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LA CAUTIVIDAD PENTECOSTAL DEL CRISTIANISMO PENTECOSTAL Fecha: 04 marzo 2016, 03.22 PM Autor: Luis Aranguiz Podría decirse que, así como para Willis Hoover la teología liberal y el exceso de confianza en ella consumió a la Iglesia Metodista, del mismo modo la ausencia de teología y el exceso de confianza en la sola manifestación carismática ha consumido a las Iglesias Pentecostales.

La cautividad pentecostal del cristianismo pentecostal

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LA CAUTIVIDAD PENTECOSTAL DEL CRISTIANISMO PENTECOSTAL

Fecha: 04 marzo 2016, 03.22 PM

Autor: Luis Aranguiz

Podría decirse que, así como para Willis Hoover la teología liberal y el exceso de

confianza en ella consumió a la Iglesia Metodista, del mismo modo la ausencia de

teología y el exceso de confianza en la sola manifestación carismática ha

consumido a las Iglesias Pentecostales.

1. De cristianismo pentecostal a mero pentecostalismo

El pentecostalismo, casi sin notarlo, ha abolido al cristianismo pentecostal. Lo que

se debe hacer, si algo pudiese hacerse, es volver a  introducir el cristianismo

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pentecostal en el pentecostalismo[i]. Esta es la tesis que defenderé en lo sucesivo.

No obstante, antes de pasar a ella, conviene primero hacer algunas delimitaciones

conceptuales.

¿Qué entendemos por pentecostalismo? Si las respuestas a esta pregunta son

variadas, tanto más lo son para aquella ¿qué entendemos por cristianismo? Mi

definición arbitraria para ambas es como sigue. Entiendo por “cristianismo” a una

religión determinada, afirmada en los principios predicados por Jesús de Nazaret,

en consonancia con la tradición judía reflejada en el Primer Testamento, con la

tradición inmediatamente posterior a él que se construye en el Nuevo Testamento

y, finalmente, con la tradición eclesial que se definió mediante la elaboración de

símbolos y confesiones que sirvieron para leer el texto bíblico y sistematizar las

enseñanzas de la religión cristiana. En otras palabras: cristianismo es un conjunto

de creencias que se ha desarrollado a través de la historia de la humanidad, en el

seno de la Iglesia cristiana en su multiplicidad, diferencias internas y riqueza

interpretativa.

“Pentecostalismo” por su parte, es una palabra que al igual que la anterior, puede

despertar distintas definiciones. Para este caso, designaré como “pentecostalismo”

a un movimiento cristiano proveniente de la amplia gama de iglesias protestantes,

que se produjo a principios del siglo XX en contextos específicos, cuya máxima

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consiste en la predicación de una forma particular de experiencia cristiana. Con

esto quiero dejar de lado las definiciones reduccionistas que intentan explicarlo de

modo facilista por sus costumbres, por el contexto social en que se desarrolló y

otras.

De este modo, con “cristianismo pentecostal” designaré a aquel pentecostalismo

que se ha hecho cargo de la tradición cristiana y que ha asumido su pertenencia a

ella. Mientras que con “mero pentecostalismo” designaré a aquel pentecostalismo

que no está interesado ni en la tradición cristiana ni mucho menos en asumirse

como un movimiento más dentro de ella, es decir, designo con ello a lo que ha

resultado del despertar pentecostal original en su proceso histórico. Dado que el

pentecostalismo es un movimiento global, aquí me centraré puntualmente en el

pentecostalismo latinoamericano.

 2. El rechazo a la teología

Afirmar que el “cristianismo pentecostal” es cautivo del “mero pentecostalismo”

implica dos cosas. En un sentido histórico, significa que lo que hoy predomina es,

probablemente, mero pentecostalismo, y también significa que antes de este mero

pentecostalismo existió efectivamente un cristianismo pentecostal. En un sentido

teológico, implica que antes el pentecostalismo era mucho más cercano a la

tradición cristiana y que hoy está alejado de ella. Por lo tanto, si se quiere que el

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pentecostalismo retorne a la tradición cristiana en un sentido teológico, es

necesario saber qué es lo que lo apartó de ella, para así encontrar una posible vía de

retorno. Esto implica hacer un ejercicio histórico y teológico que, a su momento,

llevaremos a cabo profundizando en algunas ideas del fundador del

pentecostalismo chileno.

Pero ¿por qué el pentecostalismo está lejos de la tradición cristiana hoy? Esta

pregunta es fundamental. ¿Con qué argumento sostenemos que el pentecostalismo

está alejado del cristianismo? La explicación de esta afirmación está basada en un

hecho que ya es ampliamente conocido no solo por quienes son o han sido

pentecostales, y quienes lo han estudiado como observadores. Me refiero al

rechazo que se tiene hacia la teología. Si bien es cierto que hay miembros en las

congregaciones que leen teología, como también es cierto que hay ciertas

denominaciones que con esfuerzo han empezado a preparar teológicamente a sus

pastores o a grupos pequeños de miembros, también es cierto que en términos

generales el pentecostalismo ha mantenido un rechazo permanente al pensar

teológico en su trayectoria histórica que aún pervive. Aquí, claro está, me detendré

en la regla, no sus excepciones.

Pese a que este ha sido uno de sus aspectos que ha recibido mayor crítica, tanto

más interesante habría sido que se prestase atención no solo al hecho del rechazo a

la teología, sino más bien a las razones internas que llevaron al pentecostalismo a

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esta actitud. El pentecostalismo, tal como se lo conoce hoy, puede ser descrito

como un movimiento en que predominan ciertas costumbres distintivas como el

vestir tenida formal, el predicar en las plazas públicas y, junto con ellas, también

prácticas espirituales como la glosolalia, el danzar, y otras experiencias de orden

carismático. Con estos datos se ha construido un estereotipo de lo que sería un

creyente pentecostal estándar, al menos en lo que respecta a Latinoamérica[ii].

