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Los símbolos y el mandil

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Simple analisis sobre simbología

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Page 1: Los símbolos y el mandil

Los Símbolos y el Mandíl.

“Estimo que la verdad que un hombre ha descubierto, o la luz que ha

proyectado sobre algún punto oscuro, un día puede impresionar a otro ser pensante,

conmoverlo, alegrarlo y consolarlo: es a él a quién hablamos como nos han hablado

otros espíritus semejantes y nos han consolado también en este desierto de la vida”

Arthur Schopenhauer.

Símbolos y ritos.

Etimológicamente esta palabra deriva del latín simbolum y del griego symbolon,

y tiene el sentido de designar alguna cosa, objeto, imagen, figura, insignia, distintivo,

divisa, etc.

También puede ser la representación gráfica de una idea, del tipo cultural,

religioso, filosófico o de cualquier índole y que normalmente tiene una significación

convencional y arcana. Tiende a ser la manifestación de una idea profunda, expresada

en un lenguaje “oculto” en el nivel sensible, siendo de alguna forma apto para la

comprensión de su mensaje. Puede decirse que el símbolo es una imagen compuesta de

varios elementos en la cual el modo en que el todo se representa es mucho más que la

suma de las partes.

En un sentido amplio, toda manifestación, toda creación es de carácter

simbólico, como cada gesto es un rito, sea esto o no evidente, pues constituye una señal

significativa.

El uso del simbolismo es necesariamente una forma de introspección a través de

la asociación libre estableciendo una relación entre la historia individual y colectiva, y

fundamentalmente con las leyes que rigen todas las cosas.

Por otra parte, la vía simbólica puede liberarnos de los prejuicios únicamente si

no se transforma en un dogma más, es decir, una fórmula memorizada para cumplir con

un determinado retejamiento. Para el profano, el lenguaje simbólico mal comprendido, o

estudiado sin método y orden puede ser únicamente un conjunto embrollado de signos y

analogías confusas. Pero para el Francmasón esos mismos símbolos están cargados de

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significados y de valores; representando un medio práctico para internalizar ideas,

causando una fuerte impresión en la conciencia, que probablemente no sea percibida en

el momento que se recibe; pero queda grabada en los archivos de la memoria (en el

subconsciente para Jung, en el supraconsciente para Guénon) y es traído a la

consciencia objetiva en el momento en que el iniciado esté listo para interpretarlo.

Tengamos en cuenta que el símbolo no expresa ni explica, pero sirve de soporte para

elevarse, mediante la meditación, al conocimiento de las verdades metafísicas. Muchas

veces resultan ambiguos, velando y revelando la realidad y su carácter polisémico

permite interpretarlo en distintos planos u órdenes de la realidad. Los diversos sentidos

del símbolo no se excluyen, cada uno es válido en su orden y todos se completan y

corroboran, integrándose en la armonía de la síntesis total. Tomemos en cuenta que la

pluralidad intrínseca en los símbolos, se basa en la ley de correspondencia o analogía; y

necesariamente esta es la forma en que la mente humana conciente realiza su

aprendizaje. Cada nuevo conocimiento que incorporamos establece necesariamente una

analogía con algún “símbolo” o “idea fuerza” guardado en el archivo de nuestra

memoria; y estableciendo estos vínculos se comprende e internaliza la nueva

información recibida. Sin duda, el proceso de aprendizaje y razonamiento de la mente

humana excede ampliamente el alcance del presente trabajo, y nuestras posibilidades de

explicarlo.

El símbolo nos abre las puertas de la percepción que explora las relaciones

existentes entre los deseos, las ideas, la imaginación y la razón; entre la mente que

generaliza y la mente que divide. El símbolo nombra las cosas, es uno con ellas, no las

interpreta ni las define. Sostiene Aristóteles que en este plano las formas nunca se

presentan puras. Son como figuras geométricas que reproducen la naturaleza, pero no

son la naturaleza misma. Son objetos ideales (símbolos) que sirven para comprender

objetos reales, pues estos no pueden interpretarse por nosotros en su verdadera esencia.

En la naturaleza no hay, en verdad, puntos, ni rectas, ni círculos; sino cosas que se

aproximan al punto, a la línea recta y al círculo. Desde el principio (in illo tempore) esta

situación ha sido manifiesta para los grandes pensadores de la humanidad, y es por esto

que recurrieron al lenguaje simbólico para representar esos objetos reales que la

naturaleza se esforzaba en velar.

