View
188
Download
0
Category
Preview:
DESCRIPTION
Artículo de Ana María Llamazares
Citation preview
LOS TIEMPOS DE CRISIS Paradigmas en transición, ampliación de la consciencia y transformación personal1 Por Ana María Llamazares Con la colaboración de Laura Nasi y Claudio Opassi (Fundación Columbia) Introducción Los tiempos actuales se caracterizan por una creciente necesidad del ser humano por encontrar nuevas respuestas y alternativas para mejorar su forma de vivir y relacionarse, no sólo con otras personas, sino también consigo mismo y con la naturaleza. Frente a una innegable situación global de crisis, cada vez más individuos están dejando de buscar las soluciones solamente en la realidad externa, para mirar en su interior, reconociendo que un camino posible, de respuestas concretas y positivas, es el camino de la transformación personal y la apertura hacia lo espiritual. Aunque esto pueda sonar en una primera mirada como una salida individualista, en realidad no lo es. Todas las antiguas tradiciones espirituales de sabiduría lo enseñan: lo que sucede en el interior del ser humano repercute en el exterior y en todo lo que nos rodea. Todo está entrelazado: el adentro y el afuera, el arriba y el abajo, lo personal, lo social y lo cósmico. Y este conocimiento, que es la base conceptual de las vivencias unitivas o del despertar espiritual, hoy también nos lo brinda la nueva ciencia con un nuevo lenguaje, al haber comprobado la estrecha interrelación energética de todo lo que existe en el universo. La física, la biología y la nueva cosmología lo han corroborado. Cada acción individual, incluso cada pensamiento, quedan inscriptos en campos de energía y de consciencia, como nuevas memorias e información que van coadyuvando al despliegue y la evolución general. Desde el siglo XX en adelante ha comenzado una gran revolución científica, social y cultural, cuyas consecuencias aún estamos transitando. Diversos autores coinciden al señalar que detrás de la crisis contemporánea subyace una crisis de paradigmas, es decir, del sistema de pensamientos, creencias y valores en los que se rige la vida. Lo que está en crisis entonces, es la visión del mundo que se construyó en Occidente durante la Modernidad, es decir, entre los siglos XV y XIX, y que aún está vigente, tanto en los sistemas sociales, políticos y económicos como en la forma de pensar de las personas. Esta visión del mundo, basada fundamentalmente en el paradigma mecanicista y racionalista de la ciencia clásica y los valores que de ella se desprenden –el materialismo, la fragmentación, la competitividad y el individualismo, entre otros‐, fue trasladándose con el tiempo a todos los órdenes de la realidad y se estableció como modelo único y excluyente de lo que es la realidad, la verdad y lo
1 Citar como: “Los tiempos de crisis. Paradigmas en transición, ampliación de la consciencia y transformación personal” de Ana María Llamazares (2013) (Edición virtual en www.delrelojalaflordeloto.blogspot.com.ar/search/label/Artículos)
1
mejor, mostrando finalmente, que su aplicación desmedida sólo conduce a un estado de grave desequilibrio y pérdida del sentido de la vida misma.
Ciencia y espiritualidad
El cambio de los paradigmas científico‐culturales ha llevado al cuestionamiento de nuestras formas de conocer el mundo, lo cual ha implicado una profunda crisis epistemológica. Pero más allá de este plano que afecta la percepción y el conocimiento, subsiste una dimensión más profunda de la crisis contemporánea: la dimensión espiritual. Al cortar los vínculos del ser humano con los planos sutiles y trascendentes, el paradigma de la Modernidad cortó también la conexión con lo sagrado y espiritual, instaurando de esa manera la vivencia de separación y aislamiento, y la creencia de que la vida empieza y termina en lo material. Pero actualmente, también es posible tener una perspectiva diferente.
La misma ciencia ha ido desarrollando otras maneras de concebir la realidad. A partir de la Relatividad y de la Física Cuántica, diversas teorías en múltiples campos científicos, están generando una nueva visión del mundo más orgánica, integradora y sustentable. A diferencia de paradigma moderno, que puso todo al servicio del “dominio del hombre sobre la naturaleza” y resultó por tanto, claramente antropocéntrico; los nuevos paradigmas se basan en una perspectiva biocéntrica, pues revalorizan la Vida como valor supremo, honrando toda la diversidad de sus manifestaciones, y buscan la armonía, la felicidad y el equilibrio dinámico de todo lo existente.
Nuevas teorías y enfoques en los campos de la biología, la evolución, la físico‐química, la teoría del caos, entre otras, han revelado que la interconexión energética y la vinculación molecular son en realidad, la naturaleza última de la realidad. La visión de la nueva ciencia muestra un mundo interrelacionado, en el que observador y observado se afectan recíprocamente, y el ser humano puede nuevamente saberse partícipe de la gran trama de la vida. La visión de la unidad y la interconectividad se asemeja así a uno de los más significativos peldaños del desarrollo espiritual: el sentimiento de la compasión. Tal como lo describen místicos y teólogos compadecerse es “padecer con el otro”, sentir con el otro, no es tenerle lástima, sino poder ponerse en su lugar. La compasión sería en este sentido, la experiencia subjetiva y espiritual de la interdependencia
De esta manera, también estamos asistiendo al acercamiento de la ciencia y la espiritualidad, ya que gran parte de los nuevos postulados científicos coincide conceptualmente, con las enseñanzas de las antiguas tradiciones de sabiduría y misticismo, tanto de Oriente como de Occidente, así como de las cosmovisiones de las culturas originarias. A través de este nuevo paradigma emergente, Occidente está comenzando a acceder a una renovada concepción espiritual y holística del universo, en la que se reconoce la interrelación de todo lo existente y el ser humano puede encontrar un
2
nuevo sentido de ser y vivir, a través de su participación activa, consciente y respetuosa en el despliegue de la vida y la evolución del cosmos. La espiritualidad aparece así como una esfera que abarca todas las demás dimensiones de lo real: la energía, la consciencia, la mente y la materia. Y también, surge como un eje organizador que marca rumbos y otorga nuevos valores y sentido a la existencia, como la confianza, el amor y la solidaridad, en lugar del miedo, el odio y el individualismo. Se ha descubierto que la espiritualidad está estrechamente ligada a la capacidad de simbolizar, por lo tanto se considera que ha sido uno de los motores evolutivos de los seres humanos. La inteligencia espiritual es una función superior, porque engloba y trasciende las demás formas de inteligencia –intelectual, emocional, espacial, motriz, etcétera‐. Como fuerza vital propia de los seres humanos, la espiritualidad es lo que nos impulsa a vivenciar lo sagrado en forma directa y personal ‐sin intermediaciones‐. Por tanto, es también lo que estimula y guía el despliegue de las más altas potencialidades de nuestro ser, donde reside esa porción de divinidad que cada uno tiene, y donde podemos encontrar el propio poder personal. A diferencia de la religiosidad, en tanto que adhesión formal a un sistema de creencias con relación a lo divino y lo trascendente, la espiritualidad es un camino hacia la liberación de los condicionamientos y el encuentro profundo con uno mismo, el que holográficamente, es también la reunión con la totalidad a través de la experiencia de la unidad. En medio de la profunda crisis de valores que estamos viviendo, recuperar La vivencia de pertenecer a un Universo inteligente, sentirnos integrantes del misterio de la Vida, reconocer nuestra naturaleza energético‐espiritual y despertar nuevamente esa conexión sagrada con los planos trascendentes –ahora desde un lugar de mayor libertad y firmeza personal‐, parece ser un buen camino para restablecer el equilibrio perdido y encontrar un nuevo sentido de ser humanos. Consciencia y transformación personal Desde la perspectiva de los Nuevos Paradigmas, la consciencia humana, entendida como una facultad multidimensional y autoreflexiva, adquiere un rol fundamental en la transformación de los viejos patrones cognitivos y emocionales, así como en la generación de una nueva realidad. Espiritualidad, consciencia, energía y realidad, aparecen como dimensiones profundamente entrelazadas, cuatro instancias clave en el proceso de creación. Hemos crecido en la sobreapreciación de lo sólido y lo estable, en la ilusión de seguridad que eso nos genera, y por contrapartida, en el temor al cambio y la desconfianza de todo aquello que no se puede tocar, medir y comprobar. Por eso, no nos resulta nada fácil revisar y transformar nuestras formas de pensar, nuestras creencias y valores, y modificar nuestras maneras de actuar. Creemos que somos seres pensantes que tenemos emociones, pero las neurociencias nos están demostrando que somos seres emocionales que aprendimos a pensar. El apego a lo viejo conocido,
3
aunque hoy ya nos resulte inadecuado, sigue siendo muy fuerte y a veces, se genera una gran tensión entre las resistencias al cambio y la necesidad de una transformación renovadora, lo cual se hace sentir cada vez más. Por otra parte, la oferta de caminos alternativos que prometen múltiples virtudes, es también muy grande y a veces, nos puede confundir. Proliferan maestros y gurúes, cada uno con su verdad, y así como muchas de sus enseñanzas pueden sernos de gran ayuda, el fanatismo o la dependencia que a veces generan, termina siendo un obstáculo para una auténtica transformación. La mejor brújula hoy en día es la consciencia, el despertar de nuestro observador interno, para mantener una actitud de receptiva apertura, pero también reflexiva y alerta. Por eso, resulta tan imprescindible el trabajo personal, tanto en el nivel físico, emocional, psicológico e intelectual, como en los niveles más sutiles, energéticos y espirituales. Sigue teniendo vigencia la vieja máxima “Conócete a ti mismo y conocerás al mundo”. Nuestro destino como humanos es ser cada vez más conscientes. Estamos llamados a despertar nuestras consciencias, a trascender la ilusión de nuestros pensamientos, a recorrer el camino de introspección que nos reintegrará al mundo más lúcidos y responsables, al reconocimiento de la energía que recorre a través de nuestros cuerpos, a descubrir y hacernos cargo de la fuerza que se oculta en el fondo de nuestro corazón y que es invitada a manifestarse en cada hecho de nuestras vidas. Una necesidad no siempre bien satisfecha de las personas que ya han iniciado su transformación personal, o sienten la inquietud de hacerlo, es encontrar ámbitos serios y amigables donde poder compartir y acompañar este proceso. No sólo adquiriendo conocimientos teóricos, o practicando determinada disciplina, sino abriendo espacios de diálogo y orientación, en los que cada uno pueda seguir atentamente el despliegue del propio camino, nutriéndose al mismo tiempo, de un enriquecedor intercambio de experiencias. Una comprensión que integre la razón y la emoción, el aprendizaje y la práctica, la información y la vivencia, es la mejor herramienta para desplegar la consciencia al servicio de la transformación. Qué son los paradigmas y cómo operan Para comprender mejor de qué se trata el “cambio de paradigmas” es necesario previamente aclarar en qué consiste un paradigma y con qué alcance usamos este concepto. El concepto de “paradigma” fue acuñado por el físico e historiador de la ciencia Thomas Kuhn (1962) para describir las revoluciones teóricas en el ámbito de las ciencias. Pero con el tiempo se ha extendido la aplicación del término al campo sociocultural en general, como sinónimo de una determinada visión del mundo. Así, podemos decir que los paradigmas son grandes sistemas de ideas y valores en los que una sociedad se basa a lo largo de un determinado período histórico. Son redes de orden cognitivo y sensible que operan de manera invisible y
4
funcionan como los anteojos a través de los cuales vemos e interpretamos la realidad. Al cambiarlos por otros con cristales de un color diferente, nuestra percepción de la realidad también cambia. No obstante ser propios de una época, tienen también la posibilidad de perdurar en el tiempo y mantenerse como una fuerza inconsciente en los siguientes períodos históricos. Por eso actualmente, si bien estamos transitando el siglo XXI, nuestra cultura está todavía en muchos aspectos sosteniendo un paradigma elaborado varios siglos atrás. Los paradigmas tienen una doble dimensión, social e individual. Si bien se construyen socialmente y llegan a caracterizar una época, impregnan la forma de pensar, valorar y sentir de las personas, siendo cada uno a nivel individual, un exponente del paradigma de la época que nos ha tocado vivir. Una vez que un paradigma se ha instalado a nivel social, incorporarlo forma parte de la pertenencia cultural y las personas aprenden a socializarse en tanto piensan y actúan como el modelo imperante de su sociedad indica. La socialización implica internalizar el paradigma cultural hasta el punto de no reconocerlo como algo aprendido y llegar a considerarlo como la forma natural de pensar y ver el mundo. Además, como la fuerza de las ideas es tan grande, los paradigmas también implican valores, creencias, sentimientos y maneras de actuar. Los paradigmas operan en múltiples niveles simultáneamente y con una gran coherencia interna. Su incorporación no es sólo mental o intelectual, sino fundamentalmente, vivencial y emocional. Atraviesan y organizan todas nuestras prácticas. Esta es una de las razones por las cuales resulta tan difícil el “cambio de paradigmas”, porque aunque queramos modificar nuestros viejos hábitos mentales, porque estamos convencidos de que eso nos favorecerá, su arraigo está sellado por un fuerte compromiso de orden cognitivo‐emocional, tanto en nuestra psique como en nuestros cuerpos. Funcionar automáticamente, repitiendo los patrones aprendidos, nos da seguridad en un nivel emocional muy básico. Aunque otra parte nuestra sienta la necesidad de algo nuevo, esto generalmente es vivido desde el miedo a lo desconocido y la inquietud por la incertidumbre. A nivel colectivo sucede otro tanto, pues las estructuras y sistemas tradicionales se sostienen en base a un consenso social de fuerte adherencia emocional y las disidencias innovadoras generalmente son desestimadas o condenadas. El “cambio” de paradigmas como ampliación de la consciencia Sin embargo, el cambio de paradigmas está inscripto en un proceso de otro orden, que es el de la transformación de la consciencia a nivel general. La consciencia, como veremos, es una función más abarcativa e integral que la mente o las emociones, y también tiene una doble dimensión, colectiva y personal. Cuando la persona se empieza a abrir a la resonancia de la energía evolutiva global, siente el impulso de encarar su propia transformación. Es su consciencia, como función perceptiva y sensible de un nivel más sutil, la que busca ponerse a tono con algo que está
