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PASAJES Y VIVENCIAS HUMILDES
Quiero en primer lugar, dedicar con mis palabras mi más cariñoso
recuerdo a quien en realidad es el principal culpable de que hoy yo esté
aquí dirigiéndoos estas palabras. Por supuesto que me refiero a mi abuelo
Rafael.
A pesar de que desde el momento de mi nacimiento, mi padre me
introdujo en el mundo de la Semana Santa de la mano de la Cofradía de la
Santísima Virgen de la Amargura y Nuestra Señora de la Antigua, sin
embargo, no fue esa la túnica primera, que aún con el chupete en la boca
vestí. Tuve el honor de que mi puesta de largo en el mundo cofrade fuese
con la túnica del Señor de la Humildad. Una imagen que desde ese primer
momento caló en lo más profundo de mi, una túnica que cada año, cada
Jueves Santo, se convierte en mi segunda piel y que desde el primer día que
la vestí de la mano de mi abuelo y de mi primo Miguel, se fundió conmigo.
Y en mi vida, no hay Jueves Santo que se precie sin que le blanco y rojo de
mi túnica esté presente.
Él, desde el momento en que me cogió de la mano y depositó en ella
mi primer cirio, comenzó a inculcarme sin prisa pero sin pausa el amor a
este Cristo humilde. Con su ejemplo, aprendí a no perderme ni un año, la
visita a los Sagrarios.
Cada Jueves Santo comenzaba con esta tradición, y había que
hacerlo deprisa, pues la procesión nos esperaba a la vuelta de la esquina y
no se podía perder el tiempo.
Cuando terminábamos, no había tiempo que perder. Solamente nos
quitábamos la capa, merendábamos y enseguida, desde la calle Los moros
hasta la Parroquia del Soterraño, todo cuesta arriba. Pero lo que nos
esperaba era el culmen.
Allí estaba el paso, engalanado para lucir en todo su esplendor.
A lo largo de 30 años, he conocido a varios Hermanos Mayores, y
todos, recuerdo que se han esforzado porque este esplendor vaya
agrandándose cada año, hasta llegar a lo que hoy todos podemos
contemplar: un paso que estoy seguro será, si es que ya no lo es, el orgullo
de todos los cofrades y de Aguilar entero.
En todos estos años, unos y otros han logrado que ese Cristo que
encabeza el paso de misterio, transmita a cuantos lo contemplan, algo que
en los tiempos en que vivimos, cada vez se prodiga menos. Todos
queremos tener la razón, imponerla ante los demás, caiga quien caiga, y
pese a quien le pese. Y todo lo malo que nos ocurra lo vemos injusto. ¡No
merezco que me ocurra esto…. o esto otro!. Y sin embargo, ÉL, sentado en
medio de unas gentes que se mofaban, insultaban, vejaban y maltrataban
nos mira y nos insta a perdonar. ÉL, que no negó ser Dios y que sin
embargo no renegó de su humanidad. ÉL, que teniéndolo todo en sus
manos, se abrazó a su cruz, a nuestra cruz y se doblegó al suplicio, pero no
con resignación, sino con amor.
Yo, con mis ojos de niño, solo podía contemplar un Cristo humilde
en un paso bellamente engalanado.
En mi caminar, al lado de esta Cofradía, ya voy solo. La mano de mi
abuelo me soltó, pero su legado permanece en mí.
Su paso por esta Cofradía fue en silencio, sin armar ruido. Los años
en los que fue Hermano Mayor, fueron años de muchas dificultades, de
muchos contratiempos y no menos sobresaltos, según me cuenta mi madre.
Pero eso, no fue motivo para renegar de su túnica. Como si de una cruz se
tratase, la abrazó con amor.
No se resignaba a dejarla a pesar de que las fuerzas ya no le
acompañaban. Recuerdo el día en que al subir del Cristo de la Salud, hubo
que sacarle una silla en la esquina del Hospital, porque no pudo seguir. Aún
así, no lo dejó de golpe. Se vestía y acompañaba la procesión hasta las
Descalzas, luego, cuando la capa ya le pesaba demasiado, lo hacía con su
traje gris. Años más tarde, la veía pasar desde el balcón de su piso. Más
adelante, descorría las cortinas y las veía pasar desde su cuarto. Y recuerdo
el año en que mi madre me dijo: “ Este año, el abuelo, no ha encendido ni
la luz”. Le costó trabajo dejar de acompañar al Señor de la Humildad, pero
su ejemplo no ha caído en saco roto y durante muchos años supo transmitir
a los suyos el amor a este Cristo y a esta Cofradía.
No puedo participar en esta Hermandad todo lo que desearía, por
motivos puramente de distancia. Pero cada Jueves Santo, es como si el
tiempo se hubiese detenido en los años de mi niñez. Y, por la mañana, ahí
están, como siempre, las túnicas impecables, recién planchadas, colgadas
en los pestillos de los balcones esperando la hora para vestirla con toda la
dignidad de la que soy capaz, y acompañar a Jesús humilde en su estación
de penitencia.
Una estación de penitencia que quisiera haceros partícipe de lo que
para mí significa.
Desde el primer momento en que me dispuse a escribir, multitud de
veces me han asaltado infinidad de dudas sobre cómo intentar plasmar
parte de mis sentimientos en este encuentro íntimo que vamos a tener esta
noche.
Hubo momentos, en que incluso desistía en el intento, no por
desgana, sino porque surgía en mí la imposibilidad de desentrañar las
vivencias que me genera pertenecer a esta Hermandad, y cómo yo la
concibo.
No me considero un gran disertador, y además, tengo el defecto de
que cuando tengo que hablar de algo, lo hago desde una óptica demasiado
subjetiva, y sé, que a veces esto, puede acarrear en los que me oye un cierto
grado de desaprobación. Pero también pienso, que todo cuanto decimos, si
sale desde lo más profundo de nuestros sentimientos, es la mejor manera de
explicarlo. Así que me vais a permitir que ese sea el hilo conductor: El
sentimiento, aquel que hace aflorar palabras, que por norma general, no
saldrían si no fueran pensadas desde lo más recóndito de nuestra alma; Esa
parte de nuestro ser que a veces cuidamos tampoco y que sin embargo
puede encerrar los más bellos sentimientos.
No sé si lo que hoy aquí percibiréis estará a la altura de lo que habéis
venido buscando. Así que os propongo que os desvistáis de vuestras
expectativas, que me deis la mano y a lo largo de los próximos minutos me
acompañéis a través de mi propio sentir. Un sentimiento englobado en las
vivencias que esta cofradía me ha aportado y que lo único que han hecho
no ha sido otra cosa sino aumentar mi fe como miembro de la Iglesia.
Querido Hermano Mayor y Junta de Gobierno, amigos y hermanos
en Cristo, buenas noches:
Gracias a unos por darme la oportunidad de poder estar hoy aquí
entre vosotros y gracias a todos y cada uno de los aquí presentes por
acompañarme esta noche. Espero que todos paséis un rato agradable y en
mayor o menor medida cercano.
Quisiera haceros partícipe esta noche de varias cosas.
En primer lugar de mi visión cofrade y de hermandad; De lo que
siento cada vez que veo a nuestro bendito titular en el interior de su templo
y lo que experimento cada vez que lo veo traspasar el umbral del mismo.
En segundo lugar, quisiera poder transmitiros lo que modestamente
siento y pienso de esa vida que fue dada por y para los demás, y que intento
hacerla presente en mi devenir cual sombra acompañante en todos mis
actos.
Ya os he hecho partícipes de mis vivencias alrededor de esta
hermandad, y que algunos de los aquí presentes las habéis vivido a mi lado.
Para los demás, he intentado que comprendáis el por qué de tanto amor
hacia esta imagen.
Serán muchas, las veces que oiréis decir a lo largo de los próximos
minutos la palabra Hermandad. Para quien se siente cristiano y amante del
mundo cofrade, esta palabra encierra aspectos que debería hacernos sentir
especiales.
Otra palabra que no tendré más remedio que repetir será
HUMILDAD.
Tratar el tema de la Humildad quizá pueda parecer un poco
pretensioso, porque el que más y el que menos, tenemos arrestos de orgullo
para dar y regalar, cosas que es la antítesis de esta palabra.
La Humildad es un adjetivo muy edulcorado en nuestros días, quizá
hasta algo manido, pero sin embargo, tan presente y real a lo largo de toda
la vida de Jesús.
Él vino a servir y no a ser servido. Y esto solo puede hacerse desde la
humildad. Este modelo de vida siempre tiene su recompensa. Baste como
ejemplo esta frase que recoge San Mateo en su Evangelio: “El que se
enaltece, será humillado y el que se humilla, será enaltecido”.
Pero el ejemplo vivo y palpable de la humildad, la tenemos en la
imagen de nuestro Cristo. Su mirada serena, su postura paciente. Ante el
suplicio inminente, ÉL no pone de manifiesto su poder, aunque podía
haberlo hecho. Sin embargo, su misión, la misión encomendada por el
Padre, era salvar al mundo y Él, la acogió con infinito amor al hombre. Y
es que la humildad bien entendida sólo puede llevarnos al ejercicio del
perdón, sin pregonar a los cuatro vientos todo el bien que podamos hacer.
La humildad verdadera impide que la persona manifieste vanidad,
orgullo; ese tipo de humildad favorece el trato con nuestros semejantes a
través de la comprensión y consideración.
Es una palabra tan recurrente en el diario, que muchas veces
obviamos la importancia de su significado, echando por tierra su verdadera
personalidad; si queridos amigos es una palabra con una fortísima carga de
personalidad, de verdad, de autenticidad. Una término que puede estar
acompañado de multitud de epítetos y estoy plenamente seguro que
ninguno de ellos desentonaría a su lado.
No debemos olvidar que pertenecemos a una cofradía en la que su
máxima regla debe de ser, el llevar a gala esa bien entendida
HUMILDAD; bajo el paraguas de este término podemos llegar a transmitir
multitud de sentimientos todos ellos con una fuerte carga de amor
llegándonos incluso a sentir orgullosos en esa transmisión; el problema
radica cuando ese orgullo no lo entendemos como tal y lo llevamos al
extremo dejando en evidencia muchas reglas básicas de las que no sólo
nuestra cofradía debe der garante sino todas y cada una de las que se
compone nuestra semana mayor.
En un pasaje del Evangelio de San Lucas, se nos presenta un claro
contraste entre el orgullo y la humildad: “El fariseo que se exaltó a si
mismo, no logró el favor de Dios, mientras que el publicano que
confesó ser pecador alcanzó su misericordia. Dios siempre condena el
orgullo, más bien siempre aprueba la humildad”.
Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento está lleno de epígrafes
y alocuciones referentes a la humildad, a esa maltraída humildad en
nuestros días. Hay uno de ellos en el que se puede resumir con absoluta
claridad un mensaje que nuestro titular me ha llegado a transmitir una vez
alcanzada cierta madurez al admirar su rostro:
“LA MODESTIA ES FRUTO NATURAL DE LA HUMILDAD EN
TODA ÁREA DE LA VIDA DE LA PERSONA HUMILDE”.
Pero, ¿Por qué deberíamos tener esta virtud? Pregunta sugerente y a
la vez recurrente que tantas veces ha revoloteado sobre mi cabeza antes de
disponerme a escribir estas líneas.
¿Por qué Jesús nos insta a ponerla en práctica? Y, ¿Por qué nosotros
los cristianos, los integrantes de esta cofradía y de todas las demás tenemos
que sentir la necesidad de ponerla en práctica?
La respuesta siempre tiene un denominador común, y es que solo
practicándola, podremos sentirnos en verdadera hermandad. La hermandad
que debería ser inherente en cada uno de nosotros, y que es la que nos haría
ser verdaderamente cofrades, hermanos, responsables del mensaje que
nuestros titular quiere transmitirnos. No podemos negar esta
responsabilidad, sino que tenemos que vivir en la búsqueda de respuestas
que satisfagan ese cosquilleo interior que a veces nos invade.
Esa introspección, siempre será satisfactoria. Persistir en la búsqueda
de respuestas que nos hagan encontrar el significado de nuestro ser cofrade,
de nuestro ser hermano del Señor de la Humildad. Busquemos hasta la
extenuación si fuera necesario, lleguemos hasta lo más profundo de
nuestros corazones y encontraremos esas respuestas que nos llenarán de
alivio cuando estemos atravesando escenarios adversos en nuestra vida.
Igualmente son varias las ocasiones en las que se me presenta la
siguiente duda: ¿Cuál es el verdadero significado de la palabra
Hermandad? Esa que llevan todas las cofradías que conforman nuestra
Semana Santa.
Pienso que casi todos los aquí presentes, seguro que todos cofrades y
hermanos de diferentes cofradías, estaréis de acuerdo conmigo. Los menos,
disentirán ante la respuesta que pueda llegar a dar.
No pretendo ser presuntuoso en la respuesta y mucho menos
incondescendiente sobre los que no piensen de la misma forma del que hoy
aquí os habla. Para mí, la hermandad debería enseñarnos el significado de
espíritu servicial, de ayuda para con el hermano necesitado o con
problemas. Un compromiso personal que tiene que venir dado desde
nuestro compromiso cristiano. Tiene que ir más allá del meramente
cofrade, del cumplimiento de unas reglas. Tiene que llevarnos sin grades
aspavientos a proclamar la única verdad existente que nos fue dada por
Dios y solamente apoyados en ÉL, cumplir el verdadero significado de lo
que yo llamo: “HACER HERMANDAD”.
Este espíritu, se nos debería acrecentar, más si cabe, en la Semana
Mayor. Nuestra petición al Padre, que en estos días se nos presenta
infinitamente misericordioso, no puede convertirse en un grito desesperado.
Estos días, nos brindan la oportunidad de estar en un contacto mucho más
directo con Él.
Hermanarnos todos los que tenemos el honor y privilegio, tan poco
entendido por algunos, de hacer estación de penitencia, y que nuestra
premisa más importante, debería ser mostrar el coraje bien entendido, que
todo cristiano debe tener para mostrar la fortaleza de su fe, esa que a veces
flaquea pero que tanto nos ayuda a caminar con firmeza, sorteando los
obstáculos que el diario nos presenta; una fortaleza que debe estar
cimentada en nuestro orgullo de ser fieles seguidores de Cristo. Decir sin
ataduras que creemos en sus palabras y que no nos avergonzamos de ello,
todo lo contrario, que su enseñanza es nuestro aprendizaje y que el
seguimiento de su palabra es nuestra fortaleza y nuestra ayuda. Que en ÉL,
cimentamos nuestra vida espiritual. Unidos en todo esto, también hacemos
Hermandad a la vez que nos hacemos sentir verdaderos hijos de Dios.
La hermandad no debe estar solamente centrada en el número de
hermanos que la puedan componer. No se trata solamente de pagar una
cuota anualmente y obviar el motivo por el que pertenecemos a ella.
Tampoco podemos centrarnos solamente en nuestra estación de penitencia.
Debemos ser conscientes, que para que la hermandad sea amplia, tenemos
que sentirnos plenos, en primer lugar de ser cofrades, de no avergonzarnos
de decir que creemos, que creemos a quien acompañamos cada Jueves
Santo, que creemos en quien a diario miramos para pedir algo o por
alguien.
ÉL no se avergüenza de nosotros, ¿cómo nos vamos entonces
nosotros a avergonzar de creer en ÉL y en su palabra? Nosotros no
podemos sentirnos orgullosos solamente por acompañarlo en su estación de
penitencia, sino por seguirlo en nuestro día a día. Y nosotros, los cofrades
de nuestro Señor de la Humildad, tenemos que llevar esto a gala. Es más,
creo q ue lo llevamos.
Hermandad queridos amigos no es sólo visitar a nuestro titular de
año en año; hermandad es proclamar cristiandad a lo largo de todo el año,
no llegar a renegar de ello por falso pudor. La hipocresía es la peor de las
vergüenzas que como seres humanos tenemos. Una hipocresía que
debemos saber combatirla, y para ello contamos con la mejor de las
herramientas que tenemos a nuestro alcance y no es otra que la firmeza en
nuestra creencia de sentirnos auténticos hijos de Dios.
No quiero pecar de vehemente. Los que me conocen, mis amigos,
saben que puedo excederme a la hora de exaltar las bondades de nuestra
cofradía, de nuestra hermandad, y de los principios que creo que la rigen.
No significa que las demás sean mejores ni peores que la mía, no se
trata de eso, sino que a la hora de reivindicar una opinión, el razonamiento
es bastón clave para cualquier tipo de explicación, sin olvidar el corazón,
que en muchas ocasiones, nos guía por la senda de dicho razonamiento.
En muchas ocasiones, mis amigos y yo llegamos a diferir en algunos
conceptos de cómo afrontar alguna problemática, que como es normal,
también puede ocurrir en cualquier hermandad. Pero si hay algo que hace
que dicha amistad permanezca inalterada y fuerte con el paso de los años,
es el concepto de hermandad que tenemos. Hermandad; bendito nexo de
unión que nos hace mirar todo aquello que contemplamos desde una óptica
única.
Un nexo de unión que en las cofradías pienso tiene que ser su titular:
el Señor de Aguilar, con nombres diferentes, con el que nos sentimos
cercanos y este, debe ser nuestro mayor baluarte. Eso nos ha ayudado
mucho a sentirnos cercanos a ÉL a lo que en su día predicó y al sacrificio
que por nosotros realizó.
Si hay algo de lo que siento un inmenso orgullo y responsabilidad, es
de lo que un día me transmitió esa persona que hizo que hoy pueda estar
aquí hablando en calidad de cofrade. La que hizo que vistiera mi primer
hábito nazareno. Mi abuelo me transmitió, sin decir nada verbalmente, pero
diciéndolo todo con su ejemplo, la importancia y respeto que tenía el acto
de portarlo. Otras cosas podían pasarme desapercibidas, pero la
importancia que él daba al hecho de vestirse de cofrade, ha hecho que las
16:30 de cada Jueves Santo se convierta en todo un rito.
Creo que el acto de vestir una túnica es el más puro e inmaculado
que como cofrades podemos llegar a tener.
Eso, queridos amigos, solo podemos sentirlo nosotros. Supongo que
en todas las hermandades se sentirá algo parecido, pero creo que nuestra
hermandad destila una serie de aromas inconfundibles; no se trata de pasar
más o menos desapercibidos, se trata como yo lo llamo de realizar un rezo
silencioso que es el que transmite la fila de nazarenos en plena cuesta de la
Parroquia, en calle Lorca, Carrera, Santa Brígida… Ese rezo me hace sentir
un orgullo especial de pertenecer a esta cofradía. El vestirnos de nazareno,
nos debería llevar a mirarnos hacia dentro y asimilar las enseñanzas
promovidas por el Cristo al que acompañamos.
El llevarla, hace que desaparezca el alborozo que se respira por la
calles, y que solo quedemos nosotros, con la única compañía de nuestro
silencio.
Un silencio que durante 5 horas nos lleve a recapacitar sobre el
sacrificio tan inmenso que costó nuestra salvación; no debemos de olvidar
que fuimos comprados a precio de sangre. Cinco horas en las que el
silencio nos obligue a hablarle a lo más inhóspito en que a veces se
convierte nuestro corazón. Cinco horas en las que hacer una profunda
profesión de nuestra fe.
Es la forma más íntima en la que nuestras plegarias pueden ser
realizadas. Un rezo lleno de amor y esperanza que muchas veces, al
descubierto, no somos capaces de realizar por una especie de falso pudor.
Es también, una forma de repartir oración a todos aquellos, que aún
siendo creyentes, no han experimentado el enorme gozo que nos
provocamos a nosotros mismos cada vez que entablamos esa íntima
conversación con Dios.
Como dije anteriormente quizás no seamos muchos en cuanto a
cuota de hermanos se refiere, pero, por la gente que conozco dentro de la
Cofradía, me atrevo a afirmar que ese número es inversamente
proporcional, a la devoción y creencia que sentimos.
Algunos pensarán que hay muchas formas de creer, y no seré yo si es
más válida una u otra, pero sí quisiera mostrar mi opinión acerca de la fe de
todo cristiano cofrade.
No podemos pararnos a creer solamente en un Jesús humillado,
maltratado, crucificado y finalmente muerto.
Nuestra fe nos dice que creemos en un Cristo vivo, resucitado,
redentor de la humanidad entera y cercano.
Alimentemos esa fe, perseveremos en ella, no desfallezcamos, a la
hora no solo de sentirla, sino de promoverla. Esta cofradía debe de ser
garante de lo que aveces tanto añora nuestra sociedad; y nosotros como
miembros de ella, tenemos la obligación de hacerla llegar al mayor número
posible de personas.
Promovamos la visita a los Santos Sagrarios, no solamente porque
sea una tradición en nuestro pueblo, que lo es, no porque sea algo que
forme parte de nuestra idiosincrasia, que lo es, sino porque es un acto de
amor y agradecimiento a quien en esos momento, está siendo injustamente
juzgado. Solamente por eso, debemos aprovechar esta oportunidad que la
iglesia nos brinda. Y creo que no lo hacemos simplemente por apatía.
(Pecado capital del que ninguno estamos a salvo y que nos invade con
mucha frecuencia; más de la necesaria).
Es algo, que cuando tengo la oportunidad de debatir en alguna
tertulia lo defiendo con la vehemencia que en estos casos me caracteriza,
porque es algo de lo que estoy plenamente convencido.
Quizá sea uno de esos mal llamados puristas, que piensa que esto
debería ser norma de obligado cumplimiento para todos los cofrades que ha
realizado a vayan a realizar su estación de penitencia. Dejemos a un lado
nuestra desidia o nuestro cansancio y aprovechemos esta ocasión para que
en estas visitas a los Sagrarios hagamos un verdadero acto de fe, también
en Hermandad.
Con la realización de este acto, nos ponemos en disposición para que
la estación de penitencia que nos espera con nuestro bendito titular no se
convierta en un mero recorrido, sino que como cristiano, esta sea un
ejercicio de oración y agradecimiento por esa noche interminable de juicio
que mostró las vergüenzas de una sociedad falta de valores sin sentimientos
hacia la verdadera justicia, algo que en los días que corren nos debería de
hacer pensar, ya que se aproxima mucho a lo que nuestro salvador sufrió.
Un sacrificio, que por amor se convirtió en fiel reflejo de los valores
que debería imperar y que por dejadez se disuelven cual azucarillo entre los
laberintos de nuestra conciencia.
Por eso, queridos amigos, desde esta oportunidad que se me ha dado,
quiero deciros bien fuerte que voceemos nuestra fe, que la pongamos de
manifiesto, que la alimentemos y cuidemos como unos padres a sus hijos.
La fe debe de ser vivida bajo una serie de pautas en las que todos los
llamados hijos de Dios debemos de seguir; como dije anteriormente, el ser
Nazareno es fe pero no puede quedar sólo en ello. Debemos de ir mucho
más allá sin ningún tipo de temor, miedo o vergüenza.
Si se tiene fe tendremos la capacidad necesaria para hablar con Él. Él
es tan grande que tiene tiempo para nosotros. En ese rostro que observamos
cada vez que nuestra mirada se fija en Nuestro Padre Jesús de la Humildad
encontramos el rostro de Dios que ha bajado a nuestro mundo para
sumergirse en él y enseñarnos el camino por el que transitar. La Biblia nos
transmite que “sin fe es imposible agradar a Dios” por lo que la búsqueda
de esa fe debería de ser motivo más que principal en nuestras vidas.
Para los cristianos no tenemos semana más importante en el año que
la Semana Santa. Aprovechemos la oportunidad que se nos da para
sumergirnos en los acontecimientos centrales en la vida de nuestro
salvador.
Con ella tendremos la capacidad necesaria para que cada vez que
nuestra mirada se fije en Nuestro Padre Jesús de la Humildad encontremos
el rostro de Dios que se baja hasta nosotros para enseñarnos el camino
verdadero.
Como dijo Juan Pablo II: “Abramos nuestras puertas a Cristo” y
dejemos que pase e ilumine nuestras vidas.
Se lo que muchos de vosotros podrá pensar en este momento; eso de
que la fe cada uno la vive a su forma puede ser válido en muchas
ocasiones salvo en una. Si nos sentimos hijos de Dios y miembros de su
iglesia ese razonamiento no puede ser todo lo válido que queramos. La fe
debe de ser vivida bajo una serie de pautas en las que todos los llamados
hijos de Dios debemos de seguir; el ser Nazareno es fe pero no puede
quedar sólo en ello. Debemos de ir mucho más allá sin ningún tipo de
temor, miedo o vergüenza.
Tener fe es algo tan apasionante que hace que todo lo que tengamos
inerte en nuestros corazones cobre vida; no hay nada más bello para un
cofrade, para alguien de hermandad tener fe, sentir que todo cuanto
hacemos tiene una causa justificada, que cualquier cosa que nos pueda
pasar tendrá una justificación… No podemos caminar sin fe, todo nuestro
mundo se tambalearía y lo que es más importante todo carecería de razón.
Este sacrificio inmenso del Hijo tuvo la recompensa suprema del
Padre. Así, que me vais a permitir que termine con un himno que creo lo
pone de manifiesto y que me acompaña a lo largo de estas últimas semanas
cada vez que pienso o siento en nuestro Padre Jesús de la Humildad.
“Cristo, a pesar de su condición divina
No hizo alarde de su categoría de Dios,
Al contrario, se despojó de su rango
Y tomó la condición de esclavo
Pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre cualquiera
Se rebajó hasta someterse incluso a la muerte
Y una muerte de cruz.
Por eso Dios, lo levanto sobre todo
Y le concedió el nombre sobre todo nombre
De modo que al nombre de Jesús
Toda rodilla se doble
En el cielo, en la tierra, en el abismo
Y toda lengua proclame:
Jesucristo es señor para gloría de Dios padre”
ESTE ES MI CRISTO Y EL TUYO. ESTE ES NUESTRO SEÑOR DE
LA HUMILDAD.