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Versión escrita de la ponencia presentada en el Seminario Taller Internacional: Quebrada de Humahuaca, Patrimonio Mundial de la UNESCO. San Salvador de Jujuy, 19 al 23 de agosto de 2003. Legislación, convenios internacionales y toma de conciencia: herramientas para evitar la depredación del patrimonio arqueológico nacional Lic. Ana Gabriela Guráieb * En noviembre del año 2000, y por primera vez en la Argentina, el personal del Departamento de Leyes Especiales de la Policía Aeronáutica llevó a cabo varios procedimientos policiales que resultaron en el decomiso de piezas arqueológicas y paleontológicas que se encontraban ilegalmente a la venta. El material incautado, de impactante belleza y singularidad, provenía de sociedades precolombinas de diferentes épocas y regiones de nuestro país, Perú y Bolivia. Estas cualidades les confería al mismo tiempo un importante valor monetario en el mercado ilegal de piezas arqueológicas, tanto nacional como internacional. Como único antecedente de esta causa, poco tiempo atrás se había producido el decomiso de una pieza arqueológica colombiana que se pretendía sacar ilegalmente del país por el aeropuerto de Ezeiza, la que luego de finalizados los procedimientos judiciales, fue restituida al país de origen. Las acciones que se describen más arriba fueron el resultado de la acción consecuente y pionera del personal de la Policía Aeronáutica. Los controladores del aeropuerto venían observando, desde algún tiempo atrás, la salida hacia el exterior de piezas de cerámica, que eran declaradas por sus portadores como "artesanías". Aunque el personal del aeropuerto intuía que no lo eran, carecían de elementos para retenerlas. Estos hechos motivaron que a mediados del mes de junio del año 2000, el Departamento de Leyes Especiales de la Policía Aeronáutica Nacional, con su oficina de Protección del Patrimonio Cultural, se presentara en el Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano, dependiente de la Secretaría de Cultura de la Nación, para solicitar un curso informativo sobre arqueología. Este curso tuvo como finalidad que los agentes se familiarizaran con diferentes aspectos de la disciplina y con ejemplos de materiales arqueológicos de cada región de nuestro país. El curso fue intensivo, duró varias horas por día durante una semana. Fue dictado para el personal de diferentes fuerzas de control: Policía Aeronáutica Nacional, división Interpol de Policía Federal, Aduanas, Gendarmería Nacional y Prefectura Naval. La causa federal que comenzó con estos allanamientos, se basó en las investigaciones de oficio realizadas por la Policía Aeronáutica. Tanto el estado argentino como el peruano se presentaron como querellantes, dado ambos habían sido igualmente afectados por el saqueo y el contrabando de su patrimonio arqueológico. El fundamento legal utilizado fue la Ley Nacional 9080 de Ruinas y Yacimientos Arqueológicos, sancionada en 1913 (decreto reglamentario de 1921), que dictamina que las piezas arqueológicas y paleontológicas son propiedad del Estado. Se sumaron en la constitución de la base legal, la Ley 19.943 de 1973, ratificación de la Conferencia de la UNESCO de 1970 (sobre la prohibición de importación y exportación ilícita de bienes culturales), la Ley 25.157 del año 2000, que es la ratificación de la Convención del * * Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano - Secretaría de Cultura de la Nación 1

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Versión escrita de la ponencia presentada en el Seminario Taller Internacional: Quebrada de Humahuaca, Patrimonio Mundial de la UNESCO. San Salvador de Jujuy, 19 al 23 de agosto de 2003.

