

Turquía, un Estado asiático pero con una pequeña porción de su territorio en el lado

europeo de los Estrechos y, en esa época, quizás el más occidentalizado de los países

mahometanos, era un candidato en teoría más sólido, especialmente porque su ingreso

en la Comunidad era firmemente apoyado por unos Estados Unidos que valoraban

mucho la presencia turca en la OTAN. La candidatura de Ankara no fue rechazada de

plano por Bruselas, pero suscitaba fuertes recelos en muchos ámbitos de la política

europea, dado el pobre desarrollo económico del país y la debilidad de su democracia

parlamentaria, sometida al asfixiante control de unas Fuerzas Armadas que dieron

golpes de Estado en 1960, 1971, 1980 y 1997. Por otra parte, cuando, a consecuencia

del establecimiento de una dictadura filohelena en Chipre, en 1974, los militares turcos

invadieron la isla y proclamaron en su mitad oriental un Estado turco-chipriota, las

posibilidades de ingreso en la CEE se alejaron aún más.

El contencioso greco-turco constituía una fuente de preocupaciones para la CEE.

Enemigos durante un siglo de frecuentes guerras, los griegos habían acrecentado su

15

Page 16: Tema 5. de los seis a los doce

Estado nacional a costa del Imperio otomano hasta que, en 1922, la reacción

nacionalista turca que encabezaba Mustafá Kemal invirtió el curso del conflicto y

expulsó a la población helena de Anatolia y de la Tracia oriental. Seguían abiertos, no

obstante, serios contenciosos como la reivindicación por los dos estados de algunas

islas del Egeo oriental, donde existía la posibilidad de que hubiese bolsas de petróleo,

o el equilibrio étnico de Chipre, una isla históricamente vinculada al mundo griego,

pero donde se habían asentado islotes de colonos turanios durante la larga dominación

otomana. La rivalidad greco-turca, que era un problema en el seno de la OTAN —

Grecia, descontenta con el incondicional apoyo norteamericano a Turquía, abandonó su

estructura militar en 1974— afectaba también a las aspiraciones de ambos países al

ingreso en el Mercado Común.

6. AMPLIACIONES POR EL SUR

Tras la guerra civil de 1944-49, entre comunistas y monárquicos, el reino de Grecia se

había orientado abiertamente hacia el campo occidental, como miembro de la OECE,

de la OTAN y del Consejo de Europa. En julio de 1961 fue el primer país en firmar

un acuerdo de asociación con la CEE, con el horizonte de integrarse en la unión

aduanera en 1982. Pero estaba muy alejado del nivel de las economías comunitarias y su

legislación y sus políticas sociales requerían una profunda adaptación antes de tener

opciones a la adhesión.

La política interior griega era muy inestable, con un sistema en el que la

contestación social y los poderes fácticos, sobre todo las Fuerzas Armadas, limitaban la

efectividad del régimen parlamentario. En abril de 1967 se produjo un golpe de Estado

de un sector del Ejército y tomó el poder una Junta Militar que depuso al rey

Constantino en 1969. El «régimen de los Coroneles» fue una dictadura sumamente

represiva, que se retiró del Consejo de Europa antes de sufrir una condena por sus

violaciones de los derechos humanos. El apoyo otorgado por los Coroneles al greco-

chipriota Nikos Sampson, que se hizo con el poder por las armas en Chipre en julio de

1974 en la idea de culminar la unión (enosis) del país con Grecia, causó la ocupación de

parte de la isla por el Ejército turco. Ello mermó rápidamente los apoyos a la Junta

Militar helena, hasta forzar su abandono del poder y la convocatoria de elecciones

democráticas para noviembre de ese año. Inmediatamente, Grecia regresó al Consejo de

16

Page 17: Tema 5. de los seis a los doce

Europa.

