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Turno de noche ramsey campbell

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Los ordenadores de la libreríadonde trabaja Woody no funcionancorrectamente, aparecen errores enlos catálogos y los pedidosdesaparecen sin dejar rastro. Lamuerte por atropello de unempleado marca el inicio de ladebacle: un dependiente acusa aotro de acoso sexual; otro pierde lahabilidad de leer; los monitores deseguridad muestran cosas que searrastran entre las estanterías ydesaparecen antes de que nadiepueda encontrarlas…

Los húmedos y silenciosos seres

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que han estado merodeando en elsótano pueden ser lentos, pero soninexorables. Esta librería no es unrefugio. Es la puerta hacia uninfierno como no hay otro igual.

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Ramsey Campbell

Turno de noche

ePub r1.0Ariblack 22.09.14

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Título original: The overnightRamsey Campbell, 2004Traducción: David Luque Cantos

Editor digital: AriblackePub base r1.1

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Para Tam y Sam, con amor yverduras

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Agradecimientos

En marzo de 2001 trabajé a tiempocompleto en la librería Borders deCheshire Oaks. La mayoría de misamigos se sorprendieron de que tuvieraque trabajar en otra cosa aparte de laliteratura, aunque Poppy Z. Brite meenvió varios correos electrónicosentusiásticos. Mi mujer, Jenny, meapoyó como siempre. En los meses quetrabajé en la librería hice unos cuantosamigos y concebí la idea de este libro.¿Qué más se puede pedir? Permítanmeagradecerle a todos mis colegas el

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haberme hecho mi etapa allí tanagradable: Mary, Mark, Ritchie, Janet,Emma, Derek, Paul, Lisa, Melanie M.,Mel R., Mel de la cafetería, Craig, Will,Annabell, Angie, Richard, Sarah H.,Sarah W., Judy, Lindsay, Fiona, Barry,Laura, Colin, Vera, Millie, Joy, John yDave. Ninguno de ellos se parece aningún personaje de este libro, pero elmontacargas es otro cantar. Mi editora,Melissa Singer, fue de nuevo una fuenteinagotable de útiles sugerencias.

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Woody

¿Qué hora se supone que es? Le da lasensación de que apenas ha dormido, ysin embargo ahí está ya la alarma deldespertador. No, se trata del teléfonoinalámbrico que venía con la casa y quesiempre está de un lado para otro. Elamortiguado y estridente sonido lerestituye los efectos del jetlag, aunquehace meses que se mudó al Reino Unido.Sale de debajo de la manta destinada aprotegerlo del frío del norte, para darsecuenta de que se ha dejado elinalámbrico abajo. Apreciaría llevar

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una bata, pero la suya está colgada porla etiqueta a un gancho de la puerta, y elteléfono no espera. Quizá es Gina,creyendo que es de día a este lado delocéano. Quizá se ha decidido a darleuna oportunidad a su librería después detodo.

Enciende el interruptor para arrojaralgo de luz sobre la total oscuridad, salea grandes zancadas de la habitación ybaja las escaleras, que no son másanchas que una cabina telefónica. Labarandilla barnizada de un amarillochillón, similar al de los dientes de unviejo, cruje para avisarle de que nodebe apoyarse demasiado en ella. La

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bombilla sobre las escaleras gasta lamayor parte de su energía en sersimplemente amarilla. Hasta el momentoantes de posar los pies en ella, nuncahabía pensado que una alfombra pudieraestar tan fría, sin embargo, ni de lejospuede competir con el linóleo de lacocina. El teléfono tampoco está allí. Almenos no hay muchos lugares dondebuscarlo en una casa tan pequeña quesolo un británico la alquilaría.

Está en la habitación frontal, junto alsillón, frente a un televisor que tiene tanpocos canales que ni siquiera necesitaun teleprograma. Las descoloridascortinas color chocolate están abiertas y,

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de camino al sillón, la luz rosácea leresulta molesta. El teléfono no estádonde esperaba, sino en el hueco delasiento, ¿y qué más encontramos poraquí? El envoltorio de un caramelodecorado con pelos y pelusas y unamoneda verdosa tan vieja que sulegalidad es dudosa. Aprieta el botóndel teléfono con la otra mano paraacallarlo.

—Woody Blake.—¿Es usted el señor Blake?¿Lo ha soñado o acaba de decirle su

nombre?—Aquí me tiene, sí.—¿El señor Blake, encargado de

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Textos?Para entonces Woody ya se ha

deshecho del pegajoso papel de entresus dedos tirándolo a una abolladapapelera adornada con el mismo papelflorido de las paredes. Arriesga sudesprotegido trasero sentándose en elrasposo brazo del sillón.

—Eso es lo que soy.—Soy Ronnie, de guardia en el

complejo comercial de Fenny Meadows.Tenemos un aviso de alarma en sutienda.

Woody se pone en pie.—¿De qué tipo?—Podría ser falsa. Necesitamos a

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alguien para comprobarlo.—Voy de camino.Ha dejado atrás la sombra

proyectada por el vuelo de los pájarosde yeso a la izquierda del pasillo.Medio minuto en el baño le rebaja algode su tensión, y al momento está vestidocon unas ropas que han tomado prestadoparte del frío del edificio. Añade alconjunto el chaquetón, que era ya lobastante grueso para el invierno deMinnesota, y cierra de golpe tras de sí lapesada puerta de madera de la entrada,saliendo a la acera. Dos zancadas lellevan al coche alquilado, un Hondanaranja, que sería blanco si no fuera por

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las luces de Halloween de la semanapasada, que parecen inundar todo detonos color zumo de calabaza. La calle(lo que los británicos llaman terrace,casas adosadas las unas a las otras comoun acordeón de ladrillos rojos, con lasventanas delanteras sobresaliendo) estásilenciosa salvo por Woody y su alientoteñido de naranja. El coche marca suterritorio expulsando una nube de humoocre, girando ciento ochenta grados, ypasando el pub Flibberty Gibbet, que alparecer antes se llamaba El Ahorcado, yes el lugar donde la mitad de loshombres de la zona se pasa el díaapostando en las carreras de caballos.

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Más de medio kilómetro de terraces ysemáforos en rojo sin nadie a quienesperar le transporta más allá de lascasas y las aceras, de los frondososvergeles donde los tardíos dientes deleón florecen y las farolas alumbran losotoñales árboles perennes. Treskilómetros de autovía le llevan a laautopista entre Liverpool y Manchester.Apenas ha alcanzado la velocidadmáxima permitida cuando tiene quefrenar para coger el desvío del complejocomercial.

Está seguro de que la librería seencuentra mejor situada que cualquierotro local de la ronda de medio

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kilómetro donde se encuentra elcomplejo. Nada más llegar a la rampade salida, divisa las gigantescas letrasalargadas en la pared de cemento deledificio de dos plantas formando lapalabra «Textos»; la niebla rodea latienda con su aura blanquecina. Conducepor los alrededores del complejo,pasando varios edificios a medioconstruir, y junto a la entrada delrestaurante Stack o’ Steak y elsupermercado Frugo. Tríos de arbolillosjóvenes, plantados en fragmentos dehierba, decoran el asfalto delaparcamiento. Acechan al coche deWoody, proyectando sombras de los

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focos que montan guardia encima de losedificios; la tienda de móviles Stay inTouch, la Baby Bunting cerca deTeenstuff, la TVid con su escaparatelleno de televisores, y la agencia deviajes Happy Holidays, que comparteuna calle con la librería. Un incesantetrino, como el grito de un enloquecido yenorme pájaro, invade sus oídosmientras aparca frente a la entrada deTextos ocupando tres espacios.

Un hombre corpulento y de uniforme,con una carpeta bajo el brazo, se acercapesadamente a su encuentro.

—¿Señor Blake? —exclama con untono de voz tan inexpresivo como su

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corte de pelo al cero y un acento tanabierto como su rostro honesto y carentede emoción.

—Y usted debe de ser Ronnie, ¿nohe tardado mucho, verdad?

Necesita consultar su grueso reloj depulsera negro y rascarse a conciencia lacabeza para poder decir:

—Casi diecisiete minutos.Grita mucho, lo que unido al quejido

de la alarma es suficiente para bloquearlas entendederas de Woody.

—Déjeme solo… —exclama Woodypara indicarle que va a desactivar laalarma de la tienda. A continuación,teclea en el panel situado entre los

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pomos de las puertas de cristal. Losnúmeros dos, doce, uno y once le danacceso al felpudo que pone «¡A leer!»,entre los dos arcos de seguridad. Meteotro código en el panel de la alarma, quemuestra una luz roja correspondiente ala sala de ventas, y entonces se hace unsilencio tenso, roto por un pequeñozumbido agudo del que culparía a unmosquito si estuviera trabajando aún enla sucursal de Nueva Orleans.

No ha identificado todavía el origendel sonido cuando Ronnie le dice:

—Necesito que firme mi informe.—Lo haré encantado cuando eche un

vistazo a la tienda. ¿Me ayuda?

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El guardia se siente claramenteintimidado por la visión de más demedio millón de libros, comenzando conlos de la mesa repleta de TextosTentadores cercana al felpudo deentrada. Woody enciende todas las lucesdel techo y gira a la izquierda, pasandoel mostrador con las cajas registradorasy la terminal de información.

—Usted podría ir por el otro lado—sugiere.

—Si alguien está haciendo algo, locogeré.

Ronnie suena ansioso por atrapar aun malhechor. Enseguida empieza abuscar, por el pasillo de Viajes e

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Historia, donde Woody advierte, através del escaparate a mano derecha,que las promociones necesitanrenovarse. Le recordará a Agnes, oAnyes, como se hace llamar, que losclientes merecen ver algo nuevo cadavez que visiten Textos. Rápidamentepasa por los pasillos de Ficción yLiteratura de Jill, frente al escaparate dela izquierda. No hay sitio paraesconderse junto a la pared lateral (llenade cintas de vídeo, películas en dvd ydiscos compactos), y los estantes de lazona central solo llegan a la altura delos hombros de un adulto. La sección deWilf está tan ordenada que se podría

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pensar que nadie se interesa ya en loscredos, en las religiones o en lo oculto,pero cada libro tiene su público… esees otro lema de Textos, convertido ahoraen internacional. Entretanto, la cabezade Ronnie se mueve de un lado a otropor los pasillos de Géneros de Ficción.

—Nada —dice cuando se encuentracon los ojos de Woody—, solo libros.

Woody no puede evitar tomárselocomo algo personal. Nadie debería sertan poco entusiasta teniendo Textos talselección de libros que ofrecer; elcomentario le molesta más incluso quela posibilidad de tener a un intruso.

—¿Qué clase de libros lee? —le

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pregunta.—Cosas divertidas —admite

Ronnie, pasando ahora por la sección deErotismo.

—La sección de humor está en ellateral.

Aunque Woody va con pies deplomo, Ronnie parece estar combatiendoel pensamiento de que se está riendo deél, así que Woody decide dedicar suatención al fondo de la tienda, dondeestá la sección Infantil. Parece quealguien hubiera soltado monos en esazona. No deberían estar así al final deldía; tendrá que hablar con Madeleine.Nadie se esconde tras las sillas, tendría

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que ser un enano para poder hacerlo,pero hay un libro abierto y boca abajoen la alfombra de Textos Diminutos. Esun libro de lectura con palabras de unasola sílaba en una página y una imagende lo que representan en la siguiente.Seguro que Madeleine no ha podidodejar eso ahí; quizás al caerse activó laalarma. Woody comprueba que no estádañado y lo devuelve al estante. Paracuando se encuentra con Ronnie enTextos Tentadores, no ha descubiertonada más fuera de su lugar.

El guardia los mira de una formaextraña. Parece que algunos bestsellershan captado su atención. Woody está a

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punto de alentar su interés cuandoRonnie suelta de golpe su carpeta contrala pila de ejemplares de Ringo porJingo.

—Toma eso, pequeño mamón.Por mucho que odie a los Beatles o a

su batería, nunca existen excusas paradañar un libro; Woody ve el resultadodel ataque. Un mosquito da sus últimosestertores sobre la nariz del famosomúsico. Ronnie despega el insecto conel pulgar y luego se lo limpia en lospantalones, dejando un rastro que parecede mocos en la nariz de Ringo Starr.

—Es eso del calentamiento global—murmura Ronnie—. El tiempo ya ni

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sabe dónde está.Woody limpia la portada con su

pañuelo hasta que no queda rastro delincidente. Está observando como elguardia escribe cuidadosamente unaletra en la carpeta cuando comienza aatronar una canción por los altavoces.«Goshwow, gee and whee, keen-o-peachy…». Es la primera pista de undisco compacto que la dirección proveecon la intención de animar a losempleados cuando están llenando degénero una nueva tienda. Woody tieneque admitir que es una de las pocascosas que le hacen avergonzarse de seramericano. ¿Y por qué se ha encendido?

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Quizá un error similar en el suministrode energía activó la alarma. Cuandoapaga el reproductor que hay bajo elmostrador, Ronnie frunce el ceño.

—Me gustaba —se queja.Woody ignora la petición implícita

mientras el guardia escribetrabajosamente y finalmente le cede lacarpeta y un bolígrafo roto por el uso.«Farsa alarma en la librería Texto,00.28-00.49» es todo lo que pone,además de un manchurrón de tinta.

—Gracias por cuidar de mi tienda—dice Woody, tratando de incorporar elmanchurrón a la primera vocal, pero enrealidad ahora parece algo parecido al

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dibujo de un ojo morado.—Es mi trabajo.Suena como si Woody hubiera dicho

demasiado. Quizá piensa que elencargado no debería tener ese sentidode la propiedad. Woody se ve tentado arevelar que es la primera sucursal de laque es jefe después de haber idoescalando puestos por las de NuevaOrleans y Minneapolis, pero si eso nosignificó lo bastante para Gina, ¿por quéiba a servir con el guardia? Ya erabastante malo que a ella no le gustaraFenny Meadows, y mucho peor que nosupiera decir el por qué. Lasimpresiones no valen para nada si no

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puedes o no quieres convertirlas enpalabras. No hay duda de que enMisisipi es donde debe estar, estetiempo no va con ella.

—Bueno, supongo que ya hemosacabado por esta noche —dice Woody,dándose cuenta demasiado tarde de queeso solamente va por él.

Ronnie arrastra su sombra hastallegar a su garita, junto a Frugo, pasandopor las tiendas y los locales vacíos,mientras Woody vuelve a encender laalarma. Los focos le hacen daño a losojos hasta que se sube al Honda, pero nova a permitirse dejarse vencer por sucansancio hasta que no tenga la cabeza

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sobre la almohada. Saliendo por laincorporación a la autopista, los grafitisen el cemento de los pilares seencuentran con la luz de sus faros;palabras cortas y crudas, pintadas conletras primitivas tan gigantes, sospecha,como diminuto es el cerebro de susautores. Esa es una clase de cliente sinla que Textos puede sobrevivir, yWoody espera que Ronnie y sus colegaslos mantengan alejados hasta que latienda tenga vigilancia propia. Decualquier modo, está seguro de que susempleados están listos para cualquierdesafío, y eso incluye la campañanavideña; aunque hubieran podido

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afrontarla con mucha mayor experienciasi la tienda hubiera abierto enseptiembre. No pudo hacer nadarespecto a eso; las obras del edificio seretrasaron por culpa de losconstructores. Ahora en cambio sí puedehacer todo lo necesario y no debeesperar menos de sus empleados. Noimporta absolutamente nada dónde ycómo viva, si luego no se siente felizrespecto a la tienda. Quizá esa era larazón por la que Gina decidió notrabajar en ella; no le gustaba compartirla pequeña cama, aunque no estuvo fríamucho tiempo. Ese pensamiento ledibuja una sonrisa irónica en los labios

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mientras conduce por la autopista y laniebla se mezcla con las luces delcomplejo comercial.

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Jill

El Nova de Jill necesita quince minutospara salir de Bury, donde los camionesde reparto han convertido la estrechacalle principal en un circuito deobstáculos. Otro cuarto de hora,apretando el acelerador, la conduce alcomplejo comercial de Fenny Meadows.La niebla la precede en su camino por elasfalto, y se extiende a través de losverdes y húmedos campos hasta lasdistantes montañas Pennines, un oscurofriso serrado recortado en el grishorizonte. Aparca detrás de Textos, cuya

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última letra de plástico parece un gusanogigante sobre el coche. Antes de saliracaricia la fotografía de su hija, colgadaen el espejo del parabrisas.

—Podemos con esto, Bryony —diceen voz alta.

El vacío callejón de cemento entreTextos y la agencia de viajes HappyHolidays la conduce directamente hastalos libros de los que es responsable, oal menos hasta poder verlos por elcristal del escaparate. Ficción yLiteratura no suena demasiadoimpactante, teniendo en cuenta que Jakelleva Géneros de Ficción, pero se haquedado despierta toda la noche anterior

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intentando idear promociones. Su plande pensiones se está volviendo séptico,le es imposible dejar de pensar, ytodavía tiene que idear una manera depromocionar a Brodie Oates, el primerautor que visitará la tienda. Suspreocupaciones deben de haberencontrado un atajo para llegar a sucara; Wilf parece no estar seguro decómo saludarla desde detrás delmostrador.

—No te preocupes, Wilf —dice, yse pregunta si él también tiene algunarazón para estar preocupado mientras sedirige hacia la sala de empleados.

La puerta a las sencillas escaleras

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de cemento se abre para dejarle paso,una vez que pasa su tarjeta de empleadapor el lector. Dejando atrás losservicios, uno frente a otro en el pasillosuperior de la sala de empleados, noencuentra una reacción especial a sullegada. Aunque Jill llega cinco minutosantes de la hora, el resto de los de suturno ya están sentados alrededor de lamesa de contrachapado de la habitaciónpintada en tonos verde pálido y sinventanas. Jill coge la tarjeta del montónde «salidas» y la pasa por la hendidurabajo el reloj, para ponerla después en eltaco de «entradas». Cuando Jill sesienta, Connie le dedica una amplia

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sonrisa digna de un anuncio de pastadentífrica.

—Ay —dice Connie, arrugando lapequeña nariz chata a causa del chirridode la silla contra el suelo de linóleo—.No hay prisa, Jill, no llegas tan tarde.

Angus hace el movimiento detenderle a Jill una copia de la hojadiaria de «artimañas» de Woody, peroretira la mano ante la rapidez de Connie.Por un momento, el bronceado veraniegoque ya se está disipando de su caraalargada se torna más parcheado sicabe. Las cifras del fin de semana sonlas mejores de la tienda hasta ahora, y elnuevo objetivo de Woody es

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incrementar las ventas los díaslaborables.

—Si tenéis ideas, pinchadlas en eltablón —dice Connie mientras lesentrega a todos una copia del orden delos turnos rotatorios—. Gavin, ese hasido un bostezo monstruoso, tú te ocupasde las estanterías. Ross, ¿te importaríaponer etiquetas de seguridad en todo loque pase de veinte libras? De precio, node peso, pero me valen las dos cosas.Anyes, ¿te importaría informar en elmostrador de información? Jill, seráscajera hasta las once.

Espera tener tiempo para recordarlas diversas rutinas necesarias para

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ocuparse de la caja mientras correescalera abajo, pero Agnes ya necesitaayuda; hay cola. Jill teclea su número deidentificación en la caja 2 y frota susmanos para calentarlas.

—El siguiente, por favor.Una chica delgada a pesar de su

embarazo, y ataviada con unimpermeable hasta los tobillos, deseacomprar seis novelas románticas con sutarjeta Visa. Pasa los códigos de loslibros por el escáner, la caja acepta latarjeta, y Jill recuerda apoyar cada libroen el panel que neutraliza cualquierdispositivo de seguridad que unencargado haya escondido en ellos al

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azar. Coge una bolsa de plástico deTextos del montón bajo la caja, y estachirría contra sus uñas cuando mete enella los libros antes de tendérsela a lacliente.

—Disfrútelos —dice sin olvidarsede sonreír—. El siguiente, por favor.

Su petición invoca a un hombregrande con un sombrero pequeño, de lamisma lana rasposa que su traje. Elhombre le entrega a Jill un único librogrande sobre aviación militar y uncheque, que debe introducir en la cajapara que esta imprima los detalles de latransacción. La caja canturrea para sí,declarando que no va a hacer pedazos el

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cheque. Al fin, la caja saca la lengua yJill solamente tiene que comparar lasfirmas (no es la misma, pero al menos eslo bastante parecida) antes de escribir elnúmero de la tarjeta de garantía bajo eltique expulsado por la caja. La bolsamás grande que tienen apenas puedecontener el libro. Justo después determinar su lucha contra la bolsa,aparece una joven madre sosteniendo auna niña en su brazo izquierdo. La mujerarroja unos cuantos libros en elmostrador junto con un cupón regalo deTextos para reducir su precio a la mitady una tarjeta Switch. La madre vainformando a la niña paso a paso de las

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acciones de Jill, mientras la caja zumbapara sí como un insecto mediodespierto.

—Ahora mira, la caja registradorase toma su desayuno y la cajera tieneque darle el pedazo de papel dePatricia, que llamamos cupón. Ahora, lacajera tiene que teclear todos losnúmeros de la tarjeta de mami. —Letiene que explicar varias veces a su hijaque Jill no es una enfermera, pero noparece servir de mucho.

—Disfrute de sus libros y vuelva avernos pronto —dice Jill al fin,arriesgándose a intentar pellizcarle labarbilla a Patricia; la tentativa es vana,

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la niña se aparta.—Gracias —dice la joven

alegremente, llevándose sus dospaquetes de la tienda.

Jill se permite un quedo peroexpresivo suspiro justo cuando Agnes seacerca furtivamente desde la terminal deinformación.

—Perdón por dejarte con toda estagente. —Su voz es poco más que unsusurro. Esconde un oscuro mechón desu cabello tras la oreja y revela unrostro pálido y huesudo moteado de rojopor la vergüenza.

—El ordenador parecía no quererayudarme a encontrar un libro.

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—No te preocupes, Anyes, todosestamos aprendiendo —dice Jill,dedicándole una mirada de apoyo.

—Jill llama al cuatro, por favor. Jillllama al cuatro —dice una vozproveniente del techo.

Se siente como si Connie la hubierapillado ganduleando. Al menos no tieneque utilizar el sistema público paracontestar. No le gusta escucharse en losaltavoces, dejando al descubierto suacento de Manchester; es como si la vozque oye dentro de su cabeza fuera unvestido pijo que fingiera llevar, o quizáuno lleno de agujeros de cuya existenciano es consciente.

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—¿Te importaría irte a comerahora? Wilf quiere salir a las doce yRoss a la una —le pide Connie una vezestán conectadas.

Son solo las once, y Jill trabajahasta las seis. Al menos podráterminarse antes la novela de BrodieOates, y seguramente entonces lesurgirán ideas. Se apresura a fichar yabrir el libro mientras el microondas leda vueltas al envase de las verduras conchile de anoche, emitiendo una serie deamortiguados gruñidos metálicos. Laportada de la novela es sencilla, soloaparecen el nombre del autor y el título,Vestir bien, vestir mal , en diversos

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tipos de letra; no hay fotografía, solo unaaclaración de que es «la primerapublicación del autor» en la solapatrasera. Todavía no ha terminado de leerel primer párrafo cuando tiene que mirara su alrededor para averiguar quién estáleyendo por encima de su hombro; porsupuesto, el aire frío ventilando su nucaproviene del aire acondicionado, ytambién agita la esquina de la página.Come directamente del envase con untenedor mientras lee. ¿Es el final dellibro una broma, y si lo es, a quién vadestinada? Cuando el hombre, solo enuna habitación, se quita la ropa, resultaser todos los personajes: el detective

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victoriano cuya presa, un ladrón dejoyas, es él mismo disfrazado; elsargento de la Primera Guerra Mundialque al final resulta ser su propia hija, lamisteriosa cantante de un club nocturnode Berlín, su hijo y un hermafrodita; ytambién el detective privado de lossesenta que no podía decidir cuál era susexo y descubrió tomando drogaspsicodélicas que todos estos eran susparientes, sintonizando con suscongéneres a mitad del libro. A partir deentonces estos comienzan a su vez aechar la vista atrás. Jill pincha con eltenedor la mejor parte, que ha dejadopara el final, pero resulta ser una bola

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de papel de plata camuflada por lasalsa. Lo escupe en un pedazo de papelde cocina y lo tira a la papelera, paraluego retomar al libro.

Cuando ha acabado de relamerse laúltima partícula de comida de la bocadescubre que el significado del título dellibro escapa a su mente. La persona queestaba a punto de hablar por el altavozha decidido de repente no hacerlo, puesel altavoz queda de nuevo en silencio.Seguro que el titulo tiene que sugerir unmodo de promocionarlo, o incluso lasiniciales.

—Puede sonar como VBVM…babum —piensa en voz alta, e intenta

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ser más honesta—, ¿es esto un babum?Cómprelo y lo averiguará…

Pensándolo durante un momentodescubre lo mala que es cualquiera deestas ideas, pero ahora la palabra no sele va de la cabeza; ni siquiera es unapalabra que tenga algún significado, esun mero pedazo de lenguajetraqueteando en su cráneo como untambor o el inicio de un dolor dec a b e z a . Babum, babum, babum,babum… Se alegra de que la apariciónde Wilf lo interrumpa, salvo por elhecho de que está de pie en la puertacomo si esperara órdenes y asumieraque ella sabe cuáles. Un ceño picudo se

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dibuja sobre los pacientes ojosgrisáceos y la larga y roma nariz deWilf, antes de que se pasara la mano elrostro delgado pero no exento deatractivo.

—Entonces —dice—, umm…—¿Qué puedo hacer por ti, Wilf?—¿Crees que por fin puedo

escaquearme un rato?Jill tiene que mirar su reloj para

entender la pregunta. ¿Cómo ha podidopasarse una hora entera arriba? Nisiquiera se ha tomado un café paradespertar la mente.

—Lo siento, por supuesto, sal —resuella poniéndose prestamente de pie

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y dirigiéndose hacia las escaleras tanrápido que casi olvida volver a fichar.Al menos está dando todo lo que puedepor la tienda. Seguramente, eso es másde lo que se le puede exigir.

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Madeleine

—Mira todos estos libros. ¿Cuántoslibros piensa Dan que hay? ¿Haycantidad de libros?

—Cavidad.—No cavidad, Dan, cantidad. Dan

no está en una cavidad. Estos libros noestán en una cavidad. La mayoría deestos libros están en estanterías. Esto deaquí son estanterías. Las estanterías sondonde se ponen los libros en las tiendas.¿Tiene Dan estanterías en casa?

¿Acaso el padre del chico nodebería saberlo? Debe de pensar que los

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niños en edad preescolar no tienen porqué. El hombre se da paseos por TextosDiminutos junto a su hijo, hablando porencima de la música proveniente de losaltavoces, que incluso Mad sabe que esobra de Händel. Ella está en la otrazona, en Textos Primera Infancia, dondealgunos de los libros esparcidos portodos los estantes parecen delgadosvagabundos, procedentes de otrassecciones, y un ejemplar de TextosAdolescentes está colocado torpementeencima de un estante de cuentos dehadas simplificados. A veces piensa quela única T para llamar a esta seccióndebería ser «Traba».

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—Tonterías —grita Dan, riéndoseen el mismo tono elevado.

—Estanterías, Dan. ¿Buscamosahora un libro para Dan? ¿Qué libro legustaría a Dan?

—Estos —dice Dan, trotando hastael fondo del pasillo y siguiendo unalínea más o menos recta—. Bonitos.

Mad tiene que contener una risita; elniño se dirige directamente a la secciónde Erotismo. Ross cruza una mirada conella desde la sección de Psicología,pero no está seguro de si debe o noresponder a su sonrisa, a pesar de queestuvieron de acuerdo en seguir siendoamigos. Cuando ella le responde con un

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guiño, Ross aparta la vista rápidamente,sin acabar de formar la sonrisa en surostro. Se está ocupando del niño, queha sacado Disciplina Sexual de unestante inferior, hasta que el padre llegay se lo arrebata de las manos.

—No bonito —dice, soltándolobruscamente sobre los libros de arteerótico del estante superior, y mira aRoss, que tiene justo detrás a Mad—.Nada bonito.

Se imagina que el hombre ha notadoalgún rastro de su anterior relación, perono hay nada de lo que arrepentirse. Novan a correr el riesgo de sentirseextraños en el trabajo. Ella se está

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olvidando de la sólida y sedosasensación de Ross en su interior, y delgel de ducha al que sabía su pene; ya seha olvidado de su bronceado rostrocuadrado bajo la rubia cabellera cercadel suyo, a un milímetro de distancia. Lededica una sonrisa que no pretende serdemasiado secreta y continúa cargandoel carro con los libros que se encuentranfuera de su lugar correspondiente. Elpadre de Dan elige uno de palabrascortas y sonidos y se marcha con su hijoal son de Händel. Mad está empujandosu carro a lo largo de Textos Diminutoscuando se le escapa un «oh» cercano aun «ay»; media docena de estanterías

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están ahora en peor estado del que seencontraban antes de empezar aordenarlas.

Ross separa sus labios, a punto dearriesgarse a hablar, y ella recuerdavagamente el aroma mentolado de supasta de dientes.

—Lo siento —murmura observandoel desorden—. No vi cómo lo hacía. Nodejaría a mi hijo hacer eso.

—Nunca mencionaste que tuvierashijos.

—No tengo. Me conoces, soyprudente —se justifica, y un recuerdo leresta color a su bronceado cuando añade—: Quise decir si los tuviera.

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—Ya lo sé, Ross —le tranquiliza; sisiguieran juntos se hubiera dado cuentade que bromeaba, pero en estosmomentos se pregunta cuántas cosasdeben de tener miedo a decirse—.Mejor sigo con esto —dice—. Todavíame quedan libros por bajar.

Espera que haber oído al padre deDan no la haya vuelto monosilábica. Unavez Ross se ha retirado a su territorio,Mad ordena las estanterías de nuevoantes de echar los libros sobrantes en elcarro para ordenarlos y colocarlos en sulugar. Va a toda velocidad, le gustasentir esa sensación. Cuando se pone laidentificación y sale al pasillo de

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cemento por donde llegan los pedidos,la puerta del montacargas detiene enseco la velocidad de movimientos deMad.

¿Es el objeto más lento del edificio?Tiene que aporrear el botón dos vecespara obligar a descender al amasijo quese esconde detrás de las puertasmetálicas. Las puertas tiemblan, altiempo que una voz femeninaamortiguada, que a Mad le recuerda a lade una secretaria, anuncia: «puertaabriéndose». Dos carros han estado depaseo arriba y abajo dentro de esta jaulatan gris como la niebla, pero queda sitiopara ella y el suyo. Aprieta con el pulgar

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el botón de subir y la voz le dice «puertacerrándose».

—Venga vamos, buenmontacarguitas.

Imagina que espera a que ellatermine de hablar para comenzar a hacertemblar las puertas y arrastrarlas a sulugar. Todo vibra en el camino haciaarriba, los carros se golpean unos contraotros, asemejándose el sonido al dealguien muy joven aporreando unabatería. «Puerta abriéndose», dice lavoz al tiempo que la cabina se asienta enlo alto de su recorrido. Las puertas semueven nerviosas, o puede que solo loparezca porque Mad está mirándolas

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fijamente. La frustración hace queparezca que las puertas no se cerraránnunca. La frustración hace que casi sechoque con otro carro cuando al finllega a la zona de carga. Cuandocomenzó en este turno no tardaban másde una hora en cargar y descargar loslibros, pero ahora están a rebosar.

Maltratarlos no los va a hacerdesaparecer, mirarlos tampoco. Llegannuevos libros cada día. Comienza arellenar el carro tan rápido que noentiende por qué le sobreviene untemblor. Quizá el aire acondicionado leestá jugando una mala pasada; no, hayalguien detrás de ella. Se gira y

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encuentra a Woody observándola desdela puerta de la sala de empleados, en laotra punta del pasillo de estanterías demetal. Debe de haber entrado unabocanada de aire por la puerta que eljefe ha abierto tan silenciosamente.Woody se pasa los dedos por la nuca,bajo su frondoso pelo, como si ocultaraallí un interruptor que levantara suscejas, tan negras como su cabello, y loslados de su boca.

—¿Llevas retraso? —exclama.—Más vale que no, tomo

precauciones —le responde; si hubieraalguien delante de quien esa broma seríaadecuada, desde luego no es

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precisamente él—. No mucho —añade.Woody avanza pesadamente,

pasando junto a los estantes de librosdevueltos y dañados y asintiendo sinapartar la vista de ellos. Expresa máspaciencia que reproche, pero hay unatisbo de color en su cara alargada y unaarruga extra en su frente.

—El público no puede comprar loque no ve. Nada debería permaneceraquí más de veinticuatro horas.

—Solamente han sido estos —sedefiende Mad, buscando torpemente loslibros en cuestión, ahora escondidos traslos del pedido de hoy.

—Si crees que necesitas ayuda,

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habla con el encargado de tu turno —ledice Woody a su espalda.

No la necesitaría si anoche alguienhubiera ordenado su sección durante suausencia. Preferiría no hablar mal de suscompañeros, ella puede cargar con laculpa sola. Woody la deja descargandosus libros, pero está segura de seguirsintiendo su mirada. Deja escapar unarisa nerviosa al volverse y comprobarque está sola en el almacén. Acelera elpaso, aunque el carro de los libros hacetanto ruido que no podría oír nada quesucediera a su espalda. Al menos escapaz de meter a duras penas los librosen el montacargas, pulsar el botón de

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bajar y escapar de allí. No le atrae laidea de encerrarse en la lentitud delmontacargas.

Devuelve el carro a su lugar y abrela puerta de par en par, entonces aceleracon sus libros antes de que pasen treintasegundos y la alarma se dispare. Paracuando la pestaña de metal choca y lapuerta se cierra, Mad ya está en lasección de Adolescentes, donde haycantidad de libros que tienen que hacerhueco para dar entrada a otros nuevos.No ha dejado de sentirse observada,aunque Ross no la está mirando; está enuna caja, y Lorraine en la terminal deinformación. Woody podría verla desde

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el monitor de su despacho si quisiera, ental caso la vería vaciar su carro hastamenos de la mitad antes de su pausapara comer de las seis.

Aparca su carro junto a la puerta dePedidos y corre escaleras arriba. Loscarros nunca deben permanecerdesatendidos en la sala de ventas, no seaque un crío, o cualquier persona,tropiece con uno, se haga daño ydemande a Textos (como pasó en CapeCod). Llena de café, de la cafetera colormarfil, una taza amarilla de Textos, y sesienta a comerse su cena de Frugo;ensalada de soja y gambas. Suenadelicioso, pero tiene un regusto grumoso

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que le recuerda a restos de comida de unpicnic recogidos del suelo. Comedirectamente del envase sin pensar enello, ya que al mismo tiempo seleccionapreguntas de varios libros para suprimer trivial para niños. Cuando Jillficha al final de su turno, Mad lepregunta si son demasiado difíciles.

—Bryony podría responder a lamayoría —dice Jill con cierto orgullo.

—Deberías traerla, puede queganara.

—Ese día se queda con su padre. —El alargado rostro de Jill es quizádemasiado grave para andar solo por latreintena, y las arrugas alrededor de sus

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ojos no son precisamente producto de unexceso de sonrisas. Se pasa una manoentre el cabello rojizo, domadosolamente por lo corto del estilo de supeinado—. Le preguntaré qué prefierehacer —dice.

Mad menciona que ella y Ross sonahora solo amigos, y casi todos los delturno de Jill lo oyen. Gavin desata unbostezo que atenaza sus pesadospárpados y pronuncia su ya de por síalargado rostro, acercando la afiladanariz hacia la puntiaguda barbilla. Agnesno parece segura de si mostrarse tristepor ella o darle ánimos. Todos fingen noestar pendientes de Ross cuando lo ven

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subir por las escaleras. Lorraine estácerca de él, detrás, y rompe el incomodosilencio.

—¿Puedo coger libros de tu carro deabajo, Madeleine?

Parece a punto de irrumpir en unacarcajada. Mad piensa eso a veces de larisa de Lorraine, que guarda relacióncon los caballos que suele montar, y suacento, con ambiciones de distanciarselo más posible de Manchester; su tonoparece forzado porque sus brillanteslabios son más pequeños de lo que surostro requiere. Lorraine eleva su cejaizquierda como un arco de signo deinterrogación compuesto de vello

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dorado, y Mad se levanta para alimentara la papelera con lo que queda deensalada.

—Lo estoy usando, Lorraine. Ahoravoy a seguir con ello.

—No has acabado tu descanso,¿verdad? Seguro que no quieres pasartelo que te queda de él en el almacén.

—No, pero necesito adelantartrabajo.

—Dile a la dirección que te concedamás tiempo entonces.

Mad enjuaga la taza sobre elfregadero, que está a rebosar de otrasexactamente iguales a la suya y de platosy otros utensilios. La seca con un trapo

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de Textos y la mete en el mueble sobreel fregadero; al volverse descubre queLorraine sigue mirándola.

—Si alguien hubiera dejado loslibros ordenados anoche y otras nochesque yo no estaba, no me haría faltamucho más tiempo —se queja Mad.Lorraine levanta la vista como siarrojara al cielo una plegaria o estuvieraexaminándose las cejas, un gesto queprovoca en Mad cierta irritación—:¿Quién se encargaba de hacerlo anoche?¿Tú, Lorraine?

A la destinataria de la pregunta se leabren los ojos aún más, pero no apartala mirada de donde está hasta que Gavin

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dice:—Creo que sí, le tocaba a Lorraine,

¿verdad?—Puede ser —le confirma Lorraine,

lanzándole de inmediato una miradaferoz—. Recuérdanos qué tiene esto quever contigo, Gavin.

Su bostezo podría servir comorespuesta.

—¿No decías que los empleadosdeberíamos permanecer unidos,Lorraine? —comenta Ross.

—Dios mío —espeta Lorrainemientras se dirige hacia la puerta—. Silos chicos van a aliarse entre ellos, esmejor que las chicas les dejemos con

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sus asuntos.Nadie quiere que parezca que la

sigue, sin embargo Mad lo hace y seabre camino hacia el almacén. Se mueveágilmente, para ser más rápida quenunca, empujando el carro hacia lasección de libros para adolescentes,pero acaba por detenerse en seco, comosi alguien la hubiera agarrado por elcuello. Media docena de libros, no, más,han sido girados y colocados con ellomo hacia dentro en los estantesinferiores desde que se salió a sudescanso.

¿Ha pensado alguien que seríadivertido darle trabajo adicional? Mira

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a su alrededor buscando al villano, perono hay nadie. Da unos pasos atrás,lentamente, desafiando a los demáslibros a que estén fuera de sus lugares.Ray aparece trotando desde elmostrador de información. Su generosoy rosado rostro mofletudo ha adquiridola expresión paternal habitual de cuandose dirige a una reunión.

—¿Has perdido algo? —le pregunta.—La cabeza es lo que perderé si

tengo que seguir aguantando estasituación.

Ray se pasa la mano por loscabellos pelirrojos, despeinándose mássi cabe.

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—¿Y a qué viene eso? Estamosluchando por la liga, Mad.

Ya sabía que el fútbol es la segundacosa más importante en la vida de Raydespués de su familia, pero nocomprende qué tiene que ver eso ahora.

—Mira lo que alguien ha hechomientras estaba arriba en mi descanso.

Camina tras ella hasta el lugar delcrimen y dirige su mirada hacia dondeMad le señala.

—Bueno, no he visto a nadie. ¿Y tú,Lorraine? Estuviste aquí antes —diceuna vez que ha dejado de torcer la bocay tragar saliva.

Lorraine estaba vagando arriba y

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abajo por los pasillos. No acelera enabsoluto para acercarse a la sección deMad.

—No había nadie —dice, despuésde una pausa para levantar las cejas.

—No te descartes a ti misma —diceMad.

—Nunca tocaría tus libros —diceLorraine, como si fuera demasiadosuperior a ellos, o a Mad, o a ambos.

—Querrás decir que no los tocaríasotra vez, como hiciste anoche.

—Señoras —murmura Ray—.¿Podemos intentar seguir adelante? Noqueremos que nadie piense que nosotroslos de Manchester no nos movemos al

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mismo son.No hay duda de que lo que tiene en

mente no es otra cosa distinta a cánticosde fútbol. Las arrugas en la frente deLorraine evidencian cuánto odia serasociada con el fútbol y con Manchester,algo que divertiría a Mad si el siguientepaso no fuera hacer la pregunta lógica.

—¿Entonces qué hacías en misección?

—Estaba buscando un carro, comoya sabes. ¿Has terminado con este ya?

—Echa una vistazo en elmontacargas a ver si hay alguno.

—¿Todo arreglado entonces? —diceRay esperanzado—. Supongo que antes

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se te pasaron esos libros, Mad. Solo tellevará un momento arreglarlo, ¿no?

Realmente le lleva bastante rato,pues resultan ser de otra estantería.Antes de terminar de cambiarlos,comienza a sentir los dedos pegajosos,aunque no encuentra una explicaciónpara ello. Lorraine se aleja a paso lentodel montacargas, pero Ray se encargadel último libro descolocado.

—Sigue colocando libros en lasestanterías hasta que acabes del todo —dice—. Estoy seguro de que eso es loque quiere el jefe.

Apreciaría la propuesta si no lahiciera sentirse culpable por el trabajo

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acumulado pendiente. Coloca elcontenido del carro en orden y vacolocando los libros delante de lasestanterías donde pertenecen. Luego,regresa con el carro al pasillo y sedesafía a sí misma a colocar cada libroen su lugar correspondiente antes de quecierre la tienda. Hay tan pocos clientesesta noche que pronto todos losempleados (Ray, Lorraine y Greg,rechoncho y de rubia barba) acabanparticipando en el proceso de colocadode libros y ya no se siente diferente.También ayuda el hecho de que Woodyse haya ido a casa. En menos de treintaminutos ha mandado un carro vacío de

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vuelta hacia arriba y lo ha bajado alpoco rato, cargado hasta los topes conlos libros que quedaban en el almacén.

Mad balancea su peso de un pie aotro para espantar el frío del pasillo dePedidos, y entonces oye varios golpessordos provenientes de detrás de lapuerta de metal. No puede evitar pensaren un mono intentando escapar de sujaula, por lo que las palabras delmontacargas («puerta cerrándose»)suenan como una advertencia. Desearíano estar sola en el pasillo, o al menoseso piensa hasta que la puerta se abre.Debió de cargar el carro más de lacuenta, pues se han caído media docena

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de libros al suelo. Abre las puertas delmontacargas, empujándolas con el carro,y recoge los libros. Alguien ha dejadohuellas de barro en el interior de lacabina. Tiene que limpiarse las manos alvolver a coger el carro, y con el mismopañuelo intenta borrar una marca en unlibro escolar de historia. La manchaconsiste en algo parecido a una huelladactilar gigante con arrugas en lugar deespirales. Aparte de eso, ninguno de loslibros ha sufrido daño alguno. Elmontacargas se cierra a su espalda justocuando se dirige a todo correr de vueltahacia la planta de la tienda con el carro,para acto seguido comenzar a organizar

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su contenido.Amontona libros en la moqueta

verde y les va buscando espacio en losestantes. En esas continúa durante unahora; si pensara en ello se sorprenderíade lo satisfactoria que es la tarea, peroel hecho de tratarse de un procesocuadriculado es parte del encanto, y algoextraño tratándose de libros. Lo queimporta es estar a la altura de su propiodesafío, y solo le quedan unos pocosvolúmenes que archivar cuando Raycoge el interfono para transmitir unaviso por los altavoces:

—Textos cerrará en diez minutos.Por favor, acerquen sus compras al

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mostrador.Dos chicas cogen tres novelas

románticas cada una, y un par dehombres, calvos por decisión propia,dejan los libros que estaban hojeando enlos sillones. Apenas ha anunciadoConnie que quedan cinco minutos parael cierre, Mad coloca el último libro ensu sitio, permitiendo que se le escape unsuspiro de triunfo. Está preparada paraayudar a repasar la tienda mientras Rayhace guardia a la salida. Se sienteabsurda por comprobar su propiasección dos veces, mirando por todaspartes, como si esperara encontrar aalguien desordenando los estantes

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inferiores. Por supuesto que no haynadie agachado en una esquina oarrastrándose por el suelo. Ella es laúltima en decir «despejado», y se sientemás tonta todavía al hacerlo.

Ray teclea el código para cerrar laspuertas, al tiempo que Connie usa elsistema de altavoces para decir:

—A limpiar. —Lo exclama a modode invitación. Carga un carro con lasbandejas de cartón de las cajas parallevarlas a la oficina, y Ray se acerca aMad.

—¿Queda algo por hacer? —pregunta.

—Solo el resto de la tienda —le

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asegura con orgullo.Hay varios libros perdidos

desperdigados por la sala. El calvo delsillón estaba ojeando una colección decómics sobre un pene parlante; sin dudasus gruñidos se debían a la risa. Trespelículas de terror, protagonizadas porinsectos gigantes, han salido de suscrisálidas de plástico y se han colado enla sección de Ciencia. A Mad le suponealgún tiempo localizar sus estuches. Unavez que los libros de los estantes denovedades ya han sido devueltos a suredil, la gran masa de ejemplares ha deser ordenada. Mad desearía no seguirsintiendo la necesidad de echar un

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vistazo a los suyos a cada rato. Haperdido la cuenta de las veces que lo hahecho cuando Lorraine dice:

—¿No deberíamos haber acabadoya?

—Vaya, tiene razón —dice Ray—.Han dado las once.

Mad consulta el fino reloj de oroque le compraron sus padres por suveintiún cumpleaños, el año pasado.

—No pasa nada por unos pocosminutos más, si la tienda los necesita —comenta Greg.

—Te diré algo, Gregory —diceLorraine—. Si quieres te regalo misminutos y tú sigues trabajando.

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Ray blande su tarjeta deidentificación en el lector junto a lapuerta de la sala de empleados. Ray seecha a un lado para dejar a Mad yLorraine fichar primero.

—Lo siento, se me olvidó avisar dela hora. El ordenador no parece quererdejarme introducir las cifras —declaraConnie desde su oficina.

Posiblemente Ray se mosquea unpoco ante la afirmación implícita de quemandar a los empleados a casa seameramente una de las funciones de sutrabajo.

—Espero que lo arreglemos —ledice, y precede a los demás hasta la

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salida—. Conducid con cuidado —aconseja a sus compañeros antes dedejarlos salir, pues hay una gran cortinade niebla a doscientos metros de latienda, en Fenny Meadows.

El desierto de asfalto, adornado solocon los delgados rectángulos pintadosbajo la gigantesca equis de «Textos»,brilla ligeramente, como si estuvieraembarrado. La superficie exterior de losescaparates se está tornando del colorgris del hielo. El aire está cargado conel espeso y lechoso resplandor de losfocos. Las luces más alejadas tienen unaspecto más difuminado; las del exteriorde Stack o’ Steak y Frugo podrían ser

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lunas atadas con una cuerda invisible alpavimento, la clase de luna borrosa quea Mad le parece un huevo gigante apunto de eclosionar y soltar una hordade arañas. Se da prisa, temblando defrío y caminando detrás de Lorraine paradar la vuelta al edificio y llegar alaparcamiento de empleados delcomplejo.

Allí está su pequeño Mazda verde,blanqueado por el foco sobre la equis de«Textos». Las sombras provocan que loscinco coches parezcan estar sobre ojunto a charcos que han surgido dedebajo del cemento. Lorraine se sube asu Shogun antes incluso de que Mad

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haya abierto la puerta de su vehículo.Greg está esperando dentro de su Austin,y aprieta el claxon como si les diera asus colegas permiso para irse. Mad dejatiempo al motor para que se caliente yno se cale. Una mancha de luz repta porla pared y parece desaparecer en elcemento; es el reflejo de los faros deLorraine alejándose.

Cuando Mad pasa conduciendo pordelante de Textos, vislumbra una formaborrosa vagando entre las estanterías;Ray, presumiblemente. Sin duda estácomprobando si todo está en orden. Nopuede evitar preguntarse durante cuántotiempo estarán las suyas en ese estado.

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Sigue avanzando con su coche, saliendode la niebla que cae sobre el complejo,y ve las luces de los faros volando comochispas por la autopista. No deberíasentirse como si estuviera emergiendodesde un lugar lóbrego. Ahora va a sucasa en St. Helens, a su primer pisitopropio, a meterse en la cama compradapor sus padres para su estancia en launiversidad; con un poco de suertedisfrutará de nueve maravillosas horassin pensar en el trabajo.

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Nigel

¿Es muy tarde? Han pasado doceminutos desde la última vez que miró;queda poco para las cinco, así queapaga el despertador, no sea quedespierte a Laura. Alargar la mano haciael reloj es como meter el brazo desnudoen un cubo de agua que ha estadoacumulando hielo toda la noche. Tanpronto como encuentra y aprieta el botónse refugia en el calor tropical de debajode la manta, pero no debe arriesgarse avolver a quedarse dormido.Acercándose un poco a ella sin salir del

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colchón, posa un ligero pero duraderobeso en el omóplato de Laura, el cualestá tan desnudo como el resto de sucuerpo. Está intentando salir de la camacomo puede cuando ella masculla unaprotesta somnolienta que no esexactamente «noche» ni «no» y alarga lamano para agarrarle el pene.

Su mano parece la representacióncarnal de todo el calor de debajo de lasmantas. Al principio, su miembro pierdelaxitud y comienza a endurecerse,deseando despertarla tan lentamentecomo sea posible, a base de besos. Laprincipal desventaja que tienen losturnos de Nigel en Textos y el de Laura

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de enfermera (además de su excesivainsistencia, en su opinión, en invitar acompañeros de trabajo y sus hijos acasa) es la falta de ocasiones en las quealguno de ellos no está demasiadocansado. Pero ella necesita dormir, y sicae en la trampa acabará llegando tarde.No puede tener esperando a losempleados de su turno en la puerta de lalibrería. Aparta amablemente los dedosde Laura y los levanta hasta su bocapara besarlos antes de deslizarsedefinitivamente fuera de la manta y salirde la habitación.

Incluso la alfombra está tan fríacomo la nieve. No es de extrañar que su

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pene trate de esconderse como la cabezade un caracol. Se apresura escalerasabajo todo lo deprisa que puede, sinhacer ruido, y cruza la cocina colorcaoba para subir la calefacción central.Para cuando ha usado el baño y la duchajunto a la cocina, y se ha puesto la ropaque dejó abajo la noche anterior, el fríose ha ido escapando de la casa. Vuelvearriba de puntillas, con la intención dedarle a Laura un beso de buenos días enla frente.

—Duce idado —masculla ella—. Teeo noche.

Cuando tiene la seguridad de que seha vuelto a dormir, abandona la casa sin

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hacer ruido.Un camión de reparto de leche

canturrea su irregular crescendo por elpueblo al tiempo que Nigel abre laspuertas de la entrada y las del garaje dedos plazas. Si bien West Derby ha sidoun suburbio de Liverpool durante más deun siglo, es lo suficientemente tranquilopara ser todavía considerado un pueblo.Da marcha atrás a su Primera, dejandosolo al Micra de Laura y cierra el garajey las puertas. Tres minutos bordeando ellímite de velocidad llevan a Nigel a lacarretera de doble sentido de Queen’sDrive, y menos de diez a la autopista.

Durante más de media hora los

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humeantes conos de luz de sus faros sonsu única iluminación. Señales comopromesas de un cielo azul (St. Helens,Newton-le-Willows, Warrington)quedan atrás a su paso, y en seguidaquedan expuestas a la luz de su farotrasero en el espejo retrovisor. La señalde Fenny Meadows parece menosdefinida que sus compañeras; en ladistancia parece blanca por el moho.Recupera su color a medida que laniebla cae sobre la vía de acceso,dejando más clara su posición en elcomplejo comercial.

La niebla aletea alrededor del foco,sobre la equis que parece una enorme

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firma analfabeta en el muro trasero de lalibrería. Cuando deja el coche, unparche de humedad surge sobre él ypermanece allí como un sedimento, peroes una sombra causada por la niebla. Seapresura a cruzar el callejón del mismocolor de la niebla y pasa por elescaparate, en el cual cierta cantidad delibros han escapado de sus ahora vacíospasillos. Teclear parte del apellido deWoody en el panel abre las puertas decristal, y hacer lo propio con las dosprimeras letras convertidas en númerossirve para desactivar la alarma.

Tan pronto como Nigel se encierradentro, comienza a temblar. La

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calefacción no lleva mucho rato puesta,y algo de niebla debe de haberse coladodurante el momento en el que tuvoabiertas las puertas; no está seguro de silas zonas infantiles al otro lado de latienda aparecen extrañamente borrosas.Se queda quieto, vacilando junto almostrador, pero no encuentra ningunaexcusa para quedarse allí. Es absurdocomportarse así teniendo en cuenta queLaura lidia cada día en Urgencias conheridas que la mayoría de la gente noquerría siquiera imaginar. Quizá esmejor que no tengan hijos si esta es laclase de ejemplo que va a darles; unpadre al que le asusta la oscuridad. En

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un acceso de rabia pasa suidentificación por el lector junto a lapuerta de la sala de empleados.

Las paredes del pasillo son másblancas que la niebla, pero nunca hatenido claustrofobia. Enciende la luz altiempo que la puerta se cierra por sísola, y seguidamente sube corriendo lassencillas escaleras de cemento. Más alláde la puerta, pasando los servicios y lastaquillas con los nombres de losempleados, hay una luz, y tiene especialinterés en que funcione. Así es, y por unangustioso momento piensa que no estásolo en el edificio. Pero no, Wilf, quiénsi no, volvió a olvidarse de fichar la

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salida, tendrá que darle una hoja deerror de turno. Nigel pasa su propiatarjeta por el hueco y la deja en elmontón de «entradas», sobre la de Wilf,antes de enfilar hacia la sala deempleados.

¿Qué puede poner a alguiennervioso? No las paredes color moho, nilas sillas colocadas en línea rectaalrededor de la mesa (salvo una con elrespaldo apoyado sobre ella), ni eltablón de corcho con varías hojas de«artimañas» de Woody fijadas conchinchetas; ni el fregadero lleno deplatos, tazas y cubiertos sin lavar quedeben de tener algo que ver en el leve

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olor a humedad rancia… Sin embargoesta no es la habitación donde Nigelpasa la mayoría del tiempo ni en la quese siente más incómodo. Con unas pocaszancadas llega a la puerta de su oficina yla abre.

La luz de la sala también cumple susexpectativas. Tres ordenadoresenfrentados a sendas sillas y bandejasllenas de papeles se hacen compañía enun escritorio que nace desde tres partesdiferentes de la habitación. Un par demariposas magnéticas están posadas enel monitor de Connie. El de Ray luce unescudo del Manchester United, y Nigelpiensa nuevamente que debería

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encontrar algo para decorar el suyo;podría hacerle sentir más como en casa.¿Por qué tiene que forzar esa sensación?Ha estado en lugares sin ventanas antes,pero nunca le ha asustado la oscuridad,ni que las luces fallaran, atrapándole enuna negrura tan profunda como las raícesde la tierra. No habrá siquiera undestello del despacho de Woody através de la pared vacía. Es una grantontería, y esta es su oportunidad dedemostrarlo, aprovechando que no haynadie. Dios santo, se supone que es unencargado. Entra en la oficina y cierra lapuerta tras de sí, luego aprieta elinterruptor de la luz con un vigor que le

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conduce directamente a una instantánea yenvolvente oscuridad.

Al andar un poco se trastabilla ydecide quedarse quieto. Quiere dar esospasos; se lo dice a sí mismo. Quiererodearse más y más de esta oscuridad,para probar que ni la mínima expresiónde ella resulta una amenaza para él. Sinembargo, se siente como si hubiera sidoarrastrado dentro de un túnel. Ha pasadolo peor, es decir, nada en absoluto, yahora está sonando el timbre en laentrada. El amortiguado y distantesonido podría estar marcando suvictoria o, siendo honesto, su liberación.Quiere dirigirse a la sala de empleados,

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pero se siente igual que un ciego. No hayni rastro del contorno de la puerta.

¿Se han fundido las luces tras ella oacaso está mirando en la direcciónequivocada? No puede vislumbrarla a sualrededor, pero no debe dejarse llevarpor el pánico; la única posibilidad esavanzar hasta topar con una pared. Da unpaso vacilante y extiende las manos. Laizquierda apenas tarda unos instantes enencontrarse con la porosa frente de algoagazapado delante de ella.

Nigel deja escapar un grito ahogadoque le corta la respiración, dejándolesin aliento. Al tambalearse hacia atrás,oye al objeto escabullirse en la

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oscuridad. Este golpea la mesa con unruido sordo, recibiendo como respuestael sonido del plástico de losordenadores rebotando sobre el mueble.Es entonces cuando se da cuenta de queera una de las sillas con ruedas. Porsupuesto, el sonido que escala por lasparedes no es más que un eco. Está máslejos de la puerta de lo que creía, peroal menos ahora es capaz de localizarla,con la ayuda del sonido lejano deltimbre que alguien está apretandoinsistentemente. Camina torpemente enesa dirección y casi se choca con lapuerta, si no fuera porque detecta unmínimo rastro de iluminación a su

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alrededor. Busca el picaporte, pegajosoy algo húmedo, sin duda debido al sudorde sus manos. Abre la puerta de par enpar y corre, si no huye, escaleras abajo.

Al ver a Nigel cruzar la sala deventas, Gavin quita el dedo del timbre.No deja de moverse en el sitio, justodetrás de las puertas de cristal; mientras,a su lado, Angus deja de frotarse lasmanos, aparentemente para no mostrarimpaciencia. Los rostros de ambos estánrodeados por el halo de susrespiraciones. Apenas Nigel desbloqueala puerta, Gavin brinca sobre el felpudode «¡A leer!».

—Pareces animado —dice Nigel.

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—Siempre alerta, siempre bien, esesoy yo. —Gavin levanta las cejas parasubrayar el golpe de humor que Nigel nollega a captar, o en un intento de alzarsus pesados párpados, o quizá esmeramente un tic que tensa la piel de sucara puntiaguda.

—¿Y tú qué, Anyus? —dice,dándose la vuelta—. ¿Has dormido todala noche?

Angus camina con paso titubeanteentre los arcos de seguridad frente alembarrado eslogan, y se frota unaporción de su larga cara parcheada contal fuerza que parece estar intentandoborrar el bronceado restante del año

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anterior.—Ha pronunciado mi nombre como

el de Anyes —explica sin saber si debeparecerle divertido o no, y en qué grado.

—Ya nos habíamos dado cuenta,Anyus.

Tras ellos, el Passat conducido porel novio de Jake se detiene, y Jake le daun furtivo beso antes de bajarse.

—Me las veré con las masasmientras ficháis —dice Nigel, mirandola hoja de rotaciones—. Estarás en cajala primera hora, Angus. Jake y Gavin, aarchivar.

No hay ninguna masa a la queatender, por supuesto. Nadie ha tenido

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jamás que abrir el cerrojo para alguienque no fuera un empleado, la compra deperiódicos y revistas podrían atraer aclientes más tempraneros, pero Frugolos absorbe y lidera la entrada alcomplejo. Nigel coge los impresos depedidos de clientes del día anterior,después se entretiene en alinear librosde la sección de Animales siguiendo laregulación: media pulgada desde elborde. Cuando Angus reaparece, Nigelse dirige al almacén.

El montacargas está demostrando lobien que pronuncia dos de las trespalabras que se sabe. Mientras Nigelsube las escaleras, resuena un

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amortiguado chocar de libros en suscarros. Los estantes de devueltos ydañados deben ser despejados, peroprimero se deben enviar los pedidos delos clientes. Antes de eso, se envía a símismo a la sala de empleados, donde elligero e irritante hedor estádesapareciendo, y enciende la luz de laoficina. Está a punto de sentarse delantede su ordenador cuando advierte que lapuerta de Woody está entreabierta.

Eso no es nada extraño. Woodytiende a dejarla abierta si está en sudespacho. Cuando Nigel la empuja unpoco, el estandarte de béisbol sobre elescritorio se flexiona como un gusano en

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la penumbra, y queda adherido a lapared de nuevo. Dos de los cuadrantesdel monitor de seguridad en la esquinasuperior muestran también movimiento:Gavin está de rodillas en Música, y otrafigura está en cuclillas en TextosPrimera Infancia. Al menos tienen uncliente, aunque la cabeza de la figura, yde hecho todo su cuerpo está demasiadodifuminado para que Nigel puedadistinguir ningún otro detalle. Cierra lapuerta y se dispone a trabajar en suordenador.

Manda por correo electrónico lamayoría de las órdenes al almacénamericano o al equivalente británico en

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Plymouth, aunque los editores de unacolección de poesía son taninsignificantes que tiene que buscar ladirección y mandar una petición directa.Está a punto de acabar su tarea cuandola voz de Gavin surge desde las alturas.

—Nigel llama al doce, por favor.Nigel, una docena.

Agarra el teléfono para cortar algunaotra posible bromita.

—Sí, Gavin.—Hay un cliente esperando saber si

su orden está lista.—¿Me das los detalles?—Está justo aquí.—Y su nombre es…

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—Sole. ¿Cuál es su nombre de pila?—le pregunta al cliente, y a esto le sigueel sonido de una pausa suavizada poruna mano cubriendo el auricular—. EsRobert —dice Gavin, y añadeinnecesariamente—: El señor R. Sole[1].

¿Es una broma? Cuando Nigel mirael monitor de Woody, ve a un hombre enel mostrador frente a Gavin. Su pelo griscuelga de una cola sobre su velludocuello. Nigel abre la lista de clientes enel ordenador. Riddle, Samson, Sprigg,pero ni un solo Sole ni nada que se leparezca.

—¿Me confirmas el nombre? —seatreve Nigel a preguntar.

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—Me pregunta sobre su nombre —lepide confirmación al cliente. Otra pausainterfiere con la respiración de Nigel—.Es como dije antes —informa Gavin.

—Voy para abajo —dice Nigel, y sedirige con rapidez hacia las escaleraspara evitar que lo repita.

Está casi en el mostrador deinformación cuando el cliente se giravolteando la coleta en el aire ydesprendiendo aroma a astracán. Sulabio inferior ayuda al superior a alzarseen una sonrisa al tiempo que se toca elhoyo de la barbilla y extiende una manotan rechoncha como su arrugada caramoteada.

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—Bob Sole.—Un placer. Nigel —responde este,

y rápidamente añade—: Yo me encargodel señor Sole, Gavin. ¿Recuerda porcasualidad cuándo ordenó su libro,señor Sole?

—El día que abrieron. Fui casi elprimero en entrar por esa puerta.

—Me alegra comprobar que sigueviniendo.

—Ya era hora de que hubiera algode inteligencia por aquí.

Nigel no está seguro de si se refierea Textos o al interlocutor, y se obliga ano apostillar nada al comentario.

—¿Conoce el nombre del autor?

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—Sé su nombre, si eso le sirve deayuda. Bottomley, se llama el tipo. Nome pregunte el título del libro.

Nigel teclea el apellido en labúsqueda del catalogo en línea. Al pocosurgen los resultados, sacando a relucirtítulos como: En los bosques deDelamere, Historias de un comerciantede Stockport, Asesinatos y caos enManchester, Poemas para los picos,Campos y canales de Cheshire…

—¿Podría ser este? —sugiere Nigel,pivotando la pantalla para que el clientevea su contenido.

—Uno se pregunta cómo puede saliralgo semejante de la dura cabezota de

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alguien, ¿verdad? —replica el señorSole, presumiblemente refiriéndose a símismo—. ¿Puede hacer otro intento?

—Lo haré en cuanto vuelva a laoficina. Me temo que su orden de algúnmodo se ha perdido en el sistema, losiento.

—No es culpa de ninguno de susempleados.

No obstante, una vez le ha dictado aNigel una dirección en Lately Common yeste ha impreso el recibo, el señor Soleexamina cuidadosamente su copia antesde doblarla y metérsela en el bolsillo.Ahora mismo es el único cliente; dehecho, Nigel no notó cuando dejó de

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haber alguien en Primera Infancia; lasección estaba desierta cuando bajó. Leenseña su identificación a la pared y seapresura de vuelta a su ordenador.

Tiene puesto un protector de pantallaque no ha visto antes. Muestra la imagende varias figuras haciendo una danza oalgún tipo de rutina repetitiva; pareceque no ha cargado del todo, porque esdemasiado grisácea y borrosa. Presionauna tecla para deshacerse delespectáculo y busca prensa deManchester. Manda la orden del libro deBottomley y mira el monitor deseguridad para comprobar si el señorSole está esperando para saber si su

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pedido está en orden; no es así, laclientela se limita a dos hombres calvosen los sillones. Ambos están mirandofijamente al estante más cercano, comosi los lomos de los libros fueransuficiente lectura, hasta que uno levantala cara, como un pez sacando la boca dela superficie de un estanque.

Es momento para el deleite secretode Nigel. Se pregunta a veces si todo elmundo tiene una manía tan tonta que lemortificaría que se descubriera. La suyaes comportarse como un vándalo con loslibros dañados o imperfectos; quizánecesita ese desahogo por el hecho deser encargado. Los estantes son un

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alboroto de sonidos discordantes cuandocorre por el almacén buscando un carro,dentro del cual introduce media docenade cintas de casete estropeadas y másdel doble de esa cantidad en libros.Rueda con ellos hasta su parte delescritorio de la oficina y se dispone aexaminar su tesoro.

No va a adjudicarle a ninguno de losempleados la responsabilidad de losproblemas con los casetes; no hay doscintas con un mismo número deidentificación de empleado. Pone lasiniciales de «película borrosa» o «cintaborrosa», o simplemente «borrosa» enlas hojas de Razón de Devolución, y

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mete las cintas en una caja con direcciónal almacén de Plymouth. Los librostienen más razones para abandonar latienda (fragmentos enteros de texto estánrepetidos, o la impresión está torcida yse sale de la hoja) y Nigel despedazacon gusto los lomos, lanzando luego acada uno de los desgraciados al interiorde la caja; es entonces cuando descubreque uno de ellos resulta ser Campos ycanales de Cheshire. Está a punto dedeleitarse en honor del señor Sole, peroentonces ve que la parte medular delflaco volumen, incluyendo algunaspáginas en las cuales solo puededistinguir las palabras Fenny Meadows,

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está impresa con una tinta tan corridaque parece haber estado bajo el agua.Arroja el libro dentro de la caja y abreel ejemplar más caro, cien libras depinturas de Lowry. ¿Dónde está elrecibo de la devolución? Hojea laspesadas páginas, pasando los paisajesurbanos tan emborronados que podríanser imágenes de arcilla con insectosrevoloteando a su alrededor, sinembargo no falta ninguna. No hay nadamalo en el libro excepto la cubierta dela portada que Nigel ha arrancado, y laspáginas que se soltaron de las costurasal tirar el libro en el carro. Se hacargado uno de los libros más caros de

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la tienda.No debería haber estado en el

estante de Devueltos, pero eso no leabsuelve de no haberlo comprobado.Coge un recibo y escribe que el libro fuedañado durante el transporte. Casi podíaser cierto; en realidad la portada estáarrugada. Justo en el momento en el queestá colocando el libro en la caja con unmimo tardío, Woody entra en la sala deempleados.

¿Ya empieza su turno? La reacciónentre sorpresiva y culpable de Nigelprovoca que al libro se le caiga mediacubierta, y al intentar cogerla en vuelolo rompa más aún. Cuando guarda

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torpemente ambas partes en la caja,Woody se acerca a mirar.

—Vaya, eso sí que es un estropicio—comenta.

¿Se refiere al precio o un americanono diría una cosa como esa?

—Llegó así —responde intentandono tartamudear.

—¿Vamos a ver muchos iguales?Sea cual sea el aspecto de la cara de

Nigel, lo único que siente es comohierve.

—Este es el primero —se obliga aresponder.

—Todos debemos ser cuidadosos.No podemos vender libros que no

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tenemos —dice Woody, y se pasa lamano por su cabello cortado a cepillocomo si estuviera comprobando cuántole ha crecido la noche anterior, o quizáintentando simplemente componer susiguiente pensamiento.

—¿Cuánto tiempo tarda en disiparsela niebla por aquí?

—Parece estar quedándose más delo habitual por las mañanas.

—Parece que está manteniendo a losclientes a raya. Puede que tengamos quereconsiderar nuestros horarios —comenta, y se echa atrás un paso para enseguida detenerse en seco—. ¿Quién haentrado en mi oficina? —pregunta.

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—Fui yo, pensé en echar un ojo a losmonitores de seguridad mientras tú noestabas.

—De vez en cuando me tomo undescanso, me has pillado —responde, yantes de que Nigel decida si debeexplicarle que no se trataba de unacrítica, Woody añade—: No, hicistebien —dice justo antes de encerrarse ensu despacho.

Nigel sella la caja con cintaadhesiva y la mete en el carro. La envíaabajo en el montacargas y después ladeja en el pasillo para que la recojanluego. Acto seguido, vuelve a subir atoda prisa para tabular el resto de

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informes del existencias. Ya no leresulta molesta la falta de ventanas en lahabitación, pues ahora hay alguiencerca. Sin embargo, cuando se estásentando, la voz amortiguada de Woodyle deja perplejo. Debe de haberle oídovolver y le está llamando. Como Nigelno sabe qué está diciendo no sabe cómoresponder. Emite un sonido pocoaudible, o quizá poco convincente.

—Vamos a tener que quedarnos aquímás tiempo —fue lo que dijo Woody,pero ahora solo queda el silencio.

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Agnes

—Agnes, por favor, llama al nueve. Losiento, quiero decir Anyes. Anyes, porfavor, llama al nueve.

Agnes sospecha que algunos dicensu nombre mal a propósito, pero Jill no.Pega la última esquina del anuncio dePasa calor en invierno al final de laestantería de Viajes Europeos antes deapresurarse a llegar al teléfono cercanoa la sección de Humor. Quizá un niñoperdido ha estado jugando con él; elauricular está pegajoso. Agnes losostiene entre el índice y el pulgar.

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—Hola, Jill —dice.—Lo siento otra vez. Me olvidé de

cómo se usaban los altavoces por unmomento. Hay muchas cosas querecordar, ¿verdad?

—Espero que pronto no tengamos nisiquiera que pensar en ello. ¿Quéquerías?

—Tu padre está en la línea uno.—Gracias, Jill —dice Agnes,

apretando con el pulgar el botón de lalínea uno—. ¿Hola?

—Annie. Está allí, June. ¿Estás deuna pieza, Annie?

—A pesar de todo. Algo pálida yarrugada, pero intacta.

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—Siempre nos pareciste guapa.Deberías pensar más en ti misma detodas formas. Busca alguien con quien ira algún sitio durante un par de semanassi no quieres ir sola, o si no, unascuantas sesiones de rayos uva te vendránbien.

—Sí, papá —dice Agnes para noreavivar la discusión. Sus padres lallevaron por todo el mundo cuando erapequeña, pero ahora están demasiadofrágiles para viajar, y le preocupadejarlos solos durante largos periodosde tiempo. Hacerles creer que se ha idode vacaciones no es una solución que leagrade, sería como admitir que quiere

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irse.—En fin —dice—, recuerda que se

supone que no debo recibir llamadaspersonales al trabajo.

—Pensé que las llamadas prohibidaseran las de los amigos. No sabía que esotambién se aplicaba a la familia.

—Espero que siempre seamosambas cosas, ¿pero pasa algo urgente?

—Hubo un accidente en tu autopistahace un rato, lo vi en las noticias. ¿Cuáles la situación por ahí?

Agnes se da la vuelta para agacharsesobre el teléfono y echa una mirada a lospasillos con escaparate al fondo. Laniebla que oculta al supermercado

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refleja las luces de freno de ungigantesco camión que sale delcomplejo.

—Está un poco oscuro —admite.—No te oigo, Annie. Sabes que

nuestro oído ya no es lo que era.—Digo que hay algo de niebla,

papá. Tendré cuidado cuando vuelva acasa. Sé que eso es lo que quieres.

—No creo que sea mucho pedir.Distingue el dolor bajo el hilillo de

voz, la soledad que él y su madre nuncaadmitirán, pues sus amigos sondemasiado viejos para ir de visita; losque siguen vivos.

—Por supuesto que no —le asegura

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—. Tú y mamá cuidad el uno del otrohasta que llegue a casa.

—Podemos hacerlo incluso durantemás tiempo.

Esto podría ser el comienzo de otrade sus trifulcas familiares que no llevana ninguna parte, porque se sienten tanestresados por evitar herirse mutuamenteque miden cada palabra y se andan conpies de plomo. Está ansiosa por terminarla conversación sin darle motivos parasentirse rechazado, y entonces oye lavoz de Woody cerca. Vuelve su miradahacia el ordenador junto al teléfono yteclea las primeras palabras que se levienen a la cabeza: Fenny Meadows.

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—Bueno, no tienes por qué —diceentretanto—. Sabes que siempre vuelvoa casa.

—Pobre niña; salvo que ya no eresuna niña, aunque queramos considerartecomo tal.

—Siempre seré vuestra niña —promete Agnes, y siente como siestuviera luchando por salir de unacorriente de emociones que ha crecidohasta ser dolorosa—. De verdad, deboseguir trabajando, dale un beso a mamáde mi parte.

—Puede que hagamos algo más queeso —dice, debiendo de saber que a ellale resulta incomodo escucharlo. Al

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menos se nota que hay algo de vida enellos, y puede colgar el teléfonotranquila. La pantalla del ordenador seha puesto negra, el reflejo de alguien seacerca para ver por qué. Sin embargo,cuando vuelve su rostro culpable, no haynadie detrás de ella. No había visto aninguna figura borrosa alzándose desdela grisura después de todo. Un momentodespués Woody se aproxima, pero desdesu derecha.

—¿Algún problema, umm, Anyes?—Se ha bloqueado.—Prueba a apagarlo y encenderlo.Le da al botón en la torre del

ordenador, y la oscuridad total se cierne

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sobre la pantalla.—¿Qué buscabas? —dice Woody

mientras esperan.—Solo la… la historia de esta zona.Aprieta el botón por segunda vez,

sintiendo la mirada escrutadora deWoody sobre ella. Se intenta convencera sí misma de que es poco probable queél sepa con quién estaba hablando.

—Es para la persona con la quehablabas hace un momento, ¿verdad?

—Correcto. Quiero decir que tienesrazón, sí.

—No veo dónde has apuntado sunúmero para devolverle la llamada.

—Dijeron, eh, dijeron que iban a

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salir. Volverían a llamar en un rato… sí,eso dijeron.

—Coge siempre un número —leaconseja Woody, y por fin, traspasa sumirada de su rostro a la pantalla, la cualse ha vuelto azul mientras el ordenadorbusca errores.

—Cuando acabes aquí, ¿teimportaría echarle una mano aMadeleine con las preguntas? —le pide,y se dirige al mostrador con el ceñofruncido—. Echa un ojo por si seaglomeran los clientes, eso que vosotroslos británicos llamáis «cola».

Hay más de una docena de clientesen la tienda, pero sospecha que la

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mayoría son los padres de los niños quese están reuniendo alrededor de Mad enTextos Adolescentes; niños de edadesdemasiado diversas para competir losunos contra los otros en algo que no seahacer ruido. Al tiempo que el ordenadorcarga los iconos, Agnes teme queWoody se quede a ver como ella seobliga a fingir una búsqueda. TecleaFenny Meadows en la pantalla antes deque él se dirija a la puerta junto almontacargas. Cuando está segura de queno va a volver, finaliza la búsqueda, lacual no ha conseguido ningún resultado,y camina apresuradamente hacia lasección Adolescentes.

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—¿Qué quieres que haga, Mad?Mad levanta su rostro ovalado y de

ojos avellanados, y echándose haciaatrás los rizos que le llegan hasta loshombros, se da unos golpecitos en loslabios con su dedo rechoncho; es la faseprevia a la articulación de una idea.

—¿Podrías llevar a algo más de lamitad de ellos al otro extremo parahacer el concurso?

—Me llevaré a los pequeños, ¿vale?—Si te sientes niñera de acuerdo.

Trataré de mantener el orden mientras túbajas algunas sillas.

Agnes pasa la identificación parasubir a la sala de empleados. Ross está

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en su descanso, y Lorraine está sentada asu lado, tan cerca que casi ocupa susilla. Se gira, como si su cara fueraarrastrada hacia arriba por sus doradascejas. Ross por el contrario espera queAgnes se conforme con verle la nuca.

—Solo es Agnes —le tranquilizaLorraine—. Anyes, como nos hacedecir.

—No lo hagas si es muchoinconveniente.

—Hay cosas peores por aquí.¿Vienes a tu descanso?

—No, estoy ayudando a Mad.—¿Quieres decir que ella te ha

mandado subir? —dice Ross, girándose

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para encarar a Agnes.—Eso ha hecho.—A veces pienso que nos manda a

todos subir —dice Lorraine con su vozsimilar a una carcajada a punto deestallar.

Ross no se aparta de su tema.—Si eso es lo que ella llama seguir

siendo amigos…—Me ha mandado para que coja

algunas sillas para el concurso.—Deberías haberlo dicho.—Lo acabo de hacer. Aquí solo

necesitamos una de momento, ¿verdad?Se supone que solo uno de nosotrostiene que estar en su descanso a la vez.

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—Ya es hora de que algunos nosquejemos —dice Lorraine, esta vez conpoco rastro de la incipiente carcajada ensu voz—. No sé los demás, pero a mí nome gusta estar sola aquí arriba.

—Si me lo permites cogeré esa silla,Lorraine.

Lorraine apoya las puntas de susdedos en el hombro de Ross allevantarse.

—Ahí tienes tu sillita, Agnes. Teveo luego, Ross.

Parece incómodo hasta el momentoen que la puerta del almacén se cierratras ella, es entonces cuando se levantade un salto.

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—Espera, cogeré unas cuantas —dice apilando cinco sillas mientrasAgnes coge cuatro. Camina hacia elalmacén cargando con ellas a duraspenas, y allí está Lorraine arrojandolibros a un carro, haciendo más ruidouna vez repara en su presencia.

—¿Bajo contigo? —le preguntaRoss a Agnes.

—Ya has acabado tu descanso.Gracias, Ross —añade por encima de lavoz del montacargas.

Al tiempo que la puerta se estácerrando le ve acercándosedespreocupadamente a Lorraine.

—¿Quieres que te eche una mano a ti

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también? —dice, tan coquetamente queAgnes chista su disgusto. El sonido de laconversación se va apocando ydifuminando a medida que elmontacargas va bajando. Antes de queeste se haya asentado en el límiteinferior de su recorrido, ya ha dejado deoírlos. El aparato le dice que se estáabriendo con una voz más lenta que laúltima vez; quizá la cinta o cualquieraque sea la cosa encargada de emitir lagrabación se está estropeando. Laspuertas tiemblan como si fueran pedazosgrises de tierra, momentos antes deabrirse automáticamente, y Agnes lasbloquea con las sillas. Se desliza afuera

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y las arrastra consigo, poniendo un piedespués del otro con cuidado hastaconseguir llevarlas a la sala de ventas,donde son recibidas por un grito deMad.

—¡Ya está aquí la señora de lassillas!

Casi todos los niños gritan dealborozo, murmurando «por fin», aunqueañadiendo alguna palabra de más.

—Fingiremos no haber oído eso,¿verdad? —dice Mad sin mirar a nadiedirectamente—, y asegurémonos de nodecirlo de nuevo. Agnes, mejor te llevasa los más pequeños antes de que se lesensucien los oídos más aún.

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Agnes no está segura de que solo losmayores dijeran la palabra, pero cogeseis sillas del montón para llevarlas a lazona más alejada. Una niña pequeña queestaba sentada en el suelo con laspiernas cruzadas salta para ponerse enpie y coloca un libro en lo alto de unestante.

—¿Te ayudo a llevarlas?—Esta es Bryony, la hija de Jill —

informa Mad a Agnes.—Gracias, Bryony —dice Agnes,

inclinando el montón de sillas hacia ellapara que coja una—. Vosotros cincovenís conmigo.

Dos chicos se quejan.

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—No somos niños pequeños —objeta el más rechoncho de los dos.

—Jovencitos, entonces —dice Mad—. Ojalá nos llamaran a nosotros eso,¿verdad, Anyes?

—No somos eso tampoco —dice ellarguirucho, bufando por la nariz comosi estuviera a punto de escupir.

—¿No seréis adolescentes, verdad?Tenéis que serlo para estar en miconcurso.

—¿Nos echáis una mano a mí y aBryony? —sugiere Agnes—.Apreciaríamos la ayuda de dos jóvenescaballeros, ¿verdad, Bryony?

Cada uno de los chicos coge a

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desgana una silla y marchan tras ella.Prefiere ignorar la palabra que mascullauno de ellos cuando nota que los estáconduciendo a Textos Diminutos. Unavez están todos sentados, les da lápiz ypapel.

—¿Listos? —dice con másentusiasmo del que muestra cualquierade los participantes, exceptuando aBryony—. Escuchad atentamente.Número uno.

Se pregunta si Mad le dio la hojaequivocada, pero luego comprueba quelas cuestiones sobre literatura estándestinadas al grupo de edad al que estápreguntando. También hay preguntas

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sobre grupos musicales, que respondentodos los niños, y de deportes, queprovocan una guerra de abucheos ycánticos cuando se refieren al Liverpoolo al Manchester. El error de Mad parecehaber sido poner demasiadas preguntassobre libros, pues solamente Bryonyintenta contestarlas todas. Los chicosque querían pasar por mayores se cargansus papeles y los lanzan por ahí juntocon sus lápices antes de irse a curiosearpor la sección más cercana. Agnes estárepitiendo la pregunta literaria por siacaso alguno de los oponentes deBryony quiera hacer una conjeturatardía, cuando los chicos comienzan a

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competir en ver cuál grita más. Lamayoría de las palabras que dicen tienendos únicas sílabas, pero las más largasson como mínimo igual de malsonantes.

—Disculpad, ¿podéis dejar de hacereso? —grita, rodeando a toda prisa laestantería.

—No nos grites —dice ellarguirucho con suficiencia—. Soloestamos leyendo tu libro.

Es imposible, están en TextosDiminutos.

—No lo creo —dice Agnes—.Dádmelo inmediatamente, por favor.

El niño está deseoso de hacerlo, y almomento descubre por qué. En las

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páginas de la izquierda hay una imagen yen las de la derecha una única palabrapara definirla, pero las palabras hansido tachadas y sustituidas por garabatosen mayúsculas que forman los términosque los niños estaban gritando. Bryonyla ha seguido y Agnes toma una rápidadecisión.

—Bryony, te confío esto para que selo lleves a tu mamá, no mires dentro.Dame tu hoja de respuestas para que nose estropee. Dile a mamá que el libroestá garabateado.

Bryony abraza el libro contra supecho, dirigiéndose al mostrador parabuscar a Jill, pero está a medio camino

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del pasillo de Religión cuando unhombre la aborda.

—Eso es un poco infantil para ti,¿no? Más que un poco. ¿Qué interéstiene? Vamos, puedes enseñármelo.

—Se supone que debo llevárselo amamá, papi.

Agnes se está enfrentando a loschicos.

—Ahora decidme la verdad.¿Escribisteis todo eso, verdad?

—No lo hicimos —protesta ellarguirucho—. Estaba en el suelo.

—Ni siquiera tenemos boli.—Regístranos si no nos crees.—De todos modos no se te permite

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tocarnos. Además, nunca tendría un boli.No sabe escribir.

—Ni tú tampoco.—No he dicho que supiera.—Deja de decir que yo no sé,

entonces.Todo esto lo dicen sazonándolo con

algunas de las palabras que gritabanantes, junto a una selección de las otrasque estaban diciendo justo antes de eso.Agnes les ha dicho ya dos veces que essuficiente cuando Jake aparece trotando,agachando su ancho y regordete rostroplagado de pecas y parpadeando conunas pestañas que Agnes estaríaorgullosa de poseer.

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—Seamos educados, chicos —lessugiere—. Hay señoras delante. Ytambién otros chicos.

El dúo le mira boquiabierto.—¿Por qué hablas así? ¿Eres

maricón? —es más o menos la respuestadel chico larguirucho.

—Eso es lo que soy, y estoyorgulloso de ello. Eso es todo, me temo.Fuera de aquí hasta que aprendáis acomportaros.

Los chicos miran las manos que haalargado para cogerlos.

—Aparta tus sucias pezuñas —advierte el rechoncho, y Agnes sospechaque ha debido de oírselo a su madre, si

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no fuera por una palabra de más, peroquizá eso también.

—Diremos que intentaste tocarnos,sucio pedófilo —añade el larguirucho,entre otras cosas.

Agnes se mete las respuestas deBryony en el bolsillo del vestido yagarra a los dos chicos por los hombros.

—No tendrá mucha lógica decir esosobre mí, ¿verdad? Vamos, o…

Los chicos se escapan de su agarre yenfilan hacia Psicología.

—Nos has tocado. Te la has cargado—grita uno con alguna otra lindezaañadida, mientras tiran libros de losestantes superiores en su huida. Jake

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corre tras ellos, saltando sobre Jung,pero ya han salido de la tienda; sesupone que los empleados no debenperseguir a los maleantes fuera de lasinstalaciones, pues Textos no estáasegurado contra nada de lo que puedasuceder después, así que Jake vuelverenqueando junto a Agnes.

—Los pondré como una vela —diceJake.

Una madre observa la escena conrecelo. Mientras Jake recoloca loslibros, como si fueran pájaros caídosdel cielo y se sintiera responsable porellos, Agnes coge las hojas derespuestas de los chicos. Su único

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contenido son dibujos que seavergonzaría de ver en cualquier paredde la calle. Se los mete en el bolsillo dedonde ha sacado la hoja de Bryony yrecoge el resto. Bryony los ha ganado atodos por una docena de respuestas yvuelve a tiempo para verlo.

—Esta jovencita es la ganadora —dice Agnes, mostrando la prueba.

Los otros poco a poco vanencontrando a sus padres. Está a puntode llevar a Bryony a que recoja supremio cuando Woody aparece por lapuerta de la sala de empleados.

—¿Por qué ibas tras esos chicos,Jake?

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La madre de antes hace oír suaprobación tácita a la pregunta, altiempo que Jake muestra un libro detexto con el lomo roto.

—Tenían la boca muy sucia —responde—. Los perseguí hasta la saliday esta es su venganza.

—Hay demasiados daños en estatienda.

Woody suena tan acusador que no essorprendente que Jake evite mostrarle elresto de volúmenes destruidos. Agnesestá deseando que la reyerta acabe, peroen ese instante, la madre arrastra a sujoven hija hasta Woody.

—¿Es usted el encargado? —

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pregunta.—Ese soy yo, señora. ¿En qué puedo

ayudarla?—Creíamos que habría un concurso.—Tengo entendido que tuvimos uno.

Siento si se lo ha perdido, pero estoyseguro de que volverá a…

Otra mujer de rostro incluso mássevero lleva a un hijo colgado de cadabrazo.

—¿No se supone que no debe dejara los empleados o a sus familiaresconcursar?

—No creo que la tienda tenga unapolítica específica al respecto, perocreo que…

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—Entonces debería —objeta, ymueve a sus hijos como si fueran losmuñecos de un ventrílocuo—. Decidlelo que me habéis contado.

Los tres niños comienzan a gritar,pero la voz aguda de la otra niña triunfasobre el resto.

—La madre de la que ha ganadotrabaja aquí.

—Y dices que la organizadora cogiósus respuestas y las escondió, ¿verdad?—apunta su madre.

—No escondía las preguntas, estabacuidándolas mientras Bryony era tanamable de llevar un libro estropeado almostrador —dice Agnes para protegerse

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tanto a sí misma como a Bryony.—¿Más libros dañados? Dios santo

—dice Woody, frunciendo el ceño endirección a Jake.

—Apuesto a que eran libros a sucargo —murmura la madre de los chicosseñalando a Agnes.

—Lo siento si ha habido unmalentendido —se disculpa Woody, yAgnes supone que está a punto dedefenderla hasta el momento en queañade—: Si tienen la amabilidad dellevar a sus hijos al mostrador, todosellos tendrán su premio. Eso incluye acualquiera que participara en esteconcurso.

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Al tiempo que las madres y su pocameritoria parentela se dirigen almostrador, Woody se acerca a Jake.

—Quizá podrías intentar no ser tanobvio cerca de los niños —dice en vozbaja.

—Más hétero, quieres decir.—Eso que dices no tiene razón de

ser, ¿no crees? Tenemos una política deigualdad de oportunidades.

—Al menos intentaré ser másdiscreto, ¿mejor así, no? —espeta Jake,y dándose una última satisfacción, añadeen un tono más alto—: Por cierto, no mevan los niños.

Woody le mira durante un momento

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antes de seguir a la comitiva hasta elmostrador, y Agnes vuelve a serconsciente de la presencia de la hija deJill.

—Ven conmigo, Bryony. Siguessiendo la ganadora. Asegurémonos deque obtienes tu premio.

Jill está teniendo algunos problemasrepartiendo cupones mientras Woodyobserva. Quizá esté distraída por ver asu exmarido y a Connie en la sección deErotismo.

—No me lo digas, me acuerdo yosola —le está diciendo Connie—.Oriente/Occidente, ahí es dondetrabajas.

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—Y estuviste en la fiesta en la quefuimos todos de cuero.

—Guárdame el secreto —murmura,tocando con un dedo los labios de él ycon otro los propios—. Bueno, ¿puedoayudarte en algo?

—He venido a recoger a una niñapequeña, en cuanto acabe de reclamar supremio.

—Una niña con suerte.Agnes observa como Jill se está

conteniendo para no explotar e intentadistraerla.

—No te olvides de Bryony, Jill —estodo lo que puede salir de su mente,repentinamente lenta en el procesado de

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ideas.—Tendrás que esperar tu turno,

Bryony, como el resto.—Eso iba a hacer —se siente

obligada a puntualizar Agnes,validándose en una caja. Está aplacandoa una de las madres con un cupóncuando otra, la de los dos chicos, sedirige a Woody:

—¿Tendremos que volver?—No, a menos que lo deseen,

señora. Esperemos que lo haga.—Su empleada parece no querer

darnos los premios.Jill no levanta su feroz mirada de la

caja registradora.

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—A esto le pasa algo.Cuando Agnes mira, no ve ningún

símbolo reconocible en la pantalla deJill, solo aparecen fragmentos, comodelgados huesecillos esparcidos portodas partes. Quizá es porque la estámirando desde un ángulo lateral, porqueWoody cancela la transacción yconsigue rápidamente asignar loscupones.

—¿Podemos pillar vídeos? —pregunta un chico.

—Nuestros cupones son válidospara todo lo que vendemos, señora.

—No leen mucho —confiesa lamadre.

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—Jamás lo hubiéramos imaginado,¿verdad, mami? —dice Bryony en vozno demasiado baja.

Jill sonríe levemente, pero elsilencio de Woody es tan espeso comola niebla de afuera. Le da el cupón deBryony a su madre, al tiempo queConnie enfila hacia arriba, dejando alpadre de Bryony a su suerte en elmostrador.

—Llevaré a Bryony a que elija supremio, ¿de acuerdo? —le sugiere a Jillsu ex.

—Estoy segura de que es muy capazde elegir por sí misma.

—Estaré con ella de todas formas,

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me hace sentir necesitada —dice,volviendo los intensos ojos marroneshacia su hija, que toma su mano.

—Si hay algo que necesitesrecordar, házmelo saber —dice Woodymientras Jill los observa retirarse a lazona opuesta de la tienda.

—No se me ocurre nada.Woody respira profundamente, es

algo parecido a un suspiro haciendo elcamino inverso.

—No discutir con los clientes enpúblico sería una. Casi nos demandanpor eso en Florida.

A Agnes le sorprende el hecho deque esté reprendiendo a Jill en público.

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Al parecer se da cuenta, pues el tono desu voz cae en picado.

—Rutinas de mostrador —consigueapenas articular.

—La caja estaba jugándonos unamala pasada.

—Ya lo sabemos para otra vez. Sí,Agnes, Anyes. ¿Estabas esperando algo?

—Pensé que querrías ver esto —dice, pasándole el libro garabateado delcajón de libros defectuosos bajo elmostrador.

Agacha la cabeza al ver la primerapágina. Cuando habla parece estardirigiéndose a las entrañas del libro.

—Necesitamos tener una actitud

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mucho más vigilante.—Me pregunto si el que lo hizo

también garabateó en otros.—Madeleine puede comprobarlo

mientras tú acabas con tu sección.Agnes no quiere darle más tarea a

Jill. Bryony y su padre están volviendoal mostrador, y los llama con un gestopara evitar que Jill se busque másproblemas. Bryony le entrega un libro depoemas de la sección de Adolescentes.

—Has sido rápida —comentaAgnes.

—Mi papá me va a llevar a comer aChester y luego al zoo.

—Quizá veas algunos rituales de

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apareamiento —dice Jill—. Te reirás alver lo que hacen los animales cuando seencuentran.

—No creo que estemos en latemporada —dice el padre de Bryony.

—Algunos parecen estar calientestodo el año.

Woody emite un sonido a mediocamino entre un gruñido y una tos, perosolo Bryony lo mira. La caja que usaAgnes reacciona muy lentamente, oquizá es el tiempo el que transcurredespacio. La máquina se demora enregurgitar el cupón usado para quepueda guardarlo en el cajón; los datospasan por la pantalla a la velocidad de

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un objeto flotando en el barro. Está apunto de comentárselo a Woody cuandola caja escupe un recibo. Lo guarda en labolsa de Textos que le tiende a Bryony.

—La traeré de vuelta el domingo ala hora de la cena —le dicen a Jill.

—Te estaré esperando, Bryony.Duerme bien. Piensa que eres alguienespecial —dice Jill, y encara a Woody,desafiándole a decir algo.

Agnes va de camino a su estantería,Woody la sigue.

—¿Anyes? ¿Alguna llamada? —laaborda, y Agnes se vuelve paraencontrarse con su mirada impaciente—.¿Volvió a llamar tu cliente?

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—Todavía no.—No importa, mientras tengas algo

listo para él cuando lo haga.—No quedará decepcionado —

responde, ansiosa por convencerse a símisma tanto como a él.

La conversación completa con supadre se está repitiendo en su cabeza,dejándole poco hueco para los demáspensamientos. Mientras coloca guías deviaje en la repisa, bajo su publicidad devacaciones invernales, observa aWoody ayudando a Mad a subir lassillas de la sala de empleados, y piensaen lo soleado de los lugares queaparecen en los libros. La mitad de lo

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que se muestra invita a la gente a visitarpaíses que nunca han visto, pero eso esparte del trabajo. Cuando esté en casapodrá recrearse pensando en lasvacaciones pasadas con sus padres.Afuera, la niebla se está acercando a latienda, y la luz del sol es un merorecuerdo, uno que Agnes decide que noes momento de sacar a colación justoahora. Los recuerdos no arrojarán luzsobre la grisura que es Fenny Meadows.Los recuerdos hacen a la grisura pareceransiosa por seguir oscureciéndose.

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Wilf

—Niebla de verano.—¿Disculpe?—Niebla de verano, ¿no era? El

sueño de una noche de niebla deverano, de Speakshape.

—Ah, ¿es una parodia?—Casi tanto como tú. ¿Te estás

quedando conmigo o realmente no mereconoces? Es muy triste. No deberíasolvidar los viejos tiempos.

—Perdone, yo…—Slater. Espero que pensaras que

me parecía a Staler. Fred Slater, y tú

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eres Lowell. Wilfred Lowell, pero antesfirmabas como Wildfred Wellow oalguna mierda parecida, ¿verdad?

Wilf ya lo recuerda. La cara deSlater no ha envejecido mucho en diezaños, pero ahora tiene algo más de carnepálida colgando. Todavía abre tanto laboca que al hacerlo el resto de su carase estira, mientras espera que su víctimapille la broma. Wilf se pregunta si estavez le pinchará, le dará un manotazo oun puñetazo para conseguir la reaccióndeseada, como solía hacer cuando suspupitres estaban el uno junto al otro enla escuela.

—He estado divirtiéndome.

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—Nunca pareciste divertirte muchocuando no sabías deletrear.

—Bueno, pues ahora sí.—Todos nos hubiéramos reído

mucho si nos hubiéramos enterado deque querías trabajar en una librería.

Fred nunca había leído un párrafomás de lo necesario. Era Wilf el queestaba tan hambriento de lectura que sesentía desfallecer, hasta que el tutor dedislexia le enseñó cómo saciar suhambre.

—¿Y qué es de ti? —dice Wilf—.¿Qué has hecho con tu vida?

—Quizá oigas algo sobre mí unanoche de estas.

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—¿Y por qué iba a hacerlo?—¿No te gusta saber de tus viejos

amigos?¿De verdad cree que fue alguna vez

su amigo? La amabilidad de Wilf escomo una carga pesada sobre el finohielo, y está a punto de romperlo.

—Si me perdonas, debo…—Espera. Tienes que ayudarme, soy

tu cliente.Nigel mira a Wilf desde el otro

extremo del mostrador, donde está lacaja a la que se acaba de incorporar, yWilf se muestra digno del lugar dondetrabaja.

—¿Cómo puedo ayudarte entonces?