Legislación, convenios internacionales y toma de conciencia: herramientas para evitar la depredación del patrimonio arqueológico nacional

Lic. Ana Gabriela Guráieb*

En noviembre del año 2000, y por primera vez en la Argentina, el personal del Departamento de Leyes Especiales de la Policía Aeronáutica llevó a cabo varios procedimientos policiales que resultaron en el decomiso de piezas arqueológicas y paleontológicas que se encontraban ilegalmente a la venta. El material incautado, de impactante belleza y singularidad, provenía de sociedades precolombinas de diferentes épocas y regiones de nuestro país, Perú y Bolivia. Estas cualidades les confería al mismo tiempo un importante valor monetario en el mercado ilegal de piezas arqueológicas, tanto nacional como internacional. Como único antecedente de esta causa, poco tiempo atrás se había producido el decomiso de una pieza arqueológica colombiana que se pretendía sacar ilegalmente del país por el aeropuerto de Ezeiza, la que luego de finalizados los procedimientos judiciales, fue restituida al país de origen.

Las acciones que se describen más arriba fueron el resultado de la acción consecuente y pionera del personal de la Policía Aeronáutica. Los controladores del aeropuerto venían observando, desde algún tiempo atrás, la salida hacia el exterior de piezas de cerámica, que eran declaradas por sus portadores como "artesanías". Aunque el personal del aeropuerto intuía que no lo eran, carecían de elementos para retenerlas. Estos hechos motivaron que a mediados del mes de junio del año 2000, el Departamento de Leyes Especiales de la Policía Aeronáutica Nacional, con su oficina de Protección del Patrimonio Cultural, se presentara en el Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano, dependiente de la Secretaría de Cultura de la Nación, para solicitar un curso informativo sobre arqueología. Este curso tuvo como finalidad que los agentes se familiarizaran con diferentes aspectos de la disciplina y con ejemplos de materiales arqueológicos de cada región de nuestro país. El curso fue intensivo, duró varias horas por día durante una semana. Fue dictado para el personal de diferentes fuerzas de control: Policía Aeronáutica Nacional, división Interpol de Policía Federal, Aduanas, Gendarmería Nacional y Prefectura Naval.

La causa federal que comenzó con estos allanamientos, se basó en las investigaciones de oficio realizadas por la Policía Aeronáutica. Tanto el estado argentino como el peruano se presentaron como querellantes, dado ambos habían sido igualmente afectados por el saqueo y el contrabando de su patrimonio arqueológico. El fundamento legal utilizado fue la Ley Nacional 9080 de Ruinas y Yacimientos Arqueológicos, sancionada en 1913 (decreto reglamentario de 1921), que dictamina que las piezas arqueológicas y paleontológicas son propiedad del Estado. Se sumaron en la constitución de la base legal, la Ley 19.943 de 1973, ratificación de la Conferencia de la UNESCO de 1970 (sobre la prohibición de importación y exportación ilícita de bienes culturales), la Ley 25.157 del año 2000, que es la ratificación de la Convención del *∗Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano - Secretaría de Cultura de la Nación

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UNIDROIT sobre objetos culturales robados o exportados ilegalmente y la ley 22451 del Código Aduanero en sus artículos 4 y 863. El Artículo 4 define lo que se considera mercadería mientras que el artículo 863 y concurrentes hablan sobre contrabando. La tipificación penal de la causa fue hurto, robo y encubrimiento y el fuero interviniente fue el Federal dado que, de acuerdo con la Ley 9080, las piezas arqueológicas incautadas son propiedad del Estado Nacional.

Lamentablemente en demasiadas oportunidades durante nuestro ejercicio profesional, los arqueólogos hemos tenido conocimiento o hemos sido testigos de la depredación que sufren los sitios arqueológicos de nuestro país, especialmente en la forma de episodios de vandalismo y "huaqueo". Estas acciones desaprensivas de algunos individuos, en algunos casos simplemente destructivas pero en otros interesadas y concientes, producen la destrucción del contexto que asocia entre sí a los objetos y otros tipos de evidencia que contienen los sitios arqueológicos. El contexto de asociación es lo que hace posible que los bienes que surgen de una excavación sean convertidos en datos y en información para ser empleada en la explicación de la diversidad cultural de nuestro pasado. Sin embargo, ésta no es la única forma de pérdida del patrimonio arqueológico que sufrimos. De tanto en tanto los medios periodísticos nos hacen llegar alguna noticia sobre el hurto o el robo, hasta ahora siempre irreversibles, de piezas arqueológicas, por lo general de gran valor, que son parte del acervo de museos u otras instituciones.