El simbolismo matemático ha sido empleado desde muy antiguo; y comparable a

el, es el simbolismo masónico; ya que conviene a todos los espíritus, incluso a los más

racionales. Lejos de estar superado, encuentra una justificación nueva en los progresos

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de la psicología y de la sociología modernas, que muestran cuanta necesidad tiene el

espíritu humano de los símbolos para comprender la realidad.

A grandes rasgos, podemos enunciar dos grandes categorías, los símbolos

figurados o visuales, y también símbolos sonoros; que en la tradición hindú se conocen

como yantras y mantras. En el curso de las edades se observa una predominancia

alternada de unos sobre otros, sin que esto signifique una separación absoluta, ya que

se han producido múltiples adaptaciones según la forma tradicional que prevalezca. Los

símbolos visuales se corresponden con las tradiciones de los pueblos sedentarios y los

vocales con las de los pueblos nómadas.

El símbolo visual, una vez que ha sido trazado, permanece o puede permanecer

en ese estado (podemos llamarlo gesto fijado), en cambio el símbolo sonoro solo se

manifiesta momentáneamente en el cumplimiento de un rito.

A grandes rasgos apreciamos que estas dos grandes categorías de símbolos,

visuales y sonoros, como gesto y sonido fijados, dieron como resultado, en el curso de

las edades el legado mas trascendente de la humanidad, la escritura.

En ella vemos una correspondencia esencial establecida entre los símbolos

visuales y sonoros; ya que la escritura misma representa una verdadera fijación del

sonido. Toda escritura es una figuración mas o menos simbólica y todo lenguaje oral o

escrito es un verdadero conjunto de símbolos; lo cual nos lleva a enunciar, que la

palabra, cualquiera que esta sea, no podría ser mas que un símbolo de la idea que está

destinada a expresar.

Todos aquellos elementos que forman parte de nuestra cadena simbólica

(imágenes, objetos, gestos, vestimenta, etc.) comunican al iniciado ideas que

necesitarían extensas descripciones si las transmitiéramos por medio de la palabra.

Dinamizándose a la luz de sus diversas interpretaciones o cuando son internalizados

conscientemente por quien los percibe. Todo esto nos lleva a enunciar, sin temor a errar

demasiado, que en la medida que nuestro conocimiento previo posea mayor cantidad de

definiciones que nuestra percepción pueda aplicar a la aprehensión, es decir a la

internalización del símbolo; mayor será nuestra capacidad de comprensión. Este

conocimiento previo que traemos a una situación de aprendizaje, influye sobre como y

cuanto se comprende, se aprende y se retiene. Esta aseveración podría llevarnos a inferir

que sin ese “conocimiento previo” el sujeto humano no estaría capacitado para asimilar

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este tipo de enseñanza. Pero he aquí que la sabiduría ancestral, transmitida por la

tradición primordial y reflejada en el simbolismo y ritual de nuestra orden, resuelve

este aparente conflicto; pues la esencia misma del ritual es la teatralización de una

enseñanza arcana, mito o leyenda, y su permanente reiteración. El ritual ha sido

consagrado para sus fines específicos en el origen (ab origine) y nos remite a prototipos

míticos. De tal forma, el rito no transcurre en el tiempo profano, en cierta forma no

transcurre en el tiempo; sino en el mismo momento en que fue ejecutado por primera

vez, en el origen; es el eterno retorno al momento primordial; dicho de otra forma,

transcurre en un tiempo sagrado.

La reiteración del ritual, suple, reemplaza y genera ese conocimiento previo al

que hacíamos alusión, puesto que cada vez iremos agregando interpretaciones más

elevadas y más amplias que irán desplazando nuestras limitadas y antiguas

percepciones. Y esto no responde a ningún proceso ni místico, ni mucho menos mágico;

muy lejos está la vía iniciática de recurrir a ellos. Simplemente es consecuencia de una

ley inmutable; la ley de evolución.

Este proceso de aprendizaje es esencialmente activo, porque cuando

aprendemos, realizamos un conjunto de operaciones y de procedimientos mentales que

nos permiten procesar la información que estamos recibiendo, y es constructivo, porque

estos procesos que llevamos a cabo nos permiten construir significado que va a

depender de la interacción entre la información que tenemos almacenada en nuestra

memoria y la nueva que recibimos. Siendo un proceso acumulativo donde la

información previa y la que recibimos, se va organizando en nuestras estructuras

cognoscitivas o esquemas, de forma que estas se van enriqueciendo y estructurando

hasta llegar a los niveles de afinamiento que son característicos de los sujetos expertos o

iniciados.

