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LAS BARAJAS DEL DESTINO
Un cuento de fin de año
Mariu Moreno
Cada día el palacio del Destino es visitado por alguien nuevo que intenta desafiar al amo
del tiempo.
En cada ocasión, a la vez aburrido por la monotonía y animado por la ironía, el
Destino da a elegir a cada persona un naipe entre las Barajas del Tiempo.
Reiteradamente, con tono grave y serio, la gente observa cada una;
Gozo, Paz, Angustia, Sufrimiento,
y sin dudar un instante, llevan un naipe de la baraja de Gozo.
Algunos eligen Paz, pero nunca hubo alguien que escogiera el naipe de Angustia o
Sufrimiento.
No obstante, el naipe de Gozo o Paz sólo permanece unas escasas horas luego de salir del palacio, ya que las personas sólo piensan en que la baraja no cambie, y al
hacerlo, se angustian.
Al dar las doce de la noche de ese día, cada naipe cambia a Angustia.
En ese mismo instante les invade una profunda congoja que oprime sus pechos
como retirándoles el aire para respirar.
A partir de ese día,
cada noche esperan que se hagan las doce para observar si el naipe cambia de baraja,
pero eso nunca ocurre,
por más intentos que realicen de organizar fiestas o viajes que les traigan la alegría.
La Angustia no sólo no se va, sino que para el final de los días, sólo queda el Sufrimiento.
Una vez, un anciano, harto de tanta Angustia y Sufrimiento, decidió regresar al palacio del
Destino para regresarle el naipe.
Muy bien, le había dicho el Destino, divertido por el inútil esfuerzo del viejo que había
consumido su vida buscando la felicidad.
El hombre se sentía muy desdichado y ya no podía soportar una noche más observando al despótico naipe que controlaba su vida.
Esa noche,
al recostarse en su cama con su esposa,
sintió un profundo alivio al no tener el naipe.
Una sonrisa se dibujó en su rostro
y pudo sentir, luego de muchos años, Paz.
El día que continuó a esa noche transcurrió apaciblemente,
él mostraba un humor inmejorable, ante la sorpresa de sus familiares, que lo conocían
como un viejo amargado y triste.
En su pecho crecía un bosque de pinos
en cuya sombra descansaba su corazón agitado.
Los días de Paz continuaron, alternándose con Gozo sin que el anciano supiera qué le
aguardaba el día siguiente.
Intentaba no pensar en el tiempo perdido sin quitar un ojo del naipe cada noche cuando
se hacían las doce,
porque en el momento en el que lo hacía, sentía cómo la tan conocida Angustia
comenzaba a asomarse por los rincones.
Sintiéndose completamente feliz,
regresó una vez más al palacio para agradecerle al Destino
por haberle aceptado el naipe.
El destino le dijo:
Soy como un río que fluye,
nunca soy el mismo,
nunca puedes contenerme,
nunca puedes predecirme,
me construyo a cada instante.
En el momento en el que deseas dominarme,
me estanco, no avanzo,
me detengo donde menos deseas que lo haga.
Eso ocurrió cuando tenías el naipe.
Deseabas tanto salir de tu Angustia
que era imposible que lo hicieras.
Sólo cuando te resignaste a controlar tu destino, éste comenzó a fluir.
Tardaste, pero fuiste humilde y sabio.
Hay quienes lo descubren inmediatamente, hay quienes no lo hacen nunca.
Tú abandonaste el mando de tu destino y comenzaste a ser feliz.
El anciano vivió muchos años más y tuvo la oportunidad de enseñar a sus nietos y
bisnietos su experiencia.
Para que en la Angustia y el Sufrimiento, sólo dejen fluir el tiempo sin presiones, como un río que pasa por unas rocas y se embrolla,
para luego calmarse.
Y para que en momentos de Gozo y Paz, disfruten cada instante, porque no se
sostendrán mucho tiempo más, ya que nunca los caminos del río del destino son llanos.
Les enseñó que el destino no es inmutable, no es el verdugo del tiempo que azota con su
dictamen inexpugnable.
El destino es cada gota que se mueve hacia el mar o que se instala en un remolino para
siempre.
El destino es danzar al ritmo de la vida, sabiendo que sólo poseemos un naipe para
jugar cada día.
Mi deseo en estas fiestas
es que podamos fluir
cada uno y todos juntos,
con nuestros ríos calmos y revueltos,
como venas convulsionadas
hacia un Gran Universo de Paz
en el que somos uno.
Mariu
26 de diciembre de 2010