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Virtud y terror

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VIRTUD Y TERRORConor Cruise Q'Brien

Traducción de Nicolás Suescún

Nada, creo, se sabe con certeza sobre la relaciónentre Robespierre y Rousseau, fuera de que elgran revolucionario siempre dio muestras deamor y admiración por el filósofo. y esto en símismo no nos dice gran cosa puesto que casi todoel mundo que podía leer en Francia durante el úl-timo 4:uarto del siglo dieciocho parece haber ama-do y admirado a Rousseau. María Antonieta, aquien Robespierre guillotinó, amaba y admirabaa Rousseau. Los termidorianos, que guillotinarona Robespierre, amaban y admiraban a Rousseau.Un amor común a Rousseau no parece habersido un vínculo muy confiable en los momentosálgidos.

Parte del problema era, y sigue siendo, el hechode que existen varios Rousseaus; es un escritor decuriosas y abundantes contradicciones que se tras-lapan en formas desconcertantes. Un par de con-tradicciones es particularmente importante en elpresente contexto. Hay un Rousseau tierno, hi-persensible, muy dado a las lágrimas. Y tambiénhay un Rousseau severo, espartano, con sed dejusticia y de sangre. En suma, un Rousseau ama-ble y un Rousseau rudo.

El amable es el autor. de la novela epistolar, Lanueva Eloisa, de Las reflexiones de un paseante so-litario, del Emilio -y especialmente de La profe-sión de fe de un vicario saboyano. Elrudo escribióla mayor parte, aunq'ue no todo El contrato so-cial. El amable era gran favorito en la corte en losaños anteriores a la revolución, sobre todo en elcírculo de María Antonieta, en los días del PetitTrianon, la vida sencilla y la pose de lecheras. Elrudo aparece con la revolución. El contrato so-cial parece haber sido la menos leída de las obrasde Rousseau antes de la revolución. Pero fue pu-blicada trece veces entre 1792 y 1795 -los años delascendiente de Robespierre y del Terror. Se hizouna edición del tamaño de una Biblia de bolsillopara uso de los soldados que defendían la patrie.

El propio estilo de Robespierre era deliberada-mente austero, severo, espartano. Pero sería unerror pensar que estaba exclusivamente dedicadoal Rousseau rudo. Si se sostenía que El contrato

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social era su inspiración política, su lectura favori-ta -su "Biblia" según Alphonse Aulard- era Lanueva Eloisa, y su guía en materia de religión eraLa profesión de fe de un vicario saboyano. Entiempo de guerra y revolución había necesidad delRousseau espartano; el triunfo de la revolucióntraería de nuevo (se esperaba) al Rousseau tier-no. Robespierre pensaba que la indulgencia, elfracaso en aplastar los enemigos internos de la re-volución, sería una cruel traición a las futuras ge-neraciones. El Terror -que Robespierre general-mente prefería llamar simplemente la "Justicia"-era una forma de ser fiel a esas generaciones.Teleológicamente hablando, la guillotina erabondadosa.

El culto a Rousseau iba de mano del Terror. Peroel culto a Rousseau también acompañó al repudioformal del Terror. Fue realmente el período ter-midoriano el que presenció la apoteosis de Rous-seau. En los días de Robespierre, en la cúspide delTerror, hubo planes grandiosos para rendirle aRousseau honores especiales, y colocarlo, al me-nos implícitamente, por encima de otras grandesfiguras de la Ilustración, como el filósofo de la re-volución. En el quinto floreal del calendario revo-lucionario, es decir, el 24 de abril de 1794, el granComité de Seguridad Pública, el comité de Robes-pierre, convocó a todos los artistas de la Repúbli-ca para competir con bocetos para una gran esta-tua de Jean-Jacques Rousseau que habría de serlevantada en los Campos Elíseos.

