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Conferencia pronunciada en el XX Encuentro Provincial de Cofradías y Hermandades de Semana Santa del Obispado Orihuela-Alicante el 26 de octubre de 2013 en Callosa de Segura por el

Rvdo. D. Eloy Martín García con el título

“La oración, alimento de nuestra fe”.

¿Pero qué es la fe?

Pienso que es fundamental comenzar mi exposición partiendo de la

contestación a esta primera pregunta. ¿Qué es la fe? La fe es la respuesta del

hombre a Dios. Es el asentimiento, la adhesión libre y personal cada ser

humano al Dios que se le ha revelado. El hombre, ayudado por la gracia

divina, responde a la Revelación de Dios con la fe, que consiste en fiarse

plenamente de Dios y acoger su Verdad, en cuanto garantizada por Él, que es

la Verdad misma.

¿Cuáles son las características de la fe?

CIC 153-165 179-180 183-184.

El Catecismo de la Iglesia nos dice que la fe es un don gratuito de

Dios, accesible a cuantos la piden humildemente. La fe es un acto humano,

un acto de la inteligencia del hombre, el cual, con la ayuda de Dios, asiente

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libremente a la verdad divina que se la revelado. Además, la fe es cierta,

porque se fundamenta sobre la Palabra de Dios y «actúa por medio del amor»

(Ga 5,6). Por último, la doctrina católica sostiene que, otra característica de la

fe es que está en continuo crecimiento, gracias, particularmente, a la

escucha de la Palabra de Dios y a la oración.

De este modo, podemos afirmar sin lugar a dudas con el título de esta

ponencia, que la oración es el alimento nuestra fe. Es decir: la oración hace

que crezca, se desarrolle y madure la fe, como respuesta del hombre a Dios.

¿Qué es entonces la oración? Definiciones.

Pienso que podemos encontrar tantas definiciones de oración como

personas orantes. Como muestra, os ofrezco algunas de las que nos han

ofrecido algunos de los grandes santos en la historia de la Iglesia. Por ejemplo:

Así, decía San Juan Damasceno, Llamado así por ser natural de

Damasco, capital de Siria, en la segunda mitad del siglo VII. También

conocido en su tiempo como el "Orador de Oro" por su elocuencia.  Gran

filósofo, teólogo y poeta la Iglesia del Este. Doctor de la Iglesia. Murió a

mediados del siglo VIII.

Escribió numerosas obras teológicas sobre todo contra los iconoclastas.

Os propongo también a San Juan Damasceno por este motivo, puesto que para

todos los amantes de la Semana Santa que estamos hoy aquí, este santo es

fundamental, ya que luchó por defender el culto a las imágenes sagradas frente

a los ataques destructores de los iconoclastas. Cuando León el Isaúrico,

emperador de Constantinopla, prohibió el culto a las imágenes, haciéndose eco

de los iconoclastas que acusaban a los católicos de adorar imágenes, San Juan

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Damasceno se hizo portavoz de la ortodoxia enseñando la doctrina católica.

“No adoramos imágenes sino que las veneramos”. ¿A que sólo por esto ya os

cae bien este santo?

Pues bien, volviendo al tema de la oración que nos ocupa decía así:

“La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de

bienes convenientes”. (Expositio fidei, 68 [De fide orthodoxa 3, 24]).

Ahora, ya sin detenerme en más datos biográficos, otro grande de la

teología de todos los tiempos, Santo Tomás de Aquino, nos dice sobre la

oración que: “La oración es el acto propio de la criatura racional”,

haciendo entender el aquinate que, dentro de este acto de la razón, entran

también nuestros afectos y sentidos, tal como lo explica en la Suma Teológica,

2-2, q. 83, a. 10.

Escuchemos ahora la voz de Teresa de Jesús, mujer inigualable del

Siglo de Oro español, la santa de mayor proyección internacional, la primera

mujer doctora de la Iglesia y maestra de la mística que afirma: “No es otra

cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando

muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama (Libro de la

Vida, 8, 2).

Por otro lado, Teresa la pequeña, como se la conoce universalmente,

recientemente proclamada Doctora de la Iglesia, me estoy refiriendo a Santa

Teresa del Niño Jesús, Santa Teresita, manifestaba así su manera de entender

la oración: “Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla

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mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto

desde dentro de la prueba como en la alegría (Manuscrit C, 25r:

Manuscrists autohiographiques [Paris 1992] p. 389-390).