5
sucediendo más allá de su psique individual. Así, podemos reconocer que el proceso de la transformación personal está siempre guiado desde un plano profundo del psiquismo que es transpersonal. De todos modos, la dinámica del cambio de paradigmas a nivel personal es algo complejo y delicado, un camino no exento de contradicciones, que también requiere valentía, dedicación y sostén en la red de las otras personas que están atravesando procesos similares. La transformación personal puede verse activada por episodios rápidos, catárticos o experiencias intensas de ampliación de la consciencia, pero visto en perspectiva, se trata de un proceso lento y prolongado, con muchas fases y altibajos. No es razonable pensar que de un día para el otro vayamos a remover los condicionamientos cognitivos, valorativos y emocionales en los que hemos crecido, en nuestro caso deudores del “viejo” paradigma de la Modernidad. La transformación de la consciencia es un viaje en el que vamos y venimos muchas veces, porque la tendencia a repetir las huellas ya transitadas es muy profunda. Debemos tener en cuenta –como ya señalamos‐ que los paradigmas afectan a la totalidad de la persona, no sólo a su dimensión mental o cognitiva, sino básicamente se instalan a nivel emocional, sensible y también, corporal. Y cambiar implica deshacer una vieja huella y grabar nuevas memorias sobre las anteriores, algo que a veces puede resultar hasta doloroso, y por eso requiere compasión, tiempo, atención y constancia. Teniendo en cuenta la organicidad de este proceso, es más adecuado encararlo como un tránsito y no tanto como un cambio de paradigmas, una expresión que parece sugerir la posibilidad un tanto mecanicista, de sacar algo y poner otra cosa en su reemplazo. Preferimos pensarnos como seres en transición, caminantes que vamos haciendo camino al andar. Tal vez nunca podamos abandonar completamente ciertos rasgos, pero sí modificar la influencia que ejercen sobre nosotros y nuestra conducta. En todo caso, para que la transformación sea genuina y duradera necesitamos saber de dónde partimos, reconocer los viejos hábitos y patrones de pensamiento, los sentimientos adheridos a nuestras formas de pensar, e ir despertando nuestra consciencia para estar más atentos a la repetición y al mismo tiempo, ensayar los nuevos valores y formas de vivir que queremos desplegar. Aceptar los miedos y las tendencias más conservadores es un paso fundamental para poder abrazar lo nuevo, que es lo menos conocido. Hablar de paradigmas en transición también incluye la aceptación de la incertidumbre, pues el rumbo general puede estar delineado, pero los tramos concretos del camino no están prefijados. Y esto requiere confianza, para escuchar la voz de nuestro corazón intuitivo, y disposición creativa, pues ese ir hacia es en gran medida un ir hacia lo desconocido, siguiendo tan sólo una tenue luz en el horizonte, que sólo irá cobrando forma con la manifestación cada vez más clara de nuestra intención consciente y el acopio constructivo de pequeñas e infinitas acciones, de nuevas formas de ser y hacer que logremos ir poniendo en nuestras prácticas.
6
La transformación personal se despliega en múltiples niveles. Podemos querer encarar sólo un cambio de hábitos de conducta tendientes a mejorar nuestra calidad de vida. Pero seguramente necesitaremos también explorar aspectos psicológicos y energéticos que nos condicionan. Y finalmente, al profundizar el compromiso se va abriendo la aspiración de una apertura hacia la dimensión espiritual. Todos estos planos o estadios del camino de la transformación implican estados de consciencia cada vez más abarcativos necesarios para alcanzar realidades cada vez más sutiles. Por eso decimos que transitar el cambio de paradigmas es en realidad, una ampliación de la consciencia, un trabajo sinérgico que requiere afinar nuestra sensibilidad, clarificar nuestra visión intuitiva, profundizar nuestra comprensión intelectual, fortalecer nuestra voluntad y abrir el corazón para estimular nuestra fuerza vital y desplegar nuestro ser hacia su plenitud, a través de la experiencia de nuevas formas de ser y hacer. Paradigmas en transición Actualmente, estamos asistiendo a un momento de grandes transformaciones, tanto sociales como personales, y como toda época de cambios, lo viejo y lo nuevo conviven, aunque no siempre pacíficamente. Los occidentales contemporáneos vivimos en la transición entre dos visiones del mundo. Veamos entonces cuales son los dos grandes paradigmas o sistemas de pensamiento que hoy están presentes y en debate en nuestra cultura: a) El Paradigma Occidental Moderno. Es el sistema de ideas y valores que se elaboró en Occidente durante el período histórico conocido como la Modernidad, es decir entre los siglos XV y XIX. También llamado Newtoniano‐Cartesiano ‐por referencia a sus principales creadores‐ o paradigma Mecanicista‐Racionalista, por sus rasgos más notables, es hoy en día la visión del mundo estándar y tradicional. b) Los Nuevos Paradigmas. Surgen a comienzos del siglo XX a partir de las dos teorías físicas que revolucionaron la visión de universo y la materia: la Física Relativista y la Cuántica. Muchas otras teorías y enfoques, de diversas disciplinas y campos, han ido nutriendo paralelamente esta nueva visión del mundo, que aún está emergiendo. También se los designa con mayor propiedad, como paradigmas sistémico‐holístico‐ecológicos, en razón de la visión global e integradora que comparten. Las “visiones” de los Nuevos Paradigmas A partir de los revolucionarios aportes de la Física Relativista y Cuántica las ideas sobre el cosmos y todo lo que hay en él, sufrieron un viraje radical. Sus descubrimientos sobre la naturaleza del espacio‐tiempo, la materia‐energía y el papel de la consciencia, abrieron el camino para muchas otras disciplinas renovadoras y en conjunto, han posibilitado empezar a ver el mundo de otra manera, por eso, su aporte trasciende el ámbito científico y ha dado lugar a una nueva visión de la realidad.
7
Repasaremos sintéticamente en qué consisten estos aportes de los nuevos paradigmas de la ciencia: a) Apertura hacia la multidimensionalidad del universo: lo infinitamente grande
(curvatura del Espacio‐Tiempo, 4ta. dimensión), lo infinitamente rápido (la velocidad de la luz) y lo infinitamente pequeño (el interior de la materia).
b) Relatividad del tiempo y del espacio. c) Descubrimiento de la naturaleza energética de la materia, o equivalencia entre masa y energía (E=mc2). La visión de la realidad como un flujo constante de energía en diversos niveles de vibración. d) Reconocimiento de la naturaleza dual del universo (materia‐antimateria, onda‐partícula) y la necesidad de la complementariedad de las descripciones. e) Aceptación del vacío, la incertidumbre y la indeterminación como rasgos constitutivos de la trama misma del universo, y condiciones de su carácter creativo. f) La apariencia de separatividad de la materia como una ilusión de nuestros cinco sentidos. g) Existencia de un orden unitivo acausal, trans‐espacial y trans‐temporal que subyace a la realidad perceptible, expresado en la interrelación de todo lo existente. Existencia de una red compleja, entretejida por infinitas interrelaciones, que hace que todo esté conectado entre sí, a través de campos energéticos sutiles, más allá del espacio‐tiempo. Aunque estas conexiones no sean físicamente perceptibles, las facultades intuitivas o trans‐racionales de la consciencia pueden captarlas como sincronicidades. h) Captación instantánea de información y conexión no‐local a distancia a través de campos mórficos de energía. i) La dinámica del cambio es no lineal. Aún pequeños cambios pueden generar grandes efectos. j) Información o inteligencia como una facultad distribuida en todo el universo. k) Papel decisivo de la observación humana y la subjetividad en la configuración de la realidad. La observación modifica lo observado. l) Reconocimiento de pautas generales que dan un sentido al devenir de la energía y la materia, y hacen que cada cosa esté integrada en un orden mayor que lo contiene. Macrovisión evolutiva a través de tres grandes niveles de existencia: la materia o Fisiosfera, la vida o Biosfera y la consciencia o Noosfera.
8
m) Consciencia humana como una fuerza participativa y creativa. El universo y la consciencia co‐evolucionan. n) Interacción complementaria y sinérgica de dos grandes tendencias evolutivas: a) la homeostática o adaptativa, que asegura la conservación de la vida y los sistemas; y b) la autotrascendencia, que lleva a su transformación, a través de un continuo fluir y el surgimiento de formas de complejidad creciente. ñ) Holomovimiento como sentido evolutivo global, que incluye la emergencia de la diversidad dentro de un movimiento más amplio hacia la integración con la totalidad. Principales ejes de la transición de paradigmas Sobre estas bases se configura la gran revolución epistemológica que hoy se designa como “cambio de paradigmas” o “paradigmas en transición”. Si bien este es un tema muy amplio, hemos tratado de sintetizar las principales concepciones que marcan este pasaje, considerándolas como ejes conceptuales o avenidas que permiten incluir otras temáticas relacionadas o implicadas dentro de ellas. Los grandes ejes conceptuales que desarrollamos son: a. Del Mecanicismo a un nuevo Vitalismo b. De la Fragmentación a la Integración c. Del Materialismo a la visión Energética d. Del Determinismo a la Creatividad e. Del Racionalismo a la Consciencia integral f. Del Individualismo competitivo a la Singularización cooperativa Cada vez que usamos la expresión “de… a”, o “desde…hacia”, se entiende que el primer término se refiere a los rasgos que definen el paradigma de la Modernidad y el segundo, señala el rumbo que marcan los nuevos modelos de pensamiento. a. Del Mecanicismo a un nuevo Vitalismo La visión mecanicista es el rasgo que define la gran metáfora con la que se concibió el Universo durante la Modernidad –la máquina‐, que se aplicó como modelo sobre todos los demás elementos del mundo: la naturaleza, los seres vivos, los sistemas sociales y el ser humano. Sobre ellos se extrapolaron las características de los sistemas mecánicos: el funcionamiento lineal, la articulación en partes reemplazables, la predictibilidad, la eficiencia y la prioridad del resultado, entre otras. El universo se concibió como un gran mecanismo de relojería, formado por piezas que funcionaban según leyes inmutables y eternas, que supuestamente permitían predecir sus movimientos. Las sociedades, las economías y el trabajo se organizaron en base a los ideales de competitividad, rendimiento y acumulación. La naturaleza se convirtió en una fuente de materias primas explotables para alimentar la
9
maquinaria social. El ser humano se redujo a la condición de engranaje. Su vida se hizo previsible. Su función privilegiada –la mente racional‐ se mide en función de su eficiencia para funcionar linealmente, sacando deducciones lógicas, o resolviendo problemas en forma abstracta. El cuerpo humano se trata como una máquina, cuando se estudian y tratan sus partes y sistemas por separado, o cuando se le exige demasiado sin escuchar sus necesidades. La vida se concibe linealmente, cuando no se respetan los ciclos y los procesos naturales. En su lugar los Nuevos Paradigmas se inspiran en las cualidades de los sistemas vivientes: su carácter abierto, dinámico y creativo, su capacidad de autoorganización, de renovación y trascendencia. Un gran aporte de la nueva Biología ha sido brindar metáforas para pensar la realidad desde una concepción biocéntrica, es decir, que enfoca su atención en la vida y sus características, y no ya en lo mecánico e inerte. Algunos autores aceptan que esta perspectiva puede implicar también una revisión científica de la antigua concepción vitalista, que asumía la existencia de una fuerza o impulso vital, que al actuar sobre la materia es lo que le infunde la vida. La diferencia con el vitalismo tradicional estriba en que actualmente esta fuerza no se considera esencialmente distinta de la energía física. El Universo se concibe como un gran organismo vivo, con un origen o fecha de nacimiento –correspondiente al Big Bang o gran explosión hace unos 15 mil millones de años‐ y sucesivos ciclos de expansión y contracción a lo largo de los cuales han ido formándose la materia, la vida y la consciencia. El planeta Tierra, a través de la teoría Gaia, se comenzó a ver como un sistema ultracomplejo dotado de una alta capacidad de autorregulación. Los procesos de coordinación y cooperación entre organismos vivos, se muestran más decisivos para la evolución, que la competencia y la supremacía del más apto. Esto también ha cambiado la imagen de la evolución humana y de la vida en sociedad, corriendo el eje de la mirada desde el ideal del individualismo competitivo hacia la búsqueda de la solidaridad cooperativa. En términos socioeconómicos, el productivismo consumista basado en el supuesto de la posibilidad de explotación ilimitada de los recursos naturales y humanos, ha dado lugar a las visiones ecológicas y el ideal de sustentabilidad humanizada. A nivel individual, la visión orgánica cambia completamente el enfoque de la vida, dando prioridad a los procesos naturales o ciclos vitales, a la cualidad por sobre la cantidad, y al despliegue del ser en su singularidad, en concordancia holográfica con su entorno y con la totalidad. Valores implícitos: En la visión mecanicista: estabilidad, eficiencia, utilitarismo, supremacía del resultado, obediencia, resistencia, rendimiento. En la visión vitalista: dinamismo, creatividad, despliegue de la esencia, apreciación del proceso, originalidad, calidad, sensibilidad.
