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Cuadro de texto
Problemas de gnoseo (Banega) cop 51 02-069-019
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Page 3: 02069019 Haro La Precision Del Cuerpo

COLECCIÓN ESTRUCTURAS Y PROCESOS

Serie Filosofia

©Editorial TroHa, S.A., 2007 Ferroz, 55. 28008 Madrid

Teléfono: 91 543 03 61 Fe" 91 543 14 88

E-mail: [email protected] http:/ /www.trotta.es

©Agustín Serrano de Hora, 2007

IS8N, 978-84-8164-893-5 Depósito Legal: M. 785-2007

Impresión Fernández Ciudad S. L.

Aduer!etu:ia

L EL ¡.:ENÓMENO DE APUNTAR Y LANZAR

1. Invitación al análisis ................................................. 11 2. Formas básicas y complejas, típicas y atípicas, de pun-

tería ......................................................................... 15 3. Los movimientos de la atención................................ 23 4. La adopción de postura. El concepto de pulso .......... 27 5. El cálculo del lanzamiento. Pulso y tino.................... 33 6. Gratuidad del acierto ............................................... 43

ll. CONDICIONES DE POSIBILIDAD DEL ACTO DE PUNTERÍA

7. A propósito de Zen en el arte del tiro con arco ........ . 8. El útil, la cosa y el cuerpo. Obstáculos al planteamiento

de Heidegger en el fenómeno de la puntería ........... .. 9. La percepción inadecuada de espacio y el acto de pun�

tería ........................................................................ . 10. Conclusión .............................................................. .

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47

63

79 99

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PI�.EV�A

La exhortación del gran a «acariciar !os cletaHes>' com� cicle en buena medida con la definición de Edmund Husserl de la filosofía como «la ciencia de las trivialidades». Pues el saber buscado acerca de lo evidente resulta no sólo imprevisto sino imprevisible. Ambos lemas abocan finalmente al mismo propó­sito, y la inspección cuidadosa de la experiencia humana, por entre la desmesura de la realidad y a la contra de la desatención de los hombres, nada tiene que ver con una exaltación de lo mínimo. Por circunscrito que se halle el objeto de meditación filosófica, ante ella se abre todo un universo de problemas.

L.as aclaraciones metódicas y temáticas en relación con el análisis que aquí se ofrece se encuentran incorporadas al estu­dio. La primera parte de él pretende nna descripción cabal de los actos de hacer puntería y trata de esclarecer su manifiesta falibilidad. La segnnda prolonga y profundiza el esfuerzo des­criptivo al hilo de ciertas polémicas pertinentes.

Agradezco a Juan Miguel Palacios, a Pilar Fernández Beites y a José Ruiz sus comentarios y sugerencias. La segunda prima­vera filosófica de que disfruta la fenomenología en España no es separable del nombre de Miguel García-Baró.

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¡

FENÓMENO DE APUNTAR Y LANZAR

AL

fenóm.enos que rnerecen se cuenta la m_uy conrún de hacer de apuntar a un blanco y 1a secuencia de los movitnientos que persiguen acertar en él constituyen una situación tan cono­cida y de apariencia tan sencilla, que su posible examen teórico ha de vencer más bien la resistencia de parecer artificioso.

Las actividades recreativas o utilitarias que ponen a prueba de una manera exclusiva esta singular aptitud son, en efecto, múltiples y variadas. En muchos otros juegos y competiciones, incluidos todos los que requieren el desplazamiento intencio­nado de un balón, pelota, canica o cuerpo esférico similar, la puntería es, cuando menos, un factor significativo de su desa­rrollo y resolución. También es patente, sin duda, la relevancia de la puntería en buen número de modalidades de caza, sea ella deportiva o de oficio; así ba de ser mientras la tensión corporal en la posición de tiro y en la ejecución del disparo no se vea enteramente sustituida por la mera activación de un dispositi­vo técnico, pirotécnico en este caso, que controle y garantice la exactitud del propósito. A este respecto cabría evocar la entra­ñable figura de Lorenzo, el conserje de instituto de provincias y ocasional acomodador de cine que en sus diarios nocturnos registraba devotamente las experiencias vividas con la escopeta

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r

E L FENÓMENO DE A P UN T A R Y L A N Z A R

al hombro; pero en los largos períodos de la veda el «yo rebaja­do» de Miguel De!ibes disputaba enconadamente con sus com·· pañeros de tertulia acerca de si el arte cinegética en Castilla exi-

otra dd tener nunt��··f,, hnn"J1'H1 r-1nr-> An1nin" SJJ cuerpo en

_De fonna uu ) ,_6u,�..-u, t,db! corno mero un un

nado, la punteria hace tamhién aparición en diversas situaciones de la vida cotidiana. Se trata, además, no sólo de una posibilidad casi universal de los seres humanos, sino a primera vista de una exclusiva del género humano como taL Pues condición esencial de la actividad es el contar con un que se proyecta

cJ su presa carece de scm_epnte rnaterhJJ y c:s por dJo pura m:mife:a,.r:itm

la de la actividad es igualmente el que la proyección del móvil se pondere previa·· mente, se calibre o sopese: el ave que toma en su pico líha piedra y la deja caer sobre el huevo que acaba de atrapar no pondera en rigor el lanzamiento, no lo ajusta al objetivo en un particular sopesamiento.

