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El Desafío y la Carga del Tiempo Histórico. Tomo 2/2. István Mészáros

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Tomo [2]

PReMIOLIBERTADORalPeNSAMIeNTO

CRÍTICO20o8

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El desafío y la carga del tiempo histórico: El socialismo del siglo XXIEdición cedida por: Vadell Hermanos/CLACSO.Valencia-Venezuela, 2008

© István Mészáros© De la traducción: Eduardo Gasca©Fundación Editorial El perro y la rana, 2009Centro Simón BolívarTorre Norte, piso 21, El SilencioCaracas - Venezuela.Teléfonos: 0212-377-2811 / 0212-808-4986

Correos electró[email protected]@[email protected]

Páginas webwww.elperroylarana.gob.vewww.ministeriodelacultura.gob.ve

Depósito LegalN° lf 40220098002544ISBN 978-980-14-0632-7

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El Premio Libertador al Pensamiento Crítico es un reco-nocimiento a la labor reflexiva de autores que han desa-rrollado una visión distinta a la mirada monolítica del

pensamiento único. Rinde homenaje a la capacidad de generar ideas heterodoxas, fundando nuevas plataformas para el debate y la discusión de la realidad contemporánea. Nos enlaza con la obli-gación y el placer del pensamiento, fuerza motora de revoluciones e historias.

El pensamiento, la capacidad de discernir y penetrar la realidad, ha sido la constante que ha tejido las historias de las culturas y las sociedades. Cada individuo edifica un sistema de ideas a partir de la experiencia del mundo, de la observación, y la reflexión que esta conlleva. Los sistemas de ideas se convierten pronto en el funda-mento de las organizaciones sociales, definiendo nuestro devenir como culturas.

El pensamiento es móvil, elástico y perfectible, intrínsecamente lleva la marca de lo plural y dinámico. Por ello, todo pensamien-to debe ser crítico, partir de múltiples lugares y apuntar siempre al cuestionamiento de lo estático e inquebrantable. El pensamiento único o hegemónico es una contradicción desde su origen, intenta abordar la infinita complejidad del mundo y del ser humano desde una única perspectiva, se pierde en una maraña ciclópea de artifi-cios construidos para justificar un fin, generalmente en beneficio de un grupo o una élite en detrimento del resto de la humanidad.

Posturas capitalistas, neocoloniales e imperialistas defienden un sistema de ideas unívoco, en donde la alteridad cultural se ve so-metida a iniquidades económicas y políticas. Ante este panorama de larga data, es urgente revalorizar y fomentar la crítica incisiva y rigurosa de los sistemas que han dominado las configuraciones

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culturales contemporáneas. El análisis minucioso y la concreción de pensamientos en pro de un mejor mundo se explayan en un es-pectro complejo en donde el sujeto es partícipe de los cambios y generador de ideas renovadoras, cobijadas por la pluralidad de las culturas y no ya por un único dominio discursivo.

El pensamiento crítico encuentra hoy el tiempo y los lugares para ser emitido, demanda ser escuchado por la mayoría de los pueblos posibles, para impulsar a hombres y mujeres a retomar su propio destino. Por ello, el gobierno de la República Bolivariana de Vene-zuela, en consonancia con las voces levantadas de tantos pueblos explotados y alertas, reconoce con este premio el trabajo teórico de autores que han desarrollado reflexiones críticas y alternativas comprometidas con el presente y el futuro de la humanidad.

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Veredicto

Reunidos en la ciudad de Caracas, a los veintitrés días del mes de junio del año 2009, los jurados del Premio Libertador al Pen-samiento Crítico 2008: Judith Valencia, Theotonio Dos Santos, Renán Vega Cantor, Bernard Duterme y J. A. Calzadilla Arreaza, rendimos homenaje a la fallecida poeta Stefania Mosca, quien ini-cialmente formaba parte del jurado. Luego de debatir sobre las 102 obras presentadas, acordamos por mayoría de votos otorgar el Pre-mio a István Mészáros por su obra El desafío y la carga del tiempo histórico: El socialismo del siglo XXI (Vadell Hermanos/CLAC-SO. Valencia-Venezuela, 2008).

Los jurados queremos poner de relieve la abundante participa-ción de obras que abordan temas cruciales de nuestra contempora-neidad y constata la importancia de los procesos sociales vividos por América Latina en la reflexión crítica y en la producción de un pensamiento emancipatorio anticapitalista.

En esta reflexión, pensadores de otras latitudes, como el autor del libro que ha merecido este premio, están generando obras de gran nivel teórico sobre los retos planteados por las propuestas alternati-vas que emergen en la región latinoamericana.

La obra premiada constituye la expresión de una corriente teóri-ca de notable valor para el pensamiento crítico y la praxis política actuales. István Mészáros es uno de los principales representantes de la Escuela de Budapest, fundada por el eminente filósofo marxis-ta György Lukács y desde finales de la década de 1950 viene cons-truyendo un corpus teórico innovador, cuya máxima elaboración ha sido su obra Más allá del capital.

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El desafío y la carga del tiempo histórico: El socialismo del si-glo XXI, es una continuación de su esfuerzo teórico, que estudia las transformaciones experimentadas por el capital, por los movimien-tos sociales, políticos e intelectuales y la lucha por la construcción del socialismo.

En este libro, Mészáros reconstruye con lucidez y originalidad el análisis de los procesos de lo que él denomina el “metabolismo social del capital”, abordando sus impactos sobre la supervivencia de la humanidad, la destrucción de la naturaleza, las nuevas formas de alienación, la mercantilización de la educación y la necesidad urgente de un proyecto revolucionario socialista.

En consonancia con las anteriores apreciaciones, los jurados de-cidimos otorgar menciones honoríficas a las siguientes obras por su significativo aporte al pensamiento crítico: Domenico Losurdo, El lenguaje del Imperio. Léxico de la ideología americana (Escolar y Mayo Editores. Madrid, 2008); Elisabeth Roig, Magui Balbue-na. Semilla para una nueva siembra (Trompo Ediciones. Buenos Aires, 2008); Diana Raby, Democracia y Revolución: América Latina y el socialismo hoy (Monte Ávila Editores. Caracas, 2008); Claudio Katz, Las disyuntivas de la izquierda en América Latina (Ediciones Luxemburg. Buenos Aires, 2008).

Por otra parte, los miembros del jurado hemos considerado que ciertos libros presentados merecen una amplia difusión por su con-tribución pedagógica y didáctica para quienes busquen iniciarse en el cauce del pensamiento crítico. Por esta razón, recomenda-mos a los organizadores del Premio Libertador que promuevan la divulgación de los siguientes libros: Diego Guerrero, Un resumen completo de El Capital de Marx (Maia Ediciones. Madrid, 2008); José Bell Lara, La integración latinoamericana. Un camino in-concluso (Ediciones Ántropos. Bogotá, 2008); Hugo E. Biagini y Arturo A. Roig (directores), Diccionario del pensamiento alterna-tivo (Red de Editoriales Universitarias Nacionales. Editorial Biblos. Buenos Aires, 2008); Luz María Martínez Montiel, Africanos en América. (Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 2008).

De igual modo, la importancia del rescate de la memoria del período de terrorismo de Estado en América Latina, nos permite

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destacar la relevancia del libro en tres tomos: Álvaro Rico (coordi-nador), Investigación histórica sobre la dictadura y el terrorismo de Estado en el Uruguay (1973-1985) (Universidad de la Repúbli-ca Oriental del Uruguay. Montevideo, 2008). Recomendamos que este trabajo forme parte de una documentación más amplia sobre los crímenes de Estado.

Finalmente, considerando la importancia de este premio para el avance de las transformaciones que hemos señalado, proponemos la realización de seminarios en torno a la obra premiada en cada edi-ción del Premio Libertador, con el objeto de profundizar y difundir el pensamiento crítico de nuestro tiempo.

Judith ValenciaTheotonio Dos Santos

Renán Vega CantorBernard Duterme

J. A. Calzadilla Arreaza

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Capítulo 8:La educación más allá del capital217¨

El aprendizaje es nuestra vida misma, desde la juventud hasta la ve-jez, en verdad hasta el borde la muerte; nadie vive durante diez horas sin

aprender.Paracelso

Se viene a la tierra como cera, y el azar nos vacía en moldes prehechos. Las convenciones creadas deforman la existencia verdadera (…) Las re-denciones han venido siendo formales; es necesario que sean esenciales.

La libertad política no estará asegurada mientras no se asegure la libertad espiritual (…) La escuela y el hogar son las dos formidables cárceles del

hombre.José Martí

La teoría materialista de que los hombres son producto de las circuns-tancias y de la educación, y de que, por tanto, los hombres modificados son producto de circunstancias distintas y de una educación distinta, olvida que son precisamente los hombres los que cambian las circunstancias, y que el educador mismo necesita ser educado. Conduce, pues, forzosamen-te, a la división de la sociedad en dos partes, una de las cuales [los edu-cadores] está por encima de la sociedad (así, por ej., en Roberto Owen…) La coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la actividad humana solo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria.

Marx

Escogí esos tres epígrafes a fin de anticipar algunos de los puntos principales de esta conferencia. El primero, del gran pensador del

217 Conferencia de Apertura en el Fórum Mundial de Educaçao, Porto Alegre, Brasil, 28 de julio de 2004.

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siglo XVI Paracelso; el segundo de José Martí y el tercero de Marx. El primero dice, en abierta contradicción con la concepción actual-mente en boga pero tendenciosamente estrecha, que “El aprendi-zaje es nuestra vida misma, desde la juventud hasta la vejez, en verdad hasta el borde la muerte; nadie vive durante diez horas sin aprender”.218 En cuanto a José Martí, él escribe, sin duda, en el mismo espíritu de Paracelso cuando insiste en que “La educación empieza con la vida, y no acaba sino con la muerte”. Pero agrega algunas especificaciones cruciales, criticando fuertemente los co-rrectivos intentados en nuestras sociedades y también resumiendo la inmensa tarea que tenemos por delante. Es así como pone en su debida perspectiva a nuestro problema:

Se viene a la tierra como cera, y el azar nos vacía en moldes pre-hechos. Las convenciones creadas deforman la existencia verdadera (…) Las redenciones han venido siendo formales; es necesario que sean esenciales. La libertad política no estará asegurada mientras no se asegure la libertad espiritual (…) La escuela y el hogar son las dos formidables cárceles del hombre.219

Y el tercer epígrafe, escogido entre las “Tesis sobre Feuerbach” de Marx, pone de relieve la línea divisoria que separa a los socia-listas utópicos, como Robert Owen, de los que en nuestro tiempo tienen que superar los graves antagonismos estructurales de nuestra sociedad. Porque esos antagonismos le cierran el camino al cambio absolutamente necesario sin el cual no puede haber esperanza para la supervivencia misma de la humanidad, ni mucho menos para me-jorar las condiciones de la existencia. Esas fueron las palabras de Marx:

La teoría materialista de que los hombres son producto de las circuns-tancias y de la educación, y de que, por tanto, los hombres modificados son

218 Paracelso, Selected Writings, Londres, Routledge & Kegan Paul, 1951. p. 181. 219 José Martí, “Libros”, en Obras completas, vol. 18, La Habana, Edito-rial de Ciencias Sociales, 1991, pp. 290-1.

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producto de circunstancias distintas y de una educación distinta, olvida que son precisamente los hombres los que cambian las circunstancias, y que el educador mismo necesita ser educado. Conduce, pues, forzosamen-te, a la división de la sociedad en dos partes, una de las cuales [los edu-cadores] está por encima de la sociedad (así, por ej., en Roberto Owen…) La coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la actividad humana solo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria.220

El punto que quiero destacar es que no solo la tercera cita, sino las tres cada cual a su modo, cubriendo un período de casi cinco si-glos, subrayan el imperativo de instituir —y al mismo tiempo hacer irreversible— un cambio estructural radical. Un cambio que nos lle-ve más allá del capital en el sentido genuino y educacionalmente viable del término.

8. 1 La lógica incorregible del capital y su impacto sobre la educación

No muchas personas querrían negar hoy que los procesos edu-cativos y los procesos sociales más amplios están estrechamente interrelacionados. En concordancia no es concebible una reformu-lación significativa de la educación sin la correspondiente transfor-mación del marco social en el que las prácticas educativas de una sociedad deben desempeñar sus funciones vitalmente importantes e históricamente cambiantes. Pero más allá del acuerdo en torno a este simple hecho los caminos se dividen abiertamente. Porque, si el caso es que el propio modo de reproducción social establecido se da por válido como el obligado marco del cambio social, entonces en nombre de la reforma tan solo los ajustes menores resultarían admisibles en todos los campos, la educación incluida. Bajo tales restricciones de prejuicio apriorístico los cambios serían admisibles

220 Karl Marx, “Tesis sobre Feuerbach”, en Carlos Marx y Federico En-gels, Obras escogidas, Tomo II, Moscú, Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1952. pp. 376-77.

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con el único propósito legítimo de corregir algún detalle defectuo-so del orden establecido, para así conservar intactas en su totalidad a las determinaciones estructurales fundamentales de la sociedad, en conformidad con los requerimientos inalterables de la lógica ge-neral del sistema reproductivo establecido. Se permitirá ajustar las maneras como se supone que los intereses particulares en conflicto se adaptarán a la reglamentación general de la reproducción so-cial preestablecida, pero en modo alguno se permitirá cambiar la propia reglamentación general.

Esa lógica excluye, con categórica irreversibilidad, la posibili-dad de legitimar el conflicto entre las fuerzas hegemónicas rivales fundamentales como mutuas alternativas viables, trátese tanto del terreno de la producción material como del campo cultural/edu-cativo. Hubiese resultado por demás absurdo, entonces, esperar la formulación de un ideal educativo desde el punto de vista del orden dominante feudal que concibiera la dominación de los siervos, como clase social, sobre los señores de la clase dominante bien atrinche-rada. Naturalmente, lo mismo vale para la alternativa hegemónica entre el capital y el trabajo. Como era de esperar, entonces, hasta las utopías educativas más nobles, formuladas en el pasado desde el punto de vista del capital, tenían que mantenerse estrictamente den-tro de los límites de la perpetua dominación del capital como modo de reproducción metabólica social. Los intereses de clase objetivos tenían que prevalecer, incluso cuando los autores subjetivamente bien intencionados de esas utopías y discursos críticos percibían ní-tidamente y ponían en la picota las manifestaciones inhumanas de los intereses materiales dominantes. Su postura crítica no podía ir más allá de querer que se utilizasen las reformas educativas pro-puestas por ellos con la finalidad de remediar los peores efectos del orden reproductivo capitalista establecido sin eliminar, no obstante, sus basamentos causales antagonísticos hondamente arraigados.

La razón por la cual todos los esfuerzos hechos en el pasa-do con la intención de instituir cambios importantes en la socie-dad mediante reformas educativas iluminadoras, conciliadas con el punto de vista del capital, tenían que terminar en el fracaso fue —y lo sigue siendo hoy día— el hecho de que las determinaciones

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fundamentales del sistema del capital son irreformables. Como aprendimos demasiado bien de la triste historia de más de cien años de estrategia reformista, desde Edward Bernstein221 y sus colabora-dores —quienes hace muchos años prometieron la transformación gradual del orden capitalista en uno cualitativamente diferente, so-cialista— el capital es irreformable porque por naturaleza propia, como totalidad reguladora sistémica, es absolutamente incorregi-ble. Si no logra imponerles a los miembros de la sociedad, incluidas las personificaciones “cuidadosas” del capital, los imperativos es-tructurales del sistema en su totalidad, entonces pierde su viabilidad como el regulador históricamente dominante del modo de repro-ducción metabólica social omniabarcante bien establecido. En con-secuencia, en sus parámetros estructurales fundamentales el capital tiene que seguir siendo siempre indesafiable, aun cuando haya toda clase de correctivos estrictamente marginales que resulten no solo compatibles con su dominio, sino además beneficiosos y en verdad necesarios para él, en pro de la supervivencia permanente del siste-ma. Restringir el cambio educativo radical a los márgenes correcti-vos del capital al servicio de sí mismo, significa abandonar del todo, a sabiendas o no, el objetivo de la transformación social cualitativa. Por eso mismo, sin embargo, procurar márgenes de reforma sis-témica dentro del marco del propio sistema del capital constituye una incongruencia. Por eso es necesario romper con la lógica del capital si queremos considerar la creación de una alternativa educa-tiva significativamente diferente.

Por razones del tiempo limitado no me puedo referir aquí más que a dos figuras importantes de la burguesía ilustrada, para expli-car los límites objetivos insuperables aunque estén aunados a las mejores intenciones subjetivas. El primero de ellos es uno de los más grandes economistas políticos de todos los tiempos, Adam

221 Para un estudio en detalle de la estrategia reformista de Bernstein, ver el capítulo titulado “Bernstein’s representative blind alley” en mi libro The Power of Ideology, Harvester/Whetsheaf, Londres, 1989; en portugués O Poder da Ideologia, edición ampliada, Boitempo Editorial, Sao Paulo, 2004.

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Smith, y el segundo el destacado reformador social y educativo utó-pico —que también trató de llevar a la práctica lo que predicaba, hasta que llegó a la quiebra económica— Robert Owen.

Adam Smith, a pesar de su profundo compromiso con la manera capitalista de organizar la reproducción económica y social, con-denó de manera inequívoca el impacto negativo del sistema sobre el pueblo trabajador. Hablando del “espíritu comercial” como cau-sa del problema, insistió en que este limita la visión de los hom-bres. Allí donde se lleva a la perfección la división del trabajo, cada quien tiene una única operación que ejecutar; a ella se limita toda su atención, y por su mente pasan muy pocas ideas que no tengan una conexión inmediata con ella. Cuando utilizamos la mente en una variedad de aspectos, esta en cierta forma se amplía y se agranda, y por tal razón reconocemos que el alcance de las ideas de un ar-tesano del campo supera al de uno de la ciudad. El primero quizá sea a la vez ebanista, carpintero y constructor de armarios, y por supuesto que debe aplicar su atención a una cantidad de objetos de muy distintos tipos. El último quizá sea solamente constructor de armarios; le dedicará todo su pensamiento a ese tipo de trabajo en particular, y no tendrá oportunidad de comparar una cantidad de objetos, así que su visión de las cosas más allá de su propio oficio no podrá ser de ninguna manera tan amplia como la del otro. Y eso se acentuará aún más cuando toda la atención de una persona le esté de-dicada a un diecisieteavo de un alfiler o un octogésimo de un botón, que así de divididas están esas manufacturas. (…) Estas son las desven-tajas de un espíritu comercial. Se contrae la mente de los individuos, y ya no son capaces de elevarse. Se desprecia a la educación, o al me-nos se le descuida, y el espíritu heroico se extingue casi por entero. Ponerle un correctivo a esos defectos debería ser asunto digno de una seria atención.222

222 Adam Smith, Lectures on Justice, Police, Revenue, and Arms (1763). En A. Smith’s Moral and Political Philosophy, ed. por Herbert W. Schneider, Haffner Publishing Co., Nueva York, pp. 318-21.

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Sin embargo, la “seria atención” propugnada por Adam Smith significa realmente muy poco, si es que algo significa. Porque este agudo observador de las condiciones de Inglaterra bajo el “espíri-tu comercial” en triunfal avance no pudo hallar otro correctivo que la denuncia moralizadora de los efectos degradantes de las fuerzas que subyacen, echándoles la culpa a los propios trabajadores indivi-duales y no al sistema que les impone esa infeliz situación. En ese espíritu Smith escribe que

Cuando el muchacho llega a adulto no tiene idea de cómo poder diver-tirse. Por eso cuando sale del trabajo tiene que entregarse a la bebida y al exceso. En consecuencia tenemos que en las zonas comerciales de Ingla-terra los asalariados están en su mayoría en esa despreciable condición; el trabajo de media semana les da para mantenerse, y por su carencia de educación no tienen otra diversión que el exceso y el libertinaje.223

Así, la explotación capitalista del “tiempo libre” llevada a la per-fección hoy día, bajo el régimen del “espíritu comercial” mucho más actualizado, parece ser la solución, sin alterar en lo más mí-nimo la esencia alienante del sistema. La consideración de que a Adam Smith le hubiese gustado haber instituido algo mucho más elevante que la explotación implacable e insensible del “tiempo li-bre” de los jóvenes, no altera el hecho de que incluso el discurso de esa gran figura de la Ilustración escocesa es del todo incapaz de abordar las causas y tiene que quedar atrapado dentro del círculo vicioso de los efectos que condena. Los límites objetivos de la ló-gica del capital prevalecen, incluso al hablar de las grandes figuras que conceptuaron el mundo desde el punto de vista del capital, hasta cuando ellas tratan subjetivamente de expresar, con espíritu ilustra-do, una preocupación humanitaria genuinamente sostenida.

Nuestro segundo ejemplo, Robert Owen, medio siglo después de Adam Smith, no anda con rodeos para denunciar la procura de ganancias y el poder del dinero, e insiste en que “El empleador considera a los empleados como meros instrumentos para la

223 Ibid., pp. 319-20.

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ganancia”.224 No obstante, en su experimento educativo práctico espera que la cura provenga del impacto de la “razón” y la “ilustra-ción”, y les predica no a “los conversos” sino a los “inconvertibles” que no pueden pensar acerca del trabajo en términos distintos a “mero instrumento para la ganancia”. Es así como Owen argumenta su tesis:

¿Continuaremos entonces negándoles la instrucción nacional a nuestros semejantes a quienes, como se ha visto, se les puede adies-trar fácilmente para que sean miembros del Estado industriosos, in-teligentes, virtuosos y valiosos?

Es cierto, en verdad, que todas las medidas que hoy proponemos son apenas una transacción con los errores del sistema actual; pero por cuanto esos errores existen en el presente de manera casi uni-versal, y no pueden ser superados más que por la fuerza de la razón; y puesto que la razón, si quiere alcanzar los propósitos más bene-ficiosos, avanza paso a paso y va verificando progresivamente una verdad de alta significación tras otra, a las mentalidades de pensa-miento amplio y acertado les resulta evidente que cabe esperar que tan solo ésas y otras transacciones similares podrían tener éxito en la práctica. Porque tales transacciones le presentan al público tanto el error como la verdad; y puesto que ambos serán exhibidos juntos de manera razonable en definitiva la verdad tendrá que prevalecer. (…) Cabe esperar confiadamente que estamos a punto de llegar al mo-mento en que los seres humanos dejen de infligirles innecesario su-frimiento a otros seres humanos por culpa de la ignorancia; porque la inmensa mayoría de la humanidad se volverá ilustrada, y discernirá con claridad que al actuar de tal modo generará inevitablemente el sufrimiento para sí misma.225

Lo que convierte a este discurso en extremadamente problemá-tico, no obstante las mejores intenciones del autor, es que tiene que conformarse a los límites lesivos del capital. Por eso el noble ex-

224 Robert Owen, A New View of Society and Other Writings, Every-man, Londres, 1927, p. 124.

225 Ibid., pp. 88-89.

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perimento utópico práctico de Owen en Lanark está condenado al fracaso. Porque trata de lograr lo imposible: la conciliación de una concepción del utopismo liberal/reformista con los implacables dic-tados del orden estructuralmente incorregible del capital.

El discurso de Owen revela la estrecha relación entre el utopismo liberal y la propugnación de procedimientos “paso a paso”, “solo a base de transacciones”, y en el deseo de superar los problemas existentes “únicamente por la fuerza de la razón”. Sin embargo, puesto que los problemas sobre el tapete son abarcantes, y se co-rresponden con los requerimientos inalterables de la dominación y subordinación estructural, la contradicción entre el carácter global omniabarcante de los fenómenos sociales criticados y la parciali-dad y gradualismo de los correctivos propuestos —que solo re-sultan compatibles con el punto de vista del capital— tiene que ser suprimida de manera ficticia gracias a la arrolladora generalidad de algún “deber ser” utópico. Así, en la caracterización que hace Owen del “¿qué hacer?” vemos un viraje desde los fenómenos sociales es-pecíficos originalmente bien demarcados —por ejemplo la deplora-ble condición de que “el empleador considera a los empleados como meros instrumentos para la ganancia”— a la vaga y atemporal generalidad del “error” y la “ignorancia”, para concluir de manera circular que el problema de “la verdad enfrentada al error y la ig-norancia” (del cual se dice que es cuestión de “la razón y la ilustra-ción”) no puede ser resuelto “más que por la fuerza de la razón”. Y, por supuesto, la garantía que se nos da del éxito del correctivo edu-cativo owenista es, de nuevo, de tipo circular: la aseveración de que “en definitiva la verdad tendrá que prevalecer, porque la humanidad en masa se volverá ilustrada”.

En las raíces de la vaga generalidad de la concepción remedial de Owen hallamos que su gradualismo utópico está motivado, re-veladoramente, por el temor a, y la angustia por, la emergente al-ternativa social e histórica hegemónica del trabajo. En ese espíritu insiste en que, bajo las condiciones en las que los trabajadores están condenados a vivir, ellos adquieren una ruda ferocidad de carácter, que, si no se toman las adecuadas medidas legislativas que impidan su acrecentamiento y se mejoran sus condiciones de clase, tarde o

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temprano precipitará al país a un estado de peligro formidable y qui-zás irresoluble. El objetivo directo de estas observaciones es procu-rar una mejoría y prevenir el peligro.226

Cuando los pensadores reprueban “el error y la ignorancia” deberían indicar también el suelo del que nacen los pecados inte-lectuales criticados, en vez de suponer que ambos constituyen su propio basamento final irreductible, al cual ni se le puede ni se le debe formular la pregunta “¿por qué?”. De la misma manera, tam-bién la apelación a la autoridad de “la razón y la ilustración” como la infalible solución a futuro de los problemas analizados elude falaz-mente la pregunta “¿por qué la razón y la ilustración no funcionaron en el pasado?”, y ya que no lo hicieron “¿qué garantía hay de que sí lo harán en el futuro?”. Sin duda, Robert Owen no es de ninguna manera el único pensador que propone que “el error y la ignorancia” son el basamento final explicatorio de los fenómenos denunciados, que se verán felizmente rectificados por el poder omnipotente de “la razón y la ilustración”. Comparte esa característica, y la fe positiva asociada a ella —sin ninguna base de sustentación firme— con toda la tradición de la ilustración liberal. Eso hace que la contradicción subyacente sea de tanta significación y tan difícil de superar. En consecuencia, cuando objetamos la circularidad de tales diagnós-ticos finales y declaraciones de fe, que insisten en que no es posible ir más allá del punto supuestamente explicatorio, no nos podemos dar por satisfechos con la idea, con tanta frecuencia presente en las argumentaciones filosóficas, de que esas respuestas dudosas nacen del “error” de los pensadores que criticamos y que debe ser corregi-do a su vez mediante el “razonamiento apropiado”. Hacerlo signifi-caría cometer el mismo pecado de nuestro adversario.

El discurso crítico de Robert Owen y su correctivo educativo nada tienen que ver con un “error de lógica”. La dilución de su diag-nóstico social en un punto crucial, y la circularidad de las vagas y atemporales soluciones presentadas por Owen, constituyen obliga-dos descarrilamientos prácticos, debido no al carácter defectuo-so de la lógica formal del autor, sino a la incorregibilidad de la

226 Ibid., p. 124.

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lógica pervertida del capital. Es esta la que le niega categórica-mente la posibilidad de hallar respuestas en una genuina asociación comunitaria con el sujeto social cuya “ferocidad de carácter” po-tencialmente ruda él teme. Así que termina por caer en la contra-dicción —no lógica sino fundamentalmente práctica— de querer cambiar las relaciones deshumanizadas establecidas mientras se rechaza, como tan solo un agudo peligro, la única alternativa so-cial hegemónica para ellas. La contradicción insoluble reside en la concepción de Owen de un cambio significativo que constituya la perpetuación de lo existente. La circularidad que hemos visto en su razonamiento es la consecuencia obligada de aceptar un “resul-tado”: el triunfo de la “razón” (procediendo sin correr riesgos, “paso a paso”), que prescribe que “el error y la ignorancia” constituyen el problema adecuadamente decantado, y que la razón está en plena capacidad de resolver. De esa manera, aunque inconscientemente, se revierte la relación entre el problema y su solución, y con ello se redefine ahistóricamente el problema a fin de que se amolde a la solución conceptualmente preconcebida y capitalistamente per-misible. Es eso lo que ocurre cuando hasta un reformador social y educativo ilustrado, que trata honestamente de remediar los efectos alienantes y deshumanizadores del “poder del dinero” y la “bús-queda del lucro” que él deplora, no puede zafarse de la chaqueta de fuerza de las autoimpuestas determinaciones causales del capital.

El impacto de la lógica incorregible del capital sobre la educa-ción ha resultado muy grande a lo largo del desarrollo del sistema. Desde los primeros días sangrientos de la “acumulación primitiva” hasta el presente, en el campo de la educación únicamente han cam-biado las modalidades de los imperativos estructurales del capital que se iba imponiendo, en sintonía con las circunstancias históricas alteradas, como veremos en la siguiente sección. Es por eso que el significado del cambio educativo radical hoy día no puede ser otro que hacer jirones la chaqueta de fuerza de la lógica incorregible del sistema: diseñando y siguiendo consistentemente la estrategia de romper el dominio del capital por todos los medios a la disposi-ción, y también con aquellos dentro del mismo espíritu que no han sido inventados todavía.

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8. 2 Los correctivos no pueden ser únicamente formales: tienen que ser esenciales

Parafraseando el epígrafe tomado de José Martí, podemos decir con él que “los correctivos no pueden ser únicamente formales: tie-nen que ser esenciales”.227

La educación institucionalizada, en especial en el último siglo y medio, estuvo al servicio —en su conjunto— de no solo la apor-tación del know-how y el personal que necesitaba la maquinaria productiva del sistema del capital en expansión, sino también de ge-nerar y transmitir un marco de valores que legitimasen los intereses dominantes, como si no pudiese existir ninguna otra alternativa a la conducción de la sociedad en forma de dominación y subordinación estructural jerarquizada, o bien “interiorizada” (es decir, aceptada por los individuos “educados” adecuadamente), o bien impuesta de manera implacable por la fuerza. La historia misma tenía que ser tergiversada a fondo, y en verdad falsificada descaradamente, para ese propósito. Fidel Castro, hablando acerca de la falsificación de la historia cubana en la secuela de la guerra de independencia del co-lonialismo español, nos da un ejemplo desconcertante:

¿Qué nos dijeron en la escuela? ¿Qué nos decían aquellos inescrupu-losos libros de historia sobre los hechos? Nos decían que la potencia im-perialista no era la potencia imperialista, sino que, lleno de generosidad, el gobierno de Estados Unidos, deseoso de darnos la libertad, había inter-venido en aquella guerra y que, como consecuencia de eso, éramos libres. Pero no éramos libres por los cientos de miles de cubanos que murieron durante 30 años en los combates, no éramos libres por el gesto heroico de Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria, que inició aquella lucha, que incluso prefirió que le fusilaran al hijo antes de hacer una sola concesión; no éramos libres por el esfuerzo heroico de tantos cubanos, no éramos libres por la prédica de Martí, no éramos libres por el esfuerzo heroico de Máximo Gómez, Calixto García y tantos de aquellos próceres ilustres; no éramos libres por la sangre derramada por la veinte y tantas

227 Ver Nota 2.

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heridas de Antonio Maceo y su caída heroica en Punta Brava; éramos li-bres sencillamente porque Teodoro Roosevelt desembarcó con unos cuan-tos rangers en Santiago de Cuba para combatir contra un ejército agotado y prácticamente vencido, o porque los acorazados americanos hundieron a los “cacharros” de Cervera frente a la bahía de Santiago de Cuba. Y esas monstruosas mentiras, esas increíbles falsedades eran las que se enseña-ban en nuestras escuelas.228

Tergiversaciones de este tipo son lo normal cuando los intere-ses en juego son realmente altos, y particularmente cuando atañen directamente a la racionalización y legitimación del orden social establecido como el “orden natural” presuntamente inalterable. En-tonces la historia debe ser reescrita y propagandizada de la forma más distorsionada, no solo en los órganos de formación de la opi-nión pública de amplia difusión, desde los periódicos de circulación masiva hasta los canales de radio y televisión, sino también en las teorías académicas supuestamente objetivas. Marx nos ofrece una desoladora caracterización de cómo la ciencia de la Economía Polí-tica trata una cuestión vital de la historia capitalista, conocida como la acumulación primitiva u original del capital. En un vigoroso capítulo de El capital escribe:

La acumulación primitiva desempeña en Economía Política el mismo papel que el pecado original en teología. Adán mordió la manzana, y con ello cayó el pecado sobre la raza humana. Se supone que su origen que-da explicado cuando se le narra como una anécdota acerca del pasado. En épocas ya muy remotas había dos clases de personas: una, la élite la-boriosa, inteligente y sobre todo economizadora; la otra, sinvergüenzas holgazanes, que dilapidaban sus bienes, y hasta más que eso, en una vida disoluta. (…) Aconteció así que los primeros acumularon riqueza y a los últimos ya no les quedó nada que vender aparte de sus propios pellejos. (…) Semejante trivialidad infantil se nos predica a diario en defensa de la

228 Fidel Castro, José Martí: el autor intelectual, Editora Política, La Habana, 1983, p. 162. Ver también la p. 150 del mismo libro. [En español en el original].

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propiedad. (…) En la historia real, es un hecho notorio que la conquista, la esclavización, el despojo, el asesinato, en resumen la fuerza, jugaron el papel principal. En los condescendientes anales de la economía polí-tica, reina lo idílico desde tiempos inmemoriales. (…) De hecho, los mé-todos de la acumulación primitiva tienen de todo menos de idílicos. (…) El proletariado se creó gracias a la disolución de las bandas de súbditos feudales y a la expropiación por la fuerza del suelo del pueblo; a las na-cientes manufacturas les era imposible absorber ese proletariado “libre” [vogelfrei, es decir “libre como los pájaros”, N.A] con la misma veloci-dad a la que iba siendo arrojado al mundo. Por otra parte, esos hombres, arrancados repentinamente de su modo de vida acostumbrado, tampoco podían adaptarse con igual celeridad a la disciplina de su nueva condi-ción. Fueron convertidos en masse en mendigos, ladrones y vagabundos, en parte por propia inclinación personal, y en muchos otros casos por el peso de las circunstancias. De aquí que a finales del siglo XV y durante la totalidad del XVI, a todo lo ancho de la Europa Occidental [se instituyó] una sanguinaria legislación en contra del vagabundaje. Los padres de la clase trabajadora actual fueron castigados por su transformación forzo-sa en vagabundos e indigentes. La legislación los trataba como criminales “voluntarios”, y asumía que dependía de la buena voluntad propia conti-nuar trabajando bajo las viejas condiciones que de hecho habían dejado de existir. (…) De esos pobres fugitivos, de quienes Tomás Moro dice que se vieron forzados a robar, 72.000 pequeños y grandes ladrones fueron ejecutados durante el reinado de Enrique VIII.229

Naturalmente, ni siquiera los pensadores altamente respetados de la clase dominante podían adoptar una posición que disintiese de la forma sumamente cruel de someter a aquellos que había que mantener bajo la forma de control más estricta, en interés del or-den establecido. Al menos, no hasta que las condiciones cambiantes de la propia producción crearon la necesidad de una fuerza laboral —muy ampliada— bajo las condiciones expansionistas de la revo-lución industrial.

229 Marx, El capital, vol. 1, pp. 713-14 y 734-36.

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En los tiempos en que John Locke escribió, había una deman-da de personal para empleos lucrativos mayor que la que hubo en la época de Enrique VIII, aunque todavía muy lejos de la que se alcanzó durante la Revolución Industrial. Por lo tanto, el “exceden-te de población” en significativa disminución ya no tenía que ser exterminado físicamente como antes. Sin embargo sí tenía que ser tratado del modo más autoritario, racionalizando al mismo tiempo la brutalidad e inhumanidad recomendadas en nombre de la mora-lidad altisonante. De igual manera, en las últimas décadas del siglo XVII, en conformidad con el punto de vista de la economía políti-ca del capital en ese tiempo, el gran ídolo del liberalismo moderno, John Locke —un terrateniente que vivía fuera de sus tierras en So-mersetshire, y a la vez funcionario gubernamental con un sueldo sumamente generoso— predicaba la misma “trivialidad infantil” descrita por Marx. Locke insistía en que la causa de

El aumento del número de pobres (…) no puede significar otra cosa que el relajamiento de la disciplina y la corrupción de las costumbres; la virtud y la laboriosidad andan siempre juntas por su lado, en tanto que el vicio y la ociosidad lo hacen por el suyo. Por lo tanto, el primer paso para poner a trabajar a los pobres (…) debería ser la restricción de su libertinaje me-diante la estricta puesta en práctica de las leyes dictadas contra este [por Enrique VIII y otros].230

Como percibía anualmente la renumeración casi astronómica de alrededor de mil quinientas libras por sus servicios al gobierno (como Comisionado de la Junta de Comercio: uno de sus varios car-gos), Locke no vacilaba en elogiar la perspectiva de que los pobres ganasen “un penique al día”,231 es decir, una suma aproximadamen-te 1.000 veces más baja que sus propios ingresos por cuenta de uno

230 Locke, “Memorandum on the Reform of the Poor Law”, en H.R. Fox Bourne, The Life of John Locke, King, Londres, 1876, Vol. 2, p. 378.

231 Ibid., p. 383.

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solo de sus cargos en el gobierno. No causa sorpresa, entonces, que “El valor de sus propiedades para el momento de su muerte —cer-ca de 20.000 libras, de las cuales 12.000 eran en efectivo— resul-tase comparable con el de un próspero comerciante londinense”.232 ¡Todo un éxito para alguien cuya fuente de ingresos principal era exprimir —y confesamente de muy buen grado— al Estado!

Más aún, siendo un auténtico señor, con muy altos intereses eco-nómicos que proteger, quería también reglamentar los movimien-tos de los pobres mediante la draconiana medida de los pases, y propuso:

Que todos los hombres que mendiguen sin pases en comarcas marí-timas, estando baldados o que sobrepasen los cincuenta años de edad, y todos aquellos de cualquier edad que mendiguen también sin pases en comarcas del interior sin ningún litoral marino, sean enviados al correc-cional más cercano, para ser tenidos allí a trabajos forzados durante tres años.233

Y mientras las brutales leyes de Enrique VIII y Eduardo VI que-rían que se les cortase nada más “la mitad de la oreja” a los trans-gresores reincidentes, nuestro gran filósofo liberal y funcionario gubernamental —una de las figuras prominentes en el preludio de la Ilustración inglesa— sugería una mejora de esas leyes recomen-dando solemnemente la pérdida de las dos orejas, aplicable de una vez a los transgresores primerizos.234

Al mismo tiempo, en su “Memorando sobre la reforma de la ley de los pobres” Locke proponía también la institución de escuelas talleres para los hijos de éstos desde una edad muy temprana, argu-mentando que:

232 Neal Wood, The Politics of Locke’s Philosophy, University of Cali-fornia Press, Berkeley, 1983, p. 26.

233 Locke, “Memorandum on the Reform of the Poor Law”, op.cit., p. 380.

234 Ibid.

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Los hijos de la gente trabajadora suelen constituir una carga para el municipio, y por lo general se les mantiene en la holgazanería, por lo que su trabajo generalmente se pierde para la colectividad hasta los doce o catorce años de edad. El correctivo más efectivo que podemos concebir para eso, y que humildemente proponemos, es que en la antes mencionada nueva ley que se va a promulgar se estipule definitivamente que en cada municipio se funden escuelas talleres, a las que se les obligará a entrar a los hijos de todos los que dependen de la ayuda del municipio, entre los tres y los catorce años de edad, (…)235

Sin ser él mismo un hombre religioso, la principal preocupación de Locke era cómo combinar la severa disciplina de trabajo y el adoctrinamiento religioso con un máximo de economización finan-ciera estatal y municipal. Argumentaba que

Otra ventaja adicional de hacer ir a los niños a una escuela taller es que por ese medio se les podría obligar a asistir regularmente a la igle-sia cada domingo, junto con sus maestros y maestras, con lo cual se les podría inculcar algo de religión; mientras que en la actualidad, dado que por lo general están siendo criados en la holgazanería y el relajo, ellos permanecen totalmente ajenos tanto a la religión y la moralidad como a la laboriosidad.236

Obviamente, entonces, las medidas que había que aplicarles a los “trabajadores pobres” eran radicalmente distintas de las que los “hombres de ilustración” consideraban adecuadas para sí mis-mos. A fin de cuentas todo se reducía a meras relaciones de poder, impuestas con suma brutalidad y violencia en el transcurso de los desarrollos capitalistas iniciales, independientemente de cómo eran racionalizados en los “condescendientes anales de economía políti-ca”, en palabras de Marx.

235 Locke, “Memorandum on the Reform of the Poor Law”, op.cit., p. 383.

236 Ibid., pp. 384-85.

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Como es natural, las instituciones educativas tuvieron que ser adaptadas con el paso del tiempo, de acuerdo con las cambiantes determinaciones productivas del sistema del capital. De esa ma-nera, la suma brutalidad y la violencia impuesta por la vía legal como medios educativos —una vez que las figuras de los inicios de la Ilustración, como el propio Locke, no solo las aceptaban in-condicionalmente sino hasta las promovían activamente, como he-mos visto— tuvieron que ser dejadas atrás. Fueron abandonadas no por causa de consideraciones humanitarias, aunque con frecuencia se les racionalizó en esos términos, sino porque se comprobó que mantener la maquinaria de la imposición estricta resultaba econó-micamente despilfarradora, o por lo menos superflua. Y eso era cierto no solo en cuanto a las instituciones educativas formales sino también en algunos campos conectados indirectamente con las ideas educativas. Para tomar un solo ejemplo significativo, el éxito inicial del experimento de Robert Owen no se debió al humanitaria-nismo paternalista de su capitalista ilustrado, sino a la relativa ven-taja productiva que al principio disfrutó la empresa industrial de su comunidad utópica. Porque gracias a la reducción del día de trabajo absurdamente largo que prevalecía como regla general para ese mo-mento, el enfoque owenista del trabajo resultó en una intensidad mucho mayor de realización productiva durante el horario reduci-do. Sin embargo, una vez que las prácticas similares tuvieron una difusión más amplia, como tenía que ser bajo las reglas de la com-petencia capitalista, su empresa se vio condenada al fracaso y entró en bancarrota, a pesar de las opiniones indudablemente avanzadas de Owen en materia educativa.

Las determinaciones generales del capital afectan profundamen-te a cada una de las áreas que tienen algo que ver con la educación, y no nada más a las instituciones educativas formales. Estas últimas están estrechamente integradas a la totalidad de los procesos socia-les. No pueden funcionar apropiadamente si no están en sintonía con las determinaciones educativas abarcantes de la sociedad en su conjunto.

Bajo el dominio del capital la cuestión crucial es asegurar que los individuos en particular adopten las metas reproductivas

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objetivamente factibles del sistema como “sus propios fines”. En otras palabras, en un sentido verdaderamente amplio del término educación, se trata de que los individuos “interioricen” —como se indicó en el segundo párrafo de esta sección— la legitimidad de la posición que se les asigne en la jerarquía social, junto con sus ex-pectaciones “apropiadas” y las formas de conducta “correctas” más o menos explícitamente estipuladas en ese terreno. A medida que la interiorización pueda ir ejerciendo sus buenos oficios en la afir-mación de los parámetros reproductivos generales del sistema del capital, la brutalidad y la violencia podrán ser pasadas a un segun-do plano (aunque en modo alguno abandonadas permanentemente), como modalidades despilfarradoras de la imposición de valores, como ciertamente ha ocurrido en el transcurso de los desarrollos capitalistas modernos. Solo en períodos de crisis aguda se regresa a su posición prominente el arsenal de brutalidad y violencia a fin de imponer valores, como en tiempos recientes lo demostró la tra-gedia de los miles de desaparecidos en Chile y Argentina.

Sin duda, las instituciones educativas formales constituyen una parte importante del sistema de interiorización general. Pero nada más una parte. Estén participando o no los individuos —durante una cantidad de años mayor o menor, pero siempre muy limitada— dentro de las instituciones de la educación formal, tienen que ser inducidos a la aceptación activa (o más o menos resignada) de los principios orientadores reproductivos dominantes de la sociedad en sí misma, como le convenga a su posición en el orden social, y en concordancia con las tareas reproductivas que les sean asignadas. Bajo condiciones de esclavitud o servidumbre feudal este proble-ma resulta ser muy diferente de lo que tiene que prevalecer bajo el capitalismo, incluso si los individuos trabajadores individuales no están educados formalmente, o lo están en pequeña medida, en el sentido formal del término. Sin embargo, al interiorizar las ubicuas presiones externas, tienen que adoptar las perspectivas generales de la sociedad mercantilizada como los límites individualistamente incuestionables de sus propias aspiraciones. Únicamente la acción

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colectiva plenamente consciente puede sacarlos de esa situación paralizadora.

Visto desde esa perspectiva, queda muy claro que la educación formal no constituye la fuerza cimentadora ideológica primordial del sistema del capital; y que tampoco es capaz de proporcionar, por sí misma, una alternativa emancipadora radical para el mismo. Una de las funciones principales de la educación formal en nuestras sociedades es producir toda la conformidad o el “consenso” que pueda, dentro y a través de sus propios límites institucionalizados y legalmente sancionados. Sería un milagro descomunal esperar de la sociedad mercantilizada que ella promulgue activamente —o aun-que sea tolere— un mandato que incite a sus instituciones educati-vas formales a abrazar a plenitud la gran tarea histórica de nuestro tiempo: es decir, la tarea de romper la lógica del capital en pro de la supervivencia de la humanidad. Es por eso que también en el campo de la educación los correctivos “no pueden ser formales; tienen que ser esenciales”. En otras palabras, tienen que abrazar la totalidad de las prácticas educativas de la sociedad establecida.

Las soluciones educativas formales, incluso algunas de las más importantes, y hasta cuando estén protegidas por la ley, podrán ser revertidas del todo mientras la lógica del capital se mantenga in-tacta como el marco orientador de la sociedad. En Inglaterra, por ejemplo, los principales debates acerca de la educación, durante varias décadas, se centraron en la cuestión de las “comprehensive schools”237§ que se instituirían en sustitución del sistema escolar eli-tesco establecido largo tiempo atrás. En el transcurso de esos deba-tes el Partido Laborista inglés no solo adoptó como punto clave de su programa electoral la estrategia de reemplazar el anterior sistema de aprendizaje privilegiado por las “comprehensive schools”, sino además le dio forma legal a esa política cuando logró llegar al go-bierno, aunque ni siquiera entonces se atrevió a tocar al sector más

237 § [Escuelas de secundaria de ingreso no selectivo, a diferencia de las “Grammar Schools”, N.del T.]

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privilegiado de la educación, las llamadas “public schools”.238 En la actualidad, sin embargo, el gobierno inglés del “nuevo laborismo” está empeñado en desmantelar el sistema de las “comprehensive schools”, no solo mediante la restauración de las viejas instituciones educativas elitescas sino además instituyendo una nueva variedad de “academias” que favorecen a la clase media y se le suman a aqué-llas, a pesar de todas las críticas, incluso dentro de sus propios parti-darios, por el establecimiento de un “sistema dual” en ese campo, igual al sistema dual en vías de ser establecido y fortalecido por el gobierno en el Servicio de Salud Nacional.

Por consiguiente, no es posible escapar siquiera de la “formi-dable cárcel” del sistema escolar establecido (condensado en esas palabras por José Martí) simplemente reformándolo. Porque lo que había antes de tales reformas con toda seguridad será restaurado tarde o temprano, pues ningún cambio institucional aislado logra-rá desafiar la lógica general autoafirmadora del capital en sí mis-mo. Lo que necesitamos confrontar y alterar en lo fundamental es el sistema entero de la interiorización, en todas sus dimensiones visibles y ocultas. Romper la lógica del capital en el campo de la educación es, por consiguiente, sinónimo de reemplazar las formas ubicuas y profundamente afincadas de la interiorización mistifica-dora por una alternativa positiva abarcante.

Ese es el punto al que le pondremos atención ahora.

8. 3 “El aprendizaje es nuestra vida misma, desde la ju-ventud hasta la vejez”

Paracelso tenía absolutamente toda la razón en su época, y la sigue teniendo en la actualidad: “El aprendizaje es nuestra vida misma, desde la juventud hasta la vejez, en verdad hasta el borde la muerte; nadie vive durante diez horas sin aprender”. La gran pre-gunta es: ¿qué es lo que aprendemos, de una u otra manera? ¿Todo conduce a la autorrealización de los individuos como humanamente

238 ª En Inglaterra las “Public Schools” no son “escuelas públicas”, como cabría esperar, sino “Escuelas privadas” que cobran anualidades exorbitan-tes.

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“individuos sociales ricos” (en palabras de Marx), o está al servi-cio de la perpetuación, a sabiendas o no, del orden social alienante y definitivamente incontrolable del capital? ¿Es el conocimiento lo que se requiere para convertir en realidad el ideal de la emancipa-ción humana, junto con la firme determinación y dedicación para llegar a la autoemancipación de la humanidad y completarla exi-tosamente, a pesar de todas las adversidades? ¿O es, por el contra-rio, la adopción de modos de comportamiento por los individuos en particular lo que favorece únicamente la realización de los fines co-sificados del capital? En ese significado tan amplio y tan profundo de educación, que incluye de forma prominente todos los momen-tos de nuestra vida activa, podemos estar de acuerdo con Paracelso en que hay tantas cosas que se deciden (casi que todo), para bien o para mal —no solo para nosotros mismos como individuos, sino simultáneamente también para la humanidad— en todas esas horas inevitables que no podemos pasar “sin aprender”. Ello es así porque en verdad “el aprendizaje es nuestra vida misma”. Y puesto que hay tanto que se decide de esa manera para mejor o para peor, el éxito dependerá de que convirtamos a ese proceso de aprendizaje, en el sentido amplísimo que le da Paracelso, en un proceso consciente, a fin de maximizar lo mejor y minimizar lo peor.

Tan solo la más amplia concepción de la educación nos puede ayudar a procurar la meta del verdadero cambio radical proporcio-nando las palancas mediante las cuales se pueda romper la lógica mistificadora del capital. Esa manera de abordar las cosas consti-tuye, en verdad, la esperanza y la garantía del éxito factible. Por el contrario, caer en la tentación de las meras reparaciones institucio-nales formales —el “poco a poco” de la conseja reformista desde tiempo inmemorial— significa seguir atrapados dentro del círculo vicioso de la lógica al servicio de sí misma del capital, institucional-mente articulada y salvaguardada. Esta última manera de ver tanto los problemas mismos como sus soluciones “realistas” es cultivada y propagandizada cuidadosamente en nuestras sociedades, en tanto que la alternativa real genuina y de largo alcance es descalificada a priori y descartada altisonantemente como “política de la gesti-culación”. Esa clase de enfoque es incurablemente elitesca aunque

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pretenda ser democrática. Porque define a la educación y a la acti-vidad intelectual de la manera más estrecha posible, como la única forma correcta y apropiada de preservar los “patrones civilizados” por parte de quienes están destinados a “educar” y gobernar, en contra de “la anarquía y la subversión”. Al mismo tiempo excluye a la inmensa mayoría de la humanidad del terreno de la actuación como sujetos, y los condena a ser considerados para siempre como objetos (y manipulados en tal sentido), en nombre de la presunta superioridad de la élite: “meritocrática”, “tecnocrática”, “empresa-rial” o algo por el estilo.

En contra de la concepción tendenciosamente estrecha de la edu-cación y de la vida intelectual, que por supuesto tiene la intención de mantener al trabajo “en su lugar adecuado”, Gramsci argumenta-ba enfáticamente hace ya largo tiempo que

No existe actividad humana de la que se pueda excluir toda interven-ción intelectual: el homo faber no puede ser separado del homo sapiens. Y todo hombre, aparte de su propio trabajo, desarrolla alguna actividad intelectual; es, en otras palabras, un “filósofo”, un artista, un hombre con sensibilidad, comparte una concepción del mundo, sigue una línea cons-ciente de conducta moral, y así contribuye a mantener o cambiar una concepción del mundo, es decir, a estimular nuevas formas de pensar.239

Como podemos ver, la posición de Gramsci es profundamente democrática. Es la única sostenible. Y tiene una doble conclusión. Primero, insiste en que todos los seres humanos contribuyen de uno u otro modo a la formación de la concepción del mundo pre-valeciente. Y segundo, subraya que esa contribución puede caer en las categorías contrapuestas de “mantener” y “cambiar”. No pue-de ser simplemente la una o la otra, sino también ambas a la vez. Cuál de las dos resulta estar más acentuada, y hasta qué grado, dependerá obviamente de la manera como las fuerzas sociales en conflicto chocan entre sí y hacen valer sus intereses alternativos de

239 Antonio Gramsci, “The Formation of Intellectuals”, en The Modern Prince and Other Writings, Lawrence and Wishart, Londres, 1957, p. 121.

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importancia. En otras palabras, la dinámica de la historia no es al-guna misteriosa fuerza externa sino la intervención de la gran mul-tiplicidad de seres humanos en el proceso histórico real, dentro de la línea de “mantener y/o cambiar” —en un período relativamente estático en el que se “mantiene” mucho más de lo que se “cambia”, o viceversa en tiempos de un importante repunte de la intensidad de las confrontaciones hegemónicas antagonísticas— la concepción del mundo establecida, y de esa forma demorar o acelerar la llegada de un cambio social significativo.

Eso pone en su debida perspectiva las pretensiones elitescas de los políticos y educadores autodesignados. Porque ellos no pueden cambiar a voluntad la “concepción del mundo” de su época, sin im-portar cuánto les gustaría hacerlo, y sin importar tampoco lo in-menso que pueda ser el aparato propagandístico a su disposición. Un proceso ineludiblemente colectivo de proporciones vitales no puede ser expropiado para siempre ni siquiera por los agentes polí-ticos e intelectuales más diestros y más generosamente financiados. Si no fuese por ese inconveniente “hecho brutal” puesto en eviden-cia con tanto énfasis por Gramsci, la dominación de la estrecha edu-cación formal institucional podría reinar eternamente a favor del capital.

No existe manipulación desde arriba tal que pueda convertir al proceso inmensamente complejo de conformar la visión de mundo general de nuestros tiempos —hecha de las incontables concepcio-nes particulares constituidas sobre la base de intereses hegemóni-cos alternativos objetivamente inconciliables, independientemente de lo conscientes de los antagonismos estructurales subyacentes que puedan estar los individuos involucrados— en un dispositivo uniforme y homogéneo, que funcione como el promotor perma-nente de la lógica del capital. Ni siquiera el aspecto de “mantener” puede ser considerado constituyente pasivo de la concepción del mundo prevaleciente de los individuos. Si bien de una manera muy diferente a la del aspecto de “cambiar” la visión de mundo de la época, resulta sin embargo activo y beneficioso para el capital, pero solo en tanto se mantenga activo. Eso significa que el “mantener” tiene (y debe tenerla) su propia base de racionalidad, sin importar

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cuán problemática resulte en lo que atañe a la alternativa hegemó-nica del trabajo. Es decir, no solo tienen que producirlo en algún punto en el tiempo las clases de los individuos estructuralmente do-minadas, sino que además ellas también tienen que reproducirlo constantemente, sujeto a la permanencia (o no) de su base de racio-nalidad original. Cuando una mayoría significativa de la población —algo que se aproxima al 70 % en muchos países— le da la espalda con desdén al “proceso democrático” del ritual electoral, habiendo luchado por el derecho al voto durante décadas en el pasado, ello muestra un viraje real en la actitud hacia el orden dominante; po-dríamos decir que se trata de una grieta en las gruesas capas de friso cuidadosamente aplicadas sobre la fachada “democrática” del siste-ma. Sin embargo, de ninguna manera se podría o debería interpre-tar eso como una retirada radical del mantener la concepción del mundo hoy dominante.

Naturalmente, en medio de una crisis revolucionaria las condiciones son mucho más favorables para la actitud de “cambiar” y para el surgimiento de una concepción del mundo alternativa, lo que Lenin describió como el tiempo “en que las clases dominantes no pueden dominar a la manera antigua, y las clases subordinadas no quieren vivir a la manera antigua”. Se trata de momentos históricos absolutamente extraordinarios, y no pueden ser prolongados como uno quisiera, como lo demostró el fracaso de las estrategias voluntaristas en el pasado.240 Así, respecto a “mantener”

240 “La dificultad estriba en que el ‘momento’ de la política radical está limitado estrictamente por la naturaleza de las crisis en cuestión y las deter-minaciones temporales de su desenvolvimiento. La brecha abierta en tiem-po de crisis no se puede dejar abierta para siempre, y las medidas adoptadas para cerrarla, desde los primeros pasos en adelante tienen su propia lógica y su impacto acumulativo en las intervenciones subsiguientes. Más aún, tanto las estructuras socioeconómicas existentes como su correspondiente marco de instituciones políticas tienden a actuar en contra de las iniciativas radica-les por su misma inercia en cuanto el peor momento de la crisis es superado y con ello se hace posible sopesar de nuevo “el camino más fácil”. (…) Por paradójico que pueda sonar, lo único que puede prolongar el momento de la política radical es una autodeterminación radical de la política. Si se quiere

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y “cambiar” la concepción del mundo establecida, el punto fundamental es la necesidad de modificar, de manera perdurable, el modo de interiorización que prevalece históricamente. Sin eso resultaría totalmente inconcebible romper la lógica del capital en el campo de la educación. Y, más importante todavía, esa relación puede y tiene que ser expresada también de una manera positiva. Porque el dominio del capital puede ser roto, y lo será, gracias a un cambio radical en el hoy preponderante modo de interiorización, que le brinda sostén a la concepción del mundo dominante.

Hay que insistir hasta el cansancio en la importancia estratégi-ca de la concepción más amplia de la educación, expresada en la frase: “el aprendizaje es nuestra vida misma”. Porque mucho de nuestro proceso de aprendizaje continuo reside, afortunadamente, fuera de las instituciones educativas formales. Afortunadamente porque esos procesos no pueden ser manipulados y controlados fá-cilmente por el marco educativo formal legalmente salvaguardado y sancionado. Lo abarcan todo, desde nuestras respuestas críticas incipientes vis-à-vis el entorno material más o menos desprovisto de nuestra primera niñez, y luego el primer encuentro con la poesía y el arte, hasta llegar a las múltiples experiencias de trabajo, someti-das al escrutinio razonado que nosotros mismos nos hacemos y nos hace también la gente con las que las compartimos, y, por supuesto

que ese ‘momento’ no se vea disipado bajo el peso de las presiones econó-micas inmediatas, habrá que encontrar la manera de extender su influencia bastante más allá del punto culminante de la crisis misma (el punto culmi-nante, o sea cuando por lo general la política radical tiende a hacer valer su efectividad). Y dado que la duración temporal de la crisis en sí no puede ser prolongada a voluntad —ni debería serlo, ya que la política voluntaris-ta, con su ‘estado de emergencia’ manipulado artificialmente, solo puede intentarlo a su propio riesgo, alienando con ello a las masas populares en lugar de asegurarles su sostén— la solución solo puede surgir de la exitosa conversión del “tiempo efímero” en espacio perdurable mediante la rees-tructuración de los poderes y las instituciones de la toma de decisiones”. I. Mészáros, Más allá del capital, pp. 1096-1097. [Con ligera modificación, N.del T.]

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hasta nuestra participación de muy distintas maneras en conflictos y confrontaciones a lo largo de nuestras vidas, incluidas las disputas sociales, políticas y morales del presente.

Solo una pequeña parte de todo esto tiene conexión directa con la educación formal. Pero es de gran importancia no solamente en nuestros primeros años de formación sino durante toda la vida, cuando hay tanto que ir reevaluando constantemente y verterlo en una unidad funcional coherente y orgánica, sin la cual en lugar de poseer una personalidad nos haríamos añicos: inútiles e incapaci-tados, incluso para servir a fines sociopolíticos autoritarios. La pe-sadilla de 1984 de Orwell es irrealizable precisamente porque la inmensa mayoría de nuestras experiencias constitutivas siguen es-tando —y seguirán estando siempre— fuera del campo del control y la imposición institucional formal. Sin duda, muchas escuelas pueden causar un gran daño, y merecen por ello que Martí las haya criticado severamente como “formidables cárceles”. Pero ni siquie-ra el peor de sus cercos está en capacidad de prevalecer de manera uniforme. Los jóvenes pueden hallar alimento intelectual, moral y artístico en cualquier otra parte.

En lo personal tuve la gran fortuna de encontrar, a la edad de ocho años, un maestro muy grande. No en la escuela, sino casi por casualidad. Ha sido mi compañero desde entonces, todos los días. Su nombre es Attila József: un gigante de la literatura mundial. Los que han leído el epígrafe de mi libro, Más allá del capital, ya cono-cen su nombre. Pero permítanme citar unos cuantos versos de otro de sus grandes poemas, que escogí para epígrafe del presente libro:

Ni Dios ni la mente, sinoel carbón, el hierro y el petróleo, la materia real nos ha creado,echándonos hirvientes y violentos,en los moldes de estasociedad terrible,para afincarnos, por la humanidad,en el eterno suelo. Tras los sacerdotes, los soldados

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y los burgueses al fin nos hemos vuelto fielesoidores de las leyes: por eso el sentido de toda obra humanazumba en nosotroscomo el violón profundo.241

Esos versos fueron escritos hace setenta y un años, en 1933, cuando Hitler llegó al poder en Alemania. Pero nos hablan hoy día a todos nosotros con mayor intensidad que nunca. Nos invitan a es-cuchar las leyes con atención y fidelidad, y a proclamarlas por todas partes con clara y viva voz. Porque lo que está en juego en la actua-lidad es nada menos que la supervivencia misma de la humanidad. Ninguna práctica educativa formal pervertidora podrá extinguir la perdurable validez y fuerza de esas influencias.

Sí, “el aprendizaje es nuestra vida misma”, como lo expuso Pa-racelso hace casi cinco siglos, y tras sus huellas también muchos otros que quizá ni siquiera escucharon hablar de ese nombre. Para hacer que esa verdad sea patente, como tiene que serlo, tenemos que hacer la reclamación del territorio entero de la educación de toda la vida, a fin de poder poner en su debida perspectiva su parte formal, en pro de la institución de una reforma radical también allí. Tal cosa no puede hacerse sin desafiar a las formas de interiorización hoy dominantes, fortalecidas en gran medida y puestas a favor del ca-pital por el propio sistema educativo formal. De hecho, tal y como están las cosas hoy día, la función principal de la educación formal es actuar como perro guardián autoritario ex officio, inductor de un conformismo generalizado en los modos de interiorización es-tablecidos para subordinarlos a los requerimientos del orden esta-blecido. Que la educación formal no pueda lograr la creación de la conformidad universal no altera el hecho de que en su conjunto está orientada hacia ese fin. Los maestros y alumnos que se rebe-lan contra ese designio lo hacen con las municiones que adquieren

241 Attila József, Al borde de la ciudad (A város peremén). Traducción de Fayad Jamís.

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de sus colegas rebeldes dentro del campo formal, y del terreno más amplio de la experiencia educativa “de la juventud a la vejez”.

Lo que necesitamos con urgencia es, entonces, una actividad de “contrainteriorización” coherente y sostenida que no se ago-te en la negación —por necesaria que ella sea como una fase de esta empresa— sino que defina sus objetivos fundamentales como la creación de una abarcadora alternativa a lo existente que resul-te sustentable de manera positiva. Hace casi treinta años yo es-taba editando y presentando un volumen de ensayos del destacado historiador y pensador político filipino Renato Constantino. En ese tiempo el régimen clientelar de los Estados Unidos del “Gene-ral” Marcos lo mantenía bajo las restricciones autoritarias más se-veras. En algún momento logró hacerme llegar el mensaje de que a él le gustaría que el libro se titulase Identidad neocolonial y contraconciencia,242 que de hecho fue la forma como apareció. Ple-namente consciente del impacto esclavizador de la interiorización de la conciencia colonial en su país, Constantino trataba de poner el acento sobre la tarea histórica de producir un sistema de educa-ción alternativo y perdurable, con todos los medios a disposición del pueblo, mucho más allá del campo educativo formal. La “contra-conciencia” adquiría así un significado positivo. En relación con el pasado, Constantino señalaba que

Desde sus comienzos, la colonización española operó más a través de la religión que a través de la fuerza, afectando así profundamente a la conciencia. (…) El amoldamiento de la conciencia en el interés del con-trol colonial sería repetido en otro plano por los norteamericanos que, después de una década de represión masiva, operaron igualmente a tra-

242 Renato Constantino, Neo-Colonial Identity and Counter-Cons-ciousness: Essays on Cultural Decolonization, The Merlin Press, Lon-dres, 1978, 307 páginas. Publicado en los Estados Unidos por M.E. Sharpe Inc., White Plains, N.Y., 1978.

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vés de la conciencia, esta vez empleando la educación y otras instituciones culturales.243

Y dejó claro que la constitución de una conciencia contracolonial descolonizada involucraba directamente a las masas populares en la empresa crítica. Definía así el significado de una “filosofía de la liberación” que él propugnaba:

En sí es algo que se desarrolla dependiendo del crecimiento de la con-ciencia. (…) No es contemplativa; es activa y dinámica y envuelve tanto a la situación objetiva como a la reacción subjetiva del grupo involucrado. No puede ser la obra de un grupo selecto, aunque ese grupo se considere motivado por los mejores intereses del pueblo. Necesita de la participación de la columna vertebral de la nación.244

En otras palabras, el enfoque educativo propugnado tenía que abrazar la totalidad de las prácticas culturales/educativas/políticas en la más amplia concepción de las transformaciones emancipado-ras. Es así como una contraconciencia concebida estratégicamente podría cumplir su gran misión educativa, como la alternativa nece-saria a la interiorización dominada colonialmente.

Ciertamente, el papel y la correspondiente responsabilidad de la educación no podría ser mayor. Porque, como lo dejó claro José Martí, la búsqueda de la cultura, en el sentido apropiado del tér-mino, implica el elevadísimo riesgo de que ella es inseparable del objetivo fundamental de la liberación. Él insistía en que “ser cultos es el único modo de ser libres”. Y condensó de una manera muy her-mosa la raison d’être de la educación misma: “Educar es deposi-tar en cada hombre toda la obra humana que le ha antecedido: es hacer a cada hombre el resumen del mundo viviente hasta el día en que vive”.245 Ello resulta del todo imposible dentro de los

243 Ibid., pp. 20-21.

244 Ibid. p. 23.

245 Citado en Jorge Lezcano Pérez, “Introducción” a José Martí: 150 Ani-versario, Casa Editora de la Embajada de Cuba en Brasil, Brasilia, 2003,p. 8.

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estrechos límites de la educación formal tal y como ella está consti-tuida, bajo toda clase de fuertes restricciones, en nuestro tiempo. El propio Martí sentía que había que rehacer la totalidad del proceso educativo en todos sus aspectos, desde su comienzo mismo hasta un final abierto, para transformar la “formidable cárcel” en un lugar de emancipación y genuina realización. Por eso en 1889 escribió tam-bién y publicó por cuenta propia una publicación mensual para los jóvenes, La Edad de Oro.246

En ese espíritu se podrían juntar todas las dimensiones de la edu-cación. Los principios orientadores de la educación formal tienen que ser desvestidos de esa forma del ropaje de la lógica impositora de la conformidad del capital, y moverse en cambio en dirección a un intercambio activo y positivo con las prácticas educativas más amplias. Los principios y las prácticas se necesitan mucho mutua-mente. Sin un intercambio progresivo consciente con los procesos omniabarcantes de la educación como “nuestra vida misma”, la edu-cación formal no puede satisfacer sus tan necesitadas aspiraciones emancipadoras. Sin embargo, si los elementos progresistas de la educación formal logran redefinir su tarea en un espíritu orientado hacia la perspectiva de una alternativa hegemónica al orden existen-te, podrán hacer una contribución vital para la ruptura de la lógica del capital no solamente en su propio campo más limitado sino en la sociedad en su conjunto.

8. 4 La educación como la “superación positiva de la au-toalienación del trabajo”

Vivimos bajo condiciones de alienación deshumanizadora y de trastrocamiento fetichista del verdadero estado de las cosas en la

246 Martí tenía la intención de que fuese un proyecto progresivo, y no fue su culpa que solamente se pudiesen publicar cuatro números por falta de apoyo financiero. Hoy los cuatro números están reproducidos en el volumen 18 de las Obras completas de José Martí, pp. 299-503. No es posible leer hoy la preocupación expresada en esas páginas sin quedar hondamente con-movido.

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conciencia (caracterizado muchas veces también como “cosifica-ción”), porque el capital no puede ejercer sus funciones metabóli-cas sociales de reproducción ampliada de ninguna otra forma. Para cambiar esas condiciones se requiere de una intervención conscien-te en todos los terrenos de nuestra existencia individual y social. Es por eso que, según Marx, los seres humanos deben “cambiar de arriba abajo las condiciones de su existencia industrial y política, y en consecuencia toda su manera de ser”.247

Marx afirmaba también que —si andamos en busca del punto de Arquímedes a partir del cual las contradicciones mistificadoras de nuestro orden social se pueden volver inteligibles y superables— en las raíces de todas las variedades de la alienación hallaremos la alienación del trabajo desenvolviéndose en la historia: un proceso de autoalienación esclavizadora. Pero precisamente porque esta-mos inmersos en un proceso histórico, impuesto no por un agente mítico externo de predestinación metafísica (caracterizado como la ineludible “suerte humana”248) ni ciertamente por una “naturaleza humana” incambiable —la manera como a menudo es representado tendenciosamente ese problema— sino por el trabajo mismo, es po-sible superar la alienación mediante la reestructuración radical de nuestras condiciones de existencia establecidas desde hace largo tiempo, y con ello “toda nuestra manera de ser”.

En consecuencia, la necesaria intervención consciente en el pro-ceso histórico, orientada por la tarea adoptada de superar la alie-nación a través del nuevo metabolismo reproductivo social de los “productores libremente asociados”, constituye un tipo de acción sostenida estratégicamente que no puede ser nada más cuestión de una negación, no importa cuán radical. Porque en opinión de Marx todas las formas de negación siguen siendo condicionadas por el objeto de su negación. Y en verdad es peor que eso. Como la amarga experiencia histórica nos lo ha demostrado ampliamente

247 Marx, The Poverty of Philosophy, Lawrence and Wishart, Londres (sin fecha), p. 123. 248 “Estamos condenados a un valle de lágrimas” en una versión y “esta-mos condenados a la angustia de la libertad” en otra.

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en el pasado reciente, la inercia condicionadora del objeto negado tiende a hacerse más poderosa con el paso del tiempo, e impone al comienzo el seguimiento del “camino más fácil” y luego —con in-tensidad cada vez mayor— la “racionalidad” de retroceder hasta las “prácticas ya aprobadas” del status quo ante, destinadas a sobrevi-vir en las dimensiones sin reestructurar del orden anterior.

Es aquí donde la educación —en el sentido del término más abarcante, como acabamos de considerar— pasa al primer plano. Inevitablemente, los primeros pasos de una transformación social de envergadura en nuestra época implican la necesidad de poner bajo control la política estatal hostil que se opone, y por naturale-za propia tiene que oponerse, a toda idea de reestructuración so-cial que lo abarque todo. En ese sentido la negación radical de la estructura de mando política general del sistema establecido debe hacerse valer, en su inevitable negatividad predominante, en la fase inicial de la transformación que se pretende. Pero incluso en esa fase, y ciertamente antes de la conquista del poder político, la ne-cesaria negación resultará apropiada para el papel asumido solo si ha sido conformada de manera positiva según el objetivo general de la transformación social prevista, como la brújula para todo el viaje. Por consiguiente, el papel de la educación tiene una impor-tancia vital, desde el propio comienzo, para la ruptura de la inte-riorización predominante de las escogencias políticas restringidas a la interesada “legitimación constitucional democrática” del Estado capitalista. Porque también esa “contrainteriorización” (o “contra-conciencia”) requiere de la anticipación de los amplios principios generales positivos de la manera radicalmente diferente de admi-nistrar las funciones generales de la toma de decisiones de la socie-dad, mucho más allá de la expropiación de larga data, por parte de la política, del poder de tomar todas las decisiones fundamentales, que además les son impuestas sin contemplaciones a los individuos, como la forma de alienación par excellence bajo el orden existente.

Sin embargo, la tarea histórica que debemos encarar sobrepasa en enorme medida a la mera negación del capitalismo. El concepto de ir más allá del capital tiene un carácter inherentemente positivo. Prevé la realización de un orden metabólico social que se sostiene a

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sí mismo de manera positiva, sin ninguna referencia autojustifica-dora a los males del capitalismo. Tiene que ser así, porque la nega-ción directa de las variadas manifestaciones de la alienación sigue estando condicionada por aquello que ella niega, y por consiguiente continúa siendo vulnerable en virtud de ese condicionamiento.

La estrategia reformista de defender el capitalismo está basada de hecho en la tentativa de pretender un cambio gradual en la so-ciedad, mediante el cual los defectos particulares sean removidos para así socavar la base sobre la que se puedan articular las exi-gencias de un sistema alternativo. Ello es factible tan solo en la teoría tendenciosamente ficticia, pues en la práctica las “reformas” remediales pretendidas resultan estructuralmente irrealizables den-tro del marco establecido de la sociedad. Así queda claro que el ob-jeto real del reformismo no es en modo alguno el que él pretende para sí: el correctivo real de los innegables defectos particulares, aunque deliberadamente se minimice su magnitud, y aun si se ad-mite autoabsolvedoramente que la manera proyectada de ocuparse de ellos será muy lenta. El único término dentro de ese discurso que tiene un referente intencionadamente real es “gradual”, y has-ta este resulta estar abusivamente inflado para volverlo estrategia general, que no podría serlo. Porque los defectos particulares del capitalismo no pueden ser examinados ni siquiera superficialmente, y mucho menos aún genuinamente remediados, sin referirlos al sis-tema como totalidad, que los produce obligadamente y los repro-duce constantemente.

La negativa reformista a abordar las contradicciones del sistema existente, en nombre de la supuesta legitimidad de ocuparse sola-mente de las manifestaciones particulares —o, en sus varieda-des “posmodernas”, el rechazo a priori de las llamadas “grandes narratives” a favor de los “petits récits” arbitrariamente ideali-zados— en la realidad no constituye sino una forma peculiar de rechazar sin un análisis apropiado la posibilidad de algún sistema rival, y una manera igualmente apriorística de eternizar el siste-ma capitalista establecido. El objeto real de la argumentación re-formista es, muy mistificadoramente, el sistema dominante en sí, y no las partes del sistema rechazado o del defendido, a pesar del

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fervor alegadamente reformista que los proponentes del “cambio gradual” afirman de manera explícita profesar.249 El obligado fra-caso en sacar a la luz el interés real del reformismo nace de su in-capacidad de sostener la validez eterna del orden socioeconómico y político establecido. En realidad resulta totalmente inconcebible que se sostenga la validez y la permanencia eternas de algo crea-do históricamente. Es eso lo que convierte en inevitable, en todas las variedades de reformismo sociopolítico, que se intente desviar la atención de las determinaciones sistémicas —que en definitiva definen el carácter de todos los aspectos vitales— hacia disputas más o menos caprichosas acerca de efectos particulares, mientras se deja que su incorregible base causal continúe siendo indesafia-blemente permanente y encima ni siquiera se le mencione.