10
b. De la Fragmentación a la Integración Uno de los rasgos fundantes del paradigma moderno fue la división cartesiana entre dos tipos de sustancias: pensante y extensa. Este dualismo inicial fue la condición filosófica de la oposición entre mente y materia, que fue también, la separación entre el hombre y el mundo, lo humano y lo natural, y muchas otras dicotomías. El conocimiento de la realidad se basó en el enfrentamiento entre sujeto y objeto. Luego, ambos términos se fragmentaron y redujeron. El objeto quedó reducido, como veremos más adelante, a la realidad material, dando lugar al materialismo. El sujeto por su parte, se debió limitar a la racionalidad, cercenando gran parte de su subjetividad, dando lugar al racionalismo. Se asumió que el mejor camino para conocer la realidad era la aplicación de la razón deductiva, dividiendo las cosas en partes cada vez más pequeñas hasta llegar a sus componentes mínimos. Se impuso la idea de que todo puede descomponerse en pequeñas unidades o átomos (atomismo). La ciencia clásica también dio por sentado que la mejor explicación de cualquier fenómeno reside en el nivel de sus componentes más pequeños, lo cual dio lugar al reduccionismo como pauta metodológica. Y si bien esta estrategia tuvo éxitos innegables (pensemos por ejemplo, en los descubrimientos de la microbiología o en los avances del estudio de la genética) su defecto fue que al absolutizarse se extrapolaron los resultados obtenidos en el nivel más reducido, a todos los demás niveles de mayor amplitud y complejidad. Se valoraron como ideales científicos la especialización y el atomismo, al tiempo que se relegaron las disciplinas holísticas y las miradas de conjunto. De esta manera se establecen la fragmentación y el reduccionismo como principios rectores del pensamiento moderno, lo cual con el tiempo, llegó a mostrar su faz negativa. El cambio de paradigmas marcó otra dirección, la de ampliar la mirada hacia los múltiples niveles de realidad, la de vincular, interconectar e integrar. De la lógica de la oposición excluyente o lógica del “o” (o una cosa “o” la otra), se pasa a la lógica inclusiva del “y” (puede ser una cosa “y” la otra). La visión sistémica desplaza el foco de atención de los elementos como piezas independientes, a las relaciones entre ellos y la formación de conjuntos integrados en sistemas de redes. El pensamiento complejo, la teoría del caos y la dinámica no lineal surgen para dar cuenta justamente de la diversidad, tanto de elementos y niveles de organización, como de las interrelaciones que los conectan. Se reconocen la incertidumbre, la inestabilidad y la autoorganización, como características propias de la complejidad, inherente aún en el plano de existencia aparentemente más simple. Por su parte, la visión holística da un paso más allá, al integrar la perspectiva de la irreversibilidad del tiempo. Se pone el acento en el devenir de los procesos,
11
reconociendo la emergencia de propiedades cada vez más inclusivas como mecanismo evolutivo. A su vez, el principio holográfico capta una cualidad esencial que unifica estructuralmente todo lo existente: la condición especular entre la parte y el todo, trascendiendo así las fronteras entre lo inanimado y lo animado. El surgimiento de las visiones sistémicas y holísticas es un movimiento reparador de la consciencia, que busca su propia integración. Reunir las partes que fueron separadas, jerarquizar los aspectos que fueron subordinados o negados, devolver el dinamismo y la armonía que se perdió en la fase fragmentadora. Comprender que estamos ligados en una interdependencia recíproca dio lugar a la perspectiva ecológica, la cual puede tener múltiples niveles de aplicación, desde el ambientalismo estricto (cuidado del medio ambiente en beneficio de la vida humana), hasta el despertar de una actitud ecoespiritual, que implica el desarrollo de una sensibilidad profunda por el otro y la consideración del entorno como habitat, es decir, como el espacio sagrado, donde la vida se desarrolla y despliega junto con los demás seres vivientes y todo los que nos rodea. Valores implícitos: En la visión fragmentadora: divisibilidad, diferenciación, enfrentamiento, confrontación, oposición, jerarquización, exclusión, atomismo, reduccionismo. En la visión Integral: inclusividad, multiplicidad, coexistencia, vincularidad, carácter sistémico, integración, holismo. c. Del Materialismo a la visión Energética La concepción mecanicista y fragmentadota está basada, como ya señalamos, en la idea de que la realidad está constituida por sustancia sólida inerte ‐la materia‐, movida sólo por leyes mecánicas, eternas e inmutables. Esta creencia dio lugar al materialismo, que es la hipervaloración de lo material, como lo único verdadero y confiable. El materialismo es una concepción unidimensional, que reduce la multiplicidad y diversidad de lo existente a una sola franja intermedia: la materia. Lo material, perceptible por nuestros cinco sentidos, se asoció con lo real, lo objetivo y por tanto, lo verdadero; en desmedro de todas las demás dimensiones no materiales de la realidad, que por contraposición se consideraron ilusorias y engañosas. Es decir que la concepción materialista es el fundamento del realismo, la idea de que lo que vemos es lo que es, y lo que no podemos ver no es real. El objetivismo realista puso así a la subjetividad bajo sospecha. Como condición de una supuesta objetividad, esta forma de proceder requirió el desarrollo de una actitud neutral por parte del observador, donde los juicios de valor, la reflexión, las emociones y en general, toda subjetividad no racional, quedaran de lado para no interferir distorsionando la observación del “objeto de estudio”.
12
La asociación de lo material con lo objetivo verdadero es la base de la actitud materialista. La producción y la acumulación de bienes materiales se convirtieron en ideales sociales y económicos, asumidos como sinónimo de riqueza y prosperidad. Después de los descubrimientos de la Nueva Física, se pudo reconocer que la realidad es algo muy diferente a lo que el ser humano percibe con sus cinco sentidos. Lo que vemos como materia sólida es energía, que por tener un nivel vibratorio relativamente bajo, genera en nuestro sistema perceptivo la apariencia de materialidad. Pero nuestra percepción podría ser afinada como para poder captar otros niveles vibratorios más sutiles. Esto tuvo muchas implicancias revolucionarias, entre ellas, el darnos cuenta que el materialismo es una ilusión de nuestros sentidos físicos más inmediatos. Pero también, que más allá de ellos, se despliega un océano de fuerzas en constante movimiento, una trama de ondas, probabilidades y vacío. Y que nuestra mente, que es la principal fuente generadora de energía psíquica y emocional, juega un papel fundamental en la manifestación de la realidad. De esta manera, la visión poscuántica pasó de poner el foco en la dimensión física material, a tratar de captar y operar con la fuerza de la energía en planos más sutiles o sensibles. A partir de la concepción energética se abre una visión mucho más amplia de la realidad. La energía, concebida como una fuerza que puede adquirir múltiples formas y consistencias, da pie necesariamente a una perspectiva multidimensional. Así como la nueva física generó una visión holística del universo, al explorar la interrelación de lo infinitamente grande (el espacio‐tiempo) y lo infinitamente pequeño (el interior del átomo), la psicología abrió nuevas dimensiones del psiquismo humano, a descorrer el gran velo sobre el inconsciente personal, colectivo y transpersonal. Valores implícitos: En la visión materialista: solidez, constancia, acumulación, fijeza, objetividad, “ver para creer”, escepticismo, descrédito o negación de lo no visible, tosquedad, rudeza, unidimensionalidad. En la visión energética: liviandad, sutileza, transformación, circulación, movilidad, subjetividad, “creer para ver”, confianza en lo invisible, sensibilidad, delicadeza, multidimensionalidad. d. Del Determinismo a la Creatividad El paradigma mecanicista está sustentado por un armazón teórico de gran abstracción, basado en leyes matemáticas. La aspiración más alta de la ciencia clásica fue el establecimiento de estas leyes generales que describen las correlaciones necesarias entre fenómenos (causalidad lineal) y de esta manera, permiten predecir su funcionamiento. El determinismo en su sentido más fuerte no acepta la existencia del azar ni del sentido en la concatenación de los hechos. Todo puede ser explicado en función de las leyes que lo rigen. Todo o casi todo podría ser anticipado. No hay
13
novedad, no hay sorpresa. En la visión determinista, la aspiración de certeza y la búsqueda de control están íntimamente ligadas. La proyección de esta perspectiva a nivel social ha dado lugar a un sistema muy rígido, donde las normas ocupan el lugar de las leyes y no sólo condicionan, sino que en gran medida determinan, la vida de las personas. A nivel humano hemos interiorizado el determinismo con los sucesivos pasajes por instituciones que encarnan ese rol, fundamentalmente a través de la educación y el trabajo. Hemos aprendido a obedecer normas, a cumplir horarios, a acatar órdenes, a controlar sentimientos, y a vivir vidas trazadas desde afuera, por las aspiraciones familiares y sociales de lo que se supone es lo correcto, pero con poco espacio para la creatividad y el florecimiento de lo personal más íntimo y singular. El determinismo funciona mejor en lo homogéneo y uniforme, en lo cerrado y conocido. Como es natural, el sentido de identidad personal es débil en un sistema de corte determinista, y se sostiene en base a los vínculos de pertenencia a un grupo o colectivo social (ser miembro de). La gran revolución de los nuevos paradigmas ha sido subvertir esta visión con un importante apoyo científico. Al ir en busca de lo absoluto, Einstein se topó con la Relatividad, y la ecuación matemática que por fin expresaba con toda simplicidad ese principio físico, reconocía que éste equivalía a la naturaleza dinámica y casi inasible de la energía. Por su parte, la física cuántica al ir en busca del núcleo básico de la materia encontró vacío y ondas de probabilidades. Las partículas se podían manifestar como ondas y como corpúsculos, según las circunstancias. Resultó imposible prever su comportamiento, porque el resultado depende de la presencia humana y su intervención en el acto de la observación. Así, la nueva física reemplazó el determinismo por una visión de la realidad altamente dinámica y creativa, en donde la diversidad, la probabilidad y la incertidumbre, activadas por la participación humana, juegan un rol fundamental. Nuevamente la ciencia y la espiritualidad se encuentran en el terreno de las concepciones más profundas. El vacío, como un campo abierto de potencialidades infinitas, resulta el concepto clave. La aceptación de la incertidumbre, como condición de una vida creativa, se acerca a una actitud no pasiva sino humilde, de reverenciar el misterio de la creación y convocarlo a través de la meditación, la plegaria y la oración. Valores implícitos: En la visión determinista: previsibilidad, control, uniformidad, obediencia, pasividad, actitud conservadora, pertenencia. En la visión creativa: vacío, incertidumbre, apertura, diversidad, originalidad, actitud transgresora, participación activa. e. Del Racionalismo a la Consciencia Integral El determinismo estuvo motivado por un rasgo central de la filosofía racionalista: la aspiración de certeza y la búsqueda de lo absoluto. Conjuntamente, es
14
comprensible que se haya erigido a la razón como el instrumento privilegiado para lograr ese propósito. Pero nuevamente el paradigma moderno se extralimitó. La razón –una de las funciones naturales de la mente humana‐ se exacerbó en forma excluyente, desvalorizando y hasta anulando las demás recursos y vías de conocimiento. La racionalidad –como uno de los recursos valiosos para comprender e interpretar el mundo‐ se sobredimensionó, convirtiéndose en el mayor vicio intelectual de nuestro tiempo: la racionalización. La tendencia a racionalizar todo, encarna esa vieja aspiración de absoluto, al pretender englobar la multiplicidad de lo real dentro de un sistema de ideas lógico, coherente y único, dando pie a las luchas ideológicas. Bajo el paradigma moderno la mente humana, una facultad sumamente compleja y multidimensional, fue reducida a una de sus funciones principales, la racionalidad intelectiva, convertida en el principal instrumento del racionalismo. En la construcción del racionalismo también intervino la fragmentación, un rasgo que se reproduce a todo nivel. Así como se produjo la gran división entre hombre y naturaleza, y entre mente y materia, al interior de la mente humana se volvió a reproducir el mecanismo fragmentador. De todas las funciones que nos ofrece nuestro sistema psíquico se privilegió sólo la razón intelectual, considerada como el instrumento más confiable y certero para conocer el mundo. La educación estándar en Occidente es la forma en que las personas aprendemos a desarrollar una sola forma de inteligencia, utilizando parcial y asimétricamente nuestro cerebro. Al considerar al conocimiento como un proceso eminentemente lógico‐racional se ha privilegiando el uso del hemisferio izquierdo ‐responsable de los procesos conscientes, analíticos, lineales y abstractos‐, en detrimento de las áreas más ligadas a la creatividad y a la acción, esto es, el hemisferio derecho y el sistema límbico. Las funciones del hemisferio derecho están relacionadas con los procesos inconscientes, sintéticos, sensibles, globalizadores y analógicos. El sistema límibico, por su parte, es la base de las emociones. Tanto las funciones del hemisferio derecho como las emociones –ambos genéricamente asociados con lo femenino‐ fueron tratados como elementos irracionales que debían ser neutralizados para no perturbar o distorsionar la racionalidad. La epistemología también ha revisado las ideas sobre la mente y el conocimiento, a la luz de la ampliación conceptual de los nuevos paradigmas holísticos y energéticos. Junto con la caída del materialismo, el conocimiento ha dejado de ser considerado como una cosa, como un bien que se puede adquirir y acumular otorgando valor social. En cambio se presenta como el resultado dinámico y siempre en proceso, de la interacción de las múltiples facultades de la mente. Una construcción compartida, que pivotea incesantemente en el límite entre lo individual y lo colectivo. El conocimiento como proceso integral se asocia con la concepción de la mente y la consciencia como fenómenos complejos, creativos y multidimensionales. La consciencia se concibe como un espectro polinivelado, que incluye no sólo las