Y sin dejar el país galo, escuchemos la voz de San Juan María Vianney, el Cura de Ars, patrono de todos los sacerdotes del mundo que decía que para él: “La oración es la elevación de nuestro corazón a Dios, una dulce conversación entre la criatura y su Criador. (Sermón sobre la oración).

Como estas definiciones sobre la oración, podemos encontrar miles, tal y como os he comentado anteriormente. Pero termino con una de alguien más cercano a nosotros y querido por todos, el beato y ya pronto santo, el Papa Juan Pablo II, a quien tantas veces hemos visto rezar. Hombre de profunda fe, avivada en la fuente de su abundante e intensa oración. Decía en una alocución al inicio de su pontificado que:

“La oración es, una actitud de confianza y de abandono en Aquel

que nos ha dado la vida por amor. Es un diálogo misterioso, pero real,

con Dios, un diálogo de confianza y amor”. (Aloc. 14-III-1979).

¿De dónde nace la oración del hombre?

CIC 2562, ss.

Para designar el lugar de donde brota la oración en el ser humano, las sagradas Escrituras hablan a veces del alma o del espíritu, aunque curiosamente, con más frecuencia hablan del corazón (más de mil veces). Pero cualquiera que sea el lenguaje de la oración, gestos o palabras, el que ora es todo el hombre.

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El lugar de donde brota la oración es el corazón. Es el corazón el que

ora. El corazón es el lugar de la decisión, en lo más profundo de nuestras

tendencias psíquicas. Es el lugar de la verdad, allí donde elegimos entre la

vida y la muerte. Es el lugar del encuentro, ya que a imagen de Dios, vivimos

en relación. El corazón es el lugar del pacto, es el lugar de la Alianza. El

corazón es la morada donde, según la expresión semítica o bíblica: donde yo

“me adentro”, donde yo estoy, donde yo habito. Es nuestro centro escondido,

inaprensible, ni por nuestra razón ni por la de nadie; sólo el Espíritu de Dios

puede sondearlo y conocerlo.

Es el corazón el que ora. Por este motivo, si este está alejado de Dios, la

expresión de nuestra oración se convierte en vana y vacía. Conocemos cómo

en el AT los profetas llaman continuamente a la conversión del corazón del

Pueblo para que busque ardientemente el rostro de Dios

Sin embargo, el verdadero lugar de donde brota la oración, incluso

antes que en el corazón del hombre, no es otro que el mismo deseo de amor

de Dios por los hombres. Ciertamente, El hombre busca a Dios. Todas las

religiones dan testimonio de esta búsqueda esencial de los hombres (cf Hch

17, 27). Incluso después de haber perdido, por su pecado, su semejanza con

Dios, el hombre sigue siendo imagen de su Creador. Conserva el deseo de

Aquel que le llama a la existencia. Dios es quien primero llama al hombre.

Olvide el hombre a su Creador o se esconda lejos de su rostro, corra detrás de

sus ídolos, caiga entre miles de pecados, o acuse a la divinidad de haberlo

abandonado, el Dios vivo y verdadero llama incansablemente a cada persona

al encuentro misterioso de la oración. . La oración acompaña a toda la

historia de la salvación como una llamada recíproca entre Dios y el

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hombre.

¿Cuál es entonces el fin de la oración?

La comunión con Dios. La vida de oración no es otra cosa que estar

habitualmente en presencia de Dios y en comunión con Él. Esta comunión

de vida es posible siempre porque, mediante el Bautismo, nos hemos

convertido en un mismo ser con Cristo (cf Rm 6, 5). Es sólo desde nuestro

formar parte del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, la manera de poder entrar

en esa comunión plena de vida y amor con Dios que es Padre, Hijo y Espíritu

Santo.

¿Y cómo orar? “Señor, enséñanos a orar”

«Estando Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de

sus discípulos: “Maestro, enséñanos a orar”» (Lc 11, 1). ¿No es acaso, al

contemplar a su Maestro en oración, cuando el discípulo de Cristo desea orar?

Entonces, puede aprender del Maestro de oración. Contemplando y

escuchando al Hijo, los hijos aprenden a orar al Padre.