Con estos antecedentes, lo que a finales del 2000 se vivía como una novedosa situación de protección del patrimonio, nos alegró inmensamente como comunidad arqueológica. Sin embargo, al mismo tiempo nos sorprendió el hecho que la Ley 9080 tuviera vigencia aún y no hubiera muerto del aburrimiento en el virtual archivo en el que la habían colocado desde su sanción. Esta antigua ley había resucitado con la ayuda de las ratificaciones de las convenciones internacionales y del Código Aduanero.

En la comunidad arqueológica existía el tácito convencimiento de que no era posible hacer nada respecto del tema del tráfico ilícito porque no existía ley que lo impidiera. La ley 9080 era considerada inefectiva y sin vigencia. Inclusive, la mayoría desconocíamos su reglamentación. Muchas generaciones de alumnos universitarios, entre los que me cuento, aprendieron que esa ley no tenía ninguna posibilidad. Lo transmitimos a su vez a nuestros alumnos y entre todos consolidamos el error.

No obstante, como existía una clara noción sobre la ausencia de un marco legal, esporádicamente desde la década del 60 y con mayor énfasis desde la década del 80, distintas instituciones relacionadas con la arqueología intentaron generar un proyecto de ley de protección del patrimonio que despertara el interés de los legisladores, sin ningún resultado.

La causa judicial de la que hablé más arriba nos demostró que sí era posible impedir el drenaje de patrimonio arqueológico que implica el tráfico ilícito con normativas ya existentes.

Entonces... ¿cuál era la razón por la que no se había producido con anterioridad? Cómo era posible que una ley pasara por muerta por tanto tiempo? Por otra parte, ¿qué era lo que sucedía con nosotros como argentinos, que ningún proyecto de ley de patrimonio previo, de los muchos que se intentaron a lo largo de las décadas, había encontrado respuesta de los legisladores, como para ser convertido en ley?

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Todas las preguntas que se nos plantearon en ese momento conducen a explorar un solo tema: entender qué significa el patrimonio cultural para nosotros como cuerpo social. No se trata solamente de definir qué es sino es necesario saber en qué medida ese patrimonio definido es importante para los habitantes de este país, de tal modo que inspire medidas y acciones que lo protejan. No es un tema fácil de dilucidar porque, como sucede en la mayoría de las situaciones, cuando se trata de patrimonio debemos considerar actores, intereses y prioridades diversos y hasta contrapuestos.

Todos los países utilizan ideológicamente su pasado, al tiempo que la historia y los bienes que la representan son empleados para construir una determinada idea de nación. Aquellos que se encuentran conduciendo estos procesos pueden enfatizar diferentes segmentos de esa historia o bien sepultarlos en el olvido. Ambas posiciones tienen como objetivo el consolidar y legitimar una determinada forma de poder manteniendo un status quo que se fundamenta en esa forma particular de mirar y considerar el pasado. La ideología con que lo tratamos, condiciona asimismo la decisión de cuáles incluir dentro de lo que consideramos patrimonio cultural, y por ende cuáles bienes proteger y cuáles desestimar (Endere 2000).

En el caso de nuestro país y de muchos países de Latinoamérica, la falta de consideración por el pasado prehispánico, cuyas causas pueden ser analizadas desde muchos puntos de vista, redundó en un vacío legal y de acciones concretas de protección de los bienes que representan ese segmento de la historia. Como era de esperar, el tráfico ilegal de bienes arqueológicos continuó creciendo en todo el continente, a expensas de tal vacío.

