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1 “Lealtades Invisibles” I. Boszormenyi – Nagy y G. Spark. Amorrortu Editores. 1983 Cap.1 1. Conceptos referidos al sistema de relaciones La estructuración de las relaciones, en especial dentro de las familias, se caracteriza por ser un «mecanismo» extremadamente complejo y en esencia desconocido. Desde el punto de vista empírico, dicha estructuración puede inferirse a partir de la regularidad y predecibilidad, sujetas a ley, de ciertos hechos reiterados en las familias. A lo largo de los años, buena parte de nuestros esfuerzos concertados se han dirigido, clínica y conceptualmente, a identificar esas leyes sistémicas multipersonales. En ciertas familias se trasmiten pautas multigeneracionales fácilmente reconocibles en las relaciones. Respecto de una familia, por ejemplo, nos enteramos de que durante generaciones enteras se repetían episodios de muerte violenta en las mujeres, a manos de los hombres con quienes estaban vinculadas sexualmente. En otra familia, se reiteraba una pauta distinta: las esposas eran supuestas mártires victimizadas por maridos que, en forma continuada y evidente, mantenían relaciones con amantes. En el caso de una tercera familia, durante tres o cuatro generaciones se reprodujo una pauta según la cual una de las hijas terminaba siempre siendo expulsada de su seno, debido al «pecado» de deslealtad que cometía al contraer matrimonio con un hombre de distinta religión. Hemos atendido familias en las que se reiteraron secuencias de incesto por lo menos durante tres o cuatro generaciones. Sólo en estos últimos tiempos se están comenzando a discernir los elementos que determinan dichos tipos de organización reiterada en las relaciones de familia. El cuidadoso estudio a largo plazo de sistemas multigeneracionales de familias extensas sometidas a tensión puede revelar algunos de sus determinantes «patógenos» cruciales. Pero, con el fin de elaborar un auténtico pautamiento multigeneracional de las relaciones familiares, tenemos que basarnos en información retrospectiva, incluidos los recuerdos que los vivos tienen de los muertos. Si no se interesa por esas leyes de funcionamiento que rigen las relaciones verticales formativas de larga data en las familias, el terapeuta se verá impedido de enfocar adecuadamente la patogenicidad y la salud de aquellas. Cabe distinguir, en ese sentido, entre mejorar las formas de interacción en el aquí y ahora, e intervenir cabalmente (es decir, de modo preventivo) en el sistema. Creemos que salud y patología están conjuntamente determinadas por: 1) la naturaleza de las leyes que rigen las relaciones multipersonales; 2) las características psicológicas («estructura psíquica») de los miembros considerados en forma individual, y 3) la relación existente entre esas dos esferas de organización del sistema. Cierto grado de flexibilidad y equilibrio respecto de la adaptación del individuo al nivel superior del sistema contribuye a su salud, mientras que la adhesión inflexible a las pautas del sistema puede llevar a una patología. Querríamos evitar los peligros latentes del reduccionismo al describir el complejo dominio de la estructuración de las relaciones. En la bibliografía especializada se detallan una serie de dimensiones pertinentes a la naturaleza de las pautas profundas de relación, pero ninguna basta de por sí para dar cuenta del todo complejo de su organización dinámica. Algunos de los elementos y fuerzas principales que determinan las configura- ciones relaciónales profundas del sistema son: las pautas de interacción de las características funcionales o de poder; las tendencias pulsionales dirigidas a una persona como objeto asequible de la pulsión de otra; la consanguinidad; pautas patológicas; la suma colectiva de todas las tendencias superyoicas inconcientes de los miembros; aspectos de encuentro de dependencia óntica entre los miembros; y cuentas no expresas de obligaciones, reembolsos y explotación, con un balance que va alterándose a través de las generaciones. Probablemente, uno de los principales aportes del método de terapia familiar haya sido el concepto multipersonal o sistémico de la teoría motivacional. Según este concepto, el Generated by Foxit PDF Creator © Foxit Software http://www.foxitsoftware.com For evaluation only.

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“Lealtades Invisibles” I. Boszormenyi – Nagy y G. Spark. Amorrortu Editores. 1983 Cap.1

1. Conceptos referidos al sistema de relaciones La estructuración de las relaciones, en especial dentro de las familias, se caracteriza por

ser un «mecanismo» extremadamente complejo y en esencia desconocido. Desde el punto de vista empírico, dicha estructuración puede inferirse a partir de la regularidad y predecibilidad, sujetas a ley, de ciertos hechos reiterados en las familias. A lo largo de los años, buena parte de nuestros esfuerzos concertados se han dirigido, clínica y conceptualmente, a identificar esas leyes sistémicas multipersonales.

En ciertas familias se trasmiten pautas multigeneracionales fácilmente reconocibles en

las relaciones. Respecto de una familia, por ejemplo, nos enteramos de que durante generaciones enteras se repetían episodios de muerte violenta en las mujeres, a manos de los hombres con quienes estaban vinculadas sexualmente. En otra familia, se reiteraba una pauta distinta: las esposas eran supuestas mártires victimizadas por maridos que, en forma continuada y evidente, mantenían relaciones con amantes. En el caso de una tercera familia, durante tres o cuatro generaciones se reprodujo una pauta según la cual una de las hijas terminaba siempre siendo expulsada de su seno, debido al «pecado» de deslealtad que cometía al contraer matrimonio con un hombre de distinta religión. Hemos atendido familias en las que se reiteraron secuencias de incesto por lo menos durante tres o cuatro generaciones.

Sólo en estos últimos tiempos se están comenzando a discernir los elementos que

determinan dichos tipos de organización reiterada en las relaciones de familia. El cuidadoso estudio a largo plazo de sistemas multigeneracionales de familias extensas sometidas a tensión puede revelar algunos de sus determinantes «patógenos» cruciales. Pero, con el fin de elaborar un auténtico pautamiento multigeneracional de las relaciones familiares, tenemos que basarnos en información retrospectiva, incluidos los recuerdos que los vivos tienen de los muertos. Si no se interesa por esas leyes de funcionamiento que rigen las relaciones verticales formativas de larga data en las familias, el terapeuta se verá impedido de enfocar adecuadamente la patogenicidad y la salud de aquellas. Cabe distinguir, en ese sentido, entre mejorar las formas de interacción en el aquí y ahora, e intervenir cabalmente (es decir, de modo preventivo) en el sistema.

Creemos que salud y patología están conjuntamente determinadas por: 1) la naturaleza

de las leyes que rigen las relaciones multipersonales; 2) las características psicológicas («estructura psíquica») de los miembros considerados en forma individual, y 3) la relación existente entre esas dos esferas de organización del sistema. Cierto grado de flexibilidad y equilibrio respecto de la adaptación del individuo al nivel superior del sistema contribuye a su salud, mientras que la adhesión inflexible a las pautas del sistema puede llevar a una patología.