El rechazo a la teología nos parece fundamental porque, en nuestro entender, es

debido a esto que el pentecostalismo ha dejado de ser cristianismo pentecostal. Si

analizamos los defectos más comúnmente criticables del pentecostalismo como,

por ejemplo, el excesivo poder pastoral sobre las congregaciones y los individuos,

el sistema administrativo deficiente que acarrea una serie de vicios económicos, las

creencias heterodoxas que rayan en la herejía o de costumbres enmarcadas en un

“legalismo”[iii] radical, y tantos otros rasgos criticables, encontraremos que

finalmente, una de las razones de que se produzcan todas estas cosas no es otra que

la ausencia de una reflexión teológica fecunda. Sin ella, el pentecostalismo ha

adoptado ideas y prácticas que no solo lo han hecho particular entre otros

movimientos cristianos, sino que a veces lo han alejado del cristianismo.

Lo anterior, desde una dimensión puramente teológica, puede explicarse como

sigue. El pentecostalismo se ha caracterizado por plantear una soteriología de obras

que tiende a opacar peligrosamente el concepto cristiano de la gracia. En términos

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de hamartiología, su concepto del pecado está caracterizado por un énfasis en las

conductas más que en el problema de la naturaleza caída del ser humano. En

cristología, es común observar la crítica de que el Cristo pentecostal es una especie

de proveedor de bienes, lo cual también tiene consecuencias directas en el discurso

que se usa para evangelizar, invitando a los no creyentes a creer más por lo que

Cristo ofrece que por lo que Él es o por el significado de su obra expiatoria. Así,

podría hacerse un análisis teológico sistemático del pentecostalismo en sus

distintas creencias. No costará trabajo confirmar las acusaciones que se hacen en su

contra.

La ausencia de esta reflexión teológica ha producido, también, falta de materiales y

textos que permitan hacer un análisis más riguroso. Del pentecostalismo tenemos

más que nada las revistas que cada denominación publica y, sobre todo, su

tradición oral. Naturalmente, la contradicción que subyace a esta actitud es que,

pese a que hay una negación de la teología formal, eso no significa que no hayan

desarrollado una teología. En efecto, si quisiera hacerse un esbozo general de una

cierta “teología pentecostal”, José Miguez Bonino ya ha observado que esta puede

articularse en torno a cuatro grandes doctrinas: la salvación como experiencia de

conversión, el bautismo del Espíritu Santo, la sanidad divina y una escatología

apocalíptica[iv]. La falta de reconocimiento de este hecho por parte de los

pentecostales dificulta tanto más la posibilidad de introducir el pensar teológico de

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la tradición cristiana en el pentecostalismo. Hay hermanos que sostienen que sus

creencias acerca de Dios no son teológicas, sino que son revelación de Dios. Esta

afirmación es contradictoria pues aunque el pentecostal lo desconozca, sus

creencias tienen raíces teológicas muy precisas, y lo problemático de esto es que

por negar la raíz teológica de sus creencias, al pentecostal se le hace invisible el

valor de la tradición de la cual procede, ya sea continuándola o distanciándose.

Con todo, si consideramos que para él la teología es un saber racional –o

conocimiento meramente humano- y que por lo tanto no merece atención, entonces

su afirmación tiene algún sentido.  Hay que detenerse en este malentendido.

 3. El malentendido

El diagnóstico está claro, y no hay crítica al pentecostalismo, venga esta de la

teología u otros saberes, que no se haya acercado a estas apreciaciones. Sin

embargo, ¿qué es lo que llevó al pentecostalismo a rechazar la teología? O en otros

términos ¿qué es lo que hace posible la existencia de un pentecostalismo sin

tradición cristiana? Para resolver esta cuestión me parece que es necesario hacer

algo que, desafortunadamente, no ha sido común en los análisis que existen del

pentecostalismo. Si hay algo de lo que adolece hoy no solo los estudios sobre el

pentecostalismo sino el propio pentecostalismo, es conocer el pensamiento de

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Willis Hoover, misionero norteamericano metodista episcopal, fundador del

movimiento pentecostal en Chile, que luego se expandiría al Cono Sur.

El rechazo a la teología, desde nuestro punto de vista, surgió de un lamentable

malentendido que puede rastrearse hasta el propio Hoover. En un memorable

artículo titulado “la babaza de la antigua serpiente”, trata especialmente el asunto

de la educación teológica. El texto podría ser fácilmente tomado como una diatriba

anti-teológica, mi objetivo en lo sucesivo será mostrar que su propósito va más

allá.

Una primera lectura del texto sugiere que Hoover está discutiendo con personas

que han acusado al pentecostalismo de ignorancia. Esta ignorancia parece

atribuírsele al movimiento principalmente debido a las manifestaciones

carismáticas del “poder de Dios”. Podría decirse que el hecho de creer en las

manifestaciones espirituales es un signo de ignorancia para los críticos. Así, la

solución de los críticos parecería ser el conocimiento teológico lo cual,

supuestamente, sería rechazado por Hoover en pos de la experiencia del poder de

Dios.

Para discutir esta cuestión, comencemos al revés. Casi al término del texto, Hoover

hace la siguiente afirmación acerca del Metodismo Episcopal: “eran ignorantes, y

en el empeño de educarlos, comenzaron a dar demasiada importancia a esa

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educación y confiar en ella, con el resultado en todo caso de que el poder del

espíritu les dejó y ahora los seminarios y los estudios están puestos muy arriba del

poder de Dios”[v]. Una afirmación de este tipo podría ser fácilmente utilizada para

justificar un anti-teologismo. Sin embargo, una relectura nos permite notar que el

problema de fondo no es la tensión entre ignorancia y conocimiento. La tensión

real se encuentra en un nivel más profundo: el entendimiento acerca de lo que es el

poder de Dios y, por lo tanto, el objeto de la fe del creyente. Si ponemos atención a

las palabras de Hoover, veremos que  el problema no es la educación teológica,

sino el hecho de que se deposite confianza en ella. De este modo, la cuestión que

debe resolverse no es si el conocimiento teológico es positivo o negativo para los

creyentes, sino si acaso los creyentes están preparados para aceptar que la teología

no puede reemplazar la experiencia de Dios.