Todo eso permanece oculto tras la naturaleza misma del discur-so reformista. Y precisamente por el carácter mistificador de ese discurso, cuyos constituyentes fundamentales a menudo se mantie-nen ocultos hasta para sus ideólogos más destacados, nada les im-porta a los creyentes de esa doctrina el que en determinado punto de la historia —como en el caso de la llegada del “Nuevo Laboris-mo” a Inglaterra y de sus partidos hermanos a Alemania, Francia, Italia y demás países— la idea misma de cualquier reforma social significativa se vea abandonada por completo, y no obstante se re-afirmen solapadamente las pretensiones de un presunto “avance” (que no conduce en lo absoluto a ninguna parte que resulte realmen-te diferente). Así, hasta las antiguas diferencias entre los partidos

249 La polémica de Bernstein contra Marx es definitivamente caricatures-ca. En lugar de enzarzarse con él en una discusión teórica adecuada, prefiere seguir el camino del lanzamiento de insultos gratuitos y condena, sin nin-guna clase de argumento, “el armatoste dialéctico” de Marx (y de Hegel). Como si transformar los graves problemas del razonamiento dialéctico en un exabrupto descalificador pudiese por sí solo zanjar los importantes as-pectos políticos y sociales en disputa. El lector interesado puede encontrar un análisis bastante detallado de esa controversia en el Capítulo 8 de The Power of Ideology ya mencionado en la Nota 4. El término “grandes narra-tives” es utilizado en la posmodernidad de manera análoga al insulto desca-lificador de Bernstein en contra del “armatoste dialéctico” que él condena.

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principales quedaron borradas en el estilo norteamericano hoy do-minante del sistema monopartidista con “dos partidos”, sin que tampoco importe cuántos “subpartidos” podamos encontrar toda-vía en los países en particular. Lo que se mantiene constante es la defensa más o menos escondida de las determinaciones sistémi-cas reales del orden existente. El axioma pernicioso que afirma que “no hay alternativa” —hablando no solamente de las instituciones políticas establecidas sino además acerca del orden social estableci-do en general— lo aceptan por igual el Partido Conservador inglés de la antigua Primera Ministra Margaret Thatcher (que abogó por él y lo popularizó) y el llamado “Nuevo Laborismo” del actual Primer Ministro Tony Blair, y también muchos otros dentro del espectro político parlamentario del mundo entero.

En vista del hecho de que el proceso de la reestructuración radi-cal tenga que estar orientado por la estrategia de una remodelación positiva abarcante del sistema completo, en la cual los individuos se encontrarán a sí mismos, el desafío que debemos afrontar no tiene paralelo en la historia. Porque el cumplimento de esa tarea histórica novedosa implica simultáneamente el cambio cualitativo de las con-diciones objetivas de la reproducción social, en el sentido de volver-le a quitar el control al propio capital —y no simplemente a un tipo en particular de personificaciones del capital que hacen valer los imperativos del sistema como capitalistas consecuentes— y la pro-gresiva transformación de la conciencia en respuesta a las condi-ciones necesariamente cambiantes. Así el papel de la educación es capital, tanto para la elaboración de las estrategias apropiadas para el cambio de las condiciones objetivas de la reproducción, como para el autocambio consciente de los individuos llamados a rea-lizar la creación de un orden metabólico social radicalmente dife-rente. Es eso lo que significa la prevista “sociedad de productores libremente asociados”. No es sorpresa, entonces, que en la concep-ción marxiana “la superación positiva de la autoalienación del trabajo” esté catalogada de tarea ineludiblemente educativa.

En este respecto debemos mantener en el primer plano de nues-tra atención dos conceptos claves: la universalización de la educa-ción y la universalización del trabajo como actividad humana

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autorrealizadora. De hecho la una no es viable sin la otra. Ni es posible pensar que su estrecha interrelación vaya a constituir un problema en un futuro muy remoto. Ella surge “aquí y ahora”, y es relevante en cualquier nivel y grado del desarrollo socioeconómi-co. Podemos encontrar un ejemplo prominente en un discurso que dio Fidel Castro en 1983, respecto a los problemas que había tenido que encarar Cuba al aceptar el imperativo de universalizar la edu-cación, a pesar de las dificultades prohibitivas no solo en términos económicos sino también en la consecución de los maestros reque-ridos. He aquí cómo condensó el problema:

A la vez habíamos llegado ya a una situación en que el estudio se universalizaba. Y para universalizar el estudio en un país sub-desarrollado y no petrolero —digamos— desde el punto de vista económico era necesario universalizar el trabajo. Pero aunque fué-semos petroleros, habría sido altamente conveniente universalizar el trabajo, altamente formativo en todos los sentidos, y altamente re-volucionario. Que por algo estas ideas fueron planteadas hace mu-cho tiempo por Marx y por Martí.250

Los notables logros educativos en Cuba, desde la pronta y total eliminación del analfabetismo hasta los elevadísimos niveles de la investigación científica creadora251 —en un país que ha tenido que luchar no solamente contra las enormes restricciones económicas

250 Fidel Castro, José Martí: El autor intelectual, Editora Política, La Habana, 1983, p.224.

251 Hasta el gobierno hostil norteamericano tuvo que reconocer ese lo-gro de manera indirecta: en 2004 le concedió a una empresa farmacéutica norteamericana de California el derecho a cerrar un acuerdo comercial im-portante —multimillonario en dólares— con Cuba, para la distribución de una medicina anticancerosa salvadora de vidas, suspendiendo con ello una de sus regulaciones de bloqueo salvaje. Por supuesto, aun así el gobierno estadounidense mantuvo su hostilidad negando el derecho a transferir a “ moneda firme” los fondos involucrados y obligando a su propia empresa a negociar a cambio algún tipo de arreglo en “trueque”, aportando productos agrícolas o industriales norteamericanos en intercambio por la medicina cu-bana pionera.

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del “subdesarrollo” sino además contra el grave impacto de cuaren-ta y cinco años de cerco hostil— solo resultan comprensibles den-tro de ese cuadro. Ese logro demuestra también que no puede haber justificación alguna para aguardar hasta que en el futuro infinito se presente un “tiempo favorable”. Hay que emprender “aquí y ahora” el camino del enfoque de la educación y el aprendizaje de una ma-nera cualitativamente diferente, como ya lo indicamos, si queremos que se den los cambios necesarios en el momento debido.

Sin la promoción consciente de la universalización conjunta del trabajo y la educación no podrá haber ninguna solución posi-tiva para la autoalienación del trabajo. Sin embargo, en el pasado no podía existir una verdadera oportunidad para ello, debido a la subordinación y dominación jerárquica estructural del trabajo. Ni siquiera cuando algunos grandes pensadores trataron de concep-tualizar esos problemas en un espíritu sumamente progresista. Así, Paracelso, uno de los modelos para el Fausto de Goethe, trató de universalizar el trabajo y el aprendizaje de esta forma:

aunque todo cuanto atañe al cuerpo del hombre fue creado, nada de lo que tiene que ver con su “arte” lo fue. Todas las artes le fueron dadas, pero no de forma reconocible de inmediato; tuvo que descubrirlas gracias al aprendizaje. (…) La manera adecuada reside en el trabajo y la acción, en el hacer y el producir; los perversos nada hacen, pero mucho hablan. No juzguemos a un hombre por sus palabras, sino por su corazón. El corazón habla con palabras solo cuando los hechos las confirman. (…) Nadie ve lo que dentro de él está oculto, sino solo lo que sus obras revelan. Por ello el hombre debe trabajar continuamente para descubrir lo que Dios le ha concedido.252

252 Paracelsus, Selected Writings, Routledge & Kegan Paul, Londres, 1951, pp. 176-77, 189, 183.

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Ciertamente, Paracelso insistía en que el trabajo (Arbeit) debería ser el principio ordenador de la sociedad. Llegó hasta a propugnar realmente la expropiación de las riquezas de los ricos ociosos, a fin de obligarlos a llevar una vida productiva.253

Como podemos ver, la idea de la universalización del trabajo y de la educación, inseparables una de la otra, se remonta hasta muy atrás en nuestra historia. Por consiguiente resulta por demás signi-ficativo que tal idea haya tenido que continuar siendo total y sola-mente frustrada, porque su realización presupone obligadamente la igualdad sustantiva de todos los seres humanos. El grave he-cho de que el tiempo de trabajo deshumanizador de los individuos constituye también la mayor parte de su tiempo de vida, tenía que verse despiadadamente ignorado. Las funciones controladoras de la reproducción metabólica social tenían que ser separadas de, y contrapuestas a, la inmensa mayoría de la humanidad, y designa-das a la implementación de tareas subordinadas en el sistema so-cioeconómico y político establecido. En el mismo espíritu, no solo el control del trabajo estructuralmente subordinado, sino también la dimensión controladora de la educación, tenían que ser mantenidos en compartimientos por separado, bajo el dominio de las personifi-caciones del capital en nuestro tiempo. Es imposible cambiar esa re-lación de dominación y subordinación estructural sin la realización de la verdadera igualdad sustantiva, puesto que la mera igualdad formal siempre se vería afectada profundamente, si no anulada por completo, por la dimensión sustantiva realmente existente. Por eso el desafío de la universalización del trabajo y de la educación, in-separables el uno de la otra, puede aparecer en la agenda histórica solamente dentro de la perspectiva de ir más allá del capital.

En la concepción de la educación desde hace mucho tiempo do-minante, los dirigentes y los dirigidos políticos, así como los pri-vilegiados educativamente (trátese de los individuos empleados como educadores o de los administradores que detentan el control de las instituciones educativas) y quienes tienen que ser educados,

253 Ver Paracelsus, Leben und Lebensweisheit in Selbstzeugnissen, Re-clam Verlag, Leipzig, 1956, p. 134.

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aparecen en compartimientos por separado, casi estancos. Un buen ejemplo de esa visión está expresado en el artículo sobre “Educa-ción” de la reputada Enciclopedia Británica. Dice así:

La acción del Estado moderno no se puede detener en la educación elemental. El principio de “la carrera abierta al talento” ha dejado de ser materia de teoría humanitaria abstracta, la aspiración fantástica de los soñadores revolucionarios; para las grandes comunidades industriales del mundo moderno constituye una convincente necesidad práctica, im-puesta por la ardua competencia internacional que prevalece en las artes y en las labores de vida. La nación que no quiera fracasar en la lucha por el éxito comercial, con todo lo que ello implica para la vida nacional y para la civilización, tiene que cuidar de que sus industrias reciban un su-ministro constante de trabajadores adecuadamente dotados tanto de inte-ligencia en general como de entrenamiento técnico. También en el campo de la política la creciente democratización de las instituciones convierte en necesaria precaución de los estadistas prudentes que haya una amplia difusión de conocimientos, y que se cultiven elevados niveles de inteligen-cia, en especial para los grandes estados imperiales que le confían los asuntos más trascendentales de la política mundial al arbitrio de la voz del pueblo.254

Aun en sus propios términos de referencia, este artículo eru-dito —y sin duda de impactante investigación histórica— es muy deficiente a causa de razones ideológicas claramente identifica-bles. Porque exagera en mucho los efectos beneficiosos de la “ar-dua competencia internacional” de los capitales nacionales sobre la educación del pueblo trabajador. El penetrante libro de Harry Bra-verman sobre “la degradación del trabajo en el siglo XX”255 nos

254 Ver el artículo sobre “Educación” en la 13ª edición (1926) de la Ency-clopaedia Británica.

255 Ver Harry Braverman, Labour and Monopoly capital: The Degra-dation of Work in the Twentieth Century, Monthly Review Press, Nueva York, 1974. Un documental de televisión acerca de la línea de montaje de los obreros de la industria automotriz de Detroit, entrevistó a un grupo de

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da una valoración incomparablemente mejor de las fuerzas alienan-tes y brutales que actúan en la empresa capitalista moderna. Ellas arrojan una penetrante luz negativa sobre la ilusa tergiversación de la “lucha por el éxito comercial” acerca de la cual el autor de ese artículo pretende un impacto “civilizador”, cuando en la realidad muchas veces el resultado obligado es diametralmente opuesto. E incluso en lo que respecta a las empresas industriales en particular, la llamada “administración científica” de Frederic Winslow Taylor revela el secreto de cuán elevados se supone que deben ser los re-querimientos educativos/intelectuales de las empresas capitalistas, para conducir una operación competitivamente exitosa. Como lo escribe con abierto cinismo F.W. Taylor, el fundador de ese sistema de control gerencial autoritario:

Uno de los primeros requisitos para que un hombre sea apto para ma-nipular lingotes de hierro como oficio permanente, es ser lo bastante es-túpido y cachazudo como para parecerse en su esquema mental más a un buey que a cualquier otra cosa. (…) El operario más capacitado para manipular lingotes de hierro es incapaz de entender la verdadera ciencia de ese trabajo. Es tan estúpido que la palabra “porcentaje” no significa nada para él.256

¡Muy científico, vaya! En cuanto a la proposición según la cual “una amplia difusión de conocimientos, y que se cultiven elevados niveles de inteligencia” constituye la meta felizmente adoptada del Estado capitalista moderno —“ en especial para los grandes esta-dos imperiales que le confían los asuntos más trascendentales

ellos y les preguntó cuánto tiempo les llevó aprender su oficio. Se miraron entre ellos, y entre risas respondieron con franco desdén: “¡ocho minutos nada más!”

256 F. W. Taylor, Scientific Management, Harper and Row, Nueva York, 1947, p. 29. Ver los Capítulos 2 y 3 de The Power of Ideology, especial-mente las secciones 2.1: “Post-War Expansion and ‘Post-Ideology’, y 3.1: “Managerial Ideology and the State”.

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de la política mundial al arbitrio de la voz del pueblo”— resulta demasiado risible y de carácter demasiado obviamente apologéti-co, como para considerarla siquiera por un momento un argumento serio a favor de las pretendidas causas del mejoramiento de inspi-ración democrática e ilustración política de la educación, bajo las condiciones del dominio del capital sobre la sociedad.

La educación más allá del capital prevé un orden social cuali-tativamente diferente. En la actualidad no solo resulta factible em-prender el camino que conduce a ese orden, sino también necesario y urgente. Porque las determinaciones destructivas incorregibles del orden existente convierten en imperativo que se le contrapon-ga a los antagonismos estructurales irreconciliables del sistema una alternativa positiva sustentable para regular la reproducción me-tabólica social, si es que queremos garantizar las condiciones fun-damentales de la supervivencia humana. El papel de la educación, orientada por la única perspectiva positivamente viable de ir más allá del capital, resulta absolutamente crucial en este respecto.

La sostenibilidad equivale al control consciente del proceso metabólico social de la reproducción por parte de los productores libremente asociados, al contrario de la insostenible adversariedad estructuralmente atrincherada y la definitiva destructividad del or-den reproductivo del capital. No es concebible que se produzca ese control consciente de los procesos sociales —una forma de control que también resulta ser la única forma de autocontrol: el requeri-miento necesario para convertirse en productores libremente aso-ciados— sin activar a plenitud los recursos de la educación en el sentido más amplio del término.

El defecto más grave e insuperable del sistema del capital con-siste en que las mediaciones de segundo orden alienantes tienen que imponerse por sobre todos los seres humanos, incluidas las per-sonificaciones del capital. De hecho el sistema del capital no podría sobrevivir más de una semana sin sus mediaciones de segundo or-den: principalmente el Estado, la relación del intercambio orienta-da hacia el mercado, y el trabajo en su subordinación estructural

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al capital. Se interponen obligadamente entre un individuo y otro, y también entre los individuos en particular y sus aspiraciones, poniéndolas “cabeza abajo” y “vueltas de revés” a fin de poder su-bordinarlas a los imperativos fetichistas del sistema del capital. En otras palabras, dichas mediaciones de segundo orden le imponen una forma de mediación ajena a la humanidad. La alternativa positiva a esa manera de controlar la reproducción metabólica so-cial no puede ser otra que la automediación, en su inseparabilidad del autocontrol y la autorrealización mediante la libertad y la igualdad sustantivas, en un orden sociorreproductivo regulado conscientemente por los individuos asociados. Es inseparable tam-bién de los valores escogidos por los propios individuos sociales, de acuerdo con sus necesidades reales, en vez de que les sean impues-tos, en forma de apetencias completamente artificiales por los im-perativos cosificados de la acumulación lucrativa del capital, como resulta ser el caso hoy día. Ninguno de esos objetivos emancipa-dores es concebible sin la intervención más activa de la educación, tal y como la concebimos en su orientación positiva hacia un orden social más allá del capital.

Vivimos en un orden social en el que hasta los mínimos requeri-mientos de la satisfacción humana le son negados insensiblemente a la inmensa mayoría de la humanidad, en tanto que la producción de desperdicio ha adquirido proporciones prohibitivas, en concor-dancia con el viraje de la pretendida “destrucción productiva” capitalista del pasado a la realidad cada vez más dominante de la producción destructiva actual. Las cifras que expondremos a con-tinuación ilustran muy bien las flagrantes desigualdades sociales hoy en evidencia, y cada vez más pronunciadas en su desarrollo ya en marcha:

Según el Reporte sobre el Desarrollo Humano de las Naciones Uni-das, el 1 % más rico del mundo percibe iguales ingresos que el 57 % más pobre. La diferencia de ingresos entre el 20 % más rico y el 20 % más po-bre en el mundo aumentó de 30 a 1 en 1960, a 60 a 1 en 1990 y a 74 a 1 en 1999, y la proyección es que llegue a 100 a 1 en 2015. En 1999-2000, 2.8 millardos de personas vivían con menos de 2 dólares diarios, 840 millones

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estaban subalimentados, 2.4 millardos no tenían acceso a ninguna clase de servicios sanitarios mejorados, y uno de cada seis niños del mundo en edad de asistir a la escuela primaria no iba a la escuela. Se estima que cer-ca del 50 % de la fuerza de trabajo global no agrícola esté desempleada o subempleada.257

Lo que está sobre el tapete aquí no es simplemente la deficien-cia ocasional de recursos económicos disponibles, que tarde o tem-prano será superada, como se prometió en vano, sino la obligada deficiencia estructural de un sistema que funciona a través de su círculo vicioso de despilfarro y escasez. Es imposible romper ese círculo vicioso sin la intervención positiva de la educación, capaz de establecer prioridades y definir necesidades reales con las deliberación plena y libre de los individuos involucrados. Si no es así, la escasez puede ser reproducida, y lo será, en una escala cada vez mayor, en conjunción con la generación más despilfarradora de necesidades artificiales, como se hace hoy, al servicio de la autoex-pansión insanamente orientada y la acumulación contraproducente del capital.

Una concepción opuesta y articulada de manera positiva de la educación más allá del capital no puede verse restringida a un nú-mero limitado de años de la vida de los individuos, sino que de-bido a sus funciones radicalmente cambiadas, los abarca a todos. La “autoeducación de iguales” y la “autogestión del orden socio-rreproductivo” no pueden separarse. La autogestión —por parte de los individuos libremente asociados— de las funciones vitales del proceso metabólico social constituye una empresa progresiva e inevitablemente cambiante. Igual vale para las prácticas educa-tivas que les permiten a los individuos cumplir esas funciones que se redefinen por sí mismas, de acuerdo con los cambiantes requeri-mientos de los que ellos son los agentes activos. La educación, en ese sentido, es verdaderamente “educación continua”. No puede ser ni “vocacional” (que en nuestras sociedades significa el confina-miento de la gente involucrada a funciones utilitarias estrechamente

257 Minqi Li, “After Neoliberalism: Empire, Social Democracy, or Socialism?”, Monthly Review, enero 2004, p. 21.

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predeterminadas, desprovistas de todo poder para tomar decisio-nes), ni “general” (que se supone les enseña a los individuos, de manera paternalista, la “habilidad para pensar”). Tales nociones constituyen las arrogantes presunciones de una concepción basada en la separación totalmente insostenible entre las dimensiones prác-ticas y las estratégicas. Por consiguiente la “educación continua”, como constituyente obligatorio de los principios reguladores de una sociedad más allá del capital, es inseparable de la significativa prác-tica de la autogestión. Es parte integral de esta, porque representa al principio la fase formativa en la vida de los individuos y, por otra parte lo es en el sentido de que permite una retroalimentación positiva desde los individuos educativamente enriquecidos, con sus necesidades apropiadamente cambiantes y equitativamente redefi-nidas, hacia la determinación general de los principios y los objeti-vos orientadores de la sociedad.

A nuestra difícil situación histórica la define la crisis estructu-ral del sistema global del capital. Está de moda hablar, con toda autosuficiencia, acerca del gran éxito de la globalización capitalista. Un libro de publicación reciente al que se la ha hecho fervorosa pro-paganda lleva por título Por qué funciona la globalización.258 Sin embargo, el autor, quien es el principal comentarista económico del Financial Times de Londres, olvida formular la pregunta realmen-te importante: ¿para quién funciona? (si es que funciona). Bueno, es cierto que funciona, por lo momentos y no muy bien que se diga, para quienes toman las decisiones en el capital trasnacional, pero no para la inmensa mayoría de la humanidad, que debe sufrir las con-secuencias. Y ninguna “integración jurisdiccional” como la pro-pugnada por el autor —es decir, hablando claro, el control directo más estricto de los deplorados “demasiados estados” por unas po-cas potencias imperialistas, en especial la más grande de todas— va a remediar la situación. En realidad la globalización capitalista no funciona, y no puede funcionar. Porque no puede superar las contra-dicciones y los antagonismos inconciliables manifiestos a través de

258 Ver Martin Wolf, Why Globalization Works, Yale University Press, 2004.

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la crisis estructural global del sistema. La globalización capitalista en sí misma constituye la manifestación contradictoria de esa crisis, y trata de trastrocar la relación causa/efecto en un vano intento por remediar algunos efectos negativos mediante otros efectos proyec-tados ilusamente, porque es incapaz estructuralmente de abordar sus causas.

Nuestra época de crisis estructural global es también la épo-ca histórica de la transición del orden social existente a otro cua-litativamente diferente. Son ésas las dos características definitorias fundamentales del espacio social e histórico dentro del cual hay que afrontar los grandes desafíos de romper la lógica del capi-tal, y al mismo tiempo elaborar también los perfiles estratégicos de la educación más allá del capital. Nuestra tarea educativa es por consiguiente simultáneamente también la tarea de una amplia transformación social emancipadora. Ninguna de las dos puede ser colocada frente a la otra. Son inseparables. La transformación so-cial emancipadora radical que se requiere no es concebible sin la contribución positiva más activa de la educación en su sentido om-niabarcante, como la hemos caracterizado en esta conferencia. Y viceversa: la educación no puede funcionar suspendida en el aire. Puede y tiene que estar debidamente articulada y ser constantemen-te reconformada en su interrelación dialéctica con las cambiantes condiciones y necesidades de la transformación social emancipa-dora en marcha. Las dos tendrán éxito o fracasarán, se mantendrán en pie o caerán, juntas. Depende de todos nosotros —todos, porque sabemos perfectamente que “los educadores también tienen que educarse”— que se mantengan en pie y no caigan. Hay demasiado en juego como para contemplar la posibilidad de un fracaso.

En esta empresa no podemos separar las tareas inmediatas de su marco estratégico general, ni tampoco oponérselas. El éxito es-tratégico es impensable si no cumplimos las tareas inmediatas. De hecho el marco estratégico mismo constituye la síntesis general de las tareas y desafíos inmediatos, que son innumerables y siempre renovados y expandidos. Pero la solución de los desafíos solo re-sulta factible si es el marco estratégico sintetizador el que le da for-ma al abordaje de lo inmediato. Los pasos mediadores en dirección

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al futuro —en el sentido de la única forma viable de automedia-ción— solo pueden arrancar de lo inmediato, pero iluminados por el espacio que ella puede ocupar legítimamente en la estrategia ge-neral orientada por el futuro previsto.

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Capítulo 99. El socialismo en el siglo XXI

La cuestión del socialismo se presenta en el siglo XXI como la necesidad de una evaluación crítica del pasado y como el desafío ineludible de identificar los requerimientos fundamentales que hay que incorporar a las estrategias de cambio radical previstas. Esto debe ser hecho bajo condiciones en que la urgencia de contrarres-tar las destructivas tendencias de desarrollo en marcha nada más la pueden negar los peores apologistas del orden metabólico social establecido.

En el presente capítulo solo podemos indicar brevemente los principales objetivos y características de la transformación socialis-ta necesaria, como principios orientadores para la elaboración de las estrategias viables para nuestro futuro tanto cercano como dis-tante. El orden en que los puntos específicos son presentados aquí no significa que ello constituya un ordenamiento según su impor-tancia, ni que los subsiguientes estén subordinados a los primeros. Por la naturaleza misma de los temas sobre el tapete resultaría arti-ficial y distorsionador jerarquizarlos según ese criterio. Porque las características definitorias de una transformación socialista genui-na constituyen una totalidad estrechamente integrada. Todos son, en algún sentido, puntos de Arquímedes que se sostienen a sí mis-mos y entre sí mediante sus determinaciones recíprocas y sus impli-caciones de toda índole. En otras palabras, todos ellos son de igual importancia, en el sentido de que ninguno es ignorable u omitible en la larga trayectoria de la estrategia general, independientemente de su relevancia inmediata en el punto de partida del viaje.

Sin embargo, existe una doble razón para presentarlos como pun-tos por separado. Primero, porque para los propósitos analíticos es útil agrupar juntos los elementos relativamente homogéneos bajo un mismo encabezado, cuando las complejas interconexiones del todo

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solo pueden ser establecidas si se ponen en juego una serie de me-diaciones más distantes y en cierto modo contrastantes, con sus pro-pios contextos específicos. Y segundo, porque no se puede suponer que la dimensión temporal de la realización de las características y requerimientos específicos de una transformación socialista verda-deramente perdurable resulte ser la misma. Naturalmente, algunos de los cambios propugnados serán factibles considerablemente an-tes que otros. Sin embargo, hasta los objetivos de mayor dificultad, cuya realización resultará inevitablemente más remota en el tiem-po, deben ser reconocidos desde el comienzo mismo como vitales para el éxito de la transformación necesariamente radical en su to-talidad, o de lo contrario la empresa en su conjunto está destinada a verse desencaminada o socavada. Porque sin la identificación de la destinación general del viaje, junto con la dirección estratégica y la necesaria brújula adoptada para alcanzarla, no puede haber esperanza de éxito. El desastroso fracaso de la socialdemocracia en todo el mundo, gracias también a su falsa panacea de “el objetivo no es nada, el movimiento lo es todo” —que contribuyó en mucho a transformar su programa reformista, otrora genuinamente pro-pugnado, en la defensa reaccionaria de inclusive los aspectos más indefendibles del orden dominante— nos brinda un poderoso recor-datorio y advertencia a este respecto.

Sin duda, la negación radical del destructivo sistema de con-trol metabólico social constituye apenas un solo lado de lo que se tiene que hacer. Porque la negación incuestionablemente necesaria del sistema del capital solo puede tener éxito si se le complementa con el lado positivo de la empresa en su totalidad. Es decir, la pro-gresiva creación de un orden sociorreproductivo alternativo, desde un comienzo humanamente aprobable y viable, y también verda-deramente sustentable incluso desde la perspectiva histórica más prolongada. Este planteamiento indica un proceso social inevita-blemente complejo e intrincado que define a todo objetivo y reque-rimiento específicos de la transformación socialista como partes integrantes de una empresa histórica abierta, por el contrario de las acusaciones interesadas esgrimidas en contra del socialismo como “sistema cerrado utópico”, y como tal destinado al fracaso porque

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solo le puede ser impuesto temporalmente a la realidad mediante medidas dictatoriales indefendibles. En verdad, por el contrario, la determinación inherentemente procesal de los objetivos y requeri-mientos socialistas significa que los objetivos específicos en cual-quier momento que se enfoque estarán referidos simultáneamente, de manera explícita o no, a una concepción general, y se verán for-talecidos, al igual que profundizados/enriquecidos, gracias a sus interdeterminaciones entre sí en desarrollo, y por consiguiente en referencia orgánica con la totalidad en evolución. Con estas consi-deraciones, los principales objetivos y requerimientos de la trans-formación socialista en el siglo XXI se pueden caracterizar como hacemos a continuación.

9.1. Irreversibilidad:El imperativo de un orden alternativo históricamente sustentable

9.1.1 La historia del pasado presenció numerosos ejemplos no solo de

nobles esfuerzos dedicados a la introducción de cambios sociales significativos a fin de superar algunas contradicciones importantes, sino también de algunos éxitos parciales en la dirección original-mente prevista. Demasiado a menudo, sin embargo, tarde o tem-prano la subsiguiente restauración de las relaciones de dependencia del antiguo status quo ha logrado echar atrás los éxitos. La razón primordial para tales desarrollos fue la ineluctable inercia de la des-igualdad estructural reproducida de una u otra forma a través de la historia, a pesar de algunos cambios de personal ocasionales en la cúspide de la sociedad. Porque la desigualdad estructural actuó como una pesada ancla imposible de levar, con cadenas largas o cor-tas atadas a ella, que invariablemente arrastraban al barco de vuelta a una posición desde la cual no parecía haber ninguna posibilidad de proseguir hacia adelante en el viaje, sin importar lo bienintencio-nados que hayan podido estar algunos miembros de la tripulación del propio barco durante alguna fuerte tempestad histórica. Y para empeorar las cosas, esta condición históricamente determinada y

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humanamente alterable del pueblo dominado por el orden existen-te estaba por lo general conceptuada e ideológicamente explicada como una fatalidad de la naturaleza, aun cuando había que acep-tar que la desigualdad estructural prevaleciente estaba muy lejos de resultar beneficiosa para todos.

El corolario obligado de este tipo de explicación —y de justifi-cación de lo injustificable— era que la desigualdad social, como una determinación de la naturaleza presuntamente inalterable (y que se decía estaba en sintonía con la “naturaleza humana” misma) es permanente y defendible sin problemas. ¿Pero qué si la noción de permanencia en sí misma se ve cuestionada por la evidencia de un cambio histórico claramente identificable y amenazante? Por-que tan pronto haya que admitir que el tiempo histórico humano no es medible en términos de la permanencia de la naturaleza, por no mencionar el hecho de que la perdurable temporalidad de la na-turaleza misma en nuestro planeta está siendo socavada catastrófi-camente por la destructiva intervención en marcha dentro de ella por parte de fuerzas socioeconómicas lesivas, se derrumbará todo el razonamiento de la justificación antihistórica. En este punto se vuelve imperativo orientarnos bien adentro de las posibilidades y limitaciones del tiempo histórico real, con intenciones de superar radicalmente los peligrosos antagonismos sociales que apuntan en dirección a ponerle un final a la propia historia humana. En ese pun-to del tiempo, exactamente donde nos encontramos hoy, la elabo-ración de los correctivos requeridos en forma de un orden social alternativo sustentable, junto con los apropiados dispositivos de se-guridad para hacer que ese orden resulte irreversible, se torna en de-safío histórico ineludible. Porque si no afronta con éxito ese desafío, dada la urgencia de un tiempo histórico inédito, en el que está en juego la supervivencia de la humanidad —bajo la sombra tanto de la acumulación y el despliegue aparentemente incontrolables de las armas de destrucción en masa reales (y no cínica e interesadamente ficcionalizadas), como de la devastadora invasión de la naturaleza por parte del capital— la humanidad no puede correr el riesgo de caer en un orden social incluso más destructivo, como si tuviésemos

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la infinitud del tiempo a nuestra disposición antes de emprender al-guna acción correctiva.

9.1.2 Dada la grave crisis estructural del sistema del capital, la cruda

alternativa es hoy socialismo o barbarie, si no la completa aniqui-lación de la humanidad. Este hecho histórico avasallante deman-da la prosecución de un conjunto de estrategias coherentes que no puedan ser revertidas a la primera oportunidad, a diferencia de los pasados fracasos debidos a la aceptación del “camino más fácil” y la resultante defensividad del movimiento socialista. Al mismo tiempo, el objetivo de la transformación socialista sustentable debe ser firmemente reorientado del “derrocamiento del capitalismo” —manejable solo sobre una base estrictamente temporal— hacia la total erradicación del capital del proceso metabólico social. Si no es así las viejas estructuras del sistema heredado inevitablemente se revitalizarán, como lo hemos presenciado en las sociedades de tipo soviético en el siglo XX. Y dicha revitalización trae consigo conse-cuencias potencialmente devastadoras, no solo para las sociedades directamente involucradas, donde el capitalismo ha sido restaurado en la actualidad, sino para la humanidad entera. Ciertamente, aca-rrea esas consecuencias que incuestionablemente afectan a toda la humanidad, porque las fuerzas socialistas se ven frenadas por la pa-rálisis ideológica causada por la asimilación desproporcionada del éxito relativo de la restauración capitalista en algunas áreas, mien-tras ignoran las condiciones mucho más fundamentales de la crisis estructural del sistema del capital que se profundiza.

Marx nos advirtió acerca de la capacidad que tiene el capital de surgir con mayor fuerza que antes a partir de sus derrotas parciales, y caracterizó —en contraste con ese poder restaurador— la nece-saria orientación de las revoluciones proletarias diciendo que ellas se autocritican constantemente, se interrumpen continuamente en su propio devenir, regresan a lo aparentemente ya cumplido a fin de comenzarlo de nuevo, se burlan concienzudamente de las indecisio-nes, las debilidades y las mezquindades de sus primeros intentos, parecen derribar a su adversario solo para que este pueda cobrar

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nuevas fuerzas de la tierra y levantarse otra vez, más agigantado, frente a ellas, y reculan una y otra vez ante la vaga enormidad de sus propios objetivos, hasta que se crea una situación que hace imposi-ble todo retroceso, y las condiciones mismas gritan: Hic Rhodus, hic salta. Esto es Rodas, salta aquí!259 /260.

Naturalmente, Marx no podía anticipar en 1851, cuando escribió estas líneas, que el ineludible imperativo de “ ¡Esto es Rodas, salta aquí¡” se presentaría bajo las condiciones de una grave emergencia social e histórica, cuando la amenaza de una potencial autodestrucción de la humanidad está claramente en el horizonte. Sin embargo, logró identificar las dos consideraciones principales que deben tenerse en mente al evaluar la perspectiva viable de una transformación socialista irreversible. Primero, el reconocimiento de la capacidad definitivamente más amenazadora para “cobrar nuevas fuerzas de la tierra y levantarse otra vez”, como lo hizo Anteo en la mitología griega, de suerte que habría que elaborar medidas estratégicas apropiadas a fin de vencer sobre una base permanente el poder del adversario histórico, cada vez más destructivo. Especialmente cuando los estados capitalistas dominantes emprenden guerras genocidas para comprobar la “viabilidad productiva” de su sistema. Y segundo, la comprensión de que en el transcurso del desarrollo histórico llega un momento en que el seguimiento lógicamente mucho más fácil del “camino más fácil” deja de ser defendible, y se torna inevitable intentar un salto. La emergencia histórica de nuestro tiempo modifica la segunda consideración de Marx solo en el sentido de que seguir hoy día el “camino más fácil” simplemente “ya no es defendible”, sino que

259 Sacado de una fábula de Esopo, que cuenta acerca de un fanfarrón que proclamaba que una vez había dado en Rodas un salto descomunal, e in-vocaba testigos que lo respaldaban. Su auditorio le respondió: “¿Para qué testigos? ¡Esto es Rodas, salta aquí”. Es decir, demuestra con hechos lo que eres capaz de hacer. (N. del T.)

260 Marx, “The Eighteenth Brumaire of Louis Bonaparte”, Marx y Engels, Collected Works, vol. 11, Londres, 1979, pp. 106-107.

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además hay que ponerlo en el primer plano de la conciencia social como suicida.

9.2. Participación:La progresiva transferencia de la toma de decisiones a los productores asociados

9.2.1 Es inconcebible que se logre hacer irreversible el orden social al-

ternativo sin la plena participación de los productores asociados en la toma de decisiones en todos los niveles del control político, cultu-ral y económico. Porque es la única manera como las grandes ma-sas del pueblo pueden adquirir una posición firme perdurable en su sociedad, e identificarse así verdaderamente con los objetivos y las modalidades de la reproducción de las condiciones de su existen-cia social, decidido no solamente a defenderlas de todos los intentos restauradores sino también a ampliar sus potencialidades positivas.

Hasta el momento presente muy pocas ideas han sido utilizadas con mayor efectividad para el propósito de la mistificación ideoló-gica que la pretendida oferta de “participación” en la toma de deci-siones. Hasta algunas empresas capitalistas de tamaño considerable proclaman haber abierto de par en par las puertas a la “participa-ción democrática” de su fuerza de trabajo en los asuntos de esas em-presas, cuando en realidad están manteniendo más apartados que nunca —por el estilo de los accionistas “soberanos” que no tienen voto— de toda materia de verdadera importancia, en el espíritu de la “práctica de la buena administración”. La mentalidad ilusa del reformismo democrático adoptó la misma línea de enfoque, y des-armó las oleadas de inconformidad de la base sindical izquierdista mediante “concesiones” a fin de cuentas insignificantes presunta-mente obtenidas de los “líderes industriales” de las empresas espe-cíficas, para así poder atarle las manos a la fuerza de trabajo con mucha mayor fuerza, y por lo general a sus espaldas. A veces, en los debates políticos, la sabiduría popular expresaba un rechazo amargamente irónico de esta práctica conjugando el verbo “par-ticipar” de forma tal de finalizar la conjugación no con “nosotros

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participamos, ustedes participan, ellos participan”, sino “ellos aprovechan”, o, en otra versión: “nosotros participamos, ustedes participan… ellos deciden”.

Era esa, en verdad, la esencia mistificadora de tal estrategia re-formista tan aplaudida. Porque, independientemente de todas las presunciones de lo contrario, nada tenía que ver con avanzar en di-rección a una progresiva transformación de los productores asocia-dos en sujeto del poder. Ni siquiera a través del más pequeño de los idealizados “pequeños grados”. Lo que había que mantener como tabú absoluto era, en efecto, la dirección del viaje transformador, rumbo a un cambio cualitativo. Un asunto cínicamente tergiversado como si se tratase de una cuestión del tamaño de los pasos específi-cos que había que dar: “graduales” o “por cuentagotas”, y no estraté-gicamente abarcadores. Sin embargo, el “método por cuentagotas” idealizado andaba bien lejos de carecer de su propia dirección estra-tégica. Porque en la realidad su orientación ideológica bien escondi-da era conducir hacia ninguna parte por fuera del laberinto de las contradicciones que se agudizaban, “prudentemente” encerrados dentro del círculo vicioso del orden establecido. Y precisamente esa manera apologética “sensible” de ir dando vueltas en círculos prees-tablecidos era —y lo sigue siendo— su función principal.

Sin la estrategia general de transferir progresivamente los po-deres de la toma de decisiones a los productores asociados (es decir: transferirlos a todos los niveles, incluido el más elevado de éstos), el concepto de participación carece de lógica valedera. Esto significa que las falsas dicotomías que contraponen la escala “pe-queña” a la “grande”, o lo “local” a lo “global”, no tienen cabida en una estrategia socialista viable, cualesquiera puedan ser las buenas intenciones con las que se pavimente el camino a la preservación del infierno del sistema del capital. Los poderes que se han de trans-ferir a los productores asociados no pueden ser restringidos a lo lo-cal, ni siquiera cuando la píldora amarga de la carencia de poder continuada se recubra con el azúcar de consignas como “lo pequeño es bello” y “pensar globalmente, actuar localmente”.

Constituye una ilusión paralizante de la legalidad burguesa el que los poderes de toma de decisiones se puedan dividir y repartir

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a conveniencia, de una manera beneficiosa para todos, entre alter-nativas hegemónicas. En verdad, sin embargo, en el orden social del capital no se reparte ningún poder de toma de decisiones en-tre las clases sociales competidoras, a pesar de la ideología de la “división de los poderes” bajo una pretendida “constitucionalidad democrática”. Porque todos los poderes importantes —en contras-te con los estrictamente marginales— están en posesión del capital mismo. Del capital, que es, por naturaleza propia, una fuerza ex-traparlamentaria que lo abarca todo y tiene también que dominar al parlamento, dejándole a las fuerzas establecidas de la oposición parlamentaria un margen de acción restringido al extremo. Hay que insistir hasta el cansancio: para concebir una relación de los poderes de toma de decisiones completamente distinta es necesario desafiar radicalmente al capital, como controlador total de la reproducción metabólica social.

El hecho de que, en el transcurso de la transformación radical, los requeridos cambios en todos los planos en la transferencia de poderes efectivos prevista no puedan realizarse de una sola vez, sino que deban ser practicados progresivamente, sobre la base de la continuidad, no significa que se deba o se pueda abandonar la idea de asegurar el control del proceso metabólico social en su tota-lidad, y a todos los niveles, por parte de los productores asociados. Si no es así estaríamos de vuelta a las ilusiones ya criticadas del pasado —democráticas en lo formal pero autoritarias en lo sustan-tivo— incluso si se dan en una nueva versión de su división de po-deres, en definitiva impracticable. Las limitaciones iniciales a los poderes de los productores asociados, debidas a las restricciones de las determinaciones estructurales heredadas, desde el propio co-mienzo, resultan admisibles tan solo durante un limitado período histórico de transición, e incluso entonces solo si la dirección del viaje, como lo subrayamos antes, apunta sin ambigüedades hacia la plena transferencia de poderes a la primera oportunidad histórica sustentable. De otro modo, el emergente metabolismo reproductivo del orden social alternativo no podría tener éxito en su aspiración hegemónica sobre una base perdurable.

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El aspecto crucial a este respecto tiene que ver con la manera como las partes del nuevo orden reproductivo social en desenvolvi-miento —sus microcosmos— son coordinadas en un macrocosmo cualitativamente diferente. El orden reproductivo ahora establecido estará caracterizado por las estructuras incurablemente adversa-riales de sus microcosmos sociales que, en consecuencia, deben ser subsumidos bajo un modo estrictamente jerárquico de determi-nación general, a fin de hacer factible la única forma posible para el capital de una coordinación que lo abarque todo. Es por eso que el orden reproductivo establecido es autoritario hasta la médula, bajo todas las circunstancias. Incluso a nivel político algún tipo de “constitucionalidad democrática formal” podría complementar las inalterables estructuras explotadoras materiales, en aras de asegu-rar mejor la estabilidad del sistema cuando las circunstancias his-tóricas lo permiten, pero solo para terminar siendo descartada en períodos de crisis graves. El orden reproductivo social alternativo, por el contrario, es inconcebible si no se vencen las autoritarias y adversariales determinaciones más profundas de los microcos-mos heredados del capital. Esto será posible solo instituyendo un modo de intercambio reproductivo cualitativamente nuevo, basado en los intereses vitales, compartidos a plenitud, de los miembros de los reestructurados microcosmos sociales no adversariales. Solo de esta manera pueden ser coordinados apropiadamente en una forma correspondiente de macrocosmo no adversarial.

Es por eso que la participación resulta significativa solamente si los poderes de toma de decisiones les son transferidos realmente a los productores asociados a todos los niveles y en todos los terrenos. Ejercer el control nada más localmente —maquillado por el premio de consuelo de “lo pequeño es bello” y cosas por el estilo— resulta una incongruencia si las decisiones locales son sometidas a la apro-bación o el rechazo en un nivel superior afianzado estructuralmen-te, y por consiguiente necesariamente adversarial. En tal caso no se trataría ya de decisiones sino, en el mejor de los casos, de algún tipo de recomendaciones quizá permisibles (o no), puesto que las deci-siones propiamente dichas solo podrán ser tomadas por “una autori-dad superior”. Los nuevos microcosmos concebidos no pueden ser

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verdaderamente democráticos —y por supuesto tampoco socialis-tas no-adversariales— si las contradicciones pueden entrar a escena por la “puerta de atrás” de una autoridad superior establecida de manera permanente. Y viceversa. El macrocosmo de semejante or-den social no puede ser socialista no-adversarial si el nivel estructu-ralmente superior retiene para sí los poderes de decisión y negación.

9.2.2 Lo que está sobre el tapete aquí es la relación vitalmente impor-

tante de coordinación no-jerárquica genuina, en contraposición con todas las formas conocidas y factibles de dominación y subor-dinación impuestas estructuralmente.

Constituye uno de los recursos favoritos de los adversarios del socialismo decretar la imposibilidad de tomar decisiones sustan-tivas —lo contrario de participar en eventos formalizados, como elecciones parlamentarias o referendos— independientemente de que las cantidades de personas involucradas sean muy grandes y los asuntos mismos muy variados. Este recurso preconcebidamente descalificador opera de la misma forma que el antes mencionado rechazo de la posibilidad de un cambio cualitativo que lo abarque todo, declarado como inadmisible, en contraste con el único plan-teamiento aceptable de la “reforma con cuentagotas”. En ambas ocasiones se invoca el fetichismo de la cantidad, con la finalidad de otorgarle razonabilidad a la eternización del orden existente. En el primer caso, la dirección del viaje emancipador que conduzca a un cambio cualitativo es sacada fuera del cuadro, a fin de poder convertir el asunto real en una caricatura mecánica de cantidades en contienda, adjudicándoles la victoria —por definición, y nada más— a los idealizados “pequeños grados”. De igual modo, en el segundo caso, nuestros “mercaderes de la complejidad” utilizan el fetiche de la cantidad para declarar que “más allá de cierto tama-ño de una comunidad” (sin definir jamás cuán grande o pequeña realmente) la toma de decisiones sustantivas no puede ser llevada a cabo por sus miembros, porque hay demasiado de ellos. Y se supone que eso invalida por completo el concepto de participación en cual-quier sentido significativo del término. Este tipo de razonamiento

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resulta ser una falacia, no solo porque desde el comienzo mismo asume la conclusión que pretende demostrar sino, más importante aún, porque desvía la atención del problema real de cuáles son las condiciones necesarias de la coordinación de los microcosmos de la toma de decisiones participativa en un macrocosmo social históri-camente sustentable. No es cuestión de “tamaño grande o pequeño”. Porque hasta la “comunidad más pequeña” de dos pueblos en que-rella irreconciliable resulta “demasiado grande” para ser realmente sustentable. Por el contrario, la única solución factible del problema requiere que se suprima la adversarial/conflictual determinación interior de los microcosmos sociales específicos a fin de combinar-los en una totalidad social en desarrollo positivo.

Así, el establecimiento de una genuina coordinación no jerárqui-ca, y en consecuencia no adversarial, es el desafío que se nos en-frenta en nuestros intentos por asegurar el futuro. Porque es el único modo en que la participación efectiva en todos los niveles de la toma de decisiones puede prevalecer en el transcurso del desarrollo so-cialista: a través de la actividad autónoma, que lo abarque todo, de los productores asociados como el real sujeto del poder.

9.3. Igualdad sustantiva:La condición absoluta de la sustentabilidad

9.3.1 La igualdad sustantiva constituye, sin duda, el corolario obligado

del punto anterior. Porque resultaría por demás absurdo dejar fuera de consideración la cuestión de la igualdad sustantiva —y no me-ramente formal— cuando se evalúa el éxito o el fracaso en nues-tra estrategia de participación genuina como la condición necesaria para la creación de un orden social alternativo. En un mundo como el nuestro, en el cual un tercio de toda la población tiene que sobre-vivir apenas por encima, y hasta muy por debajo, de un dólar diario de ingreso, mientras los “capitanes de la industria y los negocios” del capital se autogratifican obscenamente con salarios de cientos de millones de dólares al año, resulta nada menos que una atrocidad moral hablar de “democracia y libertad”, y continuar validando las

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prácticas explotadoras del orden dominante con cualquier medio a disposición del sistema, incluidos los medios militares más violen-tos de emprender guerras genocidas de ser necesario.

No se puede concebir la remoción de las determinaciones inter-nas adversariales de nuestros microcosmos sociales existentes sin enfrentar a conciencia el problema de vieja data de la desigualdad sustantiva. El orden social del capital está estructurado de una ma-nera profundamente injusta y no es concebible que pueda funcio-nar de otro modo. Por su naturaleza misma, el capital tiene siempre que retener para sí todo poder significativo de toma de decisiones, partiendo de las células constituyentes más pequeñas del sistema hasta llegar a los niveles más altos de control social general. Ello es verdad no solo en las llamadas “sociedades subdesarrolladas” —es decir, en las partes totalmente integradas y estructuralmente subor-dinadas de la jerarquía global del capital— sino también en los paí-ses capitalistamente más privilegiados del sistema de reproducción metabólica social hoy dominante.

Lo que hace tan difícil la tarea histórica de alterar radicalmente las desigualdades estructurales del sistema del capital, es el hecho de que ese orden social resulta ser inseparable de una cultura de la desigualdad sustantiva establecida hace mucho tiempo, en cuya constitución estuvieron profundamente involucradas incluso las más grandes y más progresistas figuras de la burguesía en ascen-so.261 Naturalmente, no hay nada sorprendente en ello. Porque hasta las figuras más perspicaces y esclarecidas de la burguesía —inclui-dos intelectuales de talla gigantesca como Adam Smith, Goethe y Hegel— vieron el mundo y sus problemas desde el punto de vista del capital. Formularon tanto sus diagnósticos de lo que había que enmendar como sus soluciones para los desafíos y contradicciones detectadas, totalmente dentro de los parámetros y las hipótesis es-

261 Ver el Capítulo 6 de este libro: “El desafío del desarrollo sustentable y la cultura de la igualdad sustantiva”, conferencia dictada en el Foro Cul-tural del Parlamentos Latinoamericanos: Cumbre sobre la deuda social y la integración latinoamericana, llevada a cabo en Caracas, Venezuela, en 10-13 de julio de 2001.

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tructuralmente restrictivos de la perspectiva del capital. Resultaba inconcebible que la noción de una igualdad real, que abarcara ple-namente a los miembros de todas las clases sociales, formase parte de esas consideraciones.

En la gran tempestad de la Revolución Francesa de 1789 surgió el desafío fundamental de establecer un orden social de “libertad, igualdad y fraternidad”, y se proclamaron sus características defi-nitorias principales al nivel de la ideología política. Sin embargo, en la realidad éstas fueron violadas desde el comienzo mismo, como tenía que ser bajo la presión de las incorregibles determinaciones internas del capital. El concepto de Ilustración no pudo extenderse lo bastante como para tolerar la “libertad” de aquellos que trataron de luchar por la institución de una igualdad sustantiva. No fue sor-presa, entonces, que cuando François Babeuf criticó en su Tribune du Peuple el curso que estaba tomando la revolución, y trató de or-ganizar su “Sociedad de los Iguales”, hubiese que arrastrarlo sin contemplaciones al cadalso y guillotinarlo en 1797 por su crimen imperdonable.

Es comprensible, entonces, que en el transcurso del subsiguiente desarrollo histórico del sistema del capital dos de las tres consignas de la Revolución Francesa —“igualdad y fraternidad”— hayan des-aparecido discretamente del horizonte. Y hasta la “libertad” tuvo que convertirse en un recurso preferido de la retórica política vacía, para así irla haciendo no solo compatible con las violaciones más violentas de su esencia, sino además pretendida legitimadora de ellas.

A la larga, el orden social alternativo no es sustentable sin la plena realización de la igualdad, en lugar de las relaciones socia-les existentes en las cuales la igualdad existe en el mejor de los ca-sos solo como un requerimiento formal/legal, y nada más que un requerimiento formal que se reitera de manera ritual. Porque en la realidad incluso la solemnemente proclamada “igualdad ante la ley” se ve, por lo general, retorcida a favor de quienes pueden permitirse fácilmente pagar por convertir a las altisonantes reglas formales en burla grosera. En su época, Rousseau no dudó en for-mular algunas interrogantes pertinentes a este respecto, si bien no

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pudo ofrecer una solución viable a las contradicciones detectadas. Formuló así su crítica:

¿Acaso no son todas las ventajas de la sociedad para los ricos y los poderosos? ¿No están en sus manos todos los puestos lucrativos? ¿No les están reservados a ellos solos todos los privilegios y exenciones? (…) ¡Qué diferente resulta ser el caso para los pobres ¡Mientras más les debe la hu-manidad, más los niega la sociedad. (…) Los términos del pacto social entre estos dos estados del hombre se pueden resumir en unas cuantas pa-labras: “Tú tienes necesidad de mí, porque yo soy rico y tú eres pobre. Por lo tanto tenemos que llegar a un acuerdo. Yo te permitiré tener el honor de servirme, a condición de que tú me otorgues lo poco que te quede, en retri-bución de los esfuerzos que haré al mandarte.262

Cuando la ascensión histórica de la burguesía llegó a su cul-minación, hacer preguntas embarazosas acerca de la desigualdad social se fue haciendo totalmente incompatible con la perspectiva del capital. El discurso dominante acerca de la igualdad tuvo que restringirse a ocuparse nada más de algunos aspectos limitados del requerimiento de igualdad estrictamente formal, e incluso en ese caso, tan solo porque les importaba a las reglas de los contratos ca-pitalistamente cumplibles, en interés de los sectores específicos del capital contratantes. Pero la función principal del discurso sobre la igualdad —en su sentido tan aplastantemente formalizado— era la apologética y la mistificación social.

Nada ilustra mejor esto que el cínico discurso tan repetido hoy día dedicado a decretar fuera de orden la “igualdad de resulta-dos”. Porque permitir que se presione por un cambio significativo en los “resultados” implicaría cierta interferencia inconveniente con las relaciones de poder establecidas, mejorando la capacidad de los individuos sociales para intervenir efectivamente en los proce-sos sustantivos de la toma de decisiones social. Por eso la idea mis-ma de propugnar la “igualdad de resultados” debe ser descartada

262 Rousseau, A Discourse on Political Economy, edición Everyman, pp. 262-264.

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categóricamente a favor de la fórmula vacía que promete la incum-plible condición de la “igualdad de oportunidades”. Una condi-ción totalmente incumplible puesto que de la manera como queda definido el asunto mismo, la proclamada “igualdad de oportunida-des” no puede significar más que una concha formal vacía. Porque la propia fórmula tiene explícita la premisa del rechazo insensible y cínico a la “igualdad de resultados”. Y, por supuesto, no existe “oportunidad” que pueda tener algún sentido si por definición se excluye de partida el “resultado”.

9.3.2 La plena realización de la igualdad sustantiva constituye, sin

duda, una tarea histórica sumamente difícil. Ciertamente, quizás sea la más difícil de todas, e implica la transformación del orden social en su totalidad. Porque la creación de una sociedad verdade-ramente equitativa exige el derrocamiento radical de las jerarquías estructurales explotadoras establecidas durante miles de años, y no solamente su variedad capitalista.

Como sabemos todos, en lo que atañe a muchos siglos de historia humana las desigualdades con arraigo estructural se justificaban, con cierta legitimidad, sobre la base de que las condiciones primor-diales de la reproducción expandida podían ser afianzadas al máxi-mo mediante la estructura de mando de las sociedades clasistas. Porque ellas estaban en capacidad de poner a un lado, y acumularlos en grado significativo —aun del modo más inicuo— los frutos del plustrabajo para el potencial avance productivo, en lugar de consu-mirlo todo de una sola vez, “viviendo el día a día”. Tal justificación carece, claro está, de toda validez bajo las inmensas fuerzas y po-tencialidades productivas de nuestro propio tiempo. Naturalmente, el tipo de transformación producida alcanzada históricamente por la humanidad —para mejorar, incomparablemente— en las condi-ciones de reproducción social expandida indicaría, en principio, la posibilidad de establecer una manera cualitativamente distinta de ordenar nuestro modo de control metabólico social, sobre la base de la igualdad sustantiva de todos.

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Pero el cuento no termina aquí. El hecho de que en nuestro tiem-po esté abierta una gran posibilidad histórica no significa en modo alguno que esta se convertirá en realidad en un futuro cercano, y ni siquiera en el futuro remoto. En especial, porque bajo las con-diciones del control metabólico social del capital, en su etapa de desarrollo presente, todo potencial productivo constituye simultá-neamente también un amenazador potencial destructivo. En nues-tros días este último ha sido puesto en su peligroso funcionamiento con creciente frecuencia y a una escala cada vez mayor, poniendo en peligro no solamente la vida humana sino además la totalidad de la naturaleza viviente en nuestro planeta de vida limitada. Es este el verdadero sentido desilusionador de la tan cacareada globalización capitalista en nuestro tiempo.

Inevitablemente un trance histórico como este, insospechado en el pasado, invita a una redefinición radical de muchos de nuestros problemas, incluyendo la cuestión de la igualdad real como uno de los primeros desafíos en la lista. Porque el único orden reproductivo socialista viable no es simplemente la negación del modo de control metabólico social del capital, cada vez más destructivo. No puede ser sostenido por largo tiempo a menos que se pueda articular al mismo tiempo como una alternativa positiva para las condiciones que hoy prevalecen. La igualdad sustantiva constituye en este res-pecto un integrante necesario de la definición en positivo del orden reproductivo social alternativo. Porque resulta imposible eliminar la determinación interior adversarial/conflictual de las células constitutivas de nuestro macrocosmo social existente sin reestruc-turarlas sobre la base de la igualdad sustantiva.

Una sociedad de jerarquía estructuralmente arraigada —la característica definitoria fundamental del sistema del capital— por naturaleza propia tiene que mantenerse siempre siendo adversa-rial/conflictual, tanto en sus microcosmos constituyentes como en su totalidad combinada de manera antagonística. A medida que se profundiza la crisis estructural del sistema del capital, las determi-naciones interiores antagonísticas no pueden más que intensificar-se, y terminar alcanzando el punto de explosión. Es por eso que hoy presenciamos un giro hacia la institución de medidas legislativas

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propias de un Estado cada vez más autoritario, incluso en los paí-ses capitalistas más desarrollados,263 y su activo involucramiento —achacándole sus pretensiones precisamente a la “democracia y libertad”— en guerras devastadoras.

Sin embargo, la tendencia autoritaria, ahora claramente observa-ble, a tratar de controlar las contradicciones explosivas que se van acumulando, con maneras y métodos cada vez más violentos está destinada a volverse no solo inmanejable sino además contraprodu-cente. La expectativa final de tales desarrollos es la destrucción de la humanidad.

A la larga la única alternativa defendible en este particular es una sociedad en la cual los productores asociados puedan identificarse sin reservas con los objetivos y los requerimientos humanamente gratificadores para la reproducción de sus condiciones de exis-tencia. Y eso solo se puede concebir sobre la base de la igualdad sustantiva.

En otras palabras, la solución para los antagonismos explosi-vos, que no pueden ser reprimidos indefinidamente, es factible solo en una sociedad en la que, por una parte, el trabajo mismo esté

263 Ver, por ejemplo, Jean-Claude Paye, “The End of Habeas Corpus in Great Britain” , Monthly Review, noviembre 2005. Como el autor caracte-riza los perniciosos desarrollos legales recientes en el parlamento británico: “La ley ataca la separación de poderes formal al darle prerrogativas judicia-les al secretario de Estado para los asuntos internos. Más aún, reduce prácti-camente a nada los derechos de la defensa. También establece la primacía de la sospecha por sobre el hecho, puesto que es posible imponerles medidas que restringen las libertades, y potencialmente conducen a su arresto domi-ciliario, a individuos, no por lo que hayan hecho, sino de acuerdo con lo que el secretario del interior piense que pudieron o no haber hecho. Así que esta ley deliberadamente le da la espalda al mandato de la ley y establece una forma de régimen político nueva” (p.34). Al respecto, ver también el Capí-tulo 10 del presente libro, especialmente el análisis de “La crisis estructural de la política”.

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universalizado,264 involucrando a cada individuo en particular, y, por otra, los frutos potencialmente más abundantes de la dedicación absoluta de los individuos a sus objetivos productivos, sean com-partidos equitativamente entre todos ellos. No podría existir nin-guna razón para que los productores no se comportasen de forma muy distinta a la de la “fuerza de trabajo renuente” (tan conocida en las sociedades de tipo soviético que se desplomaron) si se cubriesen estas dos inseparables dimensiones de la igualdad sustantiva.

Por eso la realización de la igualdad sustantiva que lo incluya todo, independientemente de cuánto pueda tardar, constituye una condición absoluta para la creación de un orden alternativo his-tóricamente sustentable. Y precisamente porque constituye una condición absoluta para la institución y sustentación de un orden reproductivo no antagonístico, el objetivo de su realización debe formar parte integral de la estrategia general de la transformación social desde el comienzo mismo. Si no es adoptado a conciencia como el objetivo necesario de la transformación —un objetivo que proporcione simultáneamente la brújula para el viaje y la medida tangible del éxito en el camino de llegar a la meta escogida— todo cuanto se diga acerca de la construcción del socialismo está conde-nado a seguir siendo un sueño político inalcanzable.

Hablar acerca de la necesaria relación entre socialismo y demo-cracia es dejar de lado este problema vital. Porque abogar por la democracia en este particular constituye o bien una reducción for-mal del concepto de democracia, como se vio en un puñado de paí-ses “capitalistas avanzados” en el pasado (que no equivale a más que el requerimiento mínimo bajo condiciones socialistas), o bien una evasión mistificadora, tratando de restringir toda búsqueda de soluciones a la esfera política, y por consiguiente implica necesa-riamente andar describiendo círculos. Así, el llamado a construir el

264 Este requerimiento de universalización socialmente equitativa del trabajo aparecía hace ya varios siglos, en los escritos de algunos grandes pensadores visionarios, pero sin ningún efecto, dada la dinámica del avasa-llador desarrollo socioeconómico en marcha en su época. Ver a este respecto el análisis sobre Paracelso en el antecedente Capítulo 8: “La educación más allá del capital”.

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socialismo pasa a ser una condición incumplible y un sueño político irrealizable, puesto que la presunta “democracia” carece de conte-nido social. Porque la política, como fue constituida en el pasado capitalista y como la heredamos, es, de hecho, uno de los mayores obstáculos para la emancipación de la humanidad.

Por eso Marx fue explícito en su defensa inflexible del desgasta-miento gradual del Estado, con todas sus resultantes. Solo el tenaz impulso a la realización de una sociedad de igualdad sustantiva puede darle el contenido social que requiere el concepto de demo-cracia socialista. Un concepto que no se puede definir nada más en términos políticos, porque tiene que ir más allá de la política mis-ma tal como la heredamos del pasado.

Esta igualdad sustantiva constituye también el principio guía fundamental de la política de transición hacia el orden social al-ternativo. Se le reconozca explícitamente o no, la acción principal de la política de transición es irse poniendo fuera de acción trans-firiéndole progresivamente los poderes de toma de decisiones a los productores asociados, permitiéndoles de ese modo que se convier-tan en productores libremente asociados. Pero la política no puede hacer tal cosa sin hallar un principio guía apropiado más allá de ella misma, en el orden social alternativo de la igualdad sustantiva en desarrollo. Esta dedicación a la vital tarea histórica de realizar la igual sustantiva es la única vía para que la política socialista pueda cumplir su mandato de redefinirse y reestructurarse al servicio de la gran transformación emancipadora.

9.4. Planificación:La necesidad de sobreponerse al atropello del tiempo del capital

9.4.1 El socialismo, el nombre para el necesario modo alternativo de

reproducir nuestras condiciones de existencia en este planeta de vida limitada bajo las circunstancias históricas del presente, resulta inconcebible si no se adopta una forma de control metabólico social que sea racional y humanamente gratificante, en sustitución de la

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manera antagonística y cada vez más destructiva como el capital administra el patrimonio planetario.

La planificación, en el sentido más pleno del término, constitu-ye un integrante esencial del modo socialista de control metabólico social. Porque nuestro modo de control tiene que ser viable, no solo en lo tocante al impacto inmediato de la actividad productiva so-bre las condiciones de la reproducción social e individual, sino tam-bién indefinidamente, todo lo adelante en el futuro que se pueda y se deba prever a fin de instituir y mantener con vida las garantías apropiadas.

En este respecto hallamos una flagrante contradicción en el or-den metabólico social del capital. Porque, por una parte, ningún modo de reproducción social anterior tuvo jamás un impacto siquie-ra remotamente comparable sobre las condiciones vitales de la exis-tencia —incluido el sustrato natural mismo de la vida humana— y no nada más en lo inmediato, sino incluso a largo plazo. Al mismo tiempo, por otra parte, la dimensión histórica a largo plazo se des-aparece por completo de la visión del modo de control metabólico social del capital, lo que lo convierte en una forma de mando irra-cional y totalmente irresponsable. El requerimiento de una racio-nalidad al nivel de los detalles más menudos no solo es compatible con el capital, a la escala temporal de la inmediatez, sino además él la necesita, como la condición fundamental para toda su validez, y encuentra en el mercado capitalista su marco operativo apropiado. El problema está, no obstante, en que la dimensión vitalmente im-portante de la racionalidad general está obligatoriamente ausente de ese modo de control reproductivo social. La creciente participa-ción del Estado capitalista como correctivo parcializado constituye un sustituto muy pobre —y en definitiva sin validez— de ella.

Este defecto estructural incorregible del sistema anula la posi-bilidad de una conciencia histórica precisamente en una época en que se ha vuelto mayor la necesidad de ella: en nuestro propio pe-ríodo histórico de globalización. Porque el impacto a largo plazo del desarrollo del sistema, imprevisto, y en lo tocante a las perso-nificaciones del capital imprevisible en principio, ya ha invadido a la totalidad del planeta. Por consiguiente, si hubo una vez en que

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relativamente se justificaba caracterizar al orden capitalista como un sistema de “destrucción productiva”, tal lo describen algunos importantes economistas políticos liberales como Schumpeter, seguir exaltándolo en esos términos hoy día se convierte en una fantasía sumamente peligrosa. Es decir, falsearlo de ese modo en una época en la que —bajo el impacto del desarrollo histórico de finales del siglo XX, que ha devenido en la crisis estructural del sistema del capital en su totalidad tan tenazmente persistente— se torna absolutamente ineludible afrontar el impacto devastador y la fatal potencialidad de la producción destructiva: lo diametralmen-te opuesto a la idealizada “destrucción productiva”.

Solamente un sistema de reproducción metabólica social plani-ficado racionalmente podría mostrar una salida de las contradic-ciones y peligros de este trance producto de la historia que ahora se nos está escapando de las manos. Para remediarlo será necesa-ria una forma de genuina planificación global que pueda —a fin de calificar para el desempeño de un papel que en la actualidad es absolutamente necesario pero en el pasado jamás fue factible en la práctica— ser capaz de manejar en nuestro propio tiempo los múlti-ples problemas y todas las dimensiones de un desarrollo socioeco-nómico, político y cultural verdaderamente global, y no nada más las dificultades de coordinar y e incrementar en positivo los poderes productivos de los países en particular.

Naturalmente, bajo los intereses profundamente arraigados y las circunstancias mitificadas de la “economía de mercado” capitalista dominante, a la idea misma de una forma de economía alternativa exitosamente planificada se le declara fuera de orden a priori. En su poderosa defensa del socialismo de reciente publicación, los Mag-doff caracterizan ese enfoque miope en los términos siguientes:

El escepticismo que siente la gente acerca de la eficacia, e incluso la posibilidad, de una planificación central admite tan solo las fallas y niega los logros. En la planificación central no existe nada que exija el mandata-rismo y le atribuya todos los aspectos de la planificación a las autoridades centrales. Eso sucede a causa de la influencia de los intereses burocráti-cos especiales y el omnipotente poder del Estado. La planificación para

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el pueblo tiene que incorporar al pueblo. Los planes para las regiones, las ciudades y los pueblos necesitan de la incorporación activa de las po-blaciones, fábricas y tiendas locales en los consejos de los trabajadores y los consejos comunales. El programa general —que decide en especial la distribución de los recursos entre los bienes de consumo y la inversión— exige la participación del pueblo. Y para ello el pueblo debe disponer de información factual, de una manera clara de alimentar su pensamiento, y contribuir a las decisiones fundamentales. 265

En períodos de gran emergencia histórica, como por ejemplo la Segunda Guerra Mundial, hasta quienes toman las decisiones capi-talistas están deseosos de incorporar a sus estrategias productivas algunos elementos de economía planificada, si bien de tipo más bien limitado y orientados del todo hacia la obtención de ganancias. Sin embargo, una vez que la emergencia ha sido superada, todas esas prácticas se ven prontamente borradas de la memoria histórica, y el mito del mercado —del que se proclama está idealmente en capaci-dad de solucionar todos los problemas concebibles— es promovido con mayor fuerza que nunca.

Sería un milagro descomunal si la normalidad del modo de control metabólico social del capital, en contraste con sus conce-siones causadas por las emergencias, pudiese diferir en mucho de esto. Porque la idea de la planificación no puede ser separada de la fundamental determinación del tiempo adecuada para el sis-tema sociorreproductivo establecido. A este respecto, los bien co-nocidos prejuicios en contra de la planificación nacen del obligado atropello del tiempo por parte del capital. La única modalidad del tiempo que le resulta directamente significativa al capital es el tiempo de trabajo necesario y sus corolarios operacionales, como lo requieren la seguridad y el resguardo de las condiciones de la contabilidad del tiempo orientada hacia las ganancias y con ello la realización del capital en escala ampliada.

265 Harry Magdoff, Fred Magdoff, “Approaching Socialism”, Monthly Review, julio-agosto 2005, pp. 53-54.

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Como lo mencionamos antes, la racionalidad miope de atenerse (y en sentido espurio “planificar”) a los detalles menudos en las em-presas específicas, necesariamente desprovista de un plan general en la economía como totalidad —una práctica que halla su comple-mentaridad en el mercado adversarialmente/conflictualmente com-binado— es compatible tan solo con un tiempo decapitado y en cortocircuito. Cuando se introdujeron algunos elementos de una racionalidad más abarcadora, con la finalidad de hacerle frente a un grave desafío militar, se hizo bajo la clara comprensión de que las medidas concedidas tenían que ser estrictamente temporales y habría que eliminarlas en la primera oportunidad posible.

En total contraste con el estado de cosas existente, si, como de-bemos, reconocemos el hecho de que las prácticas reproductoras de un mundo integrado globalmente exigen la introducción y la re-tención de la efectiva fuerza guiadora de la racionalidad general, a fin de contrarrestar los crecientes peligros de la incontrolabilidad y las consiguientes explosiones, en ese caso es preciso reexaminar y alterar radicalmente la perversa relación del capital con el tiempo. En este respecto, el requerimiento obvio es el de una planificación global, verdaderamente participativa, de la reproducción metabó-lica social de las condiciones de la humanidad, que abarque todos sus diversos elementos constituyentes, incluidos los culturales y los morales, y no solo la dimensión estrictamente económica. Sin em-bargo, para hacer que esa planificación amplia sea del todo posible es necesario superar la condición fatalmente alienante y paraliza-dora, gracias a la cual el tiempo, orientado hacia las ganancias y miopemente decapitado, “lo es todo, [en tanto que] el hombre no es nada; él es, cuando más, un despojo del tiempo”.266

9.4.2 La razón principal por la que la normalidad del capital resulta

incompatible con la planificación global es que el requerimiento vital de una orientación socioeconómica sustentable surge de los

266 Marx, The Poverty of Philosophy, p. 47.

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aspectos cualitativos del manejo de un orden reproductivo hu-manamente viable. Si se tratase simplemente de una cuestión de extender el tiempo implicado en las operaciones económicas del capital, en principio ello sería factible desde la perspectiva del sis-tema dominante. Lo que interviene en este particular como una condición prohibitiva para la solución del problema aparentemente intratable es la total ausencia de una medida apropiada. Una me-dida que sirva para valorar adecuadamente el impacto humano cualitativo de las prácticas productivas adoptadas, incluso sobre bases relativamente de corto plazo, y no solamente a largo plazo. La forma altamente irresponsable en que los países capitalistas domi-nantes han manejado incluso los requerimientos mínimos del Pro-tocolo de Kyoto, sobre todo los Estados Unidos,267 constituye una buena ilustración de este punto.

267 La nada feliz saga de Kyoto constituye tan solo la última fase de estos desarrollos. Hace más de una década yo argumentaba que “Cualquier in-tento de ocuparse de los problemas reconocidos a regañadientes debe ser conducido bajo el peso prohibitivo de las leyes fundamentales y los anta-gonismos estructurales del sistema. Así, las ‘medidas correctivas’ previstas dentro del marco de los grandes encuentros internacionales —como la re-unión de Río de Janeiro en 1992— no significan absolutamente nada, ya que deben subordinarse a la perpetuación de las relaciones de poder y los intere-ses creados establecidos de manera global. La causalidad y el tiempo tienen que ser tratados como un juguete de los intereses capitalistas dominantes, sin importar cuan agudos puedan ser los peligros. De manera que el tiem-po futuro se ve insensible e irresponsablemente confinado al horizonte más estrecho de las expectativas de ganancias inmediatas” (Más allá del capi-tal, p.148). “De manera característica, incluso las tímidas resoluciones de la Conferencia de Río de Janeiro en 1992 —suavizadas casi hasta el punto de la insignificancia bajo la presión de los poderes capitalistas dominantes, principalmente los Estados Unidos, cuya delegación estuvo encabezada por el presidente Bush [el padre del actual presidente]— son utilizadas tan solo como una coartada para continuar como antes, sin hacer nada para afrontar el reto mientras se simula “cumplir con las obligaciones acordadas” (Ibid., p. 270)

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El capital no tiene dificultades con la cuantificación a gran es-cala, e inclusive con la multiplicación autoexpansiva, dado que su expansión productiva proyectada se puede definir sin recurrir a consideraciones cualitativas, o bien en el plano de los recursos ma-teriales y humanos o si no respecto al tiempo. En este sentido, el crecimiento, como concepto de importancia particular tanto en el presente como en el futuro, tiene que ser manejado por el capital dentro de los confines paralizantes de la cuantificación fetichista, aunque en realidad no haya forma alguna de sostenerlo como una forma de estrategia productivamente viable sin aplicarle conside-raciones profundamente cualitativas, como veremos en la próxima sección. De igual manera, la planificación global —a diferencia de las intervenciones selectivas seguras (en cuanto a los objetivos productivos específicos que se pueden perseguir) y limitadas en el tiempo— resulta inadmisible porque ni el alcance ni la escala de tiempo de la racionalidad general humanamente válida son pro-pensas a la cuantificación fetichista.

El concepto clave aquí no es la racionalidad en y para sí misma, sino la necesaria determinación de la racionalidad sustentable por parte de la humanidad intrínseca de la medida general que se adopte. La racionalidad parcial fácilmente cuantificable puede estar en plena sintonía con los imperativos operacionales del capital dentro de sus microcosmos productivos. Pero no así la racionali-dad general humanamente válida, como el marco guía y apropia-da medida del sistema en su totalidad. Porque lo único que puede definir a un sistema productivo viable y sustentable respecto a su racionalidad general guiadora es la propia necesidad humana: una determinación intrínsecamente cualitativa.