Querríamos evitar los peligros latentes del reduccionismo al describir el complejo dominio de la estructuración de las relaciones. En la bibliografía especializada se detallan una serie de dimensiones pertinentes a la naturaleza de las pautas profundas de relación, pero ninguna basta de por sí para dar cuenta del todo complejo de su organización dinámica. Algunos de los elementos y fuerzas principales que determinan las configura-ciones relaciónales profundas del sistema son: las pautas de interacción de las características funcionales o de poder; las tendencias pulsionales dirigidas a una persona como objeto asequible de la pulsión de otra; la consanguinidad; pautas patológicas; la suma colectiva de todas las tendencias superyoicas inconcientes de los miembros; aspectos de encuentro de dependencia óntica entre los miembros; y cuentas no expresas de obligaciones, reembolsos y explotación, con un balance que va alterándose a través de las generaciones.

Probablemente, uno de los principales aportes del método de terapia familiar haya sido

el concepto multipersonal o sistémico de la teoría motivacional. Según este concepto, el

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individuo es una entidad biológica y psicológica dispar, cuyas reacciones, sin embargo, están determinadas tanto por su propia psicología como por las reglas que rigen la existencia de toda la unidad familiar. En términos generales, un sistema es un conjunto ele unidades caracterizadas por su dependencia mutua. En las familias, las funciones psíquicas de un miembro condicionan las funciones de los demás miembros. Muchas de las reglas que gobiernan los sistemas de relaciones familiares se dan en forma implícita, y los miembros de la familia no son concientes de ellas. El rol sustitutivo o implícitamente expo-liador que puede cumplir una madre en un caso de incesto entre padre e hija, por ejemplo, tal vez no salte a la vista en las fases iniciales de la terapia familiar.

Algunos aspectos de la estructuración motivacional básica de los sistemas familiares pueden manifestarse a través de ciertas pautas de organización o ritos de acciones tangibles, como por ejemplo la ofrenda de sacrificios, la traición, el incesto, el honor familiar, la «vendetta» entre familias, la búsqueda de «chivos emisarios», la congoja, el cuidado de los moribundos, los aniversarios, las reliquias familiares, los testamentos, etc. Estos ritos se ajustan a gestalt inconcientemente estructuradas de relaciones, que afectan a todos miembros del sistema. Además de cumplir funciones específicas, cada rito aporta algo al equilibrio entre las posturas y actitudes expoliadoras y las generosas. Un «libreto» o código familiar no escrito orienta los variados aportes del individuo a la «cuenta». El código determina la escala de equivalencia de méritos, ventajas, obligaciones y responsabilidades. Un conjunto de ritos interrelacionados caracteriza el sistema manifiesto de relaciones de una familia en un momento dado. Los ritos son pautas de reacciones aprendidas, mientras que el libreto tácito del sistema se apoya en una vinculación genética e histórica.

Esta distinción reviste importancia práctica para el especialista en terapia familiar. Las pautas ritualistas se entrelazan con el sustrato existencial del sistema multipersonal de la familia en formas singulares, que pueden sorprender al observador externo. La dificultad (descrita a menudo) que se plantea al enfocar mensajes aparentemente carentes de sentido en una familia sometida a tratamiento se debe, en parte, a la comprensible necesidad que tiene el terapeuta de hallar una «lógica» en el modo en que los ritos relaciónales característicos se enlazan causalmente entre sí. Se requiere tiempo y un aprendizaje especial para poder evaluar las cuentas básicas de las dimensiones históricas, vertical y profunda de los sistemas de acción. Si no se comprende la jerarquía de obligaciones, ninguna lógica será evidente.

Un importante aspecto sistémico de las familias se basa en el hecho de que la

consanguinidad o vínculo genético dura toda la vida. En las familias, los lazos propios de la relación genética tienen primacía sobre la determinación psicosocial —en la medida en que estas dos esferas pueden separarse conceptualmente—.

Mi padre será siempre mi padre, aun cuando esté muerto y su sepultura se encuentre a

miles de kilómetros de distancia. Él y yo somos dos eslabones consecutivos en una cadena genética con una extensión de millones de años. Mi existencia es inconcebible sin la suya. En forma secundaria, o desde el punto de vista psicológico, su persona dejó en mi personalidad una impronta indeleble durante las etapas críticas del desarrollo emocional. Aun cuando me rebelé contra todo lo que él representaba, mi enfático «no» sólo logró confirmar mi vinculación emocional con él. Por ser yo su hijo, él tenía obligaciones para conmigo, y con el tiempo yo contraje una deuda existencial para con él.

Mi suegro no tiene una relación de consanguinidad conmigo, y sin embargo siempre

recuerdo el parentesco que nos une cuando observo el parecido físico de mi hijo con él. Continuamente me pregunto si las cualidades mentales de ese hijo mío serán como las de mi suegro, sólo porque algunos de sus rasgos faciales y gestos espontáneos me recuerdan tanto a este. Las relaciones con los parientes políticos adquieren un aspecto cuasi-consanguíneo a través del nacimiento de los nietos. Por añadidura, mi suegro y yo nos vinculamos a través de una «hoja de balance» en la que se va registrando la recíproca toma y daca dentro de la familia extensa.

La bibliografía referente a la teoría de los sistemas en las relaciones familiares se inició

con nociones influidas por el concepto de funcionamiento «enfermo» o «anormal».

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Expresiones como «simbiótico», «cargado de culpa», «doble vínculo», «esquizofrenógeno», etc., sugerirían que el único lenguaje existente para la descripción de los fenómenos de pautamiento de las relaciones debe estar teñido de nociones de patología. Las necesidades del especialista en terapia familiar exigieron elaborar conceptos explicativos más eficaces como guías de su trabajo.

En el movimiento de terapia familiar, el concepto de «seudomutualidad» de Wynne et

al. constituye el primer intento sistemático de importancia para explicar los determinantes fundamentales de las pautas de relación familiar. Los citados autores manifiestan: «La organización social en estas familias se ve conformada por una penetrante subcultura familiar de mitos, leyendas e ideologías, que subrayan las nefastas consecuencias de una divergencia franca respecto de un número relativamente limitado de roles familiares fijos y absorbentes» [93, pág. 220]. En un evidente esfuerzo por integrar el punto de vista sociológico con el psicoanalítico, Wynne et al. caracterizan la «estructura de roles internalizada en la familia y la subcultura familiar conexa, que actúan como una suerte de superyó primitivo tendiente a determinar la conducta de manera directa, sin entablar ninguna negociación con un yo que percibe y discrimina activamente» [93, pág. 216].