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—se obliga a preguntar.—Empieza por escuchar —dice

Slater, provocando luego una pausa quedeja patente la escasamente audiblemúsica ambiental antes de decir—: Holaseñor Lowell. Me pregunto si esconsciente de cómo los cambios en elclima pueden estar afectando el lugardonde vive.

—No lo sé, no creo que…—Los inviernos son cada año más

lluviosos. ¿Puedo preguntarle cuandocomprobó por última vez su capaimpermeabilizante?

—No tengo ninguna —dice Wilftriunfal—. Vivo en el piso de arriba.

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—No se crea a salvo. Lo que estápasando puede afectarle. ¿Cómo lo estoyhaciendo de momento?

—Me temo que no voy a comprarnada.

—¿En qué parte crees que fallo? —dice Slater, su cara colgando como la deun sabueso—. ¿Cuál es tu secreto comovendedor?

—No sé si tengo uno. —Teme queSlater le delate ante Nigel; es el viejoproblema de Wilf, incluso cuando hacealgo bien. Siente como su yoadolescente está desesperado poresconderse en su interior—.Simplemente disfruta de ello —sugiere.

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—Lo hago. ¿Entonces vas aenseñarme lo que necesito?

—¿Y qué crees que es?—Psicología —sugiere Slater, y

Wilf hace ademán de salir de detrás delmostrador—. Psicología de televentas.

No hay nada que le guste más a Wilfque llevar a los clientes a los libros quequieren y ponérselos en las manos, peroesta vez no puede ir directamente a unasección. Podría ser Psicología o bienVentas. Lo intenta averiguar tecleandoen el motor de búsqueda de la pantallade información. No ha terminado dehacerlo cuando Slater se aúpa sobre elmostrador y prorrumpe en una risilla

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sofocada idéntica a las que solíacontagiar a todo el mundo alrededor deWilf cuando este leía.

—No se escribe así —indica Slater.—Lo sé.Wilf borra la palabra, y se mira con

cuidado los dedos al teclear. P, s, i, c, o.Cuando la ha escrito entera levanta lavista, y encuentra en la pantalla lapalabra «Piscología».

—Lo has vuelto a hacer —casi gritaun contento Slater—. Suena a alguienmeando.

Nigel le da su bolsa a un cliente y seacerca a ellos en el mostrador. En estemomento, la divertida expresión que su

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rostro rubicundo tiende a mostrar, comosi esperara oír una broma en cualquiermomento, se parece demasiado a la deSlater.

—¿Algún problema, Wilf?—El ordenador está haciendo

tonterías. Mira lo que pasa —dice Wilf,y repite el proceso de nuevo—. Esohace, no hay ni siquiera el mismonúmero de letras.

—Déjame ver —dice Nigel,agachando su brillante calva sobre lasteclas—. Mira, parece habersearreglado solo. ¿Era psicología?

Wilf se queda mirando la palabra.—Quería algo de televenta —dice

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Slater.—Intenta en Ventas, Wilf —le

aconseja Nigel, cediéndole el sitiodelante del teclado.

V de vil, e de estúpido, n, t de tierra,a, s de Slater. Wilf no está seguro decuánto le lleva pensar las palabras, perose siente incapaz de teclear hasta elmomento justo antes de hacerlo. Al fin,levanta los ojos y ve la segunda palabraen la pantalla: «Vetnas».

—Has visto lo que he tecleado —protesta.

—Ahora lo he visto claramente —dice Nigel, tomando el control delteclado. Un leve crepitar de dedos y el

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problema queda solucionado, «Vetnas».Baja por la lista de títulos surgidos de labúsqueda y se detiene en Llama y vende.

—¿Tenía en mente una cosaparecida? —le pregunta a Slater.

—Puede ser.—Por desgracia no tenemos

existencias, pero estaremos encantadosde pedírselo —dice Nigel, regresando ala caja para atender a otro cliente.

Al menos está demasiado ocupadopara oír a Wilf murmurar:

—¿Estás seguro de quererlo? Si lopedimos debemos exigirte que tecomprometas a comprarlo.

—Veamos cómo lo pides entonces.

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Todo lo que puede hacer Wilf esseguir la rutina.

—¿Has pedido algo antes connosotros?

—No sabía que estabas aquí. Ahoraque lo sé me verás muy a menudo.

Wilf abre la ventana de pedidos enla pantalla y observa cómo copiaautomáticamente los datos del libro. Elordenador parece volver a funcionarbien, hasta que escribe el nombre deSlater. Por apropiado que parezcaSlyter[2], no es correcto. Con el ratón,destaca la vocal, apretando el botón conun dedo pegajoso por el nerviosismo. Lapantalla le ofrece los datos de otro

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Slater que ha hecho un pedido en latienda. Los descarta pulsando la teclaefe.

—Mejor pon mi nombre completopara no mezclarlos. Pon Freddy, así mellaman mis amigos.

A Wilf se le ocurre otra cosa que legustaría que le hicieran a Slater, tambiénempezando por efe. Teclea con laesperanza de deshacerse pronto desemejante zángano. No puede más quemirar cómo se forma la palabra.

—Ese no soy yo —se burla Slater.Lo mismo otra vez, «Frígido»

aparece en la pantalla. Wilf siente lasmanos llenas de arena, además de

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húmedas, cuando aprieta las teclascorrectas.

—Solo te falta mi dirección,¿verdad? —dice Slater—. Es KnutsfordRoad en Grappenhall.

Wilf aporrea las teclas y es como sile pincharan las yemas de los dedos.Tiene la sensación de estar intentandoatrapar el lenguaje, pero este se le estáescapando de las manos y no puedealcanzarlo.

—Kuntsford[3] no —ríe Slater conmalicia—. No es ahí donde vivo.

A Wilf le suena bien, y está a puntode decirlo. Cambia de lugar las letras yteclea Road, enfrentándose entonces al

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último escollo. Gusano, Rastrero,Anormal, Patán, Pendenciero,Excremento… Las palabras son tanpropias para la situación que se tieneque concentrar en guardárselas para sí,pero puede que tal esfuerzo hayaconfundido a sus dedos. En la pantallaaparece algo demasiado primitivo paraser una palabra: «Glparenplah». Borraalgunas letras y teclea otras, con lamirada de Slater clavada en él como lahumedad a la tierra. Al fin, la palabraqueda escrita correctamente, y Wilf estáa punto de preguntarle el número de sucasa.

—Quizá no es ese el libro que busco

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—dice Slater.—Me dijiste que sí —protesta Wilf,

recordando las palabras anteriores deSlater.

—Tu tienda va a hacerme comprarloaunque cuando lo tenga entre las manosno me guste, así que mejor no mearriesgo. No te preocupes —dice tantopara Nigel como para Wilf—. Tendrémuchas cosas que preguntarte la próximavez.

Wilf aprieta los puños bajo elmostrador, esperando que a Slater leduela la espalda por la intensidad de sumirada. Nigel se le une cuando aúnmantiene clavados los ojos en el lugar

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donde estaba Slater.—¿No hiciste la venta?—No creo que tuviera la intención

de comprar. Solo estaba divirtiéndose.—¿Podemos comportarnos con un

poco de profesionalidad? —dice Nigelbajando la voz.

Los puños de Wilf están todavíaescondidos, pero teme que su secreto no.

—¿Qué estás…? —tartamudea—.¿Qué he…?

—Sabes que no debemos discutircon los clientes en público.

Slater estaría encantado de saberque le ha causado incluso másproblemas a su víctima. Wilf aprieta los

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dientes y se pasa la lengua por elpaladar para impedir que salgan laspalabras que le aporrean el cerebro.

—¿Te sientes cómodo usando elordenador? —dice Nigel.

—Estoy bien, estaré bien. Ahoraestoy bien.

Cada protesta parece convencermenos a Nigel. Permanece allí junto a élhasta que Wilf está a punto depreguntarse si siente alguna aversiónhacia las escaleras. Al fin, se dirigehacia la salida que conduce a la sala deempleados, dejando a Wilf solo en elmostrador. Es la oportunidad de Wilfpara demostrarse que puede usar el

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ordenador cuando nadie lo mira.Cualquier cosa valdrá; los viejostiempos, ya que Slater los ha sacado.

Teclea la primera letra y un extrañobrillo aparece desde el fondo de lapantalla. Debe de venir de los focos,porque proyecta la silueta de alguienasomado en el escaparate. El borrosocuerpo grisáceo desaparece cuando lacabeza asoma por la parte baja de lapantalla. La forma no tiene rostroreconocible y Wilf tiene la desagradablesensación de que los rasgos han sidoaplastados y borrados contra el cristal.Se gira pero no ve a nadie tras el sucioventanal; solo un coche que se aleja,

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dejando un rastro rojo sangre de la luzde frenos mientras avanza por el húmedoasfalto. Quizá uno de los tres arbolillosfrente a la cortina de niebla que cubre lamitad del asfalto se las arregla paraproyectar su leve sombra cien metroshasta la pantalla. Esta aparece ahoravacía, excepto por la solitaria O escritapoco antes por Wilf.

Vale, intentemos, escribir, juntos,otros, sonidos… No importa que lasentencia sea ridícula; nadie le oyemurmurando para sí. Lo único que leimporta son las letras en la pantalla, lascuales están en el orden correcto.¿Puede teclearla sin asignarles palabras

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a las letras? Puede, y de nuevo lo hace.Deja caer la cabeza hacia atrás,aliviado. Greg se acerca briosamente aél, colocándose a su lado.

Greg mira la pantalla y se atusa labarba rojiza.

—¿Has terminado? —parecesentirse con derecho a cotillear.

—Solo probaba una cosa, es todotuyo.

—No es para un cliente.—No concretamente.—Se puede hacer —dice la voz de

Greg, pero antes de borrar la frase de lacaja de búsqueda sus ojos indicanlevemente que, a pesar de la entonación,

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era una pregunta—. Te vas ya entonces,¿verdad? —dice incluso con menosconvencimiento—. No queremos que lasiguiente persona se pierda parte de sudescanso.

Lo que sí debe de querer es serencargado, pues suena igual que uno condemasiada frecuencia.

—Voy a Frugo, por si alguien mebusca —dice Wilf.

Estaba tan ansioso por terminarse lasegunda novela de esta semana antes desalir de casa que olvidó coger la comidadel frigorífico. Sale de Textos a pasorápido, descubriendo que la niebla se haacercado más. Coger su abrigo solo le

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robaría tiempo. Se rodea el pecho conlos brazos con fuerza, y camina a largaszancadas; pasa junto a Happy Holidayssurcando la niebla del mediodía ydejando un rastro similar al de uncaracol por la acera. Luces difuminadasse pasean por la oscuridad, las de losfocos, por supuesto, pues los cochesestán parados. Por encima de su cabeza,los focos parecen setas alargadasdeformadas por la niebla. Está vaga porel brillo de los edificios que ocupan lastiendas, y empaña los escaparates,acumulándose sobre los cochesaparcados como si fuera un gigantescosuspiro. Figuras compuestas de huesos

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pintados destacan en la parte frontal delos bloques desocupados; grafitisrodeados de garabatos que apenas sonpalabras. Ese es el paisaje que rodea aWilf justo antes de entrar en Frugo.

Los muros y el techo delsupermercado están tan exentos decolorido como los focos cubiertos deniebla. Una música amortiguada vagapor el aire mientras los silenciososempleados reponen el género en losblancos pasillos. Wilf coge un cestoverde y se dirige con él a larudimentaria sección de delicatesen,coge un paquete de sushi y lo lleva a lacaja más próxima. La cajera, que lleva

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una bata similar a la de un dentista ytiene los ojos caídos por el peso delmaquillaje, apenas le mira cuando leentrega el sushi, metido en una bolsa tanfina como un silbido. El contenido se leclava en las costillas cuando cruza losbrazos y se dirige a la puerta de cristal,que por un momento parece que no se vaa abrir a tiempo.

El camino de regreso más rápido esa través del aparcamiento. La nieblaretrocede a su paso mientras marcha porel asfalto. Afuera, la oscuridad parecemás sólida; le recuerda a unas tripas,una espesa masa de carne blanquecinaque se aparta poco a poco para exponer

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los huesos en su plenitud. Son soloarbolillos haciéndose compañía mutuasobre unos segmentos de césped quealivian la negrura del pavimento. Alpoco, son sus únicos acompañantes,pues la niebla ha borrado las tiendas dela vista. Siente como le acaricia elrostro, simulando una tela de arañaextendida desde las ramas sin hojas delos arbolillos por los que está a punto depasar. Mientras se frota la cara con sumano libre, la bolsa se le escurre delpecho. Un pie se le resbala en el céspedplagado de hojas caídas, y el otro losigue. En el momento que todo su pesocae fuera del asfalto, una boca se cierne

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sobre él.Es como si el paisaje se hubiera

plegado sobre sí mismo para atraparle.Los fríos y pegajosos labios hinchadosatenazan sus tobillos y se lo vantragando lentamente. La niebla leenvuelve, y amortigua sus gritos deauxilio antes incluso de que puedaproferirlos. Es entonces cuandoconsigue escapar de la zona embarrada,y es capaz de oír los labios relamersemientras se tambalea por el asfalto. Erasolo barro, casi se grita a sí mismo porsu estupidez pero ¿por qué era tanprofundo? Aparte de sus zapatos, unpalmo de sus calcetines y del dobladillo

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del pantalón se han ennegrecido. Avanzapor la niebla hasta que esta se aleja dela librería.

Cuando pisa el letrero de «¡A leer!»,Greg se acerca a él desde el otro ladodel mostrador.

—Por Dios santo, ¿qué demonioshas estado haciendo?

—Dando un paseo por ahí detrás —responde Wilf sintiéndose atrapado porsu propia estupidez antes de dar con lafrase—. Buscaba comida.

—Cualquiera pensaría que hasestado en el bosque. No creo que debasdar vueltas por aquí de esa guisa, ¿nocrees?

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La boca de Wilf se abre antes depensar en una respuesta educada osimplemente calmada.

—No pensaba hacerlo —es lo únicoque se le ocurre decir.

Se limpia gran parte de la tierra delos zapatos con la bolsa delsupermercado y se la da a Greg.

—¿Puedes tirar esto a la papeleramientras intento llegar arriba sin que medespidan?

En su dificultoso caminar por latienda, su zapato izquierdo no cesa derepetir un sonido demasiadoreminiscente de la fanfarria infernal quees incapaz de contener cada vez que va a

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un baño público. Tiene que andar conlos dedos de los pies del pie derechohacia arriba mientras se levanta larodilla derecha del pantalón para que elsucio dobladillo no le toque los tobillos;no es de extrañar la mirada suspicaz deGreg y la risita de dos niños pequeños asu paso. El dobladillo se le quedapegado a la pierna mientras pasa sutarjeta por el lector de la sala deempleados. Incluso después deencerrarse en el silencio de lahabitación se siente observado yestúpido. Se remanga la pernera delpantalón y deja el sushi en la mesa paradirigirse entonces a lo que algunos de

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los empleados, incluido Woody, hanempezado a llamar la sala de loshombres.

La luz se enciende con un zumbidoparpadeante. ¿Quién tiene la culpa delestado de este lugar? Pedazos de papelmanchados de suciedad están esparcidospor el suelo y atascan el fregadero.Tiene que usar un montón de toallas depapel para que se vayan por el retrete,luego coge un rollo de papel casi enteropara frotarse el barro de la ropa. Nodeja de distraerle la absurda idea de quesi levantara la vista y mirara al espejocomprobaría que no está solo. Porsupuesto, a su espalda solo está la pared

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verdosa. Una vez se ha deshecho de granparte del barro, se sienta en la sala deempleados con un viejo amigo, Guerra ypaz.

Está alimentándose con el sushi ysaboreando la primera frase del librocuando oye voces en la oficina.

—Olvidé decirte algo, está dándomevueltas en la cabeza, Jill —dice Connie.

—¿Está muy mareado?—Eso hubiera sido más gracioso si

no hubieras dicho el muy.—Lo siento. Torpe de mí. ¿Está

mareado?—Es menos gracioso la segunda vez.

Tengo las fotos del autor, si puedes

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colocar hoy las promociones seríagenial. Pon tu imaginación a trabajar.

—Lo ha estado haciendo muchoúltimamente.

—¿Tienes algo que decirme?—No sé qué quiero. Mejor

dejémoslo.—No, no lo dejemos. Mira, Jill, si

hubiera sabido que estabas casada conGeoff…

—No tiene nada que ver conmigo,así que no te preocupes por mispensamientos.

—Eso es muy… disculpa, ¿qué?—Iba a decir que los sentimientos

de mi hija son otro tema.

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—¿Es probable que venga muchopor la tienda?

—No mucho, no lo creo. Menos aúnsi la tienen vetada.

—Seguro que eso no pasará.¿Intentamos dejar los asuntos del hogaren el hogar? Eso es lo profesional. ¿Porqué me miras así?

—Por un momento no estaba segurade a qué te referías.

—¿Ya sí? Perfecto. Aquí tienes aBrodie Oates. Te voy a dar unescaparate. Consígueme toda la clientelaque puedas.

—No sé si seré tan buena en esocomo tú, Connie.

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En el silencio que sigue a esa frase,Wilf se imagina a ambas mujereshaciendo como que no tienen ni idea dea qué se refiere Jill. Está a punto dehacer notar su presencia con algún ruidocuando Jill abre la puerta. Las dos lomiran como si hubiera estadoescuchando a escondidas, lo cual escierto. Se llena la boca de sushi y serefugia en el libro.

«Eh bien, mon prince…». No puedepasar de ahí con la mirada de lasmujeres clavada en él, e incluso cuandola puerta se cierra y se oye el ruido deJill descendiendo por las escaleras, sumente sigue enganchada a esas palabras.

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Sabe que Tolstoi está demostrando queel francés era la segunda lengua de laaristocracia de la época napoleónica,pero ese pensamiento no le ayuda. Serecuerda el gozo que fue poder leer unlibro, uno al día a veces, pero elrecuerdo no llega a la altura de sussentimientos; es como si la grisura, unacombinación de telarañas y niebla, sehubiera asentado en su cerebro. Abian,mon prans… A Bi An… A Babor… ANadar… ¿es esto culpa de Slater?Culpar al viejo enemigo solo le privadel tiempo necesario para recuperar elcontrol sobre sí mismo. Se mete un pocod e sushi en la boca seca y traga con

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dificultad al notar por su reloj que llevavarios minutos leyendo la misma línea.¿Puede dejarse seducir por la historiarecordando lo que pasa? ¿Los romances,el duelo, las reuniones de sociedad, lacaza y las batallas, antes que a laspersonas? Cuando vuelve a la lista depersonajes al principio del libro, losnombres no significan para él más queunas manchas de barro.

Bezuhov, Rostov, Bolkonsky,Kuragin… Suenan a consonantesraspándose las unas contra las otras, alenguaje intentando sostenerse perofallando en el agarre. Sabe que es sumente la que está haciendo eso mismo, y

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eso es aún peor. Cuando vuelve a leer elprimer párrafo, los nombres comienzana perder su forma, llenando su cabeza depedazos de una sustancia demasiadoprimitiva para tener un significado. ¿Sonestos la causa de que no pueda leer másde una frase a la vez y le lleve tantotiempo entender cada una que ya se le haolvidado el sentido cuando ha llegado alfinal? El párrafo tiene menos de ocholíneas, y sin embargo no lo ha podidoterminar para cuando pincha el últimopedazo de sushi del envase de plástico.Sus ojos se esfuerzan de nuevo con lasprimeras palabras y la voz de Gregaparece sobre él, queda pero aumentada.

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—Wilf llama al doce, por favor.Wilf llama al doce.

No hay teléfono en la sala deempleados. Connie le hace un guiño quecontiene un rastro de la mirada que lededicó anteriormente junto a Jill.Mientras trastea torpemente el teléfonode Ray, casi despega el banderín delManchester United del monitor delordenador.

—¿Qué quieres, Greg?—¿Estás a punto de bajar? A Angus

le toca su descanso, pero ya le conoces,no quiere decírtelo él mismo.

—Mi tiempo no ha terminado aún,¿verdad? —le pregunta a Connie.

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—No puedo decírtelo sin mirar laparrilla. Es cosa tuya controlar eltiempo.

Solo estaba intentando hacer laspaces con ella. Mira su reloj con laintención de decirle a Greg que estáequivocado y de paso que ella lo oiga,pero resulta no ser así. Wilf se hapasado casi una hora intentando leer unpárrafo. Siente como si su cerebro sehubiera encogido hasta tener el tamañodel de un niño dentro de su inútil yenorme cráneo, y se encontrara allídesesperado, intentando esconderse parano arriesgarse a decir ni una solapalabra más.

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—¿Entonces, qué le digo a Angus?—insiste Greg.

Puedes decirle que en el futurollame él mismo, y esto es lo que piensode ti… es lo que no dice Wilf; en sulugar murmura:

—Bajaré enseguida.—¿Has tenido ocasión de ordenar tu

sección, Wilf? —pregunta Conniecuando ya casi está fuera de la oficina.

—¿Qué ordenar? Quiero decir,¿ordenar qué?

—Estaba algo descuidada la últimavez que le busqué un libro a un cliente.

No está descuidada en absoluto. Laordenó anoche y todavía tuvo tiempo

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para ayudar a Mad con Primera Infancia.Arroja el envase del sushi a la basura yel tenedor al fregadero y corre escalerasabajo.

—Solo un segundo —le dice aAngus desviándose para echar unvistazo a sus libros.

Si están desordenados, no ve de quéforma. Las biblias están todas juntas, ylos libros sobre ella a su lado.Cualquier cosa de ocultismo está enOcultismo, las filosofías en Filosofía,incluso aunque no pueda centrar sumente en los títulos más extensos yabstrusos. ¿Están ordenados los librospor autor dentro de sus categorías?

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Cuando se da cuenta de que no puedecontestarse a esa pregunta, se sienteabrumado por un escalofrío tan intensoque le deja helado en el sitio. Miraimpotente al montón de libros, al tiempoque Greg sale de detrás del mostrador.Se dobla junto a Wilf como un atletaesperando el pistoletazo de salidamientras el odio en la mirada de Angusdeja patente sus pensamientos.

—Wilf… —le urge Greg.—Lo siento, Angus. Estaba

distraído.Aún lo está, más todavía cuando

descubre que no puede leer los lomos desus libros desde detrás del mostrador.

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Es por culpa de la distancia. Nosignifica que no sea capaz de leer. Notiene problemas para atender a losclientes, usar la caja es ya tan instintivocomo conducir, lo que le devuelve partede la confianza hasta que se pregunta sieso le convierte en poco más que unaextensión de la máquina, que actúa sinnecesidad alguna de usar su cerebro.Ahora mismo no está ansioso porprobarse a sí mismo en la terminal deinformación, y se alegra de que nadie lepida que la utilice. Para cuando Jill lereleva en el mostrador, se siente conganas de volver a casa con sus propioslibros pero ¿le seguirán sus dudas?

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Andar arriba y abajo por lospasillos no le aporta nada nuevo. Elhúmedo dobladillo del pantalón leplanta un frío beso en el tobillo, un pasosí y otro no. ¿Se está simplementeconvenciendo a sí mismo de que loslibros están desordenados porque se fijaen ellos con demasiada intensidad, igualque hace cuando no puede descifrar unafrase al leerla? Se está empezando asentir observado, aun sin ver al dueñode la mirada. ¿Corre peligro detraicionar su secreto a los monitores deseguridad del despacho de Woody?Puede superar de nuevo su dificultad siasí debe hacerlo, ahora es mayor y más

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sabio. Se obliga a darle la espalda a susección. Su turno acabó hace quinceminutos, y le esperan los libros de losque está invadido su piso en Salford.Una vez allí podrá relajarse, y serácapaz de leer. Será capaz de leer.

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Jake

Sean detiene lentamente el Passat sobretres plazas del aparcamiento exterior deTextos y posa su cálida, firme ylevemente rechoncha mano en la rodillade Jake.

—Sé bueno hasta la noche —susurrasin que su voz se eleve por encima delmurmullo del motor.

—¿Y qué pasa con ellos, Sean?Le dedica a Jake una sonrisa que se

desafía a sí misma para resultarperceptible.

—Sé tan malo como quieras.

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Jake piensa que momentos como esteson la razón por la que siguen juntos. Sesiente feliz de regodearse en estasensación mientras el gas que escapa deltubo de escape juguetea con la nieblaque danza alrededor del coche, sinembargo, Sean aparta la mano y lacoloca en el volante.

—Te recogeré a las siete, entonces.Mejor entra ya antes de que el tío deluniforme se ponga a gritar.

El nuevo guardia está de pie en laentrada como un gorila de disco,exhalando vapor por la boca como undragón. Jake espera que Sean solo sesienta culpable por haber aparcado mal.

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Le planta la mano en la mejilla, ásperapor el obstinado rastro de barba, y loacomoda para darle un beso lleno deldulce sabor a tabaco de pipa. Tras él,Jake observa al guardia, sacando haciafuera su labio superior, que intentaencontrar un bigote inexistente que seuna a su gesto desaprobatorio. Este esuna de las razones por las que atrae máshacia sí a su compañero, pero Sean sesepara antes de que Jake haya tenidobastante.

—¿Harías algo por mí?—Lo que sea —dice Jake, deseando

que el guardia lo escuche.—Mira si tenéis algún libro que

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pueda usar para el próximo curso ycómpramelo si es así.

—No estaría seguro de cuálcomprar.

—Bueno, Jake, creí que me estabasescuchando en la cena —le riñe; se haconvertido de repente en el profesorjuguetonamente severo del que seenamoró en la clase nocturna que Seandaba sobre los gays en Hollywood, yJake se siente la mitad de joven que él,aunque ambos tienen treinta años—. Tedije que impartiría clases sobre losmelodramas de los cincuenta —lerecuerda.

—En serio, preferiría que miraras tú

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mismo. No tienes clase hasta dentro deuna hora.

—Me gustaría ver dónde trabajas —admite Sean, dando marcha atrás con elcoche.

Jake adora sus arrebatos impulsivos,pero esta maniobra podría ser peligrosapor culpa de la niebla, que es más densaen Fenny Meadows a cada corto día quepasa de este invierno. La niebla lossigue a duras penas cuando Sean aparcacon un simple movimiento del volante.Los dos salen del vehículo al mismotiempo, y van de camino a Textoscuando Jake se agarra las caderas comoqueriendo destacar lo rápido que se ha

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detenido.—¿Qué ven mis ojos?Tres caras con tan poco color en

ellas como la niebla miran desde elescaparate, con la misma expresiónengreída una tras otras, como haciendocola para conseguir una peluca. Cadauna de ellas está sobre un montón decopias de Vestir bien, vestir mal , deBrodie Oates. A su lado, un cartel pone:«¿Qué quiere decir? Averígüenlo elpróximo viernes».

—¿Vamos? —dice Sean.Le está proponiendo que entren en la

tienda. Cuando llegan a la entrada, elguardia se interpone en su camino.

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—Espero que os comportéis comoes debido aquí dentro —dice en un tonotan bajo que podría parecer que no hadicho nada.

Jake se ha encontrado con gorilaspeores que este.

—¿Cómo nos íbamos a comportar sino? —dice dulcemente, tomando a Seande la mano.

Sean no se aparta, pero tampocoaprieta la mano de Jake. A veces estímido fuera del ambiente gay deManchester. Jake siente como le sube latemperatura, quizá por vergüenza o porfuria hacia lo que el guardia dice a susespaldas.

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—A eso me refería. No necesitamosde eso aquí.

—¿Necesitamos? ¿Quiénes? —pregunta Jake incluso más dulcemente.

—Es uno de «vosotros» —le diceSean al guardia, apretando la mano deJake.

La cara del guardia se pone tan rojaque a Jake le recuerda a un semáforocambiándose repentinamente.

—Joder, no lo es. No me lo trago.—Tú no —dice Sean, decidido a

pasarlo bien—, yo sí.Jake se está preguntando por cuánto

tiempo van a poner a prueba el grado derubor en la cara del hombre cuando pasa

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Lorraine, ataviada con unos anchospantalones de pana. Su cola de caballose menea y luego se alza cuando se giraen el felpudo de «¡A leer!».

—Trabaja aquí —dice.El guardia hace una mueca cuando el

pelo de ella le roza la mejilla.—¿Quién?—No me importaría que fuera

cualquiera de ellos, pero me refería a él.¿Vienes arriba, Jake?

—Debo hacerlo —dice Jake sinseparar su mano de la de Sean hasta queno pasan el felpudo—. ¿Estarás aquícuando baje? —desea en voz alta.

Un resto de niebla líquida destaca en

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las pestañas de Sean, hasta que se loquita con la yema de un dedo.

—Me aseguraré de estar.Angus está en pie detrás del

mostrador sin prestarles mucha atención,una queda vergüenza parece ser suestado natural. Mad seguramente estabaarreglando la sección infantil, y cuandovuelve a su tarea después de mostrarle aun cliente un manual de reparación decoches, les dedica una fugaz sonrisa aJake y Sean. Aparte de eso, las únicaspersonas a la vista son dos hombres enlos sillones de Erotismo, con lascabezas tan calvas que podrían sermonjes meditando sobre su escaso

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tiempo vital. Lorraine pasa la tarjeta porel lector junto a la puerta de la sala deempleados y luego se demora losuficiente en las escaleras para que Jakesienta el frío conservado por lasdesnudas paredes. Se oyen voces tras lapuerta de arriba, y Ray preside la mesade la sala de empleados.

—Buenos días a los dos —dicecuando Lorraine abre la puerta—. Ahorami equipo está al completo.

Ese comentario viene junto a unasonrisa tan sucia como su rojizacabellera rizada, pero a Lorraine no leafecta.

—Nos faltan dos minutos para

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entrar.—No pasa nada por empezar lo

antes posible, ¿verdad?Cuando Lorraine retira su tarjeta del

montón de «salidas», Ray tuerce la bocay levanta y baja las cejas antes de que laexpresión vagamente amistosa regrese asu rostro mofletudo.

—Espero que todos viéramos elpartido este fin de semana —dice.

—¿Cuál era? —se interesa Wilf.—Solo podía ser uno, ¿no? —

prácticamente grita Ray, quizá sin darsecuenta de que el interés era más porcortesía que por otra cosa—.Manchester United metiéndole un dos a

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cero al Liverpool.Wilf, Jill y Agnes profieren un

quedo y obligado viva, y Rosscontraataca con un abucheo lo bastanteleve para resultar cómico.

—Venga, venga, seamos deportivos—exclama Nigel desde su mesa en laoficina, mientras Greg se conforma condedicarle un reprobatorio guiño a Gavinpor su último bostezo—. ¿Vosotros dosno tomáis partido? —pregunta Ray a losrecién llegados.

—No en ese tema de hombres —dice Lorraine, pasando la tarjeta pordebajo del reloj—. No noto ladiferencia, me temo.

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—¿Por qué iba a querer ver a unmontón de tíos con los muslos al airepersiguiéndose los unos a los otros? —dice Jake pasando la suya.

Casi todos ríen, aunque no estáseguro de cuántos de ellos se hansentido forzados a hacerlo. Lorraine sesienta en el sitio que Ross le habíaguardado, y Greg arrastra su silla haciaatrás, alejándose un poco de Jake, queestá sentado entre él y Wilf, mientrasRay pasa las hojas de las «artimañas»de Woody.

—Parece que el jefe ha puesto enmarcha la maquinaria de su cabeza —comenta Ray.

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—Para eso está —dice Woodysaliendo de su despacho—. Bien,dejadme hablar, así será más rápido.

—¿Quieres mi asiento?—Me quedaré de pie. ¿Queréis las

malas noticias primero?—Tú mandas —dice Ray.—No hay buenas noticias. Las

ventas del primer mes son las peores detodas las tiendas Textos.

—Eso será porque la gente todavíano sabe que estamos aquí, ¿no crees?

—Mal tiro, Ray. Las peores ventasde cualquier primer mes.

—Las Navidades ayudarán, ¿no?—El grado de crecimiento de las

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ventas prenavideñas es el peor de todaslas tiendas. Las cifras del último fin desemana, ¿lo suponéis?, las peores —anuncia, y la estrechez del surco de susojos parece estar buscando culpables,hasta que añade—: Bueno, esto es loque tenemos que solucionar. ¿Ideas?

Ray ya ha tenido bastante de supapel de hombre recto, y nadie másquiere ocupar su puesto. Woody alza lavista, como buscando ideas en suaplastado pelo al cepillo y se frota lacara, casi ausente de expresión.

—Alguien. Algo —exige—.Hacedme sentir parte de un equipo.

A Jake esto le recuerda a los

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tiempos de la escuela; se les ha hechouna pregunta que nadie quiere ser elprimero en responder, especialmente yaque Ray parece pensar que también debeesperar una respuesta de los demás.

—¿Podría ser el sitio dondeestamos? —se atreve al fin Lorraine.

—Necesito algo más que eso.—Fenny Meadows. ¿Quién iba a

querer venir aquí a no ser que trabajeaquí?

Algunas bocas hacen ademán deabrirse.

—Dime tú por qué no —diceWoody.

—Quizá no lo ven hasta que es

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demasiado tarde.—Me estás obligando a trabajar

mucho. ¿Demasiado tarde el qué?—Me refiero a que no ven las

señales. Cuando conducía hacia aquíesta mañana casi me pasé del desvío porculpa de la niebla.

—Por eso llegaste tarde entonces —dice Ray.

—Es solo que si trabajas aquí, sabesque estás cerca cuando ves la niebla.

—No tendría mucho sentido paranadie construir aquí si siempre fuera así,¿no? —protesta Woody—. Hablé con laoficina central, y no había niebla cuandoexaminaron el lugar el invierno pasado.

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Sí, entrad, participad.Tiene la mirada clavada en la puerta

del almacén, detrás de Jake, que sienteun escalofrío similar a una respiraciónen la nuca y se vuelve para encontrar lapuerta abierta justo lo suficiente paraque alguien mire por el hueco. Greg selevanta responsablemente de su sillamientras Woody se acerca rápido parameter la cabeza en el almacén.

—Debe de haber sido un golpe deaire —murmura, frotándose los brazosuna vez ha cerrado la puerta. Parecesentirse como si hubiera despertado atodo el mundo cuando dice:

—Bueno, ¿alguien piensa que

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Lorraine ha identificado uno de losproblemas?

—No la bastante gente es conscientede que estamos aquí.

—Eso es, Ray. ¿Se lo habéis dicho atodos los que conocéis?

El murmullo consecuente es porencima de todo el de unas cuantaspersonas intentando no ser las únicas enquedarse calladas.

—Vamos, equipo —urge Woody—.Me estáis haciendo pensar que noqueréis ganar. ¿Quién nos va a animar?

Está haciendo tal parodia de unamericano que por un momento Jake nosabe dónde mirar.

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—Los padres que conozco y losprofesores de mi hija saben dóndetrabajo —acaba diciendo Jill.

—Eso es un comienzo. ¿Y tusamigos?

—Ellos son mis amigos.—Claro, y nosotros también,

¿verdad? Quiero que todos seamosamigos. ¿Qué os parece si no solo leshablamos de la tienda a nuestros amigos,sino a todas las personas que conocemosal menos un poquito?

—A todo el mundo que conozcamos—propone Greg.

Gavin emite un sonido similar avarias eses seguidas.

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—¿Cómo quieres que hagamos eso?Hola, no me conoces y vas a creer queestoy loco o colocado, pero trabajo enTextos y soy la razón por la quedeberías venir a echar un vistazo.

—No hace falta hablar. Podríamosllevar algo.

—Quieres que vaya de bares conesto en el cuello —dice Gavin, haciendoruido con el cordón del que cuelga sutarjeta identificativa de Textos.

—¿Alguna otra posibilidad? —diceWoody para silenciar el sonido.

—Podríamos llevar nuestras cosasen una mochila de Textos —sugiere Jakey se siente exonerado hasta el momento

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en el que su nombre suena por encima desu cabeza.

—Jake —dice la voz de Mad—,solo comentarte que tu amigo Sean diceque tiene que irse.

—¿Puedo contestar? —le pregunta aWoody.

—¿Tienes razones para hacerlo?—Podría dejar nuestros folletos en

los clubes a los que voy —proponeGavin, salvando a Jake de unareprimenda.

—¿Por qué no pensáis cada uno enun lugar donde dejar algunos? —sugiereWoody, y luego llama a la oficina—.Connie, ¿pueden darle unas cuantas

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hojas de eventos a cada uno?—Pueden, pero… —Saca una hoja

de la caja que acaba de abrir—. Esto note va a gustar —advierte.

—Oye, prefiero una desgracia a laincertidumbre.

—Se nos ha colado un endiabladoapóstrofo.

Además de anunciar que BrodieOates firmará libros, la hoja anima alpúblico a estar atento a la prensa o allamar para saber de futuras actividades,pero la primera palabra en la quecualquiera repararía está en la partesuperior, y es un cincuenta por cientomás grande que las demás: «Texto s».

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Woody no aparta los ojos de las letrashasta que Connie le acerca bastante lahoja para que la coja.

—Llama a los de la imprenta y dilesque deben arreglar esto de inmediato —dice—, y hazles saber que no pagaremospor ello.

—No creo que podamos hacer eso—dice mordiéndose los labios, comoqueriendo borrarse el color de ellos,pero luego debe añadir—: Tengo lacerteza de que comprobé la copia antesde enviarla por correo electrónico, soloque el ordenador debió de pensar encorregirlo sin consultarme. Acabo demirarlo, y el error está también en el

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original.—Bien, vas a hacer esto. Corrígelo

e imprime, digamos, un millar quepodamos distribuir hasta que tengamoslas demás. No tendrán un aspectoprofesional, pero al menos saldrán deaquí.

Connie se retira a su oficina cuandoWoody añade:

—Espera, veamos si podemos hacerque esto funcione. Antes de que empieceConnie, ¿alguien tiene ideas paraorganizar algún evento? Aparte delgrupo de lectura de Lorraine.

Jake no se encoge de hombros por lapregunta, sino para deshacerse de un

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súbito escalofrío; una corriente de aire,por supuesto, no la respiración dealguien escondiéndose a su espalda ydisfrutando de los problemas de Woody.Sin embargo, Woody clava la mirada enél.

—¿Conocemos a algún escritorlocal? —pregunta Ray.

—¿No hay un como se llame? —dice Gavin apenas ha terminado unbostezo.

—Uno debe de haber, sí —le diceRay a Woody, como un maestrodisculpando a un alumno delante deldirector.

—El que escribió sobre este lugar

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—insiste Gavin—. Nosequé Bottomley.—Bien. Agnes, Anyes, esa es tu

sección. Averigua lo que haga falta ydíselo a Connie —ordena Woody—.Bueno, tenemos que poner esto enmarcha. Os voy a tener alejados de lasala de ventas. Pensad en promociones yeventos y dádselos a Connie a,digamos…, a las tres. Pero todavía hayotra manera de la que espero que podáisayudar. La jefa y su equipo vendrándentro de dos semanas desde NuevaYork para ver cómo lo llevamos. Vamosa dejar que vean todos los libros en sulugar y tan ordenados como el díaprevio a la apertura, y ni un solo artículo

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en el almacén.—¿Podemos hacer eso? —pregunta

Jill.—Me alegro de escucharte de

nuevo, Jill, y la sencilla respuesta es quevoy a pedir a todos que trabajéis lanoche anterior al gran día.

—Cuenta conmigo —dice Greg.—Tendría que ver quién se encarga

de Bryony —dice Jill.—¿Cobraremos jornada doble? —

pregunta Lorraine.—Jornada y media —dice Woody

—. Eso va para todos, incluyéndome amí. Estaré con vosotros.

Se aclara la garganta, Jake imagina

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que algo herido, cuando nadie másresponde.

—No hay mucha prisa —diceWoody—. Pondré una hoja para que lagente firme cuando tengan claros sushorarios. ¿Ray?

—Me encargaré de ello, no tepreocupes.

—No, lo que quiero es que asigneslas tareas. Recordad —añade Woody,mirándolos a todos de uno en uno—,cualquier cosa que hagáis por la tiendala hacéis por vosotros mismos. Es laclientela la que mantiene vuestro puestode trabajo.

Cuando se retira a su oficina, Connie

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ocupa su lugar.—Un escaparate provocativo, Jill —

dice—. Creo que esa es la palabra.—Así llamará la atención, ¿no

crees?—Y atraerá a los clientes al interior

de la tienda. No he visto demasiadostiques todavía. Cuando haga los folletosaseguraos de darle uno a cada cliente, yno estaría mal contarles a quién van apoder conocer.

Jake observa a Greg luchandoconsigo mismo, por el bien de la tienda,para superar su aversión a la idea. Unarisa que parece un estornudo quedaatrapada en la nariz de Jake cuando Ray

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le manda a archivar libros. Es elprimero en llegar al almacén, donde unahueca cacofonía de estuches de cintas decasete en la estantería de devolucionesle da la bienvenida; su entrada parecehaberles molestado. Las sombras de losesqueletos de los pocos estantes vacíosse agitan casi imperceptiblemente sobrelas luces fluorescentes, una de las cualesestá suelta y zumba como un torpeinsecto. Sus estantes están llenos denovelas románticas; libros con lascubiertas impresas en todos los tonos decolor pastel posibles casi rebosan por elborde. Se adueña de un carro cercano almontacargas, del cual por un momento

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parece creer oír surgir el retumbar deuna única palabra, y lo lleva atrompicones hasta sus estanterías. Cogeel primer montón de novelas románticaspara colocarlas horizontalmente en elcarro, y al hacerlo el de detrás sederrumba, esparciéndose por todasdirecciones.

—No os estropeéis —suplica, y selas apaña para no tirar ninguno máscuando alarga la mano para recogerlos.Llega con sus dedos al montón másnumeroso, y sus yemas se encuentran conun objeto aplastado bajo ellos.

Es tan frío como el muro por el queestá reptando. Parece huir de su roce, al

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tiempo que él mismo recula tan deprisaque otro montón de libros color pastel lecae en el pecho. Debe de haber sido unanovela, aunque parecía algo más grande,además de demasiado pegajoso y gordo,y ni siquiera lo bastante plano. Ya noestá seguro de qué parte ha imaginado ode qué sonido ha emitido para atraer aRoss al almacén.

—Eso ha sido una mariconada, Jake—bromea—. ¿Estabas pidiendo ayuda?

—¿Tú qué crees?—Por aquí hay algunos —le dice

mientras coge algunos de los librossobre el pecho de Jake y le pellizca elpezón, quizá para demostrar que no se

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siente amenazado—. ¿Cómo hasacabado así?

—Se cayó algo por detrás y no pudecogerlo.

—¿Lo intento?—Eso sería muy amable por tu

parte.—Ross se echa sobre las estanterías

y mete las manos ciegamente, tanto queJake comienza a temer por su seguridad.Está respirando rápida y torpemente, locual parece desconcertar a Ross, y enese preciso instante aparece Woody.

—¿Quién estaba armando ese ruido?—Nadie —objeta Ross y pone la

voz una octava más masculina—. Solo

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hablábamos.—Tuvimos un momento de pánico

—dice Jake—. Ya pasó.Ross suelta unos pocos libros en el

carro.—Espero que no vueltas a intentar

coger tantos a la vez, Jake.—No estoy seguro de lo que está

pasando aquí —dice Woody—. Ross,debes ocuparte de tu propia secciónantes de ayudar a los demás.

Observa a Ross buscando un carro yempujándolo al estante de los vídeos,con su rostro cada vez más escarlata. Noregresa a su oficina hasta que tanto Rosscomo Jake están ocupados con su stock.

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Jake comienza a sentir las manospegajosas por la aprensión mientrasahonda más en las profundidades de losestantes. Aparta los últimos libros y nove allí detrás nada aparte de cemento,desnudo excepto por el rastro mugrientode una mancha sin forma. Cualquieraque fuera el libro que le puso nerviosoantes, debe de haberlo metido en elcarro sin darse cuenta.

Los cuatro estantes del carro estánrebosantes de novelas románticas, yalgunos más están apilados encima. Jakeha visto funerales más rápidos que elpaso al que se atreve a moverlo hasta elmontacargas. Introduce el carro en su

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interior tan pronto como la puerta se haabierto lo bastante. Al tiempo que entray aprieta el pegajoso botón. Ross intentaalcanzarlo. «Ascensor abriéndose»,promete la voz mecánica, pero la puertase cierra. El aparato desciende y sedetiene en seco repitiendo la frase, estavez con una voz, piensa Jake, no tanfemenina. ¿Se está estropeando lagrabación, o el montacargas entero?

Solo medio carro está afuera cuandolas puertas se cierran sobre él. Apretarel botón de abrir no sirve de nada, ycuando lo intenta con las manos sientecomo si sus dedos se estuvieranhundiendo en el barro, una impresión

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alimentada por la tenue grisura. Porsupuesto, las puertas tienen un filo degoma, y con no mucho esfuerzofinalmente consigue abrirlas. Rueda elcarro tan deprisa, con la intención desacarlo por completo, que dos libroscon personal médico en la portada caenal suelo. Mientras los recoge, teme quelas puertas aprovechen la oportunidadpara dejarle encerrado ¿pero por quéiba eso a causarle tanta aprensión? Seyergue y sale disparado de allí paraponer los dos libros en lo alto del carro,luego abre la puerta que conduce a lasala de ventas y tira de su carga justo enel último momento para que la alarma no

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lo delate.Apenas ha empezado a ordenar los

contenidos del carro cuando Rossemerge del corredor con otro, repleto demanuales de informática.

—Perdón porque se cerrara, nopretendía dejarte fuera —exclama Jake,lo que causa una sonrisa conciliadora departe de Ross. Es también una sonrisaintranquila, pues el nuevo guardia losmira a ambos con desconfianza.Mientras Jake se pregunta si debe salvara Ross de otro malentendido, Greg seacerca al guardia y le tiende la mano.

—No he tenido la oportunidad depresentarme antes, me llamo Greg.

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—Frank —revela el guardia,tendiendo la suya.

—Ya ha conocido al jefe —diceGreg con su tono de segundo al mando—. ¿Conoce a los demás? Aquel esRoss, Angus, Madeleine (suele estar enla sección infantil), aquella es Lorraine,que se acaba de incorporar. —Vapresentando, entonces hace una pausapara que digiera la información y añade—: Ese es Jake.

—Ya nos conocemos.—Conectamos al instante, ¿verdad?

Solo siento no haber podido darte lamano, como Greg —salta Jake ante lafalta de entusiasmo de Frank.

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Ambos lo miran con una repulsasimilar y, piensa, tan mortecina como laniebla. Por un momento, incluso imaginaque la acechante oscuridad tras la puertaa sus espaldas ha sido atraída por lapromesa de una trifulca, o algo en laniebla lo ha hecho; se siente observado.Puede que sea Woody en el monitor desu oficina, o meramente el hecho depensar en él. Es suficiente para que Jakese dé la vuelta, continúe con su trabajo yse obligue a ignorar la sensación, tantocomo a Greg y Frank y a cualquiera quemuestre su desaprobación. A las sietevendrá Sean, pero por ahora tiene quelidiar con los colores de los lomos de

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los libros, los cuales casi puedesaborear mientras usa sus conocimientosdel alfabeto: cereza, naranja, lima,limón… no importa que esté reduciendolos libros a poco más que a bloques decolor pastel y a sí mismo al estereotipoque muchos de sus colegas asumen quees, más un decorador que un vendedorde libros. Lo único que sabe es que loscolores están ayudando a aislar lagrisura que ha cercado la tienda, y, si selo permite, cercará también su mente.

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Ross

Cuando Mad regresa de la reunión conWoody, parece llevar puesta unamáscara capaz de anular su gesto dedesconcierto. Ross recuerda haber vistoantes esa expresión; cuando estabaintentando dejarlo. No tiene ni idea de siMad espera que él muestre interés ensaber lo que sucede, pero tan prontocomo sus miradas se cruzan, la siguehasta Textos Adolescentes.

—¿Qué quería? —murmura Ross.—Parece ser que no debí anunciar

que el novio de Jake tenía que irse.

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Lorraine quiere mostrarse endesacuerdo, aunque Ross no sabe si esel comentario de Mad lo que la traedesde la terminal de información o elhecho de verlos a ambos juntos.

—¿Por qué no? —quiere saberLorraine.

—Se supone que debí llamar a Jakea través de los altavoces, ya que elmensaje no iba dirigido a la clientela.Yo solo pensaba en ahorrar tiempo.

—Si quieres mi opinión está claroque los jefes no iban a dejarte ganar.Apuesto a que Woody se hubieramosqueado mucho si hubieras sacado aalguien de esa reunión suya para

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quitarnos horas de sueño.Lorraine y Mad se miran la una a la

otra como si estuvieran compitiendo porver quién es más dulce, sin embargo,Ross siente que están más pendientes deél que de otra cosa; se siente como unartilugio a través del cual se comunican.

—No me importa trabajar la nocheentera —dice—. Será una experiencia.

—¿Por qué los hombres se creenobligados a probar que pueden hacercosas innecesarias?

—No creo que sea así —dice Mad—. Yo también me he apuntado.

—¿Ah, sí? —dice Lorraine como sino tuviera el más mínimo interés—.

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Bueno, si queréis algo, andaré por aquí.—No se me ocurre nada que pueda

querer de ti, Lorraine —dice Mad.—Los que lo practicamos lo

llamamos mantenerse unidos.Necesitamos hacerlo ya que la tienda nose lleva bien con los sindicatos. Si nosdejamos pisotear, incluso en estaspequeñas cosas, nos pasarán porencima.

—Esta no era pequeña, sinomicroscópica. Ya la habría olvidado sitú no te hubieras acercado. Mantenerseunidos debe de ser bueno, de todasmaneras. Cuando estés en mi secciónsería genial que ordenaras un poco si

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ves algo fuera de su sitio.—Hay muchas cosas fuera de su

sitio en la tienda —dice Lorraine conmás intención de la que transmiten laspalabras, y de la que Mad se molesta enreconocer. Mad la deja allí plantada, nosin antes dedicarle una sonrisa tan vagaque se contradice a sí misma, y regresa asu labor de extraer los libros deAdolescentes con los lomos pegados ala pared, imitando a sus potencialeslectores. Al tiempo que Lorraine vuelve,a su ritmo, a la terminal de información,las palabras que se ha callado levitanpor encima de Ross como una sombraamenazadora. No es de extrañar que se

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sienta más seguro mientras estácolocando los libros de informática.

Una cantidad considerable de ellostienen al menos el doble del tamaño delresto de las existencias, pero aunque esoimplica que transporta menos artículosen cada viaje con el carro, tambiénnecesita crear más espacio para cadauno. Tiene que mover el contenido detres estantes para colocar una guía deLinux, y una vez que termina de encajarlos libros donde puede, tiene quereajustar las etiquetas temáticas. Sin lasdocenas de etiquetas de plásticoindicando los nombres de los sistemas,lenguajes de programación, aplicaciones

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y todos los aspectos de internet, notendría ni idea de dónde va cada cosa.Está intentando memorizar al menos unaparte del orden cuando el teléfonocomienza a sonar.

La regla de los diez segundos indicaque todas las llamadas deben serrespondidas en ese lapso. Lorraine estámetiéndole sus libros en una bolsa a unhombre con un grueso anorak, así queRoss corre para descolgar el auricularde la terminal de información.

—Textos de Fenny Meadows, Rossal habla, ¿en qué puedo ayudarle?

—¿Está ahí el jefe?A Ross le parece haber escuchado

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antes la voz de esa mujer.—¿Puedo saber quién llama?—Él lo sabe, me verá pronto.No está seguro de si tomarse su

laconismo como una falta de educación;la voz es extrañamente seca.

—Hay luz todavía, ¿verdad? —añade, dando la impresión de que lecuesta hablar—. Ya está oscuro poraquí.

Quizá está cansada.—La pondré en espera —le

responde antes de darle al botón delaltavoz—. Woody, llama al diez porfavor. Woody, llama al diez.

Apenas ha colgado el auricular, el

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teléfono vuelve a sonar.—¿Qué puedo hacer por ti, Ross?—Alguien llama preguntando por ti.—¿Tiene nombre quizá?—No lo ha dicho.—Siempre pregunta el nombre y di

el tuyo.—Le dije el mío. Dijo que la

conocerías, creo que llama desde elextranjero.

—Creo que tienes razón. Gracias,Ross.

Ross vuelve a sus estanterías parahacer hueco a otro enorme libro. Amitad de su labor recolocandovolúmenes, escucha un amortiguado y

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entrecortado jadeo, lo bastante fuertepara resultar audible desde el pasillo dePedidos. Entonces, un gigante, o alguiencon ambiciones de serlo, comienza aaporrear la puerta de salida. Ross sepone en movimiento para ver quién es,pero el chasquido de la puertaabriéndose lo detiene. Ha hecho huecopara un nuevo manual cuando Woodyaparece por el pasillo, en el exterior delcual Ray está cargando cajas en un palédesde un camión que está expulsandonubes de humo que se funden con laniebla. A Ross le da la impresión de queel humo apenas se mueve, y en lugar deeso parece que la oscuridad se hace más

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densa por momentos. La puerta interiorse cierra y Woody se le acerca agrandes zancadas.

—¿Qué hiciste con mi llamada?—Nada. Pasártela.—No es cierto. No había nadie.—Le dije que iba a ponerla en

espera. Entendería eso, ¿verdad?—Tendría que ser bastante estúpida

para no entenderlo —responde Woody,mirando a Ross como si fuera esomismo lo que estuviera implicando.

—Me refiero a si era americana. —Ross ve a Lorraine intentando escucharla conversación y se da la vuelta pormiedo a que intervenga—. Quizá se

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cortó la llamada —aventura.—Supongo que si es así volverá a

llamar. ¿Qué te dijo exactamente?Ross no piensa dar demasiados

detalles.—Va a verte, creo que quería decir

pronto.—¿De verdad? Eso son buenas

noticias. —Woody mira su reloj y luegoel teléfono, y Ross deduce que se estárecordando a sí mismo que no se debenrealizar llamadas personales desde latienda—. Bueno, a trabajar —diceWoody—. Necesito ayuda paradescargar el nuevo stock. Intentarébuscarte una hora extra para terminar de

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colocar.Terminar con el carro le llevará más

de una hora, pero Woody ya está encamino.

—Tráete el carro —dice por encimade su hombro y entra en el pasillo. Raycierra la puerta exterior con unchasquido—. Ahora nos encargaremosnosotros, Ray —dice Woody—. Yaestás lo bastante ocupado.

Aprieta el botón junto almontacargas.

—Puedes dejar el carro aquí —ledice a Ross mientras Ray sube y elmontacargas habla—. Si alguien lonecesita te lo hará saber. —Ross está

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intentando decidir cuándo ha oído antesesa voz. Está a punto de arriesgarse ahacer una pregunta, cuando Woodyañade—: ¿Puedes coger eso?

Se agacha junto a la palanca quelibera el freno y empuja el palé dentrodel montacargas, que es solo unoscentímetros más ancho, pero una de lascajas superiores está empezando aresbalarse. Ross se apretuja entre laentrada al montacargas y las cajas parapoder sostener las de las cuatro filassuperiores con sus manos. Aprieta lafrente contra la insegura caja, que es tanfría como la niebla a la que huele.

—Intenta aguantar hasta que

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lleguemos arriba —dice Woody. Rossva arrastrando los pies hacia atrás por elavance del palé, hasta topar con suespalda en la pared trasera—. ¿Estásbien? —se interesa Woody pulsando elbotón de subir. La voz todavía suenaamortiguada, como una risa escondidatras una mano; debe de estar bloqueadapor las cajas, que son todo lo que Rosspuede ver, sentir y oler. Cuando abre laboca prueba el cartón y la niebla.

—¿Eso fue…?El montacargas tiembla al ponerse

en movimiento hacia arriba. El paléavanza no más de un centímetro hacia él,lo bastante para aplastarlo contra la

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pared.—¿Estás bien? —repite Woody.—Pronto lo estaré. —Una caja ha

atrapado la parte izquierda de su rostrocontra la gélida pared de metal, pero almenos eso le deja libre gran parte de laboca para permitirle gritar—. ¿A quiénacabamos de oír?

—Solo te he oído a ti y almontacargas. ¿Qué quieres decir?

—El ascensor —grita Ross, aunquesu aplastada nariz lucha por respirar—.¿De quién es la voz?

—Ni pajolera idea. Venía con lamáquina.

El montacargas vuelve a temblar, y

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la caja aplasta más aún la cara de Rosscontra el metal.

—¿Puedes tirar un poco? —Apenases capaz de gritar.

—No hay espacio para soltar elfreno. No te preocupes, no puedemoverse nada.

Las cajas están ahora hundiendo elpecho de Ross. Le están robando suúltimo aliento y cualquier posibilidad derespirar.

—Por favor —resuella, pero elsonido no va más lejos de la oscuridadde la caja que oprime su cara. Elanuncio de que el montacargas se estáabriendo suena tan lejano que podría

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provenir de un túnel bajo tierra, y ya nole importa lo que se parece la voz delmontacargas a la que antes preguntabapor Woody en el teléfono; no podríanser más idénticas. En unos pocossegundos, el aparato cumple su promesa,y en unos pocos más, Woody es capazde soltar el freno. Ross avanza condificultad, agarrándose a los montonesde cajas.

—Suéltalo —dice Woody,deteniendo el palé en la zona dedescarga y mirando después a Ross—.¿Todo bien?

—Pronto estará bien.Después de haberse llenado los

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pulmones de tanto aire que inclusosiente dolor, Ross suelta la caja en elcontenedor de descarga, el cual tiene eltamaño de una mesa para cuatro y estácoronado por una gruesa malla. Woodycorta la cinta adhesiva del paquete conuna navaja y le da la vuelta a la caja.Cuando la levanta, varios libros quedansobre la malla mientras el relleno cae enlos contenedores causando un tintineodel poliestireno. Antes de que Ross hayacogido un solo libro, Woody lleva unadocena a las estanterías del almacén.Para cuando Ross comienza a colocarunos pocos, Woody ha cogido otromontón y deja caer su mirada sobre la

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exigua carga de su ayudante. Rossintenta alcanzarlo, amontonando librossobre su dolorido pecho, que le escuecemientras va de estante en estante, apenasmirando los títulos al deshacerse dee l l o s : Los insectos también tienenderechos; El anuario de los corgi;Regalos de hotel coleccionables; Jesúsera un bromista: juegos de palabras ychistes de Jesús; Tertulias quecambiaron el mundo; Cómo romper porcompleto; Inglés tal como se habla…Ross ha ayudado a ordenar elequivalente a tres cajas, aunque Woodyestá sacándole todavía más ventaja,cuando Connie entra en el almacén.

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—Ayuda —requiere—. Más libros.—Esto es lo que trae la Navidad. —

Woody abre una caja y la pone bocaabajo—. ¿Has dicho que vienes aayudar, he oído bien?

—Todavía estamos trabajando elasunto de los eventos. Me temo queAdrian Bottomley no será uno, lepregunté si le gustaría hacer una sesiónde firmas y parecía de acuerdo hasta quele mencioné dónde estamos.

—No pares —le dice Woody aRoss, que se ha detenido a escuchar—.¿Qué tiene eso de malo? —dice igual deintensamente a Connie.

—Me dio la impresión de que no

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cree que venga la bastante gente paraque le merezca la pena.

—Que le den a él y a cualquiera queno quiera formar parte del equipo. Bien,mira a ver qué más puedes meter ennuestros folletos —espeta, y cuando elladuda, Woody añade—: Puedes dejarnossolos. Supongo que estamos a salvo.

Connie sonríe, por si acaso seesperaba eso de ella, pero pone cara deextrañeza antes de salir. Woody estárecordando cómo le divirtió pillar aRoss y Jake juntos, por supuesto. Rossno sabe cómo tomárselo; su mente estádemasiado ocupada por el proceso deordenado de libros. De hecho, no se le

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ocurre mirar la hora hasta que Woodyabre la penúltima caja.

—¿Te estás cansando? —le preguntaWoody al verle consultar su reloj.

—Se supone que es la hora de midescanso.

—¿Quieres terminar esto primero?No debería de llevarnos más de un parde minutos.

Ross imagina la reacción deLorraine si solo sospechara su intenciónde aceptar esa propuesta. Lo hace ensilencio, y la tarea termina nodemasiado después de lo que Woodypredijo.

—Imagino que esto ayudará a que se

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te abra el apetito —bromea Woody.¿Come él en su despacho? Ross

nunca le ha visto hacerlo en la sala deempleados, ni siquiera usar la cafetera,que provee a Ross con un chorro de cafétan oscuro que unos centímetros de lecheno le roban su aspecto pastoso. Altiempo que Woody regresa a sudespacho, Ross coge de su taquilla lossándwiches de jamón que se hizo lanoche anterior, mientras su padre vagabapor la cocina como si estuviera a puntode encontrar una manera de ser útil. Lossuelta en la mesa y desenvuelve elarrugado papel de plata en el que estánenvueltos antes de abrir una revista de

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videojuegos a su lado. Si Mad lo vieraahora, chasquearía la lengua y pondríaun plato bajo los sándwiches. Lorrainemenearía la cabeza y su cola de caballoal ver una revista que ella considera quesolo leen los hombres. Desea que lasdos se queden abajo. Debió darse cuentaantes de que pedirle salir a Lorraineacarrearía problemas.

«Disfruta de tus aventuras», dice supadre. «De ellas está hecha la vida. Noesperes pasarla entera con una persona;eso no es natural». Ross lo ve como elmétodo de su padre para superar que sumujer le dejara con un niño de tres añosy nunca regresara de unas vacaciones

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con sus amigas que debían ser solo eso,unas vacaciones. Justifica por qué desdeentonces su padre nunca ha vivido connadie, exceptuando a Ross, más de unosmeses; por lo que a él respecta, estábien. Por eso se dio la oportunidad conLorraine cuando ella le sorprendióbrindándole su amistad, ¿pero no debióhaberse mantenido solamente en algoamistoso? ¿Está destinado a ser elantagonista de ella o de Mad?Esforzarse por pensar en ellas le lleva aquerer centrarse en las fotos de luchasvirtuales en la revista, mientras se metecomida en la boca. Cuando oye a Woodyemitir un sonido demasiado salvaje para

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ser una palabra, por un momento creeestar oyendo por boca de su jefe supropia frustración.

—¿Qué pasa? —grita Connie.—¡Pequeños…! —Lo que sea que

Woody dice después de eso queda en elaire mientras se lanza hacia la puertaque conduce a las escaleras y comienzaa bajar los escalones de dos en dos. Lasobrecogida mirada de Conniecontempla a Ross apartando su silla yentrando en el despacho de Woody.

—Hemos sido invadidos —dicecomo si no entendiera lo que estáviendo.

Está mirando el monitor de

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seguridad. Ross se une a ella a tiempopara observar a Woody corriendo por elcuadrante superior izquierdo, mientrasFrank el guardia lo hace por el sectordiagonalmente opuesto. El resto de lapantalla muestra un par de pasillosdesiertos, hasta que dos figuras aparecena toda velocidad en la sección inferiorizquierda, tirando libros de los estantesdurante su carrera. Tiene que haber unfallo en el monitor, pues las figurasestán soltando a su paso unos rastrosgrises provenientes de sus cuerpos; peroun fallo no puede explicar por qué suscaras parecen no poseer piel ni carne.

No es un consuelo creer que están

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maquillados o llevan máscaras. Rosscree estar soñando al ver a las dosfiguras diminutas con unos rostros tanbásicos como imágenes primitivas.Tiene que ver cuál es su aspecto real.Corre hacia abajo casi tan rápido comoWoody y abre la puerta, paraencontrarse con dos cráneos cubiertosde pelo.

Comprueba que los chicos llevanmascaras de Halloween antes deperderlos de vista, las máscaras son tanbaratas que no podrían ser másrudimentarias. Cuando va a empezar acorrer tras los chicos, estos esprintan,pasando el mostrador y saliendo de la

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tienda.—Déjalos, Frank —dice Woody

cuando se funden con la niebla—.Mientras no vuelvan a entrar.

—Creo que no es la primera vez quelos perseguimos —dice Agnes desde elmostrador.

—Nadie me lo dijo. ¿Cuándo?—El día del concurso. Creo que son

los que armaron aquel alboroto.—Eso explica las máscaras. Si

alguno más de estos aparece, mejor queles veamos las caras.

Woody se adentra en Hogar, dondesu furiosa cabeza se agacha y reaparececomo la de un pájaro, picoteando libros

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de cocina. Cuando Ross comienza arecolocar libros de medicina en elpasillo de al lado, su rabia pareceagravarse.

—Vete a terminar tu descanso —murmura—. No quiero a nadie diciendoque te obligué a interrumpirlo.

Sin duda se refiere a Lorraine. Rosscree que el motivo de que esta se hayaacercado es comprobar si se hacometido alguna injusticia, hasta quehabla:

—No me he tomado aún mi pausapara el café, ¿puedo ahora?

—Claro, por qué no. Déjame a mícon esto.

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Ross recoloca los libros que harecogido del suelo y va de camino a lasala de empleados cuando Lorraine loagarra del brazo.

—Hablemos fuera.Lo suelta cuando está segura de que

la está siguiendo, y cruza los brazospara espantar el frío del exterior. Laniebla que llega hasta los tres escuálidosarbolillos ha absorbido todo el calor yla luz del sol. La tiniebla retrocede unpaso, como saludando o burlándose deLorraine y Ross; luego vuelve a su lugar,privando de color a varios coches delaparcamiento. Ross se pregunta si loschicos se han escondido por allí cerca

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mientras camina por la entrada de latienda para llegar hasta Lorraine, que leespera.

—¿Te ha hecho bajar con él? —pregunta.

—Por supuesto que no, Lorraine.—¿Entonces por qué bajaste a

defenderlo?—No creo haber hecho eso, no sabía

que necesitara ayuda.—Te refieres a los hombres en

general.Aunque Ross mantiene la

respiración tranquila, ve cómo fluyefrente a su cara, como un bocadillo decómic.

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—Yo no, no. Quiero decir, no quierodecir que… ¿Por qué no…?

—Venga, di que en parte es miculpa.

—No estoy diciendo que sea culpade nadie. Pero a veces parece que no tegusta trabajar aquí en absoluto.

—Creo que me gustará llevar elgrupo de lectura. Me gusta hablar congente sobre libros. Por eso pensé que megustaría un trabajo relacionado conellos, pero no es así, ¿verdad? ¿Sabes loque me encantaría hacer?

—¿Fastidiar a Connie?—Por el amor de Dios, Ross, mi

vida es algo más que esto. —Lorraine

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mira hacia la niebla como si esta sehubiera atrevido a llevarle la contraria—. Me gustaría impartir clases deequitación.

—¿Sabes hacer eso?—Enseñé a mi prima pequeña

Georgie a montar en su poni. Deberíashaberla visto, botando arriba y abajosobre el animal, toda orgullosa de símisma. Había un trabajo en la escuelade equitación, pero entonces no sabíaque era tan buena, así que eché lasolicitud para esto.

—Habrá más trabajos de equitacióndonde tú vives, ¿no?

—No surgen muy a menudo. Sin

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embargo, creo que la chica contratadapor la escuela no ha encajadodemasiado bien.

—Quizá puedas sustituirla, y tetienes que esforzar en que te guste algomás de esto aparte de tu grupo de lecturamientras sigas aquí, ¿no crees? —leaconseja, y en el momento en que suscejas se levantan medio centímetro,quizá para aceptar esa posibilidad, Rossañade—: Al menos eso es algo que se ledebe agradecer a Woody.

—Yo me ofrecí. Él no me eligió —objeta Lorraine girándose como paraenfrentarse a Woody a través de laventana. Este se yergue, alisando con

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cuidado las esquinas de un libro debolsillo, su mirada va a parar a Ross ysus labios se mueven—. ¿Qué quieredecir con eso de que si estás ocupado?—exige saber Lorraine.

—Quizá deberías preguntárselo.—Es lo justo. Lo haré.La niebla parece saludar sus

intenciones con un baile, surcando elcemento apenas sin rozarlo.

—Espera —Ross dice de repente—.Se estará refiriendo a mí y Jake.

—Vaya, eso no lo esperaba. ¿Porqué iba a decir eso?

—Creo que antes pensó que leestaba echando una mano a Jake en el

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almacén, literalmente. Espero que nonecesites que te lo desmienta.

—No hay razón para ponerse a ladefensiva si lo estabas haciendo. Poreso vienen la mitad de los problemasdel mundo; los hombres no aceptan sulado femenino.

—Quieres decir entonces que la otramitad es culpa de las mujeres que noaceptan su lado masculino.

Advierte rápido que no es eso lo queella quería decir. Su intento de seringenioso parece haber sido automático;se siente como si hubiera sido forzado arepresentar un guión enfrente de unpúblico invisible; ¿los chicos de las

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máscaras quizá? Cuando Lorraine sevuelve hacia la niebla, Ross piensa queella también ha tenido la mismaimpresión.

—Me voy de paseo —dice encambio.

—¿Quieres que vaya contigo? —propone, pues no pretende de él quediga ningún comentario ingenioso.

—No hace ninguna falta —leresponde con nulo entusiasmo.

—Pensé que no querrías estar solaen este lugar.

—No iré muy lejos —dice, ydecidiendo rápidamente que ha hechouna concesión, añade—: A menos que

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quiera hacerlo.Marcha a lo largo del lateral de

Textos en dirección al aparcamiento deempleados, y desaparece entre la nieblasin mirar atrás. El sonido de sus rápidospasos se amortigua a medida que seadentra en el barro. Ross no oye nadamás aparte de la cacofonía procedentede la autopista, pero ¿y si los chicosestán agazapados en la niebla para darleun susto a Lorraine? Cuando el sonidode sus pasos no es más sonoro que el deun alfiler cayendo sobre una mesa, justoantes de convertirse en un silencio total,Ross emprende el camino de vuelta,pasando por el empañado escaparate y

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frotándose los brazos con fuerza.Apenas ha pisado el felpudo de «¡Aleer!», la alarma comienza a chillarcomo un pájaro ciego y loco.

Woody es el primero en llegar a él,intentando mientras corre quitarle lasmarcas de dobleces a un libro sobrepudines.

—¿Quién ha salido? —pregunta,ansioso por saber la respuesta.

—Creo que he sido yo al entrar. Nosé por qué. No he tocado nada.

Woody teclea el código, conocidosolo por los encargados, para sofocar elsonido de la alarma. Mientras lareinicia, Ross saca un cepillo de pelo

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del bolsillo de su camisa, y luego sevacía los de los pantalones, extrayendoun pañuelo y unas monedas, sinolvidarse de la piedra que le recuerda aun ojo durmiente que Mad recogió elotro día del aparcamiento. Frank elguardia observa la tela interior de losbolsillos de Ross, asomando como doslenguas, y no deja de mirarlo consuspicacia incluso cuando habla Woody:

—Bien, Ross, confiamos en ti. Cogetus cosas y vuelve a entrar.

Ross se guarda la piedra, que pareceenvuelta de niebla, mientras se aventuraa pasar entre los arcos de seguridad.Cuando la alarma vuelve a sonar levanta

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una mano. Una mujer vestida con unabrigo beis y pañuelo y sombrero ajuego, y que lleva en un carrito a un críoataviado con un conjunto y una capuchadel mismo color que el de su madre, tirahacia atrás del vehículo y no entra en latienda.

—Por favor, señora, entre —le urgeWoody—. Un duende se ha puesto ajugar con los mecanismos —le informaal crío.

Este empieza a berrear, bien a causadel ruido agudo de la alarma o por culpade la explicación de Woody. La alarmaparece permanecer en el aire,persistiendo incluso después de que

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Woody vuelva a teclear el código.—Ya se ha callado —murmura la

mujer desde debajo de su pañuelo, peroel montón de ropa que lleva dentro a unniño o niña arquea la espalda intentandoescapar de sus ataduras cuando el carropasa entre los arcos de seguridad—. Losiento —se disculpa la madre,murmurando incluso a menor volumen.

—No pasa absolutamente nada,señora —dice Woody—. Cuandoquieras, Ross.

En algún lugar de la niebla, unamujer tose y corre a la vez, y alguienestá conduciendo un coche. No hayninguna razón por la que esos dos

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sonidos tengan que poner nervioso aRoss, aunque las trastadas de la alarmasí lo consiguen. Justo en el momento enel que se adentra entre los arcos, vuelvea sonar. El crío entra en la competiciónsonora, y Mad, que pasaba por allí, lebrinda una sonrisa tranquilizadora ydivertida.

—¿Cuál es tu secreto, Ross?—Ninguno que yo sepa, no tengo ni

idea de por qué salta.—Entonces dime quién tiene la

culpa —dice Woody frunciendo el ceñoy tecleando por tercera vez la clavemientras la madre se libera la boca paratranquilizar a su retoño.

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—Solo es una estúpida máquina,mira. El caballero que suena igual quelos hombres graciosos de los dibujosanimados sabe apagarla.

—Eso esperamos, señora —diceWoody alzando la voz sobre el solo delniño. En un tono todavía más alto, ybastante más agudo, añade—: Espera,Ross. Necesito unos pocos segundosantes de reiniciarla.

Ross se queda con la piernacolgando sobre el felpudo, a mitad delpaso que estaba a punto de dar. ¿Quéestá pasando en el aparcamiento? Lastoses que suenan parecen no tener casialiento, y está preocupado por

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quienquiera que esté merodeando por laniebla. Quizá esté inhalando los gasesde un coche. Camina hacia Woody enlugar de hacia los arcos de seguridad.

—¿Puedo…?—En un momento —responde

Woody, sin levantar la vista de la manoque usa para asegurarse de que nadie leala combinación.

—Inténtalo ahora —dice—.Pensándolo bien: Madeleine. Veamos sile gustan más las chicas.

—Mira —le dice Mad al crío—. Nova a hacerme daño. No hay nada poraquí cerca que haga daño.

Da el paso más largo posible para

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pasar entre los dos arcos, y la alarmacomienza a repiquetear de inmediato.

Al tiempo que se vuelve paramostrarle su sonrisa al niño, los pasos ylas toses sin aliento embutidas entreellos se desvían en dirección a la tienda,y así lo hace el estrépito del coche.Lorraine aparece tambaleándose entre laniebla desde los arbolillos máscercanos, tan deprisa que casi se cae.Alarga los brazos, como si estuvieraintentando salir nadando de laoscuridad. Quizá deseando que la tiendaesté más cerca de los ciento ochentametros o así que aún le quedan porsuperar. Su boca y ojos están abiertos de

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par en par, y su rostro luce tan gris comoel fondo neblinoso. Sea lo que sea queiba a gritar, se ahoga en el golpe de tosque le sobreviene. Ross se esfuerza encomprender por qué parece estar siendoiluminada desde atrás y la niebla a suespalda brilla con tal fiereza y emite ungruñido de creciente intensidad.

—No puede… —dice Mad casi sinsaber que habla—. Ese es mi coche.

Antes de que Ross pueda gritar unainútil advertencia, el coche aceleracontra Lorraine. El parabrisas estáempañado por la niebla, pero distingueuna figura borrosa tras el volante; tieneaspecto de ser demasiado pequeña para

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estar al mando de un coche. No hapodido advertir más que una hinchada einforme masa gris que debe de ser unacabeza, cuando en ese momento el faroizquierdo topa con la parte anterior delas rodillas de Lorraine.

Algo se rompe; o los cristales de losfaros o Lorraine, o ambos. El impacto laimpulsa hacia el parabrisas, aclarandoasí un poco el cristal. Ross todavía nopuede distinguir la figura agazapadadetrás del volante; el interior delvehículo parece estar también envueltoen niebla. Lorraine está espatarradasobre el techo metálico y resbala por élcuando el coche gira para volver al sitio

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de donde provenía. La primera parte delcuerpo de Lorraine en golpear el asfaltocon un crujido hueco es su cabeza.

Ross siente como si todo a sualrededor hubiera sido alargado de unamanera frágil e irreal, como unapelícula: el crío chillando «¡Caída!», yriendo tontamente; la madre desesperadapor acabar con todo esto arrancándoseel pañuelo y poniéndolo sobre la bocade su retoño antes de introducirse a todaprisa en la tienda, apoyada en el carrito;Woody maldiciendo por lo bajo porquelos números que introduce no acallan laalarma; Mad corriendo a arrodillarsejunto a Lorraine y apartándose al ver una

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mancha en el asfalto más grande que lacondensación de la niebla. Entonces elcoche vuelve a escena, con la puerta delconductor abierta, y Ross se sienteaterrado por la suerte de ambas mujeres,pero el vehículo termina empotradocontra el arbolillo de la izquierda y elmorro queda suspendido sobre elmalogrado tronco.

En el mismo momento en que laalarma vuelve a callar, le parece oír aalgo enorme y lento ponerse enmovimiento, es un sonido tanamortiguado y distante que parecesoterrado; después, solo queda eldiscordante jadeo del coche de Mad. Ya

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no lo paraliza el ruido de la alarma.Corre al exterior de la tienda, y la bajatemperatura del ambiente se concentraen su estomago antes de provocarle unescalofrío de los pies a la cabeza. Notiene ni idea de cómo va a sonar su vozsi le dice a Mad que no mueva aLorraine, porque su cabeza está en unángulo tan extraño que no puedeentender cómo puede soportarlo. Elcuerpo de Lorraine se agita por una tos,y algo gris sale de entre sus labios justoantes de que estos se queden quietos enuna silenciosa mueca. Ross quiere creerque está expulsando la niebla que hatragado durante su carrera. Entonces, sus

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ojos parecen llenarse de ella, y el gritodesesperado que escapa de los labios deMad se funde con la niebla.

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Ray

Cuando el Punto avanza por el lateral deTextos, una pálida masa tan ancha comolargo es un ataúd parece crecer en elmuro de cemento. Cuando el coche seacerca a ella y las luces de los farosalumbran la niebla, la masa encoje y sedivide en dos como una ameba. Las dosmitades miran a Ray ferozmente comodos grandes y vacíos ojos planos hastaque apaga las luces. Un brillo del colorrojo de la sangre diluida desaparece trasel coche como si la niebla se lo hubieratragado mientras se alzaba. La llave sale

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de la ignición, y la refrigeración delmotor comienza a parpadear como unreloj que está aminorando su avance pormomentos. Coge del asiento delpasajero el almuerzo que Sandra insisteen que tome, y la bolsa Mothercare en laque está envuelto cruje y chirría cuandosale del coche y pisa el resbaladizoasfalto.

Ya hay cuatro coches bajo las dosúltimas letras del nombre de la tienda.Mientras activa la alarma, se aparta delcoche adyacente para no despertar lasuya. Se cierra el abrigo contra sí, puesno es necesario que se lo abotone solopara unos cuantos cientos de metros,

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pero tiene que sacar una mano. Porsupuesto que el agudo zumbido es solosu teléfono móvil; lo sabe antes de queacabe la primera frase del himno delManchester United, ¿y por qué tiene lasensación de que quiere atraer suatención? Pone el almuerzo sobre eltecho del coche, junto a un pedazo depañuelo de papel que usó el otro díapara limpiarle la boca a la pequeñaSheryl. El chocolate seco ha tornado elpapel duro como una piedra, que rebotacontra el asfalto en el momento en el queinterrumpe el tono.

—¿Eres tú? —dice Sandra.—¿A quién esperabas?

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—Pensé por un momento que estabaoyendo a otra persona. ¿Por qué se teoye tan raro?

En el año y medio desde elnacimiento de Sheryl, se haacostumbrado a que le digan que estáhaciendo cosas de las que no esconsciente.

—¿Cómo?—Como si estuvieras en un sótano.

En un sitio profundo, vamos.—Aquí no hay sótano —dice, al

tiempo que un escalofrío le obliga aabotonarse, después de todo—. Sabesque puedes venir cuando quieras a veresto.

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—Cuando el bebe deje de echar losdientes. No querrás que arme unescándalo por allí mientras la genteintenta leer.

A Ray le gustaría que dejara deavergonzarse cada vez que alguienescucha a Sheryl llorar, como si creyeraque de alguna manera ha fallado comomadre.

—Aún no me has dicho dónde estás—le recuerda.

—Fuera de la tienda, en la parte deatrás.

—¿Dónde estaba esa pobre chica?La oscuridad se cierne sobre él, al

igual que la voz de Sandra, y se pregunta

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si está sobre el punto donde estabaLorraine cuando quien fuera que robó elcoche de Mad comenzó a perseguirla. Elpensamiento le hace sentir la niebladentro del estómago.

—Todo va bien —se dice a símismo tanto como a Sandra—. Voy aentrar.

—¿Tienes tiempo para pasarte porFrugo?

—En este momento no mucho. ¿Quénecesitas?

—Más medias elásticas. He metidoel dedo gordo en las que compre el finde semana. Si mi aspecto no te importa,no te molestes. No quiero que mis

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piernas acaben como las de mi madrecuando me tuvo a mí, eso es todo.

—Sabes que me importa, y nuncahas tenido mejor aspecto.

—Me encantaría haber visto tu caramientras decías eso, Ray.

¿Qué tiene de malo un poco más dela mujer de la que se enamoró? Haperdido la cuenta de las veces que se hacallado ese comentario por miedo a queella pensara que era un sustitutivo de uncumplido. Lo único importante es quesigue siendo Sandra, bajo el relleno delque ella misma se ha servido y bajotodos esos cambios de humor que segurono son más que una fase tras el

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nacimiento de Sheryl.—La verás la próxima vez —dice

—. Iré en mi descanso para el almuerzo.Ya casi es hora de trabajar.

—No me gusta pensar que comes atoda prisa solo por eso.

—No me has encargado nada quelleve más de una hora, ni mucho menos.—Cuando se da cuenta de que eso puedeser tomado como una queja, aunqueinapropiada, oye a Sheryl comenzando aberrear—. Escucha, de verdad, deboirme, y parece que tú también —dice—.Dale un beso de mi parte, y otro para ti.

¿Cómo va a darse un beso a símisma? Su última frase le hace sentir

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estúpido. Se mete el teléfono en elbolsillo y recoge la bolsa del almuerzo,que está más fría y húmeda de lo que leha dado tiempo a ponerse. En su rápidocaminar dando la vuelta a la tienda, elincansable aletear de un insecto leacompaña por el callejón; las paredesvacías han atrapado el chirrido de labolsa con su almuerzo, repartiendo elsonido por todo el aparcamiento. Woodyle está esperando en la entrada de latienda, y levanta un pulgar a modo desaludo. Cuando Ray consulta su reloj seda cuenta de que llega unos minutos mástarde de lo que pensaba, aunque almenos no llega oficialmente tarde.

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—Llamó mi mujer —se sienteobligado a explicar.

—Bien, bueno, vale —dice Woody,y añade—: ¿Seguro que era tu mujer?

—Tan seguro como que el sol estáahí arriba, en alguna parte.

—Sí, en alguna parte. Bueno,supongo que conoces a tu propia esposa.

Ray está a punto de preguntar,posiblemente con amabilidad, quéquiere decir con eso, pero Woody seadelanta:

—Yo recibo llamadas de personasque ni siquiera están al teléfono.

—Supongo que todo el mundo estáalgo tocado.

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—Eso fue ayer, antes de la tragedia—dice Woody, y mira fijamente alinterior de la niebla, como si viera allí aLorraine, y añade—: Ross me convencióde que una mujer que conozco me estaballamando.

—Apuesto a que no te llamó.—Se empeñó ferozmente en dejarme

eso claro cuando se lo pregunté anoche.No volveremos a hablarnos después dealguna de las cosas que ambos dijimos.No puedo evitar sentirme engañado entodo esto.

—No crees que Ross lo hiciera,¿verdad?

—Dice que no, y debo creerle.

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Tampoco llamaron desde Nueva York, yno nos hice ningún favor telefoneandopara averiguar si habían sido ellos.Supongo que ahora piensan que estoypreocupado por su visita.

Mientras Ray entra en el edificio, suestomago se tensa ante la amenaza de laalarma. Cuando no suena, mira porencima de su hombro y descubre queWoody no lo está siguiendo.

—¿Buscas a alguien? —preguntaRay.

—Mejor me aseguro de que la gentellega a tiempo, ya que no estoy en midespacho para controlar el monitor.

—Los jefes nunca han hecho eso,

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¿no? —dice Ray, recuperando el temade la visita.

—Correcto, no lo han hecho —diceWoody, dándole la espalda a la niebla—. ¿Estás pensando que deberíanhacerlo porque no hago lo suficiente?

—Ni por asomo. Si algo creo es quelo intentas, y haces demasiado.

—¿Cómo qué, Ray?—Trato de decir que espero que

sepas que yo, Connie y Nigel no tedecepcionaremos. Estamos a tope connuestro trabajo.

—Estás diciéndome que todos tenéisvuestros territorios marcados y no osgusta que los invada —opina Woody;

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sus ojos parecen pedir a gritos un pocode sueño, y están posados sobre Ray—.Algo sobre lo que se asientan lostrabajos es el ahorro de tiempo.

—Eso lo entiendo. Lo practiquébastante cuando trabajaba en laimprenta, antes de venir a Textos.

—Vale, bien. Entoncescomprenderás por qué lo necesitamos,tal como están saliendo las cosas. Dosde nosotros dirigiendo la reunión noshubiera llevado el doble de tiempo —dice Woody levantando la voz—. Wilf.

A Ray le alegra la interrupción. Noestaba cómodo discutiendo tan cerca dellugar donde le ocurrió aquello a

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Lorraine. Cuando Wilf se vuelve,después de entrar a todo correr en latienda, Woody dice:

—¿Puedo pedirte que te encarguesde algo, Wilf?

—Eso creo.—Sé que eres el hombre adecuado.

Quizá ya te has dado cuenta de quenecesitamos a alguien para llevar elgrupo de lectura de Lorraine.

Wilf se aprieta un dedo contra suslabios con tal fuerza que se le quedanpálidos cuando lo aparta.

—¿No se suponía que eso eramañana?

—Lo es. Demasiado tarde para

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decirle a las personas que fueran a venirque se ha cancelado, incluso sisupiéramos quiénes eran. Trabajas hastatarde de todas formas, y recuerdo que entu entrevista mencionaste cuánto amabasla lectura.

—No sé qué libro eligió. Puede queno lo haya leído.

—¿Tienes algún plan para estanoche? —pregunta Woody, y Wilf sololevanta una mano ahuecada, como siestuviera intentando atrapar las palabrasy metérselas en la boca—. Mira, sé quehe escogido al tío correcto. Recuerdoque me dijiste que podías leerte un libroen una noche. Lorraine eligió la novela

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de Brodie Oates. Es una muestra de quehacía todo lo posible por formar partedel equipo. No deberías de tenerproblemas con un libro de ese tamaño.

Ray ve como Wilf decide noresponder, y Woody se lo toma comouna señal de beneplácito.

—Gracias, Wilf —dice, y añadeincluso con más vigor—: ¿Algo más queañadir, Ray?

Es más una despedida que unapregunta.

—¿Nos dejas entrar, Wilf? —diceRay, pare sentirse con un poco de podery destacar que Wilf está mostrando allector el lado equivocado de su tarjeta.

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Al llegar a la sala de empleados, Nigellevanta la vista de la última hoja de«artimañas» de Woody. Parece no poderdecidir cuánto brillo dejar transmitir asus ojos.

—Ray —dice, más una expresión desimpatía que un saludo—. Wilf —añadeen el mismo tono.

—Nigel —se siente Ray obligado aresponder, de una manera tan similarcomo es capaz de lograr, aunque creeque Nigel puede estar fingiendo un poco.Pasa su tarjeta por debajo del reloj ymete el ruidoso paquete en su taquillaantes de dirigirse a su mesa. No haencendido su ordenador aún cuando

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Mad emerge de la oficina de Woody,seguida de dos policías, un hombre yuna mujer, que portan unas expresionestan sombrías como sus uniformes.

—Gracias —dice la mujer sin darsecuenta de que Mad está a punto derendirse a las lágrimas. La parejaabandona la sala de empleados.

—¿Puedo quedarme aquí unosminutos? —murmura Mad a la espaldade Ray.

—Coge tu descanso, si quieres.Aparentemente no es así. Se sienta

tras él, en el asiento de Nigel, encarandola pared y el ordenador apagado deNigel. Ray se siente encerrado, como si

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la emoción que ella trata de contener sehubiera fundido con las paredes decemento sin ventanas.

Un ahogado suspiro escapa de Mad,y Ray asume que va dirigido a él.

—¿Te ayudaría hablar?—Dicen que no pude haber cerrado

mi coche.—Crees que lo hiciste.—No solo lo creo. —Se gira, pero

no especialmente para mirarlo, ymuestra una fiereza que casi seca susojos—. Dicen que no había señales deque hubiera sido forzado, pero esosignifica que quien lo hizo sabía hacersu trabajo, ¿no?

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—¿Crees que un niño sería capaz dehacerlo?

—Solo Ross dice que fue un niño, yno vio cómo era. Yo ni siquiera vi anadie dentro del coche. —Posa sumirada en Ray, sin bajar su intensidaddemasiado—. Además, apuesto a quemuchos niños saben hacer cosas comoesa, o incluso peores.

—Supongo que eso es posible.—Decir que es mi culpa que el

coche fuera robado es como decir queyo quería… que yo quería que Lorrainemuriera.

—Por todos los santos, yo no lovería así. Estoy seguro de que…

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—Alguien quería —dice Mad, ycontempla con odio el monitor deseguridad, a través de la puerta deWoody, donde figuras empequeñecidashasta el enanismo vagan por el laberintoque es la pantalla—. Quizá cuando lapolicía haya terminado con mi cochepuedan cogerlos.

—Eso esperamos. ¿Cómo hasvenido hoy?

—Mi padre cambió sus horas paratraerme. Mis padres querían que metomara un par de días de descanso, perono creo que tenga derecho. Es comodecir que a mí también me han hechodaño.

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Ray pretendía apartarla de su dolor,pero parece incapaz de renunciar a él.

—Creo que eso es muy… —sesiente obligado a comenzar a decir, perono sabe cómo continuar. Se alegra deque Woody le dé una excusa paradetenerse.

—Oh, aún estás aquí —le diceWoody a Mad, entrando en su oficina—.¿Algún problema?

Se frota los ojos con el dorso de lamano, tan ligeramente que podría haberestado echando solo una mirada a sureloj.

—Solo me estaba reponiendo delinterrogatorio.

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—¿Va a llevar eso mucho mástiempo?

—Ray dijo que podía coger midescanso.

—¿Eso te ha dicho? Entonces mejorque lo cojas. —Como si no pudiera odebiera oírlo, Woody se dirige ahora aRay—: Al menos ha venido a trabajar.

—¿Quién no ha venido?—Ross ha llamado diciendo que

está enfermo. La policía va a tener queir a su casa.

—Espero que no sean demasiadoduros con él —dice Ray, deseando queMad no le oyera preguntar—: ¿Sabenque él y, bueno, que él y Lorraine habían

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empezado a salir juntos?—No por mí. ¿Me he perdido algo?

¿Lo sabías, Madeleine?—Sí —se limita a admitir.—¿En serio? Una pena. Más o

menos prueba lo que había pensado.—¿El qué? —se interesa Ray, ya

que ella no responde.—Según mi experiencia, no es bueno

para la tienda que los empleados seacerquen demasiado entre sí.

—Oh —dice Mad.—Según mi experiencia —repite

Woody, como si no captara o no leimportara el hecho de que ella podríahaber pasado sin ese comentario—. La

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chica a la que te dije que telefoneé, Ray,no creo que tenerla aquí me hubieraayudado a estar concentrado en mitrabajo.

Para guardar la dignidad de lapersona referida y la suya propia, Madse pone en pie y sale de la sala deempleados, donde Nigel sigue entonandosus saludos.

—Gavin. Greg. Jake. Agnes. Jill.—No pongas ese tono o me harás

llorar —suplica Jake.—A mí también —le advierte Agnes

a uno o al otro.—La parte más dura fue contarle

anoche a Bryony por qué estaba llorando

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—dice Jill—. Y podéis pensar que esuna estupidez, pero me sentí culpablecuando me dijo que no recordaba quiénera Lorraine.

—Me gustaría ver a alguien llamarteestúpida por eso —desafía Agnes.

Cuando Greg se aclara la garganta,Ray piensa que va a responderle, hastaque, presumiblemente para Nigel, dice:

—No queremos que los clientesvean a nadie alterado, ¿verdad? Podríaespantarlos.

—No nos podemos permitir eso —dice Woody, que había estadoobservando cómo dos policías enanosdejaban la tienda, pero ahora entra en la

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sala—. Déjame hablar un momento,Nigel.

—Todos los que quieras. Es tutiempo, después de todo.

—No, es el de la tienda —corrigeWoody dejando suspender sus palabrasen el aire un momento antes de continuar—: Vale, sé que todos estáisconmovidos y apenados por nuestraperdida. No seríamos humanos si no loestuviéramos. ¿Quiere alguien deciralgo?

—Deberíamos enviar flores —diceJill.

—Ya están pedidas, en camino.—¿Cuándo es…? —comienza

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Agnes, y tiene que volver a intentarlo—.¿Cuándo es el funeral?

—Creo que la próxima semana.—Quizás alguno de nosotros debería

ir —dice Gavin, sin rastro alguno de unbostezo.

—Claro, si es vuestro día libre opodéis cambiaros con alguien, pero hepensado otra manera de recordarla.Cada uno de vosotros y de los que noestán aquí ahora os ocuparéis de mediopasillo de Lorraine. De esa manera notendremos que contratar a nadie y escomo decir que es imposiblereemplazarla, lo que es cierto, ¿tengorazón? Y supongo que todos sabéis qué

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otra cosa significa eso.—¿Lo sabemos? —pregunta Greg,

como si el resto de sus colegas no lohubieran pillado.

—Todos tendremos que trabajar elturno de noche —dice Woody a unsilencio que Ray imagina lleno deencogimientos de hombros y otrasexpresiones de incomprensión—. ¿Porqué no pensamos en ello como un tributoa Lorraine?

Greg muestra su entusiasmoemitiendo un sonido, Nigel emite algoque no llega a tal, hasta que se esfuerzaun poco para alcanzar a su colega, altiempo que Ray se acuerda de prestar

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atención y es consciente de que Woodypuede haber acabado su discurso. Elriesgo de ser sorprendido en las nubesle da un vuelco a su estomago. Enciendesu ordenador, deseando que la pantallagris muestre algo de vida. Los iconosvan apareciendo de manera gradual, y sevan rodeando poco a poco de colorido.¿Qué significa el icono fino yrectangular bajo la columna de enmedio? No recuerda haberlo visto antes,y no lleva ninguna palabra para suidentificación. Está tentado de abrir elprograma para ver qué es, pero en sulugar hace clic en «empleados».

El reloj de fichar pasa sus datos al

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ordenador, que los revisa antes demandarlos a la oficina central. Abre elinforme de empleados de noviembre ybusca el nombre de Lorraine. Estácopiando los detalles de cada uno de susúltimos días en un archivo distinto,cuando nota la presencia de un extrañoen la pantalla. No es un nombre. Se lepodría considerar una versión máspequeña del icono desconocido deantes, tan borroso que es difícildistinguir dónde acaba su contorno ydónde empieza el ligeramente más clarofondo. Al acercar la vista, pierde laperspectiva. Aparece en todas lasentradas de los días que ha examinado

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hasta ahora; el uno de noviembreaparece en el primer minuto después demedianoche, al siguiente mediodíaocupa tres minutos, y el día siguientecinco. Debe de estar mostrando lashoras en las que un error afectó alsistema. Mientras va desplazando losdatos de arriba abajo, está alerta paraencontrar el símbolo. Siete minutos almediodía del día cuatro, once la nochesiguiente, trece en el sexto… Oye pasosa su espalda y se gira.

—Cálmate, Ray —dice Woody,abriendo las palmas—. Soy yo.

—¿Te importaría echarle un vistazoa esto? Hay algo que no entiendo.

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—Déjame ver.Ahora suena más irritado de lo que

antes estaba Ray, cuando le acusó de esomismo. Ray le da la espalda y desplazael contenido del documento de lapantalla hacia arriba, viendo en la parteinferior de la pantalla lo que parece elmovimiento de un gusano escondiéndoseen la tierra. La línea que indicaba lajornada laboral del manchurrón, detreinta minutos, ha desaparecido, sindejar rastro. Cuando comprueba los díasque ha tratado, y luego baja inclusohasta el último tumo, no encuentra rastrodel intruso.

—¿Estoy viendo algo? —dice

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Woody.—No está, pero te enseñare la que

creo que es la fuente.Esto le parece a Ray tan urgente que

cierra el programa sin salvar loscambios. Se queda desorientado alhacerlo, como si no hubiera hechoninguno, y se altera más aún al ver cómoha desaparecido el extraño icono delescritorio.

—Se ha enterrado —protesta.—¿Era algo vital?—No lo sé, espero que no —desea.

Al reabrir el programa de los horarios,teme que las entradas puedan estarcorrompidas, pero parecen correctas—.

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Debe de haber sido una de esas cosasque los ordenadores hacen sin motivo —piensa en voz alta.

—Bueno, cosas que pasan, te dejocon lo tuyo entonces.