Al decir de los Siete Maestros Masones (1992).

Se nos ha enseñado que todo lo que se manifiesta en el

cielo y en la tierra son símbolos diseñados por el Arquitecto

para que conozcamos sus planos y sus leyes y nos

identifiquemos con su armonía. Se dice que el Cosmos entero es

el símbolo de un ser invisible que en él se oculta; y que nuestros

templos, construidos de acuerdo al modelo del Universo, nos

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permiten conocerlo e identificarnos con él. También se nos

muestra que el hombre es un templo; un pequeño universo que

contiene dentro de sí todas las posibilidades del Ser; un

microcosmos creado a imagen y semejanza del macrocosmos, y

que como éste es el símbolo del espíritu invisible que está en

todo y que no es otra cosa que la esencia y la suprema

identidad. Existe por lo tanto una clara relación analógica

Hombre-Templo-Universo, y es por eso que conociendo la

significación de nuestras logias, realizando en forma perfecta

nuestros ritos de tal manera que vivifiquemos los mitos y los

arquetipos visibles en la figura solar del Venerable Maestro y en

el simbolismo planetario de los dignatarios, y tratando de

interpretar los misterios y secretos de la cosmogonía, estaremos

practicando el arte supremo de conocernos a nosotros mismos;

el Arte Real que nos permitirá sumarnos a la Gran Obra y

realizar la construcción interna y externa que permitirá el

restablecimiento de la unidad, la paz y la armonía.

Partiendo de la clasificación general planteada anteriormente podemos enunciar

que los símbolos visuales (gestuales o gráficos) y los sonoros o vocales, constituyen

conjuntamente la esencia del ritual.

La razón de esta categorización tiene relación con la ciencia cualitativa numérica

que vehicula la manifestación de la armonía interior del iniciado. Representado, en el

grado de aprendiz por el símbolo pitagórico de la tetraktys (\). Recordemos que la

unidad pitagórica se simboliza en Apolo, dios de la música (etimológicamente: toda

actividad humana inspirada por las Musas), de la poesía y de la medicina. Siendo que el

número y la geometría son bases primordiales de estas tres disciplinas; así el dios es el

geómetra por excelencia y el representante de la Armonía Universal; del mismo modo

que para nosotros lo es el G\A\D\U\, y no es casualidad que los masones nos

reconozcamos P\L\N\Q\N\S\C\

En la primera categoría encontramos los relacionados con la geometría, que

derivan del oficio de constructor. El cuadro de grado, es la síntesis que reúne una serie

de elementos de carácter sagrado, cuya finalidad es servir al iniciado para la

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contemplación y reflexión, generando en él una visión y un conocimiento de su propia

realidad interior por medio de la relación con el mundo. Dentro del mismo podemos

apreciar las herramientas propias del grado, estas son el mazo y el cincel, el nivel y la

plomada, la regla de 24 pulgadas, el compás y la escuadra; el Delta luminoso, la escala

de Jacob, el pentalfa, el sol y la luna coronada por siete estrellas, la piedra bruta y la

piedra cúbica, así como el pavimento de mosaico y las tres columnas visibles, sabiduría,

fuerza y belleza. En algunos cuadros puede verse también el frontispicio del templo con

sus columnas J\ y B\.

Los símbolos sonoros y vocales están compuestos fundamentalmente por las

palabras sagradas y las palabras de paso, y además por las leyendas iniciáticas. Las

primeras se relacionan con la "búsqueda de la Palabra perdida", que constituye la

armonía del ser en la unidad trascendental, el Verbo creador de los orígenes, con lo cual

su articulación sonora tiene una finalidad similar a la de los mantras. En tanto, las

segundas, se refieren más bien a una interioridad hermética que es develada y permite la

apertura de un espacio y tiempo interior sagrado y cualitativo, vinculado al principio

valorativo de los números y de la ciencia de los nombres. Finalmente, las leyendas son

modelos para el iniciado que permiten la constitución de una identidad y una

actualización de la memoria colectiva.