Las implicaciones de una subcultura de expectativas familiares constituyen un mojón en

el camino que lleva a definir la estructura de relaciones como series de obligaciones impuestas a los miembros de la familia. Cuando Wynne et al. comparan la circunspección familiar y los mecanismos de indagación con una ansiosa vigilancia del superyó, se aproximan en grado sumo a nuestra formulación inicial de un importante mecanismo patógeno de la familia, el «superyó contraautónomo» [11]. Asimismo, es fácil ver la afinidad que existe entre los conceptos de superyó primitivo de la familia y las hojas de balance de méritos a largo plazo en las familias. Los esfuerzos de Wynne et al. tienden un importante puente en dirección al modelo dinámico auténticamente multipersonal. El empleo que hacen de conceptos de base individual, tales como superyó, represión, disociación o rol, en un contexto familiar revela su esfuerzo por trascender los límites de la psicología al aproximarse al terreno de lo que denominamos teoría dialéctica de las relaciones. Utilizan un lenguaje esencialmente psicológico cuando elaboran expresiones tales como «internalización de la estructura de roles» y «sentido de satisfacción recíproca de las expectativas». La lucha principal en la familia caracterizada por la seudomutualidad se describe en términos cognoscitivos como «esfuerzos por excluir todo reconocimiento abierto de cualquier indicio de falta de complementariedad».

Desde nuestro punto de vista, el problema básico de la teoría de las relaciones familiares es el siguiente: ¿Qué sucede en el contexto de la acción, y cómo afecta ella la propensión de la familia a mantener esencialmente inalterado el sistema? De acuerdo con este esquema, aunque la pérdida por muerte, la explotación y el crecimiento físico son hechos inevitables, producto del cambio, todo paso dado en dirección de la madurez emocional representa una amenaza implícita de deslealtad hacia el sistema. La meta contextual délas expectativas, obligaciones y lealtades entrelazadas es, entonces, que el sistema subsista inalterable. El equilibrio no alterado del sistema incluye la ley de mutua consideración para evitar, de la mejor manera posible, el causar dolor innecesario a nadie (p. ej., enfrentando la desdicha). El antiguo fundamento tribal y biológico del sistema familiar era la reproducción y la crianza de la prole. A nuestro modo de ver, la función de la crianza sigue siendo el mandato existencial básico de las familias contemporáneas. Las lealtades sujetas a las exigencias propias de la supervivencia biológica y de la integridad de la justicia humana son ulteriormente elaboradas en conformidad con el «libro mayor» de acciones y compromisos asumidos a lo largo de toda la historia familiar.

Atendiendo a estas conexiones dialécticas más profundas, las pautas de

seudomutualidad u otros ordenamientos psicosociales son elaboraciones «psicológicas» secundarias de realidades existenciales fundamentales; son ejemplos de ritos específicos en el contexto de un sistema de relaciones. El núcleo de la dinámica del sistema familiar es parte del orden humano básico, que sólo secundariamente se refleja en los conocimientos, afanes y emociones de los individuos. El orden humano básico depende de las consecuencias históricas de los hechos producidos por la interacción entre los distintos miembros en la vida de cualquier grupo social. Las motivaciones de cada miembro están

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enraizadas en los contextos de su propia historia y la de su grupo. Un ejemplo clínico ilustra el modo en que se entrelazan el individuo sintomático, una

díada, y la gestalt total de las cuentas multigeneracionales en un sistema de relaciones. La familia fue remitida para consulta debido al estado de tensión e irritabilidad de Diana, que últimamente se había podido advertir tanto en el hogar como en la escuela. Diana, una niña de diez años dotada de talento artístico, era muy apegada a su abuela, la señora H., de 58 años. Cuando Diana contaba apenas seis días, su madre se volvió psicótica y desde entonces ha estado internada en una clínica para enfermos mentales. La señora H. crió a la pequeña. Como comentario aparentemente al margen del problema, se mencionó el hecho de que entre la abuela y el abuelo solían desencadenarse fuertes discusiones con amenazas de violencia física.

La primera sesión de terapia familiar se realizó en el hogar, y reveló una grave tensión conyugal entre los abuelos. Contradiciendo las expectativas del trabajador social asignado a Diana, la abuela procuró en forma activa despertar la atención del terapeuta casi desde el comienzo. Aunque inicialmente sonaba poco coherente y evasiva, fue muy clara y explícita cuando comenzó a puntualizar todos los motivos de resentimiento que tenía contra el marido: «Hay dos cosas que no le perdonaré mientras viva», dijo, explicando las razones que la llevaban a rechazarlo sexualmente.

Al describir su falta de respuesta sexual hacia el marido, la señora H. agregó: «Cuando lo necesitaba y lo deseaba, de joven, él tenía aventuras por ahí». Advirtiendo el interés del terapeuta por conocer sus antecedentes, refirió una sorprendente historia personal. Sin mayores vacilaciones, relató que a los catorce años, cierta noche que su madre se había ausentado, su padrastro entró a su dormitorio y trató de violarla. Al día siguiente ella procuró obtener el apoyo moral de la madre, pero esta se puso del lado del padrastro, y la jovencita fue enviada a casa de los abuelos. Nunca había podido referir a nadie el inci-dente, con excepción de su madre y su abuela. A medida que esa mujer solitaria y recluida comenzaba a hablar más abiertamente, era fácil condolerse de su estallido de genuina desesperación y dolor, que la habían embargado toda su vida.

Esta sesión inicial demuestra con gran claridad el enfoque dialéctico de indagación en

los sistemas de relaciones. Ningún relato o declaración individual se toman como verdad absoluta. Los problemas de la niña se indagaron desde un comienzo en el contexto de la dimensión vertical de la familia, abarcando tres generaciones. Esto llevó a investigar también la dimensión horizontal del matrimonio de la abuela. A partir de allí, era natural volver nuevamente a la dimensión vertical de los conflictos que la señora H. había tenido en la infancia con sus padres. Es fácil ver cómo una cuenta que quedó sin saldar entre ella, su madre y su padrastro tendría que «salir a relucir» en su matrimonio. La atmósfera irremediablemente hostil y atemorizadora de su hogar debió de haberse reflejado entonces en la desesperada necesidad que tenía la niña de llamar la atención en la escuela.

Con el presente ejemplo no se pretende sostener que una sola sesión inicial basta para descubrir las raíces últimas de los determinantes sistémicos de la conducta sintomática de un niño. A pesar de la autenticidad y de la gran fuerza que esa mujer solitaria y ávida de comunicación impartía a su relato, sería poco realista considerar que el desarrollo del carácter de la señora quedó cabalmente explicado por las simples metáforas relaciónales de su condensada historia, No obstante, el examen de su experiencia clave infantil - la explotación de que de que fue objeto por parte del padrastro y la aparente deslealtad en la respuesta de la madre— señaló una injusticia básica, la cual debe de haber contribuido a cimentar la desconfianza hacia los hombres y las relaciones humanas en general, característica de la señora H. durante toda su vida. Esta sesión ilustra las dimensiones interconectadas de la psicología individual, la reciprocidad en los sistemas de relaciones y la justicia del mundo de los hombres, convertidos en datos invisibles registrados a lo largo de las generaciones.

