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Texto personal versión final

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Una noche misteriosa

Era de noche, hacía mucho frío. Mi habitación suele ponerse muy helada en invierno por lo que una vela encendida en el buró, se convierte en mi mejor compañía. No es por hacer menos a Max, mi perro, pero si lo tengo aquí dentro se la pasa rasgando la puerta porque quiere salirse y no me deja dormir ni un poco.

Esa noche estaba muy cansado, había tenido un día muy agotador en el trabajo por lo que decidí tomar un vaso de leche y galletas e irme inmediatamente a la habitación. La mayoría de las noches me siento en la sala y paso horas viendo la televisión, me encanta ver el programa de las 11 y no me voy a la cama hasta que lo termino, pero ese día particularmente no me sentía bien. En momentos así es cuando más deseo no vivir solo, tener por lo menos alguien a quien pueda contarle mi día, cómo me siento e incluso se preocupe por que me encuentre bien, pero en fin, querías independizarte y que ya nadie te impusiera reglas Christian, ahora te aguantas.

Estaba profundamente dormido cuando alrededor de las 12 de la noche, escuché un ruido muy fuerte que me hizo despertar de un salto. -¿Qué fue eso?- me pregunté a mí mismo, me puse un abrigo y me dispuse a averiguar qué había sido. Toda la casa estaba en total silencio y profunda obscuridad, me dirigí a la cocina, abrí cada uno de los cajones en busca de una linterna y afortunadamente la encontré. Enseguida verifiqué cada una de las puertas y ventanas las cuales estaban muy bien cerradas; revisé la sala, el comedor, mi pequeño estudio pero no, no encontré nada. Quizás el ruido provenía de afuera ya que enfrente de mi casa hay un pequeño lote en donde están construyendo un edificio con departamentos y siempre se quedan trabajando hasta tarde, decidí

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no darle importancia y me fui a mi habitación a tratar nuevamente de conciliar el sueño.

Después de unos minutos comencé a quedarme dormido, recuerdo que estaba pensando en los deliciosos panecillos que me estarían esperando en mi trabajo al día siguiente, llevaba toda la semana esperando ese día. De pronto, recordé algo que hizo desaparecer mi sueño y cansancio por completo, sentí como si me hubieran lanzado una cubeta de agua fría, -¡Max!, ¿dónde está Max?-. Me levanté inmediatamente y corrí por toda la casa a buscarlo, revisé cada rincón, cada espacio de la casa y en eso recordé que había un lugar que no había revisado en ningún momento: el sótano.

Rápidamente me dirigí a esa parte de la casa, abrí la puerta la cual emitió un gran rechinido ya que era algo vieja y tenía mucho tiempo que no la abría. Encendí la luz y poco a poco empecé a bajar cada uno de los escalones, en ese momento un inmenso temor se empezó a apoderar de mí, creo que ya debo de dejar de ver tantas películas de terror. –Max, Max-, comencé a llamar esperando alguna respuesta de mi noble amigo. Al caminar un poco, a unos escasos metros pude observarlo tendido en el piso e inmediatamente mi corazón comenzó a latir muy rápido, ¿qué le había pasado a mi fiel compañero?, en un segundo pasaron por mi mente cada uno de los momentos que he pasado con Max, desde que era un pequeño cachorro y llegó a mi vida a alegrar cada uno de mis días. Lentamente me acerqué a él, comencé a sacudirlo pero no respondía, mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas pero éstas se esfumaron ya que al recargar suavemente mi mano sobre él pude sentir su respiración ¡estaba vivo!, ¡mi querido Max, estaba vivo!, sin embargo, mi felicidad no duró mucho tiempo. Escuché unos pasos a mis espaldas, inmediatamente miré de reojo y pude notar una silueta oscura que se encontraba detrás de mí. Mi cuerpo se estremeció completamente, sentí como comenzó a faltarme el aliento, pero a pesar de sentir cada parte

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de mi cuerpo congelada, decidí girarme y mirar, fue ahí cuando lo vi; era un hombre, un hombre que al mirar mi rostro, rápidamente se lanzó hacia mí.

No recuerdo exactamente qué sucedió, sólo recuerdo que desperté y aún me encontraba en el sótano, ya era de día. Al recobrar totalmente la conciencia pude sentir un gran dolor en la parte derecha de mi cabeza, seguía sin poder mover mi cuerpo pero esta vez porque mis manos y pies se encontraban atados con una cuerda. Al inspeccionar un poco mi alrededor pude ver que la pequeña ventana del fondo estaba quebrada, creo que ya sé de dónde provenía el ruido de la noche anterior. Max ya no se encontraba ahí y no había ninguna señal de él. Seguí explorando con la vista el lugar cuando de pronto mis ojos se encontraron con los de aquél hombre misterioso, él se encontraba sentado en una silla en un rincón, observándome, al lado de unas cajas desordenadas. Era un hombre alto, su rostro estaba cubierto con un pasamontañas dejando a la luz sólo sus ojos.

-¿Dónde está Max?- no pude evitar preguntarle.

-Tranquilo, él ya no está aquí pero está en un lugar donde no le harán daño, no te preocupes por él- me respondió.

-Si quieres robar, llévate todo lo que quieras pero suéltame por favor-

-No Christian, yo no estoy aquí para robar, en ese caso hubiera buscado una casa con objetos de más valor, ¿no crees?- dijo con cierta ironía.

¡Dijo mi nombre!, ¡el hombre misterioso sabía mi nombre! Eso inevitablemente me dejó sin palabras, guardé absoluto silencio y me dispuse sólo a observarlo. Sus ojos reflejaban gran coraje y tristeza a la vez, poseía una mirada muy profunda que extrañamente me inspiraba un poco de lástima al preguntarme, ¿por qué cosas no ha pasado ese hombre para que su mirada refleje eso?, ¿qué será lo que lo ha llevado a

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hacer todo esto?, ¿qué es lo que quiere? Aún me dolía mucho la cabeza por lo que sin darme cuenta, caí profundamente dormido.

Al despertar, el hombre misterioso ya no se encontraba en el sótano. Comencé a estirar un poco mis manos las cuales tenía adormecidas y al hacerlo pude sentir un pequeño vidrio que pertenecía a la ventana quebrada. Sin pensarlo, lo tome como pude y comencé a tratar de romper la cuerda que me ataba. Después de un rato lo logré, pude librar mis manos y después mis pies; era mi única oportunidad para escapar. Caminé lentamente hacia las escaleras, las subí y poco a poco abrí la puerta tratando de que el rechinido fuera casi imperceptible. Me dirigía apresuradamente hacia la puerta cuando de pronto, de forma inesperada, el hombre apareció. Comencé a gritar lo más alto que pude pero fue inútil, ahora entiendo por qué mi madre me dijo en muchas ocasiones que no era bueno vivir en un vecindario solitario. Al mismo tiempo que gritaba, intercambiamos algunos golpes y después de tantos manoteos le arranqué el pasamontañas que cubría su rostro. Fue ahí cuando lo miré y en ese momento todo tuvo sentido…