2
PIEDRA LIBRE Mauricio Jaime Goio Existe una tentación insalvable de escribir reseñas de aquellas personas destacadas que mueren, y muy espe- cialmente cuando la muerte es violenta o por motivos extraños. Se agotan las palabras en explicaciones o en ha- cerlos parecer como personas notables, rescatando sus aportes, o sus defectos, dependiendo del extremo en que los situemos. No hay muerto neutro, porque de alguna manera nos vemos reflejado en ese implacable espejo que es el dejar de ser, o, al menos, en no existir en los términos naturales que definimos la vida. Como sea, no deja de ser tentador opinar del otro, a despecho de cuan profundamente podamos afectar el dolor de aquellos que están directamente involucrados, y cuya intimidad se ventila muy livianamente. Más aún si se trata de aque- llos personajes públicos, con los que de muchas maneras sentimos una conexión que nos da el laxo derecho de opinar. El cuerpo aún no se entibia, y nuestra pluma fluye ligera para verter oraciones que nos contentan. Le tocó el turno a Robín Williams, uno de los actores de Hollywood más querido, que nos acompañó en la bús- queda de la diversión por tantos años, convirtiéndonos en ansiosos seguidores de noticias en torno a su deceso. Porque, como siempre sucede con la muerte de los ídolos, nos dimos cuenta que era humano, que estaba some- tido a las mismas leyes naturales que cualquiera. Y porque su muerte tuvo los tintes dramáticos que elevan a estos humanos especiales en nuestra conciencia al estatus de leyenda. Hombre famoso, con grandes logros, que a nuestros ojos lo tenía todo, y se suicidó. Caemos en cuenta que la superficialidad de nuestros sueños, los ele- mentos de simpleza por los cuáles llegamos a definir los alcances de nuestras propias metas de forma dramática tambalean. Cuesta encontrar un actor con un repertorio tan amplio como Robín Williams, que iban desde la comedia des- ternillante como fue el personaje obligadamente transexual de la señora Doubfire, hasta el oscuro e inquietante sicópata Walter Finch en Insomnia. Pasando por el glorioso profesor John Keating que inspirase a tantos maestros en La Sociedad de los Poetas Muertos, el carismático doctor Patch Adams, el desquiciado vagabundo Perry en Pescador de Ilusiones, el tímido y soñador doctor Malcomo Sayer que en Despertares saca a un grupo de pacientes siquiátricos de su letargo, y un largo etcétera de personajes memorables. Un variopinto de caracterizaciones mer- ced a una capacidad inigualable de matizar expresiones faciales y de mutar su voz. A pesar de su gran capacidad dramática, siempre lo tendremos en mente como uno de los actores cómicos más destacados, con su sonrisa tímida y esos expresivos ojos infantiles. Quizás porque lo conocimos como el extrate- rrestre Mork, observador puntilloso de las costumbres humanas, en la serie de televisión Mork y Mindy , que los hizo conocido y le abrió las puertas al cine. Pero con ese humor más elaborado, más profundo, no la comicidad simplona de los gags o el chiste fácil. La sutileza de una voz impostada o la expresión sutil, que transformaba una situación cotidiana, insulsa, en una creación artística que devenía en un acceso de risa hilarante. Mirado en una categorización muy gruesa, podemos distinguir dos tipos de humoristas: el payaso y el bufón. El payaso basa su rutina en una gestualidad muy ampulosa, en una especie de gimnástica, un despliegue físico in- tenso, cuya esencia radica más en los movimientos que en discurso. El bufón se basa en lo certero de su discurso y, sobre todo, en la capacidad de hacer de una situación simple y sosa, un nudo dramático que estalla en risas al Robin Williams el gran bufón

Robin Williams, el gran bufón. ®PiedraLibre, 2014

Embed Size (px)

DESCRIPTION

Edición especial en PiedraLibre de agosto de 2014. Homenaje. Nº 107. Robin Williams, por Mauricio Jaime Goio.