Como conclusión, digamos que la violación de la justicia inherente al orden humano básico de una persona puede hacer de ese hecho un pivote en torno del cual gira el futuro de sus propias relaciones y las de sus descendientes. Así como sería poco sensato, cuando

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se investigan las motivaciones individuales, considerar que un síntoma existe aisladamente de la personalidad total del paciente, es necesario examinar el sistema fami-liar completo en relación con la función-señal de la «patología» del miembro identificado como paciente. El interés por el aspecto referente a la justicia propia del orden humano suele conducir al descubrimiento de un miembro que en un comienzo parece haber actuado injustamente. Se plantea un interrogante: ¿El injusto es actor e iniciador de los hechos, o un mero eslabón en una cadena de procesos? Una vez que se ha podido investigar el propio sufrimiento de ese miembro a través de injusticias pasadas, se pone en marcha el proceso de terapia familiar.

La filosofía dialógica de Martín Buber y los escritos de ciertos autores existencialistas

señalan un modo de «usar» a los otros que conforma otra importante dimensión de la dinámica de las relaciones. Sin embargo, en vez de subrayar lo que hay-de explotación en determinados aspectos de las relaciones humanas, Buber se centra en su capacidad potencial para la reafirmación mutua. Al sostener que las relaciones personales signifi-cativas pertenecen al tipo Yo-Tú, declara que los pronombres básicos no son Yo, Tú, Ello [it], sino Yo Tú y Yo-Ello. El análisis fenomenológico existencia] de la vida social presupone una dimensión de compromiso personal; no estoy, simplemente, junto a aquel a quien me dirijo utilizando el «Tú» de Buber. Ese otro a quien me dirijo de ese modo no es un mero instrumento de mi expresión emocional o la suya, sino, al menos por el momento, el «terreno», la contraparte dialéctica de mi existencia. Pero aun como terreno para el otro, la persona es un Yo bien delimitado para sí misma.

El auténtico diálogo Yo-Tú va más allá del concepto del otro como mero «objeto» o

medio para gratificar mis necesidades. La solicitud y el interés recíprocos puestos de manifiesto es algo que no sólo

experimentan los participantes, sino que trasciende su psicología al ingresar al dominio de la acción o el compromiso con la acción. El diálogo, tal como lo define Buber, se con-vierte en una característica del sistema de relaciones familiares. La reciprocidad de experiencias entre dos seres humanos, reafirmados ambos por su encuentro en términos Yo-Tú, crea una base de apoyo mutuo en las relaciones familiares. Tal vez esto se vincule con lo que Buber denomina la zona del «entre» [26, pág. 17].

Si bien el concepto de diálogo mutuamente reafirmativo sin duda enriquece nuestra

comprensión de las relaciones, en general nuestra postura es que las relaciones familiares tienen su propia estructuración específica, existencial e histórica. Un viajero conocido por casualidad en el tren, del que obtenemos una respuesta caracterizada por su profundidad, puede, al menos momentáneamente, cumplir las condiciones de interlocutor en un auténtico diálogo Yo-Tú. Desde el punto de vista psicológico, el efecto posterior de ese diálogo tan auténtico puede ser una reafirmación permanente de mi persona e identidad, aun cuando esa relación específica sea efímera. De ese modo, el Tú del auténtico diálogo puede hallarse en todas partes, y ser remplazado por otro Tú. Ciertas dimensiones de la terapia de grupo, las maratones, las técnicas de grupo de encuentro, la sensibilización, etc., se basan en la esperanzada expectativa de que se dé una reafirmación mutua entre personas que no pertenecen a un sistema familiar consanguíneo.

Desde el punto de vista práctico es muy importante reconocer la naturaleza específica

de las relaciones familiares. Tras una vinculación que durante todas sus vidas se caracterizó por la hostilidad, dos hermanos pueden hacer intensos esfuerzos por reconciliarse y reconstruir su relación de manera que surja entre ellos una positiva amistad. Quizás entonces se descubran el uno al otro y lleguen a comprenderse en forma diferente, casi como si cada uno de ellos estuviera ante una persona totalmente nueva para él. Empero, ya sea que parezcan enemigos o amigos, siempre han sido miembros del mismo sistema familiar consanguíneo. Si yo ayudo a cualquier ser humano que sufre, es probable que entable un auténtico diálogo Yo-Tú con él. Si, no obstante, sucede que ese ser humano es mi hijo, configura, por añadidura, una contraparte única de mi dominio existencial: ningún otro ser humano puede remplazado. Ninguna conducta de otro, por perfecta que sea la semejanza, podría sustituir el significado que él tiene para mí. Además, tanto él como yo estamos encuadrados dentro de un sistema de relaciones multigeneracionales. El compromiso, la devoción y la lealtad son los determinantes más

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importantes de las relaciones familiares. Derivan de la estructura multigeneracional de la justicia del universo humano, creada a partir del patrimonio histórico de las acciones y actitudes entre los miembros.

En resumen, la dimensión más importante de los sistemas de relaciones estrechas se

desarrolla a partir de la hoja de balance multigeneracional de méritos y obligaciones. Creemos que el nivel del sistema en que se forjan las lealtades básicas se conecta con otros niveles sistémicos más visibles de la conducta de interacción y las comunicaciones.

Consideramos que la jerarquía de obligaciones reviste importancia crucial para todos los

grupos sociales y la sociedad en su conjunto. Como muchas épocas pasadas, la nuestra padece el desgaste gradual de la calidad de las relaciones humanas. Desde fines del siglo XIX los autores existencialistas trataron de advertirnos del peligro que amenazaba la calidad de las auténticas vinculaciones entre los seres humanos. La urbanización, la automatización, los medios de trasporte y comunicación de masas, etc., contribuyen a aumentar ese desgaste. El teórico que estudia a la familia centra ahora su atención en una dimensión existencial específica que en nuestra era se evita, niega y erosiona: las cuentas de la justicia del mundo de los hombres. Al rehuir los contactos con la familia extensa, por un lado, y aferrarse desesperadamente a las posesiones materiales, por el otro, se crean paradójicos antagonismos entre las viejas y las nuevas generaciones, con pocas posibilidades de resolución. La vieja generación conservadora, se atrinchera cada vez más en su rígida postura defensiva, mientras que mediante el escapismo y la negación la juventud rebelde puede destruir los cimientos que le permitirían utilizar su libertad si adquiriera la capacidad necesaria para enfrentar y balancear las cuentas de la justicia intergeneracional. Llevados por su sensación de carencia, a menudo los jóvenes no ven que la represalia destructiva lleva a una ulterior y más honda carencia. En última instancia, ambas generaciones resultan perdedoras.