Tal determinación general cualitativa solo puede nacer de la rea-lidad de la necesidad humana, que es irrefrenable aun cuando hoy se vea capitalistamente frustrada. Es esto lo que necesariamente les falta a la incorregible autodefinición y la insuperable determi-nación general del sistema del capital. Precisamente por esta razón el capital tiene que subordinar el valor de uso —que carece por completo de sentido sin su relación cualitativa con la necesidad humana claramente identificable— al valor de cambio fácilmente

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cuantificable. Este último nada tiene que ver con la necesidad hu-mana; solamente con la necesidad de autorreproducción ampliada del capital. En verdad es perfectamente compatible con el triunfo del contra-valor destructivo, como la cruda realidad del complejo militar-industrial y su lucrativo involucramiento “realizador del capital” en las prácticas directamente antihumanas de las guerras genocidas lo demuestran claramente en nuestro tiempo.

9.4.3 La planificación, en el sentido más profundo del término, resulta

absolutamente vital para la corrección de estos problemas y con-tradicciones. Pero la planificación en cuestión no se puede conce-bir sin su correspondiente dimensión del tiempo histórico. En este respecto, el concepto de tiempo requerido para darle sentido a la planificación en su significado cabal —contrario al limitadamente técnico— no es el de un tiempo cósmico abstracto y genérico, sino el de un tiempo con significado humano. Porque en el transcurso de la historia, y especialmente a través del desenvolvimiento de la historia humana, el concepto de tiempo se ha visto profundamente alterado en el sentido de que con el desarrollo de los seres humanos —y la resultante “humanización de la propia naturaleza” (Marx)— entra en el cuadro una dimensión del tiempo radicalmente nueva.

El hecho de que la humanidad, en contraste con el mundo ani-mal, haya sido construida con individuos creados históricamente, y que, bajo las condiciones cambiantes, están en desarrollo históri-co, no se puede divorciar de la circunstancia de que los individuos humanos, en contraposición a su especie, tienen un tiempo de vida estrictamente limitado. En consecuencia, gracias a un prolongado desarrollo histórico el problema del tiempo se presenta en el con-texto humano no simplemente como la necesidad de sobrevivir des-de el primer día hasta la hora final de la duración de la vida de los individuos en particular, sino simultáneamente también como el desafío para la creación de una vida con significado, en el grado más elevado posible, que los confronta directamente, como sujetos reales de su propia actividad vital. En otras palabras, el desafío de darle sentido a sus propias vidas como los “autores” reales de

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sus propios actos, en estrecha conjunción con las potencialidades colectivas, cada vez más incrementadas, de su sociedad (de la cual ellos mismos constituyen una parte integrante y activamente contri-buyente). Es así como los individuos y la conciencia social pueden unirse realmente en pro del avance humano positivo.

Naturalmente, bajo el dominio del capital todo esto resulta impo-sible. El requerimiento vital de la planificación se ve anulado tanto al nivel social abarcador como en la vida de los individuos en par-ticular. En el nivel social más amplio, a la planificación global, en su orientación positiva por la necesidad humana, se le descalifica en interés de una contabilidad del tiempo de orientación absoluta-mente miope, que trae consigo crecientes peligros de producción destructiva en la coyuntura histórica presente. Al mismo tiempo, al nivel de la conciencia individual el requerimiento de “darle sentido a nuestra propia vida” solo puede entrar en las formas más inefec-tivas del discurso religioso, interesado solamente en “el mundo del más allá”.

El obligatorio atropello del tiempo por el capital debe prevale-cer a toda costa en todos los terrenos. Por consiguiente, si se quiere concebir un orden reproductivo como alternativa al existente que sea hegemónico y viable, hay que mantener la cuestión de la pla-nificación en el primer plano de nuestra atención, en el sentido en que la hemos venido considerando en estas últimas páginas. Porque no puede haber éxito perdurable sin combinar la dimensión social amplia de la reproducción social con la búsqueda de una vida con sentido por parte de los individuos.

Estas dos dimensiones fundamentales de lo que significa ser un sujeto real, en el sentido del término propiamente dicho, o se sos-tienen en pie juntas o caen juntas. ¿Porque cómo podría ser el sujeto del poder soberano en el mundo social el conjunto de productores libremente asociados, como fuerza colectiva conscientemente vi-gorosa, que planifica y administra de manera autónoma sus inter-cambios productivos con la naturaleza y entre los miembros de la sociedad, si los individuos sociales en particular que constituyen esa fuerza colectiva no son capaces de emanciparse hasta el pun-to de convertirse en “sujetos conscientes de sus propias acciones”,

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asumiendo plenamente la responsabilidad de su actividad de vida significativa? Y viceversa: ¿cómo podrían los individuos tener vi-das significativas propias si las condiciones generales de la repro-ducción metabólica social están dominadas por una fuerza ajena que frustra sus planes y del modo más autoritario anula los objeti-vos y los valores autorrealizables que los individuos intentan fijar por sí mismos?

Las violaciones burocráticas de la planificación en las socieda-des poscapitalistas de tipo soviético fueron una manifestación de la misma contradicción. La influencia paralizadora “de los inte-reses burocráticos especiales y el omnipotente poder del Estado” en la economía —que acertadamente critican los Magdoff— tenía que fracasar. Porque los miembros del Politburó se autoasignaban arbitrariamente el papel exclusivo de sujetos todopoderosos de la toma de decisiones al dirigir su decretada “economía planificada”, y menospreciaban al mismo tiempo, con descarado sentido de su-perioridad, hasta a los máximos funcionarios de planificación del Estado como “nada más que un hatajo de contadores”, como lo dejó suficientemente claro Kruschev en su conversación con el Che Guevara.

Una entrevista reveladora reporta una conversación que sostu-vieron Harry Magdoff y el Che Guevara:

Yo le dije al Che, “lo importante es que cuando se hagan los planes los planificadores, los que presentan las directrices y los números, se pongan a pensar sobre las alternativas reales de la política económica a la luz de las condiciones prácticas”. Y entonces él se rió y dijo que cuando estuvo en Moscú, su anfitrión Kruschev, que en ese entonces estaba a la cabeza del Partido y el gobierno, lo llevó a ver lugares, como turista político. Reco-rriendo la ciudad, el Che le dijo a Kruschev que le gustaría reunirse con la comisión de planificación. A lo que respondió Kruschev: “¿Para qué quie-res hacer eso? No son más que un hatajo de contadores”268

268 Harry Magdoff, entrevistado por Huck Gutman, “Creating a Just Society: Lessons from Planning in the U.S.S.R. & the U.S.”, Monthly Re-view, octubre de 2002.

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Más aún, en lo que concernía a los individuos en particular de la sociedad en su conjunto, a ellos se les consideraba mucho menos en la planificación general que al “hatajo de contadores” tan arrogante-mente caracterizado. Las autoridades estatales restringían sin con-templaciones su papel, como sujetos individuales, a llevar a cabo las órdenes que les llegaban desde lo alto.

Las consecuencias fueron totalmente devastadoras, y ello es comprensible. Porque bajo las circunstancias prevalecientes el su-jeto colectivo consciente de los necesarios intercambios globales no podía constituirse de ninguna manera como un sujeto colectivo genuino, para que pudiese ejercer un control verdaderamente firme sobre los procesos vitales de la reproducción social. Tal cosa resul-taba imposible porque las dos dimensiones fundamentales de lo que significa ser un sujeto real, ya mencionadas —o sea: la necesidad de combinar la dimensión social amplia de la racionalidad produc-tiva con los objetivos individuales— fueron quebrantadas y puestas a oponerse entre sí, de manera voluntarista. De ese modo —bajo la modalidad establecida de la toma de decisiones de arriba a abajo— a los potenciales miembros de la sociedad constituyentes del suje-to colectivo válido, los individuos en particular, se les negaba el control autónomo de su propia actividad de vida significativa, y por lo tanto también el control de la reproducción metabólica social en su totalidad. El resto de la triste historia se ha vuelto bien conocido gracias al derrumbe del sistema de tipo soviético.

Así, por todas las razones estudiadas en esta sección, para la creación de un orden social alternativo resulta vital que se venza radicalmente el obligatorio atropello del tiempo por parte del capi-tal, que degrada a los seres humanos a la condición de “despojo del tiempo”, y les niega el poder de la autodeterminación como suje-tos reales. A la decapitación y cortocircuitación del tiempo no se le puede poder correctivo solamente al nivel social general. Las con-diciones de la emancipación social e individual no pueden ser sepa-radas, ni mucho menos puestas a oponerse entre sí. O prevalecen o fracasan juntas, en el plano temporal de la simultaneidad. Porque la una necesita enteramente de la otra para poder realizarse. No es posible esperar que la emancipación de los individuos se produzca

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sin que se hayan cumplido con éxito los objetivos generales funda-mentales de la transformación social. ¿Porque quién en este mundo podría dar siquiera los primeros pasos de una transformación social que lo abarque todo, sino los individuos que pueden —y lo hacen— identificarse con sus objetivos y valores sociales elegidos?

Pero para hacer eso, los individuos sociales en particular tienen que liberarse de la camisa de fuerza del tiempo decapitado que se les ha impuesto estrechamente. Solo pueden hacerlo adquiriendo el poder de la toma de decisiones autónoma, consciente y responsable, con su justa —y no adversarialmente expandida— perspectiva de una actividad de vida significativa. Es así como se hace posible un orden metabólico social alternativo en una escala temporal históri-camente sustentable. Y es eso lo que le confiere su verdadero senti-do a la planificación como principio vital de la empresa socialista.

9.5. Crecimiento cualitativo en la utilización: la única economía viable

9.5.1 Hubo una vez en que el modo de producción capitalista repre-

sentó un gran adelanto por sobre todos los precedentes, indepen-dientemente de lo problemático y en verdad destructivo que al final resultó —y tenía que resultar— ese adelanto histórico. Al romper el vínculo directo, prevaleciente durante largo tiempo pero a la vez constreñidor, entre el uso y la producción humanos, y reemplazar-lo por la relación de mercancía, el capital abrió las posibilidades, dinámicamente en desarrollo, de una expansión aparentemente irresistible para la cual no podía haber límites concebibles, desde la perspectiva del sistema del capital y sus personificaciones inte-resadas. Porque la determinación interna del sistema productivo del capital, paradójica y en definitiva bien poco sustentable, es que sus productos convertidos en mercancía “son valores sin uso para quienes los poseen y valores de uso para quienes no los poseen. En consecuencia, todos deben cambiar de manos (…) De aquí

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que las mercancías deban realizarse como valores antes de que puedan realizarse como valores de uso”.269

Esta determinación interna del sistema, contradictoria en sí mis-ma, que impone el implacable sometimiento de la necesidad hu-mana a la alienante necesidad de expansión del capital, es lo que elimina la posibilidad de un control racional general desde este orden productivo dinámico. Acarrea consecuencias peligrosas y potencialmente catastróficas a largo plazo, transformando con el tiempo el gran poder positivo del casi inimaginable desarrollo eco-nómico inicial en una negatividad devastadora, ante la ausencia total de una necesaria restricción reproductiva.

Lo que resulta sistemáticamente ignorado —y que, dados los inalterables imperativos fetichistas e intereses creados del capi-tal mismo, tiene que ser ignorado— es el hecho de que, inexora-blemente, vivimos en un mundo finito, con sus límites objetivos literalmente vitales. Durante largo tiempo en la historia humana, incluidos varios siglos de desarrollos capitalistas, fue posible igno-rar —como en verdad ocurrió— esos límites con relativa seguridad. Sin embargo, una vez que ellos se hacen firmes, como categórica-mente tienen que hacerlo en nuestra irreversible época histórica, no existe sistema productivo irracional y despilfarrador, sin importar cuán dinámico sea (de hecho, mientras más dinámico peor), que pueda escapar de las consecuencias. Tan solo podría ignorarlas por algún tiempo, mediante una reorientación hacia la despiadada jus-tificación del imperativo más o menos abiertamente destructivo de la autopreservación del sistema a toda costa: predicando la conseja de “no hay ninguna alternativa”, y, ya en ese espíritu, dejando a un lado o, cuando haya necesidad, eliminando brutalmente incluso las señales de alarma más obvias que presagian el insustentable futuro.

La falsa teorización es la consecuencia obligada de esta desequi-librada determinación estructural objetiva y esta dominación del valor de uso por el valor de cambio, no solo bajo las condiciones más absurda y ciegamente apologéticas del capitalismo contemporáneo, sino también en el período clásico de la economía política burguesa,

269 Marx, El capital, vol. 1, p. 85.

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en la época de la ascensión histórica del sistema del capital. Es así porque bajo el dominio del capital se tiene que procurar a toda costa una producción ficticiamente ilimitada, a la vez que teóricamente justificada como la única admisible. Tal procura es imperativa, in-cluso sin ninguna clase de garantías de que (1) el requerido y susten-table “cambio de manos” de las mercancías producidas tendrá lugar en el mercado idealizado (gracias a la misteriosa benevolencia de la más misteriosa aún “mano invisible” de Adam Smith); y (2) que las condiciones materiales objetivas para producir la proyectada provi-sión de mercancías ilimitada —y humanamente ilimitable, puesto que en su determinación primordial está divorciada de la necesidad y el uso— puedan quedar aseguradas para siempre, independien-temente del impacto destructivo del modo de reproducción metabó-lica social del capital sobre la naturaleza, y por consiguiente sobre las condiciones fundamentales de la propia existencia humana.

La ideal adaptabilidad del mercado para rectificar el defecto es-tructural inalterable indicado antes en el punto (1) constituye una invención posterior sin basamento real, que genera muchas pre-sunciones arbitrarias y proyecciones regulativas incumplibles por la misma tónica. La realidad desengañadora oculta tras el merca-do como invención remedial tardía es un conjunto de relaciones de poder insuperablemente adversariales, que tienden a la dominación monopólica y a la intensificación de los antagonismos del sistema. De igual modo, el grave defecto estructural de la prosecución de una expansión del capital ilimitada —idealizando al superimpor-tante “crecimiento” como un fin en sí mismo— como ya se puso de relieve en el punto (2), se ve complementado por otra invención tardía, igualmente sin basamento real, cuando hay que admitir que debería entrar en funciones algún correctivo. Y el correctivo así proyectado —como una alternativa para el desplomarse del sis-tema en la negatividad insalvable del fatal “estado estacionario” que teorizó la economía política burguesa en el siglo XIX— cons-tituye simplemente la ilusoria pretensión de hacer “más equitativa” (y por ende menos desmembrada por los conflictos) a la distribu-ción, mientras se deja tal como está al sistema de producción. Este postulado, aun si se implementase, cosa que por supuesto resulta

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imposible, dadas las determinaciones estructurales jerárquicas fun-damentales del propio orden social del capital, no podría ser capaz de resolver ninguno de los problemas graves de la producción, so-bre los cuales se erigen también las insuperables contradicciones de la irremediable distribución del sistema del capital.

Uno de los principales representantes del pensamiento liberal, John Stuart Mill, es tan genuino en su preocupación por el “estado estacionario” del futuro como insalvablemente irreal en el correc-tivo que propone para este. Porque tan solo es capaz de ofrecer una vacua esperanza en su análisis de este problema, que resulta ser ab-solutamente inabordable desde la perspectiva del capital. Escribe que “Espero sinceramente, por el bien de la posteridad, que estarán contentos de ser estacionarios, mucho antes de que la necesidad se los imponga”.270 De esta manera el discurso de Mill no pasa de constituir una prédica paternalista, porque solamente puede reco-nocer, en sintonía con su aceptación del diagnóstico de Malthus, las dificultades que surgen del crecimiento de la población, pero no ninguna de las contradicciones del orden reproductivo del capi-tal. Su autocomplacencia burguesa es claramente visible, y despoja de toda sustancia a su análisis y su intento de reforma paternalista. Mill asevera perentoriamente que “Es tan solo en los países atra-sados del mundo donde el incremento de la producción continúa siendo un objetivo importante; en los más avanzados, lo que se ne-cesita en economía es una mejor distribución, para la cual uno de los medios indispensables es una restricción más estricta de la población”.271 Incluso su idea de “mejor distribución” es insalvable-mente irreal. Porque lo que no es posiblemente capaz de aceptar (o reconocer) Mill, es que el aspecto de la distribución que resulta ser abrumadoramente importante es la intocable distribución exclusiva de los medios de producción para la clase capitalista. Naturalmente, entonces, en una premisa operacional del orden social tan interesa-

270 John Stuart Mill, Principles of Political Economy, p. 751.

271 Ibid., p. 749.

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da va a prevalecer siempre un sentido de superioridad paternalista, al grado de que no cabe esperar ninguna solución “hasta que las mejores mentes logren educar a los demás”272 para que éstos acep-ten que se restrinja la población y de esa restricción supuestamente surja una “mejor distribución”. Así que el pueblo debería olvidarse por completo de estar cambiando las destructivas determinaciones estructurales del orden metabólico social establecido, que inexora-blemente conducen a la sociedad hacia un estado estacionario es-tancador. En el discurso de Mill, la utopía del milenio capitalista, con su estado estacionario sustentable, vendrá al mundo gracias a los buenos servicios de las iluminadas “mejores mentes” liberales. Y entonces, en lo que atañe a las determinaciones estructurales del orden reproductivo social establecido, todo podrá seguir por siem-pre igual que antes.

Todo esto tenía algún sentido desde la perspectiva del capital, por muy problemático y en definitiva insustentable que a fin de cuentas habría de resultar ese sentido, debido al dramático inicio y la inexorable profundización de la crisis estructural del sistema. Pero ni siquiera ese sentido parcial de las mismas proposiciones ilu-sorias se le podría atribuir al movimiento político reformista que pretendía representar los intereses estratégicos del trabajo. No obs-tante, el reformismo socialdemócrata en su inicio se inspiró en esas invenciones posteriores de la economía política liberal, ingenuas si bien al comienzo sostenidas honestamente. Así, debido a la lógi-ca interna de las premisas sociales adoptadas, que provienen de la perspectiva del capital y sus intereses creados como controlador in-discutido del metabolismo reproductor, no podía resultar para nada sorprendente que el reformismo socialdemócrata finalizara el curso de su desarrollo de la manera como lo hizo: transformándose en el “Nuevo Laborismo” (en Gran Bretaña, y sus equivalentes en otros países) y abandonando por completo cualquier interés por incluso la más limitada reforma del orden social establecido. Al mismo tiem-po, en lugar de un liberalismo genuino aparecieron en el escenario

272 Ibid.

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histórico las variedades más salvajes e inhumanas de neolibera-lismo, borrando el recuerdo de los correctivos sociales alguna vez propugnados —incluidas las soluciones ilusorias paternalistas— en el pasado progresista del credo liberal. Y, como amarga ironía del desarrollo histórico contemporáneo, los antiguos movimientos re-formistas democráticos, por el estilo del “Nuevo Laborismo”, insta-lados en el gobierno —no solo en Gran Bretaña sino en todas partes en el mundo capitalista “avanzado” y no tan avanzado— no vacila-ron en identificarse sin reservas con la agresiva fase neoliberal de la apologética del capital. Esta transformación entreguista marcó claramente el final del camino reformista, que era de partida un ca-llejón sin salida.

9.5.2 Si queremos crear un orden reproductivo social económica-

mente viable y también históricamente sustentable a largo plazo, es necesario alterar radicalmente las determinaciones internas au-tocontradictorias del orden establecido, que imponen el implaca-ble sometimiento de la necesidad y el uso humanos a la alienante necesidad de expansión del capital. Ello significa que hay que re-legar permanentemente al pasado la absurda precondición del sis-tema productivo dominante, según la cual los valores de uso, por determinaciones del propietario preordenadas y totalmente inicuas, deben ser separados de quienes los crearon, y opuestos a éstos, a fin de propiciar, y legitimar circularmente/arbitrariamente la auto-rrealización ampliada del capital. De lo contrario, el único signi-ficado viable de economía como una economización racional de los recursos disponibles, necesariamente finitos, no puede ser ins-tituido y respetado como principio orientador vital. En cambio, el despilfarro irresponsable domina en el orden socioeconómico —y en el correspondiente orden político— que invariablemente se re-afirma como irresponsabilidad institucionalizada, con todo y el mito, que él mismo ha creado, de la “eficiencia” absolutamente in-superable. (Sin duda, el tipo de “eficiencia” glorificado de esa ma-nera es, de hecho, la eficiencia definitivamente autosocavadora del capital para llevar ciegamente adelante las partes adversariales/

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conflictuales incorregiblemente a expensas del todo). Compren-siblemente entonces, las fantasías de un “socialismo de mercado”, bien promocionadas desde el gobierno, tendrían que desinflarse en la forma de un colapso humillante, debido a la aceptación de tales presuposiciones y determinaciones estructurales capitalistamente insuperables.

La concepción hoy dominante de la “economía”, que resulta ser totalmente incapaz de ponerle límites incluso al despilfarro más deplorable, y en nuestro tiempo verdaderamente en escala plane-taria, solo puede funcionar con tautologías interesadas y falsas oposiciones y seudoalternativas, arbitrariamente prefabricadas y simultáneamente descartadas, ideadas para el mismo propósito de autojustificación injustificable. Como una tautología flagran-te y peligrosamente infecciosa, se nos ofrece la arbitraria defi-nición de la productividad como crecimiento, y el crecimiento como productividad, aunque ambos términos requerirían ellos mismos de una evaluación históricamente calificada y objetiva-mente sustentable. Naturalmente, la razón por la cual la obvia fa-lacia tautológica resulta muy preferible a la requerida evaluación teórica y práctica adecuada, es que, al decretarse arbitrariamente la identidad de esos dos términos de referencia claves del sistema del capital, la obvia validez y eterna superioridad de un orden re-productivo social extremadamente problemático —y en definitiva hasta destructivo— luciría no solo verosímil sino además absoluta-mente incuestionable. Al mismo tiempo, la identidad tautológica del crecimiento y la productividad decretada arbitrariamente se ve apuntalada por la falsa alternativa, igualmente arbitraria e interesa-da, entre “crecimiento o no crecimiento”. Más aún, esta última es prejuzgada automáticamente a favor del “crecimiento” supuesto y definido desde el punto de vista capitalista. Es proyectado y defini-do con cuantificación fetichista, como conviene a la manera —ab-surdamente eterna en sus pretensiones, pero estrictamente histórica en la realidad— de presuponer para siempre, como sinónimo del crecimiento mismo, nada más específico y humanamente signifi-cativo que la genericidad abstracta de la expansión del capital am-

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pliada, como la precondición primordial para la satisfacción de la necesidad y el uso humanos.

Es aquí donde el irreparable divorcio del crecimiento capitalista y la necesidad y el uso humanos —en verdad su contraposición a la necesidad humana potencialmente devastadora y destructiva en grado sumo— se delata a sí mismo. Una vez que quedan al desnu-do las mistificaciones fetichistas y los postulados arbitrarios en la raíz de la falsa identidad crecimiento y productividad, decretada de manera categórica, se torna suficientemente claro que el tipo de crecimiento supuesto, y al mismo tiempo eximido automáticamente de todo examen crítico, carece de toda conexión intrínseca con los objetivos sustentables correspondientes a la necesidad humana. La única conexión que debe ser hecha valer y defendida a toda costa en el universo metabólico social del capital es la falsa identidad expansión del capital —presupuesta a priori— y el “crecimiento” circularmente correspondiente (mas en verdad también presupuesto a priori), cualesquiera puedan ser las consecuencias que les impon-ga a la naturaleza y la humanidad, incluido el tipo de crecimiento más destructivo. Porque el interés real del capital solo puede ser su propia expansión cada vez mayor, aunque ello acarree la destruc-ción de la humanidad.

Bajo esta visión, hasta el crecimiento canceroso más letal tiene que preservar su primacía conceptual por encima de la necesidad y el uso humanos, si es que por alguna casualidad se llega a mencionar la necesidad humana. Y cuando los apologistas del sistema del capital están dispuestos a considerar Los Límites para el Crecimiento,273

como lo hizo el “Club de Roma” en su iniciativa apologética del ca-pital vastamente propagandizada de comienzos de la década de los 70, el objetivo continúa siendo inevitablemente la eternización de

273 Para citar este libro con todo su título, por demás pretencioso: The Limits to Growth: A Report for the Club of Rome Project on the Pre-dicament of Mankind, A Potomac Associates Book, Earth Island Limited, Londres, 1972.

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las profundas desigualdades existentes274 congelando de manera ficticia (y quimérica) la producción capitalista global en un nivel totalmente insustentable, y echándole la culpa por los problemas existentes en primer lugar al “crecimiento poblacional” (como es la sempiterna costumbre en la economía política burguesa desde Malthus). Comparada con semejante “intento remedial” insensible e hipócrita, que simula retóricamente estar interesado nada menos que en “la difícil situación de la humanidad”, la prédica paternalista de John Stuart Mill antes citada, con su genuina propugnación de una distribución un tanto más equitativa de la que él conocía, era el paradigma de la ilustración radical.

La falsedad de la alternativa de “crecimiento o no crecimiento”, típicamente interesada, es evidente incluso si nada más considera-mos cuál sería el inevitable impacto del “no crecimiento” postulado sobre las graves condiciones de desigualdad y sufrimiento en el or-den social del capital. Significaría la condena permanente de la in-mensa mayoría de los seres humanos a las condiciones inhumanas que ahora se ven obligados a soportar. Porque hoy miles de millo-nes de ellos están en sentido literal obligados a soportarlas, cuan-do bien podría crearse una alternativa real para ello. Bajo ciertas condiciones, es decir, cuando sería sumamente factible rectificar al menos los peores efectos de la privación global: poniendo en uso humanamente aprobable y gratificante el potencial de productivi-dad alcanzado, en un mundo cuyos recursos materiales y humanos se ven hoy criminalmente despilfarrados.

9.5.3 No cabe duda, tan solo podemos hablar del potencial de pro-

ductividad positivo, y no de su realidad existente, como lo prego-nan a menudo, con muy buenas intenciones pero sin pasar de meras

274 Elocuentemente, la principal figura teórica tras esta iniciativa de “limi-tación del crecimiento”, el profesor Jay Forrester, del Instituto de Tecnolo-gía de Massachussets, rechazaba despectivamente toda preocupación por la igualdad como mera “consigna de la igualdad”. Ver su entrevista en Le Monde, 1º de agosto de 1972.

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ilusiones infundadas, los reformadores monotemáticos chapados a la antigua que afirman ilusamente que podríamos hacerlo “en este mismo momento”, con los poderes productivos a nuestra disposi-ción en la actualidad, si realmente nos decidiésemos a hacerlo. Des-afortunadamente, sin embargo, este concepto ignora por completo la forma en que nuestro sistema productivo está articulado en el pre-sente, que requiere de una rearticulación radical en el futuro. Por-que la productividad atada al crecimiento capitalista, en la forma de la realidad actualmente dominante de producción destructiva, constituye un adversario formidable. Para convertir la potenciali-dad positiva del desarrollo productivo en la tan necesitada realidad, así como para poder rectificar muchas de las flagrantes desigualda-des e injusticias de nuestra sociedad existente, haría falta adoptar los principios reguladores de un orden social cualitativamente diferente. En otras palabras, el potencial de productividad de la humanidad, hoy destructivamente negado, tendría que ser liberado de su envoltura capitalista a fin de convertirse en poder productivo socialmente viable.

La quimérica propugnación de la congelación de la producción al nivel alcanzado a comienzos de la década de los 70 trataba de dis-frazar, con el vacuo y seudocientífico tráfico de modelos promovido en el Instituto de Tecnología de Massachussets, las reales relaciones de poder del imperialismo de la posguerra dominado por los Es-tados Unidos, impuestas sin misericordia. Esa variedad de impe-rialismo era, por supuesto, muy distinta de la forma primitiva que conoció Lenin. Porque en vida de Lenin al menos media docena de potencias imperialistas de peso competían por la recompensa de sus conquistas, reales y/o deseadas. E incluso en los años 30, Hitler todavía tenía la intención de compartir con el Japón y la Italia de Mussolini los frutos del imperialismo redefinido violentamente. En nuestros días, por el contrario, tenemos que encarar la realidad —y los peligros letales— que surgen del imperialismo hegemónico global,275 con los Estados Unidos como su potencia avasalladora-

275 Ver el Capítulo 4 de este libro, especialmente la Sección 2: “La fase potencialmente más letal del imperialismo”.

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mente dominante. En contraste incluso con Hitler, los Estados Uni-dos como único hegemón muy poca intención tienen de compartir la dominación global con ningún rival. Y no simplemente por causa de contingencias políticas/militares. Los problemas son mucho más profundos. Se afincan a través de las contradicciones cada vez más graves de la crisis estructural del sistema del capital, que a su vez se ahonda. El imperialismo hegemónico global dominado por los Estados Unidos constituye un intento —decididamente inútil— de idear una solución de dicha crisis mediante el dominio más brutal y violento sobre el resto del mundo, impuesto con o sin la ayuda de “aliados voluntarios” serviles, ahora a través de una sucesión de guerras genocidas. A partir de la década de los 70, los Estados Uni-dos se han venido hundiendo cada vez más en un endeudamiento catastrófico. La fantasiosa solución proclamada públicamente por varios presidentes norteamericanos era “crecer para surgir”. Y el resultado: todo lo contrario, en forma de un endeudamiento astronó-mico que continúa creciendo. En consecuencia, los Estados Unidos tienen que atrapar para ellos, por todos los medios a su disposición, incluida la agresión militar más violenta cada vez que sus propó-sitos lo requieran, todo cuanto puedan, mediante la transferencia de los frutos del crecimiento capitalista —gracias a la dominación socioeconómica y política/militar global de los Estados Unidos como el actual único hegemón exitosamente prevaleciente— des-de todas partes del mundo. ¿Puede entonces cualquier persona en su sano juicio imaginar, sin importar cuán bien escudado esté tras su endurecido menosprecio por la mera “consigna de la igualdad”, que el imperialismo hegemónico global dominado por los Estados Unidos tomaría en serio, siquiera por un instante, la panacea del “no crecimiento”? Tan solo la peor clase de mala fe podría sugerir ideas como ésas, no importa cuán adornadamente envueltas en la hipócri-ta preocupación sobre “el difícil trance de la humanidad”.

Por una variedad de razones, no cabe ninguna duda acerca de la importancia del crecimiento tanto en el presente como en el futuro. Pero para decir eso hay que adentrarse en un examen adecuado del concepto de crecimiento, no solo como lo hemos conocido hasta el presente, sino también como podemos concebir su sustentabilidad

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en el futuro. El que nos pongamos de parte de la necesidad de cre-cimiento no puede ponernos a favor del crecimiento indiscrimi-nado. La verdadera interrogante tendenciosamente eludida es: ¿qué tipo de crecimiento es tanto deseable como factible hoy día, en contraste con el crecimiento capitalista peligrosamente despilfarra-dor y hasta paralizante? Porque el crecimiento tiene que ser también positivamente sustentable en el futuro, sobre una base a largo plazo.

Como ya hemos mencionado, el crecimiento capitalista está do-minado fatalmente por los límites inescapables de la cuantificación fetichista. El despilfarro cada vez más grave constituye un corola-rio obligado de ese fetichismo, puesto que no puede haber criterios —ni mediciones viables— gracias a cuya observancia se pueda co-rregir tal despilfarro. La cuantificación más o menos arbitraria fija el contexto y crea al mismo tiempo la ilusión de que una vez que las cantidades requeridas le han sido aseguradas al más poderoso, ya no podrán presentarse otros problemas de importancia. Pero la verdad del asunto es que la cuantificación centrada en sí misma en realidad no puede ser sustentada como una forma de estrategia productivamente viable, ni siquiera a corto plazo. Porque ella es parcial y miope (si no ciega del todo), e interesada solamente en las cantidades correspondientes a los obstáculos inmediatos que es-torban el cumplimiento de una tarea productiva dada, pero no en los límites estructurales que obligatoriamente se aúnan a la empresa socioeconómica misma que —sépase o no— en última instancia lo decide todo. La obligada confusión capitalista entre límites estruc-turales y obstáculos (que pueden ser superados cuantitativamen-te) a fin de ignorar los límites (puesto que éstos se corresponden con las determinaciones insuperables del orden metabólico social del capital) vicia la orientación del crecimiento de todo el sistema productivo. Hacer que el crecimiento sea viable requeriría aplicar-le consideraciones profundamente cualitativas. Pero la tendencia autoexpansiva a toda costa del capital, incompatible con la con-sideración restrictiva de la cualidad y los límites, evita tal cosa definitivamente.

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La gran innovación del sistema del capital es que él puede operar de manera no dialéctica —mediante la avasallante dominación de la cantidad: subsumiéndolo todo, incluido el trabajo humano vi-viente (inseparable de las cualidades del uso y la necesidad huma-na) bajo determinaciones cuantitativas abstractas, en forma de valor y valor de cambio. Así, todo se vuelve medible y manejable desde el punto de vista de la ganancia durante un período determi-nado. Ese es el secreto del triunfo sociohistórico del capital, durante largo tiempo irresistible. Pero es también el heraldo de su definitiva insustentabilidad y obligado derrumbe, una vez que los límites ab-solutos del sistema (al contrario de sus límites relativos, que se co-rresponden con los obstáculos que dificultan la expansión y son productivamente superables) se activan a plenitud, como lo están haciendo de manera creciente en nuestra época histórica. Ese es el momento en que la dominación no dialéctica de la calidad por la cantidad se torna peligrosa e insustentable. Porque resulta inconce-bible que ignoremos en nuestro tiempo la conexión intrínseca, que es fundamental pero se ve obligatoriamente puesta de lado bajo el capitalismo (y que hoy tenemos que adoptar conscientemente como orientación normativa vital) entre la economía y la economización (que equivale a la administración responsable). En un punto crí-tico del tiempo histórico, cuando las personificaciones interesadas del sistema productivo dominante emplean todo su poder en borrar toda conciencia de esa vital conexión objetiva, y optan por la des-tructividad evidente, no solo en el ejercicio de prácticas producti-vas extremadamente despilfarradoras, sino además glorificando su involucramiento letalmente destructivo en “guerras preventivas y disuasivas” ilimitadas.

La calidad, por naturaleza propia, es inseparable de las especifi-cidades. En consecuencia, un sistema metabólico social respetuoso de la calidad —sobre todo de las necesidades de los seres humanos vivientes como sus sujetos productores— no puede estar regimenta-do jerárquicamente. Se requiere de una administración socioeconó-mica y cultural radicalmente diferente para una sociedad manejada sobre la base de un metabolismo reproductivo tan cualitativamente distinto, formulado en una sola palabra como autogestión. Para el

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orden metabólico social del capital la regimentación era factible y necesaria. En efecto, la estructura de mando del capital no podría funcionar de ninguna otra manera. Las características definitorias de la estructura de mando del capital son la jerarquía estructural-mente asegurada y la regimentación autoritaria. El orden alternativo resulta incompatible con la regimentación y con el tipo de conta-bilidad —incluida la operación del tiempo de trabajo necesario, estrictamente cuantitativa— que debe prevalecer en el sistema del capital. De modo que el tipo de crecimiento necesario y factible en el orden metabólico social alternativo solo puede estar basado en una calidad que se corresponda directamente con las necesida-des humanas: las necesidades reales y en desarrollo histórico tanto de la sociedad en su conjunto como de los individuos en particular. Al mismo tiempo, la alternativa a la contabilidad restrictiva y feti-chista del tiempo de trabajo necesario solo puede ser el tiempo disponible liberador y emancipador ofrecido y administrado cons-cientemente por los propios individuos sociales. Ese tipo de control metabólico social de los recursos humanos y materiales disponibles debería respetar —y realmente podría hacerlo— los límites en con-junto que surgen del principio guía de la economía como econo-mización, y a la vez los iría expandiendo también conscientemente, a medida que las condiciones en desarrollo histórico lo permitie-sen sin correr riesgos. Después de todo, no deberíamos olvidar que “el primer acto histórico fue la creación de una nueva necesidad” (Marx). Lo único que pervierte totalmente este proceso histórico es la manera temeraria como el capital trata la economía —no como una economización racional sino como la más irresponsable legi-timación del despilfaro ilimitado— sustituyendo la necesidad hu-mana por la necesidad alienante del capital, y a toda costa la única necesidad real por la autorreproducción ampliada, amenazando así con ponerle fin a la historia humana misma.

9.5.4Dentro el marco operacional del capital no se pueden introducir

ni siquiera correctivos parciales si éstos están orientados genuina-mente hacia la calidad. Porque las únicas cualidades pertinentes a

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este respecto no son algunas características físicas abstractas, sino las cualidades con significado humano inseparables de la nece-sidad. Es verdad, por supuesto, como ya lo destacamos, que dichas cualidades son siempre específicas, y se corresponden con necesi-dades específicas humanas claramente identificables, tanto de los propios individuos como de sus relaciones sociales históricamente dadas y cambiantes. En consecuencia, en su multifacética especifi-cidad ellas constituyen un conjunto coherente y bien definido de determinaciones sistémicas inviolables, con sus propios límites sis-témicos. Es precisamente la existencia de esos límites sistémicos —que nada tienen de abstractos— lo que imposibilita transferir al-gunas determinaciones operativas significativas y principios orien-tadores del orden metabólico social previsto al sistema del capital. Los dos sistemas son radicalmente excluyentes entre sí. Porque las cualidades específicas correspondientes a la necesidad humana, en el orden alternativo, portan las marcas indelebles de sus deter-minaciones sistémicas de conjunto, como partes integrantes de un sistema de control reproductor social humanamente válido. En el sistema del capital, por el contrario, las determinaciones de conjun-to tienen que ser inalterablemente abstractas, porque la relación del valor del capital tiene que reducir todas las cualidades (corres-pondientes a la necesidad y el uso) a cantidades genéricas mensu-rables, a fin de hacer valer su dominación histórica alienante por sobre todas las cosas, en aras de la expansión del capital, haciendo caso omiso de las consecuencias.

Las incompatibilidades de los dos sistemas se vuelven ostensi-bles cuando consideramos su relación con la cuestión del límite en sí mismo. El único crecimiento sustentable promovido en positivo bajo el control metabólico social alternativo está basado en la acep-tación consciente de los límites, cuya violación pondría en peligro la realización de los objetivos reproductivos escogidos y humana-mente válidos. De aquí que el despilfarro y la destructividad (en tanto que conceptos limitadores claramente identificados) resulten absolutamente excluidos por las propias determinaciones sisté-micas conscientemente aceptadas, adoptadas por los individuos sociales como sus principios orientadores vitales. Como contraste,

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el sistema del capital se caracteriza, y está guiado fatalmente, por el rechazo —consciente o inconsciente— de todos los límites, in-cluidos sus propios límites sistémicos. Hasta estos últimos resul-tan tratados arbitraria y peligrosamente como si se tratase de nada más que meros obstáculos accidentales siempre superables. Por eso, todo cabe en este sistema sociorreproductivo, incluida la posi-bilidad —y a estas alturas ya hemos alcanzado también en nuestra propia época histórica la probabilidad abrumadoramente grave— de la destrucción total.

Como es natural, esta relación mutuamente exclusiva con la cues-tión de los límites prevalece también a la inversa. Por consiguiente, no pueden existir “correctivos parciales” tomados del sistema del capital a la hora de crear y fortalecer el orden metabólico social al-ternativo. Las incompatibilidades parciales —por no mencionar las generales— de los dos sistemas surgen de la incompatibilidad ra-dical de su dimensión del valor. Como mencionamos antes, es por esto que las determinaciones y relaciones del valor del orden alter-nativo no podrían transferirse al marco metabólico social del capi-tal con el propósito de mejorarlo, como lo postulaba algún proyecto reformista absolutamente irreal, emparentado con la vacua meto-dología del “poco a poco”. Porque hasta las relaciones parciales del sistema alternativo más pequeñas están profundamente incrusta-das en las determinaciones generales del valor de un marco que incluye las necesidades humanas, cuyo axioma fundamental invio-lable es la exclusión radical del despilfarro y la destrucción, aten-diendo a su naturaleza más profunda.

Al mismo tiempo, por otra parte, no es posible transferir ningún “correctivo” parcial desde el marco operacional del capital hacia un orden genuinamente socialista, como el desastroso fracaso del invento del “mercado socialista” de Gorbachov lo demostró doloro-sa y conclusivamente. Porque también a ese respecto nos veremos siempre confrontados por la radical incompatibilidad de las deter-minaciones del valor, incluso el caso de que el valor involucrado sea el destructivo contravalor, que se corresponde con los últimos —y necesariamente olvidados— límites del propio sistema del capital. Los límites sistémicos del capital son enteramente compatibles con

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el despilfarro y la destrucción. Porque al capital tales consideracio-nes normativas solo pueden resultarle secundarias. Hay determi-naciones más fundamentales que deben tener precedencia por sobre esas preocupaciones. Por eso, la indiferencia original ante el des-pilfarro y la destrucción (y nunca una postura más positiva que la indiferencia) se convierte en su promoción más activa cuando las condiciones exigen ese viraje. De hecho, este sistema debe procurar inexorablemente el despilfarro y la destrucción, en subordinación directa al imperativo de expansión del capital, el determinante avasallador del sistema. Mientras más lo haga, más atrás iremos de-jando la fase históricamente ascendente del desarrollo del sistema del capital. Y nadie debería dejarse engañar por el hecho de que fre-cuentemente la afirmación preponderante del contravalor sea pre-sentada falsamente y racionalizada como “neutralidad del valor” por los célebres ideólogos del capital.

Resultaba entonces increíble que en la época de la infausta “pe-restroika” de Gorbachov su “Jefe de Ideología” (llamado oficialmente con ese nombre) pudiese asegurar seriamente que el mercado capitalista y sus relaciones de mercancía eran las representaciones instrumentales de los “valores humanos universales” y “un logro fundamental de la civilización humana”, y se le agregase a esas aseveraciones grotescamente capituladoras que el mercado capitalista era incluso “la garantía de la renovación del socialismo”.276 Tales teóricos se la pasaban hablando acerca de la adopción del “mecanismo del mercado”, cuando el mercado capitalista era cualquier cosa menos un “mecanismo” neutral adaptable. Era, de hecho, incurablemente de valor capitalista y tenía que permanecer así siempre. En este tipo de concepción —curiosamente compartida por el “Jefe de Ideología Socialista” de Gorbachov (y otros) con los Augusto von Hayek de este mundo, que denunciaban violentamente cualquier idea de socialismo como

276 Vadim Medvedev, “The Ideology of Perestroika”, en Perestroika An-nual, Vol.2, editado por Abel Aganbegyan, Futura/Macdonald, Londres, 1989, pp. 31-32.

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“el camino a la servidumbre”277— el intercambio en general era ahistórica y antihistóricamente equiparado con el intercambio capitalista, y la realidad cada vez más destructiva del mercado capitalista con un ficticio “mercado” general benevolente. Se dieran cuenta o no, de esa forma capitulaban para idealizar los imperativos del implacable sistema de obligatoria dominación del mercado (definitivamente inseparable de los estragos del imperialismo) requerido por las determinaciones internas del orden metabólico social del capital. La adopción de esa posición entreguista fue promulgada igualmente, pero de manera aún más dañina, en el documento de la reforma de Gorbachov. Este insistía en que

No hay ninguna alternativa para el mercado. Tan solo el mercado puede garantizar la satisfacción de las necesidades del pueblo, la justa distribución de la riqueza, los derechos sociales y el fortalecimiento de la libertad y la democracia. El mercado le permitiría a la economía soviética vincularse orgánicamente con la del mundo, y brindarles acceso a nues-tros ciudadanos a todos los alcances de la civilización mundial. 278

Naturalmente, dada la total irrealidad de las ideas ilusas de Gor-bachov acerca de que “no hay ninguna alternativa”, a la espera de que el mercado capitalista global proveyera generosamente “al pue-blo” de todos esos maravillosos logros y beneficios posibles, en to-dos los terrenos, esta aventura solo podía terminar del modo más humillante: en el desastroso derrumbe del sistema de tipo soviético.

9.5.5 No resulta ni accidental ni sorprendente que la propuesta de

“no hay alternativa” para el mercado ocupe un lugar tan promi-nente en las concepciones socioeconómicas y políticas formuladas desde la perspectiva del capital. Ni siquiera los grandes pensado-res de la burguesía —como Adam Smith y Hegel —podían ser las

277 El título del más famoso libro de campaña antisocialista de Hayek.

278 Gorbachov citado en John Rettie, “Only market can save Soviet eco-nomy”, The Guardian, 17 de ocubre de 1990.

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excepciones en este particular. Porque es absolutamente cierto que el orden burgués o logra hacerse valer bajo la forma de la expan-sión del capital dinámica o se ve condenado al fracaso definitivo. Realmente, desde la perspectiva del capital no puede haber ningu-na alternativa concebible para la ilimitada expansión del capi-tal, lo que determina la visión de todos los que la adoptan. Pero la adopción de esta perspectiva también significa que la cuestión del “precio que hay que pagar” por la incontrolable expansión del ca-pital cuando se sobrepasa determinado punto del tiempo —una vez que se deja atrás la fase ascendente del desarrollo del sistema— ya no puede tener cabida en ninguna consideración. La violación del tiempo histórico es, por consiguiente, la consecuencia obligada de la adopción de la perspectiva del capital, pues su determinante más fundamental y absolutamente inalterable resulta ser la interioriza-ción del imperativo expansionista del sistema. Esa posición debe prevalecer hasta en las concepciones de los más grandes pensadores burgueses. No puede existir ningún orden social alternativo futuro cuyas características definitorias sean significativamente diferentes del ya establecido. Por eso Hegel, que formula lo que constituye en mucho la concepción histórica más profunda hasta su propia épo-ca, tiene también que ponerle arbitrariamente un final a la historia en el presente inalterable del capital, idealizando al Estado Nación capitalista279 como el clímax insuperable de todo desarrollo históri-co concebible, a pesar de su aguda percepción de las implicaciones destructivas de todo el sistema de naciones Estado.

Así, en el pensamiento burgués no puede haber ninguna alternati-va diferente a decretar el pernicioso dogma de que no existe ningu-na alternativa. Pero resulta totalmente absurdo que los socialistas adopten la posición de que la expansión del capital es infinita (y por naturaleza propia incontrolable). Porque la resultante idealización de la “consunción” —de nuevo típicamente incondicional— ignora

279 Para citar uno de los postulados idealizantes de Hegel: “La nación como Estado es el espíritu en su racionalidad sustantiva y en su realidad inmediata y constituye por consiguiente el poder absoluto sobre la tierra”. Hegel, The Philosophy of Right, p.212.

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la verdad elemental de que desde la perspectiva del capital, autoex-pansionista sin reservas, no puede haber ninguna diferencia en-tre destrucción y consumo. Para el propósito requerido, una es tan buena como la otra. Y es así porque la transacción comercial en la relación del capital —incluso la del tipo más destructivo, represen-tada por el bagaje del complejo militar/industrial y el empleo que se le da en sus guerras inhumanas— completa exitosamente el ciclo de la autorreproducción ampliada del capital, para así poder abrir un nuevo ciclo. Es esto lo único que le interesa realmente al capital, sin importar lo indefendibles que puedan resultar las consecuencias. Por consiguiente, cuando los socialistas interiorizan el imperativo de la expansión del capital como la base obligatoria del crecimien-to propugnado, no solamente están aceptando un principio aislado, sino adquiriendo todo el “paquete”. A sabiendas o no, están acep-tando al mismo tiempo la totalidad de las falsas alternativas —como “crecimiento o no crecimiento”— que se puedan derivar de la propugnación sin reservas de la necesaria expansión del capital.

Debemos rechazar la falsa alternativa del no crecimiento no solo porque su adopción perpetuaría la miseria y la desigualdad tan ho-rrendas que dominan hoy el mundo, con la lucha y la destructivi-dad que les son inseparables. La negación radical de ese enfoque solo puede constituir el punto de partida obligatorio. La dimensión intrínsecamente positiva de nuestra visión implica la redefinición fundamental de la riqueza misma tal y como la conocemos. Bajo el orden metabólico social del capital nos vemos confrontados por el dominio alienante de la riqueza sobre la sociedad, que afecta directamente todos los aspectos de la vida, desde lo estrictamente económico hasta el terreno de lo cultural y lo espiritual. En con-secuencia, no podemos salirnos del círculo vicioso del capital, con todas sus determinaciones definitivamente destructivas y sus falsas alternativas, sin darle vuelta a esa relación vital. Es decir, sin ha-cer que la sociedad —la sociedad de los individuos libremente asociados— domine a la riqueza, redefiniendo al mismo tiempo también su relación con el tiempo y con el tipo de uso que se le dé a los productos del trabajo humano. Como ya lo había escrito Marx en una de sus obras iniciales:

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En una sociedad futura, en la que habrá cesado el antagonismo de clases y en la que ya no habrá clase alguna, el uso ya no será de-terminado por el tiempo mínimo de producción, sino que el tiempo de producción dedicado a un artículo será determinado por su grado de utilidad social. 280

Eso significa una ruptura irreconciliable con la visión de la ri-queza como una entidad material fetichista que debe ignorar a los individuos reales, los creadores de riqueza. Naturalmente, el ca-pital —en su falsa pretensión de ser idéntico a la riqueza, como el “creador y representación de la riqueza”— tiene que ignorar a los individuos, en beneficio de la autolegitimación de su propio control metabólico social. De esa manera, al usurpar el papel de la riqueza real y subvertir el uso potencial que se le podría dar, el capital resul-ta ser el enemigo del tiempo histórico. Es esto lo que hay que rec-tificar por el bien de la supervivencia humana misma. Así, todos los constituyentes de las relaciones en marcha entre los individuos rea-les históricamente autónomos, junto con la riqueza que ellos crean y distribuyen en su totalidad mediante la aplicación consciente de la única modalidad del tiempo viable —el tiempo disponible— de-ben ser unificados en un marco metabólico social cualitativamente diferente. Para repetirlo con Marx:

la riqueza real constituye el poder productivo desarrollado de todos los individuos. La medida de la riqueza ya no es, en modo alguno, el tiempo de trabajo, sino más bien el tiempo disponible. El tiempo de trabajo como medida del valor hace que la riqueza misma se fundamente en la miseria, y que el tiempo disponible exista en y a causa de ser la antítesis del tiempo

280 Marx, The Poverty of Philosophy, MECW, vol. 6, p. 134. Citado en István Mészáros, “The Communitarian System and the Law of Value in Marx and Lukács” (“El sistema comunitario y la ley del valor en Marx y Lukács”, Capítulo 19 de Más allá del capital), Critique, Nº 23, 1991, p.36. Ver también el Capítulo 15, “La tasa de utilización decreciente durante el capitalismo”, y el Capítulo 16, “La tasa de utilización decreciente y el Es-tado capitalista” de Más allá del capital, que se ocupan de algunos temas importantes relacionados.

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del plustrabajo; o bien, hace que el tiempo completo de un individuo se vuelva tiempo de trabajo, y se vea así degradado a mero trabajador, sub-sumido bajo el trabajo. 281

El tiempo disponible es el tiempo histórico real de los indi-viduos. Por el contrario, el tiempo de trabajo necesario requerido para el funcionamiento del modo de control metabólico social del capital es antihistórico, y les niega a los individuos la única vía que les permitiría hacerse valer y desempeñarse como sujetos históri-cos reales, con el control de su propia actividad de vida. Bajo la forma del tiempo de trabajo necesario del capital, los individuos es-tán sometidos al tiempo ejercido como juez tiránico y medición degradante, sin derecho a apelar, en lugar de verse juzgados y medidos en relación con criterios humanos cualitativos, “según las necesidades de los individuos sociales”.282 El tiempo antihistórico que se absolutiza perversamente se impone así por sobre la vida hu-mana como determinante fetichista que reduce el trabajo viviente a “despojo del tiempo”, como ya hemos visto. El desafío histórico es, entonces, pasar en el orden metabólico social alternativo desde el tiempo congelado del dominio del capital, como determinante alienante, a ser determinados libremente por los propios indivi-duos sociales que le dedican conscientemente a la realización de sus propios objetivos escogidos sus recursos de tiempo disponible, incomparablemente más abundantes de lo que les podía ser extraí-do mediante la tiranía del tiempo de trabajo necesario. Esta es una diferencia absolutamente vital. Porque tan solo los individuos so-ciales pueden determinar realmente su propio tiempo disponible, en abierto contraste con el tiempo de trabajo necesario, que los do-mina. La adopción del tiempo disponible es la única vía concebible y legítima para poder hacer cambiar el tiempo de determinante tiránico a elemento constituyente, autónoma y creativamente de-terminado, del proceso de reproducción.

281 Marx, Grundrisse, p. 708. 282 Ibid.

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9.5.6 Este desafío implica por necesidad la supresión de la división

social jerárquica del trabajo, impuesta estructuralmente. Porque durante todo el tiempo de duración del dominio del tiempo sobre la sociedad, bajo la forma del imperativo de extraerle el tiempo de plustrabajo a su inmensa mayoría, el personal a cargo de este proce-so tenía que llevar una forma de existencia sustantivamente diferen-te, en conformidad con su función como impositores intencionales del alienante imperativo del tiempo. Al mismo tiempo, la inmen-sa mayoría de los individuos son “degradados a meros trabajado-res, subsumidos bajo el trabajo”. En esas condiciones, el proceso de reproducción social tiene que hundirse cada vez más hondo en su crisis estructural, con las peligrosas últimas implicaciones de la ausencia de cualquier camino de regreso posible.

La pesadilla del “estado estacionario” continúa siendo pesadilla incluso si tratamos de mitigarla, como proponía John Stuart Mill, mediante el ilusorio correctivo de la “mejor distribución” tomada de manera aislada. No puede existir ninguna “mejor distribución” si no se da una reestructuración radical del propio proceso de produc-ción. La alternativa hegemónica socialista al dominio del capital requiere fundamentalmente que se supere la dialéctica truncada en la vital interrelación de la producción, la distribución y el con-sumo. Porque sin eso el objetivo socialista de convertir al trabajo en “la primera necesidad vital” resulta inconcebible. Para citar a Marx:

En la fase superior de la sociedad comunista, después de que haya des-aparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella también la antítesis entre trabajo físico y mental; después de que se haya convertido no solo en un medio de vida, sino en la primera necesidad vital; después de que las fuerzas productivas se ha-yan incrementado también con el desarrollo de los individuos en todos los planos, y todos los torrentes de la riqueza colectiva corran en abundancia; solo entonces se podrá cruzar del todo el estrecho horizonte del derecho

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burgués y la sociedad podrá escribir en sus banderas: ¡de cada cual según su capacidad, a cada cual según sus necesidades! 283

Son estos los objetivos generales de la transformación socialis-ta, que proporcionan la brújula del viaje y simultáneamente tam-bién la medida de los logros alcanzados (o los que se dejaron de alcanzar) en el camino. Dentro de tal visión de la alternativa he-gemónica al orden reproductivo social del capital no puede haber espacio para nada que se parezca al “estado estacionario”, ni para ninguna de las falsas alternativas asociadas con él o derivadas de él. “El desarrollo de los individuos en todos los planos”, ejercien-do a conciencia la totalidad de los recursos de su tiempo disponi-ble, dentro del marco del nuevo control metabólico social orientado hacia la producción de “riqueza colectiva”, tiene la intención de proporcionar el basamento de una contabilidad cualitativamente diferente: la obligada contabilidad socialista, definida por la nece-sidad humana y diametralmente opuesta a la cuantificación fetichis-ta y al concomitante despilfarro inevitable.

Es por eso que se puede reconocer y administrar exitosamente la importancia vital de un crecimiento de tipo sustentable en el mar-co metabólico social alternativo. En un orden de control metabólico social, es decir, en el que la antítesis entre trabajo mental y trabajo físico —siempre vital para el mantenimiento de la dominación ab-soluta del trabajo por parte del capital, como el usurpador del papel de sujeto histórico que detenta el control, según se lo garantiza la expropiación de los medios de producción preestablecida estructu-ralmente— tiene que desaparecer para siempre. En consecuencia, la propia productividad procurada a conciencia puede ser elevada a un nivel cualitativamente más alto, sin ningún peligro de despil-farro incontrolable, y producir riqueza genuina —y no material, estrictamente guiada por la ganancia— sobre la cual los “indivi-duos sociales ricos” (Marx), como sujetos históricos autónomos

283 Marx, Critique of the Gotha Program, en Marx y Engels, Selected Works, Vol.2., p. 23.

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(y ricos precisamente en ese sentido) ejercen pleno control. En el “estado estacionario”, por el contrario, los individuos no pueden ser sujetos históricos genuinos. Porque no pueden controlar la vida por sí mismos, en vista de que están a merced del peor tipo de deter-minaciones materiales directamente bajo el dominio de la escasez incurable.

El despilfarro siempre en crecimiento —y, dadas sus implica-ciones últimas, catastrófico— en el sistema del capital resulta in-separable de la forma tan irresponsable en que son utilizados los bienes producidos y los servicios, en pro de la expansión lucrativa del capital. Retorcidamente, mientras más baja la tasa de utilización más elevada la cobertura de la reposición rentable, en el espíritu de la ya mencionada equiparación absurda, y en el futuro totalmen-te insustentable, según la cual desde la perspectiva del capital no puede haber una diferenciación significativa entre el consumo y la destrucción. Porque la destrucción totalmente despilfarradora satisface adecuadamente la demanda exigida por el capital autoex-pansionista para un nuevo ciclo de producción rentable, exactamen-te igual a como sería capaz de hacerlo un consumo genuino que se correspondiese con la utilización. Sin embargo, en el transcurso del desarrollo histórico llega el momento de la verdad, y es cuando la economía criminalmente irresponsable del capital tiene que pagar un alto precio. Es el punto en el que el imperativo de adoptar una tasa de utilización de los bienes producidos y los servicios —y en verdad producidos conscientemente con ese objetivo en mente, en relación con la necesidad y el uso cualitativamente humanos— cada vez mejor e incomparablemente más responsable, se torna absolu-tamente vital. Porque la única economía viable —una que resulte significativamente economizadora y por consiguiente sustentable en el fututo cercano y en el más lejano— solo puede ser el tipo de economía administrada de manera racional, orientada hacia la óp-tima utilización de los bienes producidos y los servicios. No pue-de haber ningún crecimiento de tipo sustentable fuera de estos parámetros de economía racional guiada por la necesidad humana genuina.

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Para tener un ejemplo de importancia crucial de lo que es incura-blemente erróneo a este respecto bajo el dominio del capital, debe-ríamos pensar en la manera como nuestras sociedades utilizan una cantidad cada vez mayor de automóviles. Los recursos malbarata-dos en la producción y el llenado de los tanques de los automóviles resultan inmensos en el “capitalismo avanzado”, y representan el se-gundo mayor gasto —detrás de las obligaciones hipotecarias— en las economías hogareñas en particular. Absurdamente, sin embargo, la tasa de utilización de los automóviles es menor del uno por cien-to, espúreamente justificado por los derechos de posesión exclu-siva otorgados a sus compradores. Al mismo tiempo, la alternativa real perfectamente practicable no solo se ve simplemente ignorada, sino además activamente saboteada por los enormes intereses crea-dos de las corporaciones cuasimonopólicas. Porque la mera verdad es que lo que los individuos necesitan (y no obtienen, a pesar de la pesada carga financiera que se les impone) son servicios de trans-porte adecuados, y no el bien de propiedad privada, despilfarrador en lo económico y sumamente dañino en lo ambiental, que además los hace perder incontables horas de su vida en embotellamientos de tránsito enfermantes. Evidentemente, la alternativa real sería desarrollar el transporte público al nivel cualitativamente más ele-vado, que satisfaga los necesarios criterios económicos, ambienta-les y de salud personal al pleno alcance de ese proyecto llevado a cabo de manera racional, y restringiendo al mismo tiempo el uso de los automóviles —de propiedad colectiva y distribuidos apropia-damente, y no de posesión exclusiva/despilfarradora— a funciones específicas. Entonces la necesidad en sí de los individuos —en este caso su necesidad genuina de servicios de transporte apropia-dos— determinaría los “targets” de los vehículos y los medios de comunicación (como ferrocarriles, redes ferroviarias y sistemas de navegación) que habría que producir y mantener, de acuerdo con el principio de utilización óptima, en lugar de que los individuos continúen siendo completamente dominados por la necesidad esta-blecida fetichista del sistema, de la expansión del capital que es ren-table pero en última instancia destructiva.

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La cuestión de la economía real ineludible pero hasta el presen-te tendenciosamente eludida, correspondiente a las consideraciones que presentamos en esta sección, tiene que ser afrontada en el futu-ro muy cercano. Porque en los llamados “países del tercer mundo” resulta inconcebible seguir el esquema de “desarrollo” despilfarra-dor del pasado, que de hecho los condenaba a su precaria condición de hoy, bajo el dominio del modo de reproducción metabólica so-cial del capital. El estruendoso fracaso de las tan pregonadas “teo-rías de la modernización” y sus correspondientes representaciones institucionales demostraron claramente la irremediabilidad de ese enfoque.

9.5.7 En un respecto, al menos, hemos escuchado sonar las alarmas

—típicamente afincándose al mismo tiempo en la afirmación y la absoluta preservación de los privilegios de los países capitalistas dominantes— en el pasado reciente. Concernía a la necesidad inter-nacionalmente creciente de recursos energéticos y la intervención competitiva de algunas potencias económicas que ya se perfilan como inmensas, ante todo China, en el proceso en desenvolvimien-to. Hoy día la preocupación recae fundamentalmente sobre China, pero a su debido tiempo habrá que agregar también a la India, por supuesto, a la lista de grandes países que presionarán inevitable-mente por recursos energéticos vitales. Y cuando le agreguemos a China la población del subcontinente indio estaremos hablando de más de dos billones y medio de personas. Naturalmente, si ellas en realidad siguen la receta alguna vez grotescamente propagandi-zada de las etapas del crecimiento económico,284 con su ingenua propugnación del “despegue e impulso a la madurez capitalista” que nos acarrearía a todos devastadoras consecuencias. Porque la sociedad completamente automovilizada de dos y medio de billo-nes de personas, sobre el modelo estadounidense de “desarrollo

284 Ver The Stages of Economic Growth: A Non-Communist Manifes-to, por Walt Rostov, miembro prominente del Trust de Cerebros del presi-dente Kennedy, publicado por Cambridge University Press en 1960.

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capitalista avanzado”, con más de 700 automóviles por cada 1000 personas, significaría que todos nosotros estaríamos muertos en no mucho tiempo gracias a los beneficios “modernizadores” globales de la contaminación venenosa, para no mencionar el rapidísimo agotamiento total de las reservas de petróleo del planeta. Pero por la misma razón, y en sentido opuesto, nadie puede concebir seria-mente que los países en cuestión permanecerían indefinidamente en el mismo sitio que ocupan hoy. Imaginar que los dos billones y medio de personas de China y el subcontinente indio podrían que-dar condenados permanentemente a su situación existente, todavía en fuerte dependencia de las regiones capitalistamente avanzadas del mundo de una u otra manera, desafía toda credulidad. La única interrogante es si la humanidad podrá hallarle una solución racio-nalmente viable y verdaderamente equitativa a la legítima demanda de desarrollo social y económico de los países involucrados, o la competencia antagonística y la lucha destructiva por los recursos son el camino del futuro, como lo señalan el marco orientador y los principios operacionales del modo de control reproductor social del capital.

Otro respecto en el que el imperativo absoluto de adoptar una manera diferente de organizar la vida económica y social apareció en el horizonte de nuestra época, tiene que ver con la ecología. Pero, de nuevo, el único modo viable de abordar los problemas cada vez más graves de nuestra ecología global —si queremos encarar de manera responsable los problemas y las contradicciones del hogar planetario que se agravan, desde su impacto directo sobre cuestio-nes tan vitales como el calentamiento global hasta la elemental de-manda de fuentes de agua limpia y aire sanamente respirable— es cambiar de la economía despilfarradora de la cuantificación feti-chista que tiene el orden existente, a un orden genuinamente orien-tado hacia la cualidad. En este respecto, la ecología constituye un aspecto importante pero subordinado de la necesaria redefinición cualitativa de la utilización de los bienes producidos y los servicios sin los cuales la propugnación de una ecología permanentemente sustentable de la humanidad —de nuevo una obligación absoluta— no puede pasar de ser vana esperanza.

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El punto final por destacar en este contexto es que la urgencia de hacerles frente a estos problemas no puede ser subvaluada, ni mu-cho menos minimizada, como lo continúan haciendo los intereses creados del capital, sostenidos por sus formaciones de Estados im-perialistas dominantes, en su insuperable rivalidad entre sí mismos. Irónicamente, a pesar de tanto discurso propagandístico acerca de la “globalización”, los requerimientos objetivos de la construcción de un orden reproductivo de intercambios sociales racionalmente sus-tentable y globalmente coordinado se ven violados constantemente. Y no obstante, dada la etapa presente del desarrollo histórico, la ver-dad irrefrenable sigue siendo que, con respecto a todos los temas de importancia estudiados en esta sección, el que nos preocupa real-mente es el de los desafíos globales cada vez más graves y que re-quieren de soluciones globales. Sin embargo, nuestra preocupación más honda es que el modo de reproducción metabólica social del capital —en vista de sus determinaciones estructurales inherente-mente antagonísticas y sus manifestaciones destructivas— no está dispuesto en modo alguno a las soluciones globales viables. El capi-tal, dada su naturaleza inalterable, resulta no ser nada a menos que pueda prevalecer en forma de dominación estructural. Pero la otra dimensión inseparable de la dominación estructural es la subordi-nación estructural. Esa es la forma como el modo de reproducción metabólica social del capital ha funcionado y tratará de funcionar siempre, acarreando incluso las guerras más devastadoras, de las cuales hemos tenido mucho más que un mero anticipo en nuestro tiempo. La imposición violenta de los imperativos destructivos del imperialismo hegemónico mundial, mediante el poderío destruc-tivo antes inimaginable de los Estados Unidos como el hegemón global, no puede traerles soluciones globales a nuestros problemas cada vez más graves, sino tan solo un desastre global. Así, la in-eludible obligatoriedad de abordar estos problemas globales de una manera históricamente sustentable coloca el desafío del socialismo en el siglo XXI —la única alternativa hegemónica viable al modo de control metabólico social del capital— en la agenda del día.

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9.6 Lo nacional y lo internacional: su complementaridad dialéctica en nuestro tiempo.

9.6.1 Uno de los mayores impedimentos para el desarrollo socialista

ha sido, y lo continúa siendo, la persistente desatención de la cues-tión nacional. Las razones para esta desatención han surgido tanto de algunas determinaciones históricas, eventuales pero de largo al-cance, como del complejo legado teórico del pasado. Además, dada la naturaleza de los aspectos involucrados, ambas cosas resultan es-tar estrechamente entretejidas.

En lo tocante a las determinaciones prácticas/históricas, debe-mos recordar primero que nada que la formación de las naciones modernas se cumplió bajo el liderazgo de clase de la burguesía. Este desarrollo tuvo lugar de acuerdo con los imperativos socioeconó-micos inherentes a la tendencia autoexpansionista de la multiplici-dad de capitales, desde sus escenarios locales originalmente muy limitados hacia un control territorial cada vez mayor, con conflictos entre ellos mismos de creciente intensidad, para culminar en dos guerras mundiales devastadoras en el siglo XX y la potencial des-trucción de la humanidad en nuestros propios días.

El sistema de las relaciones entre los Estados constituido bajo los imperativos autoexpansionistas del capital no podía más que resultar irremediablemente injusto. Tenía que fortalecer y reforzar constantemente la posición altamente privilegiada del puñado de naciones imperialistamente al mismo nivel, y por el contrario, tenía que imponerles al mismo tiempo, con todos los medios a la dispo-sición, incluidos los más violentos, una situación de subordinación estructural a todas las demás naciones. Esta manera de articular el orden internacional prevaleció no solo en contra de las naciones más pequeñas, sino incluso cuando los países involucrados tenían poblaciones incomparablemente mayores que las de sus opresores foráneos, como por ejemplo la India bajo el Imperio británico. En lo que atañe a las naciones colonizadas, las potencias imperialistas dominantes les impusieron implacablemente sus condiciones de de-pendencia económica y política, gracias también a la complicidad

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servil de sus clases dominantes locales. De manera característica, entonces, los cambios “poscoloniales” no tuvieron dificultad algu-na para reproducir, en todas las relaciones sustantivas, los antiguos modos de dominación, si bien de manera un tanto modificada en lo formal, perpetuando así hasta el presente el sistema de dominación y dependencia estructurales durante tanto tiempo establecido.

Solo gracias a la fuerza de un milagro descomunal podrían las relaciones de dominación y subordinación estructurales entre los estados capitalistas hacerse significativamente diferentes de lo que realmente resultaron ser en el transcurso del desarrollo histórico. Porque el capital, como la fuerza controladora del proceso de repro-ducción económica y social, no puede más que resultar estrictamen-te jerárquico y autoritario en sus determinaciones más profundas, incluso en los países imperialistas más privilegiados. ¿Cómo podría entonces un sistema social y político —caracterizado en su varie-dad capitalista por el “autoritarismo de la fábrica y la tiranía del mercado” (Marx)— ser equitativo en el plano internacional? La absoluta necesidad que tiene el capital de dominar internamente a su propia fuerza de trabajo bien podría resultar compatible con la concesión de algunos privilegios limitados a su población trabaja-dora local, con propósitos de mistificación chauvinista, a partir del margen extra de ganancia explotadora derivado de la dominación imperialista. Pero tales prácticas no introducen siquiera el menor grado de igualdad en la relación capital/trabajo del país imperialista privilegiado en el que el capital retiene, y debe retener para siem-pre por entero, el poder de toma de decisiones en todos los aspectos sustantivos. Sugerir, entonces, que a pesar de estas inalterables de-terminaciones estructurales internas, las relaciones externas —in-terestatales— del sistema pudiesen ser otra cosa que absolutamente injustas, resultaría de lo más absurdo. Porque equivaldría a pre-tender que lo que es por naturaleza propia profundamente injusto produzca una igualdad genuina bajo unas condiciones todavía más agravantes de la dominación extranjera obligatoriamente impuesta.

Es fácil comprender, entonces, que la respuesta socialista a un sistema como este tenga que ser formulada en términos de una negación absolutamente radical, subrayando la necesidad de una

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relación cualitativamente diferente entre la gran variedad de nacio-nes, grandes y pequeñas, sobre la base de la supresión de los antago-nismos predominantes dentro del marco de un orden internacional genuinamente cooperativo. Sin embargo, las cosas se complicaron sobremanera en el siglo XX por la trágica circunstancia de que la primera revolución exitosa que proyectó la transformación socialis-ta de la sociedad estalló en la Rusia zarista. Porque ese país resul-taba ser en ese tiempo un imperio multinacional opresor: un hecho que contribuyó significativamente a que Lenin lo caracterizara como “el eslabón más débil de la cadena del imperialismo”, y como tal un punto a favor del potencial estallido de la revolución: una eva-luación en la que demostró estar completamente acertado. Pero la otra cara de la moneda no era solamente el grave atraso socioeco-nómico sino también el terrible legado del imperio multinacional opresivo, que representaban problemas inmensos para el futuro.

La controversia sobre el “socialismo en un solo país” se mantuvo encendida durante muchas décadas después de que Stalin consolidó su poder. Sin embargo, la simple pero vital consideración omitida casi siempre en esas discusiones fue que la Unión Soviética no era para nada un solo país, sino una multiplicidad de nacionalidades divididas por las graves injusticias y los antagonismos internos que les legara el imperio zarista.

El fracaso en abordar apropiadamente las contradicciones poten-cialmente explosivas de la desigualdad nacional, luego de la muerte de Lenin, trajo consigo devastadoras consecuencias para el futuro, que en definitiva desembocaron en la ruptura de la Unión Soviéti-ca. El contraste entre el enfoque de Lenin y el de Stalin sobre es-tos problemas no pudo haber sido mayor. Lenin siempre propugnó el derecho de las varias minorías nacionales a la autonomía plena, “hasta el punto de la secesión”, en tanto que Stalin las degradó a nada más que “regiones fronterizas”, que había que controlar a toda costa, en estricta subordinación a los intereses de Rusia. Por eso Le-nin lo condenó en términos bien precisos, insistiendo en que si las opiniones de Stalin prevalecían, como más tarde en efecto lo hicie-ron, en ese caso “la ‘libertad para separarse de la unión’, por la cual nos justificamos, no será más que un pedazo de papel, incapaz

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de defender a los que no son rusos de las embestidas de ese que sí es en verdad un ruso, el chauvinista de la Gran Rusia”.285 Recalcó la gravedad del daño causado por las políticas seguidas y nombró cla-ramente a los culpables: “La responsabilidad política de toda esta campaña nacionalista que es en verdad de la Gran Rusia debe re-caer, por supuesto, en Stalin y Dzerzhinsky”.286

Después de la muerte de Lenin en enero de 1924, que siguió a su larga enfermedad discapacitadora, todas sus recomendaciones so-bre la cuestión nacional fueron ignoradas y las políticas de “la Gran Rusia” de Stalin —que trataba a las otras nacionalidades como “regiones fronterizas”— se implementaron en su totalidad, lo que contribuyó grandemente al desarrollo bloqueado que en adelante caracterizó a la sociedad soviética. Hasta el enfoque de Gorbachov y sus seguidores estuvo caracterizado por el mismo sentido de ten-denciosa irrealidad de las otras teorizaciones y prácticas del pos-leninismo, como traté de señalar mucho antes del derrumbe de la Unión Soviética.287 Ellos mantuvieron la ficción de la “nación sovié-tica”, con su presunta “conciencia unificada”, ignorando ingenua o descaradamente los explosivos problemas internos de la “nación soviética unificada”, no obstante las claras señales de la tormenta que se cernía y que pronto resultó en la ruptura de la tan poco uni-ficada Unión Soviética. Al mismo tiempo trataban de justificar la reducción de varias comunidades nacionales, incluidas la báltica, la bielorrusa y la ucraniana, al estatus de “grupos étnicos”.

285 Lenin, Collected Works, vol. 36, p. 606.

286 Ibid., p. 610

287 Ver mi consideración de esos problemas en “The dramatic reappearan-ce of the national question”, parte de un artículo titulado “Socialismo hoy día”, escrito en diciembre de 1989-enero de 1990, a solicitud de la publica-ción trimestral El Ojo del Huracán y publicado en su edición de febrero/marzo/abril de 1990. Publicado de nuevo en la Parte Cuatro de Más allá del capital, pp. 1115-1128.