Tras la proclamación de la República y la aprobación de una nueva Constitución, el

Gobierno de la conservadora Nueva Democracia, presidido por Konstantinos

Karamanlis, reanudó el proceso de concertación aduanera con la Comunidad

Económica Europea y, en busca de acortar plazos, solicitó la adhesión plena el 12 de

junio de 1975. Las conversaciones se prolongaron durante más de dos años, estorbadas

por la resistencia de la oposición socialista, el PASOK, a la adopción a corto plazo del

sistema de libre mercado comunitario. También la Comisión Europea mostró, en

enero de 1976, sus reticencias ante el ingreso de un país cuyo PIB era un 50 por ciento

inferior a la media comunitaria y exigió al Consejo de Ministros la elaboración de un

estatuto de pre-adhesión para Grecia, un largo período transitorio de adaptación

económica y social. Con el Mercado Común como principal socio comercial, al que

realizaba la mitad de sus ventas exteriores y con casi doscientos mil emigrantes

trabajando en territorio comunitario, la adhesión ofrecía grandes ventajas a Grecia, ya

que se convertiría en beneficiaria neta de los diversos fondos estructurales y de

compensación. Pero la adaptación económica comportaría también difíciles

transformaciones internas de gran impacto social: apertura del mercado interior,

privatizaciones en el sector público, reconversión industrial, liberalización del mercado

de capitales, etc. Y la CEE, por su parte, tendría que asumir enormes costos financieros

en el proceso de convergencia de la economía helena y aguantar las protestas de los

agricultores franceses e italianos, cuyos productos hortofrutícolas eran similares a los

griegos.

A favor de Atenas jugó el interés político de París y Bonn en reequilibrar el impacto de

la entrada del Reino Unido, Irlanda y Dinamarca en la Comunidad, mediante la

potenciación de un eje meridional al que no iban a tardar en incorporarse España y

Portugal. En febrero de 1976, contra el criterio de la Comisión, el Consejo aprobó la

adhesión griega, aunque aún hubo que atar muchos flecos. Finalmente, el acta de

ingreso se firmó el 28 de mayo de 1979 y, tras la aprobación por el Parlamento heleno

en junio, entró en vigor el 1 de enero de 1981. Corría ya el período transitorio de cinco

años que se había acordado para la incorporación a la unión aduanera y para adaptar la

agricultura helena al régimen de precios de la PAC, y el de siete años previsto para que

los trabajadores griegos pudieran acceder libremente al empleo en otros países

17

Page 18: Tema 5. de los seis a los doce

comunitarios, mientras que la dracma ingresó en el Sistema Monetario Europeo en

1984. Para entonces, el PASOK había llegado al poder en Atenas y los socialistas

helenos habían aceptado la integración. Por otra parte, las instituciones comunitarias

hubieron de hacer hueco al nuevo Estado miembro, otorgándole una silla en la

Comisión, puestos en el Banco Europeo de Inversiones, el Tribunal de Justicia, el

Consejo Económico y Social, etc. cinco votos en el Consejo Europeo y 24 diputados en

el Parlamento.

La entrada de Grecia, un país de economía agraria, balcánico y de religión ortodoxa,

suponía un giro geopolítico de cierta entidad para una Comunidad Europea católica y

protestante, muy industrializada y orientada hacia la Europa central y septentrional.

Cerrada al Mercado Común una Europa del Este inmersa, con mucho menos éxito, en

un proceso propio de integración de sus economías comunistas incompatible con la CEE

capitalista, y reacio el mundo escandinavo, con la excepción danesa, a participar en el

desarrollo de la Comunidad, era el sur del Continente el área natural de expansión de

esta. Y tras la entrada de Grecia, los estados ibéricos, España y Portugal, eran los

únicos candidatos que contaban con un amplio apoyo en el Consejo Europeo para su

admisión.