Sigamos hacia atrás: “Dios tampoco premia la ignorancia. El hombre que imagina

que es algo o sirve para algo con Dios solamente porque es ignorante, es tan

engañado como aquel que confía en su sabiduría. Hay un solo objeto de confianza:

Dios”[vi]. Esta afirmación deja absolutamente claro el punto que se explicó

anteriormente. Lo que Hoover está buscando no es denostar la enseñanza teológica,

sino más bien el hecho de que ella tome el lugar de confianza que le corresponde a

Dios en la vida del creyente.

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Llegados casi a la entrada del artículo, encontramos a un Hoover que se queja de

que los cristianos se dejan engañar por esta idea: “en el peso y el valor que le

atribuyen a la educación en la obra de salvar almas (la predicación del Evangelio),

y la dependencia que ponen sobre ella”[vii]. Así, lo que realmente le preocupa es

que las iglesias hayan llegado a pensar que la educación es un factor importante en

la tarea de la predicación. Esto sería lo que, a su vez, llevó a los distintos críticos a

negar el carácter divino de la manifestación pentecostal: el hecho de la ignorancia

de los creyentes. En otras palabras, lo que Hoover combate no es el estudio

teológico, sino la preeminencia de este sobre la fe en el poder de Dios.

Con esto, podemos mantener que Hoover no estaba contra la teología en general.

Es más, si vamos un poco más atrás en su vida personal encontraremos que, según

los registros de la Iglesia Metodista Episcopal, Willis Hoover hizo estudios

teológicos durante cuatro años y se graduó en 1897. Cuando fue trasladado como

pastor a Valparaíso (1902), fundó el Seminario Bíblico Evangélico de la IME y fue

su presidente desde 1904 hasta 1908 –de hecho, también viajaba a Santiago a hacer

lecciones durante 1908[viii]. En otras palabras, el pastor Willis Hoover tenía una

formación teológica adecuada que le permitía valorar su importancia para la

iglesia.

Esto también se haría visible en el transcurso del avivamiento. Ante la posibilidad

inminente de una separación de la Iglesia Metodista a la cual sirvió toda su vida,

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Hoover afirma: “Estudiaré y enseñaré a Wesley y la Biblia. No tengo doctrinas

nuevas”[ix]. Por otra parte, un asunto que no se ha tocado aquí es el que dice

relación con la formación doctrinal de los creyentes. Aunque hoy no es común que

las iglesias pentecostales hagan cursos de inducción de la fe a sus posibles

miembros, durante el avivamiento esto sí se hacía. Él nos informa: “nuestra clase

de probandos  (los que son y los que quieren serlo) tiene asistencia de cerca de 200,

ávidos de la Palabra de Dios”[x].

La formación teológica del creyente ha sido evidentemente descuidada en las

iglesias pentecostales. Sin embargo, hay señal de que en un principio esto si se

llevó a cabo. La clase de probandos, sin importar si eran 200 o 10, no enseñaba

otra cosa que las doctrinas cristianas fundamentales como la trinidad, la deidad de

Cristo, el pecado original, la salvación por gracia y otras. Lo que podría resultar

sorpresivo para un pentecostal es que esto no se sacaba de libros de teología, sino

de los 25 Artículos de Fe que vienen incorporados en muchos himnarios hasta hoy.

Que estas cosas se enseñasen en pleno avivamiento pentecostal da cuenta de que

Hoover no tenía intención alguna de menospreciar la teología, sino al contrario:

sabía que la iglesia debía, más que nunca, conservar claras las doctrinas

fundamentales. Él mismo sabía que las propias manifestaciones debían ser pesadas

a la luz de la Biblia. Incluso, en los albores de su renuncia, afirma: “Yo he

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procurado hacer entender a mis colegas que tengo una mente que examina, y que

de consiguiente, enseño a mis miembros a examinar”[xi].

No obstante lo anterior, en Hoover sí encontramos un tipo de rechazo pero no a la

teología en general, sino a cierta teología en particular. En otro de sus textos

emblemáticos “el amor cristiano”, se opone radicalmente al liberalismo teológico.

De hecho, a la luz de su pensamiento, la llegada de esta teología es la principal

razón de la decadencia del otrora formidable metodismo. Hoover mantuvo que el

nacimiento de la Iglesia Pentecostal fue precisamente una reacción a ello y

promovió un “completo aislamiento”[xii] de las iglesias que profesaran esas ideas,

dominadas por la alta crítica y el modernismo. En sus palabras: “enseñan la Biblia,

sí, pero enseñan que no es verdad lo que dice. Enseñan que la historia de la

creación es un cuento y no es verdad; que el pez no podía haber tragado a Jonás;

que no hay tales ángeles; que la luz que Saulo vio en el camino a Damasco era un

relámpago…”[xiii] entre otras más. Así, lo que Hoover rechazaba no era la

teología ortodoxa, sino más bien la teología liberal. Por lo tanto, cuando él atacaba

el “conocimiento humano”, se estaba refiriendo a este tipo de teología particular

que anulaba la fe en la veracidad de los relatos bíblicos mediante procedimientos

racionales; y no se refería con ello a la teología ortodoxa. El malentendido de los

pentecostales es que llevaron esa crítica de la teología como conocimiento humano

a toda teología, y no a la que Hoover criticaba específicamente.

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Quizá, muchos excesos cometidos en manifestaciones espirituales pentecostales

podrían evitarse si la Biblia y las doctrinas fundamentales fueran tomadas en serio

nuevamente por los pentecostales mediante una noción cristiana pentecostal de la

relación fe/conocimiento. El primer pentecostalismo, que es el que hemos descrito

a través de la figura y pensamiento de Hoover, es propiamente lo que llamaríamos

cristianismo pentecostal, pues se asume como parte de la tradición cristiana y

reafirma su compromiso con ésta mediante el esfuerzo de preservar la doctrina

ortodoxa que le fue legado. Resulta significativo recordar las palabras del pensador

reformado Francis Schaeffer: “El antiguo pentecostalismo daba un énfasis

tremendamente vigoroso al contenido de la Escritura y esto fue lo que constituyó

una fuente dinámica para la evangelización; hecho puesto de manifiesto en países

como los de América Latina. Eran gentes que creían realmente en el Evangelio;

que tenían una alta estima por la doctrina”[xiv].