La amplia popularidad actual de los grupos de encuentro, maratón, sensibilización, etc.,

atestigua la toma de conciencia del desgaste de las relaciones personales por parte del hombre moderno. Todos los días se forjan nuevos ritos sobre la base de esa toma de conciencia, combinada con el mito del valor supremo que tendría «expresar los propios sentimientos» hacia los extraños. El diálogo Yo Tú de Buber, cuando se lo comprende de manera parcial, puede esgrimirse como anhelada fórmula mágica, aplicándola a encuentros de formas ritualizadas. El especialista en terapia familiar no rechaza la validez del encuentro como «técnica» auxiliar dotada de sentido en la sociedad contemporánea; configura una dimensión de su propia labor con las familias. Pero si esta dimensión se eleva al plano de la omnipotencia mágica, utilizada para negar las duras realidades de la justicia histórica de la propia existencia y la posición generacional en el «libro mayor» de méritos de la familia, sólo permitirá logros limitados. Por añadidura, sus falsas pretensiones pueden ser fuente de grandes desengaños.

Importancia clínica del enfoque sistémico La distinción trazada entre motivaciones multipersonales basadas en el sistema, e

individuales tiene gran importancia para el terapeuta desde el punto de vista práctico. Sus colegas con frecuencia lo interrogan acerca de sus actitudes hacia problemas terapéuticos clave, tales como: ¿Cuáles son los criterios que determinan si la terapia familiar es la indicada? ¿Cuáles son las metas terapéuticas? ¿Cómo se evalúan los resultados de su labor terapéutica?, etc. La respuesta a estas preguntas está asociada a la comprensión del modo de entrelazamiento de los niveles de motivación en los sistemas individuales y multipersonales.

La conceptualización de ese entrelazamiento entre niveles de sistemas individuales y

multipersonales no sólo exige un conocimiento básico de la teoría general de los sistemas, sino un pensamiento elaborado en función de un modelo dialéctico. De acuerdo con este último, el dominio «intrapsíquico» pierde todo sentido si lo sacamos del contexto de relaciones (Yo-Tú). Desde el punto de vista dinámico, toda experiencia subjetiva implica que hay un sí-mismo y un otro, o sea, un contexto simbólico interpersonal. Mediante

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pautas interiorizadas, el individuo inyecta en todas las relaciones actuales la programación de su mundo relacional formativo. Naturalmente, el sí-mismo es el centro experiencial del mundo del individuo, pero ese sí-mismo es siempre un Yo subjetivo, impensable sin algún Tú.

Los autores suscriben una visión amplia de la teoría clínica, en que los niveles de

motivación de los sistemas individual (intrapsíquico) y multipersonal deben considerarse en su relación mutuamente antitética y complementaria. Entendemos incorrecto y poco aconsejable ignorar la importancia motivacional recíproca y multipersonal para la formulación intrapsíquica de hechos tan importantes para la experiencia humana como la separación, el enamoramiento, el crecimiento, la madurez sexual, el miedo a la muerte, el dolor por la pérdida de seres queridos, etc. Por otro lado, nos damos cuenta de que en su mayor parte nuestra actual teoría de la psicopatología y la psicoterapia está estructurada en términos individuales que deben ampliarse para abarcar el contexto de las dimensiones motivacionales de los sistemas familiares.

Por ejemplo, en respuesta a las preguntas sobre lo indicado de una terapia, sus metas y

la evaluación del trabajo con la familia, el especialista en terapia familiar tal vez no pueda comunicarse con sus colegas si estos últimos tienen una orientación exclusivamente individual. Puede preguntársele: ¿La terapia familiar es indicada en un caso de fobia a la escuela? Su respuesta no puede ser ni sí ni no. Debe dejar en claro que en esta forma la pregunta es intrínsecamente inadecuada e imposible de responder. Como la terapia familiar tiene por objetivo ayudar a cada miembro de la familia, la pregunta debe formu-larse de distinto modo: ¿Es conveniente y factible que los miembros de la familia de un niño con fobia a la escuela trabajen juntos en pos de la obtención de beneficios mutuos? En términos estrictos, sin embargo, incluso la formulación “familia de un niño con fobia a la escuela» posee bases individuales. El experto en terapia familiar sabe que al cabo de unas pocas semanas el papel del «paciente» sintomático puede desplazarse, pasando del niño con fobia escolar a la madre deprimida, el hermano delincuente o el padre que adolece de una enfermedad psicosomática. El problema que se nos plantea es el de de-signar una familia en términos de un sistema multipersonal, en vez de contentarnos con introducir los términos o frases del diagnóstico tradicional del individuo con la expresión «la familia de un...».

La falta de una categorización de familias ampliamente aceptable, de acuerdo con los

criterios del sistema multipersonal, ha obstaculizado de modo serio los esfuerzos del especialista en terapia familiar por comunicar su punto de vista. Aquel siente que aunque conceptualmente no podría definir la entidad sistémica de una familia, no se trata de una imagen ficticia sino de una realidad clínica con la que debe trabajar. De hecho, en el curso de uno o dos años de experiencia, los especialistas en terapia familiar por lo general aprenden cómo deben trabajar con la dinámica de GUIPO de un sistema familiar específico, considerándolo una entidad, antes que la suma de las diversas dinámicas individuales de loi miembros. En última instancia, debe tratar el conglomerado forjado entre las patologías individuales y las configuraciones del sistema.

La tarea fundamental del especialista en terapia familiar es definir sintonía,, diagnóstico

y entidad nosológica en términos sistémicos. El concepto médico tradicional de síntoma se originó a partir de la dicotomía entre los signos notables y lo que se infería como proceso de enfermedad subyacente, definible en términos de causalidad. Mientras que la sugestión, la hipnosis o los procedimientos conductuales estuvieron durante siglos en-teros claramente dirigidos a la eliminación del síntoma, el interés propio de la teoría psicoanalítica freudiana se ha definido como algo que va más allá de los síntomas y se centra en el mecanismo básico subyacente en la organización fundamental de la personalidad del paciente.

El especialista en terapia familiar tiene que aprender a integrar conceptos individuales,

descriptivos y dinámicos con dimensiones del sistema de relaciones tales como: 1) pautas de interacción funcional, 2) Relación entre la pulsión y el objeto, 3) Consanguinidad, 4) patología interpersonal, 5) mecanismos inconcientes entrelazados entre los individuos, 6) aspectos de encuentro del diálogo óptico, 7) cuantas de justicia multigeneracionales.