Citation preview

Page 1: Robin Williams, el gran bufón. ®PiedraLibre, 2014

PIEDRA LIBREMauricio Jaime Goio

Existe una tentación insalvable de escribir reseñas de aquellas personas destacadas que mueren, y muy espe-cialmente cuando la muerte es violenta o por motivos extraños. Se agotan las palabras en explicaciones o en ha-cerlos parecer como personas notables, rescatando sus aportes, o sus defectos, dependiendo del extremo enque los situemos. No hay muerto neutro, porque de alguna manera nos vemos reflejado en ese implacable espejoque es el dejar de ser, o, al menos, en no existir en los términos naturales que definimos la vida. Como sea, nodeja de ser tentador opinar del otro, a despecho de cuan profundamente podamos afectar el dolor de aquellosque están directamente involucrados, y cuya intimidad se ventila muy livianamente. Más aún si se trata de aque-llos personajes públicos, con los que de muchas maneras sentimos una conexión que nos da el laxo derecho deopinar. El cuerpo aún no se entibia, y nuestra pluma fluye ligera para verter oraciones que nos contentan.

Le tocó el turno a Robín Williams, uno de los actores de Hollywood más querido, que nos acompañó en la bús-queda de la diversión por tantos años, convirtiéndonos en ansiosos seguidores de noticias en torno a su deceso.Porque, como siempre sucede con la muerte de los ídolos, nos dimos cuenta que era humano, que estaba some-tido a las mismas leyes naturales que cualquiera. Y porque su muerte tuvo los tintes dramáticos que elevan aestos humanos especiales en nuestra conciencia al estatus de leyenda. Hombre famoso, con grandes logros, quea nuestros ojos lo tenía todo, y se suicidó. Caemos en cuenta que la superficialidad de nuestros sueños, los ele-mentos de simpleza por los cuáles llegamos a definir los alcances de nuestras propias metas de forma dramáticatambalean.

Cuesta encontrar un actor con un repertorio tan amplio como Robín Williams, que iban desde la comedia des-ternillante como fue el personaje obligadamente transexual de la señora Doubfire, hasta el oscuro e inquietantesicópata Walter Finch en Insomnia. Pasando por el glorioso profesor John Keating que inspirase a tantos maestrosen La Sociedad de los Poetas Muertos, el carismático doctor Patch Adams, el desquiciado vagabundo Perry enPescador de Ilusiones, el tímido y soñador doctor Malcomo Sayer que en Despertares saca a un grupo de pacientessiquiátricos de su letargo, y un largo etcétera de personajes memorables. Un variopinto de caracterizaciones mer-ced a una capacidad inigualable de matizar expresiones faciales y de mutar su voz.

A pesar de su gran capacidad dramática, siempre lo tendremos en mente como uno de los actores cómicos másdestacados, con su sonrisa tímida y esos expresivos ojos infantiles. Quizás porque lo conocimos como el extrate-rrestre Mork, observador puntilloso de las costumbres humanas, en la serie de televisión Mork y Mindy , quelos hizo conocido y le abrió las puertas al cine. Pero con ese humor más elaborado, más profundo, no la comicidadsimplona de los gags o el chiste fácil. La sutileza de una voz impostada o la expresión sutil, que transformaba unasituación cotidiana, insulsa, en una creación artística que devenía en un acceso de risa hilarante.

Mirado en una categorización muy gruesa, podemos distinguir dos tipos de humoristas: el payaso y el bufón. Elpayaso basa su rutina en una gestualidad muy ampulosa, en una especie de gimnástica, un despliegue físico in-tenso, cuya esencia radica más en los movimientos que en discurso. El bufón se basa en lo certero de su discursoy, sobre todo, en la capacidad de hacer de una situación simple y sosa, un nudo dramático que estalla en risas al

Robin Williamsel gran bufón

Page 2: Robin Williams, el gran bufón. ®PiedraLibre, 2014

PIEDRA LIBREpresentarlo desde una perspectiva paradójica. Recordemos que este personaje se remonta en el tiempo hasta laantigüedad de las civilizaciones clásicas, y en las corte monárquicas era el único que podía reírse de la figura má-xima de la corte, sin ser castigado. El bufón era un espejo distorsionado, que permitía poner muchas situacionesen contexto, dando un giro de tuerca, mostrando el ángulo que quizás mucho pensaban, pero que eran incapaceso eran temerosos de mostrar. Un poco la voz de los sin voz, o el ojo avizor que veía el lado oscuro donde todosveían simplemente luminosidad.