Jesús ora

CIC 2602. Jesús se retira con frecuencia a un lugar apartado, en la soledad, en

la montaña, con preferencia durante la noche, para orar. “Por la mañana,

antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí

estuvo orando”. Mc 1, 35. “En seguida, Jesús obligó a sus discípulos a que

subieran a la barca y lo precedieran en la otra orilla, hacia Betsaida,

mientras él despedía a la multitud. Una vez que los despidió, se retiró a la

montaña para orar”. Mc 6, 46; “Su fama se extendía cada vez más y acudían

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grandes multitudes para escucharlo y hacerse curar de sus enfermedades.

Pero él se retiraba a lugares desiertos para orar”. Lc 5, 16.

El Hijo de Dios, hecho Hijo de la Virgen, también aprendió a orar

conforme a su corazón de hombre. Él aprende de su madre las fórmulas de

oración; de ella, que conservaba todas las “maravillas” del Todopoderoso y las

meditaba en su corazón (cf Lc 1, 49; 2, 19; 2, 51).

Lo aprende en las palabras y en los ritmos de la oración de su pueblo, en

la sinagoga de Nazaret y en el Templo. Pero su oración brota de una fuente

secreta distinta, como lo deja presentir a la edad de los doce años: “Yo debía

estar en las cosas de mi Padre” (Lc 2, 49). Aquí comienza a revelarse la

novedad de la oración en la plenitud de los tiempos: la oración filial. Rezar

a Dios como hijos sabiendo que Él nos escucha y ama porque es nuestro

Padre.

Jesús ora antes de los momentos decisivos de su misión: antes de que

el Padre dé testimonio de Él en su Bautismo: “Todo el pueblo se hacía

bautizar, y también fue bautizado Jesús. Y mientras estaba orando, se abrió

el cielo”. Lc 3, 21. En su Transfiguración: Unos ocho días después de decir

esto, Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar. Lc

9, 28, y antes de dar cumplimiento con su Pasión al designio de amor del

Padre:

Después se alejó de ellos, más o menos a la distancia de un tiro de

piedra, y puesto de rodillas, oraba:«Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz.

Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya». Entonces se le apareció un

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ángel del cielo que lo reconfortaba. En medio de la angustia, él oraba más

intensamente, y su sudor era como gotas de sangre que corrían hasta el suelo.

Lc 22, 41-44;

Jesús ora también ante los momentos decisivos que van a comprometer la

misión de sus apóstoles: antes de elegir y de llamar a los Doce:

“En esos días, Jesús se retiró a una montaña para orar, y pasó toda la

noche en oración con Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos y

eligió a doce de ellos, a los que dio el nombre de Apóstoles”. Lc 6, 12,

antes de que Pedro lo confiese como “el Cristo de Dios”:

“Un día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él, les

preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?»”. Lc 9, 18-20,

y para que la fe del príncipe de los apóstoles no desfallezca ante la tentación:

“Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido poder para zarandearlos

como el trigo, pero yo he rogado por ti, para que no te falte la fe”. Lc 22, 32.

La oración de Jesús ante los acontecimientos de salvación que el Padre

le pide es una entrega, humilde y confiada, de su voluntad humana a la

voluntad amorosa del Padre. Resumiendo: Toda la oración de Jesús se

fundamenta y sostiene en esta adhesión amorosa de su corazón de hombre

al “misterio de la voluntad” del Padre (Ef 1, 9). Éste es además el núcleo de

la oración que el mismo Jesús enseña a sus discípulos, el Padrenuestro:

“Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”.

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Orar siempre y en todo lugar con la confianza de sabernos amados y

escuchados. Sintiendo la necesidad constante de vivir en comunión de vida

con Aquel que es la fuente de la vida. De la oración de Cristo se deriva cuál es

el modo y la manera de orar del cristiano. Así como contempla orar a su

Maestro, ha de aprender a orar cualquiera que se tenga por su discípulo.

¿Cómo ha de ser la oración de un cofrade?

Ante todo, ha de ser una oración cristiana. Con Cristo y en comunión

con todo el cuerpo de Cristo que es la Iglesia. La oración del cofrade, es ante

todo una oración de comunión. “Si al presentar tu ofrenda en el altar, te

recuerdas que un hermano tuyo tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda

ahí ante el altar, anda primero a reconciliarte con tu hermano y vuelve luego a

presentar tu ofrenda” (Mt. 5, 23-25). Una oración que busca entrar en relación

con Dios a través del camino de los hermanos. Un cofrade nunca puede rezar

solo o al margen del resto de hermanos. Ser cofrade significa haberse sabido

llamado por Dios a formar parte de una familia cristiana que, bajo una

devoción, advocación, ante la contemplación de una imagen sagrada, busca en

comunidad responder a la verdadera vocación a la que Dios le llama, a buscar

y cumplir en su vida la voluntad del Señor ayudado y en compañía de otros

hermanos. El cofrade no ha sólo de orar sino ayudar a orar, colaborar con Dios

en llegar a su otro hermano para que también éste llegue a encontrarse con Él

y poder así responder a su voluntad.