Ahora bien, su conjunción, el rito o ritual constituye una serie de gestos y

posturas corporales que 'fijan' en el plano psicosomático del ser la energía-fuerza que

precisamente el símbolo geométrico vehicula, es decir, el significado pleno del

simbolismo se alcanza a través de la internalización y seguimiento del ritual, como

señalábamos anteriormente. Decíamos también que esta es una vía activa, por lo tanto

no es una mera acción especulativa, sino que ésta debe hacerse operativa en nuestra vida

cotidiana.

El rito se adentra en las profundidades del tiempo y del espacio: trabajamos

desde el mediodía (cénit solar) hasta la medianoche (cénit polar), siguiendo la dirección

de los cuatro puntos cardinales, los cuales simbolizan diversos grados de perfección,

según sea el alcance de la luz obtenidos (de Oriente a Occidente y de Mediodía a

Septentrión). Estas leyes que unen macrocosmos y microcosmos dan cuenta de la

estructura a la vez circular y cruciforme representada en el Taller.

El rito y el símbolo son ambos elementos esenciales de toda iniciación, ligados

estrechamente por su naturaleza misma. En efecto, todo rito conlleva necesariamente un

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sentido simbólico e inversamente, todo símbolo produce un efecto rigurosamente

comparable a los de los ritos mismos, para quien lo medita con las aptitudes y

disposiciones requeridas; y entiéndase bien, como base esencial, debe mediar una

transmisión iniciática regular; sin ella los ritos sólo serían un vano simulacro.

Nos es menester destacar un caso particular donde el símbolo visual y el sonoro

tienen una concepción similar. Es el caso de los símbolos gráficos que no son trazados

en forma permanente; y que se emplean sólo dentro del ritual iniciático; e incluso

religioso. Son aquellos que no forman más que uno con el gesto ritual mismo.

Es el caso de los signos y toques de reconocimiento; siendo otro típico ejemplo,

bien conocido por todos, el signo de la cruz; que cumplía esa función de

reconocimiento, en los primeros tiempos del cristianismo.

Muchas figuras simbólicas trazadas en el curso de un rito son borradas o

desarticuladas inmediatamente después de su cumplimiento. Mencionaremos sólo dos

casos, entre los muchos que se presentan: en la iniciación, al consagrarse a un

recipiendario e inmediatamente antes de que este reciba la Luz Masónica., las tres luces

del taller elevan sus espadas formando una bóveda, y el V:.M:. ejecuta la batería de

grado con su Mallete sobre la espada flamígera, dando por admitido al neófito.

Antaño, en la Masonería operativa, era trazado sobre el suelo el “tablero de

logia” que al finalizar el ritual se borraba. Práctica que suele atribuirse a una precaución

tomada contra la curiosidad profana, explicación demasiado simplista y superficial, “es

menester ver en ella sobre todo una consecuencia del lazo mismo que une íntimamente

el símbolo y el rito, de tal suerte que el símbolo no tendría ninguna razón de subsistir

visiblemente fuera del rito”.

Ha quedado demostrado a través del tiempo, como lo observamos en las diversas

corrientes iniciáticas y órdenes monásticas, que la indumentaria utilizada durante el

ritual, no es precisamente un tema menor. Una tradicional forma de colocar al iniciado

en sintonía con el proceso de introspección que hemos de realizar consiste en la

preparación del cuerpo, la mente y el espíritu; para la representación de los aspectos

esotéricos de la Tradición; esto es la acción misma de la investidura, es decir, el mudar

los ropajes con la finalidad de prepararse para el inicio del ritual sagrado. Esto forma

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parte de nuestro lenguaje simbólico, siendo un todo integral con nuestros signos,

palabras y tocamientos.

Este mudar de ropajes, es en última instancia, el deshacerse de la máscara

profana para adentrarse en la interioridad de la geometría sagrada.

Todas estas argumentaciones desarrolladas hasta aquí, sin duda dan lugar a muy

extensos análisis; pero de momento nos vamos a detener en la indumentaria ad hoc que

utilizamos en nuestro ritual.

El Mandíl.

Durante la iniciación por la que todos hemos pasado, simbólica de un segundo

nacimiento, nos ha sido entregada esta parte esencial de nuestra investidura. Nuestro

ritual de grado reza lo siguiente: “Este Mandil que ciño a tu cintura es el símbolo del

trabajo, y con él se han honrado los hombres más eminentes en todas las ramas del saber

humano. Hónrate también con él, y tráelo puesto siempre que vengas a los trabajos y

mientras seas aprendiz lo has de llevar con la babeta levantada”.

