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El pelo del diablo

El Pelo Del Diablo (Cromos Chocolate Amatller) By Dr Mabuse

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Coleccion de cromos Amatller "El pelo del Diablo"

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El pelo del diablo

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El pelo del diabloI

En un castillo roquero situado en la cima de una escarpada montaña, vivía Luscinda, la bella castellana, hija del príncipe Malaspulgas, a la que dedicaba tiernas endechas, madrigales y trovas amorosas Teobaldito, un trovador asaz enamoradizo cuyo corazón, en esta ocasión, estaba prisionero de la bella princesita la cual, en honor a la verdad, correspondía con toda su alma a aquel encendido amor. Claro está que de todos estos idilios el feroz Malaspulgas no sabía ni una palabra.

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El pelo del diabloII

Una noche clara y serena en que la luna brillaba con fulgores argentados en el firmamento, Teobaldito, llega al pie de la torre de homenaje del castillo, donde estaban situadas las habitaciones de Luscinda, requiere su mandolina, la templa cuidadosamente y lanza a los vientos una trova amorosa de lo más sentido e inspirado que jamás se oyera. Luscinda escucha extasiada los dulces trinos de Teobaldín y éste entusiasmado por su triunfo ataca los agudos con brío y energía...

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...lo que es causa de que Malaspulgas que duerme más que una marmota, se despierte asombrado ante el valor de aquel inoportuno galán que no vacila en turbar su sueño, y les sorprenda en pleno idilio. Teobaldín temblando como un azogado ante la feroz presencia de su futuro suegro, le explica el motivo de sus trovas y le hace ver lo inmenso de la pasión que ha sabido despertar su hija en su corazón que creía dormido para siempre; pero explicarle a Malaspulgas cosas de amor era lo mismo que hablarle en chino.

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Teobaldito ante la sonrisa escéptica del príncipe y después de oír de labios de este que si quiere la mano de su hija tiene que traerle en cambio un pelo de la cabeza del diablo, sale por pies ante una proposición tan descabellada dejando la mandolina en manos de Malaspulgas quien para desahogar su ira la convierte en sémola. El apuesto trovador corre como un lebrel sin pensar en poemas ni en trovas; sólo le obsesiona la extraña petición que piensa llevar a cabo o perecer en la colosal empresa.

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El pelo del diabloV

¿Cuanto tiempo corrió Teobaldito? Nadie- podría decirlo, pero es lo cierto que después de atravesar valles y montañas, barrancos y riachuelos llegó a una región excesivamente abrupta y triste que jamás viera hasta entonces. Una voz interior parecía decirle que aquel era el lugar inicial de las aventuras y peligros que tenía que correr, pero, nada le arredraba. Estaba dispuesto a apoderarse del pelo diabólico y no vaciló en subir por una empinada pendiente hasta llegar a la cima de una montaña cónica y negruzca que resultó ser el cráter de un volcán apagado.

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Miró por el y no vio más que un abismo con negruras de infierno del que salían gritos y aullidos misteriosos y algún reptil que a su presencia huía despavorido. El panorama no era muy halagador y menos si se tiene en cuenta que para buscar el infierno y cumplir su propósito, aquella entrada debía ser la indicada a juzgar por el olor a azufre y cuerno quemado que allí se notaba. Descendió lenta pero valientemente por las laderas del cráter, haciendo volar a su paso verdaderas bandadas de murciélagos de verdes ojillos...

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...que le miraban maliciosamente y llegaban a batir las alas junto a sus mejillas. Aquello le produjo malestar pero no por eso pensó en abandonar la empresa que, de salirle bien, daría satisfacción a Malaspulgas y le obligaría a concederle la mano de la bella Luscinda. Con el recuerdo de la princesita, que daba energías a su corazón, continuó descendiendo por el abismo hacia lo desconocido. Ya desconfiaba de llegar al fondo cuando por entre las grietas de una roca gigantesca descubrió una plazoleta y al fondo de ella una puerta sobre la cual se leía: "Infierno"

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-¡¡Por fin!! - exclamo Teobaldito, dando un suspiro de satisfacción-. Ya he dado con lo que buscaba; Iba a avanzar resueltamente (creyéndose que la puerta estaba sin vigilar, cuando vio a un diablillo muy sonriente y completamente embebido en la lectura de "El Cuerno", órgano oficial del infierno. Las noticias debían ser buenas a juzgar por la cara de satisfacción del conserje infernal; su distracción invitábale por otra parte a pasar de contrabando; así fue que sin vacilación de ninguna clase, y a pesar del calor que se dejaba sentir, penetro resueltamente sin ser visto...