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Bajo el mandato de Stalin, la aceptación de esa descarada irrea-lidad pudo ser impuesta con la ayuda de medidas represivas auto-ritarias, e ir tan lejos como la deportación de minorías nacionales enteras. Sin embargo, una vez que fue menester abandonar ese ca-mino, ya no quedó nada que pudiese hacer prevalecer el terrible le-gado del opresivo imperio multinacional zarista y la consiguiente preservación de sus antagonismos. Era, por lo tanto, mera cuestión de tiempo cuándo y en qué forma particular el Estado soviético pos-revolucionario —bien lejos de ser de “un solo país”— se desintegra-ría bajo el peso insoportable de sus múltiples contradicciones.

9.6.2 La persistente desatención de la cuestión nacional no estaba con-

finada, sin duda, a las vicisitudes de la incapacidad de encarar sus dilemas de los soviéticos. La tendencia en el movimiento socialista de la Europa Occidental a marchar en dirección a un callejón sin salida, en lo tocante a la cuestión nacional y al tema estrechamente relacionado del internacionalismo, surgió mucho antes de la revolu-ción rusa. De hecho, Engels se quejaba amargamente cuarenta y dos años antes, para la época de la discusión sobre el programa de Go-tha en Alemania, de que en el documento preparatorio de la unifica-ción “el principio de que el movimiento obrero es un movimiento internacional está, para toda intención y propósito, completamen-te ignorado”.288 La necesaria negación radical del orden del capital existente desde un punto de vista socialista era inconcebible sin la adopción de una posición internacional consistente y completamen-te sustentable en la realidad. Sin embargo, la maniobra oportunista cuyo objetivo era asegurar la unificación de las fuerzas políticas im-plicadas en la aprobación del Programa de Gotha ocasionó serias concesiones nacionalistas por las que hubo que pagar un precio muy alto en el futuro. La capitulación total de la socialdemocracia ale-mana ante las fuerzas del agresivo chauvinismo burgués en el esta-llido de la Primera Guerra Mundial no fue más que la culminación

288 Engels, Carta a August Bebel, 18-28 de marzo de 1875.

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lógica de ese peligroso giro en el desarrollo político alemán, y con ella selló también el destino de la propia Segunda Internacional.

Es importante recordar aquí que ninguna de las cuatro Interna-cionales —fundadas con la expectativa de hacer que el poder de la solidaridad internacional prevaleciera sobre la dominación es-tructural jerárquica del capital sobre el trabajo— logró cumplir las esperanzas depositadas en ellas. La Primera Internacional fue fun-dada ya en vida de Marx, como resultado de la pérdida de carril del movimiento obrero como movimiento obrero hacia finales de los años 70 del siglo XIX, fuertemente criticada por Engels, como aca-bamos de ver. La Segunda Internacional trajo consigo las semillas de esa contradicción y las convirtió en plantas que crecieron inexo-rablemente, esperando tan solo por la oportunidad histórica —que fue proporcionada por la Primera Guerra Mundial— para que los miembros de la Internacional se alinearan con los bandos rivales en guerra, desacreditando fatalmente así a la organización entera. La muy desacreditada “Internacional Obrera”, cuyos miembros consti-tuyentes nacionales a lo largo de la guerra continuaron identificán-dose con su propia burguesía y por consiguiente dejaron de tener algo que ver con los requerimientos vitales del internacionalismo socialista, fue restablecida más tarde como un órgano de amolda-miento socioeconómico e institucionalización de la negación de la lucha de clases. El veredicto de Rosa Luxemburgo condensó con gran claridad el significado de esos desarrollos al afirmar que “al refutar la existencia de la lucha de clases, la socialdemocracia ha negado la base misma de su propia existencia”.289 Era, así, nada más cuestión de tiempo para que los partidos socialdemócratas en todo el mundo pasaran a adoptar una posición abiertamente en defensa del orden establecido.

Contra la experiencia del ignominioso fracaso de la Segunda In-ternacional, la Tercera Internacional fue fundada en la secuela de la

289 Rosa Luxemburgo, Junius Pamphlet, A Young Socialist Publication, Colombo, 1967, p. 54.

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Revolución de Octubre. Sin embargo, como resultado de la progre-siva imposición de las políticas autoritarias de Stalin, que trataba la materia internacional, incluida la relación con los partidos de la propia Tercera Internacional, en estricta subordinación a los intere-ses del Estado soviético, tampoco esa organización logró cumplir la tarea de desarrollar el genuino internacionalismo socialista. Su di-solución como Internacional Comunista (el Komintern) y su meta-morfosis en Cominform —es decir, una organización internacional de la información— no resolvió nada. Porque incluso el Cominform era una calle de una sola vía. Y lo era porque cualquier crítica del sistema soviético fue mantenida como absoluto tabú mientras duró vivo Stalin. Y aun después de muerto, la severa crítica de Kruschev a su “culto de la personalidad” y sus consecuencias negativas no logró abordar los aspectos fundamentales de la sociedad de tipo so-viético como modo de reproducción metabólica social, a pesar de sus contradicciones y síntomas de crisis cada vez más intensos.

Para el momento en que se reconoció la gravedad de la crisis como tal, bajo el “glasnost y la perestroika” de Gorbachov, los es-fuerzos correctivos diseñados estaban concebidos de manera tal que resultaban inseparables de la toma del camino hacia la restaura-ción del capitalismo, como ya vimos en la Sección 9.5.4. En cuanto a la Cuarta Internacional, nunca pudo alcanzar el estatus de organi-zación internacional con influencia de masas, a pesar de las inten-ciones de su fundador. Puesto que si la visión estratégica concebida no puede “captar a las masas”, en palabras de Marx, en ese caso no se podrá cumplir la tarea de desarrollar el necesario internaciona-lismo socialista.

La cuestión nacional asumió inevitablemente la forma de una polarización entre el puñado de estados opresores y la inmensa mayoría de naciones oprimidas imperialistamente: una relación absolutamente injusta en la que las clases trabajadoras de los paí-ses imperialistas se vio profundamente involucrada. Y tampoco esta relación quedó restringida a la dominación militar directa. El propósito de esta última —independientemente de que fuese puesta en juego a través de algunas operaciones militares de envergadura o mediante el ejercicio de la “diplomacia de las cañoneras”— era

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asegurar sobre la base de la continuidad la máxima explotación del trabajo factible en los países conquistados, e imponer así el modo de control metabólico social característico del capital de manera de-finitiva en el mundo entero. Es por eso que en el transcurso de la “descolonización” en la segunda posguerra mundial, se hizo bien posible abandonar el control militar/político directo de los antiguos imperios sin cambiar la esencia de la relación establecida de domi-nación y subordinación estructurales, como conviene al sistema del capital.

Los Estados Unidos fueron los pioneros en este respecto. Ejer-cieron la dominación colonial directa de tipo militar en algunos países, cada vez que eso le convino a sus designios, como en las Filipinas, por ejemplo, aunada a la supremacía socioeconómica so-bre las poblaciones involucradas. Al mismo tiempo se aseguraban la dominación absoluta de la totalidad de la América Latina, impo-niéndoles a los países del continente la dependencia estructural sin intervenir necesariamente de manera militar. Pero, por supuesto, apelaron sin vacilación alguna a las intervenciones militares abier-tas o encubiertas en su declarado “patio trasero” cada vez que se cuestionó la permanencia de su dominación explotadora. Una de sus maneras preferidas de imponer su dominio fue el derrocamien-to militar “interno” de gobiernos elegidos y el establecimiento de dictaduras “amistosas”, en numerosas ocasiones justificando esos actos del modo más cínico e hipócrita, desde la dictadura militar en Brasil al Chile de Pinochet.

Sin embargo, durante largo tiempo su principal estrategia para hacer valer sus intereses explotadores en el período de la segunda posguerra mundial fue ejercer la dominación económica, aunada a la falaz consigna de “democracia y libertad”. Esto estaba en per-fecta sintonía con una fase determinada del desarrollo histórico del capital, cuando se comprobó que los grilletes militares/políticos de los viejos imperios ya resultaban demasiado anacrónicos para lle-var a cabo las potencialidades de expansión del capital, mejor adap-tada en el mundo de la posguerra a las prácticas neocoloniales. Los Estados Unidos estaban en una posición casi ideal en este respecto, tanto por ser el constituyente más dinámico del capital global en su

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tendencia a la expansión productiva, como por tratarse de un país que podía pretender que no tenía ninguna necesidad de dominio militar/político directo sobre colonias, a diferencia de los imperios inglés y francés. Resulta por tanto altamente significativo —y su-mamente peligroso, en sus implicaciones para la supervivencia de la humanidad— que en nuestro tiempo esa superpotencia “demo-crática” tenga que regresar a la forma más despilfarradora y brutal de las intervenciones y ocupaciones militares, en respuesta a la cri-sis estructural del capital, en un vano intento por resolver esa crisis imponiéndose sobre el resto del mundo como el amo y señor del imperialismo hegemónico global.

Esta versión más novedosa del imperialismo era (y lo sigue sien-do) una forma de dominación no menos injusta para las grandes masas del pueblo trabajador que su predecesora. En consecuencia, resulta inconcebible poner en práctica el verdadero internacionalis-mo sin la emancipación radical de las muchas naciones oprimidas, y no nada más en Latinoamérica, de su prolongada dominación por las naciones opresoras. Es ese el sentido del legítimo nacionalis-mo defensivo en la actualidad, como desde el comienzo mismo lo aseveró Lenin. Un nacionalismo defensivo que para poder triun-far tiene que verse complementado por la dimensión positiva del internacionalismo.

9.6.3 La solidaridad internacional constituye un potencial positivo

tan solo para el antagonista estructural del capital. Está en armonía con el patriotismo, que en las discusiones teóricas suele ser con-fundido, incluso por la izquierda, con el chauvinismo burgués. Esta confusión resulta ser demasiado a menudo una excusa más o me-nos consciente para la necesidad de romper las cadenas de la depen-dencia estructural explotadora, de la cual hasta los trabajadores del “capitalismo avanzado” innegablemente se benefician, si bien lo ha-cen en un grado mucho más limitado que sus antagonistas de clase. Pero el patriotismo no significa identificarnos exclusivamente con los intereses nacionales legítimos de nuestro propio país, cuando se ve amenazado por una potencia extranjera, o ciertamente por el

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comportamiento entreguista de nuestra propia clase dominante, ante el cual Lenin y Rosa Luxemburgo propusieron con razón vol-tear las armas de la guerra contra los explotadores de clase internos. Significa también solidaridad plena con el patriotismo genuino de los pueblos oprimidos.

La condición para el ejercicio de ese patriotismo no es simple-mente un cambio en las relaciones predominantes entre los estados, contraviniendo así en cierto grado los dictámenes foráneos de la de-pendencia política, o militar/política, establecida. Muy lejos de ello. Porque la condición para el éxito permanente solo puede ser una lucha sostenida en contra de la dominación estructural jerárquica del capital, por larga que ella pueda resultar, y a lo ancho y largo del mundo. Sin eso, el ocasional derrocamiento exitoso de la an-tigua supremacía político/militar de la potencia extranjera podría verse revertido, en la vieja forma o en una nueva, a la próxima ronda de acontecimientos. La solidaridad internacional de los oprimidos exige, por lo tanto, la plena conciencia y la constante observación práctica de esos principios orientadores estratégicos.

El internacionalismo socialista es inconcebible sin un respeto to-tal por las aspiraciones del pueblo trabajador de las demás naciones. Solo ese respeto puede crear la posibilidad objetiva de intercambios cooperativos positivos. Incluso desde su primera formulación, la teoría marxista insistía en que una nación que domina a otras na-ciones se priva a sí misma de su propia libertad: una máxima que Lenin nunca dejó de repetir. No es difícil ver por qué tiene que ser así. Porque toda forma de dominación entre estados presupone un marco de intercambio social estrictamente regulado, en el cual el ejercicio del control es expropiado por apenas unos cuantos. Un Es-tado nacional constituido de manera tal que pueda dominar a otras nacionalidades, o las llamadas “regiones fronterizas” o “periféri-cas”, presupone la complicidad de su ciudadanía políticamente acti-va en el ejercicio de la dominación, mistificando y debilitando así a las masas trabajadoras en su aspiración de emanciparse.

De manera que la negación radical del sistema de relaciones su-mamente injustas entre los estados, que ha prevalecido por tanto tiempo, constituye un requerimiento absolutamente ineludible de la

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teoría socialista. Ella proporciona la base conceptual del naciona-lismo defensivo. Sin embargo, la necesaria alternativa positiva al orden social del capital no puede ser defensiva. Porque todas las po-siciones defensivas adolecen de ser definitivamente inestables, ya que hasta las mejores defensas pueden ser abatidas bajo fuego con-centrado, si la relación de fuerzas cambia convenientemente a favor del adversario. Lo que se necesita en este respecto, en respuesta a la dañina globalización del capital, es la articulación de una alter-nativa positiva viable. Es decir: un orden reproductivo social inter-nacional instituido y manejado sobre la base de la igualdad genuina de sus múltiples constituyentes, definida no en términos sustantivos formales sino material y culturalmente identificables. Así, la estra-tegia del internacionalismo positivo significa reemplazar el ab-solutamente injusto —e irremediablemente conflictual—principio estructurante de los “microcosmos” reproductivos del capital (las empresas productoras y distribuidoras específicas que constituyen el “macrocosmo” abarcador del sistema), por una alternativa com-pletamente cooperativa.

La tendencia destructiva del capital trasnacional no puede ser ni siquiera atemperada, y mucho menos absolutamente superada, nada más en el nivel internacional, mediante la acción de gobiernos na-cionales en particular. Porque la continuada existencia de los “mi-crocosmos” antagonísticos, y su subsumisión bajo estructuras cada vez mayores del mismo tipo conflictual (como las corporaciones trasnacionales gigantes, que surgen a través de la concentración y centralización del capital actual), obligadamente reproduce tarde o temprano los conflictos aplacados temporalmente. Así, el interna-cionalismo positivo se autodefine como la estrategia de ir más allá del capital como un modo de control metabólico social, ayudando a articular y coordinar globalmente una forma de toma de decisio-nes no jerárquica290 tanto en el plano reproductivo material como en el cultural/político. En otras palabras, por una forma de toma de decisiones cualitativamente diferente en la cual las funciones con-

290 Ver la Sección 2 del presente capítulo, acerca de la Participación.

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troladoras vitales de la reproducción social les puedan ser absoluta-mente transferidas a los miembros de los microcosmos y, al mis-mo tiempo, las actividades de estos últimos puedan ser coordinadas apropiadamente hasta llegar a abarcar los niveles más amplios, por-que no se ven desgarrados por los antagonismos irreconciliables.

9.6.4 Dichos antagonismos demostraron ser insuperables incluso

cuando Simón Bolívar realizó heroicos intentos por crear una alter-nativa viable. Porque lo que se requería necesariamente para poder tener éxito era la transformación de todo el entramado de la socie-dad, mucho más allá incluso de medidas como la emancipación le-gal de los esclavos. Así, en sus esfuerzos por hallar una solución permanente, para la cual el momento histórico no había llegado to-davía, Bolívar se enfrentó a una gran hostilidad incluso en los paí-ses latinoamericanos a los que les había prestado enormes servicios, reconocidos con el título sin par de El Libertador con el que se le había honrado en ese tiempo. Como resultado, tuvo que pasar el fi-nal de sus días en un trágico aislamiento.

En cuanto a sus adversarios en los Estados Unidos, que se sin-tieron amenazados por la difusión de su luminosa concepción de la igualdad291 —tanto internamente (como propietarios de escla-vos directamente desafiados por la emancipación de los esclavos de Bolívar) como por su propugnación de unas relaciones armonio-sas entre los estados a todo lo ancho del mundo— no vacilaron en condenarlo y descalificarlo como “the dangerous madman of the South”.292

El impedimento principal era el fuerte contraste entre la unidad política de las naciones latinoamericanas propugnada por Bolívar y los constituyentes profundamente adversariales/conflictuales de sus microcosmos sociales. En consecuencia, hasta los llamados más

291 Bolívar llamaba a la igualdad “la ley de leyes”, añadiendo que “sin ella perecen todas las libertades. A ella debemos hacer los sacrificios”.

292 “El peligroso loco del Sur”.

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nobles y más elocuentes a la unidad política podían funcionar solo mientras la amenaza presentada por el adversario colonial español era aguda. Pero esa amenaza no podía remediar por sí sola los anta-gonismos internos. Ni la identificación visionaria que hizo Bolívar del nuevo peligro podía alterar la situación. A saber, que “los Esta-dos Unidos parecen destinados por Dios y la providencia para pla-gar de hambre y miseria a los pueblos de América Latina en nombre de la Libertad”. Un peligro que subrayó con mayor fuerza aún, en el mismo espíritu, José Martí sesenta años más tarde.293 Ambos fue-ron tan realistas en sus diagnósticos de los nuevos peligros como generosos en la propugnación de una solución ideal para los graves problemas de la humanidad. Bolívar, cuando propuso una vía para poner armoniosamente juntas a todas las naciones de la humanidad en el istmo de Panamá, y la convirtió en la capital del mundo,294 y Martí cuando insistió en que “la patria es la humanidad”.

Cuando se formularon esos ideales el tiempo histórico todavía apuntaba en la dirección opuesta: hacia la terrible intensificación de los antagonismos sociales y el horrendo derramamiento de sangre de las dos guerras mundiales que se desprenderían de ellos. Hacia el final de su vida Bolívar se vio forzado a aceptar que, trágicamente, el día de América, como él lo había anticipado antes, no había llegado aún. Hoy la situación es muy distinta. El “día de América” de Bolívar ha llegado en el sentido de que las antiguas condiciones de la dominación cuasicolonial de Latinoamérica por los Estados Unidos ya no se pueden seguir manteniendo. En este respecto los intereses de la soberanía nacional efectiva de los países de Latinoamérica coincide del todo con la necesaria tendencia a sobreponerse a los resentimientos nacionales en todas partes, puesto que la dominación nacional de muchos países por unas

293 Ver José Martí, “Discurso”, pronunciado en Hardman Hall, Nueva York, el 10 de octubre de 1890, y “La verdad sobre los Estados Unidos”, Patria, 17 de abril de 1884.

294 “Acaso solo allí podrá fijarse algún día la capital de la tierra, como pre-tendió Constantino que fuese Bizancio la del antiguo hemisferio”.

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cuantas potencias imperialistas durante tanto tiempo prevaleciente se ha vuelto un anacronismo histórico irreversible.

El cambio de la condición histórica no puede ser anulado por el hecho de que las antiguas potencias imperialistas, y sobre todo y con mucho la más poderosa de ellas, los Estados Unidos de Nortea-mérica, estén tratando de poner en reversa las ruedas de la historia y recolonizar el mundo. Su intención de lograr ese fin ya resulta visible en la manera como han emprendido recientemente algunas aventuras militares devastadoras, bajo el pretexto de la llamada “guerra contra el terrorismo”. Ciertamente, la nueva panacea —es decir, meterse en lo que de hecho representaría una flagrante aven-tura recolonizadora— es declarada por las potencias más agresivas como la condición esencial para el éxito de su cínicamente justa “guerra contra el terrorismo internacional” en el “nuevo orden mun-dial”. Pero están destinadas a fracasar en esta empresa.

En el pasado, muchos intentos que tenían como meta rectificar los justificados resentimientos nacionales se vieron desviados de su camino por seguir estrategias chauvinistas. Porque, dada la na-turaleza de los problemas sobre el tapete, los intereses nacionales impuestos los países dominantes no podían prevalecer por siempre a expensas de los justificables objetivos sociales de algunas otras naciones, violando las requeridas condiciones internacionales plenamente equitativas de las relaciones entre estados. Así, no po-día ser más clara la visionaria validez histórica del proyecto boliva-riano, que presionaba por la unidad estratégica y la igualdad de los países latinoamericanos, no simplemente en contra de los Estados Unidos sino dentro del marco más amplio de la prevista asociación internacional armoniosa de todos. Ciertamente, si llevan a cabo su unidad social y política basada en la mutua solidaridad, los países de la América Latina podrían desempeñar un papel pionero en la actualidad, en beneficio de la humanidad entera. Ninguno de ellos puede tener éxito aisladamente, aunque sea enfrentándose en nega-tivo a su poderoso antagonista en Norteamérica, pero juntos pueden mostrarnos a todos nosotros un camino hacia adelante si institu-yen en positivo una solución confederativa. Están, como nadie y como nunca antes, en posición de poder hacerlo, en el espíritu del

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internacionalismo genuino, porque no tienen la carga del pasado de muchas tradiciones imperialistas o cuasimperialistas europeas.

Los graves problemas de las contradicciones nacionales los com-parten y los padecen muchas partes del mundo. Al respecto basta pensar en el Medio Oriente constantemente destrozado por la gue-rra, la ruptura violenta de la antigua Yugoslavia, la desintegración de la Unión Soviética y su secuela de problemas profundos (hasta explosivos en lugares como Chechenia), los conflictos abiertos o la-tentes en la Europa Central, los fuertes antagonismos internos que hacen erupción en el subcontinente indio, los resentimientos nacio-nales en Canadá, todavía lejos de resolverse, y las varias confron-taciones armadas en África del Norte y Central. No es concebible encontrar soluciones permanentes para los problemas subyacentes sin encarar con todos los hierros el asunto siempre preterido de las relaciones equitativas entre los estados, que hay que establecer res-petando la complementaridad dialéctica de lo nacional y lo interna-cional, como conviene a nuestro propio tiempo histórico.

Dadas las determinaciones estructurales antagonísticas del modo de control metabólico social del capital, que culminan en la dominación imperialista de los muchos por unos cuantos, tan solo un planteamiento socialista consistente puede tener éxito al respec-to. Pero la otra cara de la moneda debe quedar igualmente clara. Es decir, que la transformación socialista de nuestro modo de re-producción metabólica social, vitalmente necesaria, no es en modo alguno factible si no instituimos soluciones verdaderamente viables para los legítimos resentimientos nacionales de los países domina-dos, durante mucho tiempo pasados por alto, dentro del marco de un internacionalismo sustantivamente equitativo. Porque solo el seguimiento históricamente apropiado de la estrategia —capaz de llevar en todas partes las dimensiones nacionales e internacionales del intercambio social a su común denominador positivo— puede solucionar la grave crisis estructural de nuestro orden social.

9.6.5 Sin duda, el capitalismo no inventó la explotación y la opresión.

Las revueltas de esclavos brutalmente reprimidas se dieron en la

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historia hace miles de años, y los grandes levantamientos campe-sinos —reprimidos con la misma brutalidad— estallaron cientos de años antes del desarrollo y estabilización del orden reproductivo del capital. La innovación del capital fue intentar y lograr su propia variedad de explotación socioeconómica y política universalmente aceptable y permanente. Lo mismo vale para la discriminación y la opresión nacional y étnica. Éstas también tienen raíces históricas mucho más hondas que los últimos trescientos o cuatrocientos años, si bien las relaciones de dominación y subordinación entre estados más injustas —las imperialistas— prevalecieron solamente bajo el dominio del “capital avanzado”.

Según esto, los problemas de la discriminación nacional y étnica no pueden ser superados de un todo sin atender a sus raíces históri-cas más profundas. Al igual que las viejas cuestiones de la explota-ción y la opresión, los resentimientos nacionales apuntan hacia un cuadro mucho más amplio. Considerar la larga historia de la domi-nación y la explotación jerárquicas y atacar la variedad capitalista solo puede ser parte de la respuesta, independientemente del hecho de que eso constituya el desafío y el punto de partida más obvios en nuestro tiempo. Lo mismo vale para las contradicciones y resen-timientos nacionales más obvios. En consecuencia, con respecto a ambos conjuntos de problemas fundamentales por resolver, la al-ternativa socialista exige que haya que enfrentarlos en toda su perspectiva histórica, descendiendo hasta sus bases más profun-das en busca de un correctivo trascendente que perdure. Deben ser asidos en sus raíces históricas más hondas, de las cuales la variedad capitalista es apenas un brote, no importa cuán dominante, y aho-ra globalmente dominante. Si no se hace esto, en algún momento del futuro puede germinar un nuevo retoño antagonístico. En lo que concierne a la alternativa socialista, fue precisamente esta carga de determinaciones clasistas en la historia en su totalidad, y no sola-mente en sus siglos más recientes, lo que hizo que Marx contrastara abiertamente lo que él llamó “la prehistoria de la humanidad” con la historia real de la humanidad. Una concepción de la historia como modo de control productivo y distributivo cualitativamente diferente y manejado a conciencia —de acuerdo con sus objetivos

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escogidos— por los individuos sociales como los sujetos genuinos de la historia.

La lucha por esas preocupaciones vitales caracterizó a la histo-ria humana durante milenios, aunque estuviese condenada a asumir formas nuevas con los cambios de circunstancias y el correspon-diente cambio en los seres humanos. En un poema magnífico, titu-lado A orillas del Danubio (“A Dunánál”), Attila József describe ese proceso de dramáticos conflictos nacionales y sociales en toda su intensidad histórica. Puede hacerlo con espléndida imaginación poética dirigiéndose al río para interrogarlo —a “quien es pasado, presente y futuro”, como parte inseparable y testigo personificado de la historia humana— y poder así ofrecer sus propias respuestas. Al representar creativamente su visión en forma de una interacción muy inspirada entre los puntos de vista del poeta y el viejo y pode-roso río, József está en capacidad de poner ante nuestros ojos, con gran humanidad y poder evocador todas las dimensiones del tiempo histórico, junto con la carga profundamente sentida de la responsa-bilidad histórica. De esa manera puede darle vida a la lucha de los grandes antagonismos del pasado y el presente, “librada con fiere-za” entre las “muchas nacionalidades”, con emotiva propugnación de sus soluciones requeridas.

Así nos habla Attila József en las dos últimas estrofas de su gran poema:

Yo soy el mundo, todo cuanto está y estuvo,las muchas nacionalidades empeñadas en fatal conflicto.Los conquistadores vencen conmigo en su muerte,y me tortura la agonía de los conquistados.Árpád y Zalán, Werböczy y Dózsa,295

el turco, el tártaro, el eslovaco, el rumano

295 Cada pareja de nombres indica conquistadores y conquistados. Árpád fue el jefe de las tribus húngaras que en el siglo XIX derrotaron a Zalán en la depresión de los Cárpatos, y Werböczy fue el gobernante húngaro de co-mienzos del siglo XVI que castigó brutalmente el levantamiento campesino dirigido por György Dózsa en 1514.

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se arremolinan en este corazón,en deuda grande con el pasado,con un futuro amable, ¡oh húngaros de hoy!

Yo quiero trabajar. Ya es bastante durotener que confesar el pasado.Del Danubio poderoso —quien es pasado, presente y futuro— las ondas suaves fluyen en sereno abrazo.La lucha librada con fiereza por nuestros antepasadosse disuelve en paz en el recuerdo.Atender a las tareas compartidas, ponerlas al fin en orden,ese es nuestro trabajo…¡ y no es pequeño!

En la presente coyuntura de la historia estamos, todos sin ex-cepción, “en deuda grande con el pasado, con un futuro amable”. En verdad estamos en dicha deuda con un pasado muy, pero muy lejano y también con el presente peligrosamente amenazador. En deuda con un “futuro amable” permanentemente sustentable, que hay que asegurar en el orden social alternativo de la historia real de la humanidad, mucho más allá de “las luchas libradas con fie-reza”, no solo las de nuestros antepasados sino también las que to-davía hay que librar en contra de las potencias destructivas de hoy. Nunca ha habido tanto en juego, y no es posible ganar sin superar los persistentes antagonismos y los peligrosos conflictos que surgen de los resentimientos nacionales y étnicos, con sus raíces extendi-das y profundas reproduciendo en nuestro tiempo la planta vene-nosa de las relaciones entre los estados del capital, cada vez más destructivas. Reventaron en dos guerras mundiales devastadoras en el transcurso del siglo XX, y ahora amenazan directamente a la su-pervivencia misma de la humanidad.

La solución de los viejos conflictos y antagonismos heredados del pasado e intensificados en el presente debió haberse dado hace mucho tiempo. Pero la tarea de superar los resentimientos nacio-nales no puede completarse sin arrancar las propias raíces exten-didas, al igual que las contradicciones del sistema del capital no se pueden resolver con reformas sin erradicar, esa es la palabra, al

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capital mismo del entramado social. No basta con nada más “abo-lir la esclavitud del salario” cuando debemos tener en la mira las determinaciones estructurales de la explotación y la opresión en su prolongada continuidad y cambio históricos. Para poder tener éxito hay que erradicar con firmeza todas las formas y variedades facti-bles de explotación y opresión, incluyendo los resentimientos nacio-nales y étnicos latentes o explosivos que se remontan muy atrás en la historia. Su recuerdo persiste durante largo tiempo, y contribuye a menudo al surgimiento de nuevos antagonismos. Ese recuerdo no puede ser reparado simplemente pensando de manera distinta acer-ca del pasado. Resulta profundamente cierto que “la lucha libra-da con fiereza por nuestros antepasados se disuelve en paz en el recuerdo”. Pero solo cuando la memoria histórica se ve realmente moldeada de nuevo gracias a una intervención práctica que recti-fica los propios resentimientos nacionales y étnicos sobre una base permanente. Estos son aspectos fundamentales de interés compar-tido que no pueden ser pospuestos indefinidamente. Para decirlo en palabras de József: “Atender a las tareas compartidas, ponerlas al fin en orden, ese es nuestro trabajo…¡ y no es pequeño!”

9.6.6 José Martí tenía toda la razón cuando realzó el significado real de

patriotismo al insistir en que “la patria es la humanidad”. Porque este tipo de patria —caracterizada por la identificación consciente de los individuos con los valores positivos de su comunidad— es el único orden social permanentemente sustentable que no puede ser desgarrado por antagonismos devastadores. En sí, no constituye un ideal remoto sino el necesario objetivo, brújula y medida del éxito de la estrategia de la transformación socialista, que visualiza la institución del modo de control sociorreproductivo alternativo en el que no puede haber cabida para la discriminación nacional y los resentimientos concomitantes. Es el único orden internacional via-ble, en el sentido más profundo del término, en contraste con todos los intentos de imponer uno desde afuera y desde arriba: fracasa-ron en el pasado y están destinados a fracasar también en el futu-ro. Lo que lo convierte en viable y sustentable es que la patria de

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Martí, definida en relación directa con la humanidad, surge de las determinaciones internas positivas de sus partes constituyentes que armonizan las muchas manifestaciones específicas del patrio-tismo genuino con sus condiciones globales de realización progre-siva. Estas dos dimensiones resultan inseparables en la estrategia socialista, con su necesario objetivo general y brújula guiadora. No puede existir ningún intercambio global/internacional sustentable —y este, también, constituye una necesidad esencial en nuestro tiempo— sin la coalición positiva de la gran variedad de la identifi-cación patriótica del pueblo con las condiciones de vida reales de su comunidad. Y viceversa. No puede existir ningún patriotismo me-recedor de ese nombre sin la institución exitosa y el fortalecimiento de la patria global/internacional de la humanidad, recíprocamen-te adaptadora y cooperativamente armonizadora, que por sí sola pueda conferirle las características definitorias positivas al propio patriotismo. En este sentido la complementaridad dialéctica de lo nacional y lo internacional continúa siendo un principio orientador vital de los intercambios humanos en el futuro previsible.

Naturalmente, la dimensión organizacional de estos proble-mas no puede ser menospreciada. Por el contrario, a la luz de las recientes tendencias de los desarrollos socioeconómicos y políti-cos adquiere una importancia cada vez mayor. Porque las acciones internacionales del imperialismo hegemónico global, que asumen por ahora la forma de aventuras militares incluso de gran magnitud, representan un peligro enorme para el futuro. Por consiguiente exi-gen con urgencia el desarrollo de un marco de acción internacional socialista viable. Sin eso, no podrá prevalecer la tan necesitada al-ternativa hegemónica al destructivo modo de control sociorrepro-ductivo y político.

En términos de las necesarias prioridades estratégicas que se deben llevar a cabo, la articulación y fortalecimiento de dicho marco de acción internacional socialista ocupa un lugar de prime-rísima importancia. No puede ser concebida simplemente como la respuesta ocasional/periódica a los desarrollos internacionales más amenazadores del capital en el plano económico (por ejem-plo lo ambiental) y en el político, sino como una alternativa en

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desenvolvimiento coherente, que debe ser sustentada en todos los terrenos por formas de acción internacional apropiadas. En otras palabras, lo que nos preocupa es la realidad (y necesidad) históri-ca de tales logros organizacionales, que hay que seguir de manera consistente en sus propios términos de referencia estratégicos y sos-tener no solo cuando surjan desafíos extremos —como, por ejem-plo, en alguna ocasión explosiva en la que participen en protestas de masa, generadas de manera más o menos espontánea, en con-tra de alguna operación militar imperialista— sino en una sucesión temporal continuada.

Inevitablemente, una de las principales condiciones requeridas en nuestro tiempo para la articulación y fortalecimiento exitosos de un modo de acción internacional viable, sería el examen crítico serio de los fracasos del pasado en este respecto. Porque, como lo mencionamos antes, las cuatro Internacionales quedaron muy lejos de cumplir sus objetivos declarados. Si en el pasado las condiciones históricas desfavorables dificultaron —o, peor aún, impidieron— el exitoso desarrollo internacional de la alternativa organizacional so-cialista, ¿son más favorables esas condiciones hoy día?

La necesidad de un avance significativo de las fuerzas socialis-tas radicales, como protagonistas de la alternativa hegemónica al orden reproductivo del capital, es indudablemente muy grande hoy, en vista de la destructividad en ascenso del orden dominante. Pero esa necesidad no basta por sí sola, no importa cuán fuerte o promi-soria sea. Porque no podemos soslayar la pesada carga de fracturas internas en el ala radical del movimiento socialista mismo (que se le suma a la desviación revisionista que hace mucho prevalece en la otra ala), que se generaron en el pasado y continúan ejerciendo su influencia dolorosamente divisoria y negativa también en la actuali-dad. Los fracasos internacionales del pasado no se pueden remediar sin encarar ese problema, aunque las condiciones históricas para el desarrollo y sustentación de un modo de acción internacional radi-cal organizacionalmente viable sean más favorables en la actuali-dad que nunca antes.

La diferencia principal en este respecto es que hemos llegado a la etapa histórica de la crisis estructural del sistema del capital.

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En términos sociales y políticos tangibles eso significa que ahora algunas rutas —que en el pasado le permitían al capital manejar sus contradicciones y antagonismos con relativa facilidad bajo sus cri-sis coyunturales periódicas— han sido bloqueadas, lo que produce graves complicaciones para el futuro.

Entre las rutas bloqueadas más importantes, hay dos que descue-llan como directamente relevantes. La primera tiene que ver con la manera como el capital podía en el pasado inducir al laborismo re-formista a interiorizar y promover activamente la promesa jamás cumplible del “socialismo evolutivo” —y sus hermanos gemelos: el “socialismo parlamentario”, en diferentes partes de Europa, y el establecimiento ficticio del socialismo “conquistando los pues-tos de mando de la economía”, en la Inglaterra de Harold Wil-son— mistificando así y desarmando exitosamente a su adversario potencial. Sin embargo, bajo el fuerte impacto de la crisis estructu-ral del capital las estrategias pretendidamente socialistas —mas en verdad totalmente entreguistas— finalmente tuvieron que ser aban-donadas por los partidos reformistas, para así convertirse desver-gonzadamente en abiertos defensores del orden dominante, como el “Nuevo Laborismo” en Inglaterra. Inevitablemente, ese desarrollo reabrió la interrogante acerca de cuál era el camino de acción a to-mar en el futuro a fin de oponerse a las condiciones de vida cada vez peores de los trabajadores, incluso en los países capitalistamente más avanzados, sin importar el tiempo que pudiese tomar la rectifi-cación del pasado derrotista.

La segunda ruta bloqueada es más importante todavía. Tiene que ver con la anulación de la posibilidad de solucionar los proble-mas cada vez más graves del sistema mediante una guerra total, como se intentó por dos veces en las dos guerras mundiales del si-glo XX.296 Yo escribí para el momento en que arrancaba la crisis estructural del capital, hacia el final de la guerra de Viet Nam que el sistema ha sido decapitado al anulársele su última sanción: una guerra total contra sus adversarios potenciales o reales (…) Ya no

296 Podríamos agregar aquí las guerras del Medio Oriente.

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es posible exportar la violencia a la escala masiva requerida. Los in-tentos por hacerlo a escala limitada —como la guerra de Viet Nam 37— no solo no son substitutos del viejo mecanismo, sino incluso aceleran las inevitables explosiones internas del sistema. Tampoco resulta posible recurrir indefinidamente a la mistificación ideológi-ca que representaba el desafío interno del socialismo: la única so-lución posible a la crisis actual, como confrontación externa: una “subversión” dirigida desde afuera por un enemigo “monolítico”. Por primera vez en la historia el capitalismo se ve confrontado glo-balmente con sus propios problemas que ya no pueden seguir sien-do “pospuestos”, ni ciertamente tampoco pueden ser transferidos al plano militar a fin de ser exportados en forma de una guerra total.297

En una nota a la última frase agregué que “por supuesto que puede ocurrir una guerra así, pero su planificación y preparación activa reales al descubierto no pueden funcionar como el estabiliza-dor interno vital”.298 Y es así incluso aunque los “tipos visionarios” neoconservadores del Pentágono —cuyas “teorías” rozan la locu-ra299— tengan toda la intención de “pensar lo impensable”. Pero in-cluso esas formas extremas de irracionalidad no pueden deshacer las implicaciones de largo alcance de esta ruta bloqueada. Porque el asunto subyacente es el de una contradicción insoluble en el interior del marco reproductivo del sistema del capital. Una contradicción que se manifiesta, por una parte, a través de la inexorable concentra-ción y centralización del capital que prosigue en una escala global, y por la otra mediante la incapacidad estructuralmente impuesta del sistema del capital para producir la requerida estabilización política en una escala correspondientemente global. Hasta las intervencio-nes militares más agresivas del imperialismo hegemónico global —en el presente el de los Estados Unidos de Norteamérica— en

297 István Mészáros, Marx’s Theory of Alineation, Merlin Press, Lon-dres, 1970, p. 310.

298 Ibid., p. 342.

299 Ver mi artículo: “The Structural Crisis of Politics”, Monthly Review, septiembre de 2006, pp. 34-53.

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diferentes partes del planeta están condenadas al fracaso en este respecto.

La destructividad de no importa cuántas guerras limitadas está muy lejos de ser suficiente para imponer, en todas partes y sobre una base permanente, el dominio indesafiable del único hegemón imperialista y su “gobierno global”: la única cosa que le conven-dría a la lógica del capital. Solo la alternativa hegemónica socialis-ta puede mostrar una salida de esta contradicción destructiva. Una alternativa organizacionalmente viable que respete plenamente la complementaridad dialéctica de lo nacional y lo internacional en nuestro tiempo.

9.7. Alternativa al parlamentarismo: La unificación de la reproducción material y la esfera política.

9.7.1La necesaria alternativa al parlamentarismo está estrechamente

vinculada con la cuestión de la participación real considerada en la Sección 9.2. A primera vista, la diferencia principal es que, ya que la participación plena constituye un principio regulador absolutamen-te fundamental y permanente de las interrelaciones socialistas —in-dependientemente de lo avanzada y de lo distante que esté la forma de la sociedad socialista— la necesidad de producir una alternativa estratégicamente sustentable al parlamentarismo es inmediata e in-eludible y nos está afrontando con urgencia. Sin embargo, este es tan solo el aspecto más obvio del importante problema de cómo liberar al movimiento socialista de la camisa de fuerza del parlamentaris-mo burgués. Tiene además otra dimensión, relacionada con el desa-fío mucho más amplio y en definitiva no menos ineludible al que la literatura socialista se refiere como el “debilitamiento gradual del Estado”. Las dificultades aparentemente prohibitivas de ese vital proyecto marxiano encajan con igual importancia y peso tanto en la participación —en cuanto autogestión plenamente autónoma de su sociedad por parte de los productores libremente asociados en cada terreno, mucho más allá de las limitantes mediadoras (durante

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algún tiempo necesarias) del Estado político moderno— como en la manera permanente de unificar la esfera reproductiva material y la esfera política, como la prevista alternativa radical al parlamenta-rismo. Ciertamente, cuando consideramos la tarea histórica de ha-cer realidad el “debilitamiento gradual del Estado”, la autogestión a través de la participación plena y la superación permanentemente sustentable del parlamentarismo por una forma de toma de decisio-nes sustantivas —en contraposición a la formal/legal políticamente limitada— resultan inseparables.

Como planteamiento, la necesidad de instituir una alternativa válida al parlamentarismo nace de las instituciones políticas histó-ricamente específicas de nuestro tiempo, pues éstas han sido trans-formadas —en gran medida para peor, hasta el punto de convertirse en una fuerza paralizante, y no de potencial avance— en el trans-curso del siglo XX, decepcionando amargamente todas las espe-ranzas y las expectativas alguna vez sostenidas por el movimiento socialista radical. Porque la resultante irónica y en más de un modo trágica de largas décadas de lucha política dentro de los confines de las instituciones políticas al servicio del propio capital —marcadas por la total conformidad de los varios representantes de la clase tra-bajadora organizada con las “reglas del juego parlamentario”, gro-seramente aplicadas a su propio favor por las relaciones de poder del dominio del capital sobre el orden social en su totalidad, suma-mente efectivo en lo material y lo ideológico, y que fueron estableci-das desde hace mucho y son renovadas, constantemente— terminó siendo que bajo las condiciones hoy prevalecientes la clase trabaja-dora se ha visto totalmente privada de sus derechos en todos los países capitalistamente avanzados. De este modo, la claudicación de la socialdemocracia, mientras pretendía representar “los intere-ses reales de la clase obrera”, completó de hecho el círculo vicioso de ese proceso de total privación de los derechos del cual no puede haber escapatoria sin superar radicalmente —de un modo verdade-ramente sustentable— al propio sistema parlamentario histórica-mente anacrónico.

El contraste entre las condiciones realmente existentes de nuestro tiempo y las promesas del pasado no podría ser mayor.

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Particularmente cuando hacemos memoria de los desarrollos po-líticos del último tercio del siglo XIX y las esperanzas que el tra-bajo depositó en ellos. Como todos sabemos, mucho antes de ese momento apareció en el escenario histórico el movimiento de la clase trabajadora y dio sus primeros pasos como un movimiento extraparlamentario. Sin embargo, el último tercio del siglo XIX produjo un cambio significativo en ese respecto, con la formación y el fortalecimiento de partidos de masas de la clase trabajadora que comenzaron a orientarse, en su mayoría, hacia la conquista gra-dual del terreno político por medios electorales a fin de introducir —mediante la intervención legislativa consensual— las requeridas reformas estructurales de largo alcance y permanentes en la socie-dad en su conjunto. De hecho, con el paso del tiempo los partidos de masas de la clase trabajadora estuvieron en capacidad de exhibir al-gunos logros espectaculares en términos estrictamente electorales, y como resultado adoptaron y alimentaron la esperanza sumamen-te problemática de obtener, a su debido tiempo, un éxito parecido en las relaciones de poder materiales de la sociedad. Fue así como el reformismo socialdemócrata pasó a dominar a los partidos de la clase trabajadora en los países capitalistamente más poderosos, marginando al mismo tiempo al ala radical del movimiento del tra-bajo durante varias décadas.

Pero el “a su debido tiempo” nunca llegó, y era imposible que llegara. Instituir un orden social radicalmente diferente dentro de los parámetros de los intereses creados del control metabólico so-cial del capital no podía ser, desde el comienzo mismo, más una incongruencia. Así Bernstein y sus seguidores llamasen “socialis-mo evolutivo”, o Harold Wilson y otros “conquistar los puestos de mando de la economía”, a la propugnada estrategia política y social, la tierra prometida tantas veces y durante mucho tiempo pro-clamada por esas estrategias no podía pasar de emprender pausa-damente el camino hacia la tierra del nunca jamás de un futuro de ficción, que al final fue dejado atrás estruendosa y enteramente por el “Nuevo Laborismo” inglés —al igual que por muchos otros partidos socialdemócratas del mundo, incluido el alemán— sin ha-bérsele acercado ni un centímetro.

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Encima, lo que agrava mucho más este problema es que algu-nos de los partidos más importantes y también electoralmente más exitosos de la izquierda radical, constituidos dentro del marco de la Tercera Internacional, en su enérgica condena explícita del irrepa-rable fracaso histórico de la Segunda Internacional Socialdemócra-ta, siguieron —esta vez realmente a su debido tiempo— la misma senda del desastre de los partidos que ellos tanto criticaron y recha-zaron. Baste pensar a este respecto en el “camino parlamentario al socialismo” seguido por el Partido Comunista italiano y por el fran-cés. Ciertamente, el Partido Comunista Italiano (alguna vez nada menos que el partido de una figura tan revolucionaria como Antonio Gramsci) —luego de permitirse aquella otra estrategia de la fanta-sía del “Gran Acomodo Histórico”, pasando por alto, o quizás ver-daderamente olvidando, que para establecer un compromiso real se necesita que en él participen al menos dos, o de lo contrario el único en comprometerse es uno mismo— rebautizado como “demócra-tas de izquierda”, para amoldarse a las exigencias del orden social “democrático” del capital. Y cuando recordamos que Mikhail Gor-bachov, el Secretario General del Partido Soviético —alguna vez el partido del propio Lenin— se confirió a sí mismo el poder y el dere-cho de disolver el partido por decreto, y pudo ejecutar realmente esa jugada autoritaria en nombre del “glasnost” y la democracia, eso podría ser un claro indicativo de qué hay algo fundamentalmente erróneo que rectificar en estas materias. La nostalgia del pasado no va a ofrecer ninguna solución para los aspectos subyacentes.

Nada de esto está dicho “con mirada retrospectiva”: una expre-sión que se suele emplear para desviar las críticas y justificar las estrategias fallidas del pasado, junto con el papel asumido por quie-nes fueron responsables de haberlas impuesto, como si no hubiese podido existir alguna alternativa a seguir ese curso de acción hasta que la “mirada retrospectiva” —incluso hoy puesta a un lado y des-calificada con sarcasmo autojustificativo— hizo acto de presencia en el horizonte. El estado de cosas real que documenta la historia no podía ser más distinto. Porque los propugnadores más visionarios y más profundamente comprometidos de la alternativa socialista en actividad en el momento en que se comenzaba a producir el fatal

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descarrilamiento del movimiento socialista organizado —Lenin y Rosa Luxemburgo— diagnosticaron claramente los peligros que se desarrollaban, y demostraron no en visión retrospectiva sino justo en el momento la vaciedad teórica y política de las incumplibles prescripciones “evolucionarias”. Y cuando en una etapa aún más anterior de este proceso de integración capituladora, dentro del sis-tema parlamentario burgués, Marx formuló su inequívoca adver-tencia en su Crítica del programa de Gotha, su insistencia en que no se debía hacer compromisos con los principios no pudo pasar de ser una voz clamando en el desierto.

Las fuerzas del trabajo organizado tuvieron que tener su propia experiencia, aunque al final esa experiencia resultó ser bien amar-ga. Por un largo período en adelante pareció que no había ninguna alternativa a ceñirse a la elusiva promesa del “camino más fácil”, por parte de la gran mayoría del movimiento laboral. Las prome-sas y tentaciones de resolver los problemas altamente complejos de la sociedad mediante los procesos relativamente simples de la le-gislación parlamentaria resultaban demasiado grandes como para ser ignoradas o soslayadas, hasta que la propia amarga experiencia pudiese revelar que la desigualdad estructuralmente atrinchera-da y fortalecida de las relaciones de poder a favor del capital, tenía que prevalecer también en el escenario político institucionalizado, a pesar de la ideología de la “escogencia democrática” —en rea-lidad estrictamente formal y nunca sustantiva— y la “igualdad” salvaguardada electoralmente. De hecho el entrampamiento ins-titucional del trabajo objetivamente asegurado se vio todavía más complicado gracias al impacto corruptor de la maquinaria electoral y la ideología apologética de la “búsqueda de una mayoría” asocia-da con ella. Como hace mucho tiempo caracterizara Rosa Luxem-burgo estos aspectos del problema:

El parlamentarismo es el criadero de todas las tendencias oportunis-tas hoy existentes en la social democracia occidental (…) sirve de abono a las ilusiones del oportunismo en curso, como la sobrevaloración de las reformas sociales, la colaboración de clase y de partido, la esperanza del desarrollo pacífico hacia el socialismo, etc. (…) Con el crecimiento del

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movimiento laboral, el parlamentarismo se convierte en un trampolín para los políticos de carrera. Por eso afluyen tantos ambiciosos fracasados de la burguesía hacia las banderas de los partidos socialistas (…) [El objetivo es] disolver al sector activo y con conciencia de clase del proletariado en la masa amorfa de un “electorado”. 300

Naturalmente, la ideología perversamente autojustificadora del pretendido respeto democrático por el mítico “electorado” podía ser utilizada a conveniencia para los fines de la arbitrariedad y el control, a menudo de manera corrupta, de los partidos mismos, y la anulación de la posibilidad de instituir incluso “reformas gradua-les” menores, como lo demostró claramente el deprimente registro histórico del siglo XX, que resultó en la completa privación de los derechos de la clase trabajadora. Por consiguiente nada tenía de ac-cidental que los intentos de introducir cambios sociales de enverga-dura —en los últimos quince años en Latinoamérica, por ejemplo, y notoriamente en Venezuela y ahora en Bolivia— se acoplasen con una fuerte crítica del sistema parlamentario y al establecimiento de asambleas constitucionales como primer paso para la transforma-ciones de largo alcance propugnadas.

9.7.2 Muy significativamente, la crítica del sistema parlamentario es

casi tan vieja como el parlamento mismo. La revelación de sus incu-rables limitaciones desde una perspectiva radical no comienza con Marx. La hallamos expresada con toda fuerza ya en los escritos de Rousseau. Partiendo de la posición de que la soberanía le pertenece al pueblo y por lo tanto no puede ser alienada legítimamente, Rous-seau argumentaba que por la misma razón no podía ser convertida legítimamente en ninguna forma de abdicación representacional:

Los diputados del pueblo, por consiguiente, ni son ni pueden ser sus representantes: son nada más que sus servidores, y no pueden llevar a cabo actos definitivos. Toda ley que no haya sido ratificada

300 Rousseau, The Social Contract, edición Everyman, p. 78.

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por el pueblo en persona es nula e írrita: no es, de hecho, una ley. El pueblo de Inglaterra se considera libre, pero está muy equivocado; es libre tan solo durante la elección de los miembros del parlamen-to. Una vez elegidos éstos, la esclavitud lo alcanza, y él se convierte en nada. El uso que hace de los breves momentos de libertad de que goza muestra en verdad que merece perderlos.�

Al mismo tiempo Rousseau fijaba el importante punto de que aunque el poder de legislar no podía ser disociado del pueblo, ni siquiera mediante la representación parlamentaria, las funciones administrativas o “ejecutivas” debían ser consideradas bajo una luz muy diferente. Como lo expresó él: en el ejercicio del poder legisla-tivo el pueblo no puede ser representado, pero en el poder ejecutivo, que es solamente la fuerza que se aplica para darle efecto a la ley, puede y debería ser representado.301

De esta manera Rousseau proponía un ejercicio del poder políti-co y administrativo mucho más practicable de lo que usualmente se le reconoce, o ciertamente se le acusa, por sus detractores hasta de la propia izquierda. En la tendenciosa tergiversación de la posición de Rousseau ambos principios vitalmente importantes de su teoría, utilizables en una forma convenientemente adaptada también por los socialistas, han sido descalificados y echados por la borda. Pero la verdad del asunto es que, por una parte, el poder de toma de de-cisiones fundamentales no debería ser disociado jamás de las ma-sas populares. Al mismo tiempo, por otra parte, el cumplimiento de las funciones administrativas y ejecutivas en todas las áreas del proceso sociorreproductivo puede en verdad ser delegado durante un período determinado en miembros de la comunidad dada, siem-pre y cuando ello se haga bajo reglas establecidas autónomamente y controladas de manera apropiada en todas las etapas del proce-so de toma de decisiones sustantivas por parte de los productores asociados.

Así, las dificultades no radican en los dos principios básicos en sí mismos como los formuló Rousseau, sino en la manera como hay que relacionarlos con el control material y político del proceso

301 Rousseau, Ibid., p. 79.

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metabólico social. Porque el establecimiento de una forma de toma de decisiones socialista, de acuerdo con los principios tanto del ina-lienable poder determinador de las reglas (es decir, la “soberanía” del trabajo no como una clase en particular sino como la con-dición universal de la comunidad) como la delegación de pape-les y funciones específicas bajo reglas bien definidas, flexiblemente distribuidas y apropiadamente supervisadas, requeriría introducir-se en el terreno material antagonístico del capital y reestructurarlo radicalmente. Un proceso que ciertamente tendría que ir bastante más allá de lo que podría ser regulado exitosamente según las con-sideraciones derivadas del principio de Rousseau de la soberanía popular inalienable y su corolario delegatorio. En otras palabras, en un orden socialista el proceso “legislativo” debería ser fusionado con el proceso de producción mismo, de manera tal que la necesaria división horizontal del trabajo302 se viese apropiadamente com-plementada por un sistema de coordinación del trabajo autodeter-minado, desde los niveles locales hasta los globales.

Esa relación está en abierto contraste con la perniciosa división vertical del trabajo del capital,303 que es complementada por la “separación de los poderes” en un “sistema político democrático” alienado e inalterablemente impuesto a las masas trabajadoras. Por-que la división vertical del trabajo bajo el dominio del capital afecta obligatoriamente e infecta incurablemente también a cada faceta de la división horizontal del trabajo, desde las funciones productivas más simples hasta los procesos de balance más complicados de la jungla legislativa. Esta última se vuelve una jungla legislativa cada vez más espesa no solo porque sus normas y sus constituyentes insti-tucionales, que se multiplican hasta el infinito, deben jugar su papel en el firme mantenimiento bajo control del comportamiento verda-dera o potencialmente desafiante del trabajo, vigilantes por igual tanto de las disputas laborales limitadas como del resguardo del dominio general del capital sobre la sociedad en su conjunto. Tam-

302 Estudiado en algún detalle en el Capítulo 14 de Más allá del capital.

303 Ibid.

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bién, de algún modo deben conciliar en cada segmento temporal del proceso histórico —en la medida en que tal conciliación resulte factible de alguna manera— los intereses separados de la pluralidad de capitales con la dinámica incontrolable de la totalidad del capital social que tiende a su definitivo hacerse valer como entidad global.

Naturalmente, los cambios fundamentales requeridos para ase-gurar y salvaguardar la transformación socialista de la sociedad no se pueden cumplir dentro del terreno político tal y como fue consti-tuido y osificado durante los últimos cuatrocientos años de desarro-llo capitalista. Porque el inevitable desafío en este respecto necesita de la solución de un problema sumamente desconcertante: a saber, que el capital constituye la fuerza extraparlamentaria por exce-lencia de nuestro orden social, y, más aún, al mismo tiempo domi-na completamente al parlamento desde afuera, mientras simula ser simplemente parte de él y aparenta operar en relación con las fuerzas políticas alternativas del movimiento de la clase trabajadora sobre una base plenamente equitativa.

Aunque en su impacto este estado de cosas resulta profundamen-te confundidor, nuestra preocupación no es simplemente cuestión de la engañosa apariencia de la que han sido víctimas los represen-tantes políticos del trabajo. En otras palabras, no se trata de una condición de la cual el pueblo hoy engañado pueda en principio ser sacado mediante la aclaratoria ideológica/política, sin ninguna ne-cesidad de cambiar radicalmente el orden sociorreproductivo bien atrincherado. Lamentablemente, es mucho más grave que eso. Por-que la falsa apariencia misma surge de determinaciones estructu-rales objetivas, y se ve reforzada constantemente por la dinámica del sistema del capital en todas sus transformaciones.

9.7.3 En un sentido el problema subyacente se puede caracterizar en

pocas palabras como la separación de la política establecida histó-ricamente —perseguida en el parlamento y en sus varios corolarios institucionales— de la dimensión reproductiva material de la so-ciedad, en tanto que esta se ve representada y prácticamente reno-vada en la multiplicidad de empresas productivas. Como aspecto de

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la dimensión reproductiva material de la sociedad, el capitalis-mo en tanto que orden sociorreproductivo tenía que desenvolverse y hacerse valer en contra de las limitantes reproductivas políticas y materiales feudales que entonces prevalecían. Al principio no asu-mió la forma de una fuerza política unificada que desafiaba frontal-mente el orden político feudal —eso ocurrió relativamente tarde, en la etapa de las revoluciones burguesas victoriosas en algunos países importantes, momento en el cual el basamento material fa-vorable a los procesos capitalistas había avanzado mucho en sus so-ciedades— sino a través de la emergente multiplicidad de empresas productivas, libres de las restricciones políticas de la servidumbre feudal, a medida que iban conquistando literalmente una cuota cada vez más importante del proceso de reproducción social general que cambiaba dinámicamente.

Sin embargo, el avance exitoso de las unidades reproductivas materiales por sí mismas estaba muy lejos de constituir el fin de la historia, a pesar de sus concepciones teóricas parcializadas. Esto re-sultaba inevitable porque la dimensión política estaba siempre pre-sente en alguna forma, y de hecho tenía que desempeñar un papel cada vez mayor, a pesar de su peculiar articulación, a medida que el sistema capitalista se fuese desarrollando a plenitud. Porque la gran multiplicidad de unidades reproductivas materiales centrífugas te-nía que ser reunida de alguna manera bajo la estructura de mando política del Estado capitalista que lo abarca todo, de modo que el nuevo orden metabólico social no se desmoronara en ausencia de una dimensión cohesiva.

La ilusa presunción de una todopoderosa “mano invisible” re-guladora aparentaba ser una conveniente explicación alternativa del papel en realidad muy importante de la política. Las ilusiones nece-sariamente asociadas con los desarrollos capitalistas en desenvolvi-miento quedan bien ilustradas por el hecho de que para el tiempo en que en Inglaterra el sistema se iba haciendo cada vez más consolida-do y también políticamente salvaguardado por el Estado capitalista, después de la exitosa derrota del adversario feudal un siglo antes de la guerra civil y la “revolución gloriosa”, una prominente figu-ra de la economía política clásica, Adam Smith, quisiera prohibir

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que “cualquier clase de gobernante, consejo o senado” tuviese par-ticipación importante en los asuntos económicos, rechazando la idea misma de esa participación como “disparate y atrevimiento peligrosos”.304

El hecho de que Adam Smith adoptase esa posición resultaba muy comprensible, ya que él era de la opinión de que el orden repro-ductivo capitalista representaba “el sistema natural de perfecta libertad y justicia”.305 De acuerdo con ello, en una concepción si-milar del orden reproductivo no podían caber ni la necesidad, ni el espacio conceptual admisible de una intervención reguladora de la política. Porque, en la visión de Smith, la política tan solo podía in-terferir con ese “sistema natural” —que se decía estaba en perfecta sintonía con los requerimientos de la libertad y la justicia— de una manera adversa y perjudicial, puesto que el sistema ya estaba ideal-mente preordenado en bien de todos por la propia naturaleza306 y perfectamente administrado por la “mano invisible”.

Lo que faltaba por completo en el cuadro de Adam Smith era la cuestión siempre vital de las relaciones de poder inherentemen-te conflictuales —sin las cuales resulta totalmente imposible hacer entender la dinámica del desarrollo capitalista— cuyo reconoci-miento, sin embargo, hubiese hecho absolutamente esencial ofrecer también una forma apropiada de explicación política. En la teoría de Smith el lugar de las relaciones de poder social conflictuales lo ocupaba el concepto míticamente inflado de la “situación local”,

304 Adam Smith, The Wealth of Nations, editado por J.R.McCulloch, Adam y Charles Black, Edimburgo, 1863, p. 200.

305 Ibid., p. 273.

306 Vale la pena recordar aquí la gran indignación moral con la que Tho-mas Münzer, el anabaptista que lideró la revolución campesina alemana, denunciaba dos siglos y medio antes el sistema en desenvolvimiento del culto nada natural a la vendibilidad y la alienación universal, y concluía su discurso diciendo lo intolerable que era “que toda criatura haya de ser con-vertida en propiedad: los peces en el agua, las aves en el aire, las plantas en la tierra”. Citado en el Capítulo 7.1 de este libro.

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aunado a la noción de las correspondientes empresas en particular de posesión local por los individuos puramente personalistas que de manera inconsciente —y no obstante idealmente en beneficio de la sociedad entera— administraban su capital productivo bajo la mis-teriosa guía de la “mano invisible”. Esta concepción individualista y de orientación hacia lo local —pero armoniosamente global y uni-versalmente beneficiosa— de las relaciones de poder insuperable-mente conflictuales del capital estaba muy lejos de ser extraída de la realidad incluso en la época del propio Adam Smith, por no hablar de la variante “globalizada” de la actualidad.

El gran defecto de la variedad de concepciones como esa, de las que hubo muchas, incluso en el siglo XX, era su incapacidad para reconocer y explicar en el plano teórico la conexión objetiva in-manente —que siempre tenía que prevalecer a pesar de la engañosa apariencia de separación inalterable— entre la reproducción mate-rial del sistema del capital y la dimensión política. De hecho, sin la relación inmanente de las dos dimensiones al orden metabólico social establecido no le sería posible funcionar y sobrevivir por nin-guna cantidad de tiempo.

Sin embargo, resulta igualmente necesario subrayar en el mis-mo contexto que la interrelación paradójica de las dos dimensiones vitales del sistema del capital —engañosas en su apariencia pero profundamente arraigadas en determinaciones estructurales obje-tivas— tiene implicaciones de largo alcance para la institución exi-tosa de la alternativa socialista. Porque resulta inconcebible superar sustantivamente el orden establecido mediante el derrocamiento del Estado capitalista,307 y mucho menos obtener una victoria so-

307 Lenin dejó bien claro que “las revoluciones políticas no pueden bajo ninguna circunstancia oscurecer o debilitar la consigna de una revolución socialista (…) que no debe ser considerada como un acto aislado, sino un período de trastornos políticos y económicos violentos, lucha de clases más intensa, guerra civil, revoluciones y contrarrevoluciones”. Lenin, “On the Slogan for a United Status of Europe”, Collected Works, Vol. 21, p. 340. Si bien Lenin mantuvo siempre puesta la atención sobre la diferencia funda-mental entre la política y la revolución social en marcha, incluso cuando se vio forzado a defender la mera supervivencia de la revolución política como

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bre las fuerzas de la explotación dentro del marco de la legislación parlamentaria establecido. Intentar hacerlo no podría abordar sobre una base perdurable la conexión necesaria pero mistificadoramente compartamentalizada entre la dimensión reproductiva material del sistema del capital heredada y la dimensión política. Por eso el re-querimiento esencial del modo de control metabólico social socia-lista es, y lo seguirá siendo, la reconstitución radical históricamente viable y sobre una base permanente de la unidad indisoluble entre la esfera reproductiva material y la esfera política.

9.7.4 Ignorar o hacer caso omiso de la cruda realidad de las conflic-

tuales relaciones de poder del capital, desde la etapa inicial del sur-gimiento del sistema hasta el presente “democrático”, y sobre todo transustanciar el sometimiento autoritario y la dominación impla-cable del trabajo dentro de esas relaciones de poder en la pretendida “igualdad” de todos los individuos, resultaba ser una consecuen-cia ineludible de la visualización del mundo desde la perspectiva del capital, incluso en los escritos de las más grandes y más pro-gresistas figuras intelectuales de la burguesía. Lo que debía ser eliminado con la adopción de la perspectiva del capital, desde el comienzo mismo, era la historia tinta en sangre de la “acumula-ción primitiva”308 en la que la nueva clase dominante emergente continuaba las prácticas explotadoras bien aseguradas de la prece-dente —la propiedad feudal de la tierra— aunque en una forma nue-

tal luego del reflujo de la ola revolucionaria en Europa, Stalin borró esa vi-tal distinción, y pretendió que el primer paso ineludible en dirección a la transformación socialista representaba al propio socialismo, para ser segui-do simplemente por el paso de ascenso a la “etapa superior del comunismo” en un Estado sometido a sitio.

308 Como lo expuso Marx, en el transcurso de la llamada acumulación pri-mitiva el capital emerge “goteando de pies a cabeza, y por cada poro, sangre y sucio”. Ver la Parte VIII de El capital de Marx, Vol. 1: “La llamada acu-mulación primitiva”.

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va, poniendo así de relieve, una vez más, la significativa continuidad histórica de las viejas variantes de opresión y explotación.

Sobre la base común de esa afinidad, apropiadamente redefinida de acuerdo con la naturaleza del capital, había que perpetuar la pre-suposición permanentemente necesaria del nuevo orden produc-tivo del “trabajo libre”: la propiedad exclusiva del importantísimo control de los medios de producción por parte de una minúscula minoría, del cual simultáneamente quedaba excluida —en última instancia por el Estado resguardado políticamente— la inmensa mayoría de la sociedad, a pesar de la pretendida doctrina de “liber-tad e igualdad”. Al mismo tiempo, la brutal realidad de la exclusión de los poderes de control del orden social, impuesta tanto material-mente / reproductivamente como políticamente / ideológicamente sobre la inmensa mayoría del pueblo —lo cual no podría ser más remotamente distante de, y en verdad diametralmente opuesto a, cualquier “estado ético” genuino— tenía que ser mantenida bajo el sello del profundo silencio en las imágenes que de sí mismo emitía el nuevo modo de control metabólico social. Incluso en las mejores imágenes de sí mismo concebidas desde la perspectiva al servicio del propio capital. Es así como la mistificadora separación de la po-lítica de la dimensión reproductiva material pudo cumplir su fun-ción ideológica/cultural conservadora y al mismo tiempo también verse celebrada como algo que jamás sería superable. Así, Hegel, por ejemplo, presentó en su sistema la separación más ingeniosa y filosóficamente absolutizada de la realidad material al servicio de sí misma entre la “sociedad civil” y el “estado ético” político, pos-tulado como el correctivo ideal para los inevitables defectos de la “sociedad civil”. Invirtiendo el orden causal real, Hegel repre-sentó mistificadoramente la determinación vital de estar al ser-vicio de sí mismos como si emanase directamente de los propios individuos, cuando en realidad ella era inmanente al insuperable basamento ontológico del capital, que le era impuesto a los indivi-duos imposibilitados de optar por una opción distinta a la de ope-rar dentro del marco del orden metabólico social establecido. En consecuencia, los individuos tenían que interiorizar el imperativo autoexpansionista objetivo del sistema (es decir, su determinación

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inalterablemente al servicio de sí mismo de dominar de esa mane-ra cada aspecto de la sociedad) —sin lo cual al sistema del capital como tal no le sería posible sobrevivir— como si brotase y creciese de lo más hondo de sus objetivos y propósitos personales determi-nados de su propia naturaleza, como se supone que Palas Atenea nació de la cabeza de Zeus ya armada de pies a cabeza. De esa ma-nera Hegel pudo producir no solo un dualismo del orden social del capital filosóficamente absolutizado, sino también de glorificar al mismo tiempo el desarrollo histórico correspondiente a la pretendi-da “realización de la libertad” en él como “la verdadera teodicea: la justificación de Dios en la historia”.309

La crítica de esas concepciones, en todas sus variantes, resulta al-tamente pertinente hoy día. Porque mantener la concepción dualista de la relación entre la sociedad civil y el estado político solo podría acarrear estrategias desorientadoras, independientemente del lado de la visión dualista al que se le dé precedencia por sobre el otro en el curso de acción previsto. La irrealidad de las proyecciones parla-mentarias hace juego en este respecto con la extrema fragilidad de las expectaciones adjuntas a la idea de resolver nuestros problemas de mayor importancia mediante la contrapartida institucional de la sociedad civil ingenuamente postulada.

La adopción de una posición como esa solo puede terminar vién-dose atrapada por una concepción muy ingenua de la naturaleza de la propia “sociedad civil” y por una actitud totalmente incondicio-nal para con una gran multiplicidad de ONGs que, desmintiendo su autodefinición como “Organizaciones No Gubernamentales”, resultan ser muy capaces de coexistir felizmente con las retrógra-das instituciones estatales dominantes de las que dependen para su existencia financiera. Y hasta cuando pensamos en algunas organi-zaciones de mucha mayor importancia que las ONGs específicas, como los sindicatos, la situación no es mucho mejor en este par-ticular. En consecuencia, tratar a los sindicatos como si fuesen, al contrario de los partidos políticos, algo que solo le pertenece a la

309 Hegel, The Philosophy of History, Harper Torchbooks edition, p. 457.

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“sociedad civil”, en virtud de lo cual pueden ser utilizados en contra del estado político para una transformación socialista profunda, no pasa de ser una romántica mentalidad ilusa. Porque en realidad el círculo institucional del capital está construido con las totalizacio-nes recíprocas del estado de la sociedad/política civil que se in-terpenetran profundamente y se apoyan poderosamente unas con otras. No puede existir una estrategia realista de la transformación socialista sin procurar firmemente la realización de la unidad de las dimensiones políticas y reproductivas materiales también en el te-rreno organizacional. De hecho el gran potencial emancipador de los sindicatos consiste precisamente en su capacidad de asumir (al menos en principio) un papel político radical —mucho más allá del papel político tan conservador que ellos, en su conjunto, tienden a cumplir hoy día— en un intento consciente por superar la fatídica separación del “brazo industrial” del trabajo (ellos mismos) y su “brazo político” (los partidos parlamentarios), escindidos en dos trozos bajo el arropamiento capitalista de ambos mediante la acep-tación de la dominación parlamentaria por parte de la mayoría del movimiento laboral en el transcurso de los últimos ciento treinta años.310

La aparición de la clase trabajadora en el escenario histórico solo le resultó una invención tardía inconveniente al sistema parla-mentario, que ya estaba bien constituido antes de que las primeras fuerzas organizadas del trabajo intentaran hacer públicos sus inte-reses de clase. Desde la perspectiva del capital la respuesta inme-diata a ese inconveniente pero creciente “estorbo” era el rechazo y la exclusión, por demás insustentables, de los grupos políticos invo-lucrados. Luego, sin embargo, fue seguida por la idea mucho más adaptable de domeñar de alguna manera a las fuerzas del trabajo —al principio a través del padrinazgo parlamentario paternalista de algunas demandas de la clase trabajadora por parte de partidos po-líticos burgueses relativamente progresistas, y más tarde aún por la

310 Sobre este asunto ver la Sección 3 (“Desafíos históricos que encaran al movimiento socialista”) del anterior Capítulo 4. También el Capítulo 18 de Más allá del capital

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aceptación de la legitimidad de la presencia de algunos partidos de la clase trabajadora en el parlamento mismo, aunque por supuesto en forma estrictamente restringida—, obligándolas a amoldarse a “las reglas democráticas del juego parlamentario”. Inevitablemente, para esos partidos esto significaba nada menos que “aceptar libre-mente” su propio amoldamiento efectivo, aunque pudiesen man-tener por un tiempo bastante largo la ilusión de que en el tiempo definitivo podrían ser capaces de revertir radicalmente la situación mediante una acción parlamentaria en su propio favor.

Fue así como la fuerza del trabajo extraparlamentaria, ori-ginal, y potencialmente alternativa, quedó convertida en una orga-nización parlamentaria en desventaja permanente. Aunque este curso de los acontecimientos se podría explicar por la obvia debili-dad del trabajo organizado en su comienzo, argumentando y justifi-cando de ese modo que lo que ha ocurrido en realidad simplemente inclina la balanza a favor del callejón sin salida parlamentario de la socialdemocracia. Porque la alternativa radical de cobrar for-taleza por parte de las fuerzas de la clase trabajadora mediante la organización y el hacerse valer por fuera del parlamento— en contraste con la estrategia seguida durante muchas décadas, hasta llegar a la pérdida total de los derechos de la clase trabajado-ra en nombre del “ir cobrando fuerzas” —no puede ser descartada tan a la ligera, como si cualquier alternativa verdaderamente radical constituyese una imposibilidad a priori. Especialmente puesto que la necesidad de una acción extraparlamentaria sustentable resulta ser absolutamente vital para el futuro de un movimiento socialista radicalmente rearticulado.

9.7.5 La irrealidad de la postulación de la solución sustentable de los

graves problemas de nuestro orden social dentro del marco formal/legal y las correspondientes restricciones de la política parlamenta-ria surge de la mala interpretación fundamental de las determina-ciones estructurales del dominio del capital, representadas en todas las variedades que se hacen valer en el dualismo de la sociedad ci-vil y el estado político. La dificultad, insuperable dentro del marco

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parlamentario, es que puesto que el capital tiene realmente el con-trol de todos los aspectos vitales del metabolismo social, puede permitirse definir por separado la esfera de la legitimación política como un asunto estrictamente formal/legal, excluyendo así necesa-riamente la posibilidad de verse desafiado legítimamente en su es-fera sustantiva de operación reproductiva socioeconómica. Directa o indirectamente, el capital lo controla todo, incluido el proceso legislativo parlamentario, aunque muchas teorías que hipostatizan ficticiamente la “igualdad democrática” de todas las fuerzas parti-cipantes en el proceso legislativo suponen que este es plenamente independiente del capital. Para concebir una relación muy diferente entre los poderes de toma de decisiones en nuestras sociedades, hoy dominadas completamente por las fuerzas del capital en todos los campos, se hace necesario desafiar radicalmente al capital mismo como controlador general de la reproducción metabólica social.

Lo que hace que este problema empeore para todos los que bus-can un cambio significativo de los márgenes del sistema político establecido, es que este puede reclamar para sí la legitimidad cons-titucional genuina en su modo de funcionar actual, basado en la in-versión del estado real de los asuntos referentes a la reproducción material. Porque en la medida en que el capitalista no sea solamen-te la “personificación del capital”, sino simultáneamente funcione también “como la personificación del carácter social del trabajo, del lugar del trabajo total como tal”,311 el sistema puede pretender la representación del poder productivo de la sociedad, vitalmente necesario, de cara a los individuos como la base de su existencia continuada, incorporando los intereses de todos. De esta manera el

311 Marx, Economic Manuscripts of 1861-63, en Marx y Engels Co-llected Works, Vol. 34, p.457. Otra importante consideración que hay que agregar aquí es que “El trabajo productivo —como productor de valor— se enfrenta siempre al capital como el trabajo de los obreros aislados, sean cuales sean las combinaciones sociales que esos trabajadores puedan intro-ducir en el proceso de la producción. Así, mientras el capital representa el poder productivo social del trabajo ante los trabajadores, el trabajo produc-tivo siempre representa para ante capital tan solo el trabajo del obrero aisla-do”. Ibid., p. 460. Las negritas son de Marx.