Con todo, iqué interés puede albergar la meditación pura­mente teórica acerca de en qué consista en general, en abstracto, el fenómeno de hacer puntería? Cosa rara sería, ciertamente, que este empeño reflexivo llegase a distraer de su afán al tirador ha­bitual, al deportista esforzado, siquiera al aburrido excursionista que a la vera del camino lanza guijarros contra el tronco de cual­quier árboL Ni los fervorosos contertulios recién citados, y pese al desacuerdo insalvable en que estaban, dieron en plantearse la cuestión propiamente teórica de cómo se articule, en los instan­tes precisos en que ella tiene lugar, la experiencia de apuntar y lanzar. No hay duda, desde luego, de que este análisis reflexivo o especulativo sirve de poco, más bien de nada, a la hora de mejorar el rendimiento y tener éxito en la prueba. «A cambio»,

1. Diario de un cazador, Destino, Barcelona, 182002, p. 105.

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tNVlTACIÓN AL ANÁL I S I S

sólo la meditación teórica está en condiciones de determinar por

qué el hacer puntería es actividad esencialmente falible, sujeta

a error basta en las pruebas elementales. La abundancia de

APnnrtivas y recreo en que se pugna por el acierto L L <·�c�?n sólo la

de

haya alcanzado. Análogamente, las in,1íc:adon<e& ,,,.("·ic•"'

de escaso valor, más bien de ninguno., en punto a la prepar:aci.ón

y potenciación de las capacidades del cuerpo en cada caso reque··

ridas; «a cambio» sí atenderán con sumo cuidado al modo gené­

rico, distintivo, peculiar, en que dispone su cnerpo y dispone de

él acornetc d de a un objetivo, el fe

,,�, �Hn1�1 .. a \_,a

rJ.ómeno ta.t comu co v ¡" ''---'"" �-<

en él su forma genérica� con nPn''' ,.,,,.¡;,.n

te como para que su estructura de sentido resulte comprensible.

La aparente modestia tanto del hecbo examinado como del de­

signio descriptivo no impide que el análisis se encuentre, casi

de inmediato, en las fronteras de arduos problemas filosóficos.

P ues enseguida llama la atención la destacada presencia y

participación que en la acción corporal de dirigir un proyectil

hacia un blanco corresponden al yo o a la «mente» de la persona

implicada. A diferencia de otros comportamientos del cuerpo,

es ésta una práctica que sólo cabe realizar a sabiendas y a con­

ciencia. «A sabiendas», es decir, con noticia efectiva y explícita

de estar llevándola a cabo; «a conciencia», es decir, en una dedi­

cación preferente a ella, que en principio no admite compartirse

con otras actividades conscientes qne se desarrollen simultánea­

mente. Y es que el acto de puntería parece exigir una suerte

de gobierno detallado, rignroso, casi despótico, que el yo o la

«mente" ejercen sobre el propio cuerpo. Al cuerpo se le impone

la serie precisa de posturas que ha de ir tomando; la dirección,

coordinación, vigor de cuantos movimientos el cuerpo realiza,

quedan sujetos a estricto control y pasan por una aprobación

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E l FENÓMENO DE A P UNTAR Y LANZAR

expresa. Todo lo hace el cuerpo, mas todo lo hace bajo mandato, por orden, por encargo minucioso. No es de extrañar� así, que el éxito de la empresa redunde justamente en alabanza del yo que la llevado a y que, al ciertos fracasos

el yo en :m·mi.Jcon de mérito o demérito a!

dcsaren.dí·cn•do o dando por s;upuest:a la corn•:m!li;lad onmioprestonl:e se hace rnuy en los casos en que es el propio lanzador quien se reprocha con acritud el fallo cometido; se culpa a sí mismo, a su persona soberana, no a algún miembro inhábil de su cuerpo sumiso ni a éste en integridad.

Menester tan antiguo, tan remoto, pero a la vez tan próxi­mo e inmediat01 debe deparar, en conclusión� averiguaciones instructiva& a propósito del cuerpi), dd yo,, mundo vo} a J.a iru�crci(m_ y acción nn yo corpo ral en d rrmndo etc., Por lo los fen6rrH::nos hacer puntería aún no han sido analizados, hasta donde llega mi conocimiento� en el sentido aquí propuesto; nunca f1hn sido ob­jeto de la descripción e indagación fenomenológicas. Ni siquiera Ortega, en su famoso y largo prólogo a los Veinte años de caza mayor del conde de Yebes, detuvo su mirada sobre ellos; el bri­llante ensayo, tan apretado de ideas y sugerencias perspicaces, no dedica unas pocas líneas al momento culminante del <�afán venatorio>>. Así, pues, el esclarecimiento que echamos en falta y que a continuación emprendemos no se oculta por detrás ni por debajo del fenómeno, cual condiciones anatómicas, psicoló­gicas, psicofisiológicas, evolutivas, que hubiera que identificar, objetivar, cuantificar. Únicamente nos interesa el hecho vivido, tal como él se experimenta en el mundo cotidiano de la vida, y sólo nos importa su estructura interna de sentido tal como pue­de reconocerla quienquiera que en alguna ocasión haya practi­cado la puntería y recapitule ahora el curso formal de sus viven­cias. Igual que en otras cuestiones filosóficas de mayor relieve, todo el problema teórico reside aquí en arrojar distinción sobre lo que está demasiado cerca de nosotros, «demasiado delante», y resulta por ello excesivamente familiar.

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2

de fen{nncno Los / s·" ún la exoresión antigua- son�

apuntar Y «tira: a ����;1���; ;��� se apun�a, el obJeto móvil que como es notono, e

1 l . d" t"dtJO hnmano que lanza el h cia el b anco y e m tv .

se proyecta a . bl pueden concurnr - ·¡ Estos tres elementos mexcusa es

l proyectt . f ariables y por tanto accidentales, como e

con otros actores v . . . en cien el lanza-manejo de útiles adicionales que dm¡an o

l pot

lo dificulten l . de obstáculos o nva es que '

miento, a presencia d da uno de los componentes

L t nción por separa o a ca d 1 f etc. a a e . . · to de leyes esenciales e e-

fi. orcwna un pnn1er con]Un . � ¡os prop . b . ite a la vez una ordenacwn

, no tan o vtas, y perm 1 d nomeno, ya

� . l . as de puntería que res u ta e general de formas basteas y comp e¡

utilidad por razones de método.

