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Biografía Breve
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Allan Kardec: En Busca De Los Espíritus
Frío y cerebral, así describieron algunos de sus contemporáneos al educador francés Hippolyte Rivail; y, sin
embargo, bajo el nombre de Allan Kardec sería el fundador del espiritismo, y millones de personas le seguirían.
Allan kardec, el fundador del movimiento espiritista.
Hippolyte Léon Denizard Rivail, más conocido hoy bajo el seudónimo de «Allan Kardec», nació en Lyon, Francia,
en 1804. Su padre, un distinguido jurista y juez local, quería darle la mejor educación posible, de modo que a los 10
años lo envió al Instituto Yverdon en Suiza, fundado y dirigido por J.H. Pestalozzi (1746-1827), el hombre que
logró revolucionar la educación europea.
Convencido de que la intuición es la fuente de todo conocimiento, Pestalozzi estimulaba a sus discípulos para que
se desarrollaran como individuos, al tiempo que les sometía a un programa extensísimo que comprendía 10 horas
diarias de lecciones sobre todos los aspectos de las artes y de las ciencias. Aquellos que, como Rivail, procedían de
familias católicas, recibían también instrucción religiosa.
Rivail permaneció seis años en Yverdon y esta estancia influenció profundamente el curso de su vida. Pronto
decidió convertirse en profesor, para difundir los trabajos de Pestalozzi en Francia, y abrió su propia escuela en
París en 1826. Para entonces ya había publicado el primero de lo que sería un total de 22 libros de texto sobre
gramática francesa, matemáticas y reforma educativa. También inició una serie de cursos gratuitos sobre ciencias,
que mantuvo durante 10 años.
Unos Comienzos Modestos
Johan Henrich Pestalozzi. Este educador revolucionario influenció profundamente en los primeros años de Rivail,
imponiéndole actitudes progresistas. Fue uno de los primeros en animar a los niños para que desarrollaran su personalidad,
al tiempo que ampliaba sus mentes con lecciones sobre los temas más diversos.
Obligado a cerrar su escuela en 1834 por motivos económicos, Rivail tuvo que trabajar como contable para
mantener a su familia, aunque continuó dando clases particulares gratuitas en su casa, y, a principios de la década
de 1850, durante la que su carrera sufriría un cambio radical, era un educador conocido, progresista y librepensador.
Anna Blackwell, que tradujo algunos de sus libros al inglés, le recordaba «más parecido a un alemán que a un
francés». Era, decía, un hombre enérgico y perseverante, pero frío y cerebral, incrédulo por naturaleza y por
formación, y un razonador agudo y lógico. Llevaba una vida tranquila y modesta y era muy trabajador; nadie veía
en él al futuro fundador de una nueva filosofía religiosa.
Pero en 1848, en los Estados Unidos, habían sucedido unos hechos que iban a cambiar toda la filosofía de Rivail y a
influenciar la de millones de otras personas. En el hogar de la familia Fox, en Hydesville, Nueva York, las mesas
se movían solas y se oían misteriosos golpecitos, que aparentemente provenían de los «espíritus» de los muertos.
Esto significó el surgimiento del movimiento espiritualista, que iba a hacer furor en París, así como en otras
ciudades europeas. Al cabo de poco tiempo, y en palabras de un periodista de la época, no hubo ninguna mesa
entre Montmartre y los Campos Elíseos que no se hubiera puesto patas arriba.
Rivail, a pesar de que sentía interés por todos los temas, se mostró al principio muy escéptico. En unos de sus
primeros libros había escrito: «Si se han estudiado las ciencias, hay que reírse ante la credulidad supersticiosa de
los ignorantes y no es posible creer en fantasmas», y cuando, en 1854, un amigo le dijo que las mesas no sólo
saltaban, sino que transmitían mensajes de los muertos, Rivail replicó: «Sólo lo creeré cuando lo vea.»
No parece que estuviera ansioso por verlo, porque hasta el año siguiente no asistió a una sesión, donde presenció
una demostración de «escritura en cesta», una forma primitiva de escritura automática, en la que las manos de los
asistentes se colocaban dentro de una cesta, a través de la cual era conducido un lápiz. «Pude darme cuenta -
recordó más adelante-, de que había algo serio tras aquella aparente trivialidad..., como la revelación de una nueva
ley, que decidí investigar a fondo.»
Lo hizo sin perder tiempo, y pronto observó que, mientras los mensajes recibidos en las sesiones eran a menudo
frívolos, invariablemente adquirían un tono serio cuando se dirigían a él personalmente. Su amigo, el autor teatral
Victorien Sardou, le pidió que revisase unos libros de notas tomadas por el grupo con el que él había estudiado los
fenómenos espiritualistas durante cinco años. Rivail quedó impresionado por «la sabiduría y la caridad que
emanaban de las comunicaciones serias», y emprendió una intensa serie de sesiones con una medium llamada
Japhet, en las que propuso una serie de preguntas para que los espíritus las contestaran, cosa que hicieron.