La reunión de empleados se hasilenciado. Incluso el sonido de pasosdispersándose es apagado y sinpalabras. El pálido y achatado reflejo deWoody se empequeñece en la pantalla,para ser luego tragado en susprofundidades. Su silla de oficina gimepor su eje y libera un crujido, pero Rayse sigue sintiendo observado; casi sepuede imaginar siendo espiado desde elescondite donde se han ocultado el

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desconocido icono y su versión másdiminuta. Se obliga a concentrarse en sutarea, y ya va por el día doce del messin encontrar a ningún intruso cuando lapantalla comienza a vibrar. Solo sustímpanos y quizá la imagen en lapantalla lo están haciendo, en elmomento que alguien golpea la puertatrasera de la tienda.

—Siempre hay más stock. Para esoestamos aquí —exclama Woody,pasando como una exhalación por laoficina en dirección al almacén.

Pronto, Ray oye el familiar sonidodel pestillo de la puerta de Pedidos, ypiensa que el rodar del palé es también

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audible, un ruido similar a una inquietudsubterránea. Parece descender yfinalmente volver a ascender, seguido deun segundo chasquido. Quizá suena tanrotundo porque está copiando losdetalles del último día de Lorraine, queparece no haber acabado nunca, pues nollegó a fichar la salida. Esa idea se lequeda cruzada en la garganta, tiene queahogar un largo y no muy tranquilizadorjadeo, y luego tragar saliva.

—Encargado al mostrador, porfavor. Encargado al mostrador —diceJill por megafonía mientras Ray cierrael programa.

Su voz suena visiblemente

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controlada. Ray mira el monitor deseguridad y la ve entre dos cajas, con undedo en sus labios, como evitando quesalga de allí su melancolía. No lo bajahasta casi llegar al mostrador.

—¿Qué pasa, Jill? —le quedaaliento para preguntar.

—Es el padre de Lorraine. Quieresaber dónde…

—¿Dónde está?—Dijo que esperaría afuera. ¿Llamo

a Woody?—Está ocupado, como siempre. Yo

me encargo —dice Ray, pero aldescender no encuentra a nadie en elexterior de la tienda.

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La niebla se está acumulando amenos de cien metros. Una única fuentede luz es visible; un sol alzado como untrofeo clavado en una pica. El sol definales de noviembre ha sido reducido aun fulgor grisáceo sin ninguna identidaddentro de la penumbra reinante. Elrumiante sonido de la autopista pareceun elemento más de la niebla; elconstante murmullo sofocado pareceindicar un esfuerzo del oscurecidopaisaje por respirar. Al poner Ray lospies en el asfalto resplandeciente,recuerda la llegada de la ambulancia, suaproximación con las lucesparpadeantes a modo de heraldo de su

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venida; un espectáculo demasiadofestivo. Cuando abre la boca, el frío dela niebla le hace temblar. No puedeapenas gritar o siquiera hablar connormalidad y pronunciar el nombre delseñor Carey. En su lugar, fuerza una tos.

Se está preguntando si la tiniebla seha tragado el sonido, cuando oye unospasos vacilantes, seguidos de otroscuantos más seguros, o al menos másrápidos, y una figura aparece torpementefrente a la agencia de viajes de al ladode Textos. Ray se traga un suspiro que lesabe a lástima, porque el rostroempequeñecido por una capucha gris,sobre los zapatos embarrados, los

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pantalones grises y el abrigo gris, esigual al de Lorraine. Por supuesto essolamente una versión distinta, una queluce un bigote similar a una brochaamarillenta. Su piel es tan pálida, caíday arrugada que Ray tiene la sensación deque el hombre ha perdido una grancantidad de sus fuerzas, pero mientrasavanza hacia Ray, sus ojos cansadosintentan mostrar algo de brillo.

—¿Es usted de la tienda?—Soy uno de los encargados, Ray

—se presenta, alargando una manomientras avanza a su encuentro.

—¿Uno de ellos? —Cuando Ray usasus dos manos para apretar la derecha

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del señor Carey, la cual le ha ofrecidoinstintivamente, este examina el rostrode Ray antes de dedicarle la más débilde las sonrisas—. Solo uno de losencargados —repite. Ray no sabe si lasonrisa es una disculpa o una muestra desu derecho a hacer una pequeña broma.A la vez que Ray está moviendo loslabios para devolverla, el señor Careypierde la suya—. ¿Dónde sucedió?

Ray retira la gélida mano. No debeseñalar; extiende la mano con los dedosahuecados para indicar la masa deniebla más allá del arbolillo roto.

—Por allí —murmura con todo elpesar y amabilidad que las palabras

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permiten.—¿No recuerda dónde exactamente?—Podría intentarlo. —Si Ray

preferiría no hacerlo es otra historia,pero la melancolía del señor Careyparece una queda acusación. MientrasRay mira atrás en su camino hacia laesquelética arboleda, ve cómo la nieblase espesa y se acerca con un hambreansiosa sobre el frontal de la tienda. Lalibrería ha desaparecido para cuando hapasado el árbol más alejado del que elcoche de Mad derribó; incluso el brillode los escaparates es imposible dedistinguir desde dentro de la niebla—.Por aquí —dice, a no mucho más

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volumen del preciso.El padre de Lorraine se le une

apesadumbrado. Al tiempo que Rayseñala con la cabeza el negro asfalto, elseñor Carey aminora el paso y sedetiene a dos metros de él.

—¿Aquí?—Más o menos, eso creo, me temo

que así es.—Tan cerca.La mirada del señor Carey se pierde

tras Ray, que se vuelve para ver elcontorno de la entrada de la tienda y losescaparates que aparecen y desaparecende la vista según el movimiento de laniebla. ¿Podría alguna ilusión similar

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haberse burlado de Lorraine en susúltimos momentos? Espera que la ideano se le haya pasado por la cabeza alseñor Carey.

—¿La dejaron aquí sola en mitad deesto? —es lo único que dice.

—Pensamos que sería peor moverla.—Peor —repite el señor Carey

como si su tristeza no le permitiera a suvoz hacer otra pregunta.

—La cubrimos con un abrigo yalguien estuvo con ella todo el tiempo.

—Aunque ya nos había dejado. Losé. Agradézcaselo de mi parte y la de sumadre.

—¿No quiere entrar?

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—¿Me sentiré más cerca de ella ahídentro? —¿Qué puede responder a eso?Se agita intranquilo, agravando lasensación de que el asfalto es tan finoque puede sentir la fría y oscura tierrabajo él—. Debería hacerlo —decide elseñor Carey—. Conoceré a sus amigos.

El sonido que sale de Ray es neutral.Quizá el señor Carey no lo oye en sucamino hacia la tienda.

—Siempre tuvimos ganas de venir ala tienda a darle una sorpresa. Noshubiera gustado observarla sin que ellalo supiera. Nunca dejes de hacer algo sipuedes hacerlo, ¿no es eso lo que dicen?Nunca lo entendí hasta ahora. Su

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hermana está cuidando de su madre, encaso de que se lo estuviera preguntando.Estará durmiendo un rato gracias a lossedantes, por eso no está aquí conmigo.

A Ray le agrada saber que Lorrainetenía una hermana. El señor Careyalcanza la acera frente a la puerta deTextos y se detiene, dejando un pie en elasfalto.

—¿Tiene usted críos? —pregunta,deseando una respuesta positiva.

—Una niña pequeña.—¿Solo una?Parece no darse cuenta de que está

repitiendo parte de su intento de bromaanterior, y Ray piensa que es mejor

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desviar la atención hacia sussimilitudes.

—De momento es nuestra única hija.—Ahora la nuestra también lo es.

Crecen antes de que te dé tiempo arespirar, debe ser consciente de ello.Eso es lo que tienen que hacer, sin duda—divaga. Su mirada se pierde de nuevodetrás de Ray, como queriendo ver másallá de la niebla, y luego la trae devuelta.

—¿Quiere ver algo?—Por supuesto, si usted quiere que

lo haga.Aunque Ray no está seguro de a qué

atenerse, la súplica era demasiado

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evidente para negarse. Comienza a andarhacia la tienda para animar al señorCarey a seguirlo, pero el padre deLorraine se queda quieto, como situviera los pies pegados al asfalto, yabriendo la cremallera de un bolsillosaca la cartera. Con los dedostemblorosos, extrae una fotografía deltamaño de una tarjeta de crédito, paraluego sostenerla en la palma de su mano.Muestra a una pequeña Lorraine, vestidacon una blusa blanca y una corbata arayas, y luciendo dos coletas nodemasiado simétricas. Sus cejas nopueden estar más levantadas, ni susonrisa puede ser más abierta y

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orgullosa.—Fue su primera foto del colegio —

dice el señor Carey—. Tenía cincoaños.

La niebla se agita a su espalda,como si hubiera sido atraída por lafotografía, o esta hubiera atraído a algooculto en ella, respirando dentro de laniebla. Ray solo puede pensar que seestá imaginando esa estupidez paraevitar sentirse afectado por la visión dela fotografía.

—Todos querrán verla, supongo —dice el padre de Lorraine abruptamenteantes de entrar en la tienda.

Ray teme que la alarma haga una

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jugarreta. Solo Frank el guardia saludaal señor Carey, sin embargo, arruga lafrente al ver la fotografía que el hombreporta como una tarjeta de identificación.El señor Carey no lo nota, pues ya varecto en dirección al mostrador.

—¿Erais amigas de mi hija? —lepregunta a Agnes y Jill.

Las mujeres se acercan cuando venla fotografía que el señor Carey sostienepara ellas. Después de mirarla, levantanlos ojos con sumo cuidado.

—Esa es… —dice Jill tras unapausa rellenada por una músicaambiental repleta de violines, queparecen pájaros atrapados en el techo de

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la tienda.—Mi pequeña Lorraine antes de

hacerse mayor, bueno, apenas llegó aeso. Al menos ahora puedo comprobarque estuvo con personas que le gustaban.Nunca nos contó mucho de su estanciaaquí, pero su madre tenía razón, nonecesitas decir que eres feliz si lo eres.Nunca fuimos una familia demasiadoefusiva. —Posa su mirada en lafotografía durante el tiempo suficientepara pedir un deseo tácito antes depreguntar—: ¿Estaban orgullosos deella?

Los violines han pasado a tocar unamelodía alegre para cuando Ray

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advierte que la pregunta iba dirigida aél.

—Toda la tienda, pienso que así era—exclama—. Todos lo estábamos,¿verdad, chicas?

—Claro —dice Agnes con un atisbodel desafío de Lorraine en su voz.

—Yo pienso lo mismo —dice Jill,bajando luego la mirada como si sumandíbula hubiera tirado de ella haciaabajo.

—¿Diríais lo contrario si no fueraverdad? No os preocupéis, esto soloprueba que erais sus amigos. Me alegrode que su madre tenga la oportunidad deconoceros.

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—¿Está aquí la madre de Lorraine?—dice Jill dejando de morderse el labioinferior.

—No quería venir ahora queLorraine no está. La conoceréis en laiglesia.

—Oh, sí. Lo siento. Siento mucho…—Cada una de las palabras de Jillparece más difícil de articular,atrapadas por la emoción bajo ellas,pero cuando dice—: ¿Me disculpa? —parece que todo ello es una solapalabra.

—Iré con ella, ¿puedo? —Agnescorre tras ella hacia la sala deempleados.

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Ray se mete detrás del mostradorpara que no parezca desatendido.

—Mujeres. Son mejores quenosotros en algunas cosas, ¿verdad? Noles importa verse llorando las unas a lasotras.

Ray siente como si el señor Careyhubiera delegado en él en el cometidode contener sus emociones. Se imaginala niebla ensombreciendo sus ojos,volviendo borrosos los fondos de lospasillos. Incluso se arriesga aparpadear, y cuando abre los ojos lasección de Mad todavía parece teneralgo de niebla. El señor Carey se baja lacapucha, liberando mechón tras mechón

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de pelo despeinado, y le da la vuelta ala foto para mirarla. Podría estardirigiéndose a ella mientras murmura:

—Espero que fuera un crío, ¿no?—Disculpe, ¿qué es lo que espera?—La policía dijo que era un crío el

que conducía el coche, no me gustaríapensar que alguien más pudiera ser tandescerebrado.

—Tuvimos que perseguir a unoscuantos pequeños salvajes, pero rezopara que su maldad no llegue a tanto.

—¿Suele usted rezar? Yo solíahacerlo —comenta el señor Careydoblando la esquina de la fotografía conuna uña mordida hasta la raíz y

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colocándola de nuevo en su palma,como un estigma—. Bueno, mejor mevoy —dice—, no soy un cliente.

Tres mujeres con un puñado denovelas románticas cada una han llegadoal final de la cuerda que conduce a laseñal que pide a los clientes que guardela cola. Mientras Ray las atiende, ledistrae la vista del señor Carey a la cazade cualquier persona con la tarjeta deTextos al cuello. Le enseña a cada unode ellos la fotografía, que empieza arecordarle a Ray a una tarjeta de socioque da admisión a sus corazones, unaidea cruel pero que no puede quitarse dela cabeza. Más de una vez le oye

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murmurar la palabra «iglesia». Estámetiendo en una bolsa la autobiografíaescrita por otra persona de un campeónde lucha libre, para un hombre trajeadode piel bañada de rayos uva y un cuelloplagado de venas, cuando el señorCarey regresa al mostrador. Espera aque Ray esté solo para hablar.

—¿Los he conocido a todos?—Algunos no estarán en la caja

hasta la hora del almuerzo. El encargadoestá en el almacén.

—Ya estaréis hartos de mí paraentonces. Sea honesto, ya lo está.

—En absoluto —dice Ray, negandovigorosamente con la cabeza.

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—¿Puedo hacerle saber cuándo ydónde, una vez que lo sepamos, para quese lo diga al resto de los amigos deLorraine? Dejaré su foto si no leimporta, y me la podrá devolver en laiglesia.

—Estoy seguro de que eso no esnecesario.

El señor Carey parece caer ahora enla cuenta de la presencia de Frank elguardia, concretamente de su cometido.

—¿Estaba aquí cuando ocurrió? —lepregunta, poniendo la foto a la vista.

Frank la mira de tal modo que Rayteme que el hecho de que no lareconozca pueda molestar al padre de

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Lorraine.—Estaba dentro. Ronnie y los del

complejo, esos estaban de patrulla —dice Frank cuando Ray estaba a punto desalir del mostrador para ir en su ayuda.

—¿Dónde puedo encontrarlos?—En su garita, pero yo me lo

pensaría dos veces.—¿Y eso por qué?—La oyó a ella corriendo, y al

coche y no intentó detenerlo. No era tanlento cuando trabajaba con él enManchester.

—No está en forma, ¿eso quieredecir? —quiere creer el señor Carey.

—Estúpido, y tarda un montón en

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llegar a los sitios. Se cree queimpresiona tanto que no necesita correr.Quizá se cree superior, no sé quédecirle.

—Creo que quizá prefiero noconocerlo —opina el señor Carey. Metela fotografía en la cartera, solo por elhecho de privar a su bolsillo de su manoextremadamente temblorosa. Al fin selas arregla para guardar la cartera ycerrar la cremallera del bolsillo—.¿Puedo pedirle un último favor? —ledice a Ray.

—No creo que me haya pedidotodavía ninguno.

—Es muy amable al decir eso —

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intenta decir el señor Carey con unasonrisa que sus labios no le permiten—.¿Le importaría mostrarme dónde dejóLorraine su coche?

Jill reaparece desde la sala deempleados, y un momento después lohace Agnes, empujando un carro por lasalida cercana al montacargas.

—Te dejo que regreses almostrador, Jill —dice Ray. Si alguienme necesita estaré de vuelta pronto.

La niebla se ha cerrado. El complejoparece una fotografía estropeada por laluz del sol o por un proceso químico malrealizado que solo dejara ver el frontalde la tienda con su acera y un poco de

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asfalto.—Creo que el coche está cerca del

supermercado —murmura Ray.—¿Por qué tan lejos?—Se supone que no debemos

aparcar frente a la librería. Queríacumplir nuestras normas.

—¿Las de quiénes?Suena a triste acusación, más difícil

de procesar por el hecho de ser tanvaga. El señor Carey la deja suspendidamientras pasa por Happy Holidays,donde las ofertas escritas a mano seestán desprendiendo por culpa de lacondensación. Quizá no oye a Ray decir:

—Mías.

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Ray le alcanza cerca de Tvid, encuyo escaparate hay una parejagritándose en un programa de televisiónque se emite por al menos una docena detelevisores. En la puerta de al lado,Teenstuff, una chica flaca aunqueembarazada está manoseando prendas deropa que parecen ser blusas o faldas. Enel escaparte de Baby Bunting hay variasfilas de muñecas de trapo mirándolescon cara de circunstancias, comoesperando que empiece el espectáculo;dentro de Stay in Touch, los empleadosparecen insatisfechos con todos losmóviles que están probando. Más alláde las propiedades desocupadas, llenas

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de tablones de madera cubiertos degrafitis, formas primitivas y breves peroilegibles, un callejón conduce a unagarita alargada, desde la cual suena lavoz de un comentarista radiofónico queparece tener la boca llena. El señorCarey duda junto al callejón durante unmomento, y luego sigue hacia delante. Ala vez que la puerta del supermercado sehace visible, con sus ofertas escritas enletras tan grandes que solo pueden serdesafiadas por la niebla, se saca la llavede un bolsillo y usa las dos manos paraapuntar hacia el Shogun rojo, que lesaluda con un ruido de la bocina y unparpadeo de las luces.

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—Solía ser el coche familiar.Lorraine lo quería, así que se lo dimos,aunque era demasiado espacioso —sesiente con la necesidad de explicar. Rayteme que el señor Carey diga que ahoralo es más aún, pero se limita a entrar enel vehículo—. Gracias por preocuparsepor mí —dice—. Me alegro de queLorraine lo tuviera como encargado.

Ray agita la mano en un gesto quedesea parezca estar restándoleimportancia a su labor y no al señorCarey. Observa a la niebla teñirse derojo y volver a palidecer cuando elShogun da marcha atrás. Los farosparecen atraer hilillos de oscuridad

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cuando el coche se va empequeñeciendoa medida que se acerca a la salida delcomplejo comercial. Las luces traserasaumentan de tamaño antes dedesaparecer, como si pretendieran hacercreer que la mancha nunca estuvo allí.El rugido del motor se encoge hacia laautopista cuando Ray entra en Frugo. Derepente, el encargo de Sandra pareceuna garantía de que nada amenaza a susvidas ni a la de Sheryl.

Encuentra medias en la sección deHogar y lleva dos paquetes unidos comohermanos siameses a una caja queregenta una chica con el pelo rubioextremadamente corto; la etiqueta en el

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pecho izquierdo de su delantal rosa dice«Trish». Cogiendo una bolsa de Frugo,sale rápido a enfrentarse a la niebla.¿Puede haberse enfriado la temperatura?Intenta protegerse del frío con los brazossin soltar su carga. La masa gris searrastra a sí misma delante de él y lepersigue desde el aparcamiento. Alpasar por el grafiti, una parte decondensación forma el contorno de unaachaparrada figura descolorida con unamasa informe por cara. Casi puedeimaginar que la voz cacofónicaprocedente de la garita está usando esaboca para expresarse. La pocotranquilizadora idea le hace sentir

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perseguido, y una vez que está frente aStay in Touch no puede evitar miraratrás. Es capaz de captar movimientotras un Toyota aparcado entre la niebla;un puñado de figuras borrosasagachándose para esconderse, ningunamás alta que la capota del coche.

Son niños, entonces. No puedepresumir que estén conectados con lamuerte de Lorraine, pero quiere hablarcon ellos.

—¡Esperad ahí! —exclama y correhacia el coche. Oye ruido de retirada,pero extrañamente no suena igual queunos pasos normales. Está junto alToyota cuando ve como la niebla

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absorbe a tres de las figuras en eldesierto asfalto. No tiene ni idea de porqué duda antes de correr en supersecución. Son solo críos, a pesar delo que los trucos que la niebla y susnervios parecen estar deseosos dehacerle creer. Cuando la niebla deja verun momento al trío, hace que parezcanestar unidos con ella, e inclusomomentáneamente entre ellos. Mientrascorre tras ellos a través delaparcamiento ve de reojo a las muñecasde Baby Bunting, lo que explica por quéla noción de las caras idénticas einacabadas se ha afianzado en sucerebro. Las tres pequeñas figuras

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parecen estar arrastrándose en lugar decorriendo, por eso debe ser que suspasos suenan como pies descalzos, oincluso más suaves, y aun así le estáncobrando ventaja. Le es imposibleidentificar sus vestimentas; las briznasgrises que oscurecen sus contornosdeben de ser niebla, la cual también haafectado a su colorido. Ahora se distraecon las siluetas de los árboles queaparecen en su campo visual, dosarbolillos y el tronco roto de otro.Pensaba que se estaba dirigiendo a losedificios en construcción, pero de algúnmodo ha regresado a la senda de Textos.

—¿Dónde estás yendo, Ray? —le

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llama Woody a su espalda.Se vuelve y ve a Woody con las

manos en las caderas a la entrada de latienda. Ray agita su mano libre hacia losarbolillos.

—¿No ves que estoy…?La mano permanece en el aire sin

saber qué hacer, porque el asfalto estádesierto.

—¿Cómo? —grita Woody.Ray se da la vuelta y camina de

espaldas hacia él, escudriñando laniebla por si vuelven los niños.

—¿Viste dónde fueron?—No hablo con la espalda de nadie,

Ray —le dice, y cuando Ray le encara,

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Woody añade—: Te vimos corriendo,eso es todo. Parecías perdido.

—Algunos críos estánescondiéndose por allí. Pensé…

—¿Ah, sí? Quizá quieras echar unvistazo, Frank —le dice al guardia, yeste avanza camino del astillado tronco.Woody continúa—: Según creía, teestabas encargando del padre deLorraine.

—Eso hice, lo llevé hasta el cochede su hija.

—¿Te regaló eso por la molestia?Está mirando la bolsa de Frugo, que

chirría como si quisiera dejar máspatente la culpabilidad de Ray.

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—El coche estaba junto alsupermercado y pensé que podríapasarme ya que estaba allí —explicaRay—. Cosas de mujeres, para miesposa.

—No hay nada como la eficiencia,Ray.

»Podemos considerarlo tu descanso—dice Woody, y su mirada se aparta deRay—. ¿Algo? —grita.

—No veo a nadie —responde la vozmonocorde de Frank.

—¿Hacían algo malo, Ray?—Ya te lo he dicho, se escondían.—Parece que muy bien. Supongo

que lo hicieron porque alguien los

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perseguía. No hay por qué suponer quesean malos simplemente por el hecho deser niños, ¿tengo razón? Son clientespotenciales. ¿O acaso los reconociste?

Ray ya ha tenido bastante. Estáesforzándose por no temblar, y sucamisa comienza a pegársele como unpapel helado.

—No —dice, y entra en Textosseguido del chirrido de su bolsa.

Quizá la palabra o el sonido delplástico suenan desafiantes, porque lamirada de Woody parece provenir deunas profundidades que Ray preferiríano explorar.

—La próxima vez que dirijas una

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reunión de empleados, diles que en elfuturo no abandonen la tienda sindecírmelo antes —dice, y entoncesparece hablar para sí mismo aunque sindejar de mirar a Ray—. No —decide—.Olvídalo. Yo me encargaré de todo. Esmi trabajo.

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Connie

No se fue a la cama con Geoff porrencor hacia Jill. No fue idea suya ir atomar algo al Oriente/Occidente despuésdel cine, fue idea de Rhoda y de otrachica que Connie conoció en launiversidad. No puso objeciones a laidea, sin embargo, y cuando vio a Geoffdetrás de la barra no le importóadmitirse a sí misma que había deseadoque estuviera allí. Cuando llegó elmomento de que Rhoda y su amiga sefueran, Connie renunció a que lallevaran a casa para seguir hablando con

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él; todo lo que pasó después fuedecisión suya. Eso no quiere decir queperdiera el control, ni por asomo;incluso siendo una niña no podíasoportar cuando otros niñas armabanescándalo, y las pocas veces que suspadres comenzaban a discutir enpúblico, deseaba hacerse muy pequeña ydesaparecer.

No hay motivo para que Jill tengaque saber de su noche con Geoff, sobretodo después de lo de Lorraine.¿Entonces por qué fue tan dura con suescaparate? Quizá está nerviosa ante laprimera visita de un autor a la tienda,pero eso no es una excusa. La

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controversia es publicidad, yseguramente la mejor manera depromocionar a Brodie Oates. Sepromete a sí misma que le dirá todo esoa Jill cuando la vea, mientras se alejacon su coche de la acogedora y pequeñacasa de dos dormitorios en Prestwich.

Cinco minutos después ya está en laautopista. Si no fuera por la niebla, enotros diez estaría en Textos. Solo converla sobre la carretera, ya sabe queestá cerca de Fenny Meadows, aunque elcomplejo comercial y su señalización nopueden distinguirse por ningún sitio, y lomismo ocurre con el sol. Los camposverdes y húmedos a ambos lados de la

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carretera se van tornando grises y seencogen hasta convertirse en espaciosvacíos cercados por la nada; siente sucerebro empequeñecerse al mismoritmo, y al espacio llenarse de niebla altiempo que es privado de la luz del sol.Va en segunda; cuando pasa junto aFrugo, siente los fragmentos de asfaltoque la niebla ha convertido en sueloembarrado, y donde las ruedas de sucoche se quedan adheridas. Aparcadetrás de Textos y cruza rápidamente laoscuridad opresiva del callejón queconduce a la parte delantera de latienda.

Ha inhalado algo de la niebla y esta

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parece habérsele quedado atrapadatenazmente dentro de la cabeza.Aclararse la garganta no sirve de nada,pero provoca que Gavin corte unbostezo a la mitad y se concentre enordenar los folletos del mostrador.Todos los clientes tienen uno, hay almenos una docena de hombres y mujeresrepartidos entre las estanterías. Woodyestaría satisfecho, pero hoy es su díalibre. Connie sube al aseo, comoprefiere llamarlo, y se suena la nariz contal fuerza que su cráneo se agita. Esevigor debe de ser la causa de que por unmomento vea una masa gris asomarsepor la parte baja del espejo; tiene que

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tomarse la molestia de darse la vueltapara comprobar que está sola en lahabitación. Cuando se ha deshecho desuficientes residuos de niebla como paraignorar los que le quedan, ficha y dedicauna fugaz sonrisa a la reunión del turnode Nigel (incluyendo a Jill, pero noexclusivamente) de camino a suescritorio. Está a punto de abrir sucorreo electrónico, cuando la reunión sedisuelve y los empleados se van cadauno por su lado; la puerta de la oficinase abre unos centímetros.

—¿Connie? —dice Jill. Su tono esbajo y cauto, pero decidido, y su sonrisaparece temer ser descubierta.

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—¿Qué pasa, Jill? —preguntaConnie.

—¿Cómo que «qué pasa»? —diceJill, abriendo su bolso—. ¿Te has dadocuenta de lo que has hecho, si es quefuiste tú?

¿Ha deducido de alguna manera queha pasado la noche con Geoff? ¿Por quéreacciona Connie como si tuviera algoque ver con Jill? Contiene elresentimiento hacia Jill por hacerlasentir culpable y ponerse a la defensivacuando Woody abre la puerta.

—¿Algo más va mal?—¿No es este tu día libre? —espeta

Connie.

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—¿Por qué, quieres que lo sea?—Solo por tu bien. Necesitas tiempo

de descanso, igual que todos nosotros.—Ya habrá tiempo para eso cuando

estemos en la cumbre. Todavía sueñocon un almacén sin nada esperando porser bajado, pero eso va a dejar de ser unsueño —se justifica Woody, y hace unapausa lo bastante larga para que Conniese pregunte si sus sombríos ojos handescansado la noche anterior. Luegoañade—: Te hemos interrumpido, Jill.

Ha acentuado tanto la actituddefensiva de Connie que esta estádispuesta a negar cualquier cosa que lacarta del bolso de Jill contenga. Cuando

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Jill la desdobla, resulta ser uno de losfolletos de eventos.

—Le estaba diciendo a Connie… losiento, Connie, no creo que te hayasdado cuenta de una cosa.

Woody se asoma por el umbral paramirar el folleto.

—Eh, eso es nuevo.Durante un momento, mientras lo lee,

Connie no distingue nada obvio, peroluego relee la primera línea: «Evento’sen Textos». El apóstrofo es lo bastantepequeño para confundirse con unamanchita o, pensándolo mejor, no tanto.

—No me lo creo —se oye a símisma decir, y se siente más estúpida

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aún—. Lo comprobé en la pantalla ytambién cuando lo imprimí.

—Pues me parece que estamosjodidos.

—A veces lees lo que quieres leer,¿no es así? —opina Jill—. No lo vi aprimera vista. Lo noté cuando lleve unospocos a la escuela para dárselos a lagente, mi hija pequeña me preguntó si nohabía un error.

Su sonrisa juguetea otra vez con suslabios. Puede pretender ser irónica ysimpática, ¿pero no se da cuenta de queestá empeorando la situación de Connie?

—Quizá la gente puede pensar queestá bien y es una cosa un tanto original,

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como tú —le dice a Connie—. Podríadecir que hay eventos en Textos, yasabes, hay un evento en Textos, aunquesupongo que debería decir que hay unoseventos…

Connie está casi segura de que Jillse está burlando de ella. Quizá piensaque Connie no va a desafiarla delante deWoody, y en tal caso está a punto desaber que es una zorra presuntuosa.¿Pensaba Connie algo de ella antes? Noes capaz de recordarlo ahora. Abre laboca, solo para sentir como si Gregfuera un ventrílocuo y ella su muñeco, ypara hacerla parecer más estúpida sicabe.

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—Connie llama al seis, por favor.Connie llama al seis —dicen sus labioscon la voz de Greg.

—Hazlo —dice Woody—. Ygracias por la publicidad, Jill, aunqueno transmita la impresión que noshubiera gustado.

Nunca le ha dicho que tuviera quetransmitir ninguna impresión concreta.Connie se molestaría en dejar eso claro,pero Woody tiene los ojos clavados enel teléfono que ya debería estar usando.

—Sí, Greg —dice al descolgarlo.—El grupo de lectura está

preguntando dónde se supone que debenir.

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¿Por qué no pasa la llamadadirectamente? Sabe que está ansioso porascender, pero no le gusta nada su modode comportarse, como si ya fuera uno delos encargados.

—Ponme a quien sea —dice—, y yohablaré con ellos.

—No están al teléfono, están aquí.Tienen previsto empezar en unosminutos.

—Lo dudo, Greg. Alguien haperdido la noción del tiempo.

—Eso es lo que dice en tu papel.—¿Quién te ha dicho eso? ¿Jill? —

espeta, quizá el nombre suena como unaacusación más que como una petición

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para que le enseñe de nuevo el panfleto,pues Jill duda antes de dárselo—. No loentiendo —dice Connie en voz alta.

—No pone eso ahí, ¿verdad? —diceWoody, pidiendo una explicación con lamirada.

—Sé que puse las seis, no las once.Te juro que lo hice.

—Jura todo lo que quieras, pero nodelante de los clientes.

Su voz está tan falta de apoyo quevolver a coger el teléfono es casi unalivio.

—¿Está por ahí Wilf? —pregunta.—De camino al almacén.—Le alcanzaré.

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Al tiempo que Connie se pone enpie, Woody alza tan rápidamente unamano abierta que parece la preparaciónde una bofetada.

—Antes de irte, ¿hay algún otro falloen lo que escribiste?

—Espero que no.—Es mejor asegurarse, ¿no te

parece?Lo que más le repatea es que se lo

está diciendo delante de Jill. La rabia ladebe de estar cegando; apenas distinguelas palabras que lee, y menos si hayalgún error.

—¿No lo comprobaste? —no veninguna razón para no preguntar—.

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Pensé que te gustaba meterte en todo.—Supongo que pensé que esta vez

podrías solucionarlo sola.—Jill, ¿estás por aquí por alguna

razón en particular? —es lo únicocercano a una respuesta que se sientecapaz de arriesgar.

Jill coge el panfleto y lo deja en lamesa.

—Quédatelo, todavía me sobranalgunos. ¿Qué hago con ellos?

—Connie te dará unos pocos de losnuevos, ¿verdad, Connie?Asegurémonos de no gastar más papel.—Woody sostiene su mirada pararecalcar eso último y camina hacia la

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sala de empleados abriendo la puerta depar en par—. Wilf, te necesitan.

—Iba a sacar mis libros y los delpasillo de Lorraine que me pediste quecolocara.

—Habrá tiempo para eso luego.Ahora mismo Connie tiene una sorpresapara ti. Tu club de fans te está esperandoabajo.

Wilf se contiene para no soltar unamaldición.

—¿Quién?—Tu grupo de lectura. Ya sé que se

les esperabas esta tarde, pero nopodemos echarlos si creen que esta erala hora correcta.

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Esto no parece alegrar a Wilf.—¿Te has leído el libro, verdad? —

pregunta Woody expectante.—Casi me lo terminé anoche en

casa. Me dormí al final.—¿De cuántas páginas hablamos?—Al menos un capítulo.Connie nota que Wilf espera que

Woody deje de contar con él.—Eso te va a llevar… ¿cinco

minutos a tu ritmo? Nosotros llevaremoslas sillas abajo y tú nos sigues tanpronto como acabes. ¿Me ayudas,Connie? Jill tiene que colocar.

—Ve tú primero, Jill —dice Conniesintiéndose absurda, mientras todos van

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hacia la puerta, pues ha quedadodemasiado claro que intenta hacer notarque todavía es una de las encargadas.Agarra cuatro sillas, y Woody siete,mientras tanto Wilf se sumerge en elúltimo capítulo de la novela de BrodieOates—. Hay un montón de librosnuevos, Jill, y no olvides los deLorraine —no puede evitar decirmientras camina cargando las sillas.

—No pensaba olvidarme de ella.Woody apoya su carga en el suelo

frente al montacargas y aprieta el botóncon los nudillos.

—Ocúpate de esto mientras lecomunico al grupo que estamos de

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camino, ¿puedes? —le pide—. Tealcanzaré abajo.

E l staccato de sus pasos bajandopor las escaleras es interrumpido por elsonido del cerrojo de la puerta, yentonces Connie oye subir elmontacargas. Entre sus crujidos sedistingue otro sonido, el de la vozapagada de una mujer. El destinatario delas palabras no responde, o quizá setrata simplemente de la voz delmontacargas. Si Connie pegara la orejacontra la puerta podría oír lo que dice,pero antes de que le dé tiempo ahacerlo, el aparato anuncia su apertura ylas puertas se deslizan una a cada lado.

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No está segura de por qué no confíaen ese trasto. Coloca una entre las dospuertas, y va metiendo las demás sillaspor lotes; uno de cuatro y dos de tres.Nada más aventurarse a entrar y apretarel botón, le dan ganas de salir. Lamáquina le dice que se está cerrando, yse supone que debe esperar unossegundos por si alguien entra. En lugarde eso, la ansiosa puerta empuja la sillacontra ella, y no tiene espacio paraesquivarla. Apartando la silla, esconsciente de que debería haberla usadopara mantener la puerta abierta. Estásegura de haberse atrapado ella sola,pero sale como puede y casi se cae de

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cabeza cuando la puerta se cierra a suespalda.

Se queda mirando a Jill, intentandoconvencerla de que no se ha tropezadoni tenía intención de hacerlo. ¿Ha oídoella la pequeña pausa, similar a unarisita ahogada, entre las sílabas de lasegunda palabra pronunciada por elmontacargas? Debe de haber sido unfallo en el mecanismo. Baja al trote lasescaleras al tiempo que Woody vuelvede la sala de ventas.

—Va a ser una charla animada —dice—. No son lectores normales, es ungrupo de escritores.

Connie se niega a admitir que ha

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escuchado una respuesta amortiguadadesde dentro del montacargas. Debe dehaber anunciado su apertura, porque trasuna pausa que le hace chasquear lalengua como si llamara a un animal, laspuertas se abren.

—Oh, creí que había alguien ahí —dice.

Supone que es una reprimenda pordejar las sillas desatendidas; la queechó a un lado se ha caído. La coloca enel montón de tres, y luego añade otrastres más, para alejarse entonces contodas agarradas entre sus brazosmientras Connie se apresura a ir arecoger las demás. Woody debe de

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haber pensado que quiere ir a su mismoritmo. Sostiene la puerta lo suficientepara darle espacio para pasar.

—Aquí estamos —dice—. Porfavor, siéntense.

Connie le sigue a la secciónAdolescentes; la gente que antes estabavagando por los pasillos y echando unamirada a los libros se reúne con ellos.La mayoría son lo bastante mayores paraviajar gratis en el autobús, salvo por doschicas jóvenes de aspecto tímido peroexpresión intensa. Las sillas soncolocadas en un círculo, y la personamás anciana del grupo, una mujer bajitay rotunda, con un peinado parecido a una

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tarta gris sobre su cabeza, unos holgadospantalones verdes y una rebeca de tweedde un colorido que podría serlegendario, se queda en pie.

—¿Nos están hablando a nosotros?—se erige en portavoz.

—Nuestro voluntario está encamino, señora —la tranquiliza Woody,clavando los ojos en la puerta como sieso fuera a acelerar la aparición deWilf.

—Encargado a mostrador, por favor.Encargado a mostrador —llama Agnespor megafonía.

Necesita a alguien para autorizar unreembolso a un adolescente con el rostro

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plagado de granos entre la rala pelusillaque ha devuelto el vídeo de un conciertode Single Mothers on Drugs. Al tiempoque Connie empieza a procesar elrecibo, Wilf sale de su escondite.

—Aquí está nuestro campeón —anuncia Woody, algo que no pareceagradar a Wilf, y se dirige a la caja en elmomento en que el cliente, coronado conun casco de motocicleta, sale de latienda—. ¿Qué ha pasado aquí? —demanda saber Woody.

—¿Cuál dijo que era el problema,Anyes?

—No había música, y tampocoparecía un concierto.

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Woody frunce el ceño, pensando queConnie debería haber hecho algunascomprobaciones antes de autorizar elreembolso, y coge la cinta.

—Voy a la tienda de vídeos acomprobar la cinta.

—Connie, ¿no crees que deberíamosir todos al funeral? —pregunta Agnes,tan pronto como Woody sale de lalibrería.

—No podemos, ya lo sabes. Alguiendebe quedarse aquí.

—¿No podríamos cerrar al menos unpar de horas para ir? ¿No crees queLorraine merezca al menos eso?

—No sirve de nada que me digas

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eso a mí, Anyes. Es a Woody a quiendebes convencer.

—Pensé que si creyeras que fueraalgo importante se lo pedirías tú misma.

—Estoy segura de que tú puedeshacerlo. Pareces lo bastante capaz —dice Connie, intentando escuchar lo quesucede en la sección Adolescentes. Lamujer con la masa grisácea de trenzas hacruzado los brazos con tal fuerza queparece haberse hundido los pechos, yestá señalando con el dedo a Wilf.

—¿Cuál es su interpretación? —interroga con su tono de profesora deescuela—. Usted eligió el libro.

—No es exactamente así. La chica

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que lo hizo no está, no está aquí.—Es la elección de su tienda, y

usted es la tienda. Esa fue la única razónpor la que lo compramos. Que levante lamano quien se lo hubiera comprado sino —desafía a sus compañeros. Aprietalos labios durante el instante que las doschicas jóvenes hacen la tentativa delevantar sus manos—. Entoncesexplíqueme por qué lo eligieron si erauna especie de broma gastada por no séquién —desafía a Wilf.

—Pudo ser el propio autor, ¿nocreen? Estará aquí en persona lapróxima semana, por si quierenpreguntárselo.

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—Se lo preguntamos a usted. Su jefedice que nadie lee como usted. ¿Qué eslo que queremos saber todos?

—¿Qué quiere decir el final? —diceuna de las jóvenes, y la otra asiente.

—El final —exclamaexpresivamente la portavoz, y agita lasmanos hacia Wilf, dándole un respiro asus oprimidos pechos—. Todosqueremos oír qué piensa de ello,¿verdad?

Un murmullo general deconformidad se mezcla con risastotalmente exentas de júbilo. Wilf sepone al borde de su asiento y alza lavista para afrontar a su audiencia,

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encontrándose con la mirada de Connieal otro lado de la sala. Apartarápidamente la vista de ella, paradespués guiñarle el ojo a nadie enparticular.

—Quizá depende de cómo entiendanel resto del libro —murmura.

—¿Cómo lo hace usted? —leinteresa saber a la segunda mujer joven.

—Ya llegaremos a eso —impone suley la organizadora—. Queremos saberqué se espera que entendamos del últimopárrafo.

—¿Qué piensan? ¿Todos tienenideas diferentes?

—Oigamos la suya primero. Su jefe

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decía que si alguien podía sacarle unsentido era usted.

Connie no se ha movido de detrásdel mostrador para no avergonzarlo, noobstante necesita ocuparse de losfolletos de los eventos. Se está paseandode lado a lado del mostrador cuando susojos vuelven a cruzarse; tiene la miradade un animal y parece querer agarrarse aella para protegerse.

—No puedo —dice, y se pone en piecomo si un marionetista le hubiera tiradode un cordel invisible anclado a sucabeza. Se tambalea entre las sillas yparece estar a punto de huir corriendo—. ¿No podría hacer esto otra persona?

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—le suplica a Connie.—¿Qué pasa, Wilf?—Yo… —duda, haciendo figuras en

el aire con los dedos frente a su cara ypellizcando el aire como si estuvieraintentando extraer algo de su cerebro—.Yo he…

—Será una migraña, ¿no? —le diceAgnes.

—No lo sé, nunca he tenido ninguna—dice, luego la mira con algo parecidoa gratitud en sus ojos—. Antes —añade.

Connie se pregunta si Agnespretende ahora adoptar el rol, noprecisamente a petición de suscompañeros, de portavoz de las ideas y

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preocupaciones de los empleados,dejado vacante por Lorraine.

—¿De verdad no vas a ser capaz decontinuar, Wilf?

Sus ojos brillan como el asfaltoenvuelto en niebla de afuera.

—Lo siento, estoy decepcionando atodo el mundo.

Presumiblemente eso es un sí.Connie se encargaría del grupo delectura, pero solo ha hojeado el libro.Levanta el teléfono más cercano y su vozresuena en el aire llamando a Jill.

—Hazle saber a tu gente que vamosa enviar a un sustituto —le dice a Wilf—. ¿Y ahora qué vas a hacer?

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—No hay ningún sitio donde puedasecharte, ¿verdad que no? —dice Agnes—. Intenta sentarte con los ojoscerrados. No podrás conducir hastacasa.

—¿Puedes continuar colocandodespués, Jill? —pregunta Connie paradisfrazar la orden—. Al parecer, Wilftiene una migraña y necesitamos alguienpara hablar con su grupo sobre el librode Brodie Oates.

—No sé si me gustó.—Entonces no mientas. Hazles

hablar, es tu trabajo. Están enAdolescentes. Baja directamente —diceConnie, cortando la llamada.

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Wilf se ha retirado para darle a sugrupo de lectura la noticia. La mujer delas trenzas le arroja su mirada y susmanos mientras Wilf se hunde en uno delos sillones cercanos a su sección,cerrando los ojos. Los abre casiinstantáneamente, y mira los librosfrente a él antes de cubrirse los ojos conuna mano y hundirse aún más en elsillón. Connie está a punto de ofrecerleun paracetamol, pero Jill aparece con unvaso de agua y una aspirina. Una vez sela ha administrado, Wilf se vuelve acubrir los ojos mientras Jill se dirige aAdolescentes sin mirar a Connie. Sesienta en el borde de una silla vacía y

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dice:—Soy Jill. ¿A quién le gustó el

libro?Connie tiene que aguantarse y no

hablar cuando Jill es recibida por unsilencio. Al final, las dos jóvenesadmiten que les gustó. Connie sequedaría para ver cómo Jill lidia con lamujer de las trenzas, pero eso nosolucionará el tema de los folletos. Dejael mostrador a la vez que Woody entraen la tienda.

—Si ese tío devuelve algo más,házmelo saber —dice, tirando la cintaen el estante de Devoluciones—. Hagrabado encima.

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—¿El qué?—Una de esas viejas películas

históricas. Una de vuestras batallas,parecía. Ni siquiera se ve bien. No es deextrañar que no quisiera quedársela —dice Woody antes de reparar en Wilf yJill—. ¿Qué ha pasado en mi ausencia?

—Wilf tiene una migraña —diceAgnes—. Jill se ha leído el libro.

—Dile que se siente arriba arecuperarse, por el amor de Dios —ledice Woody a Connie.

Va a dar un resentido paso adelantehacia Wilf cuando Agnes habla:

—Connie me dijo que deberíapreguntarte a ti lo de cerrar al mediodía

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para poder ir todos al funeral deLorraine.

—Woody quiere que te sientesarriba para que no te vean los clientes—se apresura a decirle a Wilf paravolver corriendo al mostrador aescuchar a Woody.

—¿Por qué todos? Algunos devosotros no os llevabais especialmentebien con ella, según recuerdo.

—Estoy segura de que a sus padresles gustará que vayamos todos.

—No saben cuántos empleadostenemos, ¿verdad que no? No tienesentido cerrar cuando ya tenemos unempleado de menos. Y voy a tener que

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pedirles a todos los que quieran acudiral funeral sin ser su día libre que seapunten al turno de noche de la próximasemana. Espero que todo el mundo lohaga de todos modos, pues ayudarán adejar la sección de Lorraine como a ellale hubiera gustado tenerla.

Agnes mira a Woody llena deincredulidad y Wilf se va a la sala deempleados. Connie le sigue, por si no escapaz de alinear bien la tarjeta con ellector de la pared, pero no eranecesario, pues consigue hacerlo consuficiente destreza. A mitad de lasescaleras, se gira para mirarlafugazmente, como si se sintiera

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perseguido.—Siéntate en el escritorio de Ray

para que los demás puedan descansar enla otra sala —dice Connie—. Es su díalibre.

Wilf tira de los brazos de la silla deRay y se sienta delante de la pantallaapagada. Connie enciende la suya y Wilfse coloca una mano delante de la cara.Borra el apóstrofo intruso y relee eldocumento; entonces descubre que laestá espiando a través de sus dedos.

—¿Hay algo más que creas quepuedo hacer?

Cierra los dedos con tal fuerza queConnie teme que se pellizque los ojos.

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—No —murmura.La imagen en el monitor se mueve

como la niebla. Al tiempo que laexamina con atención para convencersede que no sucede nada extraño, Angusentra en la sala de empleados y rellenasu taza de café de la cafetera. Sabe queno rehusaría hacerle un favor a nadie.Está a punto de pedirle que eche unvistazo al documento, pero Agnesaparece desde el almacén.

—Angus, ¿trabajarás el turno denoche la semana que viene?

—Iba a hacerlo. He puesto minombre en la lista.

—No estaba diciendo que no debas

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hacerlo, solo que Woody dice que quienlo haga es libre de ir al funeral. Todavíapienso que deberíamos ir todos, loconseguiríamos si pusiéramos de nuestraparte.

Ha levantado la mirada y la voz endirección a Connie, que intenta ignorarlacentrándose en la pantalla. Cuanto másse concentra, menos significadoencuentra a las palabras que aparecenfrente a ella, incluso cuando Agnesregresa al almacén. Connie decideimprimir una hoja por si los posibleserrores se pudieran ver más claros sobreel papel, y Woody aparece corriendodesde abajo, canturreando la melodía

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con la que los altavoces castigaron atodo el mundo durante las semanasprevias a la apertura de la tienda:«Goshwow, gee and whee, keen-o-peachy…».

—Tenemos que mantener alto elánimo —le comenta a Angus—. Este esel hombre que necesitamos.

—Casi he terminado mi descanso —le asegura Angus, dando un gran sorbode su taza.

—Oye, no hay necesidad deatragantarse. Voy a pedirte ayuda, peropara la semana próxima. No tuvistemucha relación con Lorraine, ¿verdad?No eras uno de su panda, si es que tenía

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una.Un furioso tintineo de libros contra

un carro proveniente del almacén esseguido de un silencio similar a unarespiración sostenida.

—Solo la conocía del trabajo —admite Angus.

—Entonces no te importará faltar asu funeral, ¿verdad? Estarás dejando unlugar para alguien que realmente quierair.

—¿No se preguntarán sus padres porqué no fui?

—¿Los conociste?—Aún no, pero…—Entonces supongo que no saben

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que existes. Solo les alteraría si alguienle diera más importancia, y no necesitaneso ahora, ¿verdad que no? ¿Quedamosen eso, no? Puedo contar contigo.

—Así lo espero —dice Angus, yConnie siente que Woody tiene laesperanza de que eso aplaque un poco aAgnes—. Quiero decir, sí —debe añadirpara tranquilidad de Woody,provocando un furioso y violentotintineo del carro del almacén. Apura sutaza y la coloca sobre sus predecesorasen el estancado fregadero antes de bajar,mientras, Woody examina la pantalla deConnie.

—¿Qué aspecto tiene ahora? —

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pregunta.—No veo ningún problema, ¿y tú?—Siempre veo alguno —dice, y

echa una mirada al monitor de seguridadde su despacho—. Me temo que a losescritores no les ha gustado mucho tuamiga Jill.

—Yo no la llamaría así exactamente.—¿No? ¿Pasa algo entre vosotras

que debería saber?—Por lo que a mí respecta, nada en

absoluto.Solo un poco de cautela se derrama

de sus ojos, que ahora contemplan aConnie.

—No tuvo mucho éxito vendiéndoles

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nuestro libro —dice—. La mayoría deellos se fueron preguntándose por qué lohabíamos recomendado.

—Ah, ¿ya se han ido? ¿Cuántotiempo llevamos aquí arriba, Wilf?

Wilf menea la cabeza sin apartar lamano de sus ojos.

—Al menos media hora, según mireloj —dice Woody. ¿Tanto tiempolleva delante de su pantalla?—. Metemo que tampoco se quedaron muyimpresionados contigo —escucha decira Woody a través de su propiaconfusión.

Comienza a sentirse del mismomodo que imagina que se siente Wilf.

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—No recuerdo siquiera haberhablado con ellos.

—Me refiero al folleto. Les hicepensar que era un fallo de la imprenta,pero no me gusta tener que ocultar cosaspor el bien de la tienda. ¿Tendré quehacerlo de nuevo?

—¿No lo sabes? Estás viendo lomismo que yo.

—Te estoy mirando a ti, Connie —dice, y baja la mirada hacia la pantalla—. Imprímelo cuando estés satisfechadel resultado, y entonces ponte a colocarunos cuantos libros de Lorraine para quela gente tenga ocasión de comprarlos.

Supone que no ve más errores de los

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que ella ve (es decir, ninguno), perocuando Woody entra en su oficina sepregunta si tanto él como su propiocerebro pueden estar conspirando parahacerle una jugarreta. Al mirar lapantalla, las palabras se convierten ensímbolos totalmente carentes de sentido.Al tiempo que pone en marcha laimpresora en un intento de reaccionar asu desesperación, Wilf deja escapar unleve gemido que bien podría ser unareacción a la suya.

Por un momento quiere confesarlo, yentonces se lleva la mano a la boca.Solo está tensa por lo ocurrido conLorraine, se dice a sí misma. Todos

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deben de estarlo, y con el tiempo sealiviará. No quiere provocar que ladespidan de su trabajo.

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Angus

—¿No puedes conducir el resto delcamino, verdad que no? —dice su madreal tiempo que se mete por el desvío deFenny Meadows.

¿Le está diciendo que lo haga o locontrario?

—¿Quieres que lo haga? —replica,la rotonda venidera se rinde ante laniebla al pie de la rampa.

—Eso es cosa tuya, Angums.Trata con tal fuerza de ocultar su

mueca de disgusto ante el apodo, queespera que le deje pasar el hecho de no

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haber respondido cuando lleganfinalmente a la rotonda. La autopista estáa su espalda, exponiendo su parteinferior húmeda, grisácea y llena debaches sobre los pilares de cementosalpicados de grafitis; una vegetacióndemasiado primitiva para haberdecidido la especie a la que pertenece.

—No está lejos —dice, sintiéndoseatrapado en un juego conversacional enel que el perdedor es aquel que dicealgo inadecuado; suele sentirse así consus padres—. Bueno, puedo intentarlo.

—Te gustaría poder moverte por tucuenta, ¿verdad? Pero no pienses ni porun instante que a tu padre y a mí nos

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importa traerte y recogerte. Nos pilla decamino.

—Quizá no debería arriesgarme aconducir en la niebla.

—Estoy segura de que eso essensato si no tienes la suficienteconfianza. Creo no obstante que tendrástarde o temprano que saber lidiar concondiciones de este tipo, y dudo quehaya mucho tráfico en tu aparcamiento.

Al no obtener respuesta, su madresigue conduciendo bajo la autopista. Laniebla los persigue a través del sombríoy ruinoso pasaje, separándose de losgrafitis de más adelante, y enseguidaparece estancarse en el complejo

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comercial, sustituyendo al cielo,negando el paso al sol de media mañanay reduciendo los edificios a pálidosbloques brumosos. El Vectra cruza elaparcamiento, pasando por algunaszonas de césped adornadas con árbolesralos difuminados por la niebla. Lasmarcas de neumático parecen bocasresplandecientes a ambos lados delárbol sobre el que chocó el coche deMad; ya ha crecido nueva hierba sobreellas. Más allá, Textos se alza entre laoscura niebla que empaña el escaparatey ensombrece la publicidad de BrodieOates.

—Tu padre te recogerá esta noche,

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Angums —dice su madre.—Gracias. Mañana conduciré por la

autopista si puedo.Ella levanta la cabeza dos

centímetros, y sus ojos un poco másincluso.

—No estés tan ansioso por contentara todo el mundo o no contentarás anadie, y menos a ti mismo.

Se siente incitado a contestar;provocado por una parte de sí mismoque preferiría no reconocer, no por losque están escondidos entre la niebla.Aprieta los dientes para contener sulengua mientras ella se da unosgolpecitos en la mejilla, un gesto que

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sugiere que le dé uno de esos besos quede pequeño no pudo evitar en la puertade la escuela.

—Venga pues, Angums, haz que nossintamos orgullosos —murmura.

Agarra su almuerzo y la despideagitando la mano; el coche se aleja,portando la L que es el estandarte detodas las veces que ha calado el motor,o pisado el pedal de acelerar en lugardel de freno o ha rozado los neumáticoscontra el bordillo de la acera. Al menosno es tan malo en su trabajo, piensa, amedida que la niebla se traga un últimoatisbo del rojo de las luces traseras delVectra. Enfila hacia Textos, y la sonora

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voz de Woody salta como una alarma.—Sonríe, a nadie le gustan los

cascarrabias. —Los lados de su boca sealzan ante la llamada de atención, perose da cuenta de que no se dirigía a él,sino a Agnes, cuya expresión seria setorna en otra ceñuda—. Esa es peor. Noqueremos ver más eso por aquí —diceWoody en un tono más bajo, y cuandoAgnes se agacha en el mostrador, tandeprisa como si la hubieran grapado alsuelo, añade—: Cuando quieras unirte anosotros, empezaremos.

Angus se alegra de que Agnes estéconteniendo su expresión de disgusto alverle apresurarse a obedecer. Los

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únicos clientes son dos calvosestudiosos que parecen haber marcadodos de los sofás como su territorio.Quizá pretenden comprar regalos paraalgún crío; cada uno de ellos hojea unlibro que contiene muy pocas palabras.Sus ojos apenas parpadean cuandoAngus pasa por su lado, haciendo ruidocon el contenido de la caja con sualmuerzo.

Realmente, todo el mundo en la salade empleados parece estar esperándolo.Ross parece mostrarse aliviado por suaparición. Jill preparada paradefenderse, seguro que no de él. Gavinabre la boca, pero lo más parecido a un

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saludo que sale de ella es un bostezoahogado a la mitad.

—Aquí está el tío —dice Jake, conmás entusiasmo del que le agradaría aAngus. Woody, saliendo de su despacho,le salva de tener que responder.

—Bueno, vamos a poneros enmovimiento —dice igual de aceleradoque por el altavoz—. Yo me encargo deesto, Nigel. Quizá parte del problema esque los británicos se encargan de losbritánicos.

Nigel se encoge de hombros y seadentra en el almacén sin mirar a nadie.No duda ni mira atrás cuando hablaGavin.

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—Eso es un poco racista, ¿no?—Oye, no necesitamos esa palabra

aquí. No necesitamos nada que causeproblemas. Si no admitimos que somosdiferentes no podemos aprender de lascosas que nos unen, ¿verdad? Siéntatecuando puedas entrar por fin, Angus.

Angus está intentando fichar laentrada, pero le da la impresión de quela tarjeta no registra nada; parece que laranura está llena de suciedad, aunquecuando se acerca a examinarla,comprueba que está limpia. Pasa latarjeta una vez más y la deja en elmontón de «entradas» antes de sentarse,al parecer, no lo bastante deprisa.

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—Este es un buen ejemplo de lascosas que debemos evitar —diceWoody.

—¿El qué? —dice Jill, y Angussiente que está transfiriendo algo de suactitud defensiva hacia él.

—Algunos no os habéisacostumbrado aún a nuestras rutinas.Mientras más cosas podáis hacer sinpensar, mejor.

—No sé si eso es una buena idea,hacer cosas sin pensar. No me imaginodiciéndole eso a mi hija.

—Aquí es esencial. Dejemos estadiscusión para otro momento. Necesitodejar claro algo.

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—Cielos, eso suena autoritario —dice Jake.

Angus se pregunta si está exagerandodeliberadamente, y espera que Woodytambién piense lo mismo. A Jill se leescapa una risita, sesgada un poco por lasorpresa, y Gavin emite una risa si cabemás corta y apagada.

—¿Algo más que queráis soltar? —pregunta Woody, mirando a todosfijamente. Angus no puede evitar verseforzado a menear la cabeza y mostraralgo que no llega a sonrisa radiante perotampoco es simplemente una mueca decompromiso, el resto se guarda susrespuestas—. Bien entonces —continúa

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Woody—. Me gustaría poder llevaros atodos a ver cómo hacíamos allí lascosas.

—¿Y cómo es eso?—Me alegro de que lo preguntes,

Angus. Cuando entras en una tiendaquieres sentir que los empleados estánansiosos por hacer por ti todo lo queesté en su mano, ¿verdad? Eso no lo veoen algunos de vosotros, y no me refierosolo a los que estáis presentes.

—En algunos de nosotros losbritánicos, quieres decir —dice Gavin.

—Eso es totalmente correcto. Quizáes cosa de la flema británica, creéis queservir es algo bajo, pero no lo es si

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queréis trabajar para Textos. Estoycomenzando a pensar que es una razónpara que vengan pocos clientes.Tenemos que hacerles sentir que esta esla mejor librería que han pisado, lo cuales cierto dado lo que he visto de lacompetencia. Debemos asegurarnos deque sigan viniendo y se lo digan a todossus amigos.

Angus no quiere sentirse portavoz,pero el silencio de los demás le hacehablar:

—¿Cómo lo hacemos?—Chicos, sé por qué estáis tristes,

pero no queremos que los clientes loestén. Para empezar, sonreíd cuando

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veáis a un cliente. Recordaos a vosotrosmismos que ellos son las personas quemantienen vuestro puesto de trabajo yquizá eso ayude. Adelante, así.

Se provoca una sonrisa en la carausando sus propios dedos, obligando alas esquinas de su boca a hacerse másgrandes. Sus ojos están como platos,dispuestos a responder a cualquierpregunta, su boca medio abierta muestraalgo del brillo de sus dientes. Sería unaexpresión agradable si sus ojos noestuvieran tan rojos. Su cara le recuerdaa Angus a la de un payaso desesperado,sobre todo hasta que no se relaja cuandolos demás intentan imitarla.

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—Todos tenéis que trabajar en ello—sigue Woody, borrando la expresiónde su cara—. Bueno, intentemos elacompañamiento. De ahora en adelantesaludaremos a cada cliente. ¿Se va asentir alguien incómodo por dar anuestros clientes la bienvenida aTextos?

Es al propio Angus al que no leapetece la idea, por eso no dice nada.Woody parece satisfecho, o bien tiene laintención de tomarse el silencio comouna respuesta negativa general; desdeluego, su sonrisa lucha por resurgir.

—Supongamos que soy un cliente —dice—, ¿quién me va a dar la

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bienvenida?Aunque no está mirando únicamente

a Angus, este es incapaz de ignorar laurgencia que parece estar enrojeciendolos ojos de Woody por momentos. Seaclara la garganta, y empalma el sonidocon la frase:

—Bienvenido a Textos.—No te he oído.—Bienvenido a Textos —casi grita

Angus, su cara hinchándose en la zonaen torno a su boca.

—Oye, estoy en la tienda, no ahíafuera entre la niebla. De todos modoses más entusiasta, al menos, ¿qué falta?

Al no ser capaz de adivinar a qué se

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refiere, Angus tiene la impresión de quesu cerebro está atrapado entre la niebla.Los ojos de Woody se estrechan comodos puñaladas, y levanta el pulgar haciala mandíbula para señalarse la cara. Alinstante, la sonrisa regresa a ella,luciendo más dientes que nunca.

—No sirve para nada sin esto —apenas vacila al decirle a Angus.

Angus abre los ojos y la boca, y tirade las esquinas de esta tan hacia arribaque los labios le tiemblan.

—Bienvenido a Textos —dice, perogran parte queda atrapado en la marañade su sonrisa, parecida a la del muñecode un ventrílocuo.

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—No del todo mal. Practica a cadaocasión que tengas. Podéis ensayarsiempre que no estéis en la sala deventas —dice Woody, dirigiéndoseahora a todos—. ¿Quién quieresuperarlo?

Angus se pregunta si se espera de élque mantenga su sonrisa mientras elresto compite. Cuando nadie se presentavoluntario, la deja ir, y siente larelajación de su cara.

—Oíd, no significa que no seamosun equipo. Ayudaros mutuamente amejorar os hace ser buenos compañeros.

—Bienvenido a Textos —dice Jake,abriendo los brazos como si estuviera a

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punto de abrazar a Woody, y usando untono de voz más propio para seducir oser seducido, además de sonriendo deuna forma pretendidamente tímida,apropiada para ambas cosas.

—Sería mejor bajar un tono, no hasido tan gracioso, Gavin. Veamos latuya.

—Bienvenido a Textos —repite sinborrar su sonrisa burlona y sin emociónalguna. Antes de que Woody puedahacer ningún comentario, Jill dice eleslogan como si estuviera ofreciéndoleun trato a un niño y brinda una sonrisaexpectante dirigida a Ross. Debe dequerer animarlo, pero cuando este repite

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la formula su sonrisa se acerca más a laslágrimas; Angus sospecha que se haacordado de Lorraine.

—Bueno, necesita ser trabajado,sobre todo las sonrisas —tercia Woody—. Y una vez que lo hayáis pillado,tendréis que mantener esa actitud entodo momento y para todos los clientes.—Examina sus caras buscando unareacción o un motín, luego añade—:Necesito a uno de vosotros para repartirfolletos por todas las tiendas delcomplejo. ¿Quién es el más rápido?

Gavin abre la boca, pero a Woodyno debe de gustarle su rapidez.

—Tú puedes hacerlo, Angus. Ve

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ahora antes de que empecemos a perdergente —le apremia; se refiere al funeral.Angus coge un montoncito de hojas de lamesa de Connie, y Woody le aconseja—: Puedes dejarlas también en loscoches de fuera. Bien, en marcha.

Angus coge su abrigo y lucha parameterse dentro sin soltar los panfletos.La sensación de que la sonrisa está apunto de reaparecer en el rostro deWoody le hace sentir si cabe máspatoso. Suelta las hojas, se lo pone, ylas vuelve a coger antes de huir caminode las escaleras. Cuando sale a la salade ventas, Agnes habla desde el techo.

—Ayuda en mostrador, por favor.

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Ayuda en mostrador.Le está dando un cupón de regalo a

una mujer grande de cabeza pequeña,equilibrada por una papada que coronaun grueso suéter. Un hombre con unacoleta gris que cae sobre el cuellopeludo de su grueso abrigo de astracánespera en Información. Cuando Angus semete tras el mostrador, el hombre vuelvesu arrugado rostro hacia él, poniéndoseun dedo sobre el hoyuelo de su barbilla.

—No te culpo por llevar un abrigoaquí dentro, ¿o pensabas salir a disfrutardel buen tiempo?

—¿Hace bueno? —dice Angus sinsaber por qué.

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—La niebla se ha levantado un poco.No esperes que dure. Antes de irte, soyBob Sole. Tenéis un libro para mí, porfin.

Cuando Angus se agacha paraexaminar el estante de Pedidos, se dacuenta de que ha olvidado sonreírle alseñor Sole, y también de darle labienvenida. Ninguna de las etiquetas dela media docena de libros lleva elnombre del señor Sole.

—Perdone, ¿cómo se llama el libro?—Campos y canales de Cheshire.

Un tío llamado Bottomley lo escribió.Adrian, si eso sirve de ayuda.

No, no sirve.

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—¿Le avisó alguien de que estabaaquí?

—Me enviasteis una tarjeta —anuncia el señor Sole, y se la saca de unbolsillo, acompañada de unos restos detabaco—. No te importará si lopregunto, ¿os estáis quedando conmigo?Es la segunda vez que lo pido, y elcolega al que se lo pregunté la últimavez parecía pensar que era una broma.

Angus recuerda a Gavin comentandoen la sala de empleados que tenían a uncliente llamado R. Sole. Espera noreírse ni dejar escapar ningún sonido.Esconde su cara lo que puede cuando seestira para coger la tarjeta que el señor

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Sole ha dejado en el mostrador. Cogerel teléfono le ayuda a ocultar el rostro.Está a punto de pedir ayuda cuandoWoody le habla desde el aparato:

—¿Todavía no estás cumpliendo tumisión? ¿Cuál es el problema?

—Tenemos un pedido, pero no loencuentro —explica Angus, sintiéndosede repente aterrado ante su propiareacción si Woody le pidiera el nombredel cliente. La respuesta de Woodyaparta ese temor.

—Supongo que te refieres a Camposy canales de Cheshire.

—Ese es. ¿Cómo…?—Lo tengo en mi despacho. Dile al

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cliente que se lo bajo ahora.Angus está seguro ahora de poseer el

control sobre sus labios.—El encargado está de camino, con

su libro —dice volviéndose hacia Sole.Apenas ha soltado el aparato,

Woody entra disparado por la puerta dela sala de empleados. El señor Sole segira dejando un rastro de olor a astracánrancio, Woody lleva el fino libro en lamano.

—¿Asegurándose de que no sepierde esta vez, verdad?

—Le echaba un vistazo ya que loteníamos —sonríe Woody.

—¿Dice mucho sobre este lugar

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apartado en el bosque?—Nada destacable —dice Woody,

girándose tan rápido que a Angus lecuesta distinguir si su sonrisa hadesaparecido o no—. Yo me encargo deesto, ya no deberías seguir aquí.

—Oh, bien, está bien —dice Angusatropelladamente, lo que acaba con lasonrisa empática que Agnes le teníapreparada. Coge los folletos delmostrador y los abraza sobre el pechomientras sale de la tienda.

El sol no se ha abierto paso entre laniebla. Si hay algo nuevo, es una luzcegadora que agrava la sensación de queel resto del complejo se ha borrado del

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mapa. Vagas capas de esa luz paseanpor el asfalto como las faldas de unabailarina con poca gracia. Esa debe deser la razón por la que Angus sientecomo si estuvieran contando sus pasoscuando se pierde de la vista de Woody,que lo observaba por el escaparate. Aladentrarse en Happy Holidays, unaplomiza cortina gris cae sobre Textos.

Dos chicas vestidas con polosamarillos, luciendo sendas haches encada pecho, están jugando al tres en rayadetrás del mostrador. Las dos levantanansiosamente la cabeza, una expresiónno muy lejana a la sorpresa, y la másrubia y delgada de las chicas habla:

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—¿Adónde podemos hacerle volar?—No voy a ningún sitio de

momento. Nos preguntábamos si podíaiscoger unos cuantos de nuestrospanfletos.

—No te molestes en gastar muchos—responde, y al soltar Angus unadocena en el mostrador añade—: Esosson más clientes de los que tenemos enuna semana.

Al salir, Angus se despide de laschicas con una versión de la sonrisa deWoody dibujada en el rostro, pero noparece impresionarlas mucho. La nieblaha emprendido una burlona retirada,suficiente para dejar a la vista un viejo

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Skoda algo más allá del troncoderrumbado. Levanta el parabrisas ydeja un folleto debajo.

—¿Qué es eso que has puesto en micoche? —oye decir a una voz cuando sedisponía a adentrarse de nuevo en laniebla. Mira a su alrededor y seencuentra con una alta figura entre losdos árboles intactos. La figura seemborrona y casi desaparece en sutrasiego por el trecho de césped. Elhombre lleva zapatillas blancas,pantalones verdes, una chaqueta decuero gastada con varios jironescolgando y un gorro de lana de dondeasoman varios mechones de pelo blanco.

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Su pequeño rostro hace lo que puedepara hacerse presente, rodeando a unanariz llena de marcas de viruelas; seacerca al coche encorvando su lánguidafigura—. Ah, eres tú —dice en un tonomás plano del ya de por sí plano acentode Lancashire—. Ibais detrás de mí.

—¿Quienes?—Tus colegas. Textos. No parece

que haya servido de mucho.—¿Y por qué no? —se siente Angus

provocado a preguntar.El hombre hace una bola arrugada

con el papel y lo tira al césped, dondeaterriza con un ruido sordo.

—¿Qué es un grupo de lectura?

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—Umm… —Una mirada a la partesuperior del folleto hace comprender aAngus—. Es, es como un sitio para leer,donde lees.

—Buen intento, hijo, perodemasiado tarde. Adelante entonces,propaga el error. Así es como la lenguaque hemos construido todos estos siglosse hunde.

A Angus no se le ocurre nada queresponder a eso.

—¿Por qué dice que vamos detrásde usted?

—He escrito unos cuantos libros.Una parte de uno habla de la historia deeste lugar. Quizá por eso pensasteis que

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merecía la pena llamarme.La niebla se agita, y Angus siente

como si el resto del mundo la siguiera.—Creo que acabamos de vender uno

de sus libros, si usted es…—Adrian Bottomley, ese soy yo, con

todo lo que conlleva. ¿No soy lo queesperabas, eh?

¿Es su actitud la razón por la queConnie rehusó invitarlo?

—¿Por qué no quiere firmar librosen nuestra tienda?

—No tengo nada especial contravuestra tienda, pero puedo prescindir devisitar este lugar.

—¿Entonces qué hace aquí ahora?

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—Quizá el hecho de haber vendidoun libro era un evento tal que quise estarpresente —se burla Bottomley, despuésse pone serio—. No me gustó oír lo quepasó el otro día.

—¿El qué? —pregunta Angus,sintiéndose peor que estúpido—. Serefiere a Lorraine.

—Sí, si esa fue la chica atropellada.No me gusta imaginar a nadie muriendoaquí.

Angus mira a su alrededor y lo únicoque ve son dos árboles y medio sobre unpoco de césped gris rodeado de asfalto.

—¿Qué tiene esto de especial?Bottomley agacha la cabeza y señala

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con las manos el montón de folletos deAngus.

—¿No deberías estar repartiendoeso?

Angus considera llevarlos de vueltapara informar sobre el error, pero noquiere darle problemas a Connie. Yaque nadie más ha notado la falta de unaletra, parece mejor no darle másimportancia. ¿Acaso no pueden hacercreer que fue algo intencionado si así lesconviene?

—¿Quiere venir conmigo mientras lohago?

—No quieres dar vueltas solo poreste lugar. No puedo decir que me

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sorprenda, después de todo lo que hapasado.

—Tenía la esperanza de que me locontara.

—Alguien debería saberlo —admiteBottomley, y de repente se dirige haciael pavimento—. Ahora que lo pienso,alguien debe saberlo —murmura.

Su tono deja a Angus sin saber cómotomarse lo que ha dicho o siquiera si ibadirigido a él. Bottomley no vuelve ahablar de camino a Tvid, donde unamujer oronda y un hombre flaco, falto deun afeitado y con marcas de pinchazosen los brazos, se están gritando el uno alotro en un programa de la tele. Entre los

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ánimos y abucheos del público, uno delos dos empleados de la tienda, queestaba riéndose con el espectáculo, sepercata de la presencia de Angus.

—¿Puedo poner unos pocos de estosen el mostrador? —pregunta.

—Haz lo que quieras —dice al ver aqué se refiere—. ¿Arreglasteis el asuntode vuestra cinta sobre hooligans?

—¿A qué te refieres?—Unos tipos peleando en un vídeo

supuestamente musical. Tu jefe parecíaquerer matar al que la había cagado.

Angus suelta unos pocos folletos enel mostrador.

—¿No queréis leer lo que está

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dejando en vuestra tienda? —preguntaBottomley.

El asistente charlatán coge uno y loexamina durante unos segundos antes desoltarlo de nuevo en su lugar.

—Me parece bien.—¿Tendrá que valer, entonces?Bottomley podía haberse ahorrado

esa última frase. Saliendo de la tienda,seguido por Angus, las televisiones ledespiden con un ruido burlón, una vozinarticulada y sucia emerge de más deuna docena de los descerebradosaparatos. En el exterior se vuelve haciaAngus.

—Bueno, ¿qué sabes de este lugar?

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—En realidad nada, aparte de que esmi lugar de trabajo.

Angus añade la segunda mitad paradarle menos razones a Bottomley amofarse de él, pero el gesto del autor nose suaviza.

—No sacaste nada en claro de milibro —dice.

—No tuve oportunidad de leerlo.—Ni tú ni nadie, hijo —dice, y sin

deshacerse de su amargura, añade—: Essolo que deberías querer saber algosobre el lugar donde pasas gran parte detu vida. ¿Sabes al menos por qué sellama como se llama?

—No lo sé, no.

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La respuesta con aire de disculpa noparece ganarse al escritor. Angus noentiende por qué sacó a relucir elnombre de la tienda, pero Bottomley nodice nada más mientras continúan suruta. En Teenstuff, un encargado estádando instrucciones a dos empleadosque están cambiando los escaparates. EnBaby Bunting, la pandilla de muñecas decaras idénticas del escaparate hacomenzado a coger polvo, y los dosempleados visibles están jugando a «Miprimer juego de ordenador»; en la puertade al lado, los de Stay in Touch parecentener dificultades para hacer funcionarsus teléfonos móviles. Bottomley posa

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una mirada de disgusto creciente enAngus cada vez que repite la formula:

—¿Puedo poner unos pocos de estosen el mostrador?

Debe de pensar que cambiar la suyale hace más culto que Angus; «¿No va aleer lo que dice?», «Yo le echaría unvistazo antes» y «Léalo primero». Lavariedad, no obstante, no le produceninguna satisfacción. Al volver a salirhacia la niebla, la cual parece haberganado más sustancia gracias a laenergía que le roba al invisible sol,camina en su dirección como si tuvierala intención de enfrentarse a ella osimplemente disolverla. A Angus le

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recuerda a un abuelo intentandoperseguir a un niño malo. Tras variospasos se trastabilla y se detiene.

—Manteniendo a distancia a lasbandas, ¿no?

—Supongo que alguna hizo esto —dice Angus, señalando los grafitis quehan crecido como hiedra sobre losedificios a medio construir—. Y hahabido algunos niños armando lío en latienda. Quizá uno de ellos robó el cochee hizo eso de lo que ha oído hablar.

—Los mismos no —espeta elhombre. La impaciencia de Bottomleyestá exenta de simpatía—. Hablo de lasbandas que se reunían aquí para pelear

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antes de que se levantaran los edificios.Te preguntarás qué les traía a este lugardesde zonas tan distantes, ¿verdad? Oquizá no, ya que no eres de aquí.

—No puedo decir que sea tan deaquí como usted —se defiende Angus.

—Podrías haber aprendido algo dehistoria en el colegio, de todos modos.¿Sabes cuántas batallas ha habido aquí?Y no me refiero a simples peleas.

Angus niega con la cabeza en lo queparece un vano intento de estrujarse lossesos para pensar. Bottomley le colocados dedos en la cara.

—Durante la guerra civil, y antes deeso, en la época romana —dice, y

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vuelve a colocar los dedos en el alzadopuño—. Y entre esas dos batallasexistieron aquí aldeas. En la EdadMedia y un par de siglos después huboaltercados. ¿Te da eso algo en quepensar?

Angus se siente encerrado en supropia estupidez por culpa de laspreguntas y de los muros que lo rodean,llenos de humedad y grafitis a suderecha, trémulos y altos a la izquierda.

—¿Como por ejemplo…? —dicepor si eso ocultara su ignorancia.

—Justo, quizá no te lo estáspreguntando. Quizá ya has adivinado loque pasó en las aldeas.

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—¿Una niebla como esta? —sugiereAngus, asemejándose a un alumnodeseoso por complacer a su profesor.

—Sigue intentándolo. Hablamosantes sobre ello.

—Batallas, a eso se refiere.—Si quieres llamarlas así —dice

Bottomley, pero Angus ha agotado dealgún modo su paciencia—. Hubo unmontón de violencia, eso es seguro.

—Esperemos que haya acabado.—Eres de esos, ¿no? De los que

conservan la esperanza. Si echas unvistazo a cómo va el mundo verás queestamos luchando todos contra todos.

—Creí que hablábamos de este

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lugar.—No me estarás diciendo que entre

tus colegas no hay discusiones. Nopuedes creer que ya no haya bandos.

—Eso no significa que hayaviolencia.

—Dijiste que no eras de por aquí —declara Bottomley y tira adelante comosi ya no pudiera soportarlo más. Angusle sigue, pasando la garita del guardia,donde una voz proveniente de la radiogrita algo indescifrable desde laventana, y hacia Frugo. Al tiempo queAngus aborda a la cajera más cercana,Bottomley se acerca al pasillo de loslicores.

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—¿Puedo poner unos pocos de estosen el mostrador? Bueno, en todos —pregunta Angus.

—Nunca bebas con el estómagovacío —le aconseja Bottomley acualquiera que pueda escucharle,meneando un dedo en el aire, endirección a la cajera.

»¿No quieres echarle un vistazo aeso primero?

—¿Qué nos estás dando? —dicecomenzando a leer, pero se queda amedio camino del primer párrafo, yaparta la vista sin interés—. Va de unalibrería —informa a sus colegas—.Escritores y lecturas y ese tipo de cosas.

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—Ponlo junto a los papeles —sugiere la chica de al lado—. La gentelos lee.

En la entrada al supermercado,Bottomley se toma su tiempo paraincluir a Angus en una miradadesamparada dirigida a la chica quetransporta la mitad de sus folletos.Angus le sigue hasta el último localocupado, Stack o’ Steak. Cuando entra,el escritor ya está sentado en una mesade un plástico tan rojo como el de unjuguete, y saluda a Angus con un grito.

—Eh, ahí llega la cultura —lesaluda. Ninguno de los dos empleadosdel lugar, temporalmente fuera de la

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cocina, y que llevan sendas camisetasnaranjas con la inscripción So’S en elpecho, parece tomarse el comentariomejor que Angus. La siguiente preguntade Bottomley tampoco los entusiasma—:¿Puede poner unos pocos de esos en elmostrador?

Para entonces el ritual está tanasentado que Angus se siente obligado acumplirlo.

—¿Quiere mirarlos antes?El hombre al que le ha preguntado

acerca tanto la cabeza a los papeles quele recuerda a un caballo bebiendo de unabrevadero.

—No veo por qué no —dice al fin

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en un tono que bien podría haber dicholo contrario.

Angus no está seguro de a quién vadirigido el aplauso de Bottomley hastaque el autor le pregunta:

—¿Lo has pillado ya?—Creo que no.Bottomley se rinde y se dirige al

segundo camarero, que es demasiadovelludo para los estándares del trabajo.

—¿Cuánto necesito comer paraconseguir una botella de la casa?

—Puede tener la botella si quiere,¿no cree? —dice el hombre; es laperfecta articulación vocal de unencogimiento de hombros.

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El autor escudriña el menú deplástico que ocupa la mitad de la mesaen la que se posa.

—Te diré algo. Tomaré del blanco,y un plato de pedazos de pollo.

Angus se siente observado. Sinduda, los camareros se preguntan porqué sigue allí. No pude irse hasta quehaya empezado a comprender. Caminadeprisa hacia la mesa y se sienta frente aBottomley.

—¿Qué tenía que pillar?—¿Puedo tomar algo de la botella

mientras espero? Solo un vaso.No dice nada a Angus mientras

espera que se cumpla su petición.

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Observa con una sonrisa el vaso llenode vino y se traga de un sorbo la mitad.

—Una botella y un vaso, queríadecir —masculla. Después murmura a laespalda del camarero—: Demasiadosapóstrofos.

Angus se atreve a contestar.—No son de los míos esta vez.Bottomley lo mira atentamente.—¿Te piden algún requisito para

trabajar en la librería?Eso le suena tan insultante que alza

la voz para que también lo escuchen losempleados del restaurante.

—Hice tres años de universidad.—Vaya, que se saquen las

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trompetas. Tres más que yo entonces,hijo, y aun así no lo pillas. Vete y piensaen ello, quiero decir ahora mismo. Quizáeso ayude.

Angus siente la presión de la sillasobre su columna al empujarla haciaatrás. Por una vez, lucha para norendirse.

—No para de negarse a contarme lascosas —protesta—. Dijo que alguiendebería saberlo.

—Así es, y lo sabrán. El que hayacomprado mi libro en vuestra tienda. —Incluso con más indiferencia, añade—:Eso si se molesta en leer hasta tan lejos.

Angus le observa hundirse en su

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amargura, y le imagina colocándoselasobre la cabeza como una manta rala.No ve más motivos para seguir hablandocon el autor. Lo deja con la botella quele ha traído el camarero y sale de allí.Pasar de tanto color al monocromopaisaje de niebla y asfalto le vuelve casiciego. Apresurándose por el pavimento,los escaparates se intercalan con losgrafitis oscurecidos por la niebla. Nadieparece reparar en él, y sin embargo sesiente observado; es una sensación almenos tan opresiva como la niebla.Piensa que debe de estar nervioso antela posibilidad de encontrarse conWoody, y en ese preciso instante,

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Woody en persona sale de la tienda.—¿Tuviste bastante para todos los

coches? —le pregunta.—Para todos los que vi.La trola le hace a Angus sentirse lo

contrario a ingenioso. Mencionaría aBottomley si pensara que ha aprendidoalgo digno de mención.

—¿Qué dijiste que ponían en eselibro sobre este lugar? —pregunta envez de eso.

Woody se le queda mirando mientrasintenta comprender la pregunta o bienmientras intenta decidir la respuesta.

—Un poco de historia.—¿Como qué? —se fuerza Angus a

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seguir preguntando.—Fue habitado en un par de

ocasiones.Angus no sabe por qué siente que

Woody se las está arreglando paradevolverle la trola, a no ser que sesienta culpable. No es capaz de pensaren otra pregunta.

—Mejor vuelve a colocar. Peroescucha, gracias por salir ahí afuera ygracias por quedarte esta mañana. Oye,eso es lo que necesitamos ver por aquí.Sigue con eso.

—Perdón, ¿que siga con qué?—Con la sonrisa.Angus siente que tira de sus labios y

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se contorsiona como un insecto.—Ya casi la tienes. Trabaja en ello

mientras estés en el almacén —diceWoody cuando Angus ya va en esadirección, y añade—: Aguantemos loque queda de mañana, luego volveremosa la normalidad.

En su camino por uno de los pasillosde Lorraine, Angus se pregunta qué es loque Woody considera normal. Está casiseguro de oír el murmullo de Woody enla distancia, y este parece quedarsecongelado en su nuca, ¿o es un suspirode la niebla? «Sonríe», se imagina aWoody repitiéndole, o repitiéndose a símismo, y siente como si algo hubiera

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alargado un brazo al menos tan largocomo la tienda entera y hubiera cerradouna garra de reptil en torno a su boca.

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Greg

Ha tenido en cuenta la niebla, porsupuesto. Antes tardaba unos veintereposados minutos en cubrir la distanciaentre Warrington y el desvío queconduce al complejo comercial, perodesde su primera visita a Textos, cuandocasi se falló a sí mismo llegando tarde ala entrevista, sale siete minutos antes;dos más cinco, para estar seguro. En elmomento que ve la niebla cubriendo elsol sobre la autopista, pisa el freno.Algunos de los coches de delante no loimitan hasta que la niebla es tan espesa

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que les obliga a encender las luces delos faros, pero en cualquier casoninguno de ellos parece tener laintención de descender a FennyMeadows. Greg sabe que los jefes nopodían haber previsto que la niebla seasentara de esa forma en la zona; nosucedía cuando pasaba por FennyMeadows el pasado invierno de caminoa la biblioteca de Manchester, pero elmundo está cambiando, y en beneficiode nadie. Tendrá eso en cuenta si algunavez se le pide buscar ubicación para unasucursal de Textos.

Conduce a menos de cuarenta ycinco kilómetros por hora en el momento

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que llega el desvío. Al internarse en élcon su Rover, otro coche, difícil de verpor la velocidad a la que va y por elefecto de la niebla, intenta adelantar enla autopista. Greg oye un derrape y unimpacto, y aunque ninguno de losimplicados se deja ver a través delopaco aire blanquecino, ralentiza lavelocidad por si acaso. Circunda larotonda y avanza cerca de los edificios amedio construir próximos a Stack o’Steak, donde un gran perro gris u otracriatura del mismo tamaño estáescarbando entre la basura. Se detendríaa verlo bien, o, en realidad, parasugerirle a quien esté al cargo que

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mantenga sus desperdicios alejados delos animales, pero ha venido antes atrabajar para facilitar que algunos de suscompañeros vayan al funeral deLorraine. Ya que se empeñan en ir, almenos que sean puntuales. Sería unaactitud hipócrita por parte de Gregpresentarse en el funeral, pues elcomportamiento de Lorraine en eltrabajo no podía ser más diferente alsuyo. Si él fuera el encargado, se habríasentido obligado a acudir, pero entiendeque Woody no esté cómodo dejando alos compañeros de Greg solos en latienda sin supervisión. Greg consideróla posibilidad de comentarle que él iba

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a estar allí, pero no quería que Woodypensara que es un presuntuoso.

Tras pasar Frugo, es la niebla quienmarca el ritmo de paso, lo cual le daocasión de observar dónde ha aparcadocada uno. No reconoce ninguno de loscoches frente a la tienda, no son de suscompañeros. Si hubiera visto alguno nose lo diría a Woody. No solo porqueWoody ya tiene bastantes asuntos de losque ocuparse; Greg cree que a laspersonas se les debe dar unaoportunidad de redimirse y siempresiguió esa regla con las pequeñas faltascuando fue prefecto en el colegio.Conduce hasta detrás de Textos y aparca

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junto a varios vehículos bajo el cartel,invisible desde la autopista por culpa dela niebla. Maletín en mano, bloquea elvolante primero y cierra el Roverdespués, antes de dar la vuelta a latienda.

Aunque el interior de las ventanastiene parches grises, estos no están en ellugar exacto donde a él le gustaría. Esdecir, no tapan las tres caras de BrodieOates, tres rostros de satisfacciónovalados y planos que parecen globossobre unos cuerpos demasiado grandespara pertenecer al mismo conjunto; elque no lleva ni falda ni traje, vaataviado con un vestido. Todo esto no es

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obra de Jake, lo cual sería comprensibleaunque no especialmente mejor. Ahorala gente como él puede exhibirse todo loque quiera, y a nadie le está permitidoquejarse; es la misma clase de injusticiacontra la que clama el padre de Greg: untipo no le puede llamar a un negro«negro», pero el negro puede llamar altipo lo que le dé la gana. Al menos nohay ninguno trabajando en Textos, comoen la biblioteca donde trabajan lospadres de Greg y él mismo hasta hacepoco. Lo que provocan es incomodidadentre la gente, una carencia en elvocabulario, pues ya no se sabe lo queestá permitido decir y lo que no. Lo

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mismo pasa con esto, ¿qué se le puededecir a Jill? ¿Pretendía sorprender a lagente con su escaparate o gastar unabroma pesada? Greg no cree que nadieleal a la tienda pudiera pensar en hacerninguna de las dos cosas, considera queuno debe estar tan orgulloso de su lugarde trabajo como de su colegio. Él loestá, y pretende seguir así, incluso si esoconlleva no gustarle a todo el mundo. Yase acostumbró a eso en el colegio.

Cuando Greg atraviesa los arcos deseguridad, el guardia no parece sabermuy bien cómo saludarlo. ¿Ha sido esouna sonrisilla disimulada por suachatado y agresivo rostro?

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—Buenas tardes, Frank —saludaGreg para dejarle contento, y a cambiorecibe un gruñido de agradecimiento.Avanza bajo el falso techo de la secciónde Música y se encuentra con Agnes,que empuja un carrito hacia Viajes, no ademasiada velocidad.

—Mejor que pongas una sonrisa entu cara si quieres hacer feliz a los demás—le dice.

»Tampoco supone un gran esfuerzopor nuestra parte intentarlo.

Su boca se tuerce a modo de unasonrisa reflejada en un lago de aguasestancadas.

—Hablas igual que él.

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—Si te refieres a Woody, loconsideraré un cumplido.

Su boca se tuerce más en ese lagoque Greg imagina.

—¿Qué haces aquí, por cierto? Noentras hasta dentro de casi una hora.

—Pensé en asegurarme de que losque vayáis al funeral cumplieraisvuestras tareas antes. No queremos quelleguéis tarde, ya que estáisrepresentando a la tienda.

—No es un deber, es solo… Dios,solo lleva muerta una semana. —Agnesdeja la boca abierta durante un momentoantes de añadir—: Merecía al menostener a unas cuantas personas en su

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funeral, también trabajaba aquí.Lo único que está consiguiendo es

recordarle lo camorrista que eraLorraine, de hecho está demostrandocómo se ha infectado ella también, perono va a permitir ninguna provocación.

—Bueno —decide responder—,creo que es mejor continuar con nuestrotrabajo.

Parece dispuesta a discutir inclusosobre eso, aunque Greg ha tenidocuidado de incluirse a sí mismo en lafrase. Está a punto de pensar que Agnesha incitado al lector de la sala deempleados a la rebelión; tiene que pasarla tarjeta por encima dos veces para

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convencerlo de su derecho a entrar. Conla puerta cerrándose tras él, corre haciaarriba para meter su maletín en lataquilla. Cuando pasa la tarjeta deempleado bajo el reloj, Woody sale desu despacho.

—Pensé que alguien se estabahaciendo pasar por ti en el monitor —dice—. Vaya, llegas casi tan prontocomo yo.

—Pensé que me necesitarías ya quealgunos de los empleados se van.

—Esa es la clase de tío quenecesitamos —le dice Woody a Angus,que está encorvado encima de la mesasobre lo que queda de su almuerzo como

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si no quisiera llamar la atención—.¿Harías cualquier cosa por este lugar,Greg?

—Me gusta pensar que sí.—No es mucho pedir, ¿verdad que

no, Angus? ¿Por qué no se lo enseñas?De momento eres el mejor de este grupo.

Por un momento, Angus se muestramás que reacio. Greg se estápreguntando si él también ha adoptado laactitud que Lorraine le ha traspasado aAgnes, y Angus se gira para mirarle defrente. Los lados de su cara se tensanhacia arriba como si estuvieran siendolevantados por unos ganchos invisibles.

—Bienvenido a Textos —masculla.

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Su expresión transmite unaimpresión más cercana a ladesesperación que a una bienvenida, ysu voz ni siquiera transmite una sola deesas dos cosas.

—Oye, antes lo hiciste mejor —exclama Woody—. Veamos cómo mehaces sentir especial, Greg.

Greg se esforzaría al máximo porTextos incluso si los ojos de Woody noestuvieran en carne viva por la presión.

—Bienvenido a Textos —dice conla mejor de sus sonrisas y estrechandotambién su mano.

—Tienes que igualar eso, Angus. Noqueremos a nadie tomando la delantera,

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¿verdad? Puedes enseñarle a los demáscómo se hace, Greg, y así es cómo sesaluda a cualquier cliente que entre poresa puerta. Lo de la mano también, meha gustado. Solo una cosa más; cada vezque habléis con un cliente,recomendadle un libro.

—¿Alguno en particular? —preguntaGreg, ya que Angus ha encontradotodavía un poco de almuerzo sobre elque centrar su atención.

—Cualquiera que te motive. Todo esbueno, sino no lo venderíamos. No tengopor qué decirte lo que debe gustarte.

Greg piensa que Woody podría guiara la gente por el buen camino; como

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encargado debe de tener buen gusto.Quizá Greg pueda sacar ese tema lapróxima vez que estén solos, no es nadaque deban oír los demás empleados. Seestá preguntando si debería recordarle aAngus que su descanso debe de estar apunto de terminar cuando Woody habla:

—Bien, Greg, ya que contamoscontigo, ¿serás Lorraine?

Angus se aclara la garganta tanfuerte que deja a los demás en silencio.

—Nadie puede. Todos somos únicos—murmura Angus; Greg sospecha queha hablado solo porque su carraspeo haatraído la atención sobre él.

—Seguro que sabes que Woody me

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está pidiendo que archive los libros deLorraine.

—Me alegro de que al menos uno devosotros entienda lo que digo.

Greg se apresura hacia el almacén,no lo bastante para no ver a Woodyfrotarse los ojos y enrojecérselos más sicabe. Sin embargo, se siente tentado dellamarlo, si no fuera porque sabe que yatiene bastantes cosas en la cabeza. Lapersona que mete nuevas existencias enlos estantes supuestamente tambiéndebería depositar la partecorrespondiente a los libros de Lorraineen el inferior. Nigel escribió notas paraayudarlos en esa labor, pero alguien los

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ha metido en los espacios libres de lazona que corresponde a Greg. No soloeso, le han largado libros de escultura,responsabilidad de Jake, figurasdesnudas y pulidas que Greg está segurode que a él le encantan. También hay unabuena cantidad de colecciones defotografías cuya responsabilidadcorresponde a Wilf, una vez se recuperedel dolor de cabeza que dijo haberleprovocado la novela de Brodie Oatespor lo que le queda de turno; como si laofensa que representa el libro fuera unaexcusa para flaquear en su rendimientoen el trabajo. Quien fuera que dejó lasexistencias en los estantes de Greg

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necesitaba un lavado de manos; cuandoha terminado de secar los libros yponerlos en su lugar, su pañuelo estáhúmedo como el de un colegial. Losvolúmenes propios de su estante parecenestar más limpios, pero eso no significaque sea partidario de su contenido; ¿quéclase de cliente querría una antología depintura llamada Incluso los monstruossueñan, con una imagen de Hitlerdormido en la cubierta? Mientras vametiendo los libros en un carrito intentaencontrar uno que pueda recomendar.Los de desnudos son potencialmenteembarazosos, el arte abstracto significamenos que nada para él, el surrealismo

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siempre le ha parecido el resultado deun estado mental que hoy en día podríaser tratado médicamente; una pena quelos pintores no usaran su técnica paramejores fines. Se detiene en un libro depinturas de paisajes ingleses. Lospaisajes nunca han hecho daño a nadie,reflexiona al tiempo que saca el carrodel almacén.

La subida renqueante delmontacargas le hace perder tiempo, elaparato murmura que se va a abrir antesde hacerlo realmente. Mete dentro elcarro y corre escaleras abajo paraencontrarse en el último piso con él, asíno se arriesga a traspasar a la tienda la

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suciedad de las huellas informes, tancaóticas que sugieren un extraño baile,que algún desconsiderado ha dejado enel interior del montacargas. O bien elmalhechor, o alguien con sentido de laresponsabilidad, ha limpiado las huellasdel pasillo. Greg tira del carro tanpronto se abre la puerta delmontacargas. Lo está guiando hacia lasala de ventas cuando los teléfonoscomienzan a sonar.

No parece que haya nadie dispuestoa responder. Ross está en el mostrador,pero tiene la mirada clavada en laniebla. Al menos los demás estáncolocando; Jill también, pero no se

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herniaría si pusiera más velocidad en suempeño. Gavin está ocupado,aguantándose otro de esos bostezossobre los que Greg cree que losencargados deberían hacer algo, y Agnesni siquiera ha comenzado a ordenar suslibros dentro del carro. Greg aceleracon el suyo camino al teléfono junto a lazona de Adolescentes.

—Bienvenido al Textos de FennyMeadows —dice con la intención deque sus colegas también lo oigan—,Greg al habla, ¿en qué puedo ayudarle?

—¿Está ahí Annie?Por un momento se pregunta si

alguien se ha infiltrado en la tienda,

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hasta que al fin comprende.—¿Puedo preguntar quién llama?—Su padre.—¿Y puede decirme el motivo de su

llamada?—Solo queremos saber si está bien.—Perfectamente. La tengo delante

de mí en este momento.—Es solo que un amigo de la familia

pasó por allí ayer y nos dijo que laniebla es peor que nunca.

—Pues debería habernos hecho unavisita para ver todo lo que tenemos queofrecer. No se preocupe, la niebla no haimpedido a ninguno de nosotros venir atrabajar.

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—¿Puedo hablar con Annie solo unmomento?

—¿Es algo de lo que me puedaencargar yo mismo? No sé si le habrádicho que las llamadas personales noestán permitidas, excepto en caso deemergencia.

Greg debería haber tenido cuidadode no mirar en dirección a ella.

—Perdone, si pudiera decirle… —dice su padre justo en el momento queAgnes deja su carro y camina haciaGreg.