15
facultades intelectivas conscientes y racionales –lo que tradicionalmente se entiende por mente‐, sino también las dimensiones inconscientes, la intuición supra racional y la potencialidad de desplegar facultades trans racionales. De la misma manera, el conocimiento holístico es un hecho creativo que surge de la integración de por lo menos cuatro vías perceptivas principales: el cuerpo, la mente, el corazón y el espíritu. Así, el resultado del proceso cognitivo integral es una combinación sinérgica y complementaria de sensaciones, emociones, pensamientos, intuiciones, vivencias espirituales, visiones y captaciones de otros órdenes. De esta manera, la consciencia es el instrumento de vinculación con los múltiples planos de la realidad, y el conocimiento integral es el resultado, multidimensional y dinámico de ese proceso. Si bien muchos autores han producido ya este gran viraje epistemológico, sigue siendo imprescindible desarrollar esta forma de racionalidad más integral, así como las maneras de llevarla a la práctica. El racionalismo es aún uno de los más firmes bastiones del paradigma moderno, ya que tiene plena vigencia a nivel educativo, social y cultural en general. Pero considerando la plasticidad del cerebro humano y la cualidad energética y abierta de la mente y la consciencia, este gran cambio es totalmente posible y está en nuestras manos realizarlo. Valores implícitos: En la visión racionalista: abstracción, deductibilidad, linealidad, concentración, tendencia activa, carácter resolutivo, desconexión emocional En la visión integral: complejidad, multiplicidad, síntesis, alineación, coherencia, tendencia receptiva, vivencialidad, sensibilidad f. Del Individualismo competitivo a la Singularización cooperativa La individuación fue una de las conquistas de la humanidad. En épocas remotas, la mentalidad tribal encontraba su sentido de identidad en la pertenencia a una entidad colectiva ‐la tribu, el clan, la familia‐. Con la Modernidad culmina un largo proceso hacia el desarrollo del yo autónomo, tanto a nivel personal como colectivo. La aspiración del ser humano moderno expresa esa necesidad de ser alguien por sí mismo, alguien personal, único y diferente del resto de las personas. Así como a nivel cosmológico el foco se desplazó del Geocentrismo (la Tierra como centro del universo) hacia el Heliocentrismo (el Sol como centro del sistema solar), a nivel del psiquismo humano, el sentido de identidad se produjo por la separación de lo colectivo y el desarrollo de la individualidad, lo que en términos psicológicos equivale a destacar el yo o ego como centro organizador de la personalidad. A nivel de la formación de la consciencia colectiva también se asocia la Modernidad occidental con la etapa egoica de la humanidad, en tanto se constituye una noción de sujeto social, basada en el sentido de independencia de la naturaleza y superioridad a todas las demás especies. Los tres procesos son correlativos (la cosmología heliocéntrica, la consciencia colectiva egoica y la personalidad individualista). Notemos que todos se construyen
16
alrededor de un centro que se ha independizado de su contexto originario, que se rige en forma autónoma, irradiante, que se destaca y brilla. A partir del Iluminismo pasa otro tanto con la Razón, símbolo solar por antonomasia de la era moderna. El individualismo en conjunción con el racionalismo ha dado como resultado el ego racionalista, la ilusión de que somos lo que pensamos, el famoso “cogito ergo sum” (pienso luego soy). Para realizar este proceso constitutivo, una vez más fue imprescindible pagar el precio de la fragmentación. Pero ésta, sumada a la creencia en la infinitud y aplicadas al ejercicio de la voluntad personal dio como resultado un excesivo sentido de individualidad, que fácilmente se convirtió en el individualismo como ideal social, una conducta que solo prioriza los intereses personales en detrimento de los intereses de los demás. El individualismo es el correlato social del egoísmo. La persona egoísta es aquella que antepone su propia conveniencia, sacrificando el bienestar de otros al suyo propio. El capitalismo es el sistema económico que prosperó en base a la ética individualista. Y el respaldo científico lo dio la teoría darwinista, que canonizó esta conducta al convertirla en un mecanismo evolutivo natural: la competencia por sobrevivir y la supervivencia del más apto. Sin embargo, los nuevos enfoques han puesto de relieve el papel central de la cooperación y la solidaridad en todos los niveles del proceso evolutivo, desde los microorganismos hasta el ser humano. Los más recientes descubrimientos realizados en Africa, la cuna de la humanidad, muestran que ya los homínidos, compartían la comida alrededor de un fogón. Una conducta casi fundadora de la condición humana. Actualmente, muchas corrientes psicológicas y espirituales contemporáneas coinciden en la necesidad de encarar el desafío evolutivo que significaría trascender el nivel de consciencia egoica, tanto a nivel personal como colectivo, para entrar en una nueva era, donde sea posible que prime la solidaridad sobre la competencia. Se han producido captaciones muy profundas sobre la naturaleza de la personalidad egoica, que indican que lo opuesto al egoísmo individualista no es un altruismo diluido, que hasta podría ser fruto de un ego débil y culposo. La genuina superación del egoísmo es una personalidad singularizada, a partir del conocimiento y la aceptación de lo más esencial del propio ser, y de una alta autoestima que favorezca su despliegue. Sólo puede ser realmente altruista quien se ama a sí mismo lo suficiente. A partir de desarrollar un verdadero amor hacia uno mismo, es posible luego amar sinceramente a los demás, con entrega y sin subterfugios. Pero en Occidente, el sentimiento del amor está distorsionado por el individualismo. Lo que generalmente se asume como amor está basado en el anhelo de completarse a uno mismo a través del otro. Como nace de una personalidad egoísta y por tanto inmadura, el amor romántico es posesivo y se expresa a través del mecanismo de los celos. El amor maduro es empático y tiene en cuenta al otro como tal, no como un mero instrumento de los deseos insatisfechos de nuestro ego.
17
El ego es una parte central e imprescindible de la persona; pero es sólo una parte, la más superficial. Se constituye sobre la base de recibir la mirada y el reconocimiento de los otros, pero se sabe fragmentado e incompleto y aún no confía en su capacidad para producir su propia energía vital, o en la benevolencia de recibir sin pedir. Es exigente, compulsivo y autocentrado. Como no ha desarrollado aún la fuerza interna que nace de la fuente más central del Ser, el ego es inseguro y teme no tener lo suficiente para sobrevivir, por eso compite. Pero más allá del ego, yace el centro psíquico que Carl G. Jung llamó el Sí Mismo, verdadera brújula y norte del proceso de individuación. Aquello que nos hace seres únicos e indivisos, no fragmentados, sino integrados alrededor de un centro. El Sí mismo podemos asumirlo también como el alma o nuestra inteligencia espiritual, la chispa de la totalidad que reverbera en el interior de cada uno. Por eso, es a partir de allí, desde la conexión con nuestra interioridad más profunda, desde donde podemos alineados con lo espiritual. Ir hacia allí, escuchar su voz tantas veces opacada por los filtros exteriores, es en definitiva, emprender la senda del autoconocimiento y la transformación personal. Valores implícitos: En la visión individualista: autocentración, mezquindad, orgullo, competitividad, egoísmo, temerosidad, posesividad, dependencia, baja autoestima En la visión singular: integración, independencia, generosidad, humildad, solidaridad, altruismo, confianza, desapego, alta autoestima
18
Conceptos clave: Consciencia, Energía, Transformación, Equilibrio De todo este gran marco conceptual, nos detendremos a considerar cuatro conceptos clave del paradigma emergente: consciencia, energía, transformación y equilibrio. Trataremos de dar los lineamientos generales, sin caer en la búsqueda de definiciones, sino esbozando una enunciación que explicite qué entendemos por estos conceptos y cómo se vinculan con los procesos de cambio y evolución personal. Vistos desde la perspectiva de la visión materialista y fragmentadora estos conceptos pueden parecer temas separados. Pero, para hacer honor a la visión integral haremos el esfuerzo de ver más allá, tratando de captar el sentido más profundo de su interrelación. Los iremos abordando por separado sólo a los fines de la claridad expositiva, pues en realidad los cuatro temas focales están estrechamente ligados, formando un núcleo conceptual. Al comenzar indagando el sentido de alguno de ellos, necesariamente nos encontramos con los demás, lo cual pone en evidencia que conforman una red de estrecha coherencia y vincularidad. También notamos que dentro de la perspectiva de los nuevos enfoques que estamos siguiendo, estos conceptos forman dos díadas cuyos significados presentan una mayor cercanía. La primera es la díada consciencia‐energía, que para muchos autores son casi análogos, y luego, la díada transformación‐equilibrio, que como veremos, corresponden a dos tendencias prácticamente complementarias. Resulta esclarecedor hacer un contrapunto entre la visión mecanicista y la visión holística, pues de esa manera se puede apreciar mejor la ampliación epistemológica que significa una perspectiva respecto de la otra. Consciencia
Comenzaremos por ahondar el significado de conciencia o consciencia. El término recibe dos grafías y más de una acepción, por eso nos importa distinguirlas y explicitarlas. En español se aceptan como correctas las dos formas de escribir el término: conciencia y consciencia, con “sc”. Si bien se las suele utilizar como sinónimos, en los últimos años, y a partir del trabajo más profundo que el tema ha merecido, tanto desde las neurociencias como desde la psicología –especialmente la psicología transpersonal‐, se distinguen sus significados. En otros idiomas, como en inglés por ejemplo, existen términos diferentes que aclaran directamente el sentido al que se alude en cada caso. La acepción tradicional del término conciencia (que en inglés corresponde a conscience, conscient o conscious) proviene etimológicamente de latín conscientia que significa conocimiento compartido. De esta manera se alude a la conciencia en su dimensión moral. Al referirse a la motivación derivada del conocimiento de lo que está
20