El año siguiente, publicó más de 500 preguntas, respuestas y comentarios personales bajo el título de Le livre des
esprits (El libro de los espíritus), que revisó y aumentó tres años más tarde. Se publicó bajo el nombre de Allan
Kardec, un nombre tomado de la ascendencia bretona de Rivail, y que al parecer fue elegido por los propios
espíritus. Así, Rivail se convirtió en Kardec, y cuando murió en 1869 había escrito o, como él prefería decir, había
«compilado y ordenado», cinco libros y dos monografías, insistiendo en que el contenido principal no provenía de
su trabajo, sino del de numerosos espíritus «avanzados» que se comunicaban a través de diferentes mediums.
Sus obras principales fueron: El libro de los espíritus (1857 y 1860), El libro de los mediums (1861), El Evangelio
según el espiritismo (1864) -publicado en España en 1978-, Cielo e infierno (1865) y Génesis (1867). También
fundó, editó y escribió gran parte de la revista Revue Spirite, hasta su muerte en 1869.
A pesar de su fe inconmovible en la comunicación con los espíritus de los muertos, la filosofía de Kardec no
formaba parte de la corriente espiritualista sino que era, según sus palabras, espiritista. La diferencia era crucial
para los seguidores de ambas filosofías, y les condujo por caminos muy distintos.
Lo Visible Y Lo Invisible
El momento cumbre de una sesión decimonónica: la mesa levita misteriosamente. Rivail contemplaba estos
fenómenos -y las pretendidas comunicaciones de los espíritus-con prevención, pero llegó a creer que había un
propósito serio bajo los mensajes frívolos y triviales que se recibían normalmente.
La premisa básica del espiritismo es que hay dos mundos: el visible y el invisible, que contienen seres materiales e
«incorpóreos», respectivamente. El espíritu es una sustancia formada por materia «quintaesenciada» que está
fuera del alcance de nuestros cinco sentidos normales, que se une con el cuerpo físico mediante un cuerpo
intermedio, semimaterial, llamado «periespíritu». Al nacer, tomamos formas temporales, materiales, y cuando
éstas son destruidas por la muerte física, el espíritu permanece, para reaparecer quizá en otra reencarnación.
Nuestro propósito es evolucionar hacia la perfección, y nos reencarnamos tan a menudo como sea necesario para
lograrlo. Todos somos la suma de aquello que hemos sido, lo que hemos hecho o pensado en vidas anteriores, y
todo el proceso, según Kardec, no es milagroso ni sobrenatural, sino que es el resultado de leyes naturales e
inmutables.
Mientras que el espiritualismo, tal como lo veía Kardec, simplemente manifestaba una creencia en algo más allá
de la materia, el espiritismo trataba de la «relación del mundo material con los espíritus», entidades reales que
están siempre en contacto con nosotros. Kardec nunca pretendió que fuese una nueva religión, sino una filosofía
racional basada en hechos demostrados repetidamente que recuperaba el sentido original de todas las religiones.
No pretendía, como alegaban sus críticos, sustituir al cristianismo. «La moral del espiritismo no es diferente de la
de Jesús», escribió, añadiendo que, tal como la enseñanza de Jesús recuperó las de Moisés, el espiritismo era una
recuperación de principios cristianos básicos que habían sido abandonados por la mayoría de las iglesias
establecidas. «¿Por qué -preguntaba- se practican tan poco las enseñanzas morales de Cristo? ¿Y por qué aquellos
que proclaman la sublimidad de las mismas son los primeros en transgredir la primera de sus leyes, la de la caridad
universal?»
Los libros de Kardec forman el estudio más claro y extenso del mundo invisible escrito hasta el momento. Es
interesante compararlos con los escritos de Emanuel Swedenborg y los de Andrew Jackson Davies «el vidente de
Poughkeepsie», cuyo Principios de la naturaleza se publicó en 1847. Aunque los tres profundizaron en un mismo
campo, Kardec es el único que no era ni un medium ni un místico, sino un recopilador de escritos salidos de otras
manos. Su propia contribución a estos libros se limita a comentarios sobre el material recibido, y en éstos se
presenta como un hombre razonable e inteligente. Como él mismo decía: «estudié los hechos con cuidado y
perseverancia, los coordiné y deduje de ellos sus consecuencias».