Ese era el plan de Robespierre, pero Robespierreno vivió para realizarlo. Dos meses y medio des-pués, el nueve de Termidor de 1794, Robespierrefue derrocado y ejecutado. Los autores de su cai-da, los Termidorianos -la mayor parte de ellosaterrados ex-terroristas- tenían sus propias razo-nes para estar ansiosos de honrar a Jean-Jacques.Aunque los termidorianos no eran personajes es-pecialmente simpáticos -y varios de ellos habíandemostrado ser más sangrientos que Robespie-rre- lo que querían honrar era el aspecto amablede Rousseau. Su idea era que Robespierre -aquien hicieron enteramente culpáble del Terror,cosa que no era- había sido un hipócrita sanguina-

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rio, que en realidad había tenido celos de Rous-seau y había fracasado en honrarlo apropiada-mente. Los termidorianos probarían ahora supropia virtud y sinceridad, así como su lealtad alos principios básicos de la Revolución, honrandosolemnemente a Jean-Jacques. Fue así como el14de septiembre de 1794, la Convención dominadapor los termidorianos ordenó que los restos deRousseau fueran traidos del lugar donde habíansido originalmente enterrados, en la Isla de losAlamos, en Ermenonville, y colocados en el Pan-teón de París, con el ceremonial apropiado. Gor-don McNeil relata así el acontecimiento:

Los preparativos para la ceremonia que incluía los deco-rados, la iluminación, esculturas, una réplica de la Isla delos Alamos, e himnos encargados para la ocasión, fueroncomplicados y minuciosos. Un cortejo compuesto por dig-.natarios, músicos y varias delegaciones acompañó los res-tos desde Ermenonville, y hubo celebraciones apropiadasen cada etapa de la ruta. Al llegar a París, el féretro fue co-locado en la réplica de la Isla de los Alamos que había sidoerigida en los jardines de la Tullerías.

El entierro en el Panteón tuvo lugar el 11 de octubre.Hubo un servicio especial en la Convención, y luego unaprocesión hasta el Panteón. En la línea de marcha habíapolicías montados, una banda que interpretó composicio-nes de Rousseau, y diversos grupos, cada uno con un es-tandarte debidamente inscrito: botánicos, artistas y arte-sanos, madres e hijos, huérfanos de guerra y ginebrinos.El Contrato Social, la "antorcha de los legisladores", fuellevado sobre un cojín de terciopelo, y una estatua de suautor en un carro arriado por una docena de caballos. Enel Panteón cantaron un himno cívico, el presidente de laConvención pronunció un panegírico, y la ceremonia ter-minó con la colocación de flores sobre el féretro. Esa no-che hubo danzas en la Place du Pantheon, y los teatrospresentaron las piezas favoritas de Rousseau, así comouna nueva, La Jete de J. -J. Rousseau, escrita especialmen-te para la ocasión 1.

Como se puede ver, sería difícil identificar una in-fluencia específica del pensamiento de Rousseausobre el curso de la Revolución Francesa. El Con-trato Social puede haber sido la "antorcha de loslegisladores", pero se trataba de una antorcha es-curridiza. Pero Rousseau fue de obvia importan-cia para todos los que tuvieron algo que ver conella. Robespierre había hecho ciertos usos deRousseau para legitimizar su propio gobierno ysu versión de la justicia. Los termidorianos usa-ron la ceremonia en el Panteón para legitimizarsu propia autoridad y para delegitimizar a supredecesor.

1. Gordon H. McNeil, "El culto de Rousseau y la Revolución Fran-cesa" ,Journal ofthe History of Ideas, vol. 6 (1945), pp. 197-212. Hayalgo falso en la apoteosis termidoriana de Rousseau. Como dice ¡'\l-bert Meynier con exactitud: "Lo glorifican en el momento en que co-mienzan a alejarse de él" en lean lacques Rousseau, Révolutionnaire(Paris, 1912),p.220.