Los dos países acababan de salir de largas dictaduras. La portuguesa, desde 1926, había

concluido bruscamente con la «revolución de los claveles», de abril de 1974, un golpe

de Estado militar que abrió las puertas a una transición a la democracia conducida hasta

1982 por el Consejo de la Revolución y amenazada por quienes, desde la derecha o la

izquierda, deseaban soluciones extremadamente conservadoras o radicalmente

revolucionarias. La dictadura del general Franco, en España, procedía de 1937 y cuando

el Generalísimo murió, en noviembre de 1975, seguía siendo el jefe del Estado. La

Transición española, pues, se ajustó a los ritmos marcados por los sectores reformistas

del propio franquismo, si bien la oposición democrática pudo jugar un creciente papel,

tanto en el arranque del proceso transicional como en la elaboración de la Constitución

de 1978. Pero ello mismo dio impulso a las fuerzas involucionistas, muy presentes en

los aparatos del Estado y que en febrero de 1981 llegaron a protagonizar un intento de

golpe de Estado.

Al igual que sucediera años atrás con Grecia, las fuerzas democráticas españolas y

18

Page 19: Tema 5. de los seis a los doce

portuguesas y los amplísimos sectores de las sociedades europeas que les apoyaban

veían en la adhesión de ambos países a la Comunidad una forma de asentar sus

recientemente ganadas democracias y de modernizar rápidamente las estructuras

sociales y económicas conforme a los parámetros del Estado del bienestar y de la

economía de mercado que regían en la Europa de los Diez.

Portugal, miembro de la OTAN y de la Asociación Europea de Libre Comercio, se

había aproximado al Mercado Común con los restantes países de la AELC y desde 1973

mantenía un acuerdo comercial y tarifario con Bruselas. Presentó su solicitud de

adhesión en marzo de 1978. Por su parte, España, tras normalizar lentamente sus

relaciones con los países comunitarios a partir de los años cincuenta, había negociado,

con grandes dificultades, un simple acuerdo preferencial, firmado en 1970. En julio de

1977 el Gobierno de centro-derecha que presidía Adolfo Suárez presentó la solicitud de

adhesión plena. Madrid y Lisboa se enfrentaban, no obstante, a serios obstáculos.

Primero, la incertidumbre ante el avance de la democratización política, que

persistió hasta comienzos de los años ochenta. Luego, la necesidad de que los países

ibéricos acometiesen procesos serios de privatización del importante sector público

de sus economías y de reconversión de sectores industriales, lo que comportaría altos

costes sociales. Y, para complicar el asunto, se reactivó la enconada resistencia de los

agricultores franceses e italianos, apoyados por sus gobiernos, a abrir las puertas a dos

agriculturas de tipo mediterráneo que, sobre todo la española, competirían ahora con las

suyas en idénticas condiciones de protección de la «preferencia comunitaria». En los

dos países candidatos predominaba la ilusión europeísta, pero también cierta prevención

ante el calado de las reformas que deberían acometer y de las contrapartidas de la PAC,

que les obligaría a adquirir productos agrarios del norte y centro de Europa a precios

superiores a los del mercado mundial e impondría cuotas de equilibrio comunitario que

obligarían —sobre todo a España— a reducir la producción en sectores como el lácteo y

el vinícola.

Las negociaciones avanzaron lentamente, aunque fueron animadas por una resolución

favorable del Parlamento Europeo en enero de 1984. Las principales dificultades

provenían de la adaptación de la economía española al mercado único. Portugal admitió

la limitación de sus exportaciones de textiles a los restantes países comunitarios y un

período transitorio para retardar la libre circulación de trabajadores. Finalmente, casi

19

Page 20: Tema 5. de los seis a los doce

una década después del inicio de las negociaciones, las actas de adhesión se firmaron en

Madrid y Lisboa en junio de 1985. Y el primer día de 1986, España y Portugal se

convirtieron en miembros activos de la naciente Europa de los Doce.

7. LA CRISIS DEL CHEQUE BRITÁNICO

En la primera mitad de la década de los ochenta, mientras abría las puertas a nuevos

miembros, la Comunidad Económica Europea se preparaba para encarar otra fase del

proceso de integración. Había que culminar la unión económica y monetaria,

conseguir el mercado único y abordar algún tipo de unión política, a fin de abandonar

definitivamente la dispersa vía funcionalista y entrar en un proceso de globalización de

la acción europeísta. Entre los actores de este proceso de creación de la Unión Europea,