Mientras que el mero pentecostalismo niega el conocimiento racional y admite el

conocimiento de Dios solo mediante la revelación individual carismática, el

cristianismo pentecostal sí acepta el acceso racional a Dios, solo que preservando

que éste sea conducido por la creencia en la Biblia como texto inspirado a fin de

evitar los resultados de la teología moderna. El paso del mero pentecostalismo al

cristianismo pentecostal está sujeto, si no a la aceptación de toda teología, al menos

a la aceptación de una teología ortodoxa anclada en el valor de formulaciones

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doctrinales que han dado forma al cristianismo históricamente, en este caso

particular, el Credo de los Apóstoles y los 25 Artículos de Fe. Estos últimos, pese a

que son una reducción que Wesley hizo de los 39 Artículos de Fe anglicanos

(síntesis doctrinal de la fe anglicana), conservan intacta una larga tradición

teológica que el pentecostalismo debe recobrar.

 

4. Las manifestaciones

Lo que diferencia a un avivamiento puramente evangélico de un avivamiento

pentecostal es que, si bien el primero promueve el arrepentimiento y la

santificación, el segundo añade a estos dos elementos un tercero: la manifestación

visible de carismas del Espíritu. Este es uno de los puntos más controversiales que

el pentecostalismo trajo a la mesa teológica. Pero, a la vez, el hecho de confiar

excesivamente en las manifestaciones también trajo problemas al propio

cristianismo pentecostal. En efecto, es la confianza excesiva en la revelación del

Espíritu y sus carismas lo que condujo a un progresivo abandono de las doctrinas

cristianas y que, a la larga, subyugó al cristianismo pentecostal al mero

pentecostalismo. Podría decirse que, así como para Hoover la teología liberal y el

exceso de confianza en ella consumió a la Iglesia Metodista, del mismo modo la

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ausencia de teología y el exceso de confianza en la sola manifestación carismática

ha consumido a las Iglesias Pentecostales.

Lo que me interesa tratar aquí no es la justificación teológica de las

manifestaciones, sino la relación que existe entre las manifestaciones y la teología

como disciplina. Anteriormente hemos dicho que el paso de cristianismo

pentecostal a mero pentecostalismo ha sido el abandono de la teología, y que ese

abandono se debió a un mal entendido entre las nociones de ignorancia y

conocimiento. El problema que nos viene ahora es este: si la teología fue

abandonada ¿qué se puso en su lugar? La respuesta es, naturalmente, la

preeminencia de la experiencia carismática. A primera vista, puede decirse que la

relación entre experiencia carismática y teología (aquí también incluiremos lectura

analítica de la Biblia) al interior del pentecostalismo es de oposición, negativa. Sin

embargo, este es otro punto en que el cristianismo pentecostal se diferencia del

mero pentecostalismo, pues también puede haber una relación positiva entre

ambas.

El pentecostalismo no encuentra su inspiración en una fuente externa a la tradición

cristiana, sino en la propia Biblia. Así, aun cuando desde algún punto de vista

teológico pudiera decirse que se trata de una doctrina incorrecta (como afirmaría

algún cesacionista) y de una mala lectura de la Biblia, sin embargo no puede

decirse que no encuentre bases que la respalden. En palabras de Hoover: “en

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conexión con las cartas y la literatura nos empeñamos en estudiar las escrituras y

en orar más. Así llegamos a convencernos que había profundidades de experiencia

cristiana que no habíamos alcanzado”[xv]. Para comprender el fenómeno

pentecostal, entonces, no se puede prescindir de su comprensión de la Biblia, y

específicamente del relato de Hechos 2.

Antes de pasar a la visión hooveriana de la relación teología/carisma que considero

positiva –pues a todas luces parece intentar una síntesis entre teología y

pentecostalismo-, quisiera detenerme en la forma negativa de esta relación. Es

sabido que entre los numerosos factores que impulsaron a él y su esposa a buscar

una nueva experiencia espiritual, está la llegada de un folleto redactado por una

misionera metodista en India, Minnie Abrams, que además era amiga de la esposa

de Hoover. En él se relataba cómo se produjo un avivamiento pentecostal con

lenguas de fuego en un asilo de niñas dirigido por una persona que solo es

mencionada de pasada en el texto: Pandita Ramabai[xvi]. Para Hoover, la lectura

de este texto fue tan definitoria que motivó un intercambio de correspondencia que

pronto incluiría intercambio de literatura sobre el tema. Y es aquí cuando se

despertó en él el deseo de estudiar el tema con Biblia en mano y en oración.

Sin embargo, y pese a la propia confianza que Hoover depositó en esta

información, hay cosas que él no sabía, y que de saberlas, no habría tenido la

misma actitud frente a Pandita Ramabai. De acuerdo a un texto imprescindible de

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R. S. Sugirtharajah[xvii] al que sigo ahora, Pandita profesaba el brahamanismo, era

considerada una mujer ejemplar en su contexto y además era reconocida por su

conocimiento del Sanscrito. Su conversión al cristianismo en una orientación

anglicana trajo alegría, pues se vio como la posibilidad de acceder a un campo de

difícil acceso misionero. Sin embargo, luego de relacionarse con el texto bíblico

empezaría a tener problemas para aceptar doctrinas ortodoxas como el nacimiento

virginal, la teología trinitaria y el credo de Atanasio, negando su justificación

bíblica[xviii]; consideraba los milagros como parábolas[xix]; incluso negaba la

resurrección del cuerpo de Cristo: “No tengo duda de que Jesús fue levantado de la

muerte por Dios; pero dudo la resurrección de su cuerpo terrenal”[xx]. Pandita

también promovió una traducción de la Biblia al hindú que fuese contextual y que

se ocupara sobre todo de transmitir las ideas del texto, dejando de lado así el rigor

metodológico de la traducción. En palabras de Sugitharajah: “Como casi todos los

indios cristianos conversos de temprana generación, lo que a ella le importaba en

definitiva era la experiencia personal de Cristo, y los textos bíblicos cada vez más

ocuparon un lugar secundario”[xxi].