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...y se aventuró por un lóbrego y oscuro corredor ligeramente alumbrado por una fosforescencia que parecía brotar de las rocas. Si se añade á todo esto el calor infernal que reinaba en aquel estrecho pasadizo y los reptiles inmundos y asquerosos que lo poblaban, se comprenderá que Teobaldito estuviera inquieto, que no le llegara la camisa al cuerpo y que a pesar del calor tórrido que se dejaba sentir, un sudor glacial, que inundaba su cuerpo, le hiciera dar diente con diente y tiritar horriblemente de frío.

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No obstante, recorrió su camino audazmente, ya que sabía que si desfallecía todo se perdería, y hacia el fondo de aquel laberinto creyó distinguir como dos lucecitas verdes. Aquello le hizo creer que en los dominios de Pedro Botero, conocían los diablillos los adelantos y las comodidades del mundo. ¡Cuán ajeno estaba de que aquello no eran luces! Apenas hubo andado unos pasos más, cuando lo que le causó tal extrañeza se precipito sobre el y gracias a sus poderosas piernas evitó el caer en las peludas garras de una gigantesca araña.

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Continuó su camino, a una velocidad que para si quisiera un lebrel, creyéndose siempre perseguido por aquel inmundo bicharraco que no dudó sería uno de los múltiples guardianes de aquel antro y esto le hizo suponer que otros peligros mayores le acechaban; pero nunca se imaginó que estos se presentaran en la forma tan imprevista en que lo hicieron. Llevaría apenas recorridos unos doscientos metros cuando desembocó en una plazoleta y fue lanzado a gran altura por unas impetuosas corrientes de aire que salían de unos agujeros del suelo.

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Después de ganarse un soberbio batacazo y apenas repuesto del susto, que fue morrocotudo, prosiguió su camino con más tiento y templando un poco sus bríos. La cosa no era para menos ya que desde que traspaso los umbrales de la puerta del infierno, no había ganado para sobresaltos y tropiezos. De todos modos v como dice el refrán : "Con el paso corto y la mirada larga" fue andando, andando, hasta que se vio sorprendido ante la presencia de una sólida pero viejísima puerta herméticamente cerrada, al parecer.

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Más por curiosidad que por otra cosa, estaba Teobaldito que ardía por saber que habría detrás de la puerta. Desde luego, los sólidos cerrojos, la férrea cerradura y el espesor de su madera indicaban que tras ella se guardaba algo que al mismísimo Lucifer le interesaba tener fuera del alcance de todo el mundo, aun de los mismos diablos sus amigos y subordinados. Tentado estuvo de pasar de largo y continuar su camino; pero... no pudiendo resistir a la tentación; abrióla con facilidad y encontróse nada menos que en el almacén del infierno!

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Un almacén y bien provisto, por cierto, de todos los útiles infernales. Allí había cubas enormes de pez y alquitrán, bombonas de ácido sulfúrico, azufre en polvo y, sobre todo, un magnífico arsenal de tridentes o tenedores de tres puntas, arma que esgrimen a maravilla las huestes de Pedro Botero. Por lo que pudiera ocurrir, y suponiendo que tropezaría con muchos peligros, proveyóse de un tridente y fuese hacia adelante, hallándose a los pocos pasos frente a otra puerta, que como en las anteriores quiso trasponer sus umbrales...

