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Prepara d el camino del Señor Cicl o A

Segundo Domingo de Adviento ciclo c

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Preparad

el

camino

del

SeñorCiclo

A

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Todos los años en este segundo domingo de Adviento la Iglesia nos presenta a san Juan Bautista, con su vida y enseñanzas, para mejor prepararnos a la venida de Jesucristo a nuestro corazón.

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La Navidad puede estar vacía si sólo nos preocupamos del aspecto externo. Los mundanos se preocupan del negocio, de las luces, de la diversión…

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Pero nosotros, fieles a Cristo, debemos prepararnos para que los días de navidad sean

días de gracia y de paz. Para ello debemos escuchar al Bautista.

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Para ayudarnos a prepararnos, hoy nos presenta la Iglesia a san Juan Bautista, como la voz que clama en el desierto:

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Preparen los caminos del Señor,

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allanen sus senderos,

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y todos verán la salvación

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Juan Bautista era un hombre sincero; se había preparado en la austeridad del desierto para vivir plenamente la vida de Dios en sí mismo y deseaba que otros vivieran esa misma vida.

Quería ser «la voz que clama en el desierto»,

como había anunciado el profeta

Isaías.

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Hoy el evangelio le presenta externamente un poco estrafalario: muy mal vestido, comiendo saltamontes y miel silvestre, viviendo al aire libre; pero con el fuego santo en el corazón predicando la conversión.

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Mucha gente acudía a él para arrepentirse y bautizarse.

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A la gente sencilla les hablaba con palabras llenas de esperanza en la salvación, que ya estaba para llegar.

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a los fariseos y saduceos que no buscaban el arrepentirse.

Pero hoy le vemos hablando con palabras duras

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Escuchemos, en canto, lo que dice el evangelio de este día.

Mt 3, 1-12

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Juan Bautista se acercaba hasta la gente diciendo:

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Con- ver- tíos,

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Isaías nos ha dicho: “Preparad la senda al Señor”

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clama en el desierto su voz.

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Los hombres de Jerusalén se acercaban al Jordán, donde Juan los bautizaba, para sus culpas quitar.

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Al venir los fariseos, les habló de esta manera: “Raza de víboras sois, frutos dad de penitencia”.

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Y, aunque tengáis ilusiones de que Abraham es el padre, Dios puede hacer de las piedras hijos suyos.

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En el árbol ya está el hacha puesta sobre su raíz; la rama que no dé fruto quemada será por vil.

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Yo os bautizo con agua, por quitaros el mal signo;

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Mas quien detrás de mí viene, de descalzarle no soy digno. Con el Espíritu Santo y fuego bautizará.

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Tiene en su mano el bieldo y su era la limpiará,

recogerá los trigos de sus graneros repletos;

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Aquellos fariseos y saduceos venían también

a que les bautizase.

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Pero a ellos aquel bautismo de Juan no les servía para nada, porque el bautismo de Juan suponía que quien se bautizaba estaba convertido, y aquellos no venían a convertirse, sino quizá para quedar bien ante la gente sencilla. Entonces Juan les tuvo que llamar: «hipócritas, raza de víboras…»

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pero sí lo dio un aspecto

nuevo no sólo de

formulismo, sino de unión a una sincera conversión.

El bautismo no lo inventó san Juan, pues estaba entre las prácticas religiosas de los judíos,

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Sin embargo era algo transitorio, porque allí mismo el Bautista anuncia que vendrá pronto el Mesías, que no va a bautizar sólo con agua, que representa el lavado interior, sino que lo hará con el Espíritu y fuego. Jesús limpiará de verdad el alma.

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¡Qué fácil les era a los fariseos proclamar que eran hijos de Abraham! Pero lo que Dios quiere es el corazón. Seamos cada uno de donde seamos, de la raza que seamos, tengamos una u otra formación, lo que Dios quiere es el corazón.

Por eso quiere que nos convirtamos. Unos más, otros menos, todos necesitamos conversión.

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Para los fariseos, como hoy para muchos, convertirse significa hacer más prácticas religiosas, sobre todo las obligatorias, como la misa del domingo. No se trata de eso, aunque pueda ser bueno en parte. Convertirse es cambiar de actitud, cambiar de ver las cosas y la vida para verlas con la mirada de Jesucristo.

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Convertirse es adquirir una nueva manera de ver las cosas y tener un nuevo corazón. Eso nos lo dará el Espíritu Santo, a quien hay que clamar. Hoy en la 1ª lectura nos habla el profeta Isaías del Espíritu de Dios que iba a tener el Mesías y nos habla de los 7 dones que es la plenitud del Espíritu. Así nos dice Isaías en el capítulo 11 (1-10):

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Aquel día: Brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago. Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de prudencia y sabiduría, espíritu de consejo y valentía, espíritu de ciencia y temor del Señor. Le inspirará el temor del Señor. No juzgará por apariencias ni sentenciará de oídas; juzgará a los pobres con justicia, con rectitud a los desamparados. Herirá al violento con la vara de su boca, y al malvado con el aliento de sus labios. La justicia será cinturón de sus lomos, y la lealtad, cinturón de sus caderas. Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos: un muchacho pequeño los pastorea. La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león comerá paja con el buey. El niño jugará en la hura del áspid, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente. No hará daño ni estrago por todo mi monte santo: porque está lleno el país de ciencia del Señor, como las aguas colman el mar. Aquel día, la raíz de Jesé se erguirá como enseña de los pueblos: la buscarán los gentiles, y será gloriosa su morada.