—¿Quién es? ¿Es para mí?—Perdóneme un momento —dice

Greg al auricular, cubriéndolo con la

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palma de la mano—. Es tu padre. Comobien sabes, a la tienda no le gusta…

—A la tienda no puede gustarle odisgustarle nada. Es solo un lugar,maldito idiota —espeta mientras agarrael teléfono—. Dámelo. Suéltalo —diceincluso con más rabia y hundiendo susuñas en el dorso de la mano de Greg.

Su violencia no solo le sorprende,sino que le provoca deseos de hacerledaño. Si no puede comportarse comouna señorita no puede esperar que latraten como tal. Está a punto de cogerlelos dedos y retorcérselos hasta que grite,del mismo modo que solía hacer con losjóvenes alumnos que no hacían caso al

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director, pero piensa que Woody puedeestar observando.

—Te arrepentirás de esto —murmura, con una sonrisa esculpida ensu rostro, antes de rendir el teléfono alempuje de Agnes.

Ella ya está fingiendo ignorarlo.—Sí, papi, estoy aquí.Greg empuja su carro hacia a la

sección de Lorraine. Cuando cree queella no puede ver lo que hace, apoya eldorso de la mano sobre el borde delcarro. La madera es fría, pero ¿estátambién húmeda o es cosa de Greg? Nosupura mucho de la herida de la mano.La molestia le hace perder algo de

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tiempo, lo que significa que no hacolocado tantos libros como le gustaríapara cuando Agnes termina de susurrarleal teléfono y se acerca a él.

—Jamás vuelvas a hacer eso —diceen el mismo tono de antes.

—Si vuelves a interferir entre mifamilia y yo, te haré algo mucho peor.¿Quién coño te crees que eres?

—Alguien que cree que la tiendamerece el estándar de comportamientopor el que se nos paga.

—Por una vez estamos de acuerdo;por lo que se nos paga no deben esperarmucho en ese sentido.

—Si la dirección te oyera —aparta

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la vista de la estantería para subrayarsus palabras con una mirada punzante—,pensaría que estás haciendo una peticiónen nombre de un sindicato.

—No querrían que nadie supieranuestra paga y nuestras condiciones, ¿aeso te refieres? Quizá tú tampocoquerrías.

—Sabíamos lo que se nos ofrecíacuando firmamos. No necesitamos unsindicato poniéndonos a los unos contralos otros y saboteando la tienda.

—¿Tienes idea de lo gilipollas quesuenas, Greg? ¿No te das cuenta de quelo único que provocas son las risas de lagente?

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—No sé de quién hablas. Seguro quese reirían más de las cosas que dices tú.

A estas alturas Greg no es apenasconsciente de sus palabras. Loscalambres de dolor en el dorso de sumano le inducen a seguirbombardeándola con reproches. Seconcentra tanto en no apartar su atenciónde la estantería que no nota la compañía.

—¿Cómo va todo por aquí? No veoninguna sonrisa.

Greg fuerza una y tiene querecordarse a sí mismo no darle labienvenida a Woody en voz alta. Agnesinsiste en la sonrisa con la que ya hasaludado a Woody.

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—Tampoco veo a ningún cliente —murmura.

—Supongo que eso debería decambiar ahora que Angus ha repartido lapublicidad.

Woody levanta las cejas para abrirmás los ojos, exponiendo su enrojecidoaspecto, y convirtiendo su sonrisa en unainterrogación.

—Todavía estoy esperando saber elmotivo de vuestra discusión.

Agnes mira desafiante a Greg, lo queprueba su torpeza al no conocerlo mejor.

—Mi compañera piensa quedeberíamos unirnos a un sindicato —ledice a Woody.

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—¿En qué va a ayudar eso a latienda?

—Quieres que sonriamos, ¿verdad?—pregunta Agnes—. Quizá en ese casotendríamos razones para ello.

—¿No es suficiente razón trabajaraquí? Para mí lo es.

La sonrisa de Woody se ha vuelto lobastante triste para resultar suplicante.Greg está a punto de concluir que larebelión ha sido sofocada, pero Agnesse vuelve hacia él:

—¿Has terminado de chivarte?—Ya que sacas el tema, quizá

deberías hablarle a Woody de lo quetuve que recordarte antes.

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—No me importa quién me lo diga,pero que sea rápido.

Greg se siente decepcionado porqueWoody parezca meterlos en el mismosaco a los dos.

—Me temo que me vi obligado arecordarle que no apruebas las llamadaspersonales a la tienda.

—La tienda no las aprueba, eso estáclaro.

Greg siente decenas de objecionesluchando por salir de la boca de Agnes,pero no anticipa al ganador de esacarrera.

—¿Quién le da derecho a decirmenada? Es solo uno de los empleados,

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como yo.—Podría ser algo más que eso en el

futuro si sigue por ese camino. ¿Quéllamada era esa?

Greg piensa que su propia ira la hadejado muda.

—Mi padre —confiesa, no obstante.—¿Era urgente? ¿Algo que no

pudiera esperar hasta que llegaras acasa?

—No creo que tú lo juzgues así.—Apreciaría que siguiera de ese

modo, entonces.Esa le parece a Greg una manera

amigable de expresarlo, pero Agnes seenfrenta a Woody con una mirada

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silenciosa.—¿Estamos aquí perdiendo el

tiempo o tienes alguna otra cosa quedecirme? —dice Woody finalmente.

—Tienes razón, no debería estarperdiendo el tiempo. No querrás quenadie de la tienda llegue tarde al funeral,¿verdad?

Agnes se marcha sin darle ocasiónde responder. Empuja su carro hacia elmontacargas con más entusiasmo del quemostró con sus libros, cuando Angusabre la puerta del pasillo.

—¿Estás segura de no querer decirleadiós a Lorraine? —le pregunta Agnes,mirando de soslayo a Woody y Greg—.

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Estoy segura de que la dirección puededefender el fuerte hasta nuestra vuelta.No parece que haya mucho de lo queocuparse.

—Creo que es mejor quedarme, sino te importa, por si acaso.

No ha acabado aún de hablar cuandoAgnes ya le ha dado la espalda.

—Es el momento de irnos, los quevayáis a venir —profiere—. Mejor nocorrer mucho con esta niebla.

Dos hombres en los sillones, cuyapiel parece haber absorbido gran partede sus cabellos, levantan la vista de loslibros infantiles apoyados en su regazo.Parecen preguntarse si Agnes les incluye

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a ellos.—Voy a llevar a todo el mundo —

informa a Woody.—Eso me ha parecido, ha quedado

claro.Greg sonríe para indicar que le ve la

gracia al comentario. Cuando Agnesdesaparece por el pasillo, vuelve a suslibros. Woody se aproxima a loshombres sentados para averiguar quéclase de libros les gustan, y para cuandoAgnes lidera a su tropa al exterior de latienda, solo ha podido sacarles un «nosé» y un «no».

—Volveremos tan pronto comopodamos —le asegura Jill a Woody;

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Agnes mantiene un silencio desafiante.Una vez Ross y las mujeres a las que

ya no se permite llamar chicas hanpasado del escaparate, Greg aguza eloído para averiguar dónde ha aparcadoAgnes. Advierte que Woody ha tenido lamisma idea, pues sale de la tienda acomprobarlo. Cuatro puertas se cierran,su sonido amortiguado por la niebla, y elcoche se va perdiendo en la distanciatras reunirse con las tinieblas. Un auragris sigue a Woody dentro de la librería,como si estuviera envuelto en niebla.

—No estaba en la parte trasera —anuncia, Greg piensa que se dirige él,aunque realmente mira a Angus.

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—Se te ha escapado uno.Coge un puñado de folletos del

mostrador y sale afuera una vez más.Greg se autoproclama líder en suausencia y se esfuerza en estar pendientede todo lo que lo rodea mientras trabaja.¿Está murmurando uno de los hombressentados, o están los dos haciendo unruido extraño? Aparte de la invernalcháchara de Vivaldi encima de sucabeza, Greg está convencido de oíralgo diferente, voces que chocan paraconvertirse en una sola y luego seseparan de nuevo, luchando por hablar ocantar o producir otro tipo de sonido. Sihubiera otros clientes, les pediría a los

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hombres que guardaran silencio. Porotro lado, Angus parece ajeno a lo queestán haciendo, y a muchas otras cosas.Ha abandonado el mostrador paraarreglar sus estanterías, y Greg está apunto de recordarle que la caja debeestar siempre atendida durante las horasde apertura. El teléfono le salva. Sedirige al mostrador, pero Greg es másrápido en llegar a la extensión deAdolescentes.

—Bienvenido a Textos de FennyMeadows. Greg al habla. ¿En qué…?

—¿Está el jefe por ahí? —dice lavoz de un hombre. Greg no sabe si esmás brusco el hecho de que le

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interrumpa o la implicación de que Gregno suena como un encargado.

—¿Puedo preguntar…?—Soy su casero.Eso cambia la situación.—Angus, ¿ves a Woody? —exclama

Greg.Angus se acerca al escaparate, se

inclina para mirar a través del cristal, yes recibido por una nube gris másgrande que su cabeza causada por elvapor de su propia respiración. Los ojosde los hombres sentados en los sillonespivotan como si pensaran que Greg leshabla a ellos, y Frank se acerca a laentrada a mirar.

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—No —admite Angus, a la vez queel guardia.

—¿Crees que podrías considerar laidea de ir un poco más allá, Frank?

Cuando el guardia cumple lapetición literalmente, o ni siquiera eso,Greg se las arregla para contener sufrustración.

—Parece que no se encuentradisponible en este momento —le dice alteléfono—. ¿Puedo coger algún recado?

—Solo que me encantaríaencontrármelo por allí.

—Estará aquí unas horas más, unavez que vuelva.

—Me refiero a la casa que

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supuestamente le tengo alquilada.Greg duda solo durante un segundo;

seguramente es su deber preguntar:—¿Hay algún problema con el pago?—Nada de eso. Su banco cumple

con todo. Me gusta comprobar que misinquilinos son de fiar.

—¿Le pido que le devuelva lallamada?

—Ese sería un buen comienzo.Presumiblemente, el casero no tiene

ningún otro comentario pendiente, puesel sonido de la electricidad estática setraga su voz como un chorro de agua.Cuando el chisporroteo se convierte entono, Greg vuelve a su tarea. Repatría un

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par de libros perdidos (una guía parahacer bocetos, con un garabato en laportada simulando una cara; un manualde acuarelas que al abrirlo muestraimágenes farragosas no muy diferentes agrafitis) e intenta decidir el tiempo queinvirtieron en ellas sus creadores. Almenos ahora solo oye el agudo maullidode los violines, y no dejará que ledistraigan las insistentes miradas deAngus hacia la niebla. ¿Busca clientes oa Woody? El resto de los empleadosdeben de haber ido directamente alfuneral. Greg se entretiene en especularcuál de ellos sería prescindible para latienda: Connie y su frágil insistencia en

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tratar a todo el mundo sin dureza, Nigely su sonrisa constante que invita atomarse toda situación a cachondeo, Raycon sus emblemas futboleros que notienen cabida en la tienda, Madeleineactuando como si su sección fuera laúnica importante… Greg ha descargadomedio carro cuando Woody reaparece.

—¿Tardé mucho? —dice con unasonrisa que desea lo contrario.

—Yo diría que no —dice Angus.Quizá Woody perciba, igual que

Greg, las excesivas ansias de Angus poragradar.

—Supongo que han venido máscoches desde que estuviste afuera

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repartiendo.—Eso será —dice Angus incluso

más rápido.Greg espera a que Woody aparte su

sonrisa de Angus.—Hubo una llamada para ti.—No hay nada como sentirse

solicitado, ¿eh? ¿De qué se trata?Greg asume que Woody prefiere no

hablar de sus asuntos delante de Angus ylos hombres de los sillones.

—¿Hablamos en privado?—¿Sí? Claro, vale.La sonrisa de Woody parece

acelerarlos hacia el pasillo de Pedidos,y se hace más ancha y fiera cuando tiene

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que pasar dos veces la tarjeta por ellector.

—No sería ella otra vez, ¿verdad?—pregunta, con la puerta de salidaimpidiéndole el paso.

—No, no era una señorita.—Ya no la llamaría así. —Alarga un

puño hacia la puerta para ayudarla acerrarse y encara a Greg—. ¿Entoncesquién me buscaba?

—Tu casero.—¿Es eso cierto? —Por un momento

su sonrisa parece dudar de su propiosignificado—. ¿Qué te dijo?

—Solo que no te veía por casa.Quería comprobar que disponías de todo

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lo necesario.—No necesito mucho. Sí, así lo

creo, seguro. Habrá ido a visitarme a lacasa mientras yo estaba aquí en latienda.

Greg es consciente de que Woodytrabaja más horas que nadie en lalibrería. Se pregunta si seríapresuntuoso destacar ese hecho cuandouna pregunta escapa de su boca en sulugar:

—¿Ha regresado alguien ya?Hay movimiento en el almacén;

parece como si los libros estuvierancayendo de sus estantes.

—Hay alguien arriba —susurra.

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—¿Eso crees? Lo comprobaremospronto —dice Woody y le aparta paracorrer escaleras arriba. Greg se sientetan ofendido por su rudeza que duda enseguirlo, pero enseguida piensa que sialguien se ha colado su deber es cortarsu vía de huida. Corre por el pasillo ycruza la sección infantil en dirección ala puerta de la sala de empleados. Abrecon su tarjeta y cierra con cuidado antesde subir de puntillas.

Alguien debe de haber decidido sermás leal a la tienda que a la idea de ir alfuneral, porque Greg oye libros siendomanipulados. ¿Cómo se las ha arregladoesa persona para regresar sin que

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Woody ni él mismo lo notaran? Cuandorenuncia al sigilo e irrumpe en elalmacén, no hay nadie a la vista, nisiquiera Woody. Una estantería sebalancea lentamente para luego quedarquieta, pero Greg no se imagina quealguien se haya encogido tanto comopara esconderse detrás de los libros.Camina de nuevo de puntillas, aguzandoel oído para tratar de descifrar el ruido;un murmullo repetitivo, una voz queentona un canto justo delante de él. Noes en la vacía sala de empleados, ni enla oficina compartida por Ray, Nigel yConnie. Es en el despacho de Woody.

Mientras cruza la oficina

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compartida, Greg ignora la reducidaversión de él mismo que se refleja en laspantallas apagadas: un maniquímultiplicado por tres e inmerso en laoscuridad. La puerta de Woody estádescuidadamente entreabierta, y elpropio Woody está sentado de espaldasa ella. Los cuatro cuadrantes del monitorde seguridad aparecen ocupados por lamisma imagen, una cara en primer plano;pero no puede ser tan enorme como paraque solo la ancha sonrisa de labioshinchados y dientes grises abarque lascuatro partes de la pantalla. Debe de serun reflejo del tubo fluorescente deltecho, porque en el momento en el que

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Greg pone el pie en la oficina la imagense convierte en cuatro distintos planosde la sala de ventas. Una muestra aAngus mirando taciturno a los doshombres sentados al otro lado de latienda.

—Sigue sonriendo —oye a Woodymurmurar—, sigue sonriendo.

—¿Se lo digo cuando baje?—No lo dudes —dice Woody

girando la silla, y su sonrisa se tuercepara encarar a Greg—. Tú eres elhombre adecuado para ello.

—No encontré a nadie en elalmacén.

—Ni yo tampoco. Se cayeron

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algunos libros, solo eso.Rara vez, como ahora, Greg siente

que la sonrisa de Woody es inapropiada.—¿Quieres decir que no estaban

bien colocados? —se siente con lanecesidad de enfatizar.

—Puede que no lo estuvieran.—¿Sabemos quién tiene la culpa?—No sabría decirte.—Mientras no estén dañados…—Eres de los míos, Greg. Me haces

sentir que lo estoy haciendo bien. No tepreocupes, todo va a ir bien una vez quenos encerremos todos aquí mañana porla noche.

Envía su sonrisa en persecución de

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Greg y luego pivota para mirar elmonitor. Greg desea poder pensar enalguna otra cosa que decir, pero quizáWoody pretende hacerle ver que ya hadicho bastante. Se siente como si se lehubiera contagiado un poco de lapresión bajo la que se halla Woody, locual es equivalente a una muda peticiónde apoyo. Woody no necesita pedírseloen voz alta. Cuando Greg va de camino asus libros y a recordarle a Angus quecorrija su actitud, no necesita recordarsea sí mismo sonreír, pues ya lo estáhaciendo. Ese es el resultado de tener lamente clara. No va a permitir a Agnes nia ningún otro enturbiar sus

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motivaciones, y se guardará lo que sabede Woody para sí. Greg está ahí paraapoyar a Woody y a la tienda.

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Gavin

El primer autobús que sale deManchester hacia Liverpool arroja susúltimas luces sobre Gavin, y la noche secierne sobre su persona como un haz dehielo. No hay señales de civilizaciónalrededor de la parada de autobús en elárea de descanso, salvo por kilómetro ymedio de carretera en tres direccionesdistintas. La que le interesa es la delcarril sinuoso ajustado entre sendas filasde setos a cada lado, tras la parada. Hacaminado menos de cien metros cuandolas afiladas ramas se ciernen sobre el

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área iluminada, y se queda solo con laoscuridad color carbón del cielocercano al amanecer. Se le está pasandoel efecto del éxtasis, pero el speed conel que lo ha mezclado sigue en plenaforma. Le está proporcionando energíasy provocando que su mente juguetee conla posibilidad de que todo a sualrededor está a punto de cambiar derepente a un estado diferente. Nadie estáamartillando una placa de metal; essimplemente el sonido de sus pisadas enla acera. No está rodeado de una masainforme de hielo gris, son los setos aambos lados los que suenan del mismomodo. ¿De verdad está viendo un mudo

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destello de escarcha en la carretera? Elpiar mezclado con un agudo estrépito esun pájaro saliendo de la maleza. El airefrío estancado que no para de rozar sucara no proviene de una boca esperandoexpectante a tragarse el sol, es vientoimpregnado de niebla. Eso, más que sucaminar, está retrasando el amanecer enel cielo rojo sangre, uno de losindicativos de que se acerca a FennyMeadows. Se lo comentaría a alguien, sipensara que a alguien pudierainteresarle, que la niebla sabe diferenteen los alrededores del complejocomercial, no solo rancia y algodecadente sino también con un

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indefinible sabor oculto, tan tenue queresulta virtualmente imperceptible. Enese caso, ¿cómo puede estar seguro deque está ahí? Lo único que sabe es quecada día de trabajo es un ápice máspatente; le viene a la cabeza lacomparación con un añadido realizado auna droga supuestamente pura. Nisiquiera sabe qué tipo de droga, osiquiera si se parece a alguna de todaslas que ha probado.

Alguien ha estado paseando a unperro, o a varios, por el césped quebordea Fenny Meadows. Las huellasdeben de haberse helado y luegoderretido y de nuevo helado; también

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podrían no tener forma alguna, a pesarde la impresión aparente de que estánluchando por tener una. ¿Dan las huellasla vuelta completa al complejo?Tampoco ve qué importancia podríatener eso, pero al cruzar la tierraendurecida salpicada de briznas dehierba en la parte trasera de Frugo, se dacuenta de su error. Las huellas quepensaba pertenecían a una o variasmascotas son del tamaño de unas huellashumanas, si bien la forma no es precisa,y las que tomó por las del dueño sonbastante mayores. Debieron de habersido provocadas por algún tipo demaquinaria durante las obras en el

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complejo, y se han deformado desdeentonces. El regusto de la niebla parecealzarse desde su seca garganta hasta sucerebro para activar algún tipo decontacto eléctrico, hasta que deja demirar las huellas, pasa Frugo y alcanzael aparcamiento.

Conoce el camino, a pesar de laniebla. Si el asfalto parece blando ypoco estable bajo sus pies, es resultadode horas de baile bajo las lucesparpadeantes del club y de su caminatapor el lado de la carretera; ambas cosasdeben de haberle adormecido los pies.Solo tiene que ir de una hilera deárboles a la otra; cuando pase cuatro

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hileras más debería tener Textos a lavista. La falta de sueño lo estáafectando, los árboles cercanos a Frugoparecen estar hinchados, y como siperdieran su volumen solo cuando laniebla que los difumina se interna enellos. Los otros de más allá tiene unaspecto más gris y grueso, y su carnosaapariencia parece hundirse en el terreno.A Gavin no le gusta mucho esa visión,aunque es preferible a la del tercertocón convulsionándose y soltando unasustancia gris gelatinosa que desapareceen la tierra bajo él. Debe de estarfundiéndose con el viento que empuja ala niebla hacia él de camino al último

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simulacro de arboleda. Unas cuantashojas secas vuelan a su encuentro, un paracaba en su manga y el resto se posa enel asfalto con tanto sigilo que capta suatención. ¿Son como arañas arrugadas ose lo está imaginando? Para tener ahoraese tamaño debieron de ser tan grandescomo un puño cuando estaban vivas. Elsabor de la niebla recorre su cabezacuando se agita para quitarse de encimalo que tiene adherido a la manga. Pasadeprisa por al lado del árbol sesgadopor el coche de Mad, sin saber por quéestá acelerando. Su reloj le dice quenadie va a llegar a Textos hasta almenos dentro de otros quince minutos.

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Entonces una capa de niebla parecedesprenderse del frontal de la tienda,permitiéndole la visión franca a travésdel escaparate de una figura que porta unarma y corre por uno de los pasillos.

Incluso cuando identifica a Woody,Gavin piensa que está persiguiendo aalguien y está a punto de darle ungarrotazo para dejarlo inconsciente, oalgo mucho peor. Es solo cuando Woodymenea el objeto por encima de su cabezay saca dos libros con la mano libre y losinserta en un hueco de la estantería queGavin advierte que se trata de un libro.Para entonces Woody ya ha reparado enél. Su sonrisa sobrepasa todo límite, y

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de sus ojos parece saltar a brincos unsaludo mientras abre la puerta.

—Eh, Gavin —dice a través delcristal—. ¿Creías que ibas a ganarme?

—¿Ganarte en qué?—¿Cómo?Ahora, con la puerta ya abierta, la

pregunta no parece merecer la pena serrepetida, pero Woody le sonríe hastaque lo hace.

—¿Ganarte en qué?—En nada. Con el gusano. ¿Viene

alguien detrás de ti?Una vez Gavin pilla el sentido de la

pregunta, es decir, si ha venido él solo,le responde:

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—Nadie que yo sepa.De todos modos, Woody asoma su

sonrisa a la niebla y respira variasbocanadas de ella antes de cerrar lapuerta, que repica como una campanasubterránea. Gavin empieza a desearhaber tardado más en llegar.

—¿Has dicho algo sobre un gusano?—se siente forzado a preguntar.

—El que atrapa el pájaromadrugador. Tienes que comerte unoscuantos gusanos si pretendes volar. —Gavin emprende el camino a la sala deempleados con la esperanza de dejaratrás esa idea—. Espera un momento.Puedes ser el primero en verlo.

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Gavin se da la vuelta para encarar lasonrisa de Woody y su respiración, quesigue intentando imitar a la niebla.

—¿En ver qué?—¿No notas ninguna diferencia?Su mirada se dirige más allá de

Gavin, que se da la vuelta y le da laespalda. Al fondo del pasillo, la seccióninfantil tiene un aspecto casiimperceptiblemente ausente de color, yposiblemente desenfocado, como si unrastro de la niebla de cuyo sabor nopuede desprenderse la cubriera. No creeque sea esa la circunstancia sobre la queWoody está llamando su atención contanto ansia que siente su mirada en la

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nuca como un mordisco. Escudriña conmás atención los libros infantiles y lospasillos colindantes.

—Todo está ordenado.—Casi todo. Habré terminado antes

de la hora de apertura. Quería enseñaroslo bien que puede quedar la tienda,cómo ha de estar cada mañana de ahoraen adelante. Si yo puedo hacerlo solo,unos pocos de vosotros también podéis.

—¿Cuánto tiempo has necesitado?—El doble que dos de vosotros, el

triple que, digamos, no sé, no importa,tres. Haz tú las cuentas.

A Gavin no le importa la respuestapero se sentiría estúpido si no le

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comentara lo que se le pasa por lacabeza.

—¿Cuántas horas has dormido?—Las suficientes, sino no estaría en

pie, ¿no? Cuando pasemos esta noche,todos tendremos ocasión de dormir.

¿Cree que Gavin necesita que ledigan eso? Se siente cercano a sufrir unasobredosis del entusiasmo de Woody; esincapaz de decidir si el hombre parecemás un predicador o un payaso. CuandoWoody agarra otro libro pararecolocarlo con una sonrisa vehemente,Gavin enfila al fin hada la sala deempleados. Solo está aquí para hacer eltrabajo por el que se le paga, y

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divertirse un poco durante el proceso sies posible.

El lector junto a la salida de la salade empleados insiste en que le enseñe sutarjeta dos veces. El retraso le afecta ala cabeza como una nube de tormenta aun cielo despejado. La frustración o elspeed le hacen subir las escaleras sinpisar ni la mitad de los escalones. Echaa un lado la puerta de la sala deempleados y atrapa su ficha del montónde «salidas». La pasa bajo el reloj y lasuelta en «entradas». Está pensando endespertar a la cafetera cuando oyeactividad. Unos pasos están subiendopor las escaleras a toda prisa, aunque

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por un momento piensa que han tapadoel sonido de otro movimiento, más suavey de una naturaleza que es incapaz dedefinir. ¿Ha sido en el almacén? Ya hadesaparecido, y se dice a sí mismo queno puede haber sido allí; Nigel y Madaparecen por la puerta junto al reloj.Para su sorpresa, tanto ese reloj como elde su muñeca muestran que llegan atiempo, y Woody viene detrás, como siles hubiera seguido.

—No hay necesidad de sentarse —dice—. Esto no llevará mucho.

La boca de Nigel se abre, dando aentender que el hurto de su reunión deturno no es una broma.

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—Así es como lo haremos a partirde ahora —dice Woody—. ¿Por qué nointentáis ser el mejor en algo de latienda? La elección es vuestra —propone; su sonrisa apenas sedesestabiliza cuando añade—: Pensadlomientras trabajáis. Gavin, tú serás lapersona encargada del mostrador laprimera hora, a no ser que Madeleinequiera ocuparse de ello.

—Puede quedárselo —dice Mad sinhumor—. Mi sección me necesita tantocomo siempre.

Gavin cree haberse convertido sinquerer en su antagonista. Va hacia lasescaleras con la intención de dejar de

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sentirse atrapado y para comenzar atrabajar. No ha bajado del todo cuandoWoody va tras él.

—No te asustes, no te estoypersiguiendo —dice Woody.

Se está dando prisa para abrir latienda. Una prisa sin sentido, pues loúnico que entra por la puerta es una nubede niebla que se esfuma casiinmediatamente. La ausencia de clienteses la razón por la que Mad no se corta alver la sección infantil.

—Vaya, gracias, quienquiera queseas —grita a plena voz.

—Ese debo de ser yo —exclamaWoody.

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—Lo dudo. Espero que no.—¿Qué clase de problema hay?—¿Cuál no hay? Echa un vistazo.Gavin no ve la razón por la que esa

última frase no pueda incluirlo a él; nohay clientes que atender en el mostrador.Sigue a Woody por Adolescentes, dondeMad está mirando fijamente los libroscon los brazos en jarra y martilleandocon los dedos su cintura. Al darse lavuelta, Woody parece estar a punto deordenarle a Gavin que regrese almostrador.

—¿Hay algo fuera de su lugar? Si esasí, tienes más vista que yo.

El hecho de tener que tomar partido

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le provoca a Gavin una tirantez en lapiel, y el regreso del regusto a nieblarancia a la boca.

—Lo siento, Mad —se ve forzado aadmitir—, yo lo veo todo bien.

—Quizá es algo invisible para losojos de los hombres —sugiere Woody,junto a una sonrisa.

A Mad ninguna de las dos cosas laconvence.

—¿Qué se supone que quiere decireso, acaso veo cosas?

—Quizá no estás en tu mejormomento.

—No sé los demás, pero estoytotalmente despierta.

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Woody ladea la cabeza un poco a laizquierda y entrecierra los ojos, unapose en la que parece confiar paraintentar trasmitir una disculpa.

—Me refería a tu momento del mes.La chica con la que salía…

—Guárdate tu historia —dice Madsin pestañear, y con tal fiereza queWoody da un paso atrás.

—Parece que los hombres no sonbienvenidos —murmura.

Gavin se siente ahora incluso másinclinado a no ponerse de parte deWoody, pero Mad le da la espalda comosi lo hubiera hecho. Deja a Woodyobservándola, y regresa al mostrador.

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Al fin la tienda ha atraído clientes; dosfiguras achaparradas se están acercandopor el aparcamiento. Están más allá deltocón astillado, rodeado y de algunaforma fundido con la niebla, y Gavinadvierte que son los hombres que llevanno se sabe cuántos días en los sillonesde la tienda. Cuando entran arrastrandolos pies, les dedica la más salvaje desus sonrisas.

—Bienvenidos a Textos —dice conentusiasmo—. ¿Puedo recomendarlesBaila hasta desmoronarte de D. j. E.?

No podría hacer esto si no loencontrara gracioso, pero Woody nopuede poner pegar a la recomendación,

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pues de hecho la biografía del discjockey está en la tienda, en la secciónmusical. La sonrisa de Gavin está apunto de convertirse en una risillacuando los hombres lo miran frunciendoel ceño y sin decir nada se alejancamino de Textos Diminutos. Mad nopuede ocultar su desconfianza al verlos.Cuando cada uno de ellos escoge unacopia del mismo libro de dibujos paraniños sin desordenar a sus vecinos,menea la cabeza para sí. Al hundirse loshombres en los sillones con un quejidode estos similar a dos ranas llamándosela una a la otra, Mad levanta las manos,aunque Gavin piensa que no está a punto

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de bendecir a nadie.—Bien, quizá sea cosa mía —dice,

dirigiéndose al almacén.Suena menos a un asentimiento que a

una rabieta causada por lo que sea quela haya confundido. Gavin solía pensarque tenía la misma actitud que él haciael trabajo: diviértete cuando puedas yríete de los demás lo máximo posible,pero últimamente no parece seguir esasdirectrices. Cuando Woody entra por lapuerta, cerrada justo antes por Mad,Gavin lamenta haber perdido laoportunidad de hacerle saber que está desu parte. Debería dejarle claro que no esla mascota de Woody, como lo es Greg.

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Se apoya en el mostrador paraobservar lo que tardan cada uno de loshombres en pasar una página. Uno deellos alimenta sus esperanzas atrapandola esquina de una como un cangrejo, conel pulgar y el índice, para luego dejarlair. A los no más de dos minutos, el otrolo imita, atrapando una esquina de lapágina para después soltarla. Gavin nopercibe que el letargo de los hombres sele está contagiando hasta que Madreaparece con un carro lleno de libros.Está a punto de buscar un modo deparecer ocupado, por si Woody lo estáobservando desde arriba y consideraque no está pensando una manera de

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alcanzar la excelencia, cuando el jefeaparece por el pasillo de envíosempujando un carro hacia Animales.

—Aquí está la mitad de lasexistencias que están esperando serbajadas —le dice a Gavin a través deuna sonrisa escondida entre las palabras—. Estarás lo bastante cerca delmostrador.

¿Es la falta de sueño lo que obliga aGavin a examinar cada portada antes deponer cada libro en la estantería? Paracuando ha terminado con Mascotassiente su cabeza inundada de ojosmirándole con estúpida reverencia. EnZoología se le ocurre la idea de ordenar

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los libros en el orden opuesto a laevolución, ¿pero por qué? Menos malque no hay libros sobre amebas. Antesde descargar el carro de muchos másvolúmenes, es incapaz de saber si losestá colocando o se está apoyando sobreellos. Nunca se ha sentido más feliz dever llegar al siguiente turno.

Greg deja pasar antes a Connie yAgnes, aunque hay sitio entre los arcosde seguridad para que pasen todos,después envía su voz tras al menos unade ellas.

—Me alegra ver que no soy la únicapersona ansiosa.

—¿Por qué estás ansioso, Greg? —

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quiere saber Connie, a no ser que estéfingiendo.

—Por trabajar, claro. —Parececlaramente ajeno, estúpidamente, diríaGavin, a que podría referirse a cualquierotra cosa—. Te habrás tomado tu tiempopara aparcar, Agnes.

—No me he metido el coche en elbolso, si es eso lo que preguntas.

—Sabes adonde quiero llegar. A siestá en el lugar donde debemos aparcar.

—Está en un buen lugar.—Te estoy preguntando si está en la

parte trasera. Te estoy dando la ocasiónde quedar bien.

—No voy ni siquiera a contestarte,

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Greg.Su mirada sí lo hace, y sin embargo,

mira a Connie buscando apoyo.—Greg tiene razón. No hay motivo

para discutir por algo tan tonto —diceConnie.

Agnes se siente traicionada.—He aparcado donde me siento

segura, y ahí es donde me voy a quedar—dice para quien quiera oírlo mientrasse aleja camino de la sala de empleados.

Gavin quiere soltar una risita por lapomposa estupidez del asunto, pero ladisputa ha reavivado el regusto rancioen su boca.

Greg y Connie siguen a Agnes

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escaleras arriba, pero Greg reaparececasi de inmediato.

—Yo me ocuparé del mostrador,Gavin —dice como si Gavin en realidaddebiera permanecer allí—. Seguro quenecesitas recuperar algo de sueño paraesta noche.

Gavin le regala un bostezo de mayortamaño del debido. Tras la reacción dela mandíbula de Greg, moviéndose comola de un camello para contener lacontagiosa apertura de la boca, empujael descargado carro hacia elmontacargas y lo manda arriba. Oír laalegre pero decaída voz del aparatoreactiva el mal sabor de boca. Recoge el

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carro cuando llega al almacén ydescarga los libros, que deberán esperarhasta más tarde (ha estado a punto depensar «hasta la luz del día», pero¿desde cuándo ha entrado eso en latienda?). Mientras pasa la tarjeta bajo elreloj, avista a Agnes y Connie, que estánevitando dirigirse la palabra, sentadaslo más lejos posible en la sala deempleados; Woody observa al resto deempleados del turno en las pantallas desu despacho. La atmósfera hostil da unaimpresión incluso más sofocante debidoa la falta de ventanas. No obstante,Gavin se asoma a la oficina de Nigel.

—¿Cuándo devuelves los vídeos?

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—Los enviaré mañana.—¿Puedo llevarme unos pocos a

casa y traerlos esta noche?—Todos están defectuosos, ya lo

sabes. Por eso están en mi montón.—Pero habrá cosas grabadas en

ellos de todos modos, ¿no? Solo quierover si es algo que merecería la penacomprar.

—No creo que nuestro amo y señorse opusiera a ello —dice Nigel, mirandode reojo la puerta de Woody—.Enséñame abajo lo que te llevas.

Presumiblemente no quieredemorarse mucho cerca de la mudaconfrontación de la sala de empleados.

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Gavin pasa por allí deprisa, el resto delturno va haciendo aparición y Connie yAgnes entablan una competición desaludos. Gavin entra en el almacén paracoger cintas de vídeo de conciertos deCuddly Murderers y Pillar of Flesh.Nigel está abajo junto a Juegos y Puzles,y da su aprobación con un movimientode cabeza.

—Espero que también cierres losojos un rato.

Gavin se resiste a explicarle quesolo tiene la intención de verlos hastaque el efecto del speed se le pase. En elmomento que efectúa su fuga temporalde la tienda, algo insustancial pero

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abrumadoramente enorme surge de lacegadora niebla a su encuentro. A sumente le lleva más tiempo del esperadoapreciar que es un sonido, un atronadore infranqueable estrépito que se extiendepor el cielo hasta hundirse en el agudosusurro de la autopista. Cuando el aviónde pasajeros se pierde en el invisiblehorizonte se siente como si el mundo sehubiera encogido hasta el tamaño deFenny Meadows. Espera dejar atrás esaimpresión antes de llegar a la parada deautobús.

Al pasar los astillados restos delárbol, un coche se arrastra desde detrásde Textos. Reconoce el Mazda verde de

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Mad antes de que se ponga a su altura ybaje la ventanilla unos centímetros.

—¿Voy en tu dirección, Gavin?—Voy camino de la parada de

autobús.—Eso está lejos. ¿Vives en

Cheetham Hill, verdad? No muy lejos demí, en realidad —dice deteniendo elcoche—. No me importaría tener algo decompañía, si te digo la verdad.

Advierte las lentes del faroizquierdo, rotas como las alas de unalibélula. No es muy sorprendente queMad no quiera estar sola en estosmomentos. Pensaba despejarse un pococaminando para aliviar el efecto del

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speed, pero sube al coche. Mad novuelve a hablar hasta que están subiendopor la rampa de la autopista, bajo uncielo indistinto a la niebla excepto poruna poco definida burbuja más pálida; elsol.

—¿Qué te pareció el funeral? —pregunta entonces.

—Me pareció triste. ¿Qué me iba aparecer?

—Fue triste en distintos sentidos —dice Mad, colocando el coche en elcarril de aceleración tras ascender porla rampa—. El sacerdote intentandoconvencer a todo el mundo de queLorraine había conseguido mucho en su

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vida y sin ser capaz de pensar quéexactamente; si lo que intentaba eraconvencer a sus padres fue mucho peor.¿Sabes a qué me recordó?

Gavin recuerda el monótono son delsacerdote en la elegía y los rezos que losiguieron, como si no hubiera diferenciaentre ambas cosas, y el hecho de que nodejaba de decir «Aaaamén» en las dosmismas notas exactamente.

—A mí me recordó a un sacerdote.—Yo pensaba en una de esas cartas

hechas por ordenador en las que solocambian el nombre. Apuesto a que lamayoría de lo que dijo lo repite en todoslos funerales. Como un telegrama

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cantado, salvo porque habla bastantemás y no canta demasiado.

Gavin se pregunta si espera de élque opine lo mismo, y también cuándose va a meter de una vez en la autopista.Se echa sobre la ventanilla a su lado,donde una imitación de la nieblacausada por su respiración empaña laventana antes de que el Mazda acelerecon tal rudeza que el asiento de Gavin legolpea en la nuca.

—Lo más triste —continúa—, fue lainsistencia de sus padres en que no erami culpa y en que no debería culparme amí misma.

Gavin empieza a sentir la necesidad

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de guardar silencio, su cometido essimplemente el de oyente. La niebla seestá retirando del coche, pero los ojosde Mad están brillando, como si sehubieran desenfocado para compensarese hecho.

—No, eso no fue lo más triste —insiste.

Tiene que mirar un momento a Gavinpara obligarle a preguntar.

—¿Qué fue entonces?—¿No oíste lo que su madre quería

que el sacerdote les dijera cuandointentaba escaquearse para ir a otrofuneral?

—La vi intentándolo, pero no oí

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nada.—Estaba diciendo que tenía que

haber una razón para la muerte deLorraine, sino no tenía ningún sentido.

—¿Le dijo el sacerdote loadecuado?

—Eso fue más o menos exactamentelo que hizo. Tuvo que ser la voluntad deDios, y tenemos que aceptarlo incluso sino lo entendemos, eso es lo que dijo.Solo provocó que la pobre mujer sepreguntara qué clase de dios querría esopara su hija.

Gavin se da cuenta de que ha dichoese último dios en minúsculas.

—Tú también te lo preguntas.

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—Ojalá hubiera podido decírselo,pero fui a ver cómo estaba Wilf.

—Parecía mejor que la última vezque estuvo aquí.

—Lo sé —dice Mad conimpaciencia, y le lanza a Gavin unamirada que hace al coche agitarse unpoco—. ¿Qué le hubieras dicho tú?

—Lo mismo que ella se preguntó —dice, y Mad le mira como si estuvieranegándose a pensar. Delante, la nieblase ha disipado hasta convertirse en unatenue neblina en la que los suburbios deManchester cobran forma poco a poco;iglesias y tiendas resplandecen comoimágenes de una renovada claridad,

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demasiada para el escaso intelecto quedesprenden. Está empezando a darcabezadas y a perder segundos ominutos de conciencia, de tal modo quela visión de los gritos de una clase deprimaria saliendo por las puertas de losGranada Studios sigue inmediatamente ala de la visión de un tranvía reflejándoseen el agua de un canal, kilómetro ymedio más tarde. Luego la chimenea dela prisión Strangeways roza con susombra sus altos muros, otro kilómetro ymedio en un segundo de su mente.

—Ya casi estamos —dice por supropio beneficio casi tanto como por elde Mad, y se abre un ojo con dos dedos

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para poder anunciar—: Aquí me vale.—¿Quieres que te recoja esta noche?—Gracias, pero no estoy seguro de

dónde estaré. Te veré en el trabajo.Seguramente saldrá directamente de

casa. No le gusta renunciar a susopciones, eso es todo, y es una de lasrazones por las que sus novias acabandiscutiendo con él y le dejan. Al tiempoque el Mazda de Mad se aleja camino deChadderton, Gavin gira en una calle ycamina bajo los árboles que sobresalende los espesos jardines dejando caer sushojas sobre su cabeza.

Entra en su piso, pasa el viejoporche, tira las cintas en el viejo sofá de

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sus padres sin detenerse, y deja luego elabrigo sobre la cama. Levanta la frágiltapa del váter con una mano y apuntaayudándose con la otra; entonces deja elbaño para ir a la incluso menor cocina ydescubrir lo que se dejó de desayuno.No hay tantos grumos en el medio cartónde leche, y esta no sabe tan amargacomo para no ser útil para bajar losrestos fríos de la segunda hamburguesade anoche. Tira el cartón a la basura y elplato al fregadero, e introduce a losCuddly Murderers en el aparato devídeo. Se arroja sobre el sofá, y aterrizaen el pedazo de asiento que no estácubierto de ropa, discos compactos,

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libros o revistas.Los Cuddly Murderers bailan en el

escenario como haces de luz sobre laoscuridad, y el bosque de personas quees el público comienza a balancearse deun lado a otro como si el viento losagitara. La banda comienza a cantar aalaridos My Sweet Uzi, pero no hanllegado ni a la mitad de la cancióncuando la pantalla se vuelve gris y selos traga. Son sustituidos por lagrabación de dos bandas que luchanenfundadas en sendas armaduras, y luegode otras dos, una de ellas sin armadura yla otra con una diferente a las anteriores.Gavin acelera la cinta para encontrarse

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con otro grupo de gente desnudadándose garrotazos, y que acabanmuertos en el suelo. Ni siquiera lollamaría batalla, es una competición porver quién queda vivo. Al final, una únicay enorme figura sobrevive y es subida alo alto de una especie de plataformatriunfal, pero no dura mucho, pues Gavinlo está pasando rápido. Entonces, unamultitud de figuras achaparradas suben auno de ellos en un montículo y la asaltancon un cuchillo o piedra afilada. ¿Quéclase de película es esta? ¿Estabaalguien haciendo un vídeo de escenas demuertes y puso a los Cuddly Murdererspor error? La víctima deja escapar su

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último suspiro y desaparece en unarenovada grisura. Gavin sigueacelerando la cinta, pero el equivalentea cinco minutos de nieve le hace alargarel brazo en el sofá para coger Pillar ofFlesh con la intención de sustituir a lacinta actual.

Cuando el foco alumbra a PierrePeter en el escenario, este comienza acantar Seeds Like a Pumpkin y elpúblico grita y silba. Otra luz se posasobre Riccardo Dick, pero tan prontocomo empieza el riff de su guitarra, laimagen tiembla, dejando paso al gris. Elconcierto es sustituido por borrosasimágenes monocromáticas o copiadas

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con tan poca calidad que se han tornadodel color al blanco y negro. Gavinintenta coger el mando, aunque sientecomo si estuviera moviéndose y a la veztratando de despertarse. Entonces vealgo que falla; para ser más concretos,es lo mismo de antes, la mismagrabación.

Acelera la cinta y las imágenes delas batallas antes de que el mando se lecaiga de las manos. ¿Por qué iba alguiena querer copiar este material sobre unasegunda cinta? Abre los estuches de lascintas para ver el nombre en la etiquetade Devoluciones. Las cintas fuerondevueltas por dos clientes diferentes,

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uno de Liverpool y otro de Manchester.Se siente incapaz de entender lo que

esto implica hasta que cae en el sueño.Bien podría estar soñando las imágenesde la pantalla; no podría decir si lossalvajes que se dan garrotazos estáncubiertos de sangre y vísceras o debarro. Ahora que la cinta va a velocidadnormal, ve como el vencedor es elevadopor un objeto parecido a una gigantescay rudimentaria rama. Tras subirlo, losume en la tierra o en la niebla, sea cualsea el lugar de donde ha surgido, quizásambos. La pantalla es invadida por elgris antes de mostrar lo que ocurredespués, ¿o es antes? Las atrofiadas

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siluetas, que arrastran a su víctima almontículo que parece formarse con lapropia tierra de su alrededor, aparentanser incluso más primitivas que loscombatientes de antes, y el objeto queusan para abrirla sobrepasa los límitesde la crudeza; ni siquiera está lobastante afilado. Cuando al fin lavíctima deja de luchar y gritar ensilencio, ¿ve cómo el montículo sehunde en la tierra arrastrando elcadáver, es eso? La niebla o la nada lorodean todo, y la cinta continuaavanzando hasta que se levanta confusopara detenerla. Quizá la vuelva a verdespués, pero ahora mismo no sabe qué

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parte ha imaginado y cuál ha vistorealmente. De todos modos, tras quitarsela ropa y salir de un salto de suspantalones camino a la cama, tiene lasensación de haber conseguido larespuesta a una pregunta que se leformuló hace poco. Una vez dormido,quizá sea capaz de recordar ambascosas.

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Wilf

Apaga los faros y clava sus ojos en elmuro trasero de Textos hasta que sumente comienza a vaciarse. No sirve denada. Puede parecer algo pacífico, perono viene aquí en busca de paz, sino atrabajar. Quiere su trabajo, ama loslibros y conducir a los clientesexactamente a donde quieren ir, y no hayrazón para que no pueda hacerlo a no serque él crea que así es. La tienda es igualque su piso, solo que con más libros, ysi puede ordenarlos en casa, debería depoder hacerlo aquí también. Sale del

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Micra y cierra la puerta, causando uneco en la niebla que vuelve en forma delgigantesco latido de corazón. Aunque elturno del mediodía no empieza hastadentro de diez minutos, da la vuelta a latienda tan deprisa que imagina estarhuyendo de sus propios pasos solitariosy de lo aislado que le hacen sentirse. UnAudi negro está aparcado ocupando tresespacios en el frontal de la tienda. Altiempo que Woody se acerca a saludarlea la entrada, Wilf oye a gente saliendodel coche a su espalda.

—Bienvenidos a Textos —diceWoody con una sonrisa.

No está hablando con Wilf. Mira

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más allá de él, a alguien más bajo queWilf. Su mirada pasa alternativamentede uno a otro con rapidez, y sonríeincluso más intensamente, levantando lascejas. ¿Qué le pasa? Wilf se gira paraver a quién saluda y para ahorrarse lavisión del desfigurado rostro de Woody.

Hay dos personas detrás de Wilf. Elhombre es media cabeza más bajo queél, y lleva un traje a cuadros rojos yblancos, de un material lo bastantebrillante como para servir para unvestido de noche. Sobre su camisablanca y la corbata negra, su rostroredondo y suave blande unos labios tanfinos que parecen pedir a gritos un poco

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de carmín. Su joven acompañante es másalta que Wilf, pero más flaca que surechoncho amigo, para compensar. Vavestida con un traje gris de lunaresnegros. Los dos parecen muy orgullososde su propia importancia, ¿serán losjefes americanos de Woody? Wilf searriesga a mirarlo de nuevo, lo queprovoca una sonrisa más fiera y unarepetición silenciosa de su saludo. Estavez Wilf lo entiende, pero no por quéWoody se lo haga comprender demanera tan obvia. Se pone junto aWoody, de frente a los recién llegados yse coloca en el rostro la expresiónsugerida por Woody antes de decir:

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—Bienvenidos a Textos.—¿Y qué creen que estamos

recomendándole hoy a nuestros clientes?—grita Woody—. Nada menos queVestir bien, vestir mal.

—Dos mentes con un solopensamiento, ¿eh? —dice el hombre conun acento escocés tan pronunciado queWilf piensa que lo está forzando—.¿Quién es el responsable de eso?

Está señalando al escaparate con unpulgar regordete, el cual está constituidoprincipalmente por una fracción de surostro.

—No se encuentra aquí en estemomento —dice Woody sin dar un

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respiro a su sonrisa—. ¿Quieretransmitirle algún mensaje?

—¿Debo ponerla colorada, Fiona?—dice Brodie Oates—. Fiona es miasistente personal de la editorial.

Wilf se alegra de que Agnes no estépresente, especialmente porque Fionamira al autor como una madre a un niñobrillante pero terco hacia el que nopuede evitar ser indulgente.

—¿No querrás ponerla nerviosacomo a aquella señora de la tienda deNorwich, verdad? —le suplica.

—No debió permitir que seterminara el vino. —Oates le dedicaotra mirada al escaparate, y Woody trata

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de ocultar su tensión ante el comentario—. Me ve como tres personasdiferentes, ¿verdad? No discutiré eso.Dígale ok, como decís los americanos.

La sonrisa de Woody se ensanchacomo la hendidura en un árbol talado apunto de caer. Antes de poder responderen voz alta, si es que la postura de suboca puede permitirle hacerlo, Oates sele adelanta:

—¿Se supone que eso es para mí?Mira al fondo de la tienda, a una

mesa con copias del libro apiladassobre ella.

—La editorial no nos comentó quenecesitara nada más —se disculpa

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Woody en su nombre o en el de latienda.

—Fiona mala. ¿Qué te mereces? —dice mirando cómo Fiona se pone roja,ahora se dirige a Woody—: Va a dejarel alcohol entre bambalinas entonces.

—Tendré que pasarme por elsupermercado para conseguirlo.

—¿Habrá cosas allí que merezca lapena beber, verdad? Chateauneuf vendrábien como último recurso —sugiereobservando el espacio delante de lamesa llena de libros—. No sea rácanotampoco con mi público. Nada mejorque unos cuantas copas para ponerlos atono para comprar.

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Wilf solo puede imaginarse por quéla sonrisa de Woody se ensancha más ymás.

—Le llevaré arriba a la sala viphasta que lleguen —dice Woody,tapando el lector de la pared con sutarjeta—. Ábrete sésamo, ábrete sésamo—susurra empujando la puerta.

Va delante, dejando a Wilf trasFiona y Oates. Wilf está en el escalón demás abajo cuando el autor se pregunta:

—Entonces, ¿qué podéis decirme demi último relato?

—Estoy deseando leer una copiafirmada —dice Woody de inmediato.

—De acuerdo, mientras la pague.

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—Por supuesto. La tienda esperaque lo haga, igual que su editorial. Nome gusta aprovecharme de mi puesto,soy un miembro más del grupo. El tipode ahí abajo ha leído su libro.

—¿En serio? —dice Oates,volviéndose hacia Wilf—. ¿Cuál es elveredicto entonces?

Todos se han detenido. InclusoFiona está mirando a Wilf. En los libroslos personajes a menudo desean que selos trague la tierra, pero Wilf siemprepensó que era una expresión exagerada;hasta este momento.

—La verdad es que… —deseainstantáneamente no haber dicho.

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—Eso es lo que estamos esperando,solo eso.

—Me provocó una migraña.Woody prorrumpe en una risa

nerviosa que no casa demasiado con susonrisa.

—Oh, pobrecito el cerebro del chico—aúlla Oates.

Wilf se dice a sí mismo que Oatesno es como Freddy Slater, aunque hagasonidos similares. Tuvo que ser culpade Slater que Wilf no pudiera leerse elfinal de la novela bajo tanta presión, eigualmente Slater le causó losproblemas con Guerra y paz, que luegose pudo leer en casa sin problemas.

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Quizá Slater ha encontrado otro a quienatormentar o con quien aburrirse; Wilfno lo ha vuelto a ver.

—¿Oye, y no nos vas a decir qué teprovocó dolor de cabeza exactamente?—pregunta Oates.

Woody está tan perplejo que susonrisa casi se le descuelga. Quizá lapregunta tiene otro significado para losamericanos.

—El final —admite Wilf.—¿Cuál?Quizá Oates no es tan diferente a

Slater como Wilf quería creer. Sin dudale está provocando las mismassensaciones que las últimas páginas del

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libro; una total incapacidad paradescifrar y entender lo que lee.

—¿Subimos? Nuestra encargada deeventos está ansiosa por conocerles —lesalva Woody, y Wilf queda agradecido.

Woody sostiene la puerta para Oatesy Fiona, y entra en la oficina.

—Connie, aquí está la celebridad.—¿Eres la responsable de mi

anuncio en el escaparate? —le diceOates a Connie cuando esta se levanta yva hacia él, estirando sus labios rosadosen una sonrisa.

—¿Le gustaría que lo fuera? —pregunta; Oates se agacha sobre su manoy se la besa—. Estoy feliz de serlo.

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—Jill tuvo la idea del escaparate,¿verdad? —interrumpe Wilf sin poderevitarlo.

—No sabes lo que Jill y yo hemoshablado.

Connie se ha olvidado de sonreír,pero Woody sale al quite.

—¿Todavía sigues con nosotros,Wilf?

Presumiblemente le está preguntandoa Wilf si no tiene trabajo que hacer. Yaque eso puede reafirmarle en sucapacidad para ello y deshacerle de lacompañía actual, a Wilf no le importademasiado marcharse.

—Sigo con lo mío —dice, pasando

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la tarjeta por el reloj.—Bien, baja algunas sillas y

prepáralas, Connie. Voy a ir a Frugopara ser un buen anfitrión.

Wilf mantiene abierta la puerta de lasala de empleados con una silla y colocaotras cinco sobre ella antes de bajarlas.Está a medio camino cuando la puerta secierra a su espalda y aparece Woodycon seis sillas.

—¿No funciona el montacargas? —pregunta Woody sin una sonrisa en suvoz.

—Pensé que sería más rápido así.—Gracias por pensar en la tienda.

¿Podemos asumir que estás recuperado?

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—De la migraña, te refieres.—¿Te pasaba algo más?Woody desciende más rápido que

Wilf.—Nada de lo que merezca la pena

hablar —masculla Wilf.—¿Es la primera vez que la sufres?—Nunca tan intensamente —dice

Wilf, lo cual es bastante cierto.—Entonces asegúrate de reunirte

con Ray y rellenar un parte de bajas.¿Estamos esperando algo?

La silla de encima se agitanerviosamente cerca de los ojos de Wilfa cada escalón bajado, pero es capaz dealcanzar felizmente la sala de ventas sin

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tirar las sillas ni caerse sobre ellas. Tanpronto como Wilf sostiene la puerta,Woody sale como una flecha, dejándoloa su suerte en el estrecho hueco, y casiacaba chocando con las sillasabandonadas allí por Wilf.

—Venga, tú lo organizas —dice unWoody acelerado—. Esta es una de lascosas que tengo que solicitar paraocasiones como esta, más sillas. Sialguien ha de quedarse de pie tendrá queaguantarse.

Wilf medita sobre la esperanzainquebrantable de Woody. Ahora mismola tienda tiene menos clientes que sillas.

—Tenemos la noche entera —

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murmura Woody—. ¿Por qué no tequedas por aquí cuando hayas terminadocon las sillas? Le gustará tener cerca aalguien de la tienda que haya leído sutrabajo. Puedes servir de rellenohaciendo preguntas si hace falta.

A Wilf no se le ocurre una ideamenos apetecible; la situación le trae ala boca un regusto indefinido, algorancio. Se toma su tiempo colocando lassillas, como si eso de algún modo fueraa retrasar la aparición del autor. Ya casiha terminado de ponerlas en filas decuatro frente a la mesa cuando doshombres de cráneos casi totalmentecalvos, que estaban sentados y quietos

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en los sillones, los arrastran para unirlosa la última fila de sillas. Regresan a susasientos y siguen mirando fijamente lascubiertas de los libros de dibujosapoyados sobre cada uno de sus regazos.Se está preguntando si se sentirántratados condescendientemente si lescomenta la función de las demás sillas,cuando oye a su espalda la voz quemenos desearía oír en este momento.

—¿Ya te han ascendido?Wilf se da la vuelta tan lentamente

como puede, aunque es infantil creer queeso va a hacer desaparecer a Slater.Más que nunca, la cara de Slater pareceuna máscara de humedad traslúcida

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sobre una ancha masa de carnerubicunda. Su boca se abre para incitar aWilf a pillar la broma o imitando lolerdo que es Wilf por no hacerlo.

—¿A qué te refieres? —casi se lasarregla Wilf para no preguntar.

—Parece que te han hecho jefe desillas.

Acompaña la broma con un nivel dealegría varios grados por encima delrequerido, y lo hace tan cerca de su caraque Wilf siente como su risa lo impulsahacia atrás.

No puede respirar hasta que Slatertermina, y llegado ese punto, su bocaparece rebosar niebla pura.

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—¿Quieres mirarme una cosa?—Tendrás que preguntar en

Información. Estoy ocupado.Slater abre la boca para mostrar una

despectiva incredulidad y Wilfcomienza a reordenar los libros de lamesa para demostrarlo.

—Este parece tu trabajo ideal —dice Slater—. Ni siquiera tú podríasdesordenar esos libros.

—Pensé que buscabas información.Aquí es donde viene la gente a oírhablar al autor.

—Por eso estoy aquí. Estaba segurode que estarías encantado de que dierami apoyo a tu tienda —dice Slater,

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dejando un rato la boca abierta, luegoañade—: Tu jefe debería estarlo.

Las manos de Wilf han comenzado ahormiguear y a convertirse en puños;siente su boca cada vez más amarga.Juguetea con los libros, pero sus dedosestán tan inseguros que una copia se leresbala y cae al suelo. Al recogerlo,observa que las páginas están sucias. Sela tendrá que llevar a Nigel, es unacopia dañada. Wilf se queda mirando aSlater con la intención de echarle laculpa, pero la gente ha empezado areunirse junto a las sillas.

Se sentiría agradecido por ladistracción, si no se tratara de los

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componentes del grupo de lectura que sevio obligado a abandonar. Antes depoder alejarse de Slater, su portavoz,líder, o lo que sea, se le acerca. Su pelogris está enredado como una serpienteen su cabeza, y su atuendo es máscolorido que nunca.

—¿Le ha sacado algún sentido ya?—le interroga.

—¿De qué es incapaz de sacarsentido ahora? —está ávido de oírSlater.

—Tuvo problemas con el final,como el resto de nosotros.

A la mujer, instintivamente, no legusta Slater, que ahora rebota su

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reprimenda hacia Wilf.—Entendiste el resto, ¿verdad?—Diría que sí.—¿De qué trata?Por una vez parece que Wilf le está

dando pie para soltar una broma.—Tendrás que leerlo tú mismo para

averiguarlo —dice Wilf, después duda,pero no lo suficiente para resistirse adecir—: Si puedes.

—No le des a nadie la idea de quesoy yo el que no sabe leer, Wiffle.

—No estará sugiriendo que estecaballero no sabe —dice la mujer delvestido arcoíris—. No estaríatrabajando aquí si no.

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Slater solo ha empezado a mover lamandíbula para abrir la boca cuando lamujer le brinda su amplia espalda. Wilfno sabe qué iba a ser capaz de decirle ala mujer, o a él mismo en voz alta paraque todos lo oigan, si no hubiera sidopor la interrupción. Woody ha regresadomás pronto de lo que Wilf pensaba quela niebla permitiría.

—¿Vas a comprarlo? Bien por ti —dice señalando el libro en la mano deWilf. Wilf se siente de repente asustadode que Slater le acuse de dañarlo, peroWoody no le da a nadie ocasión dehablar—. Bienvenidos a la primerapresentación de un autor en Fenny

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Meadows. —Sonríe y deposita una pilade vasos de plástico y seis botellas devino, haciendo un hueco en la mesa—.Nuestro famoso invitado estará conustedes en un momento —siguediciendo, con más júbilo si cabe,descorchando una botella de tinto y otrade blanco—. Por favor, tomen un trago.Eso va para todos excepto para losempleados.

Mantiene su sonrisa hacia la reuniónhasta encontrarse cerca de la sala deempleados, pero Wilf se pregunta si estáocultando su decepción por el escasopúblico. Dos personas más se unen a lareunión, quizás atraídas por el vino; un

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hombre con un chubasquero de huleamarillo y una mujer vestida conprendas vaqueras de los pies a lacabeza. La mayoría de los escritores seacercan a la mesa para que Wilf lessirva. Slater coge el tinto y se llena unvaso hasta el borde, luego se sienta enprimera fila. Woody aparece con Oatesy su publicista. El autor se detiene derepente y alarga un brazo hacia supúblico, como si comprobara si está ono lloviendo.

—¿Eso es todo?—Creo que es culpa de la niebla —

dice Connie.—Culpa de la niebla, ¿no? —dice

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mirando fijamente a Fiona—. No de lapublicidad, claro.

—Pusimos folletos por todas partes—le asegura Connie.

Un murmullo recorre a losasistentes, poniendo a Wilf nervioso,pues teme que alguien mencione el fallode impresión. Quizás a Oates le suenacomo si estuvieran mostrando su apoyoa Connie.

—¿No merezco una silla? —le ladraa Wilf.

Wilf coge una solitaria silla vacía dela primera fila.

—No se puede esperar de él quesepa tratar a un escritor —comenta

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Slater.Wilf pone la silla tras la mesa y se

retira a la última fila para huir de lavergüenza; Connie permanece junto aOates. Cuando le describe como el autorde una de las novelas más comentadasdel año, Oates le dedica un ceñodescontento y se echa un segundo vasode vino, que merece otro ceño.

—¿Estáis ya lo bastante jodidos? Yono sé si lo estoy —dice cuando Connietermina, vaciando lo que queda debotella en su vaso—. He oído quealguno de ustedes no entendió el final.

—Ninguno de nosotros —dice lamujer arcoíris desde la primera fila.

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—Bueno… —está a punto deprotestar Connie a su espalda, peroOates las ignora a ambas.

Abre una copia de Vestir bien,vestir mal y luego otra, y sostiene lasegunda delante de su cara.

—Veamos si tienen espacio en suscabezas huecas para esto.

Wilf debería ser capaz de relajarsesi no es él el que lee. No hay duda deque Woody está pendiente del resto delturno de tarde, aunque eso debería sertrabajo de Nigel. Seguramente Woodyno está espiando la sala de ventas desdesu despacho, y por lo tanto Wilf no tienerazones para sentirse observado

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mientras escucha cómo un detective dela época Victoriana se quita la ropa,revelando que es un ladrón de joyas, quea su vez se desnuda para mostrar que esuna sargento del ejército, salvo que bajosu uniforme es una cantante de clubnocturno que realmente es un detective,o, más bien, simplemente un hombredesnudo delante de un ordenador en unahabitación observando Edimburgo desdesu ventana. El personaje levanta la vista,escudriñando a su público e igualmentelo hace Oates (¿acaso hay algunadiferencia?), y señala los distintosdisfraces.

—Es su turno —dice—. Su elección.

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Pruébenselo.Se echa más vino antes de que Wilf

pueda juzgar por su expresión si esaúltima frase era una broma y, si así era,a quién iba dirigida. Cuando losescritores comienzan a murmurar, Wilfcree compartir sus sospechas.

—No es eso lo que dice en el libro—dice la mujer arcoíris para dar formaa sus dudas.

—En este sí.La mujer eleva las cejas como

simulando dos signos de interrogaciónque formularan una silenciosa pregunta.Mientras Oates se ocupa de descorcharotra botella de tinto, la mujer exclama:

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—¿Nos está diciendo que hay másde un final?

—Sí, diferentes páginas al final. Elresto del libro no indica cuál te va atocar. Creo que no deberías saber lo quevas a encontrar hasta que llegues, igualque yo al escribirlo. Espero que estén deacuerdo, siendo escritores.

—Suena más bien a que quiere quecompremos dos copias del libro.

—¿Acaso no lo haría?Ella le mira como si no le importara

el significado de su pregunta, entoncesSlater asoma la cabeza sobre su hombro.

—¿Cuál tienes tú? —le pregunta aWilf.

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—No podría decírtelo así de pronto.—Estoy interesado en saberlo —

dice Oates, vaciando su copa para dejarespacio para llenarla de nuevo—. ¿Cuáles?

Wilf tiene la sensación de que elautor está aliándose con Slater y contraél. Mira la última página de la copiadañada y cierra el libro.

—El que acaba de leernos.—Nunca te he visto leer tan rápido

como dices, ni nada parecido —objetaSlater—. ¿Estás seguro de haberlohecho?

—Por supuesto que lo ha hecho —dice Connie, mirando a Wilf con una

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sonrisa confundida—. ¿De qué va esto?—Vamos, Lowell, muéstranos.

Enséñanos cómo lees.¿Qué le está haciendo actuar de ese

modo? Wilf no hubiera creído quepodría hacerlo a su edad. Tiene lasofocante sensación de que Slater le estáobligando a regresar a su infancia.Quiere que Connie se enfrente a sutorturador, pero solo parece confusa.

—Nadie ha venido a oírme a mí —protesta Wilf—. No soy el autor.

—Quizás al autor le gustaría oír auno de sus lectores —dice Slater.

—Ahora que lo menciona, sí —diceOates, alzando su vaso medio vacío para

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animar a Wilf—. Adelante, hazme unfavor. Oigamos lo que significa para ti.

Algunos de los escritores, y porsupuesto la mujer vaquera y el hombredel chubasquero, miran fijamente a Wilf;la mujer arcoíris lo hace con una mayorintensidad que los demás. Esexactamente la misma sensación delcolegio, cuando te fuerzan a ponerte enpie delante de la clase, aunque él estáechado sobre el libro como si le dolierasu tripa revuelta. ¿Es esta la razón deese desagradable regusto en la boca? Albajar los ojos sobre la novela, reza porencontrar refugio en ella. Mira la últimapágina e intenta liberarse de su vista

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hablando.—Se lo dije —dice, y añade tan

claramente cómo puede—: Es su turno.Su elección. Pruébenselo.

—Esa no es la página completa,¿verdad? —espeta Slater. Cuando Oatesmenea la cabeza con tal fuerza que a susmofletes les cuesta seguirla, añade—:Eso puedes habértelo aprendido dememoria, Lowell. Dinos el resto.

Es solo porque Wilf no puede mirara los espectadores que tiene enterrada sumirada en el libro. El panorama es peorque nunca. El papel está manchado demarcas negras, montones de símbolosque se dice a sí mismo que son letras

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pero que no puede distinguir. ¿No es la ela más común? Quizá si averigua quésímbolo se repite con mayor frecuenciapodrá descifrar el resto del código, talcomo hacen los criptógrafos, perocuando todavía está contando por lobajo, Connie habla:

—Realmente necesito saber qué estápasando aquí.

—Veamos —dice Slater, sentándosejunto a Wilf antes de que a este se leocurra cerrar el libro—. Es tal comocreía. ¿Se lo dices, Lowell, o se lo digoyo?

Abre la boca completamente, comosi esta fuera su mejor broma, y a Wilf no

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se le ocurre otra respuesta.—Voy a comprarlo —informa a

quien quiera saberlo mientras arrancavarias páginas de la novela y empieza ametérselas en la boca a Slater.

Desearía haber reaccionado así añosatrás, pero al ver los ojos de sorpresade su enemigo sabe que la espera hamerecido la pena. O bien eso o bien lavehemencia de Wilf hacen caer a Slaterhacia atrás. Junto a la silla, va a parar alsuelo con un golpe seco y Wilf le siguepara sentarse en su pecho.

—¿Quieres el resto? —le preguntaWilf con una sonrisa de la que sin dudaWoody estaría orgulloso—. Un placer.

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Trágate el resto.Está rodeado de sonidos: los

lamentos de las mujeres, Connierepitiendo su nombre cada vez más altay agudamente y los hombres de lossillones gruñendo de risa o aprobación.Pero de lo que es más consciente es deun murmullo ahogado, de las palabrasatropelladas de Slater. Ahora tienemenos incluso que decir de lo que Wilfsolía en clase, lo cual es tansatisfactorio que Wilf no se retirainmediatamente cuando la voz de Woodysale por la puerta de la sala deempleados.

—Detente —grita más de una vez

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antes de alcanzar a Wilf y colocarse a sulado; la saliva reluce entre su sonrisa—.Basta —insiste—, basta.

Wilf cree que hay espacio en la bocade Slater para otro capítulo, pero no hayduda de que ya ha dicho todo lo quenecesitaba decir. Deja los restos de lanovela abiertos sobre el pecho de Slatery se pone en pie apoyando los puños enlos hombros de su enemigo. Slater seincorpora, tambaleándose como unborracho y mira a su alrededor buscandoalgún sitio donde soltar el contenido desu boca. Woody le dedica otro primerplano de su dentadura a Wilf.

—Espera en mi despacho.

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De repente, Wilf siente las piernasdébiles e inestables, como si la cosa quele ha impulsado a actuar así hubieratomado ese camino para abandonarloahora, dejándole también el cráneovacío y la boca con un sabor rancio. Serecuerda que la boca de Slater le sabrá apapel y tinta, una idea que le ayuda allegar a la puerta de la sala deempleados sin trastabillar. Cuando ellector decide que su tarjeta es válida,observa a Connie pasándole a Slater labolsa de Frugo que contenía el vino.Algunas de las mujeres emiten sonidosmaternales mientras escupe sonoramenteen la bolsa, y algunas otras personas

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miran de soslayo a Wilf hasta que lapuerta se cierra.

En su ascenso a la sala, se apoya enla barandilla. Sin sillas, la mesa pareceun altar abandonado. Los libros tintineanen sus estantes del almacén mientras Raymira ceñudo la pantalla del ordenadorde su oficina. Incluso aunque Ray nopareciera preocupado, Wilf no seríacapaz de explicar su enfermiza reacción.Entra en el despacho, donde el monitormuestra a Woody regalándole a Slaterun cupón regalo y una sonrisa suplicante.En el cuadrante opuesto, el público seha tranquilizado y le hace a Oates unapregunta sobre el libro o sobre Wilf.

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Este se apoya sobre la fría pared decemento y observa a Woodyconduciendo a Slater a la salida, sesiente tentado de sentarse en la sillapero Woody va disparado hacia allí,como si adivinara sus intenciones. Antesincluso de que Wilf esté preparado pararecibir la regañina, Woody ya hallegado a la estancia.

Gira la silla, apartándola delmonitor, y se planta cara a cara conWilf.

—Bueno, esto le costará caro a latienda.

La incansable sonrisa de Woodyanima a hablar a Wilf, si es que animar

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es la palabra adecuada.—¿Cuánto? —pregunta.—Mucho más de lo que puedes

permitirte.—Lo siento —dice Wilf, sin saber

qué más añadir salvo—: No deberíahaberlo hecho aquí dentro.

—Eh, ¿y dónde más ibas a hacerlo?—dice Woody, y suena a aprobación, oa una parodia de ella, hasta que añade—: ¿Quién más no quieres que oiga laverdad sobre ti?

Un nuevo acceso de furia asalta aWilf.

—¿Qué dijo sobre mí?—Cómo engañaste a la tienda. Voy a

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tener que averiguar si eres el único queha jugado sucio, maldita sea. El únicotío que no sabe leer.

—Eso no es verdad, ni por asomo.—Eh, ¿es eso cierto? Venga

entonces, comprobémoslo.Woody sonríe salvajemente ante la

ausencia de libros en la habitación yabre los cajones hasta encontrar una pilade documentos oficiales, uno de loscuales pone en la cara de Wilf.

—Adelante, quiero oírte leer.Al principio, la razón por la que

Wilf es incapaz de leer es lo que creehaber visto. Al abrir Woody el cajóninferior derecho, ¿estaba lleno de

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calcetines y calzoncillos? Cada segundoque Wilf malgasta haciéndose esapregunta aumenta la sensación deignorancia que transmite, así que clavala mirada en el documento. Reconoce elformulario de petición de trabajo enTextos, pero eso no implica quereconozca la maraña de símbolos comopalabras diferentes. Al tensarse,esforzándose por sacarles significado,su cuerpo comienza a temblar desdedentro a afuera.

—No puedo hacerlo ahora —dice,sintiéndose más estúpido por tener queexplicarlo—. Es culpa de Slater. Solíahacerme esto en el colegio.

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—No tengo tiempo para esta farsa—dice Woody, arrancándole elformulario de las manos ydevolviéndolo al cajón—. Al menos mealegro de haber averiguado esto antes deque llegara la gente de Nueva York.Dame tu tarjeta.

Le recuerda tanto a una película devaqueros o de policías que Wilf casipiensa que Woody y su sonrisa estángastándole una broma.

—No puedes creer en serio quenunca fui capaz de leer —dice Wilf—.¿Cómo he colocado entonces todos mislibros?

—Comprobé tu sección —le dice

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Woody haciendo un gesto que indica laintensidad de esa comprobación—.Gracias a Dios tenemos tiempo dearreglarlo antes de mañana. No me hasdado aún tu tarjeta.

Wilf se la quita y la deja en elescritorio. Se siente despojado de todolo que merece tenerse, como si todo loque poseía hubiera ido desprendiéndosepoco a poco de él desde que empezó atrabajar en Textos. Se está dando lavuelta para lidiar él solo con su vacíoexistencial cuando Woody vuelve ahablar:

—¿Has rellenado el parte de bajas?Un último e inútil ataque de orgullo

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mueve ahora a Wilf.—No tengo que hacerlo. No tuve una

migraña —admite.—También nos engañaste en eso,

¿no?—Me obligaste a leer a toda prisa el

final de ese libro para que pudierahablar con los escritores, y no me diotiempo. De ahí viene todo esto, por noser capaz de terminar un libro.

—Debería afrontar parte de la culpa,¿verdad que sí? —reacciona Woody conuna sonrisa que parece sangrarle por losojos—. Te creí cuando dijiste que erasun lector asiduo. Nunca se me ocurriócomprobarlo.

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—Sé leer. Es lo que más disfrutohaciendo. Pero no puedo leer aquí.

—Bien, ahora tendrás ocasión dehacerlo en otro lugar —dice Woodycomo si Wilf le hubiera insultado a él oa la tienda, o a ambos—. ¿Has fichadola salida?

—No pensé que hubiera necesidad.—Vale, déjame hacerlo por ti —

dice animadamente. Salta de su silla yenfila hacia la puerta tan rápido queWilf apenas tiene tiempo de apartarse desu camino. Coge la tarjeta de Wilf delmontón de «entradas» y la pasa bajo elreloj, para luego partirla en dos y ponerlos pedazos en el escritorio de Ray.

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—Todo tuyo, Ray. El señor Lowellva a dimitir ahora mismo.

—Dios santo —dice Ray alternandouna mirada perpleja del uno a otro—.¿Qué diantre pasa aquí?

—Yo lo llamaría deshacerse de uninvasor —dice Woody torciendo susonrisa hacia Wilf—. ¿Todavía aquí?No deberías. Quizá has olvidado quedice «solo empleados» en la puerta deabajo.

—No he pagado el libro aún —diceWilf, seguramente inducido por unabeligerancia desesperada.

—Ray te lo descontará del sueldoque no te pagaríamos si de mí

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dependiese. Vete.Wilf aprecia como Ray trata de

decidir el grado de simpatía que puedemostrarle.

—Está bien —se siente inclinado adecirle Wilf, aunque no se convence ni así mismo y se siente incapaz de mirar aninguno de los dos a la cara. Coge elabrigo de su taquilla y se lo va poniendomientras baja midiendo cada paso y abrela puerta por última vez. Como pareceque nadie lo mira, se pasa por susección. Cuanta mayor es la intensidadcon la que mira sus libros, menor es lacerteza del orden en el que están; lostítulos y los nombres de los autores bien

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podrían estar en una lengua extranjera, oen ninguna en absoluto. Se sientemareado por forzar la vista y la mente.

—El señor Lowell ya no pertenece ala tienda —proclama la voz de Woodypor el altavoz.

La mirada de Brodie Oates seencuentra con la de Wilf en el momentoen el que comenta que le lleva un añoimaginar una novela y seis semanasescribirla. El resto de la congregaciónse vuelve para mirar a Wilf, que sepregunta si están proyectando sobre él ladesaprobación que en otrascircunstancias hubiera merecido BrodieOates. En cualquier caso, sus miradas le

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hacen sentir más excluido que el anunciode Woody. En su procesión hacia lasalida, Connie alza una mano a modo depoco convincente despedida; junto a lapuerta, Greg le ofrece una sonrisatorcida y un meneo de cabeza desdedetrás del mostrador. Ya no importa loque Wilf pueda decirle, pero las únicaspalabras que vienen a su mente son tanlacónicas como un gruñido. Se estancany le dejan un sabor amargo en su boca,mientras deja la tienda para siempre.

¿Y si Slater le está esperando fuera?Ojalá, podrá oír todas las palabras queWilf se ha guardado, y quizá no habrásolo palabras. La niebla que oculta la

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hora del día se retira un poco para dejarespacio a su respiración, y cree ver aalguien observándolo en la distancia,hasta que se da cuenta de que solo era lapareja de árboles y su tullidocompañero.

Sin embargo, al doblar la esquina dela tienda, tiene la total certeza de quealguien lo está siguiendo, aunque demodo invisible y silencioso.

—¿Por qué no das la cara? —grita, yeso empeora el regusto de su boca—.Tienes lo que querías. Vamos, muestratu cara.

Para cuando llega al Micra, no haconseguido aún hacer salir a Slater.

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Cierra la puerta con la fuerza quehubiera usado si su atormentadorestuviera en medio. Después de meter lahebilla del cinturón en su ranura, colocalas temblorosas manos sobre el volante.La niebla helada y su reacción a losacontecimientos del día le hanprovocado este tembleque. Se quedamirando el vacío muro trasero de Textoshasta recuperar el control suficientecomo para acertar con la llave en laignición.

Debido a la niebla, conducelentamente hacia la salida. Le pareceestar escabullándose, temeroso dehacerse notar. La luz de los escaparates

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se funde con la niebla causando un brillofantasmal, los árboles pasan por su lado,reptando entre las tinieblas, y delanteadvierte algo alumbrado por sus farosque no es asfalto. ¿Y si es Slater?¿Cómo reaccionaría si viera a Wilfsonriendo sobre ellos y acelerandohacia él? Las esquinas de la boca deWilf están comenzando a alzarse poriniciativa propia, pero de repente seacuerda de Lorraine. Cierra las manoscon fuerza sobre el volante, sintiendouna oleada de odio hacia sí mismo. Nisiquiera sabe si Slater le hubiera creídotan descerebrado. Quizá no merecetrabajar en Textos después de todo.

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El supermercado aparece delante deél antes de desaparecer en las grisesprofundidades del retrovisor. Si esta esla última visión que va a tener de FennyMeadows, no está seguro de cómosentirse. Llega a la rotonda y sube larampa camino de la autopista. Aunqueestá ascendiendo al encuentro del sol,tiene la sensación de estar siendoretenido por el inestable, pálido y gélidovacío. Al llegar al borde la autopistabaja la ventanilla para oír venir loscoches de su carril. En el momento justoen el que decide arriesgarse a acelerar,un denso sabor a niebla asalta su boca.

La autopista es reacia a mostrarse, y

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frena un poco para adecuarse al paso dela niebla. Al poco rato, muestrasíntomas de retirada, y avista el sol, unobjeto plateado sobre el que alguien nocesa de echar su aliento. Pronto la sendaestará despejada, una perspectivasimilar a una liberación de FennyMeadows. No obstante, eso no va a serposible hasta que no afronte lo que hahecho. No quiere pensar en ello mientrasintenta concentrarse en conducir, y no esesa la razón por la que agarra el volantecon mayor fuerza si cabe. Su mente estátan sobrecargada por el enfrentamientocon Slater y sus secuelas que no se hadetenido a pensar en las cosas que vio y

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dijo.El sol brilla como recién bruñido,

luego desaparece mientras Wilf trata deno dejar su mente volar. ¿Vive Woodyen la tienda? ¿Por qué es incapaz de leerallí? Las preguntas parecen incapaces dealejarse de su mente lo bastante para notenerlas presentes. Incluso tiene la raraimpresión de que no debería arriesgarsea formularlas hasta no haber escapadode la niebla, es absurdo, pero tensa susnervios. Pisa el acelerador, la niebladeja ver solo los siguientescuatrocientos metros de carretera.Aunque no tiene sensación de ir a muchavelocidad, la flecha del velocímetro está

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en posición vertical cuando la niebla sedetiene abruptamente delante de sucoche. Al frenar, la grisura inunda elespejo. De repente la oscuridad es tancerrada por todas partes que a pesar dela calefacción, el frío entra en el coche ycala en Wilf. Está luchando por no dejara sus escalofríos dominar el volantecuando la niebla a su espalda se torna deun blanco gélido y prorrumpe en unatronador sonido. Viene un camión, y nipuede ni va a frenar.

Pisa a fondo el acelerador. La nieblaemerge ansiosa para cortarle el paso,pero no es solo niebla. Estáprecipitándose contra la parte trasera de

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un camión que avanza a menos de lamitad de la velocidad de su coche.Frena, provocando la ensordecedorareacción de una bocina y una luzcegadora acercándose por el espejoretrovisor. Aparta el pie del pedal y girael tembloroso volante. Se ha olvidadode poner el intermitente. El coche seestá internando en el carril centralcuando el camión gira para adelantar.

No puede volver a su carril. Estádemasiado cerca del vehículo dedelante. Le da a la palanca delintermitente y tuerce para buscar elcarril más alejado. El camión de atrássigue en el retrovisor. Solo intenta

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pasarle, no es que sea una presa que estédeseando atropellar, ni está aliado conla niebla, la cual no puede estarintentando hacerle daño; es solo niebla.Pero sus pensamientos son inútiles, nopueden prevenir que el camión seprecipite sobre él más rápidamente de loque le es posible acelerar. Afianza lasmanos en el volante y huye de nuevo alcarril central, oyendo un fuerte resollarque indica que ha sorprendido a superseguidor. Ese sonido, junto a unespasmódico temblor, es todo lo queemite el freno que el conductor al fin hapisado; pero ya no hace falta. Wilf frenay se interna en el carril interior, detrás

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del otro camión, para sentirse másseguro.

No ha derrapado. No se ha colocadodetrás del otro vehículo demasiadodeprisa, a pesar de la escasavisibilidad. Cuando oye un gigantesco ytorturado chirrido de metal se dice parasí que no tiene nada que ver con él, yentonces una ola de niebla tan espesa yancha como los tres carriles juntos seabalanza sobre él desde el espejo. Lerecuerda a una respiración expulsada através de una enorme y alegre risa, hastaque advierte que no es niebla, pues unapalabra más alta que su coche estáimpresa en la pulida superficie que se

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abalanza sobre él. Durante un instante,no le preocupa entender por qué nopuede leer la palabra. Las letras están alrevés, por supuesto, las letras del lateraldel camión. Toda la parte trasera delvehículo está girando hacia él usando lacabina como eje.

La niebla se encoge, permitiéndolever como la cabina se empotra contra lamediana, haciendo saltar chispas ydeformándola. Un temblor se extiendepor sus brazos y hasta el resto de sucuerpo, mientras intenta adueñarse delvolante para cambiar el coche al carrilcentral, para distanciarse del objeto quese cierne sobre él como una colosal

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guadaña. Está casi a punto de adelantarcuando el camión alcanza al Micra y legolpea en el lateral, impulsándolo haciael otro camión de delante. Un momentodespués, todo se precipita, y el coche seincrusta allí tan rápidamente que apenastiene tiempo para entender qué es lo quese ha roto aparte de los cristales y elchirriante metal. Ha sido él mismo. Hasido su cabeza, que se inunda de ruido yblancura antes de sumergirse en unalaguna negra.

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Jill

—Mami, ¿de verdad tienes que trabajartoda la noche?

—No te preocupes, Bryony. Estarébien. Me eché una siesta mientrasestabas en el colegio.

—¿Pero de verdad de verdad tetienes que ir?

—Trabajamos todos. Hay unainspección mañana, ya te lo dije, comolas de tu colegio. Sabes las molestiasque se toman tus profesores para quetodo tenga el mejor aspecto posible.Mientras no se trate solo de guardar las

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apariencias, está bien, ¿qué opinas?—Pensaba que te gustaba ayudarme

con mis deberes. Me gusta cuando meenseñas palabras nuevas.

—Ya lo haremos. De verdad, cielo.No estaré fuera mucho tiempo, y sabesque no voy a estar muy lejos. ¿Cuál es elproblema?

—Me gusta que me leas en la camaantes de dormir.

—¿No lo hace también papá? Creíque solíais hacerlo.

—Todavía lo hace. ¿Tienes quetrabajar porque no te da suficientedinero?

—Bryony, no sé si eres lo bastante

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mayor para entenderlo…—Lo soy. La señorita Dickens dice

que soy madura para mi edad.—Bueno, entonces trata de entender

que no quiero depender de tu padre ni denadie, no más de lo absolutamentenecesario. Mientras más gane por micuenta, más feliz seré.

—Quiero que seas feliz.—No necesitas que te diga que

deseo lo mismo para ti, y lo serás sipuedo comprar más cosas para nosotras,¿verdad? Si me esfuerzo en mi trabajotendré posibilidades de ascender. Asífunciona.

—Ya me lo has contado.

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—¿Tienes algo que decirme antes deque venga tu padre, entonces? ¿Qué es loque de verdad te preocupa?

—A lo mejor no puedo dormir.—¿Por qué no? ¿Hay alguna razón

por la que no te guste dormir en casa detu padre? Si pasa cualquier cosa debesdecírmela, no debes tener miedo. ¿Pasaalgo, Bryony?

—Podría tener una pesadilla.—¿Por qué ibas a tenerla? ¿Por qué

solo allí?—Tuve una anoche.—¿Te despertaste? Lo siento,

Bryony. Debía de estar muy dormidapara no enterarme. ¿De qué trataba,

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cielo?—Papi y yo no te encontrábamos en

la tienda.—Quizá era mi día libre.—No, era esta noche y estaba

preocupada por ti porque estaba muyoscuro.

—No lo estará. La tienda estásiempre iluminada, y si te acuerdas,también hay unas grandes farolas fuera.

—No podíamos ver nada. Estoysegura de que estaba oscuro. Podía oírtegritar, pero no podía llegar a ti, y luegotampoco encontraba a papi.

—Sería por la niebla, ¿no? Esodebió de ser lo que provocó la

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pesadilla. Espero que papi te encontraray yo también, pero de todas formas yaestás despierta.

—No, estaba buscando a la otramujer.

—¿Qué otra?—La que va vestida de cuero.—¿Te refieres a Connie? ¿Qué sabes

sobre ella?—La oí hablar con papi cuando

estuve en la tienda para el concurso.—¿Y te la has encontrado en algún

otro lugar?—No, mami, solo aquella vez.—Me pregunto por qué se te quedó

tan grabada entonces —dice Jill, y el

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timbre parece responder con un sonidotan lacónico como una palabra de cuatroletras.

Bryony baja de un salto delchirriante sofá de mimbre y posa en elsuelo sus pies descalzos.

—Voy al cuarto de baño —dicemientras corre escaleras arriba, comosiempre que está a punto de irse.

Jill siente la tentación de tomarse sutiempo antes de responder a la llamada,que ha sonado más apremiante de lo quetenía derecho a sonar, pero en realidadquiere tener unas palabras con Geoff enprivado. Se apresura a través del cortopasillo decorado con dibujos de niñas

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montadas en ponis, obra de Bryony y suslápices de colores; ponis que Jill nopara de decirle a su hija que no legustaría poseer ni alquilar ni siquieraaunque pudieran permitírselo. Abre elpestillo, y empuja la puerta hacia sí,hasta la mitad, como si una invisiblebarrera la detuviera. Entonces la abrepor completo, y se encuentra a Geoffagachado, cogiendo un puñado dedientes de león de una grieta del camino.

—No hace falta que hagas eso —ledice.

—Parece que está todo descuidado.—Déjalos, a Bryony le gusta

esparcir las semillas —le apremia. Las

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cejas de su ex se mueven lo justo paraanimarle a añadir—: Supongo quesimpatizas con esa actividad.

—No sabía que aún te importaradónde acaban mis semillas.

—¿Me estás diciendo que deberíahaberme importado cuando estábamosjuntos? No me lo digas, no quiero oírlo—dice Jill, solo para alterarse al tenerque arreglarlo—. A no ser que seaalguien que conozco.

—¿Por qué piensas eso, Jill? Lodices como si yo quisiera hacerte daño.

Sus profundos ojos marrones lamiran heridos, pero ese truco ya nofunciona.

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—Bryony piensa que hay alguien queambos conocemos.

—Está totalmente equivocada. Nocreerás que alguna vez le he presentadoa… —al decirlo un pensamientooscurece su mirada, pero trata deocultarlo—. He hecho todo lo posiblepara mantenerla aparte de mi vidaprivada —insiste.

—No sirve de mucho si la paseaspor el lugar donde trabajo mientras estáallí Bryony.

—No lo sabía, ¿verdad? Quierodecir, no había pasado nada. No volveréa ir a la tienda si así lo prefieres.

—Quieres decir que han pasado

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cosas desde entonces, no que sea asuntomío.

—Ciertamente no lo es, pero bueno,sí.

—Me pregunto si tienes una mínimaidea de las dificultades que me haspodido crear. Estoy segura de que no,pero tampoco es excusa.

—No estoy seguro de entender cuáles el problema. Todos somos adultos ycreo que podemos actuar como tales.

—Vas a empezar tú, ¿no? —exclama, reservando bastante rabiacontenida para luego espetar—: Ojalámis padres no estuvieran de vacaciones.Preferiría que Bryony se quedara con

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ellos.Arriba, se oye la cadena del váter,

como si el chorro de agua arrastraraconsigo el comentario de Jill. Geoffparece estar cerca de dedicarle unamirada comprensiva, lo que laencoleriza más aún. Está tentada deprohibirle que se presente a la funciónnavideña del colegio de Bryony, deamenazarle con dejarle allí plantado sino obedece.

—Date prisa, Bryony. Quieroencender la alarma —grita en lugar deeso.

Se avergüenza de su tono cuandoBryony aparece con su saco de dormir,

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de donde asoma la cabeza su osito depeluche, como intentando averiguardónde va esta vez a cumplir la misión decalentar la cama de su dueña. Espera enel sendero con su padre mientras Jillteclea en la alarma la fecha de su rupturacon Geoff. Apenas ha cerrado Jill lapuerta, Bryony deja caer el saco y correa abrazarla, tan fuerte que parece quererpermanecer allí plantada con ella comoun árbol en mitad del sendero.

—Estaré bien. Será una aventura —dice Jill, acariciando la cabeza deBryony hasta que relaja el abrazo lobastante para soltarse—. Te verémañana después del colegio.

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Bryony se queda de pie junto al Golfmientras Geoff se sube a él y Jill arrancael Nova. Cuando Jill pone enmovimiento el coche y se aparta de laacera, Bryony levanta una mano y laagita tímidamente; Jill se obliga a creerque no es un último intento de detenerla.Bryony debe de estar más afectada porla separación de sus padres de lo quecreía. Una vez haya vuelto a casa ydescansado, tendrá una seriaconversación con ella.

Le lleva diez minutos cruzar Burypara llegar a la autopista. Ha pasadojunto a varias salidas antes de decidirsea tomar una con poco tráfico. Esta le

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conduce a la zona elevada sobre la quele es posible avistar la extensión másallá de Fenny Meadows. Desde la nieblasolo surgen ligeros haces rojos de luz,una herida alargada, los frenos decientos de coches parados. Jill enciendela radio y sintoniza una emisora local.El Nova avanza un rato al son de unacanción popular sobre el únicosuperviviente de una batalla, luegocomienza un boletín informativo:

—El cruce 11 de la M62 direccióneste permanece cerrado debido a unaserie de accidentes. La policía no esperaabrirlo hasta dentro de unas horas. Serecomienda a los conductores buscar

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una ruta alternativa.Allí está Fenny Meadows. Jill se

siente tentada de usar esta circunstanciacomo excusa para no aparecer porTextos esta noche y quedarse conBryony, pero no sería justo para el restode empleados. Al llegar al siguientecruce, tira por la carretera este deLancashire para poder salir a la partetrasera del complejo comercial. Menosde diez minutos después, se encuentra enla autovía de dos carriles, pero se pasael desvío de Fenny Meadows. Si habíauna señal indicándolo, no era demasiadoevidente. Al ver un hueco, gira parameterse por la primera carretera

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secundaria que encuentra, iluminadasolamente por una parada de autobús. Nisiquiera tiene un nombre.

No obstante, es la ruta que lleva aFenny Meadows. Al poco tiempo, laniebla lo confirma, complicando a suvez el avance. Los altos setos cercanambos lados de la calzada, sus picosdestellan al ser alumbrados por los farosy parecen licuarse en la niebla en lugarde destacar sobre ella. De vez encuando, un escalofrío recorre elentramado de ramitas negras, y estasexudan masas grises de niebla, comotelas de araña. Debe de estarlevantándose viento, pues la niebla no

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para de acercarse al coche, tanto pordelante como por detrás. Después deconducir el coche por todas las curvas ybaches de la estrecha calzada, estádeseando llegar a Fenny Meadows,aunque resulte difícil de creer. Dejaescapar un suspiro aliviado, que quedasuspendido un instante en el aire, alvislumbrar algo más sólido que la nieblaen el lado de la carretera; es uno de losmuros de Frugo.

Sigue conduciendo y pasa lastiendas, algunas ya cerradas. La luz desus ventanas luce inerte sobre laoscuridad reinante, que parece recrearseen el furioso mensaje de los grafitis

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pintados sobre la pared de laspropiedades desocupadas. No hayningún indicativo de la pronta llegada dela Navidad en Textos; la tienda pareceanclada en octubre, el mes que empezó alevantarse esta niebla. A su espalda, loshaces de sus faros se expanden en unamancha blanca que se diluye en el muro.Cierra el coche, y el tintineo de lasllaves le hace caer en la cuenta de queestaba conteniendo la respiración.

¿Por qué está tan tranquilo elcomplejo? Parece como si la nieblahubiera succionado todo sonido, pero derepente se da cuenta de qué es lo quefalta; el ruido de la autopista. Camino de

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la entrada a la tienda, sus pasos suenanencogidos por su soledad, y al mismotiempo demasiado altos. Juraría quealgo diminuto la persigue por elcallejón; es el eco, por supuesto. Sealegra de dejar el sombrío pasadizo,hasta que ve a Connie en el escaparate.Las tres fotos de Brodie Oates yacen asus pies. Jill no va a echar de menos elanuncio, ya obsoleto una vez que elautor ha visitado la tienda, y se impideimaginar que es su propia cara esa sobrela cual Connie está a punto de limpiarselos zapatos. Pasa por delante de Frank elguardia, que parece preocupado por laniebla.

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—Puse estos en un carro para ti, Jill.Jill considera por un momento

hacerse la sorda. No esperaba que lavoz de Connie tensara su cuerpo hastasentirlo arrugado y tullido, y ademástrajera ese desagradable sabor a suboca.

Se da la vuelta, y encuentra a Connieseñalando los libros que ha quitado delescaparate.

—Muy amable de tu parte —diceJill con una dulzura que no le quita elmal sabor de boca.

—¿Está bien, verdad? Puedesponerlos junto a las copias firmadas enun estante destacado. Quizá se vendan

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más rápido si la gente los ve.—Han sobrado algunos de tu acto,

¿no fue tan bien como esperabas,verdad?

Connie abre su boca de labiosrosados para indicarle que se acerque.El gesto pone enferma a Jill, pero nopuede resistirse y lo hace.

—No tan bien como nuestra estrellainsistía en que debería haber ido. Culpaa todo el mundo salvo a la niebla y sulibro. A tu anuncio también, me temo.

—Lo siento mucho. Me esforzarémás todavía en ese caso.

—No te estoy criticando, Jill. Solotransmito lo que dijo él. No creo que

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pudiéramos haber hecho nada más de loque hicimos, ninguno de nosotros.

—Entonces vale —murmura Jill.—Te has preparado para la maratón,

¿verdad? —dice Connie cuando está apunto de dirigirse camino de la sala deempleados.

—Espero estar tan preparada comocualquiera.

—Alguien estará cuidando de tuhijita, ¿cómo se llama, Bryony, verdad?Alguien estará ocupándose de ella.

—Su padre —responde, y sienteestar escupiendo parte del sabor arancio de su boca cuando añade—: Esmuy bueno cuidando gente durante poco

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rato.Connie no tiene respuesta a eso o no

encuentra ninguna que sea aconsejable,pero el ver sus labios apretándose paraocultar su expresión induce a Jill aseguir hablando.

—¿Puedo preguntarte de dónde hassacado el nombre de mi hija?

—¿No te lo oí decir el día que latrajiste?

Jill no lo recuerda. Se sientederrotada por Connie. Al girarse, suboca se inunda de mal sabor y depalabrotas.

—Estarán esperándote cuandovuelvas —oye prometer a Connie.

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Se refiere a los libros, los que hapedido de más y ahora carga a Jill. Doshombres que parecen llevar ocupandolos dos sillones desde que Jill recuerda,la observan escabullirse. Le enseña latarjeta al lector de la pared y a puntoestá de propinarle una patada a lapuerta. Al final se abre, y sube lasescaleras hacia la sala de empleadosperseguida por el sonido de su propiarespiración.