Sin embargo, aunque se tratara primordialmentede una cuestión de legitimización, alguna influen-cia presumiblemente debía existir. Si se ha de vera un escritor como legitimizador de la actividad deun político, es de presumir que esa actividad separezca, al menos en algunos aspectos, a lo que elescritor parecía significar. Y -de nuevo presumi-blemente- esa necesidad de parecerse debería in-fluir en la conducta del político, al menos en ciertogrado. Pero el caso de Rousseau y los termidoria-nos, mutuamente entusiastas y hostiles discípulosde Rousseau, sugiere que el grado de influenciaen la conducta puede ser más limitado de lo quesería de esperar. La historia de las religiones, porsupuesto, es rica en ejemplos de esta clase.

Meditando sobre esta cuestión de la influencia y lalegitimización, encontré una frase pertinente enRobespierre y el cuarto Estado, de Ralph Korn-gold (1941). Dice así:

La relación de Rousseau con la Revolución Francesa esparecida a la de Marx con la Revolución Rusa, y la in-fluencia de Marx en Lenín se puede comparar a la deRousseau en Robespierre.

Bien, "se puede comparar" siempre es algo segu-ro, por supuesto, puesto que cualquier cosa puedeser comparada con cualquier otra cosa. La cues-tión es qué sucede cuando se comparan. En estecaso, el autor concede, si se puede así decir, unalicencia para comparar, sin llegar a comparar. Asíque examinemos el asunto más de cerca.

En cuanto a que "Rousseau-Robespierre" se pa-rece a "Marx-Lenín", yo creo que de nuevo se tra-ta aquí de una cuestión de legitimización y no dedoctrina interna. La legitimidad de la que Robes-pierre se valía -así como sus enemigos termidoria-nos- era doble, tanto intelectual como moralmen-te. Intelectualmente, el Contrato social llegó a servisto como la culminación, en cuanto a la cienciapolítica, de la Ilustración, del siec/e des lumieres.Pero en el curso de la Revolución se hizo claro queel compromiso con el libro podía ser interpretadode muy diversas maneras. Y las amplias ambigüe-dades del Contrato social no hicieron nada paraobstaculizar su autoridad legitimizadora. Por cier-to, las ambigüedades del libro parecen haber sidola condición del alcance de su autoridad.

La autoridad moral de Rousseau, que creo yo fueconsiderablemente más importante que su autori-dad intelectual, se deriva de la impresión casi uni-versal de Rousseau como el arquetipo de la perso-na virtuosa, peculiarmente en armonía con la na-turaleza. Volveré a esto, en relación con el mismo

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Rousseau, un poco más adelante. Pero hay algu-nos puntos que antes se deben hacer sobre la vir-tud arquetípica como fuerza revolucionaria ycomo fuente de legitimización política.

El grueso del iluminismo francés -en torno a Vol-taire y Diderot- había completado en gran parte,hacia 1770, el trabajo empezado por Spinoza cienaños antes de descrédito de la autoridad intelec-tual de la religión revelada, y en Francia específi-camente, de la Iglesia Católica. Esto creó un enor-me vacío emocional y moral. El secreto de laatracción de Rousseau era que él, para muchos,podía llenar ese vacío. En Eml1io y en la Profesiónde fe de un vicario saboyano, Rousseau reintrodu-jo a Dios, como una simbiosis de la virtud y la na-turaleza: una forma de Dios a la que muchos, en elmundo posterior al iluminismo, estaban muyagradecidos de recurrir. Más aún, la elocuencia deRousseau -y especialmente su penetrante, seduc-tora y contagiosa autocompasión- lo convirtie-ron a él personalmente en una especie de santoy protomártir de su propia vaga pero intoxicantereligión.