l isual del sujeto Y se en-A El blanco aparece en e campo v . , .

l li ado en él con cierta distinción. N o es preCISO que cuen�a

u:;u�to espacial absolutamente determinado y que se ocup

.. d ero al menos la zona en que se 51-destaque con plena mtl ez: p

.. filada en el entorno objetivo túa sí ha de estar etrcunscrtta y per

t l como un sec-1 d e b también que la zona como a '

que a ro ea. a e , fi . de blanco de meta del lanzamien-

tor acotado de espacto, o oe '

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" H 1

1

EL F E N Ó M EN O D E A P UNT A R Y L A N Z AR

to; así sucede en el golpe inicial del jugador de golf o en el lan·· ce futbolístico que se conoce como «pase adelantado». El único requisito formal que ha de cumplir el blanco pasa, pues, por la exrgr:uc¡z¡ de su o en con un .fondo

F,sta en el que se inscribe y contrJ el

-·--q.uc acaso esté a la b8st de la cromático blanco para a todo Ol)jCUvo---.. se por igual tanto si el blanco es una cosa física en una ubicación bien delimitada, como si se trata de un puro lugar o de un sector concreto de espacio: e l apuntar se endereza a un término que está configurado de suyo o que el propio interés que guía al lanzamiento contribuye a individualizar y configuraro

aJ Se desprende de lo anterior que d fondo que acoge Luü·n h�Ji'IJrf-<.:r· d

dellenomr.:no. y blanco nu:n-ca coinr:idcn; modo, el móvil nunca se proyecta el fondo sin el mero marco objetivo sin ulterior determinación. A�contrario, cuando el fondo visual opera directamente de blanco y se lanza «a bulto», no se hace ya puntería.

Una complicación relativamente frecuente en la práctica proviene del hecho de que el blanco esté desplazándose dentro del campo visual, de modo que el proyectil tenga que acertar con su posición en movimiento. El cambio continuo de la localiza­ción del blanco comportará en ciertos casos la amenaza de que el objetivo desaparezca de la percepción, perdiendo la distinción necesaria y pasando a confundirse con el fondo que lo eugloba; o bien -lo que a efectos prácticos es lo mismo- la amenaza de que el blanco traspase el ámbito en que el enfoque de la mirada converge con el posible alcance del lanzamiento. Pero aun en los casos en que no existe peligro de que el blanco en movimiento abandone el campo visual -como en los mecanismos giratorios de las casetas de tiro de las ferias-, el ejercicio de la puntería so­bre un blanco móvil reviste mayor dificultad que las situaciones determindas por un blanco estático, y puede en conjunto consi­derarse una forma más compleja del fenómeno. Aquí la ponde-

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F OR M A S B Á S I C A S Y C O M P L E J A S D E P UN T E R Í A

ración del tiro ha de anticiparse a la ubicación del objetivo. Lo cual no sólo implica una composición de lugar, «una imagen de situación», notablemente más cornplicada, pues .incorpora va­riables de tienmo y

que adcrn.:ís _intt{}ducc un i11ccsantc sobre el t:irad{>r. El mtuitivo rf>atizado con vist;;:ts a 1a inrninentc

hbnco sirve únicamente pa.rJ eJ instante que está en

trance de desaparecer y carecerá de valor al instante siguiente" A cada momento el tiempo tasa la pertinencia del cálculo, por lo que el lanzador ha de apropiarse al momento la situación de cambio y, anticipándola, ejecutar en el mismo momento su mo­vimiento de tiroo

Cosa n::Jrccicb [O está cJ tiro

lu tornar en su constante de pen,:---

pectiva y acrece la cmnplicación y 1a difi-cultad cuando son arnbos, blanco y tirador� los que se mueven simultáneamente en trayectorias dispares que n1odifican sin ce­sar sus posiciones relativas. Un modo límite del fenómeno que examinarnos es, en fin, el caso curioso en que no es el blanco ni el tirador sino el propio móvil el que está de antemano en movin1iento, y el individuo humano ha de intervenir «sobre la marcha» para desviar su trayectoria e imprimirle la dirección y el impulso deseados. En el deporte del fútbol se deja observar esta posibilidad en, por ejemplo, los remates de cabeza.

La situación básica, y a la vez el modelo simplificado que interesa originalmente al análisis teórico, es) en definitiva, la puntería estática: quietud del tirador en la posición de lanza­miento, con el proyectil en su poder, y reposo asimismo del blanco; tirador y blanco, por así decir, cara a cara uno respec­to del otro y, por así decir también, en tranquila ausencia de tiempo.

H. El móvil arrojadizo que se proyecta hacia el blanco tie­ne por fuerza la forma y el aspecto de una cosa física. Aunque

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E L FENÓMENO D E A P UN T A R Y L A N Z A R

el lenguaje corrlente hable creadoramente de danzar» insultos, improperios') amenazas, e incluso llegue a decir que un fulano «echa venablos por la boca>>'� los sonidos se profieren, no se pro� yectan; y los y «Se despiden») sin un acto ck dirección ni un térnüno

f\;r otra par1.:ej aun ccvic<:ic>nrln

para que se a la cosa-móvil, para ampliar su para multiplicar la potencia del impacto, no duda de que el manejo de estos artefactos y armas presupone una forma anterior, más elemental, de.! apun­tar y lanzar. Los grados intermedios de complicación técnica po­drán ser muchos y progresivos, pero en el comienzo'� en el grado cero del hacer puntería, el sujeto tiene el proyectil directamente en su Io tiene y, s1n de ni11gl'in apoyo externo a su cuerpo, lo

la m:mo "des:mnada»., piedra, dirige la bola de pone en movimiento la chapa o la canica. No existe una modalidad anterior del<fenómeno de hacer puntería a la que remita el lanzamiento puramente ma­nual; mientras que, al revés, el manejo de un arco Q de un palo de golf sí suponen por principio esta aptitud básica. Los apara­tos y dispositivos de precisión, ya no utensilios sino mecanismos técnicos cuya activación tiende a asegurar el cumplimiento del propósito en sus facetas relevantes (dirección, cubrimiento de la distancia, impacto, etc.), no sólo se apartan todavía más del fe­nómeno primordial, sino que en aspectos esenciales responden ya a un modo heterogéneo de acción; se trata al cabo de una actividad de otro orden, qne guardará con el modo original una relación parecida a la de ser transportado en avión con volar o a la de desplazarse en automóvil con andar.

