12
LOST IN ROTTERDAM By Aelfrich Sparemberg

Lost in rotterdam

Embed Size (px)

Citation preview

LOST IN ROTTERDAM

By

Aelfrich Sparemberg

GESTRAND

Me encuentro varado en una interminable playa de arena muy

fina y blanca. Siento las caricias de las cálidas aguas de este mar

azotándome en la popa de sol a sol.

Con la oscuridad, alguna vieja gaviota busca refugio en mi

bodega, y algunos intrépidos cangrejos se alían para subir a

bordo escalando la cadena del ancla que se encuentra hundida en

la arena.

Al amanecer, el sol estrella sus rayos contra mi cubierta y, hace

que mis óxidos brillen y refuljan los descarnados hierros de mis

amuras de estribor y babor.

Cada jornada en el mar, es una repetición de la anterior, como las

simétricas olas de este mar, que siempre tienen la misma

cadencia y altura.

Paso las horas sintiendo como el abrumador calor del día, va

resquebrajando mi armadura y, la humedad de la noche,

desollando mis gruesos tornillos y clavijas, con el ritmo

imponente de la naturaleza.

Echo de menos la gran estela que dejaba tras de mí, con la

maquinaria a pleno pulmón, a toda marcha.

STERKE KETENS

Un amanecer, antes que el sol lanzase de nuevo sus hirientes

rayos de nuevo, mientras los cangrejos descendían para hurgar y

hundirse en la arena hasta el atardecer, que salen a capturar su

sustento, y la última gaviota salió de mi bodega, desperezando

sus grandes alas, sentí como me enganchaban unas pesadas

cadenas en la popa.

Suspire ¡por fin! y pensé, como tiren con fuerza de ellas, con toda

certeza que me partiré en dos, la proa se quedará varada en la

arena y la popa dentro del mar, como las barras de pan que

partían los marineros para desayunar en mi cocina.

Al principio, sentí un tirón seco, como el ¡todos a una! que gritaba

el capitán Passer, cuando izaban los botes salvavidas del mar a

cubierta.

Las cadenas abrazaron toda mi manga y eslora con una inusitada

fuerza, y tras el segundo tirón, noté como mi proa se deslizaba

por la arena hacia el mar, y mi popa ya no sentía la arena debajo

de ella.

Volvía a flotar.

¿Dónde me llevaban? El anterior propietario me dejó varado en

esta abrasadora playa, pero conocí historias sobre otros

abandonos en otras playas, donde bandadas de voraces niños

pueden desguazar cualquier barco en menos de siete lunas llenas.

TURKOOIS ZEE

El destino en el mar, no es diferente al de en tierra.

Esta vez una organización dedicada a la preservación del mar y

el gobierno local de dónde quiera que se encuentre esta playa,

acordaron llevarme mar adentro, a una escogida zona, donde

existen algunas especies en peligro de desaparecer y, otras

amenazadas por la aparición de nuevos depredadores.

Hundirme en el fondo del mar, era la sabia decisión que habían

acordado para mí casco.

Mí última misión, sería convertirme en una especie de morada

para las especies más débiles, y mi único temor, era saber si los

rayos de luz del sol, tienen suficiente fuerza para iluminar el

fondo del mar.

No tengo ni idea si el destino se encontrará a gusto, con la

decisión que han tomado para hundirme, esas bondadosas

manos.

LAATSE REIS

En mi última travesía, sentía quejumbroso y lleno de ruidos que

desconocía que pudiese hacerlos, pero feliz, prefiero este final en

el lecho marino, que ir sintiendo como mi acero se va agrietando

y desmigando por el calor.

El sol que me ha escoltado en mis agotadores viajes, agita sus

brazos para acompañarme en mi última travesía.

El mar, al que siempre he tratado con el máximo respeto y amor,

parece que hoy tenga la textura de un delicado terciopelo azul y,

aunque será mi eterno camarada, ha querido que hoy fuese mi

mejor y más placentero día de navegación.

¿Cuánto queda?

GEZONKEN

Las cadenas dejaron de estrujarme, y lo agradecí, siempre me he

mareado un poco navegando hacia atrás, de repente, volvía a

escuchar y sentir pasos sobre mi cubierta.

Eran varios marineros que se apresuraron a soltar las cadenas,

correteando de popa a proa y de estribor a babor, colocando unos

pedacitos de goma por todos lados, que parecían las mismas

gomas que mascan los marineros, cuando se quedaban de guardia

por las noches en el puesto de mando.