Normalmente, quizás entre paradoja y ventaja, el bufón era un individuo deforme, o con alguna característicade anormalidad, que lo disminuía ante la vista de los poderosos, imbuyéndolo de inmunidad ante los atrevimien-tos. Una estación intermedia entre ser infrahumano o simplemente un ser considerado loco. Si bien en parte larisa estaba asegurada en su aspecto físico, también la génesis de su comicidad radicaba en la osadía que resultabaen ver a una persona tan poco dotada físicamente, incapaz de resistir cualquier embate de ira, atreverse con unalengua filosa en decir lo que los ‘normales’ eran incapaces de expresar.

Robín Williams fue un tremendo bufón, no sólo porque tenía un rostro y un porte que eran absolutamente co-munes y corrientes, sino porque su gran deformidad residía en que fue un eterno niño sonriente, un ser quenunca creció. Desde un espíritu infantil, con la rebeldía propia de los niños que no son capaces de entender lasincongruencias y las dobleces del mundo adulto, se hizo pasar como uno para que viésemos el reflejo del vanoy muchas veces patético contenido de nuestro mundo maduro y serio. Representó la visión del niño desde suprístina inocencia, desde el rincón del observador atónito que no puede creer en que se transforma una vidaque debe ceder y negociar a los embates del crecimiento. Y ese reflejo supo insertarlo en sus personajes, niñosen cuerpo de adultos. Era el irreverente locutor Adrian Cronauer en su primera película Buenos días Vietnam,también el inmaduro e irresponsabe Daniel Hillard, actor incapaz de madurar y que debe disfrazarse de la Sra.Doubtfire, un bufón con implantes y más cara de látex, para demostrar que si es capaz de hacerse cargo de sushijos. Como dejar de lado su representación del adulto y exitoso hombre de negocios Peter Banning en Hook, in-capaz de ver a su familia imbuido en sus negocios, y que se ha olvidado que es el gran Peter Pan, debiendo volvera su esencia infantil para recuperar lo más querido. Pero no hay personaje que represente mejor el carácter denuestro bufón que Jack, en la película del mismo nombre, que por un defecto se desarrolla físicamente a una ve-locidad desusada, manteniendo intacto, en el cuerpo de adulto, ese espíritu de niño.

Definitivamente fue un Jack que se desarrollo físicamente, pero que mantuvo intacta esa esencia lúdica infantil,que lo hacía ser el observador agudo, el imitador genial. Un Peter Pan que jamás se tragó la idea que el traje demarca, los suspensores o los lentes ópticos, lo transformaban en un exitoso hombre adulto, maduro y responsable.Seguramente, como buen bufón, sintió que su deformidad resultaba ofensiva y grotesca en el grave e implacablemundo en que se desenvolvió su vida de actor. Robín sintió el dolor y la angustia de enfrentarse al mundo ‘real’y ‘práctico’, y definitivamente su talento y humor no fueron suficientes. Las adicciones vinieron a calmar los do-lores, a espantar los fantasmas que lo arrinconaban, que lo amenazaban con robarle lo único auténtico que lequedaba, su original espíritu infantil. Y quizás el bufón se cansó de intentar caminar erguido como su señor, o devestir los ropajes brillantes y fastuosos que lo hacían parecer como tal. Simplemente se aburrió de entrar el ab-domen para parecer esbelto, de mostrar interés ante temas sesudos y serios, de mirar los números de sus inver-siones en la bolsa. Simplemente se relajó, sonrió, tuvo su pensamiento feliz, y voló al país de Nunca Jamás enbusca de los niños perdidos.

...Simplemente se aburrió de entrar el abdomen para pareceresbelto, de mostrar interés ante temas sesudos y serios, demirar los números de sus inversiones en la bolsa. Simple-mente se relajó, sonrió, tuvo su pensamiento feliz, y voló alpaís de Nunca Jamás en busca de los niños perdidos.