El potencial revolucionario de todo esto puede nohaber sido inmediatamente aparente, pero estáfirmemente allí. El fuerte del Iluminismo habíaaclarado en forma contundente SU superioridadrespecto al ancien régime, primero en relación conla iglesia, con Voltaire y Diderot, y luego en rela-ción con la nobleza, como en las Bodas de Fígarode Beaumarchais. Pero ahora, en Rousseau y suescuela muchos podían ver el surgimiento de fuer-zas espirituales y morales marcadamente superio-res al ancien régime, tanto en sus manifestacionesseculares como eclesiásticas. Rousseau es más sa-grado que San Pedro: una canción a ese efecto secantó durante la Revolución. La sociedad france-sa se divide entre lespurs -los seguidores de Rous-seau- y les corrumpus, ricos, arrogantes, materia-listas beneficiarios del ancien régime (y luego trai-dores a la Revolución). Muchos en la nobleza y laclerecía (tanto como en la burguesía, especial-mente la baja) llegaron a ver las cosas del mismomodo y a inclinarse ante la superioridad moral deRousseau, así como muchas de estas mismas gen-tes se habían inclinado ante la superioridad inte-lectual de Voltaire. Así que la abdicación de lasclases gobernantes ya había avanzado mucho,bastante antes de 1789.

El logro político básico de Maximiliano Robes-pierre fue el hecho de que se sentía, y convenció aotros de que era, el sucesor espiritual y moral deJean Jacques Rousseau. Era, y fue repetidamente

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saludado como "el Incorruptible", el líder se-ñalado de les purs en la decisiva batalla contrales corrompus.

Volveré a esto. Pero antes examinemos la compa-ración de Marx y Lenín. Cuando Lenín retornó aRusia en 1917 para implementar las enseñanzasde Marx, ¿qué tenía esa implementación en co-mún con las de Robespierre de Rousseau? Creoque tuvieron en común ciertas cosas básicas. Enambos casos había una herencia intelectual y mo-ral. Y mi opinión es que en ambos casos la heren-cia moral era de importancia más fundamentalque la intelectual.

La principal herencia intelectual era por supuestoDas Kapital. Y pienso que Das Kapital, en estecontexto, es muy comparable al Contrato social,tal como lo heredó Robespierre. Era una "antor-cha legislativa", una impresionante propiedad in-telectual que se suponía aclararía todo. Das Kapi-tal, sin embargo, era superior en una manera alContrato social. Das Kapital era tan proféticocomo analítico. Se suponía que probaba científi-camente que la victoria del proletariado, era ine-vitable. Y aún si el libro de hecho no probabanada de esto, la creencia de que sí lo probaba erade ayuda para el espíritu de los revolucionarios. Yesta ayuda para el espíritu era de más importanciaque la supuesta ciencia. Lenín fue el heredero es-piritual de Marx, así como Robespierre fue el deRousseau. Lenín tenía el indomable espíritu delucha de Marx; su sed revolucionaria; sus habili-dades polémicas; su duro, malicioso desdén y sucapacidad de atemorizar. Estas cualidades tuvie-ron más que ver COR el éxito revolucionario de Le-nín que cualquier ciencia que pueda contener DasKapital.

En Hacia la estación de Finlandia Edmund Wilsonsugiere que cuando Lenín llegó al terminal de Pe~trogrado "por primera vez una llave filosófica en-cajaba en una chapa histórica". Pero eran los cole-gas bolcheviques de Lenín quienes de hecho enese momento estaban jugando con la llave filosó-fica. Y no estaban llegando a ninguna parte por-que la llave estaba destinada para una chapa dife-rente: la chapa de los paises avanzados, no la cha-pa rusa. La hazaña de Lenín fue haber tirado lallave inútil-o más bien habérsela metido callada-mente en el bolsillo- y haber seguido su intuiciónpragmática: que si Rusia iba a salirse de todos mo-dos de la guerra, la facción más resuelta en sacarlasería la que ganaría.

La conexión entre Rousseau y Robespierre es enmuchas maneras diferente a la que existió entre

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Marx y Lenín, pero las dos se parecen en esto: quees la herencia espiritual, el parecido mental, loque es fundamentalmente importante, mientrasque la letra de la doctrina heredada apenas tienela función de legitimizar la herencia espiritual, alproclamarla.