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Los actos delictivos de un muchacho, por ejemplo, pueden considerarse motivados por varios factores individuales y familiares. En un nivel individual, pueden vérselo como si luchara por satisfacer sus necesidades de gratificación instintivas (sexuales, agresivas) (2), por reafirmar su propia persona en relación con el padre (2, 6), por llegar a igualar a sus padres (1), etc. En un nivel multipersonal, el joven delincuente puede satisfacer en forma sustitutiva las tendencias inconcientes de sus padres hacia la delincuencia (5); por ejemplo, es previsible que en sus ensoñaciones y fantasías procurará reparar todas las pérdidas sufridas por los padres, castigando a la sociedad (7); acaso llevado por su lealtad, quiera unir a sus padres convirtiéndolos en un equipo disciplinario en mutua connivencia (1); puede, sin quererlo, suministrar a su familia una excusa para una indispensable intervención de la sociedad a través de sus autoridades (1, 2, 7). En una escala aún más amplia, puede poner a prueba la capacidad “parental” de la sociedad en su conjunto y brindar dependencia y gratificación encubierta a todos los miembros (3).

Cuanto más cambia, más igual a sí mismo permanece Todos los sistemas de relaciones son de tipo conservador. La lógica que los gobierna

exige que la dedicación y cuidados que prodigan sus miembros a modo de “inversión compartida” sirvan como compensación por todas las formas de injusticia y explotación. Debido al carácter inalterable de los vínculos genéticos y la continuidad de las cuentan que entrañan obligaciones, las familias constituyen los más conservadores de los sistemas de relaciones. Mediante una identificación con el futuro de nuestros hijos, nietos y demás generaciones por nacer, podemos, al menos en la fantasía, justificar todo sacrificio y compensar toda frustración.

En cierto sentido, la estructuración existencial de la consanguinidad es inalterable. Las

familias que lidian con la separación real o inminente de alguno de sus miembros nunca podrán avenirse a perder “existencialmente” a ningún integrante del sistema. El padre divorciado o que ha hecho abandono del hogar nunca será reemplazado interiormente como padre en la mente de sus hijos. Incluso en los casos de adopción efectuada a muy tierna edad, la importancia existencial de los padres naturales suele ocupar la mente de los hijos adoptivos durante su vida. Pueden sorprender a la familia que los adoptó con sus vehementes deseos de alcanzar un mayor conocimiento y entablar un contacto más profundo con los padres naturales, al menos en el recuerdo.

Otra importante esfera de lealtades se vincula con ese tipo de justicia humana

menoscabada que se basa en una explotación emocional carente de equilibrio. El análisis de estos problemas a menudo se ve oscurecido por consideraciones de índole económica en la familia. En otros casos la posesión expoliadora de una persona aparece disfrazada de amor; ¡Cómo si el amor por el lechón que siente el gourmet pudiera para el cerdo significar amor¡ Algunos autores de la escuela de Bateson (para un amplio resumen, cf Watzlawick (88) y Berne (7) realizaron exhaustivos estudios de ciertas técnicas expoliadoras en las relaciones. Sin embargo, el especialista en terapia familiar se guardará de extraer cualquier conclusión apresurada sobre qué constituye explotación en las relaciones de familia. Las pautas de interacción superficial entre sus miembros, en especial si se considera una díada aisladamente, pueden conducir a conclusiones totalmente erróneas. La auténtica comprensión de lo que constituye la explotación gira en torno de los balances recíprocos de méritos y el reconocimiento de tales méritos.

Los procesos familiares y los sociales, más vastos, se entrelazan de manera significativa.

La civilización occidental contemporánea alienta la huída por medio de la negación para evitar un duro enfrentamiento con el propio sistema de relaciones. La movilidad física cada vez mayor, la capacidad e comunicación saturada a través de los medios, la glorificación del éxito conseguido en la “adaptación social”, la confusión de libertad emocional con la separación física, y la elevada valoración de formas de seudoamistad tan superficiales como infundadas se cuentan entre las ventajas de nuestra sociedad que alientan el escapismo más que el enfrentarse con las cuentas en las relaciones.

La historia de la civilización de occidente aparece como una prolongada batalla en la

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que el individuo ha luchado siempre por liberarse del dominio de gobernantes opresores. Los mitos de los griegos y los hebreos brindaron una temprana definición del individuo como héroe que enfrenta contingencias imposibles de superar, y que, aunque a la postre sucumba, sirven como fuente de inspiración para las generaciones futuras, que demostrarán su propio heroísmo mediante nuevas hazañas. La acptación pasiva del poder del gobernante lo convierte a uno en miembro de la masa, indigno de reconocimiento o recordación. No obstante, la simple huida y separación física respecto de esa fuerza abrumadora no bastan para liberar realmente al prófugo. Y menos aún podmeos resolver la tiranía de las propias obligaciones simplemente esquivando al acreedor. Una huida en masa, por temor a enfrentar la responsabilidad de las obligaciones filiales, puede sumir a todas las relaciones humanas en un caos insoportable. El individuo puede verse paralizado por una culpa existencial e indefinible.

El modernismo conservador, o el miedo a la privacidad. Basándose en las realidades manifiestas de su experiencia cotidiana, algunos expertos

en terapia familiar se muestran inclinados a describir su campo de acción como algo caracterizado por fríos juegos de manipulaciones. De esta manera parecen perder contacto con los estratos propios del compromiso personal, ínsitos en toda relación.

Aparentemente, la teoría de intervención en la familia puede atraer al profesional de

orientación impersonal y mecanicista, que ve en ella un terreno propicio para la manipulación de los seres humanos. Por ejemplo, tal vez sostenga que la capacidad de empatía, indispensable en casi todas las formas de psicoterapia individual, puede soslayarse en la terapia familiar. Algunos terapeutas prefieren ignorar el proceso de crecimiento subjetivo de los miembros de la familia, y consideran que la terapia familiar simplemente está dirigida a modificar las pautas de interacción visibles. Las líneas lectoras de su intervención podrían basarse entonces en principios puramente técnicos, como el refuerzo de los estilos de comunicación, la enseñanza de los principios que rigen una “buena discusión”, la identificación y eliminación de los dobles vínculos, etc. Algunos terapeutas insisten en establecer una agenda artificial: piden que la gente se desplace por la habitación, la hacen sentarse y hablar de determinada manera, inventan tareas “operativamente factibles”, ellos mismos salen del recinto, etc. Por el contrario, nuestra orientación hacia las relaciones familiares en la terapia es de naturaleza personalizada. Estamos convencidos de que el crecimiento en nuestra vida personal no sólo es inseparable del crecimiento en nuestra experiencia profesional, sino que es también nuestra herramienta técnica más importante.