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capital se hace valer como el poder no solo de facto sino también de jure de la sociedad, en su aptitud como la necesaria condición de la reproducción social establecida objetivamente, y por consi-guiente el basamento constitucional para su propio orden político. El hecho es que la legitimidad constitucional del capital está basada históricamente sobre la implacable expropiación de las condiciones de la reproducción metabólica social —los medios y el material del trabajo— de los productores, y por ende la pretendida “constitucio-nalidad” del capital (como el origen de casi todas las constituciones) resulta ser inconstitucional, y esta verdad desagradable se desva-nece en la bruma de un pasado remoto. Los “poderes productivos sociales del trabajo, o poderes productivos del trabajo social, se desarrollan primero con el modo de producción específicamente capitalista y de aquí que aparezcan como algo inmanente a la rela-ción del capital e inseparable de él”.312

Es así como el modo de reproducción metabólica social del ca-pital se eterniza y legitima como un sistema legalmente indesafia-ble. La disputa legítima es admisible solo en relación con algunos aspectos menores de la estructura general inalterable. El estado de cosas real en el plano de la reproducción socioeconómica —es de-cir, el poder productivo del trabajo realmente ejercido y su absoluta necesidad de garantizar la propia reproducción del capital— des-aparece de la vista. En parte a causa de la ignorancia del origen, que nada de legítimo tiene, de la “acumulación primitiva” del capital, y la expropiación de la propiedad resultante, frecuentemente violen-ta, como la precondición del modo actual de funcionar el sistema; y en parte a causa de la naturaleza mistificadora de las relaciones productivas y distributivas establecidas. Porque las condiciones de trabajo objetivas no aparecen como subsumidas bajo el obrero; an-tes bien él aparece como subsumido bajo ellas. El capital emplea al trabajo. Incluso esta relación tan simple constituye una personifi-cación de las cosas y una cosificación de las personas. 313

312 Ibid p. 456.

313 Ibid. p. 457.

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Nada de esto puede ser desafiado y remediado dentro del marco de la reforma política parlamentaria. Resultaría por demás absurdo esperar que la abolición de la “personificación de las cosas y la co-sificación de las personas” llegue por decreto político, e igual de absurdo esperar la proclamación de una reforma con tal intención dentro del marco de las instituciones políticas del capital. Porque el sistema del capital no puede funcionar sin el lesivo trastrocamien-to de la relación entre las personas y las cosas: los poderes alinea-dos y cosificados del capital que dominan a las masas del pueblo. De modo similar, sería un milagro que los trabajadores que se en-frentan al capital en el proceso del trabajo como “obreros aislados” pudiesen readquirir el poder sobre las fuerzas productivas sociales de su trabajo mediante algún decreto político, o siquiera mediante una serie de reformas parlamentarias promulgadas bajo el orden del control metabólico social del capital. Porque en esta materia no hay forma de evitar el inconciliable conflicto en torno a los intereses materiales del “o una cosa o la otra”.

El capital no puede abdicar sus —usurpados— poderes produc-tivos sociales a favor del trabajo, ni tampoco compartirlos con él. Porque ellos constituyen el poder controlador general de la repro-ducción social en forma del “dominio de la riqueza sobre la socie-dad”. Por consiguiente es imposible escapar a la estricta lógica del “o una cosa o la otra” en el terreno metabólico social fundamental. Porque o bien la riqueza, en forma de capital, continúa dominando la sociedad humana, y la lleva al borde de la autodestrucción, o la sociedad de los productores asociados aprende a dominar la riqueza alienada y cosificada, con fuerzas productivas que surjan del traba-jo social autodeterminado de sus miembros individuales (pero ya no aislados).

El capital es la fuerza extraparlamentaria por excelencia que no puede ser restringida políticamente en su poder de control metabólico social. Por eso el único modo de representación polí-tica compatible con el modo de funcionamiento del capital sería uno que niegue efectivamente la posibilidad de contender con su poder material. Y precisamente porque el capital es la fuer-za extraparlamentaria por excelencia, no tiene nada que temer de

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las reformas que se puedan promulgar dentro de su marco político parlamentario.

Puesto que el aspecto vital del que depende todo lo demás es que “las condiciones de trabajo objetivas no aparezcan como subsu-midas bajo el obrero”, sino por el contrario, “él aparezca como sub-sumido bajo ellas”, no hay cambio significativo factible sin abordar ese aspecto, tanto en una forma de política capaz de contrarrestar los poderes extraparlamentarios y los modos de acción del ca-pital, como en el terreno de la reproducción material. Así, el úni-co desafío que podría afectar sustentablemente al poder del capital sería uno que simultáneamente apuntase a asumir las funciones productivas claves del sistema, y a adquirir el control sobre los co-rrespondientes procesos de toma de decisiones políticas en todas las esferas, en vez de estar irremisiblemente constreñido por el confina-miento circular a la legislación parlamentaria de la acción política institucionalmente legitimada.314

En los debates políticos de las últimas décadas existe gran can-tidad de crítica —bien justificada— de figuras políticas anterior-mente de izquierda y de sus partidos hoy totalmente amoldados. Sin embargo, lo que resulta problemático acerca de esos debates es que al exagerar el papel de la ambición y el fracaso personales, a menudo siguen concibiendo el correctivo de la situación dentro del mismo marco institucional político que de hecho favorece en gran medida las “traiciones personales” criticadas y las dolorosas “des-viaciones de los partidos”. Desafortunadamente, entonces, los cam-bios de personal y de gobiernos propugnados y anhelados tienden a reproducir los mismos resultados deplorables.

Nada de esto debería resultar demasiado sorprendente. La razón por la que las instituciones políticas hoy establecidas se resisten exitosamente a los cambios significativos es porque ellas mismas son parte del problema y no, su solución. Porque en su naturaleza inmanente constituyen la personificación de las determinaciones y contradicciones estructurales subyacentes a través de las cuales el

314 Tomado de “La necesidad de oponerse a la fuerza extraparlamentaria del capital”, Sección 18.4 de Más allá del capital, pp.734-5.

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Estado moderno capitalista —con su ubicua red de constituyentes burocráticos— ha sido articulado y estabilizado en el curso de los últimos cuatrocientos años. Naturalmente, el Estado no se formó como una resultante mecánica unilateral sino mediante su nece-saria interrelación recíproca con el fundamento natural del des-envolvimiento histórico del capital, que no solamente le dio forma sino que además lo fue modelando activamente para que fuese lo bastante históricamente factible bajo las circunstancias prevalecien-tes, y precisamente a través de esa interrelación también cambiante.

Dada la determinación insuperablemente centrífuga de los mi-crocosmos productivos del capital, incluso al nivel de las corpo-raciones trasnacionales gigantes casi monopólicas, solo el Estado moderno podía asumir y llevar a cabo la requerida función de cons-tituirse en la estructura de mando general del sistema del capital. Inevitablemente, eso implicaba alienarles completamente el poder de toma de decisiones general a los productores. Hasta a las “perso-nificaciones en particular del capital” se les dio la orden estricta de actuar de acuerdo con los imperativos estructurales de su sistema. Ciertamente el Estado moderno, en tanto que constituido sobre el basamento material del sistema del capital, es el paradigma de la alienación en lo que respecta a los poderes de toma de decisiones globales/totalizantes. Resultaría entonces extremadamente ingenuo imaginar que el Estado capitalista podría entregarle voluntariamen-te los poderes de toma de decisión del sistema a cualquier actor rival que opere dentro del marco legislativo del parlamento.

Así, si se quiere concebir un cambio social significativo e his-tóricamente sustentable, es necesario someter a una crítica radical tanto las interdeterminaciones reproductivas materiales como las políticas del sistema en su totalidad, y no simplemente algunas de las prácticas políticas eventuales y limitadas. La totalidad combi-nada de las determinaciones reproductivas materiales junto con la abarcadora estructura de mando política del Estado constituyen la opresiva realidad del sistema del capital. En ese sentido, en vista de la ineludible cuestión que surge del desafío de las determinacio-nes sistémicas, con relación a la reproducción socioeconómica y al Estado, la necesidad de una transformación política que lo incluya

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todo —en estrecha conjunción con el ejercicio significativo de las funciones productivas vitales de la sociedad, sin las cuales resulta inconcebible un cambio político perdurable y de largo alcance— se torna inseparable del problema caracterizado como el debi-litamiento gradual del Estado. De acuerdo con ello, en la tarea histórica de llevar a cabo “el debilitamiento gradual del Estado”, la autogestión a través de la plena participación y la superación per-manentemente sustentable del parlamentarismo por una forma de toma de decisiones sustantiva y positiva son inseparables, como se indicaba en el inicio de la sección 9.7.1.

Constituye esto una preocupación vital y no una “romántica fi-delidad al sueño irrealizable de Marx”, como algunos tratan de desacreditarla y negarla. En verdad el “debilitamiento gradual del Estado” no se refiere a nada misterioso o remoto, sino a un proceso perfectamente tangible que debe ser iniciado de una vez en nuestro propio tiempo histórico. Significa, en pocas palabras, la progresiva readquisición por parte de los individuos de los poderes de toma de decisiones alienados, en su empresa de avanzar hacia una socie-dad socialista genuina. Sin la readquisición de esos poderes —a lo cual se oponen fundamentalmente no nada más el Estado capita-lista sino también la inercia paralizante de las prácticas reproduc-tivas materiales estructuralmente bien atrincheradas— no resultan concebibles ni el nuevo modo de control político de la sociedad en su conjunto por parte de sus individuos, ni ciertamente tampoco la operación diaria no adversarial, y por ende coherente/planifica-ble, de las unidades productivas y distributivas específicas por parte de los productores libremente asociados que se autogestionan. Su-primir radicalmente la adversarialidad, y con ello asegurar el ba-samento material y político de la planificación globalmente viable —una obligación absolutamente vital para la supervivencia misma de la humanidad, por no mencionar la autorrealización potencial-mente enriquecida de sus miembros individuales— son sinónimos del debilitamiento gradual del Estado como empresa histórica en marcha.

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9.7.6 Obviamente, una transformación de tal magnitud no puede ser

lograda sin la dedicación consciente de un movimiento revolucio-nario a la tarea histórica más desafiante de todas, capaz de ser sos-tenida contra todas las adversidades, puesto que participar en ella obligatoriamente despertará la feroz hostilidad de todas las fuerzas importantes del sistema del capital. Por esa razón el movimiento en cuestión no puede ser simplemente un partido político orienta-do a asegurarse concesiones parlamentarias, que por regla resultan verse anuladas tarde o temprano por los intereses creados extrapar-lamentarios del orden establecido que prevalece también en el par-lamento. El movimiento socialista no puede tener éxito de cara a la hostilidad de dichas fuerzas a menos que sea rearticulado como un movimiento de masas revolucionario, conscientemente activo en todas las formas de lucha política y social: local, nacional y global/internacional, que utilice a fondo las oportunidades parlamentarias que se le presenten, con todo lo limitadas que ellas puedan ser, y so-bre todo que no recule en su afirmación de las exigencias obligadas de la acción extraparlamentaria desafiante.

El desarrollo de ese movimiento es muy importante para el fu-turo de la humanidad en la presente coyuntura histórica. Porque sin un desafío extraparlamentario orientado y sostenido estratégi-camente los partidos que se alternan en el gobierno pueden conti-nuar funcionando como convenientes coartadas recíprocas para la obligada incapacidad estructural del sistema respecto al trabajo, confinando así efectivamente el papel de la oposición de clase a su posición en el presente como una ocurrencia inconveniente pero marginable en el sistema parlamentario del capital. Así, en relación con el campo tanto de la reproducción material como de lo político, la constitución de un movimiento de masas extraparlamentario so-cialista estratégicamente viable —en conjunción con las formas tra-dicionales de las organizaciones políticas del trabajo, en el presente descarriladas sin remisión, que requieren con urgencia la presión y el apoyo radicalizadores de tales fuerzas extraparlamentarias— constituye una precondición vital para enfrentarse al enorme poder extraparlamentario del capital.

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El papel de un movimiento revolucionario extraparlamentario es doble. Por una parte, tiene que formular y defender organizadamen-te los intereses estratégicos del trabajo como una alternativa me-tabólica social global. El éxito de ese papel es factible solo si las fuerzas organizadas del trabajo confrontan y niegan enérgicamente en términos prácticos las determinaciones estructurales del orden de reproducción material establecido, como se manifiestan en la relación del capital y en la consiguiente subordinación del trabajo en el proceso socioeconómico, en vez de ayudar con mayor o menor complicidad a que el capital en crisis se restablezca, como sucedió invariablemente en importantes coyunturas del pasado reformista. Al mismo tiempo, por otra parte, el poder político abierto o disi-mulado del capital que hoy prevalece en el parlamento necesita, y puede, ser desafiado —aunque sea en grado limitado— mediante la presión que las formas de acción extraparlamentarias puedan ejer-cer en el plano legislativo y ejecutivo.

La acción extraparlamentaria solo puede ser efectiva si aborda conscientemente los aspectos centrales y las determinaciones sis-témicas del capital, cortando por lo sano el enredijo de apariencias fetichistas mediante las cuales éstas dominan a la sociedad. Porque el orden establecido hace valer materialmente su poder, en princi-pio, en y a través de la relación del capital, perpetuada sobre la base de la inversión mistificadora de la relación productiva real de las clases hegemónicas alternativas en la sociedad capitalis-ta. Como ya dijimos, esa inversión le permite al capital usurpar el papel del “productor” que, en palabras de Marx, “emplea al tra-bajo”, gracias a la desconcertante “personificación de las cosas y cosificación de las personas”, y se legitima así como precondición inalterable para realizar “el interés de todos”. Puesto que el concep-to de “interés de todos” importa realmente, aun si hoy se le emplea fraudulentamente para camuflarle la negativa total de su esencia a la inmensa mayoría del pueblo gracias a la simulación formal/legal de “justicia e igualdad”, no puede existir ninguna alternativa signi-ficativa e históricamente sustentable al orden social establecido, sin superar radicalmente toda la relación misma del capital, que todo lo abarca. Esta constituye una exigencia sistémica impostergable. Los

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socialistas pueden y deben propugnar exigencias parciales si ellas tienen algún peso directo o indirecto en la exigencia absolutamente fundamental de superar la relación del capital, que es lo que apunta directamente al corazón del asunto.

Esta exigencia entra en abierto contraste con lo que hoy les está permitido a las fuerzas de la oposición por los fieles ideólogos y figuras políticas del capital. Su principal criterio para descartar la posibilidad hasta de las exigencias parciales importantes del traba-jo es precisamente porque éstas tienen el potencial de afectar ne-gativamente la estabilidad del sistema. Así por ejemplo, incluso la “acción industrial con motivaciones políticas” es excluida (y has-ta declarada ilegal) de manera categórica “en una sociedad demo-crática”, porque su ejecución podría tener implicaciones negativas para el funcionamiento normal del sistema. Se saluda el papel de los partidos reformistas, por el contrario, porque sus exigencias o bien ayudan a restablecer al sistema en épocas difíciles —gracias a la intervención industrial para la restricción de los salarios (con la consigna de la “necesidad de apretarse el cinturón”) y los acuerdos políticos/legislativos que frenan a los sindicatos— contribuyendo así con la dinámica de la renovada expansión del capital, o resultan al menos neutrales en el sentido de que en algún momento del fu-turo, aunque no sea el de su primera formulación, ellos se puedan integrar al marco de “normalidad” estipulado.

La negación revolucionaria del sistema del capital es concebible solo mediante una intervención sostenida estratégicamente y or-ganizada conscientemente. Mientras el rechazo tendenciosamente parcializado de la “espontaneidad” por parte de las presuposicio-nes sectarias debe ser tratado con la crítica que merece, resulta no menos dañino menospreciar la importancia de la conciencia revo-lucionaria y las exigencias organizacionales de su éxito. El fracaso histórico de algunos partidos importantes de la Tercera Internacio-nal que alguna vez profesaron objetivos leninistas y revolucionarios, como el Partido Comunista Italiano y el Francés ya comentados, no debería distraer nuestra atención de la importancia de recrear so-bre una base mucho más segura las organizaciones políticas a través de las cuales se puede alcanzar en el futuro la vital transformación

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socialista de nuestras sociedades. Evidentemente, una valoración crítica a fondo de lo que fueron equivocaciones constituye una parte importante de ese proceso de renovación. Lo que queda ampliamen-te en claro en este momento es que el deslizamiento desintegrador de esos partidos por las resbalosas laderas del entrampamiento par-lamentario nos brinda una importante lección para el futuro.

Hoy resultan factibles tan solo dos modos de control metabóli-co social globales: el orden reproductivo explotador y clasista del capital —impuesto a toda costa por las “personificaciones del capi-tal”— que le falló miserablemente a la humanidad en nuestro tiem-po y la ha llevado al borde de la autodestrucción; y el otro orden, diametralmente opuesto al establecido: la alternativa metabólica social hegemónica del trabajo, no como una clase en particular sino como la condición de existencia universal de cada individuo en la sociedad. Una sociedad administrada por ellos sobre la base de la igualdad sustantiva que les permita desarrollar a plenitud sus po-tencialidades productivas humanas e intelectuales, en armonía con los requerimientos del metabolismo del orden natural, en lugar de estar destinados a la destrucción de la naturaleza y por consiguien-te de sí mismos, como está empeñado en hacerlo en este momento el incontrolable modo de control metabólico social del capital. Es por eso que bajo las presentes condiciones de crisis estructural del capital tan solo la alternativa hegemónica global al dominio del capital —expresada como la complementaridad dialéctica de las exigencias inmediatas específicas pero no marginables y los ob-jetivos globales de la transformación del sistema— puede cons-tituir el programa válido del movimiento revolucionario organizado y consciente en todo el mundo.

Sin duda, el movimiento revolucionario organizado y conscien-te no puede ser contenido dentro del marco político restrictivo del parlamento dominado por el poder extraparlamentario del capital. Ni puede alcanzar el éxito como una organización sectaria orien-tada hacia sí misma. Se puede autodefinir exitosamente mediante dos principios orientadores vitales. Primero, como acabamos de mencionar, la elaboración de su propio programa extraparlamenta-rio orientado hacia los objetivos alternativos hegemónicos globales

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para garantizar una transformación sistémica fundamental. Y se-gundo, igualmente importante en términos organizacionales es-tratégicos, su participación activa en la constitución del necesario movimiento de masas extraparlamentario, como el portador de la alternativa revolucionaria capaz de cambiar también el proceso le-gislativo de manera cualitativa, como paso importante en dirección al debilitamiento gradual del Estado. Solo mediante esos desarro-llos organizacionales que involucran directamente también a las grandes masas del pueblo es posible concebir la realización de la tarea histórica de instituir la alternativa hegemónica del trabajo, en el interés de una emancipación socialista que lo abarque todo.

9.8.8. La educación:el desarrollo progresivo de la conciencia socialista

9.8.1 El papel de la educación en el aseguramiento de una transfor-

mación socialista plenamente sustentable no podría ser mayor. La concepción de educación a la que aquí hacemos referencia —vista no como un período de la vida de los individuos estrictamente limi-tado sino como el desarrollo progresivo de la conciencia socialista en la sociedad en su conjunto— marca una ruptura radical con las prácticas educativas dominantes bajo el capitalismo avanzado. Se le entiende como la extensión y la transformación históricamente válidas de las grandes ideas educativas promulgadas en el pasado más remoto. Porque esas ideas educativas no solo tenían que ser desgastadas con el paso del tiempo sino al final verse extinguidas por completo bajo el impacto de la alienación en avance constante y el sometimiento del desarrollo cultural en su totalidad a los inte-reses cada vez más constreñidores de la expansión del capital y la maximización del las ganancias.

No solamente Paracelso en el siglo XVI, sino incluso Goethe y Schiller315 tan tarde como a finales del XVIII y primeras décadas

315 Ver el Capítulo 8 del presente estudio, y el Capítulo 10 (“Alienation and the Crisis of Education”) de mi libro Marx’s Theory of Alineation.

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del XIX, creían todavía en un ideal educativo que pudiese guiar y enriquecer desde el punto de vista humano a los individuos a lo lar-go de sus vidas. Por el contrario, la segunda mitad del siglo XIX estuvo marcada por el triunfo del Utilitarismo, y el XX capituló de manera incondicional en el campo educativo ante las concepciones más estrechas de la “racionalidad instrumental”. Mientras más “avanzada” se ha vuelto la sociedad capitalista, más se ha centrado parcializadamente en la producción de la riqueza cosificada como un fin en sí misma y en la explotación de las instituciones educativas en todos los niveles, desde las escuelas preparatorias a las universi-dades —también bajo la forma de la “privatización” promovida con elocuente celo ideológico por el Estado— para la perpetuación de la sociedad mercantil.

No para sorpresa, este desarrollo marchó de acuerdo con el adoc-trinamiento de la inmensa mayoría del pueblo con los valores del orden social del capital como el “orden natural” inalterable, racio-nalizado y justificado por los ideólogos más sofisticados del sistema a nombre de la “objetividad científica” y la “neutralidad del valor”. Las condiciones actuales de la vida cotidiana fueron completamen-te dominadas por el ethos capitalista, que sometió a los individuos —como asunto de determinación estructuralmente asegurada— al imperativo de ajustar sus aspiraciones de acuerdo con él, aunque no pudiesen escapar de la grave condición de esclavos del salario. Así el “capitalismo avanzado” pudo ordenar sus cosas sin contratiem-pos de modo tal de restringir el período de la educación institucio-nalizada a unos pocos años económicamente ventajosos de la vida de los individuos, y hasta eso hecho de manera discriminatoria/elitesca. Las determinaciones estructurales objetivas de la “norma-lidad” de la vida cotidiana completaban exitosamente el resto, “edu-cando” al pueblo sobre una base progresiva en el espíritu de dar por sentado el ethos social dominante, e interiorizando así “consen-sualmente” la proclamada inalterabilidad del “orden natural” es-tablecido. Es por eso que hasta los mejores ideales de la “educación moral” de Kant y la “educación estética” de Schiller —entendi-das por sus autores como los antídotos necesarios y factibles contra la tendencia en avance a la alienación deshumanizadora, a la que

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hacían oposición crítica los individuos moralmente conscientes en sus vidas personales— estaban condenados a permanecer por siem-pre en el terreno de las utopías educativas irrealizables. No podían adaptarse de ninguna manera a la cruda realidad de las fuerzas que imponían exitosamente y a toda costa los imperativos autoexpan-sionistas en definitiva destructivos del capital. Porque la tendencia socioeconómica de la alienación que todo lo engulle era lo bastante poderosa como para extinguir hasta el último vestigio incluso a los ideales más nobles del Siglo de las Luces.

En este sentido, podemos ver que aunque el período de educa-ción institucionalizada está limitado bajo el capitalismo a un perío-do relativamente breve en la vida de los individuos, la dominación ideológica de la sociedad prevalece sobre su vida entera, si bien en muchos contextos esa dominación no tiene que asumir preferen-cias de valor doctrinario abiertas. Y eso hace más pernicioso aún el problema del dominio ideológico del capital sobre la sociedad en su conjunto, y por supuesto simultáneamente sobre los individuos convenientemente aislados. Estén o no conscientes de ello los in-dividuos en particular, no pueden hallar ni la más mínima porción de “territorio de valor neutral” en su sociedad, aunque el adoctri-namiento ideológico explícito les asegure engañosamente lo con-trario, pretendiendo —e invitando a los individuos a identificarse “autónomamente” con esa pretensión— que son plenamente sobe-ranos en su escogencia de valores en general, mientras se les dice que son “consumidores soberanos” de las mercancías producidas capitalistamente, adquiridas sobre la base de “escogencias sobe-ranas” en los supermercados más monopólicamente controlados. Todo esto como parte integral de la educación capitalista mediante la cual los individuos en particular son embebidos de los valores de la sociedad mercantil en todas partes y sobre una base diaria, desde luego.

Así la sociedad capitalista posee su sistema firmemente arrai-gado de no solo una educación progresiva, sino además simul-táneamente de un adoctrinamiento permanente, aunque el adoctrinamiento que todo lo penetra no lo haga parecer así en ab-soluto, porque la ideología dominante “interiorizada por consenso”

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lo trata como el sistema de creencia positiva legítimamente com-partida y totalmente incuestionable en la “sociedad libre” estable-cida. Más aún, lo que termina de empeorar las cosas es que el nudo central de la educación progresiva del sistema del capital es la afir-mación de que el propio orden establecido no necesita de ningún cambio significativo. Necesita nada más de “afinación” en los már-genes, que debe ser lograda mediante la idealizada metodología del “poco a poco”. Consecuentemente, el significado más profundo de la educación progresiva del orden establecido es la imposición ar-bitraria de la creencia en la absoluta inalterabilidad de sus deter-minaciones estructurales fundamentales.

Puesto que el significado real de una educación digna de su co-metido es hacer que los individuos afronten positivamente los de-safíos de las condiciones sociales históricamente cambiantes —de las cuales ellos son también los causantes aun bajo las circunstan-cias más difíciles— todo sistema de educación orientado hacia la preservación incondicional a toda costa del orden establecido solo puede ser compatible con los ideales y valores educativos más pervertidos. Es por eso que, a diferencia del Siglo de las Luces, en la fase ascendente de las transformaciones capitalistas, cuando todavía se podían producir utopías educativas nobles, como las concepciones de Kant y Schiller a que hacíamos referencia antes, la fase descendiente de la historia del capital, que culmina con la apo-logía de la destrucción sin límites originada por el desarrollo mo-nopolista e imperialista en el siglo XX y su extensión hasta el XXI, tenía que traer consigo el más agresivo y cínico culto a los antiva-lores. Este último incluye en nuestros días las pretensiones de su-premacía racista, la horrenda presunción del “derecho moral a la utilización de armas nucleares preventiva y anticipadamente”, incluso contra países que nunca habían poseído armas nucleares, y la más hipócrita justificación de un “imperialismo liberal” pre-suntamente más “humano”, si bien ineludiblemente destructivo. Se dice que este nuevo imperialismo es justo y apropiado para nuestras “condiciones posmodernas”: una teoría que en busca de respeta-bilidad intelectual se cubre con el ropaje del grotesco esquematismo de la “premodernidad-modernidad-posmodernidad”, después

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del derrumbe ignominioso del imperialismo tradicional. Esto es lo que hoy día vemos propugnar, con toda seriedad, a los mandarines y a los políticos hacedores de política autodesignados, proyectado como la estrategia necesaria que hay que imponerles a los “estados fracasados”, perentoriamente decretados así, y al llamado “eje del mal”.

Se suponía que esas ideas constituían los principios y valores orientadores estratégicos apropiados para nuestras propias condi-ciones históricas. Tenían la intención de establecer los parámetros generales dentro de los cuales los individuos deberían ser educa-dos ahora, para posibilitarles a los estados capitalistas dominantes ganar la “lucha ideológica” —un concepto al que de repente se le comenzó a hacer propaganda con frecuencia en términos positivos, en abierto contraste con los mitos del “final de la ideología”, y el feliz “final de la historia” liberal predicados y generosamente pro-movidos no hace mucho tiempo— sinónimo de la idea de la “gue-rra contra el terrorismo”. Así que se hace difícil incluso imaginar una degradación más completa de las ideas educativas, comparado con el pasado más remoto del capital, que la que estamos viendo confrontados activamente hoy día. Y todo esto es promocionado en nuestro tiempo, con todos los medios a disposición del sistema, en nombre de “la democracia y la libertad”: palabras que tanto aflo-ran en los discursos de presidentes y primeros ministros. Nada po-dría exponer con mayor claridad la naturaleza pervertida de la falsa conciencia capitalista, plenamente complementada por el adoctri-namiento omnipresente ejercido con mayor o menor espontaneidad sobre los individuos por la sociedad mercantil en su vida diaria.

9.8.2 La concepción socialista de la educación es cualitativamente di-

ferente incluso de los ideales educativos más nobles de la burguesía ilustrada, formulados en la fase ascendente del desarrollo capita-lista. Porque esas concepciones inevitablemente padecieron de las limitaciones que les fueron impuestas a sus creadores por el hecho de que se identificaban con “la perspectiva del capital”, aunque asumiesen una postura crítica para con los excesos del nuevo orden

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emergente y para con el impacto negativo de algunas tendencias ya visibles sobre el desarrollo personal de los individuos. Lo hicieron en abierta contradicción con los ideólogos más recientes del capital que se niegan a ver que haya algo malo en su preciada sociedad.

Las figuras principales de la Ilustración burguesa estaban a favor del desarrollo total, humanamente satisfactorio, de los individuos en particular. Pero querían verlo logrado dentro del marco de la so-ciedad capitalista liberada de sus amenazadores rasgos “prosaicos” y sus corolarios humanamente empobrecedores, incluido el “liber-tinaje moral” en contra del cual Adam Smith levantó su elocuente voz. Sin embargo, al mirar el mundo desde la perspectiva del capital no podían visualizar el cambio radical requerido en el orden social en su conjunto para hacer prevalecer sus propios ideales. Porque la perspectiva del capital que ellos adoptaron les imposibilitaba ver la incompatibilidad estructural entre sus propios ideales educativos —aplicados a los proyectados individuos moral y estéticamente loa-bles de sus contraimágenes utópicas— y el orden social que emer-gía triunfalmente.

Nunca podremos enfatizar con la intensidad necesaria lo vital que resulta el concepto de cambio en la teoría educativa. Porque está destinado a establecer el horizonte general y la definitiva via-bilidad (o no viabilidad) de cualquier sistema de educación. En este respecto, bajo las circunstancias históricas prevalecientes el cambio previsto por las grandes figuras de la Ilustración burguesa tenía que permanecer característicamente desnivelado. Porque si bien era lo suficientemente radical en relación con el denunciado orden feudal de la sociedad que dominaba al ancient régime, respecto al futuro su concepción del cambio propugnado solo podía extenderse al de-sarrollo educativo personal de los individuos en particular, como una manera ilusa de contrarrestar las tendencias socio-históricas negativas.

Abordar críticamente las determinaciones estructurales del orden social del capital —que necesariamente afectaban, y deben afectar siempre, de manera significativa el desarrollo de los indivi-duos— tenía que permanecer mucho más allá de su alcance. Los correctivos para las tendencias del desarrollo denunciadas solo

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podían concebirlos en términos individualistas. Es decir, de manera que en última instancia dejasen en su lugar el marco estructural y los crecientes antagonismos del orden capitalista que emergía vic-torioso. Es por eso que los “antídotos” propuestos, incluso en la va-riante de la educación estética de los individuos, elaborada con la mayor consistencia, tenían que continuar siendo contraimágenes utópicas irrealizables. Porque resulta del todo imposible darle la voz de alto a los efectos negativos de una tendencia social poderosa en la formación de los individuos sin identificar —y contrarrestar de manera efectiva en los términos sociales apropiados— sus de-terminaciones causales que los producen y los seguirán reprodu-ciendo inexorablemente.

Así, la adopción de la perspectiva del capital como la premisa social insuperable de su horizonte crítico limitó incluso a las más grandes figuras de la burguesía en ascenso a la proyección de la lu-cha de los individuos en particular, y totalmente aislados, en contra de los esfuerzos y consecuencias negativos de las fuerzas sociales que los representantes de la Ilustración querían reformar mediante la educación personal de los individuos idealmente adecuada. Una lucha que jamás podrá ser conducida hasta un final exitoso, primero porque una fuerza social poderosa no puede ser sometida por la acción fragmentada de los individuos aislados, y segundo porque las determinaciones estructurales causales del orden criticado deben ser afrontadas y contrarrestadas en el terreno causal, en sus propios términos de referencia: es decir, por la fuerza históricamen-te sustentable de una alternativa estructural coherente. Pero eso requeriría, por supuesto, de la adopción de un punto de vista so-cial radicalmente diferente por parte de los pensadores en cuestión. Una perspectiva social capaz de evaluar realistamente las inesca-pables limitaciones de la potencialidad reformadora del capital en contra de sus propias determinaciones causales estructurales. No sorprende, entonces, que la aceptación de la perspectiva del capi-tal como el horizonte general de su propia visión haya restringido las medidas remediales factibles de los grandes pensadores de la Ilustración a la propugnación de contramedidas que no podían pa-sar de utópicas, aun en la fase ascendente relativamente flexible del

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desenvolvimiento histórico del sistema del capital. Antes de época, es decir, cuando todavía las determinaciones de clase antagonísti-cas de la sociedad mercantil plenamente desarrollada no se habían petrificado en una irreformable estructura social enteramente cosi-ficada y alienante.

Es allí donde podemos ver claramente el contraste entre los ideales y las prácticas educativas del pasado y las concepciones apropiadas para los desafíos históricos que debemos encarar en el transcurso de una transformación socialista sustentable. El man-dato de la educación socialista no puede nunca ser formulado en términos de algunos ideales utópicos puestos por delante de los in-dividuos a los cuales se supone que ellos se amoldarán, con la espe-ranza bastante ingenua de contrarrestar y superar los problemas de su vida social —como individuos más o menos aislados pero “mo-ralmente conscientes”— mediante la fuerza de un abstracto “de-ber ser” moral ilusamente estipulado. Tal cosa nunca funcionó en el pasado y jamás podría hacerlo en el futuro, independientemente de la obvia necesidad de enfrentar los desafíos bien reales que sur-gen constantemente de las condiciones históricas alteradas y de las restricciones objetivas de la situación de las personas involucradas, como miembros de su sociedad. Resultaría en extremo contrapro-ducente concebir la educación socialista como un antídoto indivi-dualista contra los defectos de la vida social, por muy deseable y recomendable que pueda parecer a primera vista el deber ser mo-ral abstracto. El total fracaso de las “exhortaciones estajanovistas” para la transformación de la ética del trabajo en la sociedad soviéti-ca constituye una buena ilustración de lo que estamos hablando. Un fracaso debido a la ignorancia supina de las determinaciones cau-sales en las raíces de la ética del trabajo prevaleciente de la fuerza laboral renuente bajo las condiciones establecidas, que surgían de la exclusión autoritaria de los trabajadores de los procesos de toma de decisiones.

El éxito de la educación socialista es factible porque su punto de vista valorativo —a diferencia de las limitaciones estructurales inherentes a la adopción de la perspectiva del capital en el pasa-do— no tiene que desviarla de los problemas reales de la sociedad

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causalmente determinados (que piden correctivos sociales apro-piados) hacia una apelación moral abstracta/individualista que so-lamente puede producir proyecciones utópicas irrealizables. Las causas sociales deben y pueden ser encaradas en el marco educa-cional socialista en su nivel apropiado: como causas que surgen históricamente y son claramente identificables también como de-terminaciones estructurales cambiables. Y precisamente porque el desafío de darles cara a las no importa cuán dolorosas exigencias del cambo social significativo no constituye una concepción inhi-bidora en este enfoque, sino, por el contrario, una idea positiva inse-parable de una visión abierta del futuro conformado a conciencia, las fuerzas educativas requeridas pueden ser activadas exitosamen-te para la realización de los objetivos y valores adoptados por el pre-visto desarrollo socialista de la sociedad por sus miembros.

Por consiguiente, el mandato ideal y el papel práctico de la edu-cación en el transcurso de la transformación socialista consiste en su continuada intervención efectiva en el proceso social en desen-volvimiento, mediante la actividad de los individuos sociales que están conscientes de los desafíos que deben afrontar como indi-viduos sociales, en concordancia con los valores requeridos y elaborados por ellos para enfrentar sus desafíos. Tal cosa resulta inconcebible sin el desarrollo de su conciencia moral. Pero la mora-lidad en cuestión no constituye una imposición sobre los individuos en particular desde afuera, y mucho menos desde arriba, en nom-bre de un discurso moral del “deber ser” completamente abstracto y por separado, como la inscripción tallada en mármol en muchas iglesias inglesas: “¡Teme a tu Dios y obedece a tu Rey!”. Ni tam-poco es el equivalente laico de esos mandatos externos cuasirreli-giosos que se les imponen a los individuos en todas las sociedades regidas por los imperativos del capital. Por el contrario, a la morali-dad de la educación socialista le interesa el cambio social de largo alcance concebido y encomendado racionalmente. Sus principios son articulados sobre la base de la evaluación concreta de las tareas escogidas y de la repartición requerida por parte de los individuos en su decisión consciente de cumplirlas. Es así como la educación socialista se puede definir como el desarrollo progresivo de la

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conciencia socialista, inseparable de y en estrecha interacción con la transformación histórica general en progreso en cualquier tiempo dado. En otras palabras, las características definitorias de la educa-ción socialista surgen de, e interactúan profundamente con, todos los principios orientadores relevantes del desarrollo socialista que estudiamos en este capítulo.

9.8.3 En vista de su actitud hacia el cambio radicalmente diferente,

aplicada no solo al desarrollo personal de los individuos sino simul-táneamente también a las determinaciones estructurales vitales de su sociedad, solamente dentro de una perspectiva socialista podría culminar el significado pleno de la educación. Pero poner de relie-ve esta circunstancia está lejos de bastar por sí mismo. Porque la otra cara de la moneda es que —a causa del papel primordial de la educación en el cambio general de la sociedad— resulta imposible alcanzar las metas vitales de un desarrollo histórico sustentable sin la contribución permanente de la educación al proceso transfor-mador concebido a conciencia.

La línea de demarcación, que contrapone el desarrollo socia-lista propugnado a las restricciones y contradicciones del pasado, está trazada por la necesaria crítica de la falsa conciencia que se desmanda en una variedad de formas bajo el dominio que ejerce el capital sobre el metabolismo social. Un metabolismo dominado por la mistificadora inversión de las relaciones reales del intercam-bio sociorreproductivo bajo el fetiche usurpador de la hegemonía “productiva” del capital, supuestamente legítima, y la dependencia total del trabajo capitalistamente “empleado”, imponiéndole así exi-tosamente a la conciencia de la sociedad en su conjunto y de sus individuos realmente trabajadores y productores la falsa concien-cia de la “personificación de las cosas y la cosificación de las personas”,316 como ya hemos visto.

316 Marx, Economic Manuscripts of 1861-63 [Manuscritos económicos de 1861-63], en Marx y Engels Collected Works, Vol.34, p. 457.

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Naturalmente, el poder de la falsa conciencia no puede ser de-rrotado por la (no importa cuán bienintencionada) ilustración edu-cacional de los individuos por sí sola. Los individuos en particular como individuos aislados están a merced de la falsa conciencia co-sificadora porque las relaciones reproductivas reales históricamen-te establecidas en las que están insertados solo pueden funcionar sobre la base de la “personificación de las cosas y la cosificación de las personas”. En consecuencia, para alterar la inversión mistifi-cadora y en definitiva destructiva de la relación reproductiva susten-table de los seres humanos, contrarrestando a la vez la dominación de la falsa conciencia cosificadora sobre los individuos en particu-lar, se requiere de un cambio social que lo abarque todo. Nada que resulte menos incluyente que eso podrá prevalecer sobre una base permanente.

Contentarse con una “reforma gradual” y sus correspondientes cambios parciales es autoderrotarse. El asunto no está en si los cam-bios son introducidos de una vez o en un lapso más prolongado, sino en el marco estratégico general de la transformación estruc-tural fundamental que se procura con firmeza, independiente-mente de cuánto tiempo pueda tomar su realización exitosa. Las opciones “esta o esa” entre las formas de control metabólico social mutuamente excluyentes —las hoy establecidas y las futuras— son globales tanto en el espacio como en el tiempo. Por eso el proyec-to socialista solo puede tener éxito si es articulado y afincado fir-memente como la alternativa hegemónica al metabolismo social estructuralmente atrincherado y alienante del capital. O sea, si el orden alternativo socialista abarca en el transcurso de su desarrollo productivo a cada sociedad, y lo hace en el espíritu de garantizar la irreversibilidad histórica de la alternativa hegemónica del trabajo para el control metabólico social del capital establecido.

En el proyecto socialista, dada la crítica inevitable y abiertamen-te profesada de la falsa conciencia estructuralmente dominante del sistema del capital, las medidas de transformación material adop-tadas resultan inseparables de los objetivos educativos propugna-dos. Es así porque los principios orientadores de la transformación socialista de la sociedad son irrealizables sin el involucramiento a

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fondo de la educación como el desarrollo progresivo de la concien-cia socialista. Todos los principios orientadores que hemos estu-diado ya —desde la participación genuina en todos los niveles de la toma de decisiones hasta la planificación global (concebida en el sentido de una planificación que incluya el “darle sentido a nues-tra vida” autónomamente, como individuos, como se indicaba en la Sección 9.4.3), y desde la realización progresiva de la igualdad sustantiva en la sociedad en su conjunto, hasta las condiciones glo-balmente sustentables de la única economía históricamente viable en un orden internacional que se desenvuelva en positivo— solo pueden llevados a la realidad si se activa plenamente el poder de la educación con ese propósito.

Las medidas adoptadas en cualquier momento dado son históri-cas también en el sentido de que están, y permanecen siempre, suje-tas al cambio. No es preciso decirlo, bajo condiciones favorables los logros obtenidos pueden ser mejorados y profundizados en sentido positivo. Pero, por supuesto, igualmente está claro que, en el lado negativo, nunca se pueden excluir a priori las marchas atrás. Todo dependerá siempre de la efectiva intervención de la educación so-cialista en el proceso de transformación progresiva. Es eso lo que decide en el análisis final si prevalecerán las potencialidades positi-vas o las negativas, y hasta qué grado.

9.8.4 Se habla mucho hoy día en las sociedades capitalistamente avan-

zadas acerca de la “agenda del respeto”. Ésta consiste en el iluso proyecto de resolver la crisis de valores cada vez más profunda —que se manifiesta en forma de creciente criminalidad y delincuen-cia, junto con la empeorante alienación de los jóvenes respecto a su sociedad— mediante un llamado directo completamente retórico a la conciencia de los individuos, postulando, en vano, el conveniente “respeto a los valores de la ciudadanía democrática responsable”. Y cuando toda esa prédica vacía fracasa, puesto que está condenada a fracasar, ya que le huye como a la peste a las causas sociales de los síntomas negativos denunciados, las personificaciones políticas del capital que ocupan altos cargos, incluidos los de mayor jerarquía, comienzan a hablar acerca de cómo pueden identificar la futura

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delincuencia ya “en el útero materno” e indican las “necesarias” medidas legislativas de un Estado autoritario para ocuparse con la potencial criminalidad futura en una etapa lo más inicial posible. Esa línea de enfoque no es más racional ni menos autoritaria que la propugnación del “proseguimiento de la lucha sin cuartel ideológi-ca” a fin de ganar la ya mencionada “guerra contra el terrorismo”. Al mismo tiempo, la que queda absolutamente excluida es la posibi-lidad de cambiar las determinaciones estructurales del orden social establecido que producen y reproducen los efectos y consecuencias destructivos. Hay que negar categóricamente que pueda existir algo gravemente erróneo en la sociedad tal y como ella es. Tan solo los individuos tendenciosamente singularizados para censurarlos pue-den estar en la necesidad de una acción remedial. Una acción co-rrectiva que se espera sea realizada por un grupo privilegiado de individuos autodesignados —las voluntariosas personificaciones y guardianes del orden socioeconómico y político del capital— que pretenden saberlo todo ex officio.

De manera que no podría haber nada más justificado que la ins-titución del orden alternativo hegemónico. El marco educacional de ese orden es inseparablemente individual y social. El destinatario de la educación socialista no puede ser simplemente el individuo por separado, sobre el modelo de los ideales educativos tradicio-nales. Porque, como ya hemos indicado, en el pasado las normas y principios eran formulados por lo general en forma de llamados directos a la conciencia de los individuos en particular, y por lo común concebidos en términos de exhortaciones morales. Por el contrario, la educación socialista se dirige a los individuos sociales, y no a los individuos aislados. En otras palabras, le interesan los individuos cuya autodefinición como individuos —en contraste con el discurso genérico abstracto de la filosofía tradicional acerca de individualidad aislada autorreferencial— no podría ni siquiera ser imaginada sin su más estrecha relación con su escenario social real y con la situación histórica específica claramente identificable, en la que ineludiblemente surgen sus desafíos humanos. Porque es pre-cisamente su situación social e histórica concreta la que los invita a formular los valores a través de los cuales su participación activa

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en la determinación de las formas de acción puede llevar a cabo la realización de su cuota apropiada conscientemente adoptada —que por consiguiente los define como individuos sociales autónomos y responsables— en la transformación fundamental en marcha. Es así como la educación efectiva en la práctica de los individuos sociales se convierte en sinónimo del más hondo significado de educación como autoeducación. Las referencias de Marx al “individuo so-cial rico” llevaban la intención de indicar ese tipo de atodefinición como el marco viable de la educación.

Asumir la responsabilidad social no como el “deber ser” abs-tracto y moralista del discurso filosófico tradicional, que propugna algún ideal externo “al cual se espera se adecúen los individuos”, sino como una fuerza real integrada a la situación histórica y social real, resulta posible solo sobre la base de que se conciba a la educa-ción misma como un órgano social estratégicamente vital, es decir, como la práctica social inseparable del desarrollo progresivo de la conciencia socialista. Y eso, a su vez, solo es factible a causa de la actitud hacia el cambio radicalmente diferente dentro del marco del orden alternativo hegemónico.

En el nuevo orden nada podrá estar a priori exento de cambio, todo lo contrario del marco metabólico social del capital, en el que toda crítica de las determinaciones estructurales de la sociedad sig-nificativas es declarada ilegítima, y en consecuencia a éstas se les protege por todos los medios a la disposición del sistema, incluso los más violentos. La alteración de las condiciones establecidas his-tóricamente, de acuerdo con la dinámica del desarrollo social en desenvolvimiento, no solo será aceptable sino además vitalmente importante en el orden alternativo hegemónico. Si deja de ser así no solamente será ir en contra del ethos socialista profesado, sino también privaría a la sociedad de su potencial positivo para el desa-rrollo, como lo demostró trágicamente la historia del siglo XX.

El papel de la educación socialista es muy importante en este respecto. Su determinación interna simultáneamente social e indi-vidual le confiere también un papel histórico singular, sobre la base de la reciprocidad a través de la cual puede ejercer su influencia y producir un impacto de peso en la totalidad del desarrollo social. La

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educación socialista puede cumplir su cometido tan solo si es arti-culada como una intervención consciente y efectiva en el proceso de transformación social.

La reciprocidad que acabamos de mencionar resulta altamente relevante en este particular porque los individuos sociales pueden, por una parte, contribuir activamente a la realización de las tareas y desafíos dados, y por consiguiente a la transformación significa-tiva de su sociedad, y al mismo tiempo, por otra parte, son forma-dos de una manera significativamente interiorizable con el curso de los cambios alcanzados. En verdad ellos mismos son formados también de manera legítima por su propia conciencia positiva de la importancia de los desarrollos en marcha, al percibir debidamente su cuota de participación activa en ello. Este tipo de interiorización consensual genuina de los desarrollos en marcha por parte de los individuos sociales marca una separación radical de la creencia ab-solutamente apologética en el “acuerdo tácito”, que prevaleció en la teoría política del orden establecido a partir de John Locke, su creador.

La participación activa de los individuos en los cambios sociales puede ser identificada como interacción social en el mejor sentido del término. Una interacción social significativa, sobre la base de una reciprocidad mutuamente beneficiosa entre los individuos sociales y su sociedad. El surgimiento y fortalecimiento de esa reci-procidad mutuamente beneficiosa resultaría totalmente imposible si alguna autoridad decidiese mantener fuera del alcance de los indi-viduos sociales los varios aspectos del orden alternativo hegemóni-co, incluidas sus determinaciones estructurales más importantes. En ese caso su “autonomía” ya no tendría significado alguno, como resulta ser el caso de las presuntas “escogencias soberanas” que hacen los individuos en la sociedad mercantil. Así, la significación de la educación socialista, como el desarrollo progresivo de la con-ciencia socialista —en su vital sentido de reciprocidad, que define a los individuos particulares como individuos sociales (y aclara al mismo tiempo el significado del propio término definitorio)— no podría resultar mayor. Porque los requerimientos de un desarrollo históricamente viable, en el espíritu de los importantes principios

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orientadores de la transformación socialista, se vuelven reales me-diante la contribución altamente activa de la educación para el pro-ceso. Ninguno de ellos podría cumplir su función social requerida sin ello.

9.8.5 Como caso representativo, podemos ver muy claramente la im-

portancia primordial de la educación —evidenciada en forma de la reciprocidad mutuamente beneficiosa entre los individuos par-ticulares y su sociedad— en relación con el cambio fundamental requerido para transformar las prácticas económicas hoy dominan-tes en algo cualitativamente diferente. La diferencia tiene que ver directamente con el vital campo de la reproducción material cuya prosperidad es esencial para la viabilidad de incluso las prácticas culturales más mediadas. Porque el imperativo temporal del ca-pital que prevalece en el proceso de la reproducción material afecta directamente no solo a las relaciones estructurales explotadoras de la sociedad de clase en su conjunto, sino al mismo tiempo les impo-ne sus efectos negativos y humanamente depauperantes a todos los aspectos de la actividad material e intelectual en el tiempo de vida de los individuos particulares. Consecuentemente, la necesidad de la emancipación humana, en la cual la educación socialista juega un papel crucial, representa un reto fundamental en este respecto.

Las prácticas reproductivas de la sociedad capitalista se caracte-rizan por la deshumanizadora contabilidad del tiempo que obliga a los individuos que trabajan —al contrario de las “personificaciones del capital”, que son los más voluntariosos impositores del alie-nante imperativo temporal del sistema— a someterse a la tiranía del tiempo de trabajo necesario. De esta manera, como reclama-ba Marx, los individuos que trabajan —los “individuos sociales” potencialmente “ricos”, en sus propias palabras— padecen las consecuencias alienantes a todo lo largo de sus vidas porque están “degradados a meros trabajadores, subsumidos bajo el trabajo”.317

317 Marx, Grundrisse, p. 708.

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Más aún, esa dependencia estructural y la correspondiente degrada-ción no significa en modo alguno el final del cuento. Bajo determi-nadas circunstancias, especialmente bajo las condiciones de crisis socioeconómicas de envergadura, los trabajadores deben sufrir tam-bién la depravación del desempleo, la penuria de la “flexibilidad de trabajo” cínicamente camuflada e hipócritamente justificada, y la brutalidad de la precarización difundida por doquiera. Todas estas condiciones surgen de la misma determinación operacional del pro-ceso del trabajo capitalista. Se deben a la irredimible inhumanidad de la contabilidad del tiempo del capital y a la imposición estruc-tural del inalterable imperativo temporal del sistema.318

Como hemos visto antes en las Secciones 9.5.5 y 9.5.6, la alter-nativa hegemónica del trabajo es la institución de una contabilidad del tiempo radicalmente diferente, sinónima de los requerimientos humanamente enriquecedores de la contabilidad socialista. Solo sobre esa base resulta posible concebir las prácticas productivas en pleno desenvolvimiento de los “individuos sociales ricos”. Ello es factible nada más mediante un viraje radical desde la tiranía históri-camente prevaleciente del tiempo de trabajo necesario a la adop-ción consciente y el empleo creativo del tiempo disponible como el principio orientador de la reproducción social.

Obviamente, la ida de un viraje de semejante magnitud trae con-sigo implicaciones de largo alcance. Porque en el momento mismo en que centramos la atención sobre la necesidad del cambio cua-litativo involucrado en la adopción del tiempo disponible como la contabilidad del tiempo efectiva en la práctica, capaz de reemplazar al tiempo de trabajo necesario, queda lo bastante claro que es in-concebible instituir en la sociedad ese viraje fundamental sin ac-tivar a fondo el poder de la educación socialista. Por dos razones principales.

Primero, porque la institución del tiempo disponible como el nuevo principio orientador y operativo de la reproducción social re-quiere de una adhesión consciente. Esto entra en total contradicción

318 Ver las consideraciones hechas acerca de algunos temas importantes relacionados en el Capítulo 5.

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con la tiranía del tiempo de trabajo necesario que domina a la so-ciedad en forma de compulsión económica general, regulada no por un discernimiento consciente —ni siquiera por la “planifica-ción” estrictamente parcial aplicable a las unidades económicas específicas introducidas en retroactivo por las personificaciones del capital dentro del proceso del trabajo— sino por la contradic-ción antagónica entre el capital y el trabajo y por la fuerza post festum del mercado. Los trabajadores no tienen que ser educados para la tarea de entrar en el marco operacional del tiempo de traba-jo necesario. Simplemente no pueden escapar de sus imperativos, puesto que esos imperativos les son impuestos directamente, con el carácter absoluto de un “destino social”, que se corresponde con su subordinación estructuralmente asegurada en el orden social establecido. Por eso Marx llama con propiedad a ese marco “la con-dición del ser humano inconsciente”. En sí, la inconciencia que pre-valece por doquiera en el proceso del trabajo capitalista, a cuenta de su ciega —no obstante cuán idealizada— contabilidad del tiempo significa también incontrolabilidad, con sus implicaciones defini-tivamente destructivas.

La segunda, pero no menos importante, razón es que el suje-to social capaz de regular el proceso del trabajo sobre la base del tiempo disponible no puede ser sino la fuerza conscientemente combinada de la multiplicidad de los individuos sociales: los “productores libremente asociados”, como suele llamárseles. De nuevo, podemos ver acá un agudo contraste con el “sujeto” que re-gula el proceso de la reproducción social sobre la base del tiem-po de trabajo necesario. Porque el tiempo de trabajo necesario no solo es estrechamente determinista sino además completamente impersonal, ya que la fuerza reguladora de la producción y la re-producción social no es para nada un sujeto propiamente dicho, sino los imperativos estructurales del sistema del capital en general. Hasta los impositores más voluntariosos del imperativo tempo-ral del sistema establecido no tienen otra opción que obedecerlos, con mayor o menor éxito. Si no logran la requerida conformidad con los imperativos fetichistas, bien pronto se verán expulsados del marco del sistema gracias a la quiebra de sus empresas. En vista

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del hecho de que, independientemente de las mistificaciones feti-chistas del sistema del capital, el sujeto productor real dentro de él es el trabajador, y el capitalista, como presunto sujeto controlador —que de hecho está firmemente controlado a través de los imperati-vos estructurales obligadamente prevalecientes del orden estableci-do— no pasa de ser un pseudosujeto usurpador. En consecuencia, tan solo el sujeto realmente productor, el trabajador como tal, puede adquirir la única conciencia reguladora factible y productivamente viable bajo las condiciones históricas de nuestro tiempo. Obviamen-te, no estamos hablando aquí de la categoría sociológica empiris-ta de los trabajadores particulares como trabajadores aislados, que afrontan la fuerza social del capital en no importa cuán gran nú-mero como trabajadores aislados, sino acerca del trabajo de los individuos sociales conscientemente combinados como la con-dición universal de la vida en el orden alternativo hegemónico. Es ese el único sujeto social factible que puede regular el proceso de reproducción social sobre la base del tiempo disponible. O, para poner la misma correlación dialéctica de otra manera, solo median-te la adopción consciente del tiempo disponible como el principio operacional orientador y prácticamente efectivo de nuestra vida es posible concebir el desarrollo de un sujeto social capaz de controlar apropiadamente la producción y la reproducción social en el orden alternativo hegemónico.

El sujeto en cuestión es, como ya lo mencionamos antes, simultá-neamente social e individual. No podemos concebir a este individuo social sin los procesos educativos —y autoeducativos— a través de los cuales se pueden satisfacer los requerimientos del nuevo orden metabólico social. Tal y como está la sociedad hoy día, la adopción del tiempo disponible en todas partes como un principio operati-vo vital de la producción constituye nada más una potencialidad abstracta. El futuro depende de nuestra habilidad (o fracaso) para convertir esa potencialidad abstracta en una realidad concreta y creativa.

No hace falta decirlo, la tiranía del tiempo de trabajo necesario constituye una imposición sobre los trabajadores que tienen que permanecer siempre como una fuerza de trabajo renuente dentro

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del marco del sistema del capital. Más aún, la imposición del tiempo de trabajo necesario también resulta despilfarradora en sus propios términos de referencia, ya que su operación presupone el estableci-miento de una estructura de mando estrictamente jerárquica, de la cual algunas partes son extremadamente problemáticas, o en ver-dad completamente parasitarias, incluso respecto a sus pretendidas funciones económicas. Comparado con eso, son innegables las ven-tajas de llevar a cabo la producción y la reproducción social sobre la base del tiempo disponible, dedicado a la realización de los objeti-vos escogidos conscientemente por los individuos sociales que así se autorregulan. Porque los productores libremente asociados tie-nen a su disposición recursos incomparablemente más ricos que los que jamás podrían exprimírsele a la fuerza de trabajo renuente bajo la imposición de los imperativos estructurales del tiempo de trabajo necesario del capital.

También hay que hacer énfasis aquí en que la educación —como el desarrollo en desenvolvimiento de la conciencia socialista esen-cial para la vida de los individuos sociales, en su estrecha interrela-ción con su escenario social históricamente cambiante— constituye una fuerza vital identificable también a través del potente impacto de la educación sobre el cambio de la reproducción material. Ese impacto proviene directamente del viraje operacional del tiempo de trabajo necesario al tiempo disponible autónomamente determina-do a la disposición de su sociedad por los individuos que trabajan. Obviamente, solo los individuos sociales como individuos pueden determinar conscientemente, por y para sí mismos, la naturaleza (es decir, la dimensión cualitativa) y la cantidad de su propio tiempo disponible, del cual pueden surgir exitosamente los logros creati-vos de su sociedad. Todo ello concierne tanto al número de horas como a la intensidad del trabajo que ellos le dedicarán a la tarea productiva pertinente. Ninguna autoridad por separado puede deci-dir o imponerles esos requerimientos, al contrario de la dominación anteriormente inescapable del tiempo de trabajo necesario.

La única fuerza capaz de contribuir positivamente con el nuevo proceso transformador es la educación misma, que cumple así su papel como el antes mencionado órgano social mediante el cual la

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reciprocidad mutuamente beneficiosa entre los individuos y su sociedad se hace real. Acá no se puede imponer nada, ni por ade-lantado (como una norma preestablecida) ni con finalidad restric-tiva. Vemos en el proceso reproductivo positivamente abierto del orden alternativo hegemónico la manifestación de una interacción genuina. Mediante la intermediación de la educación socialista el poder productivo de los individuos se ve ampliado y realzado, y si-multáneamente también se amplía y se hace más emancipador el poder reproductivo general de su sociedad en su conjunto. Es este el único significado históricamente sustentable que tiene el incre-mento de la riqueza social, en contraste con el culto fetichista de la expansión del capital en definitiva destructivo en nuestro mundo finito, que es inseparable del fatal despilfarro del sistema del capital.

La dominación del valor de uso por el valor de cambio, y por consiguiente la despiadada negación de la necesidad humana en nuestro orden global solo puede ser erradicada sobre la base del vi-raje radical al principio orientador socialista del tiempo disponible conscientemente adoptado y ejercido por los propios individuos sociales. Su educación como autoeducación orientada hacia los valores, inseparable del desarrollo progresivo de su conciencia so-cialista en su reciprocidad dialéctica con las tareas y desafíos histó-ricos que deben encarar, los hace crecer en sus poderes productivos y también en su humanidad. Es eso lo que les proporciona el basa-mento necesario para la autorrealización creadora como sujetos au-tónomos que pueden extraerle sentido (y al mismo tiempo dárselo) a su propia vida como individuos sociales particulares, plenamente conscientes de su papel en —y su responsabilidad para con— el ase-guramiento del desarrollo positivo históricamente sustentable de su sociedad. Y, por supuesto, es eso lo que le confiere su significado verdadero a la expresión “individuo social rico”.

9.8.6 Las mismas consideraciones son aplicables a todos los princi-

pios orientadores vitales del orden social alternativo hegemónico en el vínculo crucial con la educación socialista de sus requeri-mientos de reproducción. Porque solo a través de la participación

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más activa y constante de la educación en el proceso transforma-dor social —cumplida gracias a su capacidad para activar la reci-procidad dialéctica cada vez más consciente entre los individuos y su sociedad— resulta posible convertirla en una fuerza operativa concreta efectiva e históricamente en desenvolvimiento que en un comienzo puede ser nada más que principios y valores orientado-res generales.

De la manera como los individuos determinen conscientemente la naturaleza cada vez mejor y la cantidad de su tiempo disponible libremente dedicado a la realización de sus objetivos sociales esco-gidos, que solamente ellos mismos pueden determinar autónoma-mente sobre una base permanente, de esa misma manera solo ellos pueden definir el significado de la participación real en todos los niveles de la toma de decisiones. Porque la participación creativa-mente liberadora y productiva es concebible solo si se comprende apropiadamente la naturaleza de las tareas involucradas, incluida su raison d’être histórica, y al mismo tiempo se ve la necesidad de la aceptación consciente de la gran responsabilidad inseparable de una manera totalmente participativa de regular su orden social so-bre una base sustentable.

De igual modo, el significado de igualdad sustantiva pue-de cambiarse de principio orientador general válido a realidad social creativamente sustentable y humanamente enriquecedora —y a la correspondiente identificación positiva y sin reservas de los individuos de la sociedad con las determinaciones de valor subyacentes y su justificación genuina— solo a través de la auto-transformación de la educación como el desarrollo progresivo de la conciencia socialista. Una forma de educación que debe ser ca-paz no solamente de enfrentar y erradicar las relaciones reproducti-vas sociales de desigualdad material y social/política heredadas del pasado, estructuralmente atrincheradas y fatalmente lesivas, sino además y simultáneamente también de derrotar a la fuerza mistificadora profundamente incrustada de la vieja cultura de la desigualdad sustantiva, de la cual todavía está impregnada la con-ciencia social.

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En otro contexto, como ya hemos visto, el deplorable fracaso de la planificación económica en los sistemas sociales de tipo sovié-tico se debió al intento burocrático de imponérsela a la sociedad de la manera más autoritaria, desde arriba, haciendo caso omiso de la necesidad de asegurar la cooperación voluntaria de los indivi-duos sociales con el plan anunciado por el Estado. La cooperación positiva consciente constituía un requerimiento esencial imposible de alcanzar sin la intervención positiva de una educación efectiva en la práctica como autoeducación —en la forma y el espíritu de la ya mencionada reciprocidad entre los individuos que trabajan y sus compromisos sociales más amplios— con el propósito de ob-tener la identificación consciente de los individuos particulares con el cumplimiento de sus objetivos productivos escogidos. Sin eso los individuos no podían interactuar creativamente con el plan general mismo a fin de contribuir autónomamente con el proceso transfor-mador en un campo críticamente importante.

Y para tomar un ejemplo más, cuando pensamos en la comple-mentaridad dialéctica de las dimensiones nacionales e internaciona-les de la sociedad en nuestro tiempo, inmediatamente se desprende que el papel de la educación como una educación consensual pro-curada a conciencia resulta de una importancia abrumadora. Para citar a Fidel Castro:

En la medida en que tengamos éxito en educar profundamente a nuestro pueblo en el espíritu del internacionalismo y la solidari-dad, haciéndolo consciente de los problemas de nuestro mundo ac-tual, en esa misma medida podremos confiar en que nuestro pueblo cumplirá sus obligaciones internacionales. Es imposible hablar de solidaridad entre los miembros de un pueblo si la solidaridad no es creada simultáneamente también entre los pueblos. Si no lo logra-mos corremos el riesgo de caer en el egoísmo nacional. 319

En este respecto el legado altamente negativo y divisor del pasa-do ejerce todavía un gran peso sobre la conciencia de los pueblos, y contribuye activamente al constante brote de conflictos y con-

319 Hegel, The Philosophy of History, p. 103.

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frontaciones destructivas en diferentes partes del mundo actual. Es inconcebible zafarnos de esas contradicciones y antagonismos sin el poder creador de una educación ejercida autónomamente por los individuos sociales como el desarrollo progresivo de la conciencia socialista. Porque solo una educación como esa podría permitirles tener una percepción clara de la naturaleza y la significación de lo que está en juego, e inspirarlos al mismo tiempo a asumir plena res-ponsabilidad por su propia cuota positiva en la tarea de poner bajo control las tendencias negativas en nuestro orden social globalmen-te entrelazado, y en nuestro tiempo histórico ineludiblemente nacio-nal e internacional.

En todas estos asuntos nos preocupa la necesidad vital de un cambio estructural radical y omniabarcador de nuestro orden so-ciorreproductivo social, que no se podría cumplir a través de las ciegas determinaciones materiales que tenían que prevalecer en el desarrollo histórico del pasado. Más aún, los grandes problemas y dificultades de nuestras propias condiciones históricas se han visto todavía más intensificados y agravados por la evidente urgencia del tiempo jamás experimentada en épocas históricas anteriores.

Basta con puntualizar en este respecto dos diferencias literal-mente vitales que ponen muy en relieve la urgencia del tiempo en nuestra época. Primero, el antes inimaginable poder de destruc-ción hoy a la disposición de la humanidad, con lo que la completa destrucción del ser humano resulta ahora fácilmente accesible me-diante una variedad de recursos militares. Esto se ve fuertemente subrayado por el hecho de que en el último siglo hemos sido testigos de la escalada creciente y la intensidad cada vez mayor de confla-graciones militares reales, incluyendo dos guerras mundiales extre-madamente destructivas. Más aún, en los años finales del caótico “Nuevo Orden Mundial”, las pretensiones más absurdas y cínicas fueron —y lo siguen siendo— empleadas para lanzarse a guerras genocidas, amenazándonos al mismo tiempo con el uso de armas nucleares “moralmente justificado” en proyectadas guerras “pre-ventivas y disuasivas” futuras. Y la segunda condición gravemente amenazante es que la naturaleza destructiva del control metabó-lico social del capital en nuestro tiempo —manifiesta a través de

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la preponderancia cada vez mayor de la producción destructiva en contraste con el mito capitalista de la destrucción productiva, tradicionalmente autojustificativo del capital— está en proceso de devastar el medio ambiente natural, poniendo así en peligro directo las condiciones elementales de la propia existencia humana en el planeta.

Por si fuera poco, esas condiciones subrayan con gran fuerza la dramática urgencia del tiempo en nuestra propia época históri-ca y la imposibilidad de hallar soluciones viables para los graves problemas involucrados sin hacerles frente conscientemente a los peligros y comprometernos a la única búsqueda racionalmente factible —y, en el más profundo sentido del término, cooperati-va— de correctivos. Así, debido a la magnitud sin precedentes de las tareas por delante, y a la urgencia, única en la historia, de nuestro tiempo que presiona por su solución permanente, el papel que se le asigna al desarrollo progresivo de la conciencia socialista resulta absolutamente fundamental.

La necesidad de un cambio estructural radical y amplio en el orden metabólico social establecido acarrea la necesidad de la re-definición cualitativa de las determinaciones sistémicas de la sociedad como la perspectiva de transformación general. Ni los ajustes parciales ni las mejoras marginales al orden sociorreproduc-tivo existente son suficientes para responder al desafío. Porque solo podrían reproducir a una mayor escala —y ciertamente agravada también por el paso de nuestro tiempo histórico fuertemente cons-treñido— los peligros claramente identificables tanto en el campo de la destrucción militar y económica como en la del plano ecoló-gico. Por eso solamente la institución de la alternativa hegemóni-ca al control metabólico social del capital puede ofrecer una salida para las contradicciones y los antagonismos de nuestro tiempo.

Como ya hemos visto, lo que distingue más nítidamente a las al-ternativas hegemónicas enfrentadas es su actitud hacia el cambio radicalmente diferente. El control metabólico social del capital es absolutamente incompatible con cualquier idea de cambio estructu-ralmente significativo, a pesar de toda la evidencia de su urgencia. Por el contrario, el orden alternativo hegemónico del trabajo societal

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no puede funcionar en modo alguno sin abarcar positiva y cons-cientemente todas las fuerzas dinámicas del cambio en todos los niveles de la vida individual y social, incluyendo las determinacio-nes estructuralmente vitales de la reproducción material y cultural de la sociedad. Esto es realizable, sobre una base social continuada y global, tan solo mediante el necesario seguimiento de una plani-ficación merecedora de su nombre, proyectada conscientemente y llevada a cabo autónomamente por los propios individuos sociales.

En este sentido el cambio es factible en el orden hegemónico al-ternativo no como un paso o pasos en particular adoptados con pre-tensión de finalidad y conclusión (hay siempre algún desafío nuevo generado y en verdad bienvenido en el transcurso de la transforma-ción socialista) sino solamente a través del desarrollo progresivo —jamás completado definitivamente— de la conciencia socia-lista. Así el modo alternativo hegemónico de control metabólico social se autodefine no menos en términos del impacto perdurable de sus principios orientadores adoptados libremente y operacio-nalmente importantes —que convierten en realidad el poder de la conciencia individual y social— que mediante la capacidad efec-tiva de producción material y reproducción social que lo abarque todo. De hecho esto último no podría darse de ninguna manera sin su constante interacción con los proyectos y los planes formulados conscientemente por los seres humanos en su cambiante situación sociohistórica, en estrecha conexión con sus determinaciones de valor y el compromiso consciente de responder a los desafíos que se presenten y mejorar las condiciones de su existencia. Y las mejoras a las que aquí nos referimos se harán no solo en términos materiales sino según el pleno significado ya estudiado de “individuos sociales ricos en autodesarrollo”.

La conciencia de los individuos sociales que opera en esas rela-ciones de pretensiones encontradas entre el orden metabólico so-cial establecido y su alternativa hegemónica es en primer lugar su conciencia de la necesidad de instituir exitosamente una alternativa sustentable históricamente a la creciente destructividad del modo de control reproductivo social del capital. Al mismo tiempo, respecto a la conciencia de sí y a la autodefinición históricamente apropiada

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del pueblo involucrado, la requerida conciencia de los individuos sociales comprometidos en el proceso transformador constituye su absoluta conciencia de estar comprometidos activamente en la insti-tución del único orden alternativo hegemónico factible bajo las cir-cunstancias prevalecientes. Nada que deje de cumplir con ese tipo de autodefinición —hecha valer con determinación y consistencia incondicionales— podrá tener éxito. Porque estamos acá ante un mandato inédito para una transformación cualitativa que lo abarque todo en una coyuntura crítica de la historia de la humanidad. En una coyuntura antes inconcebible, es decir, cuando está en juego nada menos que la supervivencia misma de la especie humana.

El único órgano social capaz de cumplir con el mandato históri-co vital en cuestión es la educación firmemente orientada hacia el desarrollo progresivo de la conciencia socialista.

9.8.7 Puesto que la idea del cambio estructural se excluye a priori

cuando se mira al mundo desde la perspectiva del capital, en vis-ta de los parámetros conceptuales necesariamente restrictivos del sistema, la dimensión del futuro sufre las consecuencias de tener que quedar reducida en la visión de absolutamente todos aquellos cuyo horizonte histórico esté fijado por la perspectiva del capital. Por consiguiente, hasta un genio de la filosofía, como Hegel, no po-día más que presentar una dialéctica del tiempo truncada cuando le tocó llegar al presente en su monumental concepción de la Histo-ria Universal. Elocuentemente, le cerró el camino a la posibilidad de cualquier cambio futuro estructuralmente significativo al insistir de manera apologética —que a fin de cuentas tenía que resultar an-tihistórica también en su espíritu— en que “La historia del mundo viaja de Oriente a Occidente, porque Europa es absolutamente el fin de la Historia”320 Y agregó, para completar, que ese proceso de desarrollo hacia su culminación y consumación ideal es “la verda-dera teodicea, la justificación de Dios en la Historia”.

320 Ibid., p. 457.

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Desde la perspectiva en definitiva contraproducente del capital, las expectativas de desarrollo deben ajustarse de modo tal que la preocupación por la inmediatez domine el horizonte del tiempo. Cualquier cambio previsto es admisible y legítimo solo si las con-diciones potencialmente alteradas pueden encajar con facilidad en el marco estructural establecido del sistema del capital y de sus co-rrespondientes determinaciones de valor.

La orientación educativa de los individuos —incluidas sus aspi-raciones materiales y sus valores sociales— es guiada de la misma manera, dominada directamente por los problemas de la inmedia-tez capitalista. Su conciencia del tiempo, en cuanto atañe al “futu-ro”, está restringida al tiempo presente constantemente renovado de su lucha con el poder fetichistamente constreñidor de la inme-diatez en su vida diaria: una lucha que no les es posible ganar bajo el tiempo de trabajo necesario del dominio del capital. El localismo y la inmediatez deben, por consiguiente, prevalecer por doquiera. El concepto de cambio estructural general material y socialmen-te factible, por no mencionar su conveniencia y legitimidad, debe mantenerse en términos de los tabúes absolutos del sistema educa-tivo dominante.

El culto capitalistamente conveniente de lo local y lo inmedia-to prevalece, y ambos marchan inseparablemente unidos. Así, en las concepciones que se amoldan al “orden natural” automitifica-dor y pretendidamente permanente del capital, la faltante dinámica de los objetivos e ideales transformadores globales, que tendrían que prever en alguna coyuntura futura la necesidad —o al menos la posibilidad— de un cambio sociohistórico fundamental, no puede ser explicada sin tener en mente el inevitable horizonte del tiempo truncado de los individuos controlados fetichistamente en su vida diaria. Aquí se da una reciprocidad lesiva, que construye un círculo vicioso en la relación entre lo local y lo inmediato. El horizonte del tiempo truncado de los individuos excluye la posibilidad de fijarse objetivos transformadores amplios, y viceversa, la ausencia de de-terminaciones transformadoras amplias desde su visión condena a su conciencia del tiempo a permanecer encerrada en el muy estre-cho horizonte del tiempo de la inmediatez.

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La educación socialista, en contraste, no puede cumplir su man-dato histórico sin concederles su debido peso a los objetivos trans-formadores abarcadores vitalmente importantes vinculados a su horizonte del tiempo apropiado. Sin duda, eso no significa que los objetivos más fundamentales del cambio estructural deban o pue-dan ser dejados para un futuro lejano, a cuenta de que la perspectiva de su realización plena sea inevitablemente a más largo plazo. Por el contrario, esa constituye una característica sobresaliente de los aspectos que hay que afrontar en el transcurso de la transformación socialista de la cual las tareas inmediatas no pueden ser separadas ni aisladas a conveniencia, ni mucho menos olvidadas de manera opuesta autojustificadora —como se hizo en el pasado— de los de-safíos a mayor plazo y más abarcadores. Los aspectos mismos están tan estrechamente entrelazados, a causa del carácter histórico inédi-to del cambio estructural omniabarcador requerido, que la acción que concierne incluso a los objetivos transformadores plenamen-te realizables más distantes —como, por ejemplo, la institución de una igualdad sustativa en todas partes, en el significado genuino del término— no puede quedar postergada para alguna fecha en el futuro lejano. El camino que conduce a la realización global de la igualdad sustantiva debe ser emprendido hoy día si estamos to-mando con la debida seriedad la culminación exitosa de la actividad incondicional requerida para la institución y consolidación de un cambio material y cultural radical como este.