La tradición dominante, aunque de ningún modola única, de la historiografía francesa sobre la Re-volución ha sido la termidoriana o -como lo ex-presa Emest Hamel, más comprensivamente- latermido-girondina.2 Según esta tradición, el crueltirano, Robespierre, era un hipócrita que montóuna sangrienta parodia de la vida y enseñanzas deldulce Jean-Jacques. En realidad no fue exacta-mente así. Jean-Jacques no era tan dulce, y Ro-bespierre era menos cruel que algunos de esos lí-deres revolucionarios que proclamaban a grandesvoces su propia devoción por Rousseau, y lo in-digno que era Robespierre de usar ese nombre.

J.L. Talmon situó a Rousseau entre los padresfundadores de lo que llama la "democracia totali-taria". Ciertamente, el espíritu de los principalesescritos políticos de Rousseau es profunda, aun-que délficamente, autoritario. Es cierto que lafuente de toda autoridad, el soberano, la Volun-tad General, consiste en todos los ciudadanos,asociados en un grupo moral y colectivo. El sobe-rano, según Rousseau, es incapaz de hacer el mal:"El soberano, en virtud del mero hecho de queexiste, siempre es lo que debe ser". Hasta el estiloes siniestro: perentorio, fanfarrón amente para-dójico, absoluto e inatacable por consistir entera-mente en una aseveración gratuita ..Es el estilo deuna Corte Suprema de un despotismo -aunque enun buen período hablando estilísticamente. Difí-cilmente sorprende leer en la siguiente página -alfinal del capítulo séptimo del primer volumen-,estas líneas:

Para que el pacto social no sea una fórmula vacua, debeimplicar tácitamente el compromiso, el único que puedefortalecer al resto, de que quien se niegue a obedecer lavoluntad general será obligado a obedecerla por todo elcuerpo social: lo que quiere decir precisamente que seráforzado a ser libre.

Aquí también el estilo se ajusta perfectamente alcontenido. La prominente e insolente paradoja

2. Ernesta Hamel, Histoire de Robespierre (tres volúmenes, París,1865-1867). Esta sigue siendo la biografía más útil de Robespierre,porque cita extensamente sus discursos, en su contexto. Hamel eraun robespieríano apasionado que mantuvo una constante (y muy di-vertida) polémica con su contemporáneo, Michelet. El libro puedeser recomendado como un suplemento (yen parte un correctivo) deMichelet.

-"forzado a ser libre"- sugiere los placeres de lajurisprudencia autoritaria y la observancia de susleyes. Hay muchas contradicciones en El contratosocial, como en todo lo demás de Rousseau, yal-gunos comentaristas se las arreglan para ver laobra, balanceando una cosa con otra, como bási-camente democrática y liberal en general. Hacer aun lado declaraciones sorprendentes o significati-vas por medio de soporíficas invocaciones a "laperspectiva de la obra entera" es una técnica muyfavorecida por ciertas escuelas de comentaristasacadémicos. Aparentemente la idea es defenderla respectabilidad de escritores importantes en elca~po de su especialización, al darle interpreta-ciones liberales a obras que evidentemente no loson. Este proceso ha sido definido como suavizaro "suavización".

Por razones obvias, los suavizadores han estadomuy ocupados en el campo de la germanística.Hay suavizadores fichteanos, hegelianos, wagne-rianos y, los más asiduos de todos, los nietzchea-nos. Pero hay también, por ejemplo, suavizadoresyeatsianos y suavizadores rousseaunianos. Nopuedo dentro de los límites de este ensayo, ocu-parme de los detallados y voluminosos argumen-tos de estos últimos, que requeriría su bien escogi-do campo de controversia. Sólo puedo indicar midesacuerdo con ellos, tan suavemente como me esposible. Y hay una objeción específica al "Rous-seau suavizado", porque no es una cuestiónde análisis teórico, sino de práctica, en un casoconcreto.