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… ¿que otra sorpresa le aguardaba detrás de aquella puerta? Hasta ahora puede decirse que no había hecho más que ver el infierno por fuera pero al trasponer la puerta y colarse en una vasta estancia tallada en la roca viva, empezó a conocer lo que eran las interioridades del infierno. Quedóse perplejo ante la maravillosa organización de las oficinas y a juzgar por las ventanillas que había en aquel hall de las diversas dependencias, supuso que debía haber un gran número de empleados ya que no pudo verlos por guardar fiesta aquel día.

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Estaba absorto contemplando el alarde oficinesco de los burócratas infernales, pero un leve ruido que oyó hízole esconder instintivamente detrás de la puerta para observar sin ser visto. Hizo bien; ya que el visitante no era otro que el mismo Lucifer en persona, con cara de mal humor, agitando el rabo nerviosamente y rascándose con rabia las puntas de los cuernos. Sin duda debía haber hecho alguna desgraciada operación financiera o había recibido algún cable de la tierra con malas nuevas en el sentido de que la gente era mejor, y quería consultar los libros.

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Estuvo un rato indeciso, hasta que tomó el partido de marcharse por donde había venido. Respiro de satisfacción nuestro trovador al verle desaparecer y por lo que pudiera tronar y para que no le sorprendieran, colocóse un hermoso rabo postizo que halló en un cajón. Llevar un rabo postizo en el infierno no es cosa que llame la atención ya que por coquetería lo usan así muchos diablejos que en sus juegos y aún en sus trabajos han tenido la desgracia de perder el natural. Por eso cualquiera que viera a Teobaldito le creería un diablejo.

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Lanzóse de nuevo por los inmensos corredores en busca del azar que le proporcionara lo tan deseado por el, o sea un pelo de la cabeza del Diablo, cuando al doblar un recodo de un pasadizo encontróse de manos a boca con un diablillo que le recibió con inequívocas muestras de amistad y cariño. Era muy simpático y no sospecho absolutamente nada al ver el magnífico rabo que ostentaba Teobaldito. Saludáronse cortésmente y juntos salieron dando un paseo durante el cual el diablejo le puso al corriente de sus estudios infernales, de sus juegos, etc.

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La charla del diablejo era amena y divertida, pero cuando se ponía serio también discutía de leyes infernales con una elocuencia digna de mejor suerte; a la legua se veía que era un diablejo de casa bien y que con el tiempo llegaría a ser un alto dignatario del infierno. Explotando Teobaldito su naciente amistad, manifestóle que sentía como si un ratón le corriera por el estomago. Fue comprendida la indirecta por el diablillo que, como queda dicho, era listísimo, y al ver que Teobaldito tenía hambre obsequióle con una hermosa patata asada, todavía caliente...

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...que Teobaldito devoro con fruición y con un apetito digno de Gargantúa. La cosa no era para menos ya que la patata era enorme, aunque no tanto como su hambre y estaba maravillosamente asada. Saciado que hubo su voraz apetito y más optimista sobre su suerte, no obstante estar a muchos cientos de metros bajo tierra, empezó de nuevo su caminata siempre acompañado del diablejo que le ponía en antecedentes de todo cuanto visitaban, dándole una estupenda explicación y haciéndole maravillosas descripciones. De este modo fue enterándose del funcionamiento del infierno y así recorrieron varios departamentos infernales.

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Visitaron la laguna Estigia y vieron a Caronte el banquero que conducía una remesa de condenados ; vio otra estancia enorme, semejante a un gran embudo, por el que caía un chorro de oro fundido; era la cámara de castigo de los usureros, prestamistas y otras gentes de este jaez. También vio un enorme lago de vino tinto en el que hinchados como odres, se agitaban unos cuantos aficionados a empinar demasiado el codo. Pero lo que más excito la curiosidad de Teobaldito fue un gran lago destinado a supliciar a los que habían llevado malos pasos, en el que estaban todos cabeza abajo, sacando solo los pies.