A nivel mundial, el tráfico ilícito ocupa el tercer puesto en cuanto a los réditos económicos que se obtienen, después del mercado de las drogas y el de las armas. Si a los bienes arqueológicos se le suman las piezas paleontológicas, las obras de arte robadas y la piratería de las industrias audiovisuales y editoriales, ocupa el segundo lugar en rédito (Goñi 2002). Como sostienen Askerud y Clément (1999), tiene proporciones de epidemia y lamentablemente no todos los países poseen las vacunas legales que la contrarresten. Por su parte, la república Argentina tiene el dudoso honor de ser considerada, al mismo tiempo, proveedor y área de tránsito para los bienes arqueológicos de otros países que se comercializan en Estados Unidos y en Europa. Cuenta además con alrededor de 10 casas importantes de subasta, por lo que en este aspecto se encuentra en segundo lugar en América después de Estados Unidos.

Haber llegado hasta este punto es el resultado de un largo proceso con muchos responsables involucrados, algunos por acción y otros por omisión. En el primer lugar podemos situar, por ejemplo, a un Estado que no se había planteado entre sus prioridades el ejercer a fondo las funciones que le competen para proteger los bienes culturales que le pertenecen a toda la comunidad. De este modo, en una larga historia de desidia, se "olvidó" la existencia de una Ley como la 9080, que fue virtualmente archivada sin darle la oportunidad de servir para algo. Al mismo tiempo, podría decirse que no hubo interés en sustituir ese marco legal antiguo por uno nuevo porque el tema en sí mismo no estaba dentro de las prioridades del Estado, como lo prueban la cantidad de proyectos de ley abortados en distintas instancias previas a la sanción.

En segundo lugar, es responsable principalmente el mercado coleccionista del

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primer mundo, ávido de objetos exóticos. Además de requerir objetos decorativos de países lejanos, este mercado encontró en los países americanos, piezas precolombinas y coloniales que fueron inmediatamente adoptadas por su exotismo y singularidad. Nada impedía su venta y su tránsito. Lamentablemente, el abastecimiento de piezas estaba bien cubierto, dado que este mercado se aprovecha de las desigualdades sociales y económicas que existen en nuestros países, que promueven la venta de bienes culturales por pocas monedas y para poder subsistir. Es necesario considerar que los mercados de compra de antigüedades y arte tienen mucha capacidad de presión en contra de leyes que los perjudican, dado que está conformado por gente con poder económico y muchas veces, con posibilidad de lobby político.

Un ejemplo casi exagerado de esto nos lo da una carta al lector publicada en una prestigiosa revista de divulgación científica del mes de septiembre de este año (Ciencia Hoy 2003). En ésta, la Dra. Laura Malosetti Costa, especialista en Historia del Arte, aclara que en un número anterior de la misma revista en el que había presentado un artículo acerca del saqueo cultural al que está siendo sometido Irak, los editores de Ciencia Hoy habían omitido un párrafo de su trabajo. Era un párrafo en el que la autora hacía mención a una solicitud que habían firmado un grupo de coleccionistas y mercaderes de arte norteamericanos nucleados en el American Counsil of Cultural Policy, solicitándole al presidente Bush que, una vez tomado el poder en Irak, se derogaran leyes que restringían sus posibilidades de adquirir piezas arqueológicas. Como corolario a esta solicitud, todos nos enteramos por los diarios, que las fuerzas de seguridad norteamericanas no pudieron llegar a tiempo para evitar el saqueo de museos y bibliotecas en Bagdad.

Aún cuando no ejerzan ninguna presión política y orienten acciones y omisiones

como el caso que recién mencionamos, los coleccionistas (de cualquier nacionalidad) son los responsables de muchos de los destrozos que se hicieron en sitios arqueológicos en nuestro país y en otros países de Latinoamérica. Probablemente, ellos jamás vieron un "huaquero" ni son conscientes de la depredación que causan cada vez que levantan la mano en un remate o encargan una pieza a un traficante. No fueron ellos mismos quienes destruyeron los sitios a pala y pico, pero el hecho de comprar una pieza en un negocio que seguramente le pagó a alguien para que fuera a buscarla, los convierte en igualmente responsables. Destrozar sitios implica destruir el contexto en el que fue depositada la pieza. Si se pierde el contexto sólo nos queda el objeto bonito para poner en la vitrina. Se pierde la historia que hay por detrás.