bien y lo que está mal, al juicio intelectual para saber si se está actuando correctamente o no. Indica la capacidad de la persona para evaluar la correspondencia de un acto individual con un sistema de normas, el que por definición es una convención social, un conjunto de principios éticos y morales compartidos, asumidos como reglas consensuadas sobre valores y pautas de conducta. De aquí proviene la expresión tan conocida de “la voz de la conciencia”, que designa a esa parte de nuestro psiquismo que ha internalizado la moral social como un mandato, lo que en términos de la visión freudiana sería el ello o superyo. Pero la acepción más común de la palabra conciencia remite a las facultades mentales humanas que permiten el reconocimiento e interpretación de la realidad, tanto externa como interna. En este sentido estrictamente cognitivo se liga con la etimología de la expresión latina cum scientia que significa literalmente “con conocimiento” y por tanto, se refiere al conocimiento que un ser tiene de sí mismo y de su entorno. Para designar este significado más amplio del concepto y diferenciarlo del anterior de carácter moral, muchos autores han adoptado la palabra consciencia (con “sc”), siguiendo no sólo la raíz latina, sino en parte la forma en inglés muy difundida en la literatura especializada, ya que consciousness (a diferencia de conscience) se utiliza como sinónimo de awareness, que equivale a nuestro darse cuenta o tomar consciencia. Por eso hacemos hincapié en distinguir ambos significados –el moral y el psíquico‐ con la utilización de formas diferentes, aunque sea sólo por el matiz de incluir la “sc”. Vale la pena reflexionar también, en la pérdida de la “s”, ya que tanto en latín como en inglés, ambas expresiones se forman con “sc”, es decir que en nuestro idioma, algo se ha quedado por el camino. Utilizar en forma homónima la grafía conciencia y sus derivados –como conciente, concientemente, a conciencia, etcétera‐ reviste algunos defectos propios del paradigma mecanicista de los que sería deseable apartarse. Un primer defecto es su reduccionismo (nombrar el todo por la parte), que proviene de la aplicación directa de la terminología psicológica tradicional. En la visión freudiana –francamente inspirada en el modelo mecanicista, ya que Freud buscaba transferir los principios de la termodinámica para describir el “aparato” psíquico‐ la conciencia es la parte más externa y superficial del psiquismo, encargada de las funciones perceptivas (recibir e interpretar la información tanto del exterior como del interior), intelectuales (pensamiento, razonamiento y rememoración) y volitivas (dominio y control sobre el sistema nervioso central). Esta capa superficial del psiquismo también es llamada el conciente, por contraposición a las regiones más profundas, designadas por su supuesta “carencia” de conciencia, como inconsciente y preconsciente. La identificación de estas regiones del psiquismo se realizó por fragmentación y oposición: lo consciente y lo inconsciente, además de diferentes, terminaron siendo como dos grandes adversarios, unidos por
21
una franja o zona de frontera que regula el pasaje de los contenidos entre una y otra. Algo muy semejante realizó el pensamiento occidental moderno con una serie de otros grandes conceptos como: espíritu‐materia, mente‐cuerpo, razón‐emoción, hombre‐naturaleza, ciencia‐arte, masculino‐femenino. Primero los distinguió, luego los dividió y finalmente jerarquizó siempre el primero de los dos términos. Si bien Freud puso toda su atención sobre los mecanismos del inconsciente y su esquema ha sido de gran utilidad e importancia para descorrer el velo que ocultaba un enorme y desconocido territorio de la consciencia humana, su modelo dejó instalados algunos sesgos conceptuales propios del paradigma racionalista y fragmentador en el que él estaba inscripto. La consciencia como facultad humana integral y multidimensional, sufrió una reducción al identificarse sólo con la capa más superficial del psiquismo y ser designada como ella, la conciencia. También podemos reconocer un defecto de sesgo logocéntrico que encubre esta reducción semántica del término. Para el pensamiento occidental racionalista el logos, entendido como sentido, inteligencia o también significado y verdad, está asociado con la racionalidad discursiva y por lo tanto, con la conciencia, en su sentido más restringido. Ambos –razón y conciencia‐ se asocian con la claridad, la luz, la posibilidad de discriminación y control, con las funciones intelectivas del hemisferio cerebral izquierdo y por tanto, con lo masculino. Como vemos, detrás de esta asociación se fueron alineando una serie de otros simbolismos por demás significativos. Así es como de todas las facultades mentales, sólo a las intelectivas se les ha otorgado una especial supremacía, considerándolas más confiables, las que nos conducen al conocimiento verdadero (científicamente probado), las que mejor permiten manejarse en el mundo externo. De la misma forma, como la mente racional funciona en estado consciente o de vigilia, éste es el único estado de consciencia que ha merecido el calificativo de “normal” u “ordinario”. Por contraposición, los más de veinte estados diferentes de consciencia que se han identificado, desde el sueño hasta las experiencias místicas, son genéricamente designados como estados “alterados” o formas de conciencia “no ordinarias”. Por esto es que nos parece más adecuado hablar de “estados ampliados de consciencia”. Por último, otro factor que reduce el alcance del concepto surge del carácter materialista del paradigma moderno, que supone que todo fenómeno debe tener una base física material. En el caso de las facultades de la mente, la visión tradicional impuso un sesgo biologicista, considerando que la consciencia es tan sólo un subproducto del cerebro, y sus componentes mínimos son las neuronas, que todo lo explican. En forma determinista y lineal se dio por sentado que el funcionamiento de la mente es sólo una resultante de la actividad cerebral y el cráneo, la frontera que delimita lo que sucede al interior, siendo el medio exterior sólo una fuente de estímulos. Durante años de investigación científica, desde la antigua raciología –que pretendía una explicación neurológica para el racismo‐ hasta muchas de las más
22
modernas neurociencias que siguen buscando en qué zona del cerebro se asienta la función espiritual‐ son deudoras de esta misma visión. Veamos ahora, como se ha ido ampliando la mirada sobre el fenómeno de la consciencia, de la mano del nuevo paradigma emergente. Varios saltos conceptuales de gran magnitud se han producido: a) la visión de la consciencia como un fenómeno multidimensional emergente del proceso evolutivo global Desde las nuevas teorías evolutivas la consciencia es el resultado natural de la organización de la materia y la vida a lo largo de la evolución; y está distribuida en diferentes grados y cualidades en todo lo existente. En determinado punto de la evolución aquí en la Tierra surgió, junto con la especie Homo sapiens sapiens, la consciencia reflexiva. El ser humano es la única especie que sabe que sabe, su consciencia tiene la facultad de desdoblarse para mirarse a sí misma como en un espejo, por tanto es auto consciente. Y al mismo tiempo, la facultad del desdoblamiento reflexivo generó otra diferencia específica de gran trascendencia evolutiva: la capacidad de simbolizar, que ha dado lugar a la creación del lenguaje y otras formas simbólicas complejas, como el mito, el arte, la religión y el pensamiento abstracto. b) la consciencia también es un fenómeno en evolución La idea evolutiva fue ampliándose progresivamente a lo largo de la historia de la ciencia, alcanzando desde las rocas y las formaciones geológicas hasta los sistemas termodinámicos, pasando por las especies animales, el ser humano y finalmente ‐desde el descubrimiento del Big Bang‐, el universo como un todo. La nueva visión cosmológica que se genera a partir de allí, amplió aún más el alcance de esta idea para incluir a la consciencia humana dentro del fenómeno evolutivo. En un universo en expansión, la consciencia también se expande siguiendo la tendencia hacia formas cada vez más complejas, sutiles e inclusivas. c) La consciencia es un fenómeno complejo de naturaleza sutil que trasciende las fronteras físicas El alcance de este punto depende del nivel de amplitud epistemológica de los autores. Para algunos, sobre todo los neurocientíficos más sistémicos, la consciencia es el resultado de una nueva estructuración de la corteza cerebral, que no tiene ya un carácter puramente biológico, sino que es consecuencia de la interacción de la función neuronal con el resto del sistema físico, con un medio social y con el entorno externo. Otros en cambio, con una visión más abarcadora, proponen que la consciencia y todas sus funciones, tienen una naturaleza holográfica, que se extiende más allá de
23
los sistemas físicos, en campos energéticos extra cerebrales, constituidos por fuerzas sutiles e inmateriales de alta vibración. Dos implicancias fundamentales de esta visión han sido: * La posibilidad de concebir la perduración de la consciencia más allá de la muerte física, así como su reintegración en otras formas corporales personales en otras coordenadas espaciotemporales. Esta visión abrió la investigación del fenómeno de la reencarnación y la continuidad entre vidas, de algún tipo de entidad de orden individual, asimilable al alma en términos filosófico‐espirituales, que también sería pasible de evolucionar. * La idea de que la consciencia (o el alma) tiene un nivel individual y otros niveles de orden grupal y colectivo, que la integran a sistemas de consciencias‐almas emparentadas de alguna manera (familiar, social o por lazos de empatía). d) La consciencia humana como una facultad holística El carácter multidimensional de la consciencia se expresa de manera particular en la consciencia humana. Esto significa que se trata de una facultad que se despliega como un continuum, en diversos planos y niveles, cuyas características diferenciales, permiten acceder a múltiples formas de realidad. Desde este punto de vista, la consciencia se concibe en forma muy similar a la energía, como una fuerza fluida e inteligente, capaz de adquirir diferentes modalidades vibratorias. Desde esta visión más comprehensiva la consciencia es un fenómeno holístico, que comprende tanto los mecanismos conscientes como los inconscientes, así como toda la enorme gama de otros estados que la consciencia es capaz de adoptar. Sus facultades pueden desplegarse ya sea en el nivel horizontal de la consciencia despierta (vigilia o conciencia ordinaria), como en los estados de consciencia ampliados que permiten tanto bucear hacia las profundidades del inconsciente, personal y colectivo, como abrirse a la inmensidad de lo supraconsciente, por ejemplo, estados de iluminación, y de conexión con fuerzas supra o extrahumanas, que la ciencia clásica consideró como “paranormales”. En este sentido, la visión de las nuevas ciencias de la consciencia es muy coincidente con las filosofías ancestrales, especialmente de Oriente, que se han dedicado tan profundamente a estudiar este multifacético fenómeno. e) La consciencia humana como una facultad integradora Este rasgo se desprende de la visión cosmológica que pudo elaborarse a partir de la revolución cuántica. Si para Newton la realidad era solo materia y movimiento mecánico, a partir de Einstein y la teoría de la Relatividad será materia y energía. Pero después de la física cuántica los cosmólogos, como David Bohm o Ervin Laszlo entre
24
otros, elaboraron visiones mucho más complejas, que incluyen la información y el significado como componentes básicos del universo. Nuevamente se puede ver cómo el cambio paradigmático significa una ampliación inclusiva de consciencia. El universo post cuántico quedó así constituido por tres elementos: materia, energía y significado. La producción de significado está directamente relacionada con la capacidad de consciencia, distribuida holográficamente en todo el cosmos. La consciencia es una facultad inteligente cuya función principal es generar significado. La retroalimentación permanente de significado es la que permite al universo como sistema global, autorregularse y orientarse hacia un creciente estado de coherencia interna. Este fenómeno, conocido como dinámica interactiva autorreferencial, es el que permite concebir al universo en su conjunto como un organismo inteligente e in‐formado (que se auto informa y al mismo tiempo, se da forma y se crea a sí mismo permanentemente). Lo mismo es extensivo para todos sus componentes, incluidos obviamente, los seres vivos, y entre ellos los humanos, quienes disponemos como ya dijimos, de un grado particular de consciencia que es la autoreflexiva. Ampliando aún más esta perspectiva, el significado es también lo que permite desplegar otro aspecto de orden más metafísico si se quiere, que es la presencia de sentido o finalidad. Y aquí reencontramos nuevamente a la consciencia, a través de su facultad integradora. Para algunos autores que han explorado el encuentro entre ciencia y espiritualidad, como Pierre Teilhard de Chardin y Thomas Berry entre otros, la consciencia es la fuerza que mantiene unidas las cosas, la atracción física y metafísica que evita que el universo se disuelva en sus fases fragmentadoras y expansivas. Casi un sinónimo de centro psíquico (o alma), la consciencia es lo que mantiene unidos los elementos o partes del sistema alrededor de un centro virtual que funciona como atractor, concentrando las energías, dándole forma, sentido y dirección. A nivel de los seres humanos la función integradora de la consciencia ha sido ampliamente explorada por autores como Carl G. Jung, a través de la incorporación del concepto de Sí Mismo en el esquema psíquico, como instancia holográfica generadora de significado. En él se inspira la función trascendente, como fuerza reguladora y organizadora de la persona que, al mismo tiempo, orienta el proceso de individuación. La visión de la consciencia como entidad holística e integradora es la que da lugar también a la ampliación del concepto de inteligencia. Diversos autores han ido extendiendo el alcance de este concepto. La visión racionalista clásica ‐que es la que aún está vigente en la mayor parte de los sistemas educativos‐ restringe la inteligencia como sinónimo de coeficiente intelectual (capacidad para resolver problemas lógicos en forma abstracta y expresarlos verbalmente) y descalifica las demás funciones psíquicas, subordinándolas. Actualmente se han divulgado otras teorías que admiten la existencia de diversas formas de inteligencia humana. Daniel Goleman ha explorado especialmente la inteligencia emocional y Howard Gardner, reconoce varias ‐lingüística, lógica, espacial, musical, corporal, interpersonal, intrapersonal y naturalista‐, entre otras.