Es necesario mencionar este hecho porque indica una cuestión que ha sido

recurrente en los avivamientos pentecostales. Si bien es cierto que Hoover se

aferraba la ortodoxia, no es menos cierto que el pentecostalismo también ha

originado heterodoxias de diversa índole. El caso de Pandita es ejemplificador a

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ese respecto. Pero también podríamos mencionar el hecho de que el despertar

pentecostal surgido en Estados Unidos bajo el mando de William Seymour,

dirigido especialmente a la población marginada y poseedor de un fuerte animo

carismático, fue también el espacio que permitió la posterior originación del grupo

que conocemos popularmente como “Sólo Jesús”, teológicamente llamado

“pentecostalismo unicitario”, que en términos de la ortodoxia cristiana vendría a

ser un resurgimiento moderno del sabelianismo, una antigua doctrina condenada

como herejía en los tiempos tempranos de la Iglesia.

Considerado lo anterior, el caso de Hoover se vuelve tanto más interesante. Su

intento de conciliar su ortodoxia teológica y el mover pentecostal le lleva a hacer

una afirmación categórica como esta: “Esa experiencia era la herencia legítima de

toda la Iglesia hasta el fin del siglo”[xxii], refiriéndose a la durabilidad histórica de

la promesa divina. En este sentido, lo que él planteaba era que, por diversos

motivos, la creencia en esta experiencia sobrenatural había sido,

intencionadamente o no, apartada de los horizontes de posibilidad de la vida

cristiana. Lo que esto implica es, básicamente, que para Hoover no había

contradicción entre ortodoxia y experiencia pentecostal, pues ambas se sustentan

en la Biblia. Lo único que podría impedir que alguien creyera en esto podría haber

sido justamente aquello que él tanto combatía: un pensar teológico que no

considerara los relatos bíblicos, especialmente los de carácter milagroso, como

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históricamente verídicos. Por ello es que, como se mencionó en otro apartado,

Hoover llamaba a examinar los acontecimientos del avivamiento desde un marco

escritural. Esto no solo incluye las manifestaciones como la glosolalia, sino

también los mensajes proféticos.

Un aspecto muy importante a considerar aparte de la ortodoxia, es que Hoover

también se declaraba wesleyano. Si bien al pentecostalismo se le ha visto como un

movimiento cuyas raíces se hunden en movimientos como el pietismo y el

puritanismo, en el caso particular de Chile y Latinoamérica su raíz principal ha

sido el metodismo de corte wesleyano. Por lo tanto, no se puede entender el pensar

pentecostal ni el de Hoover sin John Wesley. Gracias al invaluable trabajo de

Donald Dayton[xxiii], es posible conocer las raíces teológicas del pentecostalismo.

Pese a que él desarrolla su línea investigativa principalmente con el caso del

pentecostalismo estadounidense, provee interesantes aportaciones que permiten ver

el escenario de Hoover. Por ejemplo, en alguna ocasión asume que la experiencia

cristiana está compuesta de dos etapas: la primera, la justificación; y la segunda, la

santificación[xxiv]. La sorpresa de Hoover ante el conocimiento de la existencia

del mover pentecostal es que, al parecer, el bautismo en el Espíritu Santo vendría a

ser una tercera etapa de este proceso.

Los movimientos pentecostales fueron precedidos por lo que se llamó

“movimientos de Santidad”. Aunque entre ellos hay distintas escuelas de

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pensamiento, los que se rigieron por la doctrina wesleyana planteaban que luego de

la justificación por fe del creyente en el momento en que creía en Jesús, debía

venir un proceso de santificación que tenía por objeto acercarlo más a Dios. El

cambio que trae consigo el pentecostalismo es que, a diferencia de los

movimientos de santidad, añade la categoría del “poder”. Si la primera etapa

consiste en ser perdonados y la segunda en ser santificados, la tercera consiste en

ser dotados de poder de Dios. Aquí podríamos hablar de una posible “teología

pentecostal del poder de Dios” que se caracteriza principalmente por señalar que

Dios se manifiesta de modos sobrenaturales en la vida del creyente. Esto muestra

por qué para el pentecostalismo es primordial creer en la Biblia como un texto

cuyos relatos milagrosos son reales en un sentido histórico. De no ser reales,

tampoco lo serían las experiencias que ellos promueven/viven. La discusión

teológica que se ha producido en torno al uso del concepto “bautismo del Espíritu

Santo” para designar a esta experiencia es amplia. Lo que nos ha interesado aquí es

como los pentecostales han entendido el asunto.

La virtud del pensamiento hooveriano en torno a la tensión de teología/carisma no

reside únicamente en su intento de articularlas, sino sobre todo en el hecho de que

quiso hacerlo porque él mismo no deseaba que el movimiento avanzara hacia un

exceso de experiencia carismática desprovisto de aquello que lo hizo posible: la

obra expiatoria de Cristo. En esto, en su cristocentrismo, Hoover es totalmente

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wesleyano. El resultado de la relación negativa entre ambos conceptos ha llevado a

otros pentecostalismos no solo a la heterodoxia, sino a lo que yo llamaría

“espiritusantismo”, pues en algunos casos la persona de Cristo incluso pasa a

segundo plano en pos de la figura del Espíritu Santo como el principal agente

trinitario operante en la vida del creyente. Esto sin duda es un problema que debe

resolverse desde la teología sistemática. Lo que el actual mero pentecostalismo

tiene que aprender de Hoover no solo es a aceptar la teología, sino a conciliarla con

la experiencia pentecostal.

5. Situar al pentecostalismo

Puesto en su contexto, las razones que explican el nacimiento del pentecostalismo

no son únicamente el deseo de algunos hombres de buscar una espiritualidad

diferente. El pentecostalismo, como se vio, surge como una respuesta a la gran

empresa de la teología liberal. Sin embargo, no es el único movimiento que se

levantó contra ella. También ocurre así con el fundamentalismo norteamericano.

Esto implica que lo que está en juego es una contienda teológica de largo aliento.