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Triste impresión le produjo todo aquello pero para no enseñar la oreja, como vulgarmente se dice, siguió fingiendo y haciendo aspavientos sobre el buen funcionamiento de los servicios en aquel sector; pero, ir al infierno y quedarse sin ver la caldera de Pedro Botero era igual que ir a Roma y no ver el Vaticano; y eso no le pasaría a Teobaldito. Indicóselo a su diablejo acompañante y este condújole a una enorme cueva de altísima bóveda en el centro de la cual se erguía la celebérrima caldera por cuyos bordes correteaban diablillos armados de tridentes con los que daban vuelta a los condenados.

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No lejos de la gran caldera de Pedro Botero, hallábase el despacho de éste tallado en una roca que rezumaba azufre fundido por todos los lados. Aprovechando un momento de distracción del diablillo, a quien dejó enzarzado en una discusión infernal con otros compañeros, colóse en la dirección y vio que el diablo dormía a pierna suelta y roncaba como cualquier otro triste mortal que tuviera este pequeño defecto. Aproximóse cautelosamente a el y en menos tiempo del necesario para contarlo, agarrón un pelo, de un tirón se lo arrancó y salió corriendo.

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Duro y pesado era el sueño de Belcebú, pero no tanto que no se diera cuenta de la canallada que acababan de cometer con su cabeza y de la insubordinación que ese acto suponía. El era el jefe máximo y nadie en los infiernos era capaz de cometer un ultraje de esa índole sin ser severamente castigado. Despertó, pues, malhumorado y aun diríamos dado a todos los diablos, si no fuera porque ese era su estado normal, y mucho más creció su enojo cuando vio que el autor del atentado era un diablucho de categoría ínfima. Requirió su tridente y lanzóselo a la cabeza del atrevido con furia.

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Mal lo hubiera pasado Teobaldito si el demonio hubiera afinado la puntería; pero como quiera que había sido despertado tan bruscamente, temblóle, al parecer, el pulso y el tridente pasó silbando junto a la cabeza de nuestro trovador. Excusamos decir que la carrera que emprendió fue de tal naturaleza que aún el mismo diablo, con todo su poder sobrenatural comprendió que haría el ridículo si intentaba seguirle, por lo que encargó de su busca y captura a un diablillo de su policía privada, cuya misión era la de alinear y fichar a todos los condenados que se desmandaban.

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Puso manos a la obra aquel émulo de nuestro Sherlock Holmes, ignorando sin duda con quién se tenía que jugar los cuartos y el poder que en sí llevaba Teobaldito desde el momento en que era poseedor de un pelo de Satán, el que le encargara Malaspulgas, pero no fiándose mucho por haber observado alguna anormalidad en los procedimientos empleados por aquel diablillo, decidió echar mano de la artillería de grueso calibre representada por un dogo infernal descendiente directo de Cancerbero, muy ducho en esta clase de capturas y en quedarse carne de condenado entre sus dientes.

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Debidamente aleccionado por el diablillo detective salió el perro, una vez seguro de la pista, a gran velocidad, relamiéndose de gusto por anticipado ante el festín que pensaba darse con aquel audaz fugitivo ; pero no contaba con la serenidad de Teobaldito y con la presencia de ánimo que le adornaba cuando se veía en un aprieto. Sin dejar un momento de correr y al doblar un recodo de una galería vio que en la parte opuesta hacia lo mismo un monstruoso animal que al parecer le seguía; esperóle valientemente con el tridente en ristre.

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...y cuando comprendió que el tiro era seguro, se lo arrojó con pulso firme. El perro que como hemos dicho venía como una tromba, a pesar de su sagacidad y de estar curtido en estas lides, no pudo evitar el golpe, dándole el tridente de lleno en el pecho y dejándole ensartado como una morcilla. Revolcándose en su sangre y dando terribles aullidos quedó medio muerto aquel feroz auxiliar de Satanás que ya no pudo continuar la marcha, tiempo que fue aprovechado por nuestro trovador para poner pies en polvorosa caminando a la ventura...

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...hasta que el buen hado que parecía acompañarle le deparó otra aventura de la que pudo salir muy malparado. Acababa de desembocar, al final de una larga galería, en un gran salón, cuando notó que no podía avanzar y que sus pies se quedaban como clavados en el suelo. ¿Era otra celada de Satán? ¿A que obedecía su inmovilidad? Agachóse para conocer la causa y vio con sorpresa que había caído en un gran charco de pez, que salía de una gran cuba volcada, en el que estaba como un pajarito. Dejó abandonados allí los zapatos...