una parte deseaba constituir una auténtica Federación supranacional y otros

pretendían mantener un perfil más bajo mediante una estrecha confederación de

estados con la supranacionalidad bastante limitada. En el primer caso, la evolución

debía llevar a otorgar mayores cotas de poder a las instituciones comunes, la Comisión,

el Parlamento Europeo o el Tribunal de Justicia, en detrimento de los dos organismos de

representación de los estados. En el segundo, la apuesta era potenciar los mecanismos

de solidaridad y corresponsabilidad de esos dos organismos intergubernamentales. Es

decir, tanto del Consejo de Ministros como, sobre todo, del Consejo Europeo, un ente

que no encajaba en el entramado institucional de las Comunidades y en el que cabía el

peligro que se produjeran actitudes retardatarias. Pero, en estos años, el Consejo

Europeo supo mantenerse en vanguardia del proceso de integración.

Sin embargo, el Mercado Común atravesaba entonces por serias dificultades. Al

conservadurismo gaullista le había sucedido, en la vanguardia de la derecha nacionalista

europea, el neoliberalismo thatcherista. Tras su llegada al poder en mayo de 1979, al

frente de un renovado Partido Conservador británico, Margaret Thatcher había

reforzado la presión iniciada por su predecesor, el laborista Wilson, para que se rebajara

el elevado monto de la contribución británica al Presupuesto comunitario, el 75 por

ciento de cuyos ingresos se dirigían a financiar la Política Agrícola Común. El Reino

Unido, con un sector agrícola muy pequeño, consideraba a la PAC y a su principal

elemento de gasto, el FEOGA, un carísimo e innecesario sistema de sobreproteger la

ineficiente agricultura continental. Además, la entrada de Grecia, y luego la de España y

20

Page 21: Tema 5. de los seis a los doce

Portugal, multiplicarían el gasto comunitario ya que serían durante bastantes años,

beneficiarios netos del FEOGA y de los fondos de integración, destinados a paliar las

asimetrías económicas y sociales entre los estados miembros. Y alemanes y británicos,

los mayores contribuyentes al Presupuesto comunitario, podían terminar asumiendo las

nuevas facturas. Thatcher abrió un agrio debate, la crisis del cheque británico.

En mayo de 1980, el Consejo de Ministros encomendó a la Comisión Europea que

estudiara una fórmula presupuestaria que satisficiera a Londres. El Informe Thorn,

remitido a los ministros en junio de 1981, proponía la reforma del gasto comunitario

y la reorganización de la PAC. El Consejo Europeo, reunido días después en

Luxemburgo, buscó aplicar estas medidas, pero se estrelló contra la inflexibilidad de

Thatcher y de los beneficiarios del fondos agrícola, a los que ahora se sumaba Grecia,

que no querían perder las ayudas. Hasta el Consejo de Fontainebleau, en junio de

1984, no se pudo llegar a una solución con la creación de un mecanismo financiero de

compensación, exclusivamente aplicado al Reino Unido. Una vez cerrado el

Presupuesto, la Comisión devolvería a Londres dos tercios del considerado como su

déficit fiscal, es decir, lo que los británicos aportaban por encima de lo que les

correspondía recibir. Los principales beneficiarios de las ayudas agrícolas, Francia,

Italia y luego España, pondrían de su bolsillo la mayor parte de los fondos para «el

cheque», a fin de evitar que los tuvieran que pagar los alemanes. En adelante, los

gobiernos británicos, fuera cual fuese su color, mostraron un especial empeño en su

negativa a renunciar al reintegro.

Se unía a estas dificultades la secesión comunitaria de Groenlandia, un territorio

autónomo bajo soberanía danesa al que, como Noruega en su momento, perjudicaba la

Política Pesquera Común, la llamada Europa Azul. Pese a las presiones recibidas, en

el referéndum del 25 de febrero de 1982 un 53,2 por ciento de los groenlandeses votó el

abandono de la CEE para pasar a un simple convenio de asociación, lo que tuvo lugar

en 1985. Era la primera vez que alguien se iba del Mercado Común.