Así como los guantes y la joya, es una parte esencial de la investidura masónica,

constituyendo una herencia de los masones operativos medievales, y un símbolo que

nos invita y consagra íntegramente al trabajo. Como recuerda un lema de las antiguas

corporaciones de canteros: ora et labora. Orar y trabajar. Debe entenderse “orar” en el

sentido de la elevación espiritual, surgida de nuestras más caras aspiraciones e ideales

de perfección, y, en nuestro modesto entender, no se trata de la repetición de ningún tipo

de frases de catecismo, sino de la meditación sincera que nace desde nuestro corazón

(símbolo del eje del mundo); sin voz y sin sonido, siendo la manifestación de nuestras

almas puras, que elevándose a planos insondables, se quedarán mínimas y atónitas ante

el misterio sagrado, en el pórtico de la creación infinita. Esta doble labor de orar y

trabajar, la realiza el iniciado en su Labora Oratorio, es decir en su Laboratorio, que es a

su vez, su ser interno y todo el mundo manifestado.

Este trabajo no es otra cosa, que el de la Gran Obra, y es esencialmente la

cooperación consciente con la obra del G\A\D\U\.

Con todo, hay que tener plena conciencia de que el mandil no es sólo un

uniforme. Relegarlo a esta categoría implica ir dejando de lado toda la riqueza del

simbolismo que nos entrega la Orden.

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El mandil nos reúne en torno de principios, participación, unión y trabajo, no

de banalidades, oropeles y búsqueda de reconocimiento. Esta parte de la vestimenta de

trabajo cubre la parte delantera del cuerpo, principio activo, masculino, anudado o

cerrado en la parte posterior, pasiva, que corresponde a lo receptivo, equilibrados en el

centro de la energía, representado por el masón mismo. Esta tradición procede de

antiguos orígenes, de las más variadas culturas y religiones, en las cuales se entendía

que esta zona del cuerpo correspondía al alojamiento de los instintos animales, por lo

cual debe cubrirse en virtud del desbastamiento espiritual.

Tradicionalmente confeccionado en piel de cordero, por ende de color blanco,

ambos símbolos de la inocencia y la pureza.

Nos permitimos tomar textualmente una reflexión al respecto: "La piel es, en

hebreo, lo 'aún sin luz'; constituye la experiencia de las tinieblas que prepara y precede a

la luz".

El A\M\ realiza el camino desde las tinieblas en que se encuentra hacia la luz

del conocimiento metafísico. Esto también se vincula con la forma del mandil,

compuesta de un cuadrado y de un triángulo. Originalmente el cuadrado cubría parte de

las piernas y del abdomen —los instintos— y la triangular, la región torácica —las

pasiones y emociones—, zonas que el A\ deberá ir puliendo a medida que avanza su

trabajo de desbastado interno.

El cuadrado representa el cuerpo (tierra, materia y esencia), uniendo estos tres

significados tenemos presente en el mandil la representación del hombre en alma,

espíritu y cuerpo. El triángulo, a su vez, constituye el alma masónica y, el espíritu, es

decir, al propio masón.

Entre los significados que se atribuyen al triángulo que compone el mandil de 1er

grado, señalamos sólo algunos, a modo de camino de reflexión: Inteligencia, espíritu e

instinto humano; (controlar) carácter, lengua y conducta; (estimar) rectitud, valor y

gratitud; (meditar) vida, muerte y eternidad; (evitar) pereza, barbarie e ignorancia;

(admirar) voluntad, dignidad y lealtad; (adoptar) libertad, igualdad y fraternidad;

sabiduría, fuerza y belleza; salud, fuerza y unión.

El conocimiento profundo del mandil, ayudará al Masón en su formación

espiritual, dando lugar a un estudio más profundo del simbolismo.

Recordemos también, que es el primer presente que recibimos al

iniciarnos, es el primer símbolo sobre el que recibimos una explicación y la primera

certeza palpable para el iniciado de que ha sido admitido en nuestra augusta orden. Por

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grandes que sean nuestros avances en los estudios de los sagrados misterios, jamás

debemos relegar al mandil a un plano secundario; podremos cambiarle sus ornamentos,

pero siempre conservará ese honroso título, que se le dio a conocer al Masón en la

noche de su iniciación.