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...colocó la cuba frente a la puerta por el lado desfondado con lo que se propuso dejar al burlador burlado. Continuó corriendo y dando gritos para hacer creer a Belcebú que había caído En aquella celada y obligarle a acelerar el paso. La treta le salió bien; entró el diablo a una velocidad tan enorme que no pudo detenerse y sin poderlo evitar se incrustó materialmente en la cuba de pez quedándole fuera únicamente las piernas que agitaba violentamente. Mas confiado en su suerte por haber alejado aquel peligro...

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...y con el pelo de Satanás en la mano, continuo tranquilo su marcha, buscando lo único que se busca en un caso semejante: la salida. Trataba de orientarse en aquel laberinto, cuando de pronto oyó un horrible crujido, como si se hundieran aquellas negruzcas bóvedas, y vio como de las grietas salían enormes murciélagos, lanzando estridentes chillidos, que volaban azoradamente y los reptiles que por allí abundaban buscaban refugio con precipitación mientras de los techos caían enormes pedruscos...

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...y por la parte opuesta de aquel corredor avanzaba rugiendo una enorme llama verdosa precedida de piedras y de un humo azufrado que cortaba la respiración. La carrera que emprendió Teobaldito ante aquel peligro no es para descrita baste consignar que perdió hasta el rabo postizo que tan bonita y diabólica apariencia le daba sin soltar el pelo continuó su marcha a la misma velocidad fulmínea poniendo el pensamiento en su dama, la bella Luscinda y acordándose mucho de Malaspulgas...

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El pelo del diabloXXXIII

...que tan descabellada empresa le había encomendado, cuando se sintió envuelto en un torbellino de fuego y piedras y lanzado a los espacios con una violencia de proyectil. Era un volcán en actividad el que le hacía servir de juguete de su impulso. ¿Cuánto tiempo estuvo en el espacio? ¿Cómo aterrizo sin romperse las costillas? Cosas son estas que nadie podría adivinarlas y menos comprenderlas, pero lo cierto fue que Teobaldito encontróse de hoz y de coz en la tierra en un lugar desconocido para el, sano y salvo.

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El pelo del diabloXXXIV

Tentóse el cuerpo para ver si funcionaban normalmente todos sus órganos y al comprobar que estaba bien y que conservaba el pelo del Diablo en la mano, orientóse y salió con toda la velocidad que le permitían las piernas en busca de Malaspulgas. Después de unos días de camino divisó el castillo roquero, tras cuyos muros estaba sin duda la bella Luscinda esperándole con ansia, y al torvo Malaspulgas que parecía esperarle. Al verle venir con el pelo en la mano, quedase mudo de admiración por el valor del que juzgó un simple trovador.

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El pelo del diabloXXXV

Teobaldito llevó a la práctica una empresa dificilísima, tanto, que el principie Malaspulgas no hacia más que dar gritos estentóreos y voces de mando llamando a todos los del castillo para que vieran al héroe más grande de todos los tiempos y gritar a voz en cuello que le concedía la mano de su hija Luscinda. Tales extremos hizo que sus subordinados creyeron que le había dado un ataque fulminante de locura y en efecto; estaba loco de alegría. La bella Luscinda abrazó apasionadamente a su valeroso trovador y en el castillo empezaron a hacerse preparativos.

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El pelo del diabloXXXVI

Enviáronse mensajeros con la buena nueva del matrimonio de la linda castellana Luscinda con el trovador Teobaldito a los castillos vecinos y las puertas del de Malaspulgas se abrieron para recibir ricos presentes con que se obsequiaba á los novios y dar paso a lucidos cortejos de damas y caballeros que venían a presenciar la ceremonia. Todos felicitaban a la gentil pareja y le auguraban toda clase de dichas. Malaspulgas que no cabía en si de gozo obsequió aquellos días a sus huéspedes

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