C. No es la mano, con todo, el único miembro del cuerpo que puede vehicular un acto de puntería. Cualquier órgano cor­poral capaz de impulsar un objeto externo está facultado, por l o mismo, para imprimir una detenninada trayectoria al móvil y para regular su ímpetu. Ciertas suertes del deporte futbolístico,

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y C O M P L E J A S D E p U NT E Rl A

fO R M A S B Á S I C A S

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hora de determinar con plena precisión la proyección de un objeto. Por lo demás, deben permanecer sin cita otras formas corporales ya demasiado peregrinas, pero que ejemplifican el mis_mo tino e:enéricn de conducta.

n--aov_irniento por La puntena no se nr-­cunscribe sólo a la dirección que sigue el (al «sentido» en términos de la física), ni sólo a la potencia que cobra su despla· zamiento (a su «velocidad»). Las restantes circunstancias del recorrido concreto, y en general los diversos momentos abs­tractos del movimiento físico causado, pueden asimismo al control dellaJJZclmieJltt tan cx_prt�sJvos a este respecto como ias antaho rnuy en que una de rneta1 en habfa de entrar por l a estrecha boca de un anfibio también me· tálico, rana de hierro que ofrecía al proyectil uná,¡,oca semia­bierta y semindinada hacia arriba. De tal modo que el móvil sólo llegaba a ser «ingerido» por el blanco si conectaba con éste en su trayectoria de caída; de nada servía la dirección justa cuando la pieza arrojada no describía en el momento oportuno la curva descendente finaL

No existe en general acto de puntería si el empeño por im­primir una dirección bien precisa al móvil no está presente en el ejercicio, e incluso si no prevalece en éL No lo hay, por ejem­plo, en quien pone a prueba su pura potencia de lanzamiento, como tampoco en quienes pretenden que una piedra adecua­da dé sucesivos y gráciles saltos sobre una superficie líquida. Pero en numerosas formas del lanzamiento de puntería se hace necesario sopesar otros aspectos del movimiento además del «sentido�> justo; aspectos que no se reducen a éste, que son «disyuntos» respecto de él -según la terminología ontológica husserliana- y que, en conjunción con él, en unión inmediata, forman el movimiento concreto. El impulso orientado que el tirador presta al móvil en el momento de lanzar atiende uni-

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j,JP-'-'_- - -

F O R M A S BÁS I C A S Y C O M P L EJ A S D E P U N T E R Í A

tariamente a esta pluralidad significativa de factores objetivos

del movimiento y responde a sus requerimieutos plurales con

un acto indiviso: un solo golpe de n1ano� un un tes--

tarazo . . . Pues si del movimiento

d es por nrn�cml.o

l':. La de c:ervantes H1C induce a tomar n_ota

un último m.odo de puntería que� aunque extrafto y s¡.nnan1en

te inhabitual, conserva, empero, los rasgos esenciales de! fe­

nómeno y los combina de forma especiaL Se trata de la rara

posibilidad de que el propio cuerpo sea la meta del lanzamien­

to que él mismo promueve; de que 1a mano tome por objetivo n,;,_,tnhrn del misrno cuerpo) en una suerte de

1 JV de b Sevumb Parte

de }).on J,.nmcne �-,f'ec1-n el_ encnc:n

tro de de su azaroso en !.a

Barataria, con Ricote el morisco y su de peregrinos

tudescos. El difícil reconocimiento de los disfrazados da paso

al festivo condumio:

«Comenzaron a comer con grandísimo gusto y muy des� pacio, saboreándose con cada bocado, que le tomaban con la punta del cuchillo, muy poquito de cada cosa, y luego al punto, todos a una, levantaron los brazos y las botas al aire; puestas las botas en su boca, clavados los ojos en el cielo, no parecían sino que ponían en él la puntería; y de esta manera, meneando las cabezas a un lado y a otro, señales que acre­ditaban el gusto que recibían, se estuvieron un buen espa­cio, trasegando en sus estómagos las entrañas de las vasijas».

Que el empleo del término y del concepto de puntería no resulta accidental, lo corrobora a continuación el escudero en persona:

«Todo lo miraba Sancho, y de ninguna cosa se dolía; antes, por cumplir con el refrán, que él muy bien sabía, de <<cuando

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E L F E N Ó M E N O D E APUNT A R Y L A N Z A R

a Roma .fueres, haz lo que vieres))' pidió a Ricote la bota, y tomó su puntería como los demás, y no con menos gu\:,t;l que e1los)>2•

círcuns:tarrci:1, el cuerpo se puc\, él y es a L1

núentras c¡ue ese en q-ue se lo3 en que (<¡._,arecc ponerse b únicamente el

fondo o trasfondo perceptivo, Con todo, esta posibilidad infre­cuente se halla en el límite de variación del fenómeno, ya que la postura previa que adopta el cuerpo («las bocas [de las botas] en su boca») forma casi un continuo con la ponderación o cálculo que determina el lanzamiento, Cuanto más claramente se dife­rencian estos momentos subjetivos: adopción de postura-ponde­

tilrr-ltmr-.arntermo, tanto rnás indi�Kut1blemente se trata de un puntrrw y con tanta mayor el

análisis teórico.