Ross y Mad están sentados uno acada lado de la mesa, Agnes se sienta enmedio de ambos. Tiene una expresiónseria, como una reacia carabina, y nohabla más que ellos. Los tres parecen

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alegrarse de ver a Jill, aunque puede quesolo sea porque es algo diferente a loque mirar. Al pasar su ficha por el reloj,Woody sale disparado de su guarida.

—Estás aquí. Pensé que habíamosperdido a otro miembro del equipo.

Jill no sabe si el enrojecimiento desus ojos aumenta el efecto de sudesconsiderado comentario osimplemente sugiere que está demasiadocansado para pensar. Ross se ponerígido para no torcer el gesto, y Agnesabre la boca en su lugar, mientras Madparece estar a punto de darle unaspalmaditas reconfortantes en la espalda.

—La autopista está cortada. Tuve

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que utilizar la antigua carretera —diceJill para disminuir la tensión reinante.

—Ya me lo dijo Connie —diceWoody, seguramente sobre lo de laautopista, pero el nombre amarga laexpresión de Jill—. ¿Queréis oír lasbuenas noticias?

Su sonrisa es tan fiera que atrae laatención de todos.

—Si hay alguna —musita Ross.—Eh, ¿por qué no veo ninguna

sonrisa? ¿Qué es esto, un velatorio? —Todos salvo Agnes se esfuerzan enmostrar buena voluntad—. Bueno, lasbuenas noticias. Ya las habéis oído.Vuestra autopista está cortada.

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—¿Eso es bueno? —rompe Mad eldesconcertante silencio.

—Ahora mismo lo es. Por esta vezpodemos vivir sin clientes que entren enla tienda a desordenarlo todo. Supongoque necesitamos hasta mañana paradespejar el almacén. Recibimos unpedido grande esta mañana y nos falta unempleado.

—No paras de sacar ese tema —protesta Agnes—. ¿No te das cuenta deque Ross…?

—Oh, lo siento. No os lo habíadicho aún. Tuvimos que deshacernos deWilf.

—Wilf —dice Agnes, simulando un

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ladrido—. ¿A qué te refieres con«deshacernos»?

—Dejar ir. Echar. Despedir.—¿Cómo puede ser eso? En el

funeral dijo… perdón, quiero decir quele dijo a Ross que trabajaría esta noche.

—Estaba aquí, antes, por eso ahoraya no está.

—Pero no puedes echar a nadie deesa manera. ¿Qué se supone que hahecho?

—Atacar a un cliente e intentarahogarlo. Supongo que ni siquiera túcontratarías a un tipo capaz de hacereso.

—¿Quién dice que Wilf ha hecho tal

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cosa? —interviene Mad.—Yo lo hago. Todo el mundo

presente en la firma del autor. Losvídeos de seguridad también.

—Me gustaría verlos —dice Agnes.—Cuando tengas alguna autoridad

podrás. Si no han sido borrados paraentonces.

Agnes abre la boca, y Angus hace deventrílocuo:

—Encargado llama al trece, porfavor. Encargado llama al trece.

—He ordenado las existencias enlos estantes para que os pongáisdirectamente a trabajar. Colocadvuestros libros y luego decidiremos

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quién se encarga de los de Wilf —diceWoody, y vuelve a su oficina a todamecha.

Agnes apoya los antebrazos en lamesa con un golpe sordo.

—No sé qué cree poder esperar denosotros después de hablarnos así.

—No creo que a mí me dijera nadaespecialmente malo —dice Mad.

—Oh, ¿solo somos un equipo cuandonos conviene?

Mira a todos con tal fiereza quenadie se atreve a contestar.

—No veo por qué tenemos queseguir trabajando aquí si puede echarnoscuando quiera si le da la gana.

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—No es tan simple, ¿no? —diceRoss—. Parecía tener una razón parahacerlo.

—Tú precisamente deberías ser laúltima persona en desear que perdamosa alguien más. ¿Qué decís los demás?

—Ahora estamos aquí. Dices quesomos un equipo. No quieresdecepcionarnos —responde Jill cuandose recupera de la sorpresa de oír lo queAgnes le acaba de decir a Ross.

Ha bajado la voz. Al principiopiensa que está intentando mantener ladiscusión lejos de los oídos de Woody,¿pero es probable que este escuche algocuando no para de repetir la pregunta

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«¿quién es?», al teléfono? De repentetiene la sospecha de que la discusión haatraído a un curioso al almacén; inclusocree oír un rostro apoyándose en lapared para escuchar, pero el sonidoviene de tan abajo que quien sea debe deestar a cuatro patas. Da un respingocuando alguien entra en la sala, pero essolo Ray saliendo de su oficina.

—Jill, está bien —murmura—.Hagámoslo bien esta noche yenseñémosles a los jefes que somosunos trabajadores fiables, después deesto hablaré con Woody de lo quequeráis, lo prometo. Si queréis les diréalgo a los jefazos mientras estén aquí.

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—Es suficiente, ¿no? —dice Mad aAgnes, que la mira como si no tuvieraderecho a hablar. Jill está a punto demostrar su acuerdo con Mad, sobre todoporque siente que todos están hundidoshasta el cuello en la corriente de susemociones.

—Jill al escaparate, por favor. Jillal escaparate —suena la voz de Connie.

Eso le recuerda a Jill que no hayventanas en el piso superior. No es deextrañar que se sienta tan asfixiada.Escapa de la sala aliviada, a pesar de iren busca de Connie, y sigue así al menoshasta que la ve. Connie está de pie frenteal escaparate, martilleando con sus uñas

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el borde del carro con un ritmo infantilinspirado en el Vivaldi de los altavoces.

—Pensé que ya habrías terminado—dice—. Mejor pongamos de momentoestos libros en el suelo junto a laestantería. Esta noche vamos a necesitartodos los carros.

Es una pena que esperaras a que lohiciera, está a punto de decir Jill.

—¿Vas a querer estos? —preguntaConnie.

Señala tres versiones del libro deBrodie Oates con sus caras zapatillasdeportivas multicolor.

—Te dejo decidir dónde quieresponerlos —dice Jill con la más dulce de

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sus sonrisas.Por un momento casi espera oír la

voz de Woody por megafoníafelicitándola por ello, pero entonces ledistrae una mancha en el exterior de laventana. Algo ha surcado el cristal máso menos a un metro de altura, bienpodría ser un niño marcando suterritorio como un caracol consobrepeso dejando un rastro grisáceodescolorido. La irregular franja estámarcada por huellas parecidas a besosde una boca grande, ancha y torcida. Nova a llamar la atención de Connie alrespecto; podría hacerle limpiarlo.Mientras Jill vacía el carro y coloca los

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libros de Oates al principio de unpasillo, Connie recoge del suelo lasimágenes del autor y, arrugándolas conun placer visible, las metecuidadosamente en la papelera de detrásdel mostrador. Se frota las manos, bienpara secárselas o bien en señal detriunfo, y el teléfono suena por toda latienda.

Cualquiera está más cerca de ellosque Jill, quien se ocupa en ordenarlibros para que Connie conteste.

—¿Perdón? —dice Connie alauricular, y lo repite tras una pausa. Jilllevanta la vista y se encuentra sus ojos.Algo parecido a un gesto divertido

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asoma a su rostro, sin soltar el teléfono—. ¿Es para ti, Jill?

Si es así, a Jill no le gusta sureacción. No le arrebata el aparato delas manos, pero espera hasta que Connieva camino del almacén para hablar.

—¿Hola?Al principio no puede oír a nadie.

Está a punto de devolver el teléfono a sulugar cuando una voz parece formarseentre la emisión de ruidos.

¿Intenta decirle algo concreto? Nopuede distinguir los sonidos. Jill setensa para intentar descifrar el monótonomurmullo que parece abalanzarse sobreella. Le duelen los oídos del esfuerzo

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por entender la frase que se repite comoun ensalmo. Quizá «pequeño» o«pequeños». El sonido parece salido deuna vieja grabación estropeada por eltiempo y a punto de comenzar adetenerse poco a poco. Debe de ser unabroma, ¿pero de quién y para quién? Seenfada consigo misma por quedarse allíesperando una respuesta a esa pregunta,concentrándose por completo en ellocomo si significara algo en absoluto.

—¿Hola? —pregunta—. ¿Quién hayahí en realidad?

El canto parece estardesintegrándose, hundiéndose de nuevoen la electricidad estática. Las palabras

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suenan más suaves, medio digeridas porel ruido blanquecino.

—Si no oigo nada más ahora mismo,colgaré el teléfono —dice, como si seestuviera dirigiendo a un niño, quizás amenos que eso. Cuando su amenaza nosurte ningún efecto audible, le haceseñales a Angus para que se acerque almostrador—. ¿Oyes algo?

—No lo sé —dice al principio, ytras escuchar unos segundos más, añade—: No mucho.

Recupera el auricular y encuentrapoco más que un siseo que pasaría poruna voz si la boca de la que provinierase estuviera licuando.

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—Me gustaría que fueras másconcreto de vez en cuando —le dice aAngus colgando el teléfono.

No debería enfadarse con él. Correhacia arriba para alcanzar a Connie, queestá rodando el carro dentro delalmacén; el montacargas debe de habertardado.

—¿Por qué me pasaste esa llamada?—trata de saber Jill.

—Ross, coge este carro ahora queestá libre —le dice a Ross, y cuandoeste obedece, se vuelve hacia Jill—:Pensé que era un niño.

—No soy la única aquí con uno.—A mí no me mires.

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—No pensaba hacerlo. Todavía nome has dado una razón que explique porqué me has pasado la llamada.

—Se suponía que era un críohaciendo una trastada, ¿no era eso? ¿Latuya no se porta mal? Vaya angelito.

—Por supuesto que a veces se portamal, ¿no lo hacemos todos, Connie? Esono significa que esa llamada tuvieranada que ver con ella. No tienes ningúnderecho a suponer que así era.

—De acuerdo entonces, quizá ibasobre aquellos chicos que dieronproblemas en el concurso. No irás adecirme que no tuviste nada que ver.

—Y Mad, y también Wilf.

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—No andaban cerca. Tú sí. ¿Nopudiste lidiar con el que llamaba? Nocreí que tuviera que quedarme por si nopodías.

—No había nada con lo que lidiarcuando me pasaste el teléfono, ni creoque tampoco antes. Ha sido solo unaestúpida e inútil broma.

¿Suena eso a una acusación?Simplemente intenta convencerse a símisma. La llamada, o la interpretaciónde Connie, o ambas, la han puestonerviosa respecto a Bryony, más si cabeporque no sabe la razón. Mientrasconsidera una manera de retirar lodicho, oye hablar al montacargas. Suena

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desde más abajo del huecocorrespondiente, tan distante que laspalabras que le llegan son demasiadoparecidas a las de antes en el teléfono.¿Es una idea infantil? ¿No eran losbalbuceos también infantiles?

—¿Lo dejamos? —sugiere—.Estamos actuando igual que niñas deparvulario.

Los labios de Connie se tensan y seestrechan antes de hablar.

—Me comportaré como unaencargada en todo momento. Quizás asírecuerdes cómo debes comportarte tú.

El ascensor anuncia su apertura ycumple su palabra, dejando al

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descubierto un carro vacío.—Carga todos los libros que puedas

y déjalos junto a los estantes a los quepertenecen para que otro puede usar elcarro —dice Connie, marchándosecamino de la oficina.

Jill atrapa el carro al tiempo que elmontacargas comienza a deslizar suspuertas para cerrarse. Mientras acelerahacia el almacén se imaginaatropellando a Connie en lo que despuésde todo sería solo un desgraciadoaccidente, pero la estancia está desierta.Un libro cae de uno de los montonessobre los estantes, y luego el silencio setorna quedo y denso. Debe de haber sido

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un libro, aunque ha sonado extrañamentesuave y voluminoso. No es de extrañarque sus nervios estén distorsionando susimpresiones, ya que está preocupada porBryony. Mete libros a montones en elcarro hasta llenarlo por completo, y loempuja de nuevo en dirección almontacargas, el cual se abre tras alzar suquejumbrosa voz. Entra con el carro yaprieta el botón con el pulgar, paraluego salir corriendo camino delteléfono junto a la zona de Adolescentes.Durante un momento, gracias a Dios máslargo que de costumbre, un imaginarioparche en su cerebro cubre el lugardonde debería de estar el número de

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Geoff; superado ese momento, lo marca.—Hola. Geoff está, o quizá no está,

y por eso estás escuchando esta cinta.Sea lo que sea lo que estoy haciendo,espero que estés pasándolo tan biencomo yo. Cuéntame lo que quieras y noolvides decir al menos quién eres ycómo puedo ponerme en contactocontigo.

—Soy Jill. Es mami, Bryony, siestás escuchando —añade Jill, pero noobtiene respuesta—. Pensé que estaríaisen casa ya, supongo que habéis ido aalgún sitio a cenar, ¿verdad? No osmolestéis en decirme que soy idiota porhacer una pregunta sabiendo que no voy

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a obtener respuesta. Solo quería decirque estoy en el trabajo y que estoy bien,Bryony, así que asegúrate de dormir pormí. Si tienes ganas de darme las buenasnoches, puedes llamar a este número —está lo bastante desesperada parasugerir, leyéndolo entonces del plásticopegado a la terminal—. Deberías decirtu móvil en el mensaje, Geoff, y asípodría hablar ahora con ella.

Eso último alcanza a otrodestinatario. Connie ha arrastrado uncargamento de libros a la sala de ventasy espera con monolítica paciencia a queJill repare en ella. Cuando se vuelve,una vez que ha acabado con el teléfono,

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Connie abre las manos.—Encontré esto en el ascensor. ¿Ya

te has cansado de trabajar?—Por supuesto que no. Iba a ir a

recoger mis libros. Solo intentaba hablarcon mi hija. No me ha sido posible,quizá lo hayas oído.

—No sé qué pretendes que haga yoal respecto.

Lo sabe perfectamente, y por esodice lo contrario.

—Tienes el móvil de Geoff,¿verdad? Yo lo tenía, pero lo hacambiado hace poco —le lleva a decirla ansiedad por hablar con Bryony.

—Es posible que lo tenga en alguna

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parte.—Entonces podrías dármelo.—No lo creo.—¿Por qué no? —su pregunta suena

tan pueril como considera elcomportamiento de Connie—. ¿Por quéno?

—Deberías de saber por qué.—Porque disfrutas no haciéndolo.—No, Jill —dice tan lapidariamente

que casi convence a Jill de que estádiciendo la verdad—. Porque a nadie leestá permitido hacer llamadaspersonales salvo en caso de emergencia,y no me parece que estemos ante una, yeso sin mencionar lo que cuesta llamar a

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un móvil. Me sorprende que necesitesque te lo diga, pero no esperarías que nolo hiciera, ¿verdad? Hace unos pocosminutos me pedías que actuara como unaencargada.

—No pensé que fueras a tener encuenta mis deseos.

—Correcto, tengo que tener encuenta los de la tienda, y espero que esoes lo que hagamos todos.

—Eh, dejadme ver vuestrassonrisas. No hay motivo para que notengamos que divertirnos esta noche —dice la voz de Woody desde los cielos,antes de que Jill pueda pensar en unaexcusa o un modo de retirar lo dicho

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para renovar su plegaria.—¿Le vas a llevar la contraria? —

dice Connie exhibiendo una sonrisa que,Jill está segura, da muy bien en cámara—. Olvídate de tu hija un rato. Comodijiste antes, la están cuidando.

Le acerca el carro a Jill y se apartade él. Las palabras se agolpan en laboca de Jill, pero se las arregla paracontenerse de gritarle a Connie quealgún día sabrá lo que es tener un hijo.En vez de eso, lleva su carro hasta susestanterías.

Los libros bien podrían ser cajas sinnada útil dentro, o incluso podrían estarvacíos. Esto es lo que significan los

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libros para ella mientras los ordenadentro del carro y los coloca en su lugaren los estantes apropiados. ¿Cómo esque se siente así si ella ama los libros yentró a trabajar en Textos por esacircunstancia? Quizá la novela deBrodie Oates la ha enemistado con lalectura, pero tampoco ha leído muchodesde que entró a trabajar en la tienda;de hecho, no recuerda haber visto aninguno de sus colegas haciéndolo.Ahora no tiene tiempo para pensar enello, porque sabe qué se estáinterponiendo entre ella y los libros, yes su preocupación por Bryony. Alregresar de dejar el carro junto al

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montacargas, contempla la nieblailuminada por los focos del exterior,pesada como una capa de terciopelopodrido, una gigantesca cortina grisáceaque se agita alejándose torpemente deella cuando se acerca a la ventana. ¿Y sihubiera una emergencia? ¿Cuánto tiempole llevaría conducir a través de esaoscuridad hasta llegar a donde estéBryony? Tiene que convencerse de quesu hija está sana y salva, no tienerazones para pensar lo contrario.Archiva y mueve libros por los estantes,y de estante en estante, causando ruiditossordos tan tontos y repetitivos como suspensamientos. Woody ha descargado un

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carro en la sección de Wilf y colocalibros con unos movimientos rápidos ybruscos que ella no puede evitar tomarsecomo una aparentemente ilimitadacrítica a su propio ritmo. Bryony debede estar a punto de llegar a casa, másbien a la de Geoff, y cuando oigan elmensaje de Jill, seguramente llamarán.No obstante, cuando un coche apareceentre la niebla y se detiene cerca de laentrada, espera que ellos vayan dentro.

No es un Golf. Es un Passat, y Jakese baja por el lado del pasajero. Estánllegando los empleados que quedan; ahíse ve a Greg a través del empañadoescaparate. Jill no está segura de si esa

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es una de las razones por las que Jake seagacha para darle un largo beso alhombre en el asiento del conductor.

Greg gira su torso al completo paraevitar ver el espectáculo, y se encuentraal otro lado del cristal con la mirada deJill, totalmente exenta de desaprobación.Greg avanza hasta los arcos deseguridad y se queda de pie junto aellos, como para afianzar su estadovigilante.

—No hay excusa para uncomportamiento que algunas personaspueden considerar ofensivo —dice antessiquiera de que Jake se acerque lobastante.

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—¿Qué estás llamándome, Greg?El ceño de Frank el guardia aparece

a grandes zancadas desde la sección deErotismo.

—Aquí estoy yo.A Jill no le gusta ver a nadie

acorralado, ni en el patio del colegio nien ningún sitio.

—No hay nada malo en mostrar unpoco de afecto —exclama para los tres,lanzando a su vez una sonrisa de la queWoody estaría orgulloso, salvo que estédemasiado metido en sus libros paraverla.

—Quizá vosotros dos lo sintáisalgún día —le dice Jake a Frank y Greg

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—. Quizá os presentéis en un bar deambiente una noche de estas, tanto queprotestáis.

Esa beligerancia les concede másimportancia de la que Jill pretendemostrarles. Se limita a sonreír a Jakemientras este se dirige a la sala deempleados, no sin antes lanzar un beso ydespedir al coche con la mano. Greg yFrank se hacen un gesto de disgusto conla cabeza antes de que el primero siga aJake. Jill intenta no imaginar quéimpresión da eso en este contexto, perotiene que contener una risita. Segundosdespués, la diversión vuelve a dejarpaso a una multitud de libros.

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¿Le está entrando fiebre? O loslibros son ahora más pesados, o lo sonsus brazos, mientras no deja de buscarhuecos para colocar un libro y otro yotro. Increíble e imposiblemente,Woody ha terminado con los suyos y vaa buscar más. No sabría decir si sucuerpo está caliente, frío, o ambascosas, debe de ser efecto de la niebla,que se cuela invisible por la puertaabierta. ¿Puede poner sus sentimientoscomo excusa para marcharse? ¿Está tanpreocupada como para ir al piso deGeoff y quedarse esperando fuera sitodavía no han llegado? ¿Qué malditarazón hay para que esté tan nerviosa,

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aparte de su estado mental? Lo que sabees que cuando el teléfono suena, sienteel sonido como un gancho que le tiradesde el interior de su cabeza. Corre acogerlo en Información, antes de quenadie lo coja en otro sitio.

—¿Hola? —desea en voz alta.—¿Quién eres?Quiere creer que la confusa voz

pertenece a Geoff, pero no hay razónpara hacerse ilusiones.

—Soy Jill —dice, y tiene tiempopara añadir—: Jill de Textos en FennyMeadows.

—Hola, Jill —dice la voz junto a unbostezo ahogado que torna innecesario

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lo siguiente—: Soy Gavin.—¿Dónde estás? Suenas extraño.Concretamente, su voz parece en

peligro de ser tragada por laelectricidad estática. De hecho, cree queha sido así hasta que Gavin vuelve ahablar.

—No lo sé, por eso llamo.—¿No sabes dónde estás? Oh,

Gavin. —Siempre ha sospechado quetomaba drogas, y en estos momentos sesiente ferozmente maternal—. ¿Qué tehas hecho?

—Nada. Es la niebla —dice su vozalejándose poco a poco, tanto que noestá segura de oír lo que añade—: Es

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peor que la niebla.Jill aún piensa que es cosa de

drogas.—Gavin, debes de saber al menos

desde dónde llamas.—Mi móvil.Su resentimiento deja paso a un

bostezo que debe de estar permitiendo elpaso a gran cantidad de niebla dentro desu boca.

—¿Pero cómo has llegado al lugardonde estás? —insiste.

—Cogí el autobús y bajé por lacarretera de siempre, pero he andadomucho más rato que de costumbre. Debode haberme metido sin querer en una

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carretera secundaria, no tengo ni idea.—¿Quieres que alguien vaya con el

coche a ver si te encuentra?—No es una buena idea con esta

mierda de tiempo. Gracias de todosmodos, me doy la vuelta a ver si doy conel camino. No sé a qué hora llegaré.

—¿Se lo digo a Woody?—Podrías pasarme con él.A Jill le cuesta recordar los botones

necesarios para poner en espera a Gaviny hablar por megafonía.

—Woody, llama al doce, por favor.Woody…

—Eh, soy casi tan rápido cogiendoel teléfono como tú, Jill. ¿Qué pasa? —

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interrumpe Woody en el auricular.—Gavin se ha perdido y no sabe

cuándo podrá llegar.—Ya estamos viendo en quién se

puede confiar, por lo que parece. ¿No seatrevió a decírmelo él mismo?

—Quiere hacerlo, está en línea.—Vale, pásalo.Woody parece capaz de culpar a

Gavin no solo de su ausencia, sinotambién de ser el tercer desertor. Jillsaldría en su defensa si se le ocurrierauna manera de hacerlo, pero antes deque su cabeza se ponga a maquinar una,el teléfono la excluye de laconversación. Un clamor de libros en

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los estantes acompaña el regreso a sutarea. Prácticamente todo el mundo estácolocando; las únicas personas en latienda aparte de los empleados son doshombres decididamente calvos sentadosen los sillones que protegen sus librosinfantiles como tesoros que alguienestuviera a punto de arrebatarles, aunqueninguno parece tener unas especialesganas de leer. Al volver a colocar, Jilltiene la sensación de que forma parte dela maquinaria de la tienda, unagigantesca máquina preocupada porcausar ruido sordo tras ruido sordo, deforma tan monótona que cada sonidopodría estar quitándole todo contenido

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inteligente a los volúmenes que golpeanlas estanterías. Muy deprimida debe deestar para tener esos pensamientos; paraser sinceros, siente su mente gris ybloqueada. Quizá sea otro síntoma de loque sea que juega con su temperaturacorporal y no le quita la sensación depesadez en los brazos ni siquiera cuandodeja de manipular libros. De todasmaneras, no está tan machacada comopara no correr a Información paradescolgar uno de los teléfonos cuandoestos vuelven a entonar su coro.

—¿Hola? —resuella.—Soy yo otra vez.—Oh, Gavin —dice tratando de

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ocultar su decepción—. ¿Te paso aWoody?

—Esta vez no, tú me valdrás.Respondería con divertido

resentimiento, o quizá con uno no tandivertido, si la voz de Gavin no sonaratan distante, peligrosamente a punto deser tragada por la nada.

—¿Para qué?—Ya he intentado decírselo. Pero

pienso que esta vez alguien deberíaescucharme.

—Eso hago, pero ¿adónde has ido?—No lo sé todavía. Por eso he

pensado en llamar mientras pueda. Laniebla no le está haciendo ningún favor a

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mi batería.—¿No deberías ahorrar una poca

por si alguien va a buscarte?—No sé quién me va a encontrar en

medio de esto —teme. Piensa que unacorriente de electricidad estática se hallevado su voz hasta que dice—: ¿Quées eso?

Aunque supone que es una preguntapara sí mismo, le dice:

—¿El qué, Gavin?—Voy a ver. Escucha, mientras lo

hago voy a contarte… —continúadiciendo, ahogando un bostezo ytragando niebla—. Espera.

—Eso es lo que estoy haciendo.

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—Estoy casi en la tienda, o puedeque sea la parada de autobús. Hay unaluz, pero es rara.

—¿Cómo de rara?—No sé, no debería de estar

haciendo eso. Bueno, lo que te decía,cuando volví a casa esta mañana mepuse a ver…

—¿Hola? ¿Gavin? ¿Hola?Solo responde el chisporroteo.

Cuando Jill aprieta el auricular contra laoreja, parece percibir un mínimo rastrode su voz, pero ya no se dirige a ella.Eso es lo que colige de su tono antes deque se hunda definitivamente en laelectricidad estática, la cual imagina

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resurgiendo triunfal. Entonces el aparatose convierte en un amasijo de plásticomuerto, que comienza a hacer descender.

—¿Era un cliente? —aparece la vozde Woody antes de que lo haga.

—Era otra vez Gavin.—No me extraña entonces que no

estuvieras sonriendo. ¿Qué problematiene ahora?

—Sigue intentando orientarse. —Laobsesiva vigilancia de Woody la estáponiendo nerviosa, pero no le impidecomentar—: Me dijo que te estabahablando sobre algo que vio estamañana.

—Se referiría a que ordené la tienda

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antes de que llegarais todos.—¿Estás seguro de que era eso? Me

dio la impresión de que era algo urgente.—¿Qué sugieres entonces?—No tengo ni idea. Pensé que tú sí.—Te acabo de decir la mía. Quizá

deberías confiar en mí, ¿no? No dejesque te distraiga de tus libros a no serque tengas algo más que decirme.

Jill se lo imagina observando cómocuelga el teléfono. Imagina que le estásonriendo mientras mira hacia abajo,aunque en realidad debe de estarsonriendo mientras mira la pantalla; encualquier caso, el pensamiento tensa suboca. Siente a Woody espiándola desde

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las alturas mientras regresa a su sección.Aporreando libros en los estantes, mirarepetidamente por el cristal con laesperanza de ver llegar a Gavin, peroeso no sucede. Las furtivasaproximaciones y retiradas han de sercosa de la niebla, no figuras entrando ysaliendo de ella. Seguramente Gavin viola parada de autobús o, si las luces seestaban moviendo, los faros de loscoches de la carretera desde la quesalió. Los teléfonos renuevan suinvocación, y siente claramente quetiene un motivo extra para lanzarse haciael aparato más próximo.

—Jill —le dice exhausta al auricular

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—. Jill en Fenny Meadows.—Soy yo, mami.Por supuesto, Jill se siente aliviada.

No obstante, no puede evitar estarlevemente decepcionada de que no seaGavin asegurando que está sano y salvoy listo para responder a la pregunta queestá deseando reformularle.

—¿Estás en casa de tu padre,Bryony? —pregunta.

—Acabamos de llegar. Hemostenido una cena muy agradable.

—Me alegro. ¿Qué tomasteis?—Hamburguesas. Yo me tomé una

gigante, y papi tuvo que ayudarme aterminármela.

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—Espero que no te quite el sueño.Ya deberías estar en la cama para irmañana al colegio.

—Me voy dentro de poco. Soloquería darte las buenas noches, como mehas dicho. Estoy segura de que dormiré.

—Eso es lo que quería escuchar.Jill sonríe, pero luego se le tuerce la

sonrisa al pensar que Woody puedacreer que es responsable de ella.

—¿Hay mucha gente ahí? —preguntaBryony.

—Casi todos a los que lescorresponde estar.

—Papi dijo que sería así. Entoncesestaréis a salvo, todos juntos.

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Apenas es una pregunta, si es quesiquiera lo es. Quizá Jill siente que debede ser una pregunta porque no quiereque su exmarido hable por ella.

—Estoy segura de que estaremostodos bien —dice—. Duerme mejor quenunca y mañana yo haré lo mismo.

—Buenas noches, aunque no lo seránpara ti, ¿verdad?

—Porque mañana será un buen día,quieres decir. Mientras sea eso, y asíserá, y tú puedas despertarme cuandovuelvas a casa de la escuela.

—Lo haré con mucha suavidad.—Lo sé —dice automáticamente. Se

han quedado sin razones para seguir

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hablando. De repente, Jill tiene miedode que Bryony le pregunte si quieredecirle algo a su padre, pues no es así—. Buenas noches, entonces. Buenasnoches —dice, y corta ella la llamadaantes de que repetir lo mismo de nuevole haga sentir estúpida. Otra vez, elteléfono la interroga.

—¿Era otra vez el niño perdido?—Era mi hija preguntándome cómo

estaba.—¿Por última vez esta noche,

verdad?—Eso creo. Se va ahora a la cama.—Que se quede en ella. Que todos

los que no tengan nada que ver con la

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tienda nos dejen tranquilos esta noche.Jill no sabe qué responder a eso.

Acalla el auricular colocándolo en sulugar y sigue la ruta habitual de vuelta asus estantes. Los libros la esperan, losbrazos ya le vuelven a pesar. Al menossabe que Bryony está bien. Seguramentedebería de aligerar su mente, pero porun momento, hasta que tiene éxito enrenunciar a la poco bienvenida idea,piensa que Bryony la ha librado de suúltima excusa para escapar de allí.

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Woody

¿Quién le falta en este acuario? Esoparecen sus empleados, criaturas tras uncristal, nadando entre un entorno grisque las imágenes del monitor a vecesadhieren contra ellos como reflejos.Jake es la criatura que se muevenerviosamente de vez en cuando. Greges el resuelto que solo se mueve cuandotiene motivos para ello. Desde aquíarriba, Woody es capaz de contemplarlos patrones que los rigen. Greg semantiene bien alejado de Jake, y Angusevita a Agnes como si la similitud de sus

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nombres los separara, y no es queWoody lo culpe por ello. Ross es lacriatura que parece necesitar lapresencia de Woody para inculcarlevida, se mueve más lentamente que losotros y mantiene la cabeza gacha. Puedeque sea para evitar tener contacto visualcon Mad, que se pega como una lapa ala estantería más cercana cada vez queél pasa cerca. Por otro lado, Jill seyergue como si fuera capaz de atacarpara defender su terreno cuando Conniemerodea por algún lugar cercano. Losempleados son más ellos mismos cuandose olvidan de que están siendoobservados. Woody desearía que a

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alguien se le hubiera ocurrido ponercámaras en la oficina exterior y en lasestancias de arriba. Oye a Ray y a Nigelen un ordenador detrás de la puerta, y unapagado tintineo de libros en un estantedel almacén. En un momento, sinembargo, Ray aparece por la salida delas escaleras de la sala de empleados yse da un paseo para animar a todos losque están colocando, agachándose parahacer resurgir un cúmulo gris tras otro;parece parte del ritual. Si queda alguienno puede estar ni en la oficina ni en elalmacén, y cuando Woody mira en elexterior de su despacho, encuentra laspantallas tan quietas como las paredes,

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aunque más grises. La oficina estádesierta. Está a punto de localizar aNigel en el almacén para confirmar queacaba de apagar el ordenador en elmomento que suena, alta, la voz de Jill.

—Woody, llama al doce, por favor.Woody, llama al doce.

Woody corre hasta su escritorio paraobservarla mientras hablan. Está detrásdel mostrador de nuevo, mirando haciaarriba como preguntándose dónde estánsus ojos.

—Te gusta el teléfono hoy, Jill —apunta.

—Pensé que sería más rápido quesubir a buscarte.

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Soy fácil de encontrar. No tengopérdida, siempre estoy aquí.

—Bueno, ¿qué te ha alejado de tusestantes esta vez?

—Me preguntaba si tenemos elmóvil de Gavin.

—¿Para qué lo necesitas?—Por si no podemos localizarlo. Su

teléfono se cortó, pero a lo mejor puederecibir llamadas aunque no puedarealizarlas.

—Ya tenemos trabajo esta noche, yno consiste en buscar a Gavin.

—Me gustaría saber que está bien,¿a ti no?

—Me gusta saber dónde están mis

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empleados, está claro —dice, y alhablar en voz alta es consciente de susonrisa—. Vale, déjamelo a mí.

Jill se toma su tiempo, y lo másimportante, el de la tienda. Una vezsuelta el teléfono examina el techo comosi pensara que no ha dicho bastante.Mientras regresa a su sección, no contanta ansia como a él le gustaría, Woodyestá a punto de decirle por megafoníaque se acuerde de sonreír, pero no hayclientes, exceptuando a los dos hombressentados en los sillones cuyas calvascabelleras lucen tan brillantes como unaroca pulida. ¿Y si mañana tampoco hayclientela? Al menos todo estará

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ordenado para la visita. Quizá deberíaalegrarse de que Gavin no esté paraminar la imagen de la tienda, no solocon su constante somnolencia, sinotambién con esa tontería que al menos nole ha llegado a contar a Jill. Si el mismomaterial se ha grabado en más de uncasete, eso quiere decir que el mismocliente falsificó las cintas dos veces yusó a otra persona para devolver lasegunda, eso si es que no se trastocaronlos recibos. Si Gavin planea seguirdando la lata con eso, quizá Woodydebería averiguar dónde se encuentra.Enciende el ordenador.

El escritorio de Windows parece no

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tener prisa por aparecer. Pasandemasiados segundos antes de que en lapantalla aparezcan varios símbolosrudimentarios que se agitan y oscurecen.Un temblor recorre la superficie bajo elcristal como si estuviera despertando oa punto de hacerlo, y Woody cree veruna turbulencia similar en el monitor deseguridad; casi piensa que el suelo bajosus pies se mueve también. No es deextrañar que esté cansado, pero no va adejar que lo noten sus empleados. Se lasarregló para cabecear intermitentementeen su despacho la noche anterior, y nonecesitará de más descanso hasta queacabe el día de mañana. No le estaría

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pidiendo al equipo que se mantuvieradespierto toda la noche si no se hubierademostrado que él mismo puede hacerlo.Cierra los ojos durante lo queseguramente son unos momentos, ycuando mira de nuevo, la pantalla estárepleta de iconos listos para sercliqueados.

Abre la lista de empleados yparpadea para verla claramente. ¿Nohay demasiados nombres? Esa idearecalienta sus ojos y su cerebro hastaque se da cuenta de que Ray ha añadidoa Frank a la columna y no ha quitado aLorraine, pues se supone que debeseguir en ella para que sus padres

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cobren el último cheque de su salario.Cuando Woody se convence que no hayningún nombre intruso, hace clic sobreel de Gavin para ver sus datos. La tiendatiene su número de móvil y el de sucasa.

El móvil da señal de llamada. Enteoría se ha quedado sin batería, a no serque Gavin lo haya apagado. ¿Y si estabamintiendo y realmente estaba durmiendoen casa? Woody deja sonar ese teléfonohasta que pierde la cuenta de los tonos,pero sin respuesta, ni siquiera de uncontestador automático. En realidad,espera que Gavin esté camino de casa;pueden pasar sin sus contagiosos

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bostezos en una noche propicia paraellos, o sin sus irrelevantespreocupaciones. Si esto significa que elresto del equipo tiene que trabajar másduro, ¿no va eso a provocar que se unanmás? Tienen toda la noche para hacersea su ausencia. Un esfuerzo extra es unpequeño precio a pagar a cambio de unmejor rendimiento, sin la presencia deGavin, Lorraine o Wilf.

Woody está soltando el teléfonocuando oye movimiento en la oficina deafuera. Una mirada a las figuras grisesagachándose como animales en unabrevadero le da una idea de quién es.

—Nigel —lo llama.

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Estoy aquí, no allí dice su cabezacomo gastándose una broma a sí misma.

La piel de Woody se está tensandoante la idea de que Nigel se esté uniendoa Gavin en su intención de causarconfusión en la tienda, pero se da cuentade que Nigel piensa que estaba usandoel teléfono para llamarle. Woody agitalas manos antes de colgarlo.

—Acabo de hablar con Gavin —ledice a Nigel—. No parece estarintentado unirse al equipo condemasiado empeño, por lo que parece.A lo mejor se ha quedado en casaviendo vídeos.

—¿Por qué eso concretamente?

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—Me dice que le diste un par devídeos, supongo que olvidaste que sonpropiedad de la tienda.

—Fueron devueltos. No quieres quenadie los vea, entonces.

—Puedo hacerlo yo en la tienda devídeos si es necesario. ¿Por qué ponesesa cara, no confías en mí?

—Estoy seguro de que todosdebemos hacerlo. ¿Por qué lo preguntas?No deberías cargarte con tantaresponsabilidad, si me permites que tediga —sugiere. Cuando Woody no dejade sonreír, Nigel se echa hacia atrás, yWoody piensa que se ha retirado, hastaque le habla a Ray—: ¿No crees, Ray?

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¿No está Woody intentando abarcardemasiado?

—Debo decir que tienes aspecto deestar bajo una gran tensión, Woody —dice Ray, apareciendo junto a Nigel—.Recuerda que nos tienes a nosotros y aConnie para darte todo el apoyo quenecesites.

—Hay mucho que hacer —diceWoody, sintiendo como su sonrisa seensancha—. Parece que va a haber quecolocar las existencias de Gavin, apartede lo de Lorraine y Wilf.

—Nos referíamos a las presiones dela dirección —dice Nigel.

—¿Sí? Yo pensaba en lo mejor para

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la tienda, y eso consiste en bajar todoslos libros, vídeos y discos compactos ala sala de ventas y ponerlos en orden.¿O esperáis que haga vuestra parte?Pensé que hace un momento me decíaisque ya hago bastante.

Ray y Nigel intercambian unamiradas que se supone no quieren queWoody advierta y que le traen a la mentela imagen de dos colegiales en la puertadel director de la escuela.

—Podemos hacerlo, ¿verdad? —ledice Nigel a Ray—. Llámalo un partidosi quieres. Yo colocaré para el equipode los estofados y tú para los mancos[4].

Ray le mira fijamente y se le acelera

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la respiración.—No sabía que te fueran los

deportes.—Eso es un poco duro por tu parte,

Ray. Jugaba al criquet en mi colegio, ycubría bien mi posición.

—A nosotros nos gusta el fútbol, alos de Manchester. Nos ponemosagresivos y jugamos duro.

—Perdona si no use la palabraadecuada. Mancunianos, ¿es esa mejor?

—Puedes usar todas las palabrasque quieras, querido. Lo importante esque ahora sabemos lo que piensas.

Al principio parecen dispuestos aalargar su discusión, pero Nigel se gira.

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Ray le sigue, y Woody también, despuésde apagar el ordenador. Ray y Nigelcargan carros entre el ruidoso estruendode libros y madera. Woody encuentra uncarro junto al montacargas y lo llena depuñados de libros de Gavin, luego lomanda para abajo y, para cuando lapuerta del montacargas se vuelve aabrir, ya está allí esperándolo.Seguidamente, lo aparca en la secciónde Vida Salvaje.

—¿Contactaste con Gavin? —seacerca Jill a preguntarle.

—Lo intenté con los dos números.Nadie en casa y nada en el otro.

Woody ha empezado a ordenar su

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carro a modo de indicación para quevuelva a su trabajo cuando Agnes sesuma al interrogatorio.

—¿Qué le ha pasado a Gavin? —cree tener derecho a saber.

—¿Jill? Tú eres única que ve algúnproblema.

—Llamó para decir que estabaperdido en la niebla, y ahora dices quesu móvil está inoperativo, ¿verdad,Woody?

—Alguien debería llamar a lapolicía, ¿no crees, Jill? No sabemos loque le puede haber pasado.

—Eso me dejaría más tranquila.—Eh, ordenar tus estanterías para

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que estén en perfecto estado es lo quedebería dejarte tranquila. Pensé quevosotros los británicos manteníaisvuestras emociones bajo control. Nuncahubiera esperado que quisierais mandara la policía a buscar a un tío que solo seha desorientado en la niebla.

—Un tío —repite Agnes—. Eso eslo que significa para ti. Eso es lo que ala tienda le importan sus empleados.

Se enfrenta a él con una miradapenetrante, y Jill lo intenta con unaversión más amigable y triste. Está apunto de informarles de que eso dependede cuánto le importa la tienda a susempleados cuando los teléfonos

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comienzan a sonar.—Eh, quizá es él —dice Woody

acercándose al más próximo—. Quizá lohabéis invocado.

Al agarrar el teléfono vuelve a ser élmismo.

—Textos en Fenny Meadows —seenorgullece en anunciar—. Woody alhabla.

—Pensé por un momento que estabaen Yanquilandia.

¿Se supone que conoce al que llama?El hombre suena como si esperara serreconocido.

—Estoy donde debo estar —le diceWoody—. Soy el encargado.

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—¿Le trajeron para hacerse cargo,verdad? —El acento local del hombrees cada vez más pronunciado, o quizá esmeramente su voz—. Esperemos que seacapaz.

Woody está a punto de preguntarleen voz alta si es alguien que quieraperjudicar a la tienda.

—¿En qué puedo ayudarle? —diceen su lugar.

—¿A mí? No, en nada, más bien alcontrario.

—Adelante. La opinión de losclientes siempre es agradecida.

—Soy algo más que un cliente. Oeso pensasteis en algún momento —dice

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el hombre con un orgullo que seavergüenza de admitir—. Me invitó a ira la tienda, o uno de sus empleados lohizo. Siento haberos rechazado, pero mealegro, después de todo.

—¿Debería saber la razón? Creohaber leído algo de usted.

—No la sabría por lo que ha leído—dice, y aparentemente no tiene laintención de revelarlo por otra vía, yaque pregunta—: ¿Está ahí el tipo querepartía los folletos? Puso uno en micoche y dejó el resto en las tiendas juntoa la suya, como si eso fuera a servir dealgo.

—¿Y por qué no iba a servir?

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—Muestre un poco de sentidocomún, muchacho. ¿Ha mirado a sualrededor últimamente? Mesorprendería que tuvieran algún cliente.

—Eso es porque la autopista estábloqueada en este momento.

—Olvidé que no debería esperarninguna muestra de sentido común —espeta, y antes de que a Woody le détiempo a responder a eso, Bottomley,pues ahora que lo recuerda así sellamaba el escritor, insiste—: Bueno ¿sepuede poner?

Woody mira directamente a Angus,pero no considera ni por un momentopasarle el teléfono.

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—Me temo que deberá dejar unmensaje.

—Dígale que debí de sonar algotosco.

—Estoy seguro de que sabrá eso sinnecesidad de que se lo diga.

—Muy listo —dice Bottomley en untono que quiere decir lo contrario—. Alo que me refería es a que pude ser másclaro cuando tuve la oportunidad. Aquellugar me afectó, esa es la verdad.

—Siendo escritor será capaz deimaginar toda clase de cosas.

—Ese es el último lugar dondeimaginaría algo. No es la clase de libroque suelo escribir, ¿verdad?

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—Honestamente, no sabría decirle.—Hay muchos más como usted. Se

encuentra en el grupo de la mayoría, nohay discusión posible sobre eso. —Suorgullo ha caído hasta el resentimiento,y Woody desea que su indiferencia estéprecipitando el fin de la llamada hastaque Bottomley dice—: Quería que elmuchacho de los folletos no creyera queestaba insultándolo.

—¿Por qué iba a pensar que loestaba insultando? —le pregunta, solopara conocer todos los detalles delincidente antes de hablarlo con Angus.

—No quería decir que no valierapara el trabajo, sino más bien todo lo

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contrario. Usted tendrá incluso máscualificación, ¿verdad?

—Bastante —se defiende, aunque nole ve el sentido a la pregunta.

—Y tampoco reparó en el fallo.Woody se pone furioso al tener que

confirmarlo con su pregunta:—¿Qué error?—Dios santo, ¿todavía no se han

dado cuenta? Es peor de lo que pensaba.No notaron que había una palabra mal enlos folletos.

—Por supuesto que sí. Loarreglamos.

—No en los que repartieron por ahí.—Sí, en esos, había un apóstrofo

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intruso del que nos deshicimos.—Hay muchos sueltos por ahí en

estos tiempos, pero no era ese el error.Hablo de la forma en la que decían quehabía un grupo de letura.

—Lectura, querrá decir.—Sí, pero no era eso lo que decía su

folleto.Woody atrapa uno del montón junto

al teléfono y lo mira atentamente. Por unmomento es incapaz de localizar lapalabra, casi imagina que se le haolvidado leer, y luego la errata le hacedaño en los ojos. Su rabia hace temblarel suelo a sus pies; sin duda así se sienteuno cuando se ríen de él. Su mano está

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haciendo una bola informe del folletocuando Bottomley comenta:

—Parece que ahora ya lo ha notado.—Nos ocuparemos de ello —

promete Woody a través de la más ferozde las sonrisas.

—¿Cómo piensa hacerlo? Si estáculpando a alguien, no ha pillado laidea.

—¿A quién sugiere que le eche laculpa entonces? —pregunta Woody,sabiendo que no le va a gustar larespuesta.

—Inténtelo con el lugar en dondeestá.

—Si tiene alguna queja sobre la

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tienda, estoy a la escucha.—La tienda no —aclara Bottomley,

y rellena la pausa subsecuente con eltintineo de un cristal y el sonido delíquido fluyendo—. Esa es otra cosasobre la que podría haber sido másclaro. Puede que él también pensara queme refería a la tienda.

—Nadie me ha dicho que dijeranada sobre ello.

—Espero que no pensara quemerecía la pena mencionarse. Él creeríaque le estaba preguntando de dóndevenía el nombre.

—Bastante obvio, diría yo.—El de la tienda sí, está claro, pero

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me refiero al complejo comercial.¿Por qué iba a importarle eso a

Woody? El hombre está borracho,amargado y es poco probable que puedadecirle algo que le interese.

—¿Qué pasa con él? —dice paraacelerar el fin de la conversación.

—¿No tenéis los yanquis unapalabra para eso?

—Tenemos muchas diferentes avosotros, ¿cuál en particular?

—Se le está yendo la olla. Se estáponiendo a la defensiva. Empieza asonar como su empleado, que no podíaver el error que estaba repartiendo.

Woody tira la bola de papel a la

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papelera más cercana para dejar dejuguetear con ella en su mano.

—¿Ha terminado de intentar aclararlas cosas?

—Un comentario justo. Me estoycomportando como si yo mismoestuviera ahí. Debe de ser la bebida —dice, aunque sin embargo, Woody le oyetomar otro sorbo antes de preguntar—:¿Lo llamarían Fenny[5] en los EstadosUnidos?

—No lo creo, no de donde yo vengo.¿Por qué?

—Si fuera un pantano…—Pero no lo es.El escritor se queda en silencio el

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tiempo suficiente como para que Woodyespere algo más que las siguientes dospalabras.

—Lo era.—¿Cuándo?—Después de que construyeran una

aldea en el siglo XVII. Si se cree lashistorias, después de otra queconstruyeron en el siglo XV.

—¿Qué historias? —preguntaWoody, por si tiene que cotejar algunade ellas.

—De lo que nadie está seguro es decómo se volvieron locos los segundos.Se supone que por consumir aguascontaminadas. Para cuando terminaron

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de luchar o de lo que fuera que sehicieron los unos a los otros no quedóvivo ni siquiera un niño.

Eso está en su libro, pero Woodycasi había conseguido olvidarlo. Sepreguntaría en voz alta si esa historia seha publicado en algún otro lugar, perohay algo que no entiende.

—¿Entonces qué está diciendo quele pasó a la primera aldea?

—Se hundió, y la otra también.—Quiere decir que la tierra tuvo que

ser drenada. ¿Por qué se iban a tomartantas molestias en construir una aldeaen mitad de la nada?

—No tuvieron que hacerlo, el

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terreno cambió por sí mismo.—Espere un momento. Sé que no

tuvo que drenarse para construir elcomplejo comercial. ¿No me estarádiciendo que se drenó por sí solo dosveces?

—Al menos. —¿Estaba eso en sulibro? No le aporta demasiadacredibilidad, y Woody está a punto dedecírselo—. En algo tiene razón. Erapoco menos que la nada, entonces te daque pensar sobre qué podría llevar aalguien a construir allí —interrumpe suintención Bottomley.

—En lo que respecta a las tiendas,la autopista, claro está.

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—Eso no sería suficiente.¿No sería suficiente para justificar

un complejo comercial? Woody no vequé está queriendo decir. El escritor nodebe de saber mucho sobre negocios;quizá por eso sus libros no se vendendemasiado. La niebla no puede durartodo el año, y una vez que se alce, lastiendas saldrán a flote, al menos Textoslo hará, seguro. Woody asume que elhombre está afectado por la bebida; noha dicho nada a tener en cuenta por él nipor nadie de su entorno.

—¿Entonces ya ha terminado detransmitir su mensaje? —dice sonriendopor la supuesta broma.

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—Parece que debo de haberlohecho. He hecho lo que he podido —dice, y Woody oye el teléfono bajardesde la boca del escritor para sersustituido por un vaso que enseguidasuena vacío, y entonces la voz deBottomley regresa torpemente alauricular—. Aquí va una idea —insiste—. Una buena. Intente decírselo al tipoque conocí y a los demás cuando esténfuera de ese lugar. Veremos lo quepiensan.

—¿Por qué iba a querer hacer eso?—Piense en ello cuando esté en otro

lugar.Este es el peor tipo de sabotaje, uno

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tan indefinido que es demasiado difícilluchar contra él.

—Aquí nos va bien a todos —dice,y corta la llamada.

Está a punto de empezar a ocuparsede las personas que Bottomley ha dejadoal descubierto cuando Agnes se yerguecon un libro entre las manos. Más quenunca, parece un animal alimentándose,sobre todo por la expresión bovina de surostro.

—Ese no era Gavin —dice.—Eh, lo has notado.—Pensé que íbamos a intentar

asegurarnos de que estaba a salvo.—No hay necesidad de pensar en

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otra cosa que no sean las existencias —responde, y eso no parece contentarla,pero Woody no ve ninguna razón paraque tenga por qué hacerlo—. No voy allamarle desde aquí —dice para darleuna elección. Va de camino a decirle aAngus que suba con él a su despachocuando los teléfonos comienzan a sonarde nuevo.

¿El mundo exterior se está poniendode acuerdo para interrumpir su trabajo?El auricular del teléfono está húmedo yconserva algo de su aliento.

—¿Sí? —dice en un tono sibilante ycortante como un cuchillo.

—¿Es eso la librería?

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—Lo es, señora —respondesuavizando la voz y la sonrisa, porquesuena como una clienta ansiosa—.Woody al habla, ¿en qué puedo servirlede ayuda?

—¿Está nuestra hija ahí? ¿Está bien?—Todos estamos bien. ¿Con quién

quiere hablar?—Le gusta que la llamen Anyes.—No fue idea de usted entonces.

Una rebelde, ¿no? —¿Por qué no lesorprende que esta última intrusión tengaque ver con Agnes?—. En fin, sí, estáaquí y tan bien como siempre.

—No se ha visto envuelta en esehorrible accidente de la autopista

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entonces. Acabamos de oírlo en lasnoticias. Pensamos que iba a llamar paraconfirmar que estaba bien.

—Eso no hubiera sido posible, losiento.

—¿Por qué no?La voz de la mujer deja entrever sus

nervios; mientras, mira a Woody con elceño fruncido, como si oyera a sumadre.

—Política de la tienda. Nada dellamadas a no ser que sean parte deltrabajo —replica Woody, haciendo todolo posible para no usar palabras queinciten a Agnes a la sospecha.

—¿No cree que eso es un tanto

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inflexible? Es como encerrar a todo elmundo hay dentro.

Ahora entiende de donde le viene aAgnes su actitud.

—Yo no inventé esa regla, señora—se limita a decir—. También meafecta a mí.

—¿Entonces está de acuerdoconmigo, verdad? Debería hacer algo alrespecto, ya que es el encargado. Si leparece voy a hablar un momento conAgnes.

—Me temo que eso no es posible.—¿Qué tiene contra ello? Acaba de

decir…—Ocupados. Lo estaremos toda la

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noche. La tienda al completo se estápreparando para un acontecimiento, ylas personas que deberían estarayudando no lo están haciendo. No sepreocupe, puede confiar en mí. Todo elmundo estará a salvo conmigo a sucargo.

—Aun así me gustaría hablar con mihija —insiste la mujer, parece que ni susargumentos ni su sonrisa la hanconvencido.

—Como le he dicho, no es posible.Por favor, no lo vuelva a intentar. Yomismo me ocuparé de todas lasllamadas.

Se siente más observado que nunca.

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Como si bajando la voz hubiera atraídosobre él la atención de una gente que nisiquiera ve. Agnes arruga el ceño en sudirección, al tiempo que se agacha lomínimo posible para coger un libro.Cuando su madre emite un suspiroenrabietado e incrédulo, Woody cuelgael teléfono.

—Quiero verte en mi despacho,Angus —grita a la vez que la salida dela sala de empleados se abre gracias asu tarjeta.

Desde el despacho también puedever a Agnes. Al observar al lento ycabizbajo Angus cruzar la sala paraacudir a su requerimiento, advierte su

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mano apoyada sobre el teléfono delmostrador.

—Mantengamos nuestras mentesocupadas en nuestra labor de esta noche,¿puede ser? Hablad conmigo si tenéisque hacerlo con alguien. Ahora mismono necesitamos a nadie salvo a los queestamos aquí.

Le gratifica ver a Agnes apartando lamano del aparato, como si este lahubiera acusado, notando susintenciones. Cuando lanza una mirada deodio hacia el techo, Woody siente lasesquinas de su boca alzarse,componiendo la expresión contraria a laque Agnes lleva de vuelta a sus libros.

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La invitaría a sonreír si no tuviera queocuparse de Angus, que se aventura enla oficina con una sonrisilla dubitativa.

—No crees en la necesidad decompartir tus encuentros con la tienda,entonces —dice Woody, y la sonrisillano sabe si encogerse o mostrarperplejidad.

—Encuentros con la tienda —repiteAngus, y más tontamente si cabe,pregunta—: ¿De qué clase?

—No con la tienda —aclara Woody,siéndole difícil entender como alguientan estúpido puede trabajar en Textos—.Con el hombre al que conociste —dice através de su sonriente dentadura—,

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mientras se suponía que estabashaciéndonos publicidad.

—Te refieres a ese hombre, comollamarlo… —intenta pensar Angusdurante demasiados segundos—. Elhistoriador.

—Yo no lo llamaría así, no. Másbien le llamaría hijo de putaentrometido, y quizá tú puedas decirmepor qué estaba merodeando por aquí.

—Tengo la sensación de que era porLorraine.

—Enfermo además de entrometido,por lo que parece. Buscando materialpara usar en su próximo libro, o quizápara el que trata de Fenny Meadows, si

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alguna vez vende lo bastante como parareeditarlo.

—No hablaba solamente deLorraine. Quería contarle a alguien losucedido en Fenny Meadows.

—Sí, ya me contó esa historia. Nome sorprendería que se hubierainventado algunas cosas. ¿Sabes lo quees mucho más importante? Lo único quedijo de utilidad fue que no pusiste lapublicidad en los coches, tal como tedije que hicieras.

—Los puse en algunos. Pensé que lamayoría de los folletos eran para lastiendas.

—¿Creíste que sabías más sobre

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cómo ayudar a la tienda que yo, verdad?Hay demasiados pensamientos cruzandolas cabezas de la gente por aquí —diceWoody, y se siente tonto al hacerlo, puesno entiende muy bien qué ha queridodecir—. En el futuro —continúa—,supongo que aprenderás a hacersimplemente lo que se te dice.

—Se me terminaron.Dios santo, ahora incluso se atreve a

discutir. Woody pensaba que era una delas personas en las que podría confiarpara que se implicaran con el equipo.

—Vale, pues haz eso mismo —ordena Woody, más que sugiere, perosolo obtiene una tonta mirada

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interrogativa por parte de Angus—.Terminar. Ve a terminar de colocar.

Tener que explicarlo parece quitarletodo atisbo de ingenio al comentario. Leda la espalda a Angus, comopreparándose para observarlo desde elmonitor. Tiene una idea clara de lo queviene ahora, y no se equivoca. Apenasha regresado Angus a la sala de ventas,Agnes se le acerca para preguntarlesobre la conversación. Espía elintercambio, carente de sonrisas, ymueve la boca imitando las palabras quecree que están diciendo, hasta que se dacuenta de que están malgastando sutiempo, y lo que es peor, el de la tienda.

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—¿Podemos dejar las charlas paralos descansos? —dice a través de losaltavoces. Cuando Angus se retira,culpable, camino de sus estanterías yAgnes lo observa alejarse dejandopatente su frustración, Woody añade—:Connie, ven a mi despacho.

Quizá queda claro por su tono queno la está llamando para un encuentroamistoso, pero no entiende por qué Jillla mira cumplir lo ordenado con lasonrisa más amplia que se le haconocido hoy. Contempla a Connieperderse de vista por la zona inferiorderecha de la pantalla.

Cuando oye pasos en las escaleras

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no puede evitar sentirse confundido porsu progreso; casi imagina que alguien noidentificado se dirige a la habitación.Salta de su silla, que se queda dandovueltas, y se apresura hacia la sala deempleados, a donde llega al mismotiempo que Connie. Parece sorprendidade encontrárselo allí de repente.

—Estaba colocando —dice a ladefensiva—. ¿Quieres que siga?

—¿No crees que eso va a requerirmucha letura por tu parte?

Parece dispuesta a reírse, de hechoempieza a hacerlo.

—¿Cómo?—Me acabo de enterar de que no sé

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cómo llevas tus leturas.—Bastante bien, cuando tengo

tiempo. Yo no hablo así, ¿verdad?—Para trabajar en la tienda te tienes

que llevar bien con la letura, ¿verdad?O quizá lo llamarías tabajar.

—Para ser honesta contigo, Woody,si es una broma no la entiendo.

—Tampoco lo etiendes, entonces.Pues ya somos dos. ¿Por qué no leechamos un vistazo a tu folleto?

Connie mantiene las manos y loslabios rosados levemente abiertos, de unmodo que, según sospecha Woody,siempre ha usado para llamar laatención desde pequeña.

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—Están todos repartidos. Bajo ycojo uno.

—No es necesario. Lo tengo aquípreparado —dice Woody, y cuandoConnie reacciona frunciendo el ceñocomo si se le hubiera pinzado un nervioen la frente, se le ensancha su sonrisa—.Puedes ponerlo en tu ordenador también.Adelante, que tu pantalla lo escupa.

Se mueve a su zona del escritorio dela oficina apenas lo bastante deprisapara que no haya que decirle que estáperdiendo el tiempo. Una superficiegrisácea, plagada de símbolos tan vagosque no son más que manchas sinsignificado, aparece en el escritorio de

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Windows. Utiliza el ratón, un objetopálido y sin forma en el cual ha dibujadounos bigotitos, para buscar entre susarchivos.

—¿Qué quieres mirar? —murmuracuando el texto publicitario vaapareciendo en pantalla y se estabiliza.

—Fíjate bien.Lo hace, antes de soltar un suspiro

que parece lo contrario al aire queacaba de respirar.

—Oh, Dios, no. Estás de broma.—Yo no, no. ¿Y tú?—¿Qué me pudo impedir ver eso?—¿Sabes? Me he hecho la misma

pregunta.

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—Lo digo en serio. ¿Qué pudo ser?Nunca he sido tan descuidada. No creoque nadie haya tenido nunca razonespara pensar que lo fuera. Atolondradapuede, pero así me gusta ser con la gente—dice haciendo una pausa para esperaruna reacción de Woody, ya sea deconformidad o de ánimo; al noconseguirla añade—: Hay algo en estelugar que empieza a no gustarme nada.

—¿Sabes qué? Tengo el mismosentimiento sobre las personas que noson fieles a la tienda.

—¿Fieles en qué sentido? ¿Noincluye eso decir las cosas queconsideras que van mal? —suplica, y no

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es una muestra de su frustración, sinoque rezuma una especie de nerviosismotriunfal—. ¿Qué es esto?

Su mirada parece estarescondiéndose detrás del ordenador.

—¿No será una sombra? —dice conla suficiente impaciencia para torcer susonrisa.

Echa el teclado a un lado y aleja elmonitor de la pared. A Woody lerecuerda a alguien levantando unapiedra para ver qué hay debajo. ¿Tratade distraerle de la palabra incompletaen la pantalla? Ahora le gustaría habertenido esta reunión abajo, aunquehubiera sido muy embarazoso para

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Connie; está perdiendo tiempo quepodría haber utilizado para colocar. Dehecho, ha expuesto una mancha de lapared, pero Woody no se impresiona.

—Alguien no se lavó las manos.—También está aquí.La parte trasera del monitor luce la

huella de otra mano, o quizá de lamisma. En ambos casos la longitud ymedidas de los dedos son mucho másvariadas de lo que deberían de ser lasde una mano normal. Woody está a puntode fruncir el ceño cuando la explicaciónaparece claramente en su mente.

—El tipo que trajo los ordenadoresllevaría puestos unos guantes.

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—¿Sí? ¿Le viste? Todavía estáhúmedo —protesta antes de que Woodyle asegure que sí llevaba guantes,aunque no lo recuerde, y ponga elmonitor de nuevo en su sitio.

Woody pone la mano en la marca yno siente nada salvo plástico y quizá untacto algo arenoso.

—Ya no —dice, y empuja el monitorhacia la pared.

—¿Hemos decidido que quieres quevuelva a colocar? —parece desearConnie.

—Claro, cuando arregles tu error, eimprimas unas cuantas copias paraenseñárselas a nuestros visitantes de

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mañana.Parece asustada de que algo vaya a

salir de debajo del escritorio a enredarcon el ordenador.

—Dios, yo lo haré… —dice Woodycon tanta rudeza que le duelen losdientes.

Teclea la letra que faltaba, guarda eldocumento, y dispone la impresora paraque haga cincuenta copias. Entretanto,contempla a varias figuras grisesagachándose y levantándose en elmonitor de seguridad. Se dirige a lasescaleras, a un paso que pretende hacerque Connie le siga, pero ella coge unfolleto y lo mira.

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—¿Estamos seguros de que estábien? Ya no creo poder ser capaz desaberlo.

—¿Quién consideras que esresponsable de ello?

Connie menea la cabeza y agita lasmanos a los lados de esta, quizásapremiando a su cerebro a que seaconsciente de lo que la rodea. Woodycoge el primer folleto del montón que haescupido la impresora. Para cuando haterminado de analizar la pegajosa hoja,esta se ha enfriado, aunqueprobablemente no haya llegado amojarle las manos.

—No veo ningún problema —le

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informa.—¿Se lo preguntamos a alguien

más?—¿Por qué iba a querer hacer eso?—Por si hay algo que ninguno de los

dos vemos.—Veo muchas cosas. Principalmente

cómo se va a malgastar la noche si noestoy todo el tiempo encima de ciertagente.

Sus labios se entreabren, paraprotestar o porque se da cuenta de queestá incluida en esa aseveración, y losvuelve a apretar hasta que se le quedanpálidos.

—Bueno, volvamos a colocar —

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dice Woody, y le sostiene la puerta paraque obedezca. La sigue abajo para quevaya más rápido y se incorporavelozmente a los estantes de VidaSalvaje, donde ordena los libros ydescarga el carro con tal rapidez que unlibro se cae al suelo; sus hojas se abreny muestran la fotografía de unoschimpancés en la jungla dando unapaliza de muerte a uno de suscongéneres. Empuja el carro camino delmontacargas, y está poniendo los librosen su lugar cuando Agnes se leaproxima.

—¿No es momento de quecomencemos a tomarnos nuestros

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descansos?—¿Ha trabajado alguien tanto

tiempo como para eso? —dice mirandoel reloj; no queda en absoluto satisfechoal comprobar que queda menos de mediahora para que cierre la tienda—.Supongo que lo dices sobre todo por ti—le dice.

—Alguien tiene que ser el primero.—Alguien tiene que dar ejemplo,

claro. Eh, espero que haya una sonrisaahí escondida en alguna parte. Vale,cuanto antes tengas tu descanso, antesvolverás al trabajo. Vamos aasegurarnos de que sean solo diezminutos.

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Debería ser consciente de queempiezan a contar a partir de ahora, yaque estaba tan impaciente, pero sedemora en preguntar:

—¿Has llamado a alguien respecto aGavin?

—He hecho todo lo necesario.—¿Y?—Tendremos noticias a su debido

tiempo.Ni siquiera ella se atrevería a

llamarlo mentiroso. En cualquier casono deja de ser la verdad. Se contenta,esa es la palabra, con dedicarle unamirada desafiante que no es digna rivalpara su sonrisa. Cuando se aleja hacia la

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sala de empleados, duda que tengatiempo para tomarse un café que laespabile un poco. Quizá puedaconcederle un par de minutosadicionales si eso la ayuda a trabajarmejor a la vuelta.

—¿Tiene alguien un móvil que mepueda prestar? Pagaré la llamada —surge su voz desde las alturas.

Woody va corriendo a la oficina y laencuentra observando los monitores deseguridad desde la puerta de sudespacho. ¿Es posible que se hayaatrevido a usar su extensión?

—¿Quién te ha dado la idea de quepuedes usar los altavoces para esa clase

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de mensaje? —Se siente profundamentemolesto por tener que preguntarlo.

—Es más rápido que ir preguntandode uno en uno. Creí que querías queahorráramos tiempo.

—¿Y a quién piensas llamar?—A mis padres para que sepan que

estoy bien y duerman tranquilos. Nocreo que nadie puede poner ningunaobjeción a eso si estoy en mi descanso yno uso ninguno de los teléfonos que latienda quiere que se reserven solo paraella.

Siente calor y frío, por la carrera ypor la ira. ¿Puede creerla? ¿Y si planeallamar a la policía respecto a Gavin y

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crea más inconvenientes? Estásopesando la idea de ponerla en sulugar, si eso significa algo para unabritánica como ella, cuando la voz deRay surge de los altavoces.

—Si no es una llamada demasiadolarga, Anyes, puedes usar el mío.

—Ahí lo tienes, Ray cree que tienederecho a usar los altavoces —informaAgnes satisfecha, corriendo por lasescaleras.

Woody siente sus ojos tan hinchadosque casi cree que le ha picado algúninsecto. Coge el teléfono de su despachoy manda su voz al aire.

—Que todo el mundo sea consciente

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de que los teléfonos se usan únicamentepor el bien de la tienda.

Esto parece reactivar el interés deRay en el montón de libros a sus pies,mientras Agnes surge por la parteinferior de la pantalla y se acerca a él,según muestra el cuadrante superiorizquierdo. Ray se saca un móvil de suchaqueta con una rapidez que Woodyconsidera sospechosa. Woody baja lasescaleras de dos en dos, para seguircolocando y asegurarse de que Agnes nose pasa con su descanso. Ha salidoafuera para llamar, pero vuelve atiempo. Es solo cuando merodea cercade Ray que Woody siente que tiene que

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inmiscuirse en su conversación. Nohablan sobre Gavin; Ray se estáquejando.

—Quería que mi mujer semantuviera en contacto. Seguramenteestará despierta casi toda la noche conel bebé.

—De verdad que no sé qué hapasado. Solo lo encendí y marqué elnúmero.

—Lo recargué esta mañana. —Raypulsa un botón, pero el aparato noresponde—. Muerto —tarda un poco eninformarle.

—No consigo entenderlo. No tehubiera dejado sin teléfono a propósito,

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espero que no creas eso —dice, ylevanta la voz para dirigirse a los demás—: ¿Alguien más tiene un teléfono?

—¿Para que también te lo cargues?—Para que no tengamos que

depender de la tienda.—Supongo que eso es lo que todos

deberíais hacer —le dice Woody atodos.

Nigel había levantado la cabeza,pero ahora se lo piensa dos veces antesde hacer la proposición que tenía enmente.

—Me dejé el mío en casa —admiteRoss—. Ahora no tengo a nadie que mellame.

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—Mi novio se llevó el mío. —Jakeestá ansioso de que todos sepan.

Greg lo mira con desprecio y luegose vuelve, no con mucha mayor simpatía,hacia Agnes.

—Me sorprende que no tengas unopropio.

—No me lo traje. Pensé que podríaconfiar en la tienda, tal como nosdijeron. ¿Estás diciendo que puedesprestarme uno?

—No entiendo cómo puedes pensarque iba a hacer eso, bajo ningunacircunstancia.

Woody es consciente de que ningunode los dos va a apartar la mirada hasta

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que lo haga el otro. De repente, adviertea los dos hombres calvos de lossillones, y piensa cómo le recuerdan loslibros abiertos en sus regazos a laspizarras con las que puntúan los juecesde un concurso.

—Te quedan un par de minutos,Agnes —dice.

—Quizá tendría que dejar de intentarllevarme bien con gente así. Quizádebería dejar de trabajar antes de quecerréis.

—No puedes dejar de trabajarcuando no hay trabajo —apunta Mad,sacando un libro de la sección deAdolescentes.

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Le gustaría creer que está intentandoanimar a Agnes, pero Woody podríahaber pasado sin esa interrupción y sinla siguiente de Greg.

—Puedes hacerlo mientras seasconsciente de que estás dejando tiradosa todos tus compañeros, Agnes.

—Vale, Greg. Yo me encargo deesto.

—Greg quiere hacerte creer quesolo le importa este lugar —dice Agnes—. Le importa mucho más que laspersonas que estamos aquí, de todosmodos.

—Estoy seguro de que alguno devosotros le importa profundamente —

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dice Jake.Una risilla escapa de Nigel, y los

estantes sobre los que está arrodilladono pueden ocultarla. Greg mira a Woodycon una mirada acusatoria que lo incita aintervenir. No tiene derecho aenfrentarse así a Woody. Nadie lo tiene,y el modo de recordárselo a todos eszanjar la actual crisis.

—Agnes, tu tiempo ha terminado.—Me estás diciendo que me vaya.¿De verdad cree eso? Le hacen

sentir como si sus palabras tuvieran quenavegar por un medio inhóspito paraalcanzar su destino, y cuando lo hacen,llegan ir reconocibles.

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—Correcto —dice—. Que vayas acolocar.

—Me estás pidiendo que me quede.No está siendo lo bastante lista si

está tratando de convencerse a sí misma,o a alguno de los que están atentos a ladisputa, de que ha ganado.

—Estoy seguro de que todos aquíqueremos que te quedes —dice Woodypara que lo oigan los demás.

Se da cuenta de que debería haberlodicho de otro modo cuando los doshombres de los sillones alzan la vistahacia ella con unos ojos carentes de todaexpresión. No ayuda que nadie más laesté mirando. Tras una pausa que tuerce

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la sonrisa de Woody, Agnes dice:—Quizá hay gente a la que no

debería cargar de más trabajo.Una vez que se digna a volver a

colocar, se dirige a los estantes deGavin. La confrontación le ha dejado lacabeza confusa. Los libros que sostienenlos hombres calvos en sus regazos le hanempezado a recordar a las placas deidentidad de una foto de archivopolicial, especialmente cuando piensaen el aspecto que deben de tener en losmonitores de seguridad. Se estácomenzando a preguntar si lainmovilidad de los hombres distrae oinfecta a los empleados. ¿No son sus

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movimientos demasiado lentos? Tratapor todos los medios de darles ejemplocolocando el equivalente a un estantecompleto, y entonces mira su reloj.

—Textos cerrará en quince minutos—grita—. Por favor, lleven sus últimascompras al mostrador.

Los hombres sentados parecenajenos a que el anuncio puede tambiénestar dirigido a ellos. Woody coloca conruidosa rapidez durante otros quinceminutos. Cuando esto falla, usa elteléfono cercano a Reptiles paradeclarar:

—Textos cerrará en diez minutos.Tampoco esto da resultado, ni

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colocar libros con tanto vigor que secorta los nudillos con el filo de lasestanterías. Antes de que su próximoanuncio esté cercano, se ve obligado aconsultar su reloj mientras se chupa eldedo magullado. La otra mano se ciernecomo un insecto amenazando los botonesdel teléfono, y cuando al fin ataca, sesiente liberado.

—Textos cerrará en cinco minutos—dice, y los altavoces repiten sumensaje—. Por favor, que los clientesse dirijan a la salida. La tienda abrirámañana a las ocho.

La sedente pareja podría pasar pordos estatuas en un museo; solo les falta

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la ficha explicativa. Está considerandocuánto tiempo darles antes de volver arecordárselo cuando ve a Nigelacercarse para murmurarles algo. Suscabezas se alzan una pulgada o dos, peroeso es todo. Poco después, Ray se une asu compañero sin conseguir otroresultado distinto a más murmullos.Demasiados empleados están ahora másinteresados en aguzar el oído que enarchivar, lo cual le da motivos a Woodypara intervenir.

—Miren, ya les hemos dicho que noes nada personal —está diciendo Nigel—. Tenemos que cerrar, eso es todo.

—Él dijo que no os ibais a casa —

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replica uno de los hombres.—No debería habérselo dicho. No

sé por qué se lo dijo.—¿Le estás llamando mentiroso? —

dice uno con un repentino entusiasmo.—No le estoy llamando nada.

Simplemente les estoy pidiendoamablemente que nos permitan cerrar,igual que él ha hecho antes que yo.

—Cerrad cuando queráis.El otro hombre se ríe o gruñe antes

de añadir:—Veamos quién es más amable, si

tú o tu amigo.En lugar de eso, Ray y Nigel se

vuelven aliviados hacia Woody, lo que

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provoca que los hombres muevan lacabeza un centímetro o dos en sudirección. Sus rostros no tienen vida, ysus ojos tan poca expresión como laniebla.

—Han traído a otro de sus amigos—informa el hombre de la izquierda,dirigiéndose a todo el mundo, o a nadieen particular.

—Se ve que es el líder de la banda.Siente como si su inercia le hubiera

cubierto en una pegajosa tela de araña.—Mis empleados se lo han pedido

amablemente —dice con una sonrisa quenecesita esfuerzo para mantener—. ¿Lesimportaría irse, por favor?

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—No estorbamos a nadie —dice elhombre de la derecha.

—Estamos a gusto, los dos —dicesu secuaz.

—Estamos cerrados al público. Elseguro no cubre a nadie que no seaempleado.

Woody está casi seguro de que esasí, pero los hombres lo miran como situvieran la certeza de lo contrario.

—No nos importa que nos llamepúblico —se queja uno de una maneraalgo oscura.

—Nos hemos pasado aquí todo eldía. Merecemos algo de crédito.

—¿Han comprado algo? —quiere

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saber Nigel.A Woody le da la impresión de que

Nigel está intentando impresionarle paraarreglar el hecho de que no ha sidocapaz de echar a los hombres. Raytambién hace lo propio.

—No parece que lean mucho.—¿Quién dice que haya que leer

para estar aquí?—No todos vosotros sabéis leer. El

que rompió el libro y se lo metió al otrotipo por el gaznate no sabía leer ytrabaja aquí.

—Ya no —dice Woody, aunque seda cuenta inmediatamente de que nohabía necesidad de hacerlo.

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—Podríais estar todos igual, por loque sabemos.

—Léenos una buena historia paradormir y quizá te dejemos en paz —ledice a Nigel el de la izquierda,ignorando a Woody.

—Y tú nos lees otra —le dice sucómplice a Ray.

Ray y Nigel se dan la vuelta, ya noevitan mirarse a la cara, y ven llegar aFrank. El guardia ha tardado demasiado,teniendo en cuenta que solo defendía lapuerta de la niebla.

—Cuidado, vienen refuerzos —apunta el hombre de la izquierda.

—Y más si hace falta —desafía

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Greg mientras deja un libro sobre unestante y va al rescate.

Los hombres mueven sus cabezas,regodeándose en su lentitud.

—¿Vamos a pelear? —desea unoentusiasta.

—Si insisten —dice Woody antes deque hable nadie más—. Con la ley, si nose van ahora mismo.

Quizá la última frase era demasiadopretenciosa. Incluso su sentido parecetomarse su tiempo para calar en loshombres.

—De verdad quieren que salgamosde aquí —necesita que le confirmen elhombre de la derecha.

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—Lo han entendido. Eso queremos.—Estarán toda la noche atrapados

aquí solos —apunta su acompañante.—Supongo que viviremos.—Bien, sabemos cuando no se nos

quiere.Antes de levantarse del sillón

izquierdo, el hombre deja transcurrir unainnecesaria cantidad de segundos.

—Eso sabemos, sí —murmura sucompañero, y se incorpora también,causando el mismo sonido de cuerohumedecido despegándose.

Frank les escolta por el pasillo dePoesía, Woody los observa vigilantejunto a Greg, y Ray y luego Nigel se

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incorporan a su espalda. Conducen a loshombres al exterior de la tienda, sinsobrepasar el denso muro de niebla quese eleva hasta los focos del complejorodeándolos en sus tinieblas.

—No creáis que los moscardonesiban a darse mucha prisa en llegar aquí—dice uno de los hombres cuando pisanel felpudo de «¡A leer!».

—Se refiere a la policía —Nigel lemurmura a Woody.

—Ya no habrá razón para que losllame, ¿verdad que no? Buenas noches—dice al despedir con la mano laslentas espaldas de los hombres, y cierrala puerta.

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Los hombres se giran y miran comoecha la llave. No han dejado de mirar,cuando sus pies comienzan a adentrarseen la niebla. Pronto, esta diluye lasfiguras y rodea su contorno,achatándolos hasta ser absorbidos por lapalidez del ambiente.

—Tú nos has conducido a esto, Ray—le murmura Nigel a Ray mientrasWoody comprueba por última vez quehan desaparecido.

—Me gustaría saber qué he hechomal.

—No tenías que darles tantainformación solo porque preguntaran sinosotros también nos íbamos.

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—Eso se llama amabilidad, Nigel.Así actuamos a este lado de la carretera,¿y no se supone que debemos estarabiertos a todo tipo de público? Esa esla rutina, ¿verdad Woody?

—Supongo que no puedo discutireso.

—Si alguien la cagó fuiste tú aldarles la espalda.

—No tengo quejas sobre el modo enel que trato a la gente. No esperotampoco recibir ninguna.

—Quizá es porque no eres de poraquí.

—Diría que habría que ser muyestúpido para reaccionar así.

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—¿Por qué? ¿No se nos permitedestacar cuando alguien habla de mododiferente al nuestro?

—De un modo más gramatical, terefieres.

—Lo próximo que dirás es que soylelo, como resultó ser alguien que yo mesé.

—Eh, yo hablo de una manera muchomás peculiar que cualquiera de vosotros—interviene Woody—. Asegurémonosde que no tengamos distracciones, ahoraque ya estamos solos. —Y así cierra lapolémica sin necesidad de que tenga quedejarles en evidencia delante de losdemás. Todavía tiene el control, y eleva

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su voz hasta que llena toda la estancia—. Bueno, pegaos todos a la pared.

Nadie lo hace, ni siquiera Greg; Rayy Connie parecen estar deseandointercambiar una mirada.

—Acercaos a las paredes, tan lejoscomo podáis —dice Woody, cogiendoel teléfono más cercano del mostradorpara darle incluso mayor potencia a suvoz—. ¿Lo pilláis ahora? Mirad bien,ahora que no hay nadie más en la tienda.

¿Está Agnes haciéndolo lentamente aposta aprovechando que estácumpliendo una orden? Cuando laobserva, nota su piel pasar del calor alfrío, y los ojos rojizos, como por una

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erupción. Al tiempo que Agnes llega a lasección de vídeo, Woody consiguerelajar el agarre en el teléfono, el cualha estado crujiendo en su oído como unaestructura a punto de derrumbarse.

—Bien, quedaos donde estáis ymirad a vuestro alrededor.

Al principio no entiende por quémuchos de ellos parecen sentirseinsultados, y luego sonríe para sí y, porsupuesto, para ellos.

—Os hago una pregunta, ¿está latienda despejada? —dice, y el teléfonoamplifica su voz.

—Despejada —exclama Greg,seguido de un coro formado por las

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voces de los demás; Woody ve susbocas moviéndose.

—Bien, Bien. Ahora sonreídles a laspersonas que veáis —ordena Woody, ysostiene su sonrisa unos segundos encada uno de los empleados—. ¿Algunorecibió menos de las que creía merecer?Entonces asegurémonos de mantenerlasdurante toda la noche.

Frank carraspea desde los arcos deseguridad.

—También tenemos una sonrisa parati, ¿verdad chicos? —dice Woody, y latienda obedece.

El guardia se da la vuelta antes deque ninguno de ellos acabe de sonreír.

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—Me voy a casa, entonces —masculla, frotándose una mejillaenrojecida. Frank se aleja de la puertamientras Woody teclea la combinación,como huyendo de la niebla en la que vaa tener que adentrarse si quiere salir deallí—. Buena suerte —dice, tan alto queno puede estar dirigiéndose solo aWoody, quien a su vez piensa que no sedirige a él en absoluto.

—No la necesitamos, ¿verdad? —responde a gritos, una vez que la puertaestá bloqueada y Frank se aleja en laniebla, arrastrando su difuminada figurapor ella. Su sombra repta bajo él y seesfuma en la resplandeciente acera

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cuando dobla la esquina de la tienda.Pronto, una tos gigante y apagada se oyetras el edificio, y la motocicletatraquetea hacia el exterior del complejocomercial.

Poco después, el sonido, similar aun gran carraspeo, no es más intenso quelos violines que suenan por losaltavoces y estos parecen luchar porsilenciarlo.

—Bueno, ahora solo queda elequipo —grita Woody—. Todos devuelta a vuestros puestos. Vamos a verde qué somos capaces esta noche.

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Madeleine

—Mad. —La palabra parece quedarsuspendida en el aire hasta que levantala mirada. La etérea voz de Woody dice—: Tómate tu descanso, por favor.

Por fin ha terminado de archivar suslibros, y de ordenar su sección. Sabeque no tiene sentido, pero se sientetentada de dar la bienvenida a la nieblasiempre que esta mantenga sus manitasarenosas alejadas de sus estantes.

—Ross, tú también —añade Woodymientras Mad dedica una miradasatisfecha a su obra.

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Nadie confundiría la reacción deRoss con una de alborozo. Una vez quelevanta la cabeza de su pasillo, dondeimagina que estaba haciendo todo loposible por esconderse, se entretienemás de la cuenta para evitar tenercontacto visual con Mad. Al dedicarleuna sonrisa neutral, siente como si lainvisible mirada de Woody intentaramanejar sus labios a su antojo.

—Tienes aspecto de necesitar uncafé —le dice a Ross—. No me importareconocer que yo también.

Es totalmente cierto. Al tiempo quepasa su tarjeta por el lector de la puertade la sala de empleados, cierra los ojos

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durante lo que ella cree un momento, yse encuentra a Ross a su lado cuando losabre. La puerta se rinde a su empuje, yla sostiene para que ella entre.

—No te preocupes, Ross —murmuraya dentro—. Sabes que no muerdo.

Su boca se esfuerza por no decirnada, y Mad es consciente de que lo quesabe es lo contrario. Casi cree ver unamínima marca de sus dientes en el cuellode Ross. Al subir por las escalerasparece estar huyendo de su propiocomentario, el cual nunca hubiera hechosi se encontrara más despierta, pero nilos escalones ni la estancia carente deventanas le brindan una escapatoria. Lo

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único que puede hacer es coger la tazade Ross y la suya del mueble sobre elfregadero. El que las colocó allí lo hizodescuidadamente, pues hay varias otrasamontonadas encima. Ross alarga lamano desde detrás de Mad paraapartarlas, pero casi las tira todascuando su pecho tropieza contra loshombros de ella. Para cuando cierra elmueble, Ross ya está al otro lado de lamesa fingiendo que no se han tocado.

—Ross —le reprocha.—Lo siento —murmura, buscando

un sitio donde esconder su mirada.—¿El qué? —¿Haberla tocado o

haberse apartado? En lugar de

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avergonzarlo esperando una respuesta,dice—: ¿Por qué no intentamosllevarnos bien? Ya hay demasiada genteaquí lanzándose al cuello los unos de losotros.

Habla en voz baja para asegurarsede que Woody no la oiga sobre elestrépito de libros del tercer carro quecarga esta noche. Cuando ella mismaescucha sus palabras desea que Rosstampoco las haya oído. Se da la vueltapara echarse el café y para evitarrecordar los mordiscos cuyo sabor aúnconserva en la boca. La cafetera emiteun ruido extraño cuando pone las tazasen la mesa.

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—Es decir, ¿podemos olvidar elpasado? No tiene por qué afectarnos,¿no? No hay razón por la que nopodamos ser amigos.

—Pensé que lo éramos —dice Ross,atreviéndose a levantar la cabeza de sutaza para mirarla a la cara.

—Eso es bueno —dice, y lasensación de que sus ojos no revelantodo lo que siente la incita a añadir—:¿No crees?

—Ya te lo he dicho. Pero olvidarpuede ser duro.

No cabe duda de dónde ha ido aparar su pensamiento.

—No te pediría que te olvidaras de

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Lorraine.—Me alegro —y no parece hacerlo

antes de hacer una pausa y decir—:Debería haber ido tras ella. Podríaseguir viva.

—No fue culpa tuya. Nadie podríadecir lo contrario. No pudiste hacernada.

—Debería haber ido de todosmodos. Solo los cobardes culpan a otroscuando podrían haber hecho algo más.

Su mirada se demora en ella unosinstantes.

—¿Intentas decirme que yo pude? —espeta Mad.

—No, por supuesto que no. En

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absoluto. Bueno…—A ver si lo entiendo. Me acabas

de decir que no fuiste un cobarde.—Quizá si hubieras aparcado

delante como Agnes…—¿Qué? ¿Y qué si lo hubiera hecho,

Ross?—Quizá el que robó tu coche no

hubiera tenido ocasión de hacerlo.—¿Me estás diciendo que lo

hubiéramos visto con todo esta niebla?—La mano que estaba a punto de agarrarel café se agita como si estuvieraseñalando las paredes. Su sugerencia noes nueva para ella, pasa las noches envela dándole vueltas—. Ni siquiera

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Agnes aparca tan cerca para que puedaverse —dice intentando convencerle a ély a sí misma.

—Ya es hora de que todos lo hagan.—Da un sorbo al café y casi lo escupede vuelta a la taza—. Vaya, está fuerte.

Mad da un sorbo, suficiente comopara notarlo.

—Au, tienes razón. ¿Quién lo hahecho?

—Yo.La voz de Woody es tan alta que por

un momento cree que está usando losaltavoces. Advierte que Ross piensa quetodo lo que han estado diciendo hapodido oírlo Woody desde el almacén.

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—¿Te sabe a rancio? —le susurracon las manos ahuecadas en la boca.

El sabor del café es tan fuerte que nopuede distinguir nada más. Está a puntode arriesgarse a darle otro sorbo cuandoel estrépito de libros sobre madera cesay Woody aparece en la puerta delalmacén.

—Creí que ayudaría al equipo amantenerse despierto.

Es la viva imagen del insomnio,aunque sus labios dejan entrever susdientes en una sonrisa que se empeña enafirmar su frescura. Su camisa azuloscura está tan arrugada que podríaasegurarse que ha dormido con ella

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puesta, y la última vez que se afeitó sedejó un poco de pelusilla en el mentón.Sus ojos brillan como dos heridas encarne viva. Mad piensa que les va aobligar a beber el brebaje, pero sinembargo dice:

—¿Quién se lanza al cuello dequién?

¿Cuántas veces la van a traicionarsus palabras? Le gustaría poderdeshacerse de ellas.

—No pensaba en nadie en particular—dice, por si acaso.

—Pues ha sonado como si fuera así.Sabe que eso no se aleja de la

verdad, pero es cosa de Woody

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averiguarlo; no va a meter a nadie enproblemas.

—No, estaba exagerando —replica,esperando que sea verdad.

—Debo tener cuidado con laspersonas que pongo a trabajar juntas, noobstante, ¿tengo razón?

—Eso es cosa tuya.—Al menos vosotros estáis bien

juntos. Por supuesto, solíais… —Susonrisa se agita y su mirada parecehundirse en sus ojos—. Pero entoncesvosotros… —Hay otra pausa para quesu sonrisa dude entre ser contrita,divertida, o ambas cosas—. Cielos,pido disculpas. No pensaba. ¿Os

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gustaría que me quedara mientras estáispor aquí?

—No hay necesidad —dice Mad. Laprimera palabra ha sido a coro conRoss.

—Supongo que he conseguidouniros, ¿eh? —dice Woody; su presenciaconvierte la estancia en un lugaragobiante una vez que añade—: Osquedan unos minutos más. Os dejo.

—Ya he tenido bastante —murmuraRoss cuando oye el carro camino delmontacargas.

Mad asume que no se refiere solo alcafé que tira por el fregadero. No estásegura de estar incluida, pero no puede

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evitar sentirlo así ya que Ross se alejapor las escaleras sin mirarla siquiera.No le importa, por supuesto. Da sorbosa su café y lamenta no tener un libropara leer, aunque no se le ocurreninguno que le apetezca. No hay ningunoen la sala de empleados; no recuerda laúltima vez que vio a alguien leyendo.Podría echar un vistazo en el almacén,pero no le apetece ver a Woody.

—Si buscas libros, Nigel, coge estos—le oye decir junto al montacargas—.Iré por algunos más.

En vez de eso, vuelve a la sala deempleados.

—Supongo que tengo derecho a un

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descanso —dice—. Cuando acabespuedes ayudar a Nigel a archivar.

Mad se prepara para soportar sucompañía, pero Woody entra en sudespacho. Cuando vuelve a intentarprobar el café, le oye hablar. ¿Estádiciéndole que su descanso haterminado? Por su tono está claro quehabla con alguien. Su esfuerzo pordistinguir las palabras provoca que vealas paredes moverse como la niebla,pero eso es solo fruto de la falta desueño. Siente la cabeza frágil yrebosante de electricidad estática.

—Así es como nos gusta, chicos. Noparéis ahí abajo —le oye decir.

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Debe de estar dirigiéndose almonitor de seguridad, pero no le agradaestar allí sola con su voz.

—Ponedle ganas o tendré quellamaros la atención —dice—. Eso es,seguid ocupándoos de todos esos libros.—Obviamente así es como ve lasimágenes de la pantalla, y no es deextrañar si ha dormido tan poco comoella sospecha. Sigue sorbiendo café,más rápido de lo que a su cuerpo legustaría, cuando le oye decir—: Eh, vasen cabeza. Eres el mejor.

Esta vez no es solo la frase lo que lamolesta. ¿Cómo no pudo notar antes eleco? Parece repetir solo sus tres últimas

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palabras, y suena más que apagado;soterrado, se atreve a pensar. QuizáWoody se ha dado cuenta y se haacercado al lugar de su despacho queproduce tal efecto porque cuando vuelvea hablar la extraña y espesa voz no siguea sus palabras sino que las subraya.

—Eres el mejor, está claro.Si no se encuentra delante de la

pantalla, ¿a quién va dirigido esecomentario? Tiene que pensar que hablapara sí, y no es precisamente una ideaque le anime a seguir allí. Traga un pocode café y tira el resto por el fregadero.Limpia la taza y la deja secando. Albajar por las escaleras oye de nuevo a

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Woody. ¿Habla ahora entre sueños?Podría decir que el eco, que suena mássubterráneo que nunca, está a punto deabsorber su débil voz, pero eso no tienesentido. Cuando regresa a la zona deventas se pregunta si debería hablarle aConnie, Nigel o Ray de sucomportamiento, pero se da cuenta de undescuido: tiene que recoger los librosque los hombres de los sillones dejaronen ellos.

Los dos grandes volúmenes son deTextos Diminutos. Uno se llama A deardilla; el otro A de araña. ¿Seconfundirían los pequeños lectores sivieran ambos? No hay duda de que

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serían lo bastante pequeños para aceptarla sonrisa de la ardilla y la de la araña,especialmente porque la ardilla es undibujo muy simple. Al menos seríandemasiado jóvenes para conocer otraspalabras que empiezan por la mismaletra, como abismo, acusación, agonía,alienígena, ataque… Mad no tiene niidea de por qué estas y otras palabras sele pasan por la cabeza. Se coloca loslibros contra el pecho y hace ademán decolocarlos en el estante superior delprimer mueble, pero casi los tira al verel estante inferior.

En lugar de gritar, se muerde loslabios. Algunos de los libros de dibujos

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están boca abajo, otros medio sacadospara afuera, y hay un par encima delresto. Sabe que no dejó ninguno de susestantes de esa manera, jamás lo habríahecho. Pone los libros sobre la letra aen su lugar, justo al principio de susección.

—¿Quién me está ayudando? —grita.

Algunas cabezas se giran paramirarla o parpadear en su dirección.Como no sabe quién es el culpable,todos parecen bustos descerebrados traslos estantes. Cuando otras cabezassurgen de detrás de los muebles se leviene a la mente la imagen de unas

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marionetas alzadas por hilos o por unamano en su interior.

—Repite eso, Mad —dice Connie—. ¿Necesitas ayuda?

—No de quien estuviera en misección durante mi ausencia.

Connie levanta las cejas al mismoritmo con el que aprieta sus labiosrosados.

—Connie y Jill al descanso, porfavor. Supongo que eso no traeráproblemas. —La acotación la dice envoz más baja, presumiblemente para sí,y luego vuelve al ataque—: Connie yJill.

—Ve, Jill. Subiré cuando acabe con

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esto. —Connie se vuelve a Mad denuevo—. No te entendemos, Mad. Nadieha estado ahí. Todos hemos estado muyocupados.

—Demasiado ocupados para ver loque alguien ha hecho, te referirás. Echaun vistazo.

¿Han alborotado alguna parte más desu sección? Mad mira por sus estantespara comprobarlo, frustrándose al nodetectar ningún otro síntoma de caos. Escomo un anticlímax tener que volver alprincipio, por muy fieramente que diga:

—Mira esto.Solo Jill se acerca, y porque va de

camino a la sala de empleados.

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—Oh, Mad, después de trabajartanto —dice, pero también añade—: Yono lo hice, y no vi a nadie hacerlo, enserio.

—Por una vez, tengo que estar deacuerdo con Jill. Creo que hablaba portodos nosotros —dice Connie una vez seha cerrado tras Jill la puerta queconduce a la sala de empleados.

Todos asienten, y no mejora lascosas el hecho de que algunos parezcanno querer hacerlo realmente.

—¿Qué estás sugiriendo? —prorrumpe Mad cuando todos la miran.

—Creo que fuiste tú quien lo hizo.—Connie avanza con el ceño fruncido

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hacia el estante y murmura—: Arréglaloy no armes tanto jaleo. Espero quevuelvas a coger el ritmo en poco tiempo,eso es todo.

Mad siente su cerebro encogiéndosepor la poca fuerza de la explicación.Una ola de calor mezclada con frío, quetambién puede ser cansancio, la invademientras se abstiene de hablar hasta queConnie abandona la sala.

—Si no fue nadie de nosotros, esodebe de significar que hay alguien aquíque no es parte del equipo.

Demasiadas miradas y expresionesde recelo aparecen frente a ella.

—¿Qué quieres que hagamos? —

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dice Ross, y eso le gusta aún menos.—Necesitamos volver a buscar.

Buscar de verdad y no solo sonreír todoel tiempo como payasos. Empecemospor los lados y encontrémonos en elmedio, y si hay alguien aquí no tendráescapatoria.

Ross parece inclinado a darle suapoyo. Se retira a la sección de vídeo ydiscos compactos, y se coloca contra lapared, entonces Angus se pone enmovimiento y se coloca frente almostrador. Al momento siguiente, Agnesenfila hacia la sección de Literatura,junto al escaparate.

—Bueno, ya que estáis todos de

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acuerdo —dice Nigel—, acabemos conesto si eso va a dejaros a algunos mástranquilos.

—No es su descanso —objeta Ray—. No es bueno que se desperdiguenpor ahí.

—No creo que tengan ocasión dehacer eso.

Greg se acerca a una pared, la másalejada posible de Jake.

—Estoy listo —anuncia en un tonocercano a la reprimenda.

Ray y Nigel se dan la espalda ycomienzan a alejarse el uno del otrocomo dos duelistas. Nigel es el primeroen alcanzar una pared y darse la vuelta.

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—Allá vamos —dice—.Asegurémonos de que nadie pueda decirque pasamos algún lugar por alto.

Mad asume que eso va por ella y portodos los que la han apoyado. Se sientenerviosa y estúpida al mismo tiempo.¿Qué espera que encuentren? Si un críoestuviera escondido en la tienda nohubiera podido mantenerse en silenciotodo este tiempo, y ¿quién iba aempeñarse en esconderse y desordenarlos libros sino un crío? Si porcasualidad un intrusito antinaturalmentesilencioso hubiera sido capaz de no servisto, si quizá está gateando hacia lasalida y es tan poco inteligente de no

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saber que por ese camino no hayescapatoria… la posibilidad la deja másintranquila de lo que es capaz decomprender. Comienza a dar pasoslaterales a lo largo de la pared delfondo, Angus hace lo propio por elmostrador, para que nadie puedaescabullirse por los pasillos entre ellos.Un débil sonido de violines aporta unincansable acompañamiento que leprovoca una sensación de enredo decuerdas en el cerebro. Trata deacordarse de respirar mientras le repiteel café, amargando su boca y dejándolacon un sabor a rancio. No puede evitarsentirse asustada de que alguna figura

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salga disparada por un pasillo, perosolo grita cuando Jake lo hace.