La oración del cofrade ha de ser como hemos dicho antes, una oración

sincera, humilde, que sale del corazón y se dirige con la plena confianza de

hijos hacia Aquel que es nuestro Padre y nos da la certeza de que nos ama y

escucha. Todo aquel que se viste de nazareno, no puede sino orar con los

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mismos sentimientos e intenciones de Jesús, el nazareno, el Señor, que por

nosotros y para darnos eterna vida, se entregó a la muerte y una muerte de

cruz.

Pero no quiero terminar sin ofreceros algunas pistas de cómo orar desde

vuestro lugar cofrade y compromiso como miembros de Hermandades de

Semana Santa. Al igual que vosotros, yo también soy cofrade y formo parte de

diferentes Hermandades y Cofradías. Por este motivo, os comparto como un

hermano más, mi manera sencilla y particular de rezar en Semana Santa, que

es rezar con los sentidos. Sí, con todos y cada uno de vuestros cinco sentidos:

La vista, el oído, el olfato, el tacto, el gusto… Todos ellos nos hacen ser

conscientes de lo que va pasando a nuestro alrededor. A través de los sentidos

podemos ser conscientes de cómo Dios va pasando por nuestras vidas diarias

en este tiempo único en todo el año. Porque el Misterio Pascual, el Misterio de

la Muerte y Resurrección de Jesucristo, es un Misterio que envuelve y

sobrepasa todo nuestro ser.

Cuando la oración del cofrade se convierte en oración a través de los sentidos.

1. La vista. En Semana Santa los ojos se ocultan tras el antifaz. Son los

mismos ojos, pero cambia la forma de mirar. Vas vestido de Nazareno, y tu

mirar no puede ser otro que el mismo mirar de Jesús, lleno de ternura y

compasión, de amor, de verdad, de perdón. Dios te invita a que mires

durante la estación de penitencia. Te mires a ti y mires tu mundo, sus

problemas, tus calles, sus gentes… pero con sus ojos. Ver la vida y el

mundo con mirada nueva, transformada por el vestido de Cristo que me

cubre y esconde el hombre viejo que hay en mí. Mirar el mundo con los

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ojos de Dios que son muy parecidos a los ojos de los niños que observan

asombrados pasar las filas de hermanos.

La vista nos ayuda mucho a rezar en esta semana en la que sólo contemplar

la blanca luna de Nisán, nos da la certeza de que en estos días en los que Jesús

sale a la calle llevado por sus discípulos… siempre la noche es más clara.

Noches iluminadas por los cirios o antorchas de miles de hermanos que van

señalando el camino por donde ha de llegar Aquel que es el único Camino,

Verdad y Vida de los hombres.

¿Y cómo no? La vista nos lleva a ese rostro, esculpido en esa imagen del

Señor o de la Virgen que, como tatuado, parece no borrarse de nuestras retinas

en todo el año. Qué razón tiene el refranero cuando dice que una imagen, vale

más que mil palabras. Así, nuestra imágenes, contempladas por miles de

personas llevan encerradas dentro de sí, miles de silenciosas palabras que, aun

no siendo pronunciadas, se clavan en lo más íntimo del corazón. Sí, hermanos,

no hemos de tener miedo al decirlo: ¡Nuestra Semana Santa es un auténtico

espectáculo de belleza a la vista que se hace oración!

2. El oído. Música o silencio. Pasos en la noche o al rayar el día… sonido

envolvente de una banda que toca marchas solemnes o el eco seco de un golpe

sobre la piel o el parche de un tambor. Es el oído quien el jueves escucha el

silencio de las campas y el tronar de la matraca llorando la muerte del Señor.

Ya en los meses previos a la Cuaresma, cuando empiezan los primeros

ensayos de nuestras bandas, es el oído el primero que percibe y nos avisa que

ha regresado un año más el tiempo, en el que Dios renovará con nosotros su

Alianza.