Queda de este modo completada una delimitaci!Sn inicial del fenómeno de la puntería y justificada una discriminación de la forma básica en que, objetiva y metódicamente, discurre, He aquí un sujeto humano en reposo que tiene asida una cosa móvil y que se apresta a lanzarla sobre un objeto también en reposo o sobre algún punto determinado del espacio, los cuales se ofrecen con suficiente distinción a su mirada perceptiva. Antes de comprobar el desenlace de la acción, que es de lo que el ejecutor y los es­pectadores están pendientes, la descripción fenomenológica, el espectador teórico, advierte todavía una rica complejidad de de­terminaciones esenciales relativas a qué es lo que hace quien así hace puntería -quien <<tira de puntería» o <<toma su puntería», según los usos clásicos del térmipo-.

En lo que sigue, me circunscribo asimismo, en todo lo posible, a casos en que el blanco es un ser inerte, un objeto inanimado; dejo así fuera de consideración la vertiente moral del fenómeno cuando se golpea a un ser vivo o hiere a un ser humano.

2, Los subrayados de ambas citas son míos.

22

---

'j()do . . . que , . _- . un que nu es . . / A 1 . ·aractenstlc\.J1 . . · 1 ·obre 1-1 atencwn. n es "' :1 mw especia. s� · " -

nasa por recuperar un{._ o.rn

. res de nada el lanzador o t . � mov1m1ento, an ' ll de ejecntar mngnn

le ar a la desatención todo ague o que

tirador emple�a por re g. uación de lanzamiento, que no uene

no es parte objetrva de�1a Slt

l bl n el móvil, con la distan-¡ bJcacwn de anco, co

que ver con a u . .d d de otros sujetos, que acaso

b s etc la proxJml a f d cía entre am o' .

,'

l 'bl público el tras on o es-b" pendores e posJ e , .

sean tam ¡en com ' l .. d d tiende a difummarse

' J" toda esta comp e)l a pacial mas amp Jo,

, de él y ello jnstamente porgue

del campo VJsual, a desvad

necerse ·ón

'expresa a su difuminado

el tirador procede a su esactJvacr ,

voluntario. . . � , ta por cierto, de una caneen-Con esta modlficacron

dno se t

bra '

u persona sobre sí mismo .

. , � fl . del lanza or so re s '

d traCion re exiva 'd . tr'mientos y cuida os que

" 1 f � timo de ' eas sen . Tamb1en e oro m 1

', 1�g¡"co de las preocupacro-

1 .

d se tumu to pslco o rondan a tira or, e . . mismo en los instantes

·¡ . nue se trajese consigo . . nes o cavl acrones.., . E ¡·dad hasta la propia m-

f te pareja n rea 1 , previos, su re una suer

1 .

l cierto piden ser apartadas, . d , •dad por e eventua a , qUletu y ansiC

d 1 r"erto mismo· no a otra cosa 1 d en aras e ac '

aplacadas, ap aza as ... , d

. 1 nervios}) «tragarse los ner-

se llama popularmente « ommar os '

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E L FEN Ó M E N O DE AP U N T A R Y L A N Z A R

vi os». Así, pues, e l cúmulo entero de noticias externas1 de asuntos conexos, de estados anímicos pasa a la esfera de lo que ahora no cuenta; entra --tiende a entrar1 debe entrar�·· en el anm1rn

a lo que no Pues no im.nortc .. que no que no

con ¡_nayor nitidez es cst;:¡ 1fíoddicación la atencional que marca e_l arran_que del acto apuntar y

que� con una u otra modulación, acompaña en verdad al desarro­llo íntegro del ejercicio. Por una parte, se activa expresamente el haz primario y frontal de la atención, que enfoca a los distintos elementos significativos de la situación de lanzamiento, los desta­ca, los recorta: ninguno de ellos se da por visto sin más, sino que se toma nota concreta uno, en un reconocimiento cito que se c:1er ... t:o:s .nwvimicntos ias tnanos) pJ.rpadeo y de !a mira&3 1 de apropiación móvilJ etc.). Ortega describía esta vertiente con su acostumbradg} brillantez: «Sin quererlo, al cazador se le sale el alma fuera, quedandatendi­da sobre su campo de tiro como una red, agarrada aquí y allá con las uñas de la atención:->3• Pero a la vez, y por otra parte, se proce­de al vaciado de todo lo que sea extraño a este centro restrictivo del interés; «lo restante:.:. que pueda venir a la conciencia, aun si está en la máxima cercanía física o psíquica del sujeto, queda suspendido, reprimido. Conviene subrayar por separado ambas esferas atencionales -la atención temática, frontal; el desinte­rés expreso y querido como tal- porque entre ellas se descarta cualquier vínculo de comunicación, cualquier zona intermedia cosignificativa que pudiera ser un segundo plano del interés y que, en vista de ello, estaría entonces coatendida. El tirador sabe que del trasfondo desatento sólo pueden llegarle interferencias y perturbaciones de todo punto inconvenientes, y en el momen­to inicial es como si expresamente se lo recordara a sí mismo.

La concentración recogida del tirador de puntería se aseme-

3. «Prólogo a Veinte años de caza mayor, del conde de Yebes», en Obras Completas, VI, Alianza, Madrid, 1983, p. 456.