—¿Qué ha sido eso?—Dios santo, no chilles tanto —le

dice Greg—, nos vas a provocar a todosuna jaqueca.

—Mirad allí, rápido —insiste Jake,agitando una mano en dirección a unpasillo cercano—. Se ha ido por ahí.Seguidlo. —Al principio Greg está muyocupado mostrando su animadversiónpor los gestos de Jake, pero avanzahasta el final del pasillo que estebloquea—. ¿Dónde está? —grita Jake—. No se movía con rapidez y no hasalido por este lado.

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—¿Qué intentas decirnos que hasvisto?

—Una especie de cosa, una cosagris bajita. Se asomó y volvió aesconderse cuando la vi, como unababosa encogiéndose cuando la tocas.

—No creo que nadie se sorprendade comprobar que no hay ni rastro denada parecido a eso.

—Te estoy diciendo que vi algo —insiste Jake agudizando su tono.

—Entonces dinos dónde fue.—¿Qué es esa mancha? —pregunta

Jake, y Mad no está segura de si esa essu respuesta a la cuestión anterior.

—No sé. Quizá tú sabes más de esas

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cosas que yo.Mad no tiene ningunas ganas de

mirar, pero es la siguiente en hacerlodespués de comprobar los pasillos conAngus. En el espacio entre Greg y Jakehay una decoloración grisácea dealrededor de unos treinta centímetros.Sin duda porque Jake le ha metido esaidea en la cabeza, le recuerda a la marcaque dejaría una babosa o más bien ungrupo de ellas.

—¿Qué te estás inventando ahora,Jake? —inquiere Greg—. ¿Se haderretido? ¿Se ha metido en el suelo?

—Estaba allí —responde Jake alataque—, lo habrías visto si no hubieras

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estado quejándote de tus pobres ydelicados oídos, incapaces de soportar anadie que muestre sus sentimientos.

—Lo que no puedo soportar es a loshombres que no suenan como tales.

—No me sorprende que la gentehaya comenzado a imaginar cosas —dice Agnes después de la perorata deGreg—. Otros de nosotros empezaremosa hacerlo por culpa de la falta de sueño.

Mad asume que Agnes les estáofreciendo a Jake y a ella una excusa. Elresto de los empleados han convergidoen el pasillo, después de examinar elresto de la tienda sin éxito. ¿Va a insistirMad en la idea de que hay un intruso?

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¿Qué razón había para desorganizar unestante de libros? Lo único que haconseguido es aislarse a sí misma y aJake del resto, si es que permiten queeso suceda.

—¿Ya está todo el mundo feliz? —desea Nigel en voz alta.

—¿Todos satisfechos? —añade otraduce Ray.

Jake mira a Mad pero retira suexpresión. Tiene que haberse olvidadode ordenar ese preciso estante; ningunaotra cosa tiene sentido.

—Supongo —dice Mad por los dos.Jake se da la vuelta impulsado por

su propio encogimiento de hombros.

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—Alguien debe decirme a qué estáisjugando ahí abajo —salta la voz deWoody desde varios de sus escondrijos.

Ray y Nigel van en busca de unteléfono, y Nigel llega antes.

—Algunos pensamos que tendríamosque haber echado un buen vistazo antesde cerrar —informa al aparato.

—Querrás decir que yo tenía quehaberlo hecho —dice Woody a toda latienda.

—Todos. No dejas de decir quesomos un equipo.

—¿Entonces qué ha decidido elequipo?

—Estamos aquí a nuestra suerte.

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—Vale. No me importa si todos osreís de ello por esta vez. ¿Qué hay quehacer para alegraros? Eh, os diré algoque lo conseguirá; casi es Navidad. Esohará que pronto haya más clientes.

Mad piensa que eso debería dehaber empezado a ocurrir hace semanas,y quizá Nigel también se calla esepensamiento.

—¿Todavía no hay sonrisas? —vocifera Woody en todas direcciones—.Lo que necesitamos es un cargamento debuena voluntad.

Nigel se queda clavado en el sitio,como si lamentara haber sido el primeroen llegar al aparato, hasta que Woody

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dice:—Ross, pilla un disco de música

navideña. Puedes apuntarlo en micuenta.

Ross pasa tanto tiempo junto a lasestanterías de discos compactos queMad pierde los nervios por laimpaciencia. Al fin, le lleva a Nigel unacopia del Disco de Santa, que nohubiera sido el que ella hubiera elegido.Y qué más da; cuando Nigel silencia aVivaldi, no sale ningún sonido.

—Intentémoslo con otro —dice conprisas.

Esta vez Ross acaba por elegirFestival de villancicos, el que hubiera

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escogido Mad desde el principio. Elproblema es que tampoco funciona, ycuando Nigel lo sustituye por Vivaldi,este también permanece en un silenciosimilar al movimiento de la niebla en elexterior.

—¿Qué pasa ahora? —preguntaWoody mientras Nigel vuelve a apretarlos botones.

Nigel coge el auricular sin dejar depulsar los controles del reproductor,como si fuera un perro atado con elcordel del teléfono.

—Algo se ha estropeado. Noreproduce nada.

—Entonces no malgastes más

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tiempo. ¿Por qué no elegís algunascanciones navideñas y las cantáismientras trabajáis?

—Como esclavos que somos —comenta Agnes.

—¿Qué fue eso? ¿Qué es lo que hadicho, Nigel?

—No me he enterado bien —murmura Nigel después de dudarlodurante un momento.

Greg se aclara la garganta con unaelocuencia que puede tener la esperanzade comunicarle algo a Woody. No debede alcanzar bien a su destinatario, puesWoody dice:

—Supongo que quizá está pensando

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que debería unirme a vosotros en lugarde deciros todo el tiempo lo que tenéisque hacer, ¿tengo razón? Aquí va unacanción para poneros de buen humor.

Mad duda que sea la única dominadapor la aprensión cuando Woody emite unamplificado suspiro. Cuando empieza acantar, no le sorprendería que nadiesupiera adonde mirar. Interpreta lacanción a plena voz o bien con su bocapegada al auricular; el tremendo sonidohace temblar los altavoces. Entre lascaracterísticas menos agradables de suactuación está el hecho de que norecuerda la mayoría de las letras,limitándose principalmente al deseo de

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que nieve. Mad se pregunta si preferiríaeso a la niebla.

—Eh, se supone que esto no es unsolo. No me digáis que no conocéis lacanción. Sonaba en una película quemuchos debéis de haber visto.

—Para ser honestos, y no sé quépensarán los demás —dice Nigel—,creo que trabajaremos mejor si nocantamos.

Todos menos Greg dejan patente suconformidad.

—No mováis así la cabeza u osquedareis dormidos —dice Woody conuna sonrisa de intención desconocida—.Quizá debería daros una serenata.

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El tenso silencio que esto provocaes interrumpido por el ruido del pestillode una puerta. Connie sale a toda prisade la sala de empleados, seguida porJill. Ambas parecen tratar de evitar quese note que ha sido la voz de Woody laque las ha propulsado escaleras abajo.Durante un momento, la voz se acallacon un rugido de electricidad estática.

—A trabajar otra vez —se sienteincitado a gritar Ray.

Nigel claramente piensa que nohabía necesidad de decirlo o que era élquien debía hacerlo. Vuelve a Humormientras el resto de empleados se alejade la mancha del suelo. ¿Van todos a

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ignorar el comportamiento de Woody?Mad no quiere perder la ocasión desacar el tema.

—¿Oísteis algo raro cuando estabaisarriba? —pregunta.

—Eso no tiene gracia —diceConnie.

—Me refiero aparte de lo que todoshemos oído.

—Yo no. —Ross piensa que debedejar eso claro.

—Fue después de que me dejarassola allí. Woody… hablando solo —dice, y las últimas palabras expresanmenos de lo que le gustaría.

—Quizá ha decidido que es la mejor

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manera de evitar discusiones —apuntaNigel.

Ray lo mira duramente desde el otrolado de la sala.

—Lo hubiéramos oído si fuera así.No se habló nada más allí arriba.

A Mad le da la impresión de queAngus pretende evitar una disputadiciendo:

—Me alegro de que dejara decantar. Esa canción no me avivó ningúnespíritu navideño.

—Solo intentaba hacernos sonreír—objeta Greg—. ¿Qué le pasa a lacanción, demasiado americana para ti?

—Demasiado relacionada con esa

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película de Bruce Willis con tantaviolencia gratuita.

—A mí esa película me pareció laleche —opina Ray—. Debí de dejarmeel cerebro en casa.

Esta vez es Nigel el que lanza unamirada elocuente al otro lado de la sala.

—¿Qué te pareció a ti, Greg? —seinteresa Jake entretanto.

—El heroísmo no tiene nada demalo. Solo intentaba salvar a su mujer ysus compañeros de trabajo.

—¿No es esa en la que salía todo eltiempo con la camiseta sudada? Y casinos hiciste creer que no te iban esascosas.

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El rostro de Greg se tensa y colorea,y Mad desea una interrupción, inclusoWoody pidiendo sonrisas podría valer.Los altercados han espesado elambiente, es punzante, sofocante… esincapaz de decidir si está acalorada porla rabia o fría por el odio. Cuando Gregfinaliza la confrontación plantando unlibro en un estante que provoca un ruidosimilar al de un garrotazo, Mad intentahacer algo con el caótico orden de suslibros. Desea que todos estén demasiadoconcentrados en su trabajo para poderrecuperar un poco la calma.

—Espera, no pongas nada en misestantes. No tengo espacio —se queja

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Ross.—Yo también necesito el espacio —

protesta Angus—. De todos modos, noson ni tuyos ni míos, son de Gavin,cuando vuelva al trabajo claro.

—No me digas que Angus estámosqueado —exclama Ray,aparentemente para Nigel—. No vamosa sufrir ninguna clase de violencia sinsentido, espero. En serio, daros la manoy reconciliaos.

Ross finge ignorarlo, pero soloconsigue más provocación por parte deAngus.

—Si no me dejas algo de espacio —le murmura a Angus—, tendré que

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mover los libros hasta el final delpasillo.

—Lo mismo te digo si no paras dedarme la lata. Lo siento, tienes quealejarte de mi zona.

—Niños —dice Jill, asomando lacabeza por sus estantes y meneándola—.No merece la pena discutir sobre ello.¿Ayudo a uno de vosotros y que otrapersona ayude al otro?

La única respuesta a esto lasuministra Connie.

—Tienes una enorme propensión adecirle a todo el mundo que son comoniños, ¿verdad Jill?

—Quizá solo alguien que los tenga

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puede hacer tal cosa —dice Ray.Al principio Nigel se limita a

mirarlo, pero luego estalla.—El resto de nosotros está ciego,

¿no es así? Aquellos que deseamostenerlos y no podemos debemos ser dela peor calaña.

—No sé por qué has compartido esocon nosotros, Nigel. Es la primeranoticia que tenemos de tu problema, ¿noes así?

Mad oye un gruñido sordo, nonecesariamente de conformidad, que nopuede localizar.

—En ese caso me disculpo porcualquiera al que haya podido molestar

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—dice Nigel—. Dejemos nuestras vidasprivadas en casa, así trabajamos enTextos.

—Así deberías ser —algo más quemurmura Greg.

—Déjalo ya, Greg —le advierte Ray—. No necesitamos oírte un minuto sí yotro no.

Una masa de tácita conformidad semasca en el ambiente y se torna tancálida e incómoda como debe de estar elrostro de Greg, por no decir el resto desu anatomía. En lugar de mirarlo, nopara de sacar libros del desordenadoestante.

—Mi oferta sigue en pie si alguien

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quiere participar —dice Jill.—En cuanto acabe con esto lo hago.—No importa, Mad. Sabemos que tu

sección tiene que estar perfecta antes deque ayudes a nadie.

Es la última persona que hubieraesperado que discutiera con ella. ¿Estádiciendo lo que todos realmentepiensan? ¿Si Mad se diera la vuelva losvería a todos mirándola resentidos antesde dedicarle una sonrisa falsa? Alponerse de rodillas, siente al mismotiempo como si se escondiera delescrutinio y este a su vez la hundiera;tiene la certeza de que está siendoobservada. Debe de ser Woody desde el

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monitor. Quizá está a punto de preguntarcuál es el último problema en surgir, ental caso Mad no se sorprendería si laculparan a ella. Pero es Jake quientermina con la pausa que parecesilenciada a causa de la niebla.

—Te echaré una mano. ¿Dónde laquieres, Angus?

—Podrías empezar al final del todoy darme todo el espacio que puedas.

—Apuesto a que no eres el únicoaquí al que le gustaría eso. No teangusties, haré todo lo posible parahacerte hueco.

Greg se aclara la garganta tansalvajemente que le falta poco para

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escupir, y entonces la tienda resuena porel clamor de montones de librosrecolocándose. La resonancia pareceextenderse por las rodillas de Mad;imagina el suelo siendo removido poruna enorme fuerza bajo él. O el café hafallado en su misión de despertarla tantocomo esperaba, o la vigilia estáafectando a sus nervios. Trata de ignorarel temblor en staccato y coloca losúltimos libros. Caben justos, pero tanapretados que se pregunta si algunosniños pequeños tendrán fuerza parasacarlos. Alarga la mano para coger elprimer libro del estante y colocarlo enel superior, cuando le distrae la sombra

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a los pies de la estantería.Le recuerda a la mancha encontrada

por Jake, excepto que esto se mueve. Seestá extendiendo, porque no es unasombra sino humedad rezumando delestante inferior. Aparta media docena delibros para darse cuenta de que lahumedad está bajo ellos. Está bajo todoslos libros; no, sale de ellos. Abre ellibro de encima del montón que hapuesto en el suelo, y se encuentra con lasonrisa de un payaso, tan amplia comosus sonrosadas y carnosas mejillas. Sele están corriendo los colores, sucontorno se está difuminando, y las dosprimeras letras de la solitaria palabra en

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el lado izquierdo de la página se hanconvertido en una extraña y analfabeta dmayúscula.

Hojea el resto del libro y alguno delos otros. Las demás imágenes estánincluso más desfiguradas. Se tambaleapara ponerse en pie, con el primer libroen la mano, aunque no le gusta tocarninguno de ellos; parecen reblandecidospor la furtiva humedad, a punto dedesintegrarse entre sus manos. Nadie lamira siquiera cuando va hacia arriba. Elinterior de su cabeza parece estar siendoserrado por el incesante repiqueteo dedecenas de libros, y hay un regustorancio en su boca. Está intentando

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decidir a quién le resultaría menosdesagradable acercarse, quién es másprobable que no reaccione como si leestuviera haciendo un favor al prestarleatención, cuando la voz hinchada ybramante de Woody se añade a lamaraña de sonidos, que se ahogan anteella.

—¿Podéis subir un par de vosotros aechar un poco de músculo por aquí?Algo pasa con mi puerta.

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Ray

¿Qué les pasa a todos? ¿Se comportanasí siempre que no duermen suficiente?Ni siquiera es la una de la mañana,aunque no lo parezca. Dios sabe cómoestarán cuando salga el sol, si se puededecir que eso sucede por aquí. Al menosél tiene una razón para estar nervioso,después de haberse pasado también envela la mayor parte de la noche anterior.Cada vez que mecía al bebé para que sedurmiera, los dientes nuevos hacían quevolviera a despertarse. Quería darle aSandra ocasión de descansar, porque si

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no se iba a quedar despierta toda lanoche, pero entonces ella intentórelevarlo y dejarle descansar un rato. Alas cuatro discutieron sobre eso, ycuando Sheryl se quedó por fintranquila, se besaron y se reconciliaron;algo poco probable que ocurra estanoche en Textos. Ahora Sandra nisiquiera puede ponerse en contacto paracharlar un rato si se siente sola, porquesabe que los teléfonos de la tienda noson para llamadas personales y Agnes seha cargado el suyo. Eso no era excusapara que perdiera los nervios, aunquealguna gente pensara que Gregnecesitaba algo así. Todos los

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empleados tienen el derecho a esperarque los encargados los traten bien.Aunque Ray no considera que lo quedijo era exactamente injusto, le hadejado un sabor a rancio en la boca. Seestá preguntando si debería buscar unaoportunidad para disculparse con Gregcuando la voz de Woody deja ensegundo plano el estruendo de libros enlos estantes.

—¿Podéis subir un par de vosotros aechar un poco de músculo por aquí?Algo pasa con mi puerta.

Debe de tener la boca pegada contrael auricular, su voz suena vaga. Un librocae en su lugar como una tapadera

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cerrándose en un frasco.—Yo voy —se ofrece Greg.Su iniciativa podría pasar por poco

más que ansias de agradar si no fuerapor la mirada desafiante o deadvertencia que su ceño le dedica aJake.

—Quédate colocando, Greg —comienza Ray a decirle, y no encuentrarazón para no terminar—. Deja a losencargados hacer su trabajo por una vez.

Ha permitido que Greg vuelva aprovocarlo. Parece mejor apartarse dela situación, pero cuando va camino dela puerta de salida de la sala deempleados, Mad se interpone. Lleva en

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la mano, entre el índice y el pulgar, unlibro de dibujos.

—¿Qué pasa esta vez? —le tieneque preguntar.

—Puedes comprobarlo tú mismo.—Voy contigo arriba, Nigel —

exclama Ray desde el otro lado de latienda.

—No sabía que iba de camino.—Woody quiere a dos de nosotros.Nigel se acerca a la puerta y pasa su

tarjeta por el lector, y a Ray estasacciones le parecen el primer paso haciauna discusión.

—Maldita cosa —gruñe, y vuelve agolpear la tarjeta contra el lector.

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—Parece que aquí hay génerodañado para ti —apunta Ray.

¿Piensa Mad que se refiere a ella?Ciertamente, su mirada es displicente.Abre el libro y las páginas descoloridascaen como hojas de otoño entre unaniebla. Los dibujos informes recuerdan alas manchas que usan los psiquiatras ensus tests, aunque no se molesta enimaginarse a qué se parecen.

—Dios santo —se queja Nigel—.¿Cómo ha podido pasar?

—Estaban así en el estante —diceMad, más que a la defensiva.

—Ese tono no es necesario,¿verdad? Lleva el libro y yo me

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encargaré.—Son todos estos. Creo que la

estantería entera.—¿Cómo no lo has notado antes? —

pregunta Nigel. Manosea los libros queMad ha apilado en el suelo, y luego sacalos demás del estante. Respirafuriosamente por la nariz y echa el airepor la boca mientras chasquea la lengua.Una vez que se ha quedado sin formasde expresar su disgusto y que laestantería está vacía, pasa la mano sobreella y por el fondo.

—No hay ninguna gotera —declara.—No dije que la hubiera —apunta

Mad.

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—Entonces lo que sea que hayapasado debió de ser hace tiempo, ¿no?Deberías haberlo notado ya que estás tanpreocupada por tu sección.

—No se vio hasta que los libros noestuvieron muy apretados.

—Entonces admites que eresresponsable.

Su rostro se tensa, y sus labios setornan incluso más finos de lo que yaestaban.

—¿Estás segura de que es solo estaestantería? —pregunta Ray mirandofurtivamente a Agnes.

Nigel arruga la frente como si ahorala culpa fuera de Ray.

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—Deja los otros —le dice a Mad—.Ya te preocuparás de ello si tienestiempo más tarde, o mejor deberíasesperar hasta después de la visita. Nohay necesidad de que tu sección tengamal aspecto si el problema no esdetectable a primera vista.

Ray está a punto de sugerir que seríapeor si los visitantes descubren algoocultado a propósito cuando la voz deWoody escapa desde las alturas con uncrujido amplificado de plástico.

—No veo a nadie de camino, ¿dóndeestá la partida de rescate?

Ray se señala a sí mismo y agita elpulgar en dirección a Nigel.

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—Dos tíos fuertes —dice Woody—.Vale, me podéis valer. ¿Qué osparecería ahora mismo?

Mientras Nigel recoge los librosestropeados, Ray pasa la tarjeta por ellector y no puede evitar celebrarlo comouna victoria cuando funciona a laprimera. Deja la puerta abierta paraNigel, pero no pretende que subacorriendo las escaleras y gane a Ray lacarrera hacia la oficina.

—Aquí llega la canallería… quierodecir la caballería —grita Nigel.

—¿Por qué habéis tardado? —responde la voz amortiguada de Woody.

Nigel se dirige al almacén para

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soltar los libros. Ray mira su reloj decamino a la puerta de Woody pero esincapaz de discernir cuánto tiempo hapasado desde que, dejándose llevar porla tentación, miró la última vez.

—Hemos venido directamente, ¿no?—Te estoy preguntando cuál es el

problema abajo.—No lo sabemos a ciencia cierta.

De alguna manera ha calado agua en loslibros infantiles. Será mejor que lo veastú mismo.

—Puedes apostar a que lo haré. ¿Porqué tardas tanto? Dale un empujón a lamaldita puerta.

Al coger el picaporte, el tacto es de

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humedad u óxido. Lo gira hasta ponerlocasi en posición vertical y tira confuerza. Incluso apoyando todo su pesocontra la puerta, no se mueve un ápice.Se agarra la mano del picaporte con laque tiene libre y se echa sobre la puertaabriendo las piernas lo máximo posibley empujando con el hombro, pero noconsigue nada.

—¿Qué ocurrió, lo sabes? —sesiente estúpido por preguntar.

—Tú me dirás. Cuando intenté salirestaba atascada.

Ray se está magullando los dedoscon el picaporte y el hombro contra lapuerta; Nigel aparece desde el almacén.

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—¿Esforzándote? —dice—. Notemas, aquí llega la solución.

—Estoy ansioso por ver como los deLiverpool usan su cabeza.

Nigel se agacha con tal rapidez queRay se pregunta por un momento si va aabalanzarse contra él. Iba a encontrarsela frente de Ray esperándole si lohiciera; Ray aprendió ese truco en elcolegio. ¿En qué está pensando? Nigelsolo está intentando fingir que no haoído el comentario, y eso le convierte enun debilucho, no en un luchador. Ray leobserva girar el picaporte casi noventagrados e inclinar su cuerpo hacia atráspara lanzarse contra la puerta. Tras

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fallar tres veces, se detiene para secarseel sudor de la frente con tal fuerza quepodría borrársela.

—Ya he intentado eso —le diceRay.

—No sirvió de mucho, ¿verdad? —Nigel se echa atrás y alza la voz—.¿Woody?

—¿Sabes una cosa? No me he ido aninguna parte.

—La obstrucción debe de estar en tulado. ¿Puedes verla?

—¿No crees que lo hubieraarreglado por mí mismo si fuera así? —A Ray le divierte que Nigel atraiga lairritación de Woody, que añade—: ¿Lo

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estáis intentando ambos a la vez? No oshe hecho subir para que compitáis.

Nigel agarra el picaporte como sitemiera que fueran a arrebatárselo ylanza otra acometida, esta vez endirección a la puerta.

—Cuando estés preparado… —ledice a Ray.

—Eso es siempre —le asegura Rayantes de correr hacia la puerta.

Su hombro la asalta, al igual que elde Ray, pero no demasiado al unísono.Por eso parece que Ray ha movidolevemente la puerta, que vibra un poco acausa del más débil golpe de Nigel.

—Inténtalo otra vez —dice Nigel.

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Parece pensar que es tan culpa deRay como de él mismo. Una oleada decalor deja a Ray casi temblando. Da unpaso atrás y arremete contra la puerta,pero de nuevo el impacto de Nigel llegaun momento más tarde que el suyo.

—No está funcionando, ¿verdad? —admite Nigel—. Debe de haberseatascado, es lo único que se me ocurre.

—Algo se ha atascado pero bien.¿Por qué ha dicho eso? Prometía

sonar como algo ingenioso, pero tienetan poco significado que es peor queestúpido, y eso solo provoca que Ray seenfade por dejar que saliera de su boca.

—No lo estamos haciendo bien —se

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limita a decir—. Necesitamos estarjuntos.

Nigel le dedica una mirada no muydiferente a las que Greg le suele regalara Jake.

—¿Juntos cómo?—¿Cómo iba a ser? Pensándolo

mejor, no lo digas. Hay que golpear almismo tiempo a la desgraciada, eso eslo que digo.

—No hay nada más simple. A la detres entonces. Uno, dos, tres.

Ray todavía está corriendo hacia lapuerta cuando Nigel ya le ha dado con elhombro lo que Ray describiría como unempellón. A Ray se le acelera el

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corazón al volver atrás por efecto de lainercia, y otra oleada de calor pegajosoinvade su ser.

—¿Estáis ocupados? —preguntaWoody mientras Ray mira a la puerta y aNigel.

—¿Es que no lo ves? —brama Ray.—Eso iba por el equipo de abajo.

¿Estoy viendo a alguien que haterminado de colocar, Agnes?

Ray se siente más estúpido y furiosoque nunca por no entender que laamplificada voz de Woody iba dirigidaa la sala de ventas. PresumiblementeAgnes responde de alguna manera, yaque Woody dice:

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—¿Por qué no te premias con uncarro entero de los de Gavin? —Unsuspiro, que suena débil a causa de losdientes que obstaculizan su camino, seabre paso por las esquinas manchadasde oscuridad del techo, y luego añade—: No oigo nada ahí afuera. ¿Qué estáretrasando al equipo de rescate?

Ray se enfurece porque Woody esténarrando la situación.

—Algunos de nosotros no sabemosaún cómo hacerlo —grita tan fuerte queespera que el teléfono lo transmitaabajo. Está casi seguro de oír algoparecido a su voz imitándole más omenos a coro.

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—¿Algunos? Supongo que te refieresa ambos.

Ray se traga un amargo y estancadosabor y espera que la oleada de calortermine para encarar a Nigel.

—Cambiemos, yo me encargaré delpicaporte.

—Por supuesto, si te hace feliz.—Es lo que hay. Yo cuento también.—No me gustaría ser el tío que te

detuviera.Tan pronto como Nigel se hace un

lado, Ray atrapa el picaporte, que estámás escurridizo que nunca.

—¿Listo? —apenas pregunta.—No menos que tú.

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—Uno —anuncian Ray y su eco.Piensa que la voz vuelve a él a través delos altavoces hasta que se da cuenta deque Nigel es quien hace los coros.

—¿A qué juegas ahora? —gruñe Ray—. Dije que iba a contar yo.

—Dijiste que tú contabas también.Pensé que querías decir que íbamos acómo se diga, eso de los relojes, lapalabra griega, o al menos que viene depor allí.

—No tengo ni idea de qué me estáshablando.

—Sincronizar —dice Nigel inclusomás irritado—. Es cosa del tiempo, node relojes. Pensé que te referías a que

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contáramos y nos sincronizáramos.—Solo yo. No fue de mucha ayuda

cuando lo hiciste tú, ¿verdad?—Vale, yo solo. Tú solo, quiero

decir, eso es lo que digo. Solo uno denosotros. Venga, adelante, Ray.

Ray ahoga un suspiro, luchando porno decir nada más que los números,cuando Woody le habla a toda la tienda.

—¿Por qué no estoy viendomovimiento? ¿Necesitáis refuerzos ahíafuera?

—Alguien más sería bienvenido —grita Nigel.

El ruido de una puerta cerrándose esseguido por el de pasos corriendo

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escaleras arriba hacia la oficina.—Yo serviré, ¿no? —Agnes se

asegura de que Woody la oiga.—No te ofendas, Agnes, pero creo

que esto es asunto de hombres.A Agnes le agrada incluso menos

que transmita eso a toda la tienda.—¿Qué decís? —dice bajando el

volumen—. Deberíais saber más sobrelo que tenéis entre manos que él.

—Yo no lo discutiría —dice Nigel.—Sin embargo, tú no eres así,

¿verdad, Ray? No me digas que nuncaestás en desacuerdo con lo que se tedice.

Lo admitiría si no sintiera que Agnes

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tiene tanta intención de provocar unadiscusión como de justificar supresencia, aunque escapa a suconocimiento lo que ha provocado queesté de ese humor.

—Esta vez no —dice.—Agnes no está aún en la partida de

rescate, ¿verdad que no? No deberíaestarlo. Me parece que la envié a buscarlibros al almacén.

Agnes se enfrenta a la enorme vozcon un ceño que desciende también paraincluir a Ray y Nigel.

—¿Estáis comportándoos comoencargados o solo como hombres?Cualquiera pensaría que por aquí no hay

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ninguna diferencia.—Oh, sabemos distinguir

perfectamente —dice Nigel, pero quizáella no lo oye pues ha salido de laoficina.

—Bueno, esto nos ha robado tiempoy no ha llevado a ningún sitio —diceWoody, e incluso más alto añade—:Angus, ¿por qué no te unes al equipo demi puerta? Parece que te queda poco ahíabajo.

Su llamada parece tornar los pasosdescendentes de Agnes más vigorosos ydescontentos. El crepitar de un carro sevuelve hueco al ser introducido dentrodel montacargas.

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—¿Quieres atacar otra vez mientrasesperamos? —propone Nigel.

—Yo no. Hazlo tú si quieres.Cuando Ray no aparta las manos del

picaporte, Nigel se echa atrás, solo paramirarlo como si eso fuera a hacer que losoltara. Ray se gira para observar lapuerta de la sala de empleados, perosiente la mirada pegada a su cara comouna pastosa humedad. Para cuando lapuerta de abajo se cierra con unchasquido, las palabras que le gustaríasoltar se están estancando en su boca. Sefuerza a mirar los platos y tazasamontonados en el fregadero, en el ladomás alejado de una porción de mesa

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junto a un tercio de silla y dos tercios deotra.

—¿Ha llegado ya? —preguntaWoody, al tiempo que unos pasosascendentes traen a Angus.

A Ray le desconcierta elamortiguado eco de parte de la pregunta.Por supuesto se debe a que oye a Woodya través de la puerta además de por losaltavoces, aunque la otra voz suenaextrañamente distinta a la de Woody ycon cierto retardo.

—Ahora sí —exclama Nigel antesde que Ray pueda responder.

—Jesús, ojalá supiera lo que pasacon el tiempo por aquí. ¿Es lo que

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necesitáis, no?—Debería serlo.Ray pierde parte de la satisfacción

de haber respondido antes que Nigel a lapregunta cuando oye un repiqueteorabioso en el almacén. Agnes estátirando los libros con fuerza en un carroa modo de respuesta a lo que acaba deoír. Se pregunta si debería intervenirpasa salvar los libros, pero decide quelos volúmenes dañados son cosa deNigel.

—Quizá debería resolveros vuestrootro problema —dice Woody.

—¿Cuál es ese?Ray está a punto de añadir su

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cuestión a la de Nigel cuando Woodyresponde.

—Ya que no os ponéis de acuerdoen quién cuenta, ¿por qué no me lodejáis a mí?

—O yo puedo hacerlo si queréis —se aventura a ofrecerse Angus.

—No —dice un coro de al menostres voces.

Una sonrisa tiembla en los labios deRay, pero trata de controlarla para queAngus no se sienta más rechazado de loque ya parece.

—Eh, eso no significa que nonecesitemos tu cuerpo, ¿tengo razón,chicos? —añade Woody.

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—Claro que sí —dice Nigel, y Raymurmura algo más que un sí.

—No hay necesidad de tener esacara, Greg. Aquí arriba no estamoshaciendo nada que tú no harías. Venga,¿estáis todos en vuestras marcas?

—Yo sí —declara Ray estirando elbrazo que agarra el picaporte, y Nigelexclama que él también al tiempo queAngus hace lo propio.

—Uno —les advierte Woody, yentonces su voz pasa del aire a un lugarrecóndito de la puerta—. No le haríadaño a nadie recordarme qué estoyhaciendo aquí.

Ray se pregunta si el

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intercomunicador se ha estropeado.—Disculpa, ¿de qué hablas? —

pregunta Nigel.—Solo estoy contando para vosotros

tres. Todos ahí abajo parecían estaresperando también la señal. Me oístodos, ¿verdad? Entonces hagámoslo.Uno. Dos. Tres.

Angus y Nigel se abalanzan contra lapuerta. Al tiempo que Ray la empuja conel hombro, Nigel golpea a Angus ychoca con parte de la pared.

—Oh, mierda. Maldita estupidez —grita.

—¿De quién hablas? —preguntaRay.

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—De la idea. No hay espacio paratodos.

—Tú pídemelo y os dejaré a los dossolos.

—No ha servido para una mierda,¿verdad? —se queja Woody—. ¿Qué haido mal esta vez?

—Demasiada gente estorbándose —dice Nigel.

—¿Cuántos forzudos tenemos? Tresno parece una mala cifra.

Un escalofrío recorre a Ray antes deque la rabia vuelva a calentarle. Sientecomo si sus gestos hubieran atraído a uncurioso. Tiene que estar equivocado;Agnes y su carro han llegado al

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montacargas, que le informa de que seestá cerrando. Incluso piensa que la oyedándole una mala contestación,ensordecida por la puerta cerrada.

—Vale, eso es. Ahora es cuando seabre. Asegurémonos de que suceda estavez. ¿Estáis listos?

Ray apenas oye su propio murmullo,y es voluntariamente ajeno a los de losdemás.

—No he oído nada —grita Woody—. Intentémoslo de nuevo. ¿Preparados?

Ray se imagina a Woody con unasonrisa salvaje en su rostro, como siestuviera animando a unos niñosrezagados a unirse a un juego navideño.

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—Sí —responde con un entusiasmomayor del que realmente siente; nopuede decir lo mismo de Angus y Nigel.

—Aquí vamos, entonces. Uno FennyMeadows, dos Fenny Meadows, yahora… ¡tres!

Ray asume que Woody pretendeconstruir tensión en todos y asegurarsede que atacan la puerta con toda sufuerza, pero las pausas son tan largasque empieza a creer que detienen eltiempo, es como estar despierto enmedio de la peor oscuridad. Cuandollega el último número trata al menos demantenerse alejado de Angus mientrastira del picaporte hacia abajo y empuja

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la puerta. Esta vez es consciente delimpacto simultáneo que le agita elcuerpo entero. Por un momento se quedatotalmente ciego.

Le aterra que su esfuerzo hayaamputado alguna conexión en su interiorhasta que Angus se queja.

—¿Qué hemos hecho?—No me habéis sacado de aquí —

exclama Woody—. Eso está claro.—Me refiero a que las luces se han

apagado.—Sí, lo he notado. ¿Podéis ver algo,

chicos?—No, nada en absoluto —dice

Nigel con una palpable tensión en la

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voz.—Entonces supongo que es más fácil

que alguien de abajo lo arregle. Connie,¿puedes comprobar los fusibles? Estánbajo las escaleras —dice Woody desdela absoluta negrura del techo.

Al menos los teléfonos no handejado de funcionar. Ray espera que nosean asaltados por demasiadoscomentarios distendidos de Woody,pues no ayudan a soportar el opresivopeso de la oscuridad. Percibe que Angusestá tratando de permanecercompletamente quieto junto a él, quizápara no arriesgarse a rozarlo. No sabe silas oleadas de calor que no paran de

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chocar con el frío reunido en laoscuridad tienen algo que ver conAngus. En algún lugar cerca de Anguspuede oír la respiración de Nigel, suslabios separándose en cada aliento,algunos de los cuales suena como ungemido que cada vez se esfuerza menosen contener. Ray está a punto de decirleque se controle y no moleste a los demáscuando la inmensa voz de Woody y sumurmullo de acompañamiento se loimpiden.

—Sigue intentándolo, Connie. Tutarjeta no debería haber dejado defuncionar.

Ray se la imagina pasándola a

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ciegas por el lector, pero luego piensaque la sala de ventas tiene algunailuminación del exterior, una idea queparece una promesa de recuperar suvisión. Asume que la infeliz y distantevoz femenina es de Connie, ¿o es deAgnes desde el montacargas? ¿Hafallado la energía también en él? Antesde que pregunte a sus compañeros si hanreconocido la voz en apuros, Nigelhabla:

—Tienes un móvil, ¿verdad, Ray?—Lo tenía.—No me estarás diciendo que te lo

has dejado abajo. ¿Qué sentido tienetenerlo si no lo llevas encima?

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—Está en mi bolsillo, pero no valepara nada. Agnes lo sacó a la niebla y selo cargó.

—¿No has vuelto a intentar hacerlofuncionar? —La voz de Nigel suenarígida, forzada para no resultarestridente—. ¿Podrías hacerlo ahora?

—¿A quién crees que deberíallamar, Nigel? ¿A la compañía eléctricapara que venga a arreglar los fusibles?

—A nadie.—Te diré algo entonces, Nigel, a

nadie es precisamente a quien voy allamar.

—Creo que sé lo que quiere decirNigel —admite Angus.

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—¿Entonces quién me va a dar aconocer vuestro secretito? —preguntaRay, inducido no solo por el cálido yhúmedo aliento de Angus, demasiadocercano a su cara.

—¿No sale luz cuando se enciende?—sugiere Nigel.

Su tono insistente hace que a Ray leden ganas de abofetearlo. Ray se sientetan estúpido por no darse cuenta de queel teléfono puede suministrarlesiluminación, que al sacarlo torpementede su bolsillo desea dejar por mentirosoa Nigel, lo cual es incluso más estúpido.En el momento que Ray toca la tecla deencendido, Woody dice a los cuatro

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vientos:—Connie no puede entrar. Uno de

vosotros tendrá que bajar a abrir.Ray aprieta un botón, y el teclado se

ilumina con una luz verde. Ve a Anguscomenzando a sonreír al tiempo que elbrillo adhiere su distorsionada sombragris a la puerta blanca. Nigel se inclinasobre él, su expresión de pánicocomienza a relajarse, alejándose de lamáscara que debió de ser en laoscuridad. Un momento después, la luzparpadea y muere, y no va a revivir pormucho que aporree el teclado. Ray oye aNigel gimiendo por lo bajo, comoalguien que no puede despertar de una

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pesadilla, y esta vez tiene que evitardejarse llevar por la desesperación deNigel. Sabe que es irracional, lo cualdebería salvarle de ser afectado porella, pero incluso tras meterse de nuevoel pedazo de plástico inservible en elbolsillo, se siente aislado de Sandra y elbebé de una manera que no habíaexperimentado nunca antes. Hasta quepuede espantar de su cabeza esa idea,comienza a creer que la cegadoraoscuridad significa que nunca va avolver a verlos, que la chispa de energíarestante en su móvil era su últimaoportunidad de llegar a ellos.

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Nigel

Es solo oscuridad. No es sólida, pormucho que ejerza presión sobre susojos. No puede provocar que deje derespirar; hay metros y metros de oxígenodisponible en la oficina y el resto deestancias, aunque no entrará ningunabocanada de aire más por lasinexistentes ventanas para sustituirlo unavez que se gaste. Hay suficiente para él,Ray, Angus y Woody. Debería estarcontento de no estar solo además deciego; no debería estar deseando poderhaber escogido a sus acompañantes. A

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Woody apenas se le puede consideraruno, pues está detrás de la inamoviblepuerta; Ray parece incluso menospresente, después del asunto de la luzdel teléfono móvil, ese ridículo haz alque los ojos de Nigel trataron deaferrarse hasta que al esfumarse volvióa sumirlos en la oscuridad. Respecto aAngus, parece estar esforzándose por nollamar la atención, pero no puedeescapar de la oscuridad; Nigel no debedejar que esa clase de pensamientos lodominen. De todas maneras, le lleva unrato reconocer al insecto que revoloteacerca de él; es Ray intentando conseguiralgo de luz. Entonces se detiene, y Nigel

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aprieta sus labios para no implorarleque lo intente de nuevo.

—Parece que vamos a tener que sertú o yo, Nigel. ¿Qué hacemos?

La oscuridad parece responder a lapregunta agitando algo lento y gris, peroseguramente solo es cosa de Nigel.

—¿De qué estás hablando? —tieneque preguntar.

—No me digas que no lo has oído.Quiere que uno de nosotros bajemos alos fusibles.

Nigel tiene la sensación de que laoscuridad se las ha apañado parabloquearle el cerebro, y de que haperdido la habilidad para pensar.

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—¿Te importaría?—Pues sí. Estoy muy cansado.A Nigel todavía le duele el hombro

del golpe fortuito contra la pared, perolo apoya en la madera por si le ayuda asentirse menos amenazado ante la ideade perderse en la oscuridad.

—Para ser honesto, no sé si podréhacerlo.

—¿Voy yo mejor? —se ofreceAngus.

—No, mejor no. Es el mismoesfuerzo para ti que para Nigel, ¿o tienesalgún problema especial, Nigel?

—Quizá lo tenga.—Adelante, compártelo con

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nosotros.—Ojalá pudiera hacerlo contigo,

créeme —murmura Nigel.—¿No ha bajado nadie aún? —grita

Woody.—Va Ray —dicen los sentimientos

de Nigel antes de que su cabeza losprocese.

—¿Ahora intentas darme ordenes,Nigel?

—No, digo que yo no voy. No valgopara esto.

—Me alegro de que estemos deacuerdo en algo.

Un momento después Angus caesobre Nigel y luego recula. ¿Lo ha

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empujado Ray a propósito contra él? Lamirada de Nigel vaga como si estuvieraa punto de ser enviado a su suerte, a laderiva de la oscuridad, y luego se dirigehacia sus invisibles pies, y pisa confuerza para mantenerse firme.

—Ray, espera —farfulla, aunque noentiende inmediatamente lo que pasa opor qué siquiera debería importarle.

—¿Has cambiado de idea? ¿Noquieres quedarte a solas con Angus?

—Por supuesto que no. Quiero, esoes. ¿Qué es lo que estoy viendo?

—Ni me lo imagino, ¿y tú, Angus?—Mirad —insiste Nigel y se siente

idiota al señalar en la oscuridad—.

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Mirad abajo.Al notar su silencio, comienza a

temer que no vean el poco perceptiblerastro gris que contornea la puerta.

—Woody ha conseguido algo de luz.¿De qué coño nos sirve a nosotros eso?

—Creo que nosotros podríamosconseguir también un poco.

—¿Y cómo sugieres que lo hagamos,Nigel? ¿Va a pasárnosla por debajo dela puerta?

—¿Es la cosa esa de seguridad? —dice Angus con la esperanza de acabarcon la discusión.

—Eso es exactamente, el monitor.Debe de estar en un circuito diferente, y

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los ordenadores también. Si losencendemos todos tendremos un montónde luz.

—Todo estará resuelto entonces —se burla Ray.

—Al menos ayudará, ¿no estás deacuerdo?

—No me ayudará a encontrar losfusibles.

Nigel considera a Ray tanestúpidamente inamovible como laoscuridad.

—Quizá cuando veamos lo queestamos haciendo —dice a punto deperder los nervios—, podamos enchufaralgunos de los ordenadores cerca de las

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escaleras.—Esa es buena, Nigel. Nos has

convencido. Adelante.—No esperarás que lo haga todo yo

solo.—¿He dicho yo eso, Angus? Solo

queremos que enciendas uno, Nigel,para que podamos ver los demás. Nohay necesidad de tropezamos los unoscon los otros, y cualquiera sabe con quémás, en la oscuridad. Si me voy aencargar yo de los fusibles, la luz es tutrabajo.

—¿Qué pasa ahora? —grita Woodydándole un golpe a alguna pieza delmobiliario.

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—Nigel va a encender un ordenador.—¿Para qué demonios?—Para tener luz.Tener que explicarlo provoca que

Nigel se desplace con movimientoslentos, casi por inercia.

—Hazlo entonces, ¿a qué esperas?—Eso, ¿a qué esperas? —murmura

Ray—. Ya has oído al jefe.El calor que recorre a Nigel no es

otra cosa que rabia, y el frío que le siguees pura aprensión, algo de cuyo pocosentido trata de convencerse a sí mismo.Suelta el picaporte y despega su manoderecha de la puerta, desplazándola delmarco hueco a la pared. Mueve la mano

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lentamente por la resbaladiza superficiey arrastra los pies para seguirla, pero nole gusta nada en absoluto tener queexponer su cara a la oscuridad. En lugarde eso, se coloca cara a la pared yapoya las dos manos contra ella.Comienza a moverse lateralmente,aunque tener la pared tan cerca le hacesentir encerrado y falto de aire. Susmanos progresan provocando un sonidoadherente cada vez que las despega dela pared, seguido por el eco de sus piesarrastrándose por la moqueta. Suponeque esos sonidos solo alcanzan susoídos, pues apenas puede oírlos porculpa de su respiración entrecortada y el

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palpitar de su corazón.—¿Vas realmente tan lento como

suenas? —pregunta Ray, desmintiendosu creencia.

—Tengo que encontrar el camino —protesta Nigel, antes de que los dedosde su mano izquierda reculen a causa delo que se han encontrado.

Es la pared perpendicular a la suya,y está húmeda porque sus dedos loestán. Realmente no hay motivo para quepiense que algo húmedo se ha arrastradopara esperarlo en la oscuridad.Maniobrar durante unos segundos paradar la vuelta a la esquina resultasuficiente para ponerlo nervioso al

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sentir las paredes y la oscuridadatrapada en ellas cercando su rostro.Entonces tiene que recorrer la segundapared, desplazándose incluso con máslentitud por miedo a derribar un objetoen el suelo a sus pies. ¿Qué puede ser?Una papelera, por supuesto, pero elobstáculo golpea su cadera en laoscuridad. Se limita a reaccionar con unresuello, suficiente para llamar laatención de Angus.

—¿Algo va mal?—Nada, estoy en el escritorio —

dice Nigel, aunque esa es mucha palabrapara la mesita en la que trabaja junto aRay y Connie. Posa la palma sobre ella

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y la alarga hacia la izquierda hastaencontrarse el teclado de Connie. Serasguña las manos al pasarlas por lasteclas, que parecen piedras inestablessobre una superficie tan farragosa comounas arenas movedizas, y que emiten unaagitada cháchara de plástico. Cuandoestas se callan, las yemas de sus dedosacarician el monitor, desprendiendo unobjeto similar a un insecto muerto.Recuerda que lo tiene decorado con unamariposa de metal justo a tiempo parano resollar de nuevo. Sigue algo más ala izquierda y sus nudillos dan a pararcontra la torre del ordenador. Pasa lamano por toda ella hasta dar con el

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botón de encendido. Con un dedotembloroso presiona el botón hasta elfondo.

Resuena un clic, pero la oscuridadno varía.

—¿Eso es todo? —dice Ray.Cuando Nigel considera la pregunta,

le cuesta estar seguro de que ve algo deluz bajo la puerta de Woody.

—Eso parece —tiene que admitir.—Puede que… —comienza Angus,

pero se detiene para pensar cómo seguir,o porque no le gusta oír su voz rodeadapor la oscuridad—. Puede que no estéenchufado, ¿no?

—Puede. Gracias, Angus —dice

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Nigel, sintiéndose significativamentemenos agradecido al darse cuenta de queahora va a tener que meterse bajo elescritorio. Se agarra al borde con lasdos manos y se pone de rodillas sobre lafría moqueta. En lugar de arriesgarse agolpearse la frente contra el mueble, seagacha bajo él, aunque debe esforzarseen rechazar la idea de que se estáprecipitando directamente hacia unapresencia oculta allí debajo y de queestá introduciendo las manos en suguarida. Por si fuera poco, casi mete losdedos en los agujeros del enchufe de lapared. Los retira hacia la moqueta yencuentra el cable que sigue un camino

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sinuoso hasta conducir al enchufe. Estáintentando introducir las conexiones enlos agujeros de la pared cuando Raydice:

—¿Qué es eso?Los nervios de Nigel casi le hacen

soltar el enchufe, pero se las arreglapara relajarse un poco.

—Soy yo intentando insertar esto.—Por una vez no eres tú. ¿No es

Agnes, o Anyes o como sea?Nigel no puede oírla. Cuando

levanta la cabeza para intentarlo, segolpea la nuca con la dura parte inferiordel escritorio. Se agacha aún más, ylucha con el enchufe hasta que las

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conexiones entran en los agujeros. Lasintroduce con tal fuerza que los hombrosle vibran. Cuando alarga un dedo haciael interruptor, mueve sus labiosformando la palabra «por favor» antesde presionarlo.

La oscuridad se hace visible frente aél. Tres papeleras hacen guardia junto atres tomas con sus respectivos enchufesy otras dos tomas solitarias. Sale dedebajo del escritorio, y unadistorsionada figura se arrastra tras él;solo es su sombra. Al agarrarse al bordede la mesa y ponerse en pie, Ray corre através de la tenuemente iluminadaestancia para abrir la puerta del almacén

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en la oscuridad.—Agnes —grita—, ¿eres tú?Nigel está a punto de concluir que no

era ella cuando Anyes finalmenteresponde. Quizá estaba decidiendo sidebía o no contestar a esa versión de sunombre.

—Estoy en el montacargas. Se haquedado parado.

Su grito es amortiguado yempequeñecido por la distancia. Si elmontacargas se detuvo a causa del fallode energía, Nigel se pregunta por qué hatardado tanto en pedir ayuda.

—Iré por ella mientras tú buscas losfusibles, Ray —se ofrece—. Movamos

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los ordenadores para conseguir más luz.—Irá alguien en un momento, Agnes

—grita Ray.—¿Cuál es ahora la situación? —

vocifera Woody al mismo tiempo.—Ya vemos algo, estamos tratando

de conseguir luz adicional —le diceAngus.

—Eso no debería llevar muchotiempo, ¿verdad?

—Espero que no —dice Nigelgirando el escritorio, sin esforzarsedemasiado por ser oído. Ahora entiendepor qué el tenue brillo que rodea todo enla oficina es gris como la niebla; lapantalla del ordenador es del mismo

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tono. Los iconos aparecen vacíos detodo color, en peligro de perder suscontornos y hundirse en el fondo. Temeque si intenta mejorar su aspecto laterminal se cuelgue. En vez de eso, seacerca a su propio ordenador. Se estáagachando para desenchufarlo cuando sequeda congelado a mitad delmovimiento, y la vibración de suhombro es imitada por su cabeza.

—Oh, por el amor de…Ray asoma su cabeza grisácea desde

la oscuridad de la otra puerta.—¿Qué pasa ahora, Nigel?¿Se está asegurando de que Woody

le oiga?

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—Eso, ¿qué pasa? —preguntaWoody, reaccionando al elevado tonode Ray.

No es culpa de Nigel. Los agujerosentre el escritorio y la pared son solosuficientemente grandes para dejar pasoa los cables de los ordenadores.

—No vamos a poder mover esto ano ser que los desenchufemos.

—¿Quién tiene un destornillador?Yo no, ¿y tú?

Nigel tampoco, y Angus hace ungesto negativo mientras su difusa sombrapasea sus deformadas manos tras él.

—Mejor intenta encenderlos —sugiere Ray mientras Nigel abre cajón

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tras cajón de la mesa de trabajo.Nigel aprieta el botón de su

ordenador y, con más fuerza si cabe, elde Ray. La grisura de las pantallas setorna luminosa, y dos grupos de iconossalen lentamente a la superficie. Tienenun aspecto demasiado dubitativo paragusto de Nigel.

—¿Qué le ha pasado a losordenadores? —está cada vez másansioso por saber.

—Lo importante es que estániluminando, ¿verdad? —dice Ray—. Demomento puedo soportarlo.

La oficina debe de estar unas tresveces mejor iluminada que antes. Es

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más, la sala de empleados ha ganado enbrillo, y Nigel puede incluso distinguirlos vagos contornos de las estanteríasdel almacén. Por muy cruda que leresulte la situación que se le avecina,Agnes está en una situación mucho peor.¿Se sentiría muy culpable si no laayudara?

—Yo también —les dice a los otros,y de paso a sí mismo.

—Quizá no te deje en la oscuridaddurante mucho tiempo.

Seguramente Ray se estácomprometiendo a hacerlo, y noconsiderando la idea contraria.Mantiene abierta la puerta hacia las

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escaleras con una silla, y abandona lasala de empleados al trote, bajando lasescaleras y perdiéndose de vista. Nigeltiene la tentación de esperar hasta queRay llegue a los fusibles o incluso a quelos arregle, pero es una actituddemasiado cobarde para adoptarla. Pasapor la sala de empleados, dejando atrásla mesa, que parece cubierta de unplástico grisáceo, y llega al almacén.

En el momento que pasa por elumbral, es flanqueado por dos sólidosbloques de oscuridad. Solo puededistinguir el final de las estanteríassepultadas en ellos; contornosesqueléticos del color de la niebla y sin

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una mayor intención de moverse. Quizádespués de haber sido liberadas de lamayoría de su las existencias, lasestanterías han quedado ahora másinestables; al aventurarse entre lapróxima pareja, cuyos bordes parecenceniza por su color y por su tendencia acaer, comienzan a hacer ruido como sicualquiera que sea su contenido seestuviera acercando poco a poco haciaél. Trata de concentrarse en lo que tienedelante, pese a que también hay unadistracción en esa zona de la oscuridad.La mancha informe que repta por elpasillo para llegar antes que él a sudestino no puede ser otra cosa que su

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sombra, sobre todo teniendo en cuentaque duda en su progresar al mismotiempo que él, pero le sorprende quepueda verla en medio de esta sofocanteoscuridad. Le es imposible distinguir eltercer conjunto de estanterías, pero sabepor su sigiloso tintineo que ha pasadoentre ellas.

Ahora que están a su espalda seríade esperar que dejaran de vibrar a causade sus pasos. Una vez que se acallan,trata de recobrar el control sobre suacelerada e inestable respiración. Sientey recuerda que ha llegado al espacioocupado por el contenedor de maderacoronado por mallas, donde van a parar

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todas las cajas del nuevo stock. Lasestanterías de detrás están fijadas a lapared, y es claramente imposible quepueda oír ningún ruido proveniente deellas. Por muy rebuscado que suene, laprocedencia del sonido debe deencontrarse bajo las mallas, en el levechirrido de los pedazos de poliestirenoque sus pasos han despertado de susueño, aunque más bien le parezca queha despertado un nido de insectos entrela negrura. Al menos sabe que,manteniéndose alejado y a la izquierda,se encuentra a escasa distancia de lapared desnuda. Al alargar el brazo enesa dirección, está a punto de caerse de

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rodillas, pero no porque la oscuridad lehaya atrapado ni porque la voz deWoody lo pretendiera.

—No hay necesidad de parar ahíabajo —dice—. No hay necesidad derascarse la barriga. Veis mejor quenosotros.

Se está dirigiendo a los empleadosde la sala de ventas, por supuesto. Hastaque Nigel rechaza esa impresión, casicree oír un amortiguado eco subrayandola intervención de Woody, pero la razónes que se encuentra demasiado lejos dela oficina. Al tiempo que sus dedosencuentran la pared, Woody se limita ainterrogar a Angus a través de la puerta

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sobre el estado de la situación. Nigeldesplaza los dedos por la gélida yresbaladiza pintura y luego, antes de loque esperaba, llega al borde y encuentrametal. Es la más cercana de las dospuertas que conducen al hueco delascensor.

—Agnes, ¿puedes oírme? —exclamagolpeando la puerta con los nudillos.

No da ninguna señal de haberlohecho. Presiona su oído contra la puerta,que está tan fría que le deja la orejadolorida. Si hay alguna respuestaproveniente del otro lado de la puerta,queda en segundo plano a causa delsalvaje martilleo de su pulso. Recorre la

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puerta con las yemas de sus dedos, losintroduce entre esta y el marco, yconsigue abrir un hueco de unos pocoscentímetros.

—Agnes, soy Nigel, ¿te encuentrasbien? —grita a través de él.

Oye su plana y tonta voz cayendo enpicado en el hueco, como si la lanzaradentro de un pozo, lo cual espera seaalgo tan ilusorio como la gélidahumedad que le llega desde abajo. Sepregunta de nuevo si Agnes no respondepor el modo en el que ha pronunciado sunombre.

—No sé dónde estoy —respondeAgnes finalmente.

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—Estás debajo de mí, en algunaparte. Estoy en las puertas de arriba.Voy a bajar. —Es a Agnes a quienquiere tranquilizar añadiendo—: Por lasescaleras, claro.

—¿Puedes ver dónde estoy?—Para ser honesto, no veo nada.

Ray ha ido a comprobar los fusibles —dice, siendo consciente de repente deque Ray debería haberlos comprobadohace rato.

—¿Serás capaz de llegar?Presumiblemente su intención es

mostrarse confiado, pero sus nervios nolo ven así.

—No lo dudes. Voy inmediatamente

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—dice, y también dice algo más, porquelas dos últimas palabras las pronunciaarrastrando varias sílabas extra que lasdesdibujan—. Ahora voy.

Suelta la puerta, que se reencuentracon el marco provocando un sonidometálico. Pasando los dedos sobre elmetal, una uña topa con el borde de lasegunda puerta. Tras encontrar de nuevola pared, camina de lado hasta encontrarla esquina. Ahora está de cara a lasescaleras, y parece como si la negruradel ascensor se hubiera inclinado pararecibirlo. Mete la mano izquierdadentro, cada vez más abajo. Al fin tocaun objeto similar a un palo que alguien

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le estuviera alcanzando; la barandilla.Se obliga a agarrarla solo con una manoy baja el primer escalón.

No le gusta quedarse con una piernaen el aire mientras busca el siguientecon el otro pie. Debe de ser por culpade la cegadora oscuridad, pero sientecomo si tuviera que bajar más de lonecesario para progresar por cadaescalón. Planta su talón lo más atrás queel espacio permite, y resbala lasudorosa mano por la barandilla,levantando el otro pie para que explorela oscuridad opresiva y sin fondo. Soloes la noche, intenta decirse a sí mismo;la misma noche en la que Laura duerme,

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con su rostro calmado y quieto sobre laalmohada, quizá inconsciente delmechón de cabello que cae sobre una desus mejillas. El pensamiento le hacegritarle a la oscuridad o en dirección aesta.

—Ya estoy en las escaleras, Agnes.No tardaré mucho.

—No tardes.Su respuesta es más distante que

nunca. Por supuesto porque la paredamortigua el sonido. Desea poder sabercuántos escalones conducen al pasillode Pedidos; seguramente menos de dosdocenas. Si está realizando la mismaacción cada vez que se agarra a la

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barandilla y deja a uno de sus pieshundirse en la oscuridad hasta que seencuentra con un escalón, ¿por qué elproceso no es cada vez más fácil enlugar de parecer que aumenta el peligroa cada paso? Quizá es porque no hacontado los escalones que ya ha bajado,y por ello ha perdido la noción de ladistancia recorrida. Podría gritarle denuevo a Agnes, pero teme descubrir loremota que suena. Los bordes de lasescaleras rasguñan la parte trasera desus talones, y cada vez que posa un piesiente que está inclinándose demasiadoen dirección a la oscuridad. Da otropaso vacilante que solo la barandilla

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hace parecer menos peligroso, yentonces su mano se cierra alrededor dela nada. Antes de que pueda recuperar elequilibrio se precipita por las escaleras,ya que el pie izquierdo estabasoportando todo su peso.

Se trastabilla por el pasillo,presumiblemente para acabargolpeándose contra una pared, si es queno cae de cabeza contra el cemento.Lanza al aire su mano derecha con talfuerza, a la búsqueda de algo a lo queaferrarse, que esa acción lo envía contralas puertas del hueco del ascensor,propinándole a su otro hombro un golpeque nada tiene que envidiar al que sufrió

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antes el opuesto.—Soy yo —exclama sugerido por la

oscuridad—. Soy Nigel, ya estoy aquí.—¿Dónde?Casi se hace la misma pregunta a sí

mismo, porque la voz de Agnes suenamucho más soterrada de lo lógicamenteposible. Debe de estar sentada sobre elpalé, no hay duda.

—Muy cerca —le asegura, sintiendoel tacto del borde de las puertas queconducen al hueco. Tira de ellas losuficiente para meter los dedos; almenos eso intenta. Sus dedos nopenetran más allá de sus uñas. Laspuertas bien podrían ser un sólido

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bloque de metal adherido a la pared.Continúa luchando contra la puerta

hasta que el temblor de sus hombros seune al de su cuello, al tiempo que variasráfagas de una luz grisácea llegan a susojos. Tiene la irracional idea de que suinhabilidad para ver lo que estáhaciendo es la razón por la que es taninútil. ¿Por qué no ha arreglado Raytodavía los fusibles? ¿Cuánto tiempomás le va a llevar? Nigel se estápreguntando si puede gritar lo bastantealto para que Ray lo oiga, cuando se dacuenta de que no tiene por qué. Hapermitido que la oscuridad le mine elcerebro. Podría tener un montón de luz a

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su disposición si quisiera.Suelta la inamovible puerta y cierra

los ojos hasta que la oleada de luz falsase difumina, y entonces los abre un pocopara mirar a través de la negrura delpasillo. Resulta que existe un brillo bajola puerta de Pedidos, frente almontacargas, aunque es tan fino queapenas está convencido de que enrealidad exista.

—Espera —exclama—. He vistoalgo que puedo hacer, ahora vuelvo.

Agnes permanece en silencio. Quizápiensa que ha sido estúpido por su partedecirle que espere, y Nigel supone quelo ha sido. Camina hasta el otro lado,

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cruzando el pasillo camino de laesperanzadora luz y coloca las manossobre la barra que recorre de lado alado las puertas. No puede estar tanoxidada como parece; debe de ser elhormigueo de sus manos. Apoya todo supeso contra ella y oye algo que alguiencon menor control de sí mismo pensaríaque es un curioso que esperaba tras lapuerta apartándose de ella. Entonces labarra se separa en dos con un enfáticochasquido, y las puertas se abren tanrepentinamente que Nigel es arrastradocasi sin quererlo al exterior del edificio.

Ha entrado luz. Eso debería ser loimportante, pero no puede evitar

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preguntarse por qué no parece brillarsobre él. Se da la vuelta para escudriñarel muro trasero de las tiendas. El origende la iluminación no está sobre la Xgigante; el foco está destrozado, al igualque el de detrás de Happy Holidays. Elresplandor blanquecino se encuentra asu espalda, y se está acercando, a juzgarpor cómo su sombra proyectada en elpasillo disminuye y se oscurece, alparecer desesperada por ocultarse.

Vuelve a girarse para encarar laluminosa niebla. Un resplandor deltamaño de su cabeza y más informe queredondo llega casi a la entrada antes demezclarse bien con la niebla o hundirse

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en el brillante pavimento. Al fin, laspuertas del pasillo se cierran con susbrazos metálicos, bloqueándose con unchasquido triunfal y dejándoloencerrado en medio de la oscuridad.

Se acerca torpemente a la puertaentre el gélido sopor de la niebla paratirar de las puertas. Estas se mueven tanpoco como esperaba. Empujarlasalternativamente con los ya magulladoshombros no servirá de nada. Podríadarles golpes con el puño, pero ¿qué ibaa conseguir con eso aparte deintranquilizar a Agnes? A Angus lellevaría mucho tiempo llegar abajo. Laniebla, o más bien su inercia, se debe de

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estar agolpando en el cerebro de Nigel,porque tiene que hacer un esfuerzo pararecordarse a sí mismo que puededirigirse a la parte delantera deledificio. Habrá luz y un modo de entrar.

Solo ha dado un par de pasos entrelos apagados muros, uno de cemento yotro de niebla, cuando advierte quetambién hay luz tras la librería. Es deltipo de la que encontró al dejar eledificio. Danza con holgazanería por laniebla, provocando que su sombragalope por la pared para hacerlecompañía. Sería mejor si no hubieraotros signos de vida entre la niebla.Puede oír algo más moviéndose,

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avanzando hacia él, arrastrando unacarga que suena peor que si estuvieraempapada. De hecho, por el sonido estáclaro que hay dos ejemplares de lo quesea la cosa que se aproxima.

Observa con atención entre la nieblay distingue movimiento. Aunque es cercadel pavimento, no cree que los intrusosestén arrastrándose con los pies y lasmanos. Pueden deberle su brillogrisáceo a la niebla, pero no puede daresa misma explicación a su falta deforma. Los mira fijamente hasta darsecuenta de que la inestable carga quearrastran son ellos mismos, y luego saledisparado por el callejón entre Textos y

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Happy Holidays. La visión que le recibele hace detenerse en seco, como sihubiera metido el pie en un pantano.

Una niebla que irradia luz de losfocos bloquea el final del callejón, perono es esa la razón por la que su menteroza la parálisis. Ya ni siquiera lealegra encontrar un poco de luz. Susombra se ha invertido en el callejón, yya no está solo. A cada lado, unaachaparrada silueta se expande como unglobo deforme, bien acercándose desdesu espalda o hinchándose desde elpavimento, si es que no hacen ambascosas. Por el momento no tienen nada alo que se pueda llamar cabezas, pero al

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menos cada uno tiene un brazo,demasiado largo en ambos casos,extendido hacia él.

No se atreve a mirar. Ya no puede nisoportar ver sus acrecentadas ymalformadas sombras. Acelerando en elcallejón, aprieta los ojos con fuerza,sintiéndose como un niño que cree quepuede esconderse en su propiaoscuridad. Ha huido apenas un par depasos cuando los de ellos convergenrápidamente con los suyos. En unmomento, sus puños son capturados porapéndices demasiado fríos, blandos einseguros de su forma para serconsiderados manos.

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No puede emitir otro sonido másallá de un débil gemido exento desentido gramatical. Sus dedos se agitan,realizando un desesperado intento porliberarse, pero solo consiguen atraparsehasta los nudillos en la pegajosasustancia. La sensación provoca que lesea imposible abrir los ojos, los aprietacon mayor fuerza si cabe para poderespantar lo que parece una pesadillacausada por la falta de sueño. Estáatrapado en su propia noche, en la cualya no tiene la sensación de que Lauraesté en ningún lugar a su alcance. Detodo lo que es capaz es de esforzarse ensumirse en ella mientras unos dedos o

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patas de varios grosores reptan comogusanos entre sus dedos. Está adheridoal abrasador agarre de sus captores, quele dan vueltas sin parar antes dearrastrarlo lejos de la tienda junto aellos.

Una esperanza solitaria sobrevive ensu mareado cerebro, ya ha dejado deimportarle el grado de su desesperación.Ocupa tanto espacio en su pensamientoque seguramente sea cierto; espera quepara cuando suceda lo que tenga quesuceder, ya no sea capaz de pensar.

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Agnes

—Jesús, ojalá supiera lo que pasa conel tiempo por aquí —comenta Woodypor los altavoces, como si su voz ya nofuera lo bastante insoportable—. ¿Es loque necesitáis, no?

—Debería serlo —grita Ray.Por supuesto que debe serlo. Es un

hombre, y encima es Angus, el másansioso por agradar de todos losempleados, por poco respeto hacia símismo que eso le deje. Si lo único quequieren aplicarle al problema de lapuerta de Woody es fuerza bruta, no hay

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duda de que lo hará tan bien comocualquier otro. Agnes solo desea que elintercambio no hubiera llegado a susoídos. Si los encargados se han vueltotan mezquinos y vengativos, no deberíadejar que la afectara. Atrapa unoscuantos puñados de libros de Gavin desus estantes, y los tira en el carro parano oír otra cosa.

No funciona.—Quizá debería resolveros vuestro

otro problema —oye decir a Woody, yel resto de la tienda también. No estásegura de que no se dirija o apunte a ellahasta que no le oye ofrecerse a contar, yluego se siente estúpida por

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preguntárselo. Ahora está diciendo quenecesita el cuerpo de alguien, y sealegra de no estar por allí ante esa idea,aunque más vale que sea consciente deque no debería atreverse a proponérselaa ella. Quizá en el fondo se alegra deque la hayan dejado sola; no puedepensar en ningún empleado cuyacompañía le resultaría agradable. Si nointentan demostrar que tienen derecho adecirle a la gente lo que debe hacer,están demostrando lo inmaduros que sonen otros sentidos. Quizá el mejor caminopara todos sería pasar tiempo a solas.

—Uno —anuncia lainnecesariamente exagerada voz de

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Woody, y Agnes está dispuesta aproponerle que no use la megafonía paraeso. Oye el comienzo de una discusiónde alguna clase en la oficina, pero pormuy divertido que pueda ser, no se va apermitir poner el oído. Carga losúltimos pocos libros en el espaciodisponible aún en el carro y lo empujapor el almacén, dejando atrás unamortiguado chillido que al principiotoma por el de unos ratones. Cuandollega al montacargas y aprieta el botóncorrespondiente con el pulgar, se dacuenta de que los fragmentos delpoliestireno están chocando entre ellosbajo la malla del contenedor.

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«Ascensor abriéndose», se leanuncia al fin, como si alguien estuvieraesperándola. Las puertas se hacen a unlado, dejando al descubierto el palé, queapenas deja espacio para ella y su carga.Después de maniobrar el carro paraponerlo de lado, se apretuja entre suparte delantera y la pared delmontacargas con la intención de pulsarel botón de bajar. No hay necesidad desalir de nuevo, al menos no podrá oír aWoody desde aquí. El montacargas leanuncia sus intenciones y la encierrajusto en el momento en el que exclama:

—¿Qué has dicho?Se alegra de que nadie la vea

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comportarse como una idiota. La cinta olo que sea que usa el montacargas parahablar debe de estar gastándose, porprematuro que eso parezca. Por supuestoque ha dicho «ascensor cerrándose», no«falsa esperanza». Encuentra difícilrechazar la idea de que el ascensormismo se está estropeando, quedesciende más lentamente de lo habitual.Quizá se lo imagina porque se haintroducido en un espacio en el cualapenas podría darse la vuelta si tuvieraque hacerlo. Lamenta tener que tomarprestada una idea de Woody, pero nadiese va a enterar.

—Uno —murmura—. Dos —añade

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pasado un segundo, aunque no estásegura de si está cronometrando almontacargas u ocupando su mente parano sentirse a merced del tiempo quetarda en bajar—. Tres —continúa—,cu… —La palabra que iba a decir nosale de su boca, pues el montacargas seha detenido con un balanceo, como si sehubiera quedado sin suficiente cable.Inmediatamente la oscuridad laenvuelve.

Durante algo más que un momento,en el cual es incapaz de respirar,comienza a imaginar que ha sidorodeada por algo de una solidez mayorque la simple ausencia de luz, que el

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montacargas se ha inundado de aguanegra. No hay duda de que es así comovarios de los empleados masculinosesperarían que reaccionara ella ocualquiera de las mujeres, por eso no vaa dejarse llevar por el pánico. Una vezque consigue completar una fase de larespiración, la concatena con otra hastaque todo vuelve a su curso natural, yentonces recorre con sus dedos la fríapared de metal a su izquierda y pone elbrazo a la altura de su cabeza. En lo queseguramente no suponen más que unospocos segundos, su dedo índice localizala puerta del compartimento que albergael teléfono de emergencia. Debe

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funcionar aunque no haya suministroeléctrico, ¿si no qué sentido tendría?Abre la puertecilla, mete la mano en elcompartimento, y encuentra el auricularcolgando de la pared. Al sacarlo, ungusano tan frío como la niebla demedianoche repta por su desnudoantebrazo. Es solo el cordel delteléfono, pero aparta el brazo y está apunto de dejar caer el aparato. Lo agarraayudándose también de la otra mano y loacerca con cuidado a su oreja.

—Hola —dice una voz desde elaparato.

Suena demasiado alegre dadas lascircunstancias, y no muy diferente a la

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voz que anuncia las subidas y bajadas.Ambas fueron seguramente elegidas porsu capacidad para tranquilizar, porsupuesto.

—Hola —Agnes se siente inclinadaa responder.

—Hola.Su tono es aún más cordial; Agnes

incluso pensaría que algo burlón. Está apunto de entrar de nuevo en el buclesaludando de nuevo, pero comprende loestúpido que sería.

—Estoy atrapada en un ascensor —dice en su lugar.

—Lo sabemos.¿Esperaba Agnes que contestaran al

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teléfono desde la tienda misma? No sabesi pensar que lo contrario tiene más omenos sentido.

—El montacargas de la libreríaTextos —aclara—. ¿Dónde está usted?

—No muy lejos.—¿Puede sacarme?—No se tardará mucho.¿No es la voz innecesariamente

extraña? A Agnes le recuerda a una cintaa menos velocidad de lo normal. Encierto modo, el tono va cayendo, comosi mantenerlo alto supusiera demasiadoesfuerzo. Trata de ignorar latransformación de la voz, sobre todoporque está a solas con ella en la

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oscuridad.—¿Qué vais a hacer? —pregunta.—Ya lo hacemos.No puede ser la misma voz. La

operadora o quien fuera que cogió lallamada debe de haberla transferido a untécnico. Si bien Agnes está segura deque una mujer podría realizar esafunción igual de correctamente, esoahora no le parece tan importante comodebería.

—¿No tendrían que estar aquí parahacer algo? —protesta.

—¿Tú qué crees?—No tengo modo de saberlo, ¿no?

No puedo hacer vuestro trabajo.

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—Me quieres allí.No va a fingir que se siente tentada.

O bien la persona al otro lado tiene unarana en la garganta, en tal caso tiene quetratarse de un espécimen especialmentemonstruoso, o cree que mientras másbajo sea su tono más masculina suena suvoz.

—Lo que haga falta —es lo más quese aventura a decir.

—Hecho.Debe de estar diciendo que algo está

hecho, aunque parece haber sonadocomo si hubieran llegado a una especiede acuerdo.

—¿El qué? —se siente con claro

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derecho a preguntar.—Espera.—No hay mucho más que pueda

hacer, ¿verdad? Quizá no se da cuentade que estoy atrapada aquí en laoscuridad.

—Oh, sí.No quiere creer que haya percibido

deleite en esa contestación.—Quiero que me diga lo que está

haciendo —dice—. Todavía no sé conquién estoy hablando. Ni siquiera sé sunombre.

Por un momento imagina que elauricular se ha cubierto de barro, porquela lenta y espesa risa suena como

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burbujas en medio de esa sustancia.Aparentemente se ha quedado sinpalabras, pero eso no significa queAgnes esté falta de ellas. Suena como unadulto sádico tratando de asustar a uncrío en la oscuridad, y de repente tienela certeza de que está en la tienda. Aligual que la mujer que respondió a lallamada, lo que significa que al menosdos de sus supuestos colegas sienten lasuficiente aversión por Agnes paravengarse sin paliativos. Si se permitierapensar en ello, podría culpar acualquiera.

—Sabes —dice al tiempo que elaparato se torna ansiosamente silencioso

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—. No sé quién eres tú o tu amiga, perosi sois igual que sonáis, me alegro deque esté oscuro.

Ha permitido que la provoquen hastael punto de hablar más de lo debido. Lamitad de esas palabras habrían logradotransmitir la idea. Aleja el aparato de sucara, y hace que se reencuentre con lapared del ascensor con un sonido queespera que implique algo de agonía parala persona que está al otro lado. Sealegra de hacer ruido en el proceso decolocar el auricular dentro delcompartimento y hacerlo encajar. Alcerrar la puertecilla de golpe, sepromete a sí misma encontrar al

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responsable de la broma una vez consigasalir del montacargas. Se echa sobre lapuerta y se pone las manos ahuecadas enla boca.

—¿Me oye alguien? —grita—.¿Angus? ¿Nigel? ¿Ray? Estoy en elmontacargas.

Gran parte de su voz queda atrapadaen las puertas. La siente vibrar, o quizáes su respiración revoloteando como uninsecto entre sus manos.

—¿Alguien? —dice, mientras seecha para atrás, y luego apoya la orejasobre la puerta, que parece agitarsenerviosa por lo repentino delmovimiento.

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—Agnes, ¿eres tú? —oye exclamar aRay.

La forma en la que ni se molesta enpronunciar bien su nombre agrava lasensación de sentirse aislada y de nogustarle a nadie. Si no respondiera sesentiría peor que estúpida, pero hacerlole supone un esfuerzo.

—Estoy en el montacargas. Se haquedado parado.

Ray permanece en silencio por tantotiempo, que empieza a preguntarse si nola ha oído o no le importa.

—Irá alguien en un momento, Agnes—grita de nuevo.

No debe empezar a imaginarse que

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Ray siente la necesidad de alejarse deella cada vez que le habla. Se hadesplazado a otro lugar para ocuparsede alguna tarea; por eso suena cada vezmás lejos. Ahora ha vuelto el silencio,pero por mucho que dure no va a dejarque nadie piense que se está dejandollevar por el pánico volviendo allamarle. Una vez ha conseguidorecordarse que está rodeada delequivalente a un montacargas entero deoxígeno, por muy diminuto que sea elespacio en el que se apretuja, es capazde respirar lenta y profundamente altiempo que intenta convertir a la negruraadherida a sus ojos en parte de la calma

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que lucha por conseguir. Después detodo, está en medio de la absolutaquietud, ¿o es acaso sigilo? ¿Estádescendiendo el montacargas tangradualmente que bien podría estarsimplemente imaginándose elsubrepticio movimiento? Se estáobligando a mantenerse inmóvil, inclusoa la hora de respirar, en un intento dediscernir si la cabina se está moviendocomo una araña gigante, cuando laenorme pero amortiguada voz de Woodydeclara:

—No hay necesidad de parar ahíabajo. No hay necesidad de rascarse labarriga. Veis mejor que nosotros.

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¿Tan poca idea de la situación tienepara decirle eso a Agnes? Por supuesto,debe de significar que las luces hanfallado en el resto del edificio, lo cuales la razón por la que nadie ha llegadoaún hasta ella, no porque piensen que nomerece la pena. La seguridad que leofrece saberlo se ve minada por lacerteza casi total de que Woody serefería en parte a ella con lo que hadicho. Hurga en el hueco entre laspuertas y consigue separarlas un par decentímetros, por los que solo entranoscuridad y una gélida humedad, junto aun tenue hedor a algo rancio. Trata dedeslizar los dedos por la apertura, pero

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es incapaz de mantenerla abierta con unaúnica mano el tiempo suficiente comopara tocar la pared exterior del hueco yjuzgar si se está moviendo o no. Tienemiedo de atraparse la mano, y la retira.Las puertas se cierran con un ruidosordo.

—Agnes, soy Nigel, ¿te encuentrasbien? —dice una voz desde arriba.

Si también está sumido en laoscuridad, tiene cosas más importantesen las que concentrarse que en lapronunciación de su nombre. Respiraprofundamente para que su grito no sequede a la mitad.

—No sé dónde estoy.

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—Estás debajo de mí, en algunaparte. Estoy en las puertas de arriba.Voy a bajar. Por las escaleras, claro.

La imagen de Nigel bajando por elcable revive la incertidumbre de si elpeso del montacargas y su contenido laestán conduciendo cada vez más abajo.

—¿Puedes ver dónde estoy? —suplica, en parte con la esperanza deaveriguar si hay luz cerca.

—Para ser honesto, no veo nada.Ray ha ido a comprobar los fusibles.

No deberían tardar mucho en poderver algo, entonces, e igualmente elmontacargas volverá a funcionar.

—¿Serás capaz de llegar? —

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exclama, dándole a Nigel la opción dequedarse exactamente donde está.

—No lo dudes. Voy inmediatamente—se enreda con las últimas palabrasantes de añadir—: Ahora voy.

Le ha hecho perder la confianza. Esolo convierte en más humano, pero no laayuda a sentirse más segura. Unamortiguado sonido metálico en lasalturas es seguido por un negro silencioque reafirma la sensación de que elmontacargas no para de descender,aunque a velocidad de tortuga.Alternativamente, intenta respirar concalma y aguantar la respiración paratratar de notar algún movimiento en el

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aparato.—Ya estoy en las escaleras, Agnes.

No tardaré mucho —le anuncia Nigel.—No tardes —responde, porque

suena más lejos que cerca. Por supuesto,ahora hay un muro entre ellos. Cierra losojos por si eso le ayuda a detectar susprogresos, pero eso simplementeintensifica su impresión de que elmontacargas no está tan quieto comoquiere hacerle creer. Los montacargasno pueden hacer creer nada pero ¿quiénsi no? Se está recordando a sí mismaque está sola en la oscuridad exceptopor la lejana voz de Nigel, cuando unindefinido ruido sordo la hace dudar.

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—Soy yo. Soy Nigel —trata detranquilizarla—, ya estoy aquí.

Le disgusta tener que hacer lapregunta.

—¿Dónde?—Muy cerca.No suena ni mucho menos cerca.

¿Cómo puede estar encima de ella siestá junto a la puerta? Es imposible quehaya un lugar más abajo donde elmontacargas pueda llegar. O quizá sí, noes una experta en el funcionamiento delos ascensores. Si el hueco se extiendemás allá del nivel de la planta inferior,no tendría mucho sentido que alcanzarauna mayor profundidad. Un vago rumor

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de actividad indica que Nigel se estáesforzando en intentar abrir las puertasque conducen al hueco. No está segurade si se le están escapando los sonidos,pero lo claro es que no estáconsiguiendo ningún resultado. ¿Hayalguna forma en la que podría ayudar?Se aferra a la ranura entre las dospuertas usando sus manos como garras,pero al poco tiempo las fuerzascomienzan a flaquearle, tal y comoalgunos de sus colegas esperarían deella; esta vez no se abre lo suficientepara permitir a sus dedos pasar a travésde ella, pero sí para volver a dejar pasoal vago hedor a rancio. La mayor parte

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del esfuerzo consiste en estirar el cuelloa un lado, sobre el carro, para intentarmirar por la abertura. Aún estáarqueando todo el cuerpo para intentarlocuando el carro le presiona fuertementeen sus caderas y Nigel la llama:

—Espera. —Tiene las pocas lucesde erguirse agradecida antes de darsecuenta de que es imposible que Nigeltuviera ni idea de lo que ella pretendíahacer—. He visto algo que puedo hacer—explica—, ahora vuelvo.

Eso debe suponer una esperanza.Quiere creer que significa que ve algo.Aguanta la respiración por si eso leayuda a adivinar lo que está haciendo

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Nigel. Tras unos pocos segundos, oye unchasquido que le indica que ha abiertola puerta de Pedidos. La luz de afuera nodepende de los fusibles de la tienda. Sies así, ¿por qué Nigel ha caído en elsilencio? ¿Por qué no lo oye junto a laspuertas del montacargas? Obviamenteporque está asegurando las puertas delpasillo de Pedidos para que no secierren, se dice justo en el momento enel que se cierran con otro sonorochasquido.

Se contiene para no lanzar un gritodirigido a Nigel, pero está a punto dehacerlo cuando un sonido sordo yamortiguado pone fin al silencio.

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Después de una pausa suena otro, yentonces comprende que Nigel estáintentando abrir las puertas del pasillode Pedidos a golpes de hombro, lo quesignifica que de algún modo se las haarreglado para quedarse atrapado en elexterior del edificio. O se ha cansado o,lo que es peor, hace menos ruido porquela va a dejar en la profundidad de esanegrura.

De lo único que puede sentirsealiviada es de la certeza de que suspadres no están enterados de lasituación. Ya se habrán ido a la cama, yespera que estén dormidos. Si hubierausado la negativa de Woody a que

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contactara con ellos como excusa parairse, ahora no estaría atrapada, pero nova a permitir que ese pensamiento laafecte. No está paralizada, y todavíapuede hacerse oír. Si se necesita más deuna persona para abrir las puertas delmontacargas, hay un montón en la salade ventas.

Se desplaza con esfuerzo desde laesquina del carro hasta la parte frontalde este. El borde de un estante se leclava en los riñones y los cantos devarios libros lo hacen en su columna. Alponer cada una de sus manos sobre unade las puertas se siente como atornilladaal metal. No respira muy profundamente

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para que su tórax ocupe el menorespacio posible, en caso contrario elmetal le aplastaría los pechos. Se tieneque recordar más de una vez que no seestá asfixiando, antes de introducir losdedos de su pie derecho entre laspuertas. Acaba metiéndolos todos yempuja para abrirlas lo bastante paraque el pie entero acabe dentro delhueco.

Se está tomando unos pocossegundos para descansar y prepararsepara una nueva tentativa de ampliar laabertura y pedir ayuda, cuando el olor arancio vuelve a colarse en la cabina.Asciende de algún lugar bajo el

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montacargas, y se ha convertido en algotan insoportable, que no tiene ningunaduda de que su origen se esté acercandoo ya lo haya hecho. Se obliga a alargaruna mano a través de la oscura grieta.Espera que a pesar de todas susimpresiones se encuentre con las puertasque conducen al pasillo, pero las puntasde sus dedos solo topan con unoscuantos ladrillos resbaladizos.

Tiene miedo de subir más la mano,pero lo hace. Ascendiendo todo lo quepuede lo único que es capaz deencontrar son ladrillos y más ladrillos.Poniéndose de puntillas, llega con susdedos al espacio entre el borde superior

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de la cabina y la pared de ladrillos.Solo un poco de la parte inferior de laspuertas que dan al pasillo está alalcance de las puntas de sus dedos,puede rozar el borde, pero por muchoque extienda los dedos no puede llegarbien y se le resbalan por los ladrillos.

No va a dejarse llevar por el pánico.¿No tienen todos los ascensores unacompuerta de emergencia en el techo?Aunque no recuerda haber visto ninguna,tiene que haberla. Podrá llegar hasta ellaaupándose en el carro, pero preferiríano hacerlo mientras siga estando tansola. Respira profundamente y casi tieneque escupir por el sabor a rancio que

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inunda su ser. Pero en lugar de eso, gritacon todas sus fuerzas, con las manosalrededor de la boca y la cabeza haciaatrás.

—¿Puede venir alguien? Estoy en elmontacargas. Se ha quedado parado.

Está a punto de utilizar el resto de sualiento cuando algo la interrumpe. Noquiere pensar que es alguna clase derespuesta; al principio ni siquiera estásegura de estar oyendo al montacargas.«Ascensor abriéndose» dice, o quizá«cerrándose», aunque se le ocurre que lalenta, grave y profunda voz ha dicho«ascensor hundiéndose».

La cinta con la grabación debe de

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estar gastada y bajo mínimos, o elmecanismo se está quedando sin energía,pero no puede espantar la idea de que lavoz ha vuelto a su verdadera naturaleza,y que su versión femenina era una merapretensión. Además, le recuerdademasiado a la voz o voces que leatendieron en el teléfono de emergencia,una creencia que es considerablementepeor que un sinsentido en medio de lanada. Se lleva las manos a la boca y aparte de la nariz para protegerse un pocodel olor mientras vuelve a respirarprofundamente. Alza el rostro paravolver a gritar, pero todo lo que emergede su boca es un resuello. Algo repta

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por su zapato y le rodea el tobillo. Esdemasiado frío y viscoso para ser algovivo.

Durante un momento consiguerecuperar algo de confianza pensandoque debe de ser agua o barro. Entoncestambién alcanza su otro pie e igualmenterodea el otro tobillo, por lo que se veobligada a sacar el pie que mantieneabierta la apertura y deja pasar elvertido. Las puertas se reencuentran conun golpe sordo que no suena ni muchomenos tranquilizador, y Agnes vuelve asu rincón, donde al menos tiene unamayor capacidad de maniobra. Siente elfilo del estante superior del carro

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magullando la zona de los riñones, unoscentímetros por debajo del incesantepinchazo de libros en la columnavertebral, y sus pies no dejan de perderagarre en el húmedo piso metálico. Tanpronto como alarga la mano izquierdapara buscar los controles de la pared eidentifica el botón de subir, comienza aaporrearlo. Seguramente esa no es larazón por la que advierte un movimientode la puerta, como si un intruso sehubiera colado a través de ella. Selibera de la presión del carro y seyergue, como si ponerse muy derechafuera a inyectarle coraje. Durante unossegundos no cesa de golpear el botón

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con el dedo. No está deteniendo eldescenso del ascensor, que ya no pareceestar bajando sino más bien siendoarrastrado hacia abajo. Aunque tienemiedo de apartarse de los controles y dela puerta, no tiene otra alternativa. Secoloca detrás del carro y se queda depie entre los dos brazos metálicos delpalé. Se agarra a ambos lados del carro,preparándose para auparse a la invisiblecompuerta, cuando una sustanciademasiado sólida para ser agua ydemasiado líquida para ser tierra leinunda los pies y le sube por lasespinillas.

No grita. Necesita ahorrar aire para

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poder respirar, y para convencerse deque no está a punto de ahogarse. Sube unpie al estante inferior del carro paraevitar la creciente inundación. El pie sele resbala del centímetro de estante noocupado por libros. El chapoteo lesalpica hasta encima de las rodillas ycasi le hace gritar. Coge montones delibros del carro y los echa a un lado,sumiéndolos en la oscuridad, en la cualgolpean inertes contra las paredes de lacabina del montacargas. Para cuando hadespejado los otros dos estantes de lamayor parte de su contenido, el fluidogélido y viscoso casi le llega a lasrodillas, y oye como los libros rebotan

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en la pared y caen en él, provocando unchapoteo tras otro. Pone los pies en elestante inferior y se impulsa al de enmedio. Apenas ha posado los pies eneste, el carro se derrumba.

Se trastabilla a ciegas en lasprofundidades del montacargas hastaque su espalda golpea contra el asiderodel palé. Una ola de la altura de surodilla la sigue, arrastrando libros yunos pringosos y empapados pedazos dealgo inexplicable que hociquea en suspiernas exigiendo su atención hasta quelos aparta de una patada. Se da la vuelta,avivando el dolor en su columna, yagarra el asidero. Es demasiado corto y

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ciertamente demasiado inestable parausarlo para escalar. Es entonces cuandooye el carro golpear contra la pared delmontacargas, restañándola por arriba ypor abajo. Si el carro flota, ¿podríasubirse en él para llegar a la compuertade escape? No hay otro camino, pues nosabe nadar, y aunque supiera no podríahacerlo en el lodazal que ya sobrepasasus rodillas. Trata de mantenerse en pie,a pesar de la sustancia y de la oscuridadmientras sus dedos apartan una masa delibros empapados. Sus nudillos van adar contra una obstrucción más sólida;la parte inferior del carro flota por unlado. Se lanza hacia ella sintiendo una

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especie de penoso triunfo, y su manoizquierda se cierra sobre un objetoasentado encima del carro.

Tiene rostro, pero no por muchotiempo. Antes de que su mano se apartede los apelotonados rasgos, o puedadistinguir más de un único ojo indolentey parpadeante del doble del tamaño desu compañero, el rostro se hunde en elfrío y gelatinoso bulto que es la cabeza.No sabe qué sonido sale de su gargantamientras lucha por echarse hacia atrás;solo sabe que se siente desesperada poralejarse del carro y de su horriblecontenido tanto como le permita lacabina del montacargas.

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A su alrededor y a su espalda larodean libros empapados,obstaculizando su progreso, ya que lellegan a los muslos. El carro seprecipita contra su cintura, y tiene queusar toda su fuerza para apartarlo.Golpea la puerta con tal violencia quetoda la cabina tiembla. Quizá no sea eseel único resultado, porque a los pocossegundos la ansiosa corriente de agua yalame sus costillas. Tiene los brazos enalto para no hundirlos, si bien quizá sololo hace porque no se le ocurre darlesotra utilidad. El carro le sacude elpecho. Apenas tiene tiempo de comenzara rezar para que ya no haya nada en él

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cuando la reminiscencia de un rostro semoldea justo delante de sus ojos.

Sus rasgos son tan difusos como losdel lomo de una babosa, salvo por unasonrisa tan ancha y abierta que bordea laidiotez. Alarga una mano en forma degarra hacia la temblorosa masa sincuello y la aparta de ella, provocandosolo que unas extremidades repten porsu nuca y se unan en su cuello. ¿Cómopueden ser imposibles de separarteniendo tan pocos huesos y músculosque sus dedos ni siquiera los notan,cuando ni siquiera parecen estar segurasde su propia forma? Su presión vaatrayéndola más y más en dirección a la

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cabeza y a lo que sea que tenga ahorapor cara, tan cerca que casi se alegra deque la negrura que invade primero suboca y su nariz, y después sus ojos y sucerebro, sea más sólida que cualquierotra oscuridad.

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Angus

—Vale, ¿por qué no hacéis algo queponga una sonrisa en mi cara? Decidmeque algo está arreglado.

—Espero que los fusibles lo esténpronto. Ray ha bajado.

—Parece que hace mucho rato, ¿o yahe perdido la noción del tiempo?

—Parece mucho rato. Quizá es porla hora que es.

—¿Pretendes insinuar que se haquedado dormido trabajando?

—No, pero tiene que conseguirllegar abajo y hacer lo que tenga que

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hacer en medio de la oscuridad. ¿Creesque en el futuro sería posible guardar uncandil aquí arriba?

—Algo primitivo quizá. Oh, asíllamáis vosotros a las linternas. Penséque Nigel os había conseguido algo deluz.

—Solo aquí, no llega abajo.—De todas formas, ¿por qué este

silencio? No hace falta que únicamentehable Angus.

—La cosa es que Nigel no está aquí.—No me digas. Nos han

abandonado, ¿eh? ¿Cómo es que hahuido?

—Anyes está atrapada en el

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montacargas y ha ido a ver, bueno, a verqué puede hacer me refiero, no solo acuriosear. No creo que lo hayaconseguido todavía.

—¿Quién?—Nigel. Me acabas de preguntar

sobre él.—Ya sé lo que he preguntado. Aún

conservo el cerebro que traje deAmérica. Lo que te pregunto ahora escómo has llamado a la chica atrapada enel montacargas.

—Anyes. Probablemente habrásoído que la llaman así. Es como le gustaque lo hagan.

—Y tú intentas hacer lo que le gusta

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a todo el mundo, ¿verdad, Angus? Nopiensas que eso puede joder tu trabajoaquí.

—No entiendo cómo llevarme biencon la gente puede hacerlo.

—Estás tan ansioso por agradar quequizá tienes miedo de arriesgarte a haceralgo mejor que los demás, ¿tengo razón?Tienes que saber que eso no ayuda alequipo. De todas maneras, no es eso delo que hablaba.

—No deberías haberlo dicho,entonces.

—¿Me repites eso? No lo hepillado. Me refería a que su nombrepodría ser el problema.

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—No veo por qué.—Entonces piensa en ello. A

vosotros los británicos os gustapronunciar las cosas de forma diferentea como se escribe, ¿verdad? Quizá poreso hemos tenido casos de libroscolocados de forma desordenada. Otrapalabra mal pronunciada no va a servirde ayuda.

—Al menos no cometemos loserrores gramaticales de algunos devuestros, como los llamáis, espaldasmojadas.

—Sigo sin poder oírte, Angus.Recuerda que hay una puerta. Bueno, mealegra de que tuviéramos tiempo para

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charlar un poco, pero supongo que yahemos descansado bastante. Aquí tienestu oportunidad.

—¿A qué te refieres? ¿Para qué?—Eh, ¿de qué estamos hablando?—No estoy seguro, no me arriesgaré

a decir nada más.—La puerta. Me refiero a la puerta.Angus atrapa el picaporte y se

inclina sobre él para empujar la puerta,pero obtendría los mismos resultados sihiciera lo mismo contra un muro.

—Todavía está atascada.—No tenemos tiempo para juegos.

Esa no es la clase de sonrisa quenecesitamos. Si te digo que busques una

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manera de sacarme de aquí con elloquiero decir que uses la cabeza.Supongo que si Ray y Nigel vuelven noles importará descubrir que les hasahorrado unas cuantas payasadas más —exclama Woody, y añade lo bastante altopasa ser oído—: A veces me dan ganasde rendirme por culpa de estos hijos dela Gran Bretaña.

Angus levanta el pie para dar unapatada. No pretende mover la puerta,pero Woody no se va a enterar. El ruidopodría reavivar sus comentarios, noobstante, y Angus ya ha tenido más quesuficiente. Si se las arregla para liberara Woody, al menos podrá deshacerse de

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él. El problema es que aun en mitad delsilencio, es incapaz de pensar.

Supone que Nigel está ocupadotratando de sacar a Agnes. Mientras él yWoody estaban gritando los pudo oírhacer más o menos lo mismo, tras locual la puerta del pasillo de Pedidoschasqueó en dos ocasiones,presumiblemente permaneciendo abiertaen algún momento entre cada una deellas. Ahora Nigel la habrá dejadoabierta para que entre la luz delaparcamiento de empleados. QuizásAgnes pueda verla, porque ya no gritabatan fuerte como antes, el sonido parecíamás remoto y finalmente acabó por

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callarse. Es probable que Angus puedaapartarla de su mente para centrarse ensu propia tarea. Da un paso atrás, por siquizá el ver la puerta de Woody desdecierta distancia le fuera a mostrar lamanera correcta de proceder.

No puede desatornillar las bisagras.Nigel no pudo encontrar undestornillador, y además, las bisagrasestán entre el marco y el borde interiorde la puerta. ¿Y si el problema es con lacerradura? En una película todo seríatan fácil como insertar una tarjeta decrédito y desatascarla, pero Angussospecha que si lo intentara la tarjeta sedoblaría o quedaría atrapada en el

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mecanismo, o simplemente se partiría endos. ¿Hay algo más aquí arriba quepueda usar para manipular la cerradura?Mira a su alrededor, la habitaciónparece sumida en una nieblaresplandeciente causada por lailuminación de las pantallas grisáceas yoscurecidas por los borrosos iconos.

