A la memoria del muerto

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A la memoria del muerto Andres Matias Pinilla Galeria Doce Cero Cero Bogota, Colombia 2014

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¡A la memoria del muerto!Andrés Matías Pinilla

Galería Doce Cero CeroBogotá, Colombia

Texto Por: Paloma Nicolás

Fotografías Pág. 10-13, 26-27, 29-33:Banco de imágenes Universidad de Los AndesFotografías Pág. 4-9, 14-25, 28, 34-37:Juan Camilo Arias

www.andresmatiaspinilla.comReservados todos los derechos.

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¡A la memoria del Muerto!

¡Oh lechona! Reina en nuestro bestiario gastronómico como gran exponente del bello-gore. Si esta lechona fuera el plato principal en una última cena, el gran protagonista sería el papel aluminio. Resplandeciente en sus miles de pliegues, como esculpido por Bernini, abraza el hocico de la lechona aferrándose a él y prometiéndonos la tranquilidad de no verlo descubierto. ¿Y por qué tan pudorosos en un país que vive abrazado a la muerte? Este papel aluminio nos promete un calentado y nos protege de ver ese hocico inerte y tostado, crujiente y costroso, a veces incluso deformado por el relleno, a veces nos devuelve una sonrisita del más allá. Los lechoneros más este-tas incluso logran darle un gesto de placidez, como si voluntariamente este cerdito se hubiera sacrificado por nosotros para hacernos sus cómplices pecando de gula. ¿Y si rifan la cabeza? Ojalá rifen la cabeza.

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“Príncipe, ¿a ti por qué te gusta tanto el pollo broaster?”, pregunta una señora por telé-fono. De esas cosas cotidianas que pasan en el bus en un trancón cualquiera de Bo-gotá, pero que jamás olvidaría, posiblemente porque me pareció tan divertida como importante. Yo soy más de pollo asado, y creo que lo que más me gusta es esa piel crocante, resultado de horas de dar vueltas y vueltas. En cuanto a las presas el muslo es mi favorita. Pero las alas son ese punto pellejudo y grasoso, por falta de uso, que se vuelve especialmente crujiente y sabroso. Extraordinarias alitas de pollo. Bocaditos de textura y sabor que alegran la vida. Creo que desde que estamos juntos como más pollo asado, cuánto amor. ¿No es la piel crocante de las alitas de pollo una gran forma de celebrar que se está vivo? Y al mismo tiempo prueba irrefutable de la muerte. Cro-cancia estática y suculenta. Lo efímero, la transitoriedad de la vida, la infalible certeza de la muerte, para todos, se condensa con toda su sustancia en esa alita de pollo.

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Siempre me han gustado los bodegones. Mis favoritos: holandeses y flamencos. Cual-quier escena de cocina y mercados en general. La abundancia de estas despensas, los colores y texturas de las verduras, las cáscaras de los limones, el peso de los cadáveres de venados, liebres y pájaros, los pescados que parecen moverse todavía, los gatos que siempre buscan como robarse alguno para el almuerzo. ¿Cuánto tiempo pasarían pintando un repollo? Más desconcertante todavía es pensar que pintaban todas estas cosas deliciosas y viven, aún todavía, de puré de papas con salchicha. La austeridad protestante se nota más en la mesa que en la pintura, y en estos países bajos se come mejor por los ojos. Posiblemente por eso la iconología ha tenido una carrera larga y provechosa, pues es más fácil creer en su contenido simbólico que en su existencia real. Y nosotros, ¿por qué tenemos tantos bodegones de tía en la tierra de la fritanga? Sería lindo un vanitas con morcilla. Quisiera pensar que algún Esnaider de Flandes, Tolima, vive de preparar lechonas .

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La muerte es de los vivos. Recuerdo con mucha impresión cuando se murió mi gato y no alcancé a ver ese in-stante en el que dejó de ser una criatura juguetona de movimiento encantador y se convirtió en un peluche descolgado. Lo mismo les habrá pasado a los chigüiros del Casanare. Al menos se salvaron del asadero, supongo. ¿Cómo entender la corpor-eidad de la muerte? Unos quedan tiesos y otros mueven las caderas al ritmo de salsa. “El muerto al hoyo y el vivo al baile”. Gracias Piper Pimienta, lo más sabio es hacerte caso y celebrar con aguardiente. Tal vez por eso son tan encantadoras esas rockolas atemporales que suenan cualquier día a Navidad.

Paloma Nicolás

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