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L O S 110Y I M I E N T O S D E LA A T E N C I Ó N

¡a así al ensimismamiento del jugador de ajedrez, enclaustrado

en el mundo hermético de los sesenta y cuatro escaques. Pese

tratarse en nuestro caso de una actividad corporal� no inte··

m:s¡>�e"a;se en un

mismo: la está requeno.a, wud sna.1 por «SU terna»)

bre el se en corno si e1 asunto en enes'

careciera de vasos comunicantes con nada distinto4,

Diríase que los exaltados espectadores de numerosos even­

tos deportivos conocen de sobra esta estructura peculiar de la

dinámica atencional y saben espontáneamente de su influencia,

nada sobre el éxito de la operación de puntería.

conJ.-o <danzarnlCi

rese en el cdo con que la loca,� se

empeño de que el jugador forastero� en el momento mis1no de

disponerse al tiro y apuntar a la canasta, ceda algnna porción

de su atención, siquiera una mínima, al alboroto reinante; y,

claro es, una forma elemental de distracción es ya el dar alguna

cabida o audiencia, como consecuencia indirecta del ruido, al

propio estado de ánimo, a «los nervios:.) del momento. Pero mí­

rese ahora la misma situación en la perspectiva del protagonista.

Para el jugador veterano, tal vocerío y griterío, atronadores en

muchos casos, es como si no existieran; no, ciertamente, porque

la batahola no llegue a sus oídos y él no se entere de cómo ella

converge y arrecia sobre su hnmilde persona, sino porque, a

4. La estructura en cuestión es, en consecuencia, formalmente distinta de

la dinámica atencional del cazador a campo abierto en busca de la presa, con cuyo

análisis concluye el ensayo de Ortega. La «atención 'universal' que no se adscribe a

ningún punto y procura estar en todos» (op. cit., p. 489) <iimita[r} el alerta perpe­

tuo del animal bravío» y sería también, en otro orden de cosas, la más propia del

filósofo. No obstante, en cuanto forma de atención primaria, «focal», la atención

universal se contrapone --el propio Ortega así lo sugiere- a la reducción severa del

campo del interés y a la identificación restrictiva de su centro que pasarían a primar

-por seguir con el ejemplo- en el momento en que la presa es descubierta y el

cazador se apresta al disparo.

25

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E L fE N Ó M E N O DE A P U N T A R y L A N Z A R

c.l\Iir el y ío slÍicado, los afectos 1 1 b - ' · ap acac os re rotan junto a 1 _. nuevas

. que suscita la resolución y que como ,_·�

sf

en��)swnes decepc1ones or el l d ' sa s acCiones 0

, p res u ta o, se vuelven dominantes, , 1 , 1 ��a����::u��l ánimo se e�trecruzan y matizan unas

'�� ��r::

tensi , , 'd qlue ahora, hbre de toda coerción y liberado de la on VlVI a, o es mucho más.

26

Antes de rnovimiento hacer (<se nwevc» .la atención, pero antes de todo conato de lanzar «Se mueve» el cuerpo propio, En el foco de la atención se produce una serie de cambios cuidadosos, más o menos visibles, que conducen a la adopción de una determinada postura corporal. El sujeto del acto busca la postura en que situar y disponer su cuerpo con vistas al cálculo y ejecución del lanzamiento; y acaso tras algún tanteo o rectificación, tras algún ejercicio de tensar y desten­sar los miembros corporales, elige deliberadamente la que juzga más propicia al éxito de la empresa, El cuerpo queda entonces fijado a esta figura particular, señalada, que no sirve para ningún otro fin y que «desde fuera» puede parecer forzada,

Pero es conveniente empezar distinguiendo entre posición y postura, La posición del lanzador viene determinada ante todo por la distancia efectiva respecto del blanco. Ya sea que el tre­cho de separación esté prescrito reglamentariamente y exista un recinto acotado en que se sitúa el tirador, ya sea que prevalezca la ubicación en que ha caído previamente el móvil o en que ha aparecido el blanco, en todos los casos la posición apenas deja margen discrecional al tirador. La postura, en cambio, sí queda en amplia medida a la libre determinación del sujeto. De ella

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EL F EN Ó M ENO D E A P UNTAR Y LANZAR

depende la perspectiva precisa en que el lanzador contempla el objetivo, la vista concreta que él toma sobre el blanco y quc coincide (básicamente) con el ángulo desde el cual acometerá el tiroo 1\1.as es a la vez una se

la rdac:ión en que los distintos rniernbros se con, form:.1r1. o entre si y por tanto la en que eJ. cuer-po entero se acorn.ocb al _motriz que ha el lanzamientoo El cuerpo es «colocado»� "compuesto}>� al servicio del órgano encargado del rnovimiento de proyección y, cnn él, al servicio del enfoque visual que ha de regir tal movimiento.

También el modo concreto ele empuñar el proyectil, y luego el de sostenerlo en el momento del impulso, forma parte de la postura y se somete a Como en un ¡o corno en un hc:dle solernne en nad_a se tl. .!a o a b se ocupa forrnal_mente la posic.ión� se adopta coordinadamente la postu­ra, «se toma>> una perspectiva, se entra en posesiów;�. atenta del móvil, etc. En el límite del tipo puro de puntería, la minuciosa disposición sohre el cuerpo propio abarca el control efectivo de todo lo que «en» el cuerpo y deh cuerpo sea susceptible de moverse a voluntad, de determinarse libremente. En termi­nología fenon1enológica, todos los «Sistemas cinestésicos» están activados y activos en el acto de apuntar para lanzar. Hasta el ritmo respiratorio, que es un sistema sólo semicinestésico -no activable de manera espontánea, como la motricidad o la pos­tura, pero sí regulable por parte del yo-, es tomado en consi­deración en ejercicios de una cierta sofisticación, de suerte que la periodicidad e intensidad de inhalaciones y exhalaciones dis­curran a conveniencia. Estos límites de extremo rigor, que la profesionalización del deporte pisa constantemente, hallan en todo caso lejanas pero indudables prefiguraciones en las invero­símiles posturas que ante una tirada decisiva es capaz de adoptar el niño que juega a las chapas o a las canicas.