Rousseau se había convertido en un sabio tanaceptado en su tiempo que le pidieron redactaralas constituciones de dos países -eórcega y Polo-nia- que luchaban entonces por ser libres. En elcaso de Córcega (para la cual sólo redactó el frag-mento de una constitución), indica cómo se puedellegar realmente al pacto social. El líder -que se-ría el famoso general Paoli- desembarca en la islay se dirige a su pueblo con las siguientes palabrassuministradas por Rousseau:

Corsos, guardad silencio: voy a hablar en nombre de to-dos ... Que partan quienes no están de acuerdo y que le-vanten sus manos quienes lo están.

A esta exhortación siguen las palabras del jura-mento del pacto social. De acuerdo a la enseñanzade El contrato social, quienes partían en esa oca-sión no serían ciudadanos de la tierra en que vi-vían, sino extraños. Y por lo visto éste sería elcaso si los que partían eran minoría, o si en reali-dad eran mayoría. El contrato social, tal como fue

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concebido por Rousseau para la población deCórcega bajo Paoli consistía en:

(a) callar;(b) ser de aquellos en cuyo nombre hablaba elgeneral; y(c) levantar las manos, si se les solicitaba.

"La volonté générale, c'est la volonté du Géné-ral". O podríamos adaptar a Luis XIV y decir:"La volunté générale, c'est moi". Esta fórmulaexpresa más o menos la forma en que Robespierreentendía el asunto. Y no puedo concebir que nofuera, en esto, fidelísimo discípulo de su maestro,el autor de El contrato social.

El espíritu de El contrato social no es compatible,pienso, con el espíritu o la práctica de un estadodemocrático y liberal. Pero sí es muy compatiblecon el espíritu y la práctica de la patria en peligro,la patrie en danger: las condiciones de la Franciarevolucionaria, bajo la amenaza de enemigos ex-ternos e internos. Esas eran las condiciones queprevalecieron en Francia entre 1792 y 1794, losaños que presenciaron el surgimiento de Robes-pierre como la principal figura revolucionaria, ytambién el surgimiento del Terror como una insti-tución del estado.

Esto no quiere decir que Robespierre fuera dicta-dar, o aun jefe de estado o del gobierno. No era nisiquiera ministro, aunque fuera más que un minis-tro. Sólo en su último año aceptó participar en unaforma de autoridad ejecutiva colectiva, como unode los nueve miembros del gran Comité de Seguri-dad pública.

Robespierre no controlaba ningún departamentodel gobierno, ni fondos, ni policía o tropas. Eraesencialmente una autoridad moral. Pero se trata-ba de una extraordinaria autoridaó moral; quizásuna mayor autoridad moral que la ejercida porcualquier otro político elegido, sin funciones ad-ministrativas o ejecutivas. Y era una autoridadderivada en parte del mito de Rousseau, en parteconferida por el propio carácter de Robespierre, yaparentemente en parte sugerida por ciertas fór-mulas de El contrato social.

Este último aspecto no es necesariamente el másimportante de los tres, pero es curioso, y yo igno-ro si se le ha prestado toda la atención que mere-ce. En El contrato social, la conexión entre el so-berano teórico, "la Voluntad General", y cual-quier esquema práctico de gobierno sobre la tierraes, en general, muy lejos de ser clara. Pero hay

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dos categorías de personas que brindan una espe-cie de nexo. Está el "guía" o "legislador" que apa-rece en los capítulos 6 y 7 del segundo libro. Elguía es necesario a causa de las misteriosas inca-pacidades del soberano teóricamente infalible, laVoluntad General. Como lo formula Rousseau:"La Voluntad General siempre tiene la razónpero el juicio que la guía no siempre es esclareci-do". Así que se necesita un personaje, el guía o le-gislador, cuyo fin es mostrar la Voluntad General,según Rousseau, cómo "ver los objetos como son,ya veces como deben parecer ante ella".