La actitud del especialista en terapia familiar hacia la cuestión de la privacidad individual

y la experiencia subjetiva determina su conceptualización de las metas terapéuticas. Estableciendo como meta ideal de la terapia el funcionamiento presumiblemente no neurótico que a larga logra el paciente, la teoría psicodinámica individual tiende a delimitar su esfera de interés científico y humano, ciñéndola al marco del individuo. Aunque la teoría admite que solo se ve la punta del iceberg, es decir, los aspectos concientes de las motivaciones, sin embargo considera que las nueve décimas de las partes invisibles pueden reconstruirse sobre la base del conocimiento de los mecanismos mentales del individuo: represión, transferencia, resistencia, defensa, regresión, etc.

Al trabajar con familias in vivo, el interés del terapeuta no reside simplemente en

reconstruir el núcleo esencial de los individuos sino que va más allá, tratando de establecer un nuevo equilibrio en las relaciones en el sistema multipersonal. En este sentido, la terapia familiar se encuentra en uno de los polos del espectro de las terapias, la terapia clásica de la conducta en el polo opuesto, y la psicodinámica (freudiana) en el medio. Importa reconocer la falacia de una dicotomía comúnmente aceptada, como si la terapia intensiva fuera equivalente a la indagación individual, mientras que la terapia conjunta implicara una tarea más superficial e imprecisa, que puede o no dar en el blanco y quizás nunca roce el número privado e interno de los participantes; como si los diálogos mano a mano confidenciales entre paciente y terapeuta constituyesen el requisito “indispensable” de toda labor terapéutica intensa y profunda. Mientras que, sin duda

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alguna, la investigación de la familia amplía el margen de intervención del terapeuta, su característica distintiva no es la mera extensión horizontal. Sucede, más bien, que el compromiso que contrae el terapeuta de ayudar a todos los miembros de la familia intensifica la fuerza emocional de un nuevo proceso de realimentación, que afecta a todos los participantes. Sin embargo, el compromiso de ayudar a todos los miembros de la familia puede conducir a una auténtica intensificación del proceso terapéutico solo si el propio terapeuta es capaz de seguir el ritmo de la “escalada” emocional.

La razón por la cual la propia situación de la terapia familiar representa una mayor

exigencia emocional para el terapeuta que la terapia individual se debe a que la verdadera medida de la emoción humana no es la intensidad de sus concomitantes afectivos o fisiológicos, sino la relevancia de su contexto interpersonal. Esto demuestra la dificultad intrínseca que surge al tratar de objetivar o cuantificar los hechos relacionales. La relevancia contextual puede evaluarse equiparando contenido y contexto. Como el vaciado y el molde; encajan o no. La relevancia es una medida no lineal, no cuantificable.

El desarrollo conceptual en los campos de la teoría y la terapia familiar se ve todavía

obstaculizado por una permanente confusión sobre la función del pensamiento científico, tal como se aplica en la escena humana. Algunos de los investigadores más capacitados siguen creyendo en el valor de estudiar fenómenos en esencia no mensurables, aunque técnicamente bien definibles. Tal vez opten por mirar la vida familiar como algo motivado por juegos de poder y se orienten a producir datos convincentes y perfectamente documentados sobre problemas de conducta delimitados en forma estricta, pero de importancia marginal. La tarea más importante de la investigación, a la vez que la más difícil, es la creación de un marco conceptual que permita manejar los aspectos más complejos de la teoría de los sistemas de relación.

¿La “realidad” objetiva tiene cabida en las relaciones caracterizadas por la cercanía?

Resulta engañoso considerar la realidad relacional como algo menos individualmente

dinámico o menos subjetivo que la realidad interna de una persona. El atributo “objetivo”, por contraste con “subjetivo”, connota la cualidad de estar libre de toda información falsa e incorrecta, y de toda distorsión de los hechos debido a la parcialidad emocional. Sin embargo, la realidad de la persona en sus relaciones más cercanas está compuesta por su realidad interna familiar transferida y subjetiva, más ciertos atributos reales del compañero. Naturalmente, desde el punto de vista de este último, su propia realidad interna es más subjetiva que efectiva.

No existe ninguna realidad objetiva como campo intermedio entre los “calibres de

necesidades” recíprocamente antagónicas de dos personas que se relacionan. Si la objetividad reviste aquí algún sentido, reside en la conciencia que cada participante tiene de las configuraciones de necesidades simultáneas en el otro, mientras que ambos luchan por hacer de ese otro el objetote sus necesidades y deseos. No obstante, cabe recordar que las necesidades del individuo incluye la condensación de las cuentas relacionales no saldadas de su familia de origen, además de la reactivación de sus propios procesos psíquicos primitivos.

Cuando lo que se procura es un análisis de las relaciones cercanas, el terapeuta primero

tendrá que conocer con claridad los determinantes principales de las motivaciones de los participantes o sus actitudes relacionales. Debe averiguar cual es la posición de cada miembro en el sistema: conocer sus obligaciones, compromisos, la historia de sus méritos, formas de explotación, etc. Por ejemplo, además de las actitudes relativas al “chivo emisario”, un “amor” sofocante yt abrumador puede también convertir en víctima a su objeto. Ha de inspeccionarse, igualmente, la necesidad que tiene el “objeto” de entablar un diálogo caracterizado por la autenticidad.

En su estructuración programático—afectiva, las actitudes relacionales portan el

esquema de los actos futuros de la persona. El diseño de esos esquemas siempre lleva

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implícitas las necesidades básicas de aquella y sus obligaciones sistémicas “importadas”. Lo más importante en el acto de elección de una víctima propiciatoria, por ejemplo no es el hecho de que distorsione la realidad, sino el de que exprese las necesidades del victimario (y, por supuesto, las expectativas de todos los participantes en el sistema de victimización). Otro tanto puede decirse de un proceso inverso al de elección de una víctima propiciatoria, como el de enamorarse. En primerísimo lugar, el que ama tiene necesidad de ver (distorsionar) al ser amado como objeto que se adjunta a su propia configuración de necesidades (sexual, de protección, de dependencia, de vituperio, etc.) “amor coecus est” (“el amor es ciego”). Cabe agregar que el amor es aún más ciego debido al peso que en cada individuo comportan las obligaciones ocultas que vienen de afuera, y ya no de la díada. Por medio del marido y la mujer, no solo buscan ajustarse dos individuos, sino dos sistemas familiares.

Lo que equilibra la subjetividad unilateral de las necesidades de los dos miembros de la

pareja es el hecho de que el que ama puede hacer que el objeto de su amor le responda y, en última instancia, las necesidades de este último le permitan hallar, a su vez, en aquel, un objeto satisfactorio. Una relación íntima es un encuentro dinámico entre patrones de necesidades. No existe entre los cónyuges un campo intermedio objetivo o “realidad no distorsionada”. La meta realista de cada uno no debe ser poner a tono sus necesidades con las características “objetivas” del otro, sino aprender a discriminar las necesidades del otro como válidas pese a ser distintas de las propias.