El esquema corporal de la postura de lanzamiento se deja describir, en consecuencia, en los siguientes términos genéricos:

28

LA A D OPCI Ó N D E P O S T U R A

el conjunto del cnerpo se adapta a las exigencias y conveniencia

del órgano motriz protagonista del lanzamiento, el cual queda

como exento, en franquicia, mientras a la vez la mirada se da­

va sobre d objetivo. Pero en una consideración más interna y

la postura no es tanto o no es sólo entre

Cll;-3J'I_to rnós bien un8

untJ:; breve�; HJ01HCJ'i1:0S"

con ello que la a la par que

es un compendio vivo de movimientos dnestésicos, o, todavía

mejor, una cifra de acciones corporales que en sí misma se or­

dena a una nueva acción inminente. Aunque estática� a veces

casi escultural, cual estatua inerte, la postnra está en realidad

cargada de movimientos y está ella misma presta a descargarse

en a h1

fijación? <�por

dentro' que hu

biese en y que sr sostuviera corno en d

pendiente de resolución. En los casos de en

que el propio cuerpo cambia de posición en e! espacio se obser-

va nna relación análoga; por un momento, en un momento, el

cuerpo define su postura como un centro grávido de tensiones

corporales, que, eso sí, cuenta con e1 movimiento externo para

en el instante preciso descargar el golpe correspondiente a la

resultante de fuerzas. Con todo, aún es posible advertir una última y significativa

dnplicidad en la postura de enfoque y tiro propia del acto de

apuntar. Pues, por una parte, en efecto, el cuerpo se pliega a los

requerimientos del sujeto y acepta una suerte de plena instru­

mentalidad en aras del propósito que el yo persigue. No es sólo

que el cuerpo se someta a una postura inhabitnal y difícil de

prolongar, sino que además se espera del cuerpo un completo

«silencio}> que en nada perturbe al sopesamiento del tiro; la sin­

gnlar tensión de los órganos y articulaciones que componen la

postura ha de permanecer callada, como si realmente el cuerpo

fuera un instrun1ento inerte, anónimo, como si él mismo fuera

también un mero útil, un arma, el arma por excelencia. «Como

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Page 15: 02069019 Haro La Precision Del Cuerpo

E L FENÓME N O DE AP U N T A R Y LANZAR,

si» ... , pues la realidad es que esta instrmnentalidad extremada se imbrica, se funde y confunde justamente con la carnalidad abso­luta que caracteriza a la situación. La índole carnal del cuerpo, es decir: sensible, afectiva, no deja de hacerse notar en l.a postu doqn1er SeJlSJ'CH>ntcs e:spc:cicdes de presinn ncDrc:odídcld,ca:tts;;:rJCw, a:gotam!�t:li!O,, etc A esta

m;'is bien como un silencia� o que puede ser parcial puesto que opera sobre el permanente y acusado «<nanifestarse» del propio cuerpo. El cuerpo afecta directamente al yo, está afectándolo sin cesar, y el yo siente esta afección en total inmediatez. El mismo cuerpo que secunda dócil al yo es, en suma, el cuerpo en que el yo encarna, y esta intimidad cuerpo no admite a no que el cuerpo, una vez a b postun� pase a l:"rm:n pattc entorno lo contrario, el cqer·· po�carne se hace presente sin tregua en aflujos �specialmente intensos y pródigos de sensaciones táctiles. Tales aflujos, que en lo esencial son incontrolables, mantienen sin embargo un acce­so inmediato al yo, una incidencia directa sobre él, por mucho que el sujeto esté habituado a la postura y por más que pugne por aplacarlos o ignorarlos; al punto de que el cuerpo-carne que permite «armar» la postura conserva, por lo mis1no, la virtud inabrogable de «desarmarla,, y de hacerlo quizá en el momento más inconveniente. El cuerpo que compone la figura hierática de lanzamiento se reserva la potencia irrenunciable de condicionar y alterar esta misma figura, de descomponerla por un exceso de afección, por el dolor, y de forzar entonces a su recomposición.

La imprescindible abstracción del análisis anterior se disipa con prontitud si su sentido y alcance se ponen en relación con un término escurridizo del lenguaje habitual del que cabe presu­mir qne encierra una clave oculta del fenómeno de la puntería. Pienso en el vocablo «pulso>>, tal como entra en locuciones del tipo «no le tembló el pulso», en valoraciones acerca de "«tener

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LA A D OP C I Ó N DE P O S T U RA

5. La dama duende, v. 2835. l d imple de ser¡ pura virgen verti-.

afirma la recta 1 vo unta s 6. «Ponte en ple, , (La voz a ti debida, v. 903). cal. 1 T ómale el temple a tu cuerpo

3 1

Page 16: 02069019 Haro La Precision Del Cuerpo

.. ,_,.

EL PULSO TfN(J

A ht visLl esthnulos externos de_l en· torno y Jos internos del ánimo, colocado d cuerpo en la tensión de la postura idónea, falta aún, claro es, el lanzamiento mismo. Pendiente de dilucidación teórica está, por tanto, la cuestión capital de en qué consista el cálculo que decide el tiro y a qué responda el movimiento postrero que encarna la intención de acertar. iEs la ponderación íntima del lanzamiento un acto de cariz intelectual, suerte de cómputo en relación con las varia­bles significativas de la situación? iO son la mirada que se clava en el blanco y la mano resuelta a proyectar el móvil hacia ese mismo punto, las instancias que, como si dijéramos, deliberan y deciden entre sí? Y en este último caso, ¿ qué tipo de <<reflexión» las ocupa, qué lucidez buscan, qué «resolución>) toman? ¿Existe acaso alguna alternativa a estas dos direcciones del análisis, y el sopesamiento del tiro no es en rigor ni una operación mental ni el puro arranque corporal de la acción?