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3. El olfato. Son decenas de olores los que aun cuando no viésemos ni

oyésemos, desvelarían a nuestros sentimientos la llegada de la Pascua y son

capaces de arrebatarnos como en una nube hasta el cielo. Es el olor a incienso

que se hace oración sagrada en las acciones litúrgicas, y columna de nube que

anuncia la presencia de Dios por las calles como cuando Israel vagaba por el

desierto. O el olor de la cera que se quema penitente, dando luz a la vez que

arde. El azahar que ha roto en flor su grano y canta la vida incluso aun cuando

no ha llegado la muerte, anuncio permanente de la frescura de la eterna

primavera que se nos regala en el Misterio de la Pascua… ¿y qué me decís del

olor especial de la palma blanca? De niño, siempre descubría la palma

escondida en lo oscuro que en el mercado compraba mi abuela, por el olor a

azufre que desprendían sus blancas hojas.

4. El gusto: los caramelos y los platos típicos en la gastronomía de nuestra

tierra que, diferentes a los de todo el resto del año, nos dicen del tiempo

especial que vivimos y nos llaman a la esencia de nuestra fe, al ayuno, la

abstinencia, a no olvidarnos del otro… pero de esa manera tan cariñosa que ni

se nota que es penitencia. Y me diréis… ¿Y se puede rezar comiendo? Bueno,

eso no sé. Pero lo que sí sé es que sin comer… no se puede rezar. Bromas a

un lado, la Semana Santa nos trae el sabor de Cristo que en Jueves Santo es

Dios convertido en pan y vino. Éste es el sabor de Dios, el sabor que nos deja

Cristo rompiendo su cuerpo en la cruz como se parte el pan y tiñendo los

labios con el vino de su sangre.

5. El tacto: de los guantes y los cirios, del rosario desgranado entre los dedos.

Del estrechar de las manos de los hermanos, de los grandes abrazos a los

cofrades de siempre y a los que han llegado nuevos. Rezar con el tacto y el

peso sobre los hombros o el costal al portar nuestras imágenes, a ser sus pies

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por nuestras calles, paseando la esperanza y la vida que por amor se desborda

ante la mirada de todos. Rezar con los pies descalzos sintiendo el frío en las

plantas que pisan un mundo muchas veces con corazón de hielo. Rezar, al

sentir el cosquilleo en el estómago por los nervios de la ilusión de sacar a la

calle para todos, el trabajo de unos pocos todo el año. el tacto del correr de las

lágrimas cayendo por las mejillas y mirar esa imagen del Señor, o de su

Santísima Madre. Esas lágrimas que son de gozo y amargura, de petición de

perdón o del corazón agradecido. Lágrimas incontenibles a veces por la

emoción traída en el recuerdo por la persona amada que hoy contempla tu

estación de penitencia desde el cielo.

Termino. ¿Quieres que te explique otra vez cómo hacer oración en esta

Semana Santa? Mira, toca, gusta, huele, escucha… Todo habla de Dios y a Él

conduce, déjate llevar. Pero no pases ningún detalle por alto. Da a cada cosa

su sitio y significado. Sé contemplativo en la acción. Sin duda que para la

mayoría de los que estáis aquí, sobre todo la Semana Santa es un tiempo de

mayor actividad, esfuerzo, cansancio… ¡Que no te importe! Siempre y cuando

no dejes de contemplar y orar con aquello que estás haciendo. Has de saber

leer entre líneas y elevar al plano de lo sobrenatural cualquier actividad o

trabajo que por tu Hermandad y por amor a Cristo, realizas con todo empeño.

Mis queridos hermanos. La oración es alimento de nuestra fe. Una fe

que nos hace libres y felices; una fe que multiplica la vida y deshace errores.

Una fe que es respuesta y encuentro con Aquel que por nosotros padeció en

tiempos de Poncio Pilato; que murió y fue sepultado, pero que resucitó al

tercer día y está sentado a la derecha de Dios Padre Todopoderoso, y cuyo

reino no tendrá fin. Merece la pena rezar. Pidámosle al Señor en esta tarde,

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que nos conceda a todos la gracia de progresar en la oración que hace crecer y

madurar esta nuestra fe, que es la fe de la Iglesia.

Muchas gracias.

Eloy Martín García, Pbro.

Nota: Esta conferencia se vio apoyada con una presentación de diapositivas que complementaron de forma magistral tan bellas y significativas palabras.

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