Para ayudar a la Voluntad General, que siempretiene razón, "a ver los objetos como son". LaVoluntad General es infalible, pero no particu-larmente bien informada. Más o menos comoel Papa.

y más sorprendentemente aún, a veces es deberdel guía mostrarle a la Voluntad General no losobjetos como realmente son, sino como "debenparecerle" a la "no siempre esclarecida" VoluntadGeneral. ("11faut lui faire voir les objets tels qu'ilssont, quelqufois tels qu'ils doivent lui paraitre")Parece así que el guía o legislador a veces tiene eldeber, aparentemente según su propio juicio, deconvertir en un pelele la Voluntad General, esacriatura metafísicamente exaltada. Cambiando lametáfora teatral, el guía o legislador que tiene a sucargo las percepciones de la Voluntad General esen realidad el guardián de una especie de cocodri-lo sagrado: una bestia de formidable tamaño, quemerece gran veneración, pero que es estúpida,roma, cegatona, e imposible de liberar. Es claroque este guía, legislador, hacedor de peleles yguardián del cocodrilo es un funcionario formida-ble. Y nadie puede leer los discursos revoluciona-rios de Robespierre sin sentir que se consideraba así mismo un guía en este sentido. Especialmenteen su papel de más continuidad durante su cortacarrera política --como bracmán residente de laSociété des amis de la constitution, alias el Club Ja-cobino- aparece en su capacidad, y con el vocabu-lario, de "Gran intérprete", que enuncia las exi-gencias de la Voluntad General y corrige sus de-fectos visuales. En su "discurso a los franceses delos ochenta y tres departamentos" en el verano de1792, Robespierre se ofreció confiadamentecomo vocero de la Voluntad General:

Pour nous, nous ne sommes d'aucun parti, nous ne servonsaucune faction; vous le savez, freres et amis, notre volonté,c'est la volonté générale. 3.

3. Citado por Hamel, vol. 2, p. 336; para otra cita, de intención si-milar, véase p.699 del mismo volumen.

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Es claro que muchos partidarios de la RevoluciónFrancesa aceptaron esta identificación.

Pero hay otro funcionario, fuera del guía o legisla-dor, en el sistema de El contrato social, cuyo papelllenó Robespierre, con no menos imponente au-toridad y con efectos más directamente aterrado-res. Este funcionario es el "Censor" de Rousseau.Las funciones del censor están cuidadosamenteexpuestas en el Capítulo 7 del cuarto libro, "De lacensure", sobre la censura. El censor de Rous-seau, como el antiguo romano, es un censor de lamoral y un intérprete de la opinión pública. Rous-seau, tal como le gusta hacer, toma un ejemplo delas antiguas prácticas espartanas. En Esparta, loséforos eran los magistrados que actuaban comocensores de la moral (así como en otras funcio-nes). Cuenta Rousseau: "Un hombre amoral ledió una vez un buen consejo al Concejo de Espar-ta. Los éforos, sin darse por aludidos, hicieronque el mismo consejo fuera propuesto por un ciu-dadano virtuoso" .

Por el papel de censor Robespierre tenía una mar-cada predilección y lo revistió con pavorosa credi-bilidad. En el París revolucionario se convirtió enun papel aún más central de lo que había sido en laantigua Roma o en Esparta. El París revoluciona-rio era un mundo maniqueo en el que sólo habíalos virtuosos y los viciosos, les purs y les corrom-pus. Ser un hombre conocido, identificado comocorrompu, implicaba a fines de 1793que ya estabacerca de la guillotina. Y Robespierre, "el inco-rruptible" era generalmente aceptado como la au-toridad que decidía quien era pur y quien era co-rrompu. Así que la vida y la muerte podían de-pender de un discurso de Robespierre.