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Este es un poema hermoso, es como una utopía o sueño del profeta sobre un paraíso que parece imposible. Alguno se pregunta: ¿Cómo va a ser posible que la pantera esté junto al cabrito, el novillo esté pastando con el león, y la vaca con el oso?

Esto se lo preguntan los que se esfuerzan en leer la Biblia al pie de la letra y querer entenderla de esa manera.

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Pero la Biblia habla mucho en símbolos. Y en verdad hay personas que son peores que los leones o las panteras. Estos no pueden cohabitar a veces ni con sus propios hermanos. Pero cuando viene la gracia de Dios y se dejan guiar por el Espíritu de Dios, se pueden transformar en tiernos corderillos, llenos de paz y amor.

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Y hay muchos grupos imbuidos por el Espíritu de Jesucristo, que viven en verdadera paz y amor. Sienten en parte lo que Jesucristo sentía en plenitud, cuando en la sinagoga de Nazaret exclamó: El Espíritu de Dios está sobre mi, porque me ha ungido»

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y anunciar

a los cautivos

la libertad

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Y a los ciegos la vista,

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Nosotros también debemos pedir estos dones: el de sabiduría, para entender y gustar el misterio de Dios; el de entendimiento para profundizar en la palabra revelada; el de consejo para discernir lo que mejor conviene en este camino; el de fortaleza, para llenarnos de energía y superar los miedos; el de ciencia para aprender mejor las lecciones del Espíritu;

el de piedad, para vivir gozosamente la fe; y el de temor de Dios, para respetar a Dios siempre presente.

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Y si aceptamos los dones del Espíritu, luego irán saliendo los frutos, como es la caridad, la alegría, la paz, el apreciar la salvación; y la afabilidad, el respeto, la ternura, la bondad y todas las demás virtudes. ¡Cuántas cosas buenas nos sucederán si hay verdadera conversión!

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Recibamos con entusiasmo el mensaje que hoy nos dirige san Juan Bautista como preparación para la Navidad: CONVERSIÓN. Es una conversión que encierra la paz y la justicia, como nos dice el salmo responsorial. Se trata de la justicia mesiánica, que es Dios mismo. Justicia al estilo de Dios que es amor y dulzura, como lo manifestará en Navidad.

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Así que la conversión, de la que nos habla hoy san Juan, no es algo como por encima, sino algo muy íntimo y racional. Convertirse es mirar a cuantos nos rodean como verdaderos hermanos. Por lo tanto debe desaparecer todo odio o envidia.

Es rodear nuestras relaciones de un verdadero amor, que es lo contrario del egoísmo.

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Convertirse no es cambiar de trabajo, normalmente, sino cambiar el corazón; pero esto no es cosa fácil. Hay que deshacerse de muchas cosas en el camino para ponerse al servicio de Dios. Y esto es un proceso que nos puede llevar toda la vida. Convertirse es ser de verdad cristiano; pero ello significa ser otro Cristo, encarnar en la existencia de cada día, la vida misma de Jesús, con sus valores, sus opciones, incluso su Cruz y resurrección.

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Convertirse es mirar a cuantos nos rodean como hermanos, por encima de posiciones sociales, ideas políticas y religiosas o estilos de vida.

La conversión supone un retorno a Dios, una continua renovación del espíritu, en respuesta al amor que Dios ha derramado en nuestros corazones.

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Convertirse es poner en todo un acento de sinceridad, de justicia y de concordia. Es no confundir lo esencial, que es el amor, con lo accesorio, que es todo lo demás. Convertirse es confiar en la Providencia, sabiendo que absolutamente todo está en sus manos, y que nuestros problemas no le son ajenos.

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Convertirse no significa hacer cosas raras, sino buscar a Dios sinceramente en el trabajo, en las ocupaciones diarias. Y es poder decir de corazón: No, yo ya no quiero nada de mi vida pasada. Yo quiero vivir para Él.

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nada de mi vida pasada.

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y en la oscuridad sin Dios ya

no me importaba

nada.

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 Y diste a mi vida

entera un nuevo día, un nuevo

sol, 

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una nueva

primavera.

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Hasta que tú viniste

a mí

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 Y diste a mi vida

entera un nuevo día, un nuevo

sol, 

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una nueva primavera.

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Con María,

la Madre.

AMÉN