25
Por último Ian Marshall y Danah Zohar han propuesto la existencia de la Inteligencia Espiritual, un proceso psíquico basado en ciertas oscilaciones neurales sincrónicas que unifican la información en todo el cerebro. Esta forma de inteligencia es la responsable de otorgar significado y sentido a los actos humanos, es la que evalúa entre varios cursos de acción posibles y elige el que está más en concordancia con el ser (centro psíquico o alma), la que permite los saltos cognitivos o insights creativos y la que pone las cosas en contextos más amplios. En resumen, podemos decir que desde la perspectiva de los nuevos paradigmas la consciencia es: • un fenómeno multidimensional que se despliega en múltiples niveles y estados,
por tanto, incluye holísticamente todas las funciones psíquicas (conscientes, inconscientes y supraconscientes)
• de naturaleza sutil, por tanto, trasciende las fronteras físicas • un emergente del proceso evolutivo global • está distribuida holográficamente en todo el universo • en proceso continuo de expansión, complejización y evolución • genera significado y sentido, por tanto autoinforma, regula y orienta el devenir • a nivel humano adquiere capacidad autoreflexiva, que permite el “tomar
consciencia” o “awareness” • permite el reconocimiento y la interpretación de la realidad, tanto externa como
interna, incluyendo la dimensión moral. • es integradora y mantiene la unidad, al concentrar el despliegue del ser alrededor
de un centro virtual Energía Al indagar el significado del concepto de energía, como ya hemos adelantado, reencontraremos muchas de las notas que caracterizan al concepto de consciencia, porque desde la perspectiva de la nueva ciencia holística, coincidente en gran medida con las tradiciones espirituales y esotéricas de conocimiento, consciencia y energía son prácticamente sinónimos. Sin embargo, el término energía remite en forma más específica a la cualidad dinámica, a la idea de fuerza que impulsa, que da vida y movimiento, que inicia, activa y sostiene todo en funcionamiento. El término proviene del griego ἐνέργεια/energeia y también ἐνεργóς/energos, que denotan actividad, operación, fuerza de acción o de trabajo. Tiene diversas acepciones y definiciones, pero todas ellas están relacionadas con la idea de la capacidad para obrar, transformar o poner en movimiento. Tanto el estudio de la consciencia como el de la energía constituyen temas de frontera para la ciencia. Si bien se reconocen e investigan ambos fenómenos, teniendo
26
muchas descripciones sobre su funcionamiento, aún no se ha llegado a un verdadero esclarecimiento de su naturaleza. Tal vez esto se deba a que la ciencia evita entrar en el terreno de la espiritualidad, y ésta es justamente la dimensión desde donde mejor podemos comprender el fenómeno de la interrelación consciencia‐energía. Por tal razón, es necesario en este punto abrevar en las tradiciones espirituales orientales –especialmente el hinduismo‐ donde encontramos una más afinada captación de este tema. En Occidente es mucho más reciente la investigación científica de este binomio. Podríamos decir que el gran descubrimiento de la energía se produce a comienzos del siglo XX, a partir de las investigaciones de Albert Einstein sobre la Relatividad y de la Cuántica sobre la microfísica de las partículas. Al descubrir que el espacio y el tiempo son también dimensiones gemelas que forman parte de la materia misma, y que ésta resulta ser sólo una manifestación física de un determinado patrón vibratorio, se establece la correlación entre masa y energía (E=mc2). La reconsideración de la naturaleza energética de la materia se termina de completar al aplicar radiaciones para explorar el interior del átomo. La posibilidad de bombardear partículas para investigar lo que se esconde en su interior, liberó una de las fuerzas más destructivas que el ser humano haya conocido y manipulado hasta entonces: la energía atómica, un potencial que aún no parecemos ser muy capaces de manejar equilibradamente. Sincrónicamente, en 1930 se descubre el último planeta del sistema solar –Plutón‐. Además de las asociaciones de su nombre con el plutonio, uno de los elementos radioactivos, este planeta acompaña la emergencia en la consciencia colectiva de una de las fuerzas arquetípicas más poderosas. Plutón remite al Hades, el Inframundo, la oscuridad, el poder, a la capacidad destructiva y regeneradora, a la transformación profunda, que siempre requiere atravesar la dialéctica muerte‐renacimiento. Paralelamente, se produce el sorprendente descubrimiento del vacío como parte sustancial y mayoritaria de la estructura atómica, y de la simetría como estructura básica que ordena los infinitos haces de fuerzas intervinculadas. Se inicia así una nueva perspectiva sobre lo que es la realidad. Según queda expresado por las últimas teorías físicas de los campos, las cuerdas y el fenómeno bootstrap, aquello que observamos como realidad exterior es el resultado de una compleja red de vínculos energéticos, un estado virtual de ondas de probabilidad que se definen en el mismo acto de la observación, y por tanto son relativas e indeterminables. Lo que Einstein planteó como equivalencia entre masa y energía, en realidad sólo indica la cantidad de energía necesaria para crear una apariencia que nosotros vemos como una sustancia sólida. Por tanto, no hay tal discontinuidad entre lo material y lo inmaterial, sólo hay cargas eléctricas que interactúan con un campo electromagnético de fondo. Lo que llamamos “materia” es solo un estado de la energía que nuestra percepción capta como tal. Son la limitaciones de nuestro sistema senso perceptivo las que nos hacen ver tan sólo el “revés” de la trama del universo, con su apariencia sólida. La cuántica dio vuelta las cosas y nos mostró el “derecho” del conocimiento;
27
sólo es necesario sortear las barreras de nuestra percepción ordinaria y afinar nuestros sentidos más sutiles. Varias implicancias de gran trascendencia se desprenden de estos descubrimientos: a) la sustancia del Universo es una sola: energía en distintos estados o niveles vibratorios b) todo en el Universo está interconectado por una enorme red de conexiones energéticas c) lo que mantiene a todo unido y en equilibro es el constante intercambio de información a través de esa red de conexiones energéticas d) es posible para la consciencia humana conectar con ese campo energético e intercambiar información (extraer y también, inscribir nuevas memorias) Es así como la nueva física abrió la puerta al estudio del binomio consciencia‐energía, un campo transdisiciplinario que no ha dejado de ensancharse y profundizarse desde entonces. Pues la consciencia aparece como una de las formas más sutiles y activas de la energía. A partir de estos dos importantes reconocimientos –la naturaleza energética de la materia y la participación de la consciencia en la manifestación de la realidad‐ fue posible superar el dualismo cartesiano del paradigma moderno, que enfrentaba mente y materia como una antinomia irreconciliable. Se suturaba de esa forma, el abismo de la fragmentación moderna ofreciendo una visión unificadora de todo el universo. Y el concepto clave para eso resultó ser el de energía. Al mismo tiempo, los nuevos paradigmas físicos tendían los puentes para entenderse mejor con las filosofías energetistas, tanto orientales como occidentales, así como con las cosmovisiones indígenas y fenómenos emergentes de ellas como el chamanismo. Diversas tradiciones espirituales y esotéricas venían explorando desde hacia milenios el sutil y poderoso campo de la energía y la consciencia. Uno de los más antiguos principios herméticos atribuidos al sabio egipcio Hermes Trismegisto dice: “todo es mente”. Y los físicos cuánticos parecen haberse concitado por ese profundo conocimiento. Wolfgang Pauli se acercó al psicoanálisis, a la psicología junguiana y a la cábala; Niels Bohr al taoísmo; Ervin Schroëdinger al hinduismo, David Bohm a Jiddu Krishnamurti, Werner Heisenberg al Platonismo. De modo que la física cuántica bien puede considerarse como una ciencia de síntesis. Mencionaremos sólo algunos ejemplos. En la concepción cosmogónica del hinduismo Shakta Vedanta los diversos mundos tienen un origen energético en el punto Bindu, un átomo primordial de prodigiosa energía potencial, que guarda una asombrosa correspondencia con la versión científica occidental de la teoría astrofísica del Big Bang. Y es esa misma energía en estado puro, ese vacío pleno de posibilidades,
28
el que se asocia en definitiva con la consciencia como fuerza energética, como el estado más básico de la realidad potencial. La consciencia‐energía sería así, el motor de toda la existencia. Según el neohinduísmo en la versión de Sri Aurobindo el universo entero está formado por esta sola sustancia, la consciencia‐fuerza divina, que recibe el nombre de agni o fuego (hijo de la energía, según el Rig Veda), asociado con el calor, la llama de la vida, la fuerza que pone el universo en movimiento. Esta fuerza toma distintas formas y densidades. Según el nivel donde enfoquemos nuestra atención encontramos: el calor de la energía mental o agni mental, el calor del corazón y de las emociones o agni vital, el calor sutil del alma o agni psíquico, y la fuerza que se densifica en la materia o agni físico. Recordemos que tanto las tradiciones espirituales como la nueva ciencia holística comparten una visión estratificada y multidimensional de la realidad. La gran cadena del ser de la mística cristiana, también recuperada por la psicología de Ken Wilber en su espectro de la consciencia, reconoce a nivel humano básicamente tres niveles: Nous (Espíritu), Psique (Alma)y Soma (Cuerpo). El primero o noético es el que corresponde a la consciencia‐energía pura o espiritual, el segundo incluye la energía psíquica tanto en su aspecto mental intelectivo como en el afectivo; y por último, el tercero o somático es el que constituye los cuerpos emocional y físico. Tanto la visión hinduista como la taoísta conciben al ser humano como un microcosmos integrado ‐a semejanza del macrocosmos‐, por diversos cuerpos de diversa densidad, enervados por diversos centros energéticos interconectados por múltiples canales (chakras, meridianos y nadis). Esta es la visión que hoy en día comparte la medicina energética y diversas disciplinas terapéuticas alternativas. Para la mayor parte de las cosmovisiones indígenas la idea de la energía como fuerza vital que anima el funcionamiento del universo es central. Se basa en la concepción de un principio de dualidad o polaridad complementaria que está en el origen de todo lo existente, y encuentra múltiples manifestaciones a nivel simbólico. El papel del ser humano es mantener el ciclo energético siempre en acción y de esta manera garantizar el orden o equilibrio cósmico a través de las ceremonias y rituales. El controvertible tema de los sacrificios se basa en una concepción energética de la realidad. El chamanismo es una forma ancestral de manejo de la energía, que también se asienta en el concepto de iniciación, como el atravesar trances de muerte y renacimiento para limpiar energías viejas y liberar energías de renovación. A nivel del pensamiento esotérico también el sacrificio y la iniciación es un paso imprescindible de toda auténtica transformación. Aceptar la existencia de este mundo invisible pero real, así como la unicidad sustancial de la consciencia‐energía puede tener otra implicancia trascendental para el futuro de la ciencia. Desde esta perspectiva se abren múltiples dimensiones de realidad y el espíritu deja de ser una entidad metafísica, abstracta, desligada de la base biológica, por lo tanto, ajena al campo de la investigación empírica. Tarde o temprano, la ciencia tendrá que aceptar lo espiritual como un aspecto inmanente a la realidad
29
física, y de esa manera, cerrar la brecha que dejaba infinidad de fenómenos confinados del otro lado de la línea divisoria. En resumen, podemos decir que tanto los nuevos paradigmas como las tradiciones espirituales coinciden en los siguientes puntos: a) La sustancia del universo es una sola: energía o fuerzas sutiles. Ondas electromagnéticas en vibración o de otros tipos, según la visión científica, espíritu o fuerza divina para las visiones religioso‐espirituales, élan vital o fuerza vital en las filosofías vitalistas. b) La realidad es concebida como un espectro estratificado o multidimensional, que obedece a los diversos grados, intensidades y características que adopta la energía c) Los seres humanos somos sistemas abiertos de consciencia‐energía que a través de nuestros pensamientos, nuestra palabra y nuestros actos intercambiamos constantemente información que conforma realidad con el campo cuántico global d) Es posible utilizar la consciencia para dirigir la energía, constituyendo esto un principio equilibrante y terapéutico básico e) Para acceder a un correcto manejo de la energía es imprescindible contar con un marco ético que garantice su buena utilización, orientación y direccionamiento. Transformación‐Equilibrio La concepción holística que asume la continuidad esencial entre consciencia y energía, implica necesariamente una visión dinámica y fluida de la realidad. Según vimos, el concepto de energía está relacionado con la capacidad para obrar, poner en movimiento o transformar. De modo que la transformación sería una resultante natural del fluir de la energía. Así, el primer par de conceptos –consciencia‐energía‐ nos conduce directamente al segundo binomio que estamos indagando: la interrelación entre transformación y equilibrio. Dado que la inspiración más profunda de este nuevo paradigma son los sistemas vivientes, resultan centrales los temas del cambio, el devenir de los procesos y la transformación. De la misma forma, aparecen indisolublemente ligados los conceptos de inestabilidad y equilibrio, así como el más delicado tema del sentido o la dirección del cambio. Todos estos conceptos pueden englobarse en un gran tema: la evolución. El paradigma moderno también nos legó una concepción determinista y lineal de la evolución. Según el pensamiento darwinista, incluso en sus versiones más actualizadas, la evolución es la resultante de una combinación de azar y competencia.