—Alguien estará contigo en unmomento, Agnes, si es que no hanllegado todavía. Me perdonarás decir tunombre de esa forma, pero supongo quepuedo reclamar esto como territorioamericano, y allí no lo pronunciamos deesa manera. Debería haceros saber a loschicos de abajo que Nigel está teniendo

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que sacar a Agnes del montacargas, yRay está a punto de devolvernos elsuministro, ¿verdad, Ray? —resuena lamagnificada voz de Woody, y esoagrava la incapacidad para pensar deAngus.

No hay respuesta. Sin duda Ray sabeque su voz no va a llegar a Woody. Elretorno del silencio permite a Angusreparar en los cajones bajo el escritorioen forma de ele que alberga losordenadores. Si alguien pone algunaobjeción a que rebuscara en ellos, podrádecirles que Woody insistió en quehiciera todo lo necesario para ayudarle.Está harto de sentirse tonto e inútil, y

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más que harto de estar solo con la vozde Woody a través de la puerta. Cruza lanublada habitación y abre el cajón deConnie.

Contiene medio paquete de pañuelosmetidos en un celofán cuidadosamenteentreabierto, un bolígrafo con la puntadentro de la cabeza de un gato manchadode gris por la luz, una tarjeta decumpleaños repleta de gatos sobre unsobre sin usar y un cargamento de clipsesparcidos. Se está preguntando sialgunos de ellos podrían servir parahacer una ganzúa, cuando la voz deWoody vuelve a la puerta:

—¿Pensando aún, Angus?

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—Hecho —murmura Angus alcomprender que la mancha oscura a laespalda del cajón no es una sombra sinouna regla de metal de treinta centímetros—. Hecho —repite cuando se dispone ainsertar la regla en la ranura junto a lacerradura.

El ángulo de la luz, tal como está, leha impedido reconocer que el marcosobresale del exterior de la puerta uncentímetro. Mete la regla entre amboselementos y usa las dos manos paraescarbar hasta encontrar el cerrojo.Mientras intenta maniobrar la reglaalrededor de él, Woody comenta:

—Estás callado otra vez, Angus.

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¿Bloqueado?La palabra que Angus murmura rima

con esa, porque ahora la regla no semueve en ninguna dirección, inclusocuando se inclina tanto sobre ella queparece a punto de provocarle un corte enlas manos calientes y húmedas. ¿Puederomper el marco para dejar la cerraduraal descubierto? Empuja la reglalateralmente, lo que causa un leve ydubitativo crujido. La delgada línea desombra entre la puerta y el marco estácambiando, pero nada de esto parecetener sentido. ¿Cómo puede estarempequeñeciéndose o desapareciendo?

—Espera un minuto —dice Angus.

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—Llevo haciéndolo muchos minutos.Si no fuera por la puerta, estarían lo

bastante cerca para poder darse la mano,eso si no estuvieran empujándose odándose de puñetazos o atacándose decualquier otra manera; la presencia deWoody le hace a Angus sentirse mássolo en medio de la tenue luz,especialmente porque todo se estáponiendo más oscuro. Al darse la vueltacomprueba que el ordenador de Nigelemite una cantidad significativamenteinferior de luz que sus compañeros.Cruza la estancia y agita el monitor enlugar de encenderlo y apagarlo.¿Realmente los oscurecidos iconos han

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temblado como hojas muertas en lasuperficie de una piscina perturbada poruna presencia? Lo que de verdadimporta es que de la pantalla sale luz,aunque no mucha.

—Actualiza la información.—Estábamos perdiendo energía, de

algún modo.—¿Sí? Por aquí sigue igual de bien.Si de verdad está tan bien, Angus

siente la tentación de dejarle con ella,pero sabe que la voz de Woody leseguiría hasta donde fuera. Vuelvedeprisa a la puerta y lanza todo su pesocontra la regla. El marco responde conun crujido incluso más débil que el

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anterior.—Te has callado otra vez. Todavía

no sé qué estás intentando hacer.—Intento abrir el pestillo de la

cerradura —dice Angus sin separar losdientes.

—Eh, no nos dijiste que eras uncaco. Supongo que a partir de ahoratendré que vigilarte de cerca.

Angus supone que Woody está debroma, sin duda sonriendo. Sin embargo,se pone lívido de la rabia. Se arrojacontra la regla con toda su fuerza. Algose dobla, y casi acaba golpeándosecontra la pared. El marco ha demostradoser un digno rival para la regla, que se

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ha doblado hasta casi la mitad.Al principio piensa que su visión se

ha nublado por la rabia o por elesfuerzo, pero entonces comprende quees la estancia la que se ha oscurecido.La iluminación de las tres pantallas delos ordenadores se ha atenuado y losiconos no son apenas visibles. Corre endirección al monitor de Nigel e intentaagitarlo para que recupere la razón, perosi consigue algo es oscurecerlo más. Lodeja estar y golpea el de Ray con elnudillo. Inmediatamente, todos losiconos desaparecen, como si la pantallalos hubiera engullido.

Sostiene en alto una mano incierta,

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como si eso pudiera convencer alordenador de que no haga algo peor, yen ese momento la pantalla recupera laluz. Eso debería ser un alivio, aunqueconlleva la impresión de que una luz seha encendido en el fondo de un mar deniebla. Se acerca ahora al monitor deConnie y le da un golpe similar a lapantalla con los nudillos.

Al momento, los iconosdesaparecen, y teme que la luz haga lomismo. Parpadea y luego se estabiliza,¿pero puede confiar en que siga así?Con ambos nudillos, golpea el cristalcon el doble de fuerza. Le viene a lacabeza una pecera a la que propina un

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golpe para que las criaturas de dentro sedespierten, lo cual puede explicar porqué la grisácea palidez que se estáhinchando en su dirección parece mássólida que un resplandor; casi tan sólidaque parece una cabeza saliendo a lasuperficie desde el medio que le haarrebatado su forma. Esa visión le envíade vuelta a la puerta con más ansias sicabe de liberar a Woody. Al echarsesobre el otro lado de la regla paradevolverle su forma, da de sí sin apenasresistencia, impulsándole más allá de lapuerta con un pedazo de metal en lamano, restañando la madera.

La regla ni siquiera se ha partido por

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la mitad. Menos de un tercio quedacolgando del hueco.

—Suena a que por fin hasconseguido algo —exclama Woody altiempo que un hormigueo recorre la pielde Angus.

—He roto la regla —dice Angus unavez ha recuperado el control y es capazde gritar en lugar de chillar.

—¿Que has roto qué?—La regla con la que intentaba

forzar tu puerta.—Entonces no eres el caco que

pretendiste hacerme creer que eras.Supongo que es momento de volver a lafuerza bruta. ¿Quieres que te busque

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algo de compañía?No puede estar refiriéndose al ruido

de detrás de Woody, tan distante yamortiguado que es prácticamenteinaudible. Angus mira a su espalda y sedice que debe de estar soñandodespierto, que todo es a causa del hechode estar en pie a estas horasintempestivas; unas masas grisesborrosas no pueden estar hocicando enel interior de las pantallas de losordenadores.

—¿Quién? —pregunta.—Intentémoslo con un par de los

deportistas de ahí abajo —propone, ytan inmediatamente como Angus

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comienza a retirar los fragmentos deregla, Woody amplifica su voz—: Ray,Nigel, uno de vosotros o los dos, ¿porqué no dejáis lo que estáis tardandodemasiado en hacer y abrís una puertapara dejar que pasen Greg y Ross aayudar a Angus? No entiendo cómo nohabéis pensado en eso antes.

Angus tampoco lo entiende, mientrasespera una respuesta. Es imposible queno hayan oído a Woody, sin embargosiguen sin responder. ¿Puede el vagosonido a su espalda tener algunaconexión con ellos? Quizá son Agnes oNigel golpeando las puertas delascensor. No ha conseguido distinguir

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nada más cuando la voz de Woody cubreel sonido.

—Vosotros dos no tenéis queesperar fuera, ya sabéis. Quizá siintentáis entrar lo consigáis.

No mucho después, Angus oye unaserie de golpes sordos e irregularesescaleras abajo. Son más audibles quelos otros sonidos, que sin embargopercibe más cercanos. Cada vez sesiente más incapaz de mirar atrás.

—¿Qué pasa contigo, Angus? ¿Oyesalgo que yo no oigo? —dice la gran vozde Woody.

Angus tiene la sensación de que siresponde podría atraer la atención sobre

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él, especialmente cuando lo único queconsigue decir es:

—¿Qué iba a oír?—A Ray o a Nigel, o a ambos, por

ejemplo.Angus aguza los oídos pero el

resultado solo aumenta su incertidumbresobre cuántos sonidos realmente oye ycuál es su procedencia.

—No han dicho nada todavía.—Greg y Ross, daos un respiro.

Angus, dale una voz a Ray y Nigel.Gritar no es algo que le apetezca a

Angus. Observa su pálida sombraaplanándose contra la pared tenuementeiluminada y desea poder ser igual de

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anónimo y discreto.—¿Ray? ¿Nigel? Woody quiere

saber qué está pasando —grita soloporque sabe que Woody no iba a pararde acosarlo hasta que lo hiciera.

Al principio su llamada solo traesilencio, pero es seguida por una seriede subrepticios sonidos sordos, como siunos objetos demasiado blandos paraser manos o cabezas avanzarantorpemente por un cristal. Pronto la vozde Woody los hace inaudibles.

—¿Algún mensaje para mí?—No oí ninguno, lo siento.—No puedo decir que me sorprenda.

Parecía que me estabas gritando a mí y

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no a ellos. ¿Por qué no vas a buscarlos yluego me cuentas? Está claro que nohaces nada en este puesto.

Angus se sentiría agradecido deescapar de él y de los ruidos de laestancia, si no fuera porque eso le va allevar a acercarse a la oscuridad. Esincapaz de decidir qué es peor mientrassale de la habitación. Prefiere evitarmirar los ordenadores, pero laalternativa es observar su sombraascendiendo como una desoladamarioneta sin rostro por la pared. Lehace sentir como un niño asustadodespierto en su cama en mitad de lanoche, ni siquiera seguro de que se trate

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de su propia sombra o de lo que hará sila luz desaparece por completo. ¿Porqué no aprendió a conducir? Le hubierapermitido alejarse de la niebla estanoche en lugar de tener que ser traído aTextos por su padre. A medida que lasombra se extiende delante de él, sealarga y se distorsiona como una amebaintentando parecer un hombre, antes deperder fuerza en la puerta de la sala deempleados y derramarse en laoscuridad. Angus se queda junto alumbral y se pone las manos en la boca,aunque sus dedos bloquean la visión dealgunas de las indistinguibles figuras dela sala de empleados.

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—¿Ray? ¿Nigel? —grita—. ¿Podéisresponder?

No quiere esforzarse en escucharmás de lo estrictamente necesario, yaque al hacerlo es consciente del suave einsistente avance en la oficina a suespalda. Seguramente es Woodyapoyándose impacientemente sobre lapuerta justo antes de disponerse a exigiruna respuesta:

—¿Entonces quién ha dicho qué?Una taimada y difusa voz imita a la

de Woody, mucho más fuerte, y Angus setiene que convencer de que ha sidocausada por los altavoces de abajo, poreso proviene de la oscuridad.

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—Nadie ha dicho nada todavía —admite.

—No puedo oírte.—Todavía nada —grita Angus a

través de la oscuridad, que parecesaludarle con un inquietante movimiento.

—No te oigo aún. ¿Por qué nointentas hablar solamente conmigo enlugar de con el resto de la tienda?

Angus podría echarle en cara esomismo, pero se gira apenas lo bastantepara exclamar:

—No responden.—Bien, eso no tiene sentido. No

pueden haber ido a ninguna parte. Noestán en la sala de ventas, ¿verdad,

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Greg? Tengo razón. Escucha, Angus, nohas hecho todavía lo que te he pedido.Te dije que los buscaras, no que nosgritaras. Mejor que no te hagas a la ideade que no tienes que hacer lo que digosolo por el hecho de que esté aquíencerrado durante un tiempo.

El dilema de quedarse en lainestable y tenue iluminación oaventurarse en la oscuridad le pareceuna pesadilla de la que Angus no tieneposibilidad de despertar. Siendo unapesadilla, tiene la facultad de anular eltiempo, de tal modo que le costaríapoder decir cuándo le ha preguntadoWoody:

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—¿Te has ido ya, Angus?—Voy.Angus casi chilla y se da la vuelta

para asegurarse de que Woody lo oiga.Lo que cree ver lo propulsa fuera de laestancia, aunque al alejarse deja lamayor parte de la luz fuera de sualcance. Ya no está seguro, o intenta noestarlo, de que las figuras grisesestuvieran aplanando sus supuestosrostros contra el interior de las pantallasde los ordenadores, ensuciando elcristal con sus anchas y abiertas bocasde un aspecto tan voraz como estúpido.Se obliga a pensar que el estúpido seráél si deja que su mente lo paralice. El

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único problema es la falta de sueño.Tiene ocasión de probarle a Woody quelos británicos dan la cara por el grupo.

¿Está Woody tan preocupado porestar atrapado en su despacho que se haolvidado de que Agnes debe de estarpasándolo peor que él? Angus cruza lasala de empleados, que parececompuesta por una tenue y no demasiadocorpórea niebla, y se inclina sobre laentrada al almacén. Una innecesariacantidad de oscuridad cerca amboslados de su cabeza.

—¿Agnes? —grita—. ¿Nigel? ¿Haynoticias por ahí abajo?

Quiere creer que oye a Agnes

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aporrear las puertas del montacargas,habiendo agotado todas sus fuerzas, peroel sonido no proviene de delante de ella.Solo hay silencio en esta oscuridad. ¿Esincapaz de oírle o está demasiadoasustada para contestar? Si es losegundo, Agnes no se imagina hasta quépunto simpatiza con ella. Nigel debe dehaber quedado atrapado en el exteriordel edificio; eso explicaría el segundochasquido de las puertas y lasubsecuente falta de respuesta. Angusestá a punto de intentar tranquilizar aAgnes diciéndole que ya no se encuentrasola, y de paso a sí mismo, si consigueoírla.

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—Angus, si estás haciendo lo queoigo, trata de usar la cabeza —interviene la gigantesca voz de Woody.

Eso no parece requerir unarespuesta, lo que al menos significa queAngus no tiene que mirar en dirección ala oficina, desde donde el nublosoresplandor parpadea como si hubieracosas moviéndose por ella. Angus ruegaque sigan haciéndolo dentro y no fuera.

—Deja a Nigel y a Agnes, mira siRay necesita ayuda. Si los fusibles searreglan, el montacargas también, esobvio.

Si es tan obvio, ¿por qué no lomencionó antes? Angus se siente herido

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por que le haga parecer un idiota delantede toda la tienda.

—Agnes —grita entre sus manos—,voy a ayudar con los fusibles y entoncesestarás bien.

El resentimiento hacia el comentariode Woody le conduce a la sala deempleados para demostrarles a todosque no es un inútil. Le sigue tan pocacantidad de la tenue luz que no es apenascapaz de advertir que la puerta hacia lasescaleras está cerrada. ¿Es eso lo quehace inaudibles los gritos de Ray?Angus pasa deprisa junto al reloj, sobretodo porque le recuerda a un agujerodesde el que podría surgir una cara, y

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abre la puerta. Cuando está a punto dedar un paso adelante para gritarle a Ray,se choca con un objeto que habíaagazapado tras la puerta.

Es una silla. Ray debió de bloquearla puerta con ella, pero la barra metálicala hizo caer. Angus empuja la puerta conlos hombros y coloca la silla a dos patascontra ella antes de proceder. Hay algomás que oscuridad ahí delante. ¿Estánlas escaleras inundadas? Si eso es unintento de Ray de reunir aire en suspulmones, ¿va a parar en algúnmomento? Incluso si está respirando porla boca, la inhalación es demasiadolarga. Le lleva demasiado tiempo a

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Angus comprender que lo que oye es elquedo gruñido del secador de manos delservicio de caballeros situado entre lastaquillas de los empleados y la partesuperior de las escaleras. El sonidoacuoso también proviene de allí.

—Ray —le llama Angus—, ¿erestú?

Al momento, el secador deja derespirar. Espera, hasta que comienza apreguntarse si eso era una respuesta, loque al menos le da tiempo paraidentificar el chapoteo de agua en unlavabo. Alguien ha debido de dejar ungrifo abierto. Así se quedará hasta quevuelva la luz.

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—Ray, ¿puedes decir algo? —dicepara meterle prisa, gritando a plena voz.

No es ni mucho menos tan alta comola de Woody, pero él no tiene bocas portoda la tienda.

—¿Alguien más piensa que esincreíble que Angus esté todavíagritando y no haya ido al lugar al que sele ha dicho? Uno pensaría que no quiereque tengamos luz para trabajar.

Angus siente la carga de la antipatíade todos, una oscuridad adicional eincluso más opresiva. Está convencidode que Ray se ha refugiado en losservicios, por el miedo a la oscuridad, yahora está demasiado avergonzado para

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admitirlo; eso explica el silencio. Si seestá escondiendo ahí dentro, Angus nova a molestarlo más. Puede abrir lapuerta al pie de las escaleras y dejarentrar cualquiera que sea la luzdisponible en la sala de ventas. Justo lanecesaria para permitirle encontrar losfusibles, o simplemente ver algo, serámás que suficiente.

Se aleja del último rastro deiluminación en el preciso lugar dondelas puertas de las taquillas con losnombres de los empleados escritos, sinningún motivo lógico, le traen a la menteimágenes de lápidas. Hasta queencuentra la barandilla de la derecha

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para agarrarse, podría haber jurado queestaba a punto de lanzarse a un pozo sinfondo. Sus dudas se disipan cuandovuelve a oír ruido proveniente de losservicios, de nuevo la respiración delsecador de manos. ¿No comprende Rayque eso traiciona su presencia? Angusprefiere no imaginarse cuál es el estadomental de Ray para que haya llegado alpunto de ponerse a jugar con la máquinaen mitad de la oscura estancia. Quizáestá desesperado por secarse el sudornervioso; no es una idea agradable.Ayudará a Ray y a Agnes al tiempo quele enseña a Woody, y a cualquiera quecomparta su desdén hacia él, que Angus

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puede tener éxito en una empresa en laque otros parecen haber fallado. Seaferra a la pegajosa barandilla y da unpaso.

Un escalón espera a su pie en ellugar correcto, otro algo más abajo, yasí hasta la planta inferior. Solo tieneque confiar en ellos, porque puede verla meta al fondo de las escaleras, unbrillo horizontal tan fino como la hojade un cuchillo. ¿Ha abierto Ray más elgrifo? El sonido no puede estarrealmente siguiendo a Angus. Quizá Rayse está echando agua fría en la cara en laoscuridad. Debió de meterse en losservicios antes de que Woody sugiriera

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que él y Nigel dejaran entrar a Greg yRoss. Ahora es cosa de Angus; la láminade luz, a la que se acerca a cada escalónque desciende, lo confirma. Entoncespisa una superficie sin borde. Hallegado a la planta inferior.

El suelo resplandece a causa de lavaga luz. Se agarra a la barandillamientras baja el otro pie, y luego avanzaa grandes zancadas por el pasillo. Sumirada está fija en la luz bajo la puerta,pero no hay nada que le haga sentir lanecesidad de andar con cuidado. Nisiquiera ve venir el objeto que se enredaen sus pies y le hace caer de frente en laoscuridad.

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¿Es la oscuridad más profunda de loque debería, o se trata de algo que havenido a su encuentro? Cuando laspalmas de sus manos se encuentran conel suelo, estas empiezan de inmediato avibrar, lo cual es comparativamentetranquilizador. Entonces el dolorcomienza a remitir, permitiéndolepreguntarse con qué ha tropezado. Selevanta vigorosamente para alejarse deello, pero no antes de llegar a laconclusión de que el objeto es uncuerpo. Alguien yace demasiado quietoen el suelo.

Angus se apoya contra la pared yluego se obliga a alargar la mano. Sus

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dedos tocan las suelas de un par dezapatos. Parecen finos y ligeros, y sehallan alejados el uno del otro, lo que letrae a la cabeza los andares de unpayaso. La suela derecha está deformadapor una cavidad, en la que se resiste ameter un dedo. No cree que sea unainformación que Ray quisieraproporcionarle. Avanza hacia delante derodillas y localiza una de las manos deRay, que está o ha estado arañando lamoqueta. Angus la levanta por lamuñeca para buscarle el pulso, y no esque sepa lo que está haciendo; nisiquiera está seguro de discernir cuál esel que procede de su propia mano

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magullada. Los dedos de Ray caen sobreel dorso de esta. Su roce intranquiliza aAngus, están dañados de alguna manera;han sido objeto de violencia. Agarra lamuñeca, pero sus propias magulladurasle impiden tener la certeza de que haypulso. Deja caer la mano con cuidado, yse desplaza por el costado de Ray hastadarse cuenta de que las perneras de suspantalones están mojadas. Sus rodillasestán hundidas en agua.

El suelo en el lado izquierdo delpasillo, donde se encuentran losfusibles, está inundado. Ahora entiendepor qué lo ve brillar y por qué pensóque el sonido del agua le estaba

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siguiendo escaleras abajo. Si Ray estabade pie sobre el agua cuando intentabaarreglar los fusibles y tenía un agujeroen los zapatos… ¿no se supone que losfusibles modernos están preparados paraser seguros en tales circunstancias? Lapregunta sin respuesta parece despertara Ray, Angus oye movimiento a suderecha, y aguzando la vista advierte elvago contorno de una cabezalevantándose.

Instintivamente alarga una manomagullada para sostener el cuello deRay. Sus dedos se hunden en la masahinchada hasta los nudillos. Resuella yse ahoga, y al agitarlos siente la

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sustancia aferrarse a él como barro. Noes lo bastante rápido para esquivar unpar de fríos y rechonchos labios que leasen la palma. Entonces, el objeto quese posaba en el pecho de Ray saltaencima de él con un sonido similar a unsaco de gelatina, y repta pesadamentepara tomar una posición entre Angus y lapuerta.

Puede oír voces discutiendo trasella. Sus colegas no andan muy lejos,pero no servirá de nada gritar para pedirayuda; no han sido capaces de abrir lapuerta desde su lado. El no puede desdeel suyo. Ha perdido la habilidad demoverse o hablar ante la expectativa de

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ser rozado por la achaparrada y blandafigura en la oscuridad. Entonces llega unmomento en el que el pánico le infundemovimiento a sus pies y estos intentanconducirle de vuelta al lugar deprocedencia, no sin trastabillarse. Sabeque está dejando a Ray atrás, pero Rayno está en condiciones de quejarse; si loestuviera no hubiera podido soportartener ese objeto sobre el pecho. Angusagarra la barandilla e intenta emprenderla retirada, pero tiene tanto miedo detropezarse de nuevo que se da la vueltay se impulsa hacia delante, encarando laoscuridad. El agua le salpica en el otrolado de las escaleras, hace todo lo

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posible por ignorar el sonido y tratar depermanecer tranquilo y creer que no oyenada merodeando a su espalda. Hasobrepasado ya la mitad del caminocuando distingue un sonido que no esagua. Proviene de arriba.

Debe de ser Woody. Ha sido capazde liberarse de alguna manera. Suspasos son blandos y deliberados,descansa en cada escalón y hace unapausa antes de cada descenso. Nadie leculparía por tener cuidado. Angus cierrala mano en la barandilla, preguntándosepor qué no puede sentir que Woodytambién está aferrado a ella.

—¿Woody? —dice—. Vuelve.

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Hay…Su voz empieza a vacilar desde el

momento en el que ha pronunciado elnombre de Woody, porque al hacerloprovocó una respuesta. No se la puededescribir como una palabra, pero es sinduda una negación, un grave gruñido quesugiere que el interlocutor no muevedemasiado la boca. Durante el tiempoque el recién llegado tarda en dar doslaboriosos pasos hacia él, es incapaz demoverse, lo cual lo enrabieta de talmodo que le impulsa a ascender.

—No te tengo miedo —grita ochilla, o al menos lo intenta. Pero sí quelo tiene, y se gira a ciegas; no tiene

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adonde ir. Siente como si incluso lasescaleras se hubieran hartado de él,porque se apartan de su alcance y labarandilla evita su agarre. Durante mástiempo del que jamás hubiera soñadosolo percibe una asfixiante oscuridad.Entonces el suelo del pasillo le rompe elcráneo, dejando escapar sus sesos ypermitiéndole entrar en la oscuridad,concediéndole únicamente el tiempojusto para sentir que algo se le acercaansiosamente desde la oscuridad parareclamarlo, sea lo que sea.

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Connie

—No hay necesidad de parar ahí abajo—la rodea la voz de Woody desde todaslas oscuros rincones de la sala de ventas—. No hay necesidad de rascarse labarriga. Veis mejor que nosotros.

Connie lo duda en su caso. No legustaría ser una de las personasatrapadas arriba sin luz ni ventanas,pero Woody no puede echar de menos lailuminación si su monitor siguefuncionando. Espera que se concentre enabrir la puerta. Ya se siente losuficientemente degradada por no poder

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abrir con su tarjeta la puerta queconduce a los fusibles, para que observetodas sus acciones y le de órdenes comosi fuera una más de la troupe demarionetas. Aunque desearía no ser laúnica encargada en la planta de abajo,es sobradamente capaz de hacersecargo. Solo tiene que aceptar la visiónde la sala de ventas, ahora que ha sidoconquistada por el resplandor de afuera.Además de haber arrebatado de todocolor a las hordas de libros, la luzgrisácea parece haber traído consigoalgo de la niebla asentada sobre lapared trasera, donde las sombras son tangruesas como el barro. Examina los

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rostros de los empleados que se hanretirado hacia las ventanas buscando unamejor iluminación. Todos parecenembotados y mermados por la escasaluz. Greg se ha quedado en su sección ylevanta libros tenazmente del suelo paraescudriñarlos con tal fuerza que se letuerce la boca en una sonrisainconsciente cada vez que busca el lugaradecuado para ellos en el estante.

—No hay motivos para discutir,¿verdad? —dice Connie dirigiéndose atodos—. Tenemos suerte de estar dondeestamos.

No le importaría obtener algunarespuesta a su intento de levantar los

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grises espíritus, aparte de encogimientosde hombros o murmullos. Incluso Gregparece demasiado ocupado para mostrarsu conformidad, a no ser que piense quesu despliegue de implicación lo colocapor encima de la necesidad deresponder.

—No tengáis miedo de decirme queestoy equivocada —dice Connie—.Levantad la mano si preferiríais estararriba.

Jill tensa sus labios mientras susojos dan un posible indicio de sonrisa apunto de surgir, y los dedos de Mad seagitan como si estuviera considerando laidea, pero nadie más llega tan lejos.

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—Bien entonces.Connie busca un modo de mostrar

algo de entusiasmo.—Preferiría estar en la cama —

murmura Ross con demasiada claridad.—Estoy segura de ello, pero ninguno

de nosotros tiene ahora la posibilidad deestar allí ahora, ¿verdad?

Connie no es inmediatamenteconsciente de que no debería haberdicho eso mientras miraba a Mad. Lededica una fugaz sonrisa de disculpa,que no parece servir de mucho; pareceun mero intento de esa expresión queWoody lleva cierto tiempo sin tratar deforzarles a dibujar en sus rostros,

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gracias a Dios.—Veamos en qué estanterías

podemos trabajar —sugiere— hasta queRay nos devuelva algo de energía.

—No creo que tuviéramos mucha detodas formas —murmura Jake.

—Esa clase de comentario no va aarreglar nada —arguye Greg—. No haynecesidad de que hagas el papel deAgnes en su ausencia.

—Podría sonar igual que otraspersonas mucho peores.

—¿Por qué tienes que sonar comouna mujer entonces?

—Algunos de nosotros pensamosque no hay nada de malo en ello —

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intercede Mad.Acompaña su comentario con una

mirada dedicada solo a Jill, y Connieintenta dejar aparte su resentimientocuando sugiere:

—Vamos a concentrarnos en lasestanterías junto a la ventana. No creoque tengas problemas con eso, Jill.

—Estaré contenta mientras alguienme eche una mano con mi sección.

—A mí me podría venir bien una devez en cuando —dice Mad.

Connie sospecha que Ross se puedatomar eso como la entrada para unaposible respuesta que a Mad, más que acualquier otra persona, no le gustaría

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escuchar.—¿Podemos hacer todos un esfuerzo

para llevarnos bien? —dice—. Tenerque aguantar esto tendría que unirnos.

La sección de Jill consta de tantospasillos como empleados hay ahoramismo en la sala de ventas, lo quesignifica que Greg no tiene excusa paraquedarse en el suyo.

—En realidad, Greg, quise decir quetodos nos reuniéramos aquí —le hacesaber Connie.

Del libro que sostiene en alto parecesurgir un rostro rudimentario yresplandeciente en la portada, luego laluz pierde el reflejo y desaparece.

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—Intento ver dónde va esto —dice—. Nunca dejes un trabajo a medias.

No va a encajar el golpe. Cuando seda cuenta de que está perdiendo eltiempo intentando pensar un comentarioque demuestre quién está al cargo, seretira a uno de los pasillos de Jill.Mientras coloca libros decolorados porla oscuridad, observa de reojo a Greghasta que este se digna a unirse a suscompañeros. Ha estado tan pendiente deél que se ha perdido el comienzo de unaconversación entre Jill y Mad.

—A mí tampoco me gusta —diceJill.

Connie lo intenta pero no consigue

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ignorarlas.—¿Qué es lo que no os gusta a

vosotras?—El aspecto que tiene todo ahí

afuera —dice Mad.—Yo lo veo igual que antes, y de

todos modos estamos dentro, no fuera.—Mad estaba diciéndome que la

tienda parece estar atrayendo a laniebla.

Es culpa de Connie que todo elmundo haya oído eso. Solamente Gregse controla ostentosamente para no mirarpor la ventana y se asegura de que se leoiga colocar. Connie desearía que laniebla, su palidez, su dubitativo y

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sigiloso progreso, evidente gracias alresplandeciente rastro, no le recordaraal enorme cuerpo de un caracol queavanzara desde el oscuro e invisiblecielo.

—Alguien estará contigo en unmomento —dice una enorme vozsurgiendo entre la grisura.

Woody hace una pausa lo bastantelarga para que Connie asuma que serefiere a los empleados de abajo, peroentonces nombra a Agnes, aunque no dela manera preferida por ella. Secuestiona la pronunciación de algunaforma, y destaca lo poco americana queresulta, para luego acabar revelando que

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Agnes está atrapada en el montacargas.Su voz se desprende de los múltiplesnidos situados en los rincones de latienda, sin conseguir noticias delprogreso de Ray en su misión dearreglar los fusibles, y Connie descuelgael teléfono de Información.

—Sí, Connie. Estoy aquí —leresponde antes de darle tiempo acolocárselo en la oreja.

—¿Estamos seguros de que Nigelserá capaz de sacarla?

—Supongo, ya veremos.Al menos Connie comprende ahora

por qué antes oyó las puertas del pasillode Pedidos chasquear dos veces. Nigel

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ha debido de estar intentando hacerentrar algo de luz, y no pudo mantenerlasabiertas.

—¿Cuánto tiempo ha estado ahídentro?

—Es de suponer que desde elapagón.

Eso es demasiado tiempo encerradaa oscuras. Por muy molesta que seaAgnes, dadas las circunstancias, loscomentarios de Woody sobre su nombrehan sido bastante imperdonables.

—¿Crees que deberíamos llamar alos servicios de emergencias? Esperoque se dediquen a sacar a gente de losascensores —sugiere Connie no sin algo

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de esfuerzo.—No había pensado en ellos. Haré

todo lo que haga falta.—¿Tendrás su número, verdad? No

hay necesidad de que te diga que no esel mismo de América.

—Correcto, no hay necesidad.—Entonces te dejo con el asunto,

¿no? El de llamarlos, me refiero.—Puedes apostar por ello. ¿Por qué

no te concentras en animar a tu equipocon más fuerza? Quedará mucho tiempopara ordenar cuando las luces vuelvan.

—¿Va a llamarlos? —dice Rossapenas ha posado el auricular en el sitiocorrespondiente.

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—Eso he entendido.—Es lo que ha dicho.—Va a llamarlos.—Mientras lo haya dicho… —se

siente Mad aparentemente obligada acomentar—. Acababa de decirle eso aAnyes, ¿no? Lo de que no siempre losamericanos hablan como nosotros. Podíahaberse ahorrado esos comentariosmientras ella estuviera encerrada en elmontacargas.

—Woody también está encerrado —interviene Greg—. Quizá piense quesolo es cuestión de tener algo de aguantedurante un rato.

—En absoluto es lo mismo —arguye

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Jill—. Preferiría estar donde él, en elmismo lugar me refiero.

¿En qué posición te gustaría estarcon él en medio de la oscuridad? Enlugar de preguntarle eso, pues no tieneidea de por qué se le ha pasado por lacabeza, Connie dice:

—¿Podemos al menos asegurarnosde no parar de colocar si queremosseguir charlando? Tenemos queadelantar.

—Eso va por todos, ¿verdad? —pregunta Jake.

—Todos y cada uno, por supuesto.Alza la barbilla y señala con su cara

las estanterías de Greg, que frunce el

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ceño y separa un poco los labiosrevelando sus dientes apretados.

—Yo no dejaría la boca abiertamucho tiempo, Gregory —le aconsejaJake con deleite—. Nunca sabes lo quecualquiera estaría tentado de meter ahídentro.

Connie tiene la sensación de que laluz mortecina no les está arrebatandosolo el color, como si esta y lainterminable noche los estuvierareduciendo a una cruda esencia de símismos.

—Creo que ya hemos tenido bastantecharla —dice—. No ayuda a nuestrotrabajo.

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Greg se agacha furioso para coger unlibro. Jake sonríe para sí antes de hacerlo mismo. Connie teme exacerbar losánimos si añade algo más, y en lugar deeso intenta concentrarse en colocar.Tiene que sostener cada libro junto a laventana del escaparate paraaprovecharse de la esquiva luz; diríaque cada repetición de ese gesto atrae unpoco más la niebla hacia ellos. Gregtiene la firme determinación de darejemplo o bien de desafiar a todos aigualar su velocidad; hace tanto ruidocon los libros que virtualmente oculta unbreve alboroto en el pasillo de losfusibles. No puede significar que Ray

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los haya arreglado, ya que las lucescontinúan muertas. Connie se estápreguntando si debería averiguar cómole va cuando en ese momento Woodyproclama que Ray y Nigel deberíandejar entrar a Greg y Ross.

—Ya tendrían que haber sidocapaces de hacerlo —se queja Greg,pero esa parece ser la única respuesta.Aparte del repiqueteo de libros en losestantes no se oye nada más; no hayseñales de actividad tras las puertas.Connie no puede juzgar cuánto tiempopasa, pues este es tan inerte como laniebla, antes de que Woody anuncie:

—Vosotros dos no tenéis que

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esperar fuera, ya sabéis. Quizá siintentáis entrar lo consigáis.

Al tiempo que Greg avanza hacia lapuerta detrás de la que se encuentra Ray,mira atrás para meterle prisa a Ross,que va camino de la otra. Connie nopuede evitar sentirse resentida al vercomo Greg pasa su tarjeta por el lector,como si esta fuera a encontrarse másdispuesta a dejarle paso a él que a ella.En realidad, no debería alegrarsesecretamente de que tampoco le concedaa él permiso para cruzarla. Greg y Rosscompiten dándole golpes a las puertascon los hombros, y Ross es el primeroen rendirse.

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—No creo… —resuella y se tomatiempo para respirar—. No creo queNigel esté ahí.

—Ya había considerado laposibilidad de que no estuviera —diceGreg y le propina a la puerta unpoderoso pero inútil golpe.

—¿Y cómo es eso, Greg? —consigue contener su irritación losuficiente para preguntar.

—Lo oí salir antes. Ahora estoyseguro de lo que oí. Habrá ido a avisar alos de seguridad. Debe de haberestimado que hacían falta en elmontacargas.

—¿Por qué no telefoneó en vez de

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hacer eso?—No podía hacerlo desde donde

estaba, ¿no? Hubiera tenido que subirotra vez a oscuras.

Connie se siente estúpida porquehaga falta que le digan todo eso,especialmente teniendo en cuenta quedebería saber las respuestas a todas esaspreguntas. Sin duda, Greg es el másconvencido de que sería un mejorencargado, sobre todo porque ella esuna mujer. Intenta encontrar una formade demostrar que su teoría sobre Nigeles incorrecta.

—Danos una explicación a lo deRay entonces, Greg —dice Jake.

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—No tengo constancia de nada quehaya necesidad de explicar. Es un buenencargado.

—Salvo por que parece estarescondiéndose de ti.

—No sería yo el que… —Delenigmático rostro de Greg surge unaoscuridad de la que él es el únicocausante, al darse cuenta de que hapermitido que se le malentienda—. Siestás preguntando por qué no ha llegadoa la puerta, debe de ser porque está muyocupado con los fusibles. Y es untrabajo lo suficientemente duro paradetenerse y dejarlo a medias.

—Deberíamos oírle —dice Ross—.

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¿No lo has oído?—No con el ruido que estábamos

haciendo.—¿Y ahora que no lo estamos

haciendo?—De momento no.—Trata de gritarle algo —sugiere

Connie—, ¿o preferirías que lo hicieseyo?

—Soy perfectamente capaz. —Gregles da la espalda a todos y se inclinasobre la puerta, donde su sombra seencoge—. ¿Ray? —grita, y las manos desu sombra se mezclan con la silueta sinrostro que es su cabeza—. Ray —gritade nuevo a través de sus manos—. Ray.

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—Parecen tres hurras sindestinatario —se mofa Jake.

Connie está a punto de apresurarsehacia la puerta detrás de la que Rayseguramente se encuentra, cuando la vozde Woody aparece encima de su cabeza:

—Angus, si estás haciendo lo queoigo, trata de usar la cabeza.

—No me puedo imaginar lo queWoody no quiere que haga Angus en laoscuridad, ¿puedes tú, Greg? —exclamaJake.

—Jake, para un ratito —sugiere Jill.—Bueno, no quería molestar a

nadie.Connie no tiene ninguna duda de que

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Greg se cree con el deber de responder.Está a punto de interceder para que esono ocurra cuando Woody la interrumpe:

—Deja a Nigel y a Agnes, mira siRay necesita ayuda. Si los fusibles searreglan, el montacargas también, esobvio.

—No es tan obvio, ¿verdad? Elmontacargas podría no funcionar con losmismos fusibles. Los teléfonos no lohacen —protesta Mad tras soltar unlibro en un estante superior.

—Woody sabe perfectamente qué vacon qué —dice Greg, convencido.

Woody no sabe que Ray noresponde, o que Nigel ha salido en

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busca de ayuda. Nigel parece estartomándose su tiempo, y mientras tanto,¿qué se supone que ha de hacer Agnes?Connie marcha camino de la puerta en laque Greg está perdiendo el tiempo yllama con los nudillos.

—Ray, puedes al menos hacernossaber que estás ahí.

No le ha gritado. El hecho de que legriten puede hacer que se distraiga y sesienta lo bastante molesto para nodignarse a responder. Pone la oreja en lapared a tiempo para captar un inquieto eimpaciente movimiento, y luego unbrusco gruñido. Estará demasiadoocupado o concentrado para hablar.

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—Misión cumplida, Greg —dice—.Quizás algunas cosas necesitan de untoque femenino.

—No le he oído.—Yo sí. —Se encuentra muy cerca

de perder la calma por culpa de tu maníapor meterte en todo—. Y no quiere quele molestemos mientras está trasteandocon los fusibles en mitad de laoscuridad.

Observa a Greg con una pacienciaque le provoca una sensación de tibiapesadez en los ojos, hasta que al finvuelve a sus estanterías. Le divierteadvertir como Greg no se permitetransmitir la sensación de que no quiere

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moverse, lo cual podría connotar faltade implicación con la tarea y con latienda.

—¿Alguien más piensa que esincreíble que Angus esté todavíagritando y no haya ido al lugar al que sele ha dicho? Uno pensaría que no quiereque tengamos luz para trabajar —exclama Woody.

¿Es Angus otra de las distraccionesque impiden que Ray responda? Connieregresa al pasillo donde estabacolocando y coge un libro en cada manopara aumentar el ritmo, pero se dacuenta de que intentar leer dos portadasen el débil hilo de luz lo aminora a la

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mitad. Vuelve al antiguo método,esperando furiosa que Greg no lo hayanotado. Coloca varios libros, causandounos sonidos que pretenden sertriunfales pero que no transmiten otracosa que no sea monotonía.

—¿Soy la única que cree queestamos dando muchas cosas porsentado? —interviene Mad.

Aparentemente así es, porque Gregtiene tiempo de colocar ruidosamente unpar de libros antes de que Rossparticipe.

—¿Respecto a qué?—Obviamente has oído a Ray,

Connie, y entiendo por qué no dice

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mucho, pero ¿cómo estás tan segura deque Nigel ha ido a buscar ayuda, Greg?

—Quizá tú puedas decirme adóndemás puede haber ido.

—Supón que simplemente ya nopodía aguantar verse sumido en laoscuridad. Quizá no haya ninguna luz enabsoluto ahí dentro.

—Por favor —se enfada Greg, y encaso de que no tenga el cerebrosuficiente para entender la razón, añade—: Los encargados no actúan de esamanera.

—Yo podría hacerlo.Al instante Connie desea no haber

dicho eso, ni siquiera para sugerir que

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Mad tiene parte de razón, pues Gregemite un breve y bajo «ajá» que Connieconsidera el sonido más insultante queha escuchado jamás.

—¿Incluso dejando a Agnes… aAnyes, en el montacargas? —le preguntaJill cuando está a punto de descargartoda su ira contra Greg.

—Tienes razón, no me imagino aNigel haciendo tal cosa.

—Si fue a buscar ayuda —insisteMad—, ¿por qué no ha vuelto? Hatenido tiempo de ir paseando por todoFenny Meadows desde que oímos lapuerta.

—Obviamente —dice Greg, con la

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única intención de crear suspense en supúblico mientras se agacha a recoger unlibro y alza su rostro gris sobre lasestanterías—, los guardias no estaban ensu garita y ha tenido que ir a buscarlos.

Mira a través del escaparate y denuevo posa sus ojos en el libro. Por uninstante, Connie cree distinguiractividad en la niebla, pero lasinestables figuras que debe de haberimaginado no eran ni por asomo tan altascomo Nigel o un guardia, por lo queaparta esa impresión de su mente.

—¿Se me permite hablar ya? —diceJake.

—Ya lo has hecho —dice Greg—.

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Intenta decir algo que merezca la pena.Si alguien tenía que darle permiso a

Jake, esa era Connie. Está a punto dedecir eso cuando Jake le da la espaldateatralmente a Greg.

—¿Ese no ha sido Angus? —pregunta.

—¿Cuándo? —dice Mad.—Cuando estabais discutiendo

sobre Nigel.—Nadie discutía —le informa Greg

—. Estábamos sopesando la situación.Algunos de nosotros tratamos de noconvertirlo todo en una riña decolegialas.

Jake mira a todos para ver si alguien

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se ha ofendido, lo que provoca queConnie sienta tanta antipatía por él comola que ya sentía por Greg.

—Llámalo como quieras —insisteJake—, estabais discutiendo.

Su victoria acaba con todaconversación.

—¿Qué crees haber oído? —pregunta Jill con visible desgana.

—Angus llamándonos, o intentandohacerlo. Sonaba un poco estridente.

La expresión de Greg sugiere que laestridencia es solo cosa de Jake.

—¿Alguien más ha oído algosemejante?

Aunque nadie parece querer ponerse

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del lado de Greg, el silencio denota locontrario.

—Bueno —dice Jake—, si no eraAngus tuvo que ser Ray.

Greg se ríe con una corta risitateñida de lástima e incredulidad, peroConnie se pregunta si la insistencia deJake es para hacer que Greg se pongatan nervioso como lo está ella, osimplemente le falta inteligencia. Antesde que pueda decirle a Jake que seguarde sus imaginaciones, Jill dice:

—¿Por qué nosotros no lo hemosoído?

—Me sorprendes, Jill —respondeGreg, haciendo hincapié en su nombre

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—. Obviamente porque no había nadaque oír.

—No me refiero a eso, Connie.Angus debe de haber llegado ya abajo,¿por qué no les oímos hablar?

Connie intenta controlar suresentimiento por que alguien tenga quesugerir esa idea mientras avanza por elcada vez más oscuro pasillo hacia lasalida de la sala de empleados. Lailuminación de la salida no es muchomejor que la total oscuridad. Laoscuridad le empieza a recordar elaspecto de su dormitorio una noche desu niñez, en la que se despertó en mitadde la noche y encontró todas las puertas

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moviéndose lentamente en la oscuridad,para después detenerse por obra de loque quiera que se escondiera tras ellas.Tiene la tentación de golpear la puertapara perderle el miedo y de pasoconseguir una respuesta.

—Siento molestarte, ¿está Anguscontigo, Ray?

—Oh sí.No puede ser otra cosa que la

amortiguada voz de Ray, a no ser quesea la de Angus. Cualquiera que sea elinterlocutor, parece estar preocupado,pues apenas es capaz de formar laspalabras.

—¿Estáis los dos bien? —pregunta,

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aunque no finge sentirse deseosa devolver a oír la voz de nuevo.

—Oh sí.Al menos ambos responden, aunque

las palabras suenan incluso con menorclaridad; podría pensar que sus bocas seestán desprendiendo. Tiene la grotesca einnecesaria noción de que se estáconvenciendo a sí misma de que losreconoce, en realidad no distingue cuáles cuál. Concretamente, no ve ningúnmotivo por el que puedan considerar suspreguntas como algo gracioso. Laimpresión de que están a punto deestallar en carcajadas la conduce apreguntar:

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—¿Cómo lo lleváis?Le gustaría creer que no han repetido

la misma respuesta, aunque esta vez conunas voces tan espesas que suenanembadurnadas de alegría. Lasmonótonas sílabas son apenascomprensibles, pero en eso tambiéninfluye la intervención de Woody.

—¿Qué pasa contigo, Connie?Parece que no mucho.

Coge el aparato más cercano, queparece un hueso brillante. Tiene queagacharse hasta el aparato para ver cuáles el botón adecuado para amplificar suvoz.

—Estoy intentando averiguar qué

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están haciendo Ray y Angus. Pensé quequerrías saberlo.

Al momento siguiente, Woody setransfiere al auricular.

—¿Y qué hacen?—No estoy segura. Escucha tú

mismo. —Sostener el teléfono endirección a la puerta no ayuda a aliviarsu nerviosismo, pues su sombra sealarga en forma de larva sobre loslomos de los libros—. Ray, Angus —grita no obstante—, Woody está a laescucha en el teléfono por si queréishacerle saber lo que estáis haciendo.

Desea fervientemente que vuelvan arepetir su frase, pero llega a la

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conclusión de que era una simple bromainfantil a su costa cuando el silencio,más burlón si cabe, es todo lo queobtiene por respuesta.

—Vamos, antes hablasteis. Woodyquiere oíros ahora. —Arroja elauricular con tal fuerza contra elsilencio que casi golpea la puerta con él.Una vez que el brazo comienza a dolerlede mantenerlo extendido, devuelve elaparato a su oreja—. No contestan.

—¿Podría ser que no les guste tutono?

Le parece algo tremendamenteinjusto.

—Quizá tú podrías enseñarme cómo

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hacerlo.—Sonríeme y deseo concedido. —

Al sacar los dientes y mostrárselos altecho, Woody reacciona—. Espero quepuedas darle a tu equipo mejor ejemploque ese. —Y lanza su voz al aire—:Ray, Angus, Connie sostiene el teléfonojunto a la puerta. Habladme alguno delos dos.

Moverse entre la oscuridad leagrada a Connie menos que nunca. Lapuerta no se mueve ni está a punto deabrirse; simplemente es incapaz demantener quieta la sombra del aparato.

—¿Estás segura de que puedenoírme? —explota la voz de Woody

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segundos después.—Si puedes oírme a mí —grita—,

podrás oírles a ellos.—Ray o Angus, decidme algo.Connie tiene que observar como la

puerta tiembla inquieta por unos largosmomentos antes de que la voz de Woodyse torne diminuta de nuevo.

—Dime que los has oído y yo no.—Esta vez no.—¿Qué dijeron antes?—Nada con sentido.—Para ti quizá, ¿podría tratarse de

eso?—Para nadie —considera, y se da la

vuelta para llamar la atención del resto

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de la tienda—. ¿Qué pensáis que queríandecir?

Los cinco rostros grises pierdenbrillo y definición al volverse haciaella. Una vez que todos han terminadode pivotar, parecen delegar en elmurmullo de Jill.

—¿Quiénes?—Ellos —dice Connie, limitando

parte de su rabia a agitar el pulgar porencima de su hombro—. La parejacómica, Ray y Angus.

—No sé si crees que esto esgracioso, pero no los he oído.

Connie está a punto de señalar lopoco divertida que encuentra ella la

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situación, pero advierte que la sorderaes compartida por los demás.

—Bueno, yo sí los oí —dice, y sevuelve a colocar el auricular en la cara—. Los oí, pero no decían demasiado.

—Supongo que están muy ocupadoshaciendo lo que les mandé hacer.

Le ha devuelto a la conclusión a laque llegó hace mucho tiempo. Tiene laimpresión de que sus habilidades parapensar y comunicarse están a punto dealcanzar un estado inerte y ya estándejándose arrastrar por el tiempo.

—¿Quieres que los deje tranquilosentonces?

—Eh, ese es un buen plan.

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Sigámoslo.Baja el teléfono para no sentir la

tentación de replicar, y en ese momentoJill da varios pasos rápidos por elpasillo con la palma de su mano alfrente.

—Connie…—¿Has decidido que no me he

imaginado lo que oía?—No, me preguntaba si deberías

preguntarle cuándo van a venir a porAgnes.

Connie quiere escapar de laoscuridad pero alza el aparato de nuevo.

—Me pregunto…—Ya he oído lo que alguien se

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pregunta. No hace falta que hables porellos.

—¿Cuál es la respuesta entonces?—No.Tiene que tomarse su tiempo para

tener la certeza de que no es cosa de sucerebro que la respuesta no tenga nadaque ver con la pregunta.

—Me estás diciendo…—¿Por qué tenemos que llamar a

nadie teniendo a Nigel?Connie ahoga una prolongada

respiración para comenzar unaexplicación que teme pueda dejarle sinla poca paciencia que le queda, peroentonces una idea surge de debajo del

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peso que oprime su mente:—Porque podría sacarte a ti

también.—Me has pillado. Intenta llamar.—Lo haré entonces, solo…Agita la mano de forma generalizada

hacia sus compañeros y colocatorpemente el aparato en su lugar antesde que Woody diga nada más. Quiereestar cerca de los escaparates y de losdemás, sobre todo por la desagradable yseguramente irracional creencia de quealguien se ha acercado al otro lado de lapuerta y tiembla de mudo divertimento.Avanzando por la sucia oscuridad delpasillo de Psicología, los hombros se le

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tensan por el temor de que la voz deWoody caiga sobre ella como una araña.No obstante, consigue llegar almostrador sin que eso ocurra.

—No dejéis que os demore —dice,ya que incluso Greg se ha parado aobservarla. Coge el teléfono máscercano y marca el número deemergencias, luego se queda mirando ala niebla como si su visión pudieraayudar a conseguir una respuesta.

Solo consigue confundirla. Seimagina que puede oír las acometidas dela niebla, fingiendo estar cediendoterreno pero acercándose poco a pocorealmente. Por supuesto, el ruido se

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limita solamente a la electricidadestática, aunque suena cada vez másdensa y sólida. Corta la conexión y seinclina sobre las teclas para asegurarsede que está consiguiendo acceso a unalínea exterior antes de volver a marcar.El mismo sonido sale del auricular, y untercer intento aumenta el volumen de laestática. En lugar de dejarse arrastrarpor la idea que trata de asaltar sucerebro, corta y pulsa el botón delintercomunicador para marcar laextensión de Woody.

—No puedo llamar a nadie delexterior.

—Yo mismo podría haberte dicho

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eso.—¿Y por qué no lo hiciste? —dice a

través de una dentadura nada sonriente.—Pensé que era mejor que lo

intentaras tú misma, por si a alguien sele ocurría la idea de que yo trataba deevitar que llamaras.

Connie supone que tiene razón, perole intranquiliza darse cuenta de lodesconfiados que se han vuelto. Pareceintensificar la amenaza de laespeluznante y sobrenatural luz y de lassombras que cubren la mayor parte de latienda.

—Estoy seguro de que nadie puedepensar eso de mí ahora.

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—Supongo que eso merece unasonrisa.

—Eso espero.Para cuando comprende que no se la

pide a ella ya le ha dedicado una sonrisaculpable al techo.

—No tengo nada más que decir si tútampoco —dice Woody, y es su únicoalivio, si es que llega siquiera a eso.

Al darse la vuelta tras soltar elteléfono encuentra a Jill observándola.

—¿Qué idea te alegrabas tanto deque ya no pudiéramos tener? —dice alfin.

—Nada, Jill, de verdad. Sería felizsi todos tuviéramos las mismas ideas.

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El súbito rostro inexpresivo de Jillle indica a Connie que no debería haberusado esas palabras.

—¿Qué vamos a hacer respecto aAgnes? —pregunta Jill, y tiene quecostarle un mundo decir únicamente eso.

—¿Qué sugieres?—¿Acabamos de oír como decías

que Woody tampoco podía llamar?Nigel ha tenido tiempo de sobra.Alguien más debería ir a buscar ayuda.

—¿Te estás presentando voluntaria?Jill mira la niebla durante un

instante, y esta parece saludarla con unadanza deslizante.

—Si no lo hace otra persona.

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El resto de caras se giran inertes endirección a la luz grisácea, hasta queRoss se aclara imperceptiblemente lagarganta.

—Yo lo haré.—¿Hacer el qué? —objeta Greg.—¿No es mejor que intentes llegar a

la garita de seguridad primero por siacaso, Ross? —sugiere Jill dándole laespalda a Greg—. Si allí no hay nadietendrás que llamar desde Stack o’ Steak.Abren toda la noche, ¿verdad?

—Nigel ya habrá pensado en eso —dice Greg.

—¿Qué quieres que hagamosentonces, Greg? —exige saber Jill,

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girándose para encararlo—. ¿Cuántotiempo más quieres que se quede Anyesdentro del montacargas a oscuras?

Eso lo acalla, aunque quizá contestaa la pregunta sin palabras.

—No hará ningún daño que alguienmás vaya a buscar ayuda —intervieneConnie—. Si tienes que llamar aemergencias, Ross, siempre puedespreguntar si alguien más lo ha hecho.

El golpe seco de un libro sobre unestante expresa la opinión de Greg alrespecto.

—¿No vas a tener frío, Ross? —diceJill.

La mano de Ross va a parar al

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desabotonado cuello de su camisa, queparece empapada bajo esta luzmortecina.

—Iré corriendo.—¿Estarás bien tú solo? —dice

Jake.Greg murmura algo que Connie

ignoraría si no fuera por Mad.—¿Qué te ha inspirado esa idea,

Greg?—Culpa mía. Esto no es un barco.Su comentario tenía algo que ver con

ratas y naves hundidas.—Gracias de todas formas, Jake —

dice Ross—. Seré más rápido yo solo.—Depende de quién vaya detrás de

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ti, ¿qué me dices, Greg?El rostro de Greg se pone tan furioso

que queda claro que sus pensamientosiban por ese camino.

—Si estás listo vete, Ross —diceConnie y lo acompaña a la salida.Alarga la mano hacia el teclado paraabrirla, pero sus dedos se quedan a unoscentímetros de su destino. No recuerdani un solo dígito del código.

El cansancio debe de haberloborrado o escondido en lo más profundode su cerebro, pero mientras más seesfuerza en recordarlo, mayor es lasensación de que su cabeza se llena departe de la niebla que repta sin forma

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detrás del cristal. Se limita a agitar losdedos en el aire, frente al teclado, por sisu mano consiguiera recordarlo, delmismo modo que reconoceinconscientemente la disposición delteclado de un ordenador.

—Jesús, ¿estoy viendo menostrabajo? —sale disparada la voz deWoody de todos las recónditos yoscuros rincones de la tienda.

—Solo en mi cerebro —dice usandoel teléfono más cercano en el mostradorpara aprovecharse de la situación.

—Ajá.No le importaría una respuesta que

sonara menos como una descuidada

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conformidad, pero al menos no la oyetoda la tienda.

—No consigo recordar el código dela salida —le dice.

—Bien.Seguramente no se refiere a que todo

está bien.—¿Me lo recuerdas?—¿Para qué lo quieres ahora? No

me parece que haya luz del día ahíafuera, y queda un montón de trabajo porhacer.

—Lo haremos más deprisa si Anyesnos ayuda, y además, tenemos quesacarla. No sabemos cuánto oxígenoquedará ahí dentro.

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—¿En un montacargas con una solapersona dentro? Mucho, diría yo.

Está consternada por no habersecentrado en insistir en la idea de liberara Agnes para que trabaje.

—Está también a oscuras —casisuplica Connie—. ¿Cómo vamos adejarla así?

—Nigel no la ha dejado, ¿verdadque no?

La perspectiva de tener queexplicarle todas las teorías sobre Nigelle llena la cabeza de algo más que meroatolondramiento.

—No parece que haya tenido muchoéxito.

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—No es el único —responde, yantes de que pueda decidir si eso ibapor ella, añade—: Entonces es Ross alque consideras prescindible.

—Se ofreció voluntario.—Podrías preguntarte por qué está

tan ansioso por desertar.—No creo eso en absoluto.—Me diría lo mismo si se lo

preguntara, ¿no crees?—Estoy segura de ello.—Entonces no me molestaré. El que

quiere irse es al que menos necesitamos.Adelante si esa es tu decisión.

La electricidad estática sustituye alsilencio de Woody, y teme que haya

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olvidado lo que le ha pedido.—Ibas a recordarme el código.—¿Cuál de ellos? ¿El numérico o el

de comportamiento? —La estáticaparece una respiración sobre su hombro—. Vale, veamos de qué te sirve todoesto —dice, y seguidamente le farfullalos dígitos.

¿Cuánto de burla hay en su voz?Seguramente no va a darle un códigoincorrecto, ¿pero acaso cree que elcorrecto no va a funcionar? Regresa a lasalida y usa un único dedo paraasegurarse de que pulsa solo losnúmeros que le ha ayudado a recordar.Cierra la mano sobre el picaporte, que

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parece niebla helada y solidificada, ytira.

La puerta tropieza con algo que nove y luego gira hacia dentro sobre su ejeacompañada del crujido del cristal.Parece una invitación a la humedad y alestancado olor de la niebla. AunqueRoss no ha oído los comentarios deWoody, Connie se siente con laobligación de darle ánimos, pero no sele ocurre ninguna manera de hacerlo.

—No cojas frío y no te pierdas —intenta decir, y añade—: Era broma.Anyes estará agradecida. Todos loestaremos. No tardes.

Ya ha salido de la tienda antes de

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que haya acabado de hablar. Connie losigue con la intención de observar cómose aleja. Al pasar junto al escaparate,casi corriendo, mira a Mad de reojo. Noha llegado al final del edificio cuando laniebla comienza a deshilachar sucontorno y a emborronar su figura.Finalmente lo rodea y amortigua elsonido de sus pasos hasta que estossuenan como si el pavimento seestuviera reblandeciendo. Los oyeempequeñecerse y se pregunta si deberíallamarlo para quedarse tranquila porúltima vez.

—¿También hemos perdido aConnie? —pregunta Woody.

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Imagina a toda la tienda llena debocas por las que le habla. Da un pasoatrás y vuelve a entrar para menear lacabeza delante de cualquiera que sea lacámara que la esté enfocando. Elinterior de Textos se parece a la nochede afuera más de lo que le gustaría; lamortecina y descolorida iluminación, elreinante e insidioso frío, incluso lamanera en la que la parte opuesta de lasala parece retroceder hasta una grisurasombría de mayor solidez que el aire.Cierra la puerta deprisa y acopla sudedo al teclado, pero tiene dudas. ¿Porqué está dejando a Ross solo afuera? ¿Ysi no es capaz de volver a dejarle

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entrar? No tiene ganas de una disputacon Woody sobre el tema. Pone losdedos sobre las teclas sin pulsarlas, yluego mira a las cámaras mientrasregresa al ritual de la colocación delibros en sus estantes.

—Ahora la has conseguido, Connie—declara Woody—. Mirad todos losdemás. Eso es lo que yo llamo unasonrisa.

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Ross

—No cojas frío y no te pierdas —diceConnie, y sigue con una risita tan tensapor la vergüenza que suena como si laarticulara entre sueños—. Era broma.Anyes estará agradecida. Todos loestaremos. No tardes.

Ahora mismo Ross preferiría nomirar atrás, porque todo lo referente a latienda tiene el aspecto de una pesadillaque está padeciendo. Está fuera, de latienda al menos, antes de que Conniehaya acabado de mencionar a Agnes. Alpasar junto al escaparate se arriesga a

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mirar fugazmente a Mad. Su aspecto y elde todos los demás le llena deconsternación; su rostro grisáceo y losojos apagados bajo una piel restañadapor sombras le dan la apariencia de uncadáver, y sus acciones mecánicas(detenerse a recoger otro libro,levantarse rígidamente para buscar sulugar) no ayudan. Mad le envía una fugazsonrisa que tiene buenas intenciones, ysu respuesta es una especie de tic en loslabios. Entonces se acaba el escaparate,y se le cruza por la cabeza la idea deque la niebla le ha ocultado de la vistade Connie. No lo notaría si fuera a porsu coche.

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Su cuerpo al completo se sienteatraído hacia el aparcamiento deempleados, pero no va a ceder. No leimporta si Agnes va a estarle agradecidao si va a seguir siendo una molestia; nopuede dejarla atrapada en la oscuridad.Al menos ahora es capaz de ver lo queestá haciendo, más o menos. Losservicios de emergencia seguro quepueden restablecer la energía en latienda, lo que les devolverá a Mad y alresto su aspecto normal. Le ha dicho atodo el mundo que va a buscas ayuda.No puede decepcionarles, especialmentea Mad. Se apresura hacia el callejón,desviando la mirada.

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De todos modos, no le hubieraimportado algo de compañía. Si Greg sehubiera callado la boca por una vez,hubiera dejado venir a Jake. Sinembargo, no hay duda de que Jake sabíalo que iba a pasar. Ross se concentra encaminar deprisa, no permitiéndose ni uninstante para darse una razón de duda.Sus pasos suenan aislados yempequeñecidos, infantiles al lado delsilencio, el cual es tan opresivo ypenetrante como la propia niebla.Incluso cuando recuerda que la autopistaestá cortada, el silencio no deja deparecer tan antinatural; el complejocomercial no deja de ser algo artificial,

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¿no se encuentra el oscuro silencio máscerca de su estado natural? Siente comosi cada una de sus respiracionesreuniera niebla y la acumulara yestancara en sus pulmones, para luegodeslizaría al interior de su cerebro. Bajolos focos, engordados por la nieblacomo huevos inquietos ansiosos poreclosionar, la oscuridad se extiendesobre el desértico pavimento y el asfaltodesnudo de vehículos y se separa de lastiendas, reticente. Los pósteres en laentrada de Happy Holidays le evocanuna docena de sitios en los quepreferiría estar, aunque cree que variosde los destinos garabateados a mano

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están mal escritos, o quizá estédemasiado cansado para discernir elmodo correcto en el que deberíanestarlo, o ambas cosas. En TVid alguiense ha dejado los televisores encendidos,al parecer con un canal deportivo, puestodos muestran gente peleando; unasfiguras tan borrosas e inestables queparecen hundirse o derretirse dentro dela oscuridad tras o bajo ella. EnTeenstuff, el aire acondicionado debe deestar puesto; la fina ropa se agita en laoscuridad como si al menos un intrusoreptara detrás de ella, a no ser que losintrusos sean tan pequeños como parapoder moverse a gatas. Incluso cree ver

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una cabeza, o menos si quiera que eso,asomarse desde el cuello sobresalientede un vestido en una percha. Acelerapara pasar rápido por allí y por lavisión de demasiadas caras de trapoidénticas mirándole con sus ojoscristalinos desde Baby Bunting, pero lavelocidad no le hace ningún bien. Sequeda con la impresión de que entre lasmuñecas ha visto una cara adherida tanfuerte como la parte inferior de uncaracol contra el cristal; tambiénimagina haber visto moverse lasaplastadas burbujas que tenía por ojos,lamiendo el cristal, para mirarlo.Cuando se da la vuelta, obviamente no

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encuentra nada parecido, y seguramenteel rastro vertical y brillante sobre elcristal no es otra cosa que condensación.Ahora pasa junto a Stay in Touch, dondelas luces de bastantes móvilesparpadean nerviosamente en laoscuridad. No tiene ni idea de qué puedehaberlos puesto en funcionamiento, perole asalta el pensamiento de que todosellos le transmiten el mismo mensaje:quizá si tuviera uno no tendría que ir tanlejos para llamar, ¿o quizá el mensaje esotro que le gustaría aún menos? Caminardeprisa solo provoca que llegue antes ala zona desocupada, donde las palabrasen los paneles sobre las tiendas han

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perdido toda similitud con el lenguaje;rastros de humedad las distorsionan, aligual que a las crudas figuras que lasacompañan, sugiriendo un primer intentode escritura o dibujo por parte de unamente demasiado elemental para serllamada infantil. Todo esto le estácomenzando a hacer sentir como siFenny Meadows hubiera retrocedido aun estado peor que primitivo, a una eraanterior a que existiera en el mundonada merecedor de considerarseinteligente. Se alegra, más de lodescriptible con palabras, oír una voz.

Suena al fondo del callejón junto alos locales vacíos. Proviene de la garita

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de los guardias, una construcción blancay alargada con ventanas pequeñas yparcheadas, tan grises como la neblinosaatmósfera. Ross no es capaz dedistinguir ni una sola palabra, pero esono tiene importancia. Debe de haber almenos dos personas en el edificio; dehecho, dos pares de huellas embarradasadornan el camino hasta la puerta.

¿Y si Nigel está en la garita? ¿Quéva a decirle Ross? Comienza a sentirseextraño y avergonzado, pero aminorar elpaso aunque solo sea un poco hace queel frío lo domine. Se frota los brazoscon tanta fuerza, que el ruido resultanteahoga el sonido de la voz, de la que

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empieza a sospechar que no procede denadie que esté en el interior de la garita.Si pertenece a una radio, alguien laestará escuchando. Quizá solo hay unoyente, ya que un rastro sale de laconstrucción y otro entra en él.

Su sombra lame por iniciativapropia la puerta blanquecina, igual quecualquier otra forma de vandalismo, altiempo que alarga la mano para asir elpicaporte. Quienquiera que esté en lagarita debe de haberse quedadodormido, sino no hubiera permitido quela radio se escuchara tan lejos delpuesto. La voz deforme, si es que sólohay una, parece estar forzando las

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palabras a través de la tierra.—¿Hola? —grita Ross llamando a la

delgada puerta con los nudillos.Eso parece animar a un guardia a

apagar la radio, pero no a responder.—Hola —repite Ross, dejando

descansar los dedos en el gélidopicaporte. Al final de la pausa que lepermite observar varias de susexhalaciones fundiéndose con la niebla,se da cuenta de qué está acrecentandosus dudas. Para estar tan embarradas,¿no deberían las irregulares huellasempezar en el exterior de la garita? Esosimplemente significa que no pertenecena quienquiera que esté en el interior—.

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Voy a entrar, ¿puedo? —exclama Rossempujando el picaporte.

La puerta se abre hacia dentro,dejando ver que el puesto solo estáiluminado por la luz proveniente delexterior. No tiene demasiado queiluminar. Un estante se extiende por laparte izquierda, conduciendo a unlavabo de metal. El estante está cubiertode páginas de un periódico y en lo altohay un microondas, una tetera eléctrica,una taza vacía y otra llena de un líquidoque debe de ser té o un café igualmenteestancado, por mucho que parezca barro.A su lado, hay un cenicero repleto decolillas, y al principio Ross piensa que

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una de ellas está aún humeando, pero esefecto de las cenizas que se handesperdigado al abrir la puerta; el halogris no puede ser niebla, obviamente. Ala derecha del lavabo, una puerta abiertarevela un váter con la tapa levantada quea causa de la penumbra parece unamáscara ovalada, primitiva y sinadornos. Dos sillas plegables, unadetrás de la otra, encaran la entrada,pero por supuesto no se han girado pararesponder a su llamada, ni sus ocupantesse bajaron de un salto de ellas paraesconderse. Si eso es absurdo, ¿acasono lo es el resto de la situación? Elpuesto está desierto, y no ve ninguna

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radio.Tiene que haber una que haya

perdido la señal al mismo tiempo que élllamó a la puerta, ¿aunque no seescucharía ahora un chisporroteo en talcaso? Empuja la puerta contra la pared,decidido a entrar en el lugar paraaveriguar lo que no entiende. Lasdesnudas tablas del suelo ceden bajo suspies más de lo que le gustaría, ¿perodónde iba a poder esconderse alguien entan estrecha penumbra? Si se lopermitiera, podría pensar que lo hacentras la puerta. No llega tan cerca de lapared como creía, algo la obstruye. Alinclinarse contra la puerta sin querer

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definir la razón, siente el blandoobstáculo ejerciendo una presiónidéntica; quizá está a punto de presionarcon mayor fuerza. No es una experienciaque esté ansioso por prolongar. Cierrala puerta de golpe a su espalda y aceleracamino de la parte delantera de lastiendas.

Incluso Textos es mejor refugio,pero todavía tiene que buscar ayudapara Agnes. Una vez alcanza ladescolorida luz derramada por elcallejón, se da la vuelta, pero la puertade la garita sigue cerrada. No está tanseguro de que la densa voz no hayarecomenzado su murmullo; quizá el

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obstáculo tras la puerta era la radio, yde alguna forma la encendió de nuevo.Sale a toda prisa del callejón en buscade Stack o’ Steak.

Al pasar por el supermercado leasalta una duda. ¿Estará trabajandoalguien hasta tarde? ¿Le dejarían usar elteléfono si les enseñara su tarjeta deTextos? Avanza hacia la puerta yescudriña detrás de las cajas sin cajeras,buscando el pasillo donde creyó ver unafigura agachada o arrodillada en unestante.

—¿Hay alguien ahí? —exclamallamando con los nudillos en la puertade cristal, que tañe como una campana

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bajo el agua—. Soy de Textos. Tenemosun problema.

Quizá Frugo también. Tarde, peroahora se da cuenta de que la únicailuminación del supermercado provienede los focos. ¿Trabajaría alguien a estashoras con esa luz? Tiene que acercarsela muñeca casi hasta la cara paraadivinar, entre la condensación delplástico de su reloj, que son más de lasdos de la mañana. En Frugo debe dehaberse quedado encerrado un perro oun gato perdido; al fondo de un pasillo,una indistinta y encorvada figura arrojapaquetes al suelo desde la segundabalda de una estantería. Ross no se

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queda a mirar. Se supone que va allamar desde Stack o’ Steak.

La niebla se burla de su paso, siendoreacia a apartarse un centímetro delsupermercado, hasta que al fin se rinde ydeja ver algo del restaurante. La k y la edel cartel, letras amarillas brillantesembutidas en un contorno naranja, nosolo son apenas visibles sino queparecen empapadas de niebla. Piensaque le han robado todo su brillo, antesadvertir que no había realmente nadaque robar. Las letras no importan, noobstante, pues la niebla parece habersetragado también la luz de dentro delrestaurante. Coloca las manos contra la

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ventana en un decidido intento de llamardesesperadamente la atención de losempleados, y apoya la frente contra elfrío cristal. Este frío no sirve paradespertar su mente, cansada más allá dela estupidez, incapaz de parar de insistirinfantilmente en el hecho de que elrestaurante se supone que abre lasveinticuatro horas. El vaho de surespiración toma forma en el cristal y seva diluyendo poco a poco, mientras susojos hacen lo posible para convencerlede que el interior está iluminado, comosería lo lógico. Al final, adivina que laluz tras la ventana es más de lo mismo,es la luz borrosa del resto del complejo;

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los colores de jardín de infancia delmobiliario, y los de los botes de kétchupy las vinagreras gigantes se han reducidoa simples sombras grises y negras, comosi un niño demasiado poco inteligentepara hacer uso de ninguno de esosobjetos los hubiera ensuciado apropósito. Solo puede suponer que elrestaurante está cerrado porque laautopista está cortada, pero eso nosignifica que los empleados se hayan idoa casa. Se acerca a las puertas de cristaly tamborilea en ellas con los nudillos.

—¿Queda alguien ahí? —grita—.Soy de Textos.

Está a punto de explicar que Textos

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es la librería, por si la tienda ha sidosiempre tan invisible para ellos comoahora lo es para él, cuando adviertemarcas en el suelo, frente al mostrador.Unas huellas normales no seríancirculares, ¿y qué clase de danza hatenido lugar allí? Al tiempo que observala fotografía de una hamburguesa giganteentre las oscuras imágenes encima de laparrilla detrás del mostrador, reconocelos objetos esparcidos por la moqueta.Son panes de hamburguesa sin nadadentro. Hay al menos una docena, y atodos les falta un pedazo. Si sonmordiscos, su falta de forma esdesconcertante. No quiere aventurarse a

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interpretar lo que está viendo. No puedeafectarle a no ser que deje que la gélidaniebla se apoderé de él. Las piernas hancomenzado a temblarle, como una vezcuando era niño y tuvo unas fiebres quele sumieron en una pesadilla de la quecreía no iba a despertar jamás. Lo únicoque puede hacer ahora con ellas escorrer, frotándose los brazos con unasmanos que apenas siente, ¿pero en quédirección? A su coche para conducirhasta una cabina, por la ruta quecircunda el complejo el camino, es máscorto. Además, pasa junto a la tienda yasí podrá informar a Connie del plan, oquizá otra persona debería relevarlo.

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Ross preferiría quedarse con suscolegas, no importa el aspecto quetengan bajo la luz sofocada. Empieza acreer que se ha perdido en la niebla porno haber salvado en su momento aLorraine.

Todavía puede salvar a Agnes.Aunque eso no es ni de lejos un asuntotan serio, se puede conseguir, algo queWoody no puede evitar. Quizá una vezRoss haya llamado para pedir ayudapara Agnes decida perderse en la niebla,de tal manera que la única ruta conocidale lleve hasta su casa. Esa perspectiva leinfunde fuerza a sus piernastemblorosas, y lo mismo provoca el

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entorno que le rodea. El edificio junto alrestaurante está prácticamente alcompleto, pero en lugar de ventanastiene unas láminas de plásticoblanquecino, que parecen batirsesigilosamente al pasar Ross junto aellas, a no ser que lo que vea sean laspayasadas de su propia sombradistorsionada. Después de esa tienda, lalobreguez se eriza en forma de unaspértigas que se alzan desde unrectángulo en forma de tienda formadopor un cemento pálido, como si elesbozo metálico de un edificio hubierasido abandonado porque a nadie se leocurría cómo acabarlo. La niebla que se

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cuela entre las pértigas las reclama, altiempo que pasa junto a unos cimientosrodeados por la parte inferior de susmuros que le traen a la mente las ruinasde construcciones antiguas cuyopropósito ha sido olvidado. ¿Sería másrápida la ruta a través del aparcamiento?Corre como una marioneta a lo largo delpavimento mientras se esfuerza pordecidirse, y un muro tan embarrado ydesproporcionado que le cuesta creerque sea de nueva construcción emergefrente a él. Alguien le llama.

Al menos cree que es su nombre. Esun susurro, o más bien un siseo, y noreconoce la voz con seguridad.

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—¿Lorraine? —resuella.—Ross.Al elevar el volumen, el tono de la

voz ha bajado, y es entonces cuando seavergüenza de haberla confundido con lade Lorraine. Recuérdala pero sigue contu vida, le aconsejaba su padre al verlecada día volver a casa arrastrando sudepresión, como si tuviera idea algunade cómo poder salvar a la gente y suespecialidad no fuera otra que serincapaz de saber conservarla.

—¿Nigel? —exclama Ross conbastante más convicción—. ¿Dóndeestás?

—Aquí.

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Se encuentra en algún lugar pordetrás de los edificios inacabados. Aldetenerse, Ross comienza a temblarcomo una ramita en medio de unatormenta. Al pasar junto a los murosabandonados siente como si se internaraen una tierra de enanos no más altos quelos ladrillos superiores. La nieblarevela la húmeda y negra carretera queconduce más allá del complejo hasta laautopista, y el puntiagudo seto de dosmetros de alto que recorre el lateral dela carretera crea borrosos agujeros en lapodrida cortina de lobreguez.

—No te veo —se queja Ross.—Aquí.

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Nigel está en el descampado tras elseto, que aparece dividido entrefragmentos de niebla. Por muybienvenida que pueda ser la compañíade Nigel, Ross ya tiene bastante fríopara encima mojarse los pies.

—¿Qué estás haciendo ahí? —exclama Ross.

—Mira.Debe de estar impaciente si utiliza

tan pocas palabras. Quizá se encuentratan ansioso por dejar de estar solo comolo está Ross, que corre por la desiertacarretera buscando un hueco en el seto.Sus incontables espinas le empiezan arecordar a unos bobos pero

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observadores ojos. Se encuentra a laaltura del restaurante cuando encuentraunos peldaños, medio ocultos por elramaje a ambos lados. Se agarra a labaranda de la derecha y pone el pie enel peldaño inferior. La madera esesponjosa y resbaladiza, y su agarreexuda una humedad tan gélida como laniebla.

—Te he perdido. ¿Dónde te hasmetido? —le hace gritar el resentimientomezclado con disgusto.

—Aquí.Nigel se encuentra en algún lugar del

sendero embarrado que se extiende pordetrás de la sombra del seto. Cuando

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Ross escala por los peldaños, su siluetaparece alzarse por encima del tejado delrestaurante justo antes de perderse devista, como un soldado agachándose enuna trinchera. Finge no haberla visto, osiente que era algo totalmente fuera delugar, y planta un pie en la tierra.

La alta y empapada hierba es menosfirme de lo que esperaba. Su talónresbala por ella antes de hundirse almenos un par de centímetros, y percibela humedad acumulándose alrededor desu zapato. Seguramente el terrenorecupera algo de estabilidad másadelante, por eso Nigel suena tandespreocupado desde el lugar donde le

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está esperando. Ross baja el otro pie eintenta recuperar la verticalidad antes desoltarse de la baranda de los escalones.Al caminar con cuidado hacia adelante,su sombra tira de sí misma con una seriede convulsiones, saliendo así de la zanjade la que formaba parte, y comienza afundirse con la tierra oscurecida. Haescapado de la oscuridad proyectadapor el restaurante, pero a cadadubitativo paso que da, la niebla a sualrededor y detrás de él se ensucia,como si extrajera barro del terreno. Noha avanzado más de unos pocoscentenares de metros por el delgado ypegajoso sendero, cuando se da cuenta

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de que apenas puede diferenciarlo delresto del campo empapado.

—¿Queda mucho? —protesta.—Aquí.La voz de Nigel suena cerca. La

cuestión es si el último resto de luzprocedente del complejo se habrádesvanecido para cuando Ross loencuentre. Nigel ve algo, ¿cómo si noiba a indicarle a Ross el camino? Quizásea ahí delante, un pequeño monte deunos dos metros que cerca la niebla. No,es un hombre echado en el suelomirando dentro de una especie demadriguera. Nigel.

—¿Qué estás haciendo? —exclama

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Ross sorprendido.Nigel no responde. Se encuentra tan

concentrado en su descubrimiento que nisiquiera se mueve. ¿Qué puede ser tanfascinante para hacerle tirarse en elbarro? Ross se acerca a él con premura,pero su prisa es totalmente inútil: suvisión tiene que acostumbrarse a lapenumbra, y no puede separar el agujeroque Nigel está examinando de la tierrahinchada a su alrededor. Se agacha,agarrándose las rodillas para que eltemblor de sus piernas no le haga caer, ybaja la cabeza hasta tan cerca de la deNigel como puede, tratando al mismotiempo de no perder el equilibrio.

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Sus ojos aún no ven en la penumbra.No va a considerar siquiera lo que creeestar viendo. Hace una mueca y colocauna mano en la tierra, que parecemoverse para saludarlo, y pone sucabeza casi a la altura de la de Nigel. Elescaso fulgor proveniente del complejose asienta vagamente sobre ella, esto es,su visión comienza a entender lo quetiene delante. Se esfuerza en creer queestá equivocado, pero es una visióndemasiado clara para ser una ilusión. Sucara está enterrada tan profundamente enel suelo que este le cubre las orejas.

¿Cuánto hace que ha hablado?Seguramente no hace tanto para que haya

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dejado ya de respirar. Ross permanecemás o menos agachado y se dispone ahacer un enérgico esfuerzo para tirar aNigel de los hombros. ¿Ha intentadoNigel salir por sí mismo? Cada falangede sus pulgares y del resto de sus dedosestá enterrada en la tierra, y tiene losbrazos estirados al máximo. Ross seaferra a los hombros de Nigel al tiempoque de paso trata de erguirse, pero Nigelno se mueve ni un ápice. Fruto de ladesesperación, Ross mete los dedos enla tierra, empujándola con las yemas delos dedos, y consigue localizar lospómulos de Nigel. Al tirar de ellos, lacabeza de Nigel tiembla sobre el tenso

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cuello, al tiempo que la tierra en la queformaba un molde emite un húmedoresuello. Lágrimas de alivio o gratitudfluyen por sus ennegrecidas mejillas,pero entonces Ross advierte que ellíquido es parte de la tierra que cubre nosolo el rostro de Nigel, sino también susojos, que de otra manera estaríanmirando al infinito. La tierra hataponado también sus agujeros de lanariz, y ha incitado a sus mandíbulas aabrirse por completo para poder llenarlela boca.

El sonido que escapa de Rosscuando se aparta hacia atrás no incluyeninguna palabra. El rostro de Nigel

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golpea de nuevo el suelo, que vuelve areclamarlo al instante. Ross quedarepantingado al completo sobre suespalda, y se inclina hacia arriba,aterrorizado de que la tierra se lo trague.Es incapaz de pensar o de orientarse.Aunque cree recordar haberseaproximado a Nigel desde el otro lado,la luz del complejo comercial vieneahora de detrás de Ross. Recupera laverticalidad como puede, la luz essuficiente para derramar su sombrasobre la montaña de cabello; todo lo quequeda al descubierto de la cabeza deNigel. Ross hace lo posible paradespejar su mente de esa visión mientras

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huye hacia el complejo comercial, conel cuerpo tembloroso y la heladahumedad cubriéndole la totalidad de laespalda.

Otra razón por la que está a punto dedejarse llevar por el pánico es que laniebla se espesa a cada paso. Ese debede ser el motivo por el que la luz pareceestar retirándose, acoplándose a suritmo. ¿No debería de haber llegado ya alos peldaños o al menos al seto? Searriesga a mover la vista del senderoluminoso lo suficiente para mirar porencima de su hombro y ver si así puedever cuánto ha avanzado. La niebla haborrado todo rastro de Nigel, y se

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distinguen las huellas de Ross, una seriede irregulares depresiones en el llanosendero. Mira otra vez adelante,preguntándose qué detalle se le haescapado. La cabeza le tiembla delesfuerzo y por el hecho en el que repara.Solo había un juego de sus huellasdetrás; ninguna delante. En ese momento,el resplandor al que sigue deja debrillar. La luz pasa de planear a la alturade los focos a hundirse en la niebla yluego en la tierra, abandonando a Rossen la oscuridad.

Se detiene, al menos tanto comopermiten sus temblores, y escudriña lasofocante negrura. Sus ojos tienen tales

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ansias de encontrar el sueño quefantasean con luces, oleadas informes deluces que se apagan y reaparecen alcompás de los latidos de su corazón.Aunque sus ojos son inútiles, debería depoder encontrar el camino de vuelta.Únicamente tiene que volver por dondeha venido, y seguramente será capaz deno tropezarse con Nigel cuando lleguejunto a él. Su verticalidad pareceinestable incluso cuando pone los dospies juntos, pero simplemente tiene querepetir la maniobra para conseguircaminar. Cuando adelanta el pieizquierdo de nuevo, Nigel pronuncia sunombre a su espalda.

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Ross se da la vuelta sin pensar. Suspies se resbalan en el suelo pantanoso, yle da pavor perder el equilibrio. Agitalos brazos en la invisible niebla y se lasarregla para continuar de pie, pero ahorano tiene la más mínima idea de dóndeestá en relación a las tiendas. Gira lacabeza tan gradualmente como su últimoacceso de temblores le permite, yentrecierra los ojos por si eso leayudara a identificar algún rastro de luz;Nigel lo llama de nuevo. Su voz seencuentra a la altura de la cintura deRoss, y suena tan cerca que podríaincluso estar al alcance de su mano.

Ross se escabulle de allí. Los dedos

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se le cierran en un puño, para noarriesgarse a tocar la cara llena de tierrade Nigel. Se esfuerza por recordar algoque le haya dicho su padre y que puedaser útil en este momento, pero en sucabeza bullen tantas frases de su padrecomo pedazos inútiles de piedras salende la tierra: sé tú mismo, haz lo quedebas, no conduzcas mañana a no serque estés seguro de estar despierto…¿Cómo puede hablar Nigel con la bocallena de tierra? Pero lo vuelve a hacer,esta vez desde el lugar de donde Ross hahuido. Ross se lanza hacia delante sinotro pensamiento que escapar de sualcance. Ya no le importa dónde va a

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terminar, pero debería. El terreno lehace resbalar, sumiéndolo en laoscuridad.

Extiende las manos justo a tiempopara hundirlas hasta las muñecas en latierra invisible. Al tiempo que seimpulsa con los brazos temblorosos, lavoz de Nigel se dirige a él:

—Ross, mira aquí —mascullamonótonamente, y antes de que hayaacabado de hablar, su eco se proyecta alotro lado de Ross. Oye al par deimitadores dar unos pasos informeshacia él, pero lo único en lo que piensaes en lo inútil que ha sido todo estejuego. ¿Por qué molestarse en atraerlo a

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la oscuridad si ya estaba indefensocuando cayó junto a Nigel?Inmediatamente, le embriaga talsensación de resentimiento que esincapaz de pensar, se ha dejado ganarpor una malevolencia cuyo únicopropósito es tan primitivo como ellamisma: reducirlo a su propio absurdoestado. Aunque excitado por lacomprensión, se le llena la nariz de unpestilencia que huele igual que una masade agua estancada hasta el infinito, o queel aliento de una vetusta boca sindientes; la boca que le engulle losbrazos hasta los hombros. Antes de queesta se cierre en torno a él, dispone del

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tiempo suficiente para adquirir laconciencia de que no está compuestasolo de tierra, ni tampoco de un cúmulode carne gelatinosa, sino de algo peorque ambas.

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Jake

Está tan concentrado en escudriñar entrela niebla cada vez que advierte unmovimiento de algo más sólido que esta,por si ve a Ross o algún faro de cocheaproximarse, que casi deja caer un libroal oír la gigantesca voz de Woody.

—Eh, soy el único de por aquí quetiene que esperar. ¿Alguna idea de enqué puedo ayudar a vuestra labor?

La primera reacción de Jake esagacharse culpablemente, con laintención de buscar el lugar correctopara el libro, o al menos pretender que

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lo hace, pero no puede resistirse aobservar como Connie le dedica unamirada enojada a Greg por si decideresponder. El único aspecto de lapresente situación que le provoca a Jakealgún placer es que Greg ha empezado aresultar molesto para otras personasaparte de para él. Greg no es conscientede los sentimientos de Connie osimplemente los ignora. Levanta la caracomo si exponerse a la delgada luz fueraa darle facilidades para pensar conmayor claridad, a no ser que estésimplemente haciéndose el interesantepara congraciarse con Woody.

—¿Qué es eso? —dice Mad al

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tiempo que Connie emite una respiracióncomprimida parecida a un estornudohacia adentro.

Está mirando al fondo de su pasillo,el que lleva a la puerta de la sala deempleados.

—¿Qué estás viendo? —preguntaJill desde el otro lado de los estantes.

—Bajo la puerta.Jill agacha el cuello y luego se

aventura a caminar hasta el fondo delpasillo para mirar desde el otro lado dela estantería.

—No veo nada —admite.—Lo siento —se disculpa Jill, en

parte sin sentirlo, y se pone de espaldas

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a los estantes cercanos.—Ahora yo tampoco —se queja

Mad—. Juraría que había, no sé, unamancha en el suelo.

Jill sigue su frustrada mirada porcortesía.

—¿Qué es lo que veo? ¿Quién hadicho que hay descanso? —preguntaWoody.

—No es nada —le contesta Connie—. Solo un error. Todos estamoscansados. Algunos al menos —añadeantes de que Greg abra la boca paralanzar la objeción que tenía preparada.

Mad se toma la crítica como algopersonal, pero sin estar segura de hacia

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quién enfocar su resentimiento; Connie yJill son las candidatas. Connie vuelve asus libros y Jake a los suyos. Espera quele aíslen de las tensiones que sientecongregándose como las nubes de unatormenta, pero por supuesto no suponenningún refugio. Una vez ha encontradoespacio para otra de las novelas de Jill,tiene que retirarse a otro estante algomás apartado de la ventana, y ahora nopuede leer los nombres de los lomos sino entierra el cuello entre sus hombros yse agacha como un jorobado a unoscentímetros de los libros. Yergue lacabeza y se agacha más aún para cogerel siguiente cargamento de cartón y

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papel del montón. El sudor se leacumula en la parte anterior de lasrodillas, la piel pegajosa la abochorna,pero no lo aísla del frío, y ambas cosasle hacen sentir que tiene fiebre y deberíaestar en la cama. Desearía estar en lacama con Sean sin otra fiebre que lacreada por la pasión de ambos. Ya queno hay posibilidad de ello, quiere queSean duerma apaciblemente, en parteporque tiene que recogerlo al amanecer.El moribundo resplandor a través de laventana torna el tiempo en algo inerte ysin vida.

—¿Ahora qué, Mad? —dice Connieinterrumpiendo lo que Jake estaba a

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punto de decir.—No será nada. Le dijiste a Woody

que no era nada, supongo que solo estoyloca.

—No seas así —dice Jill—, si tú…—«No seas infantil» que es como

nos juzgas a todos, ¿eso ibas a decir?—Lo eres —dice Connie—, si no

nos cuentas algo que deberías contar.Mad mira fijamente los estantes de

la pared trasera y respira alta yprofundamente.

—He creído ver a alguien en la sala.Adelante, decid que soy yoimaginándome que la gente trastoca misección.

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Jake mira donde ella, a una seccióntan lóbrega como el centro de la niebla.Durante un momento cree ver una cabezaque se asoma al final del pasillo einmediatamente mengua o se esconde,pero su dueño o bien está a cuatro pataso no es más alto que un niño pequeño.No obstante, Jake se siente tentado deacudir en ayuda de Mad, incluso antesde que Greg comente:

—O eso o Agnes ha conseguidosalir.

Por increíble que Jake lo crea, Gregaparentemente considera esto unabroma. Jake está seguro de que laschicas se pondrían de su lado si atacara

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a Greg por ello, y tiene que esforzarsepor concentrarse en un hecho másimportante.

—Son las tres y cuarto, no, ydiecisiete. ¿Cuándo se fue Ross?

—Algunos estábamos demasiadoocupados para mirar el reloj.

—Eso no es justo, Greg —arguyeJill—. Jake no lo hizo. Por eso pregunta.

—Ha estado fuera demasiado tiempo—dice Mad—. Casi toda la noche. Omás.

—No deberíamos descartar que sehaya ido a casa —sugiere Greg—. Sipodíamos creerlo de Nigel, de Ross conmás razón.

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Jake está encantado de que Greg nose haya dado cuenta de que le ha dadopie pare decir:

—Entonces tendrá que ir otro.—Para que haya incluso más trabajo

para aquellos a los que nos importa latienda, quieres decir.

—No —dice Jill—, porque Rosspodría no haber pensado en ir por unúnico camino.

—Sí, tan claro como el barro.—Quizá no fue por la autopista si

olvidó que los teléfonos funcionarían. Sihubiera encontrado una cabina en la otracarretera, alguien ya estaría aquí.

—Eso asumiendo que se molestara

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en intentarlo.—Si no lo hizo —espeta Mad con

tal furia que parece a punto deabandonar el lenguaje hablado—, razónde más para que vaya otro, ¿verdad?

La expresión estúpida en el rostro deGreg muestra que se ha dado cuenta deque se ha atrapado él solito. Coge unlibro y lo mira fijamente como si no leimportara otra cosa en el mundo.

—Entonces qué plan sugerís —pregunta Connie.

—Que alguien pruebe con laautopista —dice Jake—, y otro por elcamino de abajo por si hay algúnproblema.

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—No lo digas —murmura Gregapenas audiblemente—. A ti te gustaríatomar el camino de abajo.

—Me gustaría ayudar, sí. Agnes yaha estado bastante tiempo encerrada.Pero no tengo coche.

—Preferiría no ir sola si tengo queser yo —dice Mad.

—No veo por qué iba a tener que serasí —dice Connie, y espera que laconformidad se propague desde el rostrode Greg al resto—. Me refería a quefueras sola.

Al tiempo que Greg coloca el librocon un golpe sordo similar al de un puñogolpeando una mesa, Connie regresa al

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mostrador.—Déjame adivinar. La caballería ha

llegado al fin.—No exactamente. En absoluto, en

realidad. Creemos que algo debe dehaberle pasado a Ross, si no ya habríavuelto con la ayuda.

—¿Todas las noticias son malas, eh?Por eso parece que estáis enterrados enbarro. Bueno, veamos si puedo ponerosen movimiento —clama Woody como untío hablándole a sus sobrinitos, ycomienza a cantar—: Goshwow, gee andwhee, keen-o-peachy…

—Tratamos de decidir lo que vamosa hacer —Connie alza su voz para darle

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algo de autoridad o contraatacar—.Realmente hemos decidido ya. Hay másde un lugar desde el que podemosllamar, así que pensamos que es mejorhacer un esfuerzo concertado.

—Habla normalmente. No entiendopor qué vosotros los británicos tenéisque adornar tanto las palabras.

Jake tiene ganas de gritar que ellosinventaron el idioma, pero soloconseguiría alargar la discusión queparece acosarlos, embutiéndolos en esterancio crepúsculo. Tiene la sensación deque Connie pretende liberarse a símisma de este cuando dice:

—Quiero enviar gente en ambas

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direcciones.—¿Y qué pasa con el motivo por el

que estamos aquí?—Preparar la tienda para mañana,

bueno, para hoy ya, a eso te refieres.—Dime otro si lo sabes.—Ya no vamos a acabar a tiempo.

Estoy seguro de que tus amigosneoyorquinos lo entenderán.

—¿Sí? Yo no. Convénceme.—La luz es muy mala. Mientras más

te alejas de la ventana es peor. Noqueremos que la gente se arruine la vistapara nada y tengan que irse a casa,¿verdad? No me sorprendería tampocoque todos acabáramos en cama con un

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resfriado.—Piensas que eso es mucho pedirle

al equipo después de haber prometidoarreglar la tienda.

—Ya hemos discutido eso. No habrátiempo. No te preocupes, no te quedarássolo. Yo me quedo.

—No serás la única —declara Greg.—Greg está diciendo que él

también, y están Ray y Angus aunque nohayan tenido éxito con los fusibles.

—¿Es así? ¿Estáis todavía ahívosotros dos? Os hablo, Ray y Angus.

Gruñen tras la puerta en la esquinamás oscura de la tienda, tan al unísonoque podrían haber emitido una única voz

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amortiguada.—Han dicho que sí —transmite

Connie.—Entonces siguen trabajando en los

fusibles, ¿verdad?—Sí —responde la doble voz.—Dime, Connie.—Dicen que sí.—Entonces démosles algo más de

tiempo. Puede que les quede poco.—¿No crees que Agnes ya ha sido lo

bastante valiente? Si yo estuviera en sulugar ya estaría armando mucho jaleo aestas alturas —comenta, y con unmovimiento que sugiere un intento deapartarse de la repetitiva discusión, se

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da la vuelta y cubre el auricular con lamano—. El que vaya a ir que vaya. Mehago responsable. La puerta no estácerrada.

Jake se demora en colocar el libroque tiene en la mano en lugar desimplemente soltarlo. Luego se reúnecon Mad y Jill en el mostrador.

—No puedo creer lo que estoyviendo. Parece que los perros seescapan de sus casetas —dice Woody.

—Intentan irse todos —grita Greg—. No los necesitamos, ¿verdad que no?No creo que vuelvan.

—Inténtalo con un tono másestridente y quizá te oiga —dice Jake

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antes de darse cuenta de que Woodypuede oírle a través del auricular queConnie hace rato que no cubre con lamano.

—Supongo que yo tampoco lo creo.Venga, todos de vuelta a las estanterías.

—He dicho que os vayáis —insisteConnie, señalando la salida con elteléfono.

—No dirías eso si no estuvieraencerrado —espeta Greg.

Jake está deseoso de ver comoConnie machaca a Greg, pero lo estámás de marcharse. Al pasar junto almostrador con Mad y Jill a su espalda,Woody dice con una voz similar a una

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enorme y falsa sonrisa:—Eh, ¿ya no funciona esto? Yo me

oigo perfectamente.—Y aquí abajo se te oye

perfectamente —grita Greg asintiendocon fuerza y mirando al techo—. Todoste oímos.