Cuando el último marinero saltó de mi cubierta, me abandonaron

al pairo. Me quedé mirando tranquilo y fijamente al horizonte,

intuía que algo debía de sucederme pronto, pero no adivinaba

cuándo.

Escuché pequeñas explosiones de las gomas que me habían

colocado, me hicieron sentir cosquillas.

Las mismas que sentía cuando encendían por las mañanas el

motor.

Era la misma sensación que experimentaba cuando llegaba a un

nuevo puerto, y para atracar, siempre se acercaba un barco

remolcador con unas gomas negras en su proa para empujarme al

sitio asignado para la estiba.

En algunos puertos, cuando la proa del remolcador empezaba a

empujarme, sentía verdaderos ataques de risa, que a veces

hicieron peligrar la carga que transportaba en mis bodegas.

Sin darme cuenta, me encontraba sumergiéndome al fondo del

mar, mientras continuaba viendo los rayos de luz, no sentía al

miedo rondando por mi cubierta.

DUINEN

Al tocar el fondo me partí en dos, afortunadamente en el agua,

las roturas se sienten menos, no duelen como en tierra.

Podía ver aún los nítidos destellos de luz, me quedé más

tranquilo y, a mi alrededor todo era como una playa submarina,

pero con unas dunas mucho más grandes.

Me recordaban a las montañas que se divisan desde algunos

puertos.

Todo se reproduce y todo se parece, como afirmaba el capitán

Passer cuando arribábamos a un nuevo destino.

Cuando desapareció la polvareda de arena que levanté al

partirme, me encontré con una colorida variedad de peces, que

entraban y salían con la velocidad de “a toda máquina”, me

atravesaban tan rápido en sus primeras visitas que apenas podía

distinguir sus colores.

No tardé mucho en ser cobijo de muchos de ellos, mi oxidado

casco recobró vida de nuevo.

Las estrellas de mar y millones de caracolas, decoraban las

paredes de mi interior, y el casco exterior se afelpó por completo

de algas y sargazos.

Ahora presumía de tener rizado el casco, como las crestas de las

olas cuando hace mala mar.

Al cabo de un tiempo, descendieron varios buzos para

explorarme, podía escuchar sus comentarios leyendo sus labios a

través de las gafas de cristal que llevaban apretadas contra sus

rostros.

Pensaban que era sólo un viejo barco de recreo, lástima que el

papel de mi libro de bitácora se deshiciera con el agua salada,

sino hubieran podido comprobar que antes de ser un yate, que

únicamente navegó por las aguas del Mediterráneo, fui un

carguero, antes que me adecentasen como yate, que navegó a las

Américas durante muchos años, transportando la conocida marca

de jabones albacar y, también algarrobas, chocolates y naranjas

en mi barriga.

Los buzos no entenderían nunca el valor de una milla náutica

recorrida en los océanos Atlántico o Pacífico.

Sólo se aventuran hablar de los vientos alisios o cómo preparar

un buen fumé para el arroz caldoso de pescado.

STORMVOGEL

De Zwerver, la vieja taberna en el puerto de Rotterdam, abre sus

puertas cada día a las cinco de la mañana, para servir los

primeros cafés del día, a los tripulantes de todas las banderas del

mundo que atracan en este gigantesco puerto, donde sus colosales

grúas, parecen que pueden izar todo el peso de los diques que se

han levantado en Holanda.

Su especialidad son los arenques crudos con cebolla fresca;

cebollas importadas de la zona de Valencia, una agradable

población situada en la costa este de España, y algunos alcoholes

que también importa el matrimonio que regenta la taberna, para

contentar a su curtida clientela.

Son jornadas de trabajo largo y pesado, en las que el matrimonio

Raad al cargo del negocio, apenas han cambiado la decoración

original de la taberna.

Lo único que han puesto nuevo en la taberna en estos largos

años, ha sido un viejo letrero de madera con el nombre de un

viejo barco.

Stormvogel.

Han ribeteado el letrero con una fina luz de neón rojo, y lo han

colocado en medio de la estantería de las bebidas detrás de la

barra, al lado de una pequeña colección de antiguas botellas de la

ginebra típica holandesa, bols.

La vida es sólo el espacio que ocupamos.