En este ejercicio reflexivo de identificar responsables, creo que también le cabe su parte a los científicos: por una parte la comunidad de arqueólogos; por otra, a los entes que subsidian sus investigaciones desde hace cuarenta años. La primera, porque de forma espasmódica y poco coordinada a lo largo del tiempo, tocó puertas sin éxito para que sancionaran una ley de protección del patrimonio arqueológico y porque durante varias décadas, previas a 1980, no tuvo una conducta clara respecto de lo que significa su relación con colecciones privadas y con coleccionistas. Como puede verse en el siguiente gráfico en el que se registran los proyectos de ley de protección del patrimonio en sus distintas versiones (del patrimonio arqueológico, del patrimonio arqueológico e histórico, del patrimonio cultural y natural etc.) durante décadas los esfuerzos fueron escasos, hasta llegar a la década del ochenta y con mayor énfasis en la década del 90 del siglo pasado (Endere 2000:102).

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Cantidad de proyectos de Ley Nacional de Patrimonio Desde la sanción de la Ley Nacional 9080

Tomado de Endere 2000:102

50-59 60-69 70-79 80-89 90-99 0

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proyectos

Por su parte, los entes que subsidian la actividad científica deben reconocer su falta de identificación con el problema patrimonial porque, al evaluar a los investigadores, privilegiaron aquellas labores de orden puramente académica, otorgándole menos peso y menos valor a la divulgación del conocimiento y a las tareas de gestión. Esto hizo que muchos investigadores le dedicaran a estas tareas menos tiempo del que hubieran querido. Afortunadamente, esta situación se ha ido revirtiendo desde mediados de la década del 80. Progresivamente, bajo el convencimiento de que no podemos valorar y cuidar lo que desconocemos, cada vez son más los arqueólogos que, además de sus tareas de investigación, se dedican a difundir los resultados de su trabajo en distintos niveles de enseñanza y para el público en general y cada vez son más los que han incorporado a sus proyectos aspectos relacionados con la generación de planes de manejo para los recursos arqueológicos que generan en aras de su aprovechamiento racional.

Producto de una nueva mentalidad, estos aires de cambio comenzaron a correr desde organismos internacionales a los que adhiere nuestro país. Desde la UNESCO, por ejemplo, desde hace muchas décadas nos llegan compromisos firmados por la mayoría de los Estados que lo integran. Estos convenios hablan de la conciencia internacional que existe acerca del respeto que merece el patrimonio cultural de cada país del globo como constructor y reflejo de sus valores identitarios y su creatividad. En sintonía con estos compromisos, nuestro país ratificó con fuerza de ley algunos de ellos. Fueron pasos previos de toma de conciencia por parte de las autoridades nacionales que permitieron comenzar con la lucha contra el tráfico ilícito.

Sin embargo, considero que la muy reciente sanción de la Ley 25.743 de Protección del Patrimonio Arqueológico y Paleontológico es la bisagra en esta historia, es el final de un camino y el comienzo de otro. Es el final de un camino plagado de responsables e irresponsabilidades, quizás de poca reflexión acerca de lo que es importante como país y de robo tolerado al patrimonio de todos. La Ley 25.743 es el resultado de una toma de conciencia por parte de los legisladores, de un Poder Judicial que se pone en antecedentes para poder cumplir sus funciones respecto del tema patrimonial y de la comunidad en general que también despierta y observa el

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menoscabo que había venido sufriendo su patrimonio.

Con las ratificaciones de los convenios internacionales, pero principalmente con esta ley, comienzan a cumplirse algunas de las consideraciones que establece el artículo 41 de la Constitución Nacional, del que surge que es función del Estado proveer a la preservación del patrimonio natural y cultural de nuestro país dictando las leyes marco que deberán ser seguidas por leyes complementarias de las provincias, a través de la organización de una Administración Cultural en un nivel nacional, coordinada con provincias y municipios y a través de una Administración de Justicia preparada para la preservación cultural.