El proceso de integración europea parecía encaminarse a un callejón sin salida,

perjudicado por la recesión de la economía mundial en 1980-83. La reforma de la PAC,

para adaptarla a las exigencias británicas, no fue posible. En la reunión del Consejo

Europeo en Bruselas, en marzo de 1982, se abordó el acuciante problema del paro desde

21

Page 22: Tema 5. de los seis a los doce

una perspectiva conjunta, pero las diferencias en las prioridades nacionales eran tales

que el canciller alemán, Schmidt, propuso que se encomendara a cada Estado la reforma

de su política de empleo.

8. LA INICIATIVA GENSCHER-COLOMBO Y LA DECLARACIÓN DE

STUTTGART

A comienzos de los años ochenta, las Comunidades sufrían una nueva crisis, provocada

menos por la atrofia que por el crecimiento, pero que amenazaba con frenar el ritmo de

la integración.

El 6 de enero de 1981, el ministro de Asuntos Exteriores germano-occidental, Hans-

Dietrich Genscher, pronunció en Stuttgart el llamado «discurso de la Epifanía». En

una intervención dedicada a definir el papel de las dos Alemanias en el enfrentamiento

global soviético-norteamericano —eran los inicios de la llamada «segunda guerra

fría»— hizo un llamamiento a reforzar el alcance de la Cooperación Política y a

vincularla a la acción las Comunidades, para alcanzar una nueva etapa de la integración

europea.

La llamada de Genscher encontró inmediata respuesta en su colega italiano, Emilio

Colombo. En una intervención en Florencia ante la Asamblea de Municipios Europeos,

el 28 de enero, afirmó que la Comunidad debía recuperar las motivaciones ideales, que

en un contexto político y económico diferente, fueron la base de su creación, que

derivan de la conciencia de los pueblos europeos de su unidad cultural e histórica y de la

necesitad de construir las premisas por las cuales Europa jugará en el mundo un papel a

la altura de su potencial político, económico y social. Para ello la integración económica

es una condición necesaria pero insuficiente para alcanzar la unión política. Debe de

estar acompañada por una iniciativa de naturaleza político-institucional. Pero para

relanzar este proceso, Europa debe estimular los intereses comunes de todos sus

miembros, con los que hay que edificar un modelo de integración unánimemente

aceptado.

Los ejecutivos de Bonn y de Roma recogieron el reto lanzado por sus ministros y les

encomendaron un proyecto conjunto que permitiera abrir paso a la unión política.

22

Page 23: Tema 5. de los seis a los doce

Genscher y Colombo trabajaron durante buena parte del año 1981. Sus conclusiones,

recogidas en un Proyecto de Acta Europea, fueron entregadas por los gobiernos

italiano y alemán al Consejo de Ministros el 6 de noviembre y al Parlamento el día 12.

El Proyecto establecía como tareas prioritarias a desarrollar para construir la Unión

Europea: Reforzar y continuar desarrollando, en las condiciones fijadas por los tratados

de París y de Roma, las Comunidades europeas como base de la construcción europea:

Permitirles a los Estados miembros, gracias a una política exterior común,

presentarse y actuar en el mundo en común, para que Europa pueda asumir cada vez

mejor el papel que le corresponde en la política mundial en virtud de su importancia

económica y política.

Una concertación en las cuestiones relevantes de la política de seguridad y la

fijación de posiciones europeas comunes en este campo para salvaguardar la

independencia de Europa, proteger sus intereses vitales y reforzar su seguridad.

Una cooperación cultural estrecha entre los Estados miembros para promover la

conciencia de una cultura común como elemento de la identidad europea,

aprovechar al mismo tiempo la riqueza de las tradiciones respectivas e intensificar el

intercambio mutuo de experiencias, particularmente entre la juventud.

Una armonización en el campo de la legislación de los Estados miembros con el fin

de reforzar la conciencia europea común del Derecho y de crear la Unión Jurídica.

El fortalecimiento y ampliación de las actividades desarrolladas en común por los

Estados miembros para hacer frente, gracias a acciones concertadas, los problemas

internacionales del orden público, a las manifestaciones de violencia grave, al

terrorismo y, de modo general, a la criminalidad internacional.