Constituye un rasgo histórico inédito de la propugnación socia-lista de un cambio estructural cualitativo que la conciencia —y la conciencia de sí— de los individuos tenga que centrarse en la na-turaleza global/omniabarcadora de la transformación social requerida y de su propia cuota dentro de ella como esencial para los objetivos generales en cuestión, y que no puedan ser comparti-mentalizadas en el terreno privado de alguna individualidad aislada más o menos ficticia. De esta manera también el horizonte del tiem-po de los individuos sociales particulares resulta ser inseparable del tiempo histórico abarcador —sin importar lo largo del plazo— de su sociedad entera en desarrollo dinámico. Así, por primera vez en la vida en el transcurso de la historia humana se espera que los

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individuos tomen conciencia real de la parte que les corresponde en el desarrollo humano, tanto en lo que respecta a sus objetivos transformadores abarcadores absolutamente factibles como a la escala temporal de su propia participación y contribución específi-ca reales en el cambio en desenvolvimiento de sus sociedades.

En este sentido la conciencia y la conciencia de sí de los indi-viduos particulares de su papel como individuos sociales res-ponsables —la clara conciencia de su contribución específica, inmediata pero escogida autónomamente, con la transformación omniabarcadora progresiva— constituye una parte integral y esencial de todo éxito factible. Porque no pueden cumplir apropia-damente ni siquiera sus objetivos relativamente limitados sin visua-lizar y evaluar autoconscientemente la relevancia de su actividad específica en el marco transformador más amplio —que de ese modo ellos mismos constituyen y le dan forma autónomamente— como parte integrante del tiempo histórico que todo lo abarca crea-do sobre la base de la progresión por una sucesión de generaciones, ellos incluidos. Solo dentro de esta perspectiva pueden cobrar plena conciencia de la vital significación de su propio tiempo disponible como “productores libremente asociados”. Es la única forma en que pueden dedicarle autónomamente su tiempo disponible —que es si-multáneamente su tiempo histórico real como individuos sociales particulares que pueden encontrarle sentido, y dárselo, a su propia vida— a la creación de un orden metabólico social cualitativamente diferente e históricamente sustentable.

En esta transformación radical está en juego nada menos que la necesidad literalmente vital de la creación de una nueva sociedad viable. Una transformación cuyo éxito no es concebible sin asegu-rar conscientemente el históricamente ineludible trazado racional de los parámetros generales del nuevo orden, sobre la base de la continuidad, y sin la conciencia de sí de los individuos sociales como creadores y recreadores de ese trazado general a través de ge-neraciones. Y por supuesto está claro que la creación y la apropiada renovación del trazado general resulta inconcebible sin las determi-naciones de valor autoconscientes y autónomas de los individuos

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sociales que pueden y quieren identificarse con la transformación históricamente en desenvolvimiento de su sociedad.

El papel de la educación, definida apropiadamente como el de-sarrollo progresivo de la conciencia socialista, es obviamente un constituyente crucial de ese gran proceso transformador.

9.8.8 Dada la urgencia sin precedentes de nuestro tiempo histórico, el

socialismo en el siglo XXI no puede evitar encarar los dramáticos desafíos que surgen de esos imperativos.

En sentido general ellos aparecieron ya en vida de Marx, aun-que en esos días la destrucción total de la humanidad —en ausencia de los medios y modalidades militares que pudiesen cumplir con facilidad esa destrucción, en estrecha conexión con la inescapable crisis estructural del capital, como lo presenciamos por todas par-tes en nuestro tiempo— no era todavía una realidad globalmente amenazadora.

El propio Marx trataba apasionadamente de explorar las vías de la realización de los cambios transformadores omniabarcadores que son necesarios para contrarrestar sobre una base históricamen-te sustentable la tendencia a la destrucción en avance del sistema del capital. Estaba plenamente consciente del hecho de que sin la dedicación consciente del pueblo a la realización de la monumental tarea histórica de instituir un orden de reproducción metabólica so-cial radicalmente diferente y viable no podría haber éxito. El poder de persuasión intelectual del discernimiento teórico, independien-temente de lo bien fundado, no bastaba por sí mismo. La manera de formular ese problema, con gran sentido de la realidad, fue recono-cer que “No basta con que el pensamiento se esfuerce en realizarse, la realidad misma debe luchar por convertirse en pensamiento”.321

Él sabía perfectamente que la fuerza material cada vez más destructiva del capital, en la fase descendente del desarrollo del sistema, tenía que ser enfrentada y totalmente derrotada por la

321 Marx y Engels, Collected Works, vol, 3, p. 184.

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fuerza material de la alternativa hegemónica históricamente viable. Así, al subrayar la manera como el trabajo teórico podría aspirar a tener significación, le agregaba a la frase recién citada que “la teoría también se convierte en una fuerza material tan pronto como logra comprender a las masas”.322 Naturalmente, no cualquier teoría podría hacer eso. Puesto que era asunto de constituir una relación apropiada entre la teoría comprometida con la idea de un cambio social fundamental y la fuerza material que podría marcar la diferencia, había que satisfacer algunas condiciones de importancia vital sin las cuales la idea propugnada de “la teoría comprendiendo a las masas” no equivaldría más que a una consigna moralista vacía, como ha sido frecuentemente el caso en el discurso político sectario/elitesco. Así, Marx concluyó sus reflexiones sobre el tema aseverando con firmeza que “la teoría se puede realizar en un pueblo solo en la medida en que constituya la realización de las necesidades de ese pueblo”.323

No hace falta decirlo, la teoría no puede llegar hasta el pueblo en cuestión nada más gracias a los libros, ni en verdad dirigiéndo-se simplemente, aunque sea con la mejor de las intenciones, a una multitud ocasional de individuos. El pensamiento radical no puede tener éxito en su mandato de cambiar la conciencia social sin una articulación organizacional adecuada. Para el éxito de la empresa transformadora es esencial que haya una organización coherente, que proporcione el marco históricamente en desarrollo del inter-cambio entre las necesidades del pueblo y las ideas estratégicas de su realización. De manera que no resultó en nada sorprendente que Marx y su cercano compañero Engels, se unieran como jóvenes in-telectuales revolucionarios al movimiento social más radical de su tiempo y fuesen responsables de la escritura del Manifiesto Comu-nista que propugnaba la requerida intervención organizada incon-dicional en el proceso histórico global en desenvolvimiento.

322 Ibid.

323 Ibid.

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Era esencial también tener una idea clara de la orientación estra-tégica de la conciencia en desarrollo, es decir, su enfoque necesario sin el cual ella se podría desviar de la realización de su tarea histó-rica. Por eso Marx dio un paso más para afirmar que la “conciencia comunista” propugnada solo sería capaz de cumplir su mandato histórico si se constituía en “la conciencia de la necesidad de una revolución fundamental”.324

Más aún, una consideración igualmente importante concernía al aspecto de la amplitud con la que esa conciencia comunista debía ser difundida en la sociedad, a fin de establecer la oportunidad de someter a su adversario, junto con el tema colateral de las condicio-nes de su difusión, aún faltantes bajo las circunstancias prevale-cientes, dado el prolongado acondicionamiento histórico del pueblo involucrado, que actuaba en contra de la adopción a gran escala de la conciencia comunista. Porque las tentaciones en última instancia autoderrotistas del vanguardismo elitesco no tuvieron su origen en tiempos recientes. Ya eran prominentes mucho antes de los días de Marx. Esto se aplicaba no solo a la ignorancia de la interrogante de “¿cómo están educados los propios educadores?” —que supone cierto tipo de “derecho de cuna” o superioridad ex officio de los “educadores” autodesignados— sino en términos más generales: al aspecto vital de la toma de decisiones, que excluye a las grandes masas del pueblo. Además, dichas concepciones elitescas estaban siempre condenadas a la futilidad y el fracaso porque sin la movili-zación de las grandes masas del pueblo no había esperanza de éxito contra la abrumadora ventaja del capital bajo las condiciones histó-ricas prevalecientes.

En oposición a todas las tergiversaciones elitescas concebibles del desafío, de las cuales hemos visto varias representaciones da-ñinas en el pasado, Marx enfatizaba de la manera más clara posible que

En cuanto a la producción en escala de masas de esa conciencia comunista, y en cuanto al éxito de la causa misma, es necesario

324 Marx y Engels, Collected Works, vol. 5, p. 52.

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cambiar a los seres humanos en escala de masas, un cambio que solo puede darse en un movimiento práctico, una revolución; la revolución es necesaria, por consiguiente, no solamente porque la clase domi-nante no puede ser derrocada de ninguna otra manera, sino además porque la clase que la derroque solo en una revolución podría sacu-dirse de toda la basura del pasado y volverse apta para fundar una sociedad nueva. 325

Esas consideraciones continúan siendo válidas también para el presente y el futuro. El vanguardismo sectario jamás podría dar la talla ante la magnitud de la tarea histórica que implica no solo la constitución de un movimiento de masas revolucionario capaz de superar con éxito a su adversario, sino además y al mismo tiem-po “sacudirse” de la basura paralizante del pasado, y volverse así apto para fundar una sociedad nueva. Por eso Marx contrastaba la necesidad de una conciencia de masas comunista con el “ideal abstracto al cual supuestamente el pueblo debe amoldarse”. Estu-viesen o no conscientes de ello los propugnadores de esos enfoques, el vanguardismo sectario fue siempre —y jamás podrá ser alguna otra cosa— precisamente el intento de imponerles a las grandes ma-sas del pueblo el ideal abstracto que Marx criticaba, mientras des-cartaban arrogantemente, o al menos ingenuamente, la alternativa válida de la conciencia de masas comunista como “populismo” o algo por el estilo. Y el “ideal abstracto” del sectarismo vanguardis-ta impuesto desde afuera no podría ser considerado menos dañino solo porque algunos de sus solícitos propugnadores tuviesen la in-tención personal de adecuarse a él.

Paradójicamente, en algunos períodos del siglo XX “la rea-lidad misma luchaba por convertirse en pensamiento”, para emplear la expresión de Marx, pero el “pensamiento” —que debía estar incorporado en las estrategias sociales y políticas viables de la transformación radical requerida, junto con sus articulaciones or-ganizacionales correspondientes— no estaba listo para el desafío. A fin de contrarrestar la posibilidad de dejar de aprovechar las con-diciones favorables que aparecían en medio de la crisis estructural

325 Ibid., pp. 52-53.

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del capital cada vez más profunda, hay que recordar dos aspectos de primordial importancia. Respecto a ambas resulta de máxima importancia el papel de la educación, como el tan necesitado de-sarrollo de la conciencia socialista sin el cual incluso la grave cri-sis estructural del orden metabólico social del capital dista mucho de ser suficiente para activar el proceso de “fundar una sociedad nueva”.

El primero atañe a la necesaria transición del orden dominante hacia la sociedad históricamente sustentable del futuro. Como ya hemos visto, el orden metabólico social del capital hoy firmemente atrincherado se caracteriza por la dominación del contravalor —es decir, por la connotación positiva que perniciosamente se les da a el despilfarro y la destrucción— que acarrea la degradación de la “educación” a un condicionamiento conformista del pueblo, que debe “interiorizar” los requerimientos suicidamente destructivos del sistema del capital, en un espíritu amoldado al mantenimiento y expansión del contravalor. En este sentido, encaminarse hacia el nuevo orden metabólico social, en la sociedad transicional, resul-ta inseparable de la necesidad de vencer el ethos social heredado del orden reproductivo del capital. Solamente a través de la educa-ción concebida como la autoeducación radical de los individuos sociales, en el transcurso de su “cambio que solo puede darse en un movimiento práctico, una revolución”, tan solo en ese proceso pueden los individuos sociales convertirse simultáneamente en edu-cadores y educandos. Es esa la única manera concebible de superar la dicotomía conservadora de todas las concepciones elitescas que dividen a la sociedad en los muy selectos “educadores” misteriosa-mente superiores y el resto de la sociedad resignada a su posición permanentemente subordinada de “los educandos”, como lo realzó Marx. Al respecto debemos tener siempre en mente que el propug-nado “cambiar al pueblo para que se vuelva apto para fundar una sociedad nueva” solo resulta factible a través del desarrollo de una “conciencia de masas comunista” que abarque a la inmensa ma-yoría de la sociedad.

Ese desarrollo tiene lugar en una sociedad transicional con sus características dadas que no se pueden borrar del mapa a fin

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de amoldarse a algún supuesto futuro idealizado. Las palancas para la mediación realmente a la mano —las mediaciones326 prác-ticas identificables entre el presente y el futuro sustentable— son las únicas maneras y medios gracias a los cuales los principios orientadores generales de la transformación socialista pueden ser convertidos en fuerzas operativas, reforzando cada vez más las po-tencialidades positivas percibidas y reduciendo el poder de los cons-tituyentes negativos heredados. Porque el éxito de ese proceso tiene que depender obligatoriamente de la dialéctica práctica del cambio y la continuidad, mediante la consolidación de las potencialidades y logros positivos como el basamento necesario sobre el cual resulte posible construir en adelante. Naturalmente, la manera apropiada de echar mano de las palancas mediadoras a la disposición en una sociedad transicional incluye la adaptación a nuestro propio plan de las aspiraciones progresistas del pasado más lejano —como vi-mos antes con referencia a los ideales educativos irrealizados de los grandes pensadores de la Ilustración— y recrear así una prolongada continuidad histórica de la cual el capital es enemigo absoluto en la presente etapa de su crisis sistémica. La transición exitosa cons-tituye un proceso histórico vital, que se desenvuelve dentro de la dialéctica permanente de la continuidad y el cambio. Si se abandona cualquiera de los dos constituyentes dialécticos de dicho proceso, por no hablar de la supresión de ambos, no podemos más que des-truir la historia, como se empeña en hacerlo el capital hoy día. El papel autónomo de la educación autoeducadora para asir y adaptar adecuadamente las palancas mediadoras de la sociedad transicional es el necesario constructor de la continuidad positiva. Es historia viviente, en desenvolvimiento hacia el futuro escogido, y al mismo tiempo la manera consciente de los individuos sociales de vivir su propia historia en el difícil período de transición.

El segundo punto de importancia primordial antes indicado con-cierne al desafío internacional que tenemos por delante. Porque

326 En términos filosóficos la categoría de mediación adquiere una impor-tancia particularmente grande en el período histórico de la transición hacia el nuevo orden social.

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nadie puede negar con seriedad que el culto del localismo —desde el ingenuo romanticismo de “lo pequeño es bello” hasta la consig-na autoderrotista y parcializada, si bien retóricamente atractiva, de “pensar globalmente, actuar localmente”— resulta ser totalmente impotente contra los recursos globales de dominación y destruc-ción del capital. Al mismo tiempo, es también muy difícil negar que los intentos del pasado de contrarrestar organizacionalmente el po-der global del capital con la fuerza del internacionalismo socialista no estuvo a la altura de sus objetivos declarados. Una de las razones principales del fracaso de las Internacionales radicales fue su tan irrealista —aunque históricamente condicionada— presuposición de la unidad doctrinaria como punto de partida y necesario modo de operación, y su intento de aplicación en una variedad de moda-lidades autoderrotistas, que conducían a los descarrilamientos y el derrumbe final. Rectificar a conciencia ese problema, de acuerdo con los requerimientos y las potencialidades de nuestro tiempo his-tórico, representa un desafío de primera magnitud para el futuro.

Por otra parte, la dominación ideológica del capital en el esce-nario internacional se vio sólidamente apoyada por la cultura de la desigualdad sustantiva. Ésta promovió el mito al servicio de sí mismo de las “naciones de la historia universal” —un puña-do de países capitalistamente poderosos que llegaron a la domina-ción bajo determinadas circunstancias históricas— a expensas de las naciones más pequeñas presuntamente destinadas a estar su-bordinadas para siempre a los países “de la historia universal”. Esta visión elevó, en ejercicio de filosofía abstracta, una obvia contin-gencia histórica al encumbrado estatus de necesidad ontológica apriorística, para culminar en la ya citada conseja según la cual las “naciones de la historia universal” de Europa representaban “abso-lutamente el fin de la historia”. De esa manera el totalmente injusti-ficable sistema de dominación y subordinación estructural quedaba justificado a través del acto de travestismo especulativo de la rela-ción de fuerzas, contingentemente establecida pero históricamente cambiable, en la supuesta permanencia de la desigualdad sustantiva.

El papel de la educación es crucial en este respecto. Porque, por una parte, es necesario poner a la luz —mediante el poder

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demistificador de la educación socialista— el carácter apologético de la cultura por tanto tiempo establecida de la desigualdad sus-tantiva, en todas sus formas, a fin de poner más cercana la realiza-ción de la única relación humana permanentemente sustentable de la igualdad sustantiva en el orden global históricamente cambian-te. Y, por otra parte, la intervención positiva de la educación en la construcción de las vías para contrarrestar exitosamente la domina-ción global del capital, mediante el establecimiento de las formas de solidaridad socialista organizacionalmente viables, es vital para darle respuesta al gran desafío internacional de nuestro tiem-po histórico.

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Capítulo 10: ¿Por qué socialismo?

El tiempo histórico y la actualidad del cambio radical En su contribución al primer número de Monthly Review, allá

por 1949, Einstein formuló la pregunta ¿por qué socialismo?, y su-brayó enérgicamente en su respuesta que “la sociedad humana está pasando por una crisis, su estabilidad se ha visto seriamente que-brantada”. Insistió en que los riesgos por enfrentar eran en verdad muy altos en nuestro orden social globalmente entrelazado porque “no es nada exagerado decir que la humanidad constituye hoy una comunidad planetaria de producción y consumo”. Tampoco que-ría él menospreciar los problemas que había que encarar en el futu-ro. Por el contrario, señaló con lúcido sentido de la responsabilidad que “la realización del socialismo requiere de la solución de algu-nos problemas sociopolíticos extremadamente difíciles”. Y conclu-yó su razonamiento con estas palabras: “La claridad acerca de las metas y los problemas del socialismo es de suma importancia en nuestra época de transición”.327

Desde el tiempo en que esas palabras fueron escritas, hace casi sesenta años, la crisis a la que se refería Einstein se ha vuelto mucho mayor: una auténtica crisis estructural de todo nuestro sistema de reproducción social. Además, nadie querría negar en nuestros días que tenemos que preocuparnos por la compleja situación compro-metida de un orden planetario, aunque el término de moda para las tendencias de desarrollo actuales de ese orden —empleado a me-nudo como subterfugio en provecho propio— sea “globalización”. Más aún, con el derrumbe del sistema de tipo soviético a mediados de la década de los 80, con penosas repercusiones para incontables millones, la opinión de Einstein de que “la realización del socia-

327 Albert Einstein, “Por qué socialismo”, Monthly Review, mayo de 1949.

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lismo requiere de la solución de algunos problemas sociopolíticos extremadamente difíciles” ha adquirido un dramático realce.

Así, más que nunca antes, nuestra época de transición necesita hallarles una solución históricamente viable a sus contradicciones y sus confrontaciones devastadoras, a fin de remediar su estabilidad gravemente quebrantada por los antagonismos que originaron dos asoladoras guerras mundiales en el siglo XX y presagian la total destrucción de la humanidad si se llega a dar una tercera. Tan solo los defensores del orden establecido más incondicionales podrían sostener que todo puede seguir marchando indefinidamente como hemos visto hasta ahora. Por lo tanto, ante la crisis estructural cada vez más honda del orden metabólico social del capital, la pregun-ta de “¿por qué socialismo?” puede —y debe— ser formulada de nuevo.

¿Por qué socialismo, entonces? En primer lugar porque el capital es por naturaleza propia incapaz de abordar los peligrosos proble-mas de su crisis estructural. El sistema del capital tiene un carácter eminentemente —e incluso únicamente— histórico. Sin embar-go, sus personificaciones se niegan a admitirlo, con la intención de eternizar el dominio de su modo de control sociorreproductivo, a pesar de los peligros ya demasiado obvios incluso respecto a la des-trucción de la naturaleza, y las innegables implicaciones de esa des-trucción para la propia supervivencia humana.

La dificultad insuperable en este particular es que el sistema del capital, como modo de control sociorreproductivo, tiene que seguir a toda costa su propia lógica, que se corresponde con sus determi-naciones estructurales objetivas. La tendencia autoexpansionista del capital no puede refrenarse en virtud de ninguna consideración humana nada más porque esta pueda parecer más digerible moral-mente, como nos quieren hacer creer los mitos autocreados del “ca-pitalismo caritativo” y el “capitalismo del pueblo”. Por el contrario, la lógica del capital se caracteriza por su destructividad al servi-cio de sí mismo, ya que todo lo que se atraviese en el camino de la implacable tendencia expansionista del sistema tiene que ser echa-do a un lado, y hasta aplastado de ser necesario, como siempre ha sido. De otro modo el capital se dirigiría rápidamente a un alto en su

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avance autoexpansionista, y pronto se derrumbaría también como modo de control metabólico social.

Que se haga valer apenas bajo las circunstancias históricas ac-tuales de la crisis estructural del sistema no constituye ninguna no-vedad. Más bien todo lo contrario. Nos enfrentamos a las peligrosas condiciones de la crisis estructural del capital porque esa forma de control metabólico social ya no está en posición de desplazar con éxito sus contradicciones y antagonismos inherentes sin acti-var al mismo tiempo los límites intraspasables del propio sistema. Esta situación comprometida está en abierta contradicción con la capacidad que tenía el capital en el pasado, en la fase de ascenso del desarrollo del sistema, para invadirlo todo y vencer con relativa fa-cilidad los obstáculos que se le presentasen en el camino.

Dadas las limitaciones objetivas de nuestro hogar planetario y las fuerzas en competencia antagónica por sus recursos, la manera acostumbrada del capital de someterlo todo sin misericordia tenía que convertirse de hecho en un intento cada vez más problemático de desplazar las contradicciones que se generan constantemente y en creciente escala. En el siglo XX el desplazamiento en definitiva insostenible de las contradicciones incluyó la extrema destructivi-dad de las dos guerras mundiales ya mencionadas, con las impli-caciones fatalmente prohibitivas de una potencial Tercera Guerra Mundial. Es obvio, sin embargo, que una vez que la posibilidad de ese desplazamiento destructivo en una escala global apropiada haya sido anulada, las contradicciones y antagonismos sistémicos ten-drán que intensificarse, acarreando la crisis estructural insuperable del sistema en su totalidad.

Sin duda, la ausencia de consideraciones humanas por parte de la implacable tendencia autoexpansionista del capital quedó en evi-dencia incluso desde la época de los primeros desarrollos capitalis-tas, como lo demostró abundantemente la sangrienta historia de la llamada “acumulación primitiva”. En Inglaterra, por ejemplo, nada más bajo el reinado de Enrique VIII fueron exterminados 72.000 seres humanos considerados “vagos” y “vagabundos” —como “excedentes de la demanda”— después de haber sido privados de su antiguo medio de vida dependiente de las tierras comunales

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expropiadas para fines de la lucrativa cría de ovejas. Por esa razón sir Tomás Moro expuso con mordaz ironía las condiciones inhuma-nas bajo las que “las ovejas se están comiendo a los hombres”328 al rentable servicio de la producción de lana.

Nadie debería hacerse la ilusión de que, bajo las condiciones agravantes de la crisis estructural del orden establecido, el capital pudiese asumir una actitud diferente respecto al impacto humano de su implacable autoafirmación. El hecho lamentable es que, sin importar todas las promesas autojustificativas, hasta el presente el capital no ha podido satisfacer ni siquiera los requerimientos más elementales de la inmensa mayoría de la humanidad. Por consi-guiente, el gran desafío para el futuro es cómo superar de una mane-ra positiva las determinaciones sistémicas del capital, que siempre le han impuesto a la sociedad su tendencia autoexpansionista adver-sarial, sin consideración alguna por las consecuencias humanas. Es por eso que el socialismo está en la agenda histórica como la alter-nativa radical al dominio del capital sobre la sociedad.

10.1. Las determinaciones conflictivas del tiempo

10.1.1Cuando enfocamos la cuestión del tiempo en la presente coyun-

tura de la historia, la principal consideración respecto a los reque-rimientos de un orden social sustentable históricamente no puede ser otra que la superación radical de la adversariedad destructiva del capital. Ésta fue descrita por Kant como “el antagonismo de los hombres en la sociedad”, surgido supuestamente de la incorregible “sociabilidad asocial” de su naturaleza humana, como lo vimos en el Capítulo 1. Nuestro obligado rechazo de la cláusula de contin-gencia circular de la “naturaleza humana” —porque ella no explica absolutamente nada por sí sola y, en cambio, nos condena a no hacer algo acerca de la situación que se critica— no puede ser más que el punto de partida. Además, la lucha contra la adversariedad destruc-

328 Ver Utopía, de sir Tomás Moro, publicada en 1516.

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tiva del capital no puede constituir por sí misma más que el lado ne-gativo de la tarea histórica.

La verdad del asunto es que la ineludible negación de la adver-sariedad del capital no podría tener éxito si no está complementada por el lado positivo de la misma empresa. Y eso implica la creati-va armonización del tiempo de los individuos sociales con el tiem-po histórico ilimitado de la humanidad. Porque a menos que sea genuinamente ilimitado el “tiempo histórico” no tendrá nada de histórico.

Esta visión contrasta abiertamente con la temporalidad arbitra-riamente cerrada del “eterno presente” que se supone caracteriza a la “actualidad racional” del orden establecido, como lo postula-ra Hegel. Nada podría justificar la racionalización especulativa del presente eternizado del capital. Cualquier intento en ese sentido no equivaldría a otra cosa que un apoyo incondicional a la perpetua-ción de la actualidad irracional de un orden social insustentable —estructuralmente de suma injusticia e incorregiblemente antago-nístico— aunque el fin del tiempo histórico hegeliano sea presen-tado por el gran filósofo alemán con un tono de resignación anuente.

La necesaria armonización del tiempo histórico a la que nos referimos aquí significa en primer lugar la adopción de las poten-cialidades positivas objetivamente factibles de la humanidad, por parte de los individuos sociales como los principios y valores orien-tadores de su propia actividad de vida, en oposición a los contra-valores impuestos de modo determinista del capital. Naturalmente, eso resulta concebible solo sobre la base de estrategias sociales y objetivos sociales escogidos a conciencia, que surjan de los desafíos históricamente determinados de los grupos sociales a los que per-tenecen los individuos en particular. Pero su estar conscientes de la humanidad amenazada constituye un requerimiento obligatorio de su autodefinición en nuestro tiempo. Sin ello al horizonte gene-ral de su difícil trance histórico percibido —que atañe de manera directa precisamente a sus acciones como individuos sociales cons-cientes— le estaría faltando una dimensión sumamente vital. Como lo planteó Attila József en su gran poema que escogimos como epí-grafe de este libro:

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la materia real nos ha creado,echándonos hirvientes y violentos,en los moldes de estasociedad terrible,para afincarnos, por la humanidad,en el eterno suelo.329

Más aún, como József lo puso de relieve en el mismo poema, los individuos sociales llamados hoy día a plantar posición en pro de la humanidad deben hacerlo en plena conciencia de la necesidad de observar las leyes objetivamente obligatorias que pueden garanti-zar el continuado desarrollo histórico de la especie humana. Porque solo como “fieles oidores de las leyes”330 podrán ellos prevalecer en contra de las tendencias en peligroso avance de la actual autofir-mación del capital, que presagian la degradación y la destrucción de la naturaleza. Es por eso que —en un poema escrito ya en 1933 con gran capacidad de anticipación— los dos versos finales de la estro-fa vinculan directamente “afincarnos, por la humanidad” con el respeto vital por el piso natural irremplazable de la propia existen-cia humana, indicado por las palabras “en el eterno suelo”, donde tendremos que afincar la humanidad.

La exigencia es inseparable, además, de la necesidad de tener un profundo respeto por los que constituyen los valores positivos del progreso histórico de la humanidad. Porque éstos deben ser ob-servados en el espíritu de la relación dialéctica entre continuidad y cambio. En otras palabras, la exigencia en cuestión significa la comprensión, y la defensa, de la continuidad en el cambio social-mente viable y significativa, y el cambio en la continuidad histó-ricamente apropiado y sustentable. Para citar los versos que siguen inmediatamente a “en el eterno suelo” en el poema de József:

329 Attila József, “A város peremén” (En las márgenes de la ciudad), 1933. Traducción de Fayad Jamís.

330 Por Fayad Jamís.

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Tras los sacerdotes, los soldados y los burgueses,al fin nos hemos vuelto fielesoidores de las leyes:por eso el sentido de toda obra humanazumba en nosotroscomo el violón profundo.331

Es así como el tiempo de los individuos sociales que actúan a conciencia y el tiempo de la humanidad pueden ser reunidos bajo nuestra difícil situación histórica en peligro. Pero, por supuesto, tal armonización del tiempo de vida de los individuos y el tiempo his-tórico de la humanidad —en contraste con las dicotomías ontológi-camente insuperables proyectadas por la filosofía clásica alemana a través de su “sociabilidad asocial” supuesta a conveniencia, que se dice surgida directamente de su “naturaleza humana” fijada— no se puede dar por garantizada. Resulta factible solo si las determinacio-nes conflictuales del tiempo, bien reales y no postuladas de manera especulativa, que afectan profundamente el destino de la humani-dad —y con ello inevitablemente también la vida de la totalidad de los individuos— son resueltas a favor de un orden social histórica-mente sustentable al superar exitosamente las tendencias tan obvia-mente destructivas del capital en nuestro tiempo.

10.1.2 Sin duda, las determinaciones objetivamente conflictuales del

tiempo son inseparables de la naturaleza de las fuerzas sociales que compiten en el escenario histórico, oponiéndose entre sí sobre la base de sus intereses y antagonismos socialmente constituidos. Józ-sef no se hacía ilusiones de que un llamado directo a la conciencia individual pudiese aportar la solución requerida para sus conflic-tos. Se daba perfecta cuenta de que la percepción del tiempo histó-rico que tienen los individuos surge de la posición que ellos ocupan —no simplemente por nacimiento, sino a través de su autodefini-ción más o menos conscientemente renovada— en relación con las

331 Attila József, “Szocialisták” (Socialistas), 1931.

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alternativas hegemónicas fundamentales del orden social estableci-do. Por lo tanto no es posible concebir una solución verdaderamen-te factible sin las confrontaciones que involucran a las principales fuerzas sociales como portadoras de las alternativas históricas de la época efectivamente disponibles, o bien ya del todo articuladas y afincadas, o todavía en proceso de emerger y potencialmente pre-valecer. Y esa determinación ocasiona una diferencia significativa en términos de la actitud de los individuos para con el tiempo his-tórico, junto con su autodefinición contrastante en términos de las acciones orientadas a la transformación emancipadora de la socie-dad o, de lo contrario, hacia la preservación del orden establecido. Como lo expone József en un poema anterior:

El tiempo está levantando la niebla, y podemos divisar mejor nuestra cima.El tiempo está levantando la niebla,lo hemos puesto de nuestra parte,lo hemos puesto de nuestro lado en la lucha, con nuestras reservas de miseria.332

Los defensores del orden establecido, armados también con poderosos generadores de niebla, hacen todo lo que pueden para mistificar a su adversario histórico negando las determinaciones conflictuales del tiempo. Sin embargo, “el tiempo está levantando la niebla”, gracias a la irreprimible lucha contra la desigualdad y la miseria estructuralmente impuestas, sin importar cuán cínicamente mientan los ideólogos del orden dominante acerca de la pretendida eliminación exitosa de los intereses y antagonismos sociales fun-damentales en su “mundo moderno” típicamente indefinido. Han estado predicando desvergonzadamente por mucho más de un siglo que “las clases se están fusionando unas con otras” y que “todos nos estamos volviendo de clase media”. Pero —en medio del cre-cimiento cada vez más obvio de la desigualdad y la explotación que

332 Attila József, “Szocialisták” (Socialistas), 1931.

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afectan directamente a la inmensa mayoría de la humanidad— ellos evadían y continúan evadiendo calculadamente responder a la pre-gunta ¿la media de qué? Para ellos la historia ya ha sido conducida hasta su feliz conclusión, y por consiguiente no puede quedar nin-guna disputa significativa, ni mucho menos confrontación objetiva con fundamento social, acerca del tiempo histórico.

La línea de demarcación básica en relación con el tiempo está trazada entre quienes quieren eternizar el modo de reproducción metabólica social establecido, a pesar de su creciente destructividad y los que tendrán que instituir y convertir en humanamente grati-ficadora a su necesaria alternativa radical en una escala históri-camente sustentable. Por lo tanto los riesgos son verdaderamente epocales/históricos, y excluyen la posibilidad de resolver los anta-gonismos estructurales del sistema del capital remendando por aquí y por allá el orden existente. Eso ya fue intentado y totalmente fra-casado a lo largo de más de un siglo de promesas “reformistas”.

La actitud de los apologistas del dominio del capital sobre la so-ciedad es la de negar la pertinencia del tiempo histórico en sí —es decir, como un conjunto de determinaciones temporales claramente identificables y objetivamente enfrentables— respecto a nuestros problemas. Tratan de hacerlo en una cantidad de maneras dife-rentes, y no solo proyectando de vuelta al pasado las relaciones de intercambio de la sociedad mercantil, para así poder prever con mu-cha mayor facilidad su eterna persistencia en un futuro inalterable.

Quizá su enfoque más revelador en este respecto sea el intento de convertir a las determinaciones temporales históricas —y los correspondientes desarrollos sociales— en determinaciones natu-rales ficticias. Parecen estar convencidos de que al argumentar de esa manera se puede proclamar con seguridad que las jerarquías estructurales de la sociedad, históricamente creadas —e histórica-mente cambiables— son obra predeterminada y positiva y legítima-mente inalterable de la naturaleza misma. Gracias a ese tipo de treta del razonamiento los intereses sociales más reaccionarios pueden ser defendidos, y hasta ensalzados retorcidamente, exonerándolos de todo escrutinio histórico a cuenta de haber sido sancionados para siempre por la naturaleza.

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Para poner un ejemplo elocuente, el hecho de la diversidad (o diferencia) en la naturaleza —incluida la diversidad socialmente discriminatoria, obvia pero en modo alguno automática, entre los seres humanos— es utilizado como la justificación eterna falsa-mente decretada de la desigualdad estructuralmente arraigada del orden social prevaleciente. Así, los apologistas del sistema re-productivo dominante no vacilan en hacer equivaler, con intención cínicamente conservadora, al concepto neutral de diversidad con las condiciones de dominación y subordinación estructurales, creadas socialmente y totalmente injustificables. Al mismo tiempo, y por la misma razón, condenan desdeñosamente cualquier intento dirigido a desafiar y cambiar las condiciones establecidas de des-igualdad y discriminación atroces, como nada más que una vulgar “conseja sobre la igualdad”,333 como si esos intentos representa-sen alguna afrenta imperdonable contra la naturaleza. Es así como justifican lo injustificable con su violación de la lógica de inspira-ción conservadora.

Naturalmente, las fuerzas conservadoras aquí mencionadas no son simplemente las organizaciones formales que —en aras de un rótulo político a la mano— convenientemente se dan a sí mismas ese nombre. Las autodenominaciones de ese tipo pueden cambiar con facilidad según la dirección en que sople el viento político, camino al ajuste de las respectivas posiciones de los partidos establecidos en sus esfuerzos por sacarle provecho a las cambiantes oportunidades parlamentarias, por ejemplo. Esa manera de proceder de los par-tidos conservadores tradicionales la podemos presenciar por igual en el bando pretendidamente “progresista” de las transformaciones políticas parlamentarias. A través de esos cambios hemos llegado a una situación en la que algunos partidos de la izquierda, antigua-mente de orientación reformista, se vuelven indistinguibles de los partidos conservadores de vieja data de la derecha, o se atrincheran

333 Acerca de esto ver la observación del profesor Jay Forrester —la figura principal tras los esfuerzos propagandísticos del “Club de Roma” tan pro-mocionados por la red de intereses creados— citada en el Capítulo 9.5.2.

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cada vez más en posiciones irremisiblemente conservadoras, aban-donando más o menos abiertamente incluso sus pretensiones de la posguerra de reformar el sistema social. La metamorfosis del Parti-do Laborista inglés en el “Nuevo Laborismo” de Tony Blair consti-tuye un buen ejemplo de ese tipo de desarrollo.

Sin embargo, esos cambios políticos coyunturales revelan muy poco, si acaso, de las determinaciones conflictuales del tiempo his-tórico, porque no tienen nada que ver con las alternativas hegemó-nicas fundamentales de nuestro difícil trance histórico actual. En efecto, los programas políticos que se anunció que iban a cambiar el orden social mediante ajustes reformistas —desde la propug-nación por parte de Edward Bernstein del “socialismo evolutivo” hasta sus imitaciones cada vez más dudosas por todas partes— ja-más fueron articulados teóricamente, ni mucho menos intentados en la práctica, como la necesaria alternativa hegemónica al modo de reproducción metabólica social establecido. Por el contrario, to-dos ellos adoptaron como su principio inspirador fundamental la creencia —al principio ingenua pero luego cada vez más vacía— de que el único tipo de cambio factible tenía que ser estrictamente gradual ( “por cuentagotas”, “poco a poco”, etc.), y había de ser ins-tituido bien adentro de los límites del marco estructural del capital establecido. Cualquier cosa más radical que eso sería condenada y rechazada categóricamente como “cadalso dialéctico” marxista, en los notorios términos de Bernstein. No es de extrañar, entonces, que el laborismo socialdemócrata haya terminado en todas partes por abandonar incluso su tímido programa reformista, y se encuentre del mismo lado —y en algunos casos notorios hasta considerable-mente a la derecha— de su otrora adversario político conservador.

En realidad el sentido de conservador en verdad pertinente para el tiempo histórico está estrechamente vinculado con la cuestión de las alternativas hegemónicas actualmente existentes, independien-temente de los cambios políticos coyunturales. Ese significado está definido objetivamente por el hecho histórico de que una vez que el sistema del capital queda firmemente establecido (en el sentido de convertirse en el modo omniabarcante de reproducción social do-minante), el capital no puede evitar ser conservador en el sentido

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fundamental del término, y oponerse y combatir categóricamente a cualquier intento dirigido a la introducción de cambios importantes en la sociedad. A partir de ese punto solo son admisibles los ajus-tes marginales, y eso solo si sirven para fortalecer al sistema del capital.

El eslogan tan promocionado y sostenido de que “no hay alter-nativa” resulta fácilmente entendible sobre esa base. Del mismo modo como resulta bien entendible, pero por supuesto nada justi-ficable, el que según los “políticos por convicción” conservadores de nuestro tiempo, incluida la primera ministra Margaret Thatcher, la propugnación de un cambio estructural deba ser combatida con todo el poder del Estado capitalista como “el enemigo interno” (expresión que ella empleó durante su cruzada con conciencia de clase en contra de los mineros del carbón ingleses). Constituyó en-tonces una demostración muy elocuente del consenso perverso de las fuerzas políticas que se suponía estarían ubicadas en el bando progresista de la barricada parlamentaria, el que los mineros de car-bón ingleses que llevaban ya un año de acción huelgaria al final fue-ran derrotados gracias a la activa contribución del Partido Laborista a favor de la acción estatal represiva de Margaret Thatcher en contra de ellos. Y nadie debería sorprenderse ante eso. Porque cada vez que presenciamos incluso una remota posibilidad de confrontación hegemónica, los partidos políticos tradicionales —sean ellos con-servadores o laboristas— siempre se ubican en el mismo lado de la divisoria social, en contra de las fuerzas orientadas a la institución de la alternativa radical históricamente requerida.

Pero a pesar de todas esas circunstancias negativas y amolda-mientos políticos coyunturales, las determinaciones del tiempo histórico actualmente conflictuales no pueden ser eliminadas por la fuerza, ni, con toda certeza, se pueden convertir en la solución per-manente ilusoriamente indisputable de los antagonismos sociales hondamente arraigados y estructuralmente inconciliables. Porque así como las destructivas contradicciones de nuestro orden social establecido continúan intensificando —y ahora hasta el punto de amenazar directamente a la supervivencia misma de la propia espe-cie humana— la necesidad de instituir una alternativa hegemónica

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sustentable al modo de reproducción metabólica social del capital está destinada a permanecer en la agenda histórica.

10.1.3 El intento de confinar el tiempo histórico al territorio de lo “gra-

dual” y el “por cuentagotas”, para ajustarse a la prescripción apo-logética del capital del “poco a poco”, y esperar que tal proceder arroje los resultados perdurables del progreso social, constituyó siempre un absurdo teórico y una imposibilidad práctica. Porque la institución “gradual” y “por cuentagotas” del “poco a poco”, va-ciada de un apropiado marco de referencia amplio, carece de todo sentido. Y es así porque tal cosa resulta una total insensatez si no se concibe un marco estratégico, adecuadamente modificable a la luz de los desarrollos en marcha. Un marco estratégico firmemente orientado desde un comienzo hacia una transformación socialista radical.

Sabemos, por la amarga experiencia del movimiento laboral, que los añadidos graduales al resultado de algunas medidas parciales iniciales podrían acarrear fácilmente el desastre y la autoderro-ta, en vez de un grado mínimo de mejoramiento siquiera táctico, ya que con toda seguridad nunca estratégico. La propaganda de la “reforma paso a paso” tan promocionada en todas partes por el re-formismo del siglo XX no podía de hecho más que equivaler a la preservación, y hasta el fortalecimiento, del orden establecido.

La intención real tras esas estrategias “evolucionarias” —desde los inicios bernsteinianos a sus trasmutaciones más recientes— fue siempre la de desatar una campaña hostil en contra del “holismo”. O sea, en contra de todo intento que apuntase a la radical institución y consolidación de algunos muy necesitados cambios abarcantes en la sociedad. Característicamente, el resultado real de todo el enfo-que que alguna vez prometió la realización gradual del socialismo fue la flagrante derrota y la pérdida efectiva de los derechos civiles del movimiento de la clase trabajadora, a través de la capitulación sin condiciones de su representación política parlamentaria ante su adversario de clase.

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Dado el hecho de que el control metabólico del orden social no puede ser fragmentado y dividido entre las fuerzas que tiran en direcciones diametralmente opuestas, no es concebible que el capital —estructuralmente vinculado al trabajo pero a la vez con-frontado por este, como el sujeto de la transformación emancipa-dora y a raíz de ella el único modo alternativo de control social omniabarcante que será históricamente factible— vaya a entregarle “poco a poco” su poder hegemónico de reproducción autoexpansio-nista a su antagonista estructural. Especialmente en nuestro tiem-po, cuando los riesgos históricos vitales —en vista de los intereses creados del sistema del capital, profundamente arraigados y cada vez más destructivos— son mayores que nunca. Es por eso que las determinaciones conflictuales del tiempo histórico están planteadas de manera tal que el antagonismo entre las alternativas hegemó-nicas mutuamente excluyentes del capital y el trabajo tiene que ser resuelto en forma de o uno o el otro. Y ya tenemos una clara visión de las fatales implicaciones de su posible resolución a favor del in-sustentable orden metabólico social del capital. No existe fantasía reformista o engaño deliberado que pueda alterar o anular esas po-derosas determinaciones estructurales e históricas.

Por lo tanto, la única alternativa histórica viable a los intere-ses incurablemente conservadores que emanan directamente del modo de control metabólico social del capital, es la reestructura-ción revolucionaria del orden social en su totalidad. Las cambian-tes autodefiniciones políticas de “conservador” y “liberal” resultan completamente irrelevantes en este respecto. Hubo una vez en que el “liberalismo” y el “utilitarismo” fueron cambios sociales promi-sorios, mediante la “ilustración” de la mente del pueblo al que le estaba dirigido ese discurso. En su origen remoto el propio libera-lismo formaba parte del movimiento de la Ilustración. Sin embargo, el intento de reforma social de la Ilustración no pudo ser llevado adelante luego de que los antagonismos latentes en la heterogénea formación del “tercer Estado” salieron a la luz al terminar la Re-volución Francesa. Y en verdad tenían que salir a la luz a causa, precisamente, del no cumplimiento de las expectaciones prerrevo-lucionarias de los constituyentes más radicales del “tercer Estado”.

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Inevitablemente, entonces, el discurso liberal dirigido direc-tamente a la mente del “pueblo ilustrado” tenía que irse volviendo cada vez más problemático. Porque estaba sostenido sobre la premi-sa —y tenía que estarlo por razón de la pertenencia de clase de los destinatarios— de la preservación de las relaciones estructurales jerárquicas establecidas del orden social del capital. En verdad, a medida que los antagonismos continuaron agudizándose, esperar que se solucionasen gracias a la ilustración individual se tornó en algo totalmente irreal. Tan es así en efecto, que en la segunda mitad del siglo XX pudimos ser testigos de la transformación del liberalis-mo en neoliberalismo agresivo, y peor. Hoy resultaría sumamente difícil, si no imposible, distinguir entre los autodeclarados “neo-liberales” y “neoconservadores”. Especialmente en los Estados Unidos. Ambas obtusas orientaciones ideológicas están perfecta-mente felices de acompañar la temeraria estrategia aventurera del gobierno norteamericano que amenaza con el empleo preventivo de las armas nucleares en contra incluso de potencias no nuclea-res. Y de algún modo también en Europa, como lo veremos en la sección final de este capítulo, nos ha sido presentada recientemente, con toda seriedad, la influyente idea de imponerle al mundo un pre-sunto “imperialismo liberal”, justificando grotescamente seme-jante proyecto sobre la base de que solamente ese tipo de relación interestatal global podría satisfacer adecuadamente los requeri-mientos de las condiciones “posmodernas”.

No deberíamos olvidar que el horizonte del tiempo del impe-rialismo —actualmente la defensa abierta de un “imperialismo liberal” verbalmente digerible— fue siempre regresivo, retrógrado y violentamente reaccionario. Lo caracterizó el intento definitiva-mente insostenible de interferir de manera permanente con el tiempo histórico. Tan solo los sujetos dominantes del imperialismo de las grandes potencias alternaban entre ellos, de acuerdo con la relación de fuerzas cambiante periódicamente —debido a la diná-mica interna del desarrollo comparativo de los actores principales y al resultado de las enormes confrontaciones militares en las que se involucraban de manera periódica— pero no con su orientación. A través de sus confrontaciones militares trataban no solo de obtener

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ventajas relativas para sí mismos, sino intentaban simultáneamente también revertir las tendencias objetivas del desarrollo histórico que apuntaban a una creciente intensificación de los antagonismos internos e internacionales y al desenvolvimiento de la insuperable crisis estructural del sistema del capital. A lo largo de la historia del imperialismo moderno, que duró casi un siglo y medio, los actores principales se caracterizaron siempre por la aplicación implacable del contravalor destructivo. Ignoraron o desafiaron deliberada-mente las consecuencias más peligrosas, haciendo caso omiso de las implicaciones generadoras de antagonismos de las dos horroro-sas guerras mundiales que sufrimos en el siglo XX.

Todo eso casaba muy bien con el más profundo interés clasis-ta del capital en imposibilitar que se autoafirmase una alternativa hegemónica al orden metabólico social establecido. Y el indudable éxito obtenido por el capital en ese particular no se hubiese podido dar en modo alguno sin la reveladora complicidad de las fuerzas reformistas del laborismo, que adoptaron “el camino más fácil” en lugar de dedicarse a la tarea histórica mucho más difícil de rees-tructurar radicalmente el sistema social establecido. En ese sentido no hubo nada de accidental en el hecho de que las fuerzas organiza-das del reformismo socialdemócrata alemán capitulasen de manera humillante ante su adversario de clase al comienzo mismo de la Pri-mera Guerra Mundial, poco después de haber prometido la realiza-ción del “socialismo evolutivo”.

Y hoy día los riesgos históricos son incomparablemente mayo-res incluso que en las dos guerras mundiales. La crisis estructural del sistema del capital se va haciendo más profunda, y exige una solución históricamente viable. Pero la estrategia que espera su so-lución, y el establecimiento de un “nuevo orden mundial” estable, propugnando en serio, y ciertamente pretendiendo su justificación moral, el empleo de armas nucleares en contra de potencias no nu-cleares, como lo hacen actualmente los voceros del imperialismo hegemónico global, es la culminación de la insania, incluso si lo comparamos con Hitler.

Es así como hemos llegado a una etapa crítica en el desarrollo humano, cuando la cuestión ya no es la paradójica y especulativa

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clausura filosófica de la historia, como lo vimos con referencia a He-gel. Porque ahora nos enfrentamos al agudo peligro de la finaliza-ción de toda la historia humana; por medios militares o mediante la destrucción ecológica global, o ciertamente gracias a una com-binación de ambas cosas. Es esa la única manera como el capital puede realmente ponerle fin al tiempo histórico, temerariamente en sintonía con su negación de la historia a partir del final de la fase ascendente de su desarrollo sistémico.

10.1.4 El trabajo, como el único sujeto social factible de la transfor-

mación emancipadora, no puede cumplir su deber sin mantenerse siempre profundamente comprometido con una concepción abier-ta de la historia. En ese respecto no pueden existir acomodos ni excusas, en abierto contraste con lo que hasta ahora hemos expe-rimentado —aunado a una variedad de justificaciones igualmente insostenibles— en el pasado; desde el antiguo reformismo social-demócrata al dogmático voluntarismo estalinista, y desde el “gran compromiso histórico”, decididamente derrotista, del Partido Co-munista Italiano a la capitulación de Gorbachov ante el cierre de la historia capitalista.

Estar comprometido con la apertura radical de la historia no significa, por supuesto, que el proyecto socialista de intervención consciente en el proceso histórico en marcha pueda ser puesto “a fuego muy bajo”, hasta que “surjan condiciones más favorables” y se solucionen nuestros problemas. Dada la destructividad siempre en ascenso del sistema del capital en nuestro tiempo, esas condicio-nes ilusamente supuestas que favorecerían a la alternativa socialista no podrán jamás simplemente “surgir”. El trabajo, como antago-nista hegemónico del capital, tiene que conquistarlas y defender-las de las fuerzas retrógradas, bajo las condiciones indudablemente difíciles existentes, no importa cuán desfavorables puedan parecer por el momento.

Lo que resulta absolutamente cierto es que el capital, como el controlador inflexible de todo el proceso de la reproducción so-cial, no puede ser propenso a cumplir por las buenas ni siquiera los

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compromisos tácticos forzados por las coyunturas y que, según la evidencia histórica, siempre romperá a la primera oportunidad que se le presente. Naturalmente, el capital sería menos propenso aún a cumplir con su propia cuota de cualquier compromiso histórico adquirido: creer otra cosa resultaría absolutamente iluso. Por con-siguiente, los representantes de la izquierda que piensan y actúan así se comprometen ellos solos. Porque nos las vemos aquí con un principio mutuamente excluyente de importancia vital, y no con una conveniencia mutua marginal sobre cuya base se logren com-promisos factibles y legítimos. Como Marx lo subrayó enérgica-mente ya en los tiempos de su Crítica del Programa de Gotha, “los principios no se negocian”.

El lúcido reconocimiento de las restricciones objetivas no tiene por qué significar una rendición incondicional, al contrario de la manera como Gorbachov y sus apoyantes accedieron a ella bajo la excusa autojustificativa de la “perestroika”, sin ningún plan estraté-gico para instituir y consolidar el tan necesario orden social alter-nativo. No hace falta decirlo, la reestructuración radical de nuestro modo de reproducción social constituye una condición esencial. Pero dicha reestructuración solo puede tener éxito si se le procura sobre la base de principios mantenidos con firmeza. De lo contrario, como ocurrió con Gorbachov, el deplorable resultado será quedar atrapados en el callejón sin salida de la restauración capitalista, le-gitimado por el decreto arbitrario de “la igualdad de todos los tipos de propiedad”: es decir, en español claro y directo, la restauración jurídica de los derechos de la propiedad privada capitalista.

En un epígrafe de la Parte Dos de Más allá del capital —titula-da “Ruptura radical y transición en la herencia marxiana”— cité un pasaje de la obra autobiográfica de Goethe, Dichtung und Wahr-heit, a fin de ilustrar una constricción histórica inescapable de nues-tro tiempo. El pasaje en cuestión rezaba así:

En Frankfurt, como en la mayoría de las ciudades viejas, la prác-tica ha sido ganar espacio en los edificios de madera, haciendo que no solamente el primer piso, sino también los superiores, se pro-yecten sobre la calle, lo que incidentalmente hace a las calles más estrechas y, en particular, sombrías y deprimentes. Finalmente, se

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aprobó una ley que solo permitía proyectar el primer piso de una casa nueva por sobre la planta baja, mientras los pisos superiores se debían mantener dentro de los límites de la planta baja. A fin de evitar que se perdiera el espacio en proyección del segundo piso, mi padre le buscó la vuelta a esa ley, como lo habían hecho otros antes que él, apuntalando las partes superiores de la casa, y sacando afue-ra piso tras otro de abajo hacia arriba, como si se estuviera injer-tando la nueva estructura, así que aunque al final nada quedaba de la vieja casa, toda la nueva edificación se podía considerar como mera renovación.334

El punto de este epígrafe era destacar que el proceso de la trans-formación socialista —puesto que debe abarcar todos los aspectos de la compleja interrelación basada en lo material entre el capital, el trabajo y el Estado— solo es concebible como una forma de transicional reestructuración apoyada en la palanca de las me-diaciones materiales, que es heredada y progresivamente alte-rable. Como en el caso del padre de Goethe, aunque por razones fundamentalmente diferentes, no es posible echar abajo el edificio en el que vivimos y levantar uno completamente nuevo en su lugar, construido sobre bases igualmente nuevas. La vida tiene que conti-nuar en la casa apuntalada mientras dure el trabajo de la reconstruc-ción, “sacando afuera piso tras otro de abajo hacia arriba, como si estuviésemos injertando la nueva estructura, así que al final nada quede de la vieja casa”. Ciertamente, la tarea es incluso más difícil que eso. Porque la armazón de madera deteriorada del edificio tam-bién debe ser reemplazada en el proceso de sacar a la humanidad del peligroso marco estructural del sistema del capital.

Por lo tanto, no puede haber “negociación” acerca de la meta pre-vista de la reestructuración radical, sin la cual ni siquiera se pue-den garantizar las condiciones elementales de la supervivencia de la humanidad. Las propias determinaciones conflictuales del tiempo han trazado la línea de demarcación de esa manera inflexible, bajo las presentes circunstancias históricas. Ellas han hecho imperativo

334 Citado en la p. 485 de Más allá del capital.

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que se siga el tipo de reestructuración radical capaz de constituir tanto el punto de destino del viaje como la necesaria brújula que conduzca hacia el destino escogido, proporcionando al mismo tiem-po la medición de lo alcanzado en la aproximación a —o la desvia-ción de— los fundamentales objetivos transformadores socialistas que se decidieron.

La condición vital del éxito respecto a la concepción socialista abierta de la historia es la adopción consciente de una orientación estratégica plenamente abarcante. Seguir el consejo pretendida-mente prudente del “poco a poco”, vaciado de toda idea de cómo los esfuerzos parciales se irían sumando con el correr del tiempo, o de si en verdad se le sumarían a algo que gozase de cierta susten-tabilidad, resultaría insensato y autoderrotista, en vez de prudente. Porque surge de la naturaleza del propio desafío histórico objetivo —ocupado en las grandes dificultades de una transformación his-tórica omniabarcante— el que en cualquier punto en particular en el tiempo se haga necesario evaluar lo que ya ha sido alcanzado y cuáles obstáculos sigue siendo necesario superar, en el camino ha-cia el objetivo general de instituir la alternativa hegemónica nece-saria, y también sustentable a largo plazo, al modo de reproducción metabólica social establecido.

Por eso resulta tan vital en todas las fases del desarrollo socia-lista una planificación en el pleno sentido del término: es decir, no simplemente dirigida a algunos aspectos parciales de la vida eco-nómica, sino a las exigencias abarcantes de la transformación so-cial, y que incluya las aspiraciones de la totalidad de los individuos sociales y les permita fijarse a sí mismos metas significativas, como sujetos reales de su propia actividad de vida. El proyecto global seguido a conciencia, y la planificación de los objetivos sociales realizables, surgidos de las determinaciones de los individuos so-ciales en particular y no impuestos a ellos por alguna autoridad externa, son inseparables el uno del otro. La falsificación y el fraca-so de la planificación, obligados en todas las formas del sistema del capital, se deben a la ausencia de esas dos condiciones vitales.

Una vez que la importante condición de una planificación sus-tentable haya sido eliminada objetivamente en el transcurso del

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desarrollo social actual, la posibilidad de resolver las dificultades inherentes a la relación entre las determinaciones del tiempo inme-diatas y las a largo plazo se verá también profundamente afectada. El “cortoplacismo” del capital constituye una característica bien co-nocida de ese modo de reproducción social. Desafortunadamente, las presiones del corto plazo continuarán ejerciendo una influencia desproporcionada en el período de la transición hacia el orden so-ciorreproductivo alternativo.

Sin duda, lo inmediato también tiene su validez relativa y su pre-tensión a la acción comprometida relativamente justificable. Obvia-mente, ignoramos esa circunstancia a nuestro propio riesgo. Pero no podemos olvidar —o ignorar, o mucho menos descartar delibe-radamente, en pro de la autojustificación, como resulta ser el caso con demasiada frecuencia— la escala de tiempo de inevitable largo plazo de las transformaciones, incluso cuando actúan bajo la pre-sión de determinaciones a corto plazo. Porque la validez relativa de los intereses inmediatos en cuestión solo puede ser valorada apro-piadamente dentro del marco transformador más amplio. Incluso si la tentación a rendirse ante las determinaciones inmediatas fuese considerable, produciría una desviación si los intereses inmediatos prevaleciesen a expensas de las aspiraciones a largo plazo más vi-tales. Ello iría en detrimento del objetivo de reestructuración radi-cal escogido y por ende de las oportunidades de éxito de la empresa en su totalidad. También en este particular, por lo tanto, tan solo el seguimiento consistente de una estrategia global puede mostrar una salida a este dilema bien real.

Otra importante cuestión acerca del tiempo atañe directamen-te a los principios orientadores del socialismo originarios. Como ya se mencionó al comienzo del Capítulo 9, esos principios orien-tadores incluyen inevitablemente escalas de tiempo diferentes en cuanto a las condiciones de su realización. Porque, comprensible-mente, algunos de los cambios propugnados resultan factibles con-siderablemente más temprano que otros. Sin embargo, es bastante obvio que es absolutamente vital estar conscientes de todos ellos, desde el comienzo mismo, como factor imprescindible para el éxito de la empresa socialista en su totalidad, y mantenerse conscientes

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de su definitiva inseparabilidad a través del proceso de reestructu-ración radical.

El edificio en el que vivimos no puede ser echado abajo. Natu-ralmente, sabemos muy bien que las “personificaciones del capital” —sean neoconservadoras o neoliberales— están afanosamente empeñadas en tratar de destruirlo. Cuál será el bando de las deter-minaciones inevitablemente conflictuales del tiempo histórico que prevalezca dependerá del éxito o el fracaso en la reestructuración. Cualquier intento de ceder ante el bando peligrosamente retrógrado de las personificaciones del capital en forma de otro “compromi-so histórico” ficticio, resultaría tan dañino como su propia parti-cipación activa en el intento de echar abajo el edificio. Porque tan solo sobre una base firmemente socialista se podría concebir una solución históricamente viable, que aborde plenamente tanto los an-tagonismos existentes como los intereses a más largo plazo de la supervivencia de la humanidad, sobre la base del compromiso de los individuos con los valores creativamente sustentables.

En contraste con los acomodamientos irresponsablemente cortos de vista, tan solo la apropiada comprensión de la amplia perspec-tiva histórica, bajo las graves condiciones de la crisis estructural del sistema del capital que se hace cada vez más profunda, puede proporcionar el marco de la cooperación principista con las fuer-zas sociales —incluidas las fuerzas religiosas progresistas— genui-namente interesadas en hallar una salida de la mayor crisis jamás experimentada por la humanidad. Aun cuando haya reveses, como probablemente ocurra, nuestro compromiso con los valores positi-vos del desarrollo humano está destinado a prevalecer a su debido tiempo por sobre los contravalores destructivos del capital. Lo que imposibilita la solución sustentable de los problemas estrechamente entrelazados de nuestro tiempo dentro del horizonte del orden alter-nativo hegemónico requerido, no es nuestra fidelidad a los principios socialistas sino toda desviación oportunista de ellos. Para citar a un teólogo de la liberación y también gran poeta, Ernesto Cardenal: “Yo pertenezco a ese tipo de sandinismo que mantiene su compromiso

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con los principios y los ideales de la revolución”.335 Es esa la única vía para un futuro sustentable. Es, y lo seguirá siendo, la condición necesaria del éxito, no solamente para los objetivos más fundamen-tales, sino también de los logros más limitados pero perdurables.

10.2 ¿Por qué la globalización capitalista no puede funcionar?

Por lo general la cuestión de la globalización es enfocada en los medios dominantes del orden establecido con típica autocom-placencia. Se proclama simplemente que el glorificado “mercado mundial” puede proporcionar las respuestas permanentes a nues-tros problemas globales fundamentales tanto en el plano económico como en el político. Así el presidente del Banco de Inglaterra, Mer-vyn King, escribe con comprensible solidaridad de conciencia de clase, en elogio de un libro escrito por el editor asociado del Finan-cial Times de Londres,336 : “Wolf aporta no solo una devastadora crítica intelectual de los opositores a la globalización, sino además una visión civilizada, sabia y optimista de nuestro futuro político y económico. Es vital que este mensaje sea ampliamente leído y comprendido”. Y el juicio laudatorio sobre el mismo libro emitido por Lawrence H. Summers, rector de la Universidad de Harvard, está escrito en el mismo espíritu, aseverando que “El libro de Wolf será la demostración conclusiva de la globalización basada en el mercado”.

De ese modo el verdadero aspecto de la globalización capita-lista es falseado descaradamente como “globalización” pura, o,

335 Ernesto Cardenal, entrevista en Carta Mayor, 25 de enero de 2007. Ver también un libro de otro teólogo de la liberación, François Houtart, Dé-légitimer le capitalisme: Reconstruire l’espérance, prefacio de Samir Amin, Colophon Éditions, Bruselas, 2005. Ver especialmente el Capítulo 4: “La place du croyant dans les luttes sociales”, pp. 165-194.

336 Martin Wolf, Why Globalization Works? The Case for the Global Market Economy, Yale University Press, New Haven y Londres, 2004. Las citas de King y Summers fueron tomadas de la contraportada promocio-nal del libro de Martin Wolf.

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con parecida tergiversación, como pura “globalización basada en el mercado”. Muy por el estilo de los años de ejercicio en el cargo de Gorbachov, cuando el problema real de la capitulación soviética ante la restauración capitalista era camuflado como simplemente la introducción del “mecanismo del mercado” y la feliz adopción de la “eficiencia del mercado”, de la misma manera como se supone que haremos caso hoy de los cantos de sirenas para creernos que “el mercado”, una vez que se haya “globalizado” del todo, elimi-nará para siempre los antagonismos hondamente arraigados y las desigualdades definitivamente explosivas del orden establecido del capital. Aunque no haya sido capaz en modo alguno de hacer algo parecido —más bien lo contrario— en sus trasmutaciones anterio-res. Por consiguiente, es necesario considerar primero la naturaleza y las posibilidades reales del sistema del capital, antes de darle un vistazo más de cerca al tipo de transfiguración “civilizada, sabia y optimista” de los desarrollos actuales que encontramos en el “men-saje vital” y la “demostración conclusiva” altamente publicitadas de Wolf.

En verdad la cuestión no es “globalización o no globalización”, al igual que nuestro problema no es de la misma clase de la falsa di-cotomía “crecimiento o no crecimiento” que se nos presenta con re-gularidad en la prensa financiera burguesa. Por el contrario, nuestra preocupación real es cuáles tipos, dentro de las alternativas que se plantean respecto al desarrollo y el crecimiento integradores globa-les, son procurados de una manera históricamente sustentable. Por-que, de hecho, más de un siglo antes de que los propagandistas de la globalización capitalista hubieran nacido siquiera, ya Marx estaba anticipando la tendencia inexorable del desarrollo del capital a la integración global del sistema. Pero él lo estaba haciendo no solo mucho antes que nadie, sino además críticamente, como en verdad había que hacerlo en relación con un tema de esa magnitud y de un impacto tan potencialmente catastrófico. Marx enfocó el punto en abierto contraste con los apologistas contemporáneos de la “globa-lización” capitalista que siguen la moda de postular el feliz desen-lace global sin siquiera evaluar, y mucho menos indicar, una salida del cada vez peor laberinto de antagonismos y contradicciones de

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nuestro orden existente. La globalización capitalista, tal y como la experimentamos, decididamente ni está trabajando ni puede tra-bajar para la inmensa mayoría de la humanidad, mas sí favorece en mucho a las fuerzas económicas y políticas dominantes, intensifi-cando así las contradicciones subyacentes. Es ese el verdadero pun-to que tenemos que abordar de manera tangible tarde o temprano.

10.2.1 La ideología dominante mantiene su control sobre la conciencia

popular predicando exitosamente la eterna validez del orden esta-blecido. Según su manera de ver las cosas, el sistema solo necesita de pequeños cambios secundarios, que encuadrarían perfectamente dentro de su marco estructural de reproducción social ahistórico y eternamente adecuado.

En ese discurso todo está completamente al revés. No solo se dis-torsiona la verdad, sino que se presenta, para el consumo general, exactamente lo contrario a ella. Porque independientemente de toda la mistificación autojustificadora que intenta representar al capital como un sistema natural y eterno, en realidad estamos hablando de un modo de reproducción metabólica social históricamente li-mitado y exclusivamente atado al tiempo. Ése resulta ser el caso por tres razones principales:

1. El imperativo del crecimiento como autoexpansión del ca-pital, sean cuales sean las consecuencias. En otras palabras, la pro-cura irrestricta de la acumulación del capital, sin que importe lo dañinas, y hasta definitivamente destructivas, que puedan resultar las obligadas consecuencias.

2. La tendencia del capital a la integración global en el plano económico, en abierta contradicción con las obligadas implicacio-nes de esa tendencia en el plano político, debido al modus operandi permanente del sistema en forma de dominación y subordinación en todos los respectos, incluido el necesario sometimiento de los estados naciones más débiles por parte de los más fuertes bajo el dominio del imperialismo moderno. La lógica final —y definitiva-mente desquiciada— de ese desarrollo es que una “superpotencia” someta para sí a todas las demás, con la vana esperanza de hacer

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valer su propia dominación indisputable como el estado del siste-ma del capital en general.

3. El círculo vicioso de la competencia y el monopolio, que prevalece en el sentido, en última instancia insostenible, de com-petencia que genera monopolio, y al mismo tiempo el monopolio (generado de esa manera incontrolable) trae consigo una competen-cia cada vez más feroz y cada vez más destructiva, en un proceso de determinaciones recíprocas indetenible.

En los tres respectos estamos ante las insuperables determina-ciones internas contradictorias en sí mismas del sistema del capi-tal, que se activaron e intensificaron de un todo en nuestro propio tiempo. Es eso lo que le confiere una extrema urgencia a tales te-mas, que piden el imperativo de las intervenciones radicales a fin de superar las tendencias destructivas.

Es importante destacar aquí que la viabilidad histórica del ca-pital se ve seriamente afectada, en sentido negativo, no solo por los límites absolutos del sistema sino además por su total incapacidad para admitir la existencia de cualquier límite. Los límites absolu-tos quedan en evidencia respecto a las siguientes consideraciones:

1. El horizonte del tiempo del sistema es necesariamente de corto plazo. No puede ser sino de ese modo en vista de las presio-nes desviadoras de la competencia y el monopolio y las resultantes maneras de imponer la dominación y la subordinación, en pro de la ganancia inmediata.

2. Ese horizonte del tiempo es, además, de carácter post festum, capaz de adoptar medidas correctivas solamente después de que el daño ha sido hecho; y aun así dichas medidas correctivas solo pue-den ser introducidas de una forma sumamente limitada.

3. Como resultado de las dos determinaciones anteriores, el sis-tema es incompatible con toda planificación que no se ajuste al sentido miope del término. Ello es así hasta cuando consideramos las empresas gigantes trasnacionales, casi monopólicas. Incluso las corporaciones de mayor tamaño solo pueden instituir alguna plani-ficación limitada post festum en sus empresas en particular, y eso si acaso, pero no pueden controlar por su cuenta el mercado global de su operación, excepto de una manera extremadamente limitada y

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conflictual/adversarial. La importancia de esa limitación sistémica no puede ser menospreciada, especialmente bajo las circunstancias históricas de la tendencia hoy observable hacia la integración eco-nómica global, aunado a sus contradicciones fatales, cuando resul-taría absolutamente vital la necesidad de una forma practicable de planificación global.

4. La relación entre causa y efecto está estructuralmente viciada en el sistema del capital. Es así porque a las determinaciones cau-sales más profundas del capital no se les permite ser sometidas a un serio examen crítico. En otras palabras, este sistema se impul-sa inexorablemente hacia adelante, de manera incondicional y ab-solutamente incuestionable, como causa sui. En consecuencia, el capital es estructuralmente incapaz de abordar como causas las causas que surgen históricamente. Tiene que funcionar, aun en sus intentos más serios por introducir algunas medidas correctivas post festum, respondiendo a los efectos (buenos o malos) con el amonto-namiento de efectos sobre efectos, por lo general en forma de con-traefectos generadores repetitivos de problemas, en sintonía con las constricciones del horizonte del tiempo extremadamente cortopla-cista del orden establecido. En consecuencia, lo que frecuentemente es descrito de manera errónea como “manipulación” reparable, no constituye en la realidad un rasgo fortuito del sistema del capital más o menos fácilmente corregible. Es una de sus determinaciones fundamentales, que solo puede ser remediada con la adopción de una manera radicalmente diferente de relacionarse con las causas como causas estructuralmente significativas, en lugar de ocupar-se de ellas como efectos más o menos tratables arbitrariamente. Sin embargo, para esa solución alternativa se necesitaría superar las constricciones estructurales del propio capital elevándolas a un orden de producción y reproducción metabólica social más alto. Después de todo, el significado de los imperativos estructurales es precisamente el de que resulta imposible alterarlos significativa-mente sin concebir un marco estructural cualitativamente dife-rente. En nuestro caso, un marco estructural libre de las obligadas constricciones destructivas del orden establecido. Por el contrario, formarse un concepto del mundo desde la perspectiva del capital

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continúa siendo una dificultad insalvable, incluso para los grandes pensadores que se identifican con el punto de vista del capital.

5. El último punto por mencionar es la eternización arbitraria de un orden de control metabólico social históricamente específico, único en verdad, no solo sometido a determinaciones temporales perfectamente identificables, sino él mismo situado por encima de la historia y capaz de jugar el papel de último árbitro sobre la historia. En el transcurso de los desarrollos capitalistas, hasta el reconocimiento parcial de la dimensión histórica por parte de los grandes pensadores que se formaron una concepción del mundo desde el punto de vista del capital, había de ser abandonado a fa-vor de liquidación irrestricta de la conciencia del tiempo histórico, como lo hemos visto antes.

La singularidad del sistema del capital queda de manifiesto en el imperativo estructural de “crecer inexorablemente o perecer”. Ningún otro sistema de reproducción metabólica social en toda la historia de la humanidad se ha parecido siquiera remotamente a esa determinación interna —definitivamente problemática— del capital. Una determinación estructural que revela también toda la falacia socialmente interesada de presentar al orden reproductivo del capital como si fuese la regla universal insuperable, proyecta-da arbitrariamente hacia atrás en un largo pasado histórico y hacia delante en un futuro capitalista eternizado. Una regla universal de-cretada arbitrariamente para la que, según el conocido lema de los apologistas del sistema, “no puede haber ninguna alternativa”, por supuesto.

Lo que convierte en extremadamente problemático a todo ese desarrollo es el hecho de que las determinaciones primordiales del sistema del capital están orientadas, de una manera perversamen-te invertida, hacia la expansión del capital en sí mismo, y solo coincidencialmente hacia el crecimiento de valores de uso que se correspondan con las necesidades humanas genuinas. Por eso una característica dinámica que representó un avance positivo en una fase inicial del desenvolvimiento histórico del capital, por cuanto en ese momento iba de la mano con la satisfacción de la legítima necesidad humana, en nuestros propios tiempos se convierte en una

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determinación potencialmente muy destructiva. Porque el contra-dictorio interés de la tendencia autoexpansionista del capital tiene que prevalecer a toda costa y bajo todas las circunstancias, incluso si los valores de uso lucrativos producidos por esa tendencia resul-tan ser el infernal material bélico del complejo militar-industrial (cuyo único “valor de uso” es la destrucción), capaz de exterminar a toda la humanidad con el armamento de destrucción en masa real del imperialismo hegemónico global.

La misma inversión de una característica otrora positiva queda en evidencia en el transcurso de los desarrollos capitalistas también en lo que atañe a la competencia, marcada por el papel cada vez más dominante asumido por el monopolio, como resultado de las interdeterminaciones crecientemente negativas de un sistema his-tóricamente único. Puesto que no es posible romper el círculo vi-cioso de la competencia que conduce al monopolio, y el monopolio que termina en competencia aun más feroz, el resultado obligado es la creciente concentración y centralización del capital, y la cons-titución de empresas cada vez más poderosas —las corporaciones trasnacionales gigantes— que dominan el escenario, sin la menor disminución de su apetito por engullirse a los competidores. Así, el crecimiento, como autoexpansión del capital, se torna en el to-dopoderoso fin en sí mismo, excluyendo toda consideración del valor inherente a las metas adoptadas en relación con los objetivos humanos genuinos. Muy por el contrario. La ausencia total de una medición apropiadamente humana en la evaluación de la viabilidad a largo plazo del proceso de producción y reproducción, y su susti-tución por la sola y única consideración de la acumulación del ca-pital como el fin en sí mismo que todo lo domina, le abre la puerta peligrosamente de par en par al avance inexorable del crecimien-to canceroso, proseguido en el interés de la expansión lucrativa y la promesa de mayores ventajas en la contienda por la dominación cuasimonopólica.

Las consecuencias destructivas de esa lógica perversa son de dos clases. Primero, en el plano económico el imperativo del cre-cimiento, que tiene que ser seguido aunque asuma la forma de cre-cimiento canceroso, conduce a que se descuide por completo la

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observación de las condiciones elementales de la existencia huma-na. Eso queda de manifiesto en las prácticas productivas vastamente difundidas que ponen en peligro directo incluso al sustrato natural de la vida humana en el largo plazo: una grave preocupación gene-ralmente expresada con referencia a la destrucción ambiental.337 No debería haber ninguna duda al respecto: esta constituye una condición absoluta de la reproducción social sustentable, aunque el hecho de que se le ignore insensiblemente, en total sintonía con el horizonte del tiempo incurablemente cortoplacista del capital, lo niegue con los argumentos decididamente grotescos de la evasión y la racionalización aunadas a las correspondientes medidas prácti-cas peligrosas.338

El segundo aspecto vital del crecimiento canceroso subordinado al imperativo definitivamente destructivo de la incontrolable expan-sión del capital, y el concomitante círculo vicioso del monopolio y la competencia, queda en evidencia en el plano político/militar. Porque la tendencia a la dominación monopólica no puede nunca ver colmadas sus aspiraciones globales. Incluso las corporaciones trasnacionales más poderosas no logran alcanzar más que una posi-ción cuasi-monopólica, y no omniabarcantemente monopólica, en el orden global.

Por supuesto, esto no constituye razón para la confianza y el re-gocijo. La peligrosa dimensión destructiva de la tendencia misma

337 Vengo estudiando esos problemas desde 1971. Ver la sección “Capita-lismo y destrucción ecológica”, en mi conferencia del Isaac Deutscher Me-morial La necesidad del control social, dictada en la Escuela de Ciencias Económicas y Políticas de Londres en enero de 1971, publicada por primera vez en volumen por separado por The Merlin Press en Londres, 1971 y re-impresa en la Parte Cuatro de mi libro Más allá del capital, pp. 1007-1035.

338 Ver el penetrante estudio de John Bellamy Foster, Marx’s Ecology, Monthly Review Press, 2000. Ver también el impactante libro de Joel No-vel, The Enemy of Nature: The End of Capitalism or the End of the World?, Fenwood Publisihing Ltd., Nova Scotia, y ZED Books Ltd., Lon-dres y Nueva York, 2002.

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no se ve disminuida por una limitación de esa naturaleza. Lejos de ello. La limitación en cuestión solo significa que hay que intensifi-car la lucha por la dominación global, en conformidad con el éxito relativo de las empresas trasnacionales gigantes en su propio país y en el escenario internacional. En consecuencia los estados de los países imperialistamente dominantes tienen que entrar a escena directamente, apoyando con todos los medios a su disposición a sus empresas nacionales/trasnacionales gigantes en sus confronta-ciones con sus rivales. Así que la cuestión del “complejo militar-in-dustrial” no queda restringida a las determinaciones inmensamente despilfarradoras de la producción militarista. Asume también una forma militar/política directa, como lo demuestran las vicisitudes del imperialismo en el siglo XX (y, de acuerdo con la tendencia hoy prevaleciente, más peligrosamente aún en el siglo XXI). La nueva fase de imperialismo hegemónico global, con los Estados Unidos como su fuerza avasalladoramente dominante,339 indica una atemo-rizante intensificación de los peligros. No simplemente como asun-to de “política de una gran potencia” ocasional y alterable sino, lo que resulta mucho más importante, como la manifestación de una determinación sistémica fundamental en la presente fase del desa-rrollo histórico del capital, que exige ser atendida urgentemente en su plano adecuado.

Naturalmente, todas esas tendencias están estrechamente en-trelazadas en las determinaciones más profundas de un sistema históricamente único. La conveniente negación de su carácter his-tórico tiene su explicación en el deseo de perpetuar los todopodero-sos intereses explotadores del orden dominante a los que se puede

339 Sin duda, esa dominación —sin importar cuán implacablemente im-puesta en la actualidad— no puede ser mantenida de manera indefinida. Es necesario subrayar no solo el peligroso carácter de la dominación nor-teamericana, sino también su inestabilidad histórica y su fracaso final. En su debida oportunidad, los complejos problemas alojados en las raíces de esas determinaciones tienen que ser resueltos a fin de eliminar dicha ines-tabilidad, o si no la tendencia hacia una afirmación cada vez más agresiva de los dictados de los Estados Unidos podría conducir a la destrucción de la humanidad.

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dar fácilmente su explicación racional gracias a los postulados de la “sola y única” eternización viable del sistema reproductivo. Sin embargo la incómoda verdad es que el capital es absolutamente in-capaz de reconocer sus propios límites, incluso si la interrogante que hay que formular es la de cómo remediar de una manera hu-manamente sustentable las fatales contradicciones y peligros de su crecimiento incontrolable.

Tal consideración resulta del todo inadmisible porque la relación con el crecimiento constituye el círculo vicioso definitivo del sis-tema. Y es que el capital conduce al crecimiento, de una manera absolutizada/incontrolable, y al mismo tiempo es conducido a toda costa por el crecimiento, como condición de su propia superviven-cia en última instancia insustentable.

Hoy los apologistas del sistema o bien niegan descaradamen-te que haya algún problema serio debido a la modalidad de creci-miento prevaleciente, que exigiría restricciones racionales, o bien participan de las fantasías conservadoras de los “límites del creci-miento” que analizamos en el Capítulo 9. En este último caso dan por descontadas las perniciosas determinaciones del capital y pre-sentan quiméricamente la imposición de un orden social aun más inicuo que el presente como si se tratase de un “correctivo”.

Es imposible hallarle soluciones viables a ninguno de los proble-mas a los que nos enfrentamos en el terreno del capital, si no esta-mos plenamente conscientes de las determinaciones históricas y las correspondientes constricciones históricas del sistema, en contraste con todas las teorías que apuntan a la eternización de hasta sus ras-gos más problemáticos y ciertamente destructivos. Es importante también tener en mente que la determinacionalidad de ese modo de reproducción metabólica social es simultáneamente epocal —en el sentido de que abarca en su totalidad su tiempo de vida de siglos de duración— y característico de una fase específica de su desarrollo. Las dos cosas pueden ser totalmente distintas, no en sentido abso-luto sino precisamente en su significación por el tipo de acción que se tiene que emprender a fin de afrontar, con alguna oportunidad de éxito, los propios problemas identificados.

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Para poner un ejemplo crucial, la prosecución de un crecimiento ultimadamente incontrolable fue siempre una característica funda-mental del capital como asunto de profunda determinación sisté-mica. Sin este modo de control metabólico social único no podría haber conquistado el escenario histórico como realmente hizo. Más aún, el carácter intensamente problemático del crecimiento orien-tado hacia la acumulación del capital no fue un agregado tardío más o menos accidental. Fue, desde el inicio mismo del sistema, inse-parable de la naturaleza del capital como la vía más dinámica de controlar el orden de la reproducción metabólica social conocida por los seres humanos en la historia hasta alcanzar la madurez del sistema, para culminar en el punto del tiempo en que llegó al final de su fase de desarrollo ascendente.

Y es aquí donde la segunda dimensión más específica de la tem-poralidad histórica del capital se vuelve decididamente relevante. Porque la misma característica sistémica del crecimiento inexo-rable, hondamente arraigada en la propia naturaleza del capital desde el momento de su constitución, a través de la alienación y la expropiación del trabajo, como un sistema de control que es cada vez más omniabarcante, se convierte en determinada fase del de-sarrollo histórico del capital en una determinación potencialmente muy devastadora.

Es la especificidad histórica de esa amenazadora fase histórica del presente la que nos impone la tarea de la revaluación radical de la cuestión del crecimiento. No en el sentido de la seudoalternativa interesada de “crecimiento o no crecimiento”, que dejaría intactas las monstruosas iniquidades de nuestro mundo social, o las haría peores que nunca. El crecimiento tiene que ser revaluado movili-zando exitosamente los recursos materiales y humanos de un mo-vimiento de masas radical que reoriente en la práctica nuestras prácticas de producción para la realización de los tan necesitados objetivos socialmente legitimados. Eso resultaría inconcebible sin poner bajo control racional las fuerzas destructivas inseparables de las modalidades hoy prevalecientes del crecimiento como expan-sión del capital.

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10.2.2 La exitosa conquista del planeta por el capital fue debida pri-

mordialmente a su dinámica interna, aunque la ventaja militar de algunos países dominantes —en especial Inglaterra y Francia— jugó un papel adicional significativo durante la primera etapa del imperialismo: la construcción inicial de un imperio colonial mo-derno. Lo que aseguró la penetración global del capital y su impac-to de largo alcance sobre los territorios conquistados con una base permanente fue precisamente la incomparable dinámica transfor-madora del sistema. Porque era transferible a las áreas conquista-das colonialmente de una forma alterada en sus características pero todavía dinámica: como corolarios económicos estructuralmente subordinados pero internamente expansibles de los países “ma-dre patria” o “metropolitanos”. Ese tipo de dinámica como fuente primordial del éxito permanente del capital estaba en abierto con-traste con las conquistas militares anteriores, que tarde o temprano “se quedaban sin gasolina” en ausencia de ese poder. Significó tam-bién que el costo despilfarrador del control militar de los territo-rios coloniales pudiese ser incomparablemente menor en términos relativos bajo el dominio del capital que en los antiguos imperios coloniales, ya que durante un tiempo muy prolongado algunas de las funciones de control fundamentales las cumplía con suma efec-tividad la “mano invisible” del sistema del capital apropiadamente trasplantada.

La fuente principal del avance global del capital fue la gran di-ferencia entre la estructura de mando material del capital y su estructura de mando política, con la forzosa primacía de la primera a todo lo largo de la fase ascendente del desarrollo del sistema. Por eso podía insistir elocuentemente Adam Smith en la necesidad de mantener a los políticos (y al Estado) fuera de los asuntos del desarrollo económico. Sin embargo, luego de conclui-da la fase ascendente las cosas se tornaron mucho más complica-das y problemáticas, y necesitaron de una participación cada vez más directa del Estado capitalista en el fomento de las aspiraciones imperialistas de los países dominantes, la segunda etapa del im-

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perialismo, la redistributiva,340 en la que contendieron de manera antagónica una cantidad de grandes potencias en pro de sus corpo-raciones cuasimonopólicas, incluso bajo la forma de guerras mun-diales masivamente destructivas. Naturalmente, ¡la tercera etapa del imperialismo, característica de nuestro propio tiempo —a saber, el imperialismo hegemónico global, con los Estados Unidos como su fuerza avasalladoramente dominante— no solo es sumamente problemática sino además totalmente insustentable, en vista de los peligros suicidas que la abruman.341

La estructura de mando dual por separado pero con estrecha in-terconexión representó durante largo tiempo una gran ventaja en el desenvolvimiento y consolidación global del sistema del capital. Porque la adopción interiorizada de la estructura de mando material del capital en los territorios coloniales trajo consigo la condición, propicia para una mayor expansión a escala global, de que algunas de las funciones más importantes del control metabólico social no tuviesen que ser impuestas por la fuerza de las armas de un poder político y militar foráneo hostil, sino que pudiesen nacer (con el estímulo de alguna intervención política/militar, por supuesto) del suelo material local. Naturalmente, esa clase de desarrollo fue po-sible porque las clases dominantes locales desempeñaron un papel muy activo en pro de sus intereses en el proceso de transformación metabólico social interno.

Sin embargo, el fin de la ascensión histórica del capital hizo ne-cesario que la estructura de mando política omniabarcante del sis-tema asumiera un papel todavía mayor. Al mismo tiempo, el Estado capitalista ya no podía cumplir realmente ese papel sin recurrir a un empleo de la violencia cada vez más despilfarrador. También, en los países dominados colonialmente esa determinación regresiva terminó en la articulación de movimientos políticos anticoloniales

340 Bautizada por Lenin como “la etapa superior del capitalismo”.

341 Ver el estudio de esos problemas en el Capítulo 4, en especial la Sec-ción 4.2, “La fase potencialmente más letal del imperialismo”.

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y, muy significativamente, entre ellos uno enormemente poblado, la India. Y aunque las clases dominantes locales —incluidas las de la India— estaban muy lejos de querer instituir un cambio de sistema en el período posbélico del “neoimperialismo”, no obstante intro-dujeron algunas complicaciones en última instancia insolubles en el funcionamiento global del sistema del capital. El hecho de que las fuerzas capitalistas más reaccionarias en nuestro tiempo estén presionando, más o menos abiertamente, por la recolonización del mundo —vociferando hipócritamente en contra del “pandemo-nio étnico”, el “eje del mal”, los “estados fracasados”,342 y demás, cuando entonan sus alabanzas a la futura variedad pretendidamente “comprensiva” del imperialismo liberal— no hace más que subra-yar el punto.

Inevitablemente, con el fin de la ascensión histórica del capital las contradicciones y los antagonismos del sistema en su conjunto —tanto en los países dominantes “metropolitanos” como en los te-rritorios coloniales— se agudizan, y exigen la reversión del patrón original del desarrollo expansionista. Porque en la fase ascendente —desde el tiempo de Enrique VIII a los comienzos del siglo XIX— el papel de la intervención política directa muestra una tendencia a disminuir, en tanto que después del final de la fase ascendien-te muestra una tendencia a crecer cada vez más. Ese tipo de de-sarrollo alcanza el punto del más agresivo manejo de las guerras imperialistas globales, en el plano internacional, y el control burocrático estatal de los asuntos cada vez más extremado, en el

342 Martin Wolf no constituye ninguna excepción en la sustancia reaccio-naria, aunque su lenguaje es más diplomático. Adoptando con gazmoño servilismo el concepto presuntamente autojustificativo de “la comunidad global” —en cuyo nombre los Estados Unidos y sus “solícitos aliados” co-meten constantemente las más brutales violaciones de los derechos huma-nos elementales— Wolf insiste, previsiblemente, en que “la comunidad global también necesita de la capacidad y la voluntad de intervenir allí donde los estados hayan fracasado por completo”. Martin Wolf, Why Globalization Works? The Case for the Global Market Economy, p. 320.

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plano interno. Así, a la “mano invisible” se le jubila sin contempla-ciones, y tan solo su mito utilizado cínicamente es perpetuado por la ideología dominante con propósito mistificador, en contraste con Adam Smith, quien realmente creía en el poder insuperable de la “mano invisible”.

Bajo las nuevas circunstancias, la estructura de mando material por separado del capital ya no podía seguirle ofreciendo el alcan-ce suficiente a las clases dominantes de los países dominados co-lonialmente para prolongar su desarrollo económico y su control relativamente autónomo. Fue así porque la nueva competencia in-ternacional salvaje por la conquista militar exclusivista y el control directo de los territorios coloniales la descartó decididamente du-rante la segunda etapa del imperialismo, la redistributiva. De esa forma los antagonismos entre estados siempre latentes en el sis-tema del capital se vieron plenamente activados e intensificados, y se volvieron claramente insolubles, a pesar de la participación ab-solutamente irresponsable de los estados dominantes en aventuras militares extremas, como las dos guerras mundiales del siglo XX. Naturalmente, esa contradicción se agudizó aún más bajo las condi-ciones del imperialismo hegemónico global, cuando apareció en la agenda la recolonización desnuda del mundo, con la complicación añadida de que ese plan no le podía ser impuesto al resto del mun-do simplemente por los medios militares a la mano, en vista de la naturaleza decididamente suicida de una potencial tercera guerra global.

Es aquí donde la incapacidad del capital para crear el Estado del sistema del capital en sí afirma su límite insuperable. Ciento cincuenta años de imperialismo moderno no pudieron lograr nada que significara tan solo la disminución de los antagonismos entre los estados del sistema del capital, por no mencionar su elimina-ción ilusoria y apologéticamente propagandizada. Por el contrario, no consiguieron más que intensificarlos, hasta el punto de que para poder apaciguarlos se hizo realmente necesario apelar a confronta-ciones militares cada vez mayores.

Una típica tergiversación propagandística de ese problema se da en el libro de Martin Wolf, puesto por las nubes por quienes

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comparten los intereses creados del autor de ¿Por qué funciona la globalización? Lo elogian no solo como “una visión civilizada, sa-bia y optimista de nuestro futuro económico y político”, sino hasta como “un análisis definitivo”.343 Porque Wolf presenta este tipo de explicación “optimista” de los desarrollos en marcha:

Todas las grandes potencias han abandonado la idea atávica de que la prosperidad proviene de las ganancias y pillajes territoria-les y no del desarrollo económico interno y el intercambio pacífico. Uno de los rasgos más sorprendentes de la actual guerra contra el terrorismo es que todas las grandes potencias del mundo están del mismo lado.344

Así que se espera que creamos que el imperialismo existió por-que algunas grandes potencias se dejaron cautivar una vez por una “idea atávica” que felizmente hoy ha sido remitida para siempre al pasado, porque se han convertido a la idea del “desarrollo económi-co interno y el intercambio pacífico”. Y la prueba de ese “análisis definitivo civilizado, sabio y optimista constituye el ridículo non-sequitur de que las grandes potencias del mundo se encuentren en el mismo bando en la “guerra contra el terrorismo”. Un non-sequi-tur conclusivo merecedor de la hipótesis de la “idea atávica”. Gra-cias a tal “análisis definitivo”, de ahora en adelante podemos vivir felices para siempre, sin que nos perturbe siquiera la sombra de un pensamiento sobre la rivalidad imperialista y la dominación explo-tadora de los países más débiles. ¿Pero y qué acerca de estos últi-mos? ¡Porque la leyenda imperialistamente servil de Wolf no habla sino de “las grandes potencias del mundo”!

La incómoda verdad del asunto es que a la globalización capi-talista no le es posible funcionar si no logra crear el estado del

343 Kenneth Rogoff, principal economista del FMI y profesor de la Uni-versidad de Harvard, utiliza la frase en la contraportada promocional del li-bro de Wolf. Certificó sus impecables credenciales del establishment como duro adversario incluso de John Stiglitz. Ver el recuento que hace Stiglitz de su enconada confrontación en el post scriptum a la edición de Penguin de su libro Globalization and its Discontents.

344 Wolf, op. cit., p. 309.

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sistema del capital en sí. Pero para poder hacerlo sería necesario superar radicalmente las contradicciones y antagonismos arraiga-dos en la destructiva historia del desarrollo imperialista. Sin em-bargo, las contradicciones internas sistémicas —y los inevitables antagonismos entre los estados que son su resultado— se afirman por la fuerza incluso del modo en que están las cosas actualmente. Más aún, se ven gravemente complicadas por la circunstancia de que la insuperable limitación material respecto al carácter finito de nuestros recursos planetarios —que en el pasado más remoto era solamente latente— se está haciendo hoy no solo flagrantemen-te obvia, aunque los estados más poderosos, sobre todo los Esta-dos Unidos, la nieguen y la ignoren irresponsablemente, sino cada vez más aguda. En consecuencia, ahora tenemos que habérnoslas realistamente con una intensificación potencial antes jamás imagi-nable de los antagonismos imperialistas, en lugar de remitirlos ilu-samente al pasado. Porque esta vez el asunto no está solamente en la rivalidad concerniente a la dominación colonial de algunos países más débiles, sino simultáneamente también en la competencia ca-pitalistamente insoluble y potencialmente catastrófica en torno a nuestros recursos planetarios finitos.

A fin de persuadirnos de que cerremos los ojos ante las pertur-badoras tendencias del desarrollo contemporáneo, los apologistas del imperialismo nos ofrecen diagnósticos errados y soluciones to-talmente irreales. No constituye ninguna sorpresa, por lo tanto, que Wolf argumente de esta manera:

Consideremos el mayor obstáculo para una distribución más pa-reja de la prosperidad global y la provisión de bienes públicos glo-bales esenciales. Ese obstáculo no lo constituye ni la integración económica global ni las compañías trasnacionales, como alega la crítica, sino la multiplicidad de soberanías independientes.345

Y agrega, por añadidura, que “decididamente la fuente más im-portante de la desigualdad y la pobreza persistente la constituye el hecho de que la humanidad está encerrada en alrededor de dos-

345 Ibid. p. 313.

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cientos países distintos”.346 Wolf insiste obsesivamente en que “la principal explicación” de nuestros problemas “es la fragmen-tación política del mundo”.347 Por lo tanto, como era de esperar, se pronuncia en contra de la única posibilidad positiva de la Orga-nización Mundial del Comercio, manifestada en Cancún, diciendo que “introduce en las negociaciones un gran número de pequeños países, con insignificante impacto en el mundo del comercio y les concede un poder desproporcionado”.348

Naturalmente, Wolf está a favor de la concentración de la toma de decisiones real en las “grandes potencias mundiales”, como ya hemos visto. Para justificar esa opinión no vacila en negar incluso lo obvio —es decir, que las grandes corporaciones trasnacionales, pre-dominantemente bajo el control de los Estados Unidos de Nortea-mérica, son compañías nacionales— “demostrando” su ofuscadora declaración propagandista con la ayuda de otro non-sequitur ab-surdo: “En la mayoría de las industrias modernas —incluidas las de servicios— las compañías más grandes no son nacionales. ¿Acaso una fábrica Toyota en los Estados Unidos es más o menos norte-americana que una fábrica General Motors en China?”349 La res-puesta real es, por supuesto, que la pregunta carece por completo de sentido porque las fábricas Toyota son en todas partes nacionales/trasnacionales japonesas, al igual que las fábricas General Motors son nacionales/trasnacionales norteamericanas, donde quiera que puedan estar ubicadas, China incluida.

La culminación del razonamiento propagandista de Wolf a favor de “las grandes potencias mundiales que no volverán a ser atávicas” resulta igualmente revelador. Y dice así:

Si nos preguntamos además cuál sería el mecanismo más po-deroso para asegurarnos de que las fuerzas de la convergencia

346 Ibid. p. 316.

347 Ibid. p. 317.

348 Ibid. p. 319.

349 Ibid. p. 311.

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económica aplasten a las de la divergencia, la respuesta tiene que ser la integración jurisdiccional (… ) si el compromiso de proteger la prosperidad y permitir que el capital se mueva libremente fuese creíble en todas partes, el movimiento de capital hacia los países pobres se incrementaría muchísimo. Y de nuevo, si la gente se pu-diese trasladar libremente de los países pobres y fracasantes a los más ricos, la desigualdad global y la pobreza extrema con certeza decaerían sustancialmente.350

Así, la “integración jurisdiccional” —es decir, el firme control estatal imperialista del mundo entero por un puñado de grandes po-tencias— constituye la solución decretada para nuestros problemas y antagonismos cada vez más graves. Y los remedios milagrosos ni siquiera terminan allí. Porque el pasaje citado prosigue:

Podemos hasta ir más lejos. Imaginémosnos la integración juris-diccional no solo en el sentido de la Unidad Europea contemporánea, sino en el sentido de un Estado federal contemporáneo, digamos los Estados Unidos. Imaginemos que los Estados Unidos no fuese uno de los países del mundo, sino se hubiese convertido en una federa-ción global que ofrece derechos de igualdad en las votaciones para to-dos. Entonces fluirían recursos mucho mayores a las regiones más pobres de ese mundo imaginario que incluiría a los Estados Unidos, para financiar la infraestructura, la educación, la salud y la maqui-naria de la ley y el orden. Eso no sería sorprendente. Sabemos muy bien que un país gasta el dinero en quienes tienen voz política.

¿Pero por qué no imaginarnos también, por sobre todos esos logros imaginarios, que generosamente nos cae maná del cielo? Porque eso quizá solucionaría hasta el último problema faltante. A saber, que a pesar de la aseveración totalmente infundada de Wolf, los “derechos de igualdad en las votaciones” actualmente existentes están muy lejos de poderles garantizar una “voz política” apropiada a los votantes en nuestras democracias liberales, incluso si supone-mos que ellas reparten los beneficios de libre flujo señalados por el autor. Muchos millones de pensionados ingleses, por ejemplo, que

350 Ibid. p. 315.

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tienen los mismos derechos de votación política que otros ciuda-danos ingleses, han estado tratando por décadas de obtener la pari-dad en los aumentos de su pensión anual, de acuerdo con lo que se concede a los sueldos promedio. Pero se han tropezado con el más firme rechazo de su demanda por parte de los gobiernos capitalis-tas del país, sean conservadores o laboristas (y no solo del “Nuevo Laborismo”).

En el mundo de Wolf se espera que todas las dificultades serán superadas gracias a la virtudes de un mercado mundial ficticia-mente equitativo —en la realidad dominado por el imperio— des-oyendo por completo a las críticas. Así, se nos dice que “Las críticas les permiten a los proteccionistas pretender que ellos benefician a los pobres del mundo cuando en verdad los están privando de la oportunidad de ganarse la vida en los mercados mundiales”.351 No importa el hecho de que la inmensa mayoría de la humanidad no pudo durante siglos ganarse la vida decentemente en el merca-do mundial realmente existente. Lo único que sí importa es que es-temos de acuerdo con la “visión civilizada, sabia y optimista” de Martin Wolf, jurisdiccionalmente mejorada y que según la cual el proceso de globalización capitalista en marcha opera en beneficio de todos. En caso de que algunas personas sigan teniendo dudas en sentido contrario, Wolf las vuelve trizas con el argumento definiti-vo, aparentemente irrefutable, del último párrafo del libro, donde vocifera en contra del “retorno de todos los clichés anticapitalistas, como si no hubiese ocurrido nunca el derrumbe del comunismo soviético”.352 Porque, obviamente, Martin Wolf nunca en su vida pudo prestarle la menor atención a la sostenida y profundamente comprometida crítica socialista al tipo soviético de desarrollo.

En realidad el “mensaje vital” y el “análisis definitivo” de Wolf constituye un transparente ejercicio de propaganda en plena sinto-nía con los intereses creados más retrógrados. El respaldo total que

351 Ibid. p. 319.

352 Ibid. p. 320.

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Kenneth Rogoff le da a su libro en la contraportada ilustra también el contraste con Joseph Stiglitz, ex Director del Consejo de Ase-sores Económicos del presidente Clinton y antiguo economista principal del Banco Mundial. ¿Pero hasta dónde podemos estar de acuerdo con la visión de la globalización que tiene Stiglitz, induda-blemente menos inocentona, como lo indica el título de su libro?

Sin duda, en Globalization and its Discontents (La globali-zación y sus disconformes) hay varias críticas parciales, que po-demos compartir con el autor, sobre los mecanismos de control económicos y políticos de la globalización actual que interfieren negativamente, en especial su relación del papel del Fondo Mone-tario Internacional. De manera similar, en su siguiente libro, The Roaring Nineties (Los locos años noventa), su crítica del com-portamiento fraudulento de algunas corporaciones trasnacionales gigantes es firme y clara. Sin embargo, como es propio de quien fuese el principal asesor económico de Bill Clinton, su enfoque se mantiene siempre atado a las presuposiciones y conclusiones de la globalización capitalista, si bien a él le hubiese gustado ver al pro-ceso implementado con un “rostro más humano”. Así, al final su crí-tica culmina en retórica —quizá bien intencionada— en lugar de en propuestas tangibles para un cambio significativo material y estruc-turalmente garantizado. Podemos apreciar la retórica bien intencio-nada y las obvias limitaciones del enfoque de Stiglitz en un pasaje típico de su libro, en el que invoca la “globalización democrática”:

Pero globalización democrática significa que esas decisiones de-ben ser tomadas con la plena participación de todos los pueblos del mundo. Nuestro sistema de gobernanza global sin gobierno global solo puede funcionar si existe una aceptación de la multilateralidad. Desafortunadamente, el año pasado ha sido testigo de un aumento en la unilateralidad por parte del gobierno del país más rico y más poderoso del mundo. Si la globalización va a funcionar, eso también debe cambiar.353

353 Joseph Stiglitz, Globalization and Its Discontents. p. 274.

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Como podemos ver, lo que Stiglitz propugna está lleno de “si” y “debe”, pero en cambio no hay ninguna indicación de “cómo” se pueden alcanzar los objetivos deseados. No tiene caso hablar de “globalización democrática” a menos que se analice sustantiva-mente cómo se puede alcanzar realmente esa alternativa al proceso de globalización en marcha, autoritario y dominado por el imperia-lismo. Desafortunada, pero en modo alguno sorpresivamente, en el recuento de Stiglitz se supone que la palabra “democrática” va a ser capaz de resolver el problema, eliminando la necesidad de expli-car el penosamente difícil “¿cómo?”.

Encontramos la misma retórica bien intencionada y al mismo tiempo la evasión de temas sustantivos difíciles en The Roaring Nineties, cuyo subtítulo es “Why We’re Paying the Price for the Greediest Decade in History” (Por qué estamos pagando el precio de la década más codiciosa de la historia). De nuevo hay abundancia de buenas intenciones. Pero he aquí hasta donde éstas alcanzan:

Tal vez la próxima administración norteamericana evite las tram-pas en las que han caído los Estados Unidos. Tal vez la próxima administración tendrá más éxito en el procesamiento de las nece-sidades a largo plazo de Norteamérica y el mundo. Al menos, tal vez los ciudadanos del resto del mundo sean menos propensos a dejarse llevar por los mitos que tanto han guiado a las ideas acer-ca de la economía política a lo largo de los años recientes. Tal vez Norteamérica y Europa, juntas, y el mundo desarrollado y el sub-desarrollado, puedan forjar una forma de democracia global nueva, y un nuevo conjunto de políticas económicas: que garanticen una prosperidad recién encontrada que será compartida por todos los ciu-dadanos del mundo.354

Así que se nos brinda la esperanza infundada del “tal vez” no una sino cuatro veces. Pero absolutamente sin nada que la respalde. Por eso la proyección de una “forma de democracia global nueva” (¿acaso hemos tenido alguna vez una forma de democracia global vieja?) que se supone garantizará “una prosperidad recién encontra-da” para “todos los ciudadanos del mundo”, sigue siendo nada más

354 Joseph Stiglitz, The Roaring Nineties, Penguin Books, 2004, p. 346.

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un desiderátum piadoso, en carencia total de algún análisis acerca de qué es lo que podría convertirlo en realidad. Porque Stiglitz nun-ca tiene la intención de considerar, ni mucho menos afrontar comba-tivamente, los enormes impedimentos estructurales que militan en contra de la realización de las alternativas necesarias e históri-camente viables. Las determinaciones estructurales de importancia fundamental del orden dominante son sistemáticamente eludidas. Stiglitz jamás critica la naturaleza y el marco capitalistas de la globalización en marcha. Solo le preocupa su “administración”, y espera que el correctivo para rectificar la “mala administración” que se critica provenga de una forma de administración capitalista más comprensiva y menos “codiciosa”, de su propio tipo, sin nin-guna clase de necesidad de algún cambio estructural en el orden social establecido.

Resulta comprensible, entonces, que las recomendaciones de po-líticas de Stiglitz sean totalmente anémicas, por decirlo con suavi-dad. En su evaluación general de The Roaring Nineties escribe:

Si tuviese que precisar un solo y único mensaje en este libro se-ría: se necesita que haya un equilibrio entre el papel del gobierno y el del mercado. Un país puede padecer tanto por sub-regulación como por sobre-regulación, y tanto por inversión pública demasiado pe-queña como por excesivo gasto público; el gobierno puede ayudar a estabilizar la economía —pero las políticas mal diseñadas pueden hacer que empeoren las fluctuaciones, (…) Esta comprensión más amplia significa que los países deberían sentir una mayor libertad en su escogencia de políticas económicas.355

A menudo escuchamos decir que se debe establecer un equili-brio apropiado entre el papel del gobierno y el del mercado, pero es en vano. Porque por lo general se pasan por alto las determinacio-nes causales subyacentes y los fuertes impedimentos estructura-les que tienden a actuar en contra de ello.

Sin embargo, aunque los ítems enumerados en la lista de Sti-glitz están “equilibrados”, como él dice que habría que equilibrar-los, ¿de qué manera resolvería eso en lo más mínimo cualquiera de

355 Joseph Stiglitz, ibíd., p. XIV.

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los graves problemas estructurales de nuestro mundo, por no men-cionar la creación de “una prosperidad recién encontrada que será compartida por todos los ciudadanos del mundo”? ¿Y qué haríamos con la recomendación política final de que “los países deberían sentir una mayor libertad en su escogencia de políti-cas económicas”? ¿Qué pasa si ellos lo hacen pero fracasan sis-temáticamente en convertir ese sentimiento en realidad, debido a los enormes impedimentos estructurales del sistema del capital que simplemente no existen en los libros de Stiglitz? Con frecuen-cia se le elogia como el “supremo conocedor desde adentro”, que ciertamente es. El problema está, no obstante, en que a pesar de sus buenas intenciones su posición de conocedor desde adentro lo convierte en cautivo de la perspectiva —en última instancia suma-mente dudosa— del “adentro” estructuralmente atrincherado pero históricamente insustentable.

En conclusión, nuestro problema no está en la necesidad de una globalización, la cual es innegable, sino en el fracaso sistemático de la globalización capitalista debido a los antagonismos destructivos generados e intensificados bajo el orden existente. Porque aun en el punto más favorable del ascenso histórico del capital ese modo de reproducción metabólica social —como resultado de sus deter-minaciones estructurales adversariales más profundas, que ninguna “administración capitalista comprensiva” podría alterar— necesa-riamente sería incapaz de introducir en términos globales un nivel de igualdad mínimamente tolerable. Ahora bien, hasta el apologista Wolf tiene que aceptar que, en caso de que las tendencias actuales se mantengan, tanto la diferencia absoluta como las brechas relati-vas en los niveles de vida de los países más ricos y los más pobres del mundo continuarán haciéndose mayores. Hoy esa relación es aproximadamente de setenta y cinco a uno. Hace un siglo era como de diez a uno. Dentro de cincuenta años podría llegar fácilmente a ciento cincuenta a uno.356

Por lo tanto el problema real es la emancipación humana y las condiciones necesarias para su realización, y no la “globalización

356 Martin Wolf, op., cit. p. 314.

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basada en el mercado”. Esperar que la solución de nuestros asun-tos más candentes de la explotación y la dominación de clases es-tructuralmente atrincheradas nos venga de un mercado mundial supuestamente beneficioso fue siempre absurdo, si no un descara-do embuste cínico. Nunca hubo una realidad que se correspondie-se con eso, porque —lejos de ser imparcial— el mercado mundial estuvo dominado imperialistamente desde sus inicios y lo ha seguido estando a partir de allí. Desde el comienzo mismo estuvo constituido por un conjunto de relaciones de poder absolutamente inicuas, que siempre trabajaron a favor del más fuerte y del control implacable —de ser necesario incluso bajo la represión militar más brutal— de los participantes más débiles.

En el pasado fue posible posponer muchos problemas gracias a la productiva acumulación del capital relativamente libre de pro-blemas, si bien característicamente inflada por la ideología domi-nante y su promesa de “un pastel cada vez más grande para todos” en el futuro. En nuestro tiempo, sin embargo, bajo las condiciones de crisis estructural del sistema del capital, tenemos que enfrentar también la profunda crisis de la acumulación del capital. Ésta afecta profundamente hasta al país capitalista más poderoso, los Estados Unidos, con implicaciones de largo alcance para el resto del mun-do. La crisis de la acumulación del capital acarrea por todas partes la dominación aventurera de la forma más parasitaria del capital financiero, dedicado afanosamente a la construcción de castillos de arena a orillas del mar, con sus pretensiones de una sólida glo-balización. Ni tampoco debemos olvidar la necesidad fundamental de una economía genuina administrada racionalmente que nazca de las limitaciones de nuestro planeta finito, y de frente contra el irresponsable despilfarro de la administración del capital estable-cida durante tan largo tiempo. Además, las destructivas determi-naciones internas del imperialismo hegemónico global agravan en mucho esos problemas, y le presentan al hegemón único avasalla-doramente dominante la “solución última”, no solo en términos de la acumulación sin fin del capital, sino también llevándose la parte del león de los recursos planetarios mediante el empleo de la violen-cia militar extrema, aunque hacerlo presagie la total destrucción de

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la humanidad. Tener en mente todos esos problemas, como debe-ríamos, nos permitirá hacernos una buena idea de la magnitud de la tarea histórica.

La globalización capitalista nunca funcionó de una manera sus-tentable y jamás podrá hacerlo. La única alternativa hegemónica viable tendría que ser un orden socioeconómico y político radical-mente distinto. Ese orden tendría que estar basado en una relación muy diferente con la naturaleza misma, con demandas de energía y recursos de materia prima, al igual que de necesidades agrícolas, cualitativamente diferentes; una relación respetuosa de los reque-rimientos objetivos del proceso de la reproducción históricamente sustentable en nuestro hogar planetario. Un orden que solamente podría prevalecer si se le instituye y se le mantiene sobre la base de relaciones sustantivamente equitativas, tanto en lo interno —poniéndole fin a la adversariedad de clases y con ello liberando inmensos recursos humanos, hoy completamente desperdiciados— como en lo internacional, con respecto a la adopción de relacio-nes de genuina cooperación entre los estados. Pero la institución de cualquiera de las características definitorias de un orden de esa naturaleza resulta inconcebible dentro del marco irreparablemente explotador de la globalización capitalista, aunque se le libere imagi-nariamente de sus “perturbaciones administrativas”.

10.3 La crisis estructural de la política357

10.3.1 Síntomas de una crisis fundamental Es necesario subrayar aquí los desarrollos sumamente inquietan-

tes —y que ciertamente amenazan al mundo entero— en el campo de la política y la justicia. Quiero mencionar al respecto que hace nada menos veintitrés años que me enteré personalmente en Paraiba

357 Las Secciones 10.3.1 y 10.3.2 fueron leídas en Maceió, Brasil, el 4 de mayo de 2006, en la conferencia de apertura del 13º Congreso Nacional de los Magistrados de Justicia del Trabajo y 30º Aniversario de su Asociación. La conferencia se publicó por primera vez en inglés en Monthly Review, septiembre de 2006, pp. 34-53.

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de las dolorosas circunstancias de los explosivos disturbios por la comida. Veinte años después, para la época de la campaña electo-ral del presidente Lula, leí que él había anunciado que la parte más importante de su estrategia futura era su determinación de poner-le fin en el país al grave mal social del hambre. Era obvio que las dos décadas transcurridas desde aquellos disturbios dramáticos en Paraiba no bastaron para solucionar ese problema crónico. Toda-vía hoy, se me ha dicho, las mejoras son muy modestas en Brasil. Más aún, las sombrías estadísticas de las Naciones Unidas cons-tantemente ponen de relieve que el mismo problema persiste, con consecuencias devastadoras, en muchas partes del mundo. Y es así a pesar del hecho de que las fuerzas productivas a la disposición de la humanidad en la actualidad podrían relegar para siempre al pasado el fracaso social hoy totalmente inexcusable del hambre y la desnutrición.

Sería tentador atribuirle esas dificultades, como sucede con frecuencia en el discurso político tradicional, a las contingencias políticas más o menos fácilmente corregibles, y proponer a partir de ello el correctivo, mediante cambios de personal en la próxima oportunidad electoral adecuada y estrictamente bien disciplinada. Pero esa constituiría la acostumbrada evasión y no una explicación plausible. Porque la persistencia pertinaz de los problemas sobre el tapete, con todas sus penosas consecuencias humanas, apuntan ha-cia conexiones mucho más hondamente arraigadas. Indican alguna fuerza de inercia aparentemente incontrolable que parece ser capaz de convertir, con deprimente frecuencia, hasta a las “buenas inten-ciones” de los manifiestos políticos prometedores en el pavimento del camino al infierno, en palabras del inmortal Dante. Por lo tanto el desafío es encarar las causas y las determinaciones estructurales subyacentes que tienden a descarrilar por la fuerza de la inercia mu-chos programas políticos ideados para intervenir con correctivos, si bien los autores de esos programas admiten desde el principio que el estado de cosas existente resulta insostenible.

Consideremos unos cuantos ejemplos impactantes que demues-tran con claridad no solo que hay algo que afecta peligrosamente la manera como regulamos nuestros intercambios sociales sino, peor

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que eso, también la circunstancia agravante de que la tendencia ob-servable es a la intensificación de los peligros hasta el punto del no retorno.

Hace seis años ya escribí, para una conferencia pública que dicté en Atenas en octubre de 1999, que:

Con toda probabilidad la forma final de amenazar al adversario en el futuro —la nueva “diplomacia de las cañoneras” ejercida desde el “aire patentado”— será el chantaje nuclear. Pero su objetivo sería similar a los del pasado, puesto que su modalidad prevista no podría más que subrayar la absurda insostenibilidad del intento de imponerles de esa manera la ra-cionalidad última del capital a las partes reacias del mundo.358

En estos seis años esas prácticas de hacer política potencialmen-te letales del imperialismo hegemónico global se habían converti-do no solo en una posibilidad general, sino en parte integrante de la “concepción estratégica” del gobierno norteamericano, abierta-mente admitida como neoconservadora. Y la situación hasta ha em-peorado hoy día. En las recientes semanas, en relación con Irán,359 hemos entrado en la verdadera etapa de planificación de un curso de acción que podría amenazar no solo al propio Irán, sino también a la humanidad entera, con un desastre nuclear. El recurso cínico de costumbre empleado al hacer públicas esas amenazas es “ni lo confirmamos ni lo negamos”. Pero nadie debería dejarse engañar por semejante clase de tretas. De hecho, ese peligro bien real re-cientemente materializado del desastre nuclear fue lo que indujo a un grupo de distinguidos físicos norteamericanos, entre ellos cinco

358 The Alternative to capital’s Social Order: Socialism or Barbarism, Bagchi & Co., Kolkata 2001, p. 39; en la edición de Monthly Review Press, p. 40.

359 “Seymour Hersh reporta que una opción implicaría el empleo de un arma nuclear táctica antibunker, como la B61-11, para garantizar la des-trucción de la principal planta centrífuga de Irán, en Natanz”. Sarah Baxter, “Gunning for Iran”, The Sunday Times, 9 de abril de 2006.

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laureados con el Premio Nobel, a escribir una carta abierta en pro-testa contra el presidente Bush en la que afirmaban que.

Resulta gravemente irresponsable por parte de los Estados Unidos, como la mayor superpotencia, considerar cursos de acción que eventual-mente podrían conducir a la destrucción general de la vida en el planeta. Instamos a la administración a anunciar públicamente que está retirando de las opciones puestas sobre la mesa la opción nuclear, para el caso de to-dos los adversarios no nucleares, presentes o futuros, e instamos al pueblo norteamericano a hacer oír sus voces en esta materia.360

¿Están las instituciones políticas legítimas de nuestras socieda-des en posición de corregir incluso las posiciones más peligrosas interviniendo democráticamente en los procesos de toma de deci-siones actuales, como el discurso político tradicional insiste en ase-gurarnos, a pesar de toda la evidencia de lo contrario? Tan solo los más optimistas —y rematadamente ingenuos— podrían afirmar y creer sinceramente que en verdad vivimos en semejante situación feliz. Porque en los años recientes las principales potencias occi-dentales se han lanzado, sin impedimento alguno, a guerras devas-tadoras empleando artilugios autoritarios —como la “prerrogativa ejecutiva” y la “Prerrogativa Real”361— sin consultar a sus pueblos

360 Esa carta, fechada 17 de abril de 2006, junto con las direcciones de co-rreo electrónico de los prominentes firmantes, se puede leer en htpp://www.globalresearch.ca. La iniciativa del 17 de abril de 2006 estuvo precedida en el otoño de 2005 de una petición firmada por más de 1.800 físicos, que re-pudiaban las nuevas políticas de armamento nuclear de los Estados Unidos que incluyen el uso preventivo de armas nucleares en contra de adversarios no nucleares.

361 John Pilger fustigó con razón al primer ministro Tony Blair a ese res-pecto. Escribió que “Blair ha demostrado su apetencia de poder absoluto con su abuso de la Prerrogativa Real, que utilizó para pasar por sobre el Parlamento e ir a la guerra”. El artículo de Pilger del cual se cita este pa-saje fue publicado en el New Statesman del 17 de abril de 2006. Cabría agregar también que artilugios como la “Prerrogativa Real”, y los de sus

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acerca de esa importantísima materia, apartando a un lado sin con-templaciones el marco del derecho internacional y los órganos de toma de decisiones apropiados en las Naciones Unidas. Los Estados Unidos se atribuyen el derecho moral de actuar como les venga en gana, cada vez que les venga en gana, incluso hasta el punto de em-plear armamento nuclear —no solo preventivamente sino también disuasivamente— contra cualquier país que les plazca, en la opor-tunidad en que así lo decreten sus pregonados “intereses estratégi-cos”. Y todo ello lo hacen los Estados Unidos como los presuntos adalides y guardianes de “la democracia y la libertad”, servilmen-te acompañados y apoyados en sus acciones ilegales por nuestras “grandes democracias”.

Hubo una vez en que el acrónimo MAD —“Mutually Assured Destruction”362¨ fue utilizado para describir el estado de confronta-ción nuclear existente. Ahora que los “neoconservadores“ no pue-den continuar pretendiendo que los Estados Unidos (y Occidente en general) están amenazados por la aniquilación nuclear, el acró-nimo se ha convertido en literal MADNESS [demencia], como la “legítima orientación política” de la insania militar/política insti-tucionalizada. Ello es en parte la consecuencia de las decepciones neoconservadoras con la guerra en Irak.

Porque los neoconservadores norteamericanos tenían la espe-ranza de que la invasión a Irak desencadenaría un efecto dominó a todo lo ancho de la región, con el pueblo de Irán y otros estados ri-cos en petróleo levantándose para exigir libertades y democracia al

equivalentes igualmente problemáticos en otras constituciones, han sido in-ventados todos precisamente con el propósito de abusar de ellos, como cláu-sulas de escape autoritarias y autolegitimadoras que arbitrariamente puedan declarar sin lugar las demandas democráticas bajo circunstancias difíciles, en lugar de ampliar los poderes de la toma de decisiones democrática, como sería el caso en situaciones de crisis importantes.

362 ̈ N. del T. literalmente “Destrucción Mutuamente Asegurada”, organis-mo ficticio ideado para crear un juego de palabras que se pierde en la traduc-ción: remite a “mad”, demente.

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estilo occidental. Desafortunadamente, todo salió al revés, al menos en Irán.363

Pero incluso el asunto es mucho peor, porque todo un sistema de “pensamiento estratégico” atrincherado y afirmado institucional-mente, con centro en el propio Pentágono, acecha tras bastidores. Es eso lo que hace a la nueva MADNESS tan peligrosa para el resto del mundo, incluidos los Estados Unidos, cuyos peores enemigos son precisamente esos “pensadores estratégicos”.

Lo podemos ver con mucha claridad en un libro publicado en 2004 por Thomas P. Barnett,364 reseñado en Monthly Review por Richard Peet. Para citar a Peet:

El 11 de septiembre de 2001 fue un regalo maravilloso, dice Barnett, por retorcido y cruel que pueda sonar. La historia invitó a los Estados Uni-dos a despertar de la década soñada de los 90 e imponerle reglas nuevas al mundo. El enemigo no es ni la religión (el Islam) ni algún lugar, sino la condición de desconexión. En este mundo estar desconectado es estar aislado, desposeído, reprimido e inculto. Para Barnett esos síntomas de desconexión definen al peligro. Para decirlo en términos sencillos, si un país no participase de la globalización, o rechazase la mayor parte de su caudal de contenido cultural, lo más probable es que los Estados Unidos terminara enviando sus tropas allá. (…) La visión estratégica de los Esta-dos Unidos necesitaba enfocarse en “hacer crecer el número de estados que reconocen un conjunto estable de reglas respecto a la guerra y la paz” —es decir, las condiciones bajo las cuales resulta razonable librar una guerra contra enemigos de “nuestro orden colectivo” identificables. Para lograr que esa comunidad crezca basta simplemente con identificar la di-ferencia entre regímenes buenos y malos y animar a los malos a cambiar el rumbo. Los Estados Unidos, piensa, tienen la responsabilidad de emplear su tremendo poder para convertir a la globalización en verdaderamente

363 Del artículo de Sarah Baxter en el Sunday Times antes citado. 364 Thomas P.M. Barnett, autor de The Pentagon’s New Map: War and Peace in the Twenty-First Century (Nueva York: G.P. Puttnam’s Sons, 2004, 320 páginas).

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global. De no ser así partes de la humanidad quedarán condenadas al es-tatus de outsiders, que eventualmente las definiría como enemigas. Y una vez que los Estados Unidos haya identificado a esos enemigos, invariable-mente les hará la guerra, desatando la muerte y la destrucción. Eso no es asimilación forzosa, alega Barnett, ni ampliación del imperio; es por el contrario expansión de la libertad.365 [Las negritas son mías, N. del A.]

Evidentemente, esa “visión” está al borde de la insania. Sus im-plicaciones brutales están explicadas en una entrevista que Barnett le concedió a la revista Esquire: “¿Qué significa a la larga este en-foque para nuestra nación y para el mundo? Voy a ser muy claro: los muchachos nunca van a volver a casa. Norteamérica no va a salir del Medio Oriente hasta que el Medio Oriente no se una al resto del mundo. Es así de sencillo. Sin salida significa sin estrategia de salida”.

En verdad, difícilmente se puede ser más claro de lo que fue Bar-nett aquí y en su libro. De esa manera podemos ver la gratuita idea-lización de las presunciones absurdas del “tremendo poder” de los Estados Unidos y la correspondiente proyección de la “globaliza-ción” como descarada dominación norteamericana, reconociendo abiertamente que sus medios son “la muerte y la destrucción”. Y si alguien pudiese pensar que Barnett es un chupatintas insignificante se alarmaría muchísimo al enterarse de la realidad. Porque Barnett es investigador estratégico de elevado rango académico de la U.S. Naval War College en Newport, Rhodes Island, y un “hombre de visión” en la Oficina de Transformación de Fuerzas adjunta a la Se-cretaría de la Defensa. Está catalogado de “hombre de visión” al que además se le escucha y se le hace caso, con toda seriedad.

Lamentablemente, los estrados más altos del “pensamiento es-tratégico” en los Estados Unidos están poblados de “hombres de vi-sión” semejantes, decididos a poner ellos también sus adoquines, no de buenas sino de las más agresivas malas intenciones, para pavi-mentar el camino al infierno de Dante. Porque el gran poeta italiano

365 Richard Peer, “Perpetual War for a Lasting Peace”, Monthly Review, enero de 2005, pp. 55-56.

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jamás sugirió que el camino al infierno del que habló estuviese pa-vimentado exclusivamente de buenas intenciones. Según uno de esos peligrosos “hombres de visión”, Max Boot, quien es destacado miembro del plantel del prestigioso Consejo de Relaciones Exterio-res de los Estados Unidos

Toda nación que se decida a ejercer una política imperial experimenta-rá unos cuantos reveses. El ejército inglés sufrió a lo largo de las guerritas de la reina Victoria varias derrotas importantes con miles de bajas, en la primera guerra afgana (1842) y en la guerra contra los zulúes (1879). Eso no amortiguó apreciablemente la determinación de los ingleses de defen-der y expandir el imperio; les desató la sed de venganza. Si los norteame-ricanos no son capaces de adoptar una actitud igualmente sanguinaria, entonces no tienen nada que buscar asumiendo una política imperial.366

En esa clase de “visión estratégica” agresiva se nos presenta la abierta idealización de la construcción del imperio británico, in-cluidos sus aspectos más brutales. Se recomienda cínicamente, en nombre de la difusión de “la democracia y la libertad”, la adopción sin reservas de la violencia colonial del pasado como modelo para construir hoy el imperio estadounidense.

Lo que vuelve particularmente perturbador a todo esto es que, en todo cuanto tiene que ver con los aspectos de mayor importan-cia —algunos de los cuales pueden resultar en la destrucción de la humanidad— nos encontramos, en los niveles más altos de la toma de decisiones políticas de los Estados Unidos, con un consenso de-cididamente maligno, a pesar de los periódicos rituales electorales para la presidencia, y también para el congreso y el senado, que se supone ofrecen alternativas reales. Sin embargo, las pretendidas di-ferencias en esos aspectos vitales, son, por lo general, eso: tan solo

366 Max Boot, Savage Wars of Peace (“Las guerras salvajes de la paz”, título tomado de La carga del hombre blanco, de Rudyard Kipling), citado en “The Failure of Empire”, reseña del mes de los editores de Monthly Re-view, enero de 2005, p. 7.

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presuntas diferencias. Como lo comenté en diciembre de 2002, mu-cho antes de la invasión a Irak:

El presidente demócrata Clinton adoptó las mismas políticas de su sucesor republicano, aunque de una forma más camuflada. En cuanto al candidato presidencial demócrata, Al Gore, acaba de declarar que él apo-yaba sin reservas la planeada guerra contra Irak, porque dicha guerra no significaba un “cambio de régimen” sino apenas “desarmar a un régimen que posee armas de destrucción en masa”.367

Además, no deberíamos olvidar que el primer presidente de los Estados Unidos que bombardeó Afganistán no fue otro que el tantas veces absurdamente idealizado Bill Clinton. Nada tiene de sorpren-dente, entonces, que el sucesor de Al Gore como candidato presi-dencial demócrata, el senador John Kerry, se apresurase a declarar en la última campaña electoral, haciéndose eco de las palabras de su oponente republicano George W. Bush, que “los norteamericanos difieren acerca de si debimos y cómo debimos haber ido a la guerra. Pero ahora resultaría impensable una retirada en desorden dejando atrás una sociedad sumida en conflictos y dominada por los radi-cales”. Resulta comprensible, entonces, que el distinguido escritor y crítico norteamericano Gore Vidal describiese la política estado-unidense, con acre ironía, como un sistema de un solo partido con dos alas derechas.

Desafortunadamente, los Estados Unidos no es de ninguna ma-nera el único país que habría que caracterizar en esos términos. Existen muchos otros en los que también las funciones de la toma de decisiones políticas están monopolizadas por disposiciones ins-titucionales conceptuales autolegimitadoras muy similares, con una diferencia entre ellas insignificantemente pequeña (si acaso la hay), a pesar de los cambios ocasionales de personal en el nivel más alto. Por limitaciones de tiempo, me limitaré en este particular a la

367 Edición en Boitempo (Sao Paulo) de O seculo XXI, socialismo ou barbarie, p. 10.

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consideración de un caso notorio, el Reino Unido, o Inglaterra. Ese país en particular —que se autopromociona tradicionalmente como la “madre patria de la democracia” en virtud del documento históri-co de la “Carta Magna”— bajo el gobierno de Tony Blair califica sin duda para la dudosa distinción de “sistema de un solo partido con dos alas derechas”, al igual que el poderoso Estado norteamericano. La guerra de Irak recibió el visto bueno en el Parlamento inglés tan-to de parte del Partido Conservador como del “Nuevo Laborismo”, con la ayuda de manipulaciones y violaciones legales más o menos obvias. Así, hoy podemos leer que:

Las transcripciones de evidencias que el procurador general, lord Goldsmith, le proporcionó en privado a una investigación oficial, sugieren que la opinión jurídica crucial sobre la legalidad de la guerra que le fue presentada al Parlamento en su nombre, la escribieron para él dos de los aliados más cercanos de Tony Blair. (…) El anterior secretario de asun-tos exteriores Robin Cook dijo anoche que aunque él había renunciado la víspera del inicio de la guerra, nunca escuchó a Lord Goldsmith hacer la defensa legal en el gabinete. “Ahora pienso que él nunca escribió formal-mente una segunda opinión”, le dijo a The Guardian”.368

Naturalmente, las subsiguientes revelación y condena públicas de esas prácticas por destacados expertos legales, en relación con “la guerra ilegal de Bush y Blair”369 no establece ninguna diferen-cia. Porque los intereses creados del imperialismo hegemónico global —al que el sistema consensual político de una potencia im-perialista antiguamente de envergadura sirve sin titubeos y humi-llantemente— tiene que prevalecer a toda costa.

368 “Trancripts show Nº 10 hand in war legal advice”. The Guardian, 24 de febrero de 2005. Cabe mencionar aquí a título de aclaratoria que la pri-mera opinión de lord Goldsmith fue muy escéptica en torno a la legalidad de la guerra prevista.

369 Ver Philippe Sands, Lawless World: America and the Making and Breaking of Global Rules, Allen Lane, Penguin Books, Londres 2005, 324 páginas.

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Las consecuencias de esa manera de regular los intercambios sociales y políticos son de largo alcance. En verdad, pueden tener implicaciones devastadoras para las pretendidas credenciales de-mocráticas de todo el sistema del derecho. Tres casos importantes bastarán para ilustrar el punto.

El primero tiene que ver con la alarma generada por un escri-tor famoso, John Mortimer, que en el pasado fue un partidario apa-sionado del Partido Laborista inglés, y en modo alguno una figura socialmente radical. Sin embargo, a la luz de los recientes desarro-llos legales y políticos, y en particular a causa de la abolición de la salvaguarda legal crucialmente importante del habeas corpus, sintió la necesidad de protestar con igual pasión y escribió en un artículo de prensa que ahora ha surgido el horrible hecho de que la idea de “modernización” del Nuevo Laborismo es forzarnos a re-gresar a antes de la Carta Magna y la Declaración de los Derechos, aquellos días oscuros de cuando no habíamos logrado la presunción de la inocencia. (…) Tony Blair parece estar a favor de las condenas sumarias aplicadas por la policía sin necesidad de juicio en un gran número de casos. De ese modo se echan por la borda siglos de la constitución de la que nos sentimos tan orgullosos.370

El segundo caso muestra cómo les responde el gobierno inglés a las severas críticas que le hacen incluso los órganos de mayor altu-ra del sistema judicial: con el rechazo autoritario. Como fue pues-to en claro recientemente: “un juez del tribunal superior tildó ayer de ‘afrenta a la justicia’ al sistema de órdenes de control contra los sospechosos de terrorismo que tiene el gobierno, y dictaminó que violaba la ley de derechos humanos. (…) El Ministerio del Interior rechazó el dictamen del tribunal”.371

En cuanto al tercer caso, este apunta a un tema de suma impor-tancia legislativa: la autoridad del propio parlamento, bajo la ame-

370 John Mortimer, “I cannot believe that a Labour Government would be so ready to destroy our law, our freedom of speech and our civil liberties”, The Mail on Sunday, 2 de octubre de 2005.

371 “Terror Law an affront to justice”, The Guardian, 13 de abril de 2006.

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naza de la “Ley de Reforma” del gobierno neolaborista. Para citar a John Pilger:

La Ley de Reforma de Leyes y Reglamentos ya pasó su segunda revisión parlamentaria sin despertar el interés de la mayoría de los parlamentarios laboristas y los periodistas que cubren el área ju-rídica; sin embargo su intención es definitivamente totalitaria. (…) Implica que el gobierno podrá cambiar en secreto el Acta Parlamen-taria y la constitución y las leyes podrán ser abolidas por decreto desde Downing Street. La nueva ley marca el fin de la verdadera de-mocracia parlamentaria; en su efecto resulta tan significativa como el abandono por parte del congreso estadounidense de la Declara-ción de los Derechos, ocurrido el año pasado.372

Así, la manipulación y la violación del derecho interno e interna-cional, en pro de justificar lo injustificable, acarrea peligros conside-rables incluso para los requerimientos constitucionales elementales. Los cambios negativos —que sacan parte de la revisión y salva-guardas legales vitales fuera del marco legal y político de sus “alia-dos”— no pueden ser limitados al contexto internacional (impuesto por los Estados Unidos). Tienden a socavar la constitucionalidad en general, con consecuencias incontrolables para la operación del sistema legal interno de los “aliados voluntarios”, subvirtiendo sus tradiciones legales y políticas. La arbitrariedad y el autoritarismo se pueden salir de control como resultado de esos cambios altamente irresponsables que no tienen reparos en causar estragos incluso en la constitución establecida.

El debate actual en Japón nos brinda un caso notorio en este particular:

Se ha suscitado una grave situación en la que las fuerzas políticas adversas a la revisión constitucional están realmente contendiendo entre ellas para redactar una nueva constitución. El “proyecto de la nueva constitución” del PDL [el Partido Democrático Liberal, por largo tiempo en el poder] (…) elimina el segundo párrafo del Ar-tículo 9 de la constitución y agrega una provisión que le permite a

372 “John Pilger sees freedom die quietly”, New Statesman, 17 de abril de 2006.

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Japón “mantener una autodefensa militar” que tendría la tarea de realizar “actividades coordinadas internacionalmente que garanti-cen la paz y la seguridad de la comunidad internacional”, abriendo así la vía que le permita al Japón utilizar la fuerza militar fuera de sus fronteras. Contiene también una cláusula para restringir dere-chos humanos fundamentales en nombre del “interés público y el orden público”, lo que equivale a negar la constitucionalidad. Tam-bién resulta grave que, además, el proyecto de constitución del PDL facilite que se le hagan nuevas enmiendas a la constitución, al redu-cir el requerimiento para la introducción de enmiendas por parte de la Asamblea Legislativa, de la presente mayoría de dos tercios a apenas una mayoría simple de la totalidad de los miembros de cada cámara.373

El propósito inmediato de esos cambios es, obviamente, hacer que el pueblo japonés se convierta voluntariamente en carne de cañón de las guerras actuales y futuras del imperialismo norte-americano. ¿Pero puede alguien ofrecer seguridades y garantías —dejando de lado la dolorosa evidencia de las aventuras imperialistas del Japón en el pasado, junto a su historia sumamente represiva en lo interno— de que no habrá otras consecuencias a la larga?374

Mientras tanto, hay tantos problemas clamando por soluciones genuinas que bien podrían estar a nuestro alcance. Algunos de ellos han estado con nosotros por varias décadas, imponiéndoles

373 Japan Press Weekly, Número Especial, marzo de 2006, p. 26.

374 Como lo advirtió Kazuo Shii recientemente: “¿Cómo fue que el Japón tomó la senda equivocada del expansionismo territorial? Para las naciones víctimas, esa fue la historia de la pérdida de su tierra natal en la humillación y la devastación. Reconocer ese hecho no tiene nada de masoquista. Si el Ja-pón tiene el valor suficiente para darle cara a su pasado histórico con hones-tidad y reconocer su mal proceder, se puede ganar la confianza de las demás naciones del Asia, y el pueblo japonés podrá afrontar el futuro con confian-za. De lo contrario, hacerse de la vista gorda con las fechorías del pasado lo llevará a cometer los mismos errores otra vez”. Japan Press Weekly, 2 de septiembre de 2006, pp. 9-10.

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penurias y sacrificios terribles a millones de personas. Colombia constituye un ejemplo ostensible. Durante cuarenta años las fuer-zas opresoras —internas y externas, dominadas por los Estados Unidos— han tratado sin éxito de sofocar la lucha del pueblo co-lombiano. Los intentos de lograr un arreglo negociado —“con la participación de todos los grupos sociales, sin excepción, a fin de reconciliar la familia colombiana”,375 en palabras del líder de las FARC— se han visto frustrados sistemáticamente. Como lo escri-bió Manuel Marulanda Vélez en una carta abierta dirigida reciente-mente a un candidato presidencial:

Ningún gobierno, liberal o conservador, le ha dado una solución política efectiva al conflicto social armado. Las negociaciones han sido utilizadas con el propósito de no cambiar nada, de manera que todo siga igual. Todos los planes políticos de los gobiernos emplea-ron la constitución y las leyes como una barrera, para asegurarse de que todo continuase como siempre.376

Así, cuando los intereses sociales dominantes lo deciden, la “constitucionalidad” y las reglas del “consenso democrático” son utilizadas en Colombia (y en todas partes) cómo cínicas artimañas para evadir y posponer para siempre la solución incluso de los asun-tos más candentes, sin importar lo inmensa que pueda ser la escala de los sufrimientos que se le impongan al pueblo como resultado. Y, dentro de la misma tónica, en un contexto social diferente pero bajo el mismo tipo de determinaciones estructurales profundamente en-cajadas, se ignoran hasta las violaciones de la constitucionalidad establecida más flagrantes y abiertamente admitidas, a pesar de la periódica mera retórica ritual consagrada a la necesidad de respetar los requerimientos constitucionales. En ese sentido, cuando el Co-mité del Congreso de los Estados Unidos investigó el “escándalo del Irangate de los contras” y concluyó que la administración Reagan

375 Manuel Marulanda Vélez, “Carta enviada pelo líder histórico das FARC da Colombia a Álvaro Leyva, candidato às Eleiçoes Presidênciais marcadas para 24 de Maio de 2006”, abril de 2006.

376 Ibid.

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era responsable de “subvertir la ley y socavar la constitución”, no se hizo absolutamente nada para condenar, y mucho menos destituir, al presidente culpable. Y aun cuando se trate de otro tipo de caso —como lo vimos en la determinación gubernamental del PDL en el poder de subvertir la constitución japonesa— cada vez que las cláu-sulas constitucionales originales parezcan ser obstáculos para lan-zarse a nuevas aventuras militares peligrosas, los intereses sociales y políticos del país impondrán un nuevo marco legal cuya función principal sea liquidar las salvaguardas democráticas alguna vez proclamadas, y convertir lo que anteriormente se decretaba como ilegal en “legalidad constitucional” arbitrariamente institucionali-zada. Y tampoco deberíamos olvidar lo que ha venido sucediendo en un sentido muy adverso, y en su tendencia peligrosamente auto-ritario, con la constitucionalidad de Inglaterra y los Estados Unidos durante estos últimos años.

Como ya lo indiqué al comienzo, no le podemos atribuir los pro-blemas crónicos de nuestros intercambios sociales a contingencias políticas más o menos fácilmente corregibles. Hay demasiado en juego, y disponemos de muy escaso tiempo histórico para corregir de manera sustentable en lo social los sufrimientos tan obvios de las clases sociales estructuralmente subordinadas. La interrogante del ¿por qué? —referida a los aspectos sustantivos y no simplemen-te a los eventuales fracasos de tipo personal (aunque estos puedan resultar muy graves, como lo son los casos frecuentemente puestos a la luz de la corrupción política ampliamente difundida)— no pue-de ser eludida indefinidamente. Es necesario investigar las causas sociales y las determinaciones estructurales hondamente plantadas en la raíz de las tendencias negativas que perturban la política y el derecho, si queremos explicar su tenaz persistencia y su empeora-miento en el tiempo presente. Quiero ahora abordar esa interrogan-te del porqué.

10. 3. 2 La naturaleza de la crisis estructural del capitalEn este respecto es necesario aclarar las diferencias relevantes

entre los tipos o modalidades de la crisis. Tiene mucha importan-cia determinar si una crisis en la esfera social puede ser considerada

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como crisis periódica/coyuntural, o si se trata de algo mucho más fundamental. Porque, es obvio, la manera de manejarse ante una crisis fundamental no se puede idear en términos de las categorías de las crisis periódicas o coyunturales.

Para adelantar uno de los puntos principales de esta conferen-cia, en lo que atañe a la política la diferencia crucial entre los dos tipos de crisis abiertamente contrastantes en cuestión es que las crisis periódicas o coyunturales en desenvolvimiento se resuelven con mayor o menor éxito dentro de un marco político dado, en tanto que la crisis fundamental afecta al propio marco en su totalidad. En otras palabras, en relación con sistema socioeconómico y político dado estamos hablando de la diferencia vital entre las crisis más o menos frecuentes en la política, en contraposición con la crisis de la modalidad establecida de la propia política, con requerimientos cualitativamente diferentes para su posible solución. Es esa segunda modalidad la que nos preocupa hoy día.

En términos generales, esa distinción no es cuestión simple-mente de la aparente gravedad de los tipos de crisis contrastantes. Porque una crisis periódica o coyuntural puede ser dramáticamen-te grave —como resultó ser la “gran crisis económica mundial de 1929-1933”— pero a la vez capaz de admitir una solución dentro de los parámetros del sistema establecido. Malinterpretar la grave-dad de una crisis coyuntural dada como si se tratase de una crisis sistémica fundamental, como lo hicieron Stalin y sus asesores en medio de la “gran crisis económica mundial de 1929-1933” condu-ce indefectiblemente a adoptar estrategias equivocadas y en verdad voluntaristas, como la de declarar que la “socialdemocracia” era el enemigo principal a comienzos de la década de los 30, que no podía más que fortalecer, como trágicamente hizo, el poder de Hitler. Y de igual manera, pero en sentido opuesto, el carácter “no explosivo” de una crisis estructural prolongada, en contraste con las “tempes-tades” (Marx) mediante las cuales las crisis coyunturales perió-dicas pueden descargarse y resolverse, también puede conducir a estrategias mal concebidas en lo fundamental, como resultado de la interpretación errónea de la ausencia de “tempestades”, como si esa ausencia fuese la abrumadora evidencia de la estabilidad indefinida

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del “capitalismo organizado” y la “integración de la clase trabajado-ra”. Ese tipo de interpretación errada, sin duda alguna fuertemen-te promocionada por los intereses ideológicos dominantes bajo las apariencias de “objetividad científica”, tiende a reforzar la posición de los que representan la aceptación autojustificadora de los enfo-ques acomodaticios reformistas en los partidos de la clase trabaja-dora y sindicatos institucionalizados —alguna vez genuinamente opositores— (que hoy, no obstante, constituyen la “oposición oficial a Su Majestad la Reina”, como suele decirse). Pero hasta dentro de los críticos más hondamente comprometidos del sistema del capi-tal, la misma concepción equivocada respecto al panorama indefi-nidamente libre de crisis del orden establecido puede resultar en la adopción de una postura defensiva autoparalizante, como lo hemos presenciado en el movimiento socialista en estas últimas décadas.

Es imprescindible seguir insistiendo en que no es posible enten-der la crisis de la política en nuestro tiempo sin hacer referencia al amplio margen social general del que la política forma parte inte-grante. Eso significa que si queremos aclarar la naturaleza de la per-sistente crisis de la política, que hoy se profundiza cada vez más en todo el mundo, debemos centrar la atención en la propia crisis del sistema del capital. Porque la crisis del capital que estamos experi-mentando —por lo menos desde el comienzo mismo de la década de los 70377— es una crisis estructural omniabarcante.

Veamos, haciendo un resumen lo más breve posible, las caracte-rísticas definitorias de la crisis estructural que nos ocupa.

La novedad histórica de la crisis actual se pone de manifiesto bajo cuatro aspectos principales:

1. Su carácter es universal, en lugar de restringido a una esfera en particular (por ejemplo, la financiera, o comercial, o que afec-

377 Escribí en noviembre de 1971, en el prefacio a la tercera edición de Marx’s Theory of Alienation, que los eventos y desarrollos en desenvolvi-miento “subrayaban dramáticamente la intensificación de la crisis estructu-ral global del capital”.

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te esta o aquella rama de la producción en particular, con su gama específica de habilidades y grados de productividad, etc.);

2.Su cobertura es verdaderamente global (en el sentido más ame-nazadoramente literal del término), en lugar de verse circunscrita a un conjunto de países en particular (como lo estuvieron todas las crisis de envergadura del pasado);

3. La escala temporal es extensa, continua —si se quiere perma-nente— en lugar de limitada y cíclica, como lo fueron todas las crisis del capital anteriores.

4. Su modo de desenvolvimiento se podría calificar de reptante —en contraste con las erupciones y derrumbes del pasado, más es-pectaculares y dramáticos— con el añadido de la salvedad de que, en lo que respecta al futuro, no se puede excluir que haya incluso las convulsiones más vehementes o violentas: por ejemplo, cuando se le acabe la gasolina a la compleja maquinaria que hoy participa acti-vamente en la “crisis administrativa” y en el “desplazamiento” más o menos temporal de las crecientes contradicciones. (…)

[Aquí] se hace necesario establecer algunos puntos generales en torno a los criterios de una crisis estructural, así como las formas como se podría concebir una solución.

Para ponerlo en los términos más simples y generales, una crisis estructural afecta a la totalidad de un complejo social, en todas sus relaciones con sus partes o subcomplejos constituyentes, al igual que con otros complejos con los cuales está vinculado. Por el con-trario, una crisis no estructural afecta tan solo a algunas partes del complejo en cuestión, y por consiguiente, independientemente de lo grave que pueda ser con respecto a las partes afectadas, no puede poner en peligro la continuación de la supervivencia de la estructura general.

En consecuencia, el desplazamiento de las contradicciones solo resulta factible cuando la crisis es parcial, relativa e internamente manejable por el sistema, y no requiere sino de cambios —aunque podrían ser de importancia— dentro del propio sistema relativa-mente autónomo. En ese mismo orden de ideas, una crisis estruc-tural pone en cuestionamiento la existencia misma del complejo

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general involucrado, y plantea su perentoriedad y su reemplazo por parte de algún complejo alternativo.

El mismo contraste se puede expresar en términos de los límites que todo complejo social resulta tener en su inmediatez, en cual-quier tiempo dado, comparado con aquellos que no puede traspa-sar concebiblemente. Así, una crisis estructural no tiene que ver con los límites inmediatos sino con los últimos límites de una estructura global…378

Por consiguiente, en un sentido bastante obvio no podría exis-tir nada más grave que la crisis estructural del modo de reproduc-ción metabólica social del capital, que define los últimos límites del orden establecido. Pero a pesar de su profunda gravedad en sus importantísimos parámetros generales, a primera vista la crisis es-tructural podría no parecer tener una importancia tan definitiva, si se le compara con las dramáticas vicisitudes de una crisis coyuntu-ral de envergadura. Porque las “tempestades” a través de las cuales se descargan las crisis coyunturales resultan muy paradójicas, en el sentido de que en su modo de desenvolverse no solo se descargan (y se imponen) sino además se resuelven, en la medida en que ello sea posible bajo las circunstancias. Y lo pueden hacer precisamente a causa de su carácter parcial que no pone bajo cuestionamiento los últimos límites de la estructura global establecida. Al mismo tiem-po, sin embargo, y por la misma razón, solo pueden “resolver” los problemas estructurales subyacentes hondamente arraigados —que necesariamente tienen que hacerse valer una y otra vez en forma de las crisis coyunturales específicas— de una manera estrictamente parcial y, en lo temporal, también sumamente limitada. Es decir, hasta que sobre el horizonte de la sociedad se aparezca la siguiente crisis coyuntural.

Por el contrario, en vista de la naturaleza inescapablemente com-pleja y prolongada de la crisis estructural, que se desenvuelve en el tiempo histórico en un sentido epocal y no episódico/instantáneo, lo que decide el punto es la interrelación acumulativa de la totalidad,

378 La cita está tomada de la Sección 18.2.1 de Más allá del capital, 783-784 [con ligeras modificaciones de estilo. N. del T.].

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aun bajo la falsa apariencia de “normalidad”. Es así porque en la crisis estructural todo está en juego, incluidos los últimos límites omniabarcantes del orden establecido, del cual ya no es posible que exista una instancia en particular “simbólica/paradigmática”. Si no comprendemos las conexiones e implicaciones sistémicas genera-les de los eventos y desarrollos específicos, perderemos de vista los cambios realmente significativos y las correspondientes palancas para una potencial intervención estratégica que los afecte de mane-ra positiva, en pro de la necesaria transformación sistémica. Nuestra responsabilidad social, por consiguiente, exige tener una conciencia incondicionalmente crítica de la interrelación acumulativa que va surgiendo, en lugar de andar buscando garantías reconfortantes en el mundo de la normalidad ilusoria hasta que la casa se nos derrum-be sobre la cabeza.

Dada la crisis estructural del capital en nuestro tiempo, sería un verdadero milagro que ella no se manifestase —y ciertamente en un sentido profundo y de largo alcance— en el campo de la políti-ca. Porque la política, junto con su correspondiente marco jurídico, ocupa una posición vitalmente importante en el sistema del capi-tal. Ello es debido al hecho de que el Estado moderno constituye la estructura de mando política totalizadora del capital, requerida (mientras sobreviva el orden reproductivo ahora establecido) para introducir algún tipo de cohesión (o una unidad que efectivamente funcione) —aunque sea sumamente problemática y periódicamen-te rota— en la multiplicidad de los constituyentes centrífugos (los “microcosmos” productivos y distributivos) del sistema del capital.