Mientras que el fundamentalismo nació como una reacción profundamente

biblicista, literalista, que reafirmaba con fuerza creencias fundamentales respecto

al texto bíblico y que, en este sentido, fue una contestación con un marcado énfasis

intelectual, liderado por teólogos y hombres ilustrados; el pentecostalismo por su

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parte fue una reacción que se produjo por una vía distinta, la de una espiritualidad

interior compartida colectivamente, que no deseaba luchar en el plano del

conocimiento racional sino más bien en el del conocimiento sensible de Dios.

En cierto sentido, el pentecostalismo es una vuelta al misticismo. Aunque esta

palabra suele estar cargada de connotación negativa, en este caso quiero usarla en

sentido positivo. La experiencia mística ha sido históricamente perseguida en la

Iglesia Occidental. Muestra de eso es, por ejemplo, la persecución que la

Inquisición de la Iglesia Romana hizo a los místicos (piénsese, por ejemplo, en el

Maestro Eckhart). Desde la vereda protestante también encontramos una posición

contraria a la experiencia mística. Ya Calvino y Lutero hicieron lo suyo en torno a

eso (por ejemplo, pienso en Osiander). De algún modo, cierta racionalidad

eclesiástica occidental ha visto un peligro en que algunos individuos indaguen en

la experiencia de Dios de forma interior y fuera de los cánones doctrinales (cabe

notar que en la Ortodoxia Oriental esto no ocurre, la experiencia mística está

dentro de sus márgenes teológicos). El hecho de que la mística haya sido relegada

contribuyó a despertar el interés por ella en algunas personas. Lo que hizo el

pentecostalismo, y que por ello mismo ha encontrado tanta resistencia, es el hecho

de que devolvió al cristianismo occidental la experiencia mística.

Pero esto también tiene otro doblez. La mística en occidente ha tenido su nicho

principalmente dentro del ámbito de la teología. En otras palabras: ha ido de la

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mano de una élite educada que ha sido preparada intelectualmente, y que por ello

mismo ha tenido las herramientas para desarrollar un pensar diferente. Sin

embargo, el pentecostalismo popularizó la experiencia mística. La hizo alcanzable

para los sectores pobres y menos educados de la sociedad[xxv]. Por supuesto que

esto es problemático. Si ya es complejo conducir una mística para alguien

preparado, ¿cuánto más para alguien que no lo está? Supongo que esa también era,

implícitamente, una de las preocupaciones de Hoover. Pese a todo, no podemos

negar la dimensión positiva de este hecho.

Una de las acusaciones más frecuentes contra el pentecostalismo ha sido su

carácter indiscutiblemente alborotador. Nadie que esté en un culto genuinamente

pentecostal puede obviar lo sorprendente que resulta oír lenguas extrañas, personas

profetizando, otros saltando, otros haciendo imposición de manos pidiendo sanidad

a Dios, y otras. Todo esto va contra la racionalidad del culto que ha caracterizado

históricamente a las iglesias cristianas. Pero si miramos con algo más de

detenimiento estas cosas, ¿no es acaso similar a lo que sucedía con la iglesia

primitiva? Una cuestión que Hoover también tuvo que encarar fue la veracidad de

los hechos que se contaban. ¿Hubo realmente sanidad? ¿Se cumplió la profecía?

¿Es esa lengua realmente un idioma que habla otro ser humano en el mundo? Las

primeras dos preguntas tienen fácil respuesta. O sí o no. La última, sin embargo,

me interesa porque implica una confrontación radical al pentecostalismo.

Page 24: La cautividad pentecostal del cristianismo pentecostal

La glosolalia por sí misma es un problema porque, en primer lugar, no hay cómo

explicar que alguien repentinamente empiece a hablar un idioma que desconoce.

La imposibilidad de verificación empírica o científica le otorga fácilmente el

carácter de hecho extraordinario. Sin embargo, desde mi punto de vista la

glosolalia supone otro problema. Y es que, por lo general, es posible encontrar que

la respuesta usual de los pentecostales cuando se les interroga sobre ellas y su

utilidad es que son “lenguajes angelicales”. Pese a que con esa respuesta siguen a

Pablo en 1ª de Corintios 14, con ella también evaden sagazmente una cuestión

fundamental. El relato de Hechos 2 muestra que cuando los creyentes del Aposento

Alto fueron investidos de poder espiritual empezaron a hablar en lenguas. No

obstante, este fue solo un primer paso. El paso siguiente fue que empezaron a

predicar en esas lenguas, y los extranjeros se sorprendían porque esas lenguas eran

las de ellos, habladas por personas que no las sabían hablar. Desde esta óptica,

habría que preguntarse: ¿Los pentecostales que dicen hablar lenguas, han podido

hablar en esos idiomas a otras personas desconocidas y extranjeras que también los

hablen? Esta, sin duda, es una cuestión determinante. Indica que el hecho de que

las manifestaciones sean extraordinarias no quiere decir que no sean

comprensibles. Así, la forma facilista para el pentecostal de explicarlas como

“angelicales” debe ser confrontada.

Page 25: La cautividad pentecostal del cristianismo pentecostal

Si los pentecostales aprenden a ver sus manifestaciones con autocrítica,

probablemente se esté muy cerca de lograr una mejor práctica de las mismas (Ya lo

indicaba Pablo, casi 2000 años atrás). El pentecostalismo es por naturaleza

escandaloso para cristianos y no cristianos. La única forma que tiene de validarse

es mostrar que lo que predica no es pura parafernalia. Quizá a los pentecostales

latinoamericanos les haga bien seguir la pista de lo que ha sucedido en Estados

Unidos, en que ha habido un progresivo intento por desarrollar una teología

propiamente pentecostal. Cuenta de ello ha dado James K.A. Smith [xxvi] .