Vale la pena anotar que Robespierre combinabalos papeles de "guía" y de "censor", que en Rous-seau están separados. Y toda la actividad revolu-cionaria de Robespierre se define por esa combi-nación de papeles. La virtud era el principio go-bernante de todo el sistema, tal como Montes-quieu (apoyado por Rousseau) había dicho quedebería ser en una república. La virtud, durante laRevolución, dependía de la defensa de la Franciarevolucionaria contra sus enemigos externos e in-.ternos. En un artículo publicado en el verano de1792, Robespierre definió la vertu como "l'amourdu bien, de la patrie et de la liberté". 4 Y Robes-pierre hablaba confiadamente a nombre de la vir-tud, en su papel como censor, tanto como en nom-

4. Hamel, vol. 2, p. 277.

bre de la Voluntad General, en su papel de guía.y sólo la virtud podía legitimizar el Terror (es de-cir la Justicia). En el otoño de 1793, el gran Comi-té de Seguridad Pública, bajo la inspiración deRobespierre, dio esta instrucción en una circularpara las autoridades revolucionarias locales:"méritez par la vertu le dróit de punir le crime".5Robespierre era considerado como el arquetipode aquellos cuya virtud los hacía merecedores aese derecho.

El virtuoso Maximiliano era visto como el herede-ro e intérprete del virtuoso Jean-Jacques, guía ycensor, digno de confianza y garante de los logrosde la Revolución y de la integridad de la nación. Ysí era digno de confianza, en su lealtad a la Revo-lución y por no ser corrupto, mientras que muchosde sus rivales eran rateros y pícaros de la más di-versa pelambre.6

Hacia el final de su vida, Robespierre estaba tra-tando de acabar con el terror, que nunca estuvoenteramente o incluso en gran parte bajo su con-trol. Por eso tuvieron que matarlo. Los pacifica-dores del Terror en las provincias -Fouché, Ta-llien, Carrier- se dieron cuenta de que iban a serconvertidos en las últimas víctimas, a no ser deque le dieran a Robespierre este papel, de modoque ellos pudieran pasar por modérés. Lo logra-ron, pienso, sobre todo porque la mayor parte delpueblo francés, siendo algo corrompu él mismo,como otros, se cansó de oir hablar tanto sobre lespurs, una vez que había pasado el peligro realistay que el territorio nacional tanto como los logrosrevolucionarios de los burgueses y los campesinosya no estaban en peligro. Como el pueblo inglés,el francés prefirió tortas y cerveza (o vino) al go-bierno de los santos, aunque los santos habíansido útiles en su momento.

Como lo expresó el mismo Maximiliano: "La vir-tud siempre es una minoría sobre la tierra". (Lavertu est toujours en minorité sur la terre".)Amén, dice la mayoría.

5. Hamel, vol. 3, p. 171.

6. La virtud de Robespierre, en su vida privada, está mejor confir-mada por el hecho de que los termidorianos se mostraron ansiosospor encontrar pecados en su vida privada y que jamás encontraronnada. Como en el caso de Spinoza, nadie que conociera su vida priva-da pudo ser inducido a decir nada en su contra. De hecho, la reputa-ción de virtud de Robespierre es mucho menos atacable que la de sumaestro, Rousseau, quien entregó sus cinco hijos (con su concubina,Thérese Levasseur) a un asilo de huérfanos, inmediatamente des-pués de nacer. Edmund Burke, por su parte, pensaba que el patronode la conducta paternal de Rousseau estaba muy por debajo del nivelgeneral de la moralidad de los mamíferos. "El oso", escribió Burke,"ama, lame y levanta a sus cachorros; pero los osos no son filósofos"(Carta a un miembro de la Asamblea Nacional, 1791).

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Chaucer, Geoffrey (1340-1400)Poeta Inglés

Grabado en MaderaIlustración para Los cuentos de Canterbury (c. 1386)