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1 VIII Foro Santillana ¿Qué debe saber un docente y por qué? Por: Andrea Alliaud Retomando las ideas centrales del Documento de base, se podría decir que: El saber pedagógico existente parece no ser suficiente para dar respuestas a los problemas del presente. Se podría argumentar que: - La práctica docente responde a un saber que no descansa enteramente en conocimientos formalizados. - El conocimiento de los docentes no reconoce como fuente única la teoría pedagógica. - El conocimiento y las prácticas de los docentes se nutren de otros saberes que se producen a propósito de la resolución local de problemas y desafíos que los docentes enfrentan al enseñar (saberes que se producen en la experiencia). Ello siempre fue así. Antes se resolvía apelando a la biografía (una dimensión de la experiencia) y a la práctica profesional, a medida que enseñaban se acrecentaba ese “caudal experiencial “, esos saberes de oficio, necesarios para enseñar. Hoy ante la complejidad e incertidumbre, propia de las situaciones de clase, esos referentes individuales, con sus formas de aprendizaje por ensayo y error y sus formas de transmisión asistemáticas, ya no resultan, parecen insuficientes para enseñar. Por lo tanto necesitamos que esos saberes (que se producen en situaciones, a propósito de la resolución local de problemas y desafíos educativos), esos saberes que nutren las prácticas de enseñanza se sistematicen, que logren ser formulados como conocimiento generalizable. Éste parece ser el desafío de esta etapa de la modernidad donde ya no es suficiente con saber qué decir ni cómo decirlo, para decidir qué hacer. Es necesario un saber que transforme el “arte” o la destreza en algo que pueda enseñarse y aprenderse. La falta de condiciones para la producción de estos saberes, propias del trabajo de los docentes, y también la falta de reconocimiento por parte de los docentes de ésta como una de las funciones de su trabajo, pondría en evidencia la insuficiencia del SABER PEDAGÓGICO señalada. A partir de aquí:

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VIII Foro Santillana ¿Qué debe saber un docente y por qué?Por: Andrea Alliaud

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VIII Foro Santillana ¿Qué debe saber un docente y por qué?

Por: Andrea Alliaud

Retomando las ideas centrales del Documento de base, se podría decir que:

El saber pedagógico existente parece no ser suficiente para dar respuestas a los

problemas del presente.

Se podría argumentar que:

- La práctica docente responde a un saber que no descansa enteramente en

conocimientos formalizados.

- El conocimiento de los docentes no reconoce como fuente única la teoría

pedagógica.

- El conocimiento y las prácticas de los docentes se nutren de otros saberes que se

producen a propósito de la resolución local de problemas y desafíos que los

docentes enfrentan al enseñar (saberes que se producen en la experiencia).

Ello siempre fue así. Antes se resolvía apelando a la biografía (una dimensión de la

experiencia) y a la práctica profesional, a medida que enseñaban se acrecentaba ese

“caudal experiencial “, esos saberes de oficio, necesarios para enseñar. Hoy ante la

complejidad e incertidumbre, propia de las situaciones de clase, esos referentes

individuales, con sus formas de aprendizaje por ensayo y error y sus formas de

transmisión asistemáticas, ya no resultan, parecen insuficientes para enseñar.

Por lo tanto necesitamos que esos saberes (que se producen en situaciones, a propósito

de la resolución local de problemas y desafíos educativos), esos saberes que nutren las

prácticas de enseñanza se sistematicen, que logren ser formulados como conocimiento

generalizable. Éste parece ser el desafío de esta etapa de la modernidad donde ya no es

suficiente con saber qué decir ni cómo decirlo, para decidir qué hacer. Es necesario un

saber que transforme el “arte” o la destreza en algo que pueda enseñarse y aprenderse.

La falta de condiciones para la producción de estos saberes, propias del trabajo de los

docentes, y también la falta de reconocimiento por parte de los docentes de ésta como

una de las funciones de su trabajo, pondría en evidencia la insuficiencia del SABER

PEDAGÓGICO señalada.

A partir de aquí:

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Si bien es cierto, consideramos que hay saberes pedagógicos sistematizados, publicados,

que si bien están vinculados a experiencias singulares (en gral innovadoras), no sólo

contienen descripciones de acontecimientos sino también reflexiones, y esas

producciones pueden ser potentes para enriquecer la práctica de los docentes y, por lo

tanto, los espacios destinados a su formación.

Lo que he llamado en otros escritos “obras de enseñanza”, de donde los docentes pueden

aprender. Formarse con la obras de otros. Así como los artistas se forman a partir del

contacto y la familiarización con las “buenas” obras de arte, lo mismo podría pensarse

para el aprender a enseñar. ¿Hay buenas obras de enseñanza, las podemos detectar?

¿Existen los grandes en este campo? Vale la pena buscarlos y encontrarlos (aquí o más alá

y en diferentes momentos históricos1. Aunque sin caer en la concepción modélica que

generalmente acontece dentro del formato escolar. No se trata aquí de hacer lo mismo

porque el “grande” lo hizo así. El modelo sirve o ayuda a enseñar, si se presenta y concibe

como una posibilidad, como una referencia que inspira la creación de la obra propia. Si

nos deja mejor provistos para hacerlo, si despierta el deseo de hacerlo (de enseñar). Si

contribuye a solucionar un problema que se presenta en el emprendimiento de lo que se

está haciendo., En uno de sus cuentos, titulado precisamente El placer de pintar Orhan

Pamuk así lo expresa: “Dibujaba recordando aquellas imágenes pero los dibujos eran

míos”.