La Iniciativa Genscher-Colombo de Acta Única contemplaba algunas modificaciones

fundamentales en las instituciones europeas, a fin de otorgar mayor capacidad

normativa al Consejo Europeo, incorporándolo a las Comunidades, y reforzar los

poderes del Parlamento. En el primer caso, el Consejo, integrado por los jefes de Estado

o de Gobierno y los ministros de Exteriores, sería «el órgano de dirección política de

las Comunidades Europeas y de la Cooperación Política Europea» y en tal

condición podría «tomar decisiones y fijar orientaciones». En cuanto al Parlamento,

mantendría su carácter básicamente consultivo, pero fortalecería su capacidad de

control mediante resoluciones sobre las iniciativas del Consejo de Ministros y de la

23

Page 24: Tema 5. de los seis a los doce

Comisión, que deberían ser tenidas en cuenta mediante el procedimiento de

concertación. El Parlamento emitiría un informe preceptivo sobre el nombramiento de

presidente de la Comisión Europea, quien debería celebrar un debate de investidura ante

la asamblea parlamentaria, que tenía la capacidad de cesarlo mediante la aprobación de

una moción de censura.

El proyecto ítalo-germano de Acta Única fue utilizado como documento de trabajo por

el Consejo Europeo en su reunión de Londres, el 26 de noviembre de 1982. Por

delegación, una Comisión ad hoc, integrada por miembros del Consejo de Ministros

comunitario, asumió su estudio con vistas a un nuevo Tratado que permitiera fundir en

la Unión Europea las funciones económicas y sociales de las tres Comunidades y las

tareas de la Cooperación Política, que correspondían al Consejo Europeo. Pero en los

dos años siguientes la toma de decisiones al respecto se vio entorpecida por la crisis del

cheque británico y por el debate sobre el Espacio Social Europeo, al que los

gobiernos de Londres y de Bonn, con el poder que les daba ser los mayores

contribuyentes a las arcas comunitarias, ponían serias pegas por sus medidas de

concertación social, que tendrían un enorme coste presupuestario para los estados más

ricos.

Por lo tanto, la única medida relevante que adoptaron en estos meses los gobiernos,

desde la Cooperación Política, para impulsar el Acta Única fue la llamada Declaración

Solemne sobre la Unión Europea, o Declaración de Stuttgart. Reunido el Consejo

Europeo en la ciudad alemana bajo la presidencia de Heimut Khol, entre el 17 y el 19

de junio de 1983, los jefes de gobierno acordaron avanzar en la creación de la Unión

Europea y adoptaron algunas resoluciones concretas. Se establecieron las cuatro líneas

de acción prioritarias:

a) La potenciación de las Comunidades a fin de que fuesen la base de la Unión.

b) El reforzamiento de la Cooperación Política entre los estados, que no sólo incluiría

la política exterior, sino también la de seguridad.

c) El impulso a la cooperación en materia cultural.

d) La armonización de las legislaciones nacionales.

El Parlamento y la Comisión Europea tendrían participación en los asuntos de la

24

Page 25: Tema 5. de los seis a los doce

Cooperación Política, aunque esta aún no formaría parte del acervo comunitario. Y el

Compromiso de Luxemburgo, de 1966, dejaría de estar vigente en lo tocante a la

exigencia de unanimidad en el Consejo de Ministros en los «intereses nacionales

vitales» de cada estado miembro, lo que había mantenido hasta entonces un derecho de

veto efectivo sobre los actos comunitarios. La Declaración, que debía definir las

políticas comunes durante un lustro, abordaba también cuestiones referidas a la unión

económica y al perfeccionamiento del Sistema Monetario Europeo.

9. EL PROYECTO SPINELLI DEL PARLAMENTO EUROPEO

La Declaración de Stuttgart marcaba, con ciertas reservas en algunos socios

comunitarios, la voluntad política de llegar al Acta Única y armonizar así todas las vías

de desarrollo europeo. Pero era una declaración de intenciones sin fuerza normativa.

