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ANTOLOGÍA DE CUENTOS MEXICANOS
POR LOS ALUMNOS : Juan Pérez Bonilla, Julio
Hernández Sota, Inés Solís
Alberto y Teresa, Manuel
Payno.
Manuel Payno, quien nació el
21 de junio de 1810 y falleció
el 4 de noviembre de 1894, es
el autor del primer cuento
aquí publicado. Payno es un
afamado escritor mexicano,
muy conocido por su novela
Los bandidos de Río Frío.
LA MÁQUINA DE COSER, VICENTE RIVA
PALACIO.
Todo se había empeñado o vendido. En
aquella pobre casa no quedaban más
que las camas de doña Juana y de su
hija Marta; algunas sillas tan
desvencijadas que nadie las habría
comprado; una mesita, coja por cierto,
y la máquina de coser
El traje para leer versos, Juan
de Dios Peza.
A principios del año de 1967
saliá de Veracruz, rumbo a
Europa, un vapor francés
conduciendo a varios
personajes que culminaron en el
ya vacilante Imperio de
maximiliano.
Justicia popular, Rafael Delgado.
Son las diez de la mañana y el sol
quema, abrasa en el valle. Llueve en la
rambla del cercano río y la neblina
principia a extender sus velos en la
llanura y envuelve en gasas las
montañas. Ni el vientecillo más leve
mueve las frondas.
Guitarras y fusiles, Carlos Díaz
Dufoo.
Sobre la cubierta del fatigado steamer,
una oleada de juventud, una alegre
oleada de vida, se arremolina en
tumulto, mecida rítmicamente por el
vaivén de las aguas
La nodriza, Victor Salado
Álvarez
Fue largo y famoso el noviazgo de Julio
Díaz y Amparo Cota. Desde que ella iba
al colegio, todavía con el vestido a
media pierna, y é frecuentaba en el liceo
las clases de cuarto años, ya se
corresponían y ya se habían jurado
amor eterno. Mientras los otros
muchachos mariposeaban por los cafés
y solían beber en ellos un ron con goma
o un bitter-curazao jugando de paso
algún partidillo de carambola o de piña,
Julio invertía el producto de sus
trabajos en el bufete del Licenciado
López Retana, en comprar flores para la
chiquilla, por cierto ya muy espigada,
juntando de paso los quince o veinte
duros que anualmente gastaba en la
cuelga de Amparo.
La muerte de Abelardo, Angel
del Campo.
Todavía en la mañana lo ví platicando
con varios amigos suyos; merodeó,
como de costumbre, las fondas del
vecindario y echóse a eso de las ocho
de la mañana precisamente frente al
zaguán, en una hermosa mancha
dorada de sol.
El sillón, Mariano Silva y Aceves.
No todo ha de vivir y vivir sin jamás
contar. Esto que cuento es cuento viejo,
como viejos son los tiempos del
excelentísimo virrey marqués de las
amarillas.
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