Hemos encontrado algunas referencias interesantes, provenientes de otros

Orientes, (Logia Itaca nro. 130, Valles Vascos):

"Recibid este mandil, distintivo del Masón, y más honroso que todas las

condecoraciones humanas, porque simboliza el trabajo. Única fuente de salud, del saber,

de la virtud y de la riqueza. Os da derecho a sentaros entre nosotros, y sin él nunca

deberéis de estar en logia”

"Por la piel del cordero os recordamos la pureza de la vida y la rectitud de

vuestra conducta, que son tan esencialmente necesarias para poder ser admitido en la

logia celestial superior, donde el Supremo Arquitecto del Universo preside toda la

eternidad".

“Entonces el verdadero mandil del Masón debe ser de piel de cordero de 14" a 16" de

ancho, con 12" o 14" de alto, con babeta de 3" o 4" de alto. Cuadrado y sin adornos de

ningún tipo. Aquellos adornados con lentejuelas, son una innovación de nuestros

hermanos franceses, los cuales no se contentan con la simplicidad y la sencillez, lo cual

los ha llevado a decorar profusamente sus mandiles, contagiando al resto del universo

masónico, y desvirtuando así uno de los símbolos más fuertes de la Masonería. Ha sido

para algunos motivo de tanto orgullo el hecho de portar el mandil, que los hermanos de

las logias de Inglaterra se refieren a él como: "La condecoración más alta, más antigua

que el Toisón de Oro o Águila Romana, y más honorable que la Estrella o la Jarretera.”

“Desde el principio de las civilizaciones, muchos pueblos usaron el mandil como

símbolo místico. En Persia, los Mithas investían al candidato a ser iniciado con un

mandil blanco. Entre los israelitas, por ejemplo, se encuentra el cíngulo o ceñidor

formando parte de la vestidura del sacerdocio. En las iniciaciones Brahamanicas

practicadas en el Indostán se usa una especie de faja sagrada denominada Zennar. La

secta judía de los Esenios vestía a sus novicios con un manto blanco. Tal reminiscencia

surge en la voz del poeta Alfonso Sierra Madrigal, al referirse a Jesús el adepto como:

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"El blondo esenio de blanca vestidura". Kaempfer refiere que los japoneses practican

ciertos ritos de iniciación revistiendo a sus candidatos con un mandil blanco, sujeto

alrededor del cuerpo. Esta costumbre proviene de la creencia antigua multireligiosa y

extendida, de que el asiento de los instintos animales es la región hipogástrica, y por lo

tanto, debe cubrirse y protegerse en pos del pulimento espiritual.”

Por último, nos llamó mucho la atención la explicación sobre el simbolismo

implícito en el mandil que nos da la R:.L:. Pitágoras nro. 28 de la Gran Logia de

Colombia.

Tomado textualmente:

“El mandil es una réplica de la posición del Sol en los solsticios de verano e

invierno, días de la fraternidad masónica. Los masones festejan los días de Juan el

Bautista y Juan el Evangelista. “

“En la figura 20 se muestra la posición del Sol estos dos días del año, los rayos

caen perpendicularmente sobre los trópicos de cáncer y capricornio. El primero

corresponde al dios Ra de los egipcios, el Sol que no produce sombra al medio día

cuando se inician los trabajos. Mediante la construcción geométrica se llega a los

ángulos y dimensiones proporcionales a este evento admirado por todas las

civilizaciones antiguas. La figura 21 es el diseño del mandil de la Resp\ Log\

Pitágoras Nº 28.”

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Figura 20: Solsticio de verano e invierno.

Figura 21: Mandil de la Resp\Log\Pitágoras Nº 28

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Fuentes:

- René Guénon: Apercepciones sobre la iniciación

- Mircea Eliade: El mito del eterno retorno.

- Q:.H:. Manuel Eduardo Contreras Seitz: El símbolo (R:.L:. “Reflexión”

Nro. 113 Gran Logia de Chile)

- G:.L:. de la Argentina de L:.y A:.M:. Ritual del Aprendiz masón.

- R:.L:. Itaca Nº130 Valles - Vascos: Simbolismo del mandil.

- R:.L:. Pitágoras nro. 28 Gran Logia de Colombia: Símbolo Pitagórico.