En numerosos ejercicios de puntería el lapso de tiempo entre la acomodación del cuerpo y el instante del lanzamiento resulta, aunqne breve, claramente perceptible. El momento de máxima concentración del protagonista coincide con el clímax del suspense para los espectadores y, en su caso, en el ejemplo

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El FE N Ó M E N O DE A P U NTAR Y L A N ZAR

anterior, con el momento del total bullicio perturbador por par­te de la hinchada antagonista. En otros ejercicios y formas, este lapso final de tiempo sólo llegará a ser la fracción infinitésima que viene a coronar la plena ele la posturao Pero con

la se trata. ya dc·l apuntar en la rnás

es la ¿'( ia vez irnnanente e i.nrninentc del lactzanuento, la antesala la l.nisnta de !a sustancia-ción de la voluntad de acertar en el blanco. Si no se produjera este compás de espera, si el lanzador se limitara a golpear sobre la base de la primera aprehensión atencional y disposición cor­poral �«a tenazón>> , se decía antaflo-, entonces sólo malamen­te o defectivamente se trataría del fenómeno que nos ocupao En cambio, esta ponderación últin1a en el l.arntllnierno efectivo opera por corno la como la. ratio ciens de éL pues, ¿qué es lo que tan espacio de tiempo inmanente, qué es con exactitud lo que en.i1 «se prepa­ra>> y «cómo>> se prepara?

A esta altura del estudio, la lupa del análisis no tiene otro remedio que paralizar pre1niosamente el fenómeno, diseccio­nando con quizá enojoso detalle lo que fulgura sólo un instante y, nada más aparecer, ya ha desaparecido. Tres posibles conjetu­ras interpretativas se ofrecen de entrada a examen, y la crítica de cada una de ellas permite a la indagación avanzar con cier­ta seguridad. De acuerdo con la primera conjetura, el apuntar consiste verdaderamente en un cálculo efectivo a propósito de la relación entre las variables relevantes de la situación objeti­va: distancia del blanco, peso del móvil, dirección y velocidad del móvil, ángulo de tiro ... Para la segunda conjetura el «tomar puntería» es básicamente, en cambio, un hábito perceptivo-mo­triz que el tirador posee de antemano y que basta con activar y desencadenar ante el caso concreto que se le presenta. En la tercera hipótesis, el hacer puntería se entendería más bien como una representación imaginativa del movimiento que mi pro­pio cuerpo tendría que recorrer si quisiera llegar hasta el blan-

3 4

E l CÁ L C U L O DEL L A N ZA M I E N T O . P U L S O Y T ! N O

co; una peculiar figuración irreal e n relación con mi persona me serviría para impulsar real e intencionadatnente el móviL

Empezaré por esta última opción, que es la menos plausible de las Lo que sostiene es que en el rnomcnto

"""·''"'" sopesa el crJ rsf\ b e J n·· del h1n.:rmriurto se trat:a_ra de un m_ovim¡cnto

que él h.utm::r;-ij cuerpo; la dd estribaría en a un cuerpo inerte la

cinestésica� de un sencillo desplazamiento corporal. En favor de esta interpretación podrían alegarse� no sin cierta osa·­día, algunas imágenes que nos son bien conocidas: en el mo­mento de tirar, el jugador de petanca balancea repetidas veces su mano, «como si'> calculase sobre su _propio cuerpo el impulso

que -¡Jrestar J. la y el lanzador de rhrctos .. antes dr b saeta.) hac;c un conato de irrlptrlil:tX

FJ �·�se dirú en dica el lapso de tiempo a imaginar con detalle el Inovi­miento que su cuerpo tendría que recorrer y a, en una peculiar transferencia de sentido, traducir al proyectil el contenido de tal movimiento.

No obstante los ejemplos y la aparente coherencia de la tesis, esta interpretación debe rechazarse globalmente. Su posible ve­rosimilitud procede de nn único dato, a saber: el objeto contra el cual se ejerce la puntería cae dentro de mi campo visual pero suele encontrarse allende el círculo de mi dominio cinestésico de proximidad (o sea, está más allá de lo que puedo prender sin necesidad de desplazarme); el blanco se halla, por tanto, en el ámbito de lo que yo podría asir de mediar el movimien­to correspondiente. No se ajusta a la experiencia, sin embargo, la conclusión de que este desplazamiento que yo no realizo lo imagino o fantaseo en la inmovilidad, y de que en ello consiste, nna vez traducido o reconvertido, el peculiar sopesamiento de la puntería. Habrá que afirmar, muy al contrario, que semejante transferencia a un cuerpo inerte es imposible y que el sujeto está más que sobre aviso acerca de su inviabilidad. Una estricta im­posibilidad impide fingir o simular tal operación, dado el abismo

3 5

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..

E l F E N Ó M E N O DE A P U N T A R Y L A N Z A R

que separa e l moverse a uno mismo, que es íntimo, intransferi�

ble, básicamente seguro, del incierto mover hacia la distancia a

est:c «salto>' se

cu¡aJ,quier·a que sc<L Al al tirar con orillas abismo" sino

(:': !l

La segunda anotada posee, en bilidad. 'Iodo ejercicio de puntería -se empezará pre·

su pone una destreza similar a la de otras conductas corporales.

El dominio de la atención, el pulso mantenido sobre la postura,

el conocimiento de cómo proceder en la ejecución, todo ello de�

nota lm8 que no se y que el mero intc:rés por e ·l acierto no sahrL:! que t'_n la actuación

dd en la ha una y lo ha en La form:-1

de un hábito corporal: el lanzador es depositario una catracJ· dad adquirida en el pasado que queda en todo mon1ebto dispo· nible para el ejercicio presente. Este conocimiento sedimentado o tácito (un saber) y la capacidad operativa correspondiente a él (un saber-hacer) se engastan, además, en el desarrollo muscular y motor de la persona, con el cual forman un todo único de funcionamiento. Tanto el potencial somático como el hábito de apuntar con criterio podrán luego perfeccionarse según las dis­tintas modalidades de tiro y, merced al entrenamiento constante y exigente, podrá alcanzarse especialización y maestría. Sólo un paso más, y el portavