474

Diario de un silvestrista

Embed Size (px)

Citation preview

Page 1: Diario de  un silvestrista
Page 2: Diario de  un silvestrista

DIARIO

DE UN SILVESTRISTA I

ANA

MARLYN BECERRA BERDUGO

Page 3: Diario de  un silvestrista

Dedico estas páginas a todos los que llevan la

bandera roja del silvestrismo en su corazón.-

Marlyn Becerra-

Page 4: Diario de  un silvestrista

“No hay nada que el Silvestrismo no pueda

curar”

Ana.-

Page 5: Diario de  un silvestrista

LA HISTORIA DE ANA

Después de tres copas de vino, pagué la cuenta y le pedí al

mesero un taxi, cuando subí a aquel automóvil, no sospechaba los cambios que llegarían a mi vida, ni hasta donde me llevaría

abordarlo.

- ¿Dirección a la que va señorita? Preguntó el joven taxista.

- ¡Por favor! – Dije – ¿Puede dar algunas vueltas por la ciudad? Necesito aire fresco.

Sin más, el taxista aceleró el automóvil y nos adentramos en las

calles de la ciudad. Durante un largo rato permanecimos en silencio, bajé la ventanilla y respiré acompasadamente, llenando mis pulmones del aire gélido de la noche, dejando que el viento

se llevara uno a uno, mis temores. Pensé en Rafael; sus celos perturbaban mi vida, él insistía que la solución era casarnos.

- ¿Desea ir a algún lugar señorita? Preguntó el taxista.

- Sí, quisiera divertirme un poco, hoy es mi cumpleaños ¿Conoce un lugar bonito, donde la gente sea feliz?

- ¡Feliz cumpleaños! Exclamó. Luego de pensar un poco contestó mi pregunta. Hay un bar muy alegre, se llama “Mi

Gente”, queda en un barrio sencillo y no sé si Usted desee ir allí.

- Lléveme, me gusta el nombre, lo único que le pido es que vuelva por mí en dos horas, me sentiré más segura si

Usted regresa.

- Sí, no hay problema señorita.

Agradecí la recomendación, pagué la carrera y me despedí de mi guía nocturno. El lugar era sencillo, la música me llegaba cada

Page 6: Diario de  un silvestrista

vez que abrían y cerraban la puerta, debí esperar unos veinte minutos, ya que examinaban a cada cliente por medidas de

seguridad; pensé que Rafael moriría de un infarto, si me hubiese visto, con mi vestido rosa y tacones de aguja, en un Bar como este.

Cuando llegó mi momento de entrar, un joven agradable me

recibió dándome un folleto del lugar, me brindó una hermosa sonrisa y me dejó pasar. Pensé que por una sonrisa como aquella, valía la pena haber escapado por dos horas de los formalismos

que rodeaban mi vida.

Al entrar en el local, una señorita de cabello rubio platinado, me

ofreció una bebida blanca, servida en una pequeña copita, la acepté entusiasmada. Me habían dado la bienvenida más calurosa

del mundo, el liquidó quemó mi garganta, era alcohol puro.

<<Así se celebra un cumpleaños>> Pensé.

Quería sentarme en la barra, dudé por un instante. Rafael decía

que era de mal gusto, que los hombres piensan que si una chica se sienta en la barra, anda buscando fiesta. Yo no buscaba nada malo, pero si quería fiesta, así que tomé un segundo trago de la

rubia y con determinación, busqué un sitio en la barra.

Como bien lo decía el nombre del local, era un lugar de gente, estaba abarrotado esa noche, así que, en la primera silla disponible me senté con la más mínima intención de pararme de

allí, hasta que me rescatara mi taxista, así que pedí al barman, la bebida de la casa. Me fue imposible creer que el chico de la barra

era exactamente idéntico al de la puerta; cuando él me vio con la boca abierta, sonrío de la forma más bella que puede hacerlo un hombre, más hermoso que el chico de la recepción del Bar.

- ¡Gemelos! Logre leer de sus labios. Sonreí y le pedí a toda

voz, la bebida de la casa. La música en aquel lugar era realmente alegre.

Page 7: Diario de  un silvestrista

En instantes me sirvió una enorme copa con un líquido rojo, al cual el joven de la barra prendió fuego y me pidió con señas que

apagara las llamas.

Soplé tan fuerte, como si se tratara de mi pastel de cumpleaños y

aplaudí, como si nadie me estuviera viendo, me acerqué a la copa y di un pequeño sorbo a mi bebida. Fue increíble, no era dulce,

tan poco amarga, me hizo cosquillas en la garganta; y debo confesar que me sentí feliz. El joven sonrío y me guiñó un ojo. Con señas, cual si fuéramos mudos y sordos, le pregunte que

cómo se llamaba el trago, y en vez de gritar o dibujar palabras en el aire, tomo un bolígrafo y en una servilleta escribió:

“Silvestrista”.

No entendí por qué recibía aquel nombre, pero igual pedí uno tras

otro, y creo que tomé muchos silvestristas. Mientras tomaba mis bebidas calientes y alegres, se me acercaron varios jóvenes, pero con mucha educación les insistí que esperaba a alguien. A la hora

de mi ingreso en aquel alegre lugar, el muchacho de la barra, desapareció y lo sustituyó un chico moreno, debo decir que

aquello me incomodó un poco. Me encantaba esa sonrisa, estuve a punto de pagar la cuenta e irme, pero recordé que mi taxi de

confianza aún demoraba.

- ¿Te puedo acompañar? El chico de los tragos rojos, estaba a mi

lado.

- ¡Claro!- Respondí. Me sentía totalmente fascinada, en sus ojos

brillaba un fuego, jamás en toda mi vida, había visto una mirada tan resplandeciente.

- Creo bonita que te han gustado los silvestristas. Llevas unos cuantos y no aparentas estar ebria.

- ¿Tienen mucho alcohol? Le miré hipnotizada.

- La mezcla es fuerte, no te digo los ingredientes porque me robas la receta bonita. La punta de sus dedos tocó mi nariz. Aquel

gesto me hirvió la sangre, debí verme más roja que mi bebida,

Page 8: Diario de  un silvestrista

pues me sentí muy sonrojada. Traté de comportarme como siempre lo había hecho en mi vida, de forma fría y respetuosa, así

que le pregunte lo primero que se me vino a la cabeza.

- ¿Por qué mi bebida se llama Silvestrista? No tiene mucho

sentido, algo silvestre debería ser verde, no rojo.

El joven soltó una carcajada y todo su rostro se iluminó, pude

detallar sus hermosos ojos, su cabello era claro, no como la chica del trago de alcohol, era un rubio mucho más oscuro.

- Se llama así por mi cantante favorito. ¿Nunca has escuchado a Silvestre?

- ¡No! Conteste. En realidad ese nombre solo me hizo pensar

en los pajaritos de la selva.

Mi hermoso acompañante le hizo señas al otro barman, quien se

retiró a buscar algo, de pronto, la música del bar cambió por lo que reconocí como vallenato, algo muy rápido, y en la enorme pantalla del Bar, vi por primera vez a Silvestre, el cantante

aunque tenía sobrepeso, sus movimientos eran muy rápidos y diferentes a cualquier baile que hubiera visto en videos; la gente

del bar lo conocía bien, todos aplaudían y bailaban como locos.

Mi acompañante de mirada radiante, me tomó de la mano y me

llevó a la pista de baile, no tuve tiempo de negarme, además los tragos rojos “silvestristas” comenzaban a hacerme efecto; y mi

alegría se unió al gentilicio del local. Sin saber cómo bailar, no hice más que moverme un poco y aplaudir, sentí lo que era ser libre, me sentí feliz de estar allí con el hombre más lindo del

universo.

La melodía cambió y el vallenato del cantante se volvió romántico, todos comenzaron a bailar tiernamente con sus parejas, por lo que me dirigí a mi respectivo asiento, el joven a

mi lado, era hermoso, pero también era un desconocido. Recordé que pronto me casaría; y que no debía mirar de esa forma a otro

Page 9: Diario de  un silvestrista

hombre, lo que estaba haciendo era impropio y debía irme de inmediato.

- ¿Te has molestado bonita? Preguntó el muchacho.

- ¡No! Solo estoy cansada. Dije enfadada conmigo misma.

- ¿Quieres otro trago? Lo invita la casa. Dijo sonriendo.

- ¡No! Eres muy amable, pero ya vienen a buscarme y estoy

algo mareada. Tome mí cartera, lo miré por última vez y me fui de aquel alegre lugar a mi mundo real.

Cuando llegue a casa, cerré la puerta suavemente y me senté a llorar, sin saber por qué. Me dolía el pecho, me quité los tacones y los arrojé al pasillo. Recordé todas las enseñanzas de Rafael,

cosas que siempre me parecieron entupidas, como: <<Una mujer decente no sale sola>> <<Debes usar tacones, son zapatos de

mujer, no los que usas>> <<Jamás debes aceptar un trago de otro hombre, eso hablará muy mal de ti>>

¡ESTOY CANSADA DE QUE GOBIERNES MI VIDA! Grité al pasillo oscuro de mi casa. Las lágrimas me golpearon de una forma

extraña, me levanté, estaba mareada. Conseguí la puerta que buscaba, encendí la luz. El espejo me devolvió el espectro de una mujer que no quería reconocer, los trastornos alimenticios que

padecía, por no querer engordar, se me notaban cada vez más, estaba pálida y famélica. Dos gruesas gotas negras me marcaban

las mejillas ¡DETESTO EL MAQUILLAJE! Me dije a mí misma, y frente al espejo me quité el vestido rosado, abrí la llave de la regadera y me acosté en la bañera.

Pensé en ese instante que había bebido demasiado, mientras el

agua fría me calmaba el mareo. Unas cuantas lágrimas más persistieron, hasta que recordé el rostro de los gemelos, eran como ver al hombre de tu vida, dos veces. Su dulce rostro, su

mirada brillante y alegre, su retrato estaba impreso en mi memoria.

Page 10: Diario de  un silvestrista

¡NO! No, son los “silvestristas”… es mi vida la que me tiene mal. Dije, caminando desnuda hacia mi habitación. Me gustaba sentir

la piel húmeda, que las gotas se deslizaran y el frío me calmara las tristezas.

Sin saber cómo una insistente canción de vallenato, sonaba una y otra vez, dentro de mi cabeza, para poder librarme de ella, me fui

a dormir.

Page 11: Diario de  un silvestrista

RAFAEL

A la mañana siguiente, me desperté con un terrible dolor de

cabeza, los “silvestristas”, me habían estallado tan pronto toqué la cama. Me tomé dos pastillas con un vaso de agua y unas gotas

de limón, y al encender mi celular pensé que el mundo se me venía encima.

<<Rafael>>

Tenía nueve mensajes de voz y varios de texto, no escuché ni leí

ninguno, sabía perfectamente que Rafael estaba furioso, por no haberme controlado la noche anterior. Como por arte de magia,

el teléfono dio un pitido y contesté.

- ¿AL MENOS ESTAS VIVA? Más que una pregunta, fue un

grito que retumbó en mi cerebro.

- ¿Es necesario que grites? Murmuré.

Increíblemente Rafael colgó la llamada, lamenté haberme portado

grosera, pero el dolor de cabeza no me permitió contestar nada más. Dormí durante horas, era domingo y no trabajaría hasta el día siguiente. A eso de las tres de la tarde y luego de una sopa de

cebollas, recuperé mi ser, y lo primero que se me vino a la mente fue la melodía de la noche anterior, no recordaba la letra, pero

era agradable la alegría que emanaba de mis recuerdos, su sonido estaba impregnado en mi memoria.

- No sé su nombre, no le pregunté su nombre.- susurré- busqué mi cartera y encontré la servilleta “Silvestrista”,

nada más, ni un número telefónico, ni nada que me indicara quién era. En el folleto del bar, solo había los diferentes nombres de bebidas alcohólicas y sus precios,

ninguna información más.

Page 12: Diario de  un silvestrista

Fue una semana insoportable, Rafael gritó, casi todos los días, me regañó como a una niña, y no sentí las menores ganas de

disculparme, yo no había cometido ningún crimen, solo celebré dos horas mi cumpleaños, era mi derecho, pero tampoco quise agrandar el asunto y me mantuve al margen de la discusión.

Siempre que Rafael gritaba, yo me sumía en un silencio sepulcral.

- Ahora la señorita después de perderse toda una noche, no me habla, ¿Qué hubieras dicho, si quien se va de fiesta soy yo? El peor hombre del mundo… ¡Ana mírame cuando te

hablo! Sabrá Dios con quién estabas, o qué hiciste, te has comportado como una cualquiera.

- Estas gritando Rafael; y así, de verdad que no puedo.

Durante días profesé las enormes ganas de regresar aquel sencillo Bar, anhelaba saber el nombre del muchacho de bonita sonrisa. Pero no me atrevía a ir sola de nuevo, sentía que

cometería un grave pecado. Por más que les pedí a mis decentes amigas que me acompañaran, ninguna quiso ni por asomo ir a

aquel barrio, supuestamente peligroso. Insistían en que no era un lugar para una mujer comprometida.

Dos semanas después de mi cumpleaños, decidí arreglar las cosas con Rafael, así que fui a su casa. Para mí sorpresa había una

fiesta esa noche, y al llegar noté incomodidad en todos sus amigos. Por lo visto no esperaban que asistiera. Los saludé como si supiera que allí había una reunión, busqué a mi prometido con

la mirada y no lo vi, hasta que la cara que puso mi suegra me mostró, que algo pasaba. Instintivamente fui a la habitación de

Rafael, no estaba solo, con él se encontraba una joven muy bonita y muy alta, yo no entendía que ocurría.

Miré a Rafael y su rostro estaba blanco como la hoja de un papel, la joven me miró y Dijo: ¡Soy su prometida! ¡Vamos a casarnos!

Creo que sentí en ese instante lo que en derecho se llama intenso dolor, una cinta negra se desprendió de mis ojos, era como si

hubiera estado vendada hasta entonces, apreté mis puños y lo

Page 13: Diario de  un silvestrista

miré, fue sorprendente ver como el hombre que dominaba mi vida, era alguien que no dominaba la suya. Él bajo la mirada, lo

cual me bastó para marcharme.

Mi taxi esperaba afuera, alguien gritó algo, otra mano trató de

detenerme, escuche a alguien decir que no quería un escándalo, creo que golpee a Rafael, a la muchacha o a ambos, no puedo

saberlo a ciencia cierta, solo sé que iba a la casa de mi madre por un revolver. El intenso dolor produce un efecto mortal en la persona que ha sido engañada y si aun viven es por obra del

destino.

Pensé en matarlos, pensé incluso en matarme. Durante años

había sido sumisa, buena chica, tranquila, una joven de buena familia, y todo era una sucia mentira. Ahora entendía por qué me

trataba tan mal. Ahora entendía sus celos, y por qué me manipulaba para ser la niña más ejemplar. Sentía a cada segundo que mi corazón se quebraba y pronto explotaría. Pero una

melodía en mis recuerdos me llevó a otro lugar, le pedí al taxista que cambiara el destino, que me llevara a “Mi Gente”, el taxista

diligentemente me dejó allí; y en la gran pantalla estaba Silvestre, cantando y bailando. En la barra vi al otro barman, el

chico moreno, le pedí un “silvestrista” y me lo negó con la cabeza.

Observé el lugar, sin entender; y los labios del barman se

movieron para decir “Se ha ido”, le pedí un tequila. Decidí no llorar, calmarme, si no me adueñaba de mis emociones cometería una locura, sabía las consecuencias de matar a alguien, tanto

penales como espirituales, necesitaba controlarme y precisamente eso hizo la música de Silvestre.

Por cosas de la vida, le di toda mi atención a Silvestre, y de pronto en el escenario del video, en lo que parecía un concierto,

una niña especial lo saludaba, ella me enterneció el alma, y logré dominarme por fin. Silvestre la sentó en sus piernas, le cantó,

bailaron juntos y el cantante dijo: “Dios te bendiga Melisa”, la niña que él llamó Melisa, gritó emocionada por el micrófono y yo allí delante de todo el mundo, me puse a llorar.

Page 14: Diario de  un silvestrista

Esperé a que cerraran el bar, necesitaba saber sobre el chico rubio o su hermano, y el barman de esa noche, me contó que los

gemelos se habían ido a probar suerte en otra parte.

Tomé un taxi a mi casa a las 4:00 de la mañana, ni siquiera

pregunte el nombre del silvestrista, porque no tenía sentido saberlo. Una depresión absoluta se apoderó de mi alma, me

declaré enferma y durante días perdí la noción del tiempo. Tomé pastillas para dormir y al despertar volví a tomarlas, duraba más de 24 horas, completamente dormida; y al despertar lloraba

como si mi madre hubiera muerto. Dejé de comer, dejé de vivir durante mucho tiempo, pensé en suicidarme una y otra vez, lo

único que lo evitó fue dormir, y dormir durante días. Poco a poco volví a comer, y por obra y gracia del destino, aprendí a respirar nuevamente y decidí levantarme de la cama y vivir.

Me fui de la ciudad y comencé de cero en otra, me entregué a mi nuevo trabajo, y me recuperé poco a poco de mis complejos, lloré

noches enteras, tomé antidepresivos y pastillas para poder dormir por las noches. Rafael había logrado hacerme un hoyo enorme en

el corazón; lo único bonito que recuerdo, durante ese tiempo de vivir como un autómata, es la música del Silvestre, cuando más

triste o sola me sentía, él con sus melodías llenaba mi vida. Colmó poco a poco mi corazón de su alegría y sin saber cómo o por qué, me convertí en fanática o como se le dice a sus

seguidores, me bauticé “Silvestrista”.

Page 15: Diario de  un silvestrista

TERESA

Una noche mientras trabajaba largas horas en el computador,

sentí un vacío tan grande, que decidí en ese instante que necesitaba una ilusión, era el momento de aceptarlo, tomaría mis

vacaciones para irme por primera vez a un concierto de Silvestre en Colombia.

Tomar la decisión y hacer las maletas fue cuestión de horas, dejé la oficina en orden; y tras la puerta del despacho mi envestidura de abogada, dije adiós a mis seres queridos y tomé un vuelo a

Valledupar, tenía suficiente dinero y dos meses completos para llenar mi vida de alegría. Sin embargo, en la vida las cosas no son

color de rosa, y las enseñanzas cuando crees que han llegado, apenas comienzan, el camino que había emprendido en el taxi la

noche de mi cumpleaños, apenas iniciaba.

Me hospedé en un hotel hermoso cercano al lugar donde se

realizaría el concierto, pero apenas bajé a comer algo, mi vida cambio para siempre, el barman del restaurante, era el joven por el cual, había conocido sobre Silvestre Dangond.

- ¡Hola bonita! El silvestrista estaba ante mí.

- ¡Eres tú! Dije sin poder creer lo que veían mis ojos. Él

sonrío y llenó mi vida con su existencia, olvidé por un instante quién era yo misma y en donde estaba. Sus ojos

pardos eran penetrantes, que brillaban con tal intensidad, que me sentí desarmada ante su existencia.

- ¿Qué haces tan lejos de casa? Preguntó, pero no pude contestar, lo miré como si fuera irreal.

- ¡Soy Ana! Fue lo único que pude decirle.

- ¡Mathias!, no me dirás que has venido siguiéndome. Y su carcajada me lleno el alma.

Page 16: Diario de  un silvestrista

- ¡No! Dije. Vine a realizar un sueño, quiero que Silvestre me conozca.

- ¿Ahora eres silvestrista? no esperaba menos.- Dijo.

- Sí, ahora soy muy alegre y te agradezco por haberme presentado a mi Ídolo.

- Te traeré tu bebida, y tomaré mi descanso. Me guiñó un ojo y regresó con una enorme copa roja.

Hablamos durante horas, me desahogué con Mathias, me disculpé por salir tan groseramente del Bar aquella noche, pero le confesé

que me había sentido mal por divertirme y durante años me arrepentí de haberlo hecho, le conté que fui a buscarlo al Bar días

después, y algunas cosas de las que pasaron con Rafael.

Él solo me pregunto si tenía novio actualmente, y nos reímos

durante horas. Sentí que había encontrado la felicidad, pero que debía tener cuidado, no quería lastimar a nadie, y menos, que volvieran a romperme el corazón.

Paseamos de día por Valledupar, y de noche, yo lo observaba

trabajar hasta tarde, así pasaron algunos días. Para el concierto aún faltaba algún tiempo.

- Hoy te llevaré a conocer a alguien muy especial. Dijo Mathias una tarde.

- ¿A dónde vamos? Quise saber.

- Hoy te presentaré a mi amiga Teresa, ella es una de las Silvestristas más bellas que conozco, es alguien muy especial y nadie en esta vida se parece a ella.

Es innegable que sentí celos de esas palabras, y hasta pensé que

Teresa sería su novia. Para mi sorpresa, era una chica de mi edad, muy hermosa, pero estaba en sillas de ruedas.

Page 17: Diario de  un silvestrista

- ¡Hola hermosa! - Dijo Mathias, y la chica se aferró a él como si estuvieran despidiéndose. ¡Ella es Ana! Dijo

refiriéndose a mí. Y por primera vez conocí en la mirada de alguien, las verdaderas ganas de vivir. Me acurruqué a su lado y ella me dio un beso en la mejilla. Si el corazón de un

ser humano se puede encoger, el mío se volvió diminuto. Verla con su pañoleta roja, cubriendo la calva donde alguna

vez existió un hermoso cabello, me lastimó el alma.

- ¡Hola Ana! Dijo abriendo sus ojos como platos. Mathias me

ha dicho que has venido a ver a Silvestre desde muy lejos. Me parece increíble y muy divertido hacer algo así. Yo

quiero ir al concierto, pero mis padres no me dejan ir, porque no pueden acompañarme, y aunque pudieran no me llevarían, me tratan como si fuera un bebé.

- ¿Y si vamos los tres? Pregunté sin medir la responsabilidad del compromiso que asumía ante aquella familia. Pero ya

no podía ir sin Teresa, era evidente que tenía una enfermedad grave, y mi sueño de que Silvestre me

conociera, podía esperar. El rostro de Teresa se iluminó con la idea y Mathias me dedicó su mejor sonrisa. Fue un

instante que jamás olvidaré, cada uno de nosotros se llenó de felicidad infinita, cada cual por sus propios motivos.

Mathias me explico que Teresa sufría de Cáncer en el estomago, y que los médicos hacía mucho, la habían desahuciado, la quimioterapia había dado sus frutos pero el mal había ganado la

batalla. Durante días su historia me hizo sentir culpable, yo me lamentaba por el engaño de un hombre, cuando existían personas

con verdaderos dolores y con más ganas de vivir que yo. Me sentía avergonzada de haberme mantenido dormida durante

tanto tiempo, en lugar de luchar, perdí mucho tiempo de mi vida en algo que simplemente no valía la pena.

Una tarde paseando con Teresa por una plaza de Valledupar, la chica me agradeció que la apoyara a ir al concierto. Conduje su silla de ruedas hasta una banca de la plaza y me senté a

contemplar a los niños correr detrás de las palomas.

Page 18: Diario de  un silvestrista

- ¡Ana! Dijo Teresa. Tal vez no ahora, tal vez no después, quizás dentro de unos años, estoy convencida que Silvestre

va a conocerte, y por eso quiero pedirte que le digas lo feliz que me hizo; y que, sus ojos amarillos son como dos solecitos que me iluminarán siempre, vaya a donde vaya.

Al decir esto dos enormes lágrimas brotaron de sus ojos.

- No digas tonterías Teresa. Dije secando su rostro. Se lo dirás tu misma. Te prometo que haremos todo lo necesario para acercarnos a él y que te de un besito en la mejilla.

- No creo Ana, acercarse es muy difícil, él es muy famoso, y entiendo que no nos puede conocer, a todos y cada uno de

los silvestristas, pero tengo fe en ti Ana, tú le hablaras algún día de la loquita de Teresa, y del amor tan grande

que le tuve.

- Te prometo que Silvestre sabrá que Teresa la más bella

silvestrista que ha existido… lo ama. Dije lanzándome a llorar entre sus brazos. La amaba y aceptar que moriría me

causaba el dolor más grande del mundo. Lloramos juntas y la Plaza Alfonso López fue testigo de mi promesa.

Aquella noche supliqué a Dios que curara a Teresa, que le diera salud. Ella era demasiado joven y hermosa para morir, no era

justo que alguien tan puro sufriera así, habiendo tanta vida en sus ojos cafés. Lloré hasta quedarme sin lágrimas.

Mi oración se quedó en el aire, pocos días antes del concierto, Teresa había muerto; se había ido a ser feliz con Dios a otro

lugar. El día de su entierro me quedé al lado de su lápida, con una rosa roja entre las manos, hasta que volví a formular mi promesa, dejé la rosa arriba de todas las demás flores y nos

dijimos adiós.

El día del concierto de Silvestre, lloré y lloré, en la habitación del hotel en los brazos de Mathias.

- ¡No puedo ir al concierto! Sollocé.

Page 19: Diario de  un silvestrista

- Tienes que ir, es lo que Teresa quería.

- Por favor entiéndelo, ya no puedo ir, ella… ella.

- Si lo sé, ella se ha ido, pero no podías hacer nada, era

como mi hermanita y no pude hacer nada tampoco, pero ella te dejó un encargo y debes cumplirle, vamos vístete de rojo, Silvestrista… nos vamos.

Aquel primer concierto, aunque me rodeaban miles y miles de

personas, me sentí inmensamente sola, estaba tan triste, era como si la muerte de Teresa me golpeara contra una pared, pero a su vez, como si Rafael me volviera a engañar, como si toda la

depresión del mundo se alojara en mi corazón.

Logramos llegar hasta la baranda principal y me aferré allí durante horas, era permanecer allí de pie o echarme a llorar sin consuelo. La gente aclamaba, gritaba, el lugar estaba a no más

poder, miles y miles de historias en cada silvestrista, y Teresa, allí debía estar Teresa, me aferré a esa idea, y las luces me

cegaron por un instante, mi cantante salía al escenario. Grité, grité, grité durante todo el concierto, lloré y me abracé al pecho de Mathias. Me sentí cansada y aunque estuve muy cerca,

Silvestre, él no pudo verme.

- ¡No le cumplimos a Teresa! Susurre al oído de Mathias,

cuando el concierto terminó. Él me abrazó y sin decirme nada y sin darme casi cuenta, me besó. Allí en ese instante, fui profundamente feliz.

Page 20: Diario de  un silvestrista

CLUB DE TRES

Mi estadía en aquel hermoso lugar llegó a su fin, debía irme

dejando los sueños atrás, dejé a Mathias, escondí todos mis sentimientos bajo llave, dejé rosas rojas en la lapida de Teresa, y

me marché, lo único que llevaba conmigo a flor de piel para que la tristeza no me consumiera, era el recuerdo del concierto, las canciones más alegres de Silvestre.

Mathias tenía su vida, y yo un lugar en el mundo, con realidades y luchas que debían continuar, ni por un instante consideré la

idea de quedarme o rogarle al amor que me siguiera, porque aprendí, que el amor llega y se queda contigo cuando debe llegar;

y cuando es todo para ti, sin obligar ni presionar, él simplemente llega.

Pasó un año inmensamente largo antes de las vacaciones de agosto, durante todo ese tiempo no abandoné mi pasión por el

silvestrismo, era lo que estaba conmigo y a mi lado en los momentos de debilidad, pero la soledad era absoluta, así que decidí inventar un Club de fan, digo inventar, ya que era la única

fan de mi ciudad o por lo menos así lo creí, las redes sociales hicieron su labor y como quien recluta personal increíblemente

encontré en mi vida a dos almas gemelas, la primera de ellas una hermosa niña de cabellos rubios llamada Amparo, la otra de ellas,

una morena silvestrista llamada Raquel, ambas eran mucho más altas que yo.

En ese tiempo se daría un concierto de Silvestre en la ciudad, lo cual me produjo ansiedad, no por su llegada, si no porque sabía que las personas no lo conocían tanto como en Valledupar, así

que llenando vacíos, le entregue el corazón a un club de tres, y con la ayuda de algunas amigas cómplices, ya que no fue fácil

que algunas aceptaran colocarse una camisa roja y me acompañaran a promocionar el concierto, sin siquiera saber de quién se trataba, otras personas a quienes les rogué su apoyo

Page 21: Diario de  un silvestrista

prácticamente me cerraron las puertas de su amistad, e incluso perdí falsas amistades de sociedad, que solo me consideraban su

amiga por tener una profesión exitosa o por haber sido novia de un gran hombre, que en realidad sabemos que no era tal.

Esa tarde en que siendo abogado, con todas las ocupaciones que ello me origina, me fui a la calle con volantes, pendones y fui

simplemente Ana, me acompañaron las increíbles nuevas amigas Amparo y Raquel, conocerlas fue algo maravillo, ya que siendo tan distintas, no fue necesario tomar café o contar intimidades

para llegar a ser las mejores amigas del mundo, y la locura en cada una se distribuía perfectamente.

Luchamos durante días para vender entradas al concierto, cada cierto tiempo le escribía a Mathias contándole los pormenores del

Club de Tres, durante ese año mantuvimos un trato algo distante para no herirnos, pero evidentemente cada vez que recordaba el único beso que nos dimos, el alma se me fragmentaba en

pedazos, que remendaba con mis ocupaciones del silvestrismo.

Llegado el día del concierto, ya no éramos un club ficticio, teníamos miembros fundadores, verdaderos portadores del color Rojo. Por decisión unánime, esperamos al querido Silvestre en el

Aeropuerto, desde la mañana, pero por cosas del destino, el cielo se nos vino encima, el diluvio ocurrió y no dejó de llover,

estábamos eufóricos, entre la histeria y la tristeza, el torrencial aguacero mantenía al artista preso en el aeropuerto de otra ciudad y la distancia no fueron las horas, sino la duda de su

llegada.

Cantamos, lloramos, a ratos pensaba en que si Mathias estuviera conmigo, la felicidad sería completa, tenía fe de que dejaría de llover y por primera vez vería a Silvestre frente a frente.

Curiosamente me sentía cansada, como cuando tienes fiebre y pensé que era la emoción del instante.

Eran las 10 de la noche cuando escuché gritos de las personas que me acompañaban, caí en una especie de estado depresivo

incomprensible, no podía escuchar o entender, solo miré a

Page 22: Diario de  un silvestrista

Amparo, con esa sonrisa radiante en ella y la felicidad que emanaba de Raquel para entender… él había llegado.

Comencé a llorar, lloré por Rafael, llore por Teresa, lloré por Mathias y nuestro amor inconcluso, cuando entre todos los que

estaban presentes, lo vi, no pude moverme y solo lloré, pensando que él se iría inmediatamente al concierto. Nada más lejano de lo

que viví en ese instante. Es muy alto. Pensé.

- ¿Qué tal la espera? Preguntó Silvestre colocando su brazo

derecho en mi hombro.

No contesté, no pude, me aferre a él, lo abrace como nunca había

abrazado a un ser humano.

Las lágrimas aún las conservo en mi alma, al igual que la imagen de sus ojos amarillos, increíblemente dorados, los solecitos de Teresa, camino a la eternidad.

Page 23: Diario de  un silvestrista

ROMEO Y JULIETA

Ante las emociones que vivimos ese día en el aeropuerto, le

fallé nuevamente a Teresa, lo único que pude hacer fue entregarle un obsequio, en una versión de bolsillo, le regalé

“Romeo y Julieta”, el libro más hermoso que podía darle, pero los sentimientos de mi amiga, su existencia y muerte, fueron imposibles de expresar. Nuevamente derrotada por el tiempo,

esperé a que la vida me diera un instante más tranquilo, el cual no llegó, por lo menos, no en ese momento.

Al día siguiente del concierto que no se realizó por el diluvio intenso de la noche, entraba en un lugar frío y distante de la

alegría anterior, era hospitalizada, a tan solo calles de Silvestre. Las calenturas del día anterior en realidad eran fiebre. Ingresaba

con Bronquitis a la clínica, derrotada, llorando en silencio, sin fuerzas y delirante en fiebre.

En la noche pude ver entre pesadillas y altas fiebres, a una niña hermosa al lado de mi cama, estaba sentada en una especie de silla de ruedas de colores y susurraba palabras ininteligibles, los

ojitos que me observaban eran los de Teresa, no me acusaban, ni perdonaban, simplemente me miraban.

Al despertar me sentí agotada, más que enferma, me sentía incompleta.

Page 24: Diario de  un silvestrista

SIRENA DORADA

Transcurrieron algunos meses, y en mi pecho se abrigaban los

vacíos más terribles que el amor pudiera ocasionar. Cuando decides ser feliz para siempre y tu decisión ha llegado tarde,

puede ocurrirte, lo que me sucedió. Regresé por fin a Valledupar, y para mi sorpresa, Mathias ya no trabajaba en el Hotel, no conseguí dirección alguna a la que se hubiera mudado, nadie

supo darme razones del hombre que amaba. Cuando dejé de recibir sus correos y llamadas telefónicas, sabía que algo andaba

muy mal, pero nunca creí que él desaparecería de mi vida.

Esa tarde en la que me rendí y acepté que se había marchado

para siempre, necesité el consuelo del único lugar que el valle podía entregarme por completo; y como quien llora la muerte de

un ser amado, derramé mil lágrimas a orillas del Río Guatapuri, allí sentada entre las rocas, observada únicamente por la enorme escultura de una sirena dorada. Era irreal que Mathias ya no

estuviera en Valledupar. Sentí tanta soledad que pensé que en cualquier momento me lanzaría a las aguas de aquel hermoso río,

y dejaría que se llevara el amor que me quemaba en el alma. Miré mis pies y me dije: << Zapatos rojos>> me los quité y hundí las piernas en aquellas aguas cristalinas, solo hasta

entonces pude calmar las tristezas de decisiones tardías.

En el Guatapurí vi el atardecer más hermoso, que jamás haya visto, La Sirena brillaba como un sol, porque él se reflejaba en ella, era como una Diosa de oro, que aplacaba con su hermosura

mi corazón fragmentado; en ese mismo instante hundí mis manos en las aguas diciendo:

<<Te entrego mi amor y mi odio, que tus aguas se lleven lo que me consume, me perdono y me amo, te perdono y te olvido

Rafael, nunca más volveré a sentir siquiera odio por tu nombre, yo declaro que te vas río abajo, en la corriente del Guatapurí>>

Page 25: Diario de  un silvestrista

Esa noche, por primera vez en mucho tiempo, pude dormir en paz, sin tristezas, entendiendo que tanta desolación no se debía a

Mathias, o a mis sueños inconclusos, ni siquiera tenía que ver con mis promesas a Teresa, todo el malestar que arrastraba dentro de mí, se debía a mi incapacidad de perdonar a Rafael. Estoy

convencida, que la vida, el destino o como quiera que se llame esa Ley universal, Mathias debía alejarse de mí, para que yo

pudiera cicatrizar mis heridas.

Regresé a mi ciudad con toda la paz que un alma puede tener; y

sobre todo, dispuesta a seguir el Silvestrismo como una forma de vida, conocer las historias de quienes persiguen una voz, no por

su potencia o mensaje, si no por la armonía que ella produce, ese cantor de ojos amarillos y alma transparente.

Desde entonces decidí escribir este diario para ti, paciente lector Silvestrista.

Page 26: Diario de  un silvestrista

EL ZAPATO ROJO

En este episodio del diario rojo, quiero dejar constancia, de lo

mucho que se puede llegar a sufrir, por ser fan, no por obra del artista al cual sigues, quién ni tiene idea de lo que podemos pasar

por estar buscando tal vez, lo que no se nos ha perdido.

Aquella noche Silvestre tendría una presentación, en una ciudad

cercana a la mía, que sería, realmente concurrida, y a la cual no tenía planificado asistir por la inseguridad que ofrecen eventos enormes, pero como en el corazón de un fan no manda la razón,

me presenté, aún a pesar del augurio en mis sueños, la noche anterior. Cometí el error de acercarme más y más al barandaje

cercano a la tarima del evento, la multitud me sofocaba, pero la meta, estaba allí ante mí, en donde sólo se interponían unas

cuantas miles de personas, en lugar de quedarme atrás, como cualquier mujer sola y sensata debería haber hecho, paso a paso fui conquistando terreno.

El problema no fue avanzar, ni el calor, ni siquiera la sensación de claustrofobia que sentí en ese momento, sino la euforia de

quienes al igual que yo, empujaban buscando un lugar cercano a la tarima. Faltaba muy poco para que se presentara Silvestre, y eso me empujó a agacharme entre la multitud. Hoy recuerdo lo

que hice, y no se si reírme o llorar mis ideas sin sentido.

Comencé a avanzar entre los silvestristas, gateando poco a poco y me gané algunos insultos, otros se reían y otros ni se dieron cuenta de lo que hacía, en tres oportunidades me pisaron las

manos; no tengo idea qué me pasó en esa oportunidad, olvidé mi edad, mi profesión, olvidé que era una dama, y me comporté

simplemente como una niña traviesa.

Page 27: Diario de  un silvestrista

Al levantarme, observé que aún me faltaba bastante para llegar a mi meta, pero en ese mismo instante, los músicos de la

agrupación hicieron acto de presencia, y la locura se desbordó en todos los corazones allí presentes, en no se qué espacio, la multitud se desplazó, corrimos hacia delante; y caí, sentí como

me detenía el áspero asfalto, y por unos instantes fui arrastrada entre la marea, raspándome las manos, las rodillas e

increíblemente perdí uno de mis zapatos rojos favoritos. Alguien me ayudó a ponerme de pie, y el dolor fue terrible, Silvestre salió al escenario y todos brincamos de alegría. Sentí como un hilillo de

sangre brotaba de mi rodilla derecha, pero la emoción contuvo el dolor, tampoco eché de menos mi zapato, y después de todo,

seguí avanzando, poco a poco, la multitud fue cediendo y por fin llegue a la baranda en frente de la tarima, levante la vista y sus ojos amarillos, se clavaron en mi, él me estaba esperando.

Page 28: Diario de  un silvestrista

CAPITULO ESPECIAL

Para mi gran sorpresa, me miró directamente a los ojos y sentí,

que de alguna forma, entre la multitud, él me reconocía. No

puedo decir, qué cantaba, o cuál era la melodía, solo podía verlo a él en la tarima y vivir ese instante de mirarnos, de sonreírnos como un par de cómplices.

Cuando Silvestre terminó de cantar, las personas comenzaron a

mostrar sus pancartas, alguien a mi lado le dio un regalo, era algo así, como un arreglo de frutas, e incluso vi una mano extendiendo una gruesa cadena de oro, que él no acepto.

La magia de un concierto, ciertamente te hace ver a tu artista

como un ídolo, recordé en ese instante que llevaba en mi bolso un pequeño obsequio para él; y sin saber, ni en qué momento lo saqué, lo tendí hacia arriba con ambas manos, tal cual, como

ofreciendo mi sacrificio a ese ídolo, y él sin dejar de mirar a su fan, lo recibió.

- ¿Cómo te llamas? Preguntó Silvestre. - ¡ANA! Grité ¡SOY ANA! Como si la vida se me fuera a

gritos. - Ana, te doy las gracias, que bonito detalle de tu parte - Su

voz era sincera, serena, simplemente como si estuviéramos solos. Se quedó mirándome.

- ¡YO TE REGALÉ ROMEO Y JULIETA! Volví a gritar entre la

gente que me asfixiaba. Silvestre sonrió y me lanzó, tal vez, el beso más hermoso que un ídolo haya lanzado a un

fan, en toda la existencia de la humanidad. - ¡Lo recuerdo! Dijo Silvestre y volvió a sonreír. - ¡TE AMO! Grité fuera de mí. ¡TE AMO! ¡TE AMO! Me había

convertido en toda una fan.

El concierto continuó y solo recuerdo haberme puesto a llorar, nuevamente lloraba por él, por mí, por Teresa, por mis seres

Page 29: Diario de  un silvestrista

queridos, y me sentí agradecida de poder ser correspondida en un instante, Silvestre sabía que me llamaba Ana, yo era Ana.

Tal vez, todo haya sido circunstancial, es posible que esa noche, hubiera podido saludar a cualquier otra de las chicas que gritaban su nombre, pero juro por lo más grande que tengo, que es mi

alma, que él sabía que yo existía, que algo más que el destino, hizo que me mirara a los ojos. Sentí que había pagado con sangre

ese instante en mi vida, la herida de la rodilla era insoportable, pero vivir es precisamente eso, aprender a sentir.

Cuando se acabó el concierto, las luces se apagaron y la magia llegó a su fin, debí caminar mucho para poder alejarme de allí y

conseguir como irme a casa, pero no hubo transporte, y estando completamente sola, caminé y caminé durante horas, comenzó a llover y lo que había sido maravilloso, se convirtió en una

pesadilla, yo llevaba puesta mi chaqueta roja, me apreté a ella y el frío me caló en los huesos, al ver mis pies recordé que había

perdido un zapato, y los guijarros de la carretera me lastimaban terriblemente la planta del pie.

Cuando más sola y cansada me sentí, una camioneta se estacionó a la orilla de la carretera por donde iba, una puerta se abrió para

mí.

Dudé en acercarme, y una voz preciosa, me animó a subirme al

carro.

- ¡Ana apúrate!, te estás mojando.

Al subir, sentí un frío increíble, estaba totalmente empapada, y el

ardor de la rodilla me hizo gemir.

- ¿Te pasa algo Ana? Dijo él.

- ¿Usted me conoce? Pregunté sin ver al chofer, me comenzaba a sentir, realmente mal. Tenía mucha fiebre. Y

sin poder más, me desmayé.

Page 30: Diario de  un silvestrista

Cuando desperté, estaba en una hermosa habitación, una mesita de noche alumbraba el lugar, no sabía dónde estaba, ni qué me

había pasado, la fiebre había bajado y alguien me había puesto un pijama. Me toqué la pierna y tenía un vendaje.

- ¿Hola? Murmuré. ¿Hay alguien aquí? ¿Hola? - Por fin despertaste, ya me tenías asustado Ana. Unos ojos

amarillos me miraban fijamente, mientras el dueño de ellos sonreía, pensé en ese instante que estaba soñando, que había perdido la razón, Silvestre estaba conmigo dentro de

aquella habitación. Las lágrimas brotaron sin sentido, sin control. Recuerdo haber temblado, me senté en la cama y

seguí llorando. - Creo que estabas perdida, te encontramos caminando

cerca del aeropuerto cuando íbamos hacia él, te reconocí,

eres la silvestrista del regalo. Te pedí que subieras, tenías mucha fiebre y mandé a los músicos en el vuelo y me

regresé a cuidarte, no sabía a dónde llevarte, así que te traje a mi habitación en el hotel y pedí a una mucama que te atendiera, mientras fui a buscarte un médico. El doctor

atendió la herida que tienes en la rodilla y te vendó también el pie, te inyectó para la fiebre. ¿No lo recuerdas?

- ¡No! Murmuré ¿Tú eres tú? Pregunté quedamente.

Silvestre se sentó al borde de la cama, y volvió a sonreír. ¿Qué

hace una muchachita, sola en un concierto tan grande? – Preguntó - ¿Cómo se te ocurre andar caminando por la carretera

de madrugada?

- Quería verte.- respondí sin dejar de llorar.

- ¿Y tu zapato? Solo traías uno, te pareces a Cenicienta – Su sonrisa fue realmente hermosa.

- Lo perdí en el concierto, me caí, me pegué en la rodilla y perdí mi zapato rojo. Contesté, calmándome un poco, sintiéndome avergonzada.

Él me miraba intensamente, como queriendo entender mi estado

de nervios, trataba de ayudarme, pero en realidad no sabía qué

Page 31: Diario de  un silvestrista

hacer. Hubo un silencio hasta que lo rompió con una simple pregunta.

- Ana, ¿Quién es Teresa? - ¿Cómo sabes su nombre? Pregunté, mi corazón se aceleró.

Su mano tocó mi rostro y secó mis lágrimas. Era él, no era un sueño.

- Ya es de noche, pasaste todo el tiempo delirando y diciendo ese nombre y el mío.

- Hace unos años cuando comencé a ser tu fan, y a llenar mi

vida del silvestrismo, conocí en Valledupar a una dulce muchachita, que te amaba, mucho más que yo, ella estaba

enferma y en sillas de rueda, el cáncer se llevaba sus sueños. Teresa, decía que tus ojos eran sus soles, mi amiga se aferró a tu música, a vivir por ti, yo le prometí

que en ese concierto al que iríamos ella y yo… tú la conocerías. Teresa murió unos días antes, y le prometí en

su tumba que tú sabrías su historia, y que te diría que tú eres su sol en la eternidad.

Lo abracé como si estuviera a punto de perderlo para siempre, me aferré a su cuello y dejé que todo el dolor saliera de mi alma.

Él me abrazó y susurró palabras que no recuerdo. Nunca pensé que mi ídolo fuera tan humano, cuando vi sus ojos nuevamente, en ellos había lágrimas por Teresa, yo no podía pedirle nada mas

a la vida, había cumplido mi promesa.

- Ana debo irme, estoy retrasado para un concierto, pagué los gastos del hotel, el médico dijo que descansaras, duerme un poco, recupérate y ten cuidado con la pierna, la

herida tenía un vidrio muy grande, así que, debes limpiarla hasta que cicatrice, tu ropa está lavada, la coloqué en el

armario ¿Quieres que llame a alguien? ¿Necesitas dinero? - No, estaré bien, vivo cerca de esta Ciudad, no te

preocupes, gracias por haberme cuidado.

- Prométeme que no volverás a ser tan imprudente.

Page 32: Diario de  un silvestrista

- Lo prometo, palabra de silvestrista. Mis palabras lo hicieron reír, se acercó a la cama, colocó su frente junto a

la mía. - Cuídate mucho mi muchachita – Dijo dándome un beso en

la frente. Me gusta mucho que me miren esos ojos negros

que tienes, así que te me cuidas.

Y se fue, dejando la habitación vacía, él llenó mi vida por completo, y esos instantes a su lado fueron como un sueño. Un

lugar a donde mi alma ha aprendido a ser plenamente feliz, en los sueños, puedo verlo seguido, recordar sus palabras, sus miradas,

su música. En mis sueños no hay tristezas, no hay depresiones, y de vez en cuando Teresa me visita para saber que estoy bien.

A la mañana siguiente, busque mi ropa en el armario y junto a

ella había una hermosa caja roja con una tarjeta, mi corazón comenzó a latir aceleradamente

<< Con amor para mi

Cenicienta Silvestrista.

Silvestre Dangond>>

<<Zapatos rojos>> sonreí.-

Page 33: Diario de  un silvestrista

PALABRA DE SILVESTRISTA

En ese instante miré a mi gran hermana silvestrista, como si por

primera vez en la vida, entendiera que cuando te dicen no, la

respuesta es sí.

- ¡Ana te has vuelto loca! Dijo Amparo ¿Tu empleo? ¿Tu familia?

- Lo siento Amparito, renuncio, me voy a Colombia. Respondí mientras empacaba mi maleta. Necesito buscar a Mathias,

tengo que encontrarlo.

- Tú te vas es detrás de Silvestre, a mi no me engañas

¿Conocerlo no fue suficiente? Tienes que parar ya Ana.

Tomé su mano entre las mías, y sonreí lo mejor que pude.

- ¡Ven conmigo!

- ¿Qué?

- Vamos Amparo, vámonos de aquí, vente conmigo a Cienaga.

- ¿Qué vamos hacer allí? ¿mi programa de radio? ¿De qué vamos a vivir?

- El programa es muy importante, tienes razón, sin ti y sin Raquel no hay silvestrismo en la ciudad, necesitamos

seguir luchando día a día por Silvestre en Venezuela. Quiero que confíes en mí, he ahorrado algo y me cuidare

mucho, hay silvestristas que quiero conocer, además es posible que alguno de ellos sepa dónde está Mathias.

- Ana Cienaga, es un pantano y queda muy lejos. Dijo Amparo y sus ojos verdes me reprendieron.

Page 34: Diario de  un silvestrista

- Confía en mí, estaré bien.

- ¿Y tu familia?

- Creen que voy a hacer unos estudios de derecho a

Colombia, por favor Amparo, nada de hablar con mi madre ¡Júralo!

- ¡Palabra de Silvestrista! Te mataré con mis propias manos, si tengo que ir a buscarte, la herida de tu rodilla aún no

cicatriza y ahí vas en busca de acción y emoción.

- Tendré cuidado, no volverá a pasar, se lo prometí …

- Sí, sí, ya no me saques en cara el beso en la frente o me olvido de nuestra amistad. Dijo Amparo, caminando de un

lado al otro en la habitación.

Tomé mi maleta y un bolso pequeño <<mis sueños caben en un bolsito>> pensé. Me coloqué mis zapatos rojos, y dejé guardado en un cofre, mi anillo de graduación. En mi habitación se quedaba

Ana la abogada, y quien llevaba la maleta, era Ana la Silvestrista.

Estaba feliz de irme por un buen tiempo, había renunciado al bufete y retirado todos mis ahorros, incluso vendí, ropa, carteras, tacones, y muchas cosas más, necesitaría todo el dinero que

pudiera llevar, porque, en el fondo de mi corazón, no deseaba regresar. Tenía una carrera que me agobiaba, en la que debía ser

fría, calculadora y donde jamás los sentimientos deben involucrarse, luego de 10 años de ejercer, necesitas “aire”.

Me despedí de Amparito y sin más, me llevé mis sueños a otra parte.

En esta oportunidad no viaje en avión, para poder economizar, me trasladé en autobús, no tenía idea de lo lejos que quedaba la

frontera, pasé 24 horas de viaje, al bajarme en Maracaibo, casi grito, lo único bueno del viaje, fue lo mucho que pude pensar,

organicé mi mente, mis acciones, anote algunos planes, tache

Page 35: Diario de  un silvestrista

otros cuantos, pero el primer destino en la lista sería Valledupar y la meta sería llegar hasta Cienaga, en Magdalena – Colombia.

Page 36: Diario de  un silvestrista

NO ME COMPARES CON NADIE

Maracaibo, era el mejor lugar para empezar mis planes

silvestristas, en esa ciudad encontraría a alguien que más que una aliada, sería mi amiga, y me ayudaría a estructurar lo que sería mi próximo año de vida.

Una noche, de las tantas que viví en Valledupar, Mathias me había dicho, que para conocer el silvestrismo tenía que ir a

Cienaga en el Magdalena – Colombia; que para poder entender cómo se sentían las canciones de Silvestre en Venezuela, debía

encontrar a Lorayne López en Maracaibo, que no bailaría igual en mi vida si llegaba a conocer a Sergio Tarazona de Bucaramanga,

y que, la punta de lanza de ser un verdadero fan estaba en la Cienaga; y así, como el que busca encuentra, me fui detrás de la pista, y estando en Maracaibo con la ayuda de las redes sociales,

conseguí a Lorayne.

En esos días se aproximaba el lanzamiento del nuevo CD de

nuestro artista, “No me compares con Nadie,” así que estando en Maracaibo, me enteré que ya todos los silvestristas estaban en

Valledupar, Lorayne me esperaría en el valle para conocernos.

Cruce el puente de Maracaibo por primera vez en mi vida, y sentí

nostalgia, su larga distancia y lo bello de sus aguas se quedaron grabadas en mi memoria, me imaginé a Silvestre cruzando ese

mismo puente, 10 años antes, cuando viajaba para ganarse la vida en pequeños conciertos; al igual que yo, cruzaría ese puente en busca de mis sueños, solo que en sentido contrario.

Una cosa es llegar a Valledupar en avión, y otra muy diferente es

llegar por carretera, en viajes anteriores, me había perdido la belleza y sencillez de Maicao, así como del camino de La Guajira,

Page 37: Diario de  un silvestrista

subir a un taxi pirata, fue igual de emocionante que un concierto, el conductor no dejó de colocar vallenatos.

A orillas de la carretera observé en varias oportunidades mujeres de piel tostada, con largos trajes de colores que ondeaban al

viento. A las dos horas de camino, nos detuvimos por agua y café, era aún de mañana pero el calor ya era insoportable. En

aquel lugar lejano, me llamó la atención una pequeña niña Guajira, llevaba puesta una sencilla manta roja, ella cubrió su cabello con una tela igual a la del vestido, pensé en una niña

árabe del desierto. <<En la Guajira hay Beduinos>> susurré.

Pocas horas después, me bajaba nuevamente del sofocante

vehículo, pero el lugar más amado del planeta, nuevamente mis pies me habían llevado al valle del Cacique Upar, la ciudad era un bullicio de gente, vallas, pancartas, vehículos con sonido a todo

volumen, era el día del lanzamiento y llegaban a la región silvestristas de todas partes.

Luego de dejar mi equipaje en el hotelcito económico en el que ya había planeado quedarme. Pinté mi vida de rojo y me fui a la

caminata que daría Silvestre esa tarde, en donde me esperaban dos grandes sorpresas.

Cuando le escribí por correo a Lorayne, y le pregunté donde nos encontraríamos o cómo nos reconoceríamos, ella simplemente me

respondió, “te encontraré” respuesta que me dejó algo escéptica, pero el silvestrismo te enseña que debes aprender a confiar, y

eso hice. Al llegar a la calle de la caravana roja, creí estar en un concierto, la cantidad de gente desbordada por la calle y vestida de rojo, me resultó impresionante, estaba convencida que no

lograría verme con Lorayne.

- ¡ANA! ¡ANA! Alguien gritó muy fuerte mi nombre. Cuál sería mi sorpresa al voltearme, una muchacha de finos rasgos guajiros, muy atractiva, me sonreía, vestida de

Page 38: Diario de  un silvestrista

tricolor y rojo, se dirigió hacia mí con los brazos abiertos de par en par. La reconocí inmediatamente era Lorayne López.

- ¡Te encontré Ana! Llevaba en las manos una enorme bandera de Venezuela. Conocerla fue emocionante, no

estaba acostumbrada a sentir que conocía perfectamente a una persona, aún cuando jamás la había visto en mi vida.

<<Esto es el silvestrismo>> pensé.

Me tomó de la mano, cuando aún no salía de mi asombro de

haberla encontrado, cuando gritó ¡ANA MIRA, ANA ES SERGIO! Un joven corría hacia nosotras, la tomó en sus brazos y la alzó como quien encuentra a una niña perdida, yo estaba

conmocionada, era como encontrar a los amigos del alma, Sergio me vio, me abrazó fuertemente y me llamó por mi nombre, le

correspondí el abrazo. Su olor me es inolvidable, llevaba una fragancia masculina y lo blanco de su piel me recordó a Silvestre.

Las redes sociales en nuestras vidas como silvestristas, son la herramienta más poderosa que tenemos, incluso más que las

cartas o misivas en las guerras mundiales pasadas, nos conocemos, vivimos pendientes los unos de los otros, reímos y lloramos con nuestras historias, y si tu estás leyendo este diario,

estés donde estés, me conoces y se también, que algún día nos conoceremos.

Esa tarde en la calle roja del silvestrismo, vi bailar a Sergio, pensé que se le caería la cabeza, y como bien me había contado

Mathias, ya nada sería igual. La gente comenzó a gritar y aglomerarse alrededor de un vehículo blanco, era una camioneta,

yo no entendía que pasaba, pero Sergio agarró a Lorayne y ella me tomó de la mano y nos arrastró al centro del bullicio.

¡SILVESTRE! ¡SILVESTRE! Coreaban el mar de gentes, unos empujaban, otros lloraban, todos gritaban. Unos ojos amarillos

me observaron, él me sonreía y saludaba, cómo si fuera la primera vez.

Page 39: Diario de  un silvestrista

LA GRINGA

Intentamos acercarnos a Silvestre, pero la multitud nos fue

alejando más y más, todos gritaban, y él nos saludaba lanzando

besos y sonriendo, en varias oportunidades bailó en la camioneta al son de la música del nuevo CD, la gente estaba como

hipnotizada por el ídolo.

- ¡Hora de irnos! Dijo Lorayne.

- ¡No! Vamos a seguir la caravana. Dijo bailando Sergio.

Lorayne me sacó del bullicio, y dejamos a Sergio brincando como una cabra desenfrenada en la multitud.

- ¿A dónde vamos? Quise saber.

- Ana, tenemos que irnos ya, de lo contrario entraremos de últimas al concierto, en cambio si nos calmamos y nos

vamos ahora mismo, entraremos de primeras y lograremos estar adelante en el concierto, confía en mí.

Sus ojos brillaron con tal intensidad, que tomé su mano y salimos corriendo en sentido opuesto a la caravana roja. Al llegar a una

avenida, Lorayne paró un taxi y lo abordamos.

- Rápido señor, al Parque de la Leyenda Vallenata. Dijo

Lorayne entregándole varios billetes.

El taxista como un rayó nos llevó a nuestro destino. De todas

partes llegaba gente, pero fuimos las primeras en llegar a las puertas del parque. La nostalgia me golpeó de pronto. Recordé a

Mathias a mi lado unos años antes, después de la muerte de Teresa, y sentí que no podría entrar sin él. Lorayne notó que algo pasaba y me abrazó.

- Tranquila Ana, estaremos bien, sonríe Silvestre nos vio en

la caravana, estoy segura.

Page 40: Diario de  un silvestrista

- Yo creo que me miró, pero entre tanta gente, no estoy segura. Dije tratando de que Lorayne pensara que eso, era

lo que me tenía triste, no deseaba hablar de Mathias.

- Nos lanzó un beso, pero te quedaste petrificada, tienes que

animarte, esto apenas comienza.

Desde las tres de la tarde nos plantamos a las puertas del parque

de la Leyenda Vallenata, donde se realizaría el lanzamiento de “NO ME COMPARES CON NADIE”, a cada segundo llegaban más y

más silvestristas, y a diferencia del lanzamiento de “EL ORGINAL”, todos vestían de rojo, cantaban, gritaban, estaban por todas partes, portando sonrisas en sus rostros, todo a mi

alrededor era un jolgorio.

A las seis de la tarde, éramos una larga masa roja que estaba a punto de ingresar al parque, al abrirse las puertas, entramos y luego de ser revisadas por la seguridad, teníamos el camino libre

para incorporarnos con calma hasta donde sería el concierto.

- ¡ANA CORRE! Gritó Lorayne.

Las muchachas que venían a mi espalda también corrían, y no

tuve más remedio que hacer lo mismo, entendí en ese instante, que todos deseaban pegarse a la baranda como nosotras, esa era

realmente la meta. Corrí, corrí como si se tratara de mi vida.

Al llegar a las enormes puertas de entrada, nos detuvimos

jadeando y riendo. De forma estremecedora sonaba “LA GRINGA”, y esa canción disipó mis tristezas, estaba donde quería estar, y viviría lo que anhelaba vivir.

Al ingresar a las instalaciones del parque, me sorprendió su

inmensidad, estaba completamente vacío y pude detallarlo, su belleza me deslumbró, ya que, la vez anterior lo había visto de noche y la tristeza de la muerte de Teresa me consumía.

Por un instante imaginé a Alejandro Duran, en la tarima, tocando

“Un pedazo de acordeón”, el primer Rey vallenato me recibía en

Page 41: Diario de  un silvestrista

mi imaginación, las lagrimas brotaron de la emoción y me lancé a correr nuevamente.

Estaba en un lugar sagrado, donde año a año se realiza el festival de la Leyenda Vallenata, me abracé a una baranda de hierro al

lado de Lorayne, las dos brincábamos de alegría, en instantes estábamos rodeadas de la marea roja.

Durante horas el parque se fue llenando, las canciones de Silvestre nos emocionaban a cada instante, el sonido era increíble

y la alegría de todos los silvestristas se unía en una sola voz, y todos cantábamos a coro.

A las 10 de la noche, estaba totalmente exhausta, permanecimos de pie pegadas al tubo, mientras entraba hasta el último

silvestrista, y las gradas parecían venirse encima con tantas aclamaciones del ídolo.

Sentía a esa hora un dolor inenarrable en los pies, y me creía incapaz de continuar. Lorayne llena de una vitalidad asombrosa

estaba como si nada, y se veía radiante, su forma de vestir con la bandera venezolana la hacía resaltar entre los que estábamos de rojo. Sonreí entendiendo porqué Mathias me había dicho que

debía conocerla, su forma de vivir el silvestrismo era autentico, estaba al lado de una silvestrista que dejaba en claro, que

Venezuela estaba con Silvestre, manifestando su sentido de pertenencia.

- ¡ANA, ANA! Gritó Lorayne.

Las luces se encendieron en la tarima y el clamor del pueblo fue

un coro infinito, un enjambre de dulces voces.

- ¡SILVESTRE!

- ¡SILVESTRE!

- ¡SILVESTRE!

Page 42: Diario de  un silvestrista

Explicar lo emocionada que estaba me es casi imposible, el dolor que me producían los pies me sacaron múltiples lágrimas, me

perdí, ya no era Ana, sino una Silvestrista unida a una masa de gentes que saltaba, y casi sin darme cuenta, cuando Silvestre salió a escena cantando, bailé y bailé como lo hacía Sergio, mi

cuerpo se convirtió en un trompo, me sentí feliz, eufórica, viva, absolutamente convencida de que estaba viva. Lloré a rabiar,

grité hasta quedarme sin voz, bailé como jamás lo había hecho en mi vida. Pero entre 33 mil personas, fue imposible que él me viera. Así que simplemente bailé, bailé hasta más no poder.

- ¡SI SE VA A CAER EL PARQUE, QUE SE CAIGA! Gritó

Silvestre.

Cuando Juancho su acordeonero de entonces, comenzó a

interpretar “LA GRINGA”, sentí que el parque se caería. Al gritar y bailar, mi mayor felicidad fue, que estaba convencida que esa canción abriría las puertas de América al Silvestrismo.

Juancho de la Espriella tocó con tanto sentimiento el acordeón,

que cada sonido de aquella caja europea, manejaba nuestro cuerpo como si fuéramos marionetas entre sus dedos. Estaba tan emocionada que le di la espalda a Silvestre y por primera vez me

maravillé de la masa roja, que me acompañaba, más de 33 mil almas felices, cada una con historias sorprendentes y tan

distintas, allí habían silvestristas de todas partes, adinerados y humildes, hombres, mujeres y niños. Los amé a todos en ese instante por llenar mi vida con su alegría.

- ¡CUÁNTAS VECES APAREZCAS ESAS MISMAS VECES TE

OLVIDO! Gritó Silvestre al interpretar otra canción.

Volví a mirarlo y mi ídolo repitió ¡CUÁNTAS VECES APAREZCAS

ESAS MISMAS VECES TE OLVIDO! Y grité muy fuerte, era la frase más espectacular que le había escuchado. Pensé en Rafael y yo la

grité ¡CUÁNTAS VECES APAREZCAS ESAS MISMAS VECES TE OLVIDO!

Page 43: Diario de  un silvestrista

Casi finalizando el concierto, pasó algo realmente hermoso, Silvestre llamó al escenario al compositor de la canción “LA

GRINGA”, el joven era Isacc Calvo, un hombre sencillo que ovacionamos los silvestristas. Según nos contó el propio Silvestre, el muchacho era un vendedor de Butifarra, una especie de chorizo

que se come en Valledupar, y que se vende de forma muy sencilla por la calle, pues bien, este hombre humilde y trabajador, ahora

tendría una oportunidad maravillosa de vivir mejor; ya que, con el dinero de las regalías de otras canciones, había estudiado y se había logrado graduar de abogado, pero que ahora obtendría

mucho más por su nueva composición, algo que me emocionó mucho. Verlo cantar su canción y bailarla, me conmovió, porque

su vida había cambiado, como la mía, de forma contraria, pero ser feliz, era lo más importante para ambos.

Al terminar el concierto caí en cuenta del dolor de mis pies, el cansancio me embargó por completo, salimos satisfechos del

concierto, sin saber que afuera había un motín, muchísimas personas se quedaron por fuera del concierto, la policía arrojó bombas lacrimógenas en la calle para dispersar el tumulto, todos

corrimos y sin darme cuenta Lorayne y yo nos habíamos separado, entre los árboles del parque fui en dirección contraria al

lugar del conflicto, cuando un caballo se me vino encima y caí a tierra, no entendía que pasaba, el susto fue peor, el rostro de Mathias estaba ante mí salido de la nada.

Page 44: Diario de  un silvestrista

MARTIN

No era Mathias, quien casi me atropella con su caballo, al hablar

lo reconocí, su voz era distinta, era Martín, el hermano gemelo de

Mathias.

- Lo siento señorita, no la vi ¿Que hace de este lado del

parque? Preguntó apeándose del Caballo.

- Me asusté, buscaba una salida Martín.

- ¿Me conoce?

- Soy Ana, amiga de tu hermano Mathias.

- ¿Ana, eres tú? Me abrazó muy fuerte.

- Sí ¿Me conoces?

- ¡Sí! Eres el amor de mi hermano, claro que te conozco, ven

sube al caballo, salgamos de aquí.

Fue alentador sentarme, el caballo era enorme y me hacía sentir

como una princesa rescatada, pero por el hermano gemelo del príncipe.

- ¿Qué ha pasado? Quise saber.

- Nada, todo bajo control, puedes estar tranquila, son solo medidas para que la gente que no pudo entrar al concierto y que se puso inquieta se dispersé, tú sabes, evitar

mayores problemas.

- ¿Pero caballos, por qué caballos? Me has dado un buen susto.

- Dentro del parque nos es más fácil, la seguridad de los silvestristas en general es nuestro trabajo en cada

lanzamiento. Hoy gracias al cielo, todo ha salido bien.

Page 45: Diario de  un silvestrista

- ¡Menos mal! Dije.

- Buscaremos un taxi y podrás irte a casa.

- Martín, dónde está Mathias. Por qué te has hecho policía,

no entiendo nada.

- No soy policía, es un empleo nada más. Mi hermano está

en Sierra Nevada, o eso creo, hace ya unos meses que no se comunica.

Saber noticias de Mathias me llenaba el alma, ver a su hermano como si fuera su retrato, me resultaba terrible, quise besarlo. Él

sonreía de una forma tan encantadora que ir pegada a su pecho para no caerme del caballo, era la peor de las torturas. Al llegar a

la calle, Martín desmontó del caballo y me ayudo a bajarme, el dolor en los pies fue insoportable, estaba realmente adolorida.

- ¡Gracias Martín! Dile a Mathias que estoy en Colombia cuando hables con él.

- ¿Dónde puede encontrarte?

- No puede. Mañana me voy del Valle, voy a buscarlo a la Sierra Nevada.

El gemelo sonrió y su rostro iluminó mi vida, como si fuera el propio Mathias, nos despedimos como los mejores amigos del

mundo, abordé un sencillo taxi y di gracias a Dios cuando me lancé a mi pequeña cama de Hotel.

<<El destino no es cruel, es mi cómplice>> Pensé.

Page 46: Diario de  un silvestrista

EL SUEÑO

Antes de quedarme dormida, llamé a Lorayne dejándole en la

contestadora un mensaje con lo ocurrido, para que no se

preocupara, le pedía que nos viéramos por la mañana en la plaza Alfonzo López.

Mi último pensamiento antes de dormir fue confuso, primero en mi mente vi a Mathias, pero luego se transformó en Silvestre,

tomé su mano y la oscuridad nos envolvió.

Soñé que caminábamos por un río, las aguas eran oscuras y el

torrente era impetuoso, sentir su mano cálida junto a la mía parecía tan real, el sonido del agua era tan preciso. A nuestro

alrededor volaban cientos de mariposas.

- ¿Sabes que te amo? Dijo él. Y sus ojos me contemplaban

tan intensamente, que me sentí desarmada… lo deseaba.

- No, no lo sé, ¿Me amas? Contesté en mi sueño. Acariciando

su nariz lentamente y mis dedos tocaron sus labios.

- Amo tus ojos negros Ana. Dijo suavemente.

De pronto todo se oscureció, estaba sola de pie ante un espejo,

mi rostro había envejecido, mi cabello era canoso, me contemple tocándome las arrugadas mejillas; y dos gruesas lágrimas

brotaron de mis ojos marchitos.

Desperté de pronto y toqué mis mejillas, estaba llorando, pero mi

piel era la misma.

- ¡Fue una pesadilla! Dije en voz alta.

Y al levantarme de la cama, todo el cuerpo me dolió, en especial

el cuello. Mi nueva forma de bailar la música vallenata me pasó una fuerte factura, me sentía como si tuviera un latigazo cervical. El dolor me hizo gemir; no había envejecido en lo absoluto, como

Page 47: Diario de  un silvestrista

en el sueño, pero la columna ese día, fue el de una anciana de 100 años, como la mujer del espejo.

Al bañarme el agua cristalina y fría de Valledupar me devolvió el alma al cuerpo, recordé que en el sueño, le tocaba los labios a mi

ídolo y mis mejillas se enrojecieron.

- M A T H I A S ¿Recuerdas Ana? Me dije. Cómo podía

desear tanto besar a Silvestre, cuando buscaba desesperadamente al hombre que amaba, mis sueños

estaban traicionando mi corazón.

Cuando encontré a Lorayne en la plaza, nos abrazamos como

hermanas, le expliqué cómo me había perdido y quién me había rescatado.

- Necesito tu ayuda. Dije.

- ¿Qué estas planeando? Preguntó Lorayne con los ojos como platos.

- Voy en busca del hombre que amo.

- Silvestre se ha ido esta mañana de Valledupar Ana.

- Bueno, bueno, no me explique. Sonreí. Busco a alguien

muy especial en mi vida.

- ¡Por eso Silvestre! Y su respuesta nos hizo reír a las dos.

- Se llama Mathias, su hermano gemelo fue quien me ayudó

anoche y me dijo donde encontrarlo, pensaba irme a Cienaga hoy, pero queda pospuesto, voy a buscarlo.

- ¿Dónde está? Preguntó Lorayne colocando las manos sobre sus mejillas, como si le estuviera contando un cuento de

hadas.

- En la Sierra Nevada de Santa Marta.

- ¡Carajo! Exclamó, ¿Pero dónde? ¿Nabusimake?

Page 48: Diario de  un silvestrista

- No, a la Sierra Nevada

- Por eso Ana, la Sierra Nevada es inmensa, y la población

que se puede visitar normalmente es Nabusimake.

- Entiendo, bueno si allí debo ir entonces.

- Tengo lo que necesitas, conozco alguien que te puede

llevar y estarás a salvo con él. Debemos ir a buscarlo, es un gran amigo mío y estoy convencida que nos dirá que sí.

Pero debes pensar que vas hacer, si tu Mathias no está allí, así que te recomiendo que si no lo encuentras sigas tu camino a Cienaga, cualquier cosa, me llamas o me escribes

al correo, pero no te detengas, tu viaje es silvestrista, no te apartes de tu camino, si has decidido ir a Cienaga allí es

a donde debes ir ¿Entendido?

- Palabra de silvestrista. Juré levantando mi mano derecha y

la abracé como si fuera una verdadera hermana.

<< Te encuentro o me encuentro a mi misma>> pensé.

Page 49: Diario de  un silvestrista

NABUSIMAKE

José Luís, el hombre más alto que había visto en mi vida, era el

amigo de Lorayne, que aceptó llevarme a Nabusimake, sin

cobrarme absolutamente nada, subimos a su jeep, me despedí de mi gran amiga, y confié en que lo que hacía era correcto, o eso me decidí a creer.

Para mi sorpresa, José era venezolano, y llevaba mucho tiempo

viviendo en Valledupar, era muy robusto, pero de mirada dulce; y que aunque era un completo y gigante desconocido, me sentía segura a su lado.

- Llegaremos de noche chinita. Dijo él.

- No importa. Murmuré.

- Si importa bella, tendremos que quedarnos en un pueblito y saldremos de nuevo al amanecer, el Jeep llega hasta cierta parte, de allí subimos en mula o a caballo, depende

de quién nos los alquile.

- Ahora sí que no tengo idea a donde voy, no vamos es a una población.

- Así es chinita, una población indígena. Y su carcajada ante mi ignorancia me dio tranquilidad.

Viajamos en silencio, contemplé la carretera y dejé que mi mente jugara viendo cosas por la ventana. Me imaginaba corriendo

agarrada de la mano con Silvestre. Entre los árboles veía como nos mirábamos a los ojos, yo tocando sus mejillas y él mis cabellos negros, yo sosteniendo fijamente mi mirada y él

reflejándose en mis ojos.

Estaba tan cambiada, antes solo importaban las decisiones proferidas por los más altos tribunales de Venezuela, el levantamiento del velo corporativo, la carga de la prueba y la

Page 50: Diario de  un silvestrista

perfección del calculo de la antigüedad de los trabajadores; en cambio ahora mi mente era un lugar de mariposas azules

bailando al sonido de un acordeón, en búsqueda de un amor y anhelando los besos de un ídolo, siendo una mujer de veintiocho que se ilusiona y apasiona como una de dieciocho.

Al anochecer descansamos en un pueblito a los pies de la Sierra

Nevada, el cansancio me venció enseguida, todavía me dolía enormemente el cuello y mi columna seguía envejecida.

Mil mariposas azules alzaban el vuelo, yo estaba vestida con una manta Wayuu, blanca como el algodón, descalza pisaba la tierra de un lugar donde antes no había estado jamás, y de pronto unos

ojos amarillos me observaban, no se trataba de Silvestre, era alguien más, algo que me hizo temblar de miedo.

Un hombre joven, de cabello dorado como el sol, me arrastró por los aires, me sentí caer al vacío, como si volara en el sueño, la

brisa gélida, congelaba mis mejillas. Intenté gritar, pero no pude, lloraba de miedo, un demonio con fuego en los ojos, me había

llevado con él.

- ¡NO! Grité despertando del sueño, estaba congelada de

miedo, algo o alguien estaba en la habitación, al encender la luz, no había nada.

En la mañana salí de la habitación que había alquilado José Luis, lo encontré en la cocina de la casita, tomando una enorme taza

humeante de café.

Una hermosa anciana me sirvió un poco de café y sentí que el

miedo desparecía.

- Chinita te vez espantosa, no dormiste bien, se te nota.

- ¡Pesadillas! – Fue todo lo que contesté.

- Coma algo. Usted esta flacucha.

- No tengo hambre. Murmuré frunciendo el seño.

Page 51: Diario de  un silvestrista

- Coma, porque si se desmaya, la dejo botada en la sierra, ni crea que la voy a estar cargando. Dijo dedicándome una

hermosa sonrisa.

Aunque ya acostumbraba a comer más, y había aumentado de

peso, los estragos de años pasados por no engordar, me hacían ver algo hambrienta.

Desayunamos, tomé dos tazas de café más, pagamos a los ancianos que nos habían atendido, y continuamos el viaje.

Había un poco de neblina pero el sol ya comenzaba a despejarla.

- ¡Ana mira! Ahí la tienes, la hermosa Sierra de Santa Marta.

Ante mí observe un cuadro pintado por la mano de Dios, era

imponente, nos acercábamos más y más a ella en el jeep, y parecía que más lejos estaba. José Luís consiguió en donde dejar

el Jeep y alquiló un caballo para él y una mula para mí, debí verme graciosa arriba del pobre animal, porque José no paraba de reír, subimos la montaña en compañía de otros aldeanos que

también iban a Nabusimake.

- La columna se me va a romper José, no había otro animalito mejor ¿verdad?

Las carcajadas de los hombres me enfurecieron y me concentré en montar lo mejor posible, José no hacía más que reírse cada

vez que me quejaba, y la mula era tan fuerte que temía que me arrojara en cualquier momento.

Después de que pasaran lo que fue para mí un siglo, nos apeamos para comer algo y dar de beber a los animales, el clima

era encantador, pero en mucho tiempo me sería imposible volver a sentarme como un ser normal, los dolores de espalda eran insoportables.

<<Juro que si Mathias no está allí arriba, el día que lo vea lo

patearé>> Pensé.

Page 52: Diario de  un silvestrista

Cuando por fin llegamos a nuestro destino, pensé que estaba en otro mundo, el aire puro y el verdor de aquel lugar, era mágico,

me enamoré perdidamente de Nabusimake.

Era un lugar distinto a cualquier otro, habían muchas casitas de

piedra, eran circulares y por todas partes estaban sus habitantes, los indígenas Arhuacos, con sus poporos y vestimentas blancas,

una mujer tenía una manta blanca como el algodón, la misma manta de mi sueño, no era Wayuú, era Arhuaca, verla me hizo sentir miedo.

- Conseguí donde quedarnos esta noche, aquí vive un compadre, un Arhuaco que toca el acordeón, se que te vas

divertir mucho esta noche con nosotros, así no encuentres a tu media costilla aquí.

- José ¿Cómo sabes que busco a un hombre?

- Y por qué más una señorita tan refinada se subiría a una mula, no creo que hayamos venido por una mochila

Arhuaca.

Sonreí y fui a buscar a Mathias, caminé un buen rato, saludando e

intentando entender que haría un muchacho como él en un asentamiento indígena. Está de más decir que no lo encontré,

pregunté a varios Arhuacos que hablaban muy bien el español, pero nadie supo decirme, al parecer era normal que mucha gente los visitara.

Al regresar con José Luís, él me esperaba con una mochila Arhuaca blanca con negro, era hermosa.

- ¡Esto es para ti!

- ¡No puedo! Respondí.

- Sí puedes aceptarla, es un regalo, no seas malcriada, que la compré con cariño, las tejen durante días, así que no son

económicas.

Page 53: Diario de  un silvestrista

- ¡Gracias José! Dije colocándome de puntillas para darle un beso en la mejilla, pero como no lo alcance, me alzó como

a una niña, y pude darle un beso. Sus mejillas se enrojecieron como un tomate.

- ¿Conseguiste al hombre?

- Nada.

- En la noche le preguntamos a mi compadre, ven comamos

algo, muero de hambre, sería capaz de comerme una vaca entera.

- Si, ya lo creo. Y los dos nos reímos a carcajadas.

Page 54: Diario de  un silvestrista

EL DUENDE

Al atardecer, me alejé un poco de la población, deseaba estar

sola, comenzaba a hacer frío, y mi corazón como todas las

noches, intentaba llenarse de sentimientos de tristeza, el compadre de José Luís, no había regresado de Pueblo Bello, el pueblito donde nos atendieron, antes de subir la Sierra.

Caminé alejándome del sendero y subí a una cima, desde allí vi

como el sol se escondía lentamente, llenando el cielo de un dorado entristecido. El dolor me rondaba el alma, intenté no pensar en Mathias, y en su lugar busqué en mis recuerdos,

alguien que lograba espantarme la tristeza; pensé en Silvestre, traté de alejar el dolor de no encontrar a Mathias, con la sonrisa

de ese amor secreto, que llevaba escondido dentro del alma.

- ¡TE AMO! Grité. ¡TE AMO! ¡TE AMO!

Una ventolera me arropó los pensamientos, y mis largos cabellos flotaron como una bandera negra, las ramas de los árboles

crujieron soltando hojitas al viento. Creí que en ese instante, la montaña conspiraba, llevando mi grito hasta Silvestre. Arrojé un

beso al aire y con toda mi fe, rogué para que llegara a sus mejillas.

De pronto, me sentí observada y entendí que estaba oscureciendo, que debía regresar con los demás. Mi piel se erizó

con una especie de escalofrío que me heló la sangre.

Estaba aterrada. Intenté correr, pero el camino era empedrado y

resbaloso, por más que me apresuraba no encontraba el sendero de regreso.

- ¡Cálmate! Murmuré.

Frente a mí y salido de la nada, estaba el muchacho de mi pesadilla, vestido de forma extraña, con una camisa blanca

Page 55: Diario de  un silvestrista

manga larga y un pantalón mugriento de color amarillo. Al verlo a los ojos, sentí pánico, su mirada era maligna.

- ¿QUIÉN ES USTED? Grité sin poder moverme lo más mínimo, tenía increíblemente, el miedo jamás sentido

dentro del alma. ¡QUITESE O NO RESPONDO! Volví a gritar y la voz se me quebró. ¡QUITESE! ¡QUITESE!

Cuando dio un paso hacia mí, salí corriendo en sentido contrario y resbalé, caí al suelo, y unas manos me agarraron.

- ¡SUELTEME! Grité aterrada.

- ¡CÁLMATE ANA! cálmate, no pasa nada, soy yo José Jorge.

Con la poca claridad que quedaba, vi el rostro de otra persona, un

muchacho Arhuaco.

- Sácame de aquí, ayúdame, sácame de aquí ¡Ya! Dije tocándole el rostro con desesperación.

El muchacho que me había ayudado, era el compadre de José Luís, al enterarse que estaba vagando por el bosque, salió a

buscarme de inmediato.

Para calmarme me dieron varias bebidas calientes y me acostaron

en una hamaca dentro de una de las casitas, y José Jorge le pidió a todos los presentes que nos dejaran solos. Todos obedecieron al

instante.

- Te incluye José Luís, sal un momento, debo hablar con ella.

- Chinita solo fue un susto, no paso nada reina. Dijo José Luís a modo de que recobrara la compostura.

- ¡Salga compadre! Insistió el joven.

- ¡Aja! Ya me voy.

- ¡Ana! ¿Qué o a quién viste? Me preguntó el muchacho cuando nos quedamos a solas.

Page 56: Diario de  un silvestrista

- Era un muchacho muy bonito, pero me dio mucho miedo, soñé con él anoche, antes de venir a Nabusimake.

- ¿Era humano? Preguntó mirándome fijamente.

- ¡Claro que era humano! ¿Qué quieres decir?

- Y entonces por qué estabas espantada cuando llegué.

- Me causó un susto de muerte, tú lo viste estaba justo

enfrente de mí, había fuego en su mirada.

- No Ana, no lo vi…. Mañana mismo te vas de la Sierra, eso

que viste es un duende.

- ¿Un qué? Pregunté confundida.

- Eres muy bonita Ana, ha sido una locura de mi compadre

traerte a esta tierra, y menos dejarte sola en el bosque, eso ha sido lo peor, en la Sierra han desaparecido niñas y jóvenes, el duende se las llevan y jamás las regresa.

- De qué carajo me estás hablando José Jorge ¡POR DIOS!

- El hombre que buscas no está aquí.

- ¿Cómo sabes?

- Lo sé porque se fue hace 3 días, Mathias habitó un tiempo

entre nosotros, luego siguió su camino, tú debes hacer lo mismo mañana mismo. Nuestra montaña está llena de

misterios, Nabusimake, ese nombre por el que tú lo conoces, significa “Donde nace el sol”, pero al atardecer, la oscuridad se adueña de la montaña y no hay nada que se

pueda hacer hasta que salga el sol nuevamente. Créeme Ana un duende se quiere llevar tu alma.

Durante toda la noche me fue difícil dormir, los ojos de lo que fuera ese ser, se me habían clavado en la memoria. Desde la

hamaca en la que intenté dormir, podía escuchar los murmullos de los Arhuacos hablando en su lengua alrededor del fuego que

Page 57: Diario de  un silvestrista

habían encendido, mientras el sonido del acordeón de José Jorge, se me antojaba tan triste y hermoso a la vez.

Pienso que tocaba aquellas melodías para calmar mi alma, y el recuerdo de otros ojos amarillos, muy distintos a los del duende y

llenos de vida, me calmaron. No entendía cómo en momentos así, con el miedo que tenía, recordar su mirada, o el olor de su piel

cuando lo abracé, o su voz, podían traerme tanta paz.

Fui quedándome dormida poco a poco. Desperté de un salto

cuando alguien dijo mi nombre ¡ANA! Fue un espantoso susurro en mi mente, me levanté y sin saber lo que estaba haciendo, salí de la casita circular. El aire era gélido y pude sentir mis pies

descalzos tocar el suelo, tenía puesta una manta Arhuaca, como en el sueño que tanto me había asustando. De pronto como si

alguien me cargara, mi cuerpo se deslizó montaña arriba, corriendo entre los árboles a una velocidad increíble.

¡SUELTAME! Grité aterrada. ¡SUELTAME!

Una voz dentro de mi cabeza me susurró ¡Te necesito Ana!

No permití que la tristeza me consumiera, empecé a cantar,

tarareaba torpemente algo, recordé como bailaba al son de la música del acordeón de Juancho, cómo con los silvestristas

aplaudíamos y coreábamos ¡SILVESTRE! ¡SILVESTRE! Mi corazón se inundó de alegría hasta más no poder.Desperté en la hamaca, con lágrimas en los ojos, todo el cuerpo me hormigueaba, había

tenido una espantosa pesadilla.

Por las rendijas de la casita se filtraba la luz del sol.

“Está naciendo el sol” pensé. Y levantándome deprisa salí y lo

busqué. Cerré mis ojos y sus rayos penetraron mis parpados. Mi alma renacía con ese amanecer.

Al abrir los ojos, sentí un escozor en los brazos y piernas, tenía como diminutos arañazos, y en el cabello ramitas y hojas.

Ahogué un grito ¡No fue un sueño!

Page 58: Diario de  un silvestrista

ESPIRITU ERRANTE

Volví a entrar en la casita Arhuaca, busqué mi mochila y me

coloqué pantalones y camisa manga larga, no deseaba explicar

los rasguños que tenía, porque aunque quisiera, no podía explicarlos. Desayuné ausente, no presté atención a la conversación de José Luís y José Jorge, aquel lugar tan

encantador de día, era tan diferente de noche. La Sierra Nevada era un lugar hermoso, pero estaba tan asustada que lo único que

deseaba era marcharme inmediatamente.

- Bueno tú decides Ana. Dijo José Luís, moviendo sus manos

sobre una hoja que tenían en la mesa.

- Decido ¿Qué?

- ¿Chinita es que no prestaste atención?

- No, lo siento, estaba distraída.

- Mi compadre va unos días hasta Bosconia, puedes ir con él hasta allí y seguir sola hasta Cienaga, o puedes quedarte

conmigo en Pueblo Bello durante unos días, esperamos allí un encargo de mi trabajo y luego te llevó hasta Aracataca.

- Quiero irme ya para Cienaga José, no deseo estar por estos lugares… sigo mi camino.

- Si deseas puedes quedarte conmigo en Bosconia el tiempo que necesites. Dijo José Jorge.

- Gracias pero prefiero continuar, si te parece bien.

- Lo importante es que bajemos ya de la Sierra, lo del duende me preocupa. La última vez que alguien lo vio,

despareció una niña. Si estas preparada, podemos irnos.

Page 59: Diario de  un silvestrista

- Cuentos de camino compadre, esa muchachita que se perdió, no estaba tan niña, seguro se enamoró y se fue con

el novio. Afirmó José Luis.

- No lo creo, y prefiero no averiguarlo. Concluyó José Jorge.

Me fui de Nabusimake sin mirar atrás, sentía que si volteaba vería al duende, fue una experiencia aterradora e inexplicable, pero me

aferré a mi entendimiento.

<< No puedo sentir más miedo, no voy a sentir miedo>> me repetí una y otra vez, mientras mi mula pasito a pasito me devolvía los dolores de la espalda.

Durante todo el descenso no pronuncié palabra, ni presté

atención a mis nuevos amigos. Incluso no había querido saber donde estaría Mathias, preferí encerrarme en mi mente, me sentía segura al lado de José Jorge, él era quien había espantado

al duende, su presencia le trasmitía paz a mi alma.

Al llegar a Pueblo Bello, me despedí de José Luís, y aunque me

puse de puntillas fue imposible alcanzar su mejilla, el me lanzó una carcajada y como si fuera una bebé me cargó, me aferré a su

cuello y le di un tierno beso en la mejilla.

- Nos vemos en el Valle Chinita, y si no consigues al costillo,

te aceptaré como noviecita sin que me ruegues mucho. Y su hermoso rostro rollizo iluminó mi vida.

- Que considerado eres, es bueno saber que hay opciones.

- Compadre cuídame la muchacha, que si le pasa algo Lorayne me mata.

- Estará sana y salva, compadre. Dijo José Jorge despidiéndose.

Subimos a un autobús que nos llevaría hasta Valencia de Jesús, y de allí conseguimos un carrito hasta Bosconia. Me era imposible

Page 60: Diario de  un silvestrista

dejar de pensar en la pesadilla de la noche anterior, me mantuve callada hasta que José Jorge me sacó de mi mutismo.

- ¿Ana, qué pasó anoche?

- Nada. Contesté fríamente.

- No confías en mi ¿Acaso no te gusta como me visto? ¿Mi

traje no te da confianza? o crees que porque llevo el pelo largo, ¿No soy de fiar?

- No digas eso, vistes como visten los Arhuacos, yo confío en ti.

- No lo creo.

- Es que, creo que soñé algo extraño, es todo.

- El duende intentó llevarte, es eso ¿Verdad? No me mires así Ana, Nabusimake es mi hogar, mi Sierra el centro de mi mundo, pero eso no me aleja de la gente, he leído mucho,

y puedo hablarte de mi pueblo, cómo puedo hablarte del tuyo.

- Si, anoche soné que algo me llevaba por la Sierra, pero pensé en alguien muy especial para mí, su recuerdo me

llenó de fuerza, y el sueño se detuvo.

- ¿En realidad crees que fue un sueño?

- No se qué creer. Dije mostrando los arañazos diminutos en

mis brazos.

Él examinó mis leves heridas, y guardó silencio por un momento,

bajando la voz, para que el chofer y los otros pasajeros no nos escucharan.

- ¡Sí! como pensé, no fue un sueño, no se qué hayas podido pensar o en quién, la cuestión, es que te hizo dejar de

sentir miedo. Verás Ana cuando te enfrentas a cosas como estas, llámalas como quieras llamarlas, para mí son

Page 61: Diario de  un silvestrista

simplemente espíritus errantes, que a lo largo de los siglos logran ser muy fuertes, y sobre todo, si les tienen miedo,

es vital controlar las emociones, para qué, eso que se te acerca, se aleje y no sufras daño alguno. Ahora entiendes por qué tenías que salir de allí hoy mismo.

- Si lo entiendo. Yo solo buscaba a alguien y me encontré

con cosas en las que no creía pudieran existir.

- ¡Mathias! Buen muchacho, me agrada su forma tranquila y

pausa con la que toma las cosas. Me habló de una dulce mujer a la que amaba, de enormes ojos oscuros y cabello negro, cuando te vi, entendí que eras la chica de Mathias.

- José, él te dijo a donde se iría. Dije con el rostro

enrojecido.

- No, solo conversamos de la Sierra, de los Arhuacos, de

nuestras costumbres, pero a donde iría, lo desconozco, me imagino que regresó a Valledupar, allí tiene familia.

- ¿Crees que deba regresarme al valle?

- ¿Y perderte ir a Macondo? Sería una lastima.

- ¿Macondo? No te entiendo ¿El de la novela?

- Si luego de Bosconia y antes de llegar a Cienaga pasarás

por Aracataca.

- ¿QUE? grité de pronto. ¿ARACATACA? Dije emocionada,

mientras el chofer me miraba por el retrovisor a manera de reproche. Baje la voz, no podía creer lo que me decía. ¿Aracataca tan cerca?

- Si, José Luís te dijo que si lo esperabas te llevaría hasta

allí.

- No lo escuché. Dije bajando la mirada.

Page 62: Diario de  un silvestrista

Él me miró con sus hermosos ojos negros, como entendiendo lo emocionada que me sentía, al saberme tan cerca de la Aracataca

de Gabriel García Márquez.

Tengo cosas que hacer por mi pueblo en Bosconia, pero allí vive

una prima muy querida, se llama Katherine Castaño, hablaremos con ella para que te acompañe y puedas pasear tranquilamente

por Macondo, y aunque es muy joven y alegre, tiene un defecto… es una silvestrista extremista.

Sonreí, el destino conspiraba en mi nombre.-

Page 63: Diario de  un silvestrista

EL PARAISO SILVESTRISTA

Bosconia, el lugar más caliente del planeta, una hermosa

población con una temperatura de 45° grados según me comentó

José Jorge, y así lo sentí tan pronto me baje del vehículo.

- Ya te acostumbrarás.

- No lo creó, ahora entiendo cuando alguien dice que “es un

hervidero”.

- ¡Vamos Ana! deja el lloriqueo, creo que has pasado por

cosas peores.

Mis mejillas estaban enrojecidas, no sé decir, si fue porque me

sonrojé o por el intenso sol con el que me recibía aquel lejano lugar. Llegamos a una pequeña casa donde nos aguardaban

familiares de José Jorge. Me pareció un lugar encantador, sobre todo porque tenía la necesidad de ahorrar hasta último peso, así que estaba dichosa de poder llegar a un lugar donde descansar.

Me prestaron un baño, y creo que duré una hora bajo la regadera,

el agua me reconfortó el espíritu, aunque los rasguños eran pequeños me dolieron cuando pase el jabón por los brazos y piernas. Decidí acostarme un buen rato, así que la tía de José

Jorge me condujo a la habitación donde dormiría aquella noche.

- Espero que puedas descansar un poco muchacha, lo bueno de la habitación de Katherine es que el aire acondicionado es el que más enfría en la casa. Lo malo son sus

obsesiones, pero es muy joven, cuando llegue, le diré que no te moleste.

Al entrar en la habitación, agradecí su amabilidad. Al cerrar la puerta ésta crujió bajo el pomo.

- ¡Dios santo! Exclamé. Deberían de echarle aceite, que sonido tan espantoso. Al ver la habitación ahogué un grito.

Page 64: Diario de  un silvestrista

Una enorme imagen de Silvestre me recibió, todas las paredes de la habitación estaban forradas de fotos, afiches, recortes de

prensa, era el paraíso del silvestrismo. La cama tenía sabanas rojas, en el tocador más fotos, y múltiples accesorios rojos.

“Esto es increíble” Pensé.

Me fascinó la habitación, encendí el aire acondicionado y sin

querer comencé a detallar todo cuanto me rodeaba.

La puerta crujió y entró una joven de enormes ojos y cabello negro, llevaba al hombro una preciosa mochila roja.

- Soy Katherine dijo estrechándome la mano enérgicamente.

- Hola, soy Ana. Dije sonriendo.

- José Jorge me dijo que eres silvestrista ¿Es eso cierto?

- Si, lo soy.

- ¿Canción favorita?

- ¿Cómo? Pregunté sin entender.

- ¿Cuál es tu canción favorita de Silvestre Dangond?

Preguntó con gestos pausados como si le hablara a alguien que no entiende el español.

- ¡Muchachita Bonita! Respondí inmediatamente.

- ¡Aja! Has ido a un concierto de Silvestre, ¿Cuál?

- El lanzamiento de “Cantinero” y “No me compares con

nadie”, además fui a uno en Venezuela en el cual me enfermé muchísimo, si no hubiera…

La muchacha no me dejó terminar de hablar, cuando se me arrojó encima y me dio un fuerte abrazo.

Page 65: Diario de  un silvestrista

- Si, si eres silvestrista, que emoción, y desde Venezuela, es increíble, tienes que conocer a los muchachos, te van a

adorar, ya los llamo, esta noche hay que salir a silvestriar.

La chica hablaba muy rápido, casi sin respirar. Comenzó a marcar

números en su celular y a caminar de un lugar a otro.

- ¿Muchis? Dijo Katherine. Amiga, noche roja… Sí, si, todo

según lo planeado, los espero en la esquina a las 12, va otra Silvestrista, es de Venezuela, todos listos a las 12 en

punto. Vamos vestidos de forma discreta. Besos Muchis. SI DE VENEZUELA.

Me brindó una sonrisa inmensa. Su alegría me recordó a Lorayne, los silvestristas comenzaban a ser realmente especiales para mí.

Cuando desperté, era ya entrada la noche, no había tenido pesadillas ni nada por el estilo, fue hermoso encender la lámpara

de la mesita de noche y estar rodeada del rostro de Silvestre, en fotos que me llenaban de alegría, era una especie de santuario

fascinante.

Alguien tocó la puerta. Pensar en que escucharía el chirrido me

incomodó.

- ¡Pase!

- Pensé que aún dormías. Dijo José Jorge.

- No, ya puedo salir un rato, así me llevas a conocer.

- Ana son las 10 de la noche, dormiste varias horas, acuéstate, mañana salimos temprano, vine para saber si querías comer algo.

- No sabía que fuera tan tarde, gracias José pero no tengo

hambre.

- Descansa, mañana conversamos.

Page 66: Diario de  un silvestrista

Me quedé recostada viendo el techo, unos enormes ojos amarillos me observaban. Era increíble estar en el cuarto de una

Silvestrista Extrema. Nuevamente la puerta crujió al abrirse.

- Por Dios Katherine, échale aceite a esa puerta. Dije

incorporándome de la cama.

- Está todo listo Ana, tenemos una misión secreta, escucha,

no me mires así, presta atención esta noche vamos a iniciarte en el verdadero Silvestrismo, ya teníamos

planeado el delito, pero…

- ¿Cuál delito, de qué carajo estás hablando?

- Queremos robarnos un afiche de Silvestre, es una especie

de anuncio antiguo, nos hemos cansado de pedirlo, y no nos lo dan, así que la Muchis, los muchachos tú y yo, nos lo vamos a robar.

- Pero ¿Qué dices? Imprime uno, o no se, mándalo a hacer, no hay necesidad de hurtar nada.

- Decir robo es más emocionante.

- Es un hurto Kate, no hay violencia, además ni siquiera llega a hurto, es una travesura.

- No me critiques el plan, vístete que después de eso te

llevaremos a Silvestriar, quiero ese anuncio de Silvestre y vas a ayudarme a conseguirlo.

Su mirada brillante, llena de picardía me pareció única, así que no pude negarme. Durante toda mi adolescencia, nunca hice nada igual, ni siquiera por “Menudo”, y eso es decir mucho.

- A las doce está preparada. Dijo en un susurro. Vendrán por

nosotros en moto.

Page 67: Diario de  un silvestrista

- ¿Qué? Dije al borde de un colapso nervioso. “Jamás me he subido en una moto” pensé, sintiendo por primera vez en

mi vida lo que era la adrenalina en su mas alta proporción.

Page 68: Diario de  un silvestrista

EL DELITO DE UN FAN

Salimos de puntillas de la casa de Katherine, José Jorge y su tía

debían estar profundamente dormidos, porque por más que

intentamos que no sonara la puerta del cuartel silvestrista, fue imposible evitar que su chirrido se expandiera en un eco por el pasillo.

Ya en la calle, sentí el vapor nocturno, y me resultó insufrible.

- No hay moros en la costa. Dijo casi en un susurro Katherine. Moviendo la mano como fiscal de tránsito.

La seguí en silencio, como si aún José Jorge pudiera escucharnos. El corazón lo tenía en la boca, por la adrenalina que me producía

la travesura silvestrista.

Recordé el traje verde manzana, del primer día del ejercicio de mi profesión de abogado, llevaba tacones de aguja negros a juego con el maletín, estaba perfectamente maquillada, apenas tenía 21

años e intentaba parecer de 30, me presenté en los Tribunales, aparentando una seguridad en mi misma única, la envestidura de

alguien que lucharía por la justicia, aunque no supiera defenderse del maltrato psicológico que no quería aceptar. En ese entonces Rafael me indicaba cómo debía vestir, caminar, hablar, saludar.

Recordé la marioneta de mujer que era, escondiendo mi espontaneidad y sencillez, detrás de la estampa de profesional

perfecta, en la que él me convirtió.

Ahora, seguía por una calle oscura a una muchachita y estábamos

a punto de cometer una leve infracción, a la cual ella llama “El delito de un fan”. No pude más que sonreír. Ahora vestía de

forma sencilla y llevaba cruzada mi mochila arhuaca y mis zapatos rojos.

Al llegar a la esquina, nos esperaban en moto, tres muchachos y una chica, vestidos de colores oscuros, con excepción del que se

Page 69: Diario de  un silvestrista

veía el más joven de todos, estaba completamente vestido de rojo.

- ¿Tú eres bruto o qué? ¿Qué haces vestido de rojo? Preguntó muy molesta Katherine.

- Pero bueno ¿Tú no le dijiste a La Muchis que era noche roja? Se defendió el muchacho.

- Que bruto eres, es roja de silvestristas, pero habíamos

quedado en ser discretos, por si alguien nos veía ¡FABIAN QUE ANIMAL ERES! Gritó Katherine perdiendo la compostura.

- Eso despierten a todo el vecindario. Dijo la chica de la

moto.

- En fin, así no se puede. Chicos ella es Ana, es una

silvestrista de Venezuela, y va para Cienaga, así que salúdenla como se merece.

Y uno a uno fue abrazándome sin despegarse, hasta que hicieron una montonera que casi me asfixia, en mi vida me habían dado

un abrazo semejante, y mientras me abrazaban cada uno decía una frase diferente, como un grito de guerra, lo cual me causo mucha risa.

- Ana este galán que vez aquí es Gunter, viene de la Guajira. Dijo

presentándome al más morenito de todos.

Me estrechó la mano, y volvió a abrazarme, el calor que sentía

me tenía incomoda, pero traté de presentarle mi mejor sonrisa.

La Muchis y Oscar son Silvestristas extremos, y el de rojo, es

Fabián, no es inteligente pero toca como nadie la guitarra.

Todos nos reímos de semejante presentación. Hasta que de pronto se escuchó un ruido en la calle, al parecer venía alguien.

- Vamos, vamos, apremió Gunter. ¡Ven Ana súbete!

Page 70: Diario de  un silvestrista

Y sin pensarlo dos veces me subí a la moto del muchacho Guajiro. Estaba eufórica, volvía a tener 21 años. Cuando arrancó la moto,

casi me caigo.

- Pequeña tendrás que abrazarme. Dijo acelerando de una

forma tan brusca, que me abracé a él, como si fuera el hombre de mi vida. ¡Que Silvestre me cuide!

Mantuve los ojos cerrados, apretada a su cuerpo, la brisa era agradable, pero el terror me dominaba.

“Toda mi vida cuidándome y venir a morir contra el asfalto, me he vuelto loca”. Pensé

- ¡POR FAVOR NO CORRAS! Grité para hacerme oír por

encima del sonido de la moto. Por lo que Gunter desaceleró, cosa que le agradezco aún hoy en día. Pensé que moriría esa noche, del susto o en un accidente.

“Le prometí cuidarme, le prometí cuidarme” me repetía una y otra vez, mientras me abrazaba al silvestrista.

Llegamos en lo que me pareció una eternidad a una avenida, y al

bajarme de la moto buscando oxigeno. Ante mí, el afiche mas hermoso que hayan visto mis ojos.

Silvestre sonreía de oreja a oreja y se veía tan natural y alegre, que quise inmediatamente robarme el anuncio.

- Oscar y Gunter apúrense, no hagan bulla, que nos pillan. Dijo Katherine. ¡Rápido! ¡Rápido! Susurró.

- Muévanse, me matan los nervios. Dijo La Muchis.

Una luz se encendió en el local, los chicos bajaron el afiche y salieron corriendo, me quedé absorta mirando la ventana y

observé que alguien se asomaba.

- ¡CORRE ANA! ¡CORRE! Dijeron al unísono.

Page 71: Diario de  un silvestrista

Estaban a punto de vernos, cuando salí corriendo en dirección a Gunter y me subí a la moto, arrancamos a toda velocidad y los

muchachos gritaban frases, muertos de risas. Entendí entonces que se trataba de frases silvestristas.

- ¡CUANTAS VECES APAREZCAS, ESAS MISMAS VECES TE OLVIDO! Grité emocionada.

Nos alejamos del lugar y fuimos a parar a una plaza, en donde varios jóvenes escuchaban música y bailaban en plena calle. El

afiche Katherine lo había enrollado, si alguien lo veía se daría cuenta y podría delatarnos, al parecer todos en Bosconia querían el anuncio silvestrista, pero nadie se había atrevido a llevárselo,

el dueño despojado era un silvestrista a quien le tienen respeto en todo el Municipio.

- Gunter sacó una pequeña botellita que reconocí como Aguardiente, y un vasito de plástico. Se sirvió un trago,

levantó la mano como si se tratara de un ritual, y dijo: “Comprar el tiquete no es lo mismo que entra al avión”. Y

los chicos respondieron ¡Salud! A la vez que se tomaba su trago de aguardiente.

- Katherine hizo lo mismo y dijo “Que viva Colombia, que vivan Ustedes y que viva yo” ¡Salud! Dijimos todos.

- Fabián brindó “Es que no es la plata, es el corazón” ¡Salud! Repetimos riendo.

- La Muchis “Como todo en la vida no es fácil, se sufre, se trabaja y se gana con sudor” ¡Salud!

- Oscar, brindó tomando de la propia botella “Es que unos

beben para olvidar y yo vivo, pa recordarla” ¡Salud!

- ¡Cuantas veces aparezcas, esas misma veces te olvido!

Brindé. Todos gritaron ¡SALUD ANA!, ¡SALUD!

Page 72: Diario de  un silvestrista

LA MUCHIS

Fabián sacó de un viejo forro una preciosa y gastada guitarra,

nos sentamos en la plaza a su alrededor, y para mí, en ese

instante no hubo una persona más maravillosa en todo el universo, vestido completamente de rojo, con una voz preciosa y cantando al compás de las cuerdas, “La Indiferencia” una de las

primeras canciones que me aprendí de Silvestre.

Su voz y las sonrisas de los muchachos después del delito, me hicieron sentir ganas de tomar, todo hubiera sido perfecto si Mathias y sus tragos rojos, estuvieran allí conmigo.

Cantamos varias melodías, y la gente se acercó a cantar también,

y de repente éramos cualquier cantidad de voces coreando “Esa mujer” “Que no se enteren” y “Cantinero”, si un extranjero ajeno al silvestrismo nos hubiera visto, pensaría que hacíamos una

vigilia.

Oscar muy animado, consiguió algo que no había probado, un

roncito sumamente suave, hielo y limón. Un trago tras otro, unos por felicidad, otros de despecho, otros a la salud de Silvestre,

otros a la salud de mis hermanos silvestristas.

Comprendí que el silvestrismo no era solamente seguir al ídolo, o

ir a sus conciertos, siquiera bailar en casa o en las fiestas, es un sentimiento que nos une, como los mejores amigos del mundo,

sentir que no estás solo en tus penas o en tus alegrías, que vistes de rojo porque te gusta decir que eres silvestrista, que bailas como trompo, no para ti, sino para expresar tu felicidad por ser

único entre los demás, porque eres alguien que entiende “Silvestriando ando.”

La Muchis tenía una sonrisa increíble, y contemplaba a Fabián como yo lo hacía cada vez que miraba Mathias, pero también lo

miraba, cómo yo miro a Silvestre. Como puedes ver solamente, a ese amor imposible, infinito, pero que jamás será tuyo, y que de

Page 73: Diario de  un silvestrista

todas formas, das gracias a la vida de que él exista, y te conformas con que él sea feliz.

- ¡Katherin! ¡kate! Dije haciéndole señas para que se sentara a mi lado. Kate, ¿La Muchis es novia de Fabián?

- ¡No niña! El Fabián es casado.

- Tan joven, ¿En serio? Pregunté con los ojos muy abiertos.

- Sí, y como bien te fijaste, La Muchis lo ama, es una triste historia, lo peor es que él también la ama, pero por esas tonterías que cometen los hombres, embarazó a otra chica.

Y él será bruto, pero irresponsable nunca.

- ¡Qué triste! Dije aceptando otro vasito de ron.

- Lo bueno es que eso no dañó su amistad, y creo que se

aman en silencio, sin que nadie tenga nada que decir. Ana, mi amiga Andrea es…

- ¿Andrea?

- Si claro, Andrea Martínez, ni modo que “La Muchis”, sean

su nombre verdadero, así le decimos de cariño. Como te decía mi amiga, es tremenda niña, fiel a Silvestre, aunque

se nos venga el mundo, a veces no tenemos dinero suficiente para CDS, o videos, incluso para ir a los

conciertos, pero La Muchis se las arregla y nos ayuda, algo se inventa y terminamos teniendo noches rojas, como estas.

- ¿Tu mamá no te regaña? O la mama de La Muchis, mi madre a tu edad me tenía encerrada estudiando.

- Mamá es un sol, ella sabe que me salgo de noche, pero

también sabe, quiénes son los muchachos, y sobre todo adora a La Muchis.

- Y por qué no pedir simplemente permiso.

Page 74: Diario de  un silvestrista

- ¿Qué? Y perderme la emoción de volarme de casa, eso jamás.

Reímos mientras, bebíamos felices el roncito, yo aplaudí cada una de las canciones que interpretó Fabián, a quien le hicimos un

pésimo coro, pero cuando la felicidad te embarga, el ridículo no existe.

Seguimos tomando, y cuando observe mi reloj silvestrista, me sombró ver la hora.

- ¡ES TARDE! ¡ES TARDE! Son… son…

Me había emborrachado, me acordé de Rafael, y las lágrimas comenzaron a brotar.

- Ana, vamos estas ebria, con café se te quita. Dijo alguien.

- No, no quiero, llaman a Mathias y le dicen que es un tonto. Dije sintiéndome muy mareada. Creo… creo…

Y todo cuanto había comido y bebido, lo vomité a un lado de la calle, los chicos se reían, ninguno parecía estar como yo, y el

dolor en las entrañas se me mezclaba con el dolor de los amores imposibles, inconclusos.

La Muchis y Kate, me ayudaron, me lavaron la cara y me recogieron el cabello. Vi en los ojos de La Muchis, el mismo dolor,

los mismos obstáculos de amar que yo tenía.

Me senté al borde de la calle, me abracé las piernas y lloré, lloré

como nunca había llorado en mi vida, lloré por Silvestre y por Mathias, lloré por mí, por el mal amor que fue Rafael, incluso recuerdo que lloré porque Teresa no estaba conmigo, lloré porque

no tenía un cuarto como el de Kate, lloré porque necesitaba llorar.

Page 75: Diario de  un silvestrista

TENER DIECISEIS

Debí tomar tres enormes tazas de café, darme dos baños, 2

aspirinas, e incluso el zumo de tres limones, todo facilitado por

Katherine. A las ocho de la mañana, con unas gafas oscuras, y ropa ligera, caminaba por las calles de la calurosa Bosconia, José Jorge, Katherine y yo salimos al paseo acordado. Me mantuve

callada durante el recorrido, ya que el dolor de cabeza me estaba matando, el paseo me resultó una agonía, pero ser silvestrista es

apoyar a tus amigos de parranda; y Katherine no merecía ser delatada, menos por mí inexperiencia en licores. Aprendí que el aguardiente y el ron “NO SE MEZCLAN”, y que si vas a silvestriar,

necesitas algo menos fuerte, porque la alegría también embriaga.

- Bueno chicas las dejo, debo hacer unas negociaciones aquí cerca pero me tomará tiempo, aprovecha Ana y paseas un poco más, ya que mañana podrás irte a Aracataca, mi tía

no tiene problemas en que Katherine te acompañe, aunque apenas cumplió 18 años, y no se porta bien, le di mi

palabra a la tía, de que sería juiciosa ¿Verdad prima?

- Claro José Jorge, además solo iremos a casa de mi amiga

Rossana, hasta que vayas por mí. Ana es medio aburrida y seguramente no querrá… inventar.

- Tranquilo José, nos vemos más tarde. Dije sintiendo el alivio que se fuera.

- ¡Dios! Pensé que jamás nos dejaría solas. Dijo Katherine, mirando nerviosamente hacia todos lados, como si alguien

nos persiguiera.

- Me está matando el dolor de cabeza, Kate haz algo.

- Cuenta con eso. Vamos… nada como una buena cerveza

bien fría para el ratón, o mejor dicho, la rata que cargas encima.

Page 76: Diario de  un silvestrista

- Quieres ir más despacio, el calor ya me tiene sofocada como para andar rápido.

- Apúrate Ana, mira allí, en la esquina está tu salvación. Dijo señalando una especie de comercio, de esos donde te

venden desde un botón, hasta una pizza.

Cuando sentí la bebida helada y espumante por mi garganta, mi

espíritu volvió al cuerpo. Los excesos no son buenos, pero que, el alcohol sea el causante de tus males y al día siguiente la cura de

ellos, resulta demasiado irónico para entender cuál es el exceso verdadero.

- Esta noche, tendremos noche de chicas en mi casa, en el cuartel silvestrista, como tú le llamas.

- Te volviste loca Katherine, estoy destruida. Dije terminando en tres tragos la poción mágica.

- Me entendiste mal Ana, el hecho de que La Muchis y Danielita vayan a casa, no quiere decir que haya parranda.

- ¿Quién es Danielita? Pregunté más animada.

- Mi mejor amiga. Dijo Katherine mirando a todos lados.

- Quieres quedarte quieta un instante, me alteras la resaca. Si es tu mejor amiga, por qué no nos acompañó anoche

entonces.

- Tiene dieciséis Ana, entiende es menor de edad y su mamá

no la deja salir de noche, apenas de vez en cuando la dejan ir a dormir a mi casa, tiene barrotes en su ventana y un perro muy bravo cuida la entrada.

- ¡Simpática la señora! Dije queriendo reír, pero aún estaba

indispuesta para volver del todo a la normalidad.

- Imagínate que Danielita tiene hasta prohibido el internet.

- ¿QUÉ?

Page 77: Diario de  un silvestrista

- No puede ir a parrandas, y es una de las silvestristas mas enamorada de Silvestre que conozco.

- Pobre niña, mis dieciséis fueron un paraíso comparados a semejantes prohibiciones. Tenemos que hacer algo por

ella. Dije.

- Ya lo hicimos. Dijo Katherine con una sonrisa triunfal. El

afiche que robamos anoche es para Danielita.

Cuando regresábamos a la casa para almorzar, caminamos en silencio, aunque advertí que Katherine siempre volteaba a mirar atrás. El sol me lastimaba la piel, y aunque ya me sentía mejor,

deseaba refugiarme en el cuartel silvestrista lo más pronto posible. Descansamos toda la tarde y al llegar las seis, Katherine

salió a recibir a Danielita. Cuando entraron en la habitación, el sonido de la puerta no me pareció tan terrible.

- Ella es Ana, la Silvestrista que va para Ciénaga a buscar a otro silvestrista.

Cuando vi la mirada de Daniela, no tuve ni la menor duda, el mismo brillo en sus ojos claritos como la miel, el mismo rostro

sonriente; y el abrazo de oso que, sólo te puede dar un silvestrista.

- ¡Hora de ponernos los pijamas Ana! Dijo Danielita tomando su morral.

- Yo no tengo. Dije alegremente.

- ¡Yo te presto una! Dijo Katherine. Falta que llegue La Muchis pero, si, ya podemos ir cambiándonos.

El pijama de algodón que me correspondió, era de pantalones y manga larga, de color blanco con puntitos negros, me hizo sentir

como si fuera una niña de dieciséis años nuevamente. Al verme en el espejo del baño, creí ser la muchachita feliz que había sido,

con una familia completa y unida. A lo largo de los años, todo

Page 78: Diario de  un silvestrista

había cambiado, y ya ni tenía tiempo ni para ver a mis hermanos, cuando no estaba en un Tribunal estaba en la oficina.

A veces perdemos nuestra esencia, buscando la grandeza de una profesión, cuando en las simples cosas, está la vida. “Vuelvo a

tener dieciséis” pensé abotonándome la camisa.

Al regresar a la habitación estaba La Muchis, quien al verme me

abrazó. Llevaba puesta un pijama azul cielo. Katherine también se había vestido, pero de color rosado, y para mi sorpresa, el

pijama de Daniela era rojo.

Prácticamente la entrega del afiche fue un ritual, Katherine había

dado un pequeño discurso respecto a los peligros vividos por conseguirlo, y se me concedieron los honores de hacerle la

entrega formal a la menor de edad.

Cuando Daniela extendió el gran afiche sobre la cama, le dio un

tierno beso en la mejilla a la imagen de Silvestre, y se echó a llorar sobre la imagen. Guardamos silencio, y al verla

desahogarse, entendí que ser Silvestrista tan joven le colocaba en las narices el peor de los obstáculos, depender del permiso paterno – materno, para poder amar a Silvestre.

Nos abrazamos y Daniela con sus ojitos llenos de lágrimas nos

agradeció el gesto.

- Ya cumplirás dieciocho y el mundo será tuyo Daniela.

Comenté dejando correr lágrimas muy gruesas de mis ojos.

La pequeña me abrazó.

- ¡Así es! O tu mamá será extraditada del país. Dijo

Katherine. Y todas comenzamos a reír a carcajadas.

La Muchis, colocó un CD sorpresa que traía para compartir con

nosotras, muy ceremonial nos exigió acostarnos en el suelo y que levantáramos los pies, colocándolos en la cama. Algo que se me

antojó hermoso, porque aún siendo mayor, se colocaba a la edad de Daniela para hacerla feliz.

Page 79: Diario de  un silvestrista

- ¿Listas?

- ¡Sí! Dijimos al unísono.

Una melodía realmente hermosa comenzó a sonar en el grabador.

- Cierren los ojos, YA… esta canción es dedicada a Silvestre desde ésta noche y para siempre.

Cerré mis ojos, dejándome llevar, por la increíble voz de una

muchacha, la guitarra me resultó perfecta y la letra de la canción me hizo llorar. Parecía escrita por nuestro corazón. Detalladamente la canción expresaba mi amor por Silvestre,

agradecí a Dios sentir algo tan profundo y bonito por alguien como él, porque la pureza de mi amor, llenaba mi alma, sin

importar que él nunca pudiera saberlo o entenderlo… Yo era una fan.

Todos ven nuestra novela

Y tú eres el escritor

Pero como las monedas

Esta historia tiene caras

Para ser precisa dos.

Y callaré todo amor

Si eso te calma

Nunca contaré el error

Que tanto callas

Si así me aseguro que

Un día de estos

Page 80: Diario de  un silvestrista

Regreses por mí

La mala del cuento seré

Si eso quieres lo hago por ti.

(Mariana Vega – La mala del cuento)

Page 81: Diario de  un silvestrista

EL AMULETO

Durante horas, las cuatro silvestristas revelamos una a una

nuestras historias, sueños, tristezas. Nos convertimos en

confidentes. Hace mucho que no sentía lo que era tener personas tan cercanas a mi corazón. Entendí que amiga, no es aquella que esta sólo para las fiestas o para decirte lo bonito que están tus

zapatos, las verdaderas amigas son como las mariposas, revolotean a tu alrededor, animándote a creer en ti. Gritan muy

fuerte cuando estas por equivocarte, y te siguen ayudando desde el cielo, aún después de partir. Amiga es aquella que llora contigo, que limpia tus lágrimas en silencio, sin quejarse de tus

manías. Amiga es aquella que te dice “Luego recogemos los vidrios”. Pensé en Raquel y Amparo, las extrañaba

inmensamente.

Hubiera querido tener más noches como esa, donde una niña de

dieciséis años, es igual a una de veintiocho, no se explicar si es, porque somos niñas, o somos mujeres; sin importar la

virginidad, la inocencia, los complejos o los errores, sentimos exactamente igual.

Algunas encontramos como enmascarar las frustraciones, otras nos resignamos a que vivimos la vida que nos tocó vivir, otras

tenemos la esperanza de que todo cambiará y que podemos dejar atrás las viejas obsesiones. Amar sin tener permiso para hacerlo como Daniela; sentir el amor correspondido y que sea imposible

vivirlo como La Muchis, hacer travesuras para llenar tu vida con algo, porque no encuentras cómo amar tranquilamente, como en

el caso de Katherine, o tener el corazón con tantas cicatrices, que puedes llegar a creer que alguien pueda borrarlas algún día, como me siento yo.

Katherine y La Muchis, fueron las primeras en quedarse dormidas

en sus colchonetas; Daniela y yo conversábamos susurrando, para no despertarlas.

Page 82: Diario de  un silvestrista

- ¿Qué harás si no encuentras a Mathias en Cienaga? Preguntó Daniela observándome con sus enormes ojos

color miel.

- En realidad Danielita, ya no se trata de él, se trata de mí,

de llenar mi vida con el silvestrismo, conocer a esas personas de carne y hueso, que por cosas de la vida puedo

conocer, como tú, las distancias ya no existen con esto del Internet, el facebook o el propio twitter, aunque sé que a ti aún no te lo permiten. Dije apretando su mano. Al llegar a

Cienaga regresaré al valle para recoger mis recuerdos y marcharme a casa, pero todos seguirán formando parte de

mi vida, sean menores de edad o no. Dije brindándole la mejor de mis sonrisas.

- ¡Ana siempre seremos amigas! Dijo y una lagrimita bajó por sus mejillas. Y sé que volveremos a vernos, cuando cumpla los dieciocho iremos a buscarte a Venezuela, ya lo

veras.

De pronto colocó algo en mis manos, era como un perrito o un coyote de tela, de color rojo y puntitos blancos, tenía dos botones morados que hacían de ojitos, un botón verde que era la nariz y

un botoncito amarillo en el pecho.

- Ana, este es mi amuleto de la buena suerte, te lo regalo.

- Es hermoso, pero no me puedo llevar tu buena suerte.

Contesté.

- Lo hice yo misma, es un amuleto silvestrista, llévalo

contigo siempre; y a tu vida, llegarán las personas más maravillosas del mundo. Gracias a él te conocí a ti, créeme

Ana, este amuleto es mágico.

Tomé el amuleto y abracé a mi pequeña silvestrista, no entendía

como un gesto tan sencillo, podía darme todo el amor que yo necesitaba, y que, con tanta insistencia buscaba siendo fan de

Silvestre.

Page 83: Diario de  un silvestrista

- Ana antes de dormir pídele un deseo, tarde o temprano será realidad.

Danielita durmió en la cama y yo en una colchoneta al lado de la única ventana del cuartel silvestrista, apagué la lamparita de

noche y me acosté. Había luna llena y los rayitos de luz se colaban por la ventana. Apreté muy fuerte el amuleto silvestrista

y con toda mi alma, pedí un deseo.

“Deseo un beso… un beso de Silvestre”.-

Page 84: Diario de  un silvestrista

MARIPOSAS AMARILLAS

Esa mañana me despedí de todos los amigos que había hecho en

Bosconia, prometiendo que algún día nos volveríamos a ver,

agradecí tanto cariño y protección, sobre todo a José Jorge, por quien sentía un gran respeto, por su cultura Arhuaca, pero sobre todo porque mientras él estuvo cerca de mí, me sentí a salvo.

- Bueno Katherine, ya sabes, nada de inventos, el domingo

por la tarde te iré a buscar a Aracataca, le prometí a tu mamá que solo seria por el fin de semana, así que me esperas en casa de tu amiga Rossana, luego de que envíes

a Ana para Ciénaga.

- Tranquilo primo, seremos unos angelitos. Palabra de Silvestrista. Dijo solemne mi amiga.

- Eso es lo que precisamente me preocupa. Dijo revolviéndole el cabello Katherine.

Al despedirme, le di un beso en la mejilla a José Jorge, y la mayor sonrisa que el calor de Bosconia me permitió dar.

- Buen viaje muchachas, súbanse a ese bus o las van a dejar. Dijo sonriendo.

Subimos al autobús con nuestros morrales. Llevaba puesto mis

zapatos rojos de trenzas blancas, los que me había obsequiado Silvestre, en la mano derecha empuñaba el amuleto de la buena suerte y mi mochila Arhuaca cruzada a la espalda.

Cuál sería mi sorpresa, en los últimos asientos del autobús, Gunter, Oscar, La Muchis, Fabián y la sorpresa más grande,

Daniela… todos a bordo.

- ¿Qué es esto? Muchachos ya nos despedimos temprano. Dije sonriendo.

Page 85: Diario de  un silvestrista

- Mi hermosa es que nos vamos contigo. Dijo Gunter. Y el jolgorio dentro del bus fue tal, que el chofer nos regañó y

casi nos baja de la unidad.

- Danielita por Dios, bájate, tú mama va a matarte. Dije muy

preocupada.

- ¡Me dieron permiso Ana!

- ¿Cómo así? Insistí sin entender.

- José Jorge es un santo, él tiene toda la confianza de mis padres, y dijo que estaríamos en casa de familiares; y

mamá se fregó, porque papá dijo que sí, que podía ir a conocer el pueblo de Gabo.

Todos sonreían cómo si se tratara de una travesura, me senté con Danielita, mientras los chicos no paraban de hablar. La

felicidad que me embargaba era tal que no sabía si reír o llorar. Ir por el mundo no es lo mismo, si vas con amigos y no se compara a nada si son Silvestristas.

Durante el viaje no dejé de mirar la carretera, los

pensamientos y las emociones se mezclaron en un torbellino dentro de mí alma, jamás pensé que ir a la Aracataca de Gabriel García Márquez fuera tan emocionante. Mi imaginación

me hizo una mala jugada, recordé los ojos amarillos y malignos, del ser que había tenido que soportar en

Nabusimake, un escalofrió me recorrió todo el cuerpo.

“No voy a sentir miedo, no puedo sentir miedo” Pensé.

- ¿Ana tú has leído Cien años de Soledad? Pregunto Danielita,

sacándome de mi mutismo.

- Sí, la he leído cuatro veces, la primera vez que leí a Gabo

tenía catorce años.

- ¡Caramba! Es un libro muy grueso, mi papá lo tiene, pero no

sé de qué trata.

Page 86: Diario de  un silvestrista

- Debes leerlo, es el más maravilloso de todos los libros que he leído en mi vida, conserva para la eternidad, un pueblo

llamado Macondo, con personajes tan reales y a su vez, tan fantásticos, que cada vez que lees nuevamente la historia, entiendes de una forma diferente el libro. Es complejo, pero

no imposible de leer. Lo que más me gusta del libro es que es mágico, como el amuleto silvestrista. Ir a Macondo, como

suele llamarle la gente a Aracataca, es un honor, algo que jamás pensé que pudiera hacer, no por los momentos y menos en compañía de mis hermanos silvestristas.

- Papá me dijo que estuviera atenta a las mariposas Amarillas.

Dijo sonriendo la pequeña.

Traté de descansar un poco, soñé con cosas que hoy en día, no

recuerdo. Cuando desperté, todos conversaban animadamente.

- ¡ANA MIRA! Dijeron los chicos señalando un letrero.

Mi corazón se desbordó cuando leí “Bienvenidos al mundo mágico

de Macondo.” “ARACATACA-MACONDO”, el gran anuncio tenía una foto del Gabo al lado Izquierdo y la foto de otro señor, al lado derecho. Me coloqué de rodillas en mi asiento y les pregunté a los

muchachos, quién era. Solo La Muchis contestó.

- Parranda de sinvergüenzas, ve que no saber quién es Leo Matiz. Ana es el otro Colombiano, por el cual, Aracataca es famosa, un fotógrafo y caricaturista maravilloso, muy

reconocido en el mundo entero, cuando lleguemos te mostraré su trabajo.

Estaba feliz. El bus entró lentamente al pueblo, había personas por todas partes, yendo y viniendo en su día a día, y sin querer,

sin siquiera entender cómo, mi imaginación vio, miles de mariposas amarillas, dispersas por las ardientes calles del lugar

más maravilloso del mundo.

“Macondo existe” Pensé abriendo la boca de par en par “Gabo

tenía razón”. Pude distinguir los empolvados almendros de los

Page 87: Diario de  un silvestrista

que tanto hablaba Gabo en sus obras, y el calor intenso que me abrazó, me hizo recordar la palabra exacta de aquel clima, Gabo

lo llamaba “Hervidero”.

Esa tarde al bajar del autobús entre risas y emociones, conocí a

Rossana la amiga de Katherine, todos nos quedaríamos el fin de semana en su casa. Era una chica delgada y alta, de rostro

alegre, una Silvestrista curtida con los años, hablaba de Silvestre con pasión pero sin angustia, ni con lágrimas en los ojos, dominaba mejor que todos nosotros sus sentimientos.

- Mamá está feliz por la visita, a veces este pueblo se vuelve tan tranquilo, que el único alboroto lo da mi hermano

Alexis, cuando coloca música en la casa, así que ya les tiene la cena preparada y sus camas listas. Los muchachos

dormirán juntos en la habitación de mi hermano y nosotras tendremos privacidad en mi habitación, no es como la de Katherine, pero estarán a gusto.

Todos estábamos emocionados, reíamos por todo. La casa de

Rossana estaba cerca del lugar donde nos dejó el autobús, así que fuimos caminando bajo el sol inclemente. Éramos una hermandad, porque el sentimiento rojo nos unía. Advertí que

nuevamente Katherine miraba a cada instante a su espalda, cómo vigilando que alguien se acercara, desde la noche anterior la veía

ausente.

No podíamos imaginar lo que viviríamos en la tierra de los

Buendía. El duende había llegado con nosotros a Aracataca.

Page 88: Diario de  un silvestrista

<<SILVESTRISTAS A COMER>>

Son tantas las cosas que ocurrieron en Aracataca, que dejar

constancia de ellas, me resulta dulce y amargo, conocer silvestristas como Rossana y Alexis, era tan especial para mí, pero los hechos que acontecieron ensombrecieron mi vida, hasta

tal punto que si no hubiera sido por el Silvestrismo, me hubiera perdido para siempre, en sentimientos que pretendían acabar con

mi paz y mi existencia.

Esa noche mientras la mamá de Rossana servía la cena y los

chicos se acomodaban en las habitaciones; a la entrada de la casa, me senté con Katherine. Me preocupaba su actitud,

nerviosa e insegura.

- ¿Cuándo vas a decirme qué te pasa Katherine? ¿Qué te

tiene tan intranquila? ¿Crees que no me doy cuenta? Pregunté.

- No se como… decírtelo Ana. Dijo con la mirada perdida.

- ¡Por Dios Katherine! Somos silvestristas, cómplices y amigas, cómo no vas a saber decirme algo, cuando yo te lo he contado todo. Confía en mí, amamos al mismo hombre

y no peleamos por él. Dije sonriendo. ¡Amamos a Silvestre!

- Estoy viendo fantasmas. Soltó de pronto.

- ¿Qué? ¿Cómo que fantasmas? Explícate hija.

- Es un hombre joven, rubio y de ojos espantosamente amarillos, su mirada quema como si fuera fuego. No habla,

solo se coloca a tu lado y te mira Ana, de una forma que me esta volviendo loca. Se que pensaras que…

Page 89: Diario de  un silvestrista

- ¡Dios mío! Dije ahogando un grito. <<No puedo sentir miedo>> Pensé. Aunque el escalofrío que me produjo

aquella confesión, me recorrió el espinazo.

- ¿Cuándo fue la última vez que lo viste?

- Cuando bajamos del autobús. Dijo.

- ¿Por qué no me lo dijiste Katherine? Yo lo he visto, se quién es.

Katherine se aferró a mí en un abrazo fraternal, su rostro tomó color, y murmuró palabras que no pude entender, su miedo era

tal, que le temblaba todo el cuerpo. Calmarla no fue fácil, aunque aparentaba ser la más inventadora y fuerte de todos nosotros, en

realidad era una muchacha que ante lo sobrenatural, era lógico que se asustara tanto.

- Tú primo José Jorge también sabe sobre él, es un duende de La Sierra Nevada de Santa Marta. En Nabusimake intentó llevarse mi alma y mi cuerpo, pero me salvé.

- ¿Cómo? Preguntó angustiada.

- Decidí no tener miedo, y tararee una frase de Silvestre.

- ¡Dios mío! ¿Cuál? ¿Dime cuál?

- Ahora lo recuerdo, es esa que entonamos el otro día en la

plaza de Bosconia, esa tonada sentimental, en la que levantamos la manos al cielo “ay amor, amor, amor, amor,

amor de mi alma” la que es como una oración.

- ¡Ana por Dios! Que increíble.

- Sí Katherine, me dio tanta fuerza y serenidad, que creo que

eso hizo que El Duende no pudiera llevarme. En el bus esta tarde, creí verlo en mi imaginación. ¡Qué pesadilla! Tenemos que llamar a José Jorge de inmediato, es el único

que sabe qué podemos hacer con ese espíritu.

Page 90: Diario de  un silvestrista

- No podrás Ana, José Jorge está en un asentamiento campesino cerca de Bosconia, y como sabes, no usa

celular. Tendremos que esperar que venga a Aracataca. ¿Crees que debemos decirle a los muchachos?

- No, es muy difícil que nos crean sin haberlo visto. ¡Necesito! Dije agarrando a Katherine por los hombros.

Que seas fuerte, que no tengas miedo, ese sentimiento lo llena, lo alimenta. Y entiende algo, es muy peligroso; niñas han desaparecido en La Sierra Nevada, él se las ha llevado,

si tienes miedo, te expones a que El Duende te lleve.

- ¡Inmundo mamarracho! Dijo Katherine con fuerza

renovada. No podrá con nosotras Ana, pensaba que me estaba volviendo loca. Dime ¿Qué hay que hacer?

- No podemos tener miedo. Dije mirándola a los ojos.

<< A COMER SILVESTRISTAS, TODOS A LA MESA>>

El grito retumbó en toda la casa, lo cual en principio nos hizo dar

un sobresalto.

<< A COMER SILVESTRISTAS, TODOS A LA MESA>>

En el umbral de la puerta Rossana nos observaba con sus

enormes ojos marrones.

- Chicas mamá nos está llamando a comer, vamos Ana, Alexis muere por conocerte.

Sus palabras me hicieron sonrojar.

<< A COMER SILVESTRISTAS>>

Acudimos a la mesa, todos buscaban sillas, bancos de madera y

se acomodaban muy juntos los unos de los otros, se respiraba el ambiente más cálido del mundo allí adentro, no por el calor nocturno de Aracataca, sino porque allí éramos una hermosa

fraternidad de comensales.

Page 91: Diario de  un silvestrista

Aunque las arepas y el caldo de huevo Santandereano, que nos preparó la mama de Rossana estaba exquisito, mi estomago

estaba revuelto con la sola idea de saber que en cualquier parte estaba ese ser, contemplándome, deseando mi alma.

- ¡Ana! Dijo Danielita dándome un codazo.

- ¿Qué pasa? Susurré mirando a todas partes en el comedor.

- Alexis te ve con mucha insistencia, creo que le gustas. Dijo

mi amiga al oído.

Disimulé, y apenas lo miré. Tenía en su mirada un brillo especial,

era un joven alegre, simpático. Bajé la mirada a mi plato de caldo con papas e intenté comer, sintiendo ganas de reírme.

Últimamente si estaba nerviosa, me daban ganas de reír, y mi cara se enrojecía como un tomate.

- Alguien toca en la puerta muchachos. ¿Quién será? Coman tranquilos voy a ver. Dijo la mama de Rossana.

Todos conversaban alegres, haciendo planes para el día siguiente, al parecer iríamos al río Aracataca.

- ¡ANA TE BUSCAN! Gritó la señora desde la puerta.

De pronto todos me observaron, como si yo supiera quien me había podido buscar en aquel lugar tan remoto de la tierra. Encogí

mis hombros, dando a entender que no sabía de quién se trataba.

Un hombre alto, de piel blanca y ojos cafés, se presentó en el

comedor con la mamá de Rossana.

Sentí ganas de vomitar mientras le sostenía la mirada. Rafael

estaba ante mí con su hermosa sonrisa.

<<No puedo tener miedo>> Pensé clavándome las uñas al cerrar mis puños.

Page 92: Diario de  un silvestrista

Y el recuerdo de Silvestre abrazándome el día en que le conté todo sobre Teresa, bastó para ponerme en pie y dirigirme hacia la

puerta. Enfrentaría al peor de mis demonios.

Page 93: Diario de  un silvestrista

NO PUEDO TENER MIEDO En la calle del pueblo de Aracataca, las personas caminaban

alegremente, observé varios letreros esa noche, sobre Gabriel García Márquez, era como caminar dentro de Cien años de

Soledad, sin necesidad de ser un personaje, era como leer e imaginar, en ese instante no sabes si lo que ves, es imaginación o realmente está ante ti. La noche se me antojó triste.

Caminamos en silencio, Rafael seguía mis pasos, algo que jamás

había hecho en su vida. Al llegar a una plaza pequeña, donde se alzaba el monumento de un libro gigante, me senté en la acera y ese hombre al que en algún tiempo amé con todas mis fuerzas,

se sentó a mi lado.

- Mi madre te dijo dónde estaba ¿Verdad?

- ¡Ana estás hermosa!

Vi sus ojos, tenían un brillo, que no podía reconocer, estaba dócil, vestido de forma deportiva, y su sonrisa, era hermosa.

- Mi madre, no entiende nada, solo le interesa que forme un

hogar, sin importar si en ese contrato, estoy firmando una condena de muerte, mi padre era el único que podía comprenderme y controlarla.

- Ha sido culpa mía Ana, insistí en que todo lo arreglaríamos,

tu madre confía en mí, prometí llevarte a casa, todos esperan tu regreso, este viaje tuyo ha sido una locura.

Dentro de mis venas ya no corría sangre, sino el veneno escondido desde el día que lo encontré con su gran y oculto amor.

- ¿A qué has venido Rafael?

- Ana, te amo, no tienes idea de lo arrepentido que estoy, te extraño, extraño el olor de tu piel, tu sonrisa, tus besos, yo…

Page 94: Diario de  un silvestrista

- ¡Basta! Le espeté. Sentí ganas de tener un cuchillo y clavárselo en el corazón. No tengo ningún interés en ti.

Dije. Ya no te amo, creo que nunca te amé. No te odio, pero soy lo más sincera que puedo, hoy por ti no siento nada.

- Pero puedo hacer que todo vuelva a ser igual que antes.

- ¿Sí? Y qué volverás a hacer, ¿Humillarme? ¿Golpearme? Los recuerdos se amontonaron en mi mente, recordé el día

que me pegó en la cara porque no podía dejar de llorar, me vi arrojada en el suelo, observando mis manos llenas de tierra. Lo vi gritar y empujarme una noche en que los celos

me hicieron perder la compostura. El ser dulce que estaba ante mí, me recordó a un hombre, egoísta y sin escrúpulos,

a quién me había entregado en cuerpo y alma, y esa misma noche en que me convertí en mujer, me lastimó para siempre. “No puedo tener miedo” pensé. “Díselo, no

tengas miedo”

- ¿Rafael, recuerdas que la noche en que me entregue a ti?

- Si Ana, la noche mas hermosa del mundo.

- Es la noche en que arruinaste mi vida. Dije con amargura.

- Pero ¿De qué hablas Ana? Preguntó frunciendo el ceño.

La noche en que perdí la llamada inocencia, Rafael se había molestado, por cosas de la vida, mi cuerpo no manchó las sabanas de una larga y estúpida tradición, donde la mujer debe

sangrar, para demostrar su pureza, desde entonces, el amor que él sentía por mi se había disuelto en el agua. La verdad no

importó, la biología no importó, supuestamente fui condenada por faltas de pruebas.

- Fue la peor experiencia que haya tenido, fuiste malo… yo era inocente.

- Lo sé Ana, todo será mejor… dame una oportunidad.

Page 95: Diario de  un silvestrista

- No puedo, estoy enamorada.

- No te creo. ¡Dime su nombre!

“Silvestre” pensé, “Mathias” pensé. Mi corazón aún seguía

confundido entre el ídolo y el hombre, entre la alegría y la paz.

- Voy a pedirte que me dejes tranquila, tú tienes a quien

querer, siempre lo tuviste. No te juzgo, tú no me querías y lo acepto. No te mientas más, tú no me extrañas, extrañas

tener un juguete.

- ¡Ana perdóname! Dijo tocándome la mano con sus dedos.

Lo aparté de mí inmediatamente, sentía ganas de vomitar por la mujer sumisa que había sido, por los sentimientos que había

entregado, por las lágrimas que me había extraído del alma.

- Si algo he hecho, es perdonarte. No me debes nada. Me levanté con intención de marcharme.

- Ana, te amo. Murmuró. Como si de verdad algo le doliera.

- Ya se te pasará, créeme.

Caminé ligera por la calle del pueblo, sintiendo la libertad de

cerrar esa caja que llevaba en mis hombros, con el letrero de “Errores”, respiré profundamente dejando que el aire en mis pulmones llegara hasta el alma, después de esa noche jamás

volví a verlo, lo mejor que pude haber vivido en mi vida, fue entender, que por más que, ames a un hombre, y por más que

llores su partida, puedes sobrevivir y comenzar de nuevo.

En la casa, ya todos estaban en sus habitaciones, las muchachas

me esperaban con sus pijamas, al verme en el umbral de la puerta, todas corrieron a abrazarme, no fue necesario decir nada,

sus corazones estaban conmigo y el mío estaba con ellas.

Esa noche tuve sueños intranquilos, estaba emocionada por estar

en la tierra de Remedios la Bella, del enorme José Arcadio, de la

Page 96: Diario de  un silvestrista

ausente Rebeca, del inolvidable Coronel Aureliano Buendía, pensé en el libro enorme de la plaza, el cual tenía mariposas

amarillas, al ver a Rafael, la sangre me hirvió, y no asocié la escultura al libro de Gabo.

Soñé que me encontraba en un río de agua turbia, Silvestre estaba al otro lado del río, y yo deseaba cruzar y no podía, él me

llamaba por mi nombre y sonreía como nunca.

- ¡SILVESTRE! Grité desesperada. ¡SILVESTRE!

- ¡NO TENGAS MIEDO! Gritó él.

Me desperté cansada y con la desesperación de verlo. Busqué mi amuleto rojo “Silvestre” “Silvestre” murmuré pidiendo el deseo de

besar su boca.

¡SILVESTRISTAS A DESAYUNAR! el gritó se me antojó chistoso, y

reí tan fuerte que desperté a las silvestristas.

Page 97: Diario de  un silvestrista

DANIELA

En el desayuno, Alexis no dejaba de mirarme, lo cual me tenía

un poco incomoda, él un muchacho alegre, de cabello largo y

ensortijado, su sonrisa me reveló una personalidad rebelde. Por su sangre corre el ritmo, toca el timbal y la tambora; y es silvestrista de los llamados “antiguos” o “vieja guardia”, es decir,

desde antes de las producciones musicales “La fama” y “El original”. Según Rossana, Alexis tenía mala suerte en el amor, lo

cual no entendía por qué, según ella prefería los amores imposibles, para retorcerse en sus sentimientos y componer canciones de amor.

- Bueno muchachos el plan es el siguiente. Dijo muy

animada Rossana. Vamos al Río Aracataca, mamá tiene todo preparado para un sancocho y Alexis, tiene listas las bebidas rojas.

- ¿Bebidas rojas? Pregunté.

- Si Ana, es una especie de cóctel, se llama “Silvestristas” les van a encantar.

- ¿Sabes hacer silvestristas? Pregunté con el corazón acelerado.

- ¡Claro Ana! Respondió Alexis.

- ¿Quién te enseñó a prepararlas?

- Hace algunos años en Valledupar, un muchacho llamado Mathias me enseñó. Me costó sacarle la receta, bajo juramento de no decir jamás sus ingredientes. Ya hace

tiempo que no se nada de él.

Katherine, Danielita y La Muchis se quedaron observando mi reacción, sentí hormigas por todo el cuerpo, como en un estado de alegría y nostalgia.

Page 98: Diario de  un silvestrista

- Mathias es el muchacho que he estado buscando en este viaje. Dije.

Todos me observaron con cariño, el sentimiento que nos unía hacía que todo fuera sumamente fácil. Nos fuimos al río de

Aracataca, era una mañana increíblemente hermosa, y todos estábamos eufóricos, conversábamos de todo y todos a la vez.

- ¿Ana porqué vas a Cienaga? Me preguntó Rossana. ¿Por Mathias?

- No, tal vez en un principio era así, ahora es diferente, he conocido personas maravillosas que me han hecho

comprender el Silvestrismo, con Ustedes comparto algo que no puedo compartir con nadie que no ame a Silvestre

Dangond. Donde vivo tengo muchísimos amigos y amigas, pero no logran entenderme, y no siempre estoy con mis amigas del Club de Fan, Amparo y Raquel, por lo que

continuamente me siento incomprendida; voy a Cienaga porque una vez Mathias me dijo, que sólo allí podría

entender el Silvestrismo, no se bien a que se refería, pero voy a ir a averiguarlo.

- Sabes Ana, pienso que quien te conoce a ti, logra a su vez entender El Silvestrismo. Y su mirada brilló intensamente.

Renuncias a tu trabajo, a la vida estable que tenías en Venezuela, y te lanzas a la aventura de querer vivir, de conocer y de amar, no solo vas dejando en tu camino

amigos, sino que vas uniéndolos. Jamás pensé ver en mi casa a Danielita, tampoco creí posible volver a ver a La

Muchis y a Fabián juntos. Además voy a confesarte que siempre he estado enamorada de José Jorge, y gracias a que estas aquí, él vendrá y poder verlo, así sea por un

instante.

Me quedé en silencio, brindando mi mejor sonrisa, tal cual había aprendido de mis amigas Silvestristas, entendiendo el sentimiento en las palabras de un hermano rojo. Rossana era una muchacha

amable y organizada, idolatraba a su hermano Alexis y cuidaba

Page 99: Diario de  un silvestrista

de todos, al igual que La Muchis, solo le importaban los demás. Me pregunté que sentirían Fabián y La Muchis, de estar tan cerca

el uno del otro, o qué podría sentir José Jorge por Rossana, porque Katherine ya era mayor de edad y podía regresar perfectamente a Bosconia con Daniela sin que fuera necesario

que el viniera por ellas. Eso me hizo sospechar, que en el ambiente había más de un romance en marcha.

- ¡LLEGAMOS! ¡LLEGAMOS! Gritó Daniela. Y todos los silvestristas salieron corriendo a ver quien llegaba primero a las aguas del

Aracataca. Quise retrasarme para poder verlos jugar con el agua cómo niños. Llenos de vida y felices, cada uno por un motivo

diferente.

- ¡ANA! ¡ANA! ¡APURATE ANA! Gritó Gunter. Lanzándose de

chapuzón con todo y zapatos.

Ver el río Aracataca me dio un mal augurio, era el mismo lugar

que había contemplado en mi sueño, donde Silvestre me pedía que cruzara y que no tuviera miedo. Sin hacerle caso a esa

sensación, me quité los zapatos rojos de “Cenicienta silvestrista”; y la camisa y el pantalón, quedándome en un traje de baño negro que me había prestado Rossana. Todos al verme se quedaron

asombrados.

- ¡Ana por Dios! ¿Que te pasó? Preguntó Fabián.

Sin saber a que se refería me observé los brazos y las piernas, las

pequeñas heridas que me había hecho en Nabusimake, estaban como recién hechas.

- No lo entiendo. Dije a todos, ya se habían cicatrizado. Me caí en Nabusimake. Fue todo lo que pude decirles.

- Son pequeñas, pero te ves bastante marcada Ana ¿Quieres que volvamos a casa? ¿Te duelen mucho? Preguntó La

Muchis.

Page 100: Diario de  un silvestrista

- No amiga, estoy bien, debe ser que tengo alto algún valor en la sangre, que las hace ver así, porque a mí no me

duelen.

Katherine que sabía que eran las heridas que me había hecho El

Duende en la Sierra Nevada, me observaba sin decir nada.

- Estoy bien, en serio. A ver ¿Dónde están esos silvestristas

Alexis?

Cuando metí mis pies al agua helada del Aracataca, me sentí renovada, fui entrando poco a poco en sus aguas hasta sumergirme, me preguntaba qué cosas maravillosas habría

pasado Gabo en ese mismo lugar, que le inspiraron Cien Años de Soledad. ¿Remedios La Bella había sido real? ¿Gabo era como

Aureliano o como José Arcadio? Y ¿Melquíades, quien habrá sido de verdad ese gitano? Mientras nadaba en el río, recordaba mi promesa en el Guatapurí, y al igual que ese día, dejé que el agua

se llevara todo aquello que no deseaba sentir, bueno o malo, necesitaba sacar de mi alma cualquier astilla que se me hubiera

incrustado la noche anterior al ver a Rafael.

- ¡ANA VEN! Gritó Alexis.

En la orilla del río, me esperaban los chicos para el brindis con

sus bebidas rojas encendidas. Volver a tomar un silvestrista me resultaba divertido, apagamos las bebidas y brindamos a nuestro estilo, cada uno diciendo su frase silvestrista favorita, y todos a la

vez. A Danielita le permitimos tomar solamente un silvestrista, por su corta edad. Era una bebida intensamente roja, caliente y

embriagadora, exactamente igual a los que preparaba Mathias.

Me acosté en una piedra enorme, para que el sol me cargara de

su energía exquisita, mientras los chicos jugaban animados en el agua. Observé en la orilla a Fabián y a La Muchis, conversaban

como si llevaran años sin hacerlo, y el rostro de ambos se veía iluminado por la dicha.

“No entiendo porque el amor tiene que ser tan difícil” Pensé.

Page 101: Diario de  un silvestrista

A eso de las once de la mañana llegó al río la mamá de Rossana y las chicas ayudamos a hacer el sancocho, mientras los muchachos

encendían el fogón, a mí me correspondió pelar, lavar y picar las cebollas, tengo que decir que fue una experiencia maravillosa, en mi vida jamás había hecho algo igual, siempre en mi casa las

comidas las preparaba la muchacha de servicio, yo me dedicaba a mis estudios en la facultad de derecho, y no conocía tales

menesteres, las cebollas cruelmente acidas me hicieron llorar y las chicas reían hasta más no poder, al ver que no sabía pelar cebollas.

- Vamos Ana, aguanta, tu puedes. Dijo Katherine, muerta de risa.

Fue un día maravilloso, no solo por las nuevas experiencias como pelar cebollas o por disfrutar del sol sin sentir el calor que

últimamente me había agobiado, sino porque estaba decidida a aceptar lo que la vida, a bien tuviera darme, la ilusión no era un hombre, o un ídolo, la ilusión era estar convencida que todo lo

que había vivido era necesario, tanto lo bueno como lo malo, aprendí que las lágrimas son necesarias, tanto o más que las

risas.

- ¿Ana, has visto a Daniela? Me preguntó Rossana. Hace rato

que no la veo.

- Sí, estaba hace un momento allí. Contesté señalando la gran roca donde tomara el sol en la mañana. Pero la pequeña no estaba.

Page 102: Diario de  un silvestrista

EL SECUESTRO

Comenzamos a preguntar si sabían donde estaba. Nadie supo

dar razón. Aquello hizo que sintiera escalofríos, así que me vestí

de inmediato y me coloqué los zapatos rojos. Nos dividimos para buscarla, Katherine y La Muchis me acompañaron río abajo. Otros subieron a la entrada del balneario y otros, río arriba.

- ¡DANIELA!

- ¡DANIELA!

- ¡DANIELA!

No hubo respuesta alguna, eran ya las cuatro de la tarde, y

regresamos al punto de partida para ver si la habían encontrado.

- ¿Danielita? Pregunté a Gunter.

- Nada Ana, ni rastro. Contestó. Se la tragó la tierra.

- Bueno aún no hemos buscado del otro lado del río. Dijo Fabián.

El comentario de Fabián dio en el clavo, en mi sueño Silvestre me

pedía que cruzara el río. “No tengas miedo Ana”. Pensé aterrada.

- Tienes razón, vamos del otro lado.

- Pero Danielita ¿Qué iba hacer de ese lado? Tiene la hierba alta, no creo que se haya metido allí. Dijo la mamá de

Rossana.

- Señora, ha pasado una hora y no aparece, por favor, Usted y Rossana vayan y avisen a las autoridades o a cualquiera que pueda ayudarnos a buscarla.

Así volvimos a separarnos, esta vez me acompañaba Oscar y

Katherine, río arriba del otro lado de la orilla, río abajo fueron a

Page 103: Diario de  un silvestrista

buscarla Fabián y La Muchis, y por los alrededores cercanos Gunter y Alexis.

- ¿Qué crees que pudo pasar Ana? ¿La secuestraron? Peguntó preocupado Oscar.

- Creo que es algo peor. Dije sintiéndome desesperada.

Caminamos durante dos horas y no encontramos nada, el sol se estaba ocultando.

- Ana que le diremos a sus papás, mi madre va a matarme. Katherine estaba al borde de la histeria.

- Regresemos Ana, tal vez ya la encontraron. Dijo Oscar.

- Sí, es posible, regresemos. Concluí.

Cuando nos encaminamos de regreso a donde estarían los demás silvestristas, mis sospechas se hicieron realidad.

¡Yo la tengo! Dijo una voz que sólo yo escuche. Miré a mí alrededor, me rezagué, dejé que los muchachos se alejaran. Me aparté del sendero, sin saber bien, qué es lo que estaba

haciendo. Traté de calmarme, ver con detenimiento. En el espesor de los árboles, noté unas huellas pequeñas.

- Tienen que ser de Danielita. Las huellas me guiaron a una parte mucho más espesa del bosque, y ya sin la luz del sol,

me encontré completamente sola.

Fue entonces cuando vi a Daniela corriendo, a una velocidad espantosa, traté de seguirla, sin saber que hacer.

“El duende la tiene, él la tiene” pensaba una y otra vez. “Qué hago qué hago.”

Perdí de vista a Daniela, ya estaba oscuro, sin pensar, comencé a rezar, recé cuanto sabía, le pedí a Dios que me la devolviera,

nunca en mi vida he rezado con tanto fervor, necesitaba creer en esa fuerza superior en la que creía cuando era niña. Tropecé con

Page 104: Diario de  un silvestrista

lo que me pareció las gruesas raíces de un árbol, me arrodillé y clamé a todos los santos, a la virgen Maria y al divino niño Jesús,

sin control comencé a llorar. Recuerdo haber clavado las manos en tierra y haberlas empuñado, recé, gemí y me entregué a mis recuerdos. Recordé a mi padre lanzándose desde una enorme

roca, yo tenía cinco años y me estaba ahogando, mientras tragaba agua, vi como se sumergió en las aguas, y sus brazos

enormes me agarraron, me levantó salvándome de la muerte, recordé haberme desmayado exhausta. Papá me había salvado en esa oportunidad, pero papá ya no estaba.

Al abrir los ojos, frente a mí estaba El Duende, mirándome, no

tuve miedo. Resplandecía con luz propia, su rostro era el del joven más bonito que haya visto en mi vida, pero su mirada era fuego puro.

- Ella es mía, Daniela es mía. No te la vas a llevar. NO TE TENGO MIEDO. Le grité. ¡DANIELA ES MIA!

- Sin emitir sonido alguno. La luz se apagó y el duende

desapareció.

Comencé a correr en la dirección en que había visto por ultima

vez a Daniela. Tropecé y caí nuevamente.

- ¡AYUDA! ¡AUXILIO! Gritó la pequeña.

- DANIELA, ES ANA, QUÉDATE DONDE ESTAS. Le grité.

- ANA AYUDAME, ANA, ANA. Gritaba con terror la muchacha.

Encontré a Daniela, junto a un árbol. La pequeña se aferró a mí de una forma tal, que temí que perdiera la cordura.

- Ya chiquita, estas a salvo.

- No se como llegué aquí Ana ¿Qué hacemos aquí? Me preguntó hecha un amasijo de nervios.

Page 105: Diario de  un silvestrista

- Después te explico. ¿Puedes ponerte en pie? Debemos irnos de aquí.

- Me duelen mucho las rodillas, no puedo. Daniela lloraba inconsolable.

- Necesito ir por ayuda, no tengas miedo.

- NO, NO, NO te vayas. Dijo clavándome las uñas. Entendí que no podía dejarla sola, el miedo que sentía no era

bueno, el duende podía llevársela de nuevo.

- Todos están buscándonos. Tienes que calmarte. Ayúdame a

gritar.

- ¡AUXILIO! ¡SOCORRO! ¡AYUDA! ¡AYUDA! ¡ESTAMOS AQUÍ!

Gritamos durante lo que nos pareció una eternidad.

De pronto vi luces a lo lejos. Entre los árboles, alguien venía. Me sentí a salvo cuando se acercaron unos hombres rollizos con trajes de policía. El más alto de los cuatro hombres cargó a

Danielita. Mientras el más anciano me preguntaba que había pasado.

- Creo que se perdió y al caerse se lastimó las rodillas. La encontré en el suelo, intenté cargarla pero fue muy pesada

para mí. No nos quedó más que gritar.

- Eso siempre ocurre por estas tierras, los más jóvenes se pierden, gracias a la Virgen que encontraste esta niña.

- Sí, así es… es gracias a la Virgen. Contesté recordando la promesa que le había hecho, con tal de que me regresara a Daniela.

Page 106: Diario de  un silvestrista

AMANTES ETERNOS Pasamos la noche sin dormir, cuidando a Danielita, sus heridas no

eran graves pero presentó algo de fiebre. Katherine no se separó de ella ni un instante, y todos permanecimos en vigilia, por si se

necesitaba algo. A eso de las seis de la mañana Alexis me dio una enorme taza de café, y se sentó a mi lado.

- ¿Te sientes bien Ana? Preguntó el muchacho.

- Estoy bien, todo esto no ha sido más que un susto.

- Deberías ir a dormir. Su mirada fue cálida. Me sentí

agradecida con él por preocuparse.

- Sí, tienes razón, pero no creo que con semejante taza de

café, pegue un ojo en siglos. Ambos sonreímos, y guardamos silencio.

Sorbí poco a poco la bebida caliente, disfrutando la tranquilidad de tener a Danielita en casa, y con la seguridad de que al llegar

José Jorge, sabríamos qué hacer.

- Tenemos un problema muy serio muchachos. Dijo

Rossana, sentándose a tomar café.

- Y ahora qué pasa, Rossana. Peguntó Alexis.

- La Muchis y Fabián.

- ¿Que les pasó? Pregunté alarmada.

- Los vi besándose en el patio.

- ¿Qué? Preguntó Katherine desde el umbral de la puerta.

Todos permanecimos en silencio, sabíamos que se amaban, pero

Fabián era casado, y tenía un pequeñín de 2 años.

- ¡Se han vuelto locos! Sentenció Katherine.

Page 107: Diario de  un silvestrista

- Son Amantes eternos Katherine. Dijo inspirado Alexis.

- ¡Patrañas! Andrea sabe muy bien, que Fabián es un

hombre comprometido.

- Pero están enamorados Katherine. Dije por lo bajo.

- ¿Enamorados Ana? Fabián que asuma sus errores y deje a

La Muchis en paz.

- Es algo en lo que no podemos meternos. Insistí.

- ¿Ana, y el bebé de Fabián? Preguntó Rossana.

- Sigue siendo su hijo, esto no tiene que ver con sus obligaciones, pero ¿Qué vida puede darle al lado de una

mujer que no ama?

- Yo creo que Ana tiene razón. No podemos meternos entre ellos. Intervino Alexis.

- Yo iría más allá que eso Alexis. Si ellos han decidido amarse, nada ni nadie lo podrá evitar.

Los ojos de Rossana brillaron y me brindó una sonrisa por lo que acababa de decir, ella pasaba por una situación similar.

- En esta casa todo el mundo se levanta temprano. Dijo José Jorge. Quien nos observaba desde el umbral.

Sentí un gran alivio al verlo, mientras todos lo saludaban, él me

observaba fijamente, entendí que sabía que algo había pasado.

- Ana es necesario que hablemos ¿Muchachos nos dejan

solos?

Sin protestar se llevaron sus tazas de café a otra parte, advertí

que a Rossana no le había gustado su pedimento, pero al igual que los demás, nos permitió conversar a solas.

- ¿Qué ha pasado?

Page 108: Diario de  un silvestrista

- ¿Cómo sabes que ha pasado algo?

- Es muy temprano para que Katherine esté despierta. Es

simple lógica ¿Qué pasó Ana?

- El duende no se quedó en Nabusimake, no se cómo o porqué, me ha seguido hasta aquí, pero solo se había dejado ver en Bosconia por Katherine, y ya en Aracataca,

cuando fuimos al río, se llevó a Daniela.

- ¿Cómo la recuperaste?

- ¿Cómo deduces que la recuperé? Pregunté asombrada de

su lógica.

- No lo deduzco. Yo te salvé Ana, vi cuando El Duende te

sacó de la casa en Nabusimake, los seguí y logré alcanzarte, te llevé de regreso, pero tú no recuerdas nada,

cantabas una canción, estando dormida.

- Eres una caja de sorpresas querido amigo, ahora entiendo

lo de Nabusimake. Yo no la alcancé pero hice una promesa a la virgen, ella me devolvió a la niña. No sé cómo se me

pudo ocurrir algo así, pero creo que es lo que dio resultado. ¿Qué debemos hacer ahora?

- Me llevo inmediatamente a Danielita y Katherine, yo hablaré con ella, bajo el estado de nervios en el cual debe

estar, es frágil ante ese ser.

A las doce del medio día, les había dicho hasta pronto a mis

hermosas amigas Katherine, Danielita y al hermano Arhuaco.

Rossana se acostó muy temprano ese día, creo saber cómo se

podía sentir. Apenas si pudo estar al lado de la persona que amaba. Para mi sorpresa, La Muchis, Fabián, Oscar y Gunter ya

habían decidido acompañarme a Cienaga. Así que a las seis de la tarde la casa estaba en sombras, todos nos fuimos a dormir, la

desvelada de Danielita había sido grande. Pospuse mi viaje a Cienaga para el lunes, teníamos el alma cansada para avanzar.

Page 109: Diario de  un silvestrista

En sueños vi claramente a Mathias, él no podía verme, aunque yo gritaba su nombre. En el sueño una muchacha de cabello negro y

muy largo, le tocó el rostro, y él la besó intensamente. Las lágrimas brotaron de mis ojos al ver aquella imagen. Todo oscureció y escuché mi propia voz. <<No hay nada que el

silvestrismo no pueda curar>>.

Me desperté sintiendo el pecho apretado, me dolía respirar, y tenía los ojos empapados de lágrimas.

- No hay nada que el Silvestrismo no pueda curar. Repetí en voz alta.

Rossana me asustó, estaba despierta a mi lado, observándome con sus enormes ojos marrones.

- ¡Ana! Me voy contigo a Cienaga.

Rossana al igual que yo, huía de sus sentimientos.

La Cienaga nos espera, pase lo que pase, vamos a nuestro

destino. Pensé

Abracé a mi hermana silvestrista, entendiendo el amor que la quemaba por dentro.

Page 110: Diario de  un silvestrista

CIÉNAGA

La Muchis, Fabián, Oscar, Gunter, Rossana y yo, nos sentamos a

las afueras de Cienaga, donde paran los buses, sin saber a donde

ir.

- Esto es turismo de aventura muchachos. Comentó Gunter

muy animado.

Todos nos mirábamos las caras sin querer opinar, era muy diferente nuestra situación a la de Aracataca, en donde teníamos adonde llegar, en cambio en Cienaga, no hubo recibimiento de

ningún tipo. El dinero que me quedaba debía distribuirlo de forma tal, que me alcanzara para el largo retorno a Venezuela, y los

demás silvestristas, apenas si tenían para el pasaje.

- ¿Y si canto en una plaza por monedas? Preguntó Fabián.

- Nos alcanzará para tomar café, mejor piensa un poco hermano. Dijo Oscar frotando su frente como si en

cualquier momento la solución saldría volando de su mente.

Rossana y La Muchis por el contrario estaban muy animadas, y se reían de todo, trataban de mantener la calma y verle el lado

bueno a lo que, podemos llamar que fue, una locura silvestrista.

- Muchachos aún tenemos comida, mamá nos envolvió algunas empanadas, jugo y tenemos carne oreada y arepa.

- Rossana Dios quiera que el Gunter se aleje de esa mochila, sino estamos perdidos. Dijo Oscar. Tengo una idea pero no se si funcione.

- ¿Qué se te ocurre? Pregunté.

Page 111: Diario de  un silvestrista

- Ana, podemos ir a Internet y publicar que estamos varados en Cienaga sin tener donde quedarnos, y hacemos una

especie de S.O.S Silvestrista.

- Mathias dijo que para entender el Silvestrismo tenías que

venir a Cienaga, aquí el movimiento debe ser solidario. Afirmó La Muchis.

- Ya no sé a que se refería Mathias con tener que venir a Cienaga. Confesé derrotada.

Gunter que era el más hábil con las redes sociales, en compañía de Rossana, se ofrecieron para hacer el llamado de auxilio. Los

demás permanecimos en el mismo lugar, delegados de la acera y el equipaje, el vapor que emanaba de la tierra comenzaba a

alterarme los nervios.

Cienaga, un lugar caluroso t distante, en donde jamás pensé

llegar a poner un pie, me resultó difícil creer que allí pudiera encontrar respuestas y menos a Mathias. Lamentaba dejar atrás a

Macondo. Antes de abandonarlo, pedí a los muchachos pasar por el monumento en el cual había hablado con Rafael. Era un enorme libro blanco con grandiosas mariposas amarillas, y una

escultura esplendorosa de Remedios La Bella, toqué un pie de la efigie y a mi memoria como olas en el mar, llegaron precisos los

recuerdos de un libro marrón de hojas amarillas, que cuando mis ojos contaban con 14 años, sin comer y sin dormir, leí incansable, durante tres días. Sonreí al verme asombrada del mundo creado

por el gran Gabo. Me despedí de Macondo, de mis recuerdos al leer Cien Años de Soledad. De pronto escuché un fuerte silbato

penetrante, el tren se acercaba, y su traqueteo me emocionó, corrí hacía los carriles del tren y lo vi pasar, el largo tren pasó y yo con una mano al aire le dije adiós. De camino a la parada de

los buses a Cienaga, pasamos por una calle forrada de almendros y Rossana me dijo que era la casa de Gabo cuando era niño. Era

aún temprano y no pude entrar, pero desde la calle pude oler las begonias, ver la casa blanca de los Buendía, ha sido una de las mayores experiencias de mi vida, un lugar al cual deseo volver

antes de morir.

Page 112: Diario de  un silvestrista

Ya a bordo de nuestro autobús a la salida de Aracataca, miré hacia atrás, un hombre joven de bigote y cabello negro, rodeado

de mariposas amarillas, levantó levemente su mano y me dijo adiós.

Durante el viaje a Cienaga, Rossana y La muchis, me regalaron unas fotografías hermosas; una en especial llamó mi atención,

era un pescador lanzando una enorme red al agua, la imagen era en blanco y negro, y mostraba un instante del hombre y su forma de vivir, que como pescador, quedaba inmortalizado en el arte de

Leo Matiz. Ver las fotografías, me llevó a ver la esencia del hombre de la costa Colombiana, trabajador y entregado a la tierra

y al mar, jamás he vuelto a contemplar una fotografía igual a las del artista de Aracataca, entendí que en Macondo, nacen inmortales.

- ¿Ana crees que Danielita esté bien? Preguntó La Muchis.

- No lo se, espero que sí, José Jorge sabe cuidar a las personas nerviosas, el susto de Danielita, no fue normal.

- ¿Cómo se habrá perdido de esa forma? No le encuentro explicación.

- Ni la conseguirás Andrea, es Macondo, ¿Recuerdas? Allí

todo es posible. Dije brindándole mi mejor sonrisa.

A la hora de espera, Gunter y Rossana llegaron corriendo, en sus

caras se notaba que el S.O.S, había sido un éxito rotundo.

- ¿Qué ha pasado? Suéltenlo de una vez. Insistió Oscar.

- El llamado… espérate no puedo respirar. Dijo Gunter,

quien jadeaba con las manos en la rodilla.

- ¡HA FUNCIONADO! ¡HA FUNCIONADO! Gritó Rossana.

Yuli, una Silvestrista de Cienaga se había ofrecido en recogernos y conseguirnos hospedaje. Todos nos abrazábamos, emocionados

de contar con Silvestristas solidarios.

Page 113: Diario de  un silvestrista

Quince minutos más tarde frenaba en seco una camioneta roja destartalada, de la cual bajaba una chica delgada y morenita. La

abrazamos en montonera y ella emocionada por lo que ocurría, movía rápidamente las manos cerca de sus ojos para contener las lágrimas de la emoción.

- Gracias al cielo que han venido, no tenía ni idea cómo

podría ver a Silvestre, mis amigos están en Cartagena, y sola, me es muy difícil.

- ¿QUÉ? preguntamos al unísono.

- Silvestre está en Cienaga muchachos.

- ¿Cómo es posible Yuli? No hay anuncios, ni publicidad de

que haya un concierto hoy. Refutó Gunter.

- Eso es porque es una fiesta privada, de gente de buen

dinero, solo entran los invitados.

Todos nos miramos emocionados de saber a Silvestre, a nuestro

ídolo en el mismo lugar y el mismo día. Oscar se frotaba nuevamente la frente, Rossana reía nerviosa, La Muchis no hacía

más que brincar; Fabián caminaba de un lado para el otro, y a mí me sudaban las manos. El único en mantener la calma fue Gunter.

- Vamos a colarnos en esa fiesta. Afirmó el Guajiro, cuando

sus ojos se clavaron en mí.

- ¡Ahora si que vamos presos! Exclamó Oscar.

- Espera déjalo que hable. Dije sosteniendo su mirada.

- ¿Yuli cómo pensabas entrar a esa fiesta? Peguntó Gunter.

- Vestida elegantemente, disimulando no ser silvestrista, pero los nervios me cargan loca, por eso cuando vi su “S.O.S SILVESTRISTA”, no dudé en venir por ustedes.

Page 114: Diario de  un silvestrista

- Muchachas ¿Tienen tacones y vestidos? Preguntó Gunter con la mirada más maliciosa que jamás le haya visto a un

ser humano.

Page 115: Diario de  un silvestrista

LA FIESTA

La Silvestrista cienaguera, conducía a toda velocidad por las

calles del pueblo, todos hablábamos a la vez, discutiendo el plan,

todos a favor y todos en contra, meterse así en una fiesta privada, era algo extremo, podíamos incluso terminar detenidos por abusadores.

- Ana es abogado, ella nos defenderá. Afirmo La Muchis.

- Soy abogado en Venezuela Andrea, deja los inventos, aquí solo soy Ana. ¿A dónde vamos primero Yuli?

- A casa de una gran amiga, ella alquila vestidos y trajes a buen precio.

- No tenemos dinero Yuli, detente. Dijo Rossana al borde de

una crisis.

- Sigue Yuli, yo tengo algo de dinero. Ordené sin aceptar

más discusiones, necesitábamos la ropa para poder entrar. Ya en Valledupar vería cómo conseguir dinero para irme a

Venezuela. Estábamos ante una emergencia silvestrista. Tomé entre mis manos el amuleto rojo de Daniela, insistí en mi deseo.

- ¡Patos a tierra! Dije cuando Yuli estacionó la camioneta.

Todos rieron con la orden de desembarque. El calor me agobiaba pero la emoción era mayor a cualquier cosa.

Entramos animados a una gran casa blanca, en la sala de recibo había espejos por todas partes, y algunos sillones antiguos. Esperamos a que la amiga de Yuli pudiera atendernos. Para mi

sorpresa, observé en el espejo a una Ana, bronceada, de buen aspecto, ya comía de todo cuanto me era posible. Me veía sana y

el peso que había aumentado estaba bien distribuido, estaba mucho más bonita que cuando vomitaba para mantenerme

Page 116: Diario de  un silvestrista

delgada. Levanté las mangas de mi camisa y los pequeños rasguños casi ni se notaban.

En la vida a nadie le falta Dios, y tan es así, que por gracia divina la hija de la dueña de los trajes de alquiler era silvestrista, nos

atendieron con especial cariño, así que entramos en diferentes habitaciones de la casa, había por doquier hermosos y brillantes

atavíos, los chicos buscaron sus trajes y nosotras arremetimos contra los estantes con vestidos. Después de probarme varios, de diferentes colores que me pasaba una y otra vez Stefany

nuestra nueva amiga silvestrista, sentí escalofrío cuando me coloqué un hermoso vestido rojo, de piedritas sintéticas, era

descubierto sin mangas, de corte largo hasta los tobillos y una enorme abertura en la pierna derecha, me quedaba a la medida y me hacía sentir realmente sexy, mi cabello negro al recogerlo

entre mis manos, se veía objetivamente extraordinario, con el corte descotado de la espalda. Cuando salí a mostrar el vestido,

me emocionó ver a Gunter y Oscar, boquiabiertos.

- ¿Ana quieres ser mi novia? Preguntó Oscar a forma de

broma.

- No, ya tengo novio. Contesté ruborizada.

- Con ese vestido y tus encantos, sé que podemos entrar

Ana, estoy convencido. Dijo Gunter intentando colocarse una corbata, los muchachos estaban transformados con sus hermosos trajes negros.

Una a una fueron saliendo de las habitaciones las muchachas, Yuli

había elegido un vestido negro muy elegante, Rossana había optado por un Azul rey que resaltaba sus enormes ojos, La Muchis estaba radiante con un vestido blanco de diminutos

cristales. Stefany se había anotado a la aventura y elegido un vestido negro con detalles dorados, muy ajustado, que la hacía

ver mayor de edad.

- Espera Ana, necesitamos unos hermosos tacones para ese

vestido. Pruébate estos. Dijo Stefany entregándome una

Page 117: Diario de  un silvestrista

hermosa caja aterciopelada. Son mis favoritos y la casa invita.

Dentro de la caja encontré los zapatos rojos más altos y hermosos que haya visto jamás. No puedo negar que al verlos,

me sentí Cenicienta. “Espero no perder un zapato al finalizar la noche” Sonreí a Stefany agradecida de toda su ayuda.

Ya con todo a mano, apenas si tuvimos que pagar algo por los vestidos, nuevamente Yuli atravesó la ciudad corriendo a todo lo

que podía la camioneta, eran ya las dos de la tarde, y el tiempo apremiaba, los chicos se quedaron en la casa de Yuli para almorzar, pero nosotras cruzamos la calle, rumbo a la peluquería.

La emoción de intentar ver a Silvestre esa misma noche, había disipado mis preocupaciones e incluso la pesadilla de Mathias con

otra mujer, nada en ese momento me importaba más que ingresar a esa fiesta, bajo cualquier costo. Estaba apunto de convertirme en una Silvestrista extrema.

Puedo decir que vestidas, maquilladas, peinadas y en tacones, las

mujeres podemos ser igual de hermosas que al natural, lo que cambia es la personalidad, de chicas tímidas podemos ser seductoras, todo en su conjunto es como un disfraz, muestras

alguien que no eres o revelas quien eres en realidad.

- ¿Yuli, no podemos cambiar la calabaza? Preguntó La Muchis.

- Claro podemos tomar dos taxis, la fiesta es cerca de aquí. Creo que llegar en la camioneta con el rugido del motor y

con esta pinta, de una, no nos dejaran entrar. Contestó Yuli polvoreando su nariz.

- ¡Bien Silvestristas! Estamos listas. Dije. Me sentía como si fuera otra Ana, la princesa de los cuentos de hadas que

tanto me gustaban de niña.

Page 118: Diario de  un silvestrista

- Que hermosa te vez Ana. Dijo La Muchis colocando una diminuta pulsera en mi muñeca derecha. Este es el punto

de luz que te hace falta, es de mi madre, te la prestaré.

Abracé a mi amiga, delicadamente para no arrugarle el vestido, y

salimos al encuentro de los galanes silvestristas de esa noche. Fabián fue el primero en acercarse y ofreció su brazo a La Muchis,

ambos sonreían enamorados, Gunter totalmente transformado tendió su brazo a Yuli, y Oscar nos tendió ambos brazos a Rossana y a mí. Al bajarnos de cada taxi, nos encontramos con

Stefany, quien estaba despampánate a la entrada de la gran casa donde se realizaría la fiesta.

- ¿Ahora qué hacemos? Preguntó asustada Rossana.

- Sonrían moderadamente, hay cuatro vigilantes a la entrada, esto no será fácil. Síganme. Dije segura de mi misma.

Recordé mi rostro en las veladas elegantes a las que Rafael me

obligaba a acompañarlo, lo normal era dar las buenas noches, sonreír un poco, y no detenerse. Fue exactamente lo que hice tomada de la mano de Oscar.

- Espere señorita. Dijo uno de los guardias. “Dios se han

dado cuenta, estamos perdidos.”

- Dígame. Respondí amablemente y exhibiendo una sonrisa

cordial. “Nos pillaron.”

- Permítame abrirle la puerta, es Usted realmente bella. Dijo

el hombre coqueteando un poco. Le correspondí con una sonrisa tímida. Y todos logramos ingresar a la fiesta. Sin

invitación y sin problema alguno.

Ninguno de nosotros dejaba de sonreír, habíamos planeado

saludar a la gente como si la conociéramos, y actuar lo mas normal posible, un camarero nos ofreció una mesa enorme

cercana a la tarima del sonido, en lo que era un salón enorme de fiestas.

Page 119: Diario de  un silvestrista

- Ante todo debemos mantener la calma, si se llegan a dar cuenta que somos silvestristas infiltrados, nos ponen de

patitas en la calle, así que colaboren muchachas, contrólense cuando salga Silvestre al escenario. Exigió Gunter.

Crucé la pierna al sentarme y la abertura dejó al descubierto

mis piernas, recordé mis heridas, y al observarlas, comprobé que ya no estaban, era algo que me resultó extraño, ya que hacía dos días que se notaban intensamente en mi piel. Alejé

esos pensamientos y me concentré en que esa noche vería a Silvestre. Comimos algo, tomamos poco, fingíamos estar algo

aburridos como las demás personas. Soportamos largos discursos sobre la ética profesional, y el cierre de lo que me pareció, había sido una convención de odontólogos a nivel

internacional, y aplaudimos efusivamente cuando terminó la parte protocolar del evento. De pronto todo fue luces y sonido,

los músicos salieron a escena, la tarima era apenas de unos palmos, por lo que debíamos controlarnos, los unos a los otros, para no salir corriendo a abrazar al ídolo. Mi corazón

latía a rabiar, sentí ganas de quitarme los tacones y ponerme a bailar, pero eso hubiera echado todo a perder.

Observé a las muchachas y la que más me preocupaba era Rossana, estaba algo alterada y Oscar la tenía sujetada por un

brazo.

Silvestre salió a la escena y todos aplaudieron colocándose de

pie, los imitamos, la gran mayoría sostenía en alto sus teléfonos para grabar o tomar fotos, pero nadie estaba fuera

de control como en un verdadero concierto. Nuestro ídolo interpretó varias canciones seguidas y cuando se detuvo a

saludar y encendieron un poco las luces, su mirada se cruzó con la mía, frunció el seño como recordando mi rostro y me sonrió. “Me ha reconocido”. Pensé.

Controlar la emoción, tratar de no gritar y solo aplaudir fue un esfuerzo sobre humano, sentí ganas de lanzarme, de abrazarlo

y hasta de robarle un beso. Mientras él cantaba, en mi mesa

Page 120: Diario de  un silvestrista

todo se había vuelto un lío, ya Oscar y Gunter no podían controlar a Yuli, Stefany y menos a Rossana. Cuando sonó La

Gringa, las chicas fueron incontenibles y se arrojaron a la tarima, abrazaron y besaron a Silvestre, e inmediatamente, intervino la seguridad del evento.

Y en pleno concierto, debimos acompañar afuera a los

guardias, nos habían descubierto.

- Credenciales señoritas. Exigió un hombre sumamente alto.

- Se nos han quedado. Respondió Gunter.

Rossana, Stefany y Yuli, no salían de su estado de felicidad, por haber abrazado y besado a Silvestre, no comprendían en qué

problema nos habíamos metido. Pensé que decir la verdad era lo mejor. Un médico organizador del evento nos llamó “Coleados” y estaba furioso. La tristeza se apoderó de mi alma, a Cenicienta

se le había acabado la magia, esa noche.

- Señor déjeme explicarle, no se moleste. Dije tratando de

calmar los ánimos. En esas el hombre más alto de todos los de seguridad, me tomó por un brazo con una fuerza, que

pensé que me lo partiría.

- ¡SUELTALA! ¡SUELTALA! Gritaron los muchachos.

- Me hace daño señor, suélteme. Exigí.

- Te soltaré en la comisaría. Rugió el hombre.

Estábamos metidos en un problema, Stefany llamaba por teléfono a alguien, Yuli comenzó a llorar, Gunter estaba hecho una furia; Oscar y Fabián lo sujetaban. La Muchis y Rossana se veían

aterradas.

- ¡Suéltala! Ordenó alguien.

Todos volteamos al reconocer esa voz.

Page 121: Diario de  un silvestrista

- Por favor suéltala, ella viene conmigo. ¿Ana estas bien? Preguntó Silvestre, con su enorme sonrisa.

Mi corazón se detuvo, y creí que en ese instante moriría. Nos miramos fijamente, ya no era el ídolo, sino el amigo, quien me

observaba, quien me rescataba.

- Estoy bien. Contesté. Solo queríamos verte. Lo siento

mucho.

El silencio reinó, los muchachos no podían creer lo que estaban viendo, Silvestre salvándonos a todos de pasar la noche presos, y tratándonos como sus invitados.

- Doctor, disculpe estos jóvenes son mis invitados, he debido

avisarles, pero no sabía que mis amigas se emocionarían tanto como para subirse a la tarima.

- Si es así, no hay problemas, sus invitados también son nuestros invitados, que pena con Usted. Dijo el médico alejándose con sus guardias.

- ¡Gracias! Fue todo lo que pude decir.

- Vamos, adentro hay un concierto que terminar muchachos. Silvestre me ofreció su brazo y me aferré a él.

- ¿Crees que puedes al terminar el concierto, permitirle a los

muchachos tomarse una foto contigo? Pregunté apenada y diciéndolo casi como una suplica.

- ¡Ana que hermosa estas! Me dijo al oído. Muchachos al terminar la presentación, quédense tranquilos, que yo los mando a llamar para que nos tomemos fotos.

Las muchachas estaban felices, los muchachos emocionados, nos

abrazábamos los unos a los otros.

- Esto es mejor que un kit mi gente. Dijo bailando Gunter.

- ¿A que se refiere le pregunté a Oscar?

Page 122: Diario de  un silvestrista

- Ana, hay algunos conciertos, donde compras con la entrada la oportunidad de tomarte una foto con Silvestre, él en la

medida de sus posibilidades permite que los fan se le acerquen, pero como somos tantos, no es posible que todos se saquen una foto.

La presentación siguió su curso, bailamos tratando de

controlarnos y lo que los tacones nos permitían, yo no dejaba de mirar a Silvestre, y de sonreír, la felicidad que él me daba era inenarrable. Pensé en mi deseo y el amuleto de Danielita y me

estremecí de solo pensar que los sueños y los deseos pudieran realizarse.

Al terminar el concierto, pasamos a una habitación guiados por un joven amable que portaba una camisa roja, posiblemente algún

asistente de Silvestre. Me rezagué dejando a las chicas el camino libre para apoderarse de mi ídolo; lo abrazaron, lo besaron, se tomaron su tan anhelada foto, fue muy amable con ellas, y muy

receptivo con los muchachos, la forma en que trató a mis hermanos silvestristas me enterneció el alma.

- ¿Ana y tú no deseas una foto? Preguntó Silvestre manteniendo su mágica sonrisa.

Me quedé muda, verlo tan cerca, que me llamara por mi nombre,

que tratara a mis hermanos de una forma tan especial, no tenía ni las palabras, ni el valor, para decirle lo que quería de él.

- No, yo no quiero una foto. Fue mi respuesta. Todos los silvestristas se quedaron viéndome como si estuviera loca

de remate. Prefiero recordarte en mi memoria, en ella serás eterno. Y sonreí completamente enamorada de él.

Silvestre me miró, quedándose sin palabras, tomó mi mano derecha y me dio un tierno beso, como el príncipe que era, en mi

vida.

Page 123: Diario de  un silvestrista

KIKE

La casa de Yuli, fue durante horas un lugar de risas, gritos,

euforia, los silvestristas estaban increíblemente inaguantables,

repetían paso a paso lo ocurrido, me interrogaron una y otra vez, para entender cómo Silvestre sabía mi nombre, así que en resumen les conté sobre la noche en que perdí mi zapato rojo y

caminé por la carretera prendida en fiebre.

Cuando el agotamiento me venció, fui a la habitación que compartiría con Rossana y La Muchis, aún vestida con el increíble vestido rojo, me dejé caer en la cama mullida, y al mirar al techo

dos lágrimas brotaron de mis ojos. “Cómo puedo vivir con todo esto en el alma”

Recordaba una y otra vez a Silvestre tomando mi mano, besándola como si fuera una princesa. Me ahogaba en lo que

sentía, me quemaban las tristezas, los miedos, la soledad. Aunque estaba por fin en Cienaga y acababa de ver a mi ídolo,

recordé mi promesa a la Virgen y traté de que el pecho no se desprendiera al llorar. Mezclaba de forma muy confusa mis sentimientos, quería encontrar a Mathias, aunque sabía que había

renunciado a él. La promesa que me devolvió a Daniela fue, que si El Duende la soltaba, yo renunciaría a Mathias.

Me refugie en mis recuerdos de Silvestre, en la sonrisa de mis hermanos silvestristas, pensé en Katherine y Daniela, llorando

por no haber podido estar con nosotras en Cienaga. “Tan pronto se enteren que hemos visto a Silvestre, van a sufrir mucho”. Y

comencé a pensar la forma de alegrarlas o compensarlas y sus rostros me alejaron de mis dolores.

Dejé caer los tacones, me quité el vestido y duré dos horas bajo la regadera. “No hay nada que el silvestrismo no pueda curar.”

Page 124: Diario de  un silvestrista

A la mañana siguiente, Yuli y Stefany me despertaron, mientras los demás seguían amodorrados en sus camas. Ya se estaba

haciendo una costumbre que me asustaran al despertarme.

- ¿Qué pasa ahora? Pregunté aún dormida.

- ¡Vamos Ana! Viniste a conocer el Silvestrismo en Cienaga, es hora de que conozcas a Kike. Dijo Yuli quitándome la cobija.

- Vamos alístate, tu desayuno está en la mesa. Me animó

Stefany.

- Una vez con mis pantalones, una de mis camisetas blancas

favoritas, mis zapatos rojos deportivos y la mochila arhuaca cruzada. Tomé un desayuno ligero y abordé en compañía de mis

nuevas hermanas silvestristas, la destartalada camioneta.

- ¿A dónde vamos? Quise saber.

- Al pantano. Dijo Yuli arrancando el estrepitoso sonido del motor.

- ¿A qué hora se acostaron todos? Pregunté corroborando que llevaba dinero, una botellita de agua, mi gorra roja para el sol y

mis documentos de viaje en la mochila.

- Ana, acaban de irse a dormir. Stefany y yo nos acostamos a eso

de las dos de la mañana y al despertarnos esta mañana, los chicos seguían celebrando.

- Que lastima, se perdieron el paseo. Comenté distraída. Observando las calles del pueblo, tenía estructuras coloniales y

antiguas que atrajeron mi total atención, estaba en un lugar muy lejos de mi hogar, que daba el aspecto de estar además en otra época, muy diferente a la mía. Pasamos por una hermosa plaza,

que tenía construida en el centro una hermosa estructura blanca, que me recordó a los antiguos griegos y romanos. El templete.

- ¿Quién es Kike?

- Un soñador. Contestó Yuli.

Page 125: Diario de  un silvestrista

- ¿Silvestrista?

- Por supuesto.

- No lo dejaron acompañarnos anoche porque era menor de edad

y no tenía permiso. Concluí en una frase lógica.

- Peor que eso Ana, es gente muy sencilla de escasos recursos y

es… es un niño.

No sé hasta donde estaba preparada para conocer los sueños de un chiquillo, cuando los adolescentes y adultos, somos un caos al respecto.

Siempre he creído que en la niñez algo nos marcó para siempre. Podemos recordar cómo si fuera ayer, cuando los abuelos nos

consintieron, o cuando fuimos reprendidos de forma injusta, cuando amamos a nuestros juguetes, creyendo que eran seres

de carne y hueso. No quería ni imaginar un niño queriendo conocer a Silvestre y con una familia que económicamente no lo pudiera apoyarlo.

Al apagar el motor, mis ojos se maravillaron con unas casitas a

orilla de lo que conocí como La Cienaga, que aunque era un mar de aguas estancadas por decirlo de alguna forma, me resultó hermoso, sus aguas eran azules verdosas o azules grisáceas no

estaba clara en el color, pero en definitiva era como contemplar un mar en calma.

Nos recibió una encantadora muchacha de mirada penetrante, sus ojos eran tan claros que me parecían color caramelo, de lindas y

gruesas pestañas, estaba ataviada con lo que quedaba de un delantal. De la mano llevaba a una niña pequeña y menuda.

Stefany y Yuli, me habían comentado que era madre soltera.

- ¡Hola Niurka! Dijo Yuli abrazándola.

- Hola mi niña, que bueno que has venido a visitarnos, Kike

se muere por tener noticias de Silvestre.

Page 126: Diario de  un silvestrista

- Ella es Ana, viene de Venezuela y lleva un largo viaje conociendo Silvestristas, pensé en Kike y aquí estamos.

Me pareció una mujer joven, algo cansada y dedicada a sus hijos, no debe ser fácil llevar las riendas de un hogar y menos en un

lugar tan remoto como Cienaga en el Departamento del Magdalena. Las brisas del lugar me animaron a ver más allá de la

sencillez del estilo de vida de estos silvestristas y me animé a llevarles la felicidad que nos transmite el ser silvestristas de corazón grande, así como lleva por nombre la hermosa fundación

que tiene Silvestre, para llevar a los niños más necesitados una sonrisa y una mano amiga.

- ¡Hola! Dije dándole un ligero beso en la mejilla y cargando en mis brazos a María, una hermosa y frágil niña de cabello castaño.

¿Dónde está Kike? Pregunté.

- Debe estar con su pedacito de acordeón jugando a las

orillas del mar, allí enfrente. Dijo señalando con un dedo. Cruzando la carretera.

- ¡Anda Ana! Aquí te esperamos. Querías conocer el Silvestrismo… pues te está esperando. Me animó Yuli.

Al cruzar la calle de asfalto, caminé entre lo que me pareció

arena, o una especie de tierra blanquecina. Al llegar a donde me habían señalado Niurka y las chicas, vi sentado en la arena a un niño de aproximadamente seis años, me acerqué a él y me senté

a su lado. Tenía en las manos algo menos que un acordeón, era muy antiguo y en muy mal estado.

- Hola ¿Tú tocas el acordeón? Pregunté.

- A veces suena, a veces no. Contestó y sus ojos claritos como caramelo me miraron fijamente. ¿Cómo te llamas?

- ¡Soy Ana! Dije quitándome los zapatos para sentir la arena.

- Yo soy Enrique, y soy silvestrista.

Page 127: Diario de  un silvestrista

- ¿Te gusta la música de Silvestre?

- La amo, me sé todas sus canciones, y mi favorita es “Esa

Mujer”. Ana ¿Tú puedes decirle a Juancho que me enseñe a tocar el acordeón? O a Rolando Ochoa, ahora que es el

acordeonero de Silvestre, tal vez quiera enseñarme.

No voy a negar, que estuve a punto de echarme a llorar encima

del niño, su ingenuidad y sus sueños, me partieron el corazón, él hablaba de Silvestre de una forma tan natural, como si se tratara

de un gran amigo.

- Todo es posible mi querido Kike.

- Sí, lo se, pero mamá no ha podido comprarme un acordeón

de verdad, de esos que suenan siempre. Es difícil aprender a tocar si el acordeón no suena todo el tiempo.

- Si llegas a conocer a Silvestre ¿Que harás Kike?

- Si llego a conocerlo, me muero.

Conocer a Enrique, fue realmente hermoso en mi vida, aunque

solo eran tres personas viviendo en esa pequeña casita, el amor que nos brindaron durante ese día, fue suficiente para comprender que el sacrificio que yo estaba haciendo viajando por

Colombia, era diminuto, al lado del verdadero silvestrismo. Yuli y Stefany, habían llevado merienda a los niños, yo acepté un poco

de café, y conversamos durante horas. “Kike necesita un acordeón de verdad” pensaba una y otra vez, mientras la brisa fresca llenaba mi corazón de paz.

Page 128: Diario de  un silvestrista

KATHERIN PORTO

Continuar el diario no es posible hasta tanto no te haya contado

detenidamente lo que encontré en Cienaga, no solamente conocí

a un niño tan especial como Kike y sus sueños de tocar el acordeón para Silvestre. En esta tierra lejana y antigua, gracias al apoyo de Yuli y Stefany, conocí ese mismo día a alguien que

cambió mi vida para siempre.

Recuerdo haber estado ausente de las conversaciones de las chicas mientras nos alejábamos de la casita de Kike, tenía por costumbre aislarme en mi mente y permitir que los pensamientos

me llevaran hasta donde ellos quisieran. Me sentía segura alejada de la realidad, todo era una sucesión de imágenes, Teresa

tocando mi rostro, Silvestre mirándome con sus hermosos ojos amarillos, la niña Guajira de vestido rojo en el desierto, Nabusimake y la eterna Sierra Nevada, La Sirena Dorada y mis

pies sumergidos en las aguas cristalinas del Guatapuri, las calles de Macondo y Gabo diciéndome adiós, incluso el rostro de El

Duende permanecía intacto en mis recuerdos; Silvestre tomando mi mano como si yo fuera una princesa y ahora un niño de mirada infinita contemplando su el mar, a mis oídos llegaban las

notas de la canción de La Muchis, mientras como niñas subíamos los pies a la cama, cerrando nuestros ojos, viviendo ser fan de un

sentimiento como el silvestrismo.

El rugido del motor de la camioneta se apagó, y su silencio me

devolvió a la realidad.

- ¡Llegamos Ana! Aquí conocerás a La Pechy. Dijo Stefany. No puedes irte de Cienaga sin conocerla.

- Así es, todo lo que significa el silvestrismo, lo encontrarás aquí. Dijo Yuli.

Las observé extrañada, pensaba que Kike y su inocencia lo resumía todo, ni idea tenía de todo lo que pasaría, mi viaje

Page 129: Diario de  un silvestrista

llegaba a su fin. Un final que aún hoy agradezco haber vivido, de lo contrario jamás hubiera entendido, por qué mi alma buscaba

tan desesperadamente el refugio del Silvestrismo.

Entramos en una casa amplia, de color pastel muy bonito, nos

esperaba una señora que fue muy amable, nos ordenó pasar y esperar un poco, ya que Katherin estaba arreglándose.

- ¿Katherin? Pregunté.

- Sí, de cariño la llamamos La Pechy, así se refiere a ella Silvestre.

- ¿Silvestre la conoce?

- Sí Ana, él es muy especial con ella, pero espera que ella

misma te cuente todo.

Tenía la mirada clavada al suelo, lo de kike me había dejado el corazón diminuto, y con la gran necesidad, de hacer algo por él. Cuando pensé que la imaginación me jugaba una mala pasada,

ante mí vi una silla de ruedas, creí que vería a Teresa en ese mismo instante, pero una joven de largos cabellos negros y ojos

negros me brindaba una hermosa sonrisa.

- ¡Hola Pechy! La saludaron al unísono mis amigas.

- Ella es Ana, viene desde Venezuela y es una gran hermana

Silvestrista.

Nos miramos por un instante que me pareció eterno, de mirada

brillante y sonrisa franca. Me agaché junto a su silla, como lo hiciera tantas veces con Teresa, solo pude brindarle mi mejor sonrisa. Katherin estaba vestida completamente de rojo y tenía

una cinta roja muy bonita que adornaba su cabello.

- Ana, que bueno que hayas venido, Cienaga es hermosa. Dijo Katherin pausadamente. Hablaba con una tranquilidad tan distinta a lo alborotado de mis amigas. ¿Quieres ver mi

habitación?

Page 130: Diario de  un silvestrista

- Sí Katherin, me encantará verla.

Yuli empujó la silla de ruedas y fue comentando frenéticamente la

noche que habíamos pasado, en cómo casi vamos presos y como Silvestre nos ayudó a salir del atolladero. Entramos en la

habitación, sus paredes eran rojas y tenía afiches por todas partes, pude ver que las imágenes eran diferentes a las que

tenían las paredes del cuartel del Bosconia, era impresionante como en cada foto estaba Silvestre al lado de Katherin, entendí que en realidad él formaba parte de su vida y de una manera

muy especial.

- Ana él es mi Ángel. Dijo La Pechy. Antes de ser Silvestrista,

vivía muy enferma, con asma continua y me la pasaba en una clínica. Desde que Silvestre entró a mi vida, ya no me

enfermo, le dedico las 24 horas al silvestrismo y las redes sociales, y siempre, que se puede, Silvestre me escribe o me recibe en Valledupar, incluso una vez mis amigos me

lograron subir a la tarima con él y Juancho. Tengo recuerdos muy felices a su lado, lo amo como si fuera mi

padre.

Dos lagrimitas brotaron de sus hermosos ojos. Nos abrazamos a

Katherin, Yuli lloraba, Stefany lloraba, y yo no pude más; y las lágrimas salieron de mis ojos incontrolables, no me era fácil

entender que aunque no pudiera caminar, eso no era obstáculo para ser feliz, una felicidad que yo apenas podía conocer, porque lo que sentía Katherin Porto por Silvestre no tenía ni tiene

explicación, ni comparación alguna.

Nos sentamos en su cama mientras la mamá de Katherin nos ofreció jugo de mora, Stefany insistía en los pormenores de “Los coleados” en la fiesta, mientras yo observaba una a una las fotos

del Ídolo con Katherine. En la mesita de noche me llamó la atención, un porta retrato, en la fotografía un hombre rubio

abrazaba a Katherin, mis manos temblaron incontrolables, sentí como algo se rasgaba dentro de mi alma.

El muchacho de sonrisa hermosa al lado de Katherin, era Mathias.

Page 131: Diario de  un silvestrista

CIENAGA GRANDE

Regresé el porta retrato a su lugar, no me atrevía a preguntar

por Mathias, tenía miedo de saber de él, yo había renunciado a su amor. Salimos de aquella casa, en lo que me pareció un

eternidad, entendía que la vida de Mathias era Katherin, y que yo debía alejarme de inmediato de aquel lugar.

- Te sientes bien Ana, te ves pálida ¿Pasa algo? Preguntó Yuli.

- Solo estoy cansada. Contesté.

- ¿Quieres que vayamos a casa? Los muchachos llamaron al teléfono de Yuli y te están esperando para la continuación de la parranda, según informó Rossana.

- No por favor Stefany, deseo ir a un lugar silencioso y tranquilo.

- Conozco un lugar perfecto, y estamos a tiempo.

Yuli detuvo la camioneta cerca de un playón, nos quitamos los zapatos y caminamos un poco. “Necesito estar sola, necesito

pensar”. El pueblo de la Cienaga tiene un privilegio y es que colinda con El Mar Caribe no solo por carretera hacía Barranquilla,

sino que hay un malecón cercano a la plaza del pueblo. El sonido de las olas me tranquilizó los nervios, la inmensidad de sus aguas grises, era precisamente lo que necesitaba.

- ¿Ana, cuanto tiempo piensan quedarse?

- Los muchachos tienen planeado regresarse a sus casas mañana, yo deseaba conocer Cienaga un poco más pero,

creo que regreso a Venezuela de inmediato.

- Que lastima, me hubiera gustado mucho que conocieras a

alguien más. Dijo Yuli agachando la mirada.

Page 132: Diario de  un silvestrista

No negaré que tenía el corazón roto, para mí la foto del retrato en la habitación de Katherin, me daba las respuestas necesarias para

renunciar realmente a la ilusión que tenía en mi corazón, pero estaba allí por El Silvestrismo, no por mi amor inconcluso. “Necesito estar sola”.

- ¿A quién te refieres?

- A una ancianita que vive en la propia Cienaga Grande.

- Sí ella es muy sabia, deberías conocerla Ana. Me animó Stefany.

- Para ir tendríamos que salir mañana muy temprano, sería genial que conocieras las comunidades en palafitos. Insistió

Yuli.

- ¿Palafitos? ¿Casas en el agua de la Cienaga? Pregunté.

- Sí, así es. Yuli me miraba con ese brillo especial que solo había conocido en los ojos de mis nuevos amigos. Si

hubiéramos continuado por la carretera que va hacia Barranquilla, las abrías visto.

Nos quedamos calladas durante un buen rato, cada una entregada a sus pensamientos. Ya el atardecer teñía de rojo las

nubes, y el vaivén de las olas del mar susurraban palabras al viento. Escuché en el aire mi nombre, y renovada por la voz de

Dios en las olas, me levanté me quité la camisa y el pantalón y corrí hacía el mar, sus aguas calidas me recibieron, mientras Yuli y Stefany aullaban al viento y también se despojaban de la ropa,

para meterse al mar. “No hay nada que el Silvestrismo no pueda curar.” La decisión estaba tomada, me iría a la Cienaga Grande,

seguiría adelante.

Al llegar a casa, abracé a Rossana y a La Muchis, nos sentamos

en la mesa de la cocina, a cenar arepa y caldo de huevo y papa, al cual estaba muy acostumbrada, las muchachas estaban

dichosas aún de los besos en las mejillas de Silvestre. Oscar,

Page 133: Diario de  un silvestrista

Fabián y Gunter se habían ido de parranda por el pueblo, ya que las muchachas no se animaron a acompañarlos.

- Mañana Gunter y Oscar se regresan a Bosconia ¿Quieres que regresemos con ellos Ana? Dijo Rossana y la tristeza

fue evidente en su mirada.

- ¿Solo ellos? Pregunté extrañada.

- ¡Sí! Solo Gunter y Oscar, porque Fabián y yo nos

quedamos a vivir en La Cienaga. Dijo Altiva Andrea.

- ¿Muchis y tu mamá? ¿Tu vida en Bosconia, el niño de

Fabián y su esposa qué? estaba sorprendida de la decisión de mi amiga.

- ¡Lo amo Ana! Dijo con lágrimas en los ojos. La abracé y guardamos silencio, aunque consideraba que era algo

injusto con la familia que Fabián ya había formado, no era quien, para juzgar los sentimientos, yo menos que nadie, me atrevía a contradecir un amor como el que sentían el

uno por el otro.

- Rossana, si quieres puedes regresar con los muchachos a Aracataca, yo continúo mi camino, Yuli va a llevarme a la Cienaga Grande. Los ojos enormes de la silvestrista cómo

platos y apunto de llorar, me dieron la respuesta. O puedes venir conmigo y regresamos para el fin de semana con tu

mamá y tu hermano Alexis, solo avísales a donde vamos.

El abrazo de oso que me dio Rossana fue aplastante, por alguna

razón se negaba a estar en Aracataca, y tampoco me sentí con fuerzas de interrogar el por qué.

Yuli estaba eufórica, porque permaneceríamos varios días en Cienaga, y les ofreció apoyo y recomendaciones a La Muchis, para

que pronto consiguieran trabajo, además podían quedarse en su casa, el tiempo que fuera necesario.

Page 134: Diario de  un silvestrista

Cuando me fui a dormir, sentí un dolor intenso en el pecho, y sin hacer ruido, lloré en silencio por Mathias, me dolía la

incertidumbre, me quemaba la renuncia.

Page 135: Diario de  un silvestrista

LA ANCIANA DE OJOS GRISES

Esa mañana muy temprano despedimos a Oscar y Gunter,

quienes debían regresar a sus vidas en Bosconia, nos abrazamos y prometimos volver a vernos algún día. La Muchis y Fabián,

felices salieron por las calles del pueblo, en busca de trabajo con Stefany.

Rossana, Yuli y yo, nos embarcamos rumbo a La Cienaga Grande.

Dos piraguas con motor, o lo que se conoce como canoas en

Venezuela, con dos muchachos jóvenes a bordo, nos llevaron por toda La Cienaga. Fue maravilloso sentir como el viento fresco de

la mañana llenaba mis pulmones de aire, renovando mis fuerzas.

Yuli nos contó que hace mucho tiempo, una niña llamada

Tomacita había sido devorada por un enorme Caimán en esas aguas, por eso en la Ciudad había un monumento de ella y el

animal; y que, por ese incidente las ferias del pueblo eran en enero y se conocía como “El festival del Caimán”. Mientras nos adentrábamos en las aguas de La Ciénaga, nos comentó que la

estructura que tanto me gustaba del pueblo se llamaba “El templete”, que la influencia europea siempre ha reinado en sus

calles y que por eso, la plaza del Bicentenario es tan distinta a la de otras ciudades.

- Esperen que La Nana les cuente sobre La Masacre de las Bananeras, nadie como mi Nana para contarla. Dijo entusiasmada

la Cienaguera. Me sorprendió ver la primera casita desvencijada sobre el agua, sostenida por palos o troncos que salen del agua, a dichas construcciones les llaman Palafitos, parecía abandonada.

En el horizonte volaron enormes aves de plumaje blanco y negro.

Creí por un instante estar en un paraíso único, donde el modernismo y las grandes ciudades, parecen lejanas e inexistentes.

Page 136: Diario de  un silvestrista

- ¡ANA MIRA! Gritó Yuli, cuando ante nosotros aparecieron diez casitas de madera, de donde se asomaron muchos

niños de piel tostada, con ropas rasgadas o sin ella, saludaban animadamente cuando pasamos de largo. Les correspondí el saludo, pero ver a seres tan pequeños en

condiciones tan precarias y madres que parecían muy jóvenes, me hizo comprender que aquel lugar remoto de

Dios, era pobre y necesitado.

Por un instante sentí que el corazón se me salía por la boca,

olvidé que Yuli era Cienaguera, y que estaba acostumbrada a andar en Piragua, cuando la vi en la punta de la embarcación de

píe y guardando un equilibrio impresionante, el barquero disminuyó la velocidad, mi amiga llevaba puesta su gorra roja, y verla así saludando con alegría a la gente en los palafitos me hizo

sentir que el viaje silvestrista apenas comenzaba.

- ¡NANA LLEGUE! Gritó Yuli. ¡NANA! ¡NANA!

La piragua se detuvo a las puertas de una gran estructura de

madera, y de ella salió a recibirnos una anciana delgada de cabello blanco, muy largo. Llevaba puesto una bata con diminutas flores de colores estampadas. De un salto Yuli subió a la casa

abrazando a la anciana, y ella le brindó una enorme sonrisa, al subir resbalé, pero logré sostenerme a una baranda de madera; y

me puse en pie. Sus increíbles ojos grises me miraron registrándome hasta el alma, aunque era una mujer entrada en la tercera edad, se veía radiante.

- ¡Hola Ana! Te he estado esperando. Dijo la anciana.

Page 137: Diario de  un silvestrista

LA MASACRE DE LAS

BANANERAS

Me asustó un poco que la anciana me llamara por mi nombre, y

al estrechar su mano, varias imágenes se agolparon en mi mente y fueron tan violentas que sentí un leve mareo.

- La Nana puede soñar cosas. Dijo Yuli. Por eso sabe que veníamos ¿Verdad Nana?

- Luego conversamos con calma, pasen para que tomen agua panela, está recién hecha.

Todos agarráramos un vaso de la bebida que en Venezuela se conoce como papelón, pero sin limón, incluso José y Josué, los

barqueros. Yuli les pagó el viaje y ofreció gastar el doble si regresaban al día siguiente a buscarnos.

Tomé mi papelón al clima, observando la pequeña casa, tenía una mesa, dos taburetes y una silla mecedora muy gastada. En una

esquina de la diminuta sala, había una hamaca, comprendí que era el dormitorio de la anciana, el olor de la madera húmeda no

me gustó en lo absoluto. Guarde silencio mientras Yuli y La Nana conversaban y mi amiga le entregaba las provisiones que había traído en la segunda embarcación. Rossana y Yuli sacaron tres

hamacas pequeñas, o como se les dice en donde vivo, eran unos hermosos chinchorros de colores.

- ¿Quieres ver la cocina Ana? Dijo la anciana sacándome de mi mutismo.

- Si, claro. Permítame la ayudo con las bolsas, en ellas había enlatados y comida perecedera.

- Llámame Nana, así me dicen todos. Dijo brindándome una

hermosa sonrisa con los pocos dientes que le quedaban.

Page 138: Diario de  un silvestrista

La cocina era un lugar lleno de cenizas, la anciana tenía un fogón improvisado, que interpreté como una cocina. En una mesa

apenas si tenía algunos platos, vasos, cubiertos y cacerolas. La casa de La Nana, era sencilla, con muchas carencias, pero la paz y felicidad en el rostro de la mujer, me mostraron serenidad. Era

yo quien tenía que entender que ella vivía allí a gusto.

Luego de acomodar la comida en unas cajas, y una vez ajustadas las hamacas, nos sentamos a conversar tranquilamente en la salita de la casa. La nana se acomodó en su silla mecedora, que

crujió al ella sentarse. Yuli tomó asiento a la entrada de la casa, dejando colgar sus pies ante La Cienaga, llevaba puesta su gorra

y parecía un joven pescador. Rossana tomó un taburete y yo el otro, escuchamos animadas a la Anciana.

- Anoche en mis sueños, vi a mi pequeña Yuli navegando por La Ciénaga, ese sueño lo tengo siempre que ella decide venir a verme, así que me levanto muy temprano a barrer,

hago agua panela y espero a que llegue. Lo curioso del sueño de anoche, es que venían dos mujeres más, y un

joven rubio de hermosos ojos amarillos.

Cuando la anciana dijo eso, sentí un dolor repentino en el

espinazo. Revisé instintivamente las heridas de los brazos que me había hecho en Nabusimake, pero casi ni se veían.

- El Joven estaba muy triste, se llama Kennel Mathison, conversé con él, me dijo que buscaba a Julia, su esposa,

que después de la huelga bananera, no la había encontrado. En el sueño, Kennel te tenía agarrada de la

mano; y pregunté como te llamabas y me respondiste “Ana”. Cuando llegaron en las piraguas, y solo las vi a Ustedes tres y a los barqueros, comprendí que el joven del

sueño era un muerto. Ana ¿Quién es ese muchacho que te acompaña?

Mis ojos estaban a punto de salirse de sus orbitas, y los de mis amigas también. El Duende me había seguido a La Cienaga.

Page 139: Diario de  un silvestrista

- Es un Duende o espíritu errante como lo llaman en La Sierra Nevada, en Nabusimake, pude verlo e intentó

llevarme con él, cuando un amigo arhuaco me alcanzó, al día siguiente me sacó de la Sierra y me explicó qué era exactamente lo que había visto. Ya en Aracataca se llevó

una pequeña de 16 años, muy amiga mía, salí a su búsqueda, pidiéndole de rodillas a la virgen que me

regresara a la muchacha, que sí lo hacía, yo le prometía renunciar al hombre que amo. Así es muchachas, a Daniela se la había llevado un duende, no se extravió en Aracataca.

Yuli y Rossana estaban asombradas y asustadas, permanecían

calladas sin interrumpir, pero las dos estaban a punto de gritar.

- La noche en que me llevó por La Sierra, al pasar entre el

monte y los árboles, me hice varios rasguños en los brazos y en las piernas, sólo cuando él esta cerca vuelven a aparecer, de resto casi ni se ven, dije mostrando mis

brazos.

Rossana se mordía los dedos, Yuli miraba en todas direcciones intentando ver al Duende, pero La Nana se mecía tranquilamente como si lo que le comentaba fuera tan normal

como un incidente cualquiera.

- No pequeña, eso no es un duende, por lo que vi en mi sueño es un alma en pena.

- Pero Nana ¿Por qué trató de llevarme? ¿Por qué me persigue?

- Porque necesita tú ayuda Ana. Las almas en pena cuando se aferran a alguien es pidiendo ayuda.

- Pero se ha dedicado a asustarme.

- No Ana, eres tú la que se asusta, eres tú la que no ha querido escuchar.

Page 140: Diario de  un silvestrista

- Para poder entender quién es esa alma errante a la que tú le llamas duende, tienes que escuchar atentamente lo que

te voy a contar. Kennel me dijo que buscaba a su esposa, a la cual no veía después de la huelga de las bananeras, lo que quiere decir que se está refiriendo a “La Masacre de las

Bananeras”, en el año de 1928, en Cienaga, hubo una terrible masacre, donde murieron incontables trabajadores,

aún no se sabe a ciencia cierta, cuántos. Hay quienes dijeron que fueron 9, otros que 300, luego el gobierno dijo que murieron 800 bananeros, pero según los rumores del

pueblo, murieron 3000 personas entre trabajadores, negros y blancos, incluso extranjeros alemanes y

holandeses. Los cadáveres fueron arrojados al mar y a La Ciénaga Grande, durante décadas hay quienes afirman haber visto las almas de los pobres bananeros penando por

estos lados. Es posible que un alma deambule durante siglos en el lugar que murió, esperando encontrar paz, o

que se aferre a seres vivos en su búsqueda. Si lo que pienso es cierto, no le fue difícil llegar en su larga procesión hasta La Sierra Nevada, y que en ti haya encontrado la

forma de retornar al lugar de su muerte. A veces, el purgatorio lo encuentran las almas donde han sido infelices

en vida.

Ahora éramos las tres silvestristas las que escuchábamos

atentamente la voz pausada de La Nana.

- Puede ser que tú estés muy enamorada de alguien tan especial como lo era Julia, su esposa o hasta te parezcas a ella.

Sentí el calor en mis mejillas, me había ruborizado. La anciana

tenía los ojos grises azulados y la intensidad de su mirada me mostraba al ser más sabio del mundo, era como poder ver a los ojos de un ser inmortal.

- ¿Amas inmensamente a alguien Ana?

- Así es. En realidad a dos hombres. Dije casi en un susurro.

Page 141: Diario de  un silvestrista

- Entiendo. Dijo la anciana sonriendo.

La casita de madera era acogedora, el sol comenzaba a caldear

las aguas, pero la fuerte ventolera nos tranquilizaba los pensamientos.

- Ambos amores son imposibles ¿Me equivoco?

- Mathias creo que tiene novia, una mujer muy especial está en su vida, además yo le prometí a la virgen que si me

regresaba a Danielita y no permitía que se la llevara El Duende, yo renunciaba a mi amor por él.

- No mi pequeña, ese tipo de promesas jamás sería recibido por nuestra Virgencita, el sufrimiento de un corazón no

puede ser una promesa, estoy segura que esa pobre alma sintió tu pena y dejó a la niña en paz. Esperando encontrar otra forma de llamar tu atención y obtener tú ayuda.

Cuéntame Ana ¿Quién es tu segundo amor?

No sabía si podría ser sincera delante de mis amigas.

- Es un sentimiento más grande que yo. Dije mirando mis

zapatos rojos. Me aferro a ese sentimiento, cuando más triste estoy. Él es un hombre maravilloso, apenas nos hemos visto un par de veces, y ni siquiera tiene idea de lo

que siento.

- ¿Es un hombre casado de ojos amarillos? Preguntó la anciana.

Un ligero escalofrío me recorrió el cuerpo, era cómo si la anciana pudiera leer mi mente.

- Si Nana, es casado y tiene los ojos como dos soles, a veces no sé que hacer cuando lo veo, y mi corazón sufre mucho

por él, es un amor inalcanzable… pero ¿Cómo has adivinado?

Page 142: Diario de  un silvestrista

- No lo he adivinado pequeña, Kennel me lo ha dicho en sueños. Por lo que entendí tú sientes un amor, igual de

inmenso como el que en vida sintiera Kennel por Julia, su esposa.

Me levanté y miré el horizonte, sintiendo una profunda tristeza por esa alma en pena, sabía como Kennel amaba a Julia, y dos

lágrimas rodaron por mis mejillas, el viento se hizo más intenso; y en la inmensidad del cielo azul, imaginé el rostro de mi verdadero amor, que aunque fuera inalcanzable, vivía y era feliz,

no a mi lado pero, lo era y lo demás no tenía importancia.

- Quiero ayudarlo Nana ¿Cómo puedo hacerlo?

- ¿Ana qué dices? Eso suena muy peligroso. Dijo aterrada

Rossana.

- Amiguita, tu sabes lo que es amar a alguien inalcanzable.

Dime si no estarías dispuesta a todo por él.

- ¡Sí! Dijo Rossana levantándose del taburete y vi como

apretaba sus puños al pensar en José Jorge.

- Entonces, si tu amor por él es idéntico al mío ¿No me ayudarías, si yo te lo pidiera?

- ¡Por supuesto Ana! Contestó tomando mi mano.

- Pues, debo ayudar a Kennel, aunque no sepa como.

- Creo mis niñas que es algo lógico, debes intentar averiguar

qué le pasó a Kennel y a Julia, y si existe alguna información sobre ellos en Cienaga, hay que unir a esas almas para que descansen en paz.

- ¡Imposible!. Dijo Yuli. Nana eso es imposible, están

muertos y esos son asuntos de Dios.

- Hay rituales de La Cienaga, que usamos para que cada vez

que aparece un alma perdida, nuestras oraciones les

Page 143: Diario de  un silvestrista

indiquen el camino al más allá. Este lugar no es solo casa de indígenas, pescadores y desplazados, Yuli Vanesa.

Somos devotos de nuestra Cienaga y puedo asegurarte que sí podemos ayudar a almas como las de Kennel Mathinson. Son cientos de muertes inesperadas que ocurren por estos

lados; guerrilleros y criminales, navegan nuestras aguas, aquí no hay sacerdotes ni santeros que puedan ayudarlos,

en La Cienaga, somos nuestros propios médicos, constructores y autoridades. Los asuntos de nuestros muertos, también son únicamente de nosotros.

Una piragua pasó por un lado de la casa, un niño de piel

aceitunada, con un pequeño remo, navegó sin siquiera saludar, el resplandor del sol en las aguas, me hizo sentirme en un lugar irreal, alejado de todo cuanto fuera posible. No sé quién eres, y

no sé como ayudarte, pero si está a mi alcance, te devolveré a Julia.

Page 144: Diario de  un silvestrista

LA BANDERA ROJA

Después de almorzar pan con atún, y agua panela, salimos a

navegar cerca de La casita de la Nana, Yuli empujaba la piragua con dos remos enganchados a la embarcación de madera, en el

medio iba Rossana, y yo de rodillas a la punta de pequeño bote, dejaba que mi mente deambulara por las aguas de La Cienaga Grande.

- ¡YULI ALLÍ! Dijo Rossana señalando una hermosa casita de palafitos, cercana a una orilla de tierra fangosa, donde se

posaban cientos de aves.

- ¡NO, SIGAMOS MAS ADELANTE! Gritó la capitana de la embarcación.

Yuli nos conducía a la casa de un muchacho silvestrista, si contábamos con suerte, estaría en su palafito o sus alrededores.

Un hermoso sonido llegó hasta mis pensamientos, la dulzura de una flauta, de notas musicales infinitas que me hizo recordar

Nabusimake, sonaba intensa, hermosa, nos acercábamos a una casita de madera, que ondeaba una bandera que alegró mi

corazón, roja con una estrella blanca. Un muchacho de piel aceitunada hacía sonar en entre sus manos, una sencilla flauta.

- ¡ALEJO! ¡ALEJO! Gritó Yuli soltando los remos y moviendo ambos brazos saludando a su amigo.

La embarcación se tambaleó, Rossana se puso de pie asustada y perdimos el equilibrio, las tres caímos repentinamente al agua,

sentí como el agua tibia me inundaba y un golpe muy fuerte sobrevino a mi cabeza. Perdí el conocimiento.

Al abrir los ojos una fuerte luz me hizo cerrarlos de nuevo, intenté nuevamente abrirlos, colocando mis manos a forma de visera,

estaba acostada en la piragua, sin remos y a mi alrededor solo

Page 145: Diario de  un silvestrista

había la inmensidad del agua ¿Dónde estoy? Quise hablar y no pude.

- ¡Ana! Una voz en la piragua dijo mi nombre y me sobresalte, tocándome el pecho.

Silvestre estaba en la canoa y me observaba divertido. Su hermosa sonrisa, llenó mi vida - ¡Eres un sueño!- Quise decir,

pero no pude.

- ¡Es posible! Dijo él.

Me acerqué a su extremo de la piragua, arrojándome en sus

brazos, caímos juntos al agua, y me abracé al él, con todas mis fuerzas.

¡TE AMO! Quise gritar y no tenía voz. Sentí que el agua nos hundía, que caíamos sin remedió al fondo de un abismo. Vi sus

ojos claritos, los dos nos ahogábamos, pero él sostuvo su sonrisa, y me dio un tierno beso en los labios.

¡RESPIRA! Pensé.

¡RESPIRA! ¡RESPIRA! Gritó una voz.

¡RESPIRA ANA! Gritaban Rossana y Yuli, cuando volví en mí, el

joven de la flauta estaba besándome.

Me ahogaba, tenía que respirar, y un montón de agua me hizo

vomitar, hasta que el aire puro entró de golpe en mis pulmones. La sensación de no poder respirar fue terrible, el muchacho no

me besaba, estaba tratando de ayudarme con respiración boca a boca.

Al vomitar toda el agua, me vi sangre en las manos.

- ¡Me duele! Dije tocándome la cabeza y encontré más sangre.

- Estas herida Ana, caímos al agua por accidente y te golpeaste con la piragua en la cabeza, tragaste mucho

Page 146: Diario de  un silvestrista

agua, pensamos que estabas muerta Ana. Yuli hablaba más rápido que de costumbre. Alejandro te sacó del agua.

- Lo siento Ana, ha sido mi culpa. Dijo Rossana apenada.

- No es nada muchacha. Dijo el flautista. Las heridas de la cabeza son muy escandalosas, es todo. Ayúdenme a acostarla y podré curarle esa rayita.

No había sido un sueño con Silvestre, me estaba ahogando y mis

últimos pensamientos eran para él, y para el único de mis sueños, “poder besarlo”. Quise tocar mi amuleto, pero no lo llevaba, recordé haber dejado la mochila arhuaca en casa de La Nana,

entonces fue cuando vi la intensa y brillante mirada en los ojos de Alejandro, el Silvestrista de la Bandera Roja.

Al acomodarme en un chinchorro, me recosté agotada y empapada, algo mareada por el golpe, el muchacho acercó un

pañuelo húmedo a la herida, y el ardor que me causó, me hizo gritar.

- Por Dios, duele mucho. Dije tratando de quitarme la compresa.

- Quédate quieta, es solo alcohol, para que no se te infecte. Sentenció Alejandro.

Mientras me secaban y quitaban la sangre de la cara, en una de

las paredes de la pequeña casa, observé un afiche envejecido y maltratado, la sonrisa del muchacho del afiche era inequívocamente de Silvestre, aunque era antigua, ya que se veía

al ídolo cuando era rollizo.

- Me gusta tu afiche Alejandro.

- Llámame Alejo. Ese afiche lo tengo hace mucho tiempo, el

silvestrismo es mi vida. Nunca he estado en un concierto, nunca lo he visto, pero cada vez que podemos, sus

canciones inundan Cienaga Grande. Dijo Alejandro mostrando una hermosa y sincera sonrisa.

Page 147: Diario de  un silvestrista

Su comentario dio pie, para que Yuli nuevamente narrará todo lo que vivimos en la fiesta a la que entramos sin estar invitados, el

asombro de Alejandro, fue precedido por palmadas y abrazos. Fuera a donde fuera, el silvestrismo era idéntico, e incluso con mayor intensidad. Tal vez en La Cienaga Grande no hubiera

habitaciones forradas con su imagen, ni siquiera el afiche de Silvestre fuera reciente, pero el sentimiento, ondeaba al viento

como las alas de una hermosa gaviota. No hacía falta acordeones ni guitarras, Alejandro tenía su hermosa flauta cienaguera para invocar los sonidos vallenatos del Cesar.

Page 148: Diario de  un silvestrista

LAS ALMAS DE LA CIÉNAGA

Me sequé la ropa al sol, mientras charlábamos animados del

movimiento silvestrista, Alejandro se había entristecido mucho cuando Rossana le informó acerca de la separación de Silvestre y

Juancho, ciertamente todos, estábamos acostumbrados a las notas preciosas del acordeón de Juan, pero tratamos de animarlo, explicándole que los cambios eran necesarios, que era un

intercambio interesante, ya que ahora Silvestre tenía como acordeonero a Rolando Ochoa, y por su parte El Gran Martín Elías,

contaría con Juancho. Insistí, que nosotros debíamos quererlos a todos por igual, que en eso consistía ser fan, y que podíamos esperar con gran optimismo las canciones por venir. Alejandro

más animado, comenzó a contarnos sobre lo rápido que tocaba Rolando el acordeón, y que seguramente, lo que venía para el

silvestrismo era excelente, así como para Juan y Martín.

Al atardecer debíamos retornar a casa de La Nana, ya que no se

podía navegar de noche, por precaución.

- Cuídate esa pequeña herida Ana, lávala con buen alcohol y

sanará pronto. ¡Me encantó darte un beso! Dijo Alejandro a forma de broma.

- No fue un beso. Dije muerta de risa.

- Pensemos que sí y siempre te acordaras de mí. Dijo ayudándome a abordar la piragua.

- Entonces, digamos que no estuvo mal. Dije sonriendo.

Al alejarnos poco a poco, sentí esa puntadita en el estomago, cada vez que me despedía de un silvestrista, sobre todo, cuando no tenía idea si volvería a verlo alguna vez.

- ¡ANA! ¡ANA! Gritó Alejandro.

Page 149: Diario de  un silvestrista

Al voltearnos a verlo, el sostenía la bandera en sus manos y la agitó de un lado a otro, diciéndonos adiós, la emoción que nos

embargó no tiene explicación. Lanzamos besos al viento a nuestro hermano silvestrista. Al ver a los ojos a mis amigas, ambas tenían lagrimitas al igual que yo ¡Decir adiós ya no es tan fácil!

El atardecer comenzó a caer en el horizonte, la inmensidad de la

Cienaga fue mágica, ciento de aves volaban buscando sus nidos. A lo lejos el sol moría nuevamente, llevándose con él las aventuras de un día tan normal como cualquier otro, en el cual,

pude haber muerto. Mientras nos acercábamos al poblado de palafitos donde pasaríamos la noche con La Nana, pensé en las

almas de la Cienaga, en quienes al igual que El Duende, aún no habían encontrado el camino a casa, y mi mente voló en pensamientos extraños, pude ver flotando en las aguas los

cuerpos de los bananeros, y de pronto uno de esos cuerpos, era el mió.

¡LLEGAMOS! ¡LLEGAMOS! Los gritos de Yuli, me sacaron de semejante visión, y pude ver a la anciana, su manta guajira

blanca y al viento, la hacía parecer un alma errante de la ciénaga.

La anciana al mirar mi herida, y la ropa manchada de sangre, sonrió y me recibió con palmaditas en la espalda.

- Niña sales a conocer la ciénaga, y ya has derramado algunas gotitas de sangre en sus aguas. Muy bien.

No se asombró cuando le comentamos cómo me había lastimado,

y lanzó una enorme carcajada cuando supo que Alejandro tuvo que darme respiración boca a boca, a lo que él llamó besar.

- En realidad es un beso de vida, en estos lados estamos acostumbrados a revivir a la gente Ana, la herida es

pequeña en comparación a las cosas que hemos tenido que ver y curar en la inhóspita Cienaga. A veces la gente arregla sus problemas matándose a machetazos, como lo

Page 150: Diario de  un silvestrista

hacían antes nuestros abuelos, por una deshonra. Tu herida comparada a eso, es un rasguño.

El sol se ocultó, y una orquesta de bichos inundó la casa de La Nana y sus alrededores, es increíble que un grillo no me deje

dormir en paz en Venezuela, cuando por el contrario en aquel lugar tan lejano, sus cantos y patitas chirreando hacían una

sinfonía maravillosa.

Esa noche utilicé una manta Guajira de color azul que me prestó

La Nana, me senté en el umbral de la casita a contemplar La Cienaga Grande al oscurecer, y La Nana se sentó a mi lado.

- No hay un lugar más tranquilo que esta aguas. Dijo la anciana. Pero hay que tener cuidado con las almas de los

muertos. Al dormir reza por ellas y su descanso eterno Ana, sobre todo por el de Kennel Mathison.

- ¡Sí Nana! Murmuré.

- Las muchachas han servido, pan queso y chocolate, vamos

a comer, la noche es muy larga en La Cienaga.

Después de cenar nos metimos en nuestros chinchorros, yo me mecía levemente, sintiendo aún el escozor en la herida, a medida que las muchachas y La Nana conversaban, sentía pesada la

mirada y entre sus voces y los ruidos de la Cienaga, me quedé dormida.

Un hombre joven, encantador, de cabello rubio y mirada triste, me observaba con sus hermosos ojos. Yo llevaba puesto un

hermoso vestido antiguo de encajes, él tomó mi mano y me dio un tierno beso en la mano, no pude evitar sentir ternura por él.

Incluso sentía que lo amaba.

- Julia te prometo que no va a pasarme nada. Dijo el joven.

Al decir ese nombre, yo ya no era la muchacha, sino que podía

verlos a ambos, la mujer llamada Julia lloraba sin consuelo.

Page 151: Diario de  un silvestrista

- Si me amas de verdad, no vayas, los obreros están dispuestos a todo, la bananera también, tengo miedo. Por

Dios, no vayas.

El Joven secaba sus lágrimas con leves caricias sobre su rostro,

ninguno de los dos, me observaba, era como si no pudieran verme. Él tomó sus mejillas entre las manos y la besó

dulcemente.

- Te prometo que no pasará nada, todo se va a resolver.

Susurró el muchacho al oído de Julia.

Las imágenes cambiaron, nos rodeaban muchos militares o lo que

parecían policías, temí lo peor, me encontraba al lado del joven y entre nosotros, cientos y cientos de obreros armados con piedras,

palos, machetes, picos y palas. Alguien gritó ¡FUEGO! Y a mí alrededor cayeron uno a uno los bananeros. ¡FUEGO! Gritaron nuevamente. Todo era sangre, humo y cenizas. ¡FUEGO! Por

tercera vez, y a mi lado cayó el joven, lo toqué y sus ojos ya no tenían vida. Entonces lo reconocí. El Duende.

Intenté gritar, pedir auxilio, pero solo había miles y miles de cadáveres, de pronto, todos flotaban en aguas llenas de sangre.

Un mar rojo lo rodeaba todo, escuché en susurros a los que aún agonizaban, pedían ver a sus hijos antes de morir.

Desperté asustada y con lágrimas en los ojos.

Page 152: Diario de  un silvestrista

LA HISTORIA DE JULIA

Era media noche, en la casita de palafitos, las silvestristas y la

Nana, dormían profundamente. Por las ventanas desvencijadas entraban rayos de luz que provenían de la enorme y plateada

luna. De puntitas salí a la puerta de entrada, tratando de no despertar a nadie. Me apoyé a una pared de madera, asomándome ligeramente por la ventana, el pantano que nos

rodeaba estaba en silencio, ya ni los grillos ni ranas cantaban. Un increíble mutismo dominaba las aguas y la luna brillaba como una

perla, enorme en un cielo colmado de estrellas. Una ráfaga de viento me espantó el sueño y respiré conteniendo el aire en los pulmones, lo dejé salir poco a poco, intentando calmar mis

pensamientos. Recordé la hermosa sonrisa de Mathias, sintiendo la necesidad de abrazarlo, de verlo. Nuevamente mi pecho se

comprimió, intentando romperse por el sentimiento de soledad enclavado en mi vida. Si pudiera besarlo por una vez más… solo una vez más.

Algo en el agua se movió lentamente formando ondas leves ¿Un

pez? Me pregunté. Nuevamente algo movió las aguas muy despacio.

Todo un universo se encontraba en las aguas de La Cienaga Grande. Mientras las personas dormitaban, contemplé el cielo más hermoso que jamás haya visto, los intensos puntitos de luz,

a millones años luz de mi corazón humano, me resultaba difícil comprender que las estrellas, son soles a distancias que mi mente

es incapaz de llegar a calcular. Me maravillé al respirar el aire de ese universo acuático, se me antojó frió y salado. Aunque ríos de

agua dulce desembocaban en La Ciénaga, sus aguas son saladas, por su cercanía del mar.

Cuando vomité el agua gracias al beso de vida de Alejandro, comprobé su sabor, el cual no me gustó en lo absoluto, no solo por ser salado, sino porque la sensación de no poder respirar, me

resultó espantosa. Me toqué la pequeña herida en la cabeza, aún

Page 153: Diario de  un silvestrista

me dolía un poco. Desde que había decidido ser Silvestrista, podía contar algunas cicatrices más, como la de la rodilla o hasta los

intensos rasguños que me brotaron en Nabusimake.

Las heridas, puedo verlas en mis brazos. El duende. Kennel está

aquí. Pensé observando mis brazos. Miré en todas direcciones, sin ver nada.

- ¡Ven! Una voz muy dulce sonó en mi mente. Sin saber bien por qué, y sin hacer ruido alguno, abrí la puerta del

palafito, abordé la piragua de La Nana, que se encontraba atada a la casa, solté su nudo y me alejé utilizando una pequeña vara, apoyándola en el fango de la Cienaga para

tomar impulso. Sin alejarme excesivamente del palafito, me mantuve atenta en silencio.

- Quiero ayudarte, dime cómo. Murmuré al viento.

No sé si lo imaginé, no sé si lo vi en realidad, pero un hombre caminaba sobre las aguas, no sentí miedo esta vez; la luz que

emanaba de él, era la misma de Aracataca. Mi corazón sereno hizo que todo cambiara. Contemplé, lo hermoso de su rostro.

Caminó hacia la piragua y se sentó a mi lado.

- ¡Ana! Y su mirada vacía reflejó una inexplicable tristeza. Su

voz solo podía escucharla en mi mente. ¿Te llamas Kennel? Pregunté con la voz de mi conciencia, esa misma que

escucho cuando leo mis libros.

- Soy Kennel y kennel soy yo ¿Ya no tienes miedo?

- ¡No!

- Eres mía Ana, te necesito. Su voz era como las tonadas de la flauta de Alejandro, dulce e infinita. Busco a Julia.

Dos enormes lágrimas me recorrieron por las mejillas en caída libre a la piragua. Estaba llorando, no de miedo sino de tristeza.

No se qué hacer, dime cómo puedo ayudarte.

Page 154: Diario de  un silvestrista

- Busca a Julia, busca a Julia.

Cerré mis ojos, y limpié mis lágrimas, una ráfaga de aire gélido

me golpeó en el rostro y movió las aguas, que balancearon bruscamente la piragua.

- Se ha ido.

De pequeña acostumbraba a imaginar cosas por la ventana del carro, mientras papá conducía de noche rumbo a casa. Muchas

veces me vi a mi misma, hecha mujer, vestida con una manta blanca, corriendo entre los árboles a la velocidad del vehículo. Desde que recuerdo, soñaba despierta, deseando que al día

siguiente el hombre al que amaba en silencio, me besara. Podía ver la escena impecable en mi mente, e incluso sintiendo la

emoción de un primer beso. A estas alturas de mi vida, me había acostumbrado a imaginar cosas para salir de los problemas, escapando de la realidad. Pero en un viaje como éste, había

descubierto un mundo mucho más intenso, más allá de la imaginación, donde podía no solo refugiarme de mi realidad, sino

encontrar los olores y colores que rodearon la mente de poetas y escritores, y estaba decidida a vivirlo.

- Necesito Saber la historia de Julia. Murmuré a la gigantesca luna llena, cómplice de mi viaje.

Page 155: Diario de  un silvestrista

LA NANA

Al amanecer, la ciénaga se llenó de voces, pasaron varias

piraguas, ofreciendo papelón, harina, arroz, frijoles, aceite, querosén. Todo un comercio pululaba entre aquellas aguas de

pantano.

- Pronto pasará el bus piragua, no vayas a perder la

oportunidad de verlo. Dijo Yuli.

- ¿Bus piragua? No me digas que hay un bus en la ciénaga.

- Espera Ana, ya lo veras. Rossana apúrate, o te perderás el

bus piragua.

- ¡QUEDA UN PUESTO! ¡SOLO UNO! Gritó un hombre.

Nos asomamos por las ventanas de la casita. Reí al verla pasar, era una canoa amplia, dos veces más ancha que una piragua

normal, tenía tablas atravesadas. Varias personas iban incómodamente sentadas una al lado de la otra.

- En realidad es un bus. Comenté con los ojos como platos.

- Yo no me subo a eso ni loca. Dijo Rossana, muerta de la risa.

Unos hermosos ojos grises nos observaban como niñas pequeñas, que ven por primera vez “El Avión”. Toda la destartalada casita

estaba impregnada del olor más divino del mundo.

- ¿Quién quiere café? Preguntó La Nana sosteniendo una

bandeja con cuatro tazones.

Inmediatamente tomé uno, y sintiendo su aroma a vida lo sorbí poco a poco.

- Gracias Nana. Dije dándole un beso en la mejilla. ¡Buenos días!

Page 156: Diario de  un silvestrista

- ¿Nana por qué tienes los ojos grises? Pregunté de pronto.

- Larga historia pequeña. Dijo suspirando la anciana.

- Tenemos tiempo Nana, cuéntanos. Dijo Rossana.

La anciana se mantuvo de pie, llevándose la taza a los labios para tomar un sorbo de café.

Hace muchos, muchos años, antes incluso de La Masacre de las

Bananeras, mi madre era una mujer sencilla, de piel tostada y hermosa, que vivía con mis abuelos en una hacienda donde los tres trabajaban de sol a sol para los hacendados. Una mañana

cuando se bañaba en el río, el hijo de los patrones la vio nadando desnuda en las aguas dulces, y se enamoró de ella. Como se

imaginaran, tuvieron amores a escondidas de ambas familias y de ese amor, nací yo. Mi padre era hijo de alemanes y tenía los ojos más hermosos que puedan imaginarse. Cómo me gusta

recordarlo, eran azules como el mar. El día en que nací fue un escándalo, ya que, mis abuelos pensaban que mamá se había

embarazado de un empleado del cual nunca había querido decir el nombre. Al ver mi piel blanca y mis ojos claros, inmediatamente supieron que se trataba de alguno de los dueños de la casa

grande. A mi pobre madre no pudieron reclamarle nada, ya que había muerto al traerme a este mundo.

Mi padre asumió toda la responsabilidad y viví durante años en la casa grande, como su hija, aunque mis abuelos paternos nunca

me hubieran querido. Aprendí a leer y a escribir y recibí una educación esmerada hasta casi cumplir 15 años.

Tuve la dicha de vivir entre la casona y el potrero, ya que por las tardes me escabullía para irme a tomar agua panela con los

abuelos que si me adoraban. Al morir papá en La Masacre de las Bananeras, sus padres nos echaron de la hacienda a mis abuelos

y a mí. Y desde entonces vivimos en La Cienaga Grande. Tengo la piel y los ojos de así por la mezcla entre mis padres, pero mi alma es cienaguera. No me casé, no tuve hijos, pero pude

Page 157: Diario de  un silvestrista

enseñar a muchos a leer y a escribir, y mis niños de las aguas, llenaron y llenan mi vida como lo hace Yuli.

- ¿Yuli vivía aquí? Preguntó Rossana.

- Sí, así es, La Nana era mi maestra, y ahora es mi amiga y mi cómplice. Si no hubiera sido por La Nana, jamás mis padres me hubieran dejado ir al pueblo a estudiar y

trabajar. Muchos niños y niñas logramos salir del pantano, porque La Nana nos enseñó todo lo que sabía y nos regaló

hasta el último de sus libros.

Ahora podía entender su forma de ser, La Nana vivía en la

ciénaga para enseñar a los niños a leer, no porque se hubiera confinado a morir en aquellas aguas. Sentí un profundo amor por

la anciana.

- Nana anoche vi el alma en pena de Kennel. Dije de pronto.

Rossana y Yuli se asombraron ante mi afirmación.

- Lo se Ana. Te vi a la media noche, cuando saliste de la casa. Te observé y vi una luz. El mismo brillo que veo en

mis sueños cuando hablo con muertos. ¿Te ha dicho què debes hacer?

- Sí, bueno más o menos. Me dijo que buscara a Julia.

- ¿Pero cómo? Si debe estar muerta. Dijo Rossana a punto de llorar.

- Hasta donde sé es posible que esté viva. Dijo La Nana.

- ¿En serio? Pregunté.

- Si Ana, claro debe ser una ancianita, tal vez entre noventa

o noventa y cinco años. Eso explicaría porqué no se han encontrado. Porque ella sigue viva. La Nana me lanzó una mirada intensa como examinando mi alma.

- ¿A qué horas regresan los barqueros? Pregunté a Yuli.

Page 158: Diario de  un silvestrista

- A las 10 de la mañana, ya deben estar por llegar.

Aunque sentía escalofríos de regresar al pueblo de La Cienaga, y

encontrarme en sus calles a Mathias y su novia, no podría quedarme como había planeado hacerlo, debíamos partir

inmediatamente a tierra firme. Tenía que encontrar a Julia.

Page 159: Diario de  un silvestrista

MATHIAS

Me abracé a La Nana, con esa sensación de tristeza que se clava

en el corazón, esa certidumbre de que no volveríamos a vernos en esta vida. La anciana me correspondió el abrazo y me dio un

dulce beso en la mejilla.

- Ana, la vida es mucho más simple de lo que crees, sin

buscar, encontrarás. Espero que tus temores se espanten, y puedas amar y ser feliz, solo dale tiempo al tiempo. Aún te quedan hojas por llenar en el libro enorme, al cual

llamamos vida.

Abordamos las piraguas y con lágrimas en nuestros ojos, le dijimos adiós a la anciana más hermosa de La Ciénaga Grande.

Viajamos en silencio, el calor comenzaba a ser insoportable, y me sentía adormecida, luego de haber visto al Duende a la media

noche, había regresado a la casa de palafito y estaba desvelada. Durante toda la madrugada no había logrado pegar un ojo. No solo me preocupaba Julia y El Duende, sino también, Mathias y su

novia. Me preocupaba Kike y sus sueños de acordeonero. Me inquietaba el poco dinero que me quedaba, incluso los gritos de

mi madre por no llamar en varios días. Pero sobre todas las cosas, me desveló imaginar cómo sería un beso de Silvestre, era algo que me aceleraba el corazón, un pensamiento que llenaba de

felicidad mi mundo ensombrecido.

- No pienso irme a Venezuela hasta tanto consiga ese beso. Pensé mientras los barqueros nos llevaban a puerto seguro. Ya había abandonado la carrera de abogado por un buen tiempo, cambiado

tacones por deportivos rojos, las carteras a juego, por una mochila arhuaca, y en lugar de un sombrero a la moda para el

sol, solía usar una hermosa gorra roja; cambié las faldas y vestidos, por cómodos pantalones blue jeans. Ahora comía tres veces al día sin vomitar y me sentía la mujer más libre del

mundo. Soy libre, libre de verdad.

Page 160: Diario de  un silvestrista

- ¡Hogar dulce hogar! Declaró Yuli, cuando entramos en su casa.

- Arréglense muchachas nos vamos a buscar a Julia. Declaré.

- Pero Ana, acabamos de llegar. Protestó Rossana. Esperemos a ver si nos vemos con La Muchis, Fabián y Stefany.

- Si prefieres, espéralos, yo me voy a buscar a Julia. Dije

entrando al baño para ducharme.

- ¿Qué? No yo voy contigo.

- Muévete pues. Canturreó Yuli. Muévete que nos vamos de detectives.

- Ustedes dos, Ustedes dos son increíbles. Dijo Rossana

derrotada.

- ¡HAY POLLO FRITO CON PAPAS! Gritó Yuli desde la cocina.

- ¡CALIENTALO! Gritó Rossana desde el cuarto.

Al abrir la regadera, sentí que mi vida se llenaba de energía, aún me dolía la herida de la cabeza, pero comenzaba a brotar una

espesa costra, así que me lave con cuidado. Mientras el agua me curaba el alma, mi mente me atormentaba pensando una y otra vez en Mathias. Recordé mi sueño, ese en el que él besaba en la

boca a Katherin. La simple imagen me golpeó sin compasión. Basta, suficiente, piensa en el pollo frito, en Julia, o no pienses,

pero deja de pensar en él.

Comimos deprisa, por lo menos Yuli y yo, a Rossana le tocó salir

corriendo con una pierna de pollo frito en las manos. Verla correr y comiendo se me antojo tan gracioso que reí al verla con el

hueso en la boca y a su vez intentando abrocharse la correa del pantalón.

- Ingratas, casi me dejan. Gruñó Rossana.

Page 161: Diario de  un silvestrista

- ¡Tipo comando muchachas! Dijo Yuli y arrancó a correr por las calles del pueblo.

- Ya extrañaba el sonido de la camioneta. Comenté muerta de risa.

A veces entre más te escondes, viene el destino y al igual que cupido, lanza sus fletas, y se divierte lastimando nuestros

corazones. Al detenernos en un semáforo, Yuli decía algo sobre visitar a familias obreras de las bananeras para saber si alguien

conocía a Julia Mathison, cuando en la acera, vi al hombre más hermoso del mundo, su cabello dorado ondeaba al viento. Ahora lo llevaba un poco largo, nos vimos, nos reconocimos. Me miró

como quien ve un fantasma.

- Amarillo, amarillo… Rojo. Dijo Yuli y arrancó a correr.

Guarde silencio, no pude decir nada. Era Mathias.

Page 162: Diario de  un silvestrista

TRES ALMAS

Durante días, buscamos información, visitamos a cuanto

hombre y mujer de tercera edad había en el pueblo. Durante todo el día buscaba incansable a Julia, y por las noches lloraba mi

amor por Mathias, sentía el delirio de salir a buscarlo, y besarlo sin importarme que tuviera novia. Para huir de mi realidad, aprendí a tomar bebidas fuertes con Fabián, cantábamos hasta

amanecer las canciones de Silvestre, y cada letra alegraba poco a poco mi corazón.

Al dormir soñaba con El Duende, afortunadamente no se me aparecía y estaba tranquila al solo verlo en sueños, me sentía

comprometida a saber qué había pasado con su esposa. Durante días visité a Kike y le prometía que pronto encontraríamos la forma de que asistiera a un concierto de Silvestre.

Llamé para navidad a Venezuela, y mi madre no hacía más que

insistir en que regresara a casa. Por más que le explicaba que estaba en un viaje de aprendizaje, terminaba enojada conmigo así que cada vez la llamé menos. Pude hablar en año nuevo con

Amparo y duramos buen rato al teléfono, prometí regresar, tan pronto consiguiera ayudar a un amigo, y ella comprendió que aún

no estaba preparada para volver. Cada día hablar con los silvestristas, era mucho más fácil que con mi propia familia, sin duda alguna en toda mi vida solo una persona pudo entenderme,

solo papá sabia quién era yo.

Durante meses, trabajé con la mamá de Stefany en la tienda de trajes de fiesta, aprendí a colocar botones y cocer. Me era sencillo ayudar a la clientela en la elección de un vestido adecuado, ya

que en mi vida como abogado, me era indispensable el buen gusto. Reuní suficiente dinero para regresar a Venezuela.

Comencé a dedicar menos tiempo a la búsqueda de Julia, dándome por vencida en esa tarea.

Page 163: Diario de  un silvestrista

Hasta que a finales de marzo de aquel año, mientras visitaba un playón con los silvestristas y tomábamos el sol del mar caribe,

decidí caminar sola por la playa para organizar mis ideas. Llegando hasta una casita solitaria de madera, en ella, había una anciana de ojos claros y piel blanca.

- ¡Buenos tardes! Saludé. Y la anciana apenas si me vio

pasar. Por cosas de la vida sentí la necesidad de acercarme, y me senté en el umbral de la casa al igual que la viejita.

- Hola soy Ana ¿Vive solita en esta playa?

- Hace muchos años, me he sentado en este mismo lugar, a esperar que él llegue.

La observé detenidamente, en su juventud debió ser una mujer muy bonita, sus arrugas eran profundas y su cabello era blanco y

escaso. Me preguntaba cómo una persona podía vivir completamente sola durante tantos años. Y recordé que desde

que me había graduado de abogada, yo vivía sola. Sentí compasión por ella y por mí.

- ¿Te llamas Ana? Preguntó casi en un susurro. Si mi bebé no hubiera muerto se llamaría Ana. Es el nombre que le

puse cuando nació. Pero Dios se la llevó y ya no la llamé Ana.

- ¡Lo lamento mucho! Dije sin apenas saber que más decir. Tenía los ojos nublados de lágrimas. La anciana me habló de su hijita de cuatro años que había muerto por unas

fiebres que se la llevaron. Que se había mudado a ese alejado lugar para intentar ver en cada atardecer a sus

seres queridos que habían muerto. Por lo que entendí habían personas que la visitaban y le llevaban comida y

ropa, pero que ni la policía, ni las monjas la pudieron sacar de allí a un asilo. Vivía de lo que gente del pueblo le llevaba de vez en cuando.

Page 164: Diario de  un silvestrista

Tomé su manos entre las mías, y traté de brindarle mi mejor sonrisa, el atardecer se nos venía encima, pero ya les explicaría a

los muchachos el motivo de mi demora.

- ¡Ahora tienes una amiga que se llama Ana! Y tú ¿Cómo te

llamas?

- ¡Julia! Dijo y se quedó dormida en mis brazos.

No podía salir de mi asombro, la había encontrado, sabía que era

ella, sostuve su envejecido cuerpo, sintiendo la soledad de su alma. Lloré al lado de la anciana, el atardecer llegó y se me antojó, el sol más triste que jamás haya visto. Mis heridas se

enrojecieron y entendí que Kennel Mathison estaba con nosotras, aunque no podía verlo.

¡Gracias Ana! susurró una dulce voz en mi mente, y la anciana ya no despertó.

Una brisa gélida me acarició el rostro y como en un sueño, vi como una mujer hermosa caminaba agarrada de la mano de una

pequeña y se encontraba con su alma gemela. Los tres caminaron sin mirar atrás y se alejaron hasta que los perdí de vista.

Cuando La Muchis y Fabián me encontraron, lloraba inconsolable sobre el cuerpo de la anciana Julia Mathison.

<< La vida es un instante misterioso, en cambio la muerte es

eterna y sencilla, al final del camino te espera otra especie de amanecer>>. Pensé, dándole un beso en la frente a mi amiga Julia. Desde esa noche los rasguños que me había hecho en

Nabusimake, desparecieron.

Nos hicimos cargo del sepelio de la ancianita, entre todos pagamos los gastos de la funeraria, y alcanzamos a colocar una hermosa lápida con el siguiente epitafio:

Page 165: Diario de  un silvestrista

“En este lugar santo yacen los restos de nuestra amada Julia Mathison, y descansan en la paz de Dios… tres almas”

Cienaga- Magdalena + 29-03-2013

No he vuelto a soñar con Kennel o Julia, duermo profundamente

sin que nada haya vuelto ha perturbarme jamás.

Page 166: Diario de  un silvestrista

EL RETORNO AL VALLE

- ¡ANA HAY NUEVO LANZAMIENTO! El grito retumbó en toda

la casa.

- ¿Cómo? Pregunté sin saber de qué se trataba.

Durante los siguientes días a la muerte de Julia, hice maletas y me preparaba para poder asistir al Festival de la Leyenda

Vallenata, en Valledupar.

Rossana gritaba y brincaba como loca.

- ¿Hija de Dios, qué pasa? Preguntó Yuli.

Cuando salimos a ver de donde provenían los gritos. Rossana estaba en la sala de la casa, y la acompañaba José Jorge. Lo cual

explicaba la emoción de Rossana.

- Hola Ana, he venido por Ustedes. Al ver a mi gran amigo

arhuaco, corrí y lo abracé con todas mis fuerzas.

- Ana, José Jorge dice que acaban de anunciarlo, que hay lanzamiento de Silvestre en Valledupar en el mes de Junio.

- ¿Cómo se llama el lanzamiento? Pregunté emocionada de verla así y de ver a José Jorge.

- La Novena Batalla.

- ¿Cómo así, qué nombre es ese? Preguntó Yuli brincando como una cabra.

- Lo dijeron en la radio del autobús en el que venía. Dijo José Jorge, al parecer se llama así porque es el noveno de los

trabajos discográficos de tu amado ídolo.

Page 167: Diario de  un silvestrista

Gritamos, brincamos llenas de vida y de alegría, un lanzamiento es la mejor noticia que puede recibir un silvestrista

original.

Durante ese día conversamos de todo lo que ocurrió con El

Duende; y de la forma, en que entendimos que era un espíritu errante o alma en pena, que habíamos logrado encontrar a su

esposa Julia, y que ahora descansaba en paz. José Jorge escuchaba atentamente todo cuanto pude contarle, y asentía ante cada conclusión nuestra.

- Lo único que voy a rogarte Ana, es que nunca vuelvas a ir a La Sierra Nevada, Nabusimake no es un lugar para ti, y

será lo mejor para todos. Dijo con una enorme sonrisa. Despidan a sus amigos, mañana a primera hora partimos,

Rossana te quedas en Aracataca antes que tu mama me mate, yo sigo para mi tierra y Ana regresas a Valledupar.

Las despedidas siempre son tristes, pero esta en especial fue muy alegre, nos despedimos con la promesa de vernos en junio para el

lanzamiento en Valledupar, y a Kike le prometí enviarle el dinero para que fuera al concierto con su mamá y su hermanita. Stefany prometió colaborarme y llevarlos con ella. Y La Muchis y Fabián

aseguraron hacer todo lo posible en asistir, ya vivían en una casita alquilada, y ambos trabajaban mucho en la construcción de

un hogar para los dos. Muy especialmente me dolió dejar atrás a mi amiga silvestrista cienaguera, Yuli Vanesa me había enseñado el verdadero silvestrismo, el más humilde y el más alegre, si no

hubiera sido por ella y su espíritu incansable, jamás hubiera conocido La Cienaga Grande.

Nos dijimos “Hasta pronto”.

Adiós Mathias que seas muy feliz. Te amo.- Pensé tan pronto arrancó el autobús.

Y deshice mis pasos, el retorno fue emocionante, en primer lugar porque abrigaba en mi corazón cada recuerdo, cada rostro y la

sonrisa de cada uno de ellos estaba impresa en mi mente; y en

Page 168: Diario de  un silvestrista

segundo lugar, porque en ese retorno, José Jorge se sentó con Rossana en el autobús; y por fin esas dos almas, se dijeron lo que

se tenían que decir. Traté de no espiarlos, pero los vi muy juntos, y mi amiga brillaba de felicidad.

Al bajarse Rossana en Aracataca, me abrazó fuertemente y prometimos vernos en junio. Cuando se despidió de José Jorge

para mi sorpresa, él le dio un hermoso beso en los labios. El amor definitivamente se encontraba en aquellas tierras.

En nuestro regreso pasamos por Bosconia y me dolió profundamente no quedarme, deseaba de corazón ver a los muchachos y sobre todo a Katherine y Danielita.

- Ana te aseguro que están bien. Dijo José Jorge. Aunque un

poco tristes por no haber asistido a la dichosa fiesta donde casi todos van presos. Cuando nos enteramos, reímos hasta más no poder, Gunter tiene una forma peculiar de

contar las cosas, y no les quedó más remedio que aceptar que tienen vidas reales con las cuales deben cumplir. Me

imagino que ya Katherine sabrá lo del fulano lanzamiento y Daniela debe estar insufrible. Ustedes las mujeres tienen una bonita forma de complicar la vida, más allá de todo

pronóstico y de toda solución.

- De otro modo, sería muy aburrida la vida. Dije sonriendo. Estoy convencida que una silvestrista extrema como Katherine buscará la forma de ir al valle en Junio, pero

Danielita la tiene muy difícil.

- Ana ¿Y Mathias? Preguntó mi amigo. ¿lo encontraste?

- Sí, está hermoso, lo vi un día en un semáforo, casi me

muero al verlo. Esta muy bien.

- ¿Y? Me preguntó frunciendo el seño.

- ¡Nada! Él esta bien y lo demás no tiene importancia. Dije

zanjando ese asunto.

Page 169: Diario de  un silvestrista

Viajamos en silencio, cada quien en el mar de sus ilusiones y pensamientos.

- ¡Vamos por esa Novena Batalla! Pensé y apreté fuertemente el amuleto de Daniela.

- Este camino llega a su fin, ese concierto es mi última batalla.

Page 170: Diario de  un silvestrista

VALLEDUPAR

Por la ventana del autobús vi a José Jorge con su traje típico de

arhuaco, blanco como una nube, con su hermoso cabello largo al viento. Se había bajado en la parada de Pueblo Bello. Levantando

ligeramente nuestras manos nos dijimos adiós.

En el horizonte se podía ver La Sierra Nevada de Santa Marta,

una hermosa cadena de montañas que abrigaban los secretos más antiguos de la tierra. Según los arhuacos, en esas montañas se encuentra el equilibrio del planeta, su principio y fin. Imaginé

el pueblito de Nabusimake en mi mente y sin saber por qué, envié un beso en el viento, recordé a Kennel y recé por su

descanso eterno.

Cuarenta minutos después volvía a ver los frondosos árboles del

valle, pero ahora el sol había descendido a sus hojas. Valledupar estaba en lo que podemos denominar plena primavera, los

cañahuates estaban florecidos, y sus hojas eras amarillas, tan hermosas como los rayos del sol. Era una época en la cual estaba agradecida con la vida, por encontrarme aún en aquellas tierras.

Ir al Valle del Cacique Upar en abril, era estar bendecida por el destino. Esa misteriosa fuerza que me mantenía con los ojos

abiertos de par en par, al mundo que había comenzado con un trago rojo, llamado “Silvestrista”.

- ¡Chinita! ¡Chinita! Un hombre gigantesco me esperaba en el Terminal de Valledupar, no podía ser otro que el

compadre de José Jorge, me lance a sus enormes brazos, y le di un efusivo beso en la mejilla. José Luís, en muy poco tiempo se convirtió en el mejor, alcahuete, que un

silvestrista pueda tener. Te conseguí donde quedarte, así no pagas hotel chinita, mi amiga se llama María Clara, y

vive muy cerca del río Guatapurí, es un lugar sencillo, pero se que te va a gustar.

Page 171: Diario de  un silvestrista

- ¡Gracias José Luís! Dije brindándole la más bonita de mis sonrisas.

- El compadre más o menos me contó como te fue por Bosconia y Cienaga, así que me imagino que ahora eres

pobre.

Reímos camino al nuevo hogar que compartiría. Me alegró saber

que había elegido a Maria Clara por ser silvestrista, con quien podría pasar el Festival de la Leyenda Vallenata e incluso

quedarme para el lanzamiento de La Novena Batalla. La casita quedaba muy cerca del Guatapurí, el rumor de sus aguas se podía escuchar claramente.

Estar cerca del agua se había convertido para mí, en una fuente

inagotable de energía.

Cuando entramos en la casa, el volumen de un enorme

reproductor hacía vibrar las ventanas. Indudablemente sonaba una canción de Silvestre, una que me gusta en demasía,

“Muchachita Bonita”, era como llegar al mejor lugar del mundo, donde te recibe, no solo la voz, sino la propia composición de tu ídolo. Al escucharla comencé a cantarla colocando mi maleta y

mochila en una silla, allí mismo me puse a danzar alrededor de José Luís. Mi amigo me observaba muerto de risa.

- Ustedes los silvestristas son un caso serio de locura musical. Dijo bajando el volumen. ¡MARIA CLARA CARAJO!

en esta casa entra hasta el gato y nadie se da cuenta. ¡MARIA CLARA!

- Por qué le bajas el volumen. Súbele. Súbele. “Hay tenemos que adorarnos así, tenemos que adorarnos más, tu tienes

que ser para mí, ay no lo dudes más”. Cantó Maria Clara. Al verme me abrazó. Ya estaba acostumbrada al cariño

efusivo del silvestrismo.

- Ana, niña que te he estado esperando, José Luís me dijo

que llegabas en estos días, pero ya quería que estuvieras

Page 172: Diario de  un silvestrista

aquí, alquilé habitaciones de la casa por el festival, pero te guardé una muy especial, tiene una ventana que da a la

calle y por las noches vas a escuchar la voz del Guatapurí.

Era un lugar colorido, sencillo, pero impecable. María Clara era

una joven de alegres expresiones, piel canela y cabellos ondulados, en su mirada, el brillo silvestrista me daba la

tranquilidad de que seríamos excelentes amigas. Esa tarde me acosté temprano, estaba cansada por el viaje. En la pequeña habitación tenía todo lo necesario, incluso tenía incorporado un

baño pequeño que no se compartía con los demás huéspedes, por lo que, tuve por fin, un poco de privacidad.

Adormecida, escuché el rumor intenso de las aguas del Guatapurí, me sentí acunada por ese sonido y caí en un sueño profundo,

hasta que con los primeros cantos de los gallos, me levanté totalmente renovada.

Maria Clara estaba en la cocina preparando café, así que luego de alistarme, la acompañé y entre las dos hicimos el desayuno a

base de arepa y huevos revueltos.

- Esta es la tortilla más grande que he hecho en toda mi

vida. Dije al batir 15 huevos, en un enorme tazón.

- Y falta otra Ana, solo ofrezco el desayuno a los huéspedes, ellos se las arreglan el resto del día.

- ¿Y cuántas personas hay en la casa?

- Con nosotras dos, somos quince almas.

- ¡Caramba! Es bastante gente. Dije al ver como se extendía

la enorme tortilla sobre el sartén.

- Así se pone el valle por el festival.

En una enorme mesa de madera en el patio de la casa, fuimos sirviendo el desayuno, café negro y café con leche, y de

diferentes habitaciones tan pequeñas como la mía, comenzaron a

Page 173: Diario de  un silvestrista

salir visitantes que apremiaron sus desayunos para irse a recorrer Valledupar. Conversé con algunos de ellos, varios de los cuales

visitaban por primera vez la ciudad. Desayunamos a la luz del sol calido y la brisa fresca que baja de la montaña. Recordé las mañanas que había vivido, cuando Mathias estaba en mi vida. Y

sentí como una especie de golpecitos en el corazón.

Poco a poco el comedor fue quedando vacío, así que el montón de platos no fue normal. Mientras lavamos todo, Maria Clara, alegró la mañana con la música de Silvestre a todo volumen.

- Es sábado, los sábados son buenos. Comento Clara.

- ¿Sí, para que lo son? Pregunté animada.

- Para bañarse en el río.

- ¿En el Guatapuri?

- ¡Claro Ana! Aunque dicen que si te bañas en sus aguas, te quedas en Valledupar. Dijo con los ojos como plato.

- ¡Excelente! Entonces busco una toalla y nos vamos al río.

Escuchar el rumor del agua, y ver la luz del sol entre las rocas, no tiene comparación con meter tu cuerpo en aquel río, aunque muy

frío, se compensa con ver la hermosa Sirena dorada rodeada de cañahuates florecidos, es una imagen que te deja sin aliento.

Permanecimos horas en el agua, al igual que muchas personas, algunos niños jugaban alegres en sus orillas, otros preparan su

almuerzo, era increíble estar en medio de la ciudad como si estuviéramos retirados de todo, y sin embargo al cruzar la avenida te encuentras con el universo moderno.

- Ana te quedas para el Lanzamiento ¿Verdad?

- Sí, eso deseo hacer Clara.

- ¡Excelente! Hay que planear muchas cosas, las vallas, las camisas, incluso si nos ponemos de acuerdo con amigos,

Page 174: Diario de  un silvestrista

podemos hacer una especie de vigilia, la noche antes del concierto.

Definitivamente José Luís no pudo conseguirme una cómplice mejor. Extrañaba a mis hermanas silvestristas más que a mi

madre, pero en este viaje a cada esquina encontraba una nueva hermana.

- Esta noche vamos al parque de La Leyenda Vallenata, para que puedas presenciar el festival, hoy te enamoras del valle.

Durante varios días atendimos a los huéspedes, y por las noches asistíamos a las competencias de los acordeoneros, que de todas

partes venían buscando la corona del rey vallenato. Asistir al festival me enseñó un universo desconocido. Melodías tristes, me

llegaron al alma, así como las alegres, que bailé y aplaudí hasta más no poder. En algunas oportunidades y cuando el trabajo se lo permitía José Luís nos acompañaba, y caminábamos por la Plaza

Alfonzo López en noches de estrellas. Es imposible no entender cómo esta tierra trae al mundo a poetas tan maravillosos, que sin

duda siempre serán inmortales como el maestro Leandro, alguien a quien llevó en mi corazón aunque jamás lo haya conocido, pero que no es necesario, ya que el río Guatapurí y los árboles de

Valledupar, me susurraron, cómo era su alma.

Un lugar que donde descansan los restos de otro inmortal, que con sus composiciones da a conocer en cada rincón del universo, que existe una tierra tan hermosa como lo es Valledupar, el

maestro Rafael Escalona, quien como nunca quiso irse del valle, construyó su casa en el aire. Una hermosa casita en la cual

habitará hasta el fin de los tiempos, y a donde solo pueden, subir poetas y cantores de Valledupar.

Page 175: Diario de  un silvestrista

(9ª BATALLA)

Abril voló y de la noche a la mañana, el mes de mayo

desapareció, conocí cada rincón del Valle. Me enamoré de su historia y sus poetas; de sus árboles, y sus Marías Mulatas, aves

de plumas negras y ojos amarillos, a los cuales llamo “cuervos” por su semejanza a ellos.

Con junio llegó al valle una ola gigante de personas, quienes venían de cada rincón de Colombia, Venezuela e incluso de otros países, miles y miles de hombres, mujeres y niños, que visten de

rojo y bailan al son de la voz de un ídolo. A Valledupar llegaron “Los Silvestristas.”

Solo faltaba un día para el concierto, en todas las emisoras radiales sonaban las nuevas canciones de Silvestre, una más

emocionante que otra, con notas de acordeón increíbles. El nuevo CD estaba desde el día anterior a la venta, durante un buen rato

hicimos fila para poder comprar el nuestro. Clarita se negaba a salir de casa, escuchando La Novena Batalla. Durante día y noche, en todas partes sonaban canciones como “La Difunta”, “Lo

ajeno se respeta” y “La Ciquitrilla”. Era una locura, en los autobuses, en las tiendas, en taxis, en la calle, en las motos.

No puedo explicar lo feliz que fui, al caminar por Valledupar en aquellos días, todo era alegría, todo era Silvestre Dangond.

Escuché mil veces “Loco Paranoico”, una canción que le regresaba a mi alma todo lo que sentía por Mathias, estaba ansiosa por

gritar esa canción en el Parque de la Leyenda Vallenata: “Pasamos la vida peleando y amando, tirando y rescatando nuestro amor al fin, fui a darte un besito y me gritaste no, pero

fue inevitable el silencio llegó, y en un beso profundo nuestro amor voló, y voló y voló y el mundo estalló…”

Enamorada de cada canción, las memoricé una a una, y al cantarlas sujetaba con fuerza mi amuleto rojo, pidiendo al destino

Page 176: Diario de  un silvestrista

mi único deseo. Un beso. Me aferraba a esa idea huyendo de la tristeza que me causaba no estar con Mathias.

Esa tarde, esperaba con ansias locas un autobús en particular, uno que venía desde Cienaga. Una a una me comí las uñas, José

Jorge me había llamado diciéndome, que sí vendrían al concierto, pero no quiso decirme ni cuantos, ni quienes, así que, no sabía a

quién esperaba en realidad. De un autobús verde comenzaron a descender muchos silvestristas, todos vestidos de rojos y con las sonrisas más espectaculares del mundo, pero ninguno me era

conocido, hasta que de pronto. Escuché a mis espaldas, que alguien gritaba mi nombre.

- ¡ANA, ANA LLEGAMOS ANA! Katherine vestida completamente de rojo, movía los brazos para que la viera.

Corrí con Maria Clara a su encuentro. Abracé a mi hermana silvestrista y las lágrimas empezaron a fluir.

- Katherine, eres tú, que dicha. Dije.

Sin siquiera poder respirar, uno tras otro me abrazaron y pronto fuimos una masa enorme y roja de personas que nos abrazábamos formando una montonera. La Muchis, Fabián,

Oscar, Gunter, Yuli Vanesa, Rossana, José Jorge, Stefany, Alexis, y hasta Alejandro con su bandera roja, todos habían venido.

Cuando quise preguntar por la más chiquita de las silvestristas, ella ya se abrazaba fuertemente a mí. Danielita, había logrado un permiso especial de sus padres, bajo el cuidado de José Jorge, así

que durante un buen rato nos abrazamos, lloramos, reímos. Pero permanecimos en el Terminal, alguien faltaba. Yo entre tantas

alegrías no sabía a ciencia cierta quién más llegaría.

Hasta que vi sus ojos hermosos, Kike llegaba en otro autobús con

Niurka, y María.

- Ahora si estamos completos. Dijo Katherine abrazándome.

El niño vería a Silvestre, todos habíamos colaborado con algo de

dinero para que lograran asistir al lanzamiento. Y por su parte

Page 177: Diario de  un silvestrista

Maria Clara, se negó a recibir huéspedes en su casita, para poder acoger esa noche a los silvestristas. La dicha llenó la casa, risas,

cantos, gritos, bailes, todo era un jolgorio. A eso de las ocho de la noche nos fuimos como una tropa a orillas del río Guatapurí, liderados por la guitarra de Fabián, con vasos plásticos y velas,

las encendimos y como en una vigilia comenzamos a entonar todas las canciones de Silvestre, pronto se fueron uniendo

silvestristas de todas partes, cantamos, bailamos, brindamos. Como una hermandad nos preparábamos para el día siguiente, para el Lanzamiento en el Parque de la Leyenda Vallenata de LA

NOVENA BATALLA.

Cuando vi a Katherin Porto en el Guatapurí con familiares y miembros del Club, sentí ganas de salir corriendo, en cualquier momento vería a Mathias, algo que no soportaría.

Verlos a los dos como en la foto de la habitación de mi hermana silvestrista.

- ¡Hola Ana! Me saludó muy animada. Intenté mantener la

calma, mientras la saludaba, y todos los muchachos le dieron la bienvenida. Me sentía mareada y apunto de vomitar, los nervios que me causó pensar, en que, Mathias

estaba allí, eran insoportables. ¿Ana te sientes bien? Preguntó brindándome una hermosa sonrisa. Hay alguien

que desea verte Ana. Mathias está el puente, ve a verlo.

- No, no puedo. Dije apunto de desmayarme. Él es tu novio,

yo respeto eso Katherin.

- ¿Qué dices Ana? Mathias es como mi hermano. Ahora entiendo por qué no me visitaste más. Creíste que éramos novios.

- ¿Mathias no es tu novio?

- No Ana, es uno de mis mejores amigos. Cuando le dije que estuviste en la casa, salió como loco a buscarte pero nunca

encontró a nadie en la casa de Yuli Vanesa, te buscó

Page 178: Diario de  un silvestrista

durante días pero no pudo dar contigo. Esperamos que fueras a visitarme algún día, pero tampoco ocurrió, hasta

que Yuli me contó que estarías aquí para el lanzamiento. Él ha venido a verte. Corre ve a buscarlo, está en el puente tratando de encontrarte.

Todos los sentimientos se me atragantaron en el pecho, la

abracé, la besé en las mejillas, y salí corriendo en dirección al puente, esa noche miles de silvestristas estaban desbordados por las calles, fue difícil llegar hasta el puente. Sin aguantar lo que

sentía en el corazón grité, grité muchas veces su nombre.

- ¡MATHIAS! ¡MATHIAS! ¡MATHIAS!

Entre la multitud lo escuché claramente gritando mi nombre,

hasta que pude verlo. Era Mathias, corrí a sus brazos llorando de la felicidad, no era novio de mi hermana silvestrista, durante meses estuve sufriendo sin ninguna razón. Nos abrazamos como

los hermanos que no éramos, nos extrañábamos el uno al otro, nos necesitábamos, y sin decir nada, nos besamos

completamente enamorados, en un mar rojo de gente. Un mar Silvestrista.

La felicidad llega a nuestra vida cuando menos la buscamos, tal cual como me había dicho La Nana en La Cienaga Grande “la

vida es mucho más simple de lo que crees, sin buscar, encontrarás.”

Y sin esperar nada del destino, él me devolvió al hombre que amaba, mis hermanos silvestristas estaban dichosos de conocer

por fin al Mathias de Ana, lo recibieron con el abrazo de costumbre como si fuéramos jugadores de fútbol americano, unos encima de otros.

Esa noche Martín, el hermano gemelo de Mathias se nos unió a la

celebración y no solo yo encontré el amor, Katherine mi silvestrista delictiva, jamás volvió a alejarse del lado de Martín, ambos se enamoraron. Creo que fue amor a primera vista. Jamás

pensé que Katherine y yo nos pareciéramos tanto, no solo éramos

Page 179: Diario de  un silvestrista

ahora silvestristas extremas, sino que, el rostro de nuestro amor era el mismo, tanto en el amor real, como el amor imaginario.

- Ana, no sabes cuanto te he buscado. Dijo Mathias cuando nos quedamos por fin solos al amanecer. Todos en la casa dormían, y

solo nosotros aún nos resistíamos a descansar.

- Yo creí que te buscaba también, pero me perdí en mi búsqueda

y cuando vi tu foto en el cuarto de Katherin Porto, pensé que había llegado muy tarde.

- Ahora entiendo tu mirada vacía, el día que nos vimos en las calles de Cienaga. A Katherin la amo con toda mi alma, pero

como a una hermana.

- Lo sé, pero entiéndeme, ella es hermosa, pensé, pensé. Y él silenció mis palabras, con un beso.

Vamos Ana ya amanece, debes dormir mañana es tu novena batalla.

Page 180: Diario de  un silvestrista

SI SE VA A CAER EL PARQUE…

A las nueve de la mañana del día del concierto La Novena

Batalla, los silvestristas, corrían de un lado para el otro en la casa de María Clara, unos desayunaban, otros intentaban vestirse, los

más rezagados apenas se estaban bañando. Los observaba atentamente desde la mesita de la cocina, sorbiendo una enorme taza de café negro.

- ¡CAMISAS ROJAS! Gritó Katherine desde la cocina.

- ¡LISTAS! respondió Rossana desde la sala. Hacían una interminable lista de todo lo que llevaríamos en las mochilas.

- ¡GORRAS ROJAS!

- ¡LISTAS!

- ¡BLOQUEADOR SOLAR!

- ¡LISTO!

- ¡AGUA MINERAL!

- ¡LISTA!

- PANCARTA DEL CLUB

- NO ESTÁ, ¿QUIÉN LA TIENE? Preguntó a gritos Rossana y pasó

por la cocina en dirección al patio.

Al parecer la pancarta se había extraviado la noche anterior

durante la vigilia, Rossana y Katherine la buscaban como locas.

- ¡TENEMOS LA BANDERA DE ALEJANDRO! Gritó Katherine.

- Esa sirve. Murmuré tomando el vital líquido.

Page 181: Diario de  un silvestrista

- ¡Buenos días, bonita! Y sus ojos iluminaron mi vida. Mathias me dio un dulce beso en los labios. Y se sentó en

un taburete para desayunar. Era mágico poder verlo por fin como si jamás nos hubiéramos separado.

- ¿Estas lista? Preguntó.

- Totalmente lista. Aseguré sirviéndole una taza de café. ¿Y

tú?

- Pues tengo las entradas a mano y ya me vestí de rojo, así que solo espero por ustedes. ¿Vamos a la caravana?

- ¡NO! NI SE LES OCURRA. Gritó Gunter desde su habitación.

- Podrían dejar de gritar. Dijo Alejandro entrando a la cocina.

Gunter tiene razón, debemos irnos directo a las puertas del parque. Tengo entendido, que así, es más fácil entrar de

primeros y estar en las barandas cerca de la tarima.

- Sí, es lo mejor, cuando todos estén listo nos vamos al

Parque de una vez. Dijo Mathias.

- ¿Alguien me puede decir porque hay tantos gritos? Preguntó desde el umbral de la puerta José Jorge.

- Rossana y Katherine están buscando su pancarta silvestrista. Respondió Mathias.

La felicidad que se respiraba era increíble, estábamos emocionados por el lanzamiento del nuevo CD, enamorados,

dichosos. No conozco una locura mas hermosa, que la de ser un silvestrista. Pensé.

- ¡EL QUE SE QUEDÓ, SE QUEDÓ! Gritaba Maria Clara.

A la una de la tarde, comenzamos a reunirnos fuera de la casa, para ir caminando hasta el parque de la Leyenda Vallenata.

- ¡EL QUE SE QUEDÓ SE QUEDÓ!

Page 182: Diario de  un silvestrista

Cuando comprobamos que estábamos todos afuera, Maria Clara cerró la casa, y como toda una tropa, nos dirigimos al parque.

Efectivamente fuimos los primeros en llegar, y en una hermosa fila india, mis amados silvestristas y yo, nos preparamos a esperar. Poco a poco se fueron acercando silvestristas que al igual

que nosotros se había decidido por hacer fila, en lugar de asistir a la acostumbrada caravana que Silvestre realiza cada lanzamiento,

y a la cual, asiste el pueblo entero.

- En una batalla las estrategias son indispensables. Nos

explicaba Gunter. De irnos a la caravana corremos el riesgo hasta de quedar fuera del concierto.

- ¡SEÑOR, SI SEÑOR! Gritamos todos.

- El que se mueva, queda excluido de la tropa, aguanten sol que a eso vinimos.

- ¡SEÑOR, SI SEÑOR! Gritamos hasta destornillarnos de la risa.

Aunque el medio día en Valledupar es inclemente, los silvestristas desarrollamos algo en nuestro interior que nos permite resistir,

hasta las condiciones climáticas más extremas. Ni idea teníamos de lo que nos esperaba al atardecer. Cantamos, reímos,

merendamos en plena calle, unas veces de pie, otras, desparramados por el suelo. Cuando estás al lado de tus hermanos silvestristas, el tiempo parece anularse.

Al atardecer llegaron dos cosas, una era la marea roja que había acompañado a Silvestre en la caravana, y con ella comenzó a

llover.

Increíblemente, llovió como si el cielo fuera a desplomarse.

- ¡NADIE SE MUEVE! Gritaban unos a otros.

Cuando las puertas del parque de La Leyenda Vallenata se

abrieron, entramos ordenadamente en nuestra fila. Al pasar las pesquisas comenzó la competencia.

Page 183: Diario de  un silvestrista

- ¡A CORRER! Grité emocionada. Mathias tomó mi mano y corrimos juntos bajo la lluvia como los niños que jamás

dejamos de ser.

Katherine, Rossana y Yuli fueron las más rápidas, así que llegaron

primero a las barandas, todos los demás llegamos seguidamente y también alcanzamos a estar de primeros. A mí alrededor

encontré caras conocidas, abracé a Lorayne y brincamos llenas de alegría por estar juntas de nuevo, salude a Sergio quien bailaba más feliz que nunca. Le lancé un beso a Hernán Gil, un gran

silvestrista de Medellín al cual conocía por redes sociales. Kike llegó corriendo con su mama y su hermanita y se aferró a una

baranda. Alejandro y su bandera de la Cienaga Grande, ondeaba al feroz viento. La Muchis enamorada de Fabián y los dos completamente felices. Danielita lloraba de la emoción. Martín y

Katherine bailaban al son de las canciones de Silvestre que retumbaban, una y otra vez en todo el parque. Vi a Rossana

abrazada a José Jorge. Gunter, Oscar, Stefany, Maria Clara, Alexis y Alejandro comenzaron a beber el aguardiente correspondiente al lanzamiento, y con el debido brindis.

Innumerables frases y dichos de silvestre eran invocados por mis hermanos silvestristas, esa noche no tomamos Silvestristas, el

trago rojo había quedado destinado para después del concierto, ya que Mathias y Alexis, se había negado en revelar lo que se necesitaba para prepararlo, y necesitaban privacidad para

realizarlo, además que jamás nos hubieran dejado prenderle fuego a las bebidas dentro del parque.

- ¡ANA! ¡ANA! Una muchacha rubia gritaba al otro lado de donde nos encontrábamos. Al acercarse cuál sería mi

sorpresa al reconocerla.

- ¡AMPARO! ¡AMPARO! Eres tú, no puedo creerlo. Mi amiga de Venezuela, una de las muchachas del club de tres, se hacía presente en el lanzamiento. La abracé no sé cuanto

tiempo.

La lluvia no cesaba, al contrario fue en aumento, y la gente iba

llenando el parque, que en pocas horas estaba a no más poder y

Page 184: Diario de  un silvestrista

completamente de rojo silvestrista. Estábamos algo preocupados cuando empezaron los truenos y relámpagos, ya que si seguía

empeorando la tormenta, lógicamente el concierto no se daría.

Con el frío que estaba haciendo, metí mis manos a los bolsillos

del pantalón, y encontré algo que había olvidado al ver a Mathias en el puente de la Sirena Dorada. El amuleto, mi deseo.

Un fuerte dilema se me presentó en el alma, a mi lado estaba el hombre que amaba, Mathias bailaba soportando la lluvia, contra

viento y marea. Pero al ver el amuleto rojo, y sus ojitos de botones, recordé mi sueño. El que me mantuvo firme y me dio las fuerzas de seguir adelante. El beso.

Cómo explicarle a tu novio, lo que sientes por Silvestre, cómo

hacerle entender que en tu alma existe un lugar inaccesible, en el cual está tu artista, tu ídolo. Cómo hacer entender que si deseas un beso, con toda tu alma, es como fan, y que ese deseo, no

puede ser visto como una traición. No, no es fácil explicarlo, por eso callamos y preferimos no decirlo.

Deseo un beso… deseo un beso… Pensé una y otra vez.

Ya entrada la noche, dejó de llover y el cielo por fin se despejó.

En la tarima comenzó nuevamente la preparación de la

presentación.

¡SILVESTRE! ¡SILVESTRE!

¡SILVESTRE! ¡SILVESTRE! Gritábamos todos.

Y bailando secamos nuestras ropas. La euforia silvestrista en el parque de La Leyenda Vallenata, es casi indescriptible e

inexplicable. Esa noche de junio mi corazón se detuvo cuando salió mi ídolo desde debajo de la tarima, entre el humo de la

explosión de fuegos artificiales.

SI SE VA A CAER EL PARQUE…QUE SE CAIGA. Vino a mi mente su

voz, por recuerdos clavados en mi alma silvestrista.

Page 185: Diario de  un silvestrista

EL IDOLO SILVESTRE DANGOND

Gritos, lágrimas, risas. Éramos una masa gigante de seres

humanos, completamente felices, sin importar la lluvia, ni el cansancio, todos estábamos allí para Silvestre, y él entregando

todo de si mismo, bailaba como nunca.

Después de varios años de muchos esfuerzos y sacrificios, el ídolo

había adelgazado y vestía de una forma muy distinta a la de diez años atrás, pero su alma estaba intacta, solamente que ahora podía brincar más alto.

Estábamos tan cerca de él, que los gritos de mis amigas casi me

dejan sorda, no podía culparlas por desbocarse de aquella manera, eran incontables los sacrificios que habían tenido que hacer para poder asistir al concierto. Cuando Silvestre interpretó

La Ciquitrilla, en realidad pensé que el parque de La Leyenda Vallenata, se nos caería encima, y bailé tan desenfrenadamente

que Mathias estaba asombrado de ver cuanto había cambiado.

Kike lloraba al ver a su ídolo, Niurka lloraba por ver a su hijo feliz,

cumpliendo un sueño. José Jorge enamorado de Rossana, era feliz de ver que ella lo era. Katherine, Stefany y La Muchis no hacían

más que llorar. Alejandro bailaba y movía la bandera roja como si estuviera en la ciénaga y le hiciera señas a Silvestre como si se acercara en una piragua. Todos estábamos dichosos, los

muchachos brindaban, las muchachas gritaban. Y allí de pié recibiendo miles y miles de aclamaciones, nuestro ídolo Silvestre

Dangond, se acercó al barandaje, lanzó besos, extendió las manos saludando a sus silvestristas del alma. Y por un instante nuestras miradas de cruzaron, sus increíbles ojos amarillos

brillaron intensamente, y me lanzó un hermoso beso, pude ver cómo sus labios murmuraron mi nombre ¡Ana!

Estos eran nuestros lugares, él en la tarima haciendo feliz a los silvestristas, y yo entre la multitud como fan, dándole mi apoyo y

Page 186: Diario de  un silvestrista

mi cariño, incondicionalmente, sin esperar nada a cambio, siendo feliz, tan solo por el hecho de verlo triunfar como artista.

Cuando Rolando Ochoa estremeció a la multitud con su acordeón, “Lo ajeno se respeta” fue la canción que más emoción causó a los

silvestristas, y es que, no solo se trató de Silvestre, para sorpresa nuestra, cuando sonó el denominado pase del Monaco, salió a

escenario un niño pequeño, de cabellos rubios quién bailó a su propio estilo y todos coreamos “Monaco, Monaco, el pase del Monaco”. El niño abrazó a su papá. Así es, uno de los tres hijos

de nuestro artista, había bailado para todos, y cuando Silvestre se arrodilló para abrazarlo, no pudo detener el llanto. Todos

gritábamos emocionados. El pequeño tomó el micrófono y se dirigió a todos los presentes. “DÓNDE ESTAN LOS SILVESTRISTAS” Gritó, y como una horda enardecida gritamos

llenos de emoción. Silvestre y su pequeño bailaron para nosotros de una forma muy especial. Cuando vi los ojos de Kike, y la

emoción de ver al Monaco en tarima, entendí que ahora no era el silvestrismo únicamente lo que existiría en su vida, sino que surgía un nuevo movimiento “El monaquismo.” Solo Dios sabrá la

dinastía que nos depara el futuro, pero sea cual sea, seremos felices porque el sentimiento que nos une, augura un mañana.

En el concierto un joven delgado de sonrisa brillante se acercó y me mostró una foto hermosísima del momento en que el Monaco

abrazó a su papá. Nunca alguien había sido tan amable en los conciertos de Silvestre, luego de varias canciones, entendía que

aquel joven era el fotógrafo de Silvestre, un ser maravilloso, que no solo nos tomó fotos, sino que estaba pendiente de todos nosotros y nos mostraba su cámara para que viéramos de cerca a

nuestro Ídolo. Había leído sobre él, en redes sociales siempre coloca “Pérez Carranza”, que son sus apellidos. Cuando volvió a

acercarse, lo abracé y le di un beso gigantesco en la mejilla, mi abrazo fue correspondido, y no me sorprendió ver en sus ojos la chispa silvestrista, esa que llevamos por dentro y que nos define,

un brillo intenso que llevamos como bandera, y que no tenemos ni idea cuando fue encendido, pero que está allí. Sentí en cada

uno de sus gestos, la fraternidad y el cariño de alguien muy

Page 187: Diario de  un silvestrista

especial en mi vida, aunque sólo nos hayamos visto por unas pocas horas.

Cuando ya estaba terminando el concierto, mi corazón se aceleró de forma inexplicable.

- Mathias necesito hacer algo, o por lo menos intentarlo. Dije.

- ¿Ana, qué pasa?

- Quiero ver a Silvestre, voy a intentar colarme entre las estructuras que dan a los camerinos.

Sus ojos me vieron con el profundo amor de siempre, él sabía que era imposible detenerme.

- Te esperaré a la salida del concierto, ten cuidado, si te

agarran, trata de soltarte y solo corre.

Lo abracé fuertemente, mientras mis amigas seguían bailando, y

me mezclé entre la multitud. Recordé cómo había logrado avanzar en el concierto en Venezuela, y sin más me agaché y

comencé a gatear. Al llegar a un extremo del parque solo se interponían algunas vallas y personas, entre Silvestre y yo. Debía darme prisa, el concierto del ídolo Silvestre Dangond, había

finalizado.

Page 188: Diario de  un silvestrista

(CAPITULO ESPECIAL II)

Salté vallas, empujé personas, corrí huyendo de escoltas, y

personal de seguridad, quienes evitaban que las muchachas silvestristas del concierto, hicieran lo que yo, estaba a apunto de

hacer. Vivir intensamente ser fan de un ídolo.

Mientras corría por un largo y oscuro pasillo, pensé en mis

amigos, recordando sus sonrisas, sentía que ellos estaban conmigo en esta locura. Apreté fuertemente el amuleto de Danielita que llevaba en la mano derecha y seguí corriendo,

rogando a Dios que Silvestre aún estuviera en las instalaciones del parque.

Asustada, comencé a llorar sin control, cuando llegó a mis recuerdos la canción de La Muchis, la canción de Mariana Vega,

que una noche de confidencias dedicamos a nuestro ídolo.

Recordé la primera vez que vi la sonrisa de Mathias, la misma noche que vi por primera vez la imagen de Silvestre en un video.

¡ALTO!

¡ALTO!

¡ALTO!

Gritó alguien, ordenándome que me detuviera. Unas enormes y fuertes manos me sujetaron y casi caemos al suelo. Usando todas

mis fuerzas me solté de mi captor.

De pronto unas luces al final del pasillo, me dieron esperanzas.

- Me siguen, me están siguiendo. No Dios, por favor no, por

favor no.

Page 189: Diario de  un silvestrista

Choqué con alguien que se atravesó en mi camino. Caímos irremediablemente al suelo de forma estrepitosa, rodando hasta

quedar encima de aquel hombre.

- Discúlpeme señor, lo siento, perdóneme, perdóneme.

Chillé con los ojos cerrados. Es inútil me han atrapado. Pensé completamente rendida.

- ¿Ana? Por Dios me has asustado.

Al oír su voz, mi corazón se detuvo. Abrí mis ojos lentamente, él me miraba sorprendido de haberlo derribado.

Sus ojos amarillos, los había alcanzado.

Unos enormes brazos me alzaron al aire, quitándome de encima

de Silvestre.

- No, no, no, no por favor, suélteme, tengo que hablar con él, suélteme, suélteme. Dije llorando.

- Déjala en paz, yo la conozco. Yo me hago cargo. Todo está bien. Dijo Silvestre levantándose y limpiándose la ropa

llena de polvo.

Inmediatamente el hombre que me cargaba, me concedió la

libertad.

- ¿Por qué lloras bonita? Preguntó Silvestre.

- Necesito… yo necesito, yo, yo.

No podía hablar, me hacía falta oxigeno. Y las lágrimas no me dejaban ver. Intenté secarlas y seguía llorando, era como si fuera

una niña a la que le rompió su única muñeca.

- Déjennos solos muchachos. Dijo y los hombres gigantes se

alejaron.

- ¿Qué pasa Ana? Prometiste ser más cuidadosa y esto no es precisamente lo que tenía en mente. Dijo.

Page 190: Diario de  un silvestrista

No pude hablar, no hallé palabras para decir que lo amaba.

- ¿Qué pasa Ana? No llores por favor, no me gusta verte

llorar, así no se ven tus bonitos ojos negros. ¿Qué puedo hacer por ti? Preguntó cambiando el semblante.

Dejé que mis ojos hablaran por mí, tratando de controlarme y respirando como si fuera la primera vez que lograra hacerlo en la

vida.

Y me miró, como jamás nadie podrá hacerlo. Sentí que entendía lo que me pasaba, aceptando calladamente mis problemas, sueños e ilusiones de fan.

Su sonrisa se llenó de luz, iluminando nuestras almas y sin

necesidad de decir nada, se me acercó muy despacio. Con mis manos toqué su pecho y sentí su aliento. El tiempo se detuvo, el planeta ya no giró, no hubo sonido. Solo éramos él y yo.

Cerré mis ojos, de donde brotaron dos lagrimas enormes.

Y él me besó.

Totalmente enamorada del ser humano que era Silvestre, lo abrace y sin tiempo ni espacio, nos besamos. No era un sueño, no estaba muriendo. Lo estaba besando.

Page 191: Diario de  un silvestrista

SILVESTRISMO DEL ALMA

Mi cuerpo temblaba entre sus brazos, no puedo decir cuanto

duró el mágico beso, solo sé que fue el instante más grande de mi vida. Todo tuvo sentido y razón. Comprendí la fuerza de la

determinación, esa energía que te declara la guerra y dice que, no hay nada que no puedas hacer realidad, si te juegas el corazón en el intento.

Luego de sentir sus dulces labios, me quedé observando su rostro, esos hermosos ojos amarillos, cansados de años de

trabajo y sacrificio, mi ídolo era humano, muy humano. Ya no hubo nervios, solo el instante del placer de un beso. Ambos

sonreímos por lo que habíamos hecho, como cómplices de una travesura sagrada.

¡ALTO!

¡ALTO!

¡ALTO!

De pronto, todo fue confusión, los escoltas trataban de contener a cientos de silvestristas que habían pasado por encima de la

seguridad del evento. Un dolor me oprimió el pecho, era el momento de decir adiós. Pero no pude despedirme, alguien de su

personal, se lo llevó inmediatamente. Silvestre apenas si miró atrás, todavía confundido por los gritos de los fan.

Cuando la horda de hermanos silvestristas pasó por mi lado, no pude más sostenerme en pie, así que muy pegada a la pared fría

del parque La Leyenda Vallenata, me acurruque, sentándome en el suelo y abrazando mis piernas.

Nos habíamos besado, no había sido un sueño. Con los dedos me toqué la boca, sintiendo aún el calido beso de quien no era mío,

pero a quien pertenecía en la totalidad de mí ser. Sentí ganas de

Page 192: Diario de  un silvestrista

salir corriendo, quise gritar, quise reír. Pero vi en mis manos el amuleto y en realidad, me puse a llorar.

- ¡ANA! VAMOS PÁRATE. Katherine me había encontrado entre la multitud.

La miré sonriendo con esa mirada que sólo un verdadero silvestrista podía brindar.

- VAMOS ANA, MUÉVETE. Se lo llevan al aeropuerto, aún

podemos despedirnos de él.

No tuve valor para contarle a mi gran amiga mi acto de traición,

no quise lastimar sus ilusiones, ni alardear del beso más maravilloso de mi vida. Decidí callar hasta hoy, y si alguna vez mi

gran amiga llega a leer estas páginas, espero que no me juzgue por haber guardado silencio.

Me levanté, tomé su mano y salimos corriendo, a la entrada del parque nos esperaba la camioneta de Yuli. Casi no logro entrar; en ella, estaban además Rossana, José Jorge, La Muchis, Oscar,

Gunter, Stefany, Danielita, Amparo, Fabián, y Mathias, unos sobre las piernas de otros, todos nos dirigimos al aeropuerto.

Vi a Mathias, no tenía la fuerza de decirle nada, y nada dije.

- APÚRATE YULI. Gritó Katherine. Está confirmado Silvestre sale en el próximo vuelo a Bogotá, y de allí se va a Miami.

¡Corre! ¡Corre!

- Cállate, cállate, que me haces temblar y así no puedo.

Para relajarse mi querida Yuli colocó “EL HIT”, a todo volumen y rápidos y furiosos fue incomparable con la camioneta silvestrista.

En pocos minutos estábamos en el aeropuerto. Salimos corriendo y para colmo de males, todo el mundo se había enterado que

Silvestre se iba de Valledupar en el siguiente vuelo, nos mezclamos entre la multitud.

Page 193: Diario de  un silvestrista

- Déjenme pasar, por favor, permiso. Disculpe ¡Quítese! Dije una y otra vez. Y no sé cuantas cosas más decían los

muchachos tratando de pasar al frente de la multitud. Gritaban todos gritaban.

Silvestre se despedía de sus fan, desde un salón del aeropuerto a través de un enorme cristal, cuando logré llegar hasta la pared de

vidrio, pegué mis manos y lo miré con todo el amor que me quemaba por él. Silvestre me vio y se acercó. Todas las chicas gritaban su nombre. Me miró a los ojos y vi tristeza en su mirada,

fue como entender que ésta era la vida real, él era el artista asediado por el público que lo amaba, por su “SILVESTRISMO

DEL ALMA” y yo estaba del otro lado del cristal, como la fan que era. Muy despacio, se llevó los dedos a su boca, tocó sus labios como recordando nuestro beso. Sonrió sin dejar de verme a los

ojos. Tocó el cristal y yo hice lo mismo. En ese micro momento nos dijimos adiós.

Page 194: Diario de  un silvestrista

ANA

Que difícil es escribir esta página. Mi nombre es Ana y soy

Silvestrista, durante años huí de las tristezas y me refugié en un movimiento musical. He sido una fan totalmente entregada a un

sueño. He llenado mi vida de alegría, música y amor.

Antes de cerrar este diario en el cual he descrito el sentimiento

más puro de un fan por su artista, no puedo dejar de decir, que “El Silvestrismo” me curó heridas que jamás pensé que sanarían. Encontré en mi camino a muchas personas como yo, que con su

particular alegría, llenaron mi vida de instantes que serán eternos. Más que amigos, hice hermanas y hermanos, que aún

hoy cuidan de mí y yo de ellos.

Regresé a Venezuela, llevo una vida si se quiere, un poco más

tranquila, dejé de buscar respuestas, porque ellas llegan con los años, mientras termino esta página, unos ojos pardos me miran

con el amor que solo puede darte, tu alma gemela, Mathias está a mi lado viéndome escribir.

Dijimos adiós a nuestros grandes hermanos silvestristas, y con cierta regularidad, conversamos por teléfono o por las

maravillosas redes sociales. Desde Venezuela Mathias y yo enviamos un hermoso acordeón rojo a Cienaga, el cual Yuli Vanesa entregó al niño de ojos de caramelo, y por lo que me han

contado, no hay un pequeño que toque el acordeón con tanto sentimiento como él, a las orillas del Mar Caribe.

Me han contado que Rossana encontró el camino a Nabusimake, entregó su amor a José Jorge y habita en esa tierra mágica,

donde es la más feliz de todas las mujeres. Martín permanece al lado de Katherine y cuida de ella con un fervor único, mi gran

amiga ha pasado por la perdida de su padre, y el silvestrismo aún cura ese enorme agujero en su corazón. Sé que Silvestre la ayudará con sus canciones a encontrarle sentido a la muerte de

Page 195: Diario de  un silvestrista

los seres queridos, porque eso precisamente hizo conmigo y mí amada Teresa, y eso aun lo hace con la muerte de mi padre.

Alguna vez me contaron que La Nana ahora forma parte de las almas de La Cienaga Grande, yo la recuerdo en su casita de

palafitos contemplando el atardecer, y sus profundos ojos grises, ella habitará en mi memoria hasta el día en que deba ir a su

encuentro.

Nuestro amado negrito de Cienaga, Alejandro, aún sigue tocando

la flauta a orillas del pantano, y me imagino que jamás esa bandera roja dejará de ondear al compás del viento.

Danielita cumplió sus maravillosos dieciocho años, estudia mucho, porque desea ser una mujer hecha y derecha no solo para su

familia, sino para sus amigos. Ha prometido visitarme algún día. Stefany se enamoró de Gunter y ahora, mi amigo incorregible vive en La Cienaga, cerca de La Muchis y Fabián, quienes tienen

una hermosa niña llamada Ana Fabiana.

Recordar sus rostros… su cariño, me hace un nudo en la garganta, jamás nadie ha podido estar más en deuda con la vida, que yo. De Oscar dicen que está trabajando en Bogotá, así que

es de quien menos sé, pero estoy convencida, que allí está luchando por sus sueños, frotando su frente cuando esta

preocupado, tratando de encontrar las ideas que lo lleven a ser un hombre mejor.

Aún cuando vivimos en la misma ciudad, veo muy poco a Raquel o a Amparo, tienen vidas reales, pero sé que no dejan de luchar

por el silvestrismo, día tras día. Las llevo en mi corazón y sé que en un futuro no muy lejano, alguna aventura espera por nosotras.

José Luís por fin le declaró su amor a Maria Clara, y por las noches en Valledupar, no hay una casa con más escándalo que

esa, donde la alegría se desborda, los vecinos no se quejan porque siempre suena “Vallenato”.

Page 196: Diario de  un silvestrista

Y Silvestre, de él siempre tengo noticias gracias al Twitter o el Facebook, dos maravillas de nuestra era en las redes sociales.

Lucha todos los días de su vida por expandir el Silvestrismo, ha comenzado a conquistar varias ciudades de Europa y países de Latinoamérica.

Lo imagino meciéndose en una hamaca, soñando, siempre soñando, con sus brillantes ojos amarillos y su voz de mago, con

su guitarra en la mano y escribiendo canciones de amor, siempre de amor… porque Nació en Urumita, un pueblito en Colombia, tierras en donde estoy convencida que nacen los poetas y los

inmortales.

Fin.-

Page 197: Diario de  un silvestrista

Que el final de mi diario, sea apenas el inicio del

tuyo, que el silvestrismo encuentre en ti, al más

grande de todos los fan de Silvestre Dangond.

Con amor Ana.

13-03-2014.-

Page 198: Diario de  un silvestrista

EPÍLOGO

Querido Silvestre, estoy en frente de tu casa, las manos me

tiemblan y no sé si recibas lo que dejaré debajo de tu puerta. En este diario están contenidos los sentimientos de algunos de tus

silvestristas, he tratado de ayudarme con la imaginación y solo tú puedes descubrir, qué es cierto y qué es fantasía. No tengo

palabras para agradecerte todo lo que has hecho por mí; por todos nosotros, tu alegría llena de luz, hasta los momentos más oscuros.

He querido que el tiempo no borre los sentimientos, sueños ilusiones, ni sensaciones que hemos pasado a tu lado, desde el

otro extremo del escenario como fan, quiero con mi alma entera, darte las gracias por cada uno de tus esfuerzos. Espero que

algún día, cuando tus hijos sean ya hombres grandes, puedan leer en estas páginas, lo maravilloso que fue su padre para millones y millones de personas, que con su voz y cada uno de

sus bailes, hizo un mundo mejor para Los Silvestristas.

Tus ojos iluminarán mi vida eternamente.

Con todo el amor de mi alma

Ana.

Page 199: Diario de  un silvestrista

DIARIO DE UN SILVESTRISTA II

POSTALES ROJAS

MARLYN BECERRA BERDUGO

Page 200: Diario de  un silvestrista

“Si algún día me pierdo, te enviaré una libélula roja, ella te

enseñará el camino hasta mi alma.”

Julia.-

Page 201: Diario de  un silvestrista

POSTAL ROJA

I A quien logre llegar

Este mensaje no tiene destinatario, ni dirección; incluso no estoy

seguro de que alguna vez pueda enviarlo. Me es urgente escribirlo, porque la soledad y el encierro son dos amigos a las cuales les escondo mis verdaderas intenciones.

No daré detalles del lugar donde me encuentro, no daré motivos

para que quieras venir a buscarme. Es urgente que te exprese en secreto lo que nadie más puede entender. La historia jamás refrendará mi nombre, pero te aseguro, que nunca seré olvidado.

Recuerdo que era el mes de abril, cuando recibí mi primera postal, una mujer muy joven, con dos pequeños que alimentar,

me decía en su misiva, que hizo todo lo que estuvo a su alcance por un sueño, y que; sin embargo, los escasos recursos y el

trabajo de domestica la habían confinado a solo poder ver en la pantalla de un televisor, su gran sueño. ¿Qué será un televisor?

No puedo recordarlo.

Su historia me resultó interesante, por eso leí la carta adjunta a

la postal. La letra de la joven era casi al aire, por lo que entendí que, había escrito apresuradamente las palabras. Lo curioso de la postal y la carta en si, es que la tinta con la que fueron escritas,

era roja. Regularmente las personas me escriben en tinta azul o negra, pero jamás en rojo. No entendía cuál era su inconveniente,

y hasta me pareció absurdo, que hubiera pedido dinero prestado en su trabajo por lo que llamaba “el concierto de su vida”. No

obstante, me dejó un sabor amargo en la boca, cuando me

Page 202: Diario de  un silvestrista

confesó que no pudo asistir a donde anhelaba ir, porque su hermano menor enfermó y el dinero se necesitó para el pequeño.

De cada tres frases, dos eran lamentaciones, por lo que comprendí, que realmente estaba afectada por su sueño

irrealizable.

La madre soltera, repetía constantemente un nombre, una

persona sobre la cual jamás había leído. Creo recordar que diecisiete veces escribió “Silvestre”, apenas en dos pequeñas

páginas. En mi encierro agradecía tener noticias del mundo, aunque se tratara de un nombre desconocido, los sentimientos de la muchacha me hicieron compañía durante muchas horas.

Releí sus lamentaciones, y descubrí al final de su carta un acento

de esperanza. Firmó su postal con el nombre de María Contreras Vergara. Sucre - Colombia.

Estando incomunicado, y solo queriendo recibir las postales que a bien quisieran enviar, en ese entonces, quise analizar por qué

María estaba tan triste al no ir a un concierto. Los artistas ciertamente pueden enardecer a una multitud, existen las más incontables historias de fanáticos que han dejado su huella en la

historia universal. Hay personas que gastan fortunas como coleccionistas de un pintor, o un escritor, lo cual me parece

normal, yo hice lo imposible por conseguir una gema de Lalique alguna vez, pero el hecho de que una mujer, que tiene la responsabilidad día a día de luchar por un mundo mejor para sus

hijos, cómo puede entonces verse relacionada con un cantante. Creo que tal vez la joven, encuentra en la música de esa persona,

algo que no encontró ni encuentra, en alguna otra parte, de lo contrario no tendría sentido su nostalgia, porque en definitiva, al concierto no logró asistir, pero insiste en que tarde o temprano

podrá ver frente a frente a quien llama “Silvestre”.

Por cosas de la vida, en este aislamiento total al cual he sido sometido, desde ese día siguen llegando postales rojas, y es así, como iré uniendo el rompecabezas que empezó con la simple

carta de una muchacha en una tierra remota y distante.

Page 203: Diario de  un silvestrista

POSTAL ROJA

II SILVESTRISMO

Hoy tengo entre las manos una postal roja interesante, puedo

decirles que es muy diferente a las que llenan mi mesa de trabajo, incluso diría que la joven que la envía, derramó unas cuantas lágrimas al escribir sus sentimientos, pues hay palabras

casi borradas por ellas. Kaleth era un ser especial según comenta, y habla en tiempo pasado, porque el joven murió hace algunos

años, dejando un vacío existencial en ella. Nuevamente recibo la carta de una mujer joven que dice amar el recuerdo de su artista, como diría ella “el de brillante sonrisa”. Por casualidad, el joven

cantante era amigo entrañable del artista mencionado tantas veces, por la escritora de la postal anterior, es decir, el llamado

Silvestre, y confiesa que solo cuando Kaleth falleció, comenzó a ser “Silvestrista”. Y he aquí donde me inundaron las interrogantes, es que acaso este joven cantante tiene una magia

especial que desconozco, y que incluso está en el corazón mismo de quienes en un inicio quisieron al joven Kaleth, o es que la

esencia de un amigo puede quedarse y no partir jamás. Increíblemente y como dice la muchacha de letra sencilla, Kaleth cantaba que vivía en el limbo, porque pronto pasaría por ese

lugar rumbo a la eternidad. Cuanto quisiera preguntarle a esa mujer qué es lo que hace que insistentemente se abrace al ideal

que ella denomina Silvestrismo.

Encerrado como me encuentro no puedo más que lanzar mis

palabras al viento esperando que ella logre encontrar lo que tanto busca y que en un futuro pueda, decirme lo que ha hallado más

allá de toda tristeza. La muchacha firmó su postal roja como GISEK VENEGAS – Colombia.

Page 204: Diario de  un silvestrista

POSTAL ROJA

III 1ERA CARTA DE VIOLETA

Esta mañana el frío ha entrado por los barrotes de la habitación

en la cual me encuentro, he estado febril por escribir sobre ella, alguien que a partir de hoy formará parte de mi existencia; y es que ha llegado entre tantas postales y cartas, la de alguien que

ha tocado mi alma, si es que aún la conservo.

Su letra es angelical, sus palabras y dominio del idioma es magnifico, tiene la característica de escribir como si se tratase de una novela. Su nombre, cual flor de primavera, trae hasta mi

soledad el aroma de un lugar distante, donde el sol penetra con sus rayos dorados y el aire puede incluso hacerte feliz. Ella es

Violeta. Dice que aunque la vida no es lo que ella deseara, es suya y la vive tal cual su corazón lo ha dictado, pero que debe confesarme tantas cosas, que ignora, si mi corazón puede

resistirlas. Escribe dulces palabras sobre alguien de quien incluso he sentido celos, nuevamente Silvestre aparece en las letras,

como persiguiendo mi existencia, como puñales de hielo que atormentan mi memoria. Firma la postal VIOLETA. Valledupar – Colombia.

Page 205: Diario de  un silvestrista

POSTAL ROJA

IV TATUAJE

Han pasado los días como quien deshoja las margaritas,

esperando que la respuesta sea un “sí”, pero Violeta no ha vuelto a escribir como prometió que lo haría, y mi corazón se oprime en

sus latidos, las cartas siguen llenando la mesa, pero tan pronto rompo el sello de alguna, el nombre del joven cantante nuevamente sobresale por encima de cualquier palabra ¿Es que a

caso mi condena es esta? Saber cuanto lo aman o qué sienten por él. Me niego a seguir leyéndolas, necesito saber de la dulce

Violeta o mi encierro terminará desquiciándome, si es que ya no lo estoy.

Observo la mesa y de pronto cae al suelo, lento y con el vaivén de un pensamiento, una foto, me devuelve la mirada una

hermosísima jovencita que firma LUISITA DANGOND – Colombia. Su sonrisa me convence, y busco entre las postales un remitente con ese nombre. No logro encontrarla, temo haber

perdido su carta, y decido sentarme y ordenar los mensajes como quien ordena sus pensamientos, con dedicación y cordura.

Encuentro la postal que busco y observo que está abierta y en ella no hay carta alguna, solo fotografías recientes de la joven, en una de ellas, expone su espalda porque se ha marcado la piel.

- ¡Por los dioses! Esta joven se ha marcado el nombre de “Silvestre” en la piel. Dije, aunque nadie pudiera oírme.

Cada día entiendo menos las postales de estas jóvenes, que

alguien me diga que pasa en el mundo, porque no entiendo, como una niña lleva en la piel, el nombre de un artista. Mi mente entra en una especie de locura, comienzo a abrir descontroladamente

las cartas, y caen como moscas, fotos de mujeres sobre mi pobre

Page 206: Diario de  un silvestrista

mesa, en cientos de ellas, las mujeres e incluso hombres han marcado su piel con el Silvestrismo. La curiosidad me corroe.

- Tendré que leer todas las postales. Dije. Aunque Violeta jamás vuelva a escribir en esta vida.

Page 207: Diario de  un silvestrista

POSTAL ROJA

V OJOS DORADOS

Hoy he logrado comprender que las jóvenes que escriben a las

puertas de mi soledad, están enamoradas de la vida misma, y en sus cartas, postales y fotos, expresan el amor único del fan por

su artista, ven en él, el príncipe de los sueños que no alcanzan. Hay quienes tatúan su piel, algunas tiñen sus cabellos de rojo en tributo al ídolo, simplemente siguen siendo lo que eran sus

antepasados, seres humanos llenos de fuerza y esperanzas.

Una joven de enormes ojos, envía como postal su fotografía, y en

la carta declara el amor más grande de todos los tiempos, lo increíble es que todas las cartas expresan exactamente el mismo

amor por Silvestre. Me pregunto qué sentirá este muchacho, de ojos dorados y cabello oscuro, de sonrisa afable y lleno de vida;

“ya se como es Silvestre”, Erika Sarmiento – Bogotá - Colombia. Adicionalmente a sus letras adjunta una imagen del cantante. El de la foto sonríe como si viera en un mismo instante

a todas las muchachas que me escriben ¿Sentirá amor por ellas? ¿Pensará en ellas? Es imposible leer en su mirada todo lo que

existe dentro de un ser humano, solo podemos arribar a conclusiones refrendadas por niñas y jóvenes que gritan su nombre en conciertos o susurran una oración a la hora de dormir.

Me he acostumbrado a sus palabras, suspiros y lamentos, quisiera poder consolar sus corazones ilusionados, pero lamentablemente

solo puedo leerlas y dejar constancia para las generaciones venideras, que cientos de corazones laten acelerados por un

muchacho sencillo y de buen espíritu. Estoy convencido de que alguien con ese rostro, solo puede ser un hombre de paz.

Page 208: Diario de  un silvestrista

Observo en la carta de Erika, letras de dolor y emoción, me escribe como si yo pudiera desde estas cuatro paredes, hacer

llegar el mensaje a su amor inmortal. Su letra se asemeja a hormiguitas sobre el papel, como si lo que siente es un secreto de Estado, y solo yo puedo descifrar, hasta el más mínimo de sus

deseos. Y pienso si Violeta siente lo mismo que Erika por Silvestre, cómo podré entonces decirle a ella que soy suyo, como

todas estas jóvenes logran gritar al muchacho: “Te pertenecemos”.

Page 209: Diario de  un silvestrista

POSTAL ROJA

VI 2DA CARTA DE VIOLETA

La vida es perfecta, Violeta ha escrito y siento que el corazón se

me acelera, reconocí en mi mesa de trabajo su hermosa letra a primera vista, el aroma que de sus letras emana, enamora mis

sentidos. Mi amada Violeta dice estar bajo una fuerte depresión, sin dar más explicaciones, comenta que hay días en que su vida es oscura, que desea irse a un lugar donde se le permita ser feliz,

porque actualmente las cadenas pesan sobre su alma, aunque ella confiesa tener la llave para librarse de ellas, pero el miedo

consume su razón.

Mi pobre Violeta, si supieras que todo cuanto desees cumpliría

para ti, pero mi atormentada razón sabe, que no puedo hacer nada que no sea leer tu alma. Ella menciona insistentemente una

canción de su ídolo, solo Dios sabe, cuanto deseo conocer las canciones del muchacho de ojos dorados, para entender a mi querida Violeta.

Ruego a todos los dioses que pronto envíe en las postales una fotografía, quisiera ver su rostro, aunque yo no pueda mostrarle

el mío, este cruel destino que me permite vivir a través de las palabras, sin que los sonidos me sean permitidos, por lo menos

no hasta los momentos. Amada Violeta, rompe tus cadenas, y vive, por ti, por Silvestre o por el mismísimo sol, pero no me dejes sin ti. Pensé, entregándome a un momento de locura. Las

cartas de Violeta son tan cortas, que siento que la idealizo, así como ella lo hace con Silvestre, es que acaso ¿Ella se convertirá

en un ídolo para mí? Solo puedo agradecer las palabras que llegan, noche a noche, no importa si todas van dirigidas a otro

ser.

Page 210: Diario de  un silvestrista

POSTAL ROJA

VII

Recostado en mí lecho, veo todo cuanto me rodea, cientos de

libros en completo desorden, mi existencia fuera cruel si ellos no me rodearan. Observo como el centinela de mi encierro, deposita

por debajo de la puerta de hierro las postales enviadas, todos los días a la media noche, llegan con sus hermosas palabras. Me levanto, recojo una a una y las deposito en mi enorme mesa de

trabajo, me siento y el mundo se reduce a letras, frases y oraciones, y frente a este rincón del universo, una ventana con

los barrotes que prohíben mi libertad.

- Si tan solo pudiera ver su rostro. Suspiro pensando en

Violeta y reprendo mis sentimientos de novela.

Intento concentrarme en las postales rojas que no cesan de llegar, y llama mi atención, una letra cursiva y agitada, JESSICA PRADA MERCADO- Colombia, suscribe la misiva. Dos enormes

lágrimas brotan de mis ojos grises, la jovencita me cuenta lo difícil que ha sido su vida, y no puedo evitar llorar por ella, desde

muy pequeña ha tenido problemas en la piel, que incluso, el simple roce del agua, le hace un daño tremendo, ha aprendido a seguir adelante con innumerables ungüentos y ha mejorado a

paso lento y tortuoso. Comenta en sus palabras que cuando tenía seis años, no paraba de llorar al bañarse, hasta que su querida

madre, un día colocó en el baño, un diminuto instrumento musical, una especie de mini radio, en el cual sonaba la voz más dulce del mundo, una canción de cuna muy especial “… a Sara

Maria, Sara Maria, Sara Maria y un acordeón…” el dolor de su piel cedió como por arte de magia, y es así como Jessica se convertía

en la Sara María a la que le cantaba Silvestre Dangond. Entiendo porqué es tan especial para Jessica. Ahora se el nombre completo del hombre tan amado por las escritoras de las postales rojas.

Page 211: Diario de  un silvestrista

POSTAL ROJA

VIII 3ERA CARTA DE VIOLETA

Hoy llega a mis manos la carta más dolorosa que un hombre

pueda recibir, pero no los privaré de ella, en un tonto intento de amor propio. No es algo que pueda merecer la mujer que amo, Violeta ha escrito tal vez la carta más maravillosa de todas las

que he recibido, pero no tengo fuerza para explicarla o comentarla, por eso me limito a ser el transcriptor más fiel que

Ustedes puedan tener.-

A quien pueda interesar.-

Postal Silvestrista/ carta roja. Presente.-

En frente de la casa de múltiples rejas, me encontré de pie, sin

saber en realidad si valdría la pena, pero estaba completamente desesperada. Al día siguiente me iría de Valledupar, para no

regresar jamás. Por tanto, me planté firme como un árbol, atenta a cualquier movimiento dentro de ese hogar. La tarde calurosa transcurrió silente, y permanecí allí siempre con la mirada puesta

en la ventana. Cada cierto tiempo rezaba en susurros, la palabra “Por favor”.

A las seis de la tarde, una mano blanquecina movió la cortina de la ventada que vigilaba, por lo que mi corazón quiso explotar de

alegría por un presentimiento maravilloso. Inmediatamente la puerta de la casa fue abierta. Sin pensar crucé corriendo la calle,

Page 212: Diario de  un silvestrista

él me observaba apiadándose de mi existencia. Para mi asombro se acercó al igual que yo a las rejas que se interpusieron y no

pude abrazarlo. Estaba vestido con ropa de dormir, y su rostro delataba el cansancio de noches enteras; sin embargo, se me antojó el hombre más hermoso del mundo. Me aferré con ambas

manos a las rejas.

El sonrió y vi sus ojos amarillos con tonos verdosos, como quien ve por primera vez la luz del sol.

- Es hora de ir a casa, debes irte a casa. Dijo él.

- Por favor. Fue todo lo que puede articular.

Colocó su hermosa mano sobre la mía en las rejas, su piel fue

suave como la brisa y sentí morir. Observó mi mano, buscó mi muñeca derecha y besó dulcemente. Un temblor de éxtasis me embargó el alma, y quise gritar o correr no estoy segura de ello.

- Debes ir a casa. Insistió él

- ¡Yo soy Violeta! Susurré a punto de llorar.

- ¡Y yo soy Silvestre! Dijo quedamente sin soltar mi mano.

Sentí rodar en ese instante dos gruesas lágrimas por mis mejillas,

estaba desesperada, no sabía como despedirme de él para siempre.

- Violeta debes irte. Dijo en un tono de voz triste.

Nos miramos como si nos conociéramos de otra vida. Quise gritarle que lo amaba tanto, pero el llanto me traicionó y me bloqueó la voz y los pensamientos. Entendí de pronto que debía

irme y que ya había logrado verlo, así que podía decir adiós.

El aferró mi mano y me detuvo, besó nuevamente mi muñeca como si le perteneciera. Se acercó más y más a las rejas de su cautiverio, yo entendiendo lo que sucedería, igualmente me

Page 213: Diario de  un silvestrista

acerqué sin cerrar los ojos, hasta que sentí el frió del hierro en mis mejillas. Cuando cerré mis ojos, sentí su aliento… sus labios.

Allí de pie, sin testigos, me beso, lo bese… nos besamos.

Llena de amor, abrí mis ojos a un mundo distinto, real y doloroso, solté la reja, respiré como si jamás lo hubiera hecho en mi vida, y salí corriendo por la calle por la cual había llegado hasta allí.

Llorando desconsolada le dije adiós para siempre.

Violeta – Valledupar –Colombia.-

Page 214: Diario de  un silvestrista

POSTAL ROJA

IX La libélula roja

Los días transcurren sin que pueda darme cuenta, igual nace el

sol más allá de los barrotes de mi ventana, como los rayos lunares, sin que pueda detenerlos, sin que pueda disfrutarlos.

Despierto, vivo un instante y vuelvo a dormir, es como si el tiempo no existiera y solo importara leer cada carta, cada postal.

Anoche mi centinela arrojó bajo la puerta, una única carta.

Me acerqué con cautela presintiendo que no era nada bueno,

recibir una única postal. Curiosamente el sobre delataba tres

letras, un único nombre “ANA”, y un único símbolo , una

especie de insecto refrendado en tinta roja. Me recosté en el

lecho, sin atreverme a abrirlo, nunca en mi existencia había recibido algo parecido y me dio mal agüero.

La contemplé durante horas hasta que lentamente entré en un letargo, una parte inicial del sueño. Por primera vez me vi

caminando fuera de mi habitación. El sol comenzaba a nacer en aquel lugar, sentí la mirada caliente, como si mis ojos echarán fuego. Contemplé desde lo alto de una enorme montaña el

universo que me rodeaba, los colores de un mundo que curiosamente extrañaba, algo en mi interior me causó un

profundo dolor, un nombre jamás pronunciado vino a mi mente como un relámpago “Julia” y me sentí caer en el abismo infinito de la oscuridad.

Al despertar del sueño, aún sostenía en mis manos la carta de

Ana, tenía lágrimas en los ojos, y me sentía tan confundido, que lancé la carta al suelo, sin atreverme a mirarla ni por un instante más.

Page 215: Diario de  un silvestrista

- ¿Fue un sueño? Pregunté al silencio. ¿Es un recuerdo? Dije alzando la voz, pero no hubo respuesta.

Pensé en Violeta y traté de que su nombre embargara mi existencia y alejara el dolor que me producía el sueño de la

montaña, esto es lo que hacían las silvestristas, y era lo que yo intentaba hacer con mi dolor “Refugiarme”.

Durante horas intenté leer cartas rojas, y no pude, mi pensamiento estaba en la postal que precisamente estaba en el

suelo, decidido a saber de qué se trataba, la busqué, rompí el sello con brusquedad y leí: ¡TE AMO! ¡TE AMO! ¡TE AMO! No había firma, ni nada más.

Durante todo el día, sin poder concentrarme en nada que no fuera

esta postal absurda de Ana, decidí dormir, poco después de que el sol se ocultara, un cansancio infinito se había apoderado de mi alma.

Nuevamente en mis sueños regresé a la montaña, y escuché la

voz de una mujer, me acerqué lentamente, los ojos me ardían intensamente como si hubiera fuego en ellos, y entonces la vi.

Una joven de largos cabellos negros, lanzaba un beso al viento gritando: ¡TE AMO! ¡TE AMO! ¡TE AMO! Comprendí que se trataba

de la mujer que había escrito postal, era indudablemente Ana.

Observé una hermosa libélula roja que se posó en su hombro y

me acerqué sin poder pronunciar palabra alguna. Ana comenzó a caminar como si huyera de mi presencia, y decidí seguirla. A su lado revoloteaba la libélula.

- ¡Cálmate! Murmuró la muchacha.

Quise tocarla, pero no pude, ella al verme me miró aterrada, como si estuviera viendo un monstruo. Intenté calmarla, solo

quería hablar con ella, pero la muchacha rodó sobre la tierra, toqué su brazo para la levantarla y gritó: ¿QUIÉN ES USTED?

¡QUITESE O NO RESPONDO! Volvió a gritar ¡QUITESE! ¡QUITESE!

Page 216: Diario de  un silvestrista

Desperté sudando en la penumbra, me encontraba en mi habitación agitado, no lograba entender semejante sueño.

Permanecí inmóvil en mi lecho y vino a mi mente el insecto rojo que no se separó ni un instante de Ana.

- Lo he visto en otro lugar, pero ¿Dónde? Murmuré a la noche, sin encontrar respuesta alguna.

Page 217: Diario de  un silvestrista

POSTAL ROJA

X

En plena madrugada sin poder dormir, busqué una postal de las

miles que estaban sobre la mesa, y encontré entre ellas, la carta de una joven que dijo llamarse LUZ ACOSTA, no decía de qué

lugar era. Sus palabras eran muy tristes, se encontraba desesperada, según me decía, estaba encerrada bajo llave, sus malévolas tías habían descubierto que estaba enamorada, y no

dudaron en prohibirle ser feliz. Luz insistía en que si no fuera por Silvestre, ella no podría soportar el encierro. Todas las noches

antes de dormir colocaba el único disco que poseía del cantante y memorizaba cada canción para espantar el dolor de los días insoportables.

Podía entender a la joven, estar en contra de tu voluntad lejos de

la persona que amas, como yo me encuentro sin mi amada Violeta, sin saber cómo está, o si es feliz, es algo que ningún ser humano debería vivir. Sentí compasión de ese amor de Luz, y

desee con todas mis fuerzas que las brujas amargadas que decían pregonar ser tías, envejecieran de la noche a la mañana, por

tener corazones tan necios que no admiten el amor de juventud.

La muchacha insiste amar desesperadamente al Joven de ojos

amarillos, con un amor tan fuerte y tan diferente que al de su amado novio, del cual ha sido separada. Termina su carta

diciendo: “Yo te esperaré”.

No puedo dejar de pensar en mi Violeta, y repito tan

extraordinaria frase “Yo te esperaré”. Sé que debe volver a escribir, debe decirme cómo se encuentra su corazón, y a dónde

se ha ido al abandonar Valledupar.

- ¿Dónde estarás Violeta sin mi protección? ¿Somos acaso

como Romeo y Julieta? ¿Somos como Luz Acosta y su

Page 218: Diario de  un silvestrista

amante? Pobres condenados a estar ¿El uno sin el otro? Me pregunté sin saber qué contestarme a mi mismo.

La letra de esta muchacha era realmente triste, se ve que está afectada por ser separada de su amor, pero cómo es posible que

nuevamente Silvestre sea el salvador de la soledad humana de otra joven, me veo obligado a querer escuchar su música, quiero

descubrir que lo hace tan especial para mis amadas escritoras.

Al anochecer entre muchísimas cartas, por fin encontré una de

Violeta, y a su lado una de Ana, no sabía cuál deseaba, si la de mi amada Violeta o la postal de la muchacha de la libélula.

Decidí abrir primero la de Violeta, pero para mi desgracia, su nota en letras rojas solo decía: “SILVESTRE”. Desconsolado abrí la

carta de Ana, y no sé cual fue peor de las dos cartas, porque solo decía “ANA”.

Decepcionado intenté encontrar paz y me fui a dormir.

Page 219: Diario de  un silvestrista

POSTAL ROJA

XI

En sueños vi dormir a Ana, a su alrededor revoloteaba la libélula

roja, me alejé de la casa donde la tenían en la montaña, y repetí su nombre como tratando de no olvidarlo.

- ¡ANA! Y creí escucharme pronunciando su nombre.

De pronto Ana, caminaba hacía mi como hechizada, estaba vestida con una bonita tela blanca, brillaba realmente hermosa

entre la oscuridad, y su libélula la acompañaba a mi encuentro.

Toqué su rostro, me recordaba a alguien, pero no estaba seguro a

quién, allí en plena oscuridad, sería imposible conversar, por eso la tomé de la mano y subimos la montaña, ella no hablaba solo se dejaba llevar. Necesitaba regresar a mi habitación, enseñarle las

cartas que llegaban, tal vez ella podía decirme quién era yo.

Ana se detuvo como despertando de un sueño y comenzó a gritar ¡SUELTAME! ¡SUELTAME! Dijo ella.

- ¡Te necesito Ana! Dije desesperado, los ojos me ardían y me sentía infinitamente solo. Arranqué a correr sin soltar

su mano, quería llevarla a mi habitación con las postales rojas, pasamos entre múltiples matorrales que lastimaron su piel. Me encontraba fuera de mi mismo y no podía

parar, tenía que irse conmigo.

De pronto ella empezó a tararear una canción que me detuvo, era hermosa, era sencillamente hermosa, entendí que era sin duda, una melodía de “Silvestre”, y solté su mano.

Desperté llorando en mi desolada habitación, esa melodía extraña

me hizo recordar que el dolor que sentía era por amor, solo podía

Page 220: Diario de  un silvestrista

pensar en un nombre “Julia” pero nadie con ese nombre había escrito carta alguna.

Maldije mi existencia, maldije no poder recordar, maldije el amor que me quemaba por dentro.

Page 221: Diario de  un silvestrista

POSTAL ROJA

XII “Deseo un beso… un beso de Silvestre”. Nuevamente Ana atormentaba mis días, con sus cartas tan simples, siempre que

recibía una carta de la libélula roja, la mente se me llenaba de dudas.

No entendía por qué me enviaban cartas o postales tan íntimas, y siempre relacionadas con un hombre al cual no conocía, pero por

el cual, mis escritoras morían de amor.

Esa noche soñé que mi alma volaba, transportada de una forma tan real, que podía ver a mis pies una interminable carretera, en mi sueño perseguía a alguien pero no podía saber de quien se

trataba. Al poco tiempo se hizo de noche y me encontré caminando por las calles de un pueblo extraño, el cual no

reconocía. Sentí el peso de los años en mi espíritu, y como los sueños anteriores no soportaba el escozor del fuego en mis ojos. De repente escuché el sonido de lo que me pareció una guitarra,

y murmullos de personas cantando al unísono, una melodía preciosa. En mi hombro se posó una libélula roja con sus alas

trasparentes, alzó su vuelo y se colocó sobre la rodilla de una linda muchacha que cantaba con el resto de las voces. Reconocí a mi escritora, era Ana, tarareando las canciones de su ídolo

“Silvestre”, me sentí enamorado de la melodía y me dediqué a mirarla, y ella no reparó en mi existencia.

Algo me erizó la piel, me sentía observado por alguien. Observé a cada uno de los presentes, hasta que vi a la joven que podía

advertir mi presencia. La muchacha creyendo ver una alucinación, se mordía el labio como si contuviera gritar, que yo estaba allí, no

soporté su mirada de terror, yo la conocía. Cerré mis ojos.

Desperté en mi habitación, convencido de algo. ¡Estos sueños

tienen que ser reales!

Page 222: Diario de  un silvestrista

- ¡Katherine Castaño! Dije. Ella solo envía fotos en sus postales.

Busqué desesperadamente sus cartas revolviendo todo cuanto me rodeaba, pero katherine no aparecía por ningún lago. ¡Pueden

verme! Esto es real.

Page 223: Diario de  un silvestrista

POSTAL ROJA

XIII

Violeta, te necesito. Voy a volverme loco si no escribes. Escribí

mi carta sin saber cómo enviarla, ni cómo hacerme oír. Necesitaba ayuda, la desesperación me consumía, seguían

llegando centenares de postales rojas, pero ninguna era de Violeta.

¿Has muerto Violeta? ¿Estas sufriendo? ¿Dónde estás? ¿Quién te aleja de mi mundo? ¿Por qué te has escondido?

No permitas que nadie te aleje de mi, de la vida misma, sal de ese abismo en el que te encuentras… se fuerte… Vive para mí. Escríbeme.-

Estaba convencido de que lo que estaba haciendo era absurdo, no

tenía cómo hacer llegar la carta, el encierro comenzaba a hacer su trabajo, enfermando mi mente y doblegando mi espíritu.

- Es posible, es posible. Murmuré febril.

Me levanté de mi escritorio; y acercándome lentamente arrojé mi

carta a Violeta, por la ventana de mi prisión, la postal roja voló por los aires, gracias a una ráfaga efímera, para luego

precipitarse al abismo de aquel lugar.

- ¡He perdido el juicio! Dije sollozando, con el rostro entre las

manos. Y las melodías de una guitarra, sonaron en mi mente.

Agradecí a Dios ese recuerdo; y comprendí de corazón, por qué Silvestre con sus melodías, calma almas como la mía.

Page 224: Diario de  un silvestrista

POSTAL ROJA

XIV

Me encontraba leyendo exasperadamente cada una de las

cartas que llegaban a mis manos, la gran mayoría solo portaban frases, lamentos o el nombre del ídolo de mis escritoras, Violeta

manifestaba un silencio abrumador, no recibir noticias de ella me enfermaba.

De pronto me sentí acompañado por primera vez en la habitación, y sentí miedo.

Levanté la mirada esperando lo peor, y me llevé un gran susto, cuando, al lado de la ventana una joven de pie, me observaba

con sus enormes ojos.

Me levanté de un salto y retrocedí unos pasos.

- No temas, no puedo hacerte daño. Dijo la muchacha.

- ¿Cómo entraste? ¿Quién eres? ¿Qué deseas de mí? Pregunté, y mi voz sonó quebrada, a punto de gritar.

- Mi nombre es Teresa. Y su rostro se iluminó con una

hermosa sonrisa.

- Son muy hermosas las cartas que recibes, yo también he

querido escribirte, pero solo los vivos pueden hacerlo.

Hablaba en tono confidencial, y su mirada develó una profunda

tristeza. Se acercó lentamente y se sentó en mi cama.

- ¿A qué te refieres Teresa? Pregunté.

- Que estoy muerta, al igual que tú. ¿No lo sabías?

Page 225: Diario de  un silvestrista

- ¡YO NO ESTOY MUERTO! Grité ¿Cómo se te ocurre atormentarme de esta forma?

- ¿Cómo es posible no comer, ni beber? Preguntó ella ¿Recuerdas cuál es tu nombre? ¿Por qué estas aquí? ¿Por

qué recibes cartas? ¿Por qué estamos solos en estas paredes? ¿Crees que eres el único?

Me arrodillé ante la joven, y destellos incontables vinieron a mi memoria. Julia me abrazaba, decía mi nombre y besaba mis

labios. Yo acariciaba sus largos cabellos rojizos, y el aroma de su piel me calaba el alma. Escuché gritos, sentí dolor. Vi sangre entre mis manos, me quemaban las entrañas. Me dispararon, me

alejaron de Julia.

- ¡Estoy muerto! Dije sollozando.

- Sí, lo que ya te dije, estamos muertos. Dijo Teresa.

- ¿Qué es este lugar? Pregunté desorientado.

- Es un castillo. Dijo tiernamente la muchacha. Por lo que entiendo estaremos aquí hasta que los sentimientos dejen

de atarnos a la vida que teníamos. Ana la escritora de las postales de libélulas rojas, me hizo una promesa y ha cumplió con ella, así que puedo irme en paz, aunque me

duele dejar de recibir sus pensamientos y oraciones.

- ¿Oraciones? ¿Pensamientos? ¿Es lo que recibimos en las postales?

- Sí, así es, por eso tienden a ser muy intimas o confusas, cada escritor es alguien que reza, piensa, murmura, y

tienen que ver con algo de lo que nos mantiene en el castillo, por eso son tantas.

- ¿Cómo lo sabes? Pregunté mirando a Teresa, como la mujer más sabia del mundo.

Page 226: Diario de  un silvestrista

- Lo deduces con el tiempo, entramos en los sueños de esas personas que sentimentalmente aferran nuestras almas a

las suyas, pero en nuestros sueños, podemos estar ante ellos si así lo deseamos, lo triste de todo esto, es que nos ven como espectros o fantasmas.

- Yo he visto a Ana y ella me ha visto, me tiene miedo.

Confesé.

- Es normal, al estar ante las personas que queremos o que

van a ayudarnos a salir del castillo, ellos nos ven con fuego en los ojos, cualquiera puede asustarse, así como tu lo hiciste cuando me viste.

- Siento que los ojos me arden cuando estoy soñando. Dije

lleno de melancolía. ¿Por qué busco a Ana? ¿Por qué mis cartas son de Silvestristas?

- Creo que por eso estoy aquí, antes de irme para siempre del castillo he querido hablarte. Dijo Teresa. Yo soy

silvestrista, y Ana ama intensamente al igual que yo a Silvestre, aunque es solamente un cantante, muchísimas personas nos aferramos a él para salir de tristezas o

depresiones, pero Ana está enamorada de Silvestre, de la misma manera que tu amaste en vida. Por razones que

desconozco, tus sueños te han llevado a ella, yo te vi en la montaña, vi como pretendías en vano traerla al castillo, eso es imposible, por eso te observé de lejos y te seguí

hasta aquí. Creo que algo te une a Ana y todo lo que tenga que ver con ella, a su vez te une al silvestrismo, por eso

recibes sus pensamientos. Y como entenderás todo en el silvestrismo humano, tiene que ver con Silvestre. ¿Entiendes?

- Me llamo Kennel Mathinson. Dije despertando de un

letargo, como si de mis ojos se desprendiera una venda negra.

Page 227: Diario de  un silvestrista

- Bueno Kennel, a quién amas tanto, que no te has ido del Castillo.

- Julia se llama Julia.

- ¿Quién es Violeta? Preguntó Teresa, y sus ojos brillaron iluminándole el rostro. La nombras siempre que duermes, te he visto dormir y soñar.

- Es una silvestrista, no he recibido más sus cartas, y me

resulta doloroso, no saber de ella. ¿Ha muerto?

- Es posible, o tal vez hay algo que no le permite pensar en

Silvestre, lo cual me es difícil de creer. Contestó Teresa. Creo entonces que no solo Julia, no te permite que salgas

de aquí, es posible que tu alma esté empeñada en Violeta, ten cuidado Kennel, podrías quedarte aquí para siempre.

La joven se levantó, caminó hacía mi mesa de trabajo y tocó con un dedo mis cartas, la melancolía en su mirada me rompía el corazón.

- Me duele irme, estoy convencida que a donde voy, no hay

silvestrismo, no sabré nada de ellos. Solamente me esperan dos soles. Murmuró como hablando para si.

- ¡Teresa! Susurré acercándome a ella.

- No te preocupes por mí, estaré bien Kennel.

Teresa, me dio un dulce beso en la mejilla, cerré mis ojos,

tranquilo al entender qué era la muerte. Pensé en mi amada Julia y mi alma se llenó del amor que sentía por ella. Al abrir mis ojos, Teresa se había ido.

Page 228: Diario de  un silvestrista

POSTAL ROJA

XV

Dormí durante días, intentando soñar con Ana, hasta que una

noche pude verla, en mi sueño yo estaba a su lado. Decidí que ella no debía verme, y mi intención de no asustarla, dio resultado.

No obstante me sentí observado. Allí entre Ana y yo, estaba la joven de las postales fotográficas, Katherine. Me observaba muy asustada, guardando silencio por mi presencia, solamente

observándome.

Cuando Ana caminó, la seguí en mi sueño. Lo que vi a continuación me llenó de tanto miedo que desperté en mi habitación del castillo, temblando sin poder controlarme.

Ana se encontraba en un lugar espantoso, que no lograba

comprender, el cielo estaba forrado de mariposas amarillas, y cientos de seres como yo, con los ojos amarillos llenos de fuego, habitaban aquel lugar. Verlos pulular por todo el pueblo, me

oprimió el corazón, jamás pensé que tantas almas pudiéramos no encontrar la paz.

Observé la rendija de la puerta, la carta tan esperada había llegado.

- “Violeta” pensé.-

La letra era diferente, como si le hubiera costado un esfuerzo realmente gigantesco poder escribir aquella frase: “Necesito

ayuda, no se como salir de aquí”.

Sus palabras me golpearon el alma, tal cual como yo creía,

Violeta estaba en peligro. ¿Cómo poder ayudarla? Me sentí desconsolado. Intenté dormir tratando de solo pensar en Violeta,

y esperando que mis sueños me llevaran a ella.

Page 229: Diario de  un silvestrista

POSTAL ROJA

XVI

Soñé durante lo que pareció una eternidad, estaba a la orilla de

un río realmente hermoso, sobrevolaban incesantes, cientos y cientos de mariposas amarillas, y sentí calma en mi corazón.

Cuando observé un claro entre los árboles, encontré a Ana con otras personas a su alrededor. Decidí no acercarme demasiado, y su libélula roja revoloteó hasta llegar a mi rodilla. Se posó en

silencio y contemplé sus maravillosas alas transparentes, su intenso color rojo me recordó la tinta de las postales que recibía

por las noches. Los ojos me ardían intensamente y sentí ganas de llorar. Me recosté entre los árboles y simplemente esperé poder despertarme en mi habitación, pero la espera se hizo

insoportable, y alguien llamó mi atención, era una jovencita que jugaba en la orilla opuesta a la de Ana. La pequeña avanzaba en

el espeso bosque como encantada de alejarse de quienes la rodeaban, decidí seguirla y averiguar que pretendía hacer.

- ¡DANIELA!

- ¡DANIELA!

- ¡DANIELA!

Escuche voces al atardecer, que llamaban insistentemente. Comprendí que buscaban a la joven que caminaba sin detenerse

entre los árboles de aquel lugar. Daniela se sentó sobre una enorme piedra, distraída observaba todo a su alrededor, hasta

que sus ojos repararon en mi, se asustó de tal forma que lanzó a correr “como alma que lleva el diablo” pensé. Fui tras ella, no

había sido mi intención asustarla. Necesitaba la ayuda de Ana, temí que la muchacha se hiciera daño o se perdiera para siempre en ese bosque.

Page 230: Diario de  un silvestrista

- ¡Yo la tengo! Dije una y otra vez, esperanzado de que Ana pudiera oírme.

Seguí a Daniela como si mi alma pudiera desplazarse a la velocidad de la luz, y la pequeña tropezó con las raíces de un

árbol enorme, estaba muy malherida, y no sabía como ayudarla. Me quedé a su lado intentando hacerme oír, pero era imposible.

De pronto a mi espalda, estaba Ana, arrodillada con los ojos cerrados, rogando a su Dios, se veía realmente asustada, quise tocar sus mejillas y secar sus lágrimas.

Ana al abrir sus hermosos ojos gritó llena de rabia: Ella es mía, Daniela es mía. No te la vas a llevar. NO TE TENGO MIEDO. Gritó.

¡DANIELA ES MIA!

No pude soportar su mirada de odio, desperté en la oscuridad de la habitación del castillo.

Page 231: Diario de  un silvestrista

POSTAL ROJA

XVII SILVESTRE

Ana era una mujer de extraordinaria hermosura, la dulzura y

brillo que emanaba de su alma, no se compaginaba con el odio que sentía por mi existencia, no entendía como alguien que no

me quería lo más mínimo, pudiera ayudarme a salir de mi encierro. No pude levantarme de la cama, me sentía derrotado y solo, sin un ápice de interés por leer las postales. Me encerré en

mi mente sin querer saber ni de Julia ni de Violeta, mi mente en un completo abandonó se llenó de oscuridad y dormí

profundamente.

Me tomó por sorpresa encontrarme en una lujosa habitación. La

luz del sol penetraba por un enorme cristal, un hombre se encontraba de pie, contemplado el cielo azul intenso que reinaba

en el exterior de aquel lugar. Quise saber de quien se trataba, por lo que me concentré en no dejarme ver del muchacho. La mirada me ardía, pero en cada sueño me acostumbraba al escozor.

- Esto no es fácil. Murmuró mi acompañante. Me siento agotado de tanta soledad, quisiera caminar por la calle

como lo hacía antes. Comentó en voz alta.

El muchacho de la ventana observó el sitio de la habitación donde me encontraba y sentí miedo de que pudiera verme, no obstante, no advirtió mi presencia. Nostálgico se sentó en el suelo,

recostando su cabeza en la cama, tomó en sus manos una guitarra algo usada, la hizo sonar esplendida, sus notas musicales

eran bucólicas. Reconocí la canción, era la melodía que tarareaba insistentemente Ana. El joven sostuvo su mirada, como quien pretende ver el infinito, y fue entonces cuando lo reconocí.

Page 232: Diario de  un silvestrista

Mis sueños o apariciones en el mundo de los vivos, me habían llevado a Silvestre, podía escuchar su voz, podía sentir la

melancolía que impregnaba a su canto, estaba ante el hombre que mantenía vivas a mis escritoras, el dueño de las postales rojas. Sus ojos amarillos brillaban intensamente y solo vi en él,

un ser de paz, tan normal como cualquier otro, con dolores propios, con sentimientos arraigados en el alma. Me senté sin que

pudiera verme y me entregué absorto a la melodía de su voz.

Pensé en Violeta y su tristeza aunque no entendiera que le

pasaba. Recordé a Teresa. Vi a Ana en mi mente lanzando besos al viento para este hombre. Pensé en todas y cada una de las

muchachas que vivían de sus canciones, y sin querer, murmuré para mí ¿Las amas? ¿Amas a tus fanáticas?

- Sí las amo. Respondió como si me hubiera escuchado, lo cual me puso alerta.

- Sí las silvestristas supieran lo mucho que las amo, si pudiera contarles la forma en que llenan mi vida, cada vez

que veo el brillo en sus ojos, me ponen nervioso. Entendí entonces que hablaba solo, no estaba respondiendo a mi pregunta porque me hubiera escuchado, solamente

pensaba en ellas.

- Uno de estos días encontraré la canción que se los explique. Deseo con el alma que nunca me olviden, que nunca piensen si quiera dejarme. El tiempo no me alcanza

para atenderlas a todas, pero la vida me dará el instante necesario para que entiendan, que yo las amo.

Silvestre se llevó las manos a los ojos, pensar en sus silvestristas hizo brotar del ámbar de sus pupilas, algunas lágrimas.

Cuando desperté en mi habitación me levanté inmediatamente y

continué mi labor, leer a las silvestristas, en sus cartas estaba la respuesta a mi libertad.

Page 233: Diario de  un silvestrista

POSTAL ROJA

XVIII

Esa mañana mi vida, mi muerte o sea por lo que estuviera

pasando en mi alma, cambió para siempre, cuando leí una carta que cayó a mis manos, casi como por arte de magia, las lágrimas

apenas si me dejaron leer, temblaba incontrolable por cada letra escrita. Ahora tenía la certeza de que ella estaba viva.

“Si algún día me pierdo, te enviaré una libélula roja, ella te enseñará el camino hasta mi alma.”

Con amor Julia.-

Recordé, como poseído por un aroma contenido en la postal, a

una muchacha frágil que le gustaba sentarse a la orilla de la Cienaga en búsqueda de libélulas, Julia contemplaba las mansas

aguas, esperando que los aleteos sonaran, anunciando la llegada de las ninfas transformadas. Siempre que la hallaba lejos de casa, me quedaba observándola en silencio, entendiendo la naturaleza

de la mujer que amaba. El sol destellaba en sus largos cabellos rojizos, y la blancura de su piel, me inspiraba a pensar en una

estatua de mármol. Su quietud era el centro de mi universo, la fuerza que alimentaba mi espíritu.

- ¡Julia! Dije acercándome a la orilla de la ciénaga. Cada día encontrarte es más y más difícil, si te llegas a perder, moriré de por tu causa.

- Si algún día me pierdo, te enviaré una libélula roja, ella te

enseñará el camino hasta mi alma. Dijo sin dejar de contemplar el pantano.

Page 234: Diario de  un silvestrista

- ¿Por qué roja? Pregunte sentándome a su lado.

- Si fuera azul. Contestó ella. Sería muy común, y no

entenderías que me he perdido, por toda la ciénaga hay libélulas azules, marrones, incluso verdes. Una vez una

libélula violeta se posó en mi rodilla derecha y pude contemplarla durante horas, nunca me sentí más cerca de

Dios que en esa oportunidad, pero la libélula roja siempre aparece en los días en que más triste me siento, revolotea a mí alrededor y me deja ver que su color brillante e

intenso. Las libélulas rojas son las libélulas de la felicidad eterna Kennel.

Julia tenía una forma especial de decir las cosas, y de hacerlas, solo sabía bordar libélulas a mis pañuelos de lino.

Por complacerla hice traer de Francia, la joya más costosa que podía pagar, recuerdo que la mañana en que llegó el barco de

vapor, yo esperaba ansioso al Capitán Anzola, un gran amigo que me había prometido recoger el obsequio personalmente en su

viaje a Europa.

- ¿Y bien? Pregunté al verlo en el puerto.

- Mi estimado muchacho. Dijo el capitán. El viento ha sido

favorable, la libélula de su esposa ha sido una bendición abordo, como bien dicen, trae buena suerte.

Y con estas palabras entregó en mis manos una caja realmente diminuta, al abrirla contemplé la maravillosa obra de uno de los joyeros más queridos en toda Francia, René Lalique, había creado

un estilo maravilloso en joyería y vidriería, por lo que sostuve en mis manos una hermosa libélula, con formas hibridas, mitad

mujer, mitad libélula, en una cadenita de oro, que aunque no era precisamente roja, tenía la certeza que deslumbraría a mi querida

Julia.

El día que coloqué aquella joya al cuello de Julia, recibí el beso

más dulce del universo, no dijo absolutamente nada, solo la

Page 235: Diario de  un silvestrista

observaba sobre su delicada mano, como si entendiera al autor de semejante alhaja.

Sostuve la postal de Julia entre las manos, y mis recuerdos sobre el pecho, medité sobre las cartas y todo lo que había sucedido en

la habitación en la que me encontraba, comprendí que Julia había logrado enviar la libélula roja, ella había sellado con palabras un

pacto verdadero de amor.

- ¡Te encontraré! Murmuré a la postal, sellando mi promesa.

Page 236: Diario de  un silvestrista

POSTAL ROJA

XIX VIOLETA

Durante horas, mi único pensamiento fue Julia, intenté recordar

mi vida pasada, pero se me escurría como agua entre los dedos. Quise leer alguno de los libros que rodeaban mi vida bajo el

encierro, y cual sería mi sorpresa que al abrirlo, su titulo me resultó familiar, “La vida de Violeta”. Las páginas amarillentas contenían una historia escrita en tinta negra y la letra era

fascinante, reconocí en lo delicado de la escritura a mi amaba escritora, Violeta.

¿Será posible? Me pregunté. Dejé el ejemplar sobre la mesa, y me acerqué a otro libro más pequeño, “La vida de Andrés” y así

fui examinando otras obras, “La vida de Inés”, “La vida de Luisana”, “La vida de Rosario”. Me percaté en ese instante, que

no recordaba la última vez que había leído alguno de los libros de la habitación.

Me acerqué a mi mesa de trabajo, sostuve entre mis manos “La vida de Violeta” y comencé a leer. La obra narraba la vida completa de mi escritora, era una mujer maravillosa, sensible,

que en algún punto del camino perdió su norte, se resignó a una vida triste. Me dolía el pecho al leer lo que allí estaba plasmado,

no lograba entender como alguien podía cargar con tanto amor y tanto dolor simultáneamente. A mitad del diario estaba la historia del beso con su artista, y cada uno de los detalles que abrigó su

corazón.

De pronto cerré el libro, teniendo un presentimiento terrible, como si en esas páginas se encontraba el motivo del silencio de mi amada Violeta.

Page 237: Diario de  un silvestrista

Fue abrasador para mí leer lo que siguió a continuación. Violeta se había ido de Valledupar, se había casado por necesidad

económica y la persona con la que compartía su vida, frecuentemente la maltrataba, física o psicológicamente. Ella se refugiaba en el único recuerdo que le pertenecía por completo “el

beso entre rejas”. No tenía la voluntad de detener a aquel hombre, y eso la llevó a un terrible final.

Mis manos temblaban al sostener su historia entre mis manos, sin duda alguna había un motivo poderoso por el cual ya no recibía

sus postales, me alenté a leer la última página del libro.

“Volví a creer, él juró que jamás volvería a pegarme y

yo le creo, entiendo que todo lo que hace, es por hacer de mí, la mejor esposa del mundo. Tengo miedo, no lo

puedo ocultar, cada día veo en sus ojos la dureza de su corazón, pero lo amo, y prefiero morir antes que dejarlo, nada ni nadie me alejaran del hombre que

amo.”

Allí terminó la ultima página del misterioso libro, a la vuelta del folio, estaba impreso la siguiente posdata: “Violeta murió a la madrugada del solsticio de verano, por la mano del hombre que

amaba.”

El sonido del libro al caer al suelo, fue como un eco dentro de mi alma, ella había muerto, mi amada escritora Violeta, pertenecía a un mundo donde ya no podrían hacerle daño, pero el dolor que

me causó no poder ayudarla, me rompió el corazón.

- Debí sospechar que algo andaba mal. Me dije a mi mismo. Debí enviar miles de cartas y no lo hice, debí advertirle que si tenía la forma de romper sus cadenas debía hacerlo

inmediatamente, debí convencerla, pero estaba distraído, no supe leer sus cartas, mi apoyo fue efímero porque

Violeta ha muerto, sin que yo pudiera hacer nada. Perdóname Violeta, perdóname.

Page 238: Diario de  un silvestrista

Lloré la muerte de mi querida escritora durante noche enteras, lo único que me llenó de tranquilidad, fue el consuelo de sus

postales, porque se llevó a la eternidad, el beso de un buen hombre, el recuerdo del ligero beso de su ídolo.

- La vida a veces no nos permite decir las cosas, y menos la muerte. Murmuré como enloquecido de dolor. Si pudiera

remediar las cosas, te aseguro Violeta que en el libro de tu vida, solo existirían capítulos de dicha y felicidad, pero no pude hacerlo, porque la que tenía la tinta, eras tú mi

pequeña flor.

Pensé en Silvestre, y agradecí a la vida su existencia y

presencia en la vida de mis escritoras de postales rojas.

Page 239: Diario de  un silvestrista

POSTAL ROJA

XX

En mis sueños vi una anciana de profundos ojos grises, ella me

observaba detenidamente desde la puerta de su casita en el agua, mientras me acercaba con Ana y otras dos jóvenes en una

canoa. El sueño me resultaba doloroso, esas aguas sin duda pertenecían a la Cienaga que tanto gustaba a mi amada Julia.

- ¿Quién es Usted? Preguntó la anciana.

- Kennel Mathison. Contesté.

- ¿Qué necesita? Preguntó fríamente la anciana.

- Busco a mi esposa Julia dije en mi sueño. estaba en la huelga de trabajadores bananeros, y no la encuentro.

A mi lado estaba Ana, ella me había tomado de la mano, como si

entendiera mi desesperación por Julia.

- ¿Cómo te llamas muchacha? Preguntó la anciana clavando sus

ojos como el mar, en Ana.

- ¡Ana! Respondió mi acompañante.

- ¿Por qué has venido con Ana? Preguntó la mujer.

- Ella está enamorada de un hombre de ojos dorados. Contesté a la anciana. Ana lo ama de la misma forma que yo amo a Julia,

ella puede ayudarme a encontrarla.

Desperté en mi habitación al murmullo de la voz de Ana: “No sé

quién eres, y no sé cómo ayudarte, pero si está a mi alcance, te devolveré a Julia”.

Page 240: Diario de  un silvestrista

Cada vez los sueños se me antojaban más reales, conocía el corazón de Ana como el mío propio. Su intenso amor por Silvestre

nos hace iguales. Pensé.

- Entiendo tu libélula roja Julia. Murmuré sintiéndome agotado,

como si los años me pesaran, como si ya no pudiera seguir sufriendo ni por un instante más. Ya no podía hacer nada por

Violeta, y mis esperanzas por encontrar a Julia y salir del castillo eran escasas, no entendía por qué se me había condenado a aquella habitación de libros de muertos y postales de vivos.

Las postales rojas se acumularon de tal forma que era imposible, ver lo que fue algún día mi mesa de trabajo, era una montaña de

papel que gritaba un nombre que no me pertenecía y que ahora conocía muy bien “Silvestre”.

- La historia jamás refrendará mi nombre, pero nunca seré olvidado, Ana sabe que existo y mientras ella crea en mí,

seguiré existiendo. Dije, aforrándome a los barrotes de la ventana. Este encierro no podrá conmigo, volverás a mis

brazos Julia, tú y tus besos volverán a mi alma, he encontrado la libélula roja, la de una Silvestrista.

Un ruido seco me hizo soltar los barrotes, la puerta de la habitación por donde entraban las postales, se había abierto de

golpe. Me acerqué lo más despacio que pude, sintiendo un temor indescriptible, no sabía a ciencia cierta, el tiempo que esa puerta me había estado vedada, ni qué me aguardaba al cruzarla.

- ¿Hay alguien allí? Pregunté, sin obtener respuesta alguna.

¿Quién ha abierto la puerta? Murmuré, cruzando el umbral desconocido hasta ese entonces, y solo encontré oscuridad.

Después de algunos pasos, mis ojos se acostumbraron a la penumbra y divisé una salida, algo brillaba a final, y sin saber que

hacer, ni pensar las consecuencias de mis actos, caminé lentamente hacia ella.

Page 241: Diario de  un silvestrista

El olor a salitre me golpeó de pronto y allí estaba ante mi la enorme Cienaga, en ningún lugar en los que estuve en vida o

estaba en muerte, había contemplado un cielo igual, una bóveda distante e infinita, donde la estrellas parecen diminutas bolas de fuego, brillando alrededor de la luna.

- No es un sueño. Dije. Y mi voz sonó clara y franca. No es

un sueño. repetí, subiendo a una canoa que aguardaba afuera, como si llevara toda una vida a la espera de un barquero.

A lo lejos observé en las aguas millones y millones de figuras de luz, en sus ojos brillaba el fuego, que al igual que los míos ardían

dolorosamente. Ningún alma se molestó en saludarme, incluso dudo que percibieran mi presencia. La canoa se movió como si

alguien halara con una cuerda invisible y guarde silencio.

<<Estar muerto, es como estar vivo, solo que entiendes

menos>>. Pensé.

Mi capitán invisible o canoero tímido, me llevó hasta una casita, la misma de mis sueños, donde habitaba una anciana de ojos grises.

- ¡Ven! Dije tratando de llamar a Ana, sabía que en esa casita debía estar ella. Escuché un aleteo intenso, la

libélula roja revoloteaba a mí alrededor confirmando mis sospechas.

- ¡Quiero ayudarte! Dime cómo. Dijo el viento.

Sin entender lo que hacía caminé hacia Ana sobre las aguas,

como veía que podían hacerlo otras almas, y para mi sorpresa, la ciénaga era fría y sólida, por lo que di algunos pasos lentos

hacia la silvestrista. Ella tenía puesto una enorme manta de color azul y los cabellos al viento, la libélula zumbaba con sus alas rápidas y sin detenerse ni por un instante.

Abordé la canoa de Ana y me senté a su lado, los ojos me

ardían, y me sentía abrumado por la tristeza, pero necesitaba hablarle.

Page 242: Diario de  un silvestrista

- ¡Ana! Mi voz sonó quebrada.

- ¿Te llamas Kennel? Preguntó ella con sus enormes ojos

negros como platos.

- Soy Kennel y kennel soy yo. Dije aludiendo la respuesta en algún libro antiguo ¿Ya no tienes miedo?

- No. Respondió con su voz de caramelo.

- Eres mía Ana, te necesito. Dije afligido. Busco a Julia.

Dos enormes lágrimas le recorrieron por las mejillas pálidas. Ana

estaba llorando.

- No sé qué hacer, dime cómo puedo ayudarte. Suplicó la

muchacha.

- Busca a Julia, busca a Julia. Dije y una ráfaga de viento me alejó de Ana.

Que frágil me he vuelto, pensé al encontrarme en el umbral del castillo, caminé un poco y encontré mi habitación. Al entrar, la puerta se cerró de golpe. Siquiera intenté abrirla, me encontraba

agotado, como si el viaje de esa noche hubiera sido extremadamente largo.

Dormí durante tiempos incontables, las cartas atestaban la habitación, y me negaba a saber nada más de los silvestristas,

solo quería leer sobre Ana, ella consumía mi existencia, pero entre tantas postales era imposible conseguir las de ella.

Después de la muerte de Violeta me negué a leer los libros de la habitación y al ignorar las cartas, los recuerdos de mi vida fueron

llegando noche a noche.

Era muy joven cuando me enamoré de Julia, la primera vez que la vi, ella estaba aferrada a las barandas del barco, contemplando a primera hora de la mañana el nacimiento del sol. Su cabello

rojizo me enamoró a primera vista, pero sus ojos claros se

Page 243: Diario de  un silvestrista

clavaron en mí para siempre, eran dos gemas preciosas. Algún tiempo después cuando Julia era mi esposa, aún dudaba del

color, por las mañanas eran verdes clarísimos, por las tardes casi eran grises y por las noches juraría que los ojos de la mujer que amaba eran azules como el mar. Vivíamos felices en una gran

casa cercana a la ciénaga. Julia acostumbraba a dar paseos en busca de libélulas. Hasta que una mañana ella insistió en que no

fuera a trabajar, había una fuerte discusión por los derechos de los trabajadores de las bananeras, pero no pude complacerla, debía asistir y tratar de negociar con los dirigentes de la huelga.

Al llegar a la compañía, los ánimos estaban caldeados, y pronto me vi rodeado de trabajadores que gritaban todo tipo de

reclamos, moviendo más las manos que la boca, un estilo muy propio de los bananeros.

De pronto estábamos rodeados por cientos de funcionarios armados hasta los dientes, y dispuestos a matar al que diera un

paso adelante, grité que se detuvieran, grité con mi alma que bajaran las armas. Pero el eco terrible de una palabra acabó con todos nosotros.

- ¡FUEGO! Y mi sangre intensamente roja fue lo último que

vi, mi último pensamiento fue <<Julia>>.

En mis sueños vi una pequeñita de cabellos dorados, pero no

comprendía quien podría ser, tenía unos brillantes y hermosos ojos amarillos. La niña corría detrás de mariposas, libélulas, ranas y cuanto bicho encontraba en la ciénaga. Su piel era blanquecina

y hasta sus pestañas espesas eran doradas.

Page 244: Diario de  un silvestrista

POSTAL ROJA

XXII EL CASTILLO DE LAS LIBÉLULAS

La mañana en que todo cambió para siempre, observé en la

habitación atestada de postales silvestristas, una postal que marcaba como remitente a SANDY GALEANO, JESSICA PRADA MERCADO, CAROLAY PEÑATE y EILEN CUBIDES WELLMAN,

era un carta muy confusa, en donde todas hablaban atropelladamente, casi sin signos de puntuación, como si la

emoción no les permitiera pensar lo que decían. Su alboroto radicaba en que verían por primera vez a su artista Silvestre Dangond en un concierto. Por lo que me comentaban, llevaban

mucho tiempo esperando una oportunidad como aquella, y aunque los recursos que tenían eran escasos, hicieron

absolutamente de todo, con tal de poder asistir. La letra era cursiva, con tachones y enmendaduras, las grafías plasmadas eran un completo desastre, lo cual explanaba de forma clara y

evidente que estaban locas por una noche de concierto.

<<Debes venir, debes conocer el silvestrismo>>

<< No hay nada que el silvestrismo no pueda curar>>

<<Somos un sentimiento>>

<<El silvestrista sonríe eternamente>>

<<Que se caiga mi casa, que mis padres me corran de ella, que el novio me deje, que hoy nada me importe, solo Silvestre>>

Page 245: Diario de  un silvestrista

Con estas frases por todas partes en la postal roja de estas muchachas, no hice más que reír a carcajadas, y sentí unas ganas

gigantescas de ser silvestrista.

Un estruendo inesperado, me hizo dejar de reír, y me incorporé

violentamente en posición de batalla, mis puños estaban preparados para defenderme si era necesario, el estallido había

sido en la puerta de la habitación, la entrada estaba libre, y un resplandor me dio la certeza de que era libre, el momento de partir había llegado, estaba paralizado sin saber que hacer. Miré a

mí alrededor, sentía que todo cuanto me rodeaba era mío, pero no podía llevarme todas las postales que no había leído, tenía que

irme, pero me negaba a abandonarlo todo, así que miré por ultima vez las cartas desparramadas por el piso, sobre la cama, en la mesa de trabajo que ahora era una montaña inerte de

postales, los estantes con libros de quienes ya han muerto, hasta que en un rincón apartado de la habitación pude ver lo que

buscaba.

Me acerqué, tomé la carta y la metí entre mis ropas, incluir

además en mis bolsillos mi diminuto diario de Postales Rojas, y salí corriendo de la habitación, corrí y corrí por un pasillo sin fin,

todo estaba iluminado a mi derecha y a mi izquierda, arriba y abajo, todo era luz, la luz de la libertad.

Cuando sentí que ya no podía más, dos enormes puertas ovaladas crujieron al abrirse con el chirrido más estrepitoso del mundo, como si necesitaran litros de aceite para dejar de sonar.

La luz del exterior me cegó, cubrí mis ojos con las manos y avancé a ciegas. A mi espalda sonó nuevamente el crujido de las

puertas que esta vez se cerraban.

El canto de un pajarito me sacó de mi asombro, percibí el

maravilloso sonido de más aves silbando divertidas y alegres. Al abrir mis ojos, di media vuelta para contemplar por única vez el

lugar, donde había permanecido por años sin fin.

Un castillo de muros grises y rústicos, estaba ante mí, las puertas

eran de madera y en ellas se encontraban talladas a cada lado,

Page 246: Diario de  un silvestrista

enormes libélulas blancas, como Ángeles custodios del más grande tesoro de la humanidad. Di un paso atrás y al levantar la

vista, sentí vértigo, el Castillo poseía miles y millones de ventanas con barrotes como la que había en mi habitación. Mi corazón latía tan apresuradamente, que me parecía imposible no estar vivo.

Estaba hipnotizado, los ojos de las libélulas que se erguían en las

puertas del castillo, tenían ojos de diamantes, enormes y brillantes. Levanté una mano intentando inútilmente tocarlos, y el castillo de las libélulas, a donde llegan todos nuestros

pensamientos en forma de postales y cartas, desapareció de mi vista, para toda la eternidad.

Page 247: Diario de  un silvestrista

EL SILVESTRISMO

Caminé durante lo que me pareció todo un día, hasta que llegué

a un pueblito pintoresco al anochecer, las luces y un ruido estridente, guiaron mis pasos hasta un lugar donde no cabía un alma, muchachas muy jóvenes, hombres en edad adulta, e

incluso niños y ancianos, todos conglomerados en un solo lugar. La multitud vestía ropas del color de las postales, no podía creer

que había llegado hasta un lugar repleto de silvestristas.

Todos reían entregados a la felicidad, me oculté por si alguna de

las muchachas allí presentes podía verme, el ardor en la mirada se había mitigado, pero aún los sentía latir acalorados. Absorto

ante aquel bullicio, observé a unas jóvenes que hablaban consumidas por la dicha, sus conversaciones eran tan rápidas, que incluso gritaban de emoción, entendí que eran las escritoras

de la última postal que leí en el castillo de las libélulas.

En un instante la claridad del lugar se llenó de penumbras, y las personas, gritaron al unísono, un nombre tres veces.

¡SILVESTRE!

¡SILVESTRE!

¡SILVESTRE!

El sonido que explotó en mis oídos, y la luz me lastimó la vista, me acurruqué asustado sin saber que era lo que sucedía.

Apareció ante todos, el joven de ojos dorados. Jamás llegué a pensar, que un ser humano pudiera moverse de tal forma y

menos que una multitud entera pudiera moverse del mismo modo.

Page 248: Diario de  un silvestrista

Poco a poco me acostumbré a los sonidos, y pude apreciar la voz del cantante. Las muchachas lloraban, gritaban y brillaban con luz

propia. En ese lugar solo existía la llamada “felicidad silvestrista”, de la que tanto hablaban las escritoras de postales rojas.

La melodía se transformó en un hermoso canto, la armonía que emanaba del acordeón, algo diferente a los instrumentos

holandeses que yo conocía, desprendía sonidos profundos.

- Te amaré, te cuidaré y estaré contigo hasta que Dios me lo

permita. Dijo Silvestre, y agradecí sus palabras, pensé en Julia y quise hacer esa promesa: “te amaré, te cuidaré y estaré contigo hasta que Dios me lo permita”. Murmuré.

Sentía algo dentro de mi camisa y al recordarlo, busqué la postal

con la cual me había quedado. Vi resplandecer en el sobre la libélula roja, al abrirla, había un gran escrito que me conmovió el alma, la doblé y prometí hacerla llegar a las manos que sabrían

apreciar aquellas palabras, que no podían morir en una hoja de papel.

La multitud coreó todas y cada una de las canciones del joven Silvestre, y una resonó en mi mente como el eco de una

revelación, “Ayúdame a escribir un nuevo libro, que ese libro se llame Aquí murió un amor”. A diferencia de la melodía

anterior, esta canción me entristeció el alma porque pensé en mi amada y perdida Violeta. Comprendí porqué los silvestristas estaban tan arraigados a Silvestre, sus canciones estaban

íntimamente relacionadas a sus sentimientos y vivencias. Fue maravilloso, verlos bailar, y gritar frases a su artista, era una

especie de entrega de postal roja directa.

Decidí que debía continuar mi viaje, así que dejé a Silvestre con

la gente que tanto lo amaba y tomé nuevamente camino a no sé qué lugar del mundo, a donde me llevaban mis propios pasos, ya

conocía el silvestrismo, ahora debía conocer mi destino en las manos de Ana, una silvestrista.

Page 249: Diario de  un silvestrista

Caminé durante días, sintiéndome solo y perdido en el mundo, hasta que por cosas del destino, me encontré en una ciudad que

me resultó familiar, en ella vi al joven cantante, rodeado de admiradores, firmando hojas en blanco y dando besos a cada muchacha a su alrededor. Aguardé hasta que abandonaron el

lugar y lo seguí hasta una enorme casa en la cual entré sin mayor dificultad, él conversaba alegremente con otro joven, y sin

prestar atención a su conversación, me acerqué y dejé en uno de los bolsillos de su ropa, la postal de la libélula roja.

Abandoné inmediatamente el lugar y continué mi camino, sentía que había cumplido mi promesa de hacer llegar la última postal

roja y mi diario personal, entregándome al destino.

Page 250: Diario de  un silvestrista

EL ENCUENTRO

Mis pasos me llevaron al lugar más maravilloso del universo,

ante mi estaba la inmensidad del Mar Caribe, sus aguas me habían fascinado toda mi vida. El romper de las olas era mi

sonido favorito, volver a ver el mar aunque fuera por última vez, ensanchó dentro de mí ser, una especie de felicidad.

El atardecer se vino encima y llegué hasta una casita solitaria de madera, en ella, había una anciana y Ana estaba con ella. A su alrededor volaba inquieta la espléndida libélula Roja.

- ¡Hola soy Ana! Dijo la muchacha amablemente ¿Vive solita

en esta playa? Preguntó.

- Hace muchos años, me he sentado en este mismo lugar, a

esperar que él llegue. Dijo la viejecita con un hilillo de voz.

- ¿Te llamas Ana? Preguntó la anciana.

- Si mi bebé no hubiera muerto se llamaría Ana. Contestó la

mujer. Es el nombre que le puse cuando nació. Pero Dios se la llevó y ya no la llamé Ana.

Se me antojó triste la historia de la anciana, pero curiosamente Ana no notaba mi presencia, los ojos me ardían produciéndome

un intenso dolor, pero permanecí allí de pie ante ellas.

- ¡Lo lamento mucho! Dijo Ana.

- Mi bebé tuvo mucha fiebre, apenas si tenía 4 añitos cuando murió. Vivo aquí desde hace mucho tiempo. Por las tardes

intento ver a mis seres queridos que ya han muerto, pero nunca acuden a mi llamado. Algún día vendrán, y aquí

estaré esperando siempre. Ni policías ni monjas han logrado que me vaya de mi casa.

Page 251: Diario de  un silvestrista

Ana tomó sus manos y le brindó una hermosa sonrisa, como tratando de explicar que la entendía perfectamente.

- ¡Ahora tienes una amiga que se llama Ana! Y tú ¿Cómo te llamas? Preguntó la joven.

- ¡Julia! Dijo la Anciana y cerró sus ojos. La libélula abandonó el hombro de Ana y se poso en mis manos.

¡Julia! Su nombre me llenó el alma, y de pronto como si se tratara de un sueño, la viejita cambió sus cabellos blancos

por preciosos cabellos rojizos, ante mí, la mujer que tanto amaba.

La libélula revoloteó y se posó en el hombro de julia, ambas brillaban con luz propia, y mis ojos dejaron de arder.

- Me has encontrado Kennel. Ella sonrió llenando mi vida de plena felicidad.

- La libélula me ha guiado. Contesté como si la vida y la muerte tuvieran pleno sentido.

La niña de cabellos dorados con la que había comenzado a soñar

por las noches apareció de pronto. Los rayos del sol penetraron en cada uno de sus cabellos, y sentí ganas de llorar.

- ¿Mamá? ¿Papá? Preguntó como despertando de un sueño.

Recordé a Julia con el vientre hinchado. Acudió a mi memoria la vida que había perdido, mi Julia, mi pequeña Ana, las bananeras, el calor de la Cienaga, las libélulas de Julia, la cuna de la niña,

completamente dormida, el día que me despedí de su madre, el mismo día en que morí en las bananeras.

¡Gracias Ana! Dijo Julia y un camino brillante se abrió paso.

- Vamos a casa, dijo la niña. Con la voz más hermosa que jamás pude escuchar.

Page 252: Diario de  un silvestrista

Tomé entre mis manos a mi hija y a mi esposa, y dejé las postales rojas, el castillo de las libélulas y a Ana la Silvestrista, y

entregué mi alma a la felicidad que me aguardaba por toda la eternidad.

Instantáneamente vino a mi mente una melodía, “ay amor, amor, amor, amor, amor de mi alma”. Sonreí entendiendo el

silvestrismo y a mi amadas escritoras.

FIN.-

Page 253: Diario de  un silvestrista

“El amor se acaba… el amor muere, el amor se va”. Mathias.-

Page 254: Diario de  un silvestrista

DIARIO DE UN SILVESTRISTA III

SILVESTRE DANGOND

Page 255: Diario de  un silvestrista

MARLYN BECERRA BERDUGO

“Yo el silvestrista fiel al Batallón, juro por mi bandera roja, defender el silvestrismo de la oposición, de los incrédulos e

incluso de mis padres. No existirá el descanso hasta tanto no haya asistido a un lanzamiento. Honraré mi bandera roja día a

día, y a ella deberé mi fidelidad. Prometo ante Ustedes ser el mejor fan que pueda tener Silvestre Dangond, y no habrá novio o novia que me aleje del Batallón”.

Juramento Silvestrista

Page 256: Diario de  un silvestrista

EL DECÁLOGO DEL SILVESTRISTA

1º Honraré día a día la bandera roja del silvestrismo, a ella deberé

mi lealtad, alegría y sueños.

2º No existe tristeza, amargura, dolor, despecho, aburrimiento,

miedo, depresión, o desamor que no encuentre cura en el

silvestrismo. No hay nada que el silvestrismo no pueda curar.

3 Dedicaré “constancia, paciencia y corazón” a mis ilusiones; y no

habrá nada que no pueda lograr. Es mi deber, perseguir mis

sueños, jamás deberé darme por vencido.

4º Es mi deber ser alegre, soñador, solidario, paciente y tolerante.

5º Amo a mis hermanos silvestristas, quienes en todo momento

están a mi lado, con su mejor sonrisa y bajo ningún concepto, me

ha de dejar solo. No hay nada que el silvestrismo no pueda

solucionar.

6º Entregaré lo mejor de mí al club o batallón silvestrista al que

pertenezco. Cuando se sueña en grupo, no hay nada que pueda

detenerte.

7º Seré tolerante con aquellas personas que no entienden el

silvestrismo. No me desgastaré, eso es lo que precisamente desea

hacer la oposición. Que nada perturbe mi alegría.

8º Que no exista el descanso, hasta tanto no haya asistido a un

lanzamiento de Silvestre Dangond.

9º Pase lo que pase, permaneceré firme a Silvestre Dangond,

porque yo soy silvestrista y mi corazón late al mismo ritmo que el

del silvestrismo.

10º Que el silvestrismo encuentre en mí, al más grande de todos

los fan de Silvestre Dangond.

Amaré por siempre al silvestrismo del alma.

Page 257: Diario de  un silvestrista

SILVESTRE DANGOND

En una habitación a media luz, un muchacho de mirada cansada

tendía su cuerpo adolorido a la suavidad de la cama, las sábanas blancas, le daban la sensación de alivio que necesitaba después

de cada concierto.

- Hay noches en que la soledad me parece más pesada que de costumbre. Murmuró el joven.

Se movió algunos milímetros, intentando conciliar el sueño, que aún no decidía acudir, a pesar del cansancio infinito que sentía

después del escenario.

- El insomnio regresa, siempre que necesito descansar.

Comentó incorporándose de inmediato. En la cama estaba su chaqueta azul de viajes, un sobre asomaba en un

bolsillo.

- ¿Es una carta? Se preguntó, tomando la chaqueta en sus

manos.

El joven observó detenidamente el sobre blanco, con una

impresionante libélula roja dibujada a modo de sello, lo abrió intentando no romper su contenido, y una hoja roja cayó sobre su

regazo.

- Sí, es una carta. Susurró el muchacho. Se acostó sobre las

blancas almohadas del hotel, acercándose a la única lámpara encendida para poder leer su contenido.

Page 258: Diario de  un silvestrista

A quien pueda interesar.-

Postal Silvestrista/ Carta roja. Presente.-

Entregar el corazón a un diario, a una carta o a una postal, esperando que el

viento la lleve a su destinatario, es como permitir que los pensamientos nos

golpeen por las noches, creyendo que imaginando un beso tuyo, se hará

realidad, si lo medito todas las noches de mi vida.

¿Te sientes solo?

Espero que no, porque tu sonrisa me acompaña en medio de la oscuridad, y

tu voz guía mis tristezas, tan lejos como le es posible.

Noche a noche entrego mi deseo a un amuleto pequeñito, una especie de

muñeco de trapo con ojos de botón, que me obsequió una dulce niña que me

dijo que te amaba.

Comparto mis días al lado de cientos de silvestristas que envían sus

pensamientos a través de las redes que nos unen en estos tiempos modernos,

de la misma forma en que antiguamente las personas se escribían cartas o

postales, para enamorarse, para sentirse cerca o simplemente para anunciar

que estaban bien a sus seres queridos.

Bajo ningún concepto, deseo dejar de vivir en ese mundo real, y por eso creo

que mis cartas para ti, son la esencia misma de mi amor. Eres el amor

idealizado, sencillo e irreal que vive cada fan, pero ¿De qué sirve decir te amo,

si no te he escrito una postal?

Tal vez nunca las leas, tal vez nunca nadie pueda saber lo que siento por ti,

cómo te has convertido en la fuente de mis alegrías, y eso prácticamente no

tiene importancia, y es porque al poder compartir con los silvestristas, ese

amor que arrojo al viento, me es correspondido en las alegrías y lágrimas de

quienes al igual que yo, te aman.

Es posible que algún día no muy lejano, escriba un diario, donde pueda contar,

el maravilloso ser que habita tras los ojos amarillos que un día pude tener tan

cerca.

Que mi alma siempre encuentre la forma de hacerte llegar mi existencia, que

la vida me permita encontrar la libélula roja que nos señale el camino de la

felicidad, como alguien alguna vez susurró a mi oído.

Page 259: Diario de  un silvestrista

Ana sigue la libélula roja que tienes en el corazón.

Simplemente tuya, Ana.-

El joven leyó pausadamente cada frase, sentía la necesidad de

que la carta no concluyera, que esas palabras de una

desconocida, llenaran un poco más la noche.

- Sí Ana, me siento solo. Murmuró a forma de respuesta a la

pregunta en la misiva. Dentro de la chaqueta y sin saber

cómo un pequeño cuaderno permanecía inmóvil. ¿Será de

Ana? Preguntó el joven. El sueño no llegaba a tiempo como

de costumbre y decidió leer un poco más, para su sorpresa,

el libro lo mencionaba.

A quien logre llegar

Este mensaje no tiene destinatario, ni dirección; incluso no estoy seguro de

que alguna vez pueda enviarlo. Me es urgente escribirlo, porque la soledad y el

encierro son dos amigos a las cuales les escondo mis verdaderas intenciones.

No daré detalles del lugar donde me encuentro, no daré motivos para que

quieras venir a buscarme. Es urgente que te exprese en secreto lo que nadie

más puede entender. La historia jamás refrendará mi nombre, pero te

aseguro, que nunca seré olvidado.

Recuerdo que era el mes de abril, cuando recibí mi primera postal, una mujer

muy joven, con dos pequeños que alimentar, me decía en su misiva, que hizo

todo lo que estuvo a su alcance por un sueño, y que; sin embargo, los escasos

recursos y el trabajo de domestica la habían confinado a solo poder ver en la

pantalla de un televisor, su gran sueño. ¿Qué será un televisor? No puedo

recordarlo.

Page 260: Diario de  un silvestrista

Su historia me resultó interesante, por eso leí la carta adjunta a la postal. La

letra de la joven era casi al aire, por lo que entendí que, había escrito

apresuradamente las palabras. Lo curioso de la postal y la carta en si, es que

la tinta con la que fueron escritas, era roja. Regularmente las personas me

escriben en tinta azul o negra, pero jamás en rojo. No entendía cuál era su

inconveniente, y hasta me pareció absurdo, que hubiera pedido dinero

prestado en su trabajo por lo que llamaba “el concierto de su vida”. No

obstante, me dejó un sabor amargo en la boca, cuando me confesó que no

pudo asistir a donde anhelaba ir, porque su hermano menor enfermó y el

dinero se necesitó para el pequeño.

De cada tres frases, dos eran lamentaciones, por lo que comprendí, que

realmente estaba afectada por su sueño irrealizable.

La madre soltera, repetía constantemente un nombre, una persona sobre la

cual jamás había leído. Creo recordar que diecisiete veces escribió “Silvestre”,

apenas en dos pequeñas páginas. En mi encierro agradecía tener noticias del

mundo, aunque se tratara de un nombre desconocido, los sentimientos de la

muchacha me hicieron compañía durante muchas horas.

Releí sus lamentaciones, y descubrí al final de su carta un acento de

esperanza. Firmó su postal con el nombre de María Contreras Vergara. Sucre -

Colombia.

Estando incomunicado, y solo queriendo recibir las postales que a bien

quisieran enviar, en ese entonces, quise analizar por qué María estaba tan

triste al no ir a un concierto. Los artistas ciertamente pueden enardecer a una

multitud, existen las más incontables historias de fanáticos que han dejado su

huella en la historia universal. Hay personas que gastan fortunas como

coleccionistas de un pintor, o un escritor, lo cual me parece normal, yo hice lo

imposible por conseguir una gema de Lalique alguna vez, pero el hecho de que

una mujer, que tiene la responsabilidad día a día de luchar por un mundo

mejor para sus hijos, cómo puede entonces verse relacionada con un

cantante. Creo que tal vez la joven, encuentra en la música de esa persona,

algo que no encontró ni encuentra, en alguna otra parte, de lo contrario no

tendría sentido su nostalgia, porque en definitiva, al concierto no logró asistir,

pero insiste en que tarde o temprano podrá ver frente a frente a quien llama

“Silvestre”.

Por cosas de la vida, en este aislamiento total al cual he sido sometido, desde

ese día siguen llegando postales rojas, y es así, como iré uniendo el

Page 261: Diario de  un silvestrista

rompecabezas que empezó con la simple carta de una muchacha en una

tierra remota y distante.

Silvestre leyó hasta el amanecer las páginas de aquel extraño

cuaderno o diario personal. Se sintió muy confundido.

Continuó leyendo, las páginas enigmáticas de tantas historias.

Pensé en Violeta y su tristeza aunque no entendiera que le pasaba. Recordé a

Teresa. Vi a Ana en mi mente lanzando besos al viento para este hombre.

Pensé en todas y cada una de las muchachas que vivían de sus canciones, y

sin querer, murmuré para mí ¿Las amas? ¿Amas a tus fanáticas?

- Sí las amo. Respondió como si me hubiera escuchado, lo cual me puso

alerta.

- Sí las silvestristas supieran lo mucho que las amo, si pudiera contarles

la forma en que llenan mi vida, cada vez que veo el brillo en sus ojos,

me ponen nervioso. Entendí entonces que hablaba solo, no estaba

respondiendo a mi pregunta no porque me hubiera escuchado,

solamente pensaba en ellas.

- Uno de estos días encontraré la canción que se los explique. Deseo

con el alma que nunca me olviden, que nunca piensen si quiera

dejarme. El tiempo no me alcanza para atenderlas a todas, pero la vida

me dará el instante necesario para que entiendan, que yo las amo.

Silvestre se llevó las manos a los ojos, pensar en sus silvestristas hizo

brotar del ámbar de sus pupilas, algunas lágrimas.

El joven recordó haber dicho exactamente cada palabra de las escritas en el diario, lo arrojó al suelo, como espantando sus temores.

- ¿Qué clase de broma es esta? No voy a seguir leyendo,

esto es una locura.

Page 262: Diario de  un silvestrista

Intentó dormir, pero las palabras del libro zumbaban en su mente y se quedó dormido, pensando en un nombre.

- Ana.-

Pasaron algunos meses después de aquella noche, Silvestre no se atrevió a deshacerse del diario, pero tampoco quiso leerlo, ni comentarle a nadie sobre su existencia, estaba completamente

dedicado al lanzamiento de su próxima producción discográfica, ultimando detalles. Sus días transcurrían como por arte de magia,

absorto en todo lo que deseaba para La Novena Batalla.

Una noche cuando todo estuvo en su punto y el joven pudo

respirar el olor dulce del Valle, sin que lo atormentaran con detalles, recordó el libro.

-¿Es posible? ¿Será la misma Ana? ¿La de zapatos rojos? ¿La del vestido rojo? Las preguntas se acumularon unas encima de otras

dentro de su cabeza. Recordó las mejillas sonrosadas de la joven fan, sus enormes ojos negros, y sintió curiosidad.

- Es simplemente un libro, y así voy a leerlo. Cuando buscó entre sus cosas, no logró encontrarlo. ¿Dónde lo pusiste? Piensa,

recuerda.

Asistió a varios compromisos con la disquera los siguientes días,

previo al magno concierto, pero no dejaba de pensar en la historia del diario, quería descubrir si se trataba de la misma Ana.

La noche anterior al lanzamiento, los sueños hicieron lo que se les vino en gana en la mente de Silvestre. Una joven gritaba su

nombre insistentemente, sus cabellos negros como la noche, se movían como si estuviera dentro del mar, era la Ana que él

conocía, una admiradora de su trabajo como cantante, que poseía un brillo especial en la mirada. Quiso tocarla y no pudo, trató de acercarse a la joven y una especie de cristal lo impidió.

- Ana soy yo, Silvestre ¿Puedes verme? Intentó decir, pero

su garganta no emitió sonido alguno.

Page 263: Diario de  un silvestrista

Cuando despertó, intentó recordar el lugar en el que había guardado el libro, pero su mente estaba llena de información, su

trabajo le consumía cada rincón del cuerpo y su alma permanecía silenciosa.

El stress que vivió ese día fue agotador, la lluvia incesante no le permitía salir a escena, se llenó de ansiedad, y se entregó al

destino. De vez en cuando observaba a la multitud, desde una ventana de la cual, no podían verlo.

- Es increíble, el mundo se viene encima y ellos permanecen allí, esperándome. Pensó Silvestre.

- Silvestre, ya está escampando, le dijo por fin uno de sus grandes amigos, y la sonrisa en ese rostro tan familiar, lo

llenó de fuerzas.

Desbordó todo su ser al público, cantó lleno de alegría por

tenerlos. Para él no había un instante que lo llenará más en su vida profesional, que escuchar a miles y miles de personas,

cantando sus canciones al unísono.

- Mil rostros, mil historias. Pensó mirando el lleno total del

Parque de la Leyenda Vallenata. El joven que cantaba con todo su ser, era feliz.

De pronto le pareció ver un rostro familiar entre la multitud, creyó ver a Ana y le lanzó un beso. ¡Ana! murmuró. Pero no había

tiempo para ella y su historia, la función debía continuar.

Cuando el concierto estaba por terminar, la buscó nuevamente

con la mirada entre la multitud y ya no pudo verla. Al finalizar su presentación y al recibir la ovación del público, dos lágrimas

rodaron por sus mejillas, no podía pedir nada más, que el cariño de la gente. Al bajar de la tarima, lo esperaban familiares y amigos. Todos lo felicitaban por su éxito, él estaba absorto en sus

pensamientos, pero agradecía el apoyo inigualable de cuantos lo rodeaban.

Page 264: Diario de  un silvestrista

- Debemos irnos Silvestre. Dijo uno de sus guardaespaldas. Así que lo condujeron por un largo pasillo, entró en su camerino,

apenas tenía tiempo de cambiarse la ropa sudada y tomar agua, ya descansaría en el avión, debía dirigirse inmediatamente al aeropuerto. Tomó su bolso de viaje y salió al pasillo, cuando de

pronto alguien lo derribó de un fuerte golpe. Rodaron por el piso, Silvestre sintió encima de su cuerpo, un alma que le era conocida.

- Discúlpeme señor. Dijo la muchacha. Lo siento, perdóneme, perdóneme. Sollozaba con los ojos fuertemente apretados.

- ¿Ana? Por Dios me has asustado. Dijo Silvestre, que no salía de su asombro.

- No, no, no, no por favor, suélteme, tengo que hablar con

él, suélteme, suélteme. Dijo llorando Ana.

- Déjala en paz. Dijo Silvestre levantándose del suelo. Yo la

conozco. Yo me hago cargo. Todo está bien. Insistió a su personal.

- ¿Por qué lloras bonita? Preguntó Silvestre.

- Necesito… yo necesito, yo, yo.

No podía hablar, no dejaba de llorar.

- Déjennos solos muchachos. Dijo y sus hombres se

alejaron.

- ¿Qué pasa Ana? Prometiste ser más cuidadosa y esto no es

precisamente lo que tenía en mente. No llores por favor, no me gusta verte llorar, así no se ven tus bonitos ojos negros. ¿Qué puedo hacer por ti? Preguntó.

Sus ojos negros, como en el sueño. Pensó Silvestre. ¿Será posible

que seas la Ana del libro? ¿Eres tú mi Ana? Silvestre pensó en la carta de la libélula roja y sonrió, queriendo creer que se trataba de la misma persona. Sin pensar en lo que hacia, Silvestre se

acercó lentamente. Ella tocó su pecho. Esta temblando. Pensó él.

Page 265: Diario de  un silvestrista

Y la besó.

Después de sentir sus labios se sonrieron mutuamente. Silvestre

vio a Ana por un momento nada más, el personal que lo custodiaba lo sacó de allí al instante. De pronto, todo fue

confusión, los escoltas trataban de contener a cientos de silvestristas que habían pasado por encima de la seguridad del

evento.

Trató de concentrarse en el viaje, pero no pudo, la fan a la que

había besado, insistía en permanecer en su mente.

- Si te hago una canción, tal vez me dejes en paz. Dijo

sonriendo a la vez que se tocaba los labios.

- ¿Qué dices? Preguntó alguien dentro del vehiculo.

- Nada, no me hagan caso.

- Lo que faltaba Silvestre, esto está lleno. Los silvestritas deben tener radares, ya sabían que veníamos al

aeropuerto.

Los encargados de proteger al artista echaron mano de los anillos de seguridad propios para cada evento, de manera que Silvestre no fuera molestado y pudiera abordar el avión. Los silvestritas

lograron verlo a través de unos ventanales que daban a la calle, y él decidió acercarse para despedirse, antes de tomar su vuelo

privado.

Gritaban todos gritaban.

Unas manos blanquecinas se pegaron al enorme cristal, una pared de vidrio, los separaba como en su sueño, él se acercó y

contempló esos enormes ojos negros. Todas las chicas gritaban su nombre. Miró a Ana con tristeza, Silvestre sabía que no era un

sueño, que en la vida real, él era el artista asediado por el público que lo amaba, por su “SILVESTRISMO DEL ALMA” y ella estaba

del otro lado del cristal, como la fan que era. Lentamente se llevó los dedos a la boca, tocó sus labios recordando el beso.

Page 266: Diario de  un silvestrista

Sonrió sin dejar de verla a los ojos, y ella hizo lo mismo.

- ¡Adiós cenicienta! Pensó él.

Page 267: Diario de  un silvestrista

PICHICHO

- Un hombre tiene que hacer, lo que se necesita que haga, ni

más ni menos. Dijo el muchacho apretando los puños, en el

mismo instante que cruzaba la frontera de Venezuela y Colombia. De sus ojos enrojecidos brotaron las últimas las últimas lágrimas, al recordar a la princesa de sus sueños.

Se encaminó decididamente por el puente fronterizo que conecta

a ambos países, un mar de rostros pasaron a su lado, nadie notaba su corazón roto, no tenían tiempo para el dolor ajeno, porque cargaban con sus propios dolores humanos. Ajustó su

gorra tricolor, secó sus lágrimas y con los puños, golpeó dos veces seguidas su pecho entristecido, invocando los mejores

recuerdos de un silvestrismo que cuidaría de su corazón en los tiempos difíciles.

No hay nada que el silvestrismo no pueda arreglar. Murmuró, cuando abordó sin mirar atrás, la buseta del Terminal,

su decisión estaba tomada, Colombia era el nuevo sueño americano.

- Bueno Pichicho, aquí vamos. Se dijo así mismo. Apenas contaba con 35.000 pesos para llegar a Bucaramanga, era

todo cuanto tenía, así que al pagar el pasaje, en su cartera solo quedaban algunas monedas, su Cédula Venezolana y los ojitos de una hermosa niña lo observaron desde una

fotografía.

- Mi chiquita, papá regresará pronto. Dijo Pichicho, sintiendo

el vacío más grande que un hombre pueda albergar dentro de un corazón. Papá va a trabajar. Pensó.

Una melodía lo inundó todo, incluso su corazón vació, nadie podía lograr semejante efecto, solo una persona.

Page 268: Diario de  un silvestrista

- Silvestre siempre aparece, cuando uno no sabe para donde agarrar. Dijo el Joven y se entregó a la acompasada

melodía que hacía sentir la necesidad de dar gracias por todo cuanto se poseía en la vida.

A través del cristal, el muchacho pudo contemplar por primera vez las montañas de una tierra con la que había soñado

despierto, se aventuraba no solo a buscar más ingresos para su hogar, iba detrás de mil sueños, uno de ellos, era respirar el olor del valle del Cacique Upar.

- Dicen que los árboles susurran canciones al amanecer en Valledupar, ¿Será verdad? Se preguntó. Y una sonrisa tímida le

iluminó el rostro pálido.

Page 269: Diario de  un silvestrista

PEREZ CARRANZA

Un joven delgado y de rostro encantador, llevaba una mochila a

cuestas, tal cual como la noche en que su vida cambió, la única

diferencia para él era que sus zapatos eran de colores y nuevos, los roídos zapatos grises, eran cosa del pasado, no obstante él seguía siendo el mismo.

- Empacar y desempacar, estar a tiempo, tomar el vuelo,

tomar el bus, llegar a tiempo, apurarse ¿Será que no existen otras palabras en la gente? Prefiero pensar en imágenes, cada una invoca la luz necesaria para contar una

vida… mil vidas. El joven acostumbraba a hablar solo, sintiendo la compañía necesaria en cada viaje, él y sus

pensamientos, con la cámara a mano, el resto venía por añadidura.

- ¡Carranza apúrate! Que vamos tarde. Le dijo alguien en el autobús.

¡Dios! Utilicen otras palabras. Pensó sonriente, preparado para vivir.

Como de costumbre un montón de chicas los esperaban, al ingresar al hotel esa mañana, el alboroto reinaba a su alrededor,

todas querían fotos con sus compañeros de trabajos, algunas cuantas le robaron besos de las mejillas.

- Rostros… rostros… murmuró, sonriendo para las cámaras. Una joven se acercó tímidamente y sin decir más, lo

abrazó, para luego desaparecer en la multitud. El olor de la piel de la joven inundó sus pensamientos.

- Esa niña huele a chocolate, estoy seguro. Dijo, buscándola entre la multitud. Ella ya no estaba.

Page 270: Diario de  un silvestrista

- ¿Es posible amar en un instante? Se preguntó, sin encontrar la respuesta. Los gritos por Silvestre, lo inundó

todo, era momento de buscar refugio dentro del hotel, una cama blanda de sabanas blancas aguardaba para que pudiera editar las fotos de la noche anterior.

Page 271: Diario de  un silvestrista

ANA

Mis días transcurren sin sentido, albergo una espina en lo más

escondido de mi corazón, volver a verlo me resulta urgente y

tengo miedo de que Mathias no entienda que en esta oportunidad soy yo la que necesita alejarse. Hoy he decidido abandonarlo, ya no puedo con la rutina de una vida perfecta, donde finjo ser feliz

sin serlo. Pienso arriesgar todo por volver a verlo, solo un instante más.

- ¡Ana! ¿Por qué estas tan callada?

- Mathias, no me pasa nada, estoy bien. Contesté queriendo esconder mis pensamientos, como si pudiera leerlos.

- Entiendo que nos guardemos secretos bonita, pero durante días te siento ausente, es que hay algo que tal vez deseas

decirme.

- Yo no guardo secretos mi sol. Dije apunto de echarme a

llorar. Cómo podía explicarle al hombre que amaba que me sentía incompleta, sin saber a ciencia cierta qué me estaba

pasando.

- Ana, las palabras sobran, cuando en tus ojos encuentro las

respuestas. Dijo Mathias con la mirada más triste que haya podido ver en un ser humano. Él lo sabe. Pensé. Sabe que

todo ha terminado entre los dos.

Esa noche fingí dormir al lado de Mathias, mientras brotaban

de mis ojos espesas lágrimas, me sentía atrapada en una vida normal de trabajo y pareja, cuando lo que realmente deseaba

era subir montañas y lanzarme a volar.

- Necesito mi libertad, necesito verte Silvestre, lo necesito.

Mis pensamientos me inundaron la mente. Cuando los primeros rayos del sol me sorprendieron, el hombre que había

Page 272: Diario de  un silvestrista

amado, yacía a mi lado sin sospechar que la decisión estaba tomada.

Me voy a buscar a Silvestre Dangond. Murmuré, levantándome suavemente de nuestra cama, tomé mi bolso negro de viaje y

lo llené más de recuerdos que de ropa. A las seis de la mañana de ese amanecer al lado de Mathias, cerré la puerta

de lo que había sido nuestro hogar, dejando una nota sobre la mesa.

“No sé hacerte feliz”. Ana.-

Page 273: Diario de  un silvestrista

MATHIAS

Por las noches, Mathias escuchaba llorar a Ana, había decidido

darle todo el espacio que fuera necesario, pero con el transcurrir de los días, Ana se había vuelto una mujer terriblemente

depresiva, y era algo con lo que no sabía tratar. Mathias entendía que Ana era una mujer marcada por el hombre con el cual iba a casarse, y que ella estaba rota, cuando él la conoció.

- ¿Cómo puedo ayudarte bonita? Se preguntaba Mathias cada vez que veía la tristeza en los ojos de Ana, algo que al

transcurrir del tiempo llegaba por las noches y desaparecía en las mañanas.

Durante algunos meses, Mathias le obsequió libros, música, películas y chocolates, solían salir a caminar bajo el sol o la lluvia,

habían sido felices, pero lo que ocurría con Ana al llevar una vida tranquila, era sorprendente y preocupante.

En esa oportunidad, Ana lloró toda la noche, y Mathias tenía la certeza de que ella lo abandonaría. Él fingió dormir, intentando

meditar sobre si debía decir algo, o simplemente dejarla marchar.

- Ana va a abandonarme, y no puedo hacer nada. Pensó el muchacho, acomodándose en la mullida cama, la oscuridad había llegado al amor más hermoso jamás sentido. ¿Cómo

viviré sin mi Ana? ¿Cómo retener a alguien que no es feliz a mi lado?

Mathias quiso abrazarla, estaba tan cerca de su delicado cuerpo, pero el vacío que los separaba era amenazador.

Una lágrima confusa bajó por las mejillas de Mathias. Dicen que los hombres no lloran, pero cuando el amor de tu vida se acaba,

no hay más remedio que llorarlo. Aun recuerdo la primera vez que la vi con su vestido rosa, estaba realmente hermosa, no tenía

idea que algún día su cuerpo estaría entre mis brazos, no me

Page 274: Diario de  un silvestrista

esperaba que después de estarlo, huiría de nuestro amor, cómo va hacerlo.

Mathias intentó descansar, pero durante toda la noche los silenciados sollozos de Ana lo desvelaron, cuando la luz del sol

entró por la ventana de la habitación, sintió cómo Ana, salía sin hacer el menor ruido.

Quiso ir tras ella, quiso arrodillarse y pedirle que no lo abandonara, pensó en decirle cuanto la amaba, pero una fuerza

mayor que él, lo detuvo.

- Si no eres feliz mi Ana, debes irte, es lo mejor para todos.

Murmuró viendo el lado de la cama sin ella.

Una hora más tarde cuando Ana sacó su auto del garaje de la casa, Mathias fue hacia la habitación donde Ana tenía sus libros y ropa.

- Su bolso de viaje no está, no puedo creer lo poco que se llevó, casi toda su ropa está en el closet. Dijo a la

habitación como si esta pudiera oírlo. Sus pasos se hicieron pesados. Cuando vio una nota sobre la mesa, quiso salir

corriendo de la casa, pero decidido aceptar su destino, tomó la nota de la mesa y la leyó muy despacio.

“No sé hacerte feliz”. Ana.-

- Me ha abandonado. Dijo el muchacho, y una lágrima corrió por su mejilla derecha. El amor se acaba… el amor muere, el amor se va. Pensó.

Page 275: Diario de  un silvestrista

SILVESTRE DANGOND

Esa noche durmió incomodo, el hotel era igual que todos, nada

había cambiado en su vida rutinaria, tenía una agenda tan

apretada que el tiempo destinado para compartir con sus familiares y amigos era insuficiente, pero él había decidido ser un viajero, un errante solitario que llevaba melodías de pueblo en

pueblo, de ciudad en ciudad. Observó el techo de la habitación, y contempló largamente la tenue luz de una lujosa lámpara de

techo.

- Esa lámpara, debe valer una fortuna. Murmuró Silvestre.

En nada se parece a los bombillos de hoteles baratos en los que dormí cuando mis sueños eran tan distantes.

Tanteó la mesita de noche, y tomó entre sus manos el móvil blanco que lo comunicaba con una caterva de vidas. Sus

pensamientos se deslizaban de un lado para otro dentro de su ser, leía con detenimiento, cada frase, observaba con especial

cariño las fotos que le enviaban sus admiradores, sus silvestristas.

De pronto en el mar de gentes del ciberespacio, un joven lleno de odio comentaba cosas tan fuera de tono, que no pudo seguir

leyendo nada más.

- No es que me importe lo que pienses. Murmuró. Pero

siempre me queman las mentiras. No puedes ganar tantos corazones sin perder pedazos del tuyo. Pensó.

Recordó los rostros de silvestristas muy especiales, los ojos de Katherin, la sonrisa de Melisa, la voz de niños cantando sus

canciones, los silvestristas bajo el torrencial aguacero en el parque de la Leyenda Vallenata el día anterior, y su corazón se llenó de amor, y las palabras del joven amargado, se diluyeron

como por arte de magia.

Page 276: Diario de  un silvestrista

Se levantó y encendió la luz del baño, contempló en el espejo un rostro cansado, sus ojos amarillos oscurecidos por la noche, una

minúscula barba comenzaba a brotar.

- ¿Cuándo pasó todo? Preguntó a la imagen en el espejo.

¿En qué momento cumplí tantos sueños? ¿Qué tiempo me ha costado que me quieran? ¿Desde cuándo me escuchan

con tanto cariño? La imagen le devolvió una sonrisa. Se lavó las manos y la cara, tomando una toalla blanquecina para secarse.

- Necesito aire. Dijo, abriendo de par en par un ventanal que había en la lujosa habitación. Un gélido aire entró en su

ser, y los músculos se tensaron, una sensación que le espantaba el sueño. Y entonces lo recordó.

Buscó un bolso que siempre llevaba para viajes, en el cual había guardado un libro, una especie de diario extraño. En un bolsillo

muy bien escondido encontró el “diario de un silvestrista”, como solía llamar al librito misterioso. Eligió una página al azar y leyó

atentamente.

Los días transcurren sin que pueda darme cuenta, igual nace el sol más allá

de los barrotes de mi ventana, como los rayos lunares, sin que pueda

detenerlos, sin que pueda disfrutarlos.

Despierto, vivo un instante y vuelvo a dormir, es como si el tiempo no existiera

y solo importara leer cada carta, cada postal. Anoche mi centinela arrojó bajo

la puerta, una única carta.

Me acerqué con cautela presintiendo que no era nada bueno, recibir una

única postal. Curiosamente el sobre delataba tres letras, un único nombre

“ANA”, y un único símbolo , una especie de insecto refrendado en tinta

roja. Me recosté en el lecho, sin atreverme a abrirlo, nunca en mi existencia

había recibido algo parecido y me dio mal agüero.

Page 277: Diario de  un silvestrista

- La carta. Murmuró. La carta que menciona el diario es la que leí el día que encontré el libro en mi chaqueta, la carta de Ana, esa

fan que tal vez sea mi querida Ana, la niña del beso.

Recordar aquel beso, lo hizo sonreír. Ana lo había derrumbado

huyendo de los escoltas de seguridad y se le había abalanzado, aún cuando tenía toda la ropa y el cabello mojados por la lluvia,

sus hermosos ojos negros y su boca rosada, no hicieron más que tentarlo a besarla, a darle el beso más dulce que le haya podido dar a una fan.

- Ella estaba temblando ¿Seria de frío? Se preguntó. ¿Será la misma Ana? ¿Cómo encontrarla? Necesito respuestas sobre este

libro, ¿Qué silvestrista ha escrito este diario? Porque tiene que ser un silvestrista que me ha espiado, para poder saber hasta lo que

he dicho en una habitación.

Ese pensamiento lo llevó a observar el cuarto del hotel en el que

estaba, todo en orden, todo igual, completamente solo. No hay peligro.

Buscó una hoja más en el diario.

“Deseo un beso… un beso de Silvestre”. Nuevamente Ana atormentaba mis

días, con sus cartas tan simples, siempre que recibía una carta de la libélula

roja, la mente se me llenaba de dudas.

No entendía por qué me enviaban cartas o postales tan intimas, y siempre

relacionadas con un hombre al cual no conocía, pero por el cual, mis

escritoras morían de amor.

- Tengo que encontrar a Ana. Dijo. Y como el que emprende una

misión secreta, empacó sus cosas, se bañó y vistió inmediatamente. Eran las seis de la mañana, cuando alguien tocó

a su puerta. Silvestre estaba listo para continuar su camino. Pero las cosas habían cambiado, él buscaría a su fan.

Page 278: Diario de  un silvestrista

ANA

Manejar nunca ha sido mi fuerte, por eso preferí dejar el

automóvil en casa de mi madre, y sin dar tantas explicaciones,

referí que me iría de viaje unos días. Abordé el primer avión disponible, mi destino final, era incierto. Permanecí algunos días en Caracas, y como en una especie de trance, apagué el teléfono

celular, desaparecí para Mathias, para mí familia y amigos, necesitaba estar en paz conmigo misma, y plantearme qué haría.

- A estas alturas Mathias debe estar decepcionado de mí, he sido cobarde, simplemente me fui sin explicar por qué. Era

imposible decirle que estaba aburrida de hacer las mismas cosas ¿Cómo decir las verdades a la cara sin lastimarlo? Me

sentía ahogada, es tan previsible, es tan tranquilo, tan alegre, es un hombre perfecto, y su perfección me enferma, yo soy una masa de conflictos. ¡Por Dios soy

mujer! ¿Es tan difícil que puedan entenderlo?

Intenté recostarme en la esponjosa cama del hotel, y dejar que las ansias se calmaran, pero el rostro de Mathias me perseguía por todos los rincones de mi pensamiento.

- ¡Te amo! Dije. Necesitando sentir que todo era real, pero la

imagen en mi mente no fue la de mi pareja, fue la del joven de ojos amarillos, sus recuerdos acudían a mí en los momentos de mayor tristeza. No debo buscarlo, a él tampoco, no por ahora, no

estoy preparada para verlo, me quebraría si lo veo, necesito aplacar mi alma, ordenar mis sentimientos y razonar, no quiero

una vida monótona, esta bien, lo entiendo, pero no puedo vivir una vida llena de excitación y algarabía, debe haber un equilibrio, un punto perfecto donde yo aprenda a ser feliz, y no pueda

lastimar a nadie. “No hay nada que el silvestrismo no pueda curar” esto es algo que jamás debo olvidar. Pensé.

Page 279: Diario de  un silvestrista

MATHIAS

Durante algunos días Mathias esperó su regreso, pero ella se

había marchado sin decir nada más que una sentencia en una

nota sobre la mesa, intentó no llamarla, pero cuando la tristeza le oprimió el corazón, fue en vano, el teléfono estaba apagado o fuera de cobertura. Para evitar ver las cosas de Ana por toda la

casa, dedicó su único día libre para encerrar en la habitación de ella, todo cuanto se la recordara.

- ¿Y tus recuerdos donde los encierro Ana? Preguntó a la casa sin ella.

Durante esa semana trabajó incansable en el Bar, entregado a la

elaboración de bebidas para los clientes, la única diferencia fue que se negó a servir “Silvestristas” una bebida roja que pedían con regularidad por su sabor dulce y picante. Mathias sentía que

los recuerdos se lo tragaban vivo, cuando alguien pronunciaba esa palabra.

- Mi alma dormita en los recuerdo, porque tú ya no estas. Se dijo, entre tanto, servia una piña colada. Hasta aquí

Mathias. Pensó. Me voy al único lugar en el mundo donde puedo estar en paz. Me voy a Nabusimake.

El sábado por la mañana, Mathias cerraba la puerta del lugar donde había amado a una mujer, con un bolso por equipaje, el

joven de ojos entristecidos, pasó doble llave al dolor de la ausencia y el abandono, y se fue, su destino era una pequeña ciudad perdida en la sierra nevada de Santa Marta, donde los

Arhuacos dicen que nace el sol.

Page 280: Diario de  un silvestrista

PICHICHO

El muchacho observó los rostros de las personas que pasaban

por la plaza, él desde la banca donde tuvo que pasar la noche, los

sentía distantes y fríos. Revisó en sus bolsillos, y contó las monedas.

- Tres mil pesos. Dijo suspirando. ¿Qué puedo hacer con tres mil pesos? Tengo tanta hambre que me comería 20

empanadas de carne con arroz y diez jugos de mora, pero no me alcanza ni para una empanada ni un jugo.

Mientras observaba sus monedas, un anciano se sentó a su lado con un carrito de café caliente.

- ¿Café? Dijo el hombre.

- ¿Cuánto cuesta? Preguntó Pichicho.

- Setecientos pesos muchacho.

- Déme uno. Ordenó, y como quien se desprende de un tesoro le entregó siete monedas de a cien pesos.

- ¿Corto de dinero? Preguntó el anciano.

- Muy corto mi señor.

- Que no daría yo por tu juventud, debes ser muy joven, ¿Qué edad tienes?

- Veintidós años señor.

El hombre guardó silencio, recordando sus maravillosos veintidós años, su vigor y lo feliz que era siendo tan ingenuo y con una vida por delante.

- A mí muchacho, no me deben quedar veintidós años de

vida, que afortunado eres, así solo te queden dos mil

Page 281: Diario de  un silvestrista

trescientos pesos en tus manos. Te voy a dar un consejo niño, esa moneda de mil pesos tan bonita y dorada, no la

gastes nunca, consérvala, pase lo que pase, no la pierdas, desde hoy cuenta con solo mil trescientos pesos, y mantenla siempre contigo, es tu moneda de la suerte,

hazme caso.

- Gracias señor. Dijo Pichicho sonriendo. Usted tiene razón, tengo todo lo que necesito para ser feliz. Diciendo esto recordó los brillantes ojos de su princesa.

- Toma otro café, este va por cuenta de la casa, yo también tuve hambre muchacho, y para el hambre se necesita

mucho café.

Pichicho estuvo a punto de echarse a llorar, pero se mantuvo firme, al amanecer creía haber cometido una locura en irse a otro país sin dinero y sin familia, pero las profundas arrugas de aquel

anciano, le hicieron sentir la certeza de que la vida tenía que ser amarga para poder ganarse una a una las arrugas de una vida

plena. El anciano se marchó, y fue cuando Pichicho leyó el

nombre del carrito metálico del anciano “UN PASO A LA VEZ”.

- Sentado no voy a encontrar trabajo, ni comida. Dijo más animado. Apuró su café, guardó el vasito desechable en su bolso de viaje, y se dio dos fuertes golpes en el pecho con

los puños para invocar a su Silvestrismo del alma.

Page 282: Diario de  un silvestrista

NINI

Nini estaba enamorada del muchacho más adorable del

universo, apenas si lo veía en dos o tres clases, pero le era

suficiente verlo a distancia, para llenar su corazón de amor.

- Algún día voy a besarlo. Murmuraba cuando sus ojos se

encontraban por casualidad, y sus mejillas se llenaban del rubor de la juventud.

Sus estudios estaban encaminados y la vida le auguraba una carrera brillante, poseía un temple de acero, y nada ni nadie

podía perturbar su existencia. Lo único que podía alborotarle el alma era Silvestre Dangond.

Por las tardes solía escuchar sus canciones a todo volumen encerrada en su habitación, los trabajos universitarios fluían con

ímpetu al escuchar cada canción de “Silve”, como ella le llama por cariño. Al terminar con sus responsabilidades, salía a caminar por Bayunca, un pueblito de la costa colombiana, que por las tardes

suele ser un hermoso lugar para vivir, en comparación al horno que suele ser al medio día, asfixiante y torturador. Nini con sus

impresionantes ojos pardos, consumía cada imagen, cada color, todo le era increíblemente hermoso, esto era lógico. Estaba

enamora.

- Que raro. Murmuró. Cada día son más fuertes mis dolores

de cabeza, siempre llegan a las seis de la tarde, para desaparecer por las noches, pero esto ya es insoportable.

Algunas semanas antes, Nini había comenzado a padecer de jaquecas, pero estas no lograban hacer que su estado emocional

mermara, el amor de su vida estaba a unos cuantos pupitres dos o tres veces a la semana, y eso ningún dolor de cabeza se lo arrebataría.

Page 283: Diario de  un silvestrista

Una mañana en el cafetín de la Universidad, el joven con el que soñaba despierta, se acercó a pedir un tinto en el mismo instante

que ella tomaba uno, estaba tan cerca, que Nini no pudo evitar respirar profundo, para poder oler el aroma de la piel del hombre que amaba.

- ¡Hola! Dijo él mientras esperaba su tinto. Y una sonrisa

brillante le golpeó de pronto a Nini. La luz de esa mañana hizo que sintiera dolor en los ojos.

- ¿Te sientes bien? Preguntó él al ver la cara de dolor de Nini.

- Sí Jorge, solo me duelen los ojos. Contestó temblando.

- ¿Sabes mi nombre? Preguntó.

- Sí, me se tu nombre. Contestó ella en un susurro.

- Yo no se me el tuyo princesa.

Y en toda su vida, no había escuchado una palabra más dulce, ni más perfecta que “Princesa”. Nini sonrió para Jorge, y él se alejó

con su tinto, y se llevó el corazón de ella.

Estoy enamorada, lo amo, lo amo con todo mí ser. Pensó. Y un

enorme dolor de cabeza se posó en su nuca, después de haber estado tan cerca del amor de su vida, su cerebro le cobraba con

creces ese instante.

A la mañana siguiente el maravilloso acercamiento a su Príncipe,

la vida de Nini cambió para siempre.

Page 284: Diario de  un silvestrista

EMMA

Santa Marta es si se quiere una fuente silvestrista, allí puedes

encontrar tantos seguidores de Silvestre Dangond como olas en el

mar, cada día los jóvenes se ven atraídos por la revolución musical del ídolo. Puedes caminar por la Bahía y encontrar jóvenes con zapatos rojos, otros con tatuajes sobre el artista, e

incluso cortes de cabello similares al de Silvestre, es una ciudad silvestrista por excelencia.

Un samario, como se les dice a su gentilicio, es un ser humano amable y respetuoso, que al juntarse con silvestristas puede

formar una parranda incluso dentro de una buseta.

Tan es así, que Emma, una adolescente de 14 años, comparte su vida al lado de un Batallón Silvestrista, catorce solamente y podría dirigir una infantería completa si lo deseara.

- Muchachos aquí están las instrucciones. Dijo la Joven a los cuarenta miembros del Club de Fans. Debemos tener la

bandera roja más grande del Continente para el próximo lanzamiento de Silvestre en Valledupar.

- Pero Emma. Dijo un militante. Falta un año para otro lanzamiento.

- Sí Miguel, pero soldado prevenido no muere en guerra, y la

táctica a emplear hay que marcarla desde ahora.

- Pero este año no pudimos pasar por ser todos menores de

edad, y adivina qué, el próximo lanzamiento seguiremos siendo menores de edad.

- Y lo volveremos a intentar Miguel. Dijo Emma muy decidida. Y todos los presentes murmuraron palabras de

ánimo. Y lo seguiremos intentando, y cada año la bandera

Page 285: Diario de  un silvestrista

será más grande, no pienso rendirme ni por un instante. ¿Quién conmigo? ¿Quién contra mí?

Emma siempre los motivaba con aquellas palabras, y todos como una masa roja, la abrazaban como símbolo de sellar el pacto

silvestrista.

- Todos unidos, y que nadie crea que nos rendiremos, el que

desee rendirse que lo haga, los demás ganaremos la batalla así sea a punta de derrotas.

- Esta niña me preocupa. Dijo Andrés. El día que tenga novio y al pobre se le ocurra engañarla, lo pasará por las armas y

morirá de desamor. Todos rieron de la opinión del muchacho, incluso Emma brindó su mejor sonrisa.

Durante dos largas horas discutieron desde el logo en sus camisas, hasta los metros de tela de la próxima bandera, estaban decididos a no permitir que su juventud se opusiera a los

designios de su corazón, estaban dispuestos a no merendar por ahorrar dinero, a vender rifas para conseguir recursos, incluso

estaban dispuestos a perder clases con tal de ser un club tan sólido como los llamados “De la Vieja Guardia”.

Repitan conmigo nuestro juramento, el cual como todas las reuniones prestamos antes de regresar a nuestras vidas fuera del

Batallón:

“Yo, el silvestrista fiel al batallón, juro por mi

bandera roja, defender el silvestrismo de la oposición, de los incrédulos e incluso de mis

padres. No existirá el descanso hasta tanto no haya asistido a un lanzamiento. Honraré mi bandera roja día a día, y a ella deberé mi

fidelidad. Prometo ante Ustedes ser el mejor fan que pueda tener Silvestre Dangond, y no habrá

novio o novia que me aleje del Batallón”.

Page 286: Diario de  un silvestrista

Esta especie de juramento solemne, lo recita cada silvestrista con la mano en el lado izquierdo del pecho, y los ojos de los más

jóvenes, brillan como estrellas recién nacidas en el firmamento.

- ¿Quién conmigo? ¿Quién contra mí? Preguntó Emma; y

todos los presentes abrazaron a sus compañeros de batallón.

Page 287: Diario de  un silvestrista

ANA

Ana caminaba entre arenas blanquecinas que le quemaban los

pies, la sensación cálida era reconfortante, a su alrededor no

había más que arenas, y sentía la necesidad de ver el mar. Caminó durante horas y no encontró ni un pequeño arroyuelo.

- Por Dios, dónde está el agua, esto es arena de playa, no un desierto. Dijo Ana en un tono de voz muy fuerte. Siguió

caminando agotada por no encontrar el mar que tanto ansiaba, cuando a lo lejos divisó la figura de un hombre, inmediatamente corrió hacia él.

Cuál sería su sorpresa, un Joven alto de cabello negro y ojos

amarillos muy claros la abrazó. Ella se entregó a su abrazo y sintió que toda pena y dolor desaparecía.

- ¿Qué buscas Ana? Preguntó Silvestre.

- A ti. Mintió ella.

- ¿Y entonces por qué estás aquí en medio de la nada?

- No lo sé.

- No me mientas Ana, tú buscas el mar, no a mí. Dijo el muchacho.

- Perdóname Silvestre, es que no se donde está el mar. Y tú sabes que te amo, tú y el mar son uno solo.

- No Ana, tú eres mi mar, pero así no te quiero, estas perdida, ausente, ésta no eres tú.

- Regresa Ana… regresa. Dijo él acariciando su mejilla, respirando tan cerca de ella, que Ana no se atrevió a

respirar. Silvestre besó su mejilla derecha, luego la

Page 288: Diario de  un silvestrista

izquierda, buscó sus labios y los encontró. Ella sintió que el besó le quemaba las entrañas, el alma y los pensamientos.

Cuando despertó, Ana se sintió mareada, el sueño había sido tan real que sentía el calor del beso en todo su cuerpo.

- Estoy sudando la fiebre. Se dijo arropándose. Ana había pasado toda la noche delirando y luchando con altas

temperaturas. Signo evidente de que su mente y ella estaban en franca batalla.

- Si salgo de ésta, juro que me iré al mar y no saldré de allí hasta entender porqué insisto en no ser feliz. Dijo

quedándose nuevamente dormida.

En la habitación de aquel hotel, alguien en absoluto silencio la observaba en la penumbra.

Page 289: Diario de  un silvestrista

WALTER QUINTERO

Entre la ciudad bonita de Colombia (Bucaramanga) y Cúcuta,

existe una enorme formación montañosa, con curvas tan

pronunciadas que si tienes la ocurrencia de desayunar antes de emprender el viaje de seis horas, ten por seguro que a la décima curva, las nauseas serán inevitables, y tendrás suerte si no te

vomitas. Por ello antes de cruzar el Picacho, bajo ningún concepto deberás comer, o el precio será alto. Existen personas osadas que

cruzan el páramo en moto, con la voluntad de un soldado que va a la guerra y pretende regresar a casa sano y salvo.

Esa noche dos jóvenes vestidos completamente de rojo hasta en los cascos de protección, se adentraban en las entrañas de la

montaña, con dirección al pueblo más hermoso que pueda existir. Silvestre Dangond daría un concierto en la fría Pamplona, y estos muchachos pretendían a toda costa, asistir al concierto.

- Siento que la moto no anda bien. Dijo Víctor a su

acompañante, quien se aferraba a su cintura, congelado por las temperaturas que bajaban en la medida que ascendían la montaña entre curva y curva.

- ¿Qué? Gritó Walter.

- ¡QUE ESTA VAINA SE DAÑÓ! Y diciendo esto decidió detenerse al borde del camino. Los autobuses pasaban a

toda velocidad con sus pitidos enormes previniendo su paso, y solo contaban con las luces que, de cuando en cuando los iluminaban.

- La moto no frena Walter. Dijo Víctor.

Un camión de proporciones espeluznantes hizo gemir las llantas al tomar una curva que se acercaba a un enorme precipicio, como

en la mayoría del camino.

Page 290: Diario de  un silvestrista

- Compadre tengo frío, sigamos hasta el peaje y allí vemos.

Una espesa neblina comenzó a llenarlo todo, y la moto se les hizo

cada vez más pesada al empujarla colina arriba, el aire gélido les congelaba los pulmones y la respiración se convirtió en un acto

dolorosamente necesario.

Lo que falta es que se nos aparezca un muerto. Pensó Walter.

Juro por mi madre que si se aparece alguien, voy a gritar.

- No se ve nada Walter. Y diciendo esto un grito de terror se oyó en toda la montaña.

- ¿Qué pasa Walter? ¿Walter?

- Ayúdame, ayúdame Víctor. Gritó aterrado el silvestrista.

Varios automóviles pasaron dando un poco de luz. Walter estaba

aferrado a unas plantas al borde de un precipicio.

- ¡Por Dios! Dijo Víctor soltando la moto, y corrió a sacar a

Walter de semejante atolladero.

- ¡REGRESEMOS! Gritó Víctor al ayudar a Walter.

- Me da miedo compadre, yo no me muevo de aquí hasta

que amanezca.

- ¡Carajo te has vuelto loco! Al amanecer estaremos

muertos. Levántate que nos regresamos.

- Yo no me muevo. Dijo temblando Walter, de frío y de miedo.

La niebla se hizo tan espesa como el algodón y prefirieron sentarse a la orilla del camino y pensar.

- Bueno me tocó abrazarlo compadre. Dijo Walter temblando de frío.

Page 291: Diario de  un silvestrista

- Déjate de pendejadas Walter Quintero. ¿Dónde está el silvestrista de esta tarde? “Vamos a silvestriar cueste lo

que cueste”, dijiste, tú nos metiste en este apuro, así que te aguantas.

Un camión que pasó lentamente rumbo al Picacho se detuvo. Dejando encendido el motor ronroneante.

- ¿Qué hubo muchachos? ¿Están varados? Preguntó un hombre gigante dentro del camión, con las luces internas

encendidas.

- ¡Sí! Respondió de inmediato Víctor, mientras Walter lo

abrazaba muerto de Frío.

- Suban la moto atrás, yo los llevo. Dijo el hombre.

Corriendo subieron la moto al camión, y se metieron en la cabina

lo más rápido que pudieron, al cerrar la puerta el frió disminuyó y Walter sintió ganas de llorar. El hombre comenzó a darles un discurso sobre lo peligroso de la montaña durante la noche, tanto

peligros de vida como de muerte, ya que puede suceder de todo, por esos caminos de Dios, “incluso algún alma en pena te puede

hacer pasar un mal rato”. Concluyó.

Víctor observó su reloj. Eran las diez de la noche y el concierto

sería de un momento a otro, su corazón se oprimió, estaban retrazados.

- Muchachos ¿Para dónde van? Preguntó el chofer alegremente.

- Al concierto de Silvestre Dangond, que es esta noche en

Pamplona hermano. Contestó Walter.

- Eso lo explica todo. Dijo el hombre brindando una radiante

sonrisa. Y colocó en su destartalado reproductor un CD a todo volumen. Yo soy silvestrista. Eso bajaremos el Picacho

de una, aún hay tiempo. El sonido de la voz de Silvestre

Page 292: Diario de  un silvestrista

cantando “Mi propia Historia” embargó de calor el corazón de los aventureros.

- ¿Y qué tiene la moto?

- No tiene frenos. Dijo Víctor mucho más tranquilo y sonriente.

A las doce y media de la noche, el camionero los dejaba en plena puerta del concierto, deseándoles que la pasaran bien por él, ya

que debía estar al amanecer en la frontera con Venezuela. Al entrar al recinto donde ya había empezado el concierto, un joven lleno de vida y alegría los recibía al son de un acordeón, Silvestre

Dangond con cada una de sus canciones, les hizo olvidar el mal rato en las alturas del Picacho.

Bailaron, y gritaron a más no poder, sobre todo Walter Quintero.

Al terminar el concierto. Walter se llenó de valor e hizo la pregunta más importante de la noche.

- ¿Compadre Víctor, y la moto?

Los ojos de Víctor se abrieron como platos, al recordar que al bajarse del camión corrieron al concierto, y el buen chofer se la había llevado.

Page 293: Diario de  un silvestrista

MATHIAS

Las montañas tenían un encanto especial para Mathias. “Mi alma

está en tierras muy altas” Solía decir siempre que algo

atormentaba su vida. Y aunque la montaña que añoraba, no era, en la que se encontraba, Pamplona era un pueblito que deseaba visitar hace tiempo. Le fue necesario pasar algunos días

caminando por las calles de piedra. Una joven de mejillas rojizas pasó tomada de la mano de su novio, y esta imagen de amor en

las montañas le golpeó el alma, recordó la hermosa sonrisa de Ana, y sus enormes ojos negros. “Daría mi vida por ella” murmuró sintiendo el peso de su amor. Ana formaba parte de su

alma, aunque ella no pudiera entenderlo.

El amor según Mathias es un engranaje perfecto, donde todo funciona como las agujas de un reloj, por eso cuando el relojito de Ana se detuvo, él la dejó partir, porque algo ya no funcionaba

bien. Decidido a pensar en otra cosa que no fuera Ana, observó a la gente de la plaza esa mañana y dos muchachos vestidos de

rojo llamaron su atención. “Silvestristas” pensó, y la cara de angustia de ambos, lo motivaron a acercase.

- ¿Qué fue muchachos, y esas caras? Preguntó Mathias.

- Nada compadre, que nos robaron la moto en el concierto de Silvestre. Contestó Walter.

- ¿Sí? Que mal, si hay algo en que pueda ayudarlos, yo soy Mathias.

- Mi nombre es Walter Quintero, y este es mi hermano, compadre y amigo Víctor Pinzón.

- Sabía que había concierto anoche, pero digamos que no ando de humor para silvestriar. Confesó Mathias.

Page 294: Diario de  un silvestrista

- Estuvo buenísimo. Lastima lo de la moto. Dijo Walter. Ahora no tenemos ni cómo irnos.

- No se preocupen muchachos yo les presto. ¿A dónde van?

- Gracias Mathias, vamos a Bucaramanga. Dijo Víctor totalmente deprimido por su moto.

Los ojos de Mathias brillaron, Bucaramanga era una ciudad preciosa llena de parques, y ya que estaba de vacaciones

obligatorias, podía permitirse un desvío más.

- Quisiera pasar unos días en Bucaramanga. Murmuró

Mathias.

- Pues compadre, mi casa es su casa, y puede quedarse todo

lo que quiera. Dijo Walter.

- Decidido, vamos por mi equipaje y nos vamos a la Ciudad Bonita.

Cuando entraron en la habitación del hotelcito de Pamplona, los muchachos se bañaron con agua caliente y desayunaron caldo de

huevo con arepa, ya renovados por la ayuda de Mathias, los tres silvestristas, abordaron un bus directo a Bucaramanga, y mientras Víctor y Walter dormían durante el trayecto, Mathias

contempló cada rincón de la impresionante montaña. Cuando pasaron por una planicie, Mathias se quedó asombrado de ver a

los niños jugando con un riachuelo de agua helada, todos los habitantes tenían puestos ponchos para el frío, y botas negras hasta las rodillas, arando, o cosechando, las mejillas

idénticamente coloradas, se le antojaron un sueño. “Nada como las montañas para entender lo sencillo que es vivir”. Pensó. Luego

de tres horas en absoluto silencio se dijo:

- Si tengo que desenamorarme de ti Ana, voy a hacerlo, la

vida es muy corta para no vivirla.

Vio por primera vez, el valle en el cual mágicamente se encuentra Bucaramanga.

Page 295: Diario de  un silvestrista

PICHICHO

Lavar platos no era el plan inicial de los sueños de Pichicho, pero

le aseguraba comida y algo de dinero. Con su gorra tricolor puso

todo el empeño para hacer su labor lo mejor posible, llegaba muy temprano, y se iba de último. El joven estaba decidido a hacer lo que fuera por salir adelante, ganando diez mil pesos diarios,

debía pagar el cuchitril que había conseguido para dormir, en el cual apenas si podía dormir, porque lavar ropa no era una opción,

así que consiguió a una anciana en el vecindario que lavara su ropa, lo poco que ganaba no alcanzaba para todos los gastos, y menos para enviar dinero a su princesa, pero tenía fe, de un

nuevo amanecer.

Ese día por redes sociales en una tienda de minutos e Internet, se enteró que Silvestre se presentaría esa noche en una fiesta privada en Bucaramanga. Su corazón se agitó tan violentamente

que se sintió mareado, era una gran oportunidad de ver a su cantante favorito. Ese era su día libre, y estaba dispuesto a asistir

así lo echaran de la fiesta. “Si no lo intentas no sabes si ocurrirá” Dijo. Y como un rayó salió corriendo al único lugar donde sentía que alguien podía ayudarlo, la anciana que lavaba

su ropa.

- Doña Paula. Dijo al verla. La anciana estaba enhebrando una aguja con mucha dificultad asomada a la luz de la ventana que daba a la calle.

- Rodolfo hijo mío, esos ojos tuyos brillan hoy como nunca

¿Qué te pasa?

- Me urge saber si tendrá un pantalón, una camisa y un saco

que me preste, necesito ir a una fiesta y no puedo ir con mi ropa, Usted sabe que no tengo nada que no sea camisas de algodón y pantalones de jeans.

Page 296: Diario de  un silvestrista

- Bueno muchacho pareces de la contextura de mi marido, que Dios lo tenga en su santa gloria, pasa a ver que

conseguimos.

La alegría causaba estragos en el alma de Pichicho, era un

manojo de nervios, la simple idea de poder entrar a la fiesta, le causaba toda la ansiedad que pueda soportar un ser humano. La

señora Paula sacó de un armario gigantesco más de veinte trajes en perfectas condiciones, uno mejor que el otro, pero Pichicho se decidió por el traje negro de tres botones, una camisa blanca y

una corbata roja. Al mirarse al espejo, un hombre joven, elegante y altivo le devolvía una radiante sonrisa.

- Si hubiera tenido un hijo, sería como tú. Dijo la anciana, entre tanto, le tomada el ruedo al pantalón.

- Y si yo tengo abuela, esa es Usted Doña Pau. No sabe cuanto le agradezco este favor.

Esa noche el joven que salía del cuartito de alquiler, podía

hacerse pasar por un joven adinerado, estaba impecablemente vestido para la ocasión, con el adicional de una sonrisa radiante.

Page 297: Diario de  un silvestrista

WALTER QUINTERO El calvo de Walter quintero no dejaba de verse en el espejo de su

habitación.

- Bueno galanes, no será fácil pero creo que no es imposible. Dijo Walter, intentando hacerse un nudo en la corbata sin mucho éxito.

- Me parece una locura. Dijo Víctor. Deberás acostumbrarte

Mathias, a este muchacho no se le ocurre nada bueno, esta misma noche estaremos presos, acuérdense de mí.

- Ven te ayudo Walter. Dijo un Mathias de traje gris, y de cabello rubio perfectamente peinado. No vayas a romper esa corbata, y tengan cuidado que estos trajes alquilados

hay que devolverlos.

- La vida de un silvestrista tiene que ser emocionante compadre Víctor. No sea aguafiestas que el Mathias anda muy animado.

- No lo niego, tengo ganas de silvestriar un rato muchachos.

Los tres jóvenes brillantes y con peinados muy a la moda, con suficiente gelatina para el cabello, habían planeado hacerse pasar

por músicos de la banda de Silvestre Dangond para poder ingresar a la lujosísima fiesta de esa noche. Mathias mucho más

animado y con la esperanza de divertirse por un rato, había aceptado las locuras de los muchachos. A las nueve de la noche un enorme ascensor abría sus puertas para llevar a los

silvestristas a las mismísimas puertas del evento privado.

- Buenas noches, su invitación por favor. Dijo un hombre

vestido de negro, como un cuervo con corbata.

- Somos de la agrupación muchacho. Dijo Walter.

- Disculpen no los reconocí, pasen adelante por favor.

Page 298: Diario de  un silvestrista

Los tres silvestristas, mantuvieron una compostura acorde a tres músicos que ingresan a un evento, con la particularidad que los

forros de los supuestos instrumentos no eran más que sacos vacíos. Víctor estaba sudando y Mathias no paraba de sonreír.

- Si ven que no fue difícil; y ya por Dios Víctor, quita la cara de enfermo, o nos van a echar. Dijo Walter.

La fiesta era un espectáculo digno de ver, el dinero gastado, era absurdo, la gente iba elegantemente vestida, y el derroche de

bebidas alcohólicas y la mesa de pasa palos era para mil personas, y no para las trescientas que asistirían esa noche.

Un grupo de chichas no paraban de susurrarse al oído y sonreían como tontas a Mathias. Estaban fascinadas con el joven de

cabello rubio.

- Mi compadre Mathias corona esta noche. Dijo alegremente

Walter, cuando el mesero les ofreció tres copas de champaña. Salud, por la vida que nos merecemos. Brindó

el silvestrista.

- Salud. Dijo Mathias alegremente. Observó las niñas que le

sonreían, pero ninguna de ellas era Ana. Qué tonto soy al pensar que ella pudiera estar aquí.

- Walter que haremos cuando llegue la agrupación. ¿Dónde nos meteremos para que los guardaespaldas de la fiesta no

nos saquen? Preguntó Víctor.

- Hombre de poca fe, eso es sencillo, nos tocó escuchar el

concierto en la parte de atrás de la tarima, lo mas tranquilos posibles.

- ¿Qué? Preguntó Mathias.

- Bueno Mathias, tu crees que vamos a disfrutar como cualquiera, no hermano eso es peligroso, si entra el

vigilante que nos recibió y nos ve bailando, estamos fritos.

Page 299: Diario de  un silvestrista

- Fritos están Ustedes, así que nos vemos mas tarde. Y diciendo esto los abandonó. Mathias se acercó seductor y

muy confiado a la más linda de las chicas que le sonreían y se mezcló entre los invitados.

- ¡Carajo! La suerte de ser bonito. Vamos compadre nos sale parados como unos pendejos detrás de la tarima. Dijo

Víctor, animado por la cara de su compadre Walter. Y cierra la boca, que tú eres calvo, y hoy no coronas.

Page 300: Diario de  un silvestrista

PICHICHO

El ascensor subió y bajo tres veces antes de que los nervios

dejaran a Pichicho intentar colarse en la fiesta privada, para

llenarse de valor fingió estar hablando muy seriamente por teléfono, estaba tan elegantemente vestido que nadie lo detuvo, los vigilantes de la entrada lo confundieron con un hombre

importante de negocios, y no se atrevieron a molestarlo preguntando tonterías.

- Cálmate Pichicho o vas a morir de un infarto. Se repetía una y otra vez. Sí como le dije, quiero su renuncia en mi

oficina a primera hora, no me importa cómo le vas a hacer González o renuncia él o te boto yo, tú decides. Decía al

celular cuando la voz de la operadora le daba opciones de paquetes promociónales. Al ingresar y ver la tarima en la que se presentaría Silvestre, Pichicho estuvo a punto de

gritar. “Lo logré” “lo logre” murmura emocionado.

- Buenas noches como esta Usted, le preguntó a joven que se encontraba muy cerca de la tarima. Una niña le coqueteaba tontamente.

- Bien, gracias y Usted. Contestó el Joven.

- Algo aburrido. Dijo Pichicho.

- Eso se soluciona, dijo el muchacho llamando a un mesero. Tráigame una botella de Whisky 18 años por favor, sin soda y mucho hielo.

- Caramba Usted si sabe. Dijo Pichicho.

- Mi nombre es Mathias, siéntase en su casa por favor. Le presento a Samanta, ella es amiga de la cumpleañera.

- Encantado señorita, Rodolfo a sus órdenes.

Page 301: Diario de  un silvestrista

- Hola. Dijo fríamente la muchacha que no hacía más que tocarle el cabello a Mathias.

- ¿Es Usted Silvestrista Rodolfo?

- Sí Mathias, puede decirse que si, y ¿Usted?

- Yo sí me declaro felizmente silvestrista.

- No sabía que fueras silvestrista Mathias. Dijo Samanta, que

lastima algún defecto tenías que tener.

Mathias respiró profundamente, debía controlarse y fingir ser un

invitado más que asistía al cumpleaños, no al concierto de Silvestre. Pichicho estaba a punto de ahorcar a Samanta por semejante comentario.

- Eres muy joven Samanta no entenderías de Vallenato,

sabes acaso mi princesa, donde está Valledupar. Dijo Mathias serenamente.

- No, ni necesito saberlo. Luego regreso querido, voy con mis amigas.

- Esa arpía. Dijo Pichicho. Disculpe compadre, no quise decir eso.

- Pues deberías, que mujer tan fría. Y de bonita ya no tiene nada. El mesero ha regresado, salud Rodolfo, por la vida

que nos merecemos.

Durante dos horas Pichicho y Mathias se tomaron la botella y al momento de salir Silvestre a escena, uno estaba más borracho que el otro. Mientras bailaban entre los invitados y la algarabía

contagió a todos los presentes, casi agazapados y escondidos se encontraban Walter y Víctor, que aunque felices, envidiaban a

Mathias y al muchacho que estaba con él, estaban tomando de lo lindo. Incluso Silvestre les dio la mano, se tomaron fotos con él y le brindaron un trago largo de Whisky.

Page 302: Diario de  un silvestrista

Cuando terminó el concierto y la fiesta continuó, Walter y Víctor se acercaron a Mathias, quien completamente borracho le decía al

otro muchacho, que las mujeres eran una desgracia para el hombre.

- Mathias nos vamos. Dijo Walter lo más serio posible.

- Yo no me voy, yo estoy esperando a Ana.

- ¿Quién es Ana? Preguntó Víctor.

- El amor de su vida. Constó Pichicho. Encantando muchachos Rodolfo, alias Pichicho y soy Silvestrista.

- Otro coleado compadre, salgamos ya de aquí. Dijo Víctor al oído de Walter.

- Mathias no nos haga esto, ya debemos irnos.

- ¡No me voy Carajo! ANA, ANA ANA. Gritó Mathias.

Samanta se acercó con un vigilante. Son ellos, creo que no son invitados a esta fiesta. Señaló con su dedo delgado de bruja.

- Señores les agradezco que me acompañen afuera. Dijo el hombre de negro.

- ¡NO ME DA LA GANA! ¡BRUJA, ERES UNA BRUJA ANA! Le espetó a Samanta.

- Está borracho. Sentenció la chica.

- Nadie le dice borracho a mi compadre en mi cara. Pichicho alzó tanto la voz, que varios vigilantes tuvieron que

intervenir, y se llevaron a los cuatro por la fuerza. Walter y Víctor defendían a Pichicho y a Mathias, y se enfrentaron a los guardias, hasta que eran ocho contra cuatro y tuvieron

que rendirse.

Page 303: Diario de  un silvestrista

A las cuatro de la mañana, en una celda fría de la comisaría de Bucaramanga, nacía la amistad más grande mundo, la vida de

Walter, Pichicho, Víctor y Mathias, jamás volvería a ser igual, compartieron ir presos por alterar el orden público, pero también compartieron una locura silvestrista que los uniría por el resto de

sus vidas.

Walter como de costumbre hizo la pregunta de la noche.

- Compadre Víctor ¿Quién carajo será Ana?

Page 304: Diario de  un silvestrista

SILVESTRE DANGOND

Después del concierto de esa noche, Silvestre en la habitación

del hotel, comenzó su búsqueda secreta. Leyó cuanto mensaje le

enviaban las chicas que se llamaban Ana, y observó durante varias horas, fotos y más fotos. “Busco una aguja en un pajar”. El muchacho pensó que sería más sencillo encontrarla, pero ninguna

de las silvestristas, coincidía con Ana.

- No tengo otro remedio que leer algo más del Diario a ver si me da pistas sobre Ana.

En sueños vi dormir a Ana, a su alrededor revoloteaba la libélula

roja, me alejé de la casa donde la tenían en la montaña, y repetí

su nombre como tratando de no olvidarlo.

- ¡ANA! Y creí escucharme pronunciando su nombre.

De pronto Ana, caminaba hacía mi como hechizada, estaba

vestida con una bonita tela blanca, brillaba realmente hermosa

entre la oscuridad, y su libélula la acompañaba a mi encuentro.

Toqué su rostro, increíblemente me recordaba a alguien, pero no

estaba seguro a quién, allí en plena oscuridad, sería imposible

conversar, por eso la tomé de la mano y subimos la montaña, ella

no hablaba solo se dejaba llevar. Necesitaba regresar a mi

habitación, enseñarle las cartas que llegaban, tal vez ella podía

decirme quién era yo.

Ana se detuvo como despertando de un sueño y comenzó a gritar

¡SUELTAME! ¡SUELTAME! Dijo ella.

- ¡Te necesito Ana! Dije desesperado, los ojos me ardían y me

sentía infinitamente solo. Arranqué a correr sin soltar su mano,

quería llevarla a mi habitación con las postales rojas, pasamos

entre múltiples matorrales que lastimaron su piel. Me encontraba

fuera de mi mismo y no podía parar, tenía que irse conmigo.

Page 305: Diario de  un silvestrista

De pronto ella empezó a tararear una canción que me detuvo, era

hermosa, era sencillamente hermosa, entendí que era sin duda,

una melodía de “Silvestre”, y solté su mano.

Silvestre intentó entender de qué se trataba todo esto, cómo una persona podía saber sobre él, y sobre Ana de aquella forma. Qué significaba la libélula roja, porqué Ana se asustó al verlo, y por

qué necesitaba Ana. Las preguntas se conglomeraron dentro de su mente y su corazón, no tenía idea de cómo buscar a Ana, hace

ya mucho que no la veía en conciertos.

- ¿Será que dejó de quererme? Se preguntó atormentado.

¿Dejaste de ser silvestrista Ana? ¿Dónde puedo encontrarte bonita? y con estas preguntas se quedó profundamente

dormido.

En sus sueños se veía cantándole al pueblo, veía sus sonrisas, y

la alegría que emanaba de la multitud. Pero desde que leía el Diario de un Silvestrista, sus sueños habían cambiado, podía ver

cosas que no comprendía, como si el mundo hubiera cambiado.

Esa noche vio en sueños una especie de grillo en el agua que se

aferraba a un árbol, y de pronto el animal comenzó a cambiar de verde a un rojo intenso. Observó cómo el grillo se transformaba

en una radiante libélula, quien en su metamorfosis salió de su traje como mudando la piel y dejó una cáscara vacía. Al desplegar las brillantes alas, revoloteó hasta posarse serena y cristalina en

el hombro de una mujer. Unos enormes ojos negros le devolvieron la mirada.

Trató de decir su nombre, pero de su boca no salió sonido alguno, ella se acercó lentamente y colocó la libélula en sus manos. Y

como por arte de magia, la libélula desapareció, y Ana también.

Por la mañana se despertó tremendamente agotado, pero no

había tiempo para descansar, otra ciudad aguardaba por él.

Page 306: Diario de  un silvestrista

ANA

El avión aterrizó en Santa Marta a las 4 de la tarde, su corazón

estaba ansioso por pisar de nuevo la tierra maravillosa de Gabo,

aunque en esta oportunidad no avisó a sus amigos en Ciénaga, ni a los de ningún pueblito de su visita, Katherine, Andrea, Yuli, Rossana y los muchachos, no podrían recriminarle que deseara un

poquito de soledad.

- ¿A dónde señorita? Preguntó el taxista.

- A la Ballena Azul en Taganga por favor. Dijo Ana.

Había encontrado en un folleto sobre un pueblito a orillas del mar, donde ofrecían la estadía más tranquila del mundo. Cuando se

aproximaron en unas curvas y pudo ver el mar, el corazón de Ana se sintió agradecido de contemplar la inmensidad de aquel lugar.

Al llegar a una especie de redoma, a tres pasos de donde la dejó el taxi, se encontraba un sencillo hotel con una ballena azul dibujada, y enfrente de él, el mar tan azul como el mar de los

griegos. En instantes confirmaron su reservación y recibieron su equipaje, lo primero que hizo al tener estadía fue quitarse los

zapatos y fue a sentarse en la playa. Estaba atardeciendo, y el sol teñía el horizonte de un color dorado, que le recordaron los

cabellos de Mathias, intentó bloquear el pensamiento y se concentró en el sonido de las olas, en el olor a sal de aquel lugar, permaneciendo sentada en el mismo lugar hasta que al caer la

noche se levantó y caminó por la orilla del mar, permitiendo que las olas le lamieran los pies. Era el lugar perfecto para pensar y

entender el motivo de sus tristezas.

Page 307: Diario de  un silvestrista

PEREZ CARRANZA Juraría que esa muchacha huele a chocolate. Pensó Jorge. No

pude ver el color de sus ojos, solo se que estoy enamorado de ella. ¿Será posible?

Con una enorme taza de café humeando en la mesa del hotel, el muchacho realizaba sus labores de fotógrafo como de costumbre,

pero esta vez era diferente, todo había cambiado, a medida que trabajaba, sonreía al pensar en la muchacha que vio entre la

multitud del día anterior al llegar al hotel de aquella ciudad.

- Tenía la esperanza de verla en el concierto de anoche, pero

entre tanta gente fue imposible encontrarla, como cada noche, mil rostros eufóricos, felices.

Pasaba cada foto, con el alma ausente, en dos oportunidades llegó a suspirar tan profundamente que a su mente vino un

personaje, que él conocía muy bien.

- Hoy entiendo a Romeo, él idealizó a Julieta y eso fue la

causa de su destino. Ese William si que sabía del amor.

En la pantalla del computador, apareció una foto de la multitud, y entre el público la encontró.

- Es ella, la muchacha que huele a chocolate, por Dios es ella. Dijo con los ojos como plato. Su corazón se aceleró

maravillado de tener una foto suya. Era una joven de piel pálida y cabello claro, de enormes ojos. Estoy loco por ella. Pensó.

- Que hermosa eres mi Julieta. Dijo sintiendo su presencia en la habitación. Voy a encontrarte tarde o temprano y

nada ni nadie me alejará de ti, no sé tu nombre, así que serás Julieta por el resto de mi existencia.

Intentó trabajar, pero le fue imposible, su pensamiento estaba con la mujer de sus sueños.

Page 308: Diario de  un silvestrista

- Me quedaré dos días en Barranquilla, dos días para encontrarte amada mía.

Y diciendo esto como una sentencia definitiva, tomó su cámara, ajustó las trenzas de sus zapatos de color naranja, tomó algo de

dinero y se lanzó a la calle en busca de su amor perdido.

- Todo cuanto tengo lo he luchado palmo a palmo, no espero

menos de nuestro amor. Dijo sonriente al sol cálido de la costa.

Page 309: Diario de  un silvestrista

JAVI

Un muchacho delgado y de cabello negro caminaba de un lado

al otro en el Metropolitano, parecía angustiado. Cada cinco segundos observaba el reloj de pulsera, y murmuraba palabras

que soltaba sin pensar.

- ¿Por qué siempre soy el que los espera? Dijo enfadado ¿Es

que soy el único que cumple horarios en esta vaina?

- Viejo Javi, que más, cómo esta todo. ¿Dónde están los

demás? Preguntó una muchacha de ondulada y larga cabellera.

- ¡Daniela por Dios! Por fin alguien llega, tengo más de quince minutos esperando al Batallón.

- Javi cálmate son solo 15 minutos de retraso, esperemos que el Batallón llega, tarde o temprano, pero llega.

Javier respiró profundo, para no contestar de mala manera,

observó el reloj, miró de un lado a otro y el Batallón no aparecía.

El Batallón 115 del silvestrismo, es un grupo gigantesco que

funciona en Barranquilla, se encuentra conformado por jóvenes y no tan jóvenes que fieles a Silvestre Dangond, se reúnen cada

quince días en las instalaciones del CAI del estadio Metropolitano de Barranquilla, tienen la particularidad de ser el único grupo silvestrista con un grito de guerra, forman un círculo cerrado

juntan sus manos y gritan su consigna.

- Soldado DJ, presente para la sesión de hoy, reunión número 300.

- ¡No me jodas! Llegas tarde. Dijo mal humorado Javier.

- Soldados MB, AD, TU y JC presentes para la sesión de hoy,

reunión número 300. Dijo una pequeña joven, que brindó

Page 310: Diario de  un silvestrista

una gigante sonrisa a los presentes. Poco a poco fueron llegando los soldados del Batallón Silvestrista de

Barranquilla, cada uno fue dando las iniciales de su nombre y reportándose ante el equipo rojo. Javier un poco más calmado, fue recibiendo uno a uno, con algo parecido a un

intento de sonrisa.

- Bueno soldados el motivo de la reunión de hoy... Empezó Daniela en un tono alegre pero institucional.

- Hoy no tenemos tema pautado. Dijo sonriente Javier.

- Se equivoca soldado, debemos verificar los acontecimientos

del día de ayer, guarde silencio, ya tendrá derecho de palabra.

Todos al unísono soltaron la carcajada por la situación y Javier se sentó huraño en un banco del parque.

- ¿Fotos? Preguntó Daniela.

- Muchas fotos, pero sin Silvestre. Dijo una de las chicas que parecía tener las respuestas a mano.

- ¿Entrega de regalos y cartas?

- CUMPLIDO. Dijeron al unísono.

- ¿Bajas en el Batallón?

- Ninguna. Respondió la joven del informe.

- ¿Propuesta en pie?

- Insistir en obtener fotos con Silvestre. Concluyó la joven Silvestrista.

Y como si se tratará de una obra de teatro todos se reunieron en un circulo perfecto “BATALLON 115, BATALLON 115,

BARRANQUILLA, BARRANQUILLA PRESENTE” Gritaron felices

Page 311: Diario de  un silvestrista

de fijar su meta, obtener una foto con Silvestre Dangond, con el acostumbrado grito de guerra.

- Bueno solicito la palabra señores. Dijo Javier.

- Que alguien me diga por qué el Javi está tan molesto. Dijo DJ.

- Primero, llegan veintidós minutos tardes de la hora pautada, y

segundo, ayer me dejaron botado en el concierto.

La risa común entre el Batallón 115, fue estridente, todos en avanzada abrazaron a Javi, por lo que le habían hecho. Durante toda la reunión rieron entre cada historia de la noche anterior, su

objetivo de una foto con Silvestre no se había alcanzado, pero como el Javi siempre les decía “Un silvestrista jamás se

rinde”.

De pronto llegó a la reunión el soldado BB quien no había avisado

que llegaría tarde al Batallón.

- ¿Qué horas son estas soldados? Usted no llega tarde, Usted

ya está para asistir a la reunión 301, sancionado hasta entonces. Dijo Daniela con el seño fruncido.

- Una misión urgente me ha sido encomendada por el mismísimo Jorge Pérez Carranza. Dijo casi sin aire en los

pulmones.

El Batallón 115 de Barranquilla quedó atónito ante la confesión del soldado BB.

- Reporte inmediatamente la novedad soldado. ¿Qué ha dicho el lente del silvestrismo?

Y en lugar de hablar, les enseñó la foto de una joven en el concierto de la noche anterior.

- Me encontré por casualidad con Pérez Carranza cuando venía a la reunión, dice estar buscando a esta silvestrista, que el caso es

Page 312: Diario de  un silvestrista

de vida o muerte, más no me explicó por qué, solicita la ayuda del Batallón, y yo quedé en avisarle la decisión.

Todos estaban sorprendidos de aquella petición, se trataba de alguien a quien admiraban en demasía, el fotógrafo de Silvestre

solicitaba ayuda.

- Batallón 115, silvestrista de Barranquilla, un hermano de

trinchera necesita de nuestro apoyo ¿Cuál es su respuesta? Preguntó Daniela.

“BATALLON 115, BATALLON 115, BARRANQUILLA, BARRANQUILLA PRESENTE.”

El grito de guerra del silvestrismo había señalado la nueva meta,

contaban con dos días para encontrar a Julieta.

A Javier le brillaron los ojos al contemplar a la chica de la foto.

Page 313: Diario de  un silvestrista

NINI - ¿Mamá? ¿Mamá? Llamó Nini desde su pequeña habitación.

- Dime hija ¿Qué pasa?

- No puedo ver. Susurró la Joven.

- ¿Qué te pasa Nini? No entiendo. Dijo la madre.

- No puedo ver mamá. Dijo a punto de llorar.

Al despertar ese día, Nini entre las sábanas se sentía tan dichosa

de haber estado tan cerca del amor de su vida, pero al abrir los ojos, la oscuridad fue total, se incorporó sentándose en la cama, se tocó el rostro, confundida, el dolor de cabeza no dejaba de

martillar su vida. Comprendió que estaba ciega.

Durante días fue hospitalizada, los médicos no lograban explicarle

qué provocaba, su ceguera repentina. Fue objeto de mil exámenes. Nini no perdió el control de sus emociones ni por un

instante. “Si la tristeza se apodera de mi, estoy perdida” murmuraba cuando no escuchaba voces a su alrededor.

- Nini esta noche deberás quedarte sola. Dijo la madre de la muchacha.

- Esta bien mamá. Contestó Nini.

- ¿Necesitas algo?

- Sí mamá, en mi mesita de noche está mi reproductor rojo,

tráemelo, y todos los CDS de Silvestre que están allí.

- Mañana sin falta traeré todo, descansa y no dejes de rezar. Dijo.

La mamá de Nini se despidió de ella dándole un beso en la frente, el silencio fue tan agradable, que Nini se entregó a su mente poco

a poco, hasta quedarse completamente dormida. En sus sueños

Page 314: Diario de  un silvestrista

podía ver un poco de luz al final del camino, al llegar a la luz blanca y penetrante, Nini se colocó una mano a forma de visera

para lograr ver que revelaba aquella luz. Se sintió feliz al ver que era el mar, las olas danzaban al compás de un mundo perfecto, el sonido era alentador, casi podía sentir el sabor de la sal en sus

labios. Cerca de la orilla estaba un hombre que dejaba que el mar le tocara los pies.

- ¿Puedo sentarme? Preguntó ella.

- Puedes. Contestó él.

Nini contuvo la respiración, cuando vio el rostro del joven, un

sonriente Silvestre iluminó todo cuanto los rodeaba. Ella sin creer lo que veía le tocó el rostro, y él amablemente la dejó que lo

tocara.

- ¿Eres tú? ¿Silvestre?

- Soy yo, y tú puedes verme.

- Pero yo estoy ciega. Dijo la muchacha.

- Lo se Nini, pero volver a ver depende de ti, busca en tu mente, allí están tus respuestas.

Nini no pronunció ni una silaba más, simplemente posó su cabeza en el hombro de él, y se quedó allí escuchando las olas del mar.

El sol brillaba con tal intensidad, que se le antojó el más hermoso que haya visto jamás.

Nini se despertó en medio de la oscuridad y susurró “Antes de ver, te veré” y el sueño la arropó llevándola a un lugar donde todo es posible, “su mente”.

Page 315: Diario de  un silvestrista

LA MONTAÑA DEL SOL

Al despertar en la cama vacía sin Mathias, la tristeza era lo

primero que se asomaba en mi mente, así que por las mañanas

me acostumbré a murmurar su nombre. Él era mi primer pensamiento y el último al acostarme, no dudaba del amor que sentía por él, pero cuando estaba a su lado y la rutina llegó a

nuestra puerta, dejé de soñar, dejé de ir a conciertos, dejé de ser la mujer que había logrado ser, y solo tenía ojos para el hombre

que amaba. Estaba adormecida en un circulo vicioso, porque volvía a ser la Ana de Rafael, y aunque se que no existe punto de comparación entre ambos, necesitaba estar sola, mirar al

horizonte y comprender qué causaba tanto desequilibrio en mí. Cómo era posible que la vida cotidiana me perturbara, o era

acaso que necesitaba del duende y sus misterios.

Creía haber ayudado a Kennel a reunirse con su amada Julia y su

hijita, y que su alma descansaría en paz, entonces si ello era así, por qué no podía tener paz en mi alma.

- ¿Qué me está pasando? ¿Qué ocurre conmigo? Dije a las olas del atardecer, mientras caminaba con mis zapatos

rojos en la mano. “Los zapatos de Silvestre”.

De pronto encontré un camino y decidí seguirlo, a medida que avanzaba por el camino angosto y rocoso, entendí que subía una de las montañas de Taganga, un hombre de ojos azules pasó a mi

lado, saludando alegremente. Continué subiendo y sentí miedo, era una montaña desértica con algunos árboles consumidos por el

fuego. De pronto se alzó ante mi un montículo gigantesco que decidí subir para poder mirar el mar. Eran aproximadamente las 5:30 de la tarde, cuando alcancé la cima, un sol dorado me

recibía en la inmensidad de la distancia, pude contemplar ese punto en el cual convergen el mar y el cielo, esa línea azulada

donde habitan los sueños de todo ser humano, un horizonte en el cual se perdió mi pensamiento. Me senté en una roca de frente al

Page 316: Diario de  un silvestrista

atardecer, se me antojó triste y alegre al mismo tiempo, pensé en Mathias y su sonrisa radiante, sentí en mis labios el calor de sus

besos, en mi piel, cada una de sus caricias. El sol en su despedida me hizo recordar el día que Mathias besó mi cicatriz.

Cuando era niña, mi padre llevó a casa un enorme paquete de salchichas, estaba tan contenta de comer salchichas, que cuando

me encomendaron traer el refresco a la tienda de enfrente, corrí a toda prisa, y con la botella de vidrio fui a hacer mi mandado, al regresar a la casa, recuerdo haber brincado en un pié, luego en

otro; y de pronto, caí enredada en mis propios pies, no recuerdo haber sentido nada que no fuera tristeza, sabía que había

estrellado la botella de vidrio, había arruinado el desayuno. Mi padre al verme me tomó en brazos. Yo lloraba amargamente por haber quebrado la botella. Recuerdo algunos deditos sangrantes.

Por la noche cuando regresé del hospital, papá le contaba a mamá que estuve a punto de sacarme el corazón, que los

enormes vidrios de la botella habían arrancado un profundo tajo de carne, y que para toda mi vida tendría una enorme cicatriz. Lo

escuché entre dormida y despierta.

La noche en que me entregué a Mathias, cuando él vio la cicatriz

cercana a mi corazón, para mi sorpresa, le dio un dulce beso, aquel gesto de su parte, me revelaba que él me aceptaba tal y

como yo era, con todos y cada uno de mis defectos, virtudes, aciertos y desaciertos. Esa noche fui tan feliz como puede serlo, un ser humano que encuentra en el mundo a su alma gemela.

Me toqué el pecho, allí estaba mi cicatriz, recordándome a mi

padre, recordándome a Mathias, dos de los tres seres más importantes de mi universo, a los dos los había perdido de forma diferente, pero ya no estaban de forma definitiva.

- No me gusta recordar a papá. El alma me pesa como si le

hubieran atado piedras, y yo ante el mar, solo queriendo arrojarme, nunca había logrado superar la muerte de papá.

Page 317: Diario de  un silvestrista

Observé mis manos doradas por la luz del atardecer. Cuál sería mi fatal sorpresa, cientos de heridas en mis brazos se

enrojecieron, no estaba sola. Algo o alguien, estaba a mi lado, aunque no pudiera verlo, los rasguños en mis brazos y piernas habían regresado, algo sobrenatural estaba cerca. Sabía

perfectamente que debía abandonar la montaña, no podía ayudar a nadie en ese instante, así que rápidamente bajé por la

montaña, tomé el camino hacía la playa, huí de ese ser que estaba a mi lado, llámese duende o alma pena, corrí tan deprisa que tropecé y fui a parar sin poder evitarlo, al final del acantilado.

“Me maté” pensé en el mismísimo instante en que piedras palos y

tierra me laceraban la carne. Golpe tras golpe rodé tan bruscamente, que en un instante llegué al fondo. Cuando todo terminó, no pude moverme, era posible que muriera ese mismo

atardecer. Había huido de todo lo que me hacía feliz, y ahora encontraba mi destino, morir a la falda de La Montaña del Sol,

para ser devorada por los animales. Sentí lo tibia de mi sangre, que manaba de mi rostro. Que distante estaba Mathias y su amor por mi, que lejanos los días en que estuve entre sus brazos.

Pensé en Silvestre y el beso que nos dimos en Valledupar, y dos dolorosas lágrimas brotaron de mis ojos. La vida se me iba de las

manos, y pensé lo tonta que había sido durante años.

- Una libélula roja revoloteó en el cielo, y sin fuerzas, me

entregué a mi destino.

<< La vida es un instante misterioso, en cambio la muerte es

eterna y sencilla, al final del camino te espera otra especie de amanecer>>. Pensé.

Antes de perder el conocimiento unos penetrantes ojos grises como el mar, me miraron. La Nana había venido a mi encuentro

para llevarme a la eternidad.

Page 318: Diario de  un silvestrista

YALIANA

Una joven de piel tostada por el sol observaba con detenimiento

el atardecer a la orilla de la playa, en un lugar apartado del

mundo a la falda de una montaña, solía acudir en las mañanas a ver el amanecer y contra viento y marea por más ocupada que estuviera, cesaba en sus quehaceres para poder contemplar el sol

zambullirse en el mar. Yaliana vivía en una pequeña casita de madera construida sobre rocas, cercana a la montaña, lo cual la

ocultaba de turistas y de los moradores de Taganga, apenas tenía 23 años, para ser alguien tan solitario y ermitaño.

Yaliana escuchó claramente el grito de terror de una mujer, y cómo alguien había caído montaña abajo. Cuando llegó al lugar

donde había aterrizado la mujer, sintió compasión, las heridas provocadas por la caída indicaban que estaba muerta. Se acercó lentamente y colocó su oído en la nariz de la joven

ensangrentada.

- Aún respira. Dijo Yaliana. Con todas sus fuerzas la levantó y llevó a la casita para intentar curarla. Esa herida en la pierna es realmente fea. Dijo al desnudarla para lavarle las

heridas. La joven ermitaña había aprendido a curarse así misma, por lo que contaba con todo lo necesario para

brindarle los primeros auxilios a la muchacha que estaba desmayada. “Aparentemente no hay huesos rotos” pensó limpiando el cuerpo de la joven con estropajo y agua

caliente. Toda la sangre provenía de una herida en la cabeza, y tenía múltiples rasguños en todo el cuerpo, tan

rojos y en carne viva, que Yaliana no podía comprender cómo se los había hecho al caer.

Cuando la luna se alzó solitaria en la bóveda oscura, Yaliana se sintió profundamente cansada, intentó bajar la fiebre de la

muchacha sin resultado.

Page 319: Diario de  un silvestrista

- Vamos niña, eres muy joven para morir. Le decía una y otra vez, mientras cambiaba las compresas de agua fría.

Los rasguños de brazos y piernas, estaban enrojecidas pero de ellas no brotaba sangre.

- La pierna esta muy mal, necesitaré ayuda, voy a dejarte sola niña. Dijo como si la enferma pudiera comprender.

Regresaré pronto, lo prometo.

Un anciano que vivía en Playa Grande era curandero, y Yaliana

fue a buscarlo temiendo que tuvieran que cortarle la pierna a la muchacha. El hombre por muy tarde que fuera, siempre acudía ante emergencias, y siendo una turista que cayó de la gran

montaña y que quedó viva, era una enorme emergencia.

- Curaré la pierna Yaliana, pero esas heridas de los brazos y piernas, no las sana ni Dios, a esta muchacha la tocó el Diablo. Dijo en anciano persignándose tres veces con la

mano izquierda.

- Haga lo que pueda que del resto me encargo yo. Contestó Yaliana. “Viejo pendejo” Pensó. “Que ridícula creencia.”

Al amanecer Yaliana estaba extenuada, no había dormido, colocando las compresas de agua fresca que había recetado el

curandero, y la pierna estaba vendada por cuanto ungüento milagroso tenía el anciano en su mochila, ese día Yaliana se perdió el amanecer. A los primeros rayos de luz, la joven se

quedó dormida cuando la enferma sudó la fiebre. Pasaron dos días sin que la muchacha se despertara, Yaliana le humedecía los

labios con aguas aromáticas, y pasaba de vez en cuando un poco de amoniaco por la nariz, tratando de que su paciente despertara. Dos días y tres noches en que la joven de largos cabellos negros

y cicatrices se negó a abrir los ojos.

- Estas heridas no me gustan nada, cómo es posible que sigan tan enrojecidas. Ya me está dando es miedo. Vamos niña levántate, la vida te espera.

Page 320: Diario de  un silvestrista

LA NANA

Ana vio el agua grisácea de la Ciénaga a sus pies, una suave

brisa le acariciaba el rostro, y una especie de oleaje chocaba

contra la casa. Era un lugar abandonado donde el tiempo había causado estragos, la decadencia del lugar le causaba tristeza a su Corazón.

- Ana pequeña has venido. Dijo una Anciana de profundas

arrugas y ojos tan grises como el mismísimo mar.

- Nana aquí vienen las almas al morir. Dijo meditabunda la

muchacha.

- Tú no has muerto mi niña. Y dando unas palmaditas en la

espalda de la muchacha, la animó a entrar en la casa desvencijada. Uno no muere de amor Ana, eso es una de

las cosas más ciertas que existen en todos los mundos posibles.

- Y por qué siento que ya no puedo seguir viviendo. Dijo Ana mirando sus pies descalzos.

- Porque así se siente el dolor, cada quien decide hasta donde puede sufrir y luego decide que hacer con su dolor,

pero por muy fuerte que sea, no puede matarte.

- Nana te he extrañado, las cosas en mi vida están fuera de lugar.

- Pues colócalas en su sitio Ana. La vida es simple, y no puedes dejar de ser feliz, vamos pequeña, la vida te espera.

- Silvestre, lo amo tanto que alejarme de él me duele.

- No te alejes entonces niña. Dijo la Anciana brindándole una radiante sonrisa.

Page 321: Diario de  un silvestrista

- Mathias lo amo con todas mis fuerzas.

- Pues no te quedes sin él. Son tus amores, uno tan distinto

del otro, y los dos esperan por ti Ana, solo tienes que vivir. Solo tienes que aprender a vivir.

Ana vio como sus heridas estaban enrojecidas, y todo su cuerpo estaba envejecido y adolorido, en la habitación de tablas de

madera no estaba La Nana, un ser lleno de luz, una niña la miraba con sus enormes ojos llenos de fuego, no era Kennel el

duende. Teresa estaba muy cerca de la cama.

Entonces despertó.

Page 322: Diario de  un silvestrista

PICHICHO

Mathias se sentía avergonzado de haber echado a perder la

noche de concierto, por beber más de lo debido, hizo que los

descubrieran en la fiesta privada y que se los llevaran presos por atentar contra el orden público. Pichicho perdió su empleo, a Walter lo regañaron en su casa, Víctor insistía que él sabía que

irían presos, y que nadie quiso escucharlo, así que ya que los cuatros disponían de unos cuantos días, Walter Quintero planteó

que debían visitar El Novalito, una hacienda de unos amigos suyos, para relajar la tensión de los últimos días. Incluso para intentar que Víctor se olvidara de su amada moto desaparecida.

Todos decididos a compartir un poco más con los otros y

queriendo olvidar cada quien a su manera sus propias penas, aceptaron la invitación del inventor de problemas, y encantados se fueron un fin de semana detrás de Walter.

- Hay que bajar aquí muchachos. Dijo Walter y el taxista se

detuvo en un puente oscuro.

- Ya empezaste con tus malas ideas. Dijo Mathias un poco

nervioso. Este puente está tenebroso.

- Tranquilo compadre que lo que hay es que bajar esas

escaleras.

Los muchachos observaron las escaleras más lúgubres de sus vidas, pero sin detenerse a pensar, uno a uno, fueron bajando.

- Debemos pasar por debajo del puente y cruzar la autopista, del otro lado pasa el bus que nos lleva al

Novalito. Dijo muy alegre Walter Quintero.

- Me faltaba morir de esta manera, que locura. Dijo Pichicho

y antes de cruzar corriendo la avenida, dio dos golpes fuertes en el pecho, invocando a su silvestrismo del alma.

Page 323: Diario de  un silvestrista

Afortunadamente no murió ninguno, aunque a Víctor casi lo atropella un camión, fuera de eso, solo esperaron en silencio por

el autobús que los llevaría a su destino.

- Antes de llegar a la finca, debo confesarles algo

muchachos.

- Deja la pendejada, allí viene el bus. Dijo Víctor.

- Pasen al final muchachos. Dijo el conductor. Así que

Mathias, Pichicho, Walter y Víctor se acomodaron al fondo de la unidad de transporte.

- Deben saber algo del Novalito, amigos míos. Insistió Walter. Pero la música y el ambiente festivo del autobús,

no permitió que los muchachos le prestaran atención.

Pichicho tarareaba la melodía, Mathias entonaba la canción de la

Reina de Diomedes Díaz a todo pulmón, y Víctor lo acompañaba en los coros. Cuando la canción terminó y sonó en los parlantes las noticias de la noche, dictadas por un locutor que las daba,

como si de un chiste se tratara. Walter decidido a ser escuchado, respiró profundo y echó a perder la noche.

- En el Novalito se aparece un muerto. Dijo tan serio e institucional como pudo. Y la mirada atónita de cada uno

de sus compañeros le estampilló, que tenía toda su atención.

Page 324: Diario de  un silvestrista

MATHIAS

En compañía de sus nuevos amigos silvestristas, el muchacho de

cabellos rubios y ojos pardos, se dirigía a la hacienda del

Novalito, la cual según el relato sorpresivo de Walter Quintero, por las noches podían escucharse ruidos extraños, que eran atribuidos a un alma en pena o fantasma. Mathias había prestado

mucha atención al asunto, debido a que Ana había experimentado personalmente, la manifestación de lo que en la jerga popular le

denominan duende. El joven tratando de llenar el vacío que había dejado su novia, trató de interesarse por el misterio del Novalito, y tan pronto llegaron a aquel lugar, caminó por toda la casa,

detallando el amplio lugar. Walter, Víctor y Pichicho por el contrario olvidaron el asunto del muerto y fueron a parar a una

pequeña piscina, que en medio de la noche y con algunos aguardientes encima, se relajaron.

Walter había explicado que cuando se apagaban las luces del corredor de la casa y todo el mundo se acostaba, solían

escucharse pasos, voces e incluso risas, y se les prohibía a todos los visitantes de la hacienda a que salieran de la casa por las noches. Escucharan lo que escucharan no debían intentar salir de

noche.

- Usted está buscando al muerto. Dijo un anciano de aspecto descuidado. El cuidador de la hacienda, vivía solo desde hacía muchos años, decía que el muerto y él ya eran

buenos amigos.

- ¿Por qué dice eso mi señor? Preguntó Mathias que no apartaba la vista de los enormes árboles que rodeaban el lugar.

- Se le nota en la mirada muchacho, no busque lo que no se le ha perdido. Porque se puede llevar un buen susto.

Page 325: Diario de  un silvestrista

- ¿Usted lo ha visto? Preguntó Mathias. ¿Es cierta la aparición?

- Yo lo he visto y no se lo deseo a nadie, ya estoy acostumbrado a las lamentaciones del muerto, pero a un

muchacho como Usted estoy seguro que le dejaría un mal sabor de boca. Deje en paz a los muertos y haga como sus

amigos, finja que la muerte nunca les va a llegar. El hombre entró en la casa y no volvió a salir en toda la noche.

Cuando ya los muchachos dormían en una habitación, que había sido acondicionada para que los cuatro amigos compartieran

dormitorio, Mathias se sintió cansado de huir al sentimiento que albergaba en el pecho. Un recuerdo doloroso vino a mortificar su

mente, Ana escribía un diario personal, y a medida que lo escribía, sus mejillas se sonrojaban haciéndola ver más hermosa que de costumbre. Esa noche Mathias la tomó de las manos, y

dulcemente la apartó del libro, dio dos tiernos besos en sus manos, y le besó el rostro, el momento de entregarse el uno al

otro había llegado.

Ana lo miraba con sus enormes ojos negros, y él sintió que nadie

en la vida podría igualarse a ella, tan frágil, tan suave, tan dulce. Recordó el momento más intimo de ambos, cuando teniéndola en

sus brazos vio en el pecho de Ana una gran cicatriz cercana al corazón, sin pensarlo ni por un instante, le besó allí donde algo le había causado daño.

- Te Amo Ana. Fue lo único que pudo decir, y la entrega se

convirtió en amor, y el silencio se volvió oscuridad, y la oscuridad de ambos fue luz, cuando pudo sentir cada milímetro de su piel.

En la oscuridad, los ronquidos de Walter lo sacaron del recuerdo

maravilloso, trayéndolo a la fría realidad de su vida sin la mujer que amaba. Ella había huido sin decir ni a donde, ni por qué. De pronto escuchó unos murmullos y estuvo alerta dentro de su

Page 326: Diario de  un silvestrista

cama, casi fue un alivio entender que era Pichicho que hablaba dormido.

- A mi alrededor no hay fantasmas, lo que hay es silvestristas ebrios y felices.

Al amanecer los muchachos aun dormían cuando Mathias se levantó a hacer café, el anciano ya estaba muy pegado a la

hornilla de la cocina, cocinando pescado frito para el desayuno.

- ¿Qué tal noche? Preguntó el Anciano.

- Excelente. Respondió un Mathias muy animado.

- Entonces ¿Qué le pasó en el cuello muchacho? Dijo señalando con un dedo.

- Nada ¿Qué tengo? Preguntó Mathias.

- Vaya y mírese en el baño.

Mathias extrañado fue al fondo de la casa donde había un baño de blancas paredes, frente al espejo contempló con asombro una enorme mancha morada en el cuello. Una especie de chupón.

- ¡Dios Santo! Dijo espantado.

Page 327: Diario de  un silvestrista

TURBAYORK

Turbaco es el pueblito de la costa colombiana, donde sus

visitantes no exageran al decir que es el lugar más caliente de

todo el planeta. Desde muy temprano la gente se lanza a las pequeñas calles para dirigirse a sus trabajos, los más jóvenes se apresuran por llegar a tiempo a sus colegios, y los más ancianos

suelen sentarse en sus mecedoras a ver pasar la vida con mucha más calma.

- Un día de estos, saldré desnuda a la calle lo juró, apenas son las 10:00 de la mañana y siento que el infierno me

queda aquí al lado. Dijo una joven que iba apresurada en un cochecito que parecía de juguete.

En estos pueblos de la costa se utiliza un transporte muy peculiar, donde una especie de moto, cuenta con un compartimiento con

techo, que le permite llevar dos o tres personas a bordo “Moto taxis”. Si nunca te has abordado a uno, te has perdido la mejor

experiencia de la vida. Para los turistas es tan novedoso que incluso saludan a todos como si fueran la primera autoridad civil del pueblo.

El pequeño vehículo gris se detuvo en una casa roja de rejas

negras, donde fue recibida con gran algarabía, en esa casa todos hablaban a la vez, todos reían, y un estruendo en toda la casa sonaba al compás de la melodía que causaba semejante estado

de ánimo. Turbaco tenía reunión de emergencia.

- ¡Orden Turbayork! Dijo la muchacha recién llegada. Bajen

el volumen y todos asistan al comedor, tengo noticias que no pueden esperar. ¡MUEVANSE CARAJO! Gloris alzó la voz

para hacerse entender entre los más alborotados.

- Qué ocurre muchacha, que no puedes dejar silvestriar a la

gente en paz. Dijo una Silvestrista de piel morena y enormes ojos, que protestaba por bajar el volumen.

Page 328: Diario de  un silvestrista

- Llegó un mensaje ultra secreto al correo de LA MATRACA SILVESTRISTA, no puedo revelar la fuente, pero se nos

informa bajo la más estricta confidencialidad que a más tardar en noviembre hay nuevo lanzamiento.

La algarabía llegó al techo, todos se abrazaban emocionados, nada podía emocionarlos más que el lanzamiento de un nuevo

trabajo discográfico, la vida se les iba en apoyar a Silvestre Dangond Corrales, bajo cualquier costo.

- Bueno muchachos los dejo, debo ausentarme de esta temprana alegría.

- Pero no te vayas, hay que celebrar. Rogaron todos.

- Un silvestrista tiene que hacer, lo que un silvestrista tiene que hacer. Y sin discusión alguna, salió de la casa silvestrista, cruzó la calle y abordó una moto taxi.

- Rápido señor a la parada de los buses que van para Cartagena. Dijo Gloris. Y en un dos por tres, estaba en la

parada del pueblo. Un enorme bus de color rojo y muy antiguo se detuvo. Pagó 1700 pesos la silvestrista, para

llegar a su destino. Quince minutos más tarde, Gloris tomaba otro autobús directo al centro de la Heroica

Cartagena. Entró en un negocio de compra y venta de oro, y entregó al codicioso mercader una diminuta pulsera de oro. “Esto es por los muchachos”. Pensó. Cuando el

hombre que atendía el establecimiento le entregó 200.000 pesos. “Me alcanza para la rifa.” Gloris había vendido la

única pulsera de oro que le regalara su abuela cuando era niña, necesitaba el dinero para comprar el premio que rifarían en el club de Turbaco, para poder reunir dinero

para todos los gastos que se les venían encima, desde camisas bordadas, el disco, las gorras, hasta las entradas

al lanzamiento y los pasajes a Valledupar. “La abuela entenderá que lo hago por amor.” Dos pequeñas lágrimas se asomaron a sus ojos, cuando el hombre destrozó la

Page 329: Diario de  un silvestrista

pulsera para sacarle dos piedras de fantasía que estaban incrustadas en la pulsera.

- La Matraca Silvestrista y Turbayork son mi vida, por ellos todo y sin ellos, nada. Dijo la silvestrista regresando al

comando de La Matraca.

Page 330: Diario de  un silvestrista

SILVESTRE DANGOND

Los meses pasaron volando entre presentaciones, entrevistas,

sesiones fotográficas y ruido, mucho ruido. Para Silvestre, solo

había paz cuando lograba estar con su familia, sus hijos y su esposa, conformaban un universo distinto, donde él podía ser sólo papá y donde la estrella del vallenato se veía distante, comparado

al esposo que cambiaba un bombillo quemado en el apartamento.

Cada vez el tiempo se le escapaba de las manos, sus hijos crecían velozmente, sin que pudiera darse cuenta plena de todo lo que ocurría a su alrededor. Pasaba horas pendiente de La Fundación

que tenía y de todos y cada uno de los casos que se atendían en ella. “Silvestre es generoso” decían algunos. “Silvestre es

humilde” vociferaban otros. Él sentía que tanta felicidad como artista tenía una labor, y era que no solo él debía ser feliz, quería ser alguien que pudiera aliviar las cargas de otros, y su alma se

atormentaba, si no lo cumplía.

Últimamente familiares cercanos se quejaban de que los tenía en el olvido. No lograban entender que él pudiera dedicarle tiempo a niños o jóvenes en sillas de rueda, paralíticos, enfermos o ciegos,

porque, si solo crees que Silvestre es un cantante que baila como un trompo y viaja divirtiéndose a lo lindo con toda la fama que ha

ganado, estas observando una superficie, y no en su conjunto, los sacrificios y la piel que entrega como ser humano.

Debo contarte que las parrandas, conciertos y bailes son solo un ápice de lo que es el silvestrismo, son años entregados, pedazos

de su corazón al rojo vivo, al ser atacado por sus opositores. Nadie que entregue tanto a tantas personas puede ser señalado, solo porque dice lo que piensa, y se da contra el mundo por sus

sueños.

Esa mañana fue una de las entrevistas más duras que tuvo que

afrontar. Una hermosa joven le colocaba un micrófono portátil, de esos que se sujetan en la correa del pantalón, e introducen por

Page 331: Diario de  un silvestrista

dentro de la camisa para que solo un pequeño cabezal asome y transmita a la cámara de video, la voz del entrevistado. Con el

tiempo Silvestre se había acostumbrado a los diferentes micrófonos, pero en esta oportunidad se sintió incómodo, el tema del que se trataba la entrevista, era dolorosa para él. Observó la

cámara y esperó las preguntas del periodista, que prácticamente eran dardos a su corazón.

Poco a poco, fue explicando que poseía muy poco tiempo para todo lo que él quisiera brindar a su familia, comentó que entendía

que su mamá tuviera algún tipo de protesta porque “Mamá era mamá.” Pero que las quejas publicas realizadas por su hermano,

lo lastimaban, que no entendía ni creía que esto le estuviera pasando. Silvestre sin poder evitarlo a mitad de la entrevista no pudo más y se echó a llorar, su voz por primera vez en muchos

años se quebró a tal punto, que su corazón le suplicaba que parara, que guardara silencio.

Cuando terminó aquel suplicio, Silvestre limpió cada una de sus lágrimas y pensó en quienes llenaban su vacío, su esposa, sus

hijos y su silvestrismo. Los mismos vacíos que él llenaba en sus silvestristas. Que difícil debe ser que te ataquen sin pruebas, sin

motivos ni razón, dolería menos si quien lo hace no lleva tu sangre, pero qué sería de la vida sin las peleas con los hermanos.

Los rumores que han girado alrededor del ídolo son tantos y tan diversos, que cuando encuentras a niñas en tu camino como Katherin Porto o Nini, no entiendes que estas cosas pasen.

El Silvestre Francisco Dangond Corrales que decimos idolatrar es

un ser humano y como tal deberíamos respetar en la medida de cómo queremos ser respetados. Un ídolo musical no tiene la culpa de convertirse en famoso y menos si ha luchado tanto por serlo,

porque él no ha decidido ser un ídolo, son sus fan con su apoyo y cariño, los que le dan tal connotación.

Un rey no tiene reinado si no es reconocido como tal, y después de tantos años, de tantos conciertos, fotos, entrevistas,

canciones, críticas, deudas, viajes, hoteles, lágrimas, felicidad y

Page 332: Diario de  un silvestrista

tristeza, sus seguidores le llaman EL REY. No tiene castillo propio, ni súbditos, no nació en cuna de oro, ni su sangre es azul,

no posee una fortuna heredada, y cada moneda se la ha ganado como todo un proletariado. Entonces me pregunto, qué significa que sea un rey, por qué su silvestrismo lo llama así. Es posible

que cuando alguien te gana el corazón, y sientas que solo saber de él o verlo, te alegre la vida, sea posible que a ese ser humano,

lo corones como rey de tu corazón. Pero la respuesta está en tus manos, eres tú, que como fan puedes decir quien es él, porque lo conoces y en definitiva puedes llegar a sentirlo como un gran

amigo, de esos que van por mundo cumpliendo sus sueños y sueles alegrarte porque son felices.

Es posible que el tesoro escondido de este rey sea tener amigos.

Por las noches Silvestre revisaba sus redes sociales esperando ver a Ana entre miles de seguidores, pero ella guardaba silencio, Cenicienta no aparece, no se presenta a traer su pie descalzo

para la zapatilla roja.

- ¿Ana dónde estas? Se preguntó el muchacho Urumitero de ojos claritos, que solo quería saber quien había escrito Postales Rojas, quien era el propietario del Diario de un

Silvestrista.

Page 333: Diario de  un silvestrista

TAVO

En una ciudad hermosa, un muchacho observaba el atardecer en

el parque de la heladería más grande de Barrancabermeja, sus

amigos acudirían comer helado mientras se ponían al tanto de los últimos acontecimientos dentro del club silvestrista de la ciudad. Gustavo o Tavo como era llamado cariñosamente, vivía soñando

despierto con todas las aventuras que deseaba vivir, siempre estaba hablando de viajar por el mundo, de aprender otros

idiomas y de tener un amor en cada puerto, en sí era un soñador.

Un hombre de aspecto impecable se sentó a su lado, observando

a ambos lados del parque de La Sesenta.

- Si pides helado que sea de chocolate. Dijo el hombre.

Tavo siguiéndole la corriente, dijo en el mismo tono serio. “Si

paga los helados, el mió que sea de Mango”.

El hombre no emitió palabra alguna, se levantó y dejó a los pies

de Tavo un maletín negro. El muchacho en su ingenuidad, pensó que el hombre iría por helados para ambos y le había dejado

cuidando el maletín. Aquello le causó mucha gracia, ya que todos en la ciudad sabían que la heladería no vendía helado de mango. Mientras se reía de sus ocurrencias, llegaron sus amigos con la

algarabía acostumbrada. Carlos, Isa, y Pedro fueron los primeros en tomar la palabra y cuento tras cuento, entraron en calor para

la reunión de los viernes.

- ¿Y ese maletín Tavo? Preguntó Isa.

- Es de un señor que fue a comprar helado.

- ¿Dónde? Preguntó Carlos.

- Hermano en la heladería venden helados.

Page 334: Diario de  un silvestrista

- No me jodas Tavo, quiero decir qué en la heladería no hay nadie, a ti te dejan una bomba en los pies y ni te das

cuenta.

Tavo fue a buscar al sujeto del maletín, y no estaba, en la

heladería, ni en el baño, ni en el parque.

- Que raro, se le quedó el maletín, hay que esperar que

venga por él.

- Vamos Tavo, hoy vamos a tomar algo, por el cumpleaños de Carlos.

- Yo no puedo. Debo esperar al tipo del maletín.

Los muchachos cansados de esperar a Tavo, decidieron irse de

parranda sin él, ya se reincorporaría al grupo, cuando entregara el dichoso maletín; y lo dejaron absorto en sus pensamientos de

aventura.

A las doce de la noche, Tavo entendió que el hombre no

regresaría, varias veces había pasado un carro negro por el parque, pero nadie se decidía a bajar del auto, lo cual le pareció

normal, así que se llevó el maletín a su casa. Lo estudió con detenimiento, el maletín tenía una especie de candado plateado con letras, al parecer para abrirlo debía introducir una clave

secreta.

- La única que se me ocurre es M A N G O, palabra de cinco letras, con la buena o pésima suerte, el candado se abrió y pudo abrir el misterioso maletín.

Cuál seria la sorpresa del silvestrista cuando, al abrirlo, tuvo

entre sus manos cientos de billetes de cincuenta mil pesos.

- ¡Mierda! Fue todo lo que dijo Tavo, quedándose helado al

ver lo que había en el maletín.

Page 335: Diario de  un silvestrista

MATHIAS Mathias no paraba de verse el moretón en el cuello, era lo más

raro que le había sucedido en la vida.

- No se rían que esto es serio, no tengo idea de cómo me hice esto en el cuello. Dijo Mathias preocupado.

- Disculpa compadre, de algo estamos seguros, a ti te chuparon anoche.

Las carcajadas de los tres amigos eran estridentes, se sentían felices y se reían por todo.

- Cuenta Mathias quién fue esa muchacha que te puso el cuello así. Dijo Pichicho.

- Ríete todo lo que quieras Pichicho, deberías estar buscando

empleo. Dijo seriamente Mathias.

Pichicho guardó silencio, y todas sus preocupaciones se le

posaron en el rostro. Había olvidado que estaba despedido.

- A Usted lo chupó una bruja anoche. Dijo el anciano en un

tono lúgubre.

- ¡Deja la pendejada Reinaldo! Dijo Walter santiguándose unas ocho veces seguidas. Si se me aparece el muerto juro que gritaré. Pensó.

- ¿Es posible? Preguntó Mathias.

- No Mathias son pendejadas de la gente del Novalito, si escuchas a media noche los cascos de un caballo, es el

diablo, si una gallina se posa en el techo es una bruja y hay que ofrecerle sal al otro día para que se vaya, si alguien se pierde se lo llevó un duende, si te bañas un viernes santo

después de las tres de la tarde te conviertes en pescado, y pare Usted de cuanto cuento ridículo de la gente de por

Page 336: Diario de  un silvestrista

acá, a veces sale un muerto entre los árboles, no hay más que eso. Dijo tajante Walter Quintero. Dios mió protégeme.

Pensó.

- Hoy viene una mujer a la casa. Pónganle cuidado, Dijo el

anciano y se fue a limpiar la piscina.

Los silvestristas no tuvieron más remedio que reírse, incluso

Mathias se sintió mucho más tranquilo ante tanto mal agüero.

- La gente del Novalito es peor que mi tía. Dijo Walter. Todo da cáncer, todo es pecado y todos nos vamos a ir al infierno por pecadores.

Durante el día cocinaron una buena sopa para pasar el resto del

día en la piscina, cuando cayó el atardecer, Mathias, se sobresaltó, al ver que una mujer salía de entre los árboles y se acercaba a ellos.

- Necesito sal. Pensó.

Page 337: Diario de  un silvestrista

ANA

Desperté adolorida en una habitación que olía a sal. Observé

una ventana que permitía que la luz del sol iluminara las cuatro

paredes de madera, era un lugar muy sencillo. Pude escuchar las olas del mar como si estuvieran dentro de la casa. Intenté levantarme y sentí como un dolor general se apoderaba de cada

una de mis articulaciones.

- ¡No te levantes! Dijo una muchacha de rostro amable. Soy Yaliana, esta es mi casa, te traje aquí cuando vi que caíste de la montaña, no pude llamar a nadie porque no cargabas

identificación. Gracias a Dios solo tienes muchos moretones y rasguños, pero no hay huesos rotos.

- Mi, mi pierna. Dije notando un dolor lacerante.

- Tienes una herida muy fea en la pierna derecha, pero tranquila ya ha comenzado a curarse. ¿Cómo te llamas niña?

- Ana, mi nombre es Ana. Dije y dos lágrimas rodaron por

mis mejillas, nunca había sentido tanto dolor.

- ¿Te duele mucho? Preguntó Yaliana.

- Sí, todo me duele.

- Tengo pastillas para el dolor, toma dos. Dijo acercándomelas con un vaso de agua.

- ¿Tienes hambre Ana? llevas tres días sin comer.

- Sí, tengo hambre. Dije con algo parecido a una pequeña sonrisa.

La muchacha se levantó enseguida y de la cocina que quedaba dentro de la misma habitación, colocó algunas cacerolas. Cuando

Page 338: Diario de  un silvestrista

probé la sopa de pescado que había preparado sentí un hambre voraz. Yaliana se veía aliviada y me atendía con especial cariño.

Me recordó a mis amigas silvestristas.

- Ana debemos bañarte, yo te he limpiado muy bien las

heridas pero hay que lavarte todo el cuerpo.

- Por favor más tarde, ahora no me siento bien, estoy

mareada.

- Tranquila, descansa y mañana te ayudo a bañarte.

Mientras comía un poco de pan, me di cuenta que tenía raspones

en los brazos. También observé que no tenía ropa puesta, estaba desnuda.

- Yaliana ¿Dónde está mi ropa?

- Está toda rota, al caerte, las ramas de los árboles te la rasgaron, no quise ponerte ropa para no herirte, y poder limpiar mejor tus raspones.

- Gracias por ayudarme, pensé que me había matado.

- En realidad fue una casualidad que cayeras y que pudiera darme cuenta, estaba sentada viendo el atardecer en la

playa y escuché cuando gritaste. ¿Cómo te caíste Ana?

- Estaba corriendo.

- ¡Qué locura! Correr por ese camino empedrado de allá

arriba, casi te matas muchacha, casi lo logras. Vamos debes levantarte seguro deseas ir al baño.

Durante lo que me pareció una eternidad, Yaliana me ayudó a levantarme. Me ardía cada herida, jamás había sentido algo igual.

Pude cepillarme los dientes y limpiarme un poco, no sin mucho dolor en cada movimiento. Estaba descalza, completamente desnuda, pero el dolor no me permitió sentir vergüenza ante mi

nueva amiga.

Page 339: Diario de  un silvestrista

- ¡Vamos Ana intenta dormir un poco! Dijo ella dándome una hermosa sonrisa.

El atardecer llegó poco a poco y observando la ventana de la casita y con el sonido de las olas del mar, mis ojos se cerraron en

un sueño profundo y tranquilo.

En mis sueños cuando más lo necesitaba, podía ver a Silvestre,

tocando con sus dulces manos mi rostro entristecido, sus cálidos dedos blancos y sedosos que tanto amaba. Cuando logré verlo a

los ojos, todo el dolor de mi corazón, desapareció de un plumazo.

- ¡Mi amado! Murmuré al verlo frente a mí.

Él sin decir nada, juntó su frente a la mía y sonrió como solo él

sabe hacerlo.

- ¿Sabes cuánto te quiero? Pregunté sintiendo un calorcito

en mis mejillas.

No hubo respuesta.

Una libélula roja se posó en su hombro. Brillaba con la intensidad

del sol dentro de sí misma. ¡Roja! Exclamé sorprendida de su hermoso color. ¡Roja como el silvestrismo!

Desperté en medio de la noche, la brisa fresca del mar entraba por la ventana llevando ese olor a sal que tanto amaba. Yaliana

dormía a mi lado en una especie de cama improvisada en el suelo, y una pequeña lámpara de gasolina iluminaba la pequeña casa desde un rincón apartado. Pensé en Mathias, pero el

recuerdo fue doloroso, y preferí pensar en Silvestre. En el besó que alguna vez le di, un recuerdo tan distante y borroso, que

llegué a pensar que lo había imaginado.

“Lo tenía todo y todo lo he perdido”. Pensé quedándome

nuevamente dormida.

“No Ana, no se trata de tener todo, se trata de vivir todo”. Dijo en

mi cabeza una dulce voz.

Page 340: Diario de  un silvestrista

JAVI

Durante horas, los soldados silvestristas del Batallón 115

buscaron incansables a la muchacha de la fotografía sin obtener

un resultado satisfactorio.

A las siete de la noche todos miraron sus teléfonos. “Reunión a las

20:00 horas en el lugar de costumbre, objetivo localizado”. Fue el mensaje

que recibieron todos los integrantes del Batallón.

Daniela pasó asistencia con la mirada, el Batallón en pleno había

acudido a la reunión extraordinaria de silvestristas.

- El soldado Javi ha encontrado el paradero de la joven solicitada

por Pérez Cararranza. Dijo Daniela. Tiene la palabra hermano de tropa.

- Bueno no la tengo con precisión. Contestó nervioso.

- ¡Explíquese soldado! Le apremió Daniela. Tiene o no tiene el objetivo. Todos los presentes guardaron silencio, temiendo que fuera falsa alarma, cada vez que había una falsa alarma el caos

reinaba entre ellos, y en los peores casos, había bajas lamentables.

- Esta muchacha se llama Isa, y vive en un pueblo pequeño llamado Arjona.

- Nos queda solo un día para buscarla, dijo DJ, no está lejos, una

comisión puede ir por ella en la mañana. Dijo el alegre muchacho.

- El problema es que no sé en qué casa vive.

- Soldado Javi, deje la mamadera de gallo. Comentó Miguel. Tiene el objetivo o no lo tiene.

- Cuando vi su foto, me pareció conocida, consulté en mis fotos

de los diferentes clubes de silvestristas, y aparece en una foto de

Page 341: Diario de  un silvestrista

Arjona, estoy casi seguro que vive allí, el objetivo es Isa. Dijo enseñando una foto donde la joven lanzaba una hermosa sonrisa

a la cámara.

- ¡Confirmado! Dijo Daniela. Es ella. Soldado BB, comuníquele al

lente del silvestrismo que tenemos localizada a la muchacha, que mañana a primera hora todo el batallón…

- Pero, pero. Dijeron algunos soldados.

- Repito, todos los soldados de este Batallón 115 salen a recorrer Arjona, en busca de Isa.

- Sí, Señor. Dijo BB.

- Fondos disponibles DJ CARLOS. Inquirió Daniela.

- Ni un peso, estamos quebrados. Contestó el muchacho

mostrando los bolsillos de sus pantalones.

- Mañana en la mañana cada quien con su pasaje en mano, no se

si tienen que rogar esta noche a sus padres o novios e incluso novias, pidan prestado, pero todos debemos ir, tocaremos puerta

por puerta hasta encontrarla. Concluyó la comandante.

“BATALLON 115, BATALLON 115, BARRANQUILLA,

BARRANQUILLA PRESENTE” Gritaron felices de fijar su meta.

Javi contó esa noche las monedas de sus bolsillos, billeteras,

cajas de zapatos, incluso un marrano de plástico que tenía como alcancía y que decía con marcador “PARA EL LANZAMIENTO”.

Todo cuanto tenía no llegaba a cinco mil pesos.

- ¡Rayos! No me alcanza. Dijo registrando toda la casa, aún

no era quincena, y de paso para poder ir a Arjona, debía faltar al trabajo. De pronto recordó el escondite de dinero

en caso de emergencia que dejaba su mamá debajo de una imagen del niño Jesús en el comedor de la casa.

Page 342: Diario de  un silvestrista

Para su sorpresa, cincuenta mil pesos estaban bien doblados dentro de un sobre que decía: “EMERGENCIA”.

- Mamá esto es una emergencia. Dijo a la imagen de yeso. Te lo pago el último. “Esto es ser silvestrista, das hasta lo

que no tienes”. Pensó Javi.

Page 343: Diario de  un silvestrista

SILVESTRE Y ANA

En sus sueños encontraba a Ana en una especie de isla desierta,

rodeada por aguas traslúcidas, ella acudía a su encuentro con su

radiante sonrisa, como si en realidad se conocieran de toda la vida. Estos sueños hicieron que planeara una serie de visitas a ciertas playas de las costa Colombiana, eligiendo siempre las

menos concurridas. “Esto es buscar una aguja en un pajar”. Se decía el muchacho, sin la menor idea de saber dónde buscarla.

Por las noches repasaba detenidamente el librito de las postales rojas, y su curiosidad crecía. “Si los sueños nos conducen a algún lugar como en el Diario de un Silvestrista, yo te encontraré a la

orilla del mar como en mis sueños”. Pensó Silvestre. Era una labor titánica pasar desapercibido, su rostro le era familiar a los

colombianos, y muchas veces, alguna que otra fan lo descubría, y debía abandonar el lugar de inmediato.

Una noche en un hotel de Santa Marta vio una fotografía que lo dejó sin aliento, una serie de playas de aguas cristalinas brillaban

en un retrato de letras rojas que decía “TAGANGA”, el parecido de aquellas aguas a las que concurrían en sus sueños, hizo que solicitara al hotel ser llevado a aquel lugar.

- La Ballena Azul es un hotel sencillo señor, allí estará muy

cómodo, le hemos hecho la reservación, así que esperan su llegada.

- La playa que aparece en esa foto. Dijo señalando la fotografía en la pared ¿Está en Taganga?

- Sí señor, puede llegar caminando o solicitar el servicio de lancha y le llevaran, es un playón antes de Playa Grande,

sus aguas son extraordinarias, excelente elección.

Silvestre no podía creer que había logrado encontrar la playa con

la que soñaba, pero esto no significaba que Ana estuviera allí; sin embargo, debía intentarlo, necesitaba saber quién o qué era ese

Page 344: Diario de  un silvestrista

ser que recibía postales y cartas de silvestristas, y algo en su interior le insistía que solo Ana, tendría las respuestas.

- Tiene que ser la misma Ana. Murmuraba, mientras observaba por la ventanilla del Vehículo las luces de la

Ciudad.

A la media noche abría de par en par el ventanal de su habitación

en La Ballena Azul, un lugar acogedor y lleno de extranjeros, un sitio perfecto para no ser molestado. Respiró el aire salado de la

noche, el susurro de las olas lo hicieron sentir como un hombre tranquilo y normal. “Hace mucho que no disfrutaba de la soledad”. Pensó.

Por la mañana solicitó las indicaciones para ir a la playa de aguas

transparentes. Prefirió caminar un poco, así que con su mochila roja al hombro, con algo de ropa y el Diario; y se encaminó en la búsqueda que lo había arrastrado hasta aquel lugar. Por la senda

de piedras blanquecinas encontró un letrero “Camino de las Serpientes” de donde nacía una especie de (Y) dividía el camino

en dos, un sendero que subía y otro sendero que bajaba. En el hotel le habían indicado que para llegar al playón abandonado, debía tomar el camino de la izquierda, el que marcaba el

descenso de la montaña. Caminó por más de media hora, debido a lo empedrado de la senda. Cuando sus pies tocaron las arenas

del playón, se sintió confundido, esa era la playa de sus sueños, las aguas cristalinas sonaban en un vaivén de olas, pero allí no estaba Ana. Decidió recorrer un poco el lugar y entonces vio una

pequeña casita de madera incrustada en piedras, como protegida por la montaña, el humo que salía de la casita indicaba que

estaba habitada.

Silvestre en su búsqueda a ciegas, tocó a la puerta de la casita.

Una hermosa mujer de piel tostada salió a su encuentro, que para dicha de él, no lo reconoció como Silvestre Dangond, el artista.

- Buenos días, disculpe la molestia, busco a alguien, tal vez Usted la haya visto.

Page 345: Diario de  un silvestrista

- Hola ¿A quién necesitas muchacho? Contestó Yaliana.

- Busco a una joven de piel muy pálida, de cabellos negros y

ojos enormes, se llama Ana.

- ¿Es Usted familiar de Ana? Preguntó Yaliana con los ojos como platos.

Silvestre sintió una puntada en el estomago, su sueño lo había conducido al lugar correcto.

- No, soy… soy su novio. Dijo, para no tener que explicar que era un ídolo y Ana una fan.

- ¿Cómo se enteró que ella estaba aquí? ¿Es Usted Mathias?

La pregunta le causó una especie de incomodidad, Ana tenía novio, lo cual era lógico, así como él era casado, pero de todas

formas algo le incomodó mucho.

- Sí, soy Mathias. Mintió con licencia, la información sobre

Ana era de vital importancia.

- ¡Caramba! Si que eres su alma gemela, la has encontrado

por tu propia cuenta. Ana está al final del playón, donde rompen las olas en una cueva que queda aquí cerca, está

tomando un poco de sol, curando sus heridas.

- ¿Heridas? ¿Ana está herida? Preguntó alarmado Silvestre.

- Hace tres semanas, Ana llegó hasta aquí al caerse de la

montaña, yo la auxilié, la traje a casa y desde entonces, aquí he cuidado de sus heridas. Sabes, ella te quiere mucho, mientras deliraba decía tu nombre una y otra vez.

Bueno también nombraba a un tal Silvestre, pero no quise atormentarla con preguntas, me imagino que es algún

familiar cercano.

Page 346: Diario de  un silvestrista

El muchacho le brindó una de sus mejores sonrisas, agradeció a Yaliana su amabilidad. “Ella dijo mi nombre bajo delirios” pensó;

y sin poder esperar más, se fue a buscar a Ana.

Silvestre la encontró sentada como una niña, con las piernas

cruzadas y jugando con arena, sus largos cabellos negros al viento, su delicada piel expuesta al sol, llevaba puesta ropa muy

sencilla, se le antojó una hermosa pescadora.

- Ana. Dijo encontrando su mirada. Los enormes ojos negros

de ella se abrieron como platos.

- ¿Silve? Dijo ella, como quien ve una alucinación.

- Ana. Repitió él, sentándose a su lado. Tomó sus manos, vio

los rasponazos en su piel, y le dio un tierno beso en la mejilla.

Las punzadas en su estomago le insinuaron que estaba nervioso, todo era tal cual, como la había visto en sus sueños.

- ¡Por Dios eres tú! Dijo ella.

Ana era un manojo de nervios, lo abrazó tan fuerte como pudo, y él le correspondió tratando de no lastimar sus heridas.

- ¿Por qué te arrogaste por la montaña?

- No me arrojé Silvestre, me caí. ¿Pero qué haces tú aquí?

- Te estaba buscado hace ya algún tiempo.

- ¿Tú buscándome? ¿Es posible? ¿Cómo me encontraste?

- Por un sueño. Dijo sintiéndose ridículo.

Ella lo miraba detenidamente. Los ojos de Ana brillaban como

nunca. Estaban solos.

Page 347: Diario de  un silvestrista

- Quisiera saber Ana, si conoces este libro, en él te mencionan mucho. Dijo el joven entregándole el pequeño

librito.

- Nunca lo había visto. ¿De qué trata?

- Es muy extraño, es de alguien que pudo recibir cartas de los silvestristas, incluso tu misma le escribiste, él estaba en

una especie de lugar neutral, pero tu nombre está por todas partes. Es un libro muy extraño.

- Permíteme. Dijo ella tomándolo en sus manos.

Ana examinó el libro, leyó varias páginas, frunció el seño. Se sorprendió así misma cuando tuvo la claridad de qué se trataba.

- ¡OH! Por Dios, sé quién lo escribió. Ahora muchas cosas tienen sentido. Dijo Ana como despertando de un sueño.

- Pues yo no entiendo nada, un día estaba en mi chaqueta con una carta tuya, algo me decía que la Ana de la carta

eras tú, la chica del beso.

Al decir esto, las mejillas de Ana se sonrojaron. Ella agachando la mirada sonrío, estaba feliz de que él recordara ese instante.

- Debo explicarte Silve, que tal cual como dice en el libro, yo me encontré en Nabusimake a un ser, que en ese momento

no sabía que era humano, ya que las personas de ese asentamiento indígena lo conocen con el nombre de duende o alma en pena, me llevé varios sustos, antes de

entender la naturaleza de este ser, cuando comprendí, lo ayudé para que se reencontrara con su esposa Julia y su

hijita. Ahora que he leído este diario entiendo muchas cosas.

- ¿Es decir que un muerto puede escribir? ¿Qué cuento de fantasía es este?

Page 348: Diario de  un silvestrista

- No Silvestre, no es ningún cuento, estamos en la tierra de lo posible, esta es la Tierra de Gabo, todo es real y mágico.

Estamos en Colombia.

Silvestre y Ana vieron el atardecer, ella calmó sus ansias

contándole cuanto sabía del escritor del diario, de las cosas por las que pasó; y que incluso, a la puerta de su casa, hace tiempo

le había dejado un diario personal que escribió para él. Silvestre insistió en que nunca llegó a sus manos, y Ana se sintió aliviada de que él, no hubiera leído todo lo que ella había escrito en un

momento febril.

- Ahora entiendo, por qué puedo sentir su presencia, pero no

puedo verla, no es a mí a quien quiere aparecérsele, es a ti.

- ¿A qué te refieres? No entiendo. Dijo Silvestre.

- Cuando me caí por la montaña, yo huía de un espíritu, un alma en pena que presentí y que por miedo, no quise ver,

así que bajé la montaña corriendo, hasta que resbalé, caí y casi me mato. La he visto en sueños, pero solo eso. Ella esta aquí es por ti, no por mí, es ella quien te ha hecho

soñar y te ha convencido de venir aquí.

- ¿A quién te refieres Ana? Preguntó Silvestre.

- A Teresa, mi amiga de la que te hablé hace algún tiempo,

cuando me regalaste mis zapatos rojos.

Ana llevaba puestos los zapatos rojos de trenzas blancas que

Silvestre le había regalado años atrás. Todo parecía un cuento de hadas, donde el principie encontraba a la dueña de las zapatillas,

y ella encontraba la paz que tanto necesitaba en su sonrisa.

- Esta noche vendrás solo a la playa Silvestre y no me mires

así, que estoy segura que podrás verla. No puedes tenerle miedo, es alguien que desea decirte adiós, y hasta que no

lo logré, no podrá salir del fulano castillo de las libélulas o eso dice este diario. Todo esto sobre las apariciones del

Page 349: Diario de  un silvestrista

duende, solo lo he conversado con detenimiento con muy pocas personas, es algo difícil de ser asimilado para

muchos, incluyéndome.

El muchacho se quedó sin palabras, solo podía ver la luz del sol

en los enormes ojos de Ana, sus mejillas sonrosadas y sus labios carnosos. Todo lo que ella le había contado era tan irreal pero con

tanto sentido que solo le quedó tratar de creer la historia del duende, como hacía cuando su papá le contaba siendo muy niño, historias misteriosas de juglares perdidos en el gran desierto de

la Guajira.

Silvestre sintió la enorme necesidad de hacerle una última

pregunta.

- ¿Ana me das un beso?

Page 350: Diario de  un silvestrista

ANA

Los últimos años de mi existencia, he pensado que todo ha sido

un sueño. Me han sucedido cosas inexplicables, que una a una

han llenado vacíos en mi ser. Diferentes personas han pasado a formar parte de un mundo en el cual, todo lo que me he propuesto ha sido posible, siendo el personaje central de esa

serie de sueños, alguien que se ha convertido en el sol de ese universo, una estrella de ojos claritos y voz de terciopelo.

Podía imaginarlo, cuando me miraba en los espejos, creía verlo siempre sonriendo a mis espaldas, ilusiones tan intensas que con

regularidad perdía la noción entre sueños y pensamientos imaginarios. Ver un espejo era verlo en el reflejo, haciéndome

sonreír. Tener una relación normal y una vida con toda una serie de responsabilidades me había alejado incluso de mis fantasías.

Esa mañana en que lo vi llegar hasta mí, con su sencilla forma de ser, lo tomé por un espejismo producto del sol que tostaba mi

piel. Las arenas en mis manos me hacían querer ser dueña de mi existencia y quedarme allí para siempre, pero al ver sus ojos, al escuchar su voz, todo cambió, esta era la razón por la que había

abandonado a Mathias, no soportaba mi vida sin Silvestre, aunque solo pudiera ser su fan.

Casi me mato al caerme por una montaña alejándome de las cosas que no podía explicar, pero también corría de la mujer que

no deseaba ser. Ahora el hombre que amaba se veía perturbado por las páginas de un libro, de puño y letra del duende. Kennel

había permanecido en un lugar misterioso, donde podía recibir los pensamientos, ruegos y lágrimas de las silvestristas. Según el diario del duende, mis pensamientos, y una libélula roja lo

hicieron encontrarme. “Las libélulas de Julia”.

En mi último sueño hubo una libélula roja entre Silvestre y yo, y

ahora él me había encontrado, sin saber que yo me sentía

Page 351: Diario de  un silvestrista

perdida sin él. Pero no venía por mí, en realidad Teresa lo trajo hasta aquí para que escuchara lo que tenía que decirle.

“No se trata de tenerlo todo, se trata de vivirlo todo” había murmurado mi conciencia estando junto a este mar. Y frente a mí

en este instante, el hombre que amo en el universo de lo posible. Me ha pedido un beso.

Como era de esperarse guardé silencio, esperando que mis ojos pudieran responderle por mí. Tomó mi rostro maltratado en sus

cálidas manos, solo pude cerrar mis ojos, y vivirlo todo. Su beso fue tan suave, que temí abrir los ojos y ver al viento tocarme los labios. Apenas si pude escuchar su respiración, las olas del mar

querían silenciarnos. Respondí dulcemente a su boca, pero la tempestad que reinaba en mi cuerpo me hizo ser tan atrevida,

que debo confesar que este beso inocente, por un momento eterno, dejó de serlo y por primera vez, fui libre y lo besé con mi alma. Mi corazón no se detuvo, por el contrario se aceleró a tal

punto que creí que sufriría un ataque. Al abrir mis ojos, allí estaban los soles de Teresa, su serenidad calmó mi ímpetu, y

juntos volvimos a nuestra realidad. “No nos pertenecemos, no es posible, es nuestro pacto de olvido”. Pensé tomando su

mano. Caminamos en silencio hasta la casita de Yaliana, dos enormes pescados fritos con tostones, nos esperaban servidos en la sencilla mesita de madera de mi nueva protectora.

Page 352: Diario de  un silvestrista

ANA

En la casita de madera a orilla de la playa, la brisa del mar nos

animó a caminar por el playón después del almuerzo. Las olas

diáfanas bailaban a nuestro rededor, me sentí en el paraíso cuando Silvestre se quitó la camisa y se arrojó al mar, Yaliana le siguió los pasos. Yo los observé desde la orilla, mi amiga no tenía

ni idea sobre la vida de Silvestre, él le había mentido, haciéndose pasar por mi novio, solo para sacarle información de mi paradero,

y no quise ser yo quien cambiara esa versión, él se veía tan tranquilo sin ser asediado. “Espero que Yaliana jamás sea silvestrista, me matará por ocultarle la verdad.” Me senté en las

blancas arenas, aún tenía heridas sensibles, me obligué a esperar por ellos.

Pensé en Teresa, en la forma en que murió, y mi corazón se llenó de tristeza. Me había estremecido al leer sobre ella en el Diario de

Kennel, todo me revolvió el alma. Lamenté profundamente haber huido de ella en la montaña del sol, fue una tontería correr de esa

forma. Los muchachos jugaron a ahogarse el uno al otro, como los mejores amigos del mundo. No pude entender la soledad absoluta de Yaliana, ciertamente el playón, era un lugar de paz y

tranquilidad, pero siempre necesitamos reír con la familia o los amigos, y eso un ermitaño no puede lograrlo por arte de magia,

siempre se necesita del calor humano. ¿Cómo criticar a quien necesita soledad? Me pregunté.

Silvestre salió del agua y se recostó en la arena, el sol hizo brillar las gotitas del mar que rodaban por su cuerpo, algo en mi ser se

alborotó, fue una sensación de deseo. Me sonrojé al ver en mi mente una imagen impropia de nuestra amistad, él estaba allí por el Diario por Teresa, no por mí. Fue un destello solamente, me

imaginé entregándome a él.

Silvestre comentaba algo sobre una canción, pero estaba tan aturdida que no le presté atención. Yo lo deseaba.

Page 353: Diario de  un silvestrista

- Mañana debo irme a trabajar. Dijo de pronto, sacándome de mis ensoñaciones.

- ¡Entiendo! Fue todo lo que pude contestar.

- Ana regresa a tu vida, regresa al silvestrismo, te he visto muy triste, esta no eres tú, no sé qué perturba tu vida, pero sea lo que sea, debes echar para delante. Dijo

brindándome una enorme sonrisa.

- Lo haré, te lo prometo, solo quiero pensar las cosas un poco, no hay nada que el silvestrismo no pueda curar, eso es una ley de vida.

- Bonita frase, me gusta. Dijo él.

¡A mí me gustas tú! Pensé. Incapaz de perturbarlo con trivialidades.

Permanecimos en el playón, hasta el atardecer, y Silvestre cantó una hermosa canción, era algo nuevo, ya que jamás la había

escuchado, una letra llena de añoranzas.

- Cantas bonito. Dijo Yaliana, deberías ser cantante, quien quite y te vaya bien.

No pudimos más que reír por las palabras de nuestra inocente amiga. Al anochecer ayudé a Yaliana a preparar la cena.

- Ana, ¿Tu novio se va a quedar a Dormir? Porque no hay más camas, deberán dormir en la mía, es muy chiquita

pero creo que caben apretados.

- Gracias. Sí va a quedarse, mañana temprano se va.

- ¿Te iras con él? Peguntó Yaliana y su mirada se llenó de

tristeza.

- No, aún. ¿Puedo quedarme un poco más?

Page 354: Diario de  un silvestrista

- Claro amiga, quédate todo el tiempo que quieras. Dijo y sus ojos brillaron sinceros.

La soledad es dura, y aunque nos gusta, tarde o temprano sedemos ante la compañía de una buena amistad. Pensé.

Cuando le dije a Silvestre que debíamos dormir en la misma cama, por primera vez en mi vida, lo vi sonrojarse. Intenté hablar

con naturalidad aunque las manos me sudaban. “A la media noche, sal de la casa, ve a caminar, y llévate la lámpara de

gasoil, estoy convencida que podrás encontrar a Teresa, si Yaliana pregunta, diré que no podías dormir y que saliste a ver el mar”.

No voy a negarlo, mi corazón estuvo a punto de salirse por mi

boca, a la hora de dormir, intentamos acomodarnos en la cama de Yaliana sin tocarnos. Él tenía una vida que debíamos respetar, pero mi alma quiso tocarlo, besarlo, amarlo. “Esto es un

tormento”. Pensé viendo su sonrisa. Conversamos casi en susurros, ya que Yaliana dormía.

- Ana, dónde está Mathias, tu novio.

- En Venezuela, lo abandoné.

- ¿Por qué hiciste eso? ¿Ya no lo amas?

- ¿Por qué me preguntas eso? ¿Yo no te pregunto esas

cosas?

- ¿Somos amigos no? Cuéntame.

- No, tú eres mi ídolo y yo tu fan.

- Déjate de pendejadas, cuéntame. Dijo.

La luz de la lamparita de gasoil me permitió ver el brillo de sus hermosos ojos.

- Lo amo, pero no se hacerlo feliz. Murmuré. No quiero hablar de esto, menos contigo. No insistas.

Page 355: Diario de  un silvestrista

- Y por mí ¿Qué sientes Ana?

Sentí un calor absurdo en el rostro, quise besarlo, quise vivirlo

todo, quise gritarle que lo amaba. Pero era absurdo, yo había dejado de ser una fanática obsesiva, ahora le tenía un cariño real,

y debía proteger su corazón y el mío.

- No te lo voy a decir, lee el libro que dejé en tu casa. Y ya

duérmete. Dije. Dándole la espalda. Búscalo alguien debió recogerlo, allí lo dejé.

Por más ofuscado que tenía mi ser al estar tan cerca del hombre

que amaba, estaba cansada y mi cuerpo le ganó a mi alma y me quedé dormida prácticamente en sus brazos.

Page 356: Diario de  un silvestrista

SILVESTRE

El muchacho de ojos claros, estaba tan nervioso y angustiado

por todo lo que estaba viviendo en esa casita de madera, que no

pudo pegar el ojo. Observó su reloj de pulsera, marcaba las once de la noche. Ana dormía a su lado, y Yaliana estaba tan cerca que temía despertarlas a ambas, si se movía en la cama.

Contempló la espalda de ella, quiso tocarla, pero no se atrevió.

“Es de otro, no tengo derecho” Pensó. Su cabello largo y negro brillaba a la luz de la lámpara. “Eres hermosa” Murmuró. “No puedo más que hacerte una canción”.

El olor de la casita era agradable, la sencillez del lugar le recordó

años lejanos, cuando de puntitas y sin hacer ruido, salía de casa para ir a ver a cantar a Rafael Orozco en el Valle, lo recordó como si el niño que fue, dormitara en su pecho. Los castigos valían la

pena, cuando lograba lo que quería, escuchar a los grandes cantar Vallenato.

“Yo cantaré” se decía así mismo cada noche al acostarse.

Cuando fueron a dar las doce, se acercó al cabello de Ana, aspiró su olor, y se llenó de valor, se levantó sin hacer el menor ruido, como si escapara de sus padres siendo un niño nuevamente,

tomó la lámpara y salió al gélido aire de la noche.

La brisa le espantó el sueño, y el dulce sonido de las olas lo tranquilizó. Se sentó muy cerca del agua, colocando la lamparita con su chispa de vida en la arena, y esperó. No lograba escuchar

más que los susurros del mar, hasta que de forma repentina escuchó una voz dentro de su cabeza. “Silvestre”, sintió miedo,

no era la voz de su conciencia, era la voz de una mujer. “No me temas por favor” un segundo susurro.

Cuando observó a su alrededor una pequeña luz emergió de las aguas, su corazón se aceleró, la luz se fue aproximando, era la

Page 357: Diario de  un silvestrista

imagen de una mujer. ¿Puedo acercarme? Preguntó la voz en su mente. Él estaba sorprendido de lo que veía, pero logró

murmurar, “Ven por favor”. La mujer que emanaba luz, se acercó y se sentó a su lado en la arena. “Silvestre” dijo la voz en su mente, la mirada de la muchacha era fuego vivo. Dos lagrimitas

cristalizadas rodaron por las mejillas del espectro. “No llores por favor” dijo Silvestre. “No podía irme, sin decirte adiós, te amo

demasiado para no verte por ultima vez.” Él pudo sentir la profunda tristeza del alma de Teresa. “Debes ir a donde tengas que ir Teresa”. Dijo Silvestre. “Lo se” Dijo la muchacha. “Cuida de

Ana, conviértete en su amigo, en lo que puedas, ella te ama, cuida de todos los silvestristas, todos te aman” Dijo llena de

tristeza. “Si dejas de cantar, la oscuridad los consumirá, debes seguir adelante, lleva tu alegría a cada rincón del mundo”, Silvestre entendía a qué se refería Ana con no tener miedo. “Lo

haré Teresa”. Una fuerte brisa golpeó a Silvestre.

Cuando abrió los ojos, ella no estaba. “Tus ojos son como dos solecitos que me iluminarán siempre, vaya a donde vaya”. Escuchó en el aire.

- Se ha ido. Dijo el muchacho.

Al ponerse de pié sintió humedad en el rostro. Estaba llorando.

Page 358: Diario de  un silvestrista

ANA Y SILVESTRE

Las despedidas suelen ser muy duras, pero existen almas que

nunca se despiden, que permanecen unidas, vayan a donde

vayan, por más que caminen en el mundo e intenten olvidar, algo se ancla en su ser, y esa alma gemela nunca estará realmente lejos.

Ana lo abrazó con cariño, le dio las gracias y no quiso saber nada

de lo sucedió la noche anterior, según ella, era algo que solo le pertenecía a él y a Teresa, lo besó en la mejilla y se dijeron adiós.

El muchacho tomó su bolso rojo y comenzó el ascenso por el camino de la montaña que lo llevaría de regreso a Taganga,

cuando estuvo arriba, se dio media vuelta para ver si Ana aún estaba observándolo.

Ella estaba de pie, incólume dejándolo partir. Algo dentro de su ser se estremeció al verla entre la arena y con el mar a sus espaldas. El viento hacía volar los cabellos negros de Ana, como

en un sueño.

- ¡TE AMO! Gritó él, desde lo más profundo de su corazón. Y como si la vida se le fuera a escapar, salió corriendo de regreso hacia Ana, su mochila quedó a mitad del camino.

Ana al escucharlo gritar, corrió igualmente hacía él.

Los dos se abrazaron con tal fuerza que pudieron escuchar sus corazones latir desbocados, Ana besó a Silvestre, Silvestre besó a Ana. Fuerte, intenso, infinito, como debe ser el último beso de tu

alma gemela.

- “No nos pertenecemos, no es posible, es nuestro pacto de olvido”. Murmuró ella, y se fue corriendo en dirección a la casita de madera.

Él la dejó partir, y regresó a su vida real.

Page 359: Diario de  un silvestrista

MATHIAS

Una hermosa mujer de cabellos claros, se acercó a Mathias,

sonriendo.

- Hola muñeca. Dijo Walter, que al ver semejante monumento de mujer, se había salido corriendo de la

piscina.

Mathias la observó descaradamente, y ella a él, no era común ver en su vida a alguien de ojos azules como el mar, ni mejillas sonrosadas y pópulos perfectos, algo no le cuadraba en esa

mujer.

- ¿Eres una de las vecinas de la finca La Leona? Preguntó

Walter.

- Sí, me llamo Fabiana, y ¿Ustedes tienen nombres?

- Yo soy Walter preciosura, este es mi amigo Mathias, y los

de la piscina son dos gafos que ya no recuerdo ni quienes son. ¿Te quieres divertir un rato princesa?

- Deja de ser tan baboso Walter, pareces un gusano de lo pegajoso que te pones a veces. Dijo Víctor. Perdónalo niña,

el Walter es virgen.

Walter molesto por lo que acaba de decir su amigo, se lanzó de

chapuzón a la piscina a pelear con Víctor, quien no paraba de reírse, mientras Pichicho estaba mudo y completamente

enamorado de Fabiana.

- Mathias, cualquiera creería que vas a desvestirme con la

mirada. Dijo Fabiana.

- Disculpe, no la miraba a Usted, recordaba una historia curiosa que me contó un amigo. Dijo apenado por su comportamiento.

Page 360: Diario de  un silvestrista

- Espero que alguna vez quieras verme desnuda Mathias, sería un placer para mí.

- No es mala idea Fabiana. Dijo Mathias contemplando la belleza de su rostro, su boca roja como una fresa, su olor

dulce, su piel suave, sus labios húmedos, su lengua perfecta. Mathias no supo ni en qué momento la estaba

besando. Pichicho salió de la piscina y los apartó dándole un fuerte golpe en el pecho a Mathias.

- Ella es mía, no la vuelvas a tocar. Dijo Pichicho fuera de control. Víctor y Walter los separaron.

- Se comportan como gallos de pelea ¿Qué les pasa? Preguntó Víctor.

- ¿Qué ocurre? Preguntó el anciano, que en ese instante se acercaba con un palo, asustado por los gritos de los

muchachos.

- No me siento bien. Dijo Pichicho.

Mathias sentía un fuego abrasador en los labios, y probó el sabor

de su sangre, en la pelea Pichicho le había partido el labio superior. Walter le dio golpecitos en el rostro a Pichicho que se había desmayado, pero al ver que no reaccionaba comenzó a

darle verdaderas cachetadas. Víctor separó a Walter de Pichicho, que se había recobrado a punta de tanto golpe.

- Por qué me golpea compadre. Preguntó Pichicho a punto de llorar, con las mejillas coloradas por los golpes.

- Por qué me golpeaste tú a mi, preguntó Mathias a punto de

echársele encima.

- No sé que me pasó, yo no le pegué Mathias.

Todo fue confuso para todos, pero la clarividencia de Walter, los años le habían enseñado a responder a las situaciones con una

Page 361: Diario de  un silvestrista

pregunta, que con regularidad dejaba perplejo a todos, por su resumen asombroso.

- ¿Compadre Víctor, dónde está la tal fabiana?

Todos los presentes miraron en su rededor y no había nadie.

- Aquí no había ninguna mujer. Dijo el anciano Reinaldo. Lo

que Ustedes vieron fue una bruja.

Page 362: Diario de  un silvestrista

LOS GUSANOS

Pichicho jugaba entre sus manos con la moneda de mil pesos

que conservaba desde el día que llegó por primera vez a

Bucaramanga. “Esa moneda de mil pesos tan bonita y dorada, no la gastes nunca, consérvala, pase lo que pase, no la pierdas, desde hoy cuenta con solo mil trescientos pesos, y mantenla

siempre contigo, es tu moneda de la suerte, hazme caso”. Le había dicho el anciano que le vendió un vaso de café por

setecientos pesos. Cada vez que se sentía nervioso, la tocaba dentro del bolsillo del pantalón o la sacaba para lanzarla y elegir cara o sello.

Ya habían pasado varios días desde que vieran a una bruja en el

Novalito, una hermosa mujer a la que todos le habían caído, como gusanos a un cadáver. Desde entonces, Mathias tenía pesadillas, Walter se había vuelto serio, Víctor apenas si hablaba,

y él era un manojo de nervios. Afortunadamente había conseguido un nuevo empleo, y podía enviar recursos a su hogar

en Venezuela. Solían reunirse por las noches en el trabajo de Pichicho, donde su amigo les preparaba las mejores tortillas del mundo, y conversaban de lo aburrida que se había vuelto la

ciudad.

- Nosotros lo que necesitamos es sol. Dijo Walter en un tono formal y muy serio. Y la moneda de Pichicho estuvo a punto de caérsele de las manos.

- Qué les parece si nos vamos a la Sierra Nevada. Opinó

Mathias, recordando el lugar a donde debía haberse ido hace varios meses.

- Yo necesito este trabajo, no cuenten conmigo. Dijo Pichicho regresando a su cocina, la moneda había caído en sello y eso significaba que no podía ir.

Page 363: Diario de  un silvestrista

- Yo creo que necesitamos acción y emoción. Insistió Walter Quintero. Propongo que nos vayamos a la costa, tengo

unos amigos silvestristas en Taganga que son gente amable, atenta y nos recibirán con beneplácito.

- A ti que bicho te picaría. Dijo Mathias. Cada día hablas más raro.

- Al menos hablo. El Víctor creo que ya no sabe decir ni la palabra “Moto”.

Ante semejante recuerdo por la moto robada o perdida, los tres amigos comenzaron a reír como hace tiempo no lo hacían, y

aprovechando el buen humor, decidieron olvidar el susto del Novalito, sus fantasmas y brujas y marcaron su próximo destino.

- ¡Gusanos Taganga nos espera!

Page 364: Diario de  un silvestrista

TURBAYOR El calor de Turbaco es semejante al que debe reinar en cualquier

desierto, y la gente de la costa suele hablar con las manos en busca de alguna brisa, por pequeña que sea.

- Yorle me puedes explicar ¿Qué es esto? Preguntó Gloris a punto de gritar. Y sus manos hablaron

también con múltiples gestos.

- Son tres hermosos cochinitos. Contestó la Joven.

- Pero te di doscientos mil pesos para que compraras el premio de la rifa.

- Bueno, estos tres tesoritos son el premio.

- ¿Te volviste loca? Gloris estaba a punto de perder los

estribos.

- Cálmate Gloris, ya veras que vendemos toda la rifa.

Todos los silvestristas de La Matraca de Turbaco estaban tan

encantados con los tres cerditos, que decidieron colocarles nombres, el mas delgado era Palito, el más rojizo era

Tomate; y el tercero y mas gordo fue llamado el Goyo, o Goyito, como le decían de cariño. A pesar del mal genio de

Gloris, con el pasar de los días, las personas en el pueblo se entusiasmaron por ganarse a los tres animales, unos por lo

rosados que eran, otros con planes de hacerlos lechón, y

otros por lo gracioso que era el premio. El dinero recaudado en la rifa sería a beneficio del club silvestrista, para el

próximo lanzamiento de Silvestre en Valledupar, y la rifa estaba pautada para meses después, aún así, la gente

deseaba tanto ganarse a Palito, Tomate y Goyito, que se hicieron mil números a 10 mil pesos cada numero de la rifa,

Page 365: Diario de  un silvestrista

y esta se vendía de forma vertiginosa. Mientras los cochinitos engordaban y crecían como por arte de magia.

Gloris se sintió afortunada de tener una amiga tan loca

como Yorle, solo a ella se le ocurriría la mejor idea del mundo. La rifa de los tres cochinitos. “Solo una silvestrista

puede ser tan loca, y salirse con la suya” Pensó.

Page 366: Diario de  un silvestrista

SILVESTRE

Silvestre regresó a su vida de conciertos, viajes, entrevistas,

grabaciones. Todo señalaba que Ana, el diario del silvestrista,

Teresa y Taganga habían quedado en un mundo tan distante que a veces se preguntaba si había sido realidad.

Comenzó a soñar muy seguido con Ana y una insistente libélula roja que revoloteaba siempre al alrededor de la muchacha. A

veces despertaba por las noches con la frente perlada en sudor, y con ganas de gritar el nombre de ella.

Una noche en que el insomnio regresó a su vida, en la habitación de un hotel de Dios sabrá cuál ciudad, porque solía olvidar donde

estaba de tanto que viajaba, quiso leer el librito, cuando recordó que Ana se había quedado con él.

Absorto en sus pensamientos, quiso recordar la sonrisa de su fan, y la comparó con mil sonrisas de miles de fanáticos, pensó en el brillo de su mirada, y se sintió sorprendido de que los silvestristas

tuvieran ese mismo brillo. “Recordar a Ana es recordar a todos mis silvestristas” Pensó. Y entre el recuerdo de las olas, del

tiempo que transcurría inexorable, la ausencia de sus hijos y de su esposa, la distancia entre él y su familia, los compromisos, y

sus propios deseos, tomó de pronto la guitarra, y en el silencio de la noche cantó una canción dedicada al tiempo.

Page 367: Diario de  un silvestrista

KIKE BELTRAN

Kike llegó al aeropuerto a las 6:00 de la mañana, fuentes

fidedignas informaban que en el avión de las 7:00 de la mañana,

llegaría Silvestre Dangond a Barrancabermeja. Impaciente recorrió todo el aeropuerto, tomó tres tazas de café bien cargado, hasta quedarse plantado como un clavel a la salida de los

pasajeros. Eran las 11:00 de la mañana cuando las esperanzas lo abandonaron. El muchacho pensó que era inútil, que todo había

sido una falsa alarma. La luz de su teléfono prendía y apagaba persistentemente, tenía diecinueve llamadas perdidas, sus padres exigían su presencia y la de la camioneta en el hogar. Caminó de

un lugar a otro, intentando decidir si quedarse o irse, cuando escuchó el sonido inconfundible del aterrizaje de un avión, la

pantalla indicaba que el vuelo provenía de Bogotá. Con los ojos como platos, sintió que se le erizaba la piel, cuando entre los pasajeros reconoció a Silvestre, vestido con ropa deportiva azul

oscuro y lentes de sol. “Soy el único silvestrista que lo está esperando” Pensó. Y una gota fría bajo de su semblante y le

recorrió el rostro. “Compórtate no te exaltes, no lo asedies” murmuró. El teléfono en el bolsillo del pantalón no hacía más que

vibrar a punto de reventarse.

- ¡Hola Silvestre, hermano! Dijo Kike lo más tranquilo que

pudo.

- Hola, cómo está todo. Contestó el artista estrechándole la

mano.

- Bien, que casualidad conseguirlo.

- Que raro no hay nadie esperándome, ni los empresarios.

Murmuró Silvestre desorientado.

- Si quiere yo lo llevo. Soltó Kike fingiendo serenidad.

- ¿Tienes carro?

Page 368: Diario de  un silvestrista

- Sí, está parqueado allá fuera, yo soy silvestrista, estoy para lo que necesite hermano.

- ¿Cómo te llamas? Preguntó Silvestre.

- KiKe Beltrán.

- Bueno vamos Kike. Lo animó Silvestre.

El joven estuvo a punto de vomitar de los nervios, el teléfono no

dejaba de vibrar, pero él estaba con su ídolo, y por un instante fue el chofer del hombre que más admiraba. “Cálmate o vas a tener un accidente, Kike contrólate” Pensó al encender el

vehículo. Conversaron de todo y de nada a la vez, con un poco de tráfico, se sintió feliz de poder conocer en persona a su cantante

favorito.

- Viejo Silve, tengo un amigo que te admira mucho, crees

que podamos llamarlo para que lo saludes.

- ¡Claro! Márcale.

Kike un poco nervioso, marcó a uno de sus contactos.

- ¿Compadre? Si compadre es Kike, le voy a Pasar a Silvestre Dangond.

- Hola hermano ¿Cómo estas? Silvestre sonrió al ver que el muchacho al otro lado de la línea no creía que en realidad

fuera él. Sí bueno gusto en saludarlo, un abrazo y cuídense mucho. Chao.

- Gracias Silvestre. Dijo Kike emocionado.

- No creo que se creyera que fui yo.

- Pues permítame una foto y ya la subimos a las redes para

que la vea.

Kike se demoró en llegar al hotel de Silvestre aproximadamente treinta minutos, conversaron animadamente, y al despedirse Kike

Page 369: Diario de  un silvestrista

dejó de fingir, le dio un fuerte abrazo y le dio su mejor sonrisa. Lo había conocido, habían hablado como amigos, tenía una foto y

hasta se lo había pasado a su mejor amigo. El teléfono volvió a vibrar.

- ¡Mierda mi mamá! Soy hombre muerto. Dijo y contestó. Al otro lado de la línea alguien hablaba entre gritos, el

muchacho solo entendió “Páseme buscando ya”. La felicidad que abrigaba en su corazón no se echaría a perder por unos cuantos llamados de atención. “Silvestrista que se

respete aguanta callado”. Pensó.

Page 370: Diario de  un silvestrista

WALTER QUINTERO

Walter colgó la llamada y se quedó observando a Mathias y

Víctor, los tres estaban por abordar un autobús en el Terminal,

para irse a la costa como habían planeado.

- ¿Quién era? Preguntó Víctor

- Kike Beltrán.

- ¿Qué Quería?

- Me paso a un hombre, que dijo ser Silvestre. Dijo con los ojos bien abiertos.

- Tranquilo calvo, es otra de las bromas de Kike. Aseguró Víctor.

- Ese muchacho debería dejar la mamadera de gallo, el silvestrismo es algo serio hermano.

Mathias se limitaba a reírse del par de amigos, estar a su lado solo le causaba risas en todo momento.

Abordaron el autobús, Walter y Víctor se sentaron juntos y

Mathias prefirió una ventana del lado derecho para ir meditando por el camino.

Walter juraría que era la voz de Silvestre, pero eso no era posible, ese Kike un día de estos le iba a pagar una a una sus

bromas. “Si yo hablara con Silvestre Dangond por teléfono grito” Pensó.

- Compadre creo que te vas a morir. Dijo Víctor.

- No me jodas y por qué. Preguntó Walter.

- Mira mi Facebook, aquí está Kike con Silvestre.

Page 371: Diario de  un silvestrista

Los ojos de Walter Quintero se le salieron de las orbitas, un Kike muy sonriente levantaba el pulgar derecho en una foto dentro de

un vehículo, a su lado el ídolo Silvestre Dangond sonreía también.

- ¡Mierda! Exclamó Walter Quintero. Pegándose con la mano en

la frente calva. El autobús emprendió el camino hasta Santa Marta.

Page 372: Diario de  un silvestrista

MILTON JUMBO

Los silvestristas que aún no han asistido a un lanzamiento de los

que se viven en Valledupar, no pueden comprender lo que es la

felicidad. Si ellos entendieran que no hay obstáculo que les impida realizar sus sueños, por pequeños o por grandes que sean.

Un sueño se realiza, de la misma forma en que un mago saca un conejo de su sombrero, primero aprende el arte, luego lo intenta

una y mil veces, hasta que una noche, el conejo aparece como por arte de magia. Todo consiste en visualizarlo en tu mente, trabajar en eso que tanto anhelas y concentrar tus energías en el

camino que te llevará a realizar el sueño dorado. Si dices “No puedo” ten por seguro que no podrás. Si insistes en que es

imposible, así será. Si tienes un sueño, no seas tú mismo quien diga que no se puede. Jamás permitas que te digan que no se puede, o estarás perdido en una vida rodeada de palabras que

serán como cadenas de hierro, atadas a los pies de tu conciencia.

Un muchacho llamado Milton que vive en Ecuador, pasa los días

como quien se haya en un lugar al cual no pertenece. Por las noches suele caminar por las calles de ese país sin poder

escuchar vallenatos, sin tener con quien compartir un poco de la música que adora. La soledad incluso llega hasta la mitad del mundo, y se pasea a su lado de vez en cuando, pero en las

denominadas redes sociales, es como si el mundo cambiara, ve rostros muy alegres, que en su mayoría visten de rojo, suben al

ciberespacio innumerables fotos del día a día de su ídolo. “El silvestrismo que añoro”. Piensa cada vez que ve fotos de personas como Walter Quintero, Víctor, Pichicho, Yorle, Gloris,

Katherin, entre tantos otros.

- ¿Cuándo me atreveré a vivir? Murmura por las noches.

Page 373: Diario de  un silvestrista

Una mañana Milton Jumbo, como lo conocen los silvestristas, se despertó muy temprano convencido de una sola cosa, como

nunca antes.

Tomó papel y lápiz, y con la convicción de un hombre que

conseguirá la libertad, escribió:

“Silvestre va a conocerme.”

Page 374: Diario de  un silvestrista

NINI

Por las mañanas Nini se acostumbró a escuchar a todo volumen

las canciones de Silvestre Dangond, una a una las tarareaba

hasta la hora del medio día, ella sentía que en la oscuridad, todas las melodías de Silvestre producían cualquier cantidad de luz, suficiente para vivir lo que le estaba ocurriendo.

Una mañana, una de esas canciones la llenó tanto de ilusiones y

energías positivas, que le rogó a su mamá que la llevara a un parque a tomar sol.

- Quiero estar sola mamá. Déjame aquí sentada, estaré bien.

- Bueno Nini, estaré cerca, cualquier cosa me llamas hija.

- Sí mamá.

Prestó atención detenidamente, y pudo entender los cantos de las aves en los árboles, incluso las risas de los niños que jugaban a lo

lejos, los vehículos que impacientes sonaban sus cornetas. Una jungla de sonidos llamada vida, reinaba a su alrededor.

- ¡Hola Princesa! Dijo una dulce voz.

- ¿Jorge? ¿Eres tú? Preguntó ella con los pelos de punta.

- Sí princesa, me enteré en la Universidad que no puedes

ver.

- Veo sombras, a veces un poco más de luz. Dijo respirando el olor de la piel del hombre que amaba. Hueles muy bien Jorge.

- Y tú te ves más bonita. Dijo tocándole con un dedo la punta de la nariz.

Page 375: Diario de  un silvestrista

Nini sintió que el dolor se le venía encima, la tristeza la arropó arrojándola a un vacío enorme.

- Me duele no poder verte. Dijo Nini y su voz se quebró.

Jorge tomó sus manos entre las suyas. Consolando sin saberlo, uno de los corazones más golpeado por los designios de la vida, apenas la vida comenzaba y no podía ver.

- Nini, no necesitamos vernos para tenernos el uno al otro.

Siempre te he visto en la Universidad, siempre he querido acercarme a ti, pero tenía miedo que no me aceptaras en tu vida. Al día siguiente del que hablamos en la cafetería,

me quedé esperando que llegaras, tenía una rosa para ti. Tiempo después, alguien comentó lo que te había pasado

contigo y te busqué hasta dar con tu dirección. Hoy fui a tu casa y me dijeron que estabas aquí.

Jorge besó su mano, y Nini sintió que la vida le volvía al cuerpo, él comenzó a contarle mil historias que había leído en los libros. Y

ella se sintió su princesa. Desde ese día la oscuridad fue muy diferente en la vida de Nini.

Page 376: Diario de  un silvestrista

JAVI

El Batallón 115 Silvestrista de Barranquilla bajó de la unidad de

transporte en Arjona, tenían asignada la misión de encontrar a

una joven para Pérez Carranza, y la información obtenida los llevó a aquel pueblito.

- Batallón, contamos con 24 horas para encontrar a Isamar. Dijo Daniela a los silvestristas presentes.

- Te corrijo comandante de tropa. Dijo Javi. Contamos con doce horas, si no llegamos para el atardecer a nuestros hogares, seremos un Batallón fusilado por padres y

representantes.

- Tiene razón soldado. Aprobó Daniela. Así que a moverse, aquí tienen las copias de la fotografía con la que contamos, es necesario tocar puerta por puerta ¿Entendido?

“BATALLON 115, BATALLON 115, BARRANQUILLA,

BARRANQUILLA PRESENTE” Gritaron felices de fijar su meta.

Así fue como treinta silvestristas se desplegaron por toda Arjona,

intentado encontrar a una silvestrista que había robado el corazón de Pérez Carranza, tocaron puerta por puerta, acudieron al

parque, la iglesia, la plaza de mercado, y nadie reconocía a la muchacha en la foto.

- Buenas tardes. Dijo Javi de mal humor, cansado de no encontrar noticias de la silvestrista. Disculpe se que soy inoportuno y me da pena molestar señora, pero puede

decirme si conoce a esta muchacha. Sí, esta de la fotografía.

- Sí, es mi hija. ¿Quién la necesita?

Page 377: Diario de  un silvestrista

Ante tal noticia, Javi sonrió como hace tanto no lo hacía.

- Señora somos silvestristas. Fue toda su explicación, la cual

bastó a la madre.

- ISA, TE BUSCAN. Gritó a voz en cuello.

La madre de la silvestrista hizo pasar al joven a la casita humilde

y arrimó un taburete algo destartalado. El aceptó dudoso de sentarse, pero por educación finalmente lo hizo. Una hermosa

muchacha lo observaba desde el umbral, tenía unos ojos enormes con espesas cejas y largas pestañas.

- Hola ¿Quién eres?

- Soy Javi, soldado del Batallón Silvestrista de Barranquilla

Nº 115, de nuestro amado Silvestre Dangond, constituidos formalmente después del lanzamiento de la Novena

Batalla, pero la gran mayoría era ya silvestrista desde los tiempos de la canción “La Colegiala”.

La muchacha sonrió y le brindó un fuerte abrazo, en el instante que la mamá se acercaba con un vaso de jugo.

- Mamá es silvestrista.

- Sí Isamar, por eso lo dejé pasar. Tómese el jugo de mora que está frío. Voy a lavar ropa, si necesitan algo estaré en

el patio.

La señora era de esas mamás que todo lo saben y que todo lo

entienden, desde la unión de los silvestristas hasta las más audaces de las travesuras, para este tipo de madres, la visita de un silvestrista es motivo de alegría y credencial suficiente para

brindar la amabilidad y cariño que solo una mama silvestrista, puede entregar.

- Isamar debes venir conmigo todos te estamos buscando por toda Arjona, debes venir a Barranquilla, el fotógrafo de

Page 378: Diario de  un silvestrista

Silvestre te anda buscando y si no nos apresuramos no podrás verlo, creo que su vuelo es hoy.

- ¿Y por qué quiere verme? Dijo Isamar, brindándole una sonrisa brillante.

- No tengo la menor idea, pero esa es la misión.

A las 4 de la tarde de ese día todo el Batallón recibió el siguiente

mensaje de texto en sus celulares: “Reunión a las 17:00 horas en la

parada del bus a Barranquilla, objetivo localizado”.

Eran las cinco de la tarde cuando todo el Batallón abrazaba a Javier por su exitoso hallazgo, todos se abrazaban felices y agradecían a Isamar que los acompañara. Apenas tuvo tiempo Isa

de colocar dos o tres mudas de ropa para poder acompañarlos, su mamá no tuvo objeción en el permiso correspondiente, porque se

trataba del silvestrismo, pero no contaba con los recursos de darle dinero, a lo que Javi aseguró que no le haría falta nada. De regreso a Barranquilla el soldado BB llamó a Pérez Carranza, pero

el joven no contestó, lo cual llenó de preocupación a la tropa, no tenían la menor idea de dónde buscarlo, por lo que, por decisión

unánime se lanzaron directamente al aeropuerto a buscar al lente del silvestrismo. Cuál sería la mala fortuna que al llegar al lugar de embarque constataron que era demasiado tarde, el vuelo

rumbo a Bogotá ya había abordado, incluso escucharon el rugido del despegue del avión.

- Fallamos. Dijo Javi.

- Rendirnos nunca. Dijo DJ Carlos. Te subes en el próximo vuelo con Isamar y vas y se la llevas a Carranza.

- Pero no tenemos plata. Dijo Javi derrotado.

- No hay nada que el silvestrismo no pueda lograr. Dijo Daniela. Batallón presenten sus carteras y monederos, esto es una emergencia.

Page 379: Diario de  un silvestrista

“BATALLON 115, BATALLON 115, BARRANQUILLA, BARRANQUILLA PRESENTE” Gritaron.

A las seis de la mañana del día siguiente, un nervioso Javi aguardaba el vuelo que los conduciría a él y a Isamar a Bogotá.

Page 380: Diario de  un silvestrista

PEREZ CARRANZA

El avión se alzó en vuelo, alejándolo de la muchacha de olor a

chocolate, por más que la buscó, por más que todo un Batallón lo

apoyó, no logró contactarla. Se sentía abatido, y algo cansado. Su teléfono se había dañado y tampoco pudo despedirse de los silvestristas que tan amablemente habían hecho de todo por

encontrar a la mujer de sus sueños. Él observó por la ventana del avión, cómo las nubes se enrojecían en el atardecer, cómo moría

el sol en la distancia, recordándole tiempos dolorosos. Se vio así mismo caminando por carreteras, sin un peso en los bolsillos, sacando la mano a los vehículos, esperando que alguien pudiera

ayudarlo a llegar a su destino. Una noche tiempo atrás, se sentía emocionado de ir a un concierto de Silvestre Dangond, Jorge

recordó cómo acostumbraba a seguir al artista de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad para simplemente tomarle fotos. Hasta que un día cuando llevaba su bolso a hombro, alguien le

dijo que llevaba abierto el morral, angustiado lo examinó y constató que lo habían robado. La tristeza de perder su cámara

era comparada a ese atardecer, en que no había encontrado a la muchacha olor chocolate, se sentía abandonado por la suerte.

Pronto se iría al extranjero con Silvestre y los tiempos de seguirlo de pueblo en pueblo y el olor de la muchacha de enormes ojos,

quedaban en el pasado.

- Estoy enamorado de una quimera. Pensó. Julieta te he perdido

para siempre.

Page 381: Diario de  un silvestrista

ANA

Yaliana y Ana contemplaron en silencio aquel atardecer,

Taganga es un lugar mágico donde las penas duelen menos,

donde las almas se alzan y sobrevuelan el mar. Las nubes vuelan alegres al lado de las almas, y el mundo se siente distinto, entre la soledad y la presencia del creador del universo.

- Ana, debo confesarte que yo sabía que era Silvestre

Dangond. Dijo Yaliana.

- ¿Sabias que era él? Dijo Ana con los ojos como platos.

- Toda Colombia reconoce ese rostro.

- ¿Y por qué fingiste no conocerlo?

- Porque él fingió no ser él, porque por un instante quiso ser Mathias y no me sentí quien para llevarle la contraria. Algo que aprendes en la soledad es a respetar lo que quieren los

demás. Ustedes por un instante jugaron a ser otras personas y fueron felices, yo a veces juego a ser sola en la

vida y eso me hace feliz.

- No puedo creer que no le hayas pedido una foto, o su

autógrafo o que no hayas gritado al verlo.

- Ana, a veces la admiración se demuestra con un buen

pescado frito, o nadando en el mar y jugar a ahogarse con esa persona que idolatras. Yo no necesito fotos de Silvestre

para quererlo, no necesito que sepa que lo admiro o que lo amo con toda mi alma para que ese sentimiento sea real. He aprendido que el amor de un fan va más allá de fotos,

saludos o gritos. Cuando vivía en el pueblo, todas las mañanas colocaba en casa su música y mi vida era plena

en ese entonces.

Page 382: Diario de  un silvestrista

- ¿Yaliana qué ocurrió? ¿Por qué te alejaste tanto de la gente? ¿Por qué vives sola?

- Porque me enamoré. Dijo lanzando una piedrita a las olas cristalinas.

- No entiendo, puedes contarme no se lo diré a nadie.

- Hace algunos años me enamoré locamente de un hombre maravilloso, él intentó enamorarse de mí, de quererme y

amarme como yo lo amaba, fui muy feliz durante un tiempo. Un día sentado en el comedor de mi casa me confesó que me amaba, pero que amaba más a otra mujer

que a mí, que no la había olvidado, que no podía olvidarla y que lo nuestro no podía ser. Ese día sentí que el corazón se

me partió en dos pedazos. Durante una semana lloré como si alguien en la casa hubiera muerto, y me dolía ver a mis padres y hermanos preocupados de mis depresiones

amorosas, decidimos que yo necesitaba tiempo y espacio para asumir mis tristezas y los convencí de ayudarme a

reconstruir este escondite para poder superar mis pesares. Tiempo después dejé de ir a casa y mi familia dejó de venir, poco a poco me fui sintiendo mejor en la soledad del

mar, y la alegría regresó. Vendó pulseritas tejidas a los turistas en distintas playas y me gano la vida de una forma

más sencilla, a veces voy a casa y somos felices aunque nos veamos muy poco.

- Yaliana y el muchacho del que te enamoraste, lo has olvidado supongo.

- No Ana, pero aprendí a vivir con el amor que siento por él, es un hombre maravilloso, fue sincero al confesarme su

más profundo pesar. Yo no te niego que quisiera correr y buscarlo en el pueblo, pero el amor tiene que encontrarte,

no puedes perseguirlo e ir detrás de él mendingando lo que no te puede entregar. Mi abuela decía que el amor era el sentimiento más rebelde de todos, como un caballo brioso,

que cuando le sueltan la rienda corre desbocado hasta el

Page 383: Diario de  un silvestrista

confín del universo, y que solo el verdadero dueño del caballo podrá serenarlo. Solo el verdadero amor podrá

contener tus sentimientos, aceptarlos tal y como son, y solo él podrá tocarle el alma.

Ana fijó su mirada en el horizonte y un nombre vino a su mente, resplandeciente y único, ella conocía el dueño de su amor.

Page 384: Diario de  un silvestrista

TAVO

En la reunión del domingo en el Club Silvestrista de

Barrancabermeja, Tavo sudaba frío, no tenía la menor idea de lo

que debía hacer con el maletín lleno de dinero. Intentó decírselo a Isa Monsalve antes de la reunión, pero no tuvo el coraje, ella siempre estaba llamándole la atención, evitando que se metiera

en problemas, pero en esta ocasión el mal estaba hecho.

- Y ahora Tavo es el hombre del maletín. Dijo Carlos muerto de la risa.

- Déjelo que eso le da estilo. Dijo Pedro apunto de llorar por las carcajadas.

- ¡Cállense carajo! Dijo Isa. Es que no podemos tener un día de reunión en paz. Tavo saca ese horrible maletín de aquí.

- No puedo Isa.

- Es una orden. Insistió la muchacha.

- No puedo, miren lo que contiene. Dijo decidido a mostrar el

dinero.

- ¡Por Dios! Robaste un banco. Gritó Carlos.

- No, yo no he robado nada. Recuerdan que un hombre me

lo dejó la otra noche, en la heladería de la 60, nunca regresó por él, así que me lo llevé a casa, y ahora no tengo

idea de que hacer con esto.

- Dios sabrá en qué problema estas metido Tavo, cómo se te

ocurre, aceptar algo de un extraño.

- Yo no acepté nada Isa, él lo dejó allí. Insistió irritado Tavo.

Page 385: Diario de  un silvestrista

- Bueno, en virtud de que esta reunión solemne es por el Lanzamiento de Sigo Invicto de Silvestre, yo someto a

votación que nos vayamos al valle a darnos una buena vida con esa plata. Concluyó Carlos.

- Te volviste loco. Gritó Pedro al borde del colapso. Nos pueden matar, esto es un mal entendido, el dinero era para

alguien que no llegó a recogerlo, y Tavo con tan mala suerte, de que creyeron que él era el hombre que buscaban. Esto puede ser cosa de la mafia.

Todos murmuraban, todos caminaban de un lado a otro, angustiados por tanto dinero. Unos decían que deberían irse a

concierto y olvidar el asunto, otros opinaban que había que publicar por la prensa lo de un maletín perdido a ver si aparecía el

dueño. Después de horas de discusión, alguien tocó a la puerta y los nervios aumentaron, no acostumbraban a que les tocaran la puerta en días de reunión silvestrista. Un hombre alto vestido de

negro como si estuviera de luto tocaba el timbre de la casa, una gruesa reja no le permitía entrar.

Al tercer llamado, Isa salió a ver de quien se trataba.

- Niña busco el maletín, se que está aquí, y se quién lo tiene, abre o no respondo. Necesito el maletín.

- Señor no se de qué me habla. Dijo Isa.

- Abre o se mueren todos. Necesito el maletín, se perfectamente quienes son y qué hacen.

- Que le abra su madre, a mi no me amenazan en mi casa. Y diciendo esto corrió a la casa, donde aguardaban sus

amigos. Tavo, sal por la puerta de atrás, este tipo tiene pinta de ser un matón, debes huir mientras podemos avisar a la policía, llévate ese maletín y huye. Nosotros daremos

parte a la policía. No nos llames, ni nos escribas, escóndete mientras nuestros padres resuelven esto.

- ¿Y qué hago con el dinero? Preguntó Tavo.

Page 386: Diario de  un silvestrista

El timbre volvió a sonar varias veces.

- Gasta solo lo que necesites, ni un centavo más, ese dinero

hay que entregarlo a la policía. Sal, vete de una vez, y por lo que más quieras, cuídate.

Tavo sin más que el maletín en las manos, se fue a la Terminal, su destino Valledupar, asustado y a la expectativa del problema

en el que estaba metido.

Page 387: Diario de  un silvestrista

EL CLUB DE LOS TIBURONES

Durante el viaje a Santa Marta, las lamentaciones de Walter

Quintero, estuvieron a la orden del día, melancólico evocaba una y otra vez las palabras entre él y Silvestre, estuvo inconsolable, ni las ocurrencias de Víctor, pudieron sacarlo del guayabo moral que

había decidido sufrir por no reconocer la voz de su ídolo Silvestre Dangond. Al anochecer estaban entre los samarios, la gente iba y

venía en la bahía de la ciudad. Los tres amigos esperaban a los silvestristas de Taganga quienes los apoyarían en su estancia en la costa colombiana.

Mathias al ver las aguas del mar, pensó en ella, pero sin decir su

nombre, había decidido que si deseaba olvidarla, no debía repetir una y otra vez el nombre de la mujer que amaba. Desde entonces en su mente solo la palabra “ella” era un tormento con el cual se

había acostumbrado a lidiar como quien intenta tocar su piel y borrar una cicatriz profunda.

A las ocho de la noche se vieron rodeados por una multitud de personas, todos hablaban tan rápido que solo podían sonreír y

corresponder el cariño con el que fueron recibidos. No solo se hicieron presentes los silvestristas de Taganga, estaba además el

club silvestrista de Santa Marta y el Batallón Samario, aproximadamente fueron más de 50 abrazos. Luego de hacerlos pronunciar el juramento silvestrista, fueron fotografiados como

celebridades, y muchas de las silvestristas se veían atraídas por Mathias, solícitas, amables y cariñosas.

Walter ante tantas mujeres olvidó el incidente con Silvestre, y se entregó a la dicha de ser famoso. Víctor un poco más serio

intentaba de atender a todos los presentes y asegurarse de que se les brindara estadía por algunos días. La alegría de un encuentro ocasional, donde tres silvestristas visitaron una ciudad,

Page 388: Diario de  un silvestrista

se convirtió en un hecho tan importante que todos portaron sus estandartes, con el orgullo propio de un fan, y con el cariño

sincero de un hermano.

- Me gusta su Bandera. Dijo Mathias. Al contemplara dos

enormes tiburones en una tela roja.

- Es el logo del Club de Taganga. Contestó un muchacho. EL

CLUB DE LOS TIBURONES, así nos conocen. Mi nombre es Ángel, pero en el silvestrismo me conocen como

Angelito.

- Yo soy Mathias, y por nada del mundo te diré Angelito. Los

muchachos rieron y conversaron, mientras los demás silvestristas continuaban en una incesante sesión

fotográfica con Walter y Víctor.

- Ustedes son los silvestristas amigos de Walter. Dijo

Mathias.

- Sí, los muchachos se quedaran en el cuartel general del

club en Taganga y tu te instalarás en mi casa. Vivimos al borde de la playa, mi madre tiene el mejor lugar de

comidas en toda Taganga y está encantada de recibirte en la casa. Tenemos planeado llevarlos a la Montaña del Sol,

Playa Grande y de ser posible a Playa Cristal. Las muchachas del club están muy contentas por su visita.

- Ideas de Walter. Dijo sonriendo. Una de las mejores que ha tenido últimamente.

A las doce de la noche Mathias se sentaba en la playa de Taganga, por fin había logrado estar un momento a solas, y

cuando las olas del mar rozaron sus pies descalzos, “ella”, lo desarmó de nuevo.

Page 389: Diario de  un silvestrista

ANA “Los seres humanos, nacidos definitivamente de las estrellas”

Pensó Ana, sentada en la arena de la playa. Yaliana dormía serena en la casita de madera, entre tanto Ana con la lamparita

de gasoil contemplaba las estrellas en el firmamento. “Cosmos” Así decía Carl Sagan, cuando yo era niña. Murmuró. Quisiera tener la certeza que el polvo de la estrella de la cual está hecho

Mathias, es una estrella azul. Papá decía que las estrellas azules eran cálidas y jóvenes. Quisiera creer que Silvestre proviene de

una estrella azul y que al igual que Mathias tienen mucho por brillar en esta vida. Papá decía que existían estrellas amarillas, rojas, blancas e incluso negras en el universo, pero que las

negras estaban al borde de la muerte. Quisiera sentirme una estrella azul papá. Dijo Ana, y una lágrima rodó por su rostro.

Nunca me dijo de qué polvo provenía su alma, pero al ver las estrellas es como si estuviera en todas.

- ¡Te extraño tanto! Exclamó al viento. Y vino a su mente una mañana en la que jugaba con arena al borde de un

mar de aguas marrones, su padre la observaba jugar, atento de que no fuera a meterse al mar, ya que las olas eran enormes ese día. Ella lo miraba como si fuera un

gigante que la protegía de cualquier peligro. No se dijeron palabra alguna, ella sabía leerle los pensamientos con solo

ver su mirada. Su rostro siempre franco y sencillo, expresaba la aprobación de sus actos. Cuando su padre le hablaba, le comentaba solo sobre las estrellas, los planetas

y el cosmos.

- Mi padre siempre estaba pendiente del cielo, ahora no esta y pienso que es allí a donde se ha ido. Susurró al viento.

Ana sintió una sensación extraña en la piel, no eran las heridas, era el presentimiento de que algo estaba por pasar. Ella ya había

decidido regresar a Venezuela, hacer frente a su situación con Mathias y terminar la relación en los mejores términos posibles.

Page 390: Diario de  un silvestrista

Si tenía que pedir perdón por ser tan inmadura, estaba dispuesta a pedirlo, pero la decisión era irrevocable, Mathias era su alma

gemela, pero ella no sabía ser feliz con él, y no tenía otra opción que seguir adelante. “Los finales nunca son felices” Pensó la muchacha tomando arena en sus manos. “Nuestro final no es feliz

Mathias”. Ana quería un mundo donde la felicidad no dependiera de una pareja, y para lograrlo tenía que aprender a vivir sin

compañía, encontrar en la soledad las herramientas para controlar sus sentimientos, estaba cansada de que el corazón la arrastrara por la vida, cuando era la razón la que debía guiar cada

uno de sus pasos.

- Quiero creer que somos estrellas azules, cálidas y jóvenes y que nuestras vidas tienen sentido. Que la felicidad se consigue por instantes, pero que esos momentos son

suficientes para vivir cien años. Que una canción en la voz de Silvestre, pueda hacerme vivir lo que siento por él, lo

que siento por mí. Estoy decidida a quedarme con los recuerdos que tengo de haber amado a Mathias, de haber amado a Silvestre, me quedo con mis dos sentimientos,

nadie podrá tocarlos jamás. Me quedo con la luz de mis dos estrellas azules.

Page 391: Diario de  un silvestrista

LA LIBÉLULA ROJA

Esa mañana a primera hora, Mathias salió a caminar por

Taganga, los tiburones silvestristas habían parrandeado con los gusanos Víctor y Walter hasta entrada la madrugada. Él se había

retirado a dormir temprano, para encontrar un poco de paz en el sueño. Todos los silvestristas dormían a aquella hora en el cuartel

general, donde se había decidido celebrar la llegada de los tres gusanos silvestristas, y Mathias en lugar de irse a casa de Angelito, encontró una habitación oscura donde descansar el

alma.

En su andar por los alrededores de Taganga, encontró en su camino una pequeña montaña, y decidió subirla para contemplar el mar. Al llegar a cierta altura vio una división con el cartel

“Camino de las serpientes” optando por tomar la senda que llevaba

a la playa, pero en ese instante, una brillante libélula roja llamó su atención, ésta sobrevoló el letrero posándose en una esquina de madera. Mathias quiso atraparla, pero se le soltó de los dedos,

la siguió por la senda que subía la montaña y se olvidó del playón. Cuando los rayos de luz tocaron sus alas, el brillo que

emitió la libélula, fue tan intensa que tuvo que cerrar los ojos. Continuó siguiendo a aquella ninfa transformada del color rojo

como el silvestrismo, y esta lo llevó hasta la cima de la montaña.

La libélula descansó en el hombro de una joven que en ese

instante contemplaba el amanecer.

- ¡Es ella! Pensó Mathias. ¡Por Dios es ella!

Unos ojos negros, enormes y amables se posaron en él.

Page 392: Diario de  un silvestrista

Mathias pensó en reclamarle todo lo que había sufrido por su abandono, no quería perdonarla por dejarlo sin una explicación,

ella le había fallado. Pero al ver las heridas, y moretones de la joven que vestida como si fuera una pescadora, su corazón lo empujó a abrazarla como nunca lo había hecho.

- ¿Ana estas bien? ¿Qué te ocurrió? Por Dios me tenías

preocupado, qué tienes en la pierna, debiste haberme llamado. Dijo el muchacho sin respirar.

- Mathias. Dijo Ana. ¿Cómo me has encontrado?

- Una libélula roja, la seguí hasta aquí, no se por qué

- No la he visto.

- Estaba en tu hombro. Dijo Mathias tocando su delicada piel.

- No la vi. Dijo Ana pensando en Julia y Kennel. Estas heridas son por una caída que tuve, pero ya estoy bien.

Ella quiso decirle todo lo que había decidido, Ana sintió que en su

alma algo se retorcía, su mente y su corazón estaban en guerra.

Al igual que como ocurría con su padre, Ana podía leer el alma en

los ojos de Mathias, en los cuales solo había amor, no tenía resentimiento alguno, y entendía que ella hubiera huido. Las

palabras no hicieron falta. Ninguno de los dos dijo nada, y como empujados por una fuerza invisible, se besaron intensamente, siendo testigo de su encuentro, el amanecer.

“No hay nada que el silvestrismo no pueda curar” Pensó Ana, sintiendo que la depresión ya no existía.

Page 393: Diario de  un silvestrista

WALTER QUINTERO

Walter despertó esa mañana con un terrible dolor de cabeza, el

exceso de alcohol de la noche anterior, entre la euforia de estar

en la costa y el encuentro con tantos silvestristas le hizo una mala jugada, sentía que su cerebro explotaría de un momento a otro. La casa amaneció patas arriba, en cada rincón de la casa

alguien dormitaba en un sofá o en una colchoneta, por más café que tomó, por más que duró bañándose durante todo el tiempo

que quiso, en su cabeza se mantenía un malestar de espanto.

- ¡No tomo más! Lo juro por mi honor que no tomo más. Dijo

al ver a Víctor fresco como una lechuga.

- Deja la pendejada compadre que ahora es que vas a tomar. Acaban de escribir de Valledupar, está confirmado tenemos lanzamiento en noviembre.

- ¿Cómo? ¿Qué? ¿Cuando? Dios me va explotar el cráneo.

- 28 de noviembre Lanzamiento de Sigo Invicto, mi compadre tómese una pastilla y ayúdeme a despertar a

todo el mundo en esta casa, hay mucho por planificar.

- Dios mío y nosotros sin plata. Dijo Walter. ¿Dónde está

Mathias? No lo he visto en ninguna cama.

- Creo que salió temprano, debe andar por la playa. PARESE TODO EL MUNDO TENEMOS LANZAMIENTO DE SILVESTRE. Gritó Víctor.

- ¡Por Dios no grites! Suplicó Walter sujetando los dos extremos del cráneo. ¡Ay mi cabeza!

Los silvestristas se despertaron al sonido de la palabra

Lanzamiento, unos aplaudieron, otros brincaron, pero la gran mayoría gritó, y el pobre Walter sollozó del dolor. “Por mi madre que no tomo más.”

Page 394: Diario de  un silvestrista

YALIANA

Yaliana ayudó a Ana a cambiarse la venda de la pierna, mientras

Mathias esperaba afuera de la casa de madera. Ella sabía que

tarde o temprano Ana debía regresar a la vida normal que tenía antes de caer por la montaña, pero se había encariñado tanto, que el corazón se le antojaba diminuto en ese instante. Quiso

pedirle que se quedara un poco más, pero no se atrevió, además tenía días sin salir a vender pulseritas y el dinero escaseaba. La

herida de la pierna había cicatrizado bien y los moretones tenían mejor aspecto, Ana había mejorado mucho desde la llegada de Silvestre a Taganga.

- Ven conmigo Yaliana. Dijo Ana, Mirando con ternura a su

amiga.

- No puedo Ana, debo trabajar.

- Por favor, yo me encargaré de tus gastos, como tú te has encargado de mí este tiempo.

Yaliana quería acompañarla, pero la privacidad que había

conquistado no podía arriesgarla, necesitaba del amanecer y de cada atardecer en el playón, precisaba del susurro de las olas por las noches.

- No puedo, no insistas.

- Está bien, pero no creas que te desharás de mí tan fácilmente, volveré a visitarte.

- Más te vale Ana, más te vale. Y diciendo esto Yaliana abrazó a la amiga silvestrista que adoraba y las lágrimas

fueron inevitables.

- Vete ya, Mathias te espera, y por favor no vuelvas a abandonarlo que es tan hermoso que cualquiera podría quitártelo. Se feliz Ana.

Page 395: Diario de  un silvestrista

Cuando Ana y Mathias se marcharon tomados de la mano, Yaliana los vio subir por la pendiente hacia el camino de las serpientes, y

sintió una profunda tristeza. El viento azotó los largos cabellos de Ana, y en ese instante, ella se detuvo, volvió la vista hacia atrás y gritó.

¡NO HAY NADA QUE EL SILVESTRISMO NO PUEDA CURAR!

Agitando sus manos diciendo adiós.

Estas palabras se clavaron en el corazón solitario de Yaliana, y

durante días los ojos y la sonrisa de Silvestre, fueron la compañía más grande que haya sentido dentro de la casita de madera.

Page 396: Diario de  un silvestrista

LA BALLENA AZUL

Cuando Ana entró en el hotel por sus cosas, con la intención de

cancelar la deuda que había generado al no regresar desde su

caída de la montaña del sol, se encontró con la sorpresa de que se había alertado a las autoridades de su desaparición, así que tuvo que asistir con el gerente del hotel a la comisaría a rendir

declaraciones sobre su ausencia.

- Usted no debe nada señorita, nosotros recogimos sus cosas a la semana de no haber regresado y la dimos sinceramente por muerta.

- Lamento mucho no haber enviado noticias de mi paradero,

pero como entenderá la caída fue muy fuerte y lo único que deseaba era descansar. Quisiera una habitación matrimonial para quedarme unos días con mi novio en su

hotel.

- Después de aclarar este asunto en la comisaría,

arreglaremos su hospedaje señorita, no se preocupe, en verdad me alegro que haya Usted regresado sana y salva,

es la primera vez que se nos desaparece un cliente.

Durante algo más de una hora le tomaron la declaración a Ana y

se retiró la denuncia de su desaparición, dejándose constancia del accidente y las condiciones que le habían impedido avisar al

hotel, solo que Ana mintió sobre el lugar donde había estado, dijo haber sido atendida por los lugareños de playa grande, para no tener que delatar el hogar apartado del mundo, en el que vivía

Yaliana.

Mathias permaneció en silencio durante el trayecto de regreso al hotel, como si estuviera tomando una decisión fundamental en su vida. Algo estaba por cambiar, Ana podía presentirlo, pero no se

atrevió a articular pregunta alguna.

Page 397: Diario de  un silvestrista

MATHIAS

Al llegar al hotel, Mathias rechazó la idea de hospedarse en La

Ballena Azul, se sentía sereno al saber que ella estaba bien, pero

deseaba pensar las cosas, y analizar qué ocurriría con sus vidas, todo lo sucedido debía cambiar las condiciones de vida que habían llevado hasta el momento. “Debo hacerlo” se decía a cada

instante. Ana comprendió que algo pasaba y lo observaba con sus ojos enormes esperando que él anunciara la decisión que

correspondía al caso, pero Mathias quería volver con sus amigos y estar sin ella. La ayudó a desempacar la ropa, después que Ana se bañara y cambiara de ropa, la acostó y arropó en la amplia

cama de sábanas blancas. “Descansa” fue todo lo que le dijo, dándole un beso en la frente. Y esperó que ella se quedara

dormida. La contempló, sintiéndose enamorado de sus mejillas pálidas, de sus gruesas cejas negras, de sus largas pestañas. Los rasguños que aún no desaparecían de su rostro, no mermaban la

belleza de la mujer que amaba. “Debo hacerlo” murmuró.

El olor de la piel de Ana, sus cabellos negros azabache, sus labios carnosos, lo mantenían aturdido. Quiso besarla, quiso atraparla como a la libélula roja que lo llevó hasta ella. “Me siento solo si

no estas conmigo.” Pensó viéndola dormir. Mathias estaba agradecido con las locuras de Walter, Víctor y Pichicho, ellos

habían hecho que la ausencia de Ana fuera menos dolorosa, y podía por fin comprender la insistencia de Ana por estar cerca de los silvestristas, ellos llenaban lugares del corazón que solo

pueden llenar los amigos más sinceros del universo, esos que sin martirizarte haciendo preguntas, te llevan a una finca donde

crees ver brujas y fantasmas, te acompañan en un calabozo cuando alteras el orden público. Solo los silvestristas pueden animarte para sigas adelante porque la vida es seguir sonriendo

para los demás. “Debo hacerlo” Dijo levantándose de la silla al lado de la cama de su bella durmiente, y se alejó a pasos silentes

de la mujer que amaba.

Page 398: Diario de  un silvestrista

EL POTE

En la mesa de los Tiburones de Taganga, Víctor trazaba las

coordenadas de sus ideas. “Los planes han cambiado” decía.

Debían contratar un autobús que los llevara a todos de inmediato a Valledupar, estaban a menos de un mes del concierto de Sigo Invicto parte I, la noticia había llegado de forma repentina y

todos revisaban sus alcancías, otros llamaban a otros silvestristas, habían estado tan absortos en sus cosas que no se

habían enterado de la gran noticia. Necesitaban reunir todo el dinero posible. Mathias había llegado al umbral de la casa y todos lo recibieron con la buena noticia, él al igual que todos estaba en

banca rota y planteó que debían trabajar durante todo el mes para poder conseguir los recursos necesarios, con la aprobación

de Víctor se cancelaron los viajes a las playas, se prohibió comprar una gota de alcohol a lo cual ni Walter Quintero puso objeción. Angelito aseguró que podía conseguirles empleo a los

que no lo tuvieran, y que con las propinas de los gringos, pronto reunirían lo necesario para ir. Mathias no hizo comentario alguno

sobre Ana, quería concentrarse en el lanzamiento y colaborarle a los silvestristas con sus habilidades de Barman, así que él fue el

primero en conseguir un buen empleo en un Bar de Taganga donde la fama de los tragos silvestristas se vio renacer de nuevo.

Por las noches Ana se acercaba al Bar como en los tiempos en que se conocieron; y conversaban en los ratos libres de Mathias. Víctor y Walter ayudaban en el restauran de la mamá de Angelito,

y los tiburones del club de Taganga se redistribuyeron diferentes actividades. Por las noches, lo que cada silvestrista ganaba, lo

dejaba en “el pote”, una enorme botella de vidrio que mantenían las muchachas del club bajo resguardo en el cuartel. Ana visitaba frecuentemente a Yaliana y ambas solían caminar hasta playa

grande, siempre le insistía que deberían ir al lanzamiento, que entre todos los silvestristas se estaba haciendo un pote o ahorro,

que sería utilizado para todos según le había contado Mathias,

Page 399: Diario de  un silvestrista

pero Yaliana no accedía a ir a un concierto de mas de 33.000 almas, eso era pedir demasiado a su alma.

Page 400: Diario de  un silvestrista

PALITO, TOMATE Y GOYITO

El día de la rifa llegó, y el club de la Matraca Silvestrista de

Turbaco estaba bajo la sombra de la tristeza, todos habían

tomado un inmenso cariño a Palito, Tomate y Goyito, eran como parte de la familia, pero todos los números habían sido vendidos, debían cumplirle a la gente del pueblo. Gloris anunció el número

ganador esa tarde, “618” y una dulce viejecita había levantado su boleta de victoria, era el único número que había comprado y

estaba dichosa de llevarse a los marranitos a su casa. Todos en el pueblo querían ganar, pero cuando vieron que Doña María se los había ganado, nadie refutó el resultado, era una ancianita muy

solitaria a quien todos tenían mucho cariño. Para sorpresa del club, la anciana deseaba conservarlos con vida, para que le

hicieran compañía, no era su intención hacerlos chicharrón, lo cual fue un alivio para todos. Con el dinero de la rifa a mano, más todos los aportes individuales de cada miembro del club, estaban

listos para ir al lanzamiento de Silvestre.

- Nos iremos una semana antes. Anunció Gloris a los sonrientes silvestristas, necesitamos comprar las camisas originales de Silve para cada uno, con sus respectivas

gorras, las entradas VIP, y organizar los pormenores de la caravana, pancartas del club, e incluso el abastecimiento

de comida e hidratación.

Todos los silvestristas no hacían más que gritar consignas de

alegría, sonreían bailaban, todo en la casa silvestrista era un jolgorio por el momento que estaban por vivir.

¡LA MATRACA SE VA A SENTIR EN VALLEDUPAR! Gritaron todos.

Page 401: Diario de  un silvestrista

ASPRILLA

Eran las once y treinta de la noche cuando unos disparos lo

despertaron, las detonaciones fueron tan seguidas que pensó lo peor. En el autobús en el que se encontraba, ninguno de sus

compañeros manifestó preocupación por aquellos disparos.

- ¡Eso que suena son tiros! Dijo en voz alta.

- Déjate de pendejadas negro, eso son cohetes. Contestó alguien dentro del vehículo.

- Te digo que son disparos, allá afuera pasa algo.

Y diciendo esto el hombre se bajó del autobús con precaución y se acercó a dos personas que aparentaban ser los muchachos de

seguridad del evento.

- Ve hombre ¿Qué esta pasando? ¿Están disparando?

- Son perdigones señor. Contestó asustado el más bajito de

los dos guardianes de seguridad.

- ¿Quién los dispara, no entiendo, eso es dentro del

estadio?

- No señor eso es afuera, es que la gente en Maturín es

algo difícil, y están intentando meterse, la Guardia está disparando al aire.

Y en ese mismo instante el hombre miró hacia arriba y se cubrió la cabeza con las manos, como si en cualquier momento pudiera

caerle un perdigón.

- Una bala perdida te jode, en serio lo jode a uno.

Los dos hombres de seguridad, observaron a su alrededor y

temieron que una bala perdida los alcanzara también a ellos.

Page 402: Diario de  un silvestrista

- HOY NO TOCAMOS, ESTAN DISPARANDO ALLA ADENTRO. Dijo todo alarmado el hombre de piel tostada y voz

profunda.

- ¿Qué pasa Asprilla? Preguntó Martín.

- Que una bala perdida lo jode a uno.

- ¿De qué hablas negro? Insistió Martín.

- La guardia esta disparando al aire perdigones, la gente se metió al estadio. Yo sin chaleco antibalas no salgo.

Las carcajadas dentro del bus fueron estruendosas, todos se reían de la forma en que Asprilla decía las cosas, moviendo insistentemente las manos y con los ojos bien abiertos.

- Negro ya no se escuchan disparos y el pueblo espera por

nosotros, hoy tocamos porque tocamos. Dijo Martín.

- Virgen del Carmen una bala perdida jode a uno. Dijo

Asprilla caminando de un lado para el otro dentro del bus.

Cuando llegó el momento en que todos debían bajar, la

agrupación alegremente se dirigió a la tarima del evento, y al entrar en la Monumental de Maturín, la aclamación del publico no

se hizo esperar, era un hervidero de gente, todos estaban allí para ellos, para escucharlos tocar de la forma en que lo hacían,

con la entrega total que solo los mejores músicos pueden entregar. Asprilla insistía en observar el aire, por si alguna bala perdida insistía en encontrarlo.

- Voy a pedir chaleco antibalas, una bala jode a uno, no es que me asuste un tiro, pero el hombre precavido llega a los 100 años.

Pensó Asprilla. Y al sentir que solo había sido un susto, se echó a reír solo como siempre solía hacer, al darse cuenta de que estaba

exagerando.

Page 403: Diario de  un silvestrista

VENEZUELA

A lo largo de los años, los sueños se acumulan en un rincón del alma, y a veces prefieres no removerlos por miedo de que te

causen la misma sensación de desasosiego que en noches anteriores. Hay quienes escriben en un papelito un determinado

sueño, con la intención de no volverlo a ver, pero que siempre aparece por los rincones de la casa y te recuerdan que tenías un sueño. Silvestre esa mañana encontró una pequeña nota entre

sus cosas de viaje, “Conquistarlos a todos.” Al leerlo su rostro se iluminó con una gran sonrisa, la noche anterior había sido todo un

excito en Puerto La Cruz, antes de enfrentarse al lanzamiento de SIGO INVICTO, tenía una gira por toda Venezuela, en ciudades en

que tiempo atrás, sentía que tenía que conquistar. Al recoger sus cosas en el hotel, sintió la necesidad de vestir de rojo, así que se colocó una sudadera o pantalón y chaqueta deportiva roja. “Soy

el que soy” Pensó, doblando nuevamente su sueño. Sería trasladado de Puerto La Cruz a Maturín, dos ciudades cercanas,

pero muy distintas. Su mente trajo en el viaje los recuerdos más distantes de su vida de cantante, pensó en los rostros de sus fan, siempre pensaba en ellos. Pensó en Ana y sus ojos negros, en sus

amigos, su familia, su pueblo, los recuerdos se amontonaron y se sintió pleno. “Conquistar corazones no es sencillo” pensó. “Mis

sueños jamás han sido pequeños.” De camino a la ciudad a la que se presentaría esa noche, sus amigos y compañeros charlaban alegres comentando el triunfo del concierto anterior, él solo

pensaba en las sonrisas de quienes bailaban eufóricos sus canciones.

Descansó hasta las 11:00 de la noche en su habitación presidencial, para prepararse para la función, nuevamente se

sentía ansioso de ver los rostros de los venezolanos que asistirían a su encuentro. A la 1:00 de la mañana, entró custodiado a la

monumental de Maturín, allí los silvestristas gritaban su nombre, y él les entregó el alma. “Conquistarlos a todos” Pensó; y las luces y el acordeón enardecieron a la multitud. Silvestre al cantar

Page 404: Diario de  un silvestrista

la segunda canción de su repertorio, observó cerca de la tarima a varios silvestristas venezolanos vestidos de rojo, entre ellos, una

muchacha que sostenía una bandera roja, aquel simple acto le llegó al corazón. “Ustedes me conquistaron a mí” Pensó. Y le pidió en ese instante la bandera roja a la fan, que gritaba enloquecida

porque él la había visto. Pero algo ocurrió, en su pecho se amontonaron los sentimientos, la alegría de los venezolanos, sus

sueños realizados, su silvestrismo del alma, y no pudo decir lo que quería decir, simplemente no pudo. Los silvestristas gritaban su nombre, le decían: “Te queremos” “Te amamos”, miró a la

silvestrista de la bandera y solo pudo decirle “Gracias” y con el corazón le envió en el aire dos enormes besos.

El ídolo y la fan, entre ellos no hacía falta palabras, sentían lo mismo.

Venezuela ha sido conquistada por el silvestrismo de Silvestre Dangond; y Maturín bailó al son de las canciones de un muchacho

que desde siempre soñó con poder cantarles de aquella forma, hasta más no poder. Les dejó el corazón en cada canción y el

pueblo le entregó el suyo. “Para el pobre, la única forma de ser feliz, es vivir borracho” Dijo Silvestre, y la Monumental de Maturín

se vino abajo en aplausos. Porque en los momentos difíciles a veces se necesitan palabras como aquellas. “¡Venezuela te amo! y te amaré por siempre”. Pensó.

¡ESE ES MI SILVESTRISMO DEL ALMA! Gritó con dos lágrimas en los ojos al despedirse de aquel cálido pueblo, su pueblo

venezolano.

Page 405: Diario de  un silvestrista

EL CANTANTE DEL PUEBLO

Silvestre se asomó por la ventana del hotel, y observó cómo la gente ya estaba haciendo fila desde temprano, para entrar al

último concierto de la Novena Batalla en Venezuela, los silvestristas de aquella ciudad eran numerosos, pero sería un

concierto mucho más concurrido debido a que existían pueblitos cercanos, y la gente de pueblo eran fieles a su música.

Intentó comer algo, se sentía agotado por la intensa gira en Venezuela, ni siquiera el baño de agua caliente en la lujosa

regadera logró espantarle el cansancio. Intentó dormir por algunas horas y sus sueños fueron peor que estar despierto. Al despertar no recordó lo que había soñado, pero estaba casi

seguro de haber hablado dormido e incluso de haberse reído.

- Este cansancio me carga loco. Murmuró al verse al espejo. Se me nota, pero es inigualable a la ansiedad que siento.

Silvestre estaba a pocos días del Lanzamiento del la nueva

producción musical de SIGO INVICTO, y siempre le angustiaban los detalles de sus presentaciones, sentía que no podía descansar hasta que todo estuviera en orden.

- Ella estará allí. Pensó él. Si Ana, sé que vas a estar

conmigo. Pensar en la fan de cabellos negros, era algo que le ocurría continuamente, era una forma de librar su cansancio e incluso buscar versos nuevos para sus

canciones. Ella tiene que estar allí. Recordó la libélula roja que lo llevó hasta ella, el brillo de este insecto al

atardecer era algo más que un recuerdo, era un símbolo de unión, entre su alma y su fan.

A la una de la madrugada el personal de seguridad aguardaba por el ídolo, el bullicio del pueblo era inconfundible, y todos aguardaban su presencia.

Page 406: Diario de  un silvestrista

- ¡PUNTO FIJO! Exclamó Silvestre, y los silvestristas venezolanos gritaron, felices de vivir la novena batalla.

Observando el público entre canción y canción, llamó su atención una joven con una gorra tricolor, ella se le parecía a Ana, y no

pudo evitar sonreírle, “Te pareces a mi Ana” pensó. Y la fan no dejaba de gritar y bailar. El concierto fue muy emotivo, todos

clamaban su atención y él entregó la piel y el corazón, porque él ya no se pertenecía así mismo, le pertenecía al pueblo.

Comenzó a cantar la canción “El Dilema” mirando fijamente a los ojos de la muchacha entre el público y se golpeó el pecho con el micrófono y dijo: “solo con pensarla vuela mi conciencia hasta un

mundo donde es mía, tan mía, solo mía”, le era inevitable ver en cada silvestrista a la Ana de la libélula “Pa mí, solo, pa mí”. Fue

un concierto dedicado a una muchacha que no conocía, pero que al solo vestir de rojo y al corear cada una de sus canciones, era suficiente para conocerle el alma entera.

Cuando cantó “La Gringa” una mujer subió como pudo su hijito a

la tarima, Silvestre tomó el niño, y cuál sería la sorpresa para todos, que siendo apenas un bebé, bailaba moviendo las manitos como si tocara un acordeón, el público se estremeció cuando en

medio de la emoción, Silvestre le preguntó “Eres Silvestrista” su respuesta fue un “Si” inocente y sincero, Silvestre lo cargó y bailó

dando vueltas al bebe en el escenario, su corazón se sintió pleno al ver que la música que tanto amaba y defendía le llegaba en el corazón hasta a los más pequeñitos de la casa. “Soy el cantante

del pueblo”, pensó al decirle adiós a Punto Fijo. Y el pueblo lo despidió como solo puede hacerlo, con la ovación más grande que

pudo dar.

Page 407: Diario de  un silvestrista

SIGO INVICTO

Page 408: Diario de  un silvestrista

10 COSAS QUE NO DEBE HACER UN SILVESTRISTA

1º Si tienes un concierto de Silvestre Dangond al día siguiente, no

ingieras bebidas alcohólicas o trasnoches, o no podrás aguantar lo

que viene; esto le pasa a silvestristas como Gunter Zerpa y

siempre anda insoportable el día del concierto.

2º Jamás persigas el carro en donde trasladen a Silvestre; y

menos si aún no sabes manejar bien; Carolina Méndez hizo esto

en Venezuela, y casi mata de un infarto a los pobres silvestristas

que iban con ella.

3º Si has descubierto por donde pasará Silvestre Dangond, sea

un aeropuerto, hotel o calle, no te muevas de tu lugar, o

lamentarás haberte ido a comprar comida, sino pregúntenle a

José Solis, lo que se siente.

4º Un buen silvestrista controla sus nervios de fan, recibe con

una hermosa sonrisa a Silvestre, y ayuda a que los demás

presentes se calmen, de lo contrario el caos hace que nuestro

artista deba ser resguardado inmediatamente. Esto se aprende

con Jennifer Rivera, ella aunque está loca por Silvestre, siempre

nos ayuda a controlarnos y por ella tenemos las mejores fotos

silvestristas.

Page 409: Diario de  un silvestrista

5º Nunca te confíes que alguien te tome una foto con Silvestre,

asegúrate de tener a mano tu cámara fotográfica, los nervios son

traicioneros y todo se olvida en ese momento, Isamar Velásquez

tiene varias historias al respecto.

6º Asiste siempre a los conciertos de Silvestre Dangond en

zapatos deportivos o pagarás la novatada. Marlyn Becerra

después del lanzamiento de “No me compares con Nadie” no

podía caminar.

7º Nunca asistas a un concierto de Silvestre Dangond, sin tu

camisa roja y la Bandera de tu Club o Batallón. Silvestristas como

Isa Monsalve aunque les toque lejos de la tarima, hacen llegar su

cariño a Silvestre y él les corresponde siempre.

8º Un silvestrista jamás arroja cosas al escenario, que no sea su

bandera, camisa o gorra del Club. El mejor momento es cuando

Silvestre te señala que se la pases o que la arrojes mientras habla

saludando al público. Un silvestrista jamás interrumpe las

canciones. Leira Daza nunca ha dejado de hacerlo, y tiene varias

camisas sin lavar en casa.

9º Si tu mejor amigo te dice: “Aquí te paso a Silvestre” créele, no

hagas como Walter Quintero, que habló con Silvestre Dangond

pensando que era una broma y hasta el sol de hoy se lamenta por

no haber dicho todo lo que le hubiera gustado decir a su artista.

Page 410: Diario de  un silvestrista

10º En el silvestrismo por la emoción que nos ocasiona ver a

Silvestre, siempre cometerá una novatada, pero al menos no

cometas las nuestras y crece como fan.

DIARIO DE UN SILVESTRISTA

Page 411: Diario de  un silvestrista

LOS CÓMPLICES

Existen travesías en nuestras vidas que necesitan de un

cómplice, esa persona que no solo te cubre las espaldas,

sino que además te alienta a no rendirte jamás. El

silvestrismo individual es mucho más complicado y solitario

de vivir, que el silvestrismo mancomunado, he allí la razón

de ser de los Clubes silvestristas, todos necesitamos una

mano amiga que nos ampare en los momentos de más

necesidad, bien en el auxilio económico, bien en una palabra

de aliento, que te haga perseguir cada uno de tus sueños.

Para ir a un lanzamiento de Silvestre Dangond en Valledupar

es vital ese cómplice y amigo que hace acto de presencia, te

toma de la mano y corre a tu lado, cuando ya no tienes

aliento para continuar.

En el parque de la Leyenda Vallenata, no solo van

silvestristas de todas partes del mundo, sino que el alma de

nuestro mejor amigo, allí está siempre presente.

No existe un dolor que te haga dormir tan temprano, que el

que te produce la certeza de que no estarás en Valledupar

para el lanzamiento; y de pronto, tu cómplice te escribe, te

Page 412: Diario de  un silvestrista

llama, te envía una nota de voz o incluso se presenta en tu

casa y dice “Vamos que sí se puede.”

Armando Paz Céspedes, es un silvestrista que vive en

Maicao, zona fronteriza entre Venezuela y Colombia, donde

se prepara el mejor chivo asado que puedas probar en tu

vida. Armando no pudo ir al lanzamiento y su aflicción se

podía escuchar por las noches, pero esto no fue un

impedimento para ayudar a los silvestristas que iban desde

Venezuela, a Colombia. Servicial, atento e incólume, como

si tuviera la misión sacrosanta de auxiliar al silvestrista

desamparado en frontera. Todo silvestrista debería tener un

cómplice de locuras, toda locura debería estar apadrinada

por alguien más loco que tú.

¿Has sido partícipe de una locura silvestrista? ¿Has vivido la

intensidad de la verdadera amistad? ¿Alguna vez lloraste

porque tu mejor amigo ha cumplido sus sueños? Es posible

que el silvestrismo necesite más cómplices, que a partir de

este momento, de este mismo instante, seas tú el que

realice los sueños de otros, como suele hacerlo Jorge Pérez

Carranza, quien siempre se mantiene en el silencio, pero

que todo lo observa, todo lo ve, y es el mayor cómplice de

todos.

Page 413: Diario de  un silvestrista

LOS GRADUADOS

Mauricio es un silvestrista de Bogotá, capital de Colombia mejor

conocida como “La nevera”, por el frío que se vive en los huesos

tan pronto pones un pie, en la ciudad que vio al joven Gabo

caminar por sus calles con las manos en los bolsillos, porque

debes saber que Gabriel García Márquez, más añoraba la costa, el

sol y el olor de la tierra que lo vio nacer, cuando estaba en tierra

fría; las mismas calles que ahora caminaba intranquilo Mauricio.

“Mañana es el lanzamiento” susurró mientras cruzaba la calle

rumbo a su casa, “Mañana es mi graduación”. Para un

adolescente el acto de grado es una bandera de libertad, es

saberse a la puerta de una universidad, cerrando el ciclo de los

mejores años de su vida. Jamás se vuelven a tener amigos como

los del colegio; y Mauricio se sentía indeciso entre el silvestrismo

y el acto de grado. Todo estaba preparado para recibir el título de

Bachiller, pero el hecho de no estar en el valle el 28 de

noviembre, le era impensable.

Sopesó detenidamente sus sentimientos, recordando los mejores

momentos de su vida al lado de sus amigos, padeciendo siempre

en los exámenes de matemáticas. Pensó en la primera vez que

vio a su hermosa profesora de castellano, todo le resultaba tan

exquisito, que era imposible no asistir y recibir un beso de los

labios de la hermosa mujer que le había enseñado la grandeza del

Page 414: Diario de  un silvestrista

realismo mágico. Mauricio quería ser escritor, y era previsible que

el acto de grado le fuera anhelado. “Mis silvestritas” pensó,

recordando con especial cariño la forma en que se debe correr

desde las puertas del parque de la Leyenda Vallenata, hasta la

entrada a la zona de arena pegada a la tarima del evento.

Evocó las sonrisas de silvestristas de todas partes de Colombia y

su corazón no pudo más. Al llegar a casa escribió una nota a sus

padres: “Si quiero ser escritor necesito vivir, perdóname mamá,

me fui por mis sueños. Los ama Mauricio. Posdata: me fui al

único lugar donde debe estar un silvestrista mañana.”

Cuando Mauricio abordó el autobús, se sintió feliz de creer en sus

decisiones, convencido de que la vida era ahora y de que su alma

se graduaría por él, ya que su espíritu permanecería en los

salones de clases, donde conoció a Gabo.

“No hay nada que un silvestrista no pueda elegir, siempre habrán

dos respuestas: si/no” pensó.

Page 415: Diario de  un silvestrista

CARA O SELLO

Una moneda de mil pesos voló por los aires, la luz del sol la

hizo brillar por un instante, antes de volver a las manos de

su dueño, la respuesta fue “CARA”, Pichicho se había

acostumbrado a tomar decisiones con aquella moneda, la

que el anciano del café nombrara como “de buena suerte”.

CARA significaba sí y SELLO, su opuesto no. Durante noches

sopesó dejar su empleo de cocinero, enviar todo el dinero

reunido a casa e irse sin más que el pasaje a Valledupar, al

lanzamiento de Sigo Invicto de su ídolo, la respuesta de la

suerte fue “CARA.” Esa tarde renunció a su empleo, envió

dinero a casa y se fue a empacar, con un poco de suerte

encontraría empleo en la tierra que más deseaba conocer y

mientras realizaba su sueño, sería un buen hombre de

familia, ahorrando hasta el último peso.

Todas sus cosas entraron en una pequeña maleta y su bolso

de viaje, solo tenía un par de zapatos, poco menos de

sesenta mil pesos, su moneda de la suerte, la gorra tricolor

venezolana, y el corazón ilusionado por llegar al valle del

cacique Upar. Para el lanzamiento apenas si faltaba una

semana, así que con dos fuertes golpes en el pecho,

Page 416: Diario de  un silvestrista

invocando a su silvestrismo del alma, cerró la puerta del

diminuto dormitorio, entregó las llaves a su rentero, le dio

un beso en la frente a Doña Pau al pasar por su casita; y se

arrojó a la calles de Bucaramanga rumbo a la Sirena

Dorada, la cual según dicen, se baña en el Guatapurí en las

tardes del jueves santo.

Page 417: Diario de  un silvestrista

NINI

Nini y Jorge pasaron días llenos de felicidad, la oscuridad

que había atrapado a la joven no impedía que pudieran

amarse. Luego de algunas negativas y objeciones por parte

de los familiares de Nini, Jorge logró llevársela a Valledupar

para el lanzamiento. Ella secretamente albergaba en su

corazón la esperanza del sueño que tuvo con Silvestre

“Antes de ver, te veré” así que cuando Jorge dijo que la

llevaría al lanzamiento, ella estuvo convencida de que su

sueño sería realidad.

Llegaron al valle unos días antes del magno evento, Jorge

gastó todo cuanto tenía para comprar camisas, gorras y las

entradas respectivas para el concierto. Por las tardes salían

a caminar por las calles a la sombra de los múltiples

árboles, y Nini solía decir “Aquí los pájaros saben cantar de

verdad”. Gracias a una tía de Jorge, que los recibió como si

fueran sus hijos, no les hizo falta nada, y aunque le fueron

asignadas habitaciones separadas, Nini siempre encontraba

el camino a la habitación de Jorge para que él le leyera sus

libros por la noche. “Cuando vuelva a ver, leeré tanto como

tú”, le decía a Jorge, quien en la sinceridad de su amor,

Page 418: Diario de  un silvestrista

había encontrado la forma hacer un mundo para los dos,

donde ella podía permanecer a oscuras por su enfermedad,

y a la vez vivir la luz que su amor irradiaba.

“La fe de Nini, esta puesta en Silvestre, lo se”. Pensó Jorge

al verla dormir placidamente, su rostro se iluminaba cuando

él le obsequiaba, así fuera una pulsera de tela roja, de esas

que usan los silvestristas en el mundo entero. Jorge no era

uno de ellos, pero se sentía agradecido con la música de

este joven a quien seguían multitudes, porque era conciente

de lo que la voz de Silvestre podía hacer en un ser humano,

como Nini. “Sabe devolverles la felicidad” Pensó.

Page 419: Diario de  un silvestrista

LAS CINCO PANCARTAS

Milena había llorado durante horas, el veredicto paterno había

sido contundente. “Usted al lanzamiento no va”, dijo su papá, “En

esta casa mientras yo viva, aquí se hace lo que diga yo, y Usted

no tiene edad para irse de viaje y menos sin la compañía de su

mamá”, la silvestrista se sintió derrotada, ella entendía que era

menor de edad y que sus padres deseaban protegerla, pero no

lograba dejar de llorar.

A las 5 de la tarde del 25 de noviembre un mensaje llegó a su

teléfono “Revisa ya las redes sociales Milena”, con lágrimas en los

ojos, vio las publicaciones de todos los silvestristas, por todas

partes habían enlaces de descarga, de emisoras radiales, el

ciberespacio estaba como loco.

- ¡OH por Dios! Están sonando el CD de Sigo Invicto. ¡OH

Dios! Milena de un salto echó tranca a la puerta de su

habitación, conectó las cornetas y a todo volumen colocó la

canción “El confite”. Bailaba sola en su habitación,

brincando como un conejito que se recuperaba de algunas

heridas. Su papá al escuchar el estruendo en la habitación,

golpeó la puerta muy fuerte. “BAJALE CARAJO”. En cambio

Milena le subió más el volumen. “No iré al valle papá, pero

el valle llegó a la casa.” Pensó la muchacha.

Page 420: Diario de  un silvestrista

La mamá de Milena tomó a su esposo del brazo, y lo alejó de la

puerta, mientras los instrumentos de la agrupación sonaban por

toda la casa. “Entiéndela es silvestrista.” Dijo la señora,

brindándole al papá de Milena su más cálida sonrisa, y el hombre

cedió ante los ojos claros de la mujer que amaba.

Durante toda la tarde y parte de la noche en la casa de Milena la

voz de Silvestre Dangond inundó Barrancabermeja, la joven no se

separó ni por un instante del computador, como poseída por sus

emociones, diseñó una pancarta que imprimiría para enviarla

como diera lugar al Lanzamiento de Sigo Invicto. “Yo no me

rindo”. Planificó todo de tal forma que dos días después, la

pancarta estaba en manos de los clubes de Silvestre Dangond en

Valledupar, Milena había logrado estar presente en el parque de

la Leyenda Vallenata contra viento y marea, en una imagen

creada en un momento de euforia silvestrista, sin saber ni cómo

ni porqué, una enorme libélula roja era el símbolo de su amada

pancarta silvestrista.

Cristian Alemán, en Bogotá no dejaba de sonar SIGO INVICTO en

su casa, los vecinos estaban acostumbrados a que toda la calle se

inundara de Silvestre, pero en ese instante los vecinos

entendieron que ya había salido la nueva producción discográfica

del Urumitero. Siempre Cristian daba la primicia en su calle.

Llevaba toda la noche dibujando una pancarta roja, para llevarla

Page 421: Diario de  un silvestrista

a Valledupar, sus manos temblaban del cansancio, pero no se

detuvo ni por un instante, necesitaba expresar sus sentimientos a

los amigos más queridos, y sobre todo a sus hermanos

silvestristas. “No hay nada que el silvestrismo no pueda curar”

escribió en letras blancas y sin saber por qué, dibujó una libélula

sobre aquella frase.

“Mientras yo sigo soñando, a Ustedes les pasa lo mismo y

eso nos mantiene vivos” (Silvestre Dangond). Erika Sarmiento,

en la misma calle de Cristian Alemán, escribía una pancarta con

esta frase que colocara Silvestre en redes sociales unos días

antes de que saliera el CD de Sigo Invicto. Esta silvestrista con

muy pocos recursos económicos, necesitaba expresarse y al

terminar su pancarta, publicó por todas las redes sociales y

aplicaciones telefónicas las fotografías que había tomado a su

pancarta. “Esta es la única forma que tengo de decirte que te

quiero” Murmuró la muchacha pensando en el joven de ojos

amarillos que formaba parte de su mundo, de su vida. Él era su

vida.

“Líneas que describen el sentimiento de una gran pasión”. En la

mitad del mundo una joven en Ecuador, escribía su pancarta roja

para los silvestristas, la distancia y la situación económica no le

Page 422: Diario de  un silvestrista

permitía estar presente en el lanzamiento de Sigo invicto, pero

ella estaba convencida que su alma estaba en el valle, y

escuchando la nueva canción “LA LOCA” de Silvestre Dangond,

dibujó y dibujó. Por la tarde aún incompleta la pancarta, recibió

una llamada terrible, salió de la casa y fue directamente al

hospital, allí le explicaron que su mamá había tenido un infarto

pero que estaba estable. Durante un tiempo en la sala de espera

del hospital se sentó agradeciendo a Dios que todo no fuera más

que un susto, y mientras esperaba, en su cabeza se

arremolinaban las canciones de Silvestre. “Uno no sabe lo que es

el silvestrismo, hasta que hace con sus propias manos una

pancarta.” Luego de asegurarse que su querida madre estaba

descansando y fuera de peligro, fue a casa y terminó su bandera.

“No podré ir al lanzamiento, pero mañana llevaré mi bandera al

mar y la alzaré al viento, y mis pensamientos llegarán hasta ti.”

Una quinta pancarta se alzaba en las manos de una pequeña

silvestrista, Andrea dibujada con acuarela roja y blanca, su

hermoso corazón inocente ya le pertenecía al cantante, al artista

del pueblo, aunque era muy pequeña, ya sabía bailar como

cualquier silvestrista, y si los menores de edad no pueden asistir

regularmente al lanzamiento, menos pueden hacerlo los niños,

pero eso tampoco imposibilita a que amen con su corazón a

Silvestre Dangond y desde casa lo apoyen, tan firmes como el

Page 423: Diario de  un silvestrista

primer día en que movieron los pies para bailar su primera

canción silvestrista. Aun siendo bebé, la voz de Silvestre la hacía

sonreír, y ahora que era toda una niña bailaba una y otra vez, las

canciones que en un pasado fueron sus canciones de cuna.

Cinco pancartas, cinco corazones con motivos diferentes, pero un

único sentimiento, el sentimiento silvestrista.

Page 424: Diario de  un silvestrista

VALLEDUPAR

Eran las tres de la tarde cuando llegó un autobús rojo a

Valledupar, de la unidad bajaron los amigos más entrañables, que

pudiera conocer el silvestrismo, Víctor, Walter y Mathias, estos

muchachos luego de un mes de mucho esfuerzo por cada

centavo, habían logrado llevar un autobús lleno de silvestristas al

valle para el lanzamiento de Silvestre. Descendieron los Tiburones

de Taganga en pleno, así como el Batallón Silvestrista de Santa

Marta, jóvenes menores de edad dispuestos a todo pero con el

debido permiso de padres y representantes, todos vestidos de

rojo, con un brillo especial en los ojos, con juramentos y

consignas por el padre del Silvestrismo. Emma los dirigía de tal

forma que entre ellos le decían Teniente Coronel y se paraban

firme para hacerla sonreír. Llegó en ese mismo bus, un hombre

gigante a quien llamaban El General, por respeto a sus locuras

silvestristas de antaño, lo habían conocido una noche en Taganga

y se había sumado al plan de Víctor, Walter y Mathias.

Este enorme silvestrista, no solo vestía de rojo, sino que llevaba

puestas unas botas militares negras a juego con su gorra y una

pajilla en la boca que le daba el aspecto de ser el jefe a cargo del

Batallón. Hablaba poco, a no ser de dar una orden, en dos

oportunidades dentro del autobús discutieron si asistir o no a la

caravana, la cual se realiza a pocas horas del concierto de

Page 425: Diario de  un silvestrista

Silvestre por las calles de Valledupar, todos querían asistir, pero

el General insistía en que era una estrategia con cierto riesgo,

porque los mejores puestos eran para los primeros en hacer la

cola a las afueras del Parque de la Leyenda Vallenata. Luego de

horas de protestas y objeciones, el General, mejor conocido por

sus amigos como Cheito, dio la orden definitiva. “Mañana los más

jóvenes asistirán a la Caravana, los demás vendrán conmigo a

tomar posición en la vanguardia”. El General había hablado, todos

rieron al sentirse comandados por un silvestrista de la vieja

guardia. Ni siquiera los gusanos se atrevieron a manifestar un

pero o un contra. Emma consintió por primera vez la orden de un

Silvestrista tan antiguo.

La última en bajar de la unidad fue Ana, con sus zapatos rojos de

cenicienta, con su bolso en la espalda, cargada de recuerdos y

sentimientos por la tierra del maestro Escalona. Al sentir la brisa

cálida del valle, pensó en el beso de Silvestre, y al ver los

frondosos árboles en la aceras, el recuerdo de Teresa se hizo

presente, como si el tiempo no hubiera pasado. Durante días Ana

y Mathias habían tratado de ser buenos amigos, para evitar

preguntas o interrogatorios por parte de los gusanos o los

tiburones, de lo que sucedía entre los dos. Ana se había vuelto

callada, así que nadie reparó que se había demorado en seguirlos.

Cuando estuvieron todos juntos se dividieron en grupos de tres y

cuatro para dirigirse a las diferentes casas de silvestristas que los

Page 426: Diario de  un silvestrista

hospedarían. El General dio las indicaciones necesarias y

concertaron encontrarse en dos grandes grupos, el de los jóvenes

por un lado a la caravana y el de los veteranos a las puertas del

parque a eso de las tres de la tarde.

Ana, Walter, Víctor y Mathias se quedaron en la casa de dos

viejos amigos de Ana, Maria Clara y José Luís, estaban felices de

volver a ver a verla, así que se dirigieron rumbo al Guatapurí. La

casa amplia ya estaba abarrotada por silvestristas, el estruendo

de los silvestristas que aguardaban el lanzamiento se escuchaba a

metros. Ana se mantuvo distante de Mathias, pero no pudo evitar

reírse de las locuras de Walter Quintero. Clara, José Luís y Ana,

se abrazaron después de tanto tiempo de no verse.

A las diez de la noche pudo irse a descansar, pero fue inevitable

para Ana no soñar con Silvestre, a tan solo horas de ver sus ojos

amarillos de nuevo.

Page 427: Diario de  un silvestrista

EL MALETIN

Tavo en su idea mejor concebida, tuvo la ocurrencia de irse a

Valledupar, sin tomar en cuenta que cualquiera que supiera que

él era silvestrista, sabría perfectamente que en noviembre estaría

en esa ciudad. Así que para el día del lanzamiento ocurrió lo que

jamás silvestrista alguno pudo pensar, verse envuelto en un lío

sin precedentes, justamente antes del lanzamiento.

De camino al Parque de la Leyenda Vallenata, Tavo se encontró

con Víctor, Walter, Mathias y Ana, quienes notaron que se

encontraba en un estado de angustia tal, que estaba a punto del

desmayo.

- ¿Qué te ocurre hermano? Preguntó Ana.

- Me están siguiendo. Dijo Tavo con los ojos como platos.

- ¿Cómo así? Preguntó Mathias.

- Unos mafiosos. Dijo el pálido Tavo.

- Cuenta con nosotros Silvestrista. Dijo Walter.

- Es por culpa de este maletín de mierda. Dijo enfadado.

- ¡AH! pues bótelo hijo. Dijo Walter en con una lucidez que

asombró al grupo de amigos.

Page 428: Diario de  un silvestrista

- No puedo, tiene mucho dinero, millones y millones de

pesos, pero todo fue por accidente, yo no me agarré el

maletín, me lo entregaron por error. ¡Dios mío allí vienen!

Es ese carro. Dijo señalando un vehículo

escalofriantemente negro de vidrios ahumados.

- ¡Corran! gritó Víctor. Corran hacia el río.

Todos corrieron por sus vidas rumbo al río Guatapurí, pero el

vehículo negro los alcanzó inmediatamente, un hombre de muy

mal aspecto se bajó con arma en mano cuando el carro frenó en

seco haciendo crujir las llantas, pero los muchachos ni se

enteraron, solo corrían sin mirar atrás, intentaron cruzar la calle

cuando una camioneta roja se detuvo de golpe y casi los

atropella.

- ¡SUBANSE CARAJO QUE LOS MATAN! Gritó la mujer que

conducía el vehículo. Walter, Tavo, Víctor, Mathias y Ana

subieron a la camioneta tipo comando, y el vehículo

arrancó a toda velocidad, cuando escucharon un disparo,

que impactó en el vidrio posterior de la camioneta, los

vidrios volaron por todas partes.

- ¡NO JODA ANA ME DEBES EL VIDRIO! Gritó la muchacha

que conducía como loca. Y subió a todo volumen la canción

rápida que sonaba en el reproductor sobre una muchacha

que acababa con el ron del valle.

Page 429: Diario de  un silvestrista

Ana la reconoció, esa conducta solo la podía tener una

silvestrista, Yuli Caicedo los había rescatado de una muerte

segura.

- No joda bájale al volumen que nos vienen persiguiendo.

Dijo Víctor.

- ¡Sin música no corro! Dijo Yuli.

- SUBELE, SUBELE, gritó Walter aterrado de miedo.

Los hombres que venían a bordo del vehiculo negro no se les

despegaba, y pasaron por las calles del valle a toda velocidad.

- ¡TIRA EL MALETIN! Gritó Walter a Tavo. Y diciendo esto le

quitó el maletín a Tavo. CRUZA, CRUZA, RAPIDO,

ACELERÁ. ¡COÑO ACELERA!

Walter sostuvo el maletín decidido a botarlo, pero aguardó a que

la muchacha de la camioneta acelerara, pasados unos instantes

más, con la música a todo el volumen dentro del vehículo, les

daba un aspecto de fiesteros y no de unos silvestristas al borde

de la muerte. Cuando pasaron por un lote baldío, Walter sacó la

mitad del cuerpo y lazó con toda la fuerza el maletín, cuando por

desgracia se abrió el maletín y los billetes de cincuenta mil pesos

volaron por todas partes. Yuli aceleró a todo lo que daba la

camioneta y por fin perdieron a los hombres del maletín.

Page 430: Diario de  un silvestrista

- SI SERAS ANIMAL. Gritó Yuli Caicedo muerta de risa. El

reproductor cantaba “a tu novia la vi en la fuente, espeluca

pata pela.”

Ana que estaba en la parte de atrás de la camioneta, abrazó por

la espalda a su amiga y repitió la canción en el reproductor. ¡AL

LANZAMIENTO MI YULI! Gritó.

Tavo luego de noches sin dormir, se sintió feliz y se echó a reír al

ver que fácil era salirse del atolladero en el cual había estado

sumergido. No había nada que el silvestrismo no pudiera

solucionar. Víctor besó la calva de Walter una y otra vez, por la

brillante idea de lanzarles a los mafiosos el maletín.

- Deja la pendejada Víctor me despeinas. Dijo muy serio

Walter.

Cuando llegaron al Parque de la Leyenda Vallenata, el iluminado

de Walter Quintero hizo la pregunta del día ¿Compadre Víctor y

las entradas?

Los ojos de Víctor estuvieron a punto de salirse de sus orbitas,

cuando se lanzaron a correr huyendo del hombre del maletín, se

le cayeron.

- ¡Compadre las boté!

- Ahora qué hacemos, plata no tenemos. Dijo Mathias.

Page 431: Diario de  un silvestrista

- Bueno, bueno, clama pueblo, que plata si tenemos. Dijo

Walter con su sonrisa de gusano. Y les enseñó los billetes

de cincuenta mil pesos que tenía en los bolsillos. Antes de

lanzar el maletín saqué todo esto, por eso lo lancé abierto,

para que si les hace falta, crean que fue que se cayeron; y

no, que los agarramos.

El abrazo colectivo y en montonera fue inevitable, tenían dinero

de sobra para el lanzamiento de Sigo Invicto.

Page 432: Diario de  un silvestrista

EL PARQUE DE LA LEYENDA

VALLENATA

El solemne portón de ingreso al Parque de la Leyenda Vallenata,

se alzaba ante la presencia chispeante de cientos de silvestristas

que habían comenzado a hacer la cola respectiva. Cuando los

gusanos buscaron al General, sonrieron al verlo de primero,

siempre en la delantera como solo lo hace la vieja guardia.

Ana no paraba de abrazar a Yuli, encontrar a una de sus más

grandes amigas le había brindado la felicidad que solo el

silvestrismo sabe entregar. Poco a poco fueron llegando LOS

TIBURONES DE TAGANGA; y los silvestristas de la comitiva

encargada de tomar posiciones adelantadas, en este juego

maravilloso que les había enseñado la Novena Batalla, una

bandera de tamaño gigante dejaba ver dos hermosos tiburones

listos para bailar “El Confite”.

Un sonido ensordecedor alteró los nervios de Tavo, LA MATRACA

no solo había sonado, sino que los silvestristas de Turbaco,

habían llegado con su algarabía y enormes sonrisas. Tras ellos se

presentaron LA REVOLUCIÓN SILVESTRISTA DE BUCARAMANGA,

donde innumerables muchachas sonreían a los gusanos Víctor y

Walter, y el jolgorio a las puertas del parque era indescriptible.

Page 433: Diario de  un silvestrista

Según Yuli, Fabian y La Muchis no asistirían al lanzamiento por no

tener con quien dejar a su hijita pequeña, Katherine y Martín, no

estaban en el país, así que tan poco asistirían. Rossana y José

Jorge estaban absortos en Nabusimake, entregados el uno al

otro, y tampoco debían esperarlos, Stefany Y Gunter, tampoco

pudieron asistir, por eso Yuli se había venido sola desde Cienaga

y tenía la esperanza de encontrarla como en efecto lo hizo.

- Yuli, lamento mucho lo de la Nana. Dijo Ana.

- Por las noches puedo soñar con ella. Dijo Yuli. Así que

puedes estar tranquila, la Nana sigue en nuestros

corazones.

- Sí, lo se. Dijo Ana sonriendo.

A las cinco de la tarde la multitud que circundaba el parque,

develaba que la caravana ya se había realizado, y poco a poco

todos fueron llegando, hasta los más jóvenes entonaban un

juramento reiteradamente. Había llegado el BATALLÓN

SILVESTRISTA DE SANTA MARTA. Ana sonrió al ver una bandera

gigante en sus manos, pero cuando vio la bandera del BATALLÓN

115 SILVESTRISTA DE BARRANQUILLA, el tamaño de la bandera

y su grito de guerra, no pudo evitar que una lágrima de emoción

le corriera por la mejilla derecha.

Page 434: Diario de  un silvestrista

“BATALLON 115, BATALLON 115, BARRANQUILLA,

BARRANQUILLA PRESENTE” Gritaron los muchachos, y todos

los presentes aplaudieron su locura.

Tavo corrió a abrazar a Isa Monsalve, Carlos, Pedro y todos los

chicos y chicas del CLUB SILVESTRISTA DE BARRANCABERMEJA,

la fiesta había comenzado con su llegada. Estaban felices de verlo

con vida, y él en resumen les dijo lo increíblemente valiente que

tuvo que ser horas antes, para no morir por el maletín, todos

rieron de lo lindo, porque lo conocían muy bien, y se imaginaron

lo asustado que tuvo que estar el pobre Tavo.

De pronto alguien gritó: “ANA, ANA, ANA”. Un muchacho de piel

aceitunada y con una bandera roja con una estrella blanca, corrió

a abrazarla.

- ¡Alejandro por Dios! Alejandro. Dijo Ana. Yuli se abrazó a

ellos, los recuerdos los atropellaron, hablaban a voz en

cuello entre la multitud, todos a la espera para llegar de

primeros y tomar las mejores posiciones para el concierto

de Silvestre Dangond.

- No vengo solo. Dijo Alejandro. Hice una nueva amiga en el

autobús de camino al valle y ella te conoce Ana. Yaliana

abrazó a su gran amiga, había decidido que el lanzamiento

no era solo un concierto, era el lugar de encuentro para los

Page 435: Diario de  un silvestrista

amigos, era un momento de la vida, que ni el ser más

solitario del planeta podía perderse.

- ¡SOMOS MUCHOS! Gritó Yaliana. ¡YA NO CABEMOS EN EL

PARQUE DE LA LEYENDA VALLENATA! Ana se sintió feliz de

ver como el silvestrismo le llenaba hasta el último rincón

del alma. Ana ¿Crees que Silvestre te dedique una canción?

Le preguntó al oído.

Ana movió negativamente la cabeza, sonriendo y volvió a

abrazarla más fuerte, Yaliana era de esas amigas que saben

curarte los males del alma.

Page 436: Diario de  un silvestrista

COMPARTIR

A las puertas del Parque de la Leyenda Vallenata en Valledupar,

los silvestristas formaron filas para poder ingresar al recinto del

silvestrismo por excelencia, cuando una voz tronó una prohibición

“No pueden ingresar correas, ni dulces ni bebidas”, el

murmullo fue general, todos poseían entre sus pertenencias,

golosinas de todo tipo, agua y bebidas refrescantes, así que

tenían la opción de dejarlo todo allí, o simplemente comenzar a

comer.

- ¿Alguien quiere galletas de chocolate? Preguntó una joven de

cabellos dorados, que se negaba a dejar sus dulces en manos del

personal de seguridad del evento.

- Tengo papitas ¿Quién quiera? Pregunto un joven alto y de piel

tostada.

- Aquí hay bloqueador solar en spray ¿Quién necesita? Preguntó

una joven, y de pronto en las filas de ingreso al lanzamiento de

Sigo Invicto de Silvestre Dangond, bolsas y bolsas de confite,

pasaron de mano en mano, de fila en fila, todos reían al compartir

cuanto llevaban en sus carteras o bolsillos, el silvestrismo cada

día aprendía a compartir, y lo que parecía una prohibición difícil

de cumplir, se convirtió en el gesto más hermoso que pueden

vivir las personas, y eso es dar sin esperar nada a cambio.

Page 437: Diario de  un silvestrista

Una Joven de largos cabellos negros y ojos enormes, sacó un

frasquito de colonia, y aunque esto si lo podía ingresar al

concierto, no quiso ser la única en no compartir algo, en instantes

todas las silvestristas llevaban impregnado en su piel, el olor de

Ana, “la Ana de Silvestre”.

Page 438: Diario de  un silvestrista

LAS PUERTAS DEL

SILVESTRISMO

¿Alguna vez has estado en el Parque de la Leyenda Vallenata?

¿No? Es un lugar mágico, donde los acordeones suenan sin que

nadie los toque. Cuando ingresas en sus jardines, tú corazón se

encuentra en una especie de paraíso, por el cual corres lleno de

adrenalina, y sin importar cuanto puedan requisarte, tú solo

sonríes porque has llegado por fin al lanzamiento de Silvestre. Por

todos lados suena su música y desaparecen las preocupaciones,

“el silvestrismo que todo lo rodea”. Esa tarde en que se abrieron

las puertas, la marea roja penetró el recinto con banderas,

juramentos, consignas, todos poseídos por un estado de ánimo

que solo es comprensible si asistes personalmente. De nada me

vale describirte como laten nuestros corazones, debes llevar tu

corazón allí y escucharlo latir al son del silvestrismo.

A las diez de la noche cuando los pies piden clemencia, cuando la

sed comienza a exigir agua, cuando te encuentras rodeado de

una multitud a la cual amas aunque no la conozcas. Cuando

claman al unísono la presencia del ídolo, solo escuchas a tú

alrededor:

¡SILVESTRE!

Page 439: Diario de  un silvestrista

¡SILVESTRE!

¡SILVESTRE!

El momento ha llegado y seguimos invictos.

Page 440: Diario de  un silvestrista

EL CASTILLO

Ana entró corriendo al Parque de la Leyenda Vallenata y como

hiciera en otra oportunidad se abrazó a los tubos de separación

frente a la tarima del evento, cuando tomó aire, observó que la

tarima había desaparecido, en su lugar se alzaba la increíble y

enorme fachada de un castillo.

“El castillo de las libélulas” Pensó Ana, recordando el diario de

Kennel, y una lágrima recorrió su mejilla, Silvestre había diseñado

para el lanzamiento de Sigo Invicto un increíble castillo mágico

que evocaba la casa de un Rey, pero para Ana fue estar a las

puertas del castillo de las libélulas, ese lugar mágico donde llegan

sin cesar las cartas de los silvestristas. Por un instante su mente

le jugó una pasada extraña, vio ante si millones y millones de

cartas, postales rojas volando hasta el enorme castillo silvestrista.

Los recuerdos le apretaron el pecho, se sintió sola en el mundo

aunque la rodearan miles de silvestristas, el mundo le era vacío si

no tenía cerca de su corazón los ojos amarillos del hombre que

amaba como artista, como ídolo, como hombre.

Se imaginó caminar dentro del castillo, y encontrar sentado en el

trono del Rey, a un hombre humilde que le sonreía con la

sinceridad de un amigo, alguien que estaba allí solo para hacerla

sonreír, para hacerla soñar. “Silvestre” murmuró absorta en sus

Page 441: Diario de  un silvestrista

pensamientos, y de pronto cómo si ya no pudiera más sintió la

sensación espantosa de un calambre en el estomago, las nauseas

que sintió fueron inexplicables. Ésta no era la primera vez que

vería a Silvestre, pero su corazón estaba tan exaltado que se

sentía enferma de amor.

Sus amigos bailaban, danzando canciones antiguas de Silvestre, y

poco a poco fue calmando tanta ansiedad, “Cálmate por Dios Ana,

cálmate.” Pensó, brindando su mejor sonrisa a los muchachos.

Las luces, el acordeón, los músicos y los gritos anunciaron la

presencia de SILVESTRE DANGOND en el Parque de la Leyenda

Vallenata.

Page 442: Diario de  un silvestrista

TU REY SOY YO

El Rey descendió a la tarima desde un andamio especial que fue

preparado para él, allí sentado en un trono ante el clamor del

silvestrismo enardecido de la emoción. Silvestre colocó sus manos

sobre la frente, a forma de visera, tratando de enfocar la vista en

la marea roja que lo acompañaba a decir “SIGO INVICTO”, para

sorpresa de él, Ana estaba en primera fila, con sus cabellos

negros y enormes ojos, la sonrisa más linda que haya podido dar,

se dibujó en su rostro, y la felicidad tuvo nombre: “Silvestrismo.”

El acordeón tronó en manos de Lucas Dangond y la melodía fue

hermosa y sentimental, el ídolo era recibido por el pueblo, y él les

cantó: “Ay no se equivoquen conmigo, que soy el mismo de

siempre, yo vivo feliz con mi gente y mi gente feliz con migo.”

Mil historias de silvestristas lo rodeaban y lo llenaban todo, no

existía un lugar más alegre en todo el planeta, que el Parque de

la Leyenda Vallenata, cuando los silvestristas cantaron al unísono:

“Yo vivo feliz con mi gente y mi gente feliz con migo”.

Silvestre cantó con el alma a su público, pero cada vez que podía

le cantaba muy de cerca de su amada Ana, verla allí recuperada

del todo de sus heridas, allí de pie y brillando para él, solo para

él, vino a su mente el día que la encontró en la playa, Ana con

sus mejillas sonrosadas sonriendo para él, y pensó que entre la

Page 443: Diario de  un silvestrista

multitud vestida de rojo que lo aclamaba, existían mil mujeres

como ella, que lo amaban como solo un fan podía amarlo. A todas

les lanzó besos, a todas las amó por corear sus canciones, desde

la niña que estaba adelante con una gorra tricolor, hasta la más

lejana en las gradas del parque de la Leyenda Vallenata. Silvestre

las amaba.

Por un momento Silvestre miró fijamente a los ojos a Ana, entre

todas sus silvestristas, y ella lo miró a él como al dueño de su

corazón, cuando de pronto Mathias en un arrebato de celos, besó

a Ana en los labios, ella lo rechazó con un leve empujón, Silvestre

vio cómo Mathias, con aquel besó le decía que Ana le pertenecía.

En plena tarima, Silvestre en un arrebato al igual que Mathias dijo

“Esta Canción se la quiero dedicar a una mujer que se

encuentra aquí, TU REY SOY YO, para ti Ana.” Dijo

golpeándose el pecho. Ella sintió que su rostro se sofocaba al

calor del rubor producido, no solo por el beso inesperado de

Mathias, sino porque sintió el atisbo de celos en las palabras de

Silvestre.

“Ay yo sabia que era un puente final que tenía que cruzar y que me iba a doler.

Yo sabia que era un camino gris estar lejos de ti extrañando tu voz.

Preparé el corazón pa olvidar, lo que ya no era más, lo que el mundo acabó.

Page 444: Diario de  un silvestrista

Era un pacto de olvido de dos no tenía libertad y no quería ofender.

No pensé que te ibas a buscar ese payaso cruel pa olvidarte de mi.

Porque besa tus labios ya cree que es tan dueño de ti pobre iluso también”.

Mathias al escuchar la letra de la canción, no pudo soportar

permanecer un instante más en el concierto, hasta allí le llegó la

tolerancia, hasta esa noche se interpondría entre los sueños de

Ana; y sin pensarlo dos veces, se dirigió entre la multitud a la

puerta de salida, por más que Walter trató de impedir que se

fuera, no pudo. Él estaba decidido a no escuchar esa canción.

“Tengo que hacerlo, me voy.” Pensó.

“Esta historia no quiere acabar, si fuera por los dos no tendría que acabar,

Pero está un compromiso ante Dios que me impide

soñar, que me impide volar.

Se que un día prometí liberar mi pobre corazón pa

entregártelo a ti, pero no supe que me pasó, me dio miedo y dolor; y eso te hizo sufrir.

Perdón mi amor, mi error, pero tu rey soy yo”.

Ana no salía de su asombro, Silvestre por primera vez se dirigía a

ella en una canción, los silvestristas a su alrededor gritaban

emocionados, y ella dejó rodar de sus enormes ojos negros, dos

Page 445: Diario de  un silvestrista

lágrimas, en esas palabras escuchó la proclama de un amor

prohibido, pero correspondido. La fan enamorada para siempre de

su artista, de su ídolo, ya no tenía sentido ocultar sus

sentimientos a sí misma.

“Ven dejemos que el mismo universo nos regale tiempo para estar junticos, ven luchemos que ningún guerrero perdiendo batallas se siente vencido.

Pero dile a ese señor que yo lo siento, que eres mi sangre y sentimiento y serás mía por dos mil siglos,

pero dile a ese señor que yo lo siento, que eres mi sangre y sentimiento y serás mía por dos mil

siglos”.

El sentimiento con el que Silvestre cantó “Tu rey soy yo”, dejó sin

aliento a los silvestristas, se encontraba en una especie de trance,

y reclamaba a Ana que en su vida existiera alguien más, todo

ocurrió como una película, de esas donde las canciones lo dicen

todo y solo nos queda tararearlas hasta la eternidad. Mathias se

había marchado para siempre y Ana lo sabía, era su derecho, el

amor entre ellos había muerto.

“Y yo sabia que me iba a sacudir lo más hondo de mi al decirnos adiós, yo sabia que tenía que escoger si el

amor o el deber se peleaban en mi.

Me da rabia llegar a entender que alguien pueda llegar cerca de tu corazón y tratar de arrancarme de ti y sabrás que jamás lo podrán conseguir.

Page 446: Diario de  un silvestrista

Me atormento con la confusión de vivir como estoy o morirme sin ti, o buscarte y perdernos por fin hacia

el mundo feliz de nuestra ensoñación.

Se que al hombre que quieres mostrar frente a la

sociedad, todos le hablan de mi, me da lástima ver su papel él no tenia que hacer, para luchar por ti.

Y no se puede tapar el sol, no se qué pasará, no se qué voy hacer, no esperaba adorarte mujer todo se me

enredó y hasta mi alma también.

Si eres pa mi, la vida me pondrá a tus pies.

Ven dejemos que el mismo universo nos regale tiempo

para estar junticos, ven luchemos que ningún guerrero perdiendo batallas se siente vencido.

Pero dile a ese señor que yo lo siento, que eres mi sangre y sentimiento y serás mía por dos mil siglos, pero dile a ese señor que yo lo siento (ay que lo siento

y yo no puedo tenerte mi amor), Pero dile a ese señor que yo lo siento, que eres mi sangre y

sentimiento y serás mía por dos mil siglos”.

El Parque se llenó de aplausos eufóricos, Ana no paraba de llorar,

emocionada por una canción que describía lo que ocurría entre los

dos, que aunque jamás pudieran estar juntos, ella sería de él por

dos mil siglos.

El concierto continuó su curso, Ana ni por un instante se movió de

donde estaba. “Siempre se puede comenzar de nuevo, y eso

haré” Pensó.

Page 447: Diario de  un silvestrista

¿Cómo lo Hizo?

En el parque de la Leyenda Vallenata, un lugar sagrado para el

pueblo, donde los acordeones suenan sin cesar, donde la

inmortalidad se plasma en las canciones de los juglares, donde

los sentimientos encuentran la libertad absoluta, un lugar que ha

sido testigo de las más grandes historias de amor, de dolor, de

amores inconclusos, de sueños infinitos de quienes en un canto

encuentran un desahogo del alma, allí entre mil historias, Ana la

silvestrista, la muchacha sencilla de ojos negros y larga cabellera

azabache, dejó que las lágrimas brotaran libres. Todo lo que

sentía debía entregarlo en ese instante de su vida, aceptando

quién era, una fan enamorada de su artista, de su silvestrismo.

Mathias se había marchado en el pleno derecho de una vida

mejor para él, pero ella sentía que se había fallado así misma, por

no ver a tiempo, que lo que tanto había amado de Mathias era el

silvestrismo, él había sido la causa de que ella encontrara a

Silvestre, las cadenas de su amargura se rompieron gracias al

silvestrismo y eso solo fue posible por Mathias, pero ya la suerte

estaba echada, con errores y desaciertos, no había vuelta atrás.

De pronto Silvestre Dangond entonó una melodía dolorosa, era

una canción nueva de “Sigo Invicto”, y la forma en que Lucas

Dangond hizo sonar el hermoso acordeón azul, se clavó en cada

Page 448: Diario de  un silvestrista

rincón de su ser. Desde la primera nota musical Ana se sintió

acosada por todos sus recuerdos, todos sus sentimientos se le

vinieron encima.

“Hoy me sorprendí y me golpee de frente con la realidad, al

enterarme que lo que hubo entre ella y yo, jamás fue la verdad, yo que me llevé, de ella el más lindo recuerdo de su

amor, pasaba el tiempo y siempre a Dios le pregunté, por qué se terminó, y ahora lo entiendo, era que había una persona al mismo tiempo en su vida, era su vida, al

final yo nunca fui el protagonista en su historia”.

Un joven de ojos pardos y mirada cansada, escuchaba esta

melodía a la entrada de aquel lugar sacrosanto, oculto de sus

amigos y con el corazón en las manos. Mathias ya había

escuchado esa canción la noche anterior, la canción de su vida.

Antes de abandonar Valledupar se preguntó ¿Cómo lo hizo?

“Ella escribía mil libretos a su antojo escribía y

escribía, Dios cómo pudo enredar en su mundo a dos personas. Ay cómo lo hizo si siempre estaba conmigo, cómo lo hizo si era mía a cada instante, cómo lo hizo sin

sospecha sin testigos, en qué momento ella me convirtió en su amante. Cómo lo hizo me preguntan los amigos,

cómo lo hizo, y nada puedo contestarles, cómo lo hizo sin sospecha sin testigos, en qué momento ella me convirtió en su amante… y yo no se”.

- Así conseguí tu cariño, con una canción de Silvestre, y así

te pierdo. Pensó Mathias. Respiró profundamente,

Page 449: Diario de  un silvestrista

observando entre la multitud a Ana, llorar por Silvestre, y

le dijo adiós para siempre.

Ana sollozaba sin poder contenerse, la melodía le dolía de forma

inexplicable, pensó en Rafael, y la forma en qué él intentó

destruirla, sintió en su piel las marcas de ese amor. Pensó en su

padre, él ya no estaba para comprenderla, él había muerto hace

casi ocho años atrás. Vino a su mente el doloroso recuerdo de

una niña hermosa que se había marchado, Teresa y su amor por

Silvestre. Pensó en la sonrisa radiante de Mathias que la había

iluminado en momentos de oscuridad. Recordó los besos de su

ídolo y se sintió libre de poder llorar por todo lo que le dolía.

Yaliana que no la dejó sola ni por un instante, la abrazó

comprendiendo sus pesares; y como solo lo pueden hacer los

silvestristas, lloraron juntas sus penas. Esto era el verdadero

silvestrismo, sentir que no estas solo ni por un segundo.

Page 450: Diario de  un silvestrista

EL LOCO Y LA LOCA

Cuando más eufóricos estaban los silvestristas en pleno concierto

del lanzamiento de SIGO INVICTO, un joven disfrazado de

boxeador con el rostro cubierto con una mascara, se subió a la

tarima y todos gritaron su presencia, el joven en la esquina

opuesta a donde se encontraba Silvestre cantando “EL CONFITE”,

lanzaba puños al aire como si enfrentara a la batalla de su vida,

todos reían incluso Ana, ella no podía dejar de ser feliz por lo que

hacía este silvestrista.

El ídolo mostró su nueva forma de bailar y el loco silvestrista, lo

imitó a sus espaldas. De pronto la música se detuvo y Silvestre

explicó a todo el público quién era este Joven, según refirió, el

muchacho había recibido tres impactos de bala en la cabeza, pero

que por obra de Dios allí estaba con vida y seguía invicto en sus

luchas personales. “Te debo el bautizo de tu hijo, que lleva el

nombre de uno de mis hijos” y al decir esto Silvestre, el joven

enmascarado mostró su rostro a la marea roja del silvestrismo,

todos gritaron, todos aplaudieron su coraje.

No todo acabó allí, subió al escenario el Cole del Silvestrismo con

su traje rojo y alas alegres, y para maravilla de todos esa noche,

el loco silvestrista y el cole del silvestrismo bailaron a dúo al son

de la voz de un hombre que había nacido no solo para triunfar,

Page 451: Diario de  un silvestrista

sino para contagiar su alegría a todo un pueblo, el pueblo

silvestrista. Todos brincaron a un mismo compás, dichosos de

escuchar a toda la agrupación en la canción más jocosa del CD

SIGO INVICTO, las muchachas gritaban y bailaban como trompos.

Los muchachos inventaban formas de bailar autónomas y el

jolgorio de los clubes del silvestrismo y todos los allí presentes,

presenciaron el espectáculo de los fuegos artificiales, y se

sintieron vivos a son del acordeón de Lucas Dangond.

EL CONFITE, es la canción de conquista de aquellos corazones

que van a descubrir su alma Silvestrista, Silvestre Dangond bailó

como nunca contagiando a la gente con el baile del payaso.

Varios silvestristas dieron un dolor de cabeza a los muchachos de

la seguridad del evento, estaban incontrolables, incorregibles;

subían con pancartas, o corrían a abrazar a Silvestre, la alegría se

desbordaba por cada milímetro de aquel lugar, y todos gritaban.

Cuando Silvestre interpretó su canción EL TIEMPO, al lado del

gran Alvarito López, quien fuera el acordeonero del Diomedes

Díaz, las lágrimas brotaron de los ojos claritos de cantante, era

una canción que dejaba expuesto su corazón, y el sonido del

acordeón lo lleno todo, no hubo un rincón en Valledupar a donde

no llegará la melodía de quienes dedican su vida al pueblo y

entregan su existencia y su tiempo a hacer felices a los demás.

Page 452: Diario de  un silvestrista

Al terminar la canción, una joven fue subida al escenario por los

propios silvestristas, tomó el micrófono de Silvestre, el

silvestrismo había conseguido su loca: “Por todos los silvestristas

que estamos presentes, por los que no están y por los que están

en el cielo, por todos los silvestristas. Silvestre eres parte de

nuestra historia, formas parte de nuestra vida, y te amamos

viejito, te amamos” las lagrimas le quebraron la voz y todos los

silvestristas en el concierto y todos los silvestristas desde sus

casas que veían el concierto, por cualquier medio de

comunicación, repitieron con lágrimas en los ojos “Te amamos

viejito, te amamos.”

Silvestre abrazó a esa fan fuertemente, pero en realidad abrazaba

a todos y cada uno de sus locos, de sus hijos, de sus silvestristas

del alma.

Continuó el concierto y entre lágrimas, risas, aplausos y gritos,

todos los presentes vivieron en carne propia la consolidación del

movimiento llamado “SILVESTRISMO.”

Page 453: Diario de  un silvestrista

ISAMAR

Jorge, mejor conocido como el lente del silvestrista, aquella noche

sintió un dolor intenso en el alma, ella no estaba en el concierto,

los muchachos del Batallón de Barranquilla le aseguraron que ella

llegaría con un silvestrista que la traería, ya que, habían

intentado su encuentro en Bogotá sin éxito, pero el Lanzamiento

llegaba a su fin, y su Julieta nunca llegó.

Cuando todo terminó, los silvestristas partieron a sus respectivas

casas, o se fueron directamente a la Terminal para viajar de

regreso a sus hogares, pero él decidió caminar un poco, no

entendía cómo entre tanta gente pudiera sentirse tan solo.

- ¡CARRANZA! Gritaron al unísono los muchachos del

Batallón de Barranquilla. ¡Carranza espera! Dijo un Joven

de ojos vivarachos. Soy Javier, yo se dónde esta Isamar,

debes venir con nosotros si deseas verla con vida. Dijo

Javi.

- ¿No entiendo muchacho, de qué hablas?

- Jefe este es el soldado encargado de traer a Isa ante ti,

pero la misión ha sido estropeada por la oposición, o eso

sospechamos. Dijo DJ Carlos, con las manos en las rodillas

tratando de recuperar el aliento. Vinimos corriendo a

Page 454: Diario de  un silvestrista

buscarte Carranza, Isamar esta muriendo, según el último

informe del soldado Javi.

- ¡OH! Por amor de Dios ¿Qué noticia es esta? Dijo Carranza

tomando por los hombros a Javi ¿Qué le hicieron?

- Estoy convencido que ha sido envenenada por la oposición.

Dijo Javi a punto de llorar, ella estaba bien cuando aterrizó

el avión en Valledupar y solo la dejé un momento, cuando

estaba comprando las entradas para el lanzamiento, al

regresar donde la había dejado en el centro comercial, ella

apenas si podía moverse, estaba prendida en fiebre, la

cargué en mis brazos, y me la llevé al hospital. Estoy

seguro, ha sido envenenada.

La tropa entera sollozaba por Isamar, mientras el corazón de

Pérez Carranza se despedazaba de dolor.

- Por favor llévenme a su lado. Murmuró el muchacho. Debo

verla.

Al llegar al hospital, afuera aguardaban los clubes silvestristas,

quienes se habían enterado que una fan estaba al borde de la

muerte.

- ¡Los rumores son como el fuego! Se propaga de inmediato

y hace mucho daño. Dijo Daniela. Aún no tenemos un

pronunciamiento médico y ya el silvestrismo en pleno hace

Page 455: Diario de  un silvestrista

vigilia, incluso lloran por ella. Soldados calmen a todos,

Carranza, Javi y yo entraremos a hablar con los médicos.

DJ y BB, cálmense por amor de Dios dejen de llorar,

tenemos que ser fuertes, es una orden.

Los Tiburones de Taganga, los del Batallón de Santa Marta, La

Revolución Silvestrista de Bucaramanga, los silvestristas de los

clubes de Barrancabermeja, Turbaco, Cienaga, Cartagena, Ocaña,

Bogotá, Medellín, incluso los clubes Venezolanos de Mérida y

Maracaibo, todos esperaban noticias a las afueras del hospital,

algunos caminaban de un lado al otro esperando lo peor, otros

estaban sentados en las aceras, pero la gran mayoría se recostó

en la grama cercana a la entrada del hospital, estaban exhaustos

por el lanzamiento de Sigo Invicto, pero se negaban a dejar sola

a la silvestrista caída.

Ana contempló el cielo estrellado de Valledupar al lado de sus

grandes amigas, Yuli, Clara y Yaliana, quienes guardaban silencio,

según les habían comentado la joven silvestrista había sido

envenenada por los opositores al silvestrismo, pero Ana estaba

convencida que aquello era imposible, ella conocía muy bien a

aquellos que se oponían al movimiento musical rojo, y tal

conducta no era propia de ser humano alguno, así que prefirió

aguardar al dictamen médico, algunos ya la daban por muerta,

otros rezaban plegarias, Ana eligió refugiarse en su mente. “Está

radiante, él brilla con luz propia, me duele verlo sin poder

Page 456: Diario de  un silvestrista

abrazarlo ¿Sabrás de verdad lo que siento?” Pensó. Dos lágrimas

brotaron de sus ojos, y por un instante sintió que Silvestre estaba

viendo esas mismas estrellas, esa luna casi llena, y que él al igual

que ella, la tenía en sus pensamientos.

Recordó la mirada de dolor de Mathias cuando ella lo empujó,

cuando no le correspondió su beso. “Nuestro último beso. Así

terminó lo que no pudo ser, no te supe amar, no sé cómo amar.”

Pensó Ana. Mientras escuchaba a su alrededor los susurros de

todos los silvestristas que impacientes esperaban noticias de

Isamar, ella recordaba cada instante del concierto, sintió celos de

la joven que lo abrazó en pleno concierto; y a su vez, agradeció

que lo quisieran tanto. “Los celos de fan son tan puros” me siento

de la misma forma que cuando celaba a mi hermana de papá, ella

era su luz, mientras yo en las sombras era feliz de verlos amarse

con el amor más grande que pueda existir. Él ahora no está, y ver

a mi hermana es ver a papá vivo en ella, duele pensar en papá,

pero más me duele saber que no está para celarlo. La vida tiene

matices tan intensos, que el corazón si llega a vivir cien años, es

como si viviera mil, sufre tantas guerras, tantos momentos

tristes, tantas alegrías, el amor de un corazón silvestrista está

expuesto a muchas más alegrías y a muchas más tristezas. ¡Que

Dios nos ampare por sentir!

- Ana ¿Te sientes bien? Preguntó Yaliana.

- ¡Estoy bien! Exclamó ella.

Page 457: Diario de  un silvestrista

- Mentirosa, crees que no te conozco ¿Qué pasó

exactamente en el concierto? ¿Por qué empujaste a

Mathias? ¿Por qué Silvestre los vio? ¿Por eso Mathias se

fue?

- Yaliana, no sé que le pasó a Mathias, él no es así, me temo

que quiso una prueba de mi amor, besarlo delante de

Silvestre, y no pude.

- Cómo ibas a poder, Silvestre es tu vida. Cuando estabas

prendida en fiebre no hacías más que llamarlo.

- Soy una mujer egoísta, eso es lo que soy, Yaliana no

hablemos más de mi, ahora quien importa es Isamar,

somos silvestristas y debemos olvidar nuestras penas ante

el sufrimiento de un hermano, por favor no hablemos más

de Silvestre ni de Mathias.

- Esta bien, pero me debes muchas explicaciones. Dijo

sonriendo Yaliana.

A las tres de la madrugada, Walter Quintero no podía más con la

angustia. “Tenemos que encontrar al culpable, me lo voy a tragar

entero”. Dijo Walter a Víctor que al igual que todos los

silvestristas esperaba a las puertas del hospital. “Esto es una

infamia, un insulto, cómo se atreven a tocar a una silvestrista,

cobardes.” Walter estaba muy molesto por el atentado a Isamar.

“De aquí no se mueve nadie, sin Isamar no nos vamos, no la

Page 458: Diario de  un silvestrista

dejaremos sola ni por un instante.” Víctor, Pichicho, Emma, Yahir,

DJ Carlos, Gloris, Yorle y todos los silvestristas guardaron

silencio, tenían el mismo sentimiento, pero no tenían la fuerza de

Walter para expresarse en ese instante, la gran mayoría estaba

agotada de tanto bailar.

Jorge contempló las blancas baldosas del suelo del hospital, los

médicos aún no les daban un dictamen sobre la salud de Isamar,

se sentía cansado, abatido por no haberla encontrado antes, se

sentía culpable de cuanto pudiera pasarle a su amada Julieta. “Ni

siquiera un beso le he dado” pensó entristecido.

Las enfermeras lo dejaron pasar a la habitación de cuidados

intensivos donde estaba la silvestrista. Javi y Daniela entendían

que no podían pasar todos y aguardaron en la salita de espera.

Jorge entró a la habitación sin hacer ruido. Una joven pálida

estaba cubierta de sábanas blancas, sus ojos estaban cerrados y

la rodeaban un sin fin de cables, un olor a chocolate reinaba en la

habitación y por primera vez en muchos años, enormes lágrimas

corrieron por el rostro de Jorge. “Es ella, es ella, mi amada

Julieta, mi Isamar.” Acercó una silla metálica al lado de la

cabecera de la muchacha dormida, tocó ligeramente su mano

derecha y se sintió loco de amor por ella. “Apenas si te he visto

en mi vida pequeña, y ya estas tan adentro que no puedo vivir sin

ti, despierta” susurró Carranza. La vio dormir tan placidamente

Page 459: Diario de  un silvestrista

que dudó que estuviera envenenada como le había dicho el

silvestrista, se veía enferma, pero tan bella como el día en que la

conoció.

Ella al sentir el calor de su mano despertó, y por primera vez se

vieron a los ojos.

- ¡Me duele! Dijo ella.

- Por Dios has despertado Isamar, vas a estar bien, lo

prometo.

- Jorge Sálvate tú. Te amo, sálvate tú.

- Que dices mi amada, sin ti no hay salvación. Y dos

lágrimas brotaron de sus ojos.

- No llores, no puedo verte llorar. Isa hablaba en un tono

muy bajo, y Jorge se acercó a sus labios para escucharla

mejor, pero fue inevitable, la vida apremiaba, y él lleno de

un amor inexplicable, la besó.

Page 460: Diario de  un silvestrista

PEREZ CARRANZA

A las cuatro de la mañana un muchacho delgado con las manos

en los bolsillos, se paró a las puertas del hospital, y todos los

silvestristas corrieron a su encuentro, ya había un dictamen

médico, y Pérez Carranza lo tenía.

- ¡Habla por Dios! Dijo Walter.

- ¿Qué ha pasado Carranza? Preguntó Pichicho.

- ¿Qué dicen los médicos? Insistió Emma.

Y todos los silvestristas comenzaron hacer preguntas a la vez.

Esto tiene que saberlo Silvestre, que alguien lo busque. Dijo un

joven entre la multitud.

- Calma muchachos, calma, ya los médicos han dado con lo que

tiene Isamar. Pueden estar tranquilos, todo esto no ha sido más

que un susto. Quiero agradecerles a todos por su apoyo, pueden

irse a descansar tranquilos, Isamar está fuera de peligro.

Concluyó el muchacho con su mejor sonrisa.

Los silvestristas gritaron emocionados, muchos aplaudieron y de

pronto, todos abrazaron en montonera al lente del silvestrismo.

- Javi se hizo escuchar entre los presentes. Pero Jorge ¿Qué

tiene Isamar? ¿No fue envenenada?

Page 461: Diario de  un silvestrista

- No querido hermano, Isamar no fue envenenada.

- Estas viendo Javi que eres un exagerado. Le reprendió

Daniela.

- Isamar lo que tiene es Chicungunya. Declaró Jorge Pérez

Carranza.

Y ante la carcajada de todos los silvestristas presentes, Walter

Quintero, un hombre que había pensado en hacer hasta una

cacería a los opositores del silvestrismo, se llenó de las fuerzas

que le quedaban para hacer a la multitud la pregunta de la

madrugada.

- Ve muchachos ¿Qué es el Chicungunya?

Los silvestristas muertos de risa, lo abrazaron, todo no había

sido más que un gran susto, y una ola de rumores que no tenían

ni pie ni cabeza. Javi se sintió dichoso de haberse equivocado.

- Walter ahí tienes a tu enemigo. Dijo Víctor. El responsable

es un mosquito.

Todos los presentes se abrazaron los unos a los otros, la hermana

silvestrista estaba fuera de todo peligro.

Page 462: Diario de  un silvestrista

AGUAS DEL GUATAPURI

Ana al amanecer del veintinueve de noviembre, cuando todos

descansaban en sus habitaciones, abrió sin hacer ruido la puerta

de madera de la casa de Maria Clara, para cruzar la calle en

dirección a la Sirena Dorada del Guatapurí. Salió descalza y

llevaba puesta una hermosa manta Wayuú de color blanco. La

brisa de la mañana le alborotó los negros y largos cabellos, eran

las seis de la mañana y el valle del cacique Upar, aún dormía. Ya

el sol iluminaba con sus rayos la hermosa Sirena de Hurtado. Y al

verla, Ana recordó su juramento de ser feliz, de olvidar todo

aquello que le hacía daño, y se sintió a salvo cerca de aquellas

aguas heladas.

Caminó entre las piedras hasta llegar a una enorme roca frente la

bella Rosario Arciniegas, la niña hecha mujer que custodiaba las

aguas mágicas que bajaban de la nevada. Allí de pie, la encontró

Silvestre.

- ¡Ana! Dijo él.

Cuando ella lo vio sin pensarlo dos veces se lanzó a sus brazos,

creyéndose en uno de sus sueños, lo besó, sin importar que fuera

realidad o no. Lo besó aunque sus vidas fueran distintas, aunque

no podía pertenecerle por completo. Dos lágrimas brotaron de sus

enormes ojos negros.

Page 463: Diario de  un silvestrista

Hay besos que son inevitables, porque el destino ha establecido

que deben ocurrir y nada ni nadie lo puede cambiar.

Ana lo miró a los ojos, sus hermosos ojos amarillos brillaron para

ella; y él sonrió al tenerla entre sus brazos. Ella siempre sería su

fan, y nada en la vida lo podría modificar, el destino estaba

escrito.

- Al final yo gané, porque te conocí. Dijo Silvestre con la voz

más dulce que ella haya podido escuchar. Ana eres mía

estés donde estés, hoy mañana y siempre serás mía, solo

mía, porque me seguís gustando.

- ¡Te amo! Susurró ella.

Y Silvestre, la besó.

Una libélula roja , posada en la Sirena Dorada del Guatapurí

revoloteó por el cielo y los rayos del sol penetraron sus alas

transparentes, dejándose llevar por las brisas que bajaban esa

mañana desde la Sierra Nevada de Santa Marta, se posó sobre

los hombros de Ana.

Page 464: Diario de  un silvestrista

SEGUIMOS INVICTOS

Pichicho consiguió por fin un buen empleo, y aunque ha sufrido

mucho por estar lejos de su familia y de su hogar, sigue invicto,

luchando por sus sueños. Tiene la gran fortuna de contar con

amigos como Walter Quintero y Víctor Pinzón, ellos cuidan del

fantasma del Novalito y del Club Silvestrista La Revolución de

Bucaramanga. A veces suele tomar las mejores decisiones gracias

a su moneda de la suerte.

La moto apareció y Víctor nunca más volvió a dejarla en el

camión de nadie, el silvestrista que se la había llevado, lo buscó

hasta encontrarlo, así que sigue asistiendo a los conciertos en su

moto roja, y cruza Colombia con el copiloto más loco del mundo,

el gran Walter Quintero.

Emma y Yahir, lograron no solo ir al Lanzamiento de Sigo Invicto

en Valledupar, sino que el club del Batallón Samario, desde ahora

y para siempre, ha quedado grabado, en el corazón de su artista.

Yaliana dejó de ser una ermitaña, decidida a apoyar al Club

Silvestrista de Taganga, y hoy por hoy cuida de sus silvestristas

con el mismo amor y cariño con el que cuido a Ana.

Pérez Carranza camina por las noches tomado de la mano de la

mujer que ama, y ellos escriben su propia historia de amor,

porque el silvestrismo es el mayor contador de historias.

En Turbaco el silvestrismo es tan fuerte que crece día a día; y

siempre tienen tiempo de visitar a la anciana de la rifa y a los

queridos Palito, Tomate y Goyito.

Page 465: Diario de  un silvestrista

Nini actualmente está sometida a terapias para recuperar su

visión, y existen gastos que son cubiertos por Silvestre a través

de la Fundación de Silvestristas de Corazón grande, que apoya a

innumerables silvestristas y niños con diferentes dificultades

económicas y médicas, ella poco a poco recupera el porcentaje de

su visión y estoy segura que pronto volverá a caminar por las

playas de Cartagena de la mano del amor de su vida.

Katherine Porto, mejor conocida como La Pechy, lucha día a día

por ser feliz, y con su ejemplo nos llena a todos de felicidad y

fuerza. Una vez le dije que nuestra fuerza estaba en ella, y que si

ella seguía adelante, nosotros también lo haríamos. Me tranquiliza

que no solo cuente con el mejor Club Silvestrista del mundo,

como es el de Cienaga – Magdalena, sino que tiene el mayor

ángel que puede tener alguien, me refiero a su mamá, quien es el

ejemplo de mujer más grande que he visto en mi vida, el amor

que entrega a su hija y a todos los silvestristas es único. Si

alguna vez te encuentras en Cienaga, no dejes de visitar el

cuartel silvestrista más hermoso que existe, allí no solo

encontrarás a la Pechy cantando las canciones de Silvestre, sino

una madre que cuidará de ti como tu propia madre.

Todos los silvestristas sin excepción siguen invictos, desde

Bucaramanga hasta Cartagena, de Sur a norte, desde el Huila

hasta Bogotá, de Villavicencio al Magdalena, todos luchan día a

día por su silvestrismo del alma, por sus sueños, sus grandes

sueños.

Colombia, Venezuela, Ecuador, Chile, Argentina, Perú, México,

Estados Unidos, España y por toda Europa, millones de historias

que me son imposibles de contar, pero que puedo resumir en la

frase de nuestra querida Ana: “No hay nada que el

silvestrismo no pueda curar.”

Page 466: Diario de  un silvestrista

“Amarte se volvió en más que una obsesión, un cariño, un

sentimiento verdadero. Eres la ilusión de mi vida, eres el hombre

más maravilloso del mundo, alguien a quien tal vez, nunca tenga,

a quien tal vez nunca bese, pero en mis sueños te tengo, en mis

sueños te beso, en mis sueños eres mío. En tus canciones estoy

yo por todas partes, aunque no lo quieras, aunque no sea tu

intención. Tú existes en mi vida, porque yo existo en la tuya”.-

Tu fan Silvestrista.-

Page 467: Diario de  un silvestrista

EPÍLOGO

Tiempo después del lanzamiento de SIGO INVICTO, Ana abría la

puerta del lugar donde había vivido con Mathias, no fue una

sorpresa ver que las cosas de él ya no estaban. Encendió el

computador y colocó las canciones de Silvestre para espantar sus

tristezas. En lugar de desempacar su bolso, llenó dos maletas con

la ropa más ligera que tenía, y algunos pares de zapatos. Sacó

sábanas blancas de las gavetas y las fue colocando en los

muebles, en los estantes, en la biblioteca, en el comedor.

- Yo solo puedo vivir en Valledupar, este lugar ya no me

pertenece. Dijo ella.

Ana había decidido irse a vivir a Colombia, en el único lugar

donde se sentía en casa, “el valle del Cacique Upar”. Dejó los

fantasmas al cerrar la puerta con llave, y ni siquiera volvió la

mirada atrás. Con la ayuda de Maria Clara, consiguió alquilar una

pequeña casita, cercana a la librería del Valle, en el frente de su

nuevo hogar un hermoso Cañahuate brindaba su sombra, Ana no

podía pedir más, lo único que su corazón lamentaba era haber

dejado los libros de su padre en Venezuela. Con el único que

había cargado en el largo viaje, fue con el libro de Gabo.

Page 468: Diario de  un silvestrista

Una mañana cruzó la calle y se detuvo a ver los libros de

exhibición de la librería, cuando un joven de mirada cansada y

hermosos ojos amarillos le brindó una sonrisa.

- Siempre he pensado que los libros en la vitrina de

exhibición no son excelentes. Los mejores los encuentras

cuando entras a la librería. Dijo el Joven.

- Sí, claro, lo mejor es buscar y encontrar. Dijo Ana.

- ¿Por qué no pasas? Preguntó él.

Ana no podía dejar de ver los ojos del joven. “Sus ojos, los ojos

de Silvestre.” Pensó. Al entrar en aquel lugar un señor mayor

estaba organizando los libros. El joven lo saludó informalmente y

Ana comprendió que eran padre e hijo.

- ¿Trabajas aquí? Preguntó Ana.

- Sí, así que podemos decir que somos vecinos.

Ana sonrió ante su amabilidad, y se distrajo entre los estantes

repletos de libros.

- No me has dicho tu nombre. Dijo el joven tras ella.

- No me has dicho el tuyo. Contestó Ana.

- Me llamo Andru.

- Yo soy Ana.

Page 469: Diario de  un silvestrista

Cuando ella estrechó su mano, sintió una especie de electricidad

al tocarlo, sus manos eras suaves y blanquecinas. Los ojos de

Andru se clavaron en Ana.

- Me recuerdas a alguien que quise mucho. Dijo Andru. Y una

sombra cubrió su mirada dorada.

- Tú también me recuerdas a alguien a quien amo. Dijo Ana

brindándole una radiante sonrisa.

Un año después del día en que Ana conoció a Andru, en la Plaza

Alfonso López de Valledupar, un joven doblaba su rodilla derecha

y abría una pequeña cajita aterciopelada de color rojo. Cuando

ella abrió la cajita, contempló una hermosa sortija de

compromiso, que a diferencia de otras, la gema no era

transparente, sino roja, un deslumbrante rubí para

una silvestrista.

- Ana, mi amada Ana ¿Aceptas casarte conmigo? Preguntó

Andru.

Durante el tiempo que se conocieron ambos se habían hecho

cómplices, amigos y amantes, Andru aunque no era silvestrista,

la acompañaba en todas y cada una de las locuras que Ana se

inventaba para acercarse a Silvestre, por su amor al silvestrismo

Page 470: Diario de  un silvestrista

Ana recorrió innumerables pueblos y por su manera de ser, Andru

estaba convencido que solo una gema roja podría darle un sí.

Una libélula intensamente roja se posó sobre Andru , Ana se

sorprendió de verla allí como símbolo inequívoco de un amor

eterno. Ana contempló al hombre del que se había enamorado,

miró sus hermosos ojos amarillos, y la respuesta fue una y única.

- ¡Acepto! Contestó Ana.

Andru enamorado de ella la abrazó, y ella enamorada de él, lo

besó, no había que renunciar al silvestrismo, ni tenía que

esconder lo que sentía por Silvestre. Andru no tenía que esconder

ante ella sus sentimientos pasados ni ocultar los fantasmas que le

pesaban, ella podía ser Ana la Silvestrista, y el podía ser Andru el

librero de una tierra mágica donde los duendes, las sirenas,

Francisco el Hombre y las Marías Mulatas conviven entre el mito y

la leyenda, los dos se sentían a salvo en la tierra de acordeones,

los dos eran uno solo.

FIN

Page 471: Diario de  un silvestrista

AGRADECIMIENTOS ESPECIALES

A Dios por darme el don de contar historias, sin su presencia en mi vida nada

sería posible.

A mi familia por comprender la naturaleza de mis locuras, por apoyarme con la

paciencia, optimismo y cariño infinito. Muy especialmente quiero darle las

Gracias a mi Madre, a mi hermana Karito y a mi sobrino José Humberto “El

Tiki”.

A Silvestre Francisco Dangond Corrales, por llenar de alegría mi vida, por

dedicarle al silvestrismo su existencia misma. Sin él este libro no existiría, sin

él nuestros ojos no brillarían como lo hacen. Dios te bendiga eternamente “Mi

Silve”.

Al silvestrismo, a cada uno de los silvestristas que me han apoyado y

entregado el cariño y comprensión a lo largo de todos estos años. A todos los

que gritaron “Súbela” “Que suba” en el Lanzamiento de Sigo Invicto, estoy en

deuda con Ustedes.

Al padrino Carlos Méndez, quien no solo bautizó el diario, sino que se ha

encargado que llegue a las manos de cada silvestrista en las redes sociales.

“Sin ti padrino mis sueños no serían toda una realidad”.

A Jorge Pérez Carranza, el cómplice más grande que un silvestrista puede

tener, a mi hermoso ángel de la guarda por haber cuidado de mis sueños

durante todo este año. Eres mi vida mi más amado silvestrista, un hermano y

mi corazón te pertenece.

Page 472: Diario de  un silvestrista

A la Dra. Mercedes Sánchez, por su guía, corrección e incondicional apoyo, sin

ella, yo no hubiera tenido la oportunidad de concluir este hermoso sueño.

Quiero agradecer muy especialmente a Gunter Zerpa, Jennifer Rivera, Leira

Daza y José Solis, quienes desde el inicio del Club de Puerto Ordaz, han llorado

y reído a mi lado. A Isamar Velásquez, Namapi, Carolina Méndez, Niurca y Kike

Barrios, Lorayne López, Germaxis, Walter Quintero, Víctor Pinzón, Pichicho, La

Pechy, Yaliana, Gloris, Yorle, DJ Carlos, Javi, Tavo, Daniela, Isa Monsalve, Yuli

Caicedo, Maximilliam Valdez, Nini Soto, José Luís Torres, José Jorge Oñate, y

Armando Paz, sin ustedes no existirían los capítulos del diario que tanto nos

hacen reír y soñar.

Al Charles Medina, por su apoyo incondicional de tantos años, por tantas

historias de nuestro hermoso valle, aún en la distancia te siento viviendo en la

casa del lado querido amigo.

Finalmente y tal vez el agradecimiento más importante de mi vida, a ti querido

lector, gracias por llorar y reír al lado de nuestros personajes, eres tú el

principio y fin de todo cuanto ha sido contado en esta historia que tu has vivido

al leer Diario de un Silvestrista.

Page 473: Diario de  un silvestrista

Dedicatoria Especial

Dedico el Diario de Un silvestrista a la memoria de mi padre Luís

Humberto Becerra, su recuerdo vive en mi corazón y es él la

mayor fuente de inspiración que tengo y tendré en mi vida.-

Page 474: Diario de  un silvestrista

DIARIO

DE UN

SILVESTRISTA Escrito por:

Marlyn Becerra Berdugo.-

08/12/2014.-

Puerto Ordaz -Venezuela