30
La aparición de la vida sobre el planeta sería un fenómeno aleatorio y carente de cualquier propósito ulterior. La dinámica evolutiva impone la lógica del matar o morir, se basa en la búsqueda excluyente de la supervivencia, una arena en donde sólo quedan los más fuertes, los que logran adaptarse eficazmente a las condiciones que el medio les impone, aunque sea a costa de aplastar a los competidores. La vida aparece como una cadena de fuerzas que despiadadamente se deshace de sus eslabones más débiles. La evolución se representa como una pirámide escalonada, donde la dirección ascendente de superación parece un recorrido lineal e inevitable para todos por igual; y la ley del más fuerte se impone en forma verticalista y descendente. Dentro de esta visión el ser humano se reservó el último escalón por encima de todas las demás especies, lo cual le otorgó las prerrogativas de su indiscriminada explotación. Este modelo biologicista se trasladó también dentro de las ciencias humanas y sociales, imprimiendo una de las huellas más profundas y dañinas del paradigma moderno: el evolucionismo unilineal. En base a esta idea se impuso la supremacía de la cultura occidental y de la “raza” blanca, como sinónimos de “civilización” y superioridad, con derechos y privilegios por sobre todas las demás culturas y tipos humanos. Naturalmente, esta visión decimonónica del proceso evolutivo ha sido revisada. Los nuevos paradigmas la han replanteado, no sólo por sus consecuencias ético‐políticas, sino porque al inspirarse en un modelo vitalista, la misma idea evolutiva fue sufriendo una sucesiva ampliación y complejización. Se ha abandonado la unidireccionalidad por la multicausalidad, aceptando que los mecanismos que describe la dinámica evolutiva pueden ser múltiples y también no lineales. Todos ellos se agrupan básicamente alrededor de dos tendencias opuestas pero complementarias: la búsqueda del equilibrio y el impulso por la autotrascendencia. La sinergia de ambas tendencias da como resultado un movimiento global que describe pautas recurrentes, entre ellas, el interjuego entre homeostasis y creatividad constante, la tendencia a la complejidad, la emergencia de formas y cualidades en distintos órdenes, la expansión y la inclusividad. El modelo lineal escalonado fue reemplazado por metáforas más orgánicas, formas de crecimiento envolventes y en espiral, donde el sentido es el despliegue desde un centro o estado más concentrado y retraído, hacia movimientos y territorios cada vez más amplios y expansivos. Como ya señalamos al tratar el tema de la consciencia, la idea evolutiva también alcanzó este campo, casi como su última frontera. Asumiendo que el surgimiento de la consciencia refleja, como atributo diferencial del ser humano, ha sido un vástago reciente del gran árbol evolutivo de la materia y la vida, y su presencia, lejos de ser un resultado del azar, estaría implicado desde su origen. Desde esta perspectiva se considera que el ser humano ha venido a aportar un escalón significativo en el devenir del universo, no sólo por el despliegue de sus facultades cognitivas más complejas, sino también por su particular capacidad de compasión y amor, y por su potencial para transformar energías instintivas de orden biológico en
31
energías más sutiles de orden espiritual, aspectos que una vez más acercan la mirada científica a las tradiciones de conocimiento. Interesa especialmente detenernos sobre la idea evolutiva aplicada al ser humano, dado que este tema coincide con el propósito central de la Fundación Columbia: acompañar la transformación personal y la expansión de la consciencia. Desde la visión de los nuevos paradigmas también se explica como una consecuencia natural de este despliegue global, la creciente necesidad de las personas de iniciar procesos de autoconocimiento e integración de sus partes fragmentadas, ya que desde esta perspectiva aparece claramente que la autoconsciencia es una necesidad macroevolutiva, que se realiza a nivel individual. Tanto desde la psicología freudiana como desde la visión junguiana, la salud psíquica se asocia con el proceso de evolución personal, signado por una paulatina conscientización de los contenidos más reprimidos o inconscientes de la psiquis. Para Jung especialmente, la virtud de una plenitud psíquica se encuentra en mantener una fluida vinculación entre las diferentes capas o círculos de la consciencia, integrando progresivamente las profundidades del inconsciente, no sólo personal sino colectivo, en un movimiento envolvente y holográfico que alinea el Sí Mismo, como centro psíquico más profundo, con la totalidad el universo. Le debemos a Jung también la caracterización del fenómeno de la transformación personal como un proceso progresivo hacia la individuación, implicando una creciente trascendencia del núcleo egoico en un acercamiento hacia la integración de la consciencia. En la visión wilberiana se describe la consciencia como un espectro de sucesivos niveles de inclusividad. El proceso de despliegue del ser se concibe como el desarrollo de la subjetividad a través de una progresiva diferenciación de nuevas estructuras que conlleva el arduo trabajo de desidentificación con las etapas anteriores y su trascendencia hacia instancias más holísticas y superadoras. Más allá de la enorme comprehensividad de su psicología, Wilber termina imprimiendo un cierto sesgo evolucionista a su planteo. En consonancia con muchas visiones de las tradicionales espirituales, también otros autores la psicología transpersonal reconocen el potencial transformador de las experiencias de ampliación de la consciencia, tanto por medios naturales –como la meditación, la danza o la respiración‐, así como a través del auxilio de técnicas que activan la mente (psicoactivas), como la ingesta de plantas sagradas u otros recursos tradicionales, como el sonido percusivo rítmico, el movimiento corporal, o la emisión de la voz. Por cualquiera de estos caminos es posible acceder a estados de consciencia expandida que pueden acercarse o culminar en una de las experiencias más transformadoras del ser humano: la percepción integral de unión con el infinito, la presencia plena más allá de las dimensiones espacio temporales, o la vivencia de identificación del yo con los otros, o lo otro –pudiendo ser cualquier instancia de la creación, desde otro ser humano hasta un microorganismo, el sol o una roca‐. Estos estados de iluminación son autotransformadores y generan en la persona la vivencia de renacimiento, de nacer a un nuevo mundo o iniciar un nuevo estadio de vida.
32
Una virtud del proceso de integración de la consciencia es que conduce en forma natural y no forzada a un estado cada vez más estable de bienestar y equilibrio. Aquietar las fluctuaciones y quitar poder a los viejos condicionamientos de la mente, así como estabilizar las turbulencias emocionales que nos arrastran a estados negativos de angustia, confusión o desesperanza, es una meta fundamental en el camino de autotransformación. Al acceder a estados cada vez más confiables y permanentes de equilibrio interno, se produce por resonancia energética, un mayor equilibrio en el medio externo. Y sólo desde ese estado holográfico de alineación se puede lograr la sincronización o sintonización entre el adentro y el afuera, disolviendo las brechas o cesuras entre lo personal y lo colectivo. El apego emocional a una situación, a un trauma, a un dolor, a una persona o a un conflicto, genera estancamiento. Y por lo tanto, frena el fluir de las energías psíquicas, que se obstinan alrededor de ese punto ciego. Se comprende así la importancia evolutiva de mantener una constante circulación de energías mentales y emocionales. El estado de bienestar no significa ausencia de dolor, pues la vida está hecha tanto de situaciones placenteras como de hechos desagradables o difíciles. Pero sí implica la superación del sufrimiento, como actitud de adherencia emocional a los aspectos dolorosos, que termina eclipsando el goce saludable de la vida. El proceso de transformación personal está así directamente ligado a la ampliación e integración de la consciencia. Es lo que nos acerca la posibilidad de acceder a un estado de mayor bienestar, entendiendo bienestar como la búsqueda de un equilibrio cada vez más dinámico entre placer y dolor, el acercamiento a nuestro ser esencial más profundo, la activación de nuestra fuerza vital más genuina, el descubrimiento y despliegue de nuestra singularidad, y el ejercicio de nuestra capacidad evolutiva, que naturalmente implica la sintonización con el movimiento global de la consciencia y la energía. Autoconocerse es transformarse. Transformarse es evolucionar. Y evolucionar a nivel personal es también co‐evolucionar con otros niveles más amplios de la existencia. Al entregar desinteresadamente nuestros mejores frutos desplegamos nuestra capacidad de amar en forma no discriminatoria e incondicionada. Y ésta seguramente, es la mejor ofrenda que cada uno de nosotros puede hacerse a sí mismo y al universo. Por último, el camino de autotransformación y despertar espiritual puede conducirnos a un estado de serena felicidad. Al ir cortado los lazos y condicionamientos que nos encadenan al goce del sufrimiento, es posible aceptar la alegría y agradecer este simple pero profundo hecho de estar vivos y poder disfrutar de un cierto bienestar.
33
Bibliografía General
ALMENDRO, Manuel (Ed.). 1999. La consciencia transpersonal. Barcelona, Kairós. ANAYA DUARTE, Gerardo. 2005. El pensamiento antropológico de Teilhard de Chardin. México, Universidad Iberoamericana. AUGROS, Robert y George STANCIU, 1987. The New Biology. Discovering the Wisdom in Nature, Shambhala Publications. AZCUY, Eduardo A. 1976. Arquetipos y símbolos celestes. Buenos Aires, Fernando García Cambeiro. BECHTEL, William. 1988. Filosofía de la mente. Madrid, Editorial Tecnos. BERMAN, Morris. 1987. El reencantamiento del mundo. Cuatro Vientos, Santiago de Chile. Introducción: Paisaje Moderno. ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐1992. Cuerpo y Espíritu. La historia oculta de Occidente. Santiago de Chile, Cuatro Vientos. ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐2004. Historia de la Conciencia. De la paradoja al complejo de autoridad sagrada. Santiago de Chile, Cuatro Vientos. BERRY, Thomas. 1988. The Dream of the Earth. Sierra Club Books. ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐ 1997. Reconciliación con la Tierra. La nueva teología ecológica. Santiago de Chile, Cuatro Vientos. BOHM, David. 1988. La totalidad y el orden implicado. Barcelona, Kairós. BOHM, David y David PEAT. 1988. Ciencia, orden y creatividad. Las raíces creativas de la ciencia y de la vida. Barcelona, Kairós. BRIGGS, John P. y David PEAT. 1989. A través del maravilloso espejo del universo. Barcelona, Gedisa. BROSSE, Thérèse. 1981. Consciencia‐Energía. Estructura del hombre y del universo. Madrid, Taurus Ediciones. CAJETE, Gregory. 2000. Native Science. Natural Laws of Interdependence. Santa Fe, New México. Clear Light Publishers, CAPRA, Fritjof. 1985. El punto crucial. Ciencia, sociedad y cultura naciente. Barcelona, Integral. ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐ 1987. El Tao de la Física. Una exploración de los paralelos entre la física moderna y el misticismo oriental. Madrid, Luis Cárcamo Editor. ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐ 1990. Sabiduría Insólita. Barcelona, Kairós. ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐ 1998. La trama de la vida. Una nueva perspectiva de los sistemas vivos. Barcelona, Anagrama. CAPRA, Fritjof y David STEINDL‐RAST. 1993. Pertenecer al Universo. La nueva ciencia al encuentro de la sabiduría. Buenos Aires, Planeta. CHOPRA, Deepak. 2010. Sincrodestino. Buenos Aires, Alfaguara. CHURCHLAND, Paul. 1992. Materia y Conciencia. Introducción contemporánea a la filosofía de la mente. Barcelona, Gedisa. DAVIES, Paul. 1982. El espacio y el tiempo en el universo contemporáneos. México, Fondo de Cultura Económica. DEVERAUX, Paul y otros. 1991. Gaia. La Tierra inteligente. Madrid, Martínez Roca. DÜRCKHEIM, Karlfried Graf. 1997. El centro del Ser. Barcelona, Luciérnaga. EINSTEIN, Albert, , Adolf GRÜNBAUM, A. S. EDDINGTON y otros. 1984. La teoría de la relatividad. Sus orígenes e impacto sobre el pensamiento moderno. Madrid, Alianza.