Desde el punto de vista de nuestra teoría de las relaciones, el “patrón de necesidades”

de una persona es una fórmula abreviada que comprende tanto sus necesidades personales como las expectativas invisibles debidas al equilibrio perturbado de la justicia en las relaciones anteriores propias y de su familia. Tiene una deuda de reciprocidad para quienes tanto le dieron, no importa que se hayan sentido estafados o explotados por el destino. Puede dar por sentado que su futura pareja tiene conciencia de sus frustraciones y obligaciones innatas. Naturalmente, el otro debe incorporar en su actitud la historia del balance de méritos de su propia familia.

¿Cuál es la realidad objetiva de la persona?

En la anterior descripción se presentaba al individuo como un ser que se amolda al contexto de sus relaciones. Asimismo, se presuponía que la persona es una entidad dada y definida, con un límite identificable: sus necesidades y estilo de respuesta son exclusivamente suyos. Suponemos que, al menos en sus acciones, el individuo configura una unidad integral.

No obstante, una teoría más amplia de las relaciones debe tomar en cuenta la

fluctuación que minuto a minuto afecta su grado de individuación. Una persona puede definirse básicamente por la gama y medida de sus necesidades, obligaciones, compromisos y actitudes responsables adoptadas en el campo de las relaciones. Incluso ciudadanos aparentemente bien individualizados, social mente destacados y responsables pueden actuar como miembros irresponsables e indignos de confianza cuando lo hacen en el contexto de una relación familiar «simbiótica». Pueden ser víctimas del pánico si de ellos se espera que adopten una visión responsable de su función dentro de la familia. Pueden ocultarse tras un «nosotros», en lugar de un «yo» como forma de expresión gramatical, al tratar de explicar sus propios sentimientos e intenciones. Pueden centrarse de manera exclusiva en las funciones o síntomas de sus hijos, o sin quererlo crear una imagen de falsa individualización y salud en sus lazos conyugales. Por ejemplo, pueden discutir con engañosa libertad, revelando en forma manifiesta grandes divergencias personales sobre el tema de discusión, sólo para hallar luego que estas son imposibles de modificar debido a las personalidades inconcientemente fusionadas de los miembros de la familia.

Nuestro enfoque sistémico ubica las estructuras psíquicas individuales en el contexto de sus relaciones, al trabajar con familias sometidas a tratamiento. Todavía no se ha hecho la trasferencia que lleve de ahí a un análisis estructural individual entendido más cabalmente. Podríamos equiparar la función relacional simbióticamente indiferenciada o

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la deuda sistémica pobremente resuelta con una «débil estructura yoica» en términos individuales, pero la correspondencia de esos términos es sólo parcial. El lenguaje de la «debilidad yoica» por lo común presupone una identidad personal, aunque discontinua. Po el contrario, el funcionamiento simbiótico en forma sustitutiva o de connivencia, sólo puede observarse en presencia de dos o más individuos íntimamente relacionados entre sí. La interferencia realizada a partir de la relación terapéutica individual (trasferencia) para llegar a las relaciones familiares resulta incompleta.

En síntesis, el punto de vista sistèmico reviste gran importancia práctica y terapéutica. Nuestro contrato terapéutico debe sellarse con todos los miembros del sistema de relaciones familiares, y no sólo con el miembro que presenta el síntoma o con sus custodios adultos.

El contrato significa que el terapeuta debe mostrarse asequible y realmente estar dispuesto ayudar a todos los integrantes, asistan o no a las sesiones. A su vez, debe comprometer la participación de todos. Hará que expongan sus opiniones, necesidades y deseos de ayuda, y procurará asegurarse de que incluso los mensajes del hijo más pequeño sean escuchados y hallen respuesta. Como parte del contrato, infundirá el valor necesario para enfrentar las obligaciones y la culpa por el pago delictivo de las deudas emocionales.

Aunque la mayor parte de los esfuerzos iniciales del especialista tienen que ver con la

firma del contrato terapéutico por el conjunto de la familia, no es el terapeuta quien crea o impone el punto de vista dinámico y terapéutico del sistema familiar a los miembros. No habría familia de no existir fundamentos de solidaridad y lealtad anteriores aun al nacimiento de los hijos.

Las implicaciones de la terapia conjunta, familiar o relacional son tan revolucionarias

que por fuerza deben llevar a una ruptura con nuestra ética social ampliamente difundida o a refugiarse en alguna forma de negación y acuerdo entablado por razones de debilidad. La cuestión de la explotación, el acérrimo individualismo, la represión por parte de los mayores o los poderosos líderes políticos, reyes, dictadores, etc:;está relacionada con las fuerzas que rigen el sistema familiar. Las exigencias éticas planteadas a un fabricante de automóviles para que produzca vehículos seguros y duraderos en medio de la competencia y los conflictos laborales son similares a las que se plantean a una pareja en vías de divorciarse para que tome en cuenta los intereses de sus hijos

Cuando en otros capítulos indaguemos las dimensiones de la lealtad, reciprocidad y

justicia, es improbable que como especialistas en terapia familiar podamos escudarnos tras conceptos convenientemente individuales, orientados hacia la eficiencia. Los conceptos sistémicos de eficacia impersonal, como pautas de comunicaciones adecuadas, resolución de problemas, adaptación o incluso «salud mental», no llegan a rozar la real esencia de las relaciones humanas. Todo estudio de las respuestas sin compromiso alguno de responsabilidad y contabilización de obligaciones de por sí queda socialmente invalidado o, por lo menos, resulta carente de sentido.

Sin una capacidad para enfrentar las cuentas de integridad de las relaciones familiares, el especialista en terapia familiar se verá abrumado, y puede caer en esa desesperación que induce a hablar de la «muerte» de la familia. Puede verse atrapado en un dilema similar al de un especialista en publicidad, llevado a desplazar su preocupación por la eficacia del diseño de sus anuncios publicitarios al interés por la honestidad e integralidad de estos. El especialista en terapia en terapia individual puede, si lo desea, seguir siendo un diseñador de fachadas; en cambio, el especialista en terapia la miliar no puede, a la larga, cerrar los ojos ante la integridad relacional, incluyendo la suya propia.

En síntesis, la orientación sistémica surge de la lógica de las observaciones empíricas realizadas por los especialistas en terapia familiar. En forma independiente, muchos de los antiguos terapeutas llegaron a la conclusión de que existe una organización regulada (homeostasis) en cuanto al desplazamiento del papel de enfermo en las familias. Aunque en el campo de la terapia familiar se requerirían fundamentos teóricos basados en una ulterior descripción, más precisa, de los hechos empíricos de la homeostasis sistémica, el

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interés de la mayoría de los terapeutas se ha centrado comprensiblemente en la cuestión de las fuerzas dinámicas que regulan dicha homeostasis. El mandato del terapeuta, orientado hacia la consecución de una meta, le plantea un desafío de llegar a dominar los secretos del control y el determinismo causal de las relaciones familiares.

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