Formalmente, el Consejo Europeo, que no era un organismo comunitario, no tenía

capacidad para ello y, en cualquier caso, un avance de tal calibre, que suponía de hecho

la modificación de los Tratados, requería del consenso con el Parlamento Europeo.

Este organismo, hasta entonces con escaso peso en el marco de la política comunitaria,

había fortalecido su posición a partir de 1979, cuando sus diputados pasaron a ser

elegidos directamente por los ciudadanos y ello reforzó su representatividad

democrática. En el seno del Parlamento la corriente federalista, siempre muy

importante, llevaba muchos años defendiendo el proyecto global de la Unión Europea.

Así que, cuando el Consejo Europeo asumió el estudio de la cuestión, los federalistas de

Estrasburgo estaban preparados. Nueve de ellos, encabezados por el eurodiputado

italiano Altiero Spinelli, el histórico fundador del Movimiento Federal Europeo,

crearon en julio de 1980 el llamado «Club del Cocodrilo», por el restaurante donde se

reunían. El Club, que llegó a reunir a sesenta parlamentarios, preparó el esquema de un

nuevo Tratado que, integrando los de las Comunidades de 1951 y 1957, diese vida a la

Unión Europea. Con el apoyo de 179 diputados, lograron que el Parlamento adoptara

una resolución, el 9 de julio de 1981, estableciendo una Comisión de Asuntos

Institucionales, a fin de estudiar un proyecto de Constitución de la Unión Europea.

La Comisión inició sus actividades en enero de 1982, bajo la presidencia de Spinelli, y

terminó sus trabajos en el verano del año siguiente. Su memorándum fue adoptado

25

Page 26: Tema 5. de los seis a los doce

como anteproyecto por los parlamentarios en septiembre de 1983, tres meses después de

la Declaración de Stuttgart. Cuatro juristas vinculados al Tribunal de Justicia

comunitario y al Tribunal Europeo de Derechos Humanos del Consejo de Europa se

encargaron de formalizar el Proyecto Spinelli en un texto constitucional de 87

artículos. Presentado a la Cámara el 14 de febrero de 1984, el Proyecto de Tratado de

la Unión Europea fue aprobado por 237 votos contra 31 negativos y 43 abstenciones.

El proyecto de Tratado consolidaba la institucionalización del Consejo Europeo

como eje de la Cooperación Política y por lo tanto, motor ideológico de la Unión, pero

convirtiéndolo en un verdadero organismo supranacional y permanente, un órgano de

gobernanza federal que asumiría las funciones ejecutivas del Consejo de Ministros y

tomaría todas sus decisiones por mayoría cualificada, sin capacidad para que un

miembro impusiera su veto. El Consejo Europeo asumiría también la iniciativa

legislativa, pero compartiéndola con el Parlamento, que reforzaría también sus

poderes con el pleno control del Presupuesto de la UE. La Comisión Europea vería

fortalecidas sus atribuciones con una mayor capacidad política en la gestión de los

asuntos comunitarios, aunque su actuación estaría sometida al control del Parlamento.

Y el Tribunal de Justicia de Luxemburgo podría ejecutar recursos de casación que

enmendasen las decisiones en última instancia de los sistemas judiciales de los

estados miembros, incluidas las de sus tribunales constitucionales. En definitiva, la

Unión sería un proyecto globalizador, que reduciría el peso de los procesos

económicos en las políticas de integración continental y desarmaría, por lo tanto, las

eficaces críticas de los euroescépticos a la prevalencia de la «Europa de los

mercaderes».

Las propuestas constituyentes del Proyecto Spinelli, que establecían una democracia

federal y parlamentaria en la UE, iban más lejos de lo que los gobiernos europeos

estaban dispuestos a admitir. Pero coincidían, en algunos sentidos, con la Declaración

de Stuttgart y contaron, además, con el apoyo explícito del presidente Mitterrand. En el

marco de una generalizada voluntad de avanzar, ambos proyectos iban a facilitar al

Consejo Europeo abrir, en breve plazo, una nueva etapa de la integración

continental, en marcha hacia la meta de la Unión Europea.

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