6. Conclusiones

El pentecostalismo es un fenómeno religioso que, aunque pudiera no gustar, hay

que aprender a aceptar. Ya existe. Hay estadísticas que señalan que más de 500

millones del total de la población mundial se confiesan pentecostales. La vía de la

crítica destructiva, tan propia de autores como John MacArthur y su texto Fuego

Extraño, demuestra dos cosas. La primera es que el pentecostalismo sigue siendo

tema para la crítica externa. La segunda es que el hecho de que ese texto haya sido

ampliamente refutado y discutido dentro de la propia arena teológica indica que,

afortunadamente, hay quienes están intentando ver el pentecostalismo con otros

ojos. Se puede detestar al pentecostalismo, pero no se lo puede detener. Al

contrario, seguirá creciendo. Si bien este tipo de embestidas se entienden e incluso

contribuyen a alentar el debate sobre el tema, lo cierto es que hay que analizar al

Page 26: La cautividad pentecostal del cristianismo pentecostal

pentecostalismo con atención: su crecimiento exponencial no puede ser fruto

únicamente de la ignorancia, ni una forma de sublimar deseos incumplidos, ni una

vía de escape ante los problemas sociales. Hay algo en su núcleo que es

enteramente necesario reconocer: la teología pentecostal del poder de Dios y la

posibilidad de su ejecución sobrenatural en la realidad.

En este sentido, la propuesta que hacemos aquí es la de un doble ejercicio de

comprensión. Por una parte, el pentecostalismo ha desarrollado poderosos

anticuerpos contra otras iglesias precisamente por sentirse excluido y discriminado.

Estos anticuerpos en muchas ocasiones son justificables. Por lo tanto, el doble

ejercicio consiste en que, por una parte, otras iglesias y miembros de ellas se abran

con honestidad a conocer mejor el pentecostalismo y a aprender de él. Sin duda,

encontrarán mucha riqueza que, en ocasiones, se ve opacada por la visión externa y

los prejuicios sociales que se pueden construir. Un ejemplo de ello es el ya citado

James K. A. Smith, que pese a pertenecer a la tradición reformada, su procedencia

de las Asambleas de Dios ha sido un factor determinante en este ejercicio de

comprensión. Por otra parte, también se hace un llamado a los pentecostales a que

se abran a comprender a las otras tradiciones. Cada una de ellas tiene mucho que

ofrecer, y si indagan en su propia historia –tal como lo hemos hecho ahora-

encontrarán que la procedencia del pentecostalismo no es otra que de las iglesias

presbiterianas, metodistas, bautistas, misioneras y otras.

Page 27: La cautividad pentecostal del cristianismo pentecostal

¿Puede el pentecostalismo liberarse de la cautividad del mero pentecostalismo y

ser lo que realmente fue y debiese ser: cristianismo pentecostal? Lo que he

intentado hacer con este texto es esbozar los datos que deben tenerse en cuenta

para reflexionar sobre esta pregunta. Así, mi opinión es que si puede liberarse de

su cautividad. Me parece que si el pentecostalismo lograra esto, no perdería su

fuerza original, al contrario. Al encontrar su matriz cristocéntrica, teológica y

bíblica podría volverse aún más formidable de lo que un día fue. Luego de eso

también podrá discutir cuánto de otras tradiciones teológicas específicas puede (e

incluso debería) o no beber. Como ha dicho ya Manfred Svensson, que los

pentecostales no vengan directamente de Ginebra o Wittenberg no quiere decir que

no puedan oírlas. Esto lo digo pensando en un fenómeno que llamaría

“calvinización” de creyentes pentecostales, que descubren la teología reformada en

su forma ortodoxa. Si bien hay quienes emigran de iglesias pentecostales por

diferencias de pensamiento teológico irreconciliables, también hay quienes están

interesados en “calvinizar” el pentecostalismo. Me parece que este es un punto que

merece una gran discusión que aquí no puede abordarse. Por su naturaleza

wesleyana de énfasis arminiano (no olvidemos la existencia del metodismo

calvinista), el pentecostalismo latinoamericano tiene problemas evidentes con

conceptos como la predestinación, especialmente enfatizado por el calvinismo. Sin

embargo, por esa misma naturaleza wesleyana, aún existe la posibilidad de

Page 28: La cautividad pentecostal del cristianismo pentecostal

acercarlo si no a una ortodoxia de marcado carácter calvinista, al menos a una

ortodoxia más ampliamente protestante. En esta dirección, me parece que la

teología luterana temprana puede ayudar, en tanto que no participa de la disputa

calvinismo-arminianismo. Es difícil que otro tipo de corrientes puedan influenciar

el pentecostalismo. Como se ha visto, el pentecostalismo por principio está en

oposición radical a enfoques como el de la teología liberal y, aunque los

pentecostales desconozcan eso, su formación es la suficiente como para rechazar a

cualquiera que se atreva a desafiar la veracidad de los relatos bíblicos. En cuanto a

la teología de la liberación, aunque ésta podría tener acceso mediante el

tratamiento de temas como la pobreza y la marginalidad, el pentecostalismo ha

sabido arreglárselas sin ella desde mucho antes, y probablemente seguirá

haciéndolo. En todo caso, por su origen y naturaleza, el pentecostalismo tiene

suficiente acervo para, incluso, construir su propio pensamiento respecto a

materias sociales. Quizá la influencia más nociva que está teniendo el

pentecostalismo, y que es realmente significativo mencionar, es la del neo-

pentecostalismo centroamericano y la teología de la prosperidad. Por carecer de

barreras de contención teológicas, estas y otras corrientes han logrado minar

significativamente su discurso y creencias, y probablemente la única forma de

detectar esta influencia y detenerla sea precisamente que retorne a ser un

cristianismo pentecostal.

Page 29: La cautividad pentecostal del cristianismo pentecostal

No obstante, aún hay otra interrogante: ¿qué queda de pentecostalismo en el mero

pentecostalismo? Como alguien que creció, vivió y que fue activo en el ambiente

pentecostal, me concierne esta pregunta. En los años que duró mi participación, ya

ni siquiera importaba tanto la experiencia pentecostal. El predicar sobre ella,

desearla, era algo que quedaba restringido solamente a grupos particulares de

personas. Si se hiciera una encuesta preguntando con precisión cuántos

pentecostales son bautizados por el Espíritu Santo –considerando lo que el

pentecostalismo entiende por tal concepto- probablemente nos encontraremos con

la sorpresa de que son menos de los que se piensa[xxvii]. Así, pues, esta es otra

cuestión con la que los pentecostales tienen que lidiar. No sea que solo queden los

templos, la formalidad del acusado legalismo, y aun el espiritusantismo corra

riesgo de perderse. Quizá esto sirva como entrada para preguntarse en otra ocasión

por las razones que motivan a muchos pentecostales a buscar otro tipo de iglesia.