En varios de sus artículos, La ley 25.743 establece penalidad para el tráfico ilícito de piezas arqueológicas y paleontológicas, lo que seguramente disuadirá a muchos de comenzar con el negocio. Por ejemplo, en el artículo 42, se establecen multas, decomiso y clausura para el que trafique con piezas arqueológicas o paleontológicas. Se multa tanto al que vende como al que compra. En el art. 48 se pena con prisión de dos meses a dos años al que encomiende prospecciones para obtener piezas arqueológicas y para el que venda objetos extraídos de sitios arqueológicos y paleontológicos.

Por otra parte, y aunque seguramente su aplicación va a ser problemática, la nueva Ley establece la obligación de registrar las colecciones de materiales arqueológicos y paleontológicos existentes en nuestro país. No es una novedad legislativa, dado que algunas leyes patrimoniales provinciales ya disponen la realización de inventarios de distinta naturaleza y censo de sitios. Con matices y variaciones, las leyes de patrimonio cultural de Salta, La Rioja, Catamarca, Formosa, Neuquen, Chubut, Mendoza, Entre Ríos y Misiones tienen entre sus objetivos, el conocer las características del patrimonio cultural de sus provincias.

Respecto de las colecciones particulares, la solicitud de registro que establece la Ley 25.743 en sus artículos 16 a 22 tiene como objetivo "cristalizarlas", de modo que no puedan acrecentarse en el futuro y que el Estado conozca el patrimonio arqueológico y paleontológico que se encuentra en manos privadas. Esto impedirá que pueda hacer circular estas piezas libremente en el mercado o adquirir otras. El registro se extiende también a las colecciones científicas y a las que se encuentran en museos, aunque en estos casos no se pretende cristalizar las colecciones, sino conocerlas. El registro es imprescindible para que las fuerzas de seguridad, federales y provinciales, así como los organismos de seguridad internacionales como Interpol puedan llevar a cabo una tarea rápida y eficaz. Para comenzar las investigaciones, es necesario que exista una denuncia. En caso de robo o venta ilícita, si se sabe apropiadamente de qué bien se trata, tanto la investigación como la eventual recuperación del bien se agilizan en gran medida. Para eso sirve el inventario.

La sanción de esta nueva Ley de Protección del Patrimonio Arqueológico y Paleontológico nos dice que este tema vuelve a ser una prioridad para el Estado. Por lo tanto, no podemos dejar que se convierta en una nueva Bella Durmiente. Con esta herramienta, cuya aplicación va a necesitar del compromiso y la buena voluntad de todos, la comunidad puede evitar que el patrimonio cultural de nuestro país se nos escurra entre las manos. Tengamos en claro que cada pieza que se destruye, se roba o se pierde es una voz acallada para contar nuestra historia y que un pueblo sin historia y sin

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memoria es un pueblo fácil de sumergir en una globalidad irreflexiva. Nos merecemos mucho más que eso.

Referencias citadas en el texto

Askerud, Pernille y Étienne Clément1999 La prevención del tráfico ilícito de bienes culturales. Un manual de la UNESCO para la implementación de la Convención de 1970. División de Patrimonio Cultural de la UNESCO.

Endere, María Luz2000 Arqueología y legislación en Argentina. Cómo proteger el patrimonio arqueológico. Serie Monográfica vol. 1. Editado por G. Politis y .J.L. Prado - INCUAPA- Universidad Nacional del Centro.

Goñi, Rafael.2002 Entrevista dada a Patricio Loizaga, para la revista Cultura Año 19, N° 78.

Malosetti Costa, Laura2003. Irak, el saqueo del pasado, crónica de un despojo anunciado. Revista Ciencia Hoy, volumen 13, N° 75, pp.10-12.

2003 Carta de lectores, Revista Ciencia Hoy, volumen 13, N° 76, agosto/septiembre. pp:11.

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