Ese tipo de cohesión no puede ser sino inestable, porque depende de la relación de fuerzas siempre prevaleciente, pero por naturaleza propia cambiante. Una vez que la cohesión se ha roto, debido a un cambio significativo en la relación de fuerzas, tiene que ser reconsti-tuida de algún modo, para compatibilizarse con la nueva relación de fuerzas. Es decir, hasta que se vuelva a romper. Y así sucesivamen-te, como un hecho natural consumado. Tal tipo de dinámica que se autorrenueva problemáticamente se aplica tanto a lo interno, entre las fuerzas dominantes de los países en particular, como a lo inter-nacional, donde requiere de reajustes periódicos de acuerdo con las

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cambiantes relaciones de poder de la multiplicidad de estados en el orden global del capital. Fue así como el capital de los Estados Unidos pudo obtener su dominación global en el siglo XX, en par-te mediante la dinámica interna de su propio desarrollo, y en parte mediante la afirmación progresiva de su superioridad imperialista sobre las antiguas potencias imperialistas muy debilitadas —sobre todo Inglaterra y Francia— durante y después de la Segunda Gue-rra Mundial.

La gran pregunta en este particular es ¿durante cuánto tiempo puede este tipo de cohesión, que opera efectivamente quebrando al sistema establecido para luego reconstituirlo, ser llevada adelante sin activar la crisis estructural del capital? El reajuste obligado de la relación de fuerzas interestatales no parece constituir un límite último en este respecto. Después de todo, debemos recordar que la humanidad tenía que padecer, y lo hizo, los horrores de dos guerras mundiales sin interrogarse acerca de la adaptabilidad del capital para continuar siendo el controlador sistémico de nuestra repro-ducción metabólica social. Esto se podría considerar no solo com-prensible, sino, peor que eso, también aceptable, porque siempre ha pertenecido a la normalidad del capital estipular que “si no puedes someter al enemigo de alguna otra manera, entonces tendrá que ser por la guerra”. El problema está, sin embargo, en que ese “razona-miento” —que nunca ha tenido mayores “razones” que la categórica aseveración de “la fuerza tiene la razón, independientemente de las consecuencias”— se ha vuelto ahora totalmente absurdo. Porque una Tercera Guerra Mundial no se detendría justo en el momento en que se someta al adversario proclamado. Destruiría a toda la hu-manidad. Cuando a Albert Einstein se le preguntó con qué clase de armas se pelearía la Tercera Guerra Mundial, su respuesta fue que él no sabría decirlo, pero que sí podía garantizar que las guerras si-guientes se librarían con hachas de piedra.

El papel de la política en la reconstitución de la requerida cohe-sión fue siempre grande en el sistema del capital. Es bastante sen-cillo: un sistema como ese no se podría mantener sin ella. Porque tendería a hacerse pedazos bajo la fuerza centrífuga de sus partes constituyentes. Lo que bajo la normalidad del capital aparenta ser

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en general una crisis política de envergadura es debido, en un senti-do más profundo, a la necesidad de producir una nueva cohesión en el nivel social general, de acuerdo con la relación de fuerzas mate-rialmente cambiada, o cambiante. Así, por ejemplo, las tendencias monopolísticas del desarrollo no pueden ser dejadas de su cuenta sin causar enormes problemas por todas partes. De alguna forma tendrán que ser metidas por la política dentro de un marco relati-vamente cohesivo: la estructura de mando totalizadora del capital. Eso tiene que hacerse, aunque los pasos reguladores adoptados de-mostrativamente con frecuencia no signifiquen otra cosa que una racionalización y justificación flagrantemente ideológica de la nue-va relación de fuerzas, que más tarde se verá reblandecida a favor de las corporaciones monopólicas o cuasimonopólicas como lo manda la tendencia subyacente. Naturalmente, los desarrollos internacio-nales monopolísticos tienen lugar sobre la base de ese mismo tipo de determinaciones. Pero todos esos procesos resultan en principio compatibles con la normalidad del capital, sin que necesariamente terminen en la crisis estructural del sistema. Ni en verdad tampoco en la crisis estructural de la política. Porque, en lo que atañe a la cuestión de la crisis, seguimos hablando de las crisis que se dan en la política —es decir, crisis particulares que se desenvuelven y se resuelven dentro de los parámetros manejables del sistema político establecido— pero no acerca de la crisis de la política.

Las instituciones políticas establecidas tienen la importante fun-ción de manejar, y en un sentido hasta de rutinizar, la manera más conveniente y durable de reconstituir la requerida cohesión social, en sintonía con los desarrollos materiales en marcha y la relación de fuerzas correspondientemente cambiante, activando al mismo tiem-po también el arsenal cultural e ideológico disponible al servicio de esa finalidad. En las sociedades democráticas capitalistas, ese pro-ceso en el campo político por lo general es manejado en forma de elecciones parlamentarias periódicas más o menos honestamente disputadas. Incluso cuando la necesidad de los obligados reajustes reconstituyentes no cabe dentro de esos parámetros propios del or-den establecido, debido a algunos cambios importantes en la rela-ción de fuerzas subyacente, trayendo consigo tipos de intervención

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política/militar dictatoriales, todavía podemos hablar de crisis en la política que el capital puede contener, siempre y cuando veamos tarde o temprano un retorno a la “constitucionalidad democrática” característica de la normalidad del capital. Más aún, esos desarro-llos con frecuencia son controlados en gran medida desde afuera, como lo atestiguan los numerosos ejemplos de dominio autoritario en América Latina inspirados y manejados por los Estados Unidos.

Por supuesto, las cosas resultan muy distintas cuando los que comienzan a prevalecer son procesos y tendencias de desarrollo profundamente autoritarios, no en regiones subordinadas sino en el núcleo mismo —las partes estructuralmente dominantes— del sistema del capital global. En el caso del viejo patrón de la “doble contabilidad”, que consiste en dominar implacablemente (y hasta militar e imperialistamente) a los demás países, mientras en casa nos amoldamos a las “reglas de juego democrático”, incluyendo la observancia plena de la constitucionalidad, dicha doble contabili-dad se vuelve ahora inmanejable. El desplazamiento de las contra-dicciones constituye una aspiración sistémica del capital, mientras pueda ser practicable. Dadas las jerarquías estructurales que pre-valecen y tienen que prevalecer en un tiempo dado también en las relaciones entre los estados, constituye parte de la normalidad del sistema que los países dominantes intenten exportar —en forma de intervenciones violentas, guerras incluidas— sus contradicciones internas a otras partes menos poderosas del sistema. Lo hacen con la esperanza de asegurar internamente la cohesión social requerida, y cuando se está en medio de colisiones de envergadura intensifi-cándola incluso.379

379 Kant sugirió una solución ideal para el problema de los antagonismos entre los estados cuando planteó la realización de la “paz perpetua” en el futuro mediante los buenos oficios de la “política moral”. Hegel, por el con-trario, consideraba el conflicto interestatal como un hecho positivo. Des-cartó sumariamente la ilusa alternativa de Kant con un sentido del realismo rayano en el cinismo, diciendo que “las naciones se corromperían como producto de la paz prolongada, por no hablar de una paz ‘perpetua’”. Hegel, Filosofía del derecho, parágrafo 324.

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Sin embargo, eso se dificulta —a pesar del mito interesado acer-ca de la “globalización universalmente beneficiosa”— a medida que el sistema del capital se va volviendo más globalmente entrelazado. Como resultado, tienen que producirse cambios significativos, con graves consecuencias en todas partes. Porque la preocupación pri-mordial del país avasalladoramente dominante, en el presente los Estados Unidos de Norteamérica, la potencia suprema del imperia-lismo hegemónico global, es asegurar y retener el control sobre el sistema del capital global. Pero en vista de los prohibitivos costos materiales y humanos involucrados, por los que habrá que pagar de una manera u otra, ese plan de dominación global acarrea inevita-blemente peligros inmensos y también una resistencia implícita, no solo en el plano internacional sino también en el interno. Por esa razón, a fin de mantener el control autoritario sobre el sistema del capital en su conjunto, bajo las condiciones de una crisis estructu-ral que se profundiza, inseparable de la globalización capitalista en nuestros días, las inconfundibles tendencias autoritarias deben intensificarse no solamente en el plano internacional sino también en el interior de los países imperialistas dominantes, para someter cualquier posible resistencia. Las graves violaciones de la constitu-cionalidad que ya hemos visto en los Estados Unidos y en el marco legal/político de sus aliados más cercanos, y que muy probablemen-te veremos también en el futuro, como lo presagian las medidas y las cláusulas legales compiladas hasta la fecha, o incluso bajo la “consideración” definitivamente unilateral en los canales legislati-vos cínicamente manipulados, constituyen claras indicaciones de esa peligrosa tendencia, bajo el impacto de la crisis estructural del capital.

Un ejemplo revelador de la tendenciosa manipulación legislativa lo es la manera como la rama ejecutiva del gobierno elabora los pro-yectos de leyes importantes. No es sorpresa, entonces, que un juez del tribunal superior en Inglaterra haya tenido que quejarse acerca de un aspecto vital de los derechos humanos diciendo que:

las leyes que se aprobaron fueron proyectadas de manera tal que les impidiesen a los jueces contravenir las órdenes de control (…) El juez dijo

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que Charles Clarke [el Ministro del Interior en ese momento] había toma-do la decisión de dictar la orden basado en información unilateral, y fue incapaz de prever las circunstancias que le permitían al tribunal revocar la decisión del Ministro del Interior. Como resultado, dijo el juez, él tendría que acatar la orden aunque dictaminaba que ella contravenía la ley de los derechos humanos.380

En el período de la segunda posguerra mundial se celebró “el fin del imperialismo”, un tanto apresurada e ingenuamente. Porque en la realidad lo único que vimos fue un reajuste muy tardío de la relación de fuerzas internacional, acorde con la manera como las relaciones de poder socioeconómicas y políticas habían sido obje-tivamente reconformadas antes y durante la Segunda Guerra Mun-dial, como ya se proyectaba en un pasaje clave del Primer Discurso Inaugural del presidente Roosevelt, en el que propugnaba la política de “puertas abiertas” en todas partes, incluidos los territorios por ese entonces coloniales. El reajuste de la posguerra trajo consigo, por supuesto, el descenso de las antiguas potencias coloniales a la segunda o tercera división, como fuerzas subordinadas del imperia-lismo norteamericano. No obstante, durante una considerable can-tidad de años —en el período de la reconstrucción y la expansión económica relativamente sin problemas de la posguerra, que ayudó al exitoso establecimiento y financiamiento del “estado del bienes-tar”— el importante cambio pregonado por la “política de puertas abiertas” (es decir, abiertas para los Estados Unidos) instituida por la fuerza estaba aunado a la ilusión de que el propio imperialismo había quedado relegado para siempre al pasado. Más aún, estaba au-nado también a la ideología vastamente difundida, y que contagió

380 Terror Law an affront to justice”, The Guardian, 13 de abril de 2006. En otro artículo en el mismo número de The Guardian, Tania Branigan, corresponsal política del diario reportaba que “los críticos reclamaban que la Ley de Reforma Legislativa y Regulatoria le permitiría al gobierno cam-biar casi cualquier ley que se le antojase —incluso introducir nuevos delitos criminales o alterar la constitución— sin revisión judicial (…), Los con-servadores y los liberales demócratas la llamaron ‘la ley de abolición de la revisión parlamentaria’”.

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no solo a los intelectuales sino también a algunos importantes mo-vimientos organizados de la izquierda tradicional, según la cual las crisis del orden socioeconómico y político establecido (admitidas como tales apenas poco antes de la guerra) le pertenecían irremi-siblemente al pasado. Esa ideología fue promovida —junto con su hermana gemela ideológica que predicaba “el fin de la ideología”— bajo la gratuita suposición de que ahora vivíamos en el mundo del “capitalismo organizado” que había tenido éxito en el manejo de sus contradicciones sobre una base permanente.

Pero tuvo que producirse un brusco despertar, en lo político y en lo económico, en cuanto la crisis estructural del sistema del capi-tal, generalizada y cada vez más profunda, se hizo valer. En 1987, cuando se produjo una gran crisis en las bolsas de valores interna-cionales, algunos representantes de la banca comercial europea ar-gumentaban en una discusión pública televisada, que la razón de esa crisis era que los Estados Unidos se negaban a hacer algo respecto a su astronómica deuda. El banquero norteamericano replicó agre-sivamente en la discusión que esperasen a que los Estados Unidos comenzaran a hacer algo respecto a su deuda, y entonces verían la enorme crisis que les iba a explotar en la cara. Y en un sentido tenía razón. Porque resultaba extremadamente ingenuo imaginar que Eu-ropa podría aislarse convenientemente del brutal impacto universal de la crisis estructural global, crónicamente sin resolver, de la que la deuda norteamericana constituye apenas un aspecto, e implica por completo la complicidad interesada de los países acreedores.

En las últimas dos décadas hemos contemplado el retorno con creces del imperialismo palpablemente flagrante, luego de ser ca-muflado exitosamente por largo tiempo como el mundo poscolo-nial de “la democracia y la libertad”. Y bajo las circunstancias hoy prevalecientes ha asumido una forma particularmente destructiva. Ahora domina el escenario histórico, combinado con la abierta afir-mación de la necesidad de comprometerse, en el presente y en el futuro, en “guerras ilimitadas”. Más aún, como lo mencionamos antes, no tiene empacho alguno en decretar hasta la “legitimidad moral” del empleo de las armas nucleares —de manera “preventi-

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va” y “disuasiva”—también en contra de países que no poseen ese armamento.

Desde el inicio de la crisis estructural del capital a comienzos de la década del 70, los graves problemas del sistema se han venido acumulando y empeorando en todos los terrenos, sobre todo en el campo de la política. A pesar de todas las evidencias de lo contra-rio, a la ilusa idea de la “globalización universalmente beneficiosa” se le sigue haciendo propagada generalizada, y no disponemos de órganos políticos internacionales viables que puedan corregir las consecuencias negativas claramente visibles de las tendencias del desarrollo en marcha. Hasta el limitado potencial de las Naciones Unidas se ve anulado por la determinación norteamericana de im-ponerle al mundo las políticas agresivas de Washington, como ocu-rrió con la entrada en la guerra de Irak bajo pretextos falsos.

Al actuar de ese modo el gobierno norteamericano se arrogaba el papel indiscutible de ser el gobierno global del sistema del capi-tal en su totalidad, sin dejarse perturbar siquiera por la idea del in-evitable fracaso final de semejante plan. Porque no basta con darle rienda suelta a la “fuerza avasalladora”, como lo prescribe la doctri-na militar dominante, destruir al ejército del otro bando e infligirle inmensos “daños colaterales” (como se le llama obscenamente) a la población entera durante el curso de las aventuras militares em-prendidas. La ocupación y dominación permanente y sustentable —y también la explotación económica sin perturbaciones y prove-chosa— de los países atacados de esa forma es otra cosa muy dis-tinta. Imaginar que incluso la mayor de las superpotencias militares pudiese hacer eso, como cosa de la “normalidad forzada” impuesta al mundo entero, y estipulada en ese sentido como la situación in-alterable de un “nuevo orden mundial”, no constituye más que una proposición totalmente absurda.

Desafortunadamente, los sucesos y los desarrollos han esta-do apuntando en esa dirección durante mucho tiempo. Porque no fue el presidente George W. Bush sino el presidente Bill Clinton el que declaró arrogantemente que “solo existe una nación necesa-ria, los Estados Unidos de Norteamérica”. Los “neoconservado-res” solo quieren hacer cumplir y reforzar ese dictamen. Pero ni

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siquiera los llamados liberales podrían predicar algo más positivo que semejante creencia perniciosa, del todo dentro del mismo es-píritu. Se han venido quejando de que en el mundo actual tenemos “demasiados estados”, y propugnan una pretendida “integración jurisdiccional”381 como la solución viable para ese problema. Es de-cir, una “integración jurisdiccional” grotescamente bautizada, que significaría realmente la seudolegitimación de un control directo autoritario de los deplorados “demasiados estados”, por parte de apenas un puñado de potencias imperialistas, sobre todo los Esta-dos Unidos de Norteamérica. Ese concepto, a pesar de su termino-logía ofuscadora, no difiere en mucho de la teorización de Thomas P. M. Barnett acerca de cómo manejar la deplorada “condición de desconexión” antes citada.

Si hoy día existen “demasiados estados” no podemos desear que desaparezcan. Ni tampoco es posible destruirlos mediante la devas-tación militar para establecer sobre esa base la felicidad globaliza-da de la “nueva normalidad”. Los intereses nacionales legítimos no pueden ser reprimidos indefinidamente. De todos los lugares del mundo, los pueblos de la América Latina pueden testificar elocuen-temente esa verdad tan simple.

La crisis estructural de la política constituye una parte integral de la crisis estructural del sistema del capital que ha venido supu-rando por largo tiempo. Es omnipresente, y en consecuencia no puede ser resuelta manipulando de manera autoperpetuadora/apo-logética ninguno de sus aspectos políticos aislados. Y menos aún ser resuelta manipulando la constitucionalidad misma, de lo cual hemos podido ver muchos alarmantes ejemplos. Ni siquiera subvir-tiendo y aboliendo de un todo la constitucionalidad. Si los tribuna-les superiores ingleses y los magistrados italianos pueden protestar contra esos intentos, sin importar cuán agresivamente los vayan a denunciar los Berlusconis del mundo tres días antes de una elección

381 Ver Martin Wolf, Why Globalization Works? The Case for the Global Market Economy, Yale University Press, New Haven, 2004.

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general,382 entonces todos podemos hacer lo mismo, con conciencia crítica de lo que está en juego. Nuestro modo de control metabólico social establecido está en profunda crisis, y esta solo puede ser re-mediada instituyendo uno que sea totalmente diferente, basado en la igualdad sustantiva que en nuestro tiempo se torna realmente fac-tible, por primera vez en la historia.

Mucha gente critica con razón los fracasos dolorosamente obvios de la política parlamentaria. Pero también en ese respecto, el nece-sario repensar el pasado y el presente del parlamentarismo no puede conducir a resultados sustentables si no se inserta en su escenario amplio, como parte integral del nuevo orden metabólico social pre-visto, inseparable de su igualdad sustantiva.

No resulta demasiado difícil reconocer hoy que —a causa de su destructividad en escalada, incluso en el plano ambiental, al igual que en la esfera de la producción y la acumulación despilfarradora del capital, por no mencionar las crecientes manifestaciones direc-tas de la destrucción militar decididamente irresponsable— nuestro orden metabólico social no resulta viable a largo plazo. Sin embar-go, lo que debemos llevar al primer plano de nuestra conciencia crítica de las tendencias del desarrollo en marcha y de su impac-to acumulativo, es el hecho de que el largo plazo se está acortando cada vez más en nuestro tiempo. Nuestra responsabilidad es hacer algo al respecto antes de que se nos termine el tiempo.

10. 4 Los nuevos desafíos en nuestro horizonte y la urgencia del tiempo

10. 4. 1 Han trascurrido cinco años de guerra en Afganistán, y cuatro en

Irak, causando inmensa destrucción y sufrimiento humano. Pero no hay ningún final a la vista, a pesar de lo que se escucha decir hi-

382 Ver el número del 7 de abril de 2006 de La Republica, y en particular el artículo de Giorgio Ruffolo: “Un paese danneggiato”.

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pócritamente —o muy brutalmente383— acerca de alguna “salida estratégica”. Y aun si en el futuro resultase posible diseñar con el tiempo alguna solución salvadora de las apariencias, que permita una “salida apropiada” para cualquiera de los conflictos militares en desarrollo, en razón de alguna conveniencia política coyuntu-ralmente urgente y bien calculada (como por ejemplo una futura elección presidencial norteamericana), ello no podría ser causa de regocijo. Porque las graves determinaciones causales subyacentes del imperialismo hegemónico global producirán en el futuro no muy lejano otras intervenciones militares genocidas por parte de nuestras “grandes democracias” (sobre todo la norteamericana), no solamente en el Medio Oriente sino también en otras partes del mundo. Y esas agresiones se verán acompañadas, por supuesto, de la cínica invención de toda clase de falsedades para justificar lo injustificable, como ocurrió en más de una ocasión en el pasado, desde el “incidente de Tonkín” durante la guerra de Vietnam bajo la presidencia de Lyndon B. Johnson a las inexistentes “armas de destrucción en masa”, que supuestamente estarían listas para ser lanzadas “en 45 minutos”, según el discurso totalmente distorsio-nador con el que el primer ministro Blair legitimó la guerra en el parlamento inglés.

Dado el total monopolio de los medios por la ideología domi-nante, sus más altos representantes pueden distorsionarlo todo del modo que les plazca con el fin de hacer que prevalezca el interés del orden dominante, presentando falsamente hasta a las formas más flagrantes de agresión militar como defensa autojustificativa. Así, por difícil que sea de creer, uno de los inspiradores de Blair descri-be a la propia guerra de Afganistán como “imperialismo defensi-vo”, sin el menor temor de que se abra el infierno bajo sus pies para tragárselo, como se tragó a Don Juan al final de la ópera de Mozart por su pecado incomparablemente mucho menos grave de haberse negado a arrepentirse de sus fechorías sexuales. En la opinión de Cooper, si estados como Afganistán “se vuelven demasiado peli-grosos como para que los toleren los estados reconocidos, es posible

383 Como lo ejemplificó el discurso de P. M. Barnett ya citado.

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imaginarnos un imperialismo defensivo. No es llevar las cosas de-masiado lejos ver la respuesta de Occidente a Afganistán desde esta óptica”.384

De nuevo no estamos hablando de un chupatintas intrascendente. Porque es así como The Observer hace la introducción del recién citado artículo altamente influyente y abiertamente imperialista de Robert Cooper:

El diplomático de alto rango inglés Robert Cooper ayudó a dar-le forma a los llamados del primer ministro inglés Tony Blair a un nuevo internacionalismo y una nueva doctrina de intervención hu-manitaria que le pongan límites a la soberanía de los estados (…) El llamado de Cooper a un imperialismo liberal nuevo y a admitir la ne-cesidad de dobles criterios en la política exterior ha despertado la ira de la izquierda, pero el ensayo nos ofrece una percepción no oficial diferente y franca de la mentalidad tras la estrategia en Afganistán, Irak y demás.

Naturalmente, no habría que exagerar la importancia personal de Cooper. Él resulta relevante tan solo como franco representante de la “línea del partido” característica del imperialismo hegemónico global. El mismo tipo de enfoque que hace acerca de Afganistán lo vimos en la denuncia que hizo Barnett de la presunta “desconexión” de las áreas bajo dominio imperialista, y en el llamado de Wolf a la “integración jurisdiccional” de los “demasiados países” de nuestro “mundo fragmentado”, tan limitadora de la soberanía. El esquema-tismo “premoderno/posmoderno” intelectualmente pasado de gro-tesco de Cooper está de más. Ni le agrega ni le quita a la sustancia agresiva de su celebrado artículo. Simplemente se le utiliza como justificación “académica” de la desnuda orientación imperialista de su enfoque. Las peculiares referencias de Cooper a la posmoder-nidad tienen exactamente la misma finalidad del esquema de “co-nexión/desconexión” de Barnett, y en ambas “teorías” se concibe como solución final de los problemas identificados el empleo de la

384 Robert Cooper, “The New Liberal Imperialism”, Observer World-view Extra, domingo 7 de abril de 2002. Todas las citas de Cooper están tomadas del mismo artículo.

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fuerza por las potencias imperialmente dominantes, aunque el razo-namiento del diplomático inglés es mucho más rebuscado que el de su alma gemela norteamericana.

Vale la pena citar un largo pasaje del artículo de Cooper, como racionalización característica no solamente de la “mentalidad tras la estrategia en Afganistán e Irak”, sino también tras la mentalidad ilusa del imperialismo hegemónico global que juega imprudente-mente con fuego —potencialmente hasta con fuego nuclear— y se cree capaz de hacerlo impunemente. Así dice el pasaje en cuestión:

Mientras los miembros del mundo posmoderno puede que no repre-senten un problema los unos para con los otros, tanto las zonas modernas como las premodernas plantean amenazas (…) El desafío para el mundo posmoderno es acostumbrarse a la idea del doble criterio. Entre nosotros mismos operamos sobre la base de leyes y de abierta seguridad cooperati-va. Pero cuando lidiamos con estados de tipo más anticuado fuera del con-tinente posmoderno europeo, necesitamos devolvernos a los métodos más rudos de pasadas épocas: la fuerza, el ataque disuasivo, la trampa, lo que sea necesario para vérnoslas con los que viven todavía en el mundo del si-glo XIX de cada Estado por su cuenta. Entre nosotros mismos respetamos la ley, pero cuando actuamos en la selva debemos emplear la ley de la sel-va también (…) El desafío planteado por el mundo premoderno es nuevo. El mundo premoderno es un mundo de estados fracasados (…) Es preci-samente a causa de la muerte del imperialismo que estamos asistiendo al surgimiento del mundo premoderno. Imperio e imperialismo son palabras que se han convertido en una especie de insulto en el mundo posmoderno. En la actualidad no hay potencias coloniales que quieran asumir la tarea, aunque las oportunidades, y quizás hasta la necesidad de colonización, son tan grandes como lo eran en el siglo XIX (…) Todas las condiciones para el imperialismo están ahí, pero tanto la oferta como la demanda de imperialismo se han agotado. Pero los débiles todavía necesitan de los fuertes, y los fuertes todavía necesitan un mundo en orden. Un mundo en el que los gobernados adecuadamente y con eficiencia exporten estabi-lidad y libertad, y que esté abierto a la inversión y al crecimiento: todo eso luce eminentemente deseable. Lo que se necesita entonces es un nuevo tipo de imperialismo, que resulte aceptable para un mundo de derechos

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humanos y valores cosmopolitas. Podemos desde ya discernir su perfil: un imperialismo que, como todos los imperialismos, tiene como objetivo traer orden y organización, pero que hoy se basa en el principio de la voluntariedad.

En caso de que algunos ingenuos se hubiesen tomado en serio la noción del “principio de la voluntariedad”, los habría vuelto pronta-mente a la realidad el apoyo entusiasta de Cooper al “imperialismo voluntario de la economía global”, bajo el férreo dominio del FMI y el Banco Mundial, y la dominación ejercida a nombre de la ayuda internacional. En ese respecto deja en claro que “si los estados quie-ren ser benefactores, entonces deben abrirse a la interferencia de las organizaciones internacionales y los estados extranjeros”. (Naturalmente, la interferencia de los estados grandes y “eficientes” que pueden “exportar estabilidad y libertad”). Se muestra también muy a favor de lo que él llama “el imperialismo de los vecinos”, y pone como ejemplo a los Estados Unidos y la intervención militar norteamericana en los Balcanes, justificándola sobre la base de que si no se hubiese procedido así ello “le habría planteado una amena-za a Europa”.

Sin embargo dictamina también, sorprendentemente, que la ne-cesidad de un nuevo imperialismo ha nacido “a causa de la muerte del imperialismo”. Resulta evidente que Cooper jamás oyó hablar del imperialismo norteamericano y acerca de la manera como hizo descender a la segunda y tercera división al imperialismo inglés y al francés —por no hablar de las variantes holandesa y portuguesa— durante e inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial. En consecuencia, en este respecto el esquema del alto diplomático inglés es completamente fantasioso. No satisfecho con las preben-das que es capaz de obtener el servilismo militar inglés colgado de los faldones del ejército norteamericano, Cooper intenta abrirle un espacio algo más holgado al Estado inglés en el territorio del futu-ro “imperialismo liberal” con la ayuda de su visión —“la visión” como modestamente la llama el autor al final de su artículo. Como si la actual relación de fuerzas del imperialismo hegemónico glo-bal, con los Estados Unidos de Norteamérica como su potencia

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avasalladoramente dominante, no existiese y no ejerciese hoy en el mundo la estrategia imperial más potencialmente mortífera de toda la historia de la humanidad.

Sin duda, el fantasioso alegato de Cooper por un “nuevo tipo de imperialismo”, en el que le sería asignado un lugar prominente al viejo y noble poder imperial inglés, “que se ofrece como voluntario para ese papel”, explica su ya reportada influencia en los círculos gubernamentales ingleses, incluido el primer ministro Tony Blair, de quien se dice estaba deseoso de un “legado histórico”. Revela-doramente al respecto, en todo el artículo solo se hacen referencias esporádicas a los Estados Unidos,385 a pesar del papel de absoluta preponderancia, y muchas veces cuasidictatorial, que ese país ejer-ce decididamente en los asuntos internacionales. En consecuencia, en sus aventuras militares los Estados Unidos pueden dar por des-contado el sometimiento, no solo de los “aliados voluntarios”, sino también de muchos estados “involuntarios”, como lo demostró la guerra de Irak y la participación de incluso los países constitucio-nalmente impedidos y reacios —como Alemania— en la guerra de Afganistán.

La verdad del asunto es que el imperialismo jamás murió. Tan solo asumió una forma más agresiva y cada vez más peligrosa, como el imperialismo hegemónico global de nuestro tiempo, con los Estados Unidos de Norteamérica ejerciendo el papel del único hegemón durante todo el tiempo que pueda (mas no para siempre, con toda certeza). El desenvolvimiento de la guerra de Irak y el hu-millante papel jugado por Inglaterra en las Naciones Unidas durante el hipócrita proceso preparatorio, con sus pretensiones de asegurar-le la legalidad internacional a la aventura militar norteamericana

385 Si bien olvida la historia real del “final del juego” de la guerra de los Balcanes bajo las decisiones tomadas y las órdenes militares dictadas por el presidente Bill Clinton, y al mismo tiempo asevera ilusoriamente la supre-macía “posmoderna” de la Unión Europea en la región, no obstante Cooper tiene que conceder en una de sus raras referencias a los Estados Unidos que “la presencia norteamericana constituye un factor estabilizador indispensa-ble”.

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que ha terminado en absolutamente nada, subrayó con toda fuer-za la vaciedad total del “imperialismo voluntario posmoderno”. El principio operacional impuesto descaradamente por los Estados Unidos no podía ser otro que la fuerza bruta del imperialismo tra-dicional, como desde el comienzo mismo lo dejaron bien claro los “neoconservadores”, sin que la hoja de parra legalista de los ingle-ses sirviese de nada porque ellos ya estaban preparados para tratar con total desprecio a las Naciones Unidas. El intento de aplicarle el pretencioso esquematismo “posmoderno” de Cooper al imperialis-mo —hegemónico global— existente en la actualidad es por demás absurdo. Por más que trata de hacer vestir a los Estados Unidos su fantasioso traje posmoderno, Cooper no puede llegar a nada mejor que este pobre resultado:

Los Estados Unidos construyen el caso más dudoso, pues no está claro que el gobierno o el congreso norteamericano acepten la ne-cesidad o la deseabilidad de la interdependencia, o sus corolarios de apertura, mutua supervisión y mutua interferencia, en la misma medida en que hoy lo hacen la mayoría de los gobiernos europeos.

Las especificaciones “no está claro” y “no en la misma medida que la mayoría de los gobiernos europeos” distorsionan por com-pleto —puesto que lo retocan forzosamente— el retrato. Porque lo que de hecho queda muy en claro es lo contrario. A saber, que el gobierno y el congreso norteamericanos se niegan categóricamen-te a aceptar las restricciones postuladas en ninguna de sus partes, háblese del Tribunal Penal Internacional386 o del tratamiento es-candaloso que se le dio tanto al protocolo de Kyoto como a otros igualmente internacionales. Pero aun si lo hiciesen, ¿cuál sería el valor explicativo de “la visión” de la cual habría que dejar casi com-pletamente por fuera al país más poderoso del mundo de hoy, por-que no encaja bien en el retrato del “nuevo tipo de imperialismo”,

386 El Tribunal Penal Internacional es uno de los ejemplos idealizados de instituciones posmodernas que propone Cooper. Pero a su esquematismo no lo perturba el hecho de que los Estados Unidos se nieguen a aceptar para sí la autoridad del Tribunal.

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con sus postulados de “apertura y mutua interferencia”, y sus “de-rechos humanos y valores cosmopolitas”? Es obvio que ninguno. Por eso hay que hacer especificaciones engañosas por el estilo de “no está claro” y “no en la misma medida”, con intención de aco-modar a los Estados Unidos dentro de la visión del autor, aunque la realidad del imperialismo hegemónico global norteamericano con-tradiga cada uno de los criterios definitorios de la variedad posmo-derna de imperialismo proyectada.

En el esquema norteamericano de la dominación global no pue-de haber ningún papel preferencial asignado al “imperialismo pos-moderno” inglés. La posición de estricta subordinación del ejército inglés en las guerras afgana e iraquí, y el sufrimiento y sacrificio impuestos también a sus tropas, al igual que a los otros “aliados voluntarios”, testifican elocuentemente esa sencilla verdad. Las condiciones reales del desarrollo político y militar son de hecho ex-tremadamente graves hoy día, dada la crisis estructural del sistema del capital que se profundiza cada vez más. Agreguemos a las gue-rras en el Medio Oriente que los Estados Unidos le han impuesto al mundo, y a los otros tratamientos deplorables del derecho interna-cional por parte del gobierno norteamericano que han salido a la luz recientemente, también la vergonzosa capitulación de todas las de-mocracias occidentales —traicionando sus orgullosas proclamas en contra de los regímenes que torturan— con la degradante práctica de la llamada “entrega” de personas a la CIA por cuenta de la admi-nistración estadounidense.387 Si hacemos la suma veremos con toda claridad que tan solo los defensores más incondicionales del orden establecido podrían negar quién es el que dicta las condiciones del imperialismo actualmente existente y quiénes las obedecen casi sin chistar.

387 En Italia se les abrió juicio a 23 agentes de la CIA acusados del secues-tro y la “entrega” de personas que incomodaban políticamente al gobierno norteamericano. Sin embargo ese gobierno, convencido de su derecho a pa-sar por encima de las leyes internacionales, ya ha declarado que se negará a extraditar a ninguno de ellos.

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10.4.2 Sin duda, desde la perspectiva del imperialismo parece obvio

que la mejor manera de gobernar a los países más pequeños —llá-mense “estados fracasados” o “demasiados estados jurisdiccio-nalmente fragmentados”, o también “los débiles que necesitan del fuerte” y los que se dice pertenecen al “eje del mal”— es imponerles de manera totalmente autoritaria todas las decisiones significativas, sin derecho a apelación. El hecho de que en el pasado esa manera de reglamentar y regir el orden internacional por parte de un mero pu-ñado de estados imperialistas, generase no solamente resentimien-to sino también resistencia activa, aparentemente no amerita ni un minuto de la consideración de los “neoconservadores” más agresi-vos. Suponen arrogantemente que en la era del imperialismo hege-mónico global los Estados Unidos, como único hegemón, pueden vencer fácilmente mediante el empleo más brutal —y abiertamen-te declarado como ilimitado— de la fuerza militar, los problemas que demostraron ser insuperables para las grandes potencias que competían entre ellas por el predominio en una etapa anterior del imperialismo.

Sin embargo, la creencia abiertamente decretada y celosamente cumplida en la preponderancia de los Estados Unidos388 eleva toda-vía más los riesgos militares, hasta el punto de invocar el espectro de la aniquilación total de la humanidad. Y el hecho de que se de-clare que la “guerra fría” se terminó no marca ninguna diferencia

388 Ver en la Sección 4.2.9 del presente libro el análisis de ese problema, con referencia a la cortante advertencia del antiguo subsecretario de Esta-do Strobe Talbot acerca de la necesidad de respetar la “preponderancia glo-bal de los Estados Unidos”, en una importante reunión del Instituto Real de Asuntos Internacionales en Londres. Strobe Talbot fue miembro de la admi-nistración del presidente Clinton. Así que el interés por imponer la prepon-derancia global norteamericana no está restringida de ningún modo al ala derecha neoconservadora extremista del Partido Republicano. El espeluz-nante comentario del presidente demócrata Bill Clinton de que “solo existe una nación necesaria, los Estados Unidos” pone de relieve la misma creen-cia en la indiscutible legitimidad de la dominación global de Norteamérica.

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al respecto. El general Musharraf reportó en una entrevista por te-levisión concedida en el 2006 en Washington, que el subsecretario de Estado norteamericano, Armitage, lo había amenazado con que Pakistán “sería devuelto a la edad de piedra a punta de bombas” si su gobierno no obedecía las órdenes de los Estados Unidos. ¿Po-dría alguien imaginarse a un país del tamaño de Pakistán devuelto a la edad de piedra a punta de bombas sin el empleo masivo de armas nucleares?

De igual modo, el conocido “neoconservador” norteameri-cano Richard Perle pontificaba, en apoyo al antiguo secretario de la Defensa Ronald Rumsfeld, que su estrategia militar en Irak era perfectamente adecuada. Solo hacía falta la “voluntad política” necesaria y el tipo de decisión política correcta para “ocuparse de Irán y Siria”, pues eso era lo que causaba las “dificultades en Irak”. A lo mejor sería factible “ocuparse de Siria” mediante el empleo de armamento militar masivo pero no nuclear, aunque eso crease graves problemas adicionales en la guerra iraquí. Pero someter mi-litarmente a Irán mediante el empleo únicamente de armamento tradicional —cosa que el Irak de Saddam Hussein estuvo tratando de lograr durante ocho años, con apoyo norteamericano y de otros países de Occidente— supera cualquier credulidad. De hecho la idea de emplear “armas nucleares tácticas” contra Irán se escucha con frecuencia en círculos norteamericanos y pronorteamericanos. ¿Pero quién podría brindar alguna garantía acerca del “efecto ade-cuadamente limitado” de una temeraria intervención militar como esa, con consecuencias potencialmente catastróficas no solamente en el plano militar sino también en el campo económico?

Los planes estratégicos en pro de la dominación global están perfectamente acoplados con la producción de equipo militar, in-cluidas las muy publicitadas “armas nucleares tácticas antibunkers” de las que con harta frecuencia se dice que serán empleadas contra Irán. Pero mucho más allá de eso, está la fijación activa hasta en los rincones más recónditos del mundo de potenciales objetivos bélicos de los Estados Unidos, al alcance de la mano y sin restricciones, tanto con propósitos de chantaje —incluido el chantaje nuclear— como de desatar realmente alguna acción militar devastadora. El

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“Proyecto Guerra de las Galaxias” del pasado podía todavía preten-der ser un “escudo defensivo”, aunque en realidad nada tenía de eso. En cambio a su sucesor potentemente actualizado, de nombre en acróstico “Falcon” (Force Application and Launch from the Con-tinental US: Fuerza de Aplicación y Lanzamiento desde el Conti-nente Norteamericano), ni el mayor esfuerzo imaginativo podría considerarlo otra cosa que un sistema de armamentos flagrantemen-te ofensivo, para ser desplegado frente al mundo entero. La prime-ra fase operacional de ese sistema se completó en 2006, pero las pruebas iniciales ya habían tenido lugar en 2004. Se reporta que los vehículos de lanzamiento no tripulados ya completamente desarro-llados son capaces de “alcanzar objetivos a una distancia de 9.000 millas náuticas en menos de dos horas”. Además, “trasportarán una ojiva nuclear de hasta 6 toneladas y en última instancia podrían vo-lar a velocidades de hasta 10 veces la del sonido”. El propósito de esta máquina de guerra infernal es permitirle a los Estados Unidos ir solo en contra de cualquier país al que le venga en gana someter o destruir, dentro de su plan de obtener el dominio sobre el mundo como el rector indesafiado e indesafiable del imperialismo hegemó-nico global. Como comentó John Pike, director del think tank de Washington “GlobalSecurity.org”, respecto al nuevo sistema de ar-mamentos: “Tiene que ver con hacer volar en pedazos a gente del otro lado del planeta aunque ningún país sobre la faz de la tierra nos permita utilizar su territorio”.389

Así, nos enfrentamos a la urgencia del tiempo a causa de las prácticas guerreras agresivas, tanto planificadas como en mar-cha, surgidas de las peligrosas condiciones y contradicciones de nuestro tiempo. Lo que convierte en particularmente graves a estos aspectos es que las peligrosas acciones emprendidas por el imperia-lismo hegemónico global ni pueden ser llevadas a una conclusión permanente ni es factible que puedan ser abandonadas a favor de un curso de desarrollo más sustentable y aunque sea mínimamen-

389 Julian Borges, “US-based missiles to have global reach”, The Guar-dian, 1º de julio de 2003.

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te racional. Porque independientemente de la arrogancia sin lími-tes del poder estatal con respaldo militar, lo preocupante en Irak sigue siendo que la destrucción, por parte de la “fuerza avasalla-dora” (en palabras de su credo estratégico favorito), de la posición militar central del enemigo decretado arbitrariamente está muy le-jos de resultar suficiente para garantizar un resultado históricamen-te sustentable, como los norteamericanos se ven ahora forzados a reconocer, si no a aceptar, en Irak. Ocupar un país sobre una base permanente, y generar los recursos requeridos para que la ocupa-ción resulte además rentable, es algo extremadamente complicado, por no mencionar el total absurdo de extender la dominación impe-rial directa —con las armas de destrucción en masa que los Estados Unidos de Norteamérica poseen en abundancia— a áreas mayores de nuestro planeta. Sin duda, las agresivas aventuras guerreras del imperialismo hegemónico global son muy capaces de destruir la civilización humana, y ciertamente podrían lograrlo. Pero resultan absolutamente incapaces de ofrecer una solución sustentable para los graves problemas de nuestro tiempo.

Hay que seguir insistiendo hasta el cansancio en la gravedad del hecho de que ni siquiera la creciente agresividad podría producir los resultados ilusamente anticipados sobre una base perdurable, inde-pendientemente de lo inmensos que pudiesen ser los recursos que invierta en ello el Estado imperialista dominante. Y el problema se complica todavía más por el hecho de que los recursos pródigamen-te invertidos provienen, en gran medida, del endeudamiento cada vez mayor de los Estados Unidos, a expensas del resto del mundo, incluyendo ahora, irónicamente, en lugar prominente a China. Pero no importa cuánto se despilfarre, ni cuán agresiva y destructiva para la humanidad pueda ser la estrategia militar que se siga, aun al punto de asumir formas genocidas: el resultado real quedará por debajo de las expectaciones imperialistas proyectadas. La crisis es-tructural del sistema del capital en su conjunto se ahonda también en ese respecto.

Sin embargo, hasta el presente el imperialismo hegemónico glo-bal norteamericano ha podido dominar con relativa facilidad a sus rivales potenciales. ¿Pero es de suponer que esa situación dure para

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siempre? La relación de fuerzas interestatal nunca fue permanen-te en el pasado y de ninguna manera podría hacerse permanente en el futuro. Inevitablemente, los costos necesarios para asegurar la dominación de un Estado por otro son siempre significativos, y por lo tanto ella tiene que ser siempre estrictamente transitoria, por no mencionar las implicaciones que tiene la postulada dominación del resto del mundo por parte de un solo Estado, de acuerdo con la arrogante visión neoconservadora del “milenio norteamerica-no”. El relativo poder productivo material de los rivales potenciales constituye un factor de suma importancia en este respecto, y habría que ser imbécil para dar por garantizada la permanencia de una existente proporcionalidad entre los países de mayor tamaño, con ventaja inalterable a favor de un país mucho más pequeño, como los Estados Unidos, de cara a China, por ejemplo. No es ningún secreto que, como ya lo estudiamos en el Capítulo 4, en los círculos más agresivos de Washington se invierte constantemente un considera-ble esfuerzo de propaganda en propugnar “una manera apropiada de manejar la amenaza china” a favor de la supremacía norteame-ricana en el futuro, incluido el previsto empleo de la destrucción militar en gran escala.

Cualquiera que pueda ser el éxito que obtenga en ese plan en el futuro cercano el viejo, pero no tanto, “lobby chino”, el problema en sí ciertamente no va a desaparecer. Porque el poderío económico de China está destinado a hacerse mucho mayor que el de los Estados Unidos de Norteamérica dentro de un espacio de tiempo relativa-mente breve. Ya hoy China está decidida a retirar de los Estados Unidos la casi astronómica magnitud de sus activos financieros, lo que causaría un pavoroso sismo económico no solo en ese país sino en el mundo entero. Ese problema, con todos sus corolarios políti-cos y potencialmente hasta militares, tendrá que ser encarado algún día en el futuro no muy distante de una manera racional y susten-table, si queremos evitar el impacto destructivo de las estrategias propiciadas por el lobby chino y sus aliados irremisiblemente más osados en Washington.

Más aún, en lo que atañe a un futuro algo más distante, también el creciente —y potencialmente también muy grande— crecimiento

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que promete tener la India debe ser reconsiderado de acuerdo con su verdadera significación. No basta considerar a China y la India nada más para el propósito transparentemente egoísta de los países capitalistas occidentales, que ya comienzan a culparlas de las em-peorantes condiciones ecológicas de nuestro planeta. Porque lo que sí resulta absolutamente cierto es que la relación de fuerzas existen-te en nuestro orden global es totalmente insostenible a largo plazo. No es posible atribuirle el menor grado de racionalidad a los planes norteamericanos de desplegar un nuevo sistema antimisiles en Po-lonia, con el transparente pretexto de que la colocación de seme-jante armamento en la puerta de al lado de Rusia tiene la intención de formar un “escudo defensivo” de los Estados Unidos “contra Al Qaeda”. Las protestas que los rusos han levantado contra ese plan dejan bien en claro que no se tomaron en serio ni por un momento la justificación presentada. ¿Acaso alguien pudiese considerar que ese tipo de medida militar norteamericana, llevada a cabo con com-plicidad plena de Polonia,390 no constituye sino un ejemplo más del temerario jugar con fuego?

Las estrategias agresivas, no solamente perceptibles sino ahora ya en seguimiento, del imperialismo hegemónico global, no pue-den más que empeorar las cosas de todas las maneras posibles, por-que el imperialismo, como el enemigo anacrónicamente jurado del tiempo histórico, no puede funcionar sin imponerles a sus depen-dencias implacablemente controladas las formas de dominación más inicuas. Por el contrario, solo la propugnación genuina de un enfrentamiento responsable con los graves problemas de la crisis estructural del capital cada vez más profunda, en el espíritu de la

390 Según fuentes bien informadas, Polonia y Rumania también están facilitando la “entrega” de personas para que sean sometidas a tortura y per-miten en sus países el funcionamiento de campos de concentración ilegales por parte de los Estados Unidos. Para el momento de la discusión sobre la guerra con Irak en las Naciones Unidas, Ronald Rumsfeld ensalzaba a esos dos países como representantes de la “Europa Nueva” y condenaba arrogan-temente a la “Europa Vieja” que a su vez rechazó la pretendida legalidad de la guerra.

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igualdad sustantiva —que pudiese volver a los Estados Unidos de Norteamérica, como país paradójicamente “pequeño”, el indiscuti-do igual de los países grandes India y China— constituye un reque-rimiento absoluto para el futuro. Porque tan solo el espíritu de la igualdad sustantiva adoptado de manera general puede ofrecer una solución históricamente sustentable a la relación de fuerzas interes-tatal potencialmente muy destructiva que hoy prevalece.

10. 4. 3 Los peligros militares potencialmente catastróficos no son, ni de

casualidad, los únicos desafíos presentes en nuestro horizonte. El incontrolable atropello del capital en contra de la naturaleza repre-senta un peligro igual de grande para el futuro de la humanidad, a pesar de los recientes intentos de explorar capitalistamente cada posible aspecto del deterioro de las condiciones ecológicas identi-ficable, aparentando ofrecer “soluciones verdes” por supuesto co-mercialmente rentables. Al mismo tiempo vemos, por una parte, la constante negativa del que es con mucho el peor agresor —los Esta-dos Unidos de Norteamérica— a hacerle frente a su responsabilidad en esa materia. Por otra, a la hora de aportar su dudosa contribución para con esos problemas aparentemente inmanejables, también los países que declaran públicamente su aceptación de las restricciones y protocolos internacionales necesarios en la realidad fracasan en el cumplimiento de sus metas anunciadas. Fracasan hasta en relación con el simple caso del calentamiento global, y dejan arbitrariamen-te por fuera de sus estimaciones a algunas de las manifestaciones reales más dañinas, como el peligro enorme, y encima creciente, causado por la aviación devoradora de gasolina. Ninguno de ellos tiene la intención de considerar —y mucho menos de reconocer y comenzar a comportarse en consecuencia— que se requeriría de un cambio fundamental en el orden de producción y distribución si realmente se quiere garantizar las necesarias salvaguardas en este particular para el futuro de la humanidad.

Sin duda, las amenazas a la vital relación de la humanidad con la naturaleza resultan incomparablemente mayores y más comple-jas de lo que queda unilateralmente destacado bajo los titulares de

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moda dedicados al calentamiento global. Aun en términos del ca-lentamiento global el punto fundamental no es la “emisión de gas carbónico” por parte de los individuos —a la que los gobiernos ca-pitalistas tanta difusión le dan con el fin de ganarse buenos titulares de prensa, mientras encubren el hecho de que como gobiernos no han hecho virtualmente nada en cuanto a la enorme cuota negativa de la gran industria en la producción de daños en escala creciente— sino la necesidad de adoptar una política energética responsable y a largo plazo, con el máximo desarrollo posible de los recursos de energía renovables que hoy se ven activamente trabados por los intereses creados capitalistas. Naturalmente, ese problema se com-plica todavía más por el insuperable horizonte del tiempo cortopla-cista del capital, como lo estudiamos en el Capítulo 1. Esto lo hace tangible el hecho de que ya nadie puede seguir negando los sínto-mas negativos insustentables a largo plazo, que hoy día indican a las claras el daño potencialmente irreversible y la necesidad de una acción correctiva de largo alcance mientras aún quede tiempo. Pero las personificaciones del capital son incapaces de producir respues-tas que no sean la del aire caliente, tal y como aparece dentro de los reportes patrocinados por los gobiernos que hablan con total vacie-dad acerca de las metas requeridas que se alcanzarán en 2050.

Pero mucho más allá de la genuina preocupación que abarca to-das las dimensiones de las necesidades energéticas a largo plazo, junto con los pasos obligados que hay que tomar en contra del ago-tamiento capitalista irreversiblemente rapaz de los vitales recursos estratégicos materiales de nuestro planeta, el asunto más difícil es cómo asegurarnos de que a las incursiones científicas reales y fac-tibles dentro de las determinaciones objetivas de la naturaleza, que han de ocurrir inevitablemente, se le dará el mejor de los usos. Es decir, cómo asegurarnos de que esas incursiones se hacen para in-centivar las potencialidades positivas de la humanidad, y no para promover los contravalores destructivos hoy exitosamente explo-rados, a una escala monumental, con despilfarro y destructividad irresponsables, por el complejo militar-industrial y demás varie-dades de personificaciones “productivas” de las alienantes media-ciones de segundo orden del sistema del capital, estrictamente

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orientadas hacia el lucro e históricamente retrógradas a ultranza. Tan solo un profundo compromiso con una manera inspirada de modo positivo de manejar los resultados de los potenciales desarro-llos científicos y tecnológicos puede estar a la altura de la tarea.

El Estado capitalista es el facilitador esencial de lo desarrollos monopolísticos, incluso cuando simula legislar en su contra, pero en realidad siempre lo hace de manera estrictamente marginal. En el mismo sentido, el Estado es el facilitador de no solo las formas relativamente inofensivas sino también de las más problemáticas y dañinas de la expansión del capital —incluido, por supuesto, el complejo militar-industrial— incluso cuando el predominio del contravalor en las aventuras facilitadas o activamente patrocinadas es obviamente innegable. Resultaría asombroso de no ser así. Por-que el Estado moderno constituye la estructura de mando política omniabarcante del sistema del capital, y por ende no puede ejercer sus funciones políticas sustantivas (que no marginales) en contra de las determinaciones materiales vitales, para asegurarle su expan-sión autorrealizadora, sin importar cuán extremadamente estrecha de mente (en verdad hasta ciegamente dañina) pueda ser la espera-da acumulación lucrativa a corto plazo. Es por eso que las consi-deraciones ecológicas históricamente sustentables tienen que verse rigurosamente expulsadas —con la ayuda de toda clase de falsos pretextos— de las políticas adoptadas por los gobiernos capitalistas retóricamente proecológicos. Esa relación incestuosa entre los inte-reses materiales creados del capital y su estructura de mando políti-ca autolegitimadora subraya con fuerza la inescapable necesidad de un cambio sistémico genuino, si estamos decididos a contrarrestar los peligros ecológicos hoy día hasta oficialmente reconocidos.

Naturalmente, lo mismo es válido también respecto a los peli-gros militares demasiado obvios de nuestro tiempo. Sin un cambio sistémico fundamental no puede haber esperanza de dejar atrás his-tóricamente la fase potencialmente letal del imperialismo hegemó-nico global. No deberíamos olvidar jamás que las diversas fases del imperialismo estuvieron estrechamente conectadas con las fases del desarrollo capitalista correspondientes. Todas las variedades de imperialismo son, por supuesto, arbitrarias y autoritarias en la ma-nera como tratan a sus dependencias, pero su modo de operación

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general es ininteligible si no se toman totalmente en cuenta las raí-ces y las determinaciones sociales de las propias “madres patrias” imperiales. Si no se superan radicalmente esas determinaciones sociales internas todo cuanto se diga acerca de la “muerte del im-perialismo” pertenecerá al reino de la pura —o, más bien, definiti-vamente interesada— fantasía. Tampoco resulta concebible superar dichas determinaciones hondamente arraigadas en la presente fase del desarrollo histórico del capital sin un profundo cambio sisté-mico. Es decir, reemplazando el modo de reproducción metabólica social hoy dominante e incurablemente antagonístico por la alter-nativa hegemónica socialista. Porque el sistema de dominación —y cuando es necesario hasta de dominación genocidamente destruc-tiva— interestatal inevitablemente imperialista es incomprensible sin el fundamento material de donde surge. A saber, el único modo concebible de funcionamiento productivo (y reproductivo) del sis-tema del capital, bajo la forma de la dominación y la subordinación.

En la era del imperialismo hegemónico global, el concepto de “imperialismo liberal” en el que Inglaterra desempeñaría el papel de igual no es pura ficción, aunque tenga mucho de ello. Es ficción en el sentido de que su socio, los avasalladoramente dominantes Es-tados Unidos, tiene la intención de asignarle solamente el papel de “caballo de Troya” (y hasta más bien el papel de asno de Troya) a su subordinado inglés, necesitado para legitimar, como “el aliado más voluntarioso”, las medidas y las aventuras militares interna-cionales norteamericanas. Pero la propuesta del “imperialismo li-beral” resulta sintomática también en dos sentidos. Primero, como una aspiración en pro de revivir de alguna forma el antiguo papel imperial de Inglaterra. Y segundo, como una plena complicidad abiertamente reconocida con la manera imperialista de regular las relaciones interestatales, haciendo que la mera relación de fuerzas prevalezca implacablemente por sobre los países menos poderosos. En ese respecto sería muy ingenuo imaginar que el mismo tipo de aspiración, tanto en lo que respecta a la disposición para la mane-ra imperialista de regular las relaciones interestatales como al ha-cer valer los presuntos intereses nacionales del país, tengan que ser ideas ajenas a los antiguos círculos coloniales franceses. Al mismo

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tiempo resultaría igualmente ingenuo ignorar las implicaciones po-tenciales de tales aspiraciones imperialistas que aún persisten en las antiguas grandes potencias coloniales para futuros conflictos con la dominación imperial norteamericana.

Comprensiblemente, en la era del imperialismo hegemónico glo-bal dominado masivamente por los Estados Unidos en términos mi-litares, las formas tradicionales de la rivalidad entre los imperios tenía que volverse totalmente latente, pero en modo alguno extin-guirse. Resulta nada más cuestión de tiempo y circunstancia que los antagonismos latentes, radicados en los intereses creados riva-les —reales y potenciales— terminen por salir a la palestra de una manera más abiertamente adversarial. Porque las determinaciones sociales subyacentes en el orden metabólico social del capital im-ponen la realidad de la dominación y la subordinación en todos los campos estructuralmente asegurada, por supuesto incluida la esfera política. Eso significa que en términos de las relaciones in-terestatales los estados más fuertes tratan siempre de imponer sus intereses dominando a los países más débiles. Resultaría inconcebi-ble que los países grandes pudiesen actuar de otra forma dentro del marco del sistema del capital.

Lo mismo vale también para formaciones interestatales del si-glo XX como la Unión Europea. Quienes imaginan que los países pequeños de la Unión Europea están en igualdad plena en sus pode-res de toma de decisiones que los tres países grandes —Alemania, Inglaterra y Francia— como lo declara la ideología mistificadora de la “unión”, no pueden más que autoengañarse. La igualdad sus-tantiva en las relaciones interestatales será inconcebible hasta tanto prevalezca el modo de control metabólico social del capital. Y pues-to que la estructura interna de la Unión Europea, igual que la de sus formaciones de estados potencialmente rivales, está articulada en forma de dominación y subordinación jerárquica, resulta imposible trazar una línea de demarcación más allá de la cual la adversarie-dad estructuralmente asegurada y salvaguardada se converti-ría convenientemente en acuerdos interestatales armoniosos en aras de la regulación de las relaciones interestatales globales de

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las grandes potencias y de los bloques de países entre sí. Un sistema de interrelaciones estatales históricamente sustentable requiere por lo tanto de la supresión de la adversariedad del propio sistema del capital estructuralmente asegurada. Es esa la única manera conce-bible de superar la lógica destructiva de la dominación y la consi-guiente rivalidad imperialista en el futuro. Sin ella no puede haber esperanza de remitir para siempre al pasado a la fase potencialmen-te letal del imperialismo hegemónico global.

Bajo las circunstancias presentes las grandes potencias impe-rialistas están perfectamente dispuestas a apoyar tácita o explícita-mente las crasas violaciones del derecho internacional por parte de los Estados Unidos, no solo en la Bahía de Guantánamo sino donde-quiera que la CIA practique el infame proceso de la “entrega”, con los cientos de vuelos ilegales transportando pasajeros prisioneros por sobre los territorios de las principales democracias occidenta-les, reportados por las Naciones Unidas pero servilmente tolerados y cínicamente negados por los respectivos gobiernos. De esa mane-ra nuestras “democracias liberales” pueden —y lo hacen— demos-trar a las claras su disposición cómplice a dar por buena la manera autoritaria de regular las relaciones interestatales, sometiéndose a la supremacía de la práctica aplicada por abordaje “neoconservador” más reaccionario de los asuntos internacionales. Ya hemos visto an-tes, en el análisis de “la crisis estructural de la política”, que has-ta las violaciones de la constitucionalidad graves resultan ser más que aceptables en ese respecto. Los ejemplos de dichas violaciones de “principios y salvaguardas democráticos” anteriormente idea-lizados se siguen multiplicando, a pesar de la protesta de quienes (incluidos abogados y jueces de alto rango) tratan de defender las formas una vez establecidas de libertad civil. En verdad el manejo estatal de esos aspectos no vacila en involucrarse en la violación de los principios de la democracia y las libertades civiles, mientras cí-nicamente pretende que toda esa acción es proseguida “en aras de la democracia y la libertad”. Nadie debería subestimar la gravedad de esos desarrollos como manifestaciones de la crisis estructural del sistema del capital que se profundiza.

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10. 4. 4 El desafío y la carga del tiempo histórico no podrían ser mayores

de lo que lo son bajo las circunstancias del presente. Porque los pro-pios riesgos tampoco podrían serlo, ya que el modo de reproducción metabólica social establecido —al que sus propias determinaciones estructurales fundamentales le impiden funcionar de manera dis-tinta— amenaza hoy directamente a la supervivencia misma de la humanidad.

Dos décadas atrás, en la secuela de la aventura de la “perestroika” de Gorbachov tan celebrada internacionalmente, escuchábamos el canto de alabanza del “nuevo orden mundial” y sus promesas de un futuro estable y mucho más productivo, que incluía los be-neficios que se derivarían del “dividendo de la paz” que supues-tamente fluiría con gran abundancia a partir del “fin de la guerra fría”. La realidad resultó ser muy distinta. No hubo ningún dividen-do (antes bien todo lo contrario), ni nada que se pareciese siquie-ra remotamente a un orden aceptable en el llamado “nuevo orden mundial”. En su lugar, sí la denuncia más agresiva de un gran nú-mero de estados —como “estados fracasados” y constituyentes del “eje del mal”— porque la potencia imperialista hegemónica global los halló cuestionables, seguida de la erupción de un conflicto tras otro. Debido a la lógica de esos desarrollos, la estrategia insensata de manejar las cosas mediante el despliegue militar de una “fuerza avasalladora” asumió bien pronto la forma de aventuras genocidas en Afganistán y en el Medio Oriente. Y ni siquiera pudo detenerse allí. La siguió la perspectiva abiertamente anunciada del empleo de armas nucleares por los Estados Unidos, que abusivamente pre-tendían al mismo tiempo para sí incluso la justificación moral en caso de tener que hacer efectiva su amenaza. Y puesto que en el futuro nos aguarda una estrategia militarista sumamente agresiva, que propugna acciones destructivas sin límites, sin tomar en consi-deración las consecuencias, es perfectamente legítimo formularnos las interrogantes: ¿En qué terminará todo esto? ¿Dónde están los límites que no se puedan traspasar? ¿Los hay? ¿Existe al-guna garantía de que la humanidad pueda sobrevivir a la irres-ponsable destructividad del imperialismo hegemónico global,

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que puede decretar —sin temor de que se produzcan críticas significativas— que él está por encima del derecho internacio-nal y por sobre toda responsabilidad?

Las expectaciones despertadas por el “nuevo orden mundial” sonoramente proclamado fueron totalmente gratuitas desde el co-mienzo mismo. Porque se suponía que surgirían dentro del marco del propio orden de reproducción metabólica social —sin cambiar en lo más mínimo sus basamentos y determinaciones estructura-les— que necesariamente generaba (y continúa generando) las contradicciones y antagonismos que fueron declarados en des-aparición con el final de la guerra fría. El sistema del capital es absolutamente incapaz de aceptar cambios causales de su marco estructural. Todos los ajustes tienen que limitarse a la esfera de los efectos manipulables y reversibles. Por eso la creencia proverbial frecuentemente expresada por las personificaciones del capital de que “no puede haber ninguna alternativa”. Naturalmente, la crisis estructural del sistema del capital que cada vez se profundiza más no puede hacer otra cosa que agravar la situación y hacer menos factible cualquier intervención correctiva, aun en el nivel de los efectos marginales, como claramente lo demostró el desastroso de-rrumbe de los movimientos reformistas socialdemócratas en todo el mundo. Así, no podría caber sorpresa alguna ante la actual in-tensificación de los antagonismos sistémicos y ante la participación del Estado imperialista en guerras genocidas, con el apoyo servil de sus “aliados voluntarios”, en lugar de las prometidas bendiciones del “nuevo orden mundial” y su “dividendo de la paz”.

El desafío y la carga del tiempo histórico son inseparables de nuestra necesaria conciencia de la humanidad amenazada. Por-que no resulta demasiado difícil ver las graves implicaciones de un fracaso en contrarrestar las destructivas tendencias de desarrollo en marcha, que imponen su poder no solo en el campo militar, sino también en la producción económica y en la relación de la humani-dad con la naturaleza. Así la carga de la que estamos hablando in-dica tanto las grandes dificultades que surgen del desafío histórico claramente identificable, subrayado por la innegable urgencia del tiempo para emprender la acción correctiva necesaria, y también la

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responsabilidad de cada individuo en contribuir para un resultado exitoso.

En vista de las incorregibles restricciones y contradicciones sis-témicas del capital, tan solo la alternativa socialista puede ofrecer una salida históricamente sustentable de nuestra situación amena-zada. Hacerla factible requiere de un examen crítico del pasado, así como también de la reevaluación de algunas estrategias que todavía hoy son seguidas por el movimiento laboral.

Como sabemos, hubo una vez en que el “socialismo evolutivo” prometió la reforma de la sociedad por la vía de sus exigencias par-ciales, sin cuestionar el marco estructural general del propio siste-ma del capital. También conocemos del fracaso total de ese plan y sus consecuencias desorientadoras. Sin embargo varios consti-tuyentes del marco tradicional de los sindicatos y los partidos po-líticos continúan siendo organizativamente iguales que antes, y en verdad se ven debilitados por la pérdida de muchos miembros a causa de su incapacidad de tener éxitos incluso hasta para sus exi-gencias limitadas.

Esa circunstancia subraya una dolorosa verdad: no puede haber éxito significativo sin la reorientación radical del movimiento socia-lista en términos de hacer valer su objetivo estratégico fundamental como la alternativa estratégica estructuralmente asegurada al or-den metabólico social del capital. El cumplimiento de las demandas sindicales tradicionales se ve hoy completamente frustrado y anu-lado por la aceptación de las presuposiciones económicas y políti-cas del sistema reproductivo que prescribe la regla general de hacer solamente “demandas realistas”, y por las “ganancias permisibles” (si las hay), dejando así como antes al capital en el control del orden socioeconómico y político.

Así, la única estrategia alternativa viable del movimiento laboral resultó ser la exactamente opuesta del enfoque reformista alguna vez propuesto (pero más tarde humillantemente abandonado). Por-que a la luz de las constantes derrotas y retrocesos sufridos por el movimiento laboral organizado queda claro que la precondición necesaria de incluso los logros parciales es la de una articulación plenamente consciente de la alternativa hegemónica socialista al

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modo de control del capital. Inevitablemente, la necesaria rearticu-lación del movimiento laboral implica un reexamen radical de la promesa fallida del “socialismo parlamentario” y la elaboración de estrategias viables organizacionalmente —tanto en el terreno de la acción política directa como en el modo redefinido de las formas de potencial actividad socioeconómica transformadora antes sindi-calmente restringidas— a fin de instituir el cambio históricamente requerido y sustentable.

Dada la urgencia de nuestro tiempo histórico solo la redefinición más consistentemente radical de los objetivos transformadores pue-de ofrecer alguna esperanza de éxito. La alternativa hegemónica al dominio del capital implica la necesidad de una transformación revolucionaria irreversible. Naturalmente, los “realistas” pontifican siempre que tal estrategia resulta “prematura” y debería ser pos-puesta hasta la llegada de “condiciones más favorables”. ¿Pero, de hecho, qué podría ser menos prematuro que una intervención ra-dical opuesta a las conciliaciones en el proceso histórico bajo las condiciones de los peligros más grandes posibles que tenemos que encarar hoy? ¿O, por ponerlo de otro modo, cuándo, si no es bajo la urgencia de nuestro propio tiempo histórico, se podría conside-rar que esa intervención no es prematura? Las objeciones espurias levantadas contra las formas de acción “prematuras” son llevadas por lo general hasta el punto de condenarlas como “aventurerismo”. Hasta al Che Guevara lo castigaron de esa manera algunos “marxis-tas” y “comunistas”. Fidel Castro les respondió en términos incon-fundibles cuando afirmó, en la ocasión de la primera publicación de los diarios de Bolivia del Che, que:

Entre los que pudiesen estar interesados en la no publicación del diario están los seudorrevolucionarios, los oportunistas y los charlatanes de toda calaña. Esa gente se autodenominan marxistas, comunistas y otros títu-los por el estilo. Sin embargo no han dudado en llamar al Che aventurero equivocado o, cuando hablan con más benignidad, un idealista cuya muer-te señaló el canto del cisne de la lucha armada revolucionaria en América

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Latina. (…) Después de la muerte del Che, Zamora391 se volvió uno de sus críticos “marxista-leninistas” más venenosos.392

Naturalmente, la verdad es que toda intervención revoluciona-ria en el proceso histórico es y seguirá siendo en cierto sentido ne-cesariamente “prematura”, hasta que haya un cambio radical en la relación de fuerzas general a favor de la alternativa hegemónica del trabajo en contra del capital. Ese tipo de cambio no significa sim-plemente un viraje temporal en la relación de fuerzas prevalecien-te —que puede ser socavada y revertida por fuerzas y tendencias restauradoras— sino una transformación de largo alcance y forta-lecida/consolidada, sustentable (al menos como principio) sobre una base permanente. Lograrlo implica una estrategia coherente que vaya más allá del capital, en contraste con la insuficiencia de la “negación del capitalismo” o el “derrocamiento del Estado capita-lista”. En ausencia de dicha estrategia sostenida cuyo objetivo sea erradicar al capital del proceso metabólico social con carácter irre-versible, la restauración capitalista, con sus consecuencias desastro-sas —como lo dejó muy en claro la era de Gorbachov— tan solo es mera cuestión de tiempo.

La conclusión es ineludible: tan solo una perspectiva internacio-nal de transformación revolucionaria consistentemente procurada puede ser sustentada históricamente. Fidel Castro, en su artículo que acabamos de citar, subrayó con toda la fuerza las implicaciones de largo alcance de esa línea de enfoque, no solamente para Améri-ca Latina sino simultáneamente también para las expectaciones del desarrollo global diciendo que

Solamente la transformación revolucionaria de América Latina puede permitirle al pueblo de los Estados Unidos ajustar sus propias cuentas con el imperialismo. Al mismo tiempo, y de igual forma, la creciente lucha del pueblo de los Estados Unidos en contra de la política imperialista se puede

391 Uno de los dirigentes del Partido Comunista de Bolivia.

392 Ibid., p. 116.

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convertir en aliada decisiva del movimiento revolucionario en América Latina.393

Así, el desafío y la carga de nuestro tiempo histórico es hacer que prevalezca la reciprocidad dialéctica del internacionalismo socia-lista. La casa en la que todos vivimos no puede ser echada abajo, pero necesita una auténtica reestructuración radical. Los requeri-mientos de la transformación revolucionaria están profundamente interrelacionados en el mundo entero. Solo sobre esa base podría trabajar la globalización en beneficio de la humanidad.

Sin la adopción de una perspectiva internacional socialista via-ble, el movimiento laboral no puede recuperar su fortaleza. En ese respecto la reevaluación crítica de la historia de las Internacionales pasadas no es menos importante que la crítica radical de la “vía par-lamentaria al socialismo”. En efecto, las promesas sin cumplir de esos dos enfoques estratégicos están estrechamente conectadas. El no haber podido darse cuenta de las condiciones del éxito en una afectó profundamente las expectativas de la otra, y viceversa. Por una parte, sin un movimiento socialista internacional fuerte y de-cidido no había ninguna oportunidad de hacer que la perspectiva socialista prevaleciera en los parlamentos nacionales. Al mismo tiempo, por otra parte, la abrumadora dominación del capital en el escenario nacional, y el consiguiente amoldamiento del trabajo internacionalmente muy mal organizado a las restricciones parla-mentarias establecidas y a las tentaciones nacionalistas (como lo puso en flagrante evidencia la capitulación de los partidos social-demócratas ante sus burguesías nacionales al inicio de la Primera Guerra Mundial), impidió cualquier posibilidad de convertir a las Internacionales radicales en una fuerza organizada cohesiva y es-tratégicamente efectiva.

Así que el fracaso de las Internacionales radicales no fue de ninguna manera accidental. Estaba conectado con su irrealista

393 Fidel Castro Ruz, ¨A Necessary Introduction (1968) en Che: A Me-moir by Fidel Castro, editado por David Deutschmann, Ocean Press, Mel-bourne & Nueva York, pp. 105-110.

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presunción de la necesidad de una unidad doctrinaria —y los in-tentos de ponerla en práctica— mientras se actuaba dentro de un marco político que le imponía la necesidad del amoldamiento par-lamentario a la abrumadora mayoría del movimiento laboral. Cier-tamente no constituye una impropiedad decir que el seguimiento en paralelo de las dos líneas de aproximación fue mutuamente exclu-yente y por lo tanto contradictorio en sí mismo. Como conclusión, el cambio necesario en el futuro no será factible si no se abordan críticamente los problemas de ambas.

Marx escribió en uno de sus primeros libros394 que “el primer acto histórico fue la creación de una nueva necesidad”. En ese senti-do en la actualidad se necesitan algunos actos históricos importan-tes, porque resulta imposible responder exitosamente al desafío y la carga de nuestro tiempo histórico sin la creación y consolidación de las necesidades capaces de garantizar no solamente la superviven-cia de la humanidad sino también su desarrollo positivo en el futuro.

Así, como conclusión, bastaría con señalar los nuevos actos his-tóricos absolutamente necesarios bajo la urgencia de nuestro tiem-po para la creación de dos necesidades vitales de las que las demás se derivan de manera natural.

La primera es la necesidad de adoptar una economía respon-sable significativamente economizadora en nuestro sistema pro-ductivo, que solo la puede proporcionar la alternativa hegemónica socialista al modo de control metabólico social del capital.

Y la segunda es la determinación seguida a conciencia de supe-rar —sobre una base históricamente sustentable— la adversarie-dad antagonística, endémica del sistema del capital, productora de destrucción en definitiva incontrolable en escala potencialmente catastrófica.

Obviamente, el papel de la educación socialista es inmenso en este respecto. Pero el punto propiamente dicho no puede ser elu-dido. Porque solamente mediante la adopción de esas necesidades vitales como realmente propias por parte de los individuos sociales puede la conciencia individual aunarse a la social en pro del desa-rrollo humano positivo.

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EL DESAFÍO Y LA CARGA DEL TIEMPO HISTÓRICO: El socialismo del siglo XXI

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Índice

Veredicto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 309

Capítulo 8:La educación más allá del capital . . . . . . . . . . . . . . . . 313

8. 1 La lógica incorregible del capital y su impacto sobre la educación. . . . . . . 3158. 2 Los correctivos no pueden ser únicamente formales: tienen que ser esenciales . . . . . 3248. 3 “El aprendizaje es nuestra vida misma, desde la juventud hasta la vejez”. . . . . . . . . . . 3338. 4 La educación como la “superación positiva de la

autoalienación del trabajo” . . . . . . . . . . . . . 343

Capítulo 99. El socialismo en el siglo XXI . . . . . . . . . . . . . . . . . 361

9.1. Irreversibilidad: El imperativo de un orden alternativo históricamente sustentable. . . . 3639.2. Participación: La progresiva transferencia de la toma de decisiones a los productores asociados. . . . . . . . . . . . . 3679.3. Igualdad sustantiva: La condición absoluta de la sustentabilidad. . . . . . . 3729.4. Planificación: La necesidad de sobreponerse al atropello del tiempo del capital . . . . . 3809.5. Crecimiento cualitativo en la utilización: la única economía viable. . . . . . . . . . . . . . 3919.6 Lo nacional y lo internacional: Su complementaridad dialéctica en nuestro tiempo. . . . 4209.7. Alternativa al parlamentarismo: La unificación de la reproducción material y la esfera política. . . . . . . . . . . . . 4439.8. La educación: El desarrollo progresivo de la conciencia socialista . . . . . . . . . 470

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Capítulo 10: ¿Por qué socialismo? . . . . . . . . . . . . . . . 50910.1. Las determinaciones conflictivas del tiempo . . . . . . . . . . . . . . 51210.2. ¿Por qué la globalización capitalista no puede funcionar? . . . . . . . . . . . 53110. 3. La crisis estructural de la política. . . . . . . . . . 55610. 4 Los nuevos desafíos en nuestro horizonte y la urgencia del tiempo . . . . . . . . . . 584

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Se terminó de imprimir en julio de 2009en la Fundación Imprenta de la Cultura

Caracas, Venezuela.La edición consta de 3.000 ejemplares

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