Jake cierra la mano en el picaportemetálico, que tiene un tacto tan frío yhúmedo como un palo recién sacado delbarro. Culpa a sus manos sudadas, quedeben de ser responsables también deque el metal parezca rezumar óxido.Tira del picaporte, y la puerta de cristalvibra contra su gemela como un gonghablando en voz baja, pero eso es todo.

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—Connie —dice subiendo elvolumen más de lo pretendido—, no estáabierta.

—Ni debería estarlo tampoco —comenta Greg.

—Lo está, Jake. Así es como ladejé. Simplemente empuja, o mejor tira.

Jake hace ambas cosasvigorosamente. El cristal crepita comosi estuviera siendo azotado por unatormenta, mientras, la niebla se muevedetrás de la puerta imitando elmovimiento que Jake está tandesesperado por que se produzca, o bienreuniéndose para enfrentarse a supersona.

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—Si no está cerrada, no sé lo quepasa —dice con toda la calma quepuede, tras zarandear la puerta hastabordear la cacofonía.

Connie devuelve firmemente elauricular a su posición y se acerca a laspuertas meneando la cabeza.

—No lo entiendo, pero vale —dice,y teclea unos cuantos números en elteclado antes de abrir triunfalmente lapuerta de par en par. Al menos, esa es suintención, pero el resultado no es otroque un cristal inamovible.

—¿Has olvidado el código denuevo? —pregunta Woody, sonriendoaudiblemente—. No me lo preguntes a

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mí.—He puesto el correcto. Estoy

segura —le asegura Connie a todossalvo a él, y lo teclea una segunda vez,para luego tirar de las puertas hasta querechinan. Jake casi chilla, temeroso deque los cristales se rompan, dejándolacon el picaporte en la mano e invadidade fragmentos de cristal. Al final lasuelta, resollando—. Tiene que ser algorelacionado con la electricidad.

Jake está a punto de romper elsilencio, parecido a una tormenta apunto de estallar, cuando Jill dice lomismo que él está pensando.

—Tendremos que romperla para

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salir entonces.—No sé si quiero ser la responsable

de esa acción —dice Connie.—Entonces simplemente sé

responsable de no impedírnoslo —espeta Jake.

—Habrá que romperla tarde otemprano —dice Mad—. ¿Cómo si novan a entrar los servicios deemergencia?

Connie se pone un dedo en loslabios palpando la expresión de surostro.

—¿Qué vais a usar? No podemospermitir que nadie salga herido.

Ninguno de ellos se da cuenta de que

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Greg se ha escabullido detrás delmostrador y ha cogido el teléfono hastaque Woody habla:

—¿Hay algo que creas que debosaber, Greg?

—Dicen que van destrozar la puerta.—No van a hacer tal cosa. Díselo

para que no puedan poner la excusa deque no se han enterado.

—Woody lo prohíbe —dice Greg, y,como queriendo congraciarse en mayormedida con su jefe, no se resiste asonreír.

—Pásame el teléfono, por favor —dice Connie, y antes de acabar de hablarya está al otro lado del mostrador, frente

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a Greg, y extendiendo una mano—.Dámelo —prácticamente escupe.

—Woody, ¿quieres que…?—Haz lo que se te dice. —Agarra el

teléfono y el auricular golpea en la orejade Greg—. Eso ha sido culpa tuya —leinforma, dándole la espalda—. Si no laabrimos de alguna manera, Woody, ¿quéva a pasar con Agnes?

—Nada que no haya pasado ya.Quizá nada diferente a lo que llevo yohoras aguantando.

¿Cómo puede alguien ponerse de suparte después de decir algo así? Leparece a Jake que con eso, Woody haconseguido que Connie no se oponga a

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ningún método de escape, y enseguidasabe qué hacer. Corre hacia el carro queacaba de descargar y lo pone de frente ala salida. Mad y Jill parecen anonadasal entender su plan, pero de inmediato secolocan a ambos lados del carro paraayudarle a empujar. Cuando retrocedenpara tomar más impulso, Greg saledisparado de detrás del mostrador,frotándose la oreja para que todo elmundo sea consciente de su dolor, y sesitúa delante de la puerta, con los brazosy las piernas extendidos.

—Se os han dado órdenes —grita.—Eres mi hombre, Greg —exclama

Woody—. ¡No pasarán!

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—Será mejor que te quites de enmedio —le advierte Jake, empujando elcarro en su dirección—. Si te quedas ahíte va a entrar el carro por el culo.

—Sí, muévete Greg —le urge Mad.—Vamos a hacerlo —dice Jill—.

Vas a tener que moverte.Connie cuelga el teléfono de golpe y

se cruza de brazos.—Ya has dejado clara tu postura,

Greg, ahora hazte a un lado. Estoy alcargo aquí abajo, y no quiero que nadiese haga daño.

—Woody lo ve todo, así que nopuedes estar al cargo.

Jake siente la frustración de las

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mujeres hacia Greg sumarse a su propioodio hacia él. Quizá ellas tambiénexperimentan esa sensación, porque seha convertido en algo tan opresivo quees necesario descargarla de algunaforma, o si no caerá desmayado.Empujando con estruendo el carro,visualiza cómo se va a estampar contrala entrepierna de Greg a no ser que seaparte. Casi en el último momento, virael carro a la derecha, pero Greg semueve lateralmente como un cangrejopara bloquearle el paso. Jake trata deobligarse a no dudar, pero el carrotiembla y se detiene a unos centímetrosde Greg.

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—Muévete —casi grita Jake.—¿Quién me va a obligar? No veo a

ningún hombre.Jake echa el carro hacia atrás y le

ataca ferozmente. Una sonrisadespectiva se dibuja en los labios deGreg antes de que advierta que Mad yJill también caen sobre él. Le agarranpor los brazos y se esfuerzan porderribarlo, mientras Jake se las arreglapara contenerse y no cogerle del cuello;en vez de eso le clava las uñas en lascostillas. Greg intenta reírse, pero no esla diversión lo que saca a relucir susdientes. En unos pocos segundos, pierdeel equilibrio lo suficiente para que sus

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atacantes lo arrojen a un lado con talviolencia que cae trastabillándose detrásdel mostrador. Jake corre a por el carroy Mad y Jill se aferran a los lados.Apenas ha empezado a avanzar, Greg seinterpone de nuevo en su camino.Cuando intenta frenarlo, Jake le golpeacon el carro en el estómago. Resuella yse tambalea, y Jake se pregunta sinninguna aprensión si será Greg el objetoque rompa el cristal. Pero un Greg derostro enardecido vuelve a acercarse alcarro, y Jake lo rodea para intentardeshacerse de él.

Tiene que hacerle perder elequilibrio. Se dice a sí mismo que está

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siendo racional, pero le resultainsanamente satisfactorio darle unapatada a Greg en la espinilla con toda lafuerza que su odio puede reunir. CuandoGreg recula, luchando por contener laslágrimas de dolor, Jake lo persigue y leengancha el tobillo con el pie parahacerle caer. Un empujón en su pechoregordete finaliza el trabajo y le hacegolpear el suelo de detrás del mostradorcon el hombro o, a Jake no le importa lomás mínimo, la cabeza.

—¡Hacedlo ahora! —le grita a Mady Jill.

—Jake —exclama Connie cuandoJake avanza para ponerse de pie junto a

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Greg.¿Acaso no está únicamente tratando

de mantener a Greg donde está ahora?Está a punto decirlo, aunque eso acabecon todos los miedos de Greg, cuando elestruendo del carro culmina en un agudorepicar. Durante un momento, la puertade la derecha se mantiene intacta, peroentonces se derrumba hacia fueraesparciendo por el pavimento cientos defragmentos, como si un inmenso joyerose hubiera derramado. Mad y Jill seencogen, y Jill aparta el carro como siintentara salvarlo de un ataque repentinode la niebla. Las dos mujeres avanzancasi de la mano hacia esta cuando

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Woody habla, tan alto y omnipresenteque su voz podría provenir igualmentede la niebla que de todos los rincones dela tienda.

—Cualquiera que deje la tiendaahora, que no se moleste en volver.

Mad y Jill dudan frente al umbral decristales rotos. Connie se queda mirandola mano izquierda de Greg, con la que seaferra al borde del mostrador paraimpulsarse hacia arriba. Jake cree queConnie está a punto de aplastárselo conun puño o de reducirle por otros medios.Se siente decepcionado cuando tomacomo excusa la robustez de Greg paradirigirse a la salida sin hacerle nada.

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—Eso me incluye a mí —dice—. Hetenido bastante.

Al tiempo que Jake la sigue hasta laapertura, la alarma comienza a sonar.Greg se pone en pie como puede y lemuestra sus dientes a Jake como sicreyera que la tienda está acusando a losdesertores. A Jake le enrabieta el hechode haberse puesto nervioso al pensarque el ruido podría alertar a alguien,presumiblemente a un guardia, ¿a quiéniba a invocar si no, en medio de estaniebla? La alarma cae en el silencio porla misma razón que la hizo comenzar asonar, y cuando está esperando que lasmujeres se abran paso entre los restos

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de la puerta, Greg se abalanza sobre él.Su rostro está soliviantado por ladeterminación de no dejar escapar aJake. Este se da la vuelta para esperarle,pisa los cristales, se agacha pararecoger unos cuantos que puedaarrojarle a Greg a los ojos.

—Hasta ahí puedes llegar, Greg.Recuerda lo que dijo Woody sobreabandonar la tienda —dice Connie.

La frustración que estrecha sus ojosy su boca es pequeña comparada con lade Jake. Es algo tan intenso que se sientesu enormidad, como si una presencia deltamaño de la niebla la estuviera tambiénexperimentando. Casi se podría pensar

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que la enorme voz proviene de esapresencia.

—Déjalos ir, Greg. Eres todo lo quenecesitamos.

Greg no parece del todo cómodo conello, y da unos pasos reacios hacia atrás.Jake se resiste a la tentación de echarlecristales con el pie. Sigue a las mujeres,pasando el escaparate lleno de libros,exentos no solo de color sino de todosignificado.

—Me oís ahí afuera, ¿verdad?Supongo que estáis esperando quecambie de idea y os deje entrar.

Connie acelera el paso, y las otrasmujeres trotan para adecuarse al suyo.

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Antes de que Jake las alcance, giran laesquina de la tienda, dejándole solo conla voz gigantesca y amortiguada deWoody.

—Sé que estáis escuchando. Veamosvuestras caras. ¿Cuántos estáis ahí?Veámoslos a todos.

Jake tiene la poco tranquilizadoraidea de que las palabras van dirigidas ala niebla. Aparte de ellas, reina elsilencio salvo por el sonido de suspasos llevados por el pánico; no lleganingún ruido desde el callejón dondehan entrado las mujeres. Una sucesiónde temblores no causados solamente porla fría niebla le invaden al doblar la

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esquina. Las mujeres están cerca delfinal del callejón, que parece cercado detierra. Al acelerar para reunirse conellas, advierte que es una mezcla deniebla y oscuridad.

—¿Qué les ha pasado a las luces dedetrás de las tiendas? —Connie cree quealguien debe saberlo.

—Será un fallo de eléctrico —sugiere Mad.

—Sea lo que sea no me gusta.¿Puede alguna de vosotras arrancar elcoche?

—¿Qué pasa con el tuyo? —diceJill.

—Está más lejos que los demás. Si

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alguien arranca el suyo podremos veralgo.

Un escalofrío trata de impulsar aJake dentro de la oscuridad.

—Podemos ir todos juntos, ¿nocrees? —dice en caso de que eso letranquilice.

—El mío está cerca —dice Madimpaciente, y se adentra en la lobreguez.

Tras dejar atrás el último sofocadoresplandor del callejón, Jake tienetiempo de sentirse penosamenteagradecido de que todas las mujereslleven pantalones con bolsillos en losque guardan las llaves. En el lateral deTextos, distingue por poco a Mad

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agachándose en un bloque de oscuridad.Cuando este la encierra, oye una enormevoz murmurante, pero no dice palabras.El Mazda emite un carraspeo que sefunde con la niebla, y acto seguido elmotor ruge y los faros escupen un parcheluminoso en el muro de cemento.

—¿Conduzco hasta el tuyo, Connie?—dice Mad bajando la ventanilla.

—De momento no soy tan incapaz.Solo nos llevamos unos años dediferencia, ya lo sabes. Aún puedocaminar.

—Quise decir que podría darte algode luz —dice Mad, pero solo la oyeJake. Connie ya está junto a su Rapier.

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Jill se apresura hacia el Nova, que noestá muy seguro de su forma y su color.Mientras Jake espera que alguien seofrezca a llevarle, siente como si lafrustración que experimentó al no poderenfrentarse a Greg le hubieraacompañado agazapada entre la niebla.La manera en la que el coche de Madarroja sus luces y ruge como una bestiaenfurecida agrava esa impresión.

—Estoy comprobando si se va morirde frío o no —explica Mad, pero eso noayuda.

El motor de Connie saluda a su llavecon un simple clic. Un segundo intentorecibe una respuesta menos satisfactoria

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si cabe, y un tercero ninguna respuesta.Connie abre la puerta y sale,empequeñecida.

—No sé de qué va esto. ¿Me ayudaalguien?

—No eres tan capaz como te creías,¿eh? —se hace oír Mad.

La opresiva inminencia se ciernesobre ellos, y Jake teme que las cosas setuerzan.

—A Sean no le gusta ensuciarse lasmanos, así que yo soy el mecánico —dice con más confianza de la que sienterealmente—. ¿Puedes abrir el capó,Connie?

Lo mira fijamente como si estuviera

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sugiriendo que no es capaz de realizaresa tarea, y luego mete la mano bajo elsalpicadero. Un tipo diferente de clicindica que ha liberado el seguro delcapó, al tiempo que Jill se lo piensa dosveces antes de entrar en el Nova y en sulugar dirige la vista a algo detrás de sucoche.

—¿No es ese el coche de Ross?Jake lo ve, pero no tiene ni idea de

qué decir. Introduce los dedos bajo elborde de metal cuando Mad baja de sucoche y se une a Jill tras los vehículos.

—No hay muchos caminos por losque haya podido ir —tranquiliza Mad atodos—. Uno de nosotros se lo

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encontrará, si mantenemos los ojosabiertos.

El capó sube y Jake se inclina sobreel motor, rozando con el hombro el murode la librería. La iluminación es tenue,su sombra cubre las entrañas metálicas,y lo único que puede distinguir deprimeras es que el motor aparececubierto de una masa grisácea. Extiendeuna mano por la llanta encima delradiador y se inclina un poco más. Justocuando empieza a saber dónde está, elmotor de Mad se detiene, y sus faros seapagan.

—Lo siento —exclama corriendo decamino al Mazda. Los ojos de Jake se

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han acostumbrado lo suficiente parapoder permitirle distinguir algunoscontornos en la oscuridad, pero no estáseguro de si está viendo o recordando o,como todo su ser suplica, imaginandoque aunque la aplastada figura es lobastante líquida para cubrir todo elmotor, tiene algo muy parecido a unrostro.

Al menos, bajo el redondeado bultoque ya no está aplanado por el capó, unhueco parecido a una cuchillada sobregelatina, se ensancha formando unainconfundible, si bien estúpida, sonrisa.Le sacude un escalofrío tan violento quele aterra perder el agarre del brazo y

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acabar con la cara sobre la alegre masa.Echándose hacia atrás, raspándose elcodo con el muro de cemento, se leresbala la mano. No sabe si algo leretiene, pero siente como si hubieraaplastado una babosa. Se mantiene sololo bastante cerca para poder cerrar degolpe el capó, al tiempo que Mad reviveel motor y los faros.

Al principio piensa que todas lasmujeres lo están mirando porque sabenlo que ha visto, pero por supuesto es poralgo peor que eso; quieren que se locuente. Solo puede aferrarse a suprimera impresión y desear que eso seatodo.

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—Está helado. El arranque, merefiero —balbucea—. Arrancó porquese heló, y ahora se ha helado otra vez.

—¿Entonces vas a dejarlo? —diceConnie tras asegurarse de que haacabado.

—Tengo que hacerlo. Nadie puedehacer nada.

Tanto Mad y Jill parecen inclinadasa no estar de acuerdo, y le aterra quehagan algo más que discutir. ¿Estáoyendo algo arrastrándose bajo el capó,anticipándose a la insistencia de alguienen que mire?

—En serio, necesita un mecánico deverdad —se oye suplicar en lugar de

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afianzar—. Tendremos que ir dos encada coche.

La idea es recibida con tan pocoentusiasmo que se pregunta si escontraproducente, ¿pero qué otraalternativa hay? Tiembla y urgesilenciosamente a Connie a que sesepare del Rapier. Al fin emerge delinterior, anunciando reacia:

—Jill, iré contigo si me lo permites.Eres la que vive más cerca de mí.

Las luces de Mad brillan de nuevo,manchando la oscuridad de rojo yanimándola a aumentar su solidez.

—¿Entonces quién coge cadacamino? —pregunta.

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—Tú coges la autopista —diceConnie—. No olvides que buscas unteléfono y a Ross.

Mad rechaza resentida laimplicación de que necesita que lerecuerden eso. Jake teme de repente queel coche de Jill no arranque, lo que esotra razón para que tiembledescontroladamente.

—¿Y luego qué? —pregunta.—Id a casa y esperad noticias.

Llamaré a la tienda después si nadie mellama a mí. No os preocupéis, osdefenderé a todos lo mejor que pueda.Incluido Greg.

Eso suena al germen de una nueva

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discusión que los mantendría atrapadosen la niebla. Jake se ahorra elcomentario mientras observa a Connieabrir la puerta del pasajero del Nova.Debe de estar regodeándose en algúntipo de instinto de protección, pues es elúnico que sabe lo que ha invadido elcoche de Connie. El motor de Jill emiteun sonido ahogado y acaba muriendo. Enel momento justo en el que va a urgirlesa ambas a que entren en el coche deMad, el motor del Nova petardea y seacelera. Jake y su mal definida sombra,medio absorbida por la niebla, esprintanal encuentro del Mazda.

—Bien —resuella metiéndose en él.

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—Creo que ya estamos. No hayprisas, ¿verdad? Tal como está la cosa.

—Quizá no —dice con demasiadassílabas—. Pero ¿a qué estamosesperando?

—A que te pongas el cinturón deseguridad, espero.

Cuando Jake se coloca el cinturón,el codo le escuece como si la nieblahubiera penetrado en una herida abierta.El Mazda comienza a retirarse de lamancha de luz, que se atenúa aldifuminarse. Solo está soñando que latienda tiene la determinación de nodejarles escapar; quizá la borrosatelaraña que proyecta el faro astillado le

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ha inducido esa idea. ¿Se está retirandola niebla detrás del coche en menormedida que el muro? Intenta imaginarque no está colaborando a que quedenatrapados al decir:

—¿Podemos esperar un momento?—Esa no será tu idea de ser

femenino, ¿verdad? Eso de cambiar deidea a cada momento.

Tiene que recordarse que ella no escomo Greg.

—Quiero ver a los otros alejarse,¿tú no?

—Iba a hacerlo hasta que tú medistrajiste.

No tiene que discutir. Necesita

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concentrarse en conducir, por pocorazonablemente que se estécomportando, incluso aunque la luchapor mantenerse callado a su lado lesuponga el mismo esfuerzo que respirarbajo el agua. El Mazda gira marchaatrás, iluminando el coche de Connie,tan quieto que parece totalmenteabandonado. Cuando una oscura ybrillante figura se asoma desde suescondrijo tras el Rapier, un gritocomienza a separar sus labios, yentonces descubre que es el coche deJill al encender sus luces.

No sabe si Mad se está tomando sutiempo como venganza por su anterior

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sugerencia. No sigue a las luces traserasde Jill hasta que estas se han confundidocon la niebla. Al pasar con el Mazdajunto al coche de Connie, cree ver elcapó levantándose un poco, como unatrampa a punto de atrapar a su presa.Hace lo posible por mirar el espejo sinalertar a Mad, pero la niebla lo escondeantes incluso de que pasen la esquina dela tienda.

Al tiempo que los coches giran en elfrontal de Textos, Jake cree oír una vozincomprensible, tan amortiguada comoenorme. Ve a Greg, una silueta grisáceaque se agacha y coloca libros y sevuelve a agachar, tan deprisa que parece

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decidido a terminar todo el trabajo extraél solo. ¿Lo está manipulando la vozcomo una marioneta? La silueta se gira yles envía a los coches un irónico saludo,o bien se pone la mano sobre los ojospara verlos bien, consiguiendoúnicamente que la niebla le niegue eseplacer, si era eso lo que buscaba.Entonces pasan los arbolillos cercanos,caídos como si los hubieran acabado dearrancar, y el Mazda gana velocidad. Seacerca tanto a las furiosas luces de Jillque Jake se pregunta si Mad quiere quese sienta amenazada, en venganza portraerla tan cerca de donde el Mazdaatropelló a Lorraine. Hasta el momento

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que la niebla se traga el tocón roto yMad suelta el pie del acelerador, Jakeno deja de tener que contenerse para nopisar el freno.

Está cada vez menos seguro de queno oye un murmullo sin palabras bajo laniebla. La impresión se niega a irse, loque agrava la sensación de que algodemora a los coches. El asfalto detrásdel Nova se asemeja tanto a unacorriente de barro que debe renovar lacreencia de que los vehículos estánavanzando, aunque demasiadolentamente para distanciarse delrecuerdo de lo que vio en el interior delcoche de Connie. Cuando las luces de

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frenado de Jill se encienden temeconocer la razón, hasta ver que sus farosiluminan el restaurante, cerrado y sinluz.

—Entonces Ross no puede haberllamado desde ahí —dice Mad.

Ahora mismo lo más importante paraJake es que se encuentran en la salidadel complejo comercial. Las sombras,tan bajas como el mobiliario, desfilanpor el restaurante mientras los faros deJill giran hacia la salida. Con el Mazdadetrás, Jill conduce por la desiertacarretera hasta el carril situado entre lossetos que blanden sus rezagadas espinascomo si los haces de luz las hubieran

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erizado. Jill toca el claxon, y Connie yla propia Jill agitan la mano en el espejoretrovisor del parabrisas. Mad toca elsuyo, y ambos imitan el movimiento demanos, pero no está seguro de que losvean, pues la niebla extingue las lucestraseras del Nova. Con un suspiro queprefiere no interpretar, Mad gira a laizquierda tras el restaurante.

No podrá respirar con normalidadhasta no estar seguro de que la cosa quevio detrás de Textos no los estápersiguiendo camuflada en la niebla.Mira nerviosamente hacia los edificios yel espacio abierto que estos oscurecen,en colaboración con la niebla. Aprieta

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los dientes hasta que le duelen con tal deno meterle prisa a Mad para queacelere.

El restaurante está junto a un bloqueinacabado, con ventanas de polietileno,y Jake imagina que no son más que ojos,tan cargados de cataratas que se salen desus cuencas, y junto a ese bloque, otroque no llega ni a edificio; es una jaulade metal sin tejado. Permite que algomás de la luz de los focos llegue alcoche, pero ¿por qué parte de la luz seencuentra tan cerca del suelo? Porquepertenece a un vehículo que avanza entrelos incompletos edificios directo alMazda.

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—¡Cuidado! —grita Jake,ensordeciéndose a sí mismo de un gritoy agarrando el volante.

El coche se encuentra casi en el setodel otro lado de la carretera antes deque Mad recobre el control.

—¿Qué c…? —comienza a decirMad antes de recordar que es unaseñorita—. ¿Qué intentas hacernos,Jake?

—¿No lo has visto? Tienes quehaberlo visto. Había un coche o algo.

—¿Dónde? —pregunta, y para suconsternación, pisa el freno—. Dimedónde.

Quiere suplicarle que se alejen de

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allí, pero no obstante gira la cabeza paramirar por la ventana trasera. Unaesquelética esquina del edificio enconstrucción es visible, pero no hay nirastro del vehículo que vio cuandoagarró el volante, y tiene que admitirlo.

—Debe de haber sido la niebla —dice.

—Sí, bueno, a partir de ahora daigual lo que veas, déjame conducir a mí.Esperaría de Greg que intentara ponerseal mando, pero no de ti.

Devuelve el coche a la carretera ycasi no coge velocidad. Los edificiosinacabados se agazapan como si la tierrase los estuviera tragando. Las tinieblas

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se afianzan sobre el último de ellos justocuando queda a la vista el túnel bajo laautopista, una cueva embadurnada degigantescos símbolos chorreantes yhabitada por una alerta niebla.

—¿Crees que nos peleamos los unoscon los otros porque estamos muycansados? —dice Mad, al tiempo quesube la rampa que conduce a laautopista, que Jake esperaba bloqueada.

—No sabría decirte.De hecho, cree que el cansancio es

la última de las razones, pero no va amolestarse en pensar sobre ello cuandole acaba de comparar con Greg. Elcoche se aventura al interior de la

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autopista, tras vacilar en lo alto de larampa, y Mad pone a prueba elresentimiento de Jake.

—Si por casualidad ves un teléfonoo a Ross, no dudes en decirlo.

Jake siente la tentadora esperanza depensar que Ross difícilmente se habrápuesto a vagar por la autopista, pero ¿esasí? Podría haberlo hecho para ir enbusca de un teléfono. Las luces de FennyMeadows se alejan bajo el coche, yparece que estaban diluyendo la niebla,que se cierne sobre el parabrisas comosi un cielo entero de lluvia contenida sehubiera concentrado en el oscuropaisaje. Los haces de los faros la atacan

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con una debilidad cercana alagotamiento, pero el coche no puedehaber parado su progresar, pues unindicativo de algún tipo aparece a unlado de la carretera. ¿Está la niebla trasél disipándose? No, Jake está viendootra de las luces que advirtió en elcomplejo comercial, y ahora sabe dóndeestán. Es un terreno pantanoso, y lospantanos a veces emiten fuegos fatuos.Cuando era niño leyó algo sobre ellos, ydeseaba poder ver uno; el deseo se le haconcedido. Está a punto de hablarle delfenómeno a Mad, cuando esta escudriñaun cartel por la ventanilla de Jake.

—¿Era eso para el siguiente

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teléfono? ¿Cuánto decía que…?La luz se aparta de la niebla y se

divide al encontrarse con dos faros en ellado equivocado de la autopista; en elmismo carril del Mazda. Sobre ellos, laventanilla delantera de un Jaguar agitasus parabrisas a modo de reproche. Trasel cristal, el conductor, un hombre con lafrente encasquetada en una gorra decuero, mira su móvil. Para demostrarque es más estúpido de lo que eso yasugiere, quita la otra mano del volante yhace gestos de borracho. Tener tiempopara asimilar tantos detalles convence aJake de que Mad es capaz de evitar lacolisión; de hecho ya está girando el

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volante. Entonces la velocidad delJaguar fulmina la distancia entre amboscoches, y se transforma en una únicaexplosión de metal y cristales. En eseinstante, Mad le agarra la mano a Jake, yél la cierra contra la suya. Durante unmomento desea que fuera Sean, peroentonces se siente agradecido de sucercanía; hay una presencia que se sienteencantada de que se produzca el choquey no recibe cordialmente sureconciliación. De hecho, esparce lo quequeda de la inteligencia de ambos por laoscuridad.

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Jill

Hace sonar el claxon y el coche de Madresponde, lo que prepara su mente parael comienzo de la persecución. Cuandoagita la mano en el espejo, Connie laimita, pero no hay ninguna razón paraque piense que Connie se está riendo deella o dando a entender taimadamenteque preferiría estar en el Mazda. Laniebla arrastra al Mazda y sus luces, unrojizo fulgor desaparece de la nada queilustra los setos, y entonces el espejo lemuestra a Jill únicamente el espacioentre ellos, que continúa menguando a

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medida que el Nova sigue avanzando.—¿Nos vamos ya? —sugiere

Connie.—Ya lo hacemos.—No pasa nada si no te sientes

cómoda conduciendo más deprisa. Perono me siento bien dejando a Anyesencerrada durante más tiempo delnecesario. Ni a Woody, por supuesto.

Jill piensa si debe sonreír ante laobligada última frase, pero no estásegura de si Connie consideraría quedaba lo de Woody por sentado, unaposibilidad que a Jill le ofende un poco.

—Puedes culparme si quieres —leresponde sin embargo.

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—Gracias, pero es realmenteresponsabilidad mía.

Jill no va a fingir: preferiría tener aJake de pasajero. Connie lo dejó clarocuando antes casi dijo que desearía no iren el coche de Jill. Las ennegrecidas ymojadas espinas de los setos rodean alcoche, y se solidifican junto a la niebla,formando una única masa.

—Entonces tú aceptarás toda laresponsabilidad, eso dijiste.

—No estoy segura de que puedahacer eso, ¿verdad? A no ser quequieras que conduzca.

—Realmente no, gracias.—Entonces tú tendrás que ser

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responsable de esto, ¿no crees? Algunaspersonas piensan que no soy tan mala.

—No recuerdo haber dicho que lofueras.

Connie gira la cabeza como siintentara forzar a Jill a reconocer suexpresión. Cuando Jill se concentra enel pedazo iluminado de carretera, elvelo de niebla se empieza a abrir.

—Conduciendo.—También hay gente que dice lo

mismo de mí.—Supongo que tu niña pequeña es

una de ellas.—Se pondría de mi parte, no te

preocupes —responde Jill, apretando el

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volante con más fuerza mientras intentarecuperar el control de sus palabras—.Ella es una de las razones por las que tepregunté cuánta responsabilidad estásdispuesta a asumir. La mayor de lasrazones.

La humedad que sisea bajo el cocherellena la pausa durante la cual se niegaa mirar la expresión en el rostro deConnie.

—Ninguna en absoluto —acabadiciendo Connie.

La reducida carretera parece temblarpor la incredulidad de Jill hasta querecupera el agarre del volante.

—No vas a salir impune de esto.

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—No hay nada de lo que salirimpune. No aparecí hasta muchodespués de que rompieras con Geoff.Espero que no le estés diciendo a tu hijalo contrario.

Jill siente su cerebro sumido endiscrepancias que enrarecen laatmósfera del coche más que la niebla.No entiende por qué ha dejado que elmalentendido continuara, pero sinembargo, una parte de ella quiereaprovecharse de ello y usarlo comoexcusa para enfrentarse a la otra mujer,ahora que la tiene atrapada.

—Te preguntaba si ibas a decirle aquien lo tenga que saber que participaste

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en la rotura de la puerta. No meimportaría conservar mi trabajo —apunta solamente, pero le requiere ciertoesfuerzo de contención.

—No veo muy probable que loconservemos, ni Mad ni Jake tampoco.

Jill se siente ahora como una niña ala que han incumplido una promesa.

—Pero lo hicimos por Woody tantocomo por los demás —diceestúpidamente.

—¿Ah, sí? Puede que piense que lohicimos para huir de él.

—No vas a decir eso, ¿verdad?¿Quién nos va a ayudar?

—Yo telefonearé. Eso tendrá que

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bastar hasta que duerma un poco.Jill ya no entiende lo que dice

Connie, o si sus comentarios sirven paraalgo que no sea robar oxigeno al coche.

—Entonces déjame conducir.—No recuerdo haber empezado la

discusión.Jill tampoco, es como si la

oscuridad se hubiera tragado sumemoria, pero no le gusta sentirseacusada.

—¿Podemos intentar llevarnos bienmientras estemos metidas en esto?

—¿Crees que no lo intento?—Supongo que quieres estar en esta

situación tanto como yo.

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—Menos si cabe.Jill se ha esforzado todo lo posible.

No pueden discutir si no hablan. Seconcentra en ignorar el bulto inerte desilencio hostil en el que se ha convertidoConnie, porque el avance del coche nopuede distraerla de la presencia de laotra mujer. La negra carretera reptaincesantemente hacia ella bajo la nieblaque los setos parecen demorar, y sololas curvas del carril la obligan a estarmínimamente vigilante. Incluso estasemergen tan gradualmente que podríaestar soñando que se toman tiempo parano molestarla. No tiene ni idea decuantas se han hundido en la niebla o

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cuánto ha avanzado el Nova.—¿Lo estás haciendo a propósito?

—espeta Connie.—Solo estoy conduciendo, que yo

sepa.—A eso me refiero. ¿Estás

conduciendo lo más lento posible apropósito?

—No, lo más cuidadosamenteposible.

—Es posible tener demasiadocuidado. No me extrañaría…

Cuando se interrumpe, Jill tiene lacerteza de que Connie pensaba hacerlesaber su opinión sobre su matrimonio.Jill saborea un regusto rancio en su

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aliento, diseñado para reprimir todarespuesta.

—¿No te extrañaría qué? —se oyedecir.

—No me extrañaría que acabáramosdormidas antes de llegar a ningún sitiosi seguimos a este paso. Parece queapenas hemos salido de FennyMeadows.

Jill lamenta compartir la mismaimpresión, pero la suya va más lejos.Debe de ser culpa de la falta de sueño,la idea de que sus discusiones son unacreación artificial para ser un obstáculoadicional en su avance. Le parece unaidea absurda.

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—Preferirías que fuera más deprisay acabáramos en la cuneta.

—No veo ninguna cuneta. No veonada de nada excepto lo mismo quellevo viendo desde hace una eternidad.

—Quieres que no sea capaz de pararsi nos encontramos con algo de frente.

¿Quién va a circular por aquí a estashoras de la noche en medio de la niebla?Sería raro que fueran a Fenny Meadows,y no hay otro sitio a donde ir.

Jill casi menciona la autopista, peropor supuesto sabe que está cortada, ynunca ha visto a nadie usar esta ruta parallegar a ella. De todos modos, nadie vaa decirle cómo tiene que conducir, y

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mucho menos Connie. Le inunda unimpulso de girar el volante y acortar elcamino por el campo atravesando elseto. ¿Es lo bastante deprisa para ti?,se imagina oyéndose a sí misma decir.Es reacia a hacerlo solo porque dañaríaal coche, y no está segura de que eso ladetenga si Connie sigue llevándole lacontraria. Está esperando a que sigahaciendo comentarios desafortunados,cuando Connie se golpea la frente comosi estuviera matando a un mosquito. Porlo que respecta a Jill, puede herirse a símisma todo lo que quiera, peroaparentemente la bofetada tenía laintención de despertar su cerebro.

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—Tenemos que volver —dice.—¿Y eso por qué? —pregunta Jill,

dejando al coche avanzar unos metrosantes de hablar.

—Ahora no. Cuando llame paraavisar sobre la tienda y mi coche.Tendré que estar con ellos cuandovengan a arreglar el motor.

Jill se contiene y no pisa elacelerador a fondo para alejarse de esapropuesta.

—Seguro que puede esperar hastaque vuelvas a casa.

—¿Y cómo esperas que vuelva aquídesde casa?

Jill no espera nada en absoluto que

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tenga que ver con eso, y no podríaimportarle menos.

—¿No puedes hacer que te recojacualquiera en casa? Usa tu encanto ohazte la desvalida. Estoy segura de queeres buena en ambas cosas.

Connie gira la cabeza de nuevo, yJill se inquieta al rehusar enfrentarse alpedazo de carne que Connie apuntahacia ella. El volante le raspa lasmanos, y lo agarrar con tal fuerza que esimposible que se le escape. Espera, porel bien de las dos, que con sus palabrasconsiga que deje de mirarla.

—De todas formas, pensé quequerías volver a casa primero para

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dormir un poco.Tras una pausa, Connie se vuelve

para contemplar el brillo sofocado alque van persiguiendo.

—Quizá no pueda dormir si no parode pensar en ello. Me pasa algunasveces.

—Es solo un coche, Connie. No va air a ninguna parte.

—Supongo que piensas que mecomporto como si se tratara de mipropio hijo.

—Bueno, ya que lo mencionas…—No es así, y realmente voy a tener

que volver.—En mi coche no, lo siento. No

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después de haber llegado tan lejos.—¿Tan lejos? Sigo sintiendo que no

hemos ido a ningún sitio.Al tiempo que Jill comienza a girar

en la siguiente prolongada curva, culpa aConnie de inducirle la idea de que todaslas curvas del carril forman un círculoque acabará llevándolas de regreso aFenny Meadows. Intenta convencerse deque algunas de ellas anulan a las demás.

—¿Dijiste antes que queríasconservar tu empleo? —murmuraConnie.

—Me gustaría. En casa hay dosbocas que alimentar.

—Entonces quizá es mejor que

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consideres hacer lo que te he pedido.Aún no he dejado de ser encargada.

El deseo de abandonar la carreterarecorre a Jill como una corrienteeléctrica. No es consciente de nadasalvo de su pie posado en el aceleradory de sus manos prestas para dar unvolantazo. No advierte inmediatamenteel cambio en el tono de Connie, ni suspalabras:

—¿Quién es ese? ¿Es Ross?¿Trata de distraer a Jill de su plan?

La niebla se levanta para cubrir el lugardonde miraba Connie, pero Jill no creeque hubiera nada que ver salvo lasnegras garras esqueléticas de los setos.

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Incluso cuando Connie se inclina sobreel cristal del parabrisas, parece un merointento de hacer olvidar a Jill suamenaza, pero es demasiado tarde. Elfragmento de seto resurge, espina trasespina, y Jill ve a una tenue figuraagazapada en un hueco junto al seto.

—Eso no es Ross —dice Connie.El extremo de la luz del faro topa

con la cabeza, que parece lo bastantemojada para haber sido recién rescatadade un ahogamiento, y la infla hasta dosveces su tamaño con su sombra. Lafigura se retuerce para rechazar la luz ydespués se pone en pie, parpadeandoviolentamente y bostezando; Aunque Jill

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no lo hubiera reconocido, sí habríaidentificado el bostezo de Gavin. Liberala manga derecha enganchada en el setoy se tambalea delante del coche.

Jill tira del freno de mano mientraspisa el pedal del freno, justo a tiempo deevitar que vuelquen, sino algo peor.

—Gavin, casi… —baja la ventanillapara decirle mientras este se acercacojeando y rodea el Nova.

—¿Qué hora es? —respondeponiendo una mano en el techo delvehículo y frotándose los ojos con laotra, consiguiendo enrojecerlos más sicabe—. ¿Ha terminado?

—¿El qué?

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—¿Habéis terminado de trabajar enla tienda?

Suena como un recordatorio de laamenaza de Connie, pero no dice nada.

—No te quedes ahí de pie, Gavin —dice en su lugar—. Entra.

Abre torpemente la puerta de atrás yse dobla con cuidado para caber en elasiento. Jill cierra su ventana,anticipándose al cierre de la puerta deGavin.

—¿Has estado ahí afuera desde quellamaste? —dice con la intención deexpresar su simpatía, pero el comentariosuena inútilmente obvio.

—Me ha parecido mucho más

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tiempo. ¿Estabais buscándome?—Buscábamos un teléfono. Supongo

que tu móvil no habrá resucitado.Se lo saca y lo sostiene contra el

débil brillo proveniente de la ventanadel parabrisas. No se enciende cuandopulsa una tecla. De hecho, durante unmomento parece volverse tan gris comoel vaho de sus respiraciones a causa dela niebla que ha entrado en el coche.

—No creo —bosteza—. ¿Nofuncionaba la cabina?

—¿Qué cabina? —está impacientepor saber Connie.

—Encontré una, no me preguntesdónde. Si hubiera llamado me habría

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quedado sin dinero para el autobús, y detodas maneras no había muchos motivospara hacerlo.

Los instintos de Jill se niegan aaceptar eso, pero antes de que puedaentender por qué, Connie pregunta:

—¿Dónde estaba más o menos?—En algún lugar de la carretera.

¿No la habéis pasado? Pensé que iba decamino a la carretera principal.

Jill cree que el grado de hostilidadde Connie le hace parecer tan tonta queno tendría demasiados problemas enpensar que es una completa idiota.

—No me digas que nos hemospasado un teléfono —dice Connie.

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—No. Tú tenías más posibilidadesde verlo, ya que tenías menos que hacer.Debe de haber teléfonos en la carreteraprincipal. Ya te he dicho que no voy avolver.

Diciendo eso tiene la intención dedesafiar a Connie a repetir su amenazaen presencia de Gavin.

—¿Para qué necesitáis un teléfono?—interrumpe Gavin la confrontación,frustrando de paso a Jill.

—Woody se ha quedado encerradoen su despacho —dice Connie—, yAnyes en el montacargas.

—Haces que parezca culpa de ellos—arguye Jill.

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—Bueno, no lo es. Diría que esculpa de quien los deja encerrados mástiempo del necesario, ¿no crees, Gavin?

A Jill le gustaría pensar que elbostezo indica que la pregunta le aburre.

—Vamos a llamar desde la carreteraprincipal —dice, soltando el freno.

También hay un bostezo para ella.No sabe cuántos más podrá soportar.Siente la tentación de incrementar lavelocidad para dejarlos atrás, pero laniebla enredada entre los setos y enproceso de lenta retirada tiene unaspecto más ominoso que nunca. Buscaen su lóbrego cerebro una manera dereanimarlo, y consigue desenterrar el

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recuerdo que buscaba.—¿Qué me estabas diciendo cuando

se cortó la llamada, Gavin?—No importa mucho ahora. Woody

no creía que tuviera ninguna relevancia.—Pero tú sí. Pensaste que era tan

importante como para volver a llamar.Dijiste que habías visto algo.

—En unos vídeos que me llevé acasa. Aparecía gente peleándose enlugar del contenido que debería haber.

—Estoy con Woody —dice Connie.—¿Por qué querías que lo

supiésemos? —le pregunta a Gavin enlugar de decirle a Connie que ojaláestuviera realmente con Woody,

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haciéndole compañía en el despacho.—Parecía que algo era incorrecto.

Las devolvieron dos personasdiferentes, que vivían a, no sé, sesentakilómetros de distancia.

—Apuesto a que entonces era elmismo tipo de cinta —dice Connie—.¿Tengo razón?

—Las dos eran conciertos. ¿Y qué?—Mira si las dos fueron publicadas

por la misma compañía. Tuvo que ser unerror en el volcado de los datos.

Jill sigue sin estar convencida perono sabe si es porque prefiere no discutircon Connie. En el espejo, la silueta sinrostro de Gavin ha caído en silencio.

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—Esa puede que sea la razón —diceadelantándose a su aliento, en contra delos deseos de Jill, que querría quecomenzara una discusión con Connie.

La carretera se arquea en una curvaidéntica a la que acaban de pasar.

—La cabina estaba al final de unlugar parecido a ese —dice Gavincuando la zona iluminada entre la nieblase extiende tenuemente por un espaciolibre en el seto del lado izquierdo.

—La veo. Ahí está —anunciaConnie alzando una mano hacia Jill.

Jill no sabe si Connie le estáindicando imperiosamente que pare, o siincluso considera la posibilidad de tirar

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del freno de mano. Cuando detiene elcoche justo delante del espacio, disfrutaimaginando que el pedal bajo sus pies esuna parte del cuerpo de Connie.Escudriña el camino que se aleja de lacarretera. Es tierra batida, o bien asfaltomezclado con barro, y el objeto enmedio de la niebla al final delserpenteante sendero podría ser unancho tocón talado a más de dos metrosdel suelo.

—No lo creo —decide en voz alta—. ¿Conducirías por un lugar así conesta niebla?

—Si voy a conseguir ayuda para lagente que lo necesita —espeta Connie

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—, ciertamente lo haría.Jill lo duda, e introduce el coche en

el desvío para dejar patente su objeción.El borroso objeto junto al camino noaparece con mayor definición; de hecho,la niebla parece arremolinarse junto aél, y esa debe de ser la razón por la quesu contorno parece menos regular de loque debería serlo el de una cabinanormal. Se frota los ojos y descubre queestá tan cansada que comienza a verimágenes que la descripción de Gavinha de haber introducido dentro de sucabeza; gente luchando y cayendo en latierra, si no hundiéndose en ella. Buscaa tientas el encendido de los faros y abre

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los ojos cuando los siente preparadospara funcionar. Ahora la forma frente aella le recuerda a un tótem, aunque porsupuesto no está viendo rostrosmaterializándose unos encima de otros.

—Lo siento —dice—. No voy aseguir adelante.

—Quizás Anyes tampoco está muyfeliz en estos momentos —respondeConnie.

—Eso no lo sabemos, ¿verdad queno? Mad y Jake pueden haber pedido yaayuda.

—O podrían no haberlo hecho.Bueno, votemos si conducimos hasta allío me mojo los pies. ¿Qué dices, Gavin?

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—Ahora quieres que seamosdemocráticos, ¿verdad? Hace un rato tecomportabas como si estuvieses al cargo—responde Jill por él, y mientras lasmanos de Gavin vacilan en el espejo,añade—: Votar no servirá de nada. Novamos a conducir hasta allí, yo no. Esmi coche. Si no te gusta puedes salir ycaminar, pero no esperes que me quedepor aquí. —Le confunde el deleite quesu discurso ha intensificado, porque esaalegría no parece suya; parece como sila cercara. La confunde hasta tal puntoque imagina ver el tocón, o el objeto quese parece a uno, estremecerse ansioso—. Ni siquiera es una cabina —le dice a

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Connie—, ve y mira si no lo ves desdeaquí.

—¿Me esperará mientras lo hago,Gavin? Podrías intentar que me espere,¿lo crees posible?

Gavin discrepa con una o ambaspreguntas abriendo la boca en unbostezo. Pueden darle todos losargumentos que quieran a Jill, pero es sucoche. Da marcha atrás y sale deldesvío, arañando la aleta con el seto. Enel momento que los faros giranalejándose del campo, cree ver al objetodividiéndose como una ameba y a suparte superior brincando oderrumbándose sobre el terreno. ¿Tan

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cansada está? No lo bastante para noseguir conduciendo, y lo hace en mediode una atmósfera de silencio yfrustración. Entonces Gavin vuelve abostezar, quizá reaccionando alespectáculo de niebla precipitándosehacia el coche sobre el mismo negro yhúmedo pedazo de carretera, para luegoacabar perdiéndose en los setos.

—Gavin —casi grita Connie—, porel amor de no-voy-a-decir-quién, dejaya esos malditos bostezos.

Por una vez, Jill está de acuerdo conella, pero no puede evitar sonreírcuando es ahora la propia Connie la quebosteza ferozmente.

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—Tú también lo haces —indicaGavin.

Todavía no se ha borrado elregocijo en los labios de Jill cuando unbostezo se cuela entre ellos.

—Es tu culpa —le acusa Connie—,no nos pasaba antes de que llegaras.Guárdatelos para ti, ¿vale? Ya tenemosbastantes problemas para encima nopoder evitar hacer una cosa como esa.

—Dime entonces cómo puedoevitarlo yo.

Su respuesta es otro furioso bostezo,y no es la única reacción que Jill piensaque Connie no es capaz de controlar.Obviamente, los problemas a los que se

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refería tenían que ver con Jill, pero alpoco de haber entrado Gavin en elcoche, Connie ya se había puesto encontra de él. Parece no importarle aquién ataca mientras ataque a alguien.Un bostezo que parece espantar esa ideadomina a Jill, llevándose consigo eldeseo de no haber frenado cuando Gavinse le vino encima del coche. ¿Y si ledice que camine delante como la gentesuele hacer en situaciones de niebla?Mejor todavía, ¿por qué no sugiere queConnie le haga compañía? No tendría laintención de atropellarlos, pero está tancansada que nadie la culparía siperdiera el control del vehículo, si

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olvidada qué pedal tenía que pisar afondo…

No es solo la infantilidad del plan loque la deja sin aliento. Es la dicha quesus pensamientos parecen sacar a lasuperficie, una alegría tan vasta ysalvaje que no puede pertenecerle.

—¿Podemos dejar de discutir hastaque salgamos de esta? —suplica—. Enserio, hay que intentar dejar de hacerlo.

—Podríamos conseguirlo si túempiezas a darnos ejemplo —diceConnie.

Al menos Jill ha hecho un esfuerzopara ignorar sus pensamientosirracionales, pero Connie suena igual

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que una cría en el patio de un colegio.Jill siente el deleite de nuevoavivándose, ayudado por el desdén quesiente por sus acompañantes. Hancomenzado a pensar y comportarsecomo niños problemáticos, ella incluida,y de repente entiende la situación. La havisto muchas veces: niños peleándosedespués de que otro astutamente metacizaña. Abre la boca para compartir suvisión del asunto, pero ya sabe cómo vaa reaccionar Connie si se la llamainfantil. Está a punto de dejar suspensamientos caer de nuevo en suatontado cerebro cuando de repentesiente que no solo están siendo

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invadidos por la fatiga. La impresión separece tanto al despertar de un sueñoque se le escapa un resuello.

—Ya sé por qué no debemos seguirdiscutiendo.

—¿Por qué? —apenas pronunciaGavin, pero esta vez sin bostezar.

—Pensad en ello —dice Jill,haciendo lo propio en voz alta, lo queparece servir de ayuda—. Hemos estadodiscutiendo durante toda la noche,¿verdad? Y antes de esta noche, duranteno sé ni cuánto tiempo en la tienda. Algoquiere que nos peleemos. En fin, túincluso has visto a gente luchando en tuscintas.

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Al principio teme que ese últimocomentario haya sobrado. Al menosGavin no bosteza. Aparta la vista delreflejo de su pensativa, o eso espera,silueta en el espejo. Mira la carretera,aunque el borroso e indefinido cerco deniebla la hace sentir como un insectoatrapado en un vaso.

—Bueno, yo voto a que esa es lamayor tontería que he escuchado en mivida.

No hay palabras suficientes pararesponder a eso; no solo palabras, enningún caso. Quizá se acabara creyendoque son poco menos que marionetas siJill le brinda una demostración.

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—Esta es una tontería aún mayor —dice Jill, cerrando los ojos y pisando elacelerador a fondo.

Al principio nadie se da cuenta. Estáempezando a pensar que puede dominarla carretera sin mirar.

—Cuidado, vas a estamparnoscontra el seto —dice Connieapartándola de esa idea.

—Entonces haz algo para evitarlo.—Lo acabo de hacer. Cuidado —

repite Connie con retintín.—Necesito más que eso. ¿Para

dónde giro?—A la izquierda, por supuesto. ¿No

ves…? No me lo creo. No puedes tener

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los dos ojos cerrados. —Jill gira elvolante a la izquierda, y le muestra sucara a Connie, dejando ver una sonrisatan seca como una grieta en un terrenobaldío—. Vale, ya lo has dejado claro,sea lo que sea —dice Connie, y cuandoJill no cede añade—: Eres laconductora. Tú conduces.

El asiento de Jill tiembla cuandoGavin se inclina para asomarse entreella y Connie.

—Ahora a la derecha, a la derecha—le urge, y ya no parece a punto debostezar.

—Estaba a punto de decírselo,Gavin. Había tiempo —dice Connie, y

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añade—: A la derecha.—Vais a hacer falta los dos para

ayudar, con una conductora como yo…—No estábamos diciendo nada de tu

conducción —protesta Gavin.—Lo haréis —les asegura y se echa

hacia delante, pisando a fondo elacelerador. Al momento siente a Connieagarrando el volante.

—De acuerdo, tú manejas el volante—concede Jill, soltándolo—. Peroquiero que Gavin te vaya diciendocuándo girar. Si no lo hace, iré másdeprisa.

Tiene que cumplir la amenaza paraconvencerles de que va en serio.

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—Izquierda —ordena la vozahogada de Gavin, y percibe el cochegirando bruscamente en esa dirección.Le alegra que Connie y Gavin esténdemasiado preocupados parapreguntarle lo que está haciendo, porqueno puede explicárselo ni siquiera ellamisma; es simplemente lo correcto,quizá sin pretenderlo. Tiene la sensaciónde que está derrotando a la estupidez ensu propio juego. Cree sentirla siguiendoal coche desde detrás de los setos odebajo de la carretera, o desde ambos.Eso la llena de desesperación poracelerar y escapar, y no sabe si se harendido al impulso hasta que Connie

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grita:—Jill, aminora. Piensa en tu niña

pequeña.—Me dijiste antes que iba muy

despacio. ¿Puedes poner de acuerdo a tucerebro o es que acaso no tienes? —Connie es la última persona que tieneque recordarle a Bryony; de hecho, lefastidia tanto que considera acelerarincluso más. ¿Y si no ve nunca más a suhija? Se imagina a Bryony en la funciónde Navidad teniendo solo a Geoff paraanimarla, a menos que lleve a Connie;pero claro, Jill tiene a Connie a sumerced en el coche. Sea cual sea larazón que la impulsa a acelerar, le

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divierte escuchar a Gavin decir«derecha» y a Connie responder en elmismo tono agitado «lo sé». Está a puntode pensar que está soñando toda latravesía, que las imágenes de dentro desu cabeza son más reales; la multitud defiguras grisáceas luchando pordestruirse o desprenderse las unas de lasotras, o bien del socavón en el que seestán hundiendo, o del que estánescapando, quién sabe. La fascinaciónrespecto a todo esto es una de lasrazones por las que no tiene prisa porresponderle a Connie.

—Hemos llegado —le había dicho.—¿A dónde? —se oye responder

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somnolienta.—Al teléfono. Te lo estás pasando.

Te la has pasado. La cabina.Jill despega los pegajosos párpados

y se encuentra con una multitud de ojosdestellando en la oscuridad. Podríanpertenecer a cientos de arañas gigantes oa solo una, pero inmensa; es entoncescuando advierte que se trata únicamentede perlas de humedad resbalando porlos setos. No ve ninguna cabina, almenos hasta que las luces de frenadotiñen la parte inferior de la estructura decarmesí, e iluminan el interior con unrojo anodino. Deja el motor encendidopara así alimentar las luces.

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—Llamaré respecto a la tienda —dice Jill—. ¿Qué vas a hacer con tucoche que no tenga nada que ver conhacerme llevarte de vuelta?

—Déjanos en casa y ya está —diceuna enervada Connie.

La llamada puede durar demasiadopara que Jill se arriesgue a dejar lasluces encendidas con el motor apagado.Ciertamente, no confía lo bastante enConnie y ni siquiera en Gavin para dejarlas llaves puestas. Saca la llave de laignición, sale bruscamente del coche ycamina junto a él, poniendo una mano enel tejado pegajoso. Dos pasosdiagonales desde la parte trasera del

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coche la acercan tanto a la cabina que lasiente cernirse sobre ella como unaamenaza. Se dirige torpemente a lapuerta, tan húmeda que parece cercana aoxidarse, y localiza la chorreantemanilla. Al entrar, la cabina se enciendecon un resplandor que podría pensarseque proviene del suelo en lugar delpequeño techo. Las luces permanecenencendidas cuando cierra la puerta, conun chasquido que parece encontrar uneco en el seto de detrás de la cabina.

No hay guía telefónica en la oxidadabalda metálica, pero no la necesita.Alguien ha pintado símbolosincomprensibles en el espejo y en los

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anuncios, tornando ilegibles las palabrasy atrapando su cansado rostro en unaespesa telaraña. La oscura pintura llegatambién al teléfono. Al levantar el fríoauricular, la luz se atenúa como sihubiera menguada por culpa de unabocanada de niebla. Marca uno de losteléfonos de tres dígitos másrecordables del mundo tan pronto comotiene tono, por muy apagado que estesea.

—¿Hola? ¿Operadora? ¿Hola?—Operadora.Apenas le sorprende que a estas

horas de la noche la voz femenina de laoperadora suene tan mecánica.

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—No estoy segura de qué servicionecesito —admite Jill.

—¿Cuál?—Es una emergencia. Alguien ha

estado atrapado en un montacargasdurante horas, y no hay energía eléctricaalguna en el edificio. ¿Puede pasarmecon quien se encargue de esos asuntos?

—Pasada.La voz se corta antes de pronunciar

la última sílaba, y a los pocos segundos,otra tan similar que Jill podríaperfectamente confundirla con laanterior aparece en el auricular.

—Servicio de emergenciasenergéticas.

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—Se nos ha ido la electricidad. ¿Esees su campo, verdad?

—Electricidad. Sí.—Es porque una persona está

atrapada en un montacargas. ¿Tambiénse encargan de eso?

—Sí.—No sé si conocen la zona. Es

bastante nueva, Fenny Meadows.—Sí.Jill llevaba mucho tiempo sin

escuchar a alguien que estuviera tan deacuerdo con ella; ahora la voz suenaentusiasta.

—Es una tienda de allí —dice Jill—. Textos, la librería.

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—Sí.—Debo decirle que hay mucha

niebla en aquel lugar. También la hayaquí, a bastante distancia.

—Sí.El entusiasmo ahora queda fuera de

lugar, aunque Jill imagina que tiene laintención de tranquilizarla.

—¿Puedo dejaros encargados deello, entonces? —sugiere.

—Sí.Quizá ha preguntado más de la

cuenta; la voz se ha hundido una octava,lo cual le hace pensar que la persona alotro lado del teléfono ha perdido lapaciencia.

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—Gracias —dice, y cuelga elgarabateado auricular en su igualmentedesfigurado soporte. De repente, sesiente idiota por no haber dado sunombre en caso de que los jefespreguntaran quién había hecho lallamada, ¿y no debería haberseasegurado de si Mad o Jake habíanestablecido contacto? La luz, queaparentemente proviene de la nada,parpadea encima de su cabeza, a puntode fallar, y no quiere quedarseencerrada en una cabina a oscuras. Abretanto la puerta que le da al seto; esadebe de ser la razón por la que estecruje con tal fuerza que sugiere la idea

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de que algo se ha despertado tras él.Corre hacia el Nova y se mete en elasiento del conductor justo en elmomento que la cabina, y el lívidofragmento de seto a su alrededor, sontragados por la negrura.

—Arreglado —dice, y acierta con lallave en el arranque, reviviendo elmotor y las luces—. ¿Listos paraponernos en movimiento?

—No creo que viniera por estecamino —dice Gavin.

—Déjala conducir —espeta Connie—. Llegaremos a alguna parte.

—De acuerdo, olvidad que lo hedicho. Lo siento, Jill.

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Jill no tiene otro remedio quesonreír como una idiota al comprobarque tienen miedo de lo que haría sicomienzan otra discusión. Eso es algoparecido a un acuerdo, y cuando el Novase pone en movimiento está segura dehaber hecho algo bien; han dejado atrássus frustraciones. Aunque no tiene niidea de lo que eso significa, es bastantepara que la niebla y los setos ya no leparezcan tan opresivos. No ha respiradoapenas un poco más de niebla cuandoConnie desea en voz alta:

—¿No es esa la carretera principal?Es cierto que hay luz delante de

ellos. En unos pocos segundos es más

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brillante que el resplandor de los farosde Jill contra la niebla. Es lo bastantebrillante para originarse en una o variasfarolas; de hecho, esa es la fuente queJill cree más probable para explicar suprocedencia. Entonces la niebla sedisipa y se retira, permitiéndolesobservar una alta farola tras el espacioentre dos casas.

—No vine por este camino.—No importa, ¿verdad? —dice

Connie—. Estaremos fuera en un minuto.Una vez Jill ha cruzado el doble

carril como si quisiera dirigirse aManchester, cae en la cuenta de queConnie se refería al coche.

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—Para —ordena Connie—. Cogeréese taxi.

Apenas ha frenado Jill, Connie saledisparada del Nova y corre a todavelocidad hacia el taxi, moviendoostensiblemente los brazos y no sologritándole, sino berreándole, alconductor.

—Gavin, ¿quieres compartirlo? —lepregunta cuando el taxi se detiene y damarcha atrás.

—Si a ti no te importa, Jill.—¿Por qué iba a importarme?

Quiero llegar a casa como todo elmundo.

—Ya nos veremos entonces —dice

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antes de bostezar y estirarse, todo ellodurante el proceso de abrir la puerta deatrás, y entonces se demora para añadir—: Nos veremos, ¿no?

—No lo sabemos de momento,¿verdad? Espero que lo averigüemospronto.

—No creo saber ya cuándo espronto y cuándo tarde.

Lo demuestra en la velocidad a laque sale del coche.

—¿Vienes conmigo o no, Gavin? —exclama Connie.

—Gracias por sacarnos —lemurmura a Jill, y se dirige al taxi todo lorápido que su amodorramiento le

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permite.El taxi apaga la luz del techo y se

aleja. Jill lo sigue a menor velocidad, yal poco tiempo se queda sola junto a undesfile de casas adosadas a ambos ladosde la carretera, generalmente a oscurassalvo por los altas farolas. Los bloquesde luz son tenues, pero es solo niebla.No recuerda cuando la niebla empezó aser solo niebla, ni mucho menos la razónpor la que se le ha pasado esepensamiento por la cabeza. Quizá locomprenda cuando haya dormido. Trasconducir unos minutos se da cuenta deque se unió a la carretera principal aunas dos millas pasada la ruta que tomó

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para llegar a Fenny Meadows, hace unainimaginable eternidad. Al menos hayotro camino para llegar a la librería, ydebería atraer a más clientela alcomplejo comercial, si alguien semolestara en colocar una señalindicándolo.

No mucho después llega a laautopista de Bury y deja atrás el últimoremanente de niebla. No hay nadie cercaque se queje de su forma de conducircomo sería el caso si se encontrara enuna zona urbanizada. Finalmente llega auna, donde los relojes entre las tiendasla informan de que no son mucho más delas cuatro de la mañana, aunque apenas

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se puede creer que se haya perdido laNavidad. Unos cuantos escaparatesadornados con luces o árboles cargadosde bombillas de colores solo provocanque se sienta como si esa época yahubiera pasado. Por supuesto la va apasar con Bryony, pero está tan cansadaque solo pensar que no va a hacerlo lehace frotarse los ojos, tanto parapermanecer despierta como para nollorar.

Un camión lechero merodea por lasiguiente calle lateral en el momento quegira en su calle. Hay espacio suficienteen el exterior de su casa para aparcar elNova, pero no obstante toca con el

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neumático el bordillo al dar marchaatrás. Los dientes de león que impidió aGeoff arrancar, nacidos de las semillasesparcidas por Bryony, están bañadosde rocío y de la tosca luz de la farola.Jill abre la puerta principal sindemasiada pericia y empuja paradeshacerse de la dificultad que siempreencuentra para hacerlo. Busca elinterruptor de la luz del recibidor yteclea el código de la alarma: una fechaque ahora parece no tener ningúnsentido. Camina pesadamente hasta lacocina para echarse un vaso de agua ybrindárselo con desgana a su figura en elespejo. Tras echarse otro vaso, empieza

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a dar sorbos hasta que se encuentra conunas huellas embarradas por todo elhall.

Son suyas, por supuesto. Olvidó usarel felpudo. Se limpia los zapatos en él,pero la moqueta tendrá que esperar hastaque despierte. En lugar de eso coge elteléfono y marca el número de Geoff.Una vez termina de decirle que es unacinta y todo eso, Jill murmura:

—Soy yo, Bryony. Solo quería quesupieras que estoy en casa. Me voy ya ala cama. Espero que seas tú la que medespierte.

Cuelga el auricular y con el vaso enla mano recorre la exhibición de dibujos

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de ponis. Quizá en algún momento puedapermitirse pagarle lecciones deequitación a Bryony, sueña, ¿aunquecómo va a ser posible si pierde sutrabajo? Lo que importa es que estaránjuntas y se las arreglarán de algún modo.Jill se cepilla los dientes delante delnebuloso espejo, tras hacer lo obvio enun baño. Le dedica a las débiles huellasde barro de las escaleras una mirada dereproche de camino a su habitación,donde se enrosca gradualmente en lacama antes de apagar la última luz. Alcerrar los ojos, se acuerda de Bryony,por si eso pudiera hacer que soñara conella. Quizá Jill no la oiga subir por las

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escaleras. Quizá Jill no sabrá que tienecompañía hasta que se despierte y veaun pequeño rostro cerca del suyo.

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Greg

—Sigue así, Greg. Vas a entrar en lahistoria de la tienda. Ojalá pudiera estarcontigo. Si hay algo que pueda hacer, notienes más que decirlo.

Greg no va a pedir un descanso. SiWoody no considera que haya tiempopara eso, ¿cómo va a mostrarse endesacuerdo? Demasiados empleados hansucumbido a la debilidad para que ahoralo haga él. Se inclina para coger librotras libro, y los sostiene cerca de su carapara descifrar el nombre del autor y eltítulo. Otra docena y podrá desplazarse

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a las estanterías de enfrente y al fondo,junto al escaparate. Se agacha en lapenumbra para colocar Khan, cuandoWoody dice:

—¿Qué hice mal, Greg? Aconséjamesobre eso si puedes.

Greg tendría que abandonar su tareapara hacerlo, y Woody no querríaescucharle decir que debería haberescogido mejor al personal. Al tiempoque Greg le encuentra al libro un lugarentre su tribu, Woody continúa:

—Vale, déjame decirlo. Supongoque serás demasiado modesto paraadmitirlo, pero debería haber contratadoa más tipos como tú. Es una pena que no

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pueda clonarte y tener un cargamento deGregs.

Greg levanta el siguiente libro(King, un estante por encima delanterior), y se permite una muecasupuestamente humilde en el trayectohasta su colocación.

—Eh, concédete una sonrisa —leurge Woody a tan poca distancia delteléfono que la enorme voz sedistorsiona—. No me importaría verunas cuantas.

Greg le envía una y vuelve aconcentrarse en la masa de obras deKing que ocupa tres estantes.

—¿Otra quizá? Me estoy sintiendo

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solo aquí arriba —exclama Woodycuando todavía no ha identificado dóndevan las mil páginas que tiene en lasmanos.

Sus palabras y la cercanía de su vozempiezan a incomodar a Greg. Esincapaz de separarlas de las oleadas decalor y frío que le inundan cada vez quehace un esfuerzo. Al agacharse oestirarse, el dolor en sus magulladoshombros se le extiende por la nuca,donde se golpeó con el suelo. QuizáWoody no vio que fue derribado pornada menos que Jake. Greg espera queno. Ciertamente, no va a comentarlo conél, y menos a su padre, que seguramente

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llegaría al fin a la conclusión de queGreg no merece ser llamado hijo suyo.Para Greg es bastante saber que havencido en su papel de hombre contra lachusma. Fuerza una sonrisa y la dirige altecho antes de seguir buscando un huecopara el libro.

—No lo hagas solo por mí —diceWoody—. Estoy seguro de que tambiénpuede valerte.

Greg se esfuerza por sonreír cuandoencuentra más de King a sus pies. Porsupuesto está a favor de la monarquía[6],lo estaría más si el rey fuera un hombre,pero la repetición de la palabra parecerestarle todo su significado. Quizá es

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culpa de la penumbra, que le afecta a losojos. Gira los libros poniendo laportada a la vista para dejar espacio anuevos ejemplares.

—No respondiste a mi pregunta. Mehaces sentir inútil. —Con un libro encada mano, Greg dirige la mirada a laoscuridad, donde casi es capaz devisualizar a Woody bufando, y abre losbrazos pretendiendo indicar que nocomprende—. Es cosa mía buscar unamanera de ayudar, ¿eh? Vamos a intentaruna cosa.

Cuando empieza a cantar, Greg noreacciona hasta que ha colocado ambosvolúmenes en el estante. Para entonces,

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Woody ha repetido «Goshwow, gee andwhee, keen-o-peachy» varias veces,aunque no siempre melódicamente. Gregsonríe con todas las energías que puedereunir y agita las manos a ambos ladosde su cabeza para espantar de ella elcomportamiento de Woody.

—Sabes, ya que estamos solossupongo que puedo decirte que parecesun trovador con esta luz —dice Woody—. Acompáñame si quieres.

Greg menea la cabeza al tiempo quese agacha a recoger libros, y siente lainsustancial y pegajosa carga de la vozde Woody empujándolo hacia abajo.Woody ha dejado de cantar, ¿pero por

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cuánto tiempo? Greg aguanta larespiración temiendo que vuelva ahacerlo.

—¿No? No dejes que te distraiga detu trabajo. Si necesitas algo, grita, eso estodo lo que pido.

Lo que necesita Greg es no colocarsolo. Agita las manos señalando losestantes cercanos.

—¿Qué? —pregunta Woody—.Háblame.

Greg se pone en pie con un par delibros de King y vocaliza la palabra«Angus» mirando al techo.

—No lo pillo —se queja Woody.Greg se acerca al mostrador, donde

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suelta los libros junto al teléfono ydescuelga el auricular.

—¿Necesita Ray aún a Angus? ¿Nopuede intentar él salir por la otra puerta?

—Si quieres prueba de nuevo aintentar abrir la puerta tras la que están.

Es como estar al cargo en la plantainferior. Greg no sabe cuánto hace desdeque no se sabe nada de sus compañeros.Ray debe de haberle dicho a Angus quese mantenga callado o lo ha enviado aempaquetar. Greg recoloca el auriculary persigue a su sombra, anónima yestirada por la penumbra. Le molesta lanecesidad apremiante de mirar porencima del hombro, pero la salida está

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al descubierto desde que los desertoresescaparon, aunque ha bloqueado elcamino como ha podido usando doscarros vacíos. No puede evitar sentirque algo malicioso merodea a sualrededor; quizá por eso es incapaz dediscernir el orden de los libros o nisiquiera de recordar quién se encargabaantes de ellos.

—Ray, ¿puedes hacernos saber enqué fase estás? —grita a unos metros dela salida de la sala de empleados.

Aparte de sus pasos, solo haysilencio. Comprende que Ray debeconcentrarse, pero no implica que tengaque ser maleducado. ¿Y si se ha

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dormido y Angus también? Greg toca enla puerta con el dorso de la mano por sialguien necesita que le despierten.

—¿Me responde alguien, por favor?—grita apoyando la oreja contra lapuerta.

Al momento escucha un sonidorepetitivo, pero no puede identificarlo.Por mucho que se parezca a aguagoteando, debe de estar relacionado conlos fusibles.

—Angus —vocifera—. Queremossaber si estáis en un aprieto.

Debido al lugar donde se encuentra,gran parte o incluso toda su voz parecepermanecer fuera del alcance de la

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puerta. Sin embargo oye movimiento, yaguza los sentidos para tratar deinterpretarlo.

—¿Qué pasa? —pregunta Woody.Greg vuelve al teléfono y descuelga

el auricular. Le distrae la impresión deque los libros de la sección infantilestán tan desordenados como Madeleinedecía que estaban. Hay demasiadaoscuridad para poder afirmarlo concerteza, y si están desordenadossospecha que no es culpa de nadie másque de ella misma.

—Aquí estoy, Greg. No estás solo—salta la voz de Woody antes de queencuentre en la oscuridad el botón para

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conectar con él.—Supongo que los dos están ahí,

pero no he obtenido respuesta por elmomento.

—Ray o Angus, Greg está solo en lasala de ventas. Necesita saber que estáisahí. —Woody expande su voz por todala tienda.

Greg no lo hubiera expresado de esamanera, y no le hace feliz la respuestaque conlleva. Los movimientos tras lapuerta sugieren que alguien vuelve a lavida desde la tierra; el ruido de piesarrastrándose no solo no parece tenerrumbo, sino que es desagradablementeblando. La mejor explicación que Greg

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puede encontrar, aunque difícil deaceptar, es que Angus se está levantandodel lugar donde estaba echado.

—Bueno, no te quedes ahí —leexhorta Woody—, acércate a la puerta.

Greg está a punto de repetir esasmismas palabras antes de darse cuentade que iban dirigidas a él. Si bien no leagrada que le metan en el mismo sacoque a Angus, no sería correctodemostrarlo.

—Greg está ahí ahora, Angus. A versi los dos podéis abrir esa malditapuerta —dice Woody mientras regresajunto a la puerta.

Greg pasa su tarjeta por el lector y

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empuja la puerta con un hombro,provocando que el dolor le suba desdeeste hasta la nuca, pero no merecería serempleado si no se esforzara. Correcontra la puerta y la empuja con laspalmas de las manos sin ningúnresultado. Trabaja totalmente solo. Alprincipio oye a Angus frotándose contrael otro lado de la puerta, con las dosmanos quizá, porque la superficie queabarca es demasiado amplia paratratarse de su cara. ¿Está tanamodorrado que no puede encontrar labarra metálica? Ahora parece arrastrarlos pies de un lado a otro, vagueandocon deleite, haciendo tanto ruido que

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Greg piensa que Ray puede estaracompañándolo. Greg vuelve deprisa alteléfono para dar su informe.

—No hago progresos, y no tengo niidea de lo que hacen los demás.

—Me oyes, ¿verdad, Angus?¿Puedes hacer algo más para ayudar aGreg? —Tras una corta pausa, la voz deWoody se limita ahora al oído de Greg—. ¿Algo?

—Nada en absoluto.—Eh, Angus, ¿por qué no ves si

puedes llegar a la puerta junto almontacargas? Puedes comprobar cómoestá Agnes.

El arrastre de pies se reanuda,

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aunque ahora suena a carne deslizándosepor el suelo. Greg no se las ha arregladopara encontrarle una explicación alruido cuando Woody se dirige a él, yasin necesidad de teléfono.

—Hay mucho que colocar mientrasesperas, Greg. Dale una voz cuandoestés abajo, Angus.

Greg se controla para no volverairadamente a las estanterías con loslibros del mostrador. No es una de lasmujeres ni tampoco Jake. Caminandorápidamente pero con mesura por la salade ventas descubre lo cansado que estárealmente; lo bastante para ver unasfiguras achaparradas corriendo por los

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pasillos o derrumbándose sobre símismas como gelatina gris. Es seguroque no ha apartado la atención de laentrada lo bastante para que se cuelealguien, y además, ningún intruso podríatener tal aspecto. Coloca los libros y elresto del monárquico montón para asípoder regresar al final del pasillo juntoa la ventana.

La iluminación carece de la fuerzaque creía recordar, pero esa no esexcusa para que aminore el ritmo; no hayexcusas, como solía y suele decir supadre. Greg se agacha, se endereza yhace todo lo posible por encontrar ellugar adecuado para cada libro tan

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pronto como capta su atención. Aquí hayuno de Lamb, pero no es cosa suyasacrificarlo; solo Dios tiene derecho,porque era parte de Dios hecho carne.Aquí va uno de Lawy tres de Lawless,que resumen bien el estado del mundo.Aquí está Lone[7], igual que Greg en estemomento, sin razones para quejarse, supadre tiene que lidiar con dificultadespeores en el cuartel todos los días. Gregtambién estaría allí, o en una patrulla encualquier lugar del mundo si a su madreno le asustara tanto la posibilidad deque sufriera algún daño. Pensó que supadre apreciaría que ayudara a la gentea mejorar por medio de la lectura, pero

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hay pocos libros en la tienda que Gregrecomendaría. Tendrá que expresar suopinión si Textos pretende promocionara gente como Brodie Oates, hombres tanavergonzados de su sexo que quieren sermujeres. Su padre y los demás hombresde verdad se han visto forzados aaceptarlos en las fuerzas armadas. Gregsabe qué tipo de fuerza se merecen, pero¿es su expresión tan sombría como suspensamientos? Cuando le sonríe altecho, no consigue ninguna respuesta deWoody. Se ocupa de más volúmenes;Mann[8], que parece un hombredeterminado a mostrar que es tal; Marks,que no Marx, para alegría de Greg; May,

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que podrías pensar que ha resurgido enel lenguaje. Piensa en un chiste que legustaría contar («En estos días Maydebería colocarse bajo Can»[9]), solopara demostrar que tiene sentido delhumor. Vuelve a mirar al techo, peroWoody no le interroga sobre lo que tieneen mente. Greg podría contárselo aAngus si este se molestara en llegar a lapuerta junto al montacargas. ¿Cuántotiempo piensa tardar Angus en hacerlo?La oscuridad no sería excusa para unsoldado, ni tampoco para nadie. No esAngus el que hace a Greg devolver aMay al montón de libros junto a suspies, no obstante. Está seguro de haber

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visto un movimiento fuera, casiclandestino a causa de la niebla.

Planta las manos en la ventana ymira a través de su aliento en el fríocristal. Antes de que la niebla laoscurezca, distingue una luz difusarondando por el aparcamiento. Haestado tan concentrado colocando que haolvidado estar atento a si venían losservicios de emergencia; quizá dudabaque los renegados llamaran. Se da lavuelta y alza el rostro para gritar:

—Por fin.Woody no responde. Debe de

haberse quedado dormido. Tratándosedel jefe merece más descanso que el

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resto, y Greg se siente al mando. Ray yAngus tienen que haberle oído y parecenestar agitando sus brazos alegremente,saltando y causando un ruido sordo encada aterrizaje, y lanzándose contra lapuerta; Angus ya ha llegado a la otra.Greg puede pasar sin sus payasadas,sobre todo porque le ha distraído de loque ocurre detrás del escaparate. Almirar por el cristal se da cuenta de quelas luces se han perdido en la niebla.

Corre hacia la entrada tan rápidoque traspasa el dolor de sus hombros ala cabeza. Empuja los carros a un lado,y solo comienza a vacilar cuando llegaal pavimento. ¿Qué es lo que suena igual

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que una gigantesca respiración en mediode la lóbrega niebla, como el vaporhumeante de una bestia en busca de supresa? Al alejarse dejando un silencioexpectante, entiende que solo pude habersido el ruido de un vehículo que se hadetenido.

—¡Aquí! —grita—. ¡Os hemosllamado!

Aparte de las tonterías de Ray yAngus, que han empezado a incomodarlemás que a enfadarle, hay silencio.Supone que el conductor del vehículoestá contactando con su sala de control,lejos de los oídos de Greg, pero esopuede que no ayude. Se pone las manos

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ahuecadas en la boca para gritar:—¿No me oye? Estamos aquí. La

librería.El motor resopla y al principio lo

toma por una respuesta. Cuando elsonido remite teme que el conductor nolo haya oído.

—Woody, voy a por ellos —grita,señalando la niebla con ambas manos—.No parecen saber dónde encontrarnos.

Woody sigue dormido. Gregconsidera usar el teléfono, pero noquiere despertarlo de golpe. Además, elconductor podría alejarse durante esetiempo precioso. No puede evitarsentirse ofendido por como Angus y, sí,

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Ray, le han dejado con toda laresponsabilidad, pero demuestra que escapaz de sacarlo todo adelante. Bloqueala entrada con los carros y se aleja atoda prisa de la tienda, gritando a todopulmón:

—Esperen. Voy por ustedes.Oye una exhalación que debe de

provenir de los frenos neumáticos, porenorme y ansiosa que suene.

—Eso son los frenos. ¡Espérenmeahí! —aúlla, corriendo por el asfalto. Laniebla recorre el lugar como un enormepaño empapado y podrido desde el quelos árboles cercanos se deshilachan; dosarbolillos y el tocón golpeado por el

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coche de Madeleine. Rodea el fragmentode césped crecido del que nacen losárboles. El ruido de frenos sonaba másallá de ellos, aparentemente también delos otros arbolillos que la nieblamomentáneamente descubre un centenarde metros adelante, ¿o es que se haalejado el coche en silencio?

—¿Dónde estáis? —pregunta Gregcon tal vehemencia que la niebla leescuece en la garganta—. Somos los queos llamamos. Nos habéis encontrado.

Esto parece surtir algún efecto,gracias a Dios; Greg comenzaba apreguntarse si estos tipos necesitabanuna invitación. El sonido, similar a una

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respiración excitada se repite nodemasiado lejos de su cabeza. Tiene unacualidad babosa que podría sobrevivirsin apreciar, y suena igual que siproviniera de una profundidad mayor alo que la lógica consideraría normal;será cosa de la cada vez más lóbreganiebla. Cae el silencio, pero no antes deque localice las luces en elaparcamiento. Corre hacia ellas a talvelocidad que casi pierde pie en elresbaladizo asfalto. Las luces de unvehículo resplandecen cien metros pordelante, tan difusas que son parte dellóbrego entorno más que una meraproyección sobre él. ¿Se están alejando?

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Media docena de pasos no le permitenverlas mejor, y no ve ninguna parte delvehículo. Abre la puerta para llamarlo,aunque se llena inmediatamente deniebla cuando las luces giran y seprecipitan contra él.

¿Le va a pasar lo mismo que aLorraine? No se lo merece; ni siquieraLorraine lo merecía. Entonces las lucesse separan y se unen con la niebla aambos lados de Greg. Se da cuentademasiado tarde de que no estaba enpeligro. Había comenzado a huir de lasluces en lugar de encararlas, y ahora notiene ni idea del lugar desde dóndevenía.

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Al menos está claro que teníaderecho a sospechar. Ninguno de losdesertores se ha molestado en respondera sus llamadas, o la ayuda hubierallegado ya. Tanta supuesta solidaridadcon la compañera en el montacargas, ytan poca inquietud por liberar aWoody… Greg no tiene ninguna duda deque les encantaría saber que le hanhecho perderse en la niebla. Porsupuesto, exagera, el complejocomercial es demasiado pequeño paraque nadie se pierda demasiado tiempo.¿Qué haría su padre en esta situación?Quedarse donde está, piensa, y mirar asu alrededor atentamente hasta

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reconocer algún elemento cercano.Comienza a seguir ese plan cuando derepente oye una difusa voz entre laniebla.

—Goshwow, gee and whee, keen-o-peachy…

Se ha dejado muchas consonantespor el camino, y hay poco en su tono quese pueda considerar una melodía. Nisiquiera está seguro de quién es, hastaque se da cuenta de que es Woodycantando, si se le puede llamar así entresueños. Greg nunca hubiera imaginadoque le alegrara oírle cantar; le indicaque la tienda está a unos cien grados asu izquierda. En un momento, la

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amortiguada canción deja de sonar, peroya no la necesita. Avanza a su encuentro,pero se detiene. ¿Qué es lo que haresurgido para rodearlo?

Hasta el momento de dar un cautopaso adelante, creía que era meramenteniebla y oscuridad. Al echar el pesosobre la otra pierna, sin embargo, elasfalto bajo el marco de niebla seoscurece y humedece. Al retirarse unospasos, oye un amortiguado sonido desucción a su espalda. Se gira a tiempopara ver la humedad surgir del suelohacia la niebla, y entonces se veobligado a extender los brazos en el airepara mantener el equilibrio, pues siente

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el asfalto bajo sus pies hundirse en elperímetro acuoso. Se mantiene en pie,pero esa no es la solución. A sualrededor, lenta pero inexorablemente,el asfalto ha empezado a hundirse.

Se gira bruscamente, quizá losuficiente para perturbar a la niebla, quese retira lo necesario para permitirle verun árbol a su derecha. No ve nada mássólido. El asfalto bajo sus pies se estáinclinando como la cubierta de un barcohacia una oleada de negra humedad tanlarga e improbable como los límites dela niebla, la cual puede incluso ocultarparte de ella. Rezuma agua del exteriordel cemento que rodea el fragmento de

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césped donde están plantados el árbol ysus acompañantes. Estira una mano,como si buscara un salvavidas y pega unacelerón que le deja un regusto rancio aniebla en la boca. Llega a duras penas ytosiendo al césped, y se abraza altronco.

No es más ancho que el brazo de unniño pequeño. Bajo el descuidadocésped plagado de hojas muertas, elterreno es duro, obviamente por lasraíces. ¿Hay insectos o arañas en lostroncos? No ha terminado de escupirniebla cuando empieza a picarle la piel.Parece como si algo similar aelectricidad rondara sobre él. No hay

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razón aparente, no obstante. Entoncesoye un vago pero punzante aullido, ozumbido, que le recuerda al de losmosquitos. Tan pronto como recupera elaliento, se precipita sobre el árbol delcentro y se apoya contra el tronco,descorazonadoramente delgado.

No va a detenerse más tiempo delnecesario. Los últimos minutos le hancansado tanto que no tiene ni idea de loque ha pasado. Su confusión deja paso apensamientos poco bienvenidos dentrode su cabeza; la imagen de estarapoyado en un árbol situado entre otrosdos amenaza con convertirse en unablasfemia imperdonable. Se obliga a

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ponerse en pie sin apoyarse en nada,como un hombre. Mira a su alrededorminuciosamente, en busca de algunaseñal de la librería, y esperando queWoody le ayude emitiendo cualquierclase de sonido, cuando un objeto le caeen la muñeca izquierda.

El objeto es negro y brillante einforme. Deben de ser los restos de unahoja, se dice Greg, elevando la vista altiempo que se lo quita del brazo. Sinembargo, su mirada se detiene en elprimer árbol. Unas cuentas hojas aúnpenden de él, y la parte inferior de todasellas mira en dirección a Greg. Son tanpálidas como la niebla, al menos lo

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poco que se ve de ellas. La mayor partedel follaje está cubierto, o inclusoincrustado, de insectos. Lo mismo pasa,advierte, con las ramas sobre su cabeza,sobre las cuales una multitud chorreantede oscurecidos seres reptantes deninguna especie que le gustaría nombraren estos momentos han comenzado ademostrar lo débilmente que las partesde su cuerpo están unidas entre ellas.Durante un momento, imagina que eltronco tiembla a causa de la actividad enla copa, pero entonces percibe que unamasa de insectos sale a borbotones delas grietas en la corteza y bajan por elárbol para ir a su encuentro.

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Se aparta del tronco infestado, perosu piel insiste en picarle y escocerle.Incluso sin verlo, está seguro de que losinsectos le están picando, succionándolesu fuerza. Al principio, piensa que esaes la razón por la que sus piernas semueven antes de que dé un paso; le hanenvenenado, se siente débil. Pero es elempapado terreno el que se ha rendido,no Greg. Él es más fuerte que el terreno,y casi lo grita de manera desafiante altiempo que arrastra los pies. Antes deque pueda reunir aire para respirar, susespinillas, pantorrillas y rodillas sesumergen en un gélido y viscoso barro.

No va a dejar que la sensación le

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asuste. Mientras esté vivo podrá luchar.Escarba con los dedos en la tierra,donde deberían estar las raíces delárbol, pero tienen que encontrarseamontonadas al otro lado del tronco. Latierra se acumula bajo sus uñas a medidaque sus pies se hunden más y más,enterrando su pecho y dejando susmanos fuera del alcance de los bloquesde cemento alrededor del césped. Laniebla desciende abruptamente paraempujarlo hacia abajo. Hay agarres a suizquierda, dos rocas grises ahuevadas.Lanzando todo su peso contra losinanimados objetos consigue aferrarse aellos.

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Su mano derecha no le puedeaguantar. Se desliza bajo la roca ydescubre unas cejas peludas antes deque las puntas de los dedos alcancen atocar los párpados llenos de barro deambos ojos. Esforzándose por apartaresa mano, araña con la otra la cara delsegundo hombre, al que vio por últimavez abandonando reacio su sillón en latienda. Los dedos de Greg aterrizan enel labio inferior, tirando de la laxa bocay formando en ella una muecabobalicona. La retira, asqueado por elespectáculo, y los cadáveres sesumergen en la zanja, seguidos por suspropios hombros. Hace un último y

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desesperado intento por encontrar algoconsistente a lo que agarrarse, pero elcésped es tan resbaladizo como unababosa. Cree estar sintiendo su cuerpomezclándose con la tierra, que ya se haconvertido en algo peor que un pantano.La hambrienta y gélida sustancia lo estádigiriendo. Esto no tiene sentido, quieregritar. Es totalmente estúpido. Inclusoabre la boca, pero el barro empuja suprotesta de nuevo hacia dentro y le llenalos oídos de un acuoso siseo que acabaformando un gigantesco: «Sí».

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Woody

¿Está viendo un canal religioso o unocientífico? Quizá lo segundo, ya queparece que va de una forma de vida tanprimitiva que tiene poca conciencia deotra cosa salvo de ella misma. Sesubdivide para tener compañía, pero estan hostil hacia otras criaturas, y enparticular hacia la amenaza que suponesu inteligencia, que las reduce a supropio estado para poder destruirlas.Sin embargo, el origen de la vida y de lareligión parecen tener algo que ver: lasvidas que la informe entidad crea por

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medio de sí misma, y el salvaje cultoque atrae, simplemente agradeciendocada sacrificio atrapando a los que se loofrecen también. Solo uno, no para depensar o de oír Woody, solo uno. ¿Cómopuede estar la pantalla diciéndole todoeso si lo único que ve en ella es unainquietante imagen borrosa? Se le ocurreque esa es la mínima fracción de laentidad en cuestión, una parte tanpequeña y tan cercana a la pantalla, queél o su mente son incapaces defocalizarla. La idea es suficiente paradespertarlo por completo.

De hecho está sentado en su sillatras la pantalla, pero no muestra nada

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parecido a su sueño. Se frota los ojos yse pregunta cuánto tiempo ha estadodormido; lo bastante para haber soñadotoda clase de desastres: falloseléctricos, Agnes atrapada en elmontacargas, los amotinadosabandonando la tienda… Cadacuadrante de la pantalla muestra a gentecolocando libros diligentemente, aunquede momento no distingue a nadieconcreto. Una mirada a su reloj le diceque el sol saldrá pronto. Se siente algoculpable por haberse quedado dormido,pero al menos nadie ha tomado esocomo excusa para escaquearse. Coge elteléfono y pulsa el botón de los

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altavoces.—Lo estáis haciendo bien, chicos.

Seguid así y…Todas las figuras agazapadas frente

a las estanterías alzan sus difuminadascabezas, dejando unos rastros grises.Tiene la impresión de que están a puntode ponerse en pie para celebrar que seha despertado, pero el temblor que losrecorre a todos les hace moverse por lospasillos sin ganar estatura alguna. Esincapaz de distinguir nada más de ellos,sobre todo porque las imágenes en lapantalla se distorsionan como agua de laque está a punto de salir algo secreto.No puede estar viendo a las figuras

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introducirse una tras otra bajo la puertade la sala de empleados. La imagen seestabiliza y revela que la tienda estáiluminada con menos luz de lo que creyóhace un momento. Sin embargo, la luzque entra por los escaparates essuficiente para que vea los saqueadosestantes, y los libros esparcidos por lospasillos.

Solo puede experimentar rabia yconsternación, es lo único que siente opiensa. Se pone en pie tan deprisa quesu silla golpea un mueble de cajones conun sonido similar al de una campanaoxidada. Se encamina a la puerta, y enese momento cae en la cuenta de que si

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el fallo eléctrico es real, todo lo demástambién lo ha sido. Sigue encerrado,salvo por la circunstancia de que algirar el picaporte, la puerta se abre sinproblemas.

Todos los ordenadores en la oficinaexterior están encendidos. Cada una delas pantallas muestra un borróndemasiado parecido a los recuerdos desu sueño. Al mirar atrás, comprueba quepasa lo mismo con el monitor deseguridad. Lo importante es recuperar lailuminación, y esto le hace cruzar laoficina camino de la sala de empleados.

—¿Estás ahí, Ray? —grita—. ¿Quépasa al final con los fusibles?

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Oye movimiento bajo las oscurasescaleras. Suena igual que un rebaño decuerpos blandos arrastrándose en laoscuridad, o una masa tan grande comoel pasillo reptando por el suelo. Ahoramismo no tiene ninguna prisa pordescubrirlo. Pasa a toda velocidad juntoa la mesa y el estancado y rebosantefregadero hasta llegar al almacén.

La entrada al pasillo la definen loscontornos de unos estantes del mismocolor de la niebla, pero más allá deellos hay poco aparte de oscuridad. Esono debería desconcertarle si siguecaminando todo recto, seguramente yaestá lo bastante despierto, pero solo ha

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dado los suficientes pasos para haberperdido la cuenta cuando se golpea elcodo con el borde de una estanteríametálica. Esto solo contribuye aaumentar su rabia. Se gira y camina deespaldas, guiándose por las siluetas delos estantes sobre la luz proveniente dela oficina. No tiene ni idea de por qué laluz se agita, ni le importa. Lo queinteresa ahora es liberar a Agnes.

Se impulsa hacia atrás agarrando losbordes de las estanterías, hasta que llegaa las puertas que conducen a la partesuperior del hueco del montacargas.Pasa junto a ellas y se aferra a labarandilla de las escaleras. ¿Vienen los

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blandos pasos ahora por las otrasescaleras? Se agarra con una fuerzarabiosa a la barandilla y baja a grandeszancadas, más rápido ahora que hacalculado bien la altura de losescalones. La barandilla se acaba, perose mantiene agarrado a ella hasta queplanta los pies en el suelo del pasillo yse gira para encarar el ascensor.

—¿Agnes? —grita, y al no obtenercontestación lo intenta de otra manera—: ¿Anyes?

Ni siquiera así recibe una respuesta.Espera que sea porque se ha quedadodormida. Está a punto de llamar a laspuertas, a modo de preámbulo antes de

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intentar separarlas, cuando nota una zonaen penumbra al otro lado del pasillo. Seencuentra al lado de las puertas dePedidos, y abrirlas podría abastecerlede toda la luz necesaria.

Se apresura, cruzando la vacíaoscuridad, y empuja la barra metálica.Parece oxidada, pero tras resistirse unminuto se rinde con un chasquido,inundado el pasillo de una luz no muydistinta a la de la luna en una nochenublada. Se apoya en la puerta de laderecha hasta que la bloquea losuficiente para que el brazo de metal nola cierre, y regresa corriendo almontacargas. Respira profundamente y

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el aire le sabe a niebla; se prepara parausar toda su fuerza. Enterrando losdedos entre la puerta y el marco, seesfuerza en aumentar el espacio entreellos. Al momento, la puerta se desliza,abriéndose por completo.

¿Por qué no hizo Nigel eso mismo?En realidad, aún le queda ocuparse delas puertas del montacargas propiamentedicho. Es igual de fácil, no obstante.Casi desea que no fuera así, dado lo queencuentra tras ellas. Agnes está de piesolo porque se encuentra atrapada contrala pared del montacargas por un carrofrente al palé. La mayoría de los librosdel carro están esparcidos por el suelo.

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Podrían pasar por grumos de la tierraque cubre a Agnes, y sobre todo a surostro, colmado de barro hasta inclusodentro de la boca y de las fosas nasales.

Es demasiado. Sus sentimientosestán agotados. Lo único que se le pasapor la cabeza es la certeza de quecualquiera que vea a Agnes sabrá quesucedió algo más en la tienda en el turnode noche aparte de un simple falloeléctrico, un motín y una oleada devandalismo. Saca el carro delmontacargas y agarra a Agnes cuandoesta cae hacia delante. ¿Se le hanmovido los párpados? No, la luz hacambiado porque su origen lo ha hecho.

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Al darse la vuelta, acunando a Agnespor los hombros, la luz retrocede más yoye un ahogado ruido de frenos.

—¡Espere! —grita, sintiendo comosi sus gritos alteraran la paz de Agnes.Introduce el otro brazo bajo sus rodillaspara levantarla. Es tan ligera que se lenubla la vista de pensarlo. Sea lo quesea lo de afuera, va a llevarla dondehaga falta. Quizá Woody debaacompañarla en cuanto se lo haga sabera Greg, ¿pero dónde está Greg? Si noestá en la sala de ventas, Woody nopuede irse; dejaría la tienda a su suerte.Solo uno, se sorprende al pensar denuevo, solo uno. Primero tendría que

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ocuparse de Agnes y después de latienda. Asoma primero la cabeza por lasalida y avanza entre la niebla, sobre elnegro asfalto, siguiendo a la luz y a suhúmeda respiración. Al tiempo queprogresa, se toma su tiempo paraprepararse. Sea cual sea su carga,todavía representa a Textos. Lo menosque puede hacer es sonreír.

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RAMSEY CAMPBELL (Merseyside,Liverpool, el 4 de enero de 1946).Escritor y editor británico. Esconsiderado uno de los mayoresexponentes del género de terror del siglo XX. Sus primeras historias, aunquesituadas en lugares hipotéticos de GranBretaña (a instancias de su editor) y no

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en Estados Unidos, eran claramentelovecraftianas, tendencia que fueabandonando en posteriores relatos ynovelas.

Dentro del terror ha publicado tantonovelas y cuentos «realistas» comootros en los que aparecen elementosfantásticos en la trama, todo ello con unestilo muy particular y cuidado que le hahecho merecedor de buenas críticas.Campbell también ha destacado comoeditor de antologías de terror, ycolabora con la BBC en programas decrítica de cine. La obra de Campbell,tanto corta como en formato largo, hasido galardonada en múltiples

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ocasiones, siendo uno de los autores delgénero con más premios en su haber.

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Notas

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[1] N. del T.: El sonido fonético de lainicial y del apellido en inglés equivalea la palabra «arsehole», que se puedetraducir como «gilipollas». <<

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[2] N. del T. Similar en ingles a lapalabra «slither», que significa«moverse como un reptil, reptar». <<

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[3] N. del T. «Kunt» es similar a «cunt»,el insulto más ofensivo para un inglés.<<

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[4] N. del T.: Traducción libre de losapodos que el personaje usa para loshabitantes de Liverpool y Manchesterrespectivamente, en el primer caso algoofensivo: Scouses y Manks. <<

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[5] N. del T.: «Pantanoso» en inglés. <<

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[6] N. del T.: el apellido King significa«rey» en inglés. <<

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[7] N. del T.: Se mencionan apellidos deautores jugando con su significado eninglés; Lamb significa «cordero», LawyLawless significan «ley» y «sin ley»respectivamente, y Lone «solo». <<

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[8] N. del T.: Mann es parecido a lapalabra inglesa man, en español«hombre». <<

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[9] N. del T.: Juego de palabras deíndole sexual que se refiere al uso de losverbos modales «may» y «can» eninglés, el primero de uso más formal ymenos frecuente. <<