34
ELIADE, Mircea. 1993. El chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis. México, Fondo de Cultura Económica (1ra. edición en francés, 1951) FERGUSON, Marilyn. 1991. La conspiración de Acuario. Transformaciones personales y sociales en este fin de siglo. Prólogo de Salvador Pániker. Buenos Aires, Editorial Troquel. ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐2006. El mundo de Acuario hoy. Barcelona, Kairós. FERRER, Jorge. 2003. Espiritualidad Creativa. Una visión participativa de lo transpersonal. Barcelona, Kairós. ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐y Jacob SHERMAN. 2011. El giro participativo: Espiritualidad, misticismo y estudio de las religiones. Barcelona, Kairós. GARDNER, Howard. 1987. La teoría de las inteligencias múltiples. México, Fondo de Cultura Económica. GARDNER, James. 2008. El universo inteligente. Una auténtica revolución: la inteligencia propia del cosmos. Barcelona, Robinbook. GARDNER, Martin, 1976. La explosión de la relatividad. Barcelona, Salvat. GERBER, Richard, 1998. La curación energética, Barcelona, Robinbook. GOLEMAN, Daniel, 1996. La inteligencia emocional, Buenos Aires, Javier Vergara. ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐, L. DOSSEY, J. ACHTERBERG, P. RUSSEL, C. TART, A. NEWBERG, S. KRIPPNER y otros. 2010. La espiritualidad a debate. El estudio científico de lo trascendente. Barcelona, Kairós. GOSWAMI, Amit. 2009. El médico cuántico. Barcelona, Ediciones Obelisco. GREENE, Brian. 2000. The Elegant Universe. Superstrings, Hidden Dimension and the Quest for the Ultimate Theory, New York, Vintage Books. GRINBERG, Miguel. 2005. Celebración de la vida intensa. La eternidad aquí y ahora: secretos y senderos. Buenos Aires, Deva´s. GRIVA, Edelmi. 2005. De lo personal a lo transpersonal. Rosario, Luna Nueva. GROF, Stanislav (compilador). 1991. Sabiduría antigua y ciencia moderna. Santiago de Chile, Cuatro Vientos. GROF, Stanislav. 1991. “Occidente está en crisis porque ha perdido su conexión con la espiritualidad”. En: Más Allá. Septiembre. ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐1994a. La mente holotrópica. Fundamentos experimentales de una nueva comprensión de la conciencia humana. Buenos Aires, Planeta‐Nueva conciencia. ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐ 1994b. Psicología transpersonal. Nacimiento, muerte y trascendencia en psicoterapia. Barcelona, Kairós. ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐ 2002. La psicología del futuro. Lecciones de la investigación moderna de la consciencia. Barcelona, La Liebre de Marzo. GROF, Stanislav et. al. 1994. La evolución de la conciencia. Barcelona, Kairós. GRÜN, Anselm. 2008. Transformación. Una dimensión olvidad de la vida espiritual. Buenos Aires, Lumen. HEISENBERG, Werner. 1994. La imagen de la naturaleza en la física actual. Madrid, Planeta‐Agostini. HUXLEY, Aldous. 1999. La filosofía perenne. Buenos Aires, Sudamericana. ISAAC, Glynn. 1978. “The food‐sharing behavior of protohuman hominids”. Scientific American, 238:90‐108. JANTSCH, Eric y H. Conrad WADDINGTON, (Eds). 1976. Evolution and Consciousness, Massachusetts, Addiosn‐Wesley. JUNG, Carl G. 1977. Arquetipos e Inconciente colectivo. Buenos Aires, Paidós.
35
‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐ 2003. Realidad del alma. Buenos Aires, Losada. HILLMAN, James. 1998. El código del alma. LA respuesta a la voz interior. Barcelona, Martínez Roca/ Planeta KOESTLER, Arthur. 1998. En busca de lo Absoluto. Barcelona, Kairós. KUHN, Thomas. 1980. La estructura de las revoluciones científicas. México, Fondo de Cultura Económica. ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐ 1983. La tensión esencial. Estudios selectos sobre la tradición y el cambio en el ámbito de la ciencia. México, Fondo de Cultura Económica. KUSCH, Rodolfo 1975 América profunda. Buenos Aires, Bonum. LASZLO, Erwin. 1988. Evolución. La gran síntesis. Madrid, Espasa Calpe. ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐ 1990. La gran bifurcación. Crisis y oportunidad: anticipación del nuevo paradigma que está tomando cuerpo. Barcelona, Gedisa. ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐ 1997. El cosmos creativo. Hacia una visión unificada de la materia, la vida y la mente. Barcelona, Kairós. LE SHAN, Lawrence y MARGUENAU, Henry. 1985. El espacio de Einstein y el cielo de Van Gogh. Un paso más allá de la realidad física. Barcelona, Gedisa. LIPTON, Bruce. 2010. La biología de la creencia. Madrid, Gaia Ediciones. LOVELOCK, James, 1983. Gaia, una nueva visión de la vida sobre la Tierra. Madrid, Blume. LLAMAZARES, Ana María. 1995. Hacia una racionalidad creativa y autocrítica. En: Arte y Educación 1:12‐20. Versión electrónica: www.delrelojalaflordeloto.blogspot.com sección Artículos ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐2011a. “La dimensión espritual de la crisis de paradigmas”. En: Kaleidoscopio, Volumen 8, No 16, Jul‐Dic 2011, Venezuela. ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐ 2011b. Del reloj a la flor de loto. Crisis contemporánea y cambio de paradigmas. Buenos Aires, Del Nuevo Extremo. -------------- 2011c “Metáforas de la dualidad en los Andes: cosmovisión, arte, brillo y chamanismo.” En: Las imágenes precolombinas, reflejos de saberes. María del Carmen Valverde Valdés y Victòria Solanilla Demestre (Coordinadoras). Pags. 461‐488. México, Universidad Nacional Autónoma de México ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐2012a “Wounded West. The Healing Potential of Shamanism in Contemporary World”. En: ReVision. Journal of Consciousness and Transformation. Vol 32 (2): 5‐22. ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐2012b. Conceptos básicos de epistemologia holística. Fichas del PEAC. Buenos Aires, Fundación desdeAmérica. En: www.delrelojalaflordeloto.blogspot.com sección Artículos ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐2012c. “Epistemología holística: una herramienta para ampliar la conciencia”. En: Kaleidoscopio, Universidad Nacional Experimental de Guayana. (en prensa). ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐2013. La revolución de la consciencia. De las neurociencias al tarot (m.s.) LLAMAZARES, A.M. y Carlos MARTÍNEZ SARASOLA. 2004 El lenguaje de los dioses. Arte, chamanismo y cosmovisión indígena en Sudamérica. Buenos Aires, Editorial Biblos. MARTÍNEZ MIGUELEZ, Miguel. 1993. El paradigma emergente. Hacia una nueva teoría de la racionalidad científica. Barcelona, Gedisa. MARTINEZ SARASOLA, Carlos. 2010. De manera sagrada y en celebración. Identidad, cosmovisión y espiritualidad en los pueblos indigenas. Buenos Aires, Biblos
36
MATURANA, Humberto y Francisco VARELA. 1990. El árbol del conocimiento. Las bases biológicas del entendimiento humano. Santiago de Chile, Editorial Universitaria. MCTAGGART, Lynne. 2007. El campo. En busca de la fuerza secreta que mueve el universo. Barcelona, Sirio. MEDINA, Andrés.2000. En las cuatro esquinas, en el centro. Etnografía de la cosmovisión mesoamericana. México, UNAM
MERLO, Vicente. 2002. La fascinación de Oriente. Barcelona, Kairós 2007. La llamada (de la) Nueva Era. Hacia una espiritualidad místico‐esotérica. Barcelona, Kairós. 2011. Las enseñanzas de Sri Aurobindo. Realización espiritual y transformación integral. Barcelona, Kairós. MITCHELL, Edgar. 2001. El camino del explorador. Cómo descubrí la conexión universal. Buenos Aires, Longseller. MORIN, Edgar. 1984. Ciencia con consciencia. Barcelona, Anthropos Editorial del Hombre. ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐ 1994. Introducción al pensamiento complejo. Barcelona, Gedisa. MYSS, Caroline. 2000. La medicina de la energía. Barcelona, Ediciones B. ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐ 2007. Anatomía del espíritu. Ediciones B. NÖE, Alva. 2010. Fuera de la cabeza. Barcelona, Kairós. OLIVERO, Inés. 2010. Qué decimos cuando hablamos. Parecido no es lo mismo. Buenos Aires, De los cuatro vientos. ORSTEIN, Robert. 1994. La evolución de la conciencia. Los límites del pensamiento racional. Barcelona, Emecé. OSHO. 2001. Creatividad. Liberando las fuerzas internas. Madrid, Debate. PIGEM, Jordi (Coordinador) 1991. Nueva conciencia. Plenitud personal y equilibrio planetario para el siglo XXI. Barcelona, Integral. ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐1994. La odisea de Occidente. Modernidad y ecosofía. Barcelona, Kairós. PRIGOGINE, Ilya e Isabelle STENGERS. 1990. La nueva alianza. Metamorfosis de la ciencia. Madrid, Alianza. REEVES, Hubert; M. CAZENAVE,; P. SOLIE; K. PRIBRAM; H. ETTER y M‐L. VON FRANZ. 1993. La sincronicidad. ¿Existe un orden acausal? Barcelona, Gedisa. RUSSELL, Peter. 1993. La Tierra inteligente. El amanecer de la conciencia cósmica. Madrid, Gaia. SATPREM. 1989. Sri Aurobindo o la aventura de la consciencia. Barcelona, Ediciones Obelisco. SCHUMACHER, E.F. 1994. Lo pequeño es hermoso. Madrid, Tursen/Hermann Blume. SHELDRAKE, Rupert. 1990a. Una nueva ciencia de la vida. Barcelona, Kairós. ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐ 1990b. La presencia del pasado. Resonancia mórfica y hábitos de la naturaleza, Barcelona, Kairós. SHELDRAKE, Rupert, Terence McKENNA, & Ralph ABRAHAM. 1998. The Evolutionary Mind. Trialogues at the Edge of the Unthinkable. Santa Cruz, Trialogue Press. ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐ 1992. Trialogues at the Edge of the West. Chaos, Creativity and the Resacralization of the World. Santa Fe, Bear & Co. SMITH, Huston, 2000. La verdad olvidada. Barcelona, Kairós. ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐ 2002. Más allá de la mente posmoderna. Barcelona, Kairós. SMUTS, Jan, 1926. Holism and Evolution. Mac Millan.
37
SWIMME, Brian, 1997. El universo es un dragón verde. Un relato cósmico de la creación. Santiago de Chile, Sello Azul. SWIMME, Brian y Thomas BERRY, 1992. The Universe Story. From the Primordial Flaring Forth to the Ecozoic Era. A Celebration of the Unfolding of the Cosmos. San Francisco, Harper. TALBOT, Michael, 1988. Más allá de la teoría cuántica. Barcelona, Gedisa. TART, Charles, 1994. Psicologías transpersonales. Las tradiciones espirituales y la psicología contemporánea. Barcelona, Paidós. TEILHARD de CHARDIN, Pierre. 1965. El fenómeno humano. Madrid, Taurus. ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐ 1967. El porvenir del hombre. Madrid, Taurus. VARELA, Francisco. 1990. Conocer. Las ciencias cognitivas: tendencias y perspectivas. Cartolografía de las ideas actuales. Barcelona, Gedisa. ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐ 2002. El fenómeno de la vida. Santiago de Chile, Dolmen. VAUGHAN, Frances. 1997. Sombras de lo sagrado. Más allá de las trampas y las ilusiones del camino espiritual. Madrid, Gaia. WALSH, Roger. 1994. La supervivencia humana: un análisis psicoevolutivo. En: La evolución de la conciencia. S. Grof et.al. Ed. Kairós, Barcelona. WALSH, Roger y VAUGHAN, Frances (Comp.). 1991. Más allá del ego. Troquel, Barcelona, WEBER, Renée. 1990. Diálogos con científicos y sabios. La búsqueda de la unidad. Barcelona, La liebre de marzo. WEIL, Pierre. 1993. Holística: Una nueva visión y abordaje de lo real. Bogotá, San Pablo. WILBER, Ken (Ed.). 1987. El paradigma holográfico. Una exploración en las fronteras de la ciencia. Barcelona, Kairós. ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐ 1990. El espectro de la conciencia. Barcelona, Kairós. ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐1991. Los tres ojos del conocimiento. La búsqueda de un nuevo paradigma. Barcelona, Kairós. ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐2008. La visión integral. Introducción al revolucionario enfoque sobre la vida, Dios y el Universo. Barcelona, Kairós. WILLIAMSON, Marianne. 1992. A Return to Love: Reflections on the Principles of “A Course in Miracles”. Harper Collins. ZOHAR, Danah. 1996. El yo cuántico. México, Edivision. ZOHAR, D. y Ian MARSHALL. 2001. Inteligencia espiritual. Barcelona, Plaza y Janés. ZUKAV, Gary. 2008. El asiento del alma. La expansión de la percepción humana más allá de los cinco sentidos. Barcelona, Obelisco.
38
Recommended