La cuestión sobre qué es la identidad pentecostal es algo que está lejos de

contestarse satisfactoriamente, aun.

El pentecostalismo, al igual que los avivamientos que lo precedieron, está imbuido

del intento de regresar a la iglesia primitiva. Vio la falta de fervor de otras iglesias,

la falta de deseo por predicar, o puesto en fácil: quiso recobrar el kerigma de los

primeros cristianos. Pero también, y quizá sin notarlo, adquirió otra cualidad de la

iglesia primitiva: la falta de orden doctrinal. Todo el Segundo Testamento es un

Page 30: La cautividad pentecostal del cristianismo pentecostal

testimonio de las intensas luchas doctrinales de aquellos días y, por extraño que

suene, son esas mismas antiguas disputas las que se pueden observar en el

moderno movimiento pentecostal. Ayer contendiendo por la divinidad de Cristo

frente a los nuevos sabelianos, hoy contendiendo con un concepto de guerra

espiritual en que pareciera que Satanás está al mismo nivel de Dios y que un

dualista gnóstico entendería mejor que cualquier cristiano. Podría decirse mucho

más. Pero seamos optimistas. Si cada vez los pentecostales toman más conciencia

de la necesidad de una sana teología, quizá sea este el siglo en el que el

pentecostalismo clásico pueda ver una nueva luz. A diferencia de la iglesia

primitiva, no necesita “ordenarse”, solo necesita volver a su propia raíz y, junto

con ello, quizá pueda mantener o recobrar su kerygma sin contaminarse –o

descontaminándose ya- de sus nexos con el Imperio, o el poder político en los

distintos países, que tanto daño le ha hecho. Quizá este podría ser el siglo en que

deje de ser mero pentecostalismo y vuelva a ser lo que fue en sus inicios: un

cristianismo pentecostal.

[i] Esta formulación sigue a aquella elaborada por Kierkegaard: “La cristiandad ha

abolido el cristianismo sin siquiera darse cuenta; la consecuencia es, si ha de

hacerse algo, que se debe intentar nuevamente introducir el cristianismo en la

cristiandad” (60). En Ejercitación del cristianismo, Madrid, Trotta, 2009.

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[ii] El teólogo José Miguez Bonino ya afirmaba: “Todas las historias del

pentecostalismo latinoamericano comienzan con el “despertar” asociado con el

nombre del misionero Willis C. Hoover, la Iglesia Metodista y la ciudad de

Valparaíso” (58). En Rostros del protestantismo latinoamericano. Buenos Aires,

Casa Creación 1995. Por ello mismo es que en este ensayo le prestaremos especial

atención a Hoover.

[iii] Término que se usa al interior de las comunidades pentecostales para designar

la justificación bíblica que se hace de ciertas costumbres, especialmente relativas a

la apariencia personal como el no usar aros, no tatuarse, vestir formalmente, el uso

de la falda larga en caso de las mujeres, y otras.

[iv] Bonino, Op. Cit. 64-65. Me parece que en esta descripción teológica, Bonino

sigue a Donald Dayton (pronto hablaremos de él).

[v] “La babaza de la antigua serpiente”, En Willis Hoover. Historia del

Avivamiento Pentecostal en Chile.  110

[vi] Op. Cit. 109-110

[vii] Op. Cit. 107

[viii] Información disponible en: Snow, F. Historiografía de la Iglesia Metodista

de Chile 1878-1918. Concepción, Ediciones Metodistas, 1999.

[ix] Hoover W. Historia del Avivamiento Pentecostal en Chile, p. 73. Edición a

cargo de la Comunidad Teológica Evangélica de Chile, ejemplar sin año.

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[x] Op. Cit. 39

[xi] Op. Cit. 78

[xii] Op. Cit. 92

[xiii] “el amor cristiano”, p. 103. En Willis Hoover. Hist….

[xiv] En: Los caminos de la juventud hoy, la nueva super-espiritualidad. Ediciones

Evangélicas Europeas, Barcelona, 1972.

[xv] Hist… p. 14

[xvi] Hist… p. 13

[xvii] Me refiero al capítulo “Textual Management: Pandita Ramabai and her

Bible”. En R. S. Sugirtharajah. The Bible and the Third World. Precolonial,

Colonial and Postcolonial Encounters. Cambridge, Cambridge University Press,

2001.

[xviii] Op. Cit 99

[xix] Op. Cit. 100

[xx] Op. Cit. 103 “I have no doubt that Jesus is raised by God from the dead; but I

doubt the resurrection of his earthly body”. Traducción en el cuerpo del texto es

nuestra.

[xxi] Op. Cit. 104. “Like most Indian Christian converts of an earlier generation,

what ultimately mattered to her was the personal experience of Christ, and biblical

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texts increasingly occupied a secondary place”. Traducción en el cuerpo del texto

es nuestra.

[xxii] Hist… p. 15

[xxiii] Dayton, D. Raíces teológicas del pentecostalismo. Grand Rapids, Desafio,

2008.

[xxiv] Hist… p. 13

[xxv] Sobre esto, es interesante notar la opinión de Raimundo Valenzuela, en

perspectiva metodista: “En mirada retrospectiva, este autor, en desacuerdo con su

abuelo y su padre, presentes como pastores en la Conferencia Anual de 1910,

considera que en 1909 y 1910 la Iglesia Metodista cometió un gran error, y perdió

una gran oportunidad de crecimiento al rechazar como lo hizo, lo que era una

comunicación más eficaz con la forma de ser de la mayoría de los chilenos,

especialmente el sector más pobre”. En Valenzuela, R. Breve Historia de la Iglesia

Metodista de Chile 1878-1968.Santiago, Ediciones Metodistas, 2000.

[xxvi] Conviene visitar su obra: Smith, J. Thinking in tongues. Pentecostal

contributions to Christian theology. Grand Rapids, Eerdmans Publishing, 2010

[xxvii] Sobre este asunto, invito a leer una breve columna que preparé en otra

ocasión.http://www.redevangelica.cl/sobrevivira-el-pentecostalismo-clasico/