Kardec fue uno de los primeros investigadores psíquicos serios, y encontró tiempo además para estudiar
fenómenos paranormales de muchos tipos en toda Francia. Veinte años antes de la fundación de la Sociedad para
la Investigación Psíquica, publicó relatos detallados, en la Revue Spirite y en El libro de los mediums, de varios
casos excelentes que a menudo olvidan los historiadores. Escribió extensamente sobre el medium Jean Hillaire, el
curandero Jacob el Zuavo, la posesión masiva de la ciudad de Morzine y varios ejemplos de lo que ahora llamamos
actividad poltergeist. Mantuvo correspondencia con D.D. Home, el psíquico inglés, a quien admiraba mucho, y
fue testigo de multitud de fenómenos paranormales, llegando a ver una mesa de 100 kg balancearse en un ángulo
de 45º sobre una sola pata. Pero le interesaban menos estos fenómenos que sus implicaciones.
Causa Y Efecto
Andrew Jackson Davis, visionario americano y contemporáneo de Allan Kardec.
Todo efecto inteligente, argumentaba, debe tener una causa inteligente, y había evidencia más que suficiente en
favor de la realidad de la comunicación con los «muertos». Pero esto no quería decir que hubiera que aceptar todo
lo que éstos dijeran o escribieran. «No faltan escritores en el mundo invisible -decía-,pero, como en la Tierra,
escasean los buenos.» Algunos espíritus, comentó, «saben menos que nosotros en la Tierra». El investigador debía
ser «crítico y lógico».
Kardec murió mucho antes de la edad de oro de la psicología francesa y de la primera psiquiatría, en la que
pioneros como Janet, Charcot y Bernheim proporcionaron un enfoque más clínico para estudiar las anormalidades
hasta entonces inexplicadas de la experiencia humana (muchas de las cuales continúan siendo aún hoy un
misterio). Se puede creer que, a pesar de su honestidad e inteligencia, fue simplemente engañado por astutos falsos
mediums. Pero no parece probable, por dos razones principales. Primera, los fenómenos que explicó y las
conclusiones a las que llegó fueron esencialmente las mismas que las de otros investigadores, algunos de ellos
grandes científicos, como Robert Hare en los Estados Unidos o Alfred Russell Wallace y más adelante sir
William Crookes, en Inglaterra, quienes hubieron de modificar sus creencias a causa de lo que habían presenciado.
Segunda, tal como insistía el propio Kardec, lo importante era lo que decían los mensajes mejores de los espíritus,
no el fenómeno en sí. El mensaje, de hecho, y no el medium era lo importante. «Pueden reírse de las mesas que se
mueven, pero nunca se reirán de la filosofía, la sabiduría y la caridad que emanan de las comunicaciones serias.»
Como era de esperar, Kardec no fue muy apreciado por la Iglesia Católica, que incluyó su obra en el Index
librorum prohibitorum en 1866, pero aun así él replicaba a menudo con todo detalle a las críticas. Una vez
agradeció a un sacerdote haberle atacado «educadamente y en un francés más o menos correcto», y cuando en 1861
quemaron un montón de obras suyas en Barcelona, comentó simplemente, «pueden quemar libros, pero no ideas».
Espiritismo Práctico
Adolfo Bezerra de Meneses, el estadista que favoreció la difusión del espiritismo en Brasil.
Sus libros se han seguido publicando en varias lenguas, y sus ideas han tenido una influencia considerable en
diversos países, especialmente en Brasil, donde el movimiento espiritista pronto ganó respetabilidad gracias sobre
todo al apoyo del doctor y estadista Adolfo Bezerra de Meneses. Hoy, las estadísticas estiman que más de 20
millones de brasileños practican el espiritismo y, de acuerdo con la insistencia de Kardec en la caridad como su
deber primordial, han llevado a cabo algunas de las obras sociales más importantes del mundo.
Brasil posee ahora grandes hospitales que combinan el tratamiento médico y el espiritual, orfelinatos, centros de
enseñanza para mediums y curanderos y lugares de reunión públicos donde se imparte gratuitamente consejo y
cuidados a todo aquel que lo solicita. En uno de ellos, en el centro de São Paulo, 200 mediums voluntarios atienden
cada día a 1000 personas. Se han vendido varios millones de ejemplares de los libros de Kardec y de otros
inspirados por éstos, y el retrato de Kardec ha aparecido tres veces en los sellos brasileños.
Este honor habría quizá molestado al hombre que escribió, en la «Conclusión» de El libro de los espíritus:
¿En qué consiste el trabajo especial y característico del espiritismo moderno? En hacer un todo coherente de lo que
hasta ahora ha estado esparcido; en explicar, en términos claros y precisos, lo que hasta ahora ha estado oscurecido
por el lenguaje alegórico: en eliminar los productos de la superstición y de la ignorancia de las creencias humanas,
dejando sólo lo que es real y verdadero. Ésta es su misión.
Los hechos del espiritismo, concluía, habían dado el golpe final al materialismo y «mostrado los resultados
inevitables del mal y, en consecuencia, la necesidad del bien» mientras que en lo que respecta a la vida futura, ya
no se trataba de «una vaga imaginación, una simple esperanza, sino de un hecho».