Por lo anterior, parece importante disponer en los espacios de formación profesional

docente de buenas obras de enseñanza, de las que se pueda copiar, imitar, robar, que

sirvan para inspirar, para crear.

Además de las obras, para aprender a enseñar (en el sentido de poder hacerlo/ poder

obrar) podemos dirigirnos también a los que enseñan. Para ello tendríamos que identificar

y analizar lo que funciona bien, no para observarlo y registrarlo simplemente, sino que

tendríamos que preguntarle a los que trabajan por su propio trabajo, tratando de reparar

no sólo en los procedimientos, sino en los “secretos”, los misterios o “gajes” de su oficio.

1 Pensemos en las hermanas Cossettini y en la experiencia de la Escuela Serena, que produjo “una nueva manera de hacer, de vivir, de ensenar en la escuela”; en la provincia de Santa Fe, en el año 1923. También en la obra del maestro rural Luis Iglesias, en el Buenos Aires rural de los años 40, a partir de la cual cobró una nueva dimensión la expresión oral, escrita y artística de los niños campesinos que convivían en un mismo ambiente de aprendizaje. No hace mucho, Cécile, una profesora de literatura ubicada en los suburbios de Francia, trabajó con sus alumnos autores y obras clásicas, a partir de lo cual ellos escribieron sesenta sonetos sobre el “mito de la caída” que fueron publicados en un libro prologado por el filósofo George Steiner. El mismo Ranciere y su maestro Ignorante; Tólstoi y su escuela de Yásnaia Poliana, por nombrar sólo algunos.

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Esta dimensión oculta es según Merieu (2006) lo más íntimo del acto de enseñar y es

irreductible a un listado de competencias. De esos misterios o trucos son portadores los

docentes y van tomando forma tomando forma en la práctica, a medida que se va

enseñando, y parecen ser productos de una rara fórmula (de métodos, técnicas, modos de

actuar) que en principio permite distinguir lo que funciona bien de lo que no. Esa mezcla

que guía, va sedimentando a medida que se enseña y tenderá a prevalecer a menos que

surja un problema; algún imprevisto, algún cambio que cree o provoque la necesidad de

hacer otra cosa.

Asegurar la transmisión de los secretos de oficio, de los trucos, de las fórmulas mágicas que logran que la transformación acontezca, desde quienes lo hacen y saben hacerlo, hacia aquellos que están atravesando un proceso de formación, podría considerarse como otro de los caminos por los que tendríamos que transitar en el proceso de formación profesional de los docentes a fin de asegurar el aprendizaje del saber hacer. Finalmente hay saberes por producir, a nivel de las experiencias institucionales, colectivas de los docentes. Por esa vía la experiencia se sistematiza y se transforma en un saber que puede ser enseñado y aprendido. Transformar aquello que en la práctica resultó en un saber transferible o disponible para otros, resulta una operación no menor que puede efectivizarse de distintos modos: desde la producción de relatos de experiencias pedagógicas hasta la producción de saber pedagógico formalizado (lo que decíamos al comienzo). En ambos casos (con sus diferencias) se trata de un saber que en tanto está ligado a la experiencia, a lo que hacemos y a cómo somos, convoca y es susceptible de inspirar a otros en el proceso de producción de la obra propia, del guión de la propia enseñanza o de su propia narración. Lo que llevan a pesar estos caminos “alternativos”, esas formas de formar no tan

frecuentes en los espacios destinados a la formación de los docentes (que pueden ser

éstas u otras) es que:

Para la mejora de las prácticas, para formar “buenos en la artesanía de enseñar” es

necesario:

- Considerar formas que conjuguen pensamiento y acción o mano y cabeza (diría

Sennett en El artesano).

- Dirigirse al proceso productivo, concentrándose en la tarea, en lo que se hace, y

no sólo en su definición.

Una última consideración:

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Para poder enseñar, hoy los docentes tienen que saber mucho pero, paradójicamente,

tienen que saber que no todo lo van a saber a la hora de enfrentarse con situaciones y

problemas de clases reales.

Enseñar Hoy (en el sentido de poder obrar, intervenir, transformar a otros) se complica, a

todos se nos complica, y ante esa complicación el riesgo suele ser la parálisis (el retiro de

la situación) o la hiper-acción: querer hacerlo a cualquier precio tratando de restablecer

permanentemente las condiciones que SUPUESTAMENTE harían posible la enseñanza.

Ocurre que Enseñar hoy ya no es “aplicar” / bajar lo aprendido en el profesorado al aula ni

tampoco lo planificado a la clase.

Enseñar hoy es ante todo crear, inventar, salirse del guión o del libreto, probar y ser

puesto a prueba en cada circunstancia.

De allí saber que no todo lo vamos a saber pero también apostar a una formación que

brinde saberes sólidos y complejos (de donde sostenerse y anclar el proceso

creativo/productivo) pero fundamentalmente que contemple formas de transmisión

específicas del saber hacer, saber obrar, saber enseñar., como las que mencionábamos.

Entonces, hay formas que posibilitan la transmisión del saber hacer que de ninguna

manera pueden ser reductibles ni reducidas a los espacios de las prácticas. No es una

preocupación práctica. Son formas que tendrían que atravesar y dar sentido a la totalidad

del proceso formativo y a los espacios destinados a la formación permanente de los

docentes.

En consonancia con el documento de Flavia Terigi, aquí en Argentina estamos pensando

en estas posibilidades como potenciales transformadoras de los procesos de formación y

mejora de las prácticas docentes.

Una posición bien distinta, por cierto, a la asumida por distintos países donde la mejora se

piensa desde la selección de los talentos (para que accedan a la docencia) en la evaluación

docente y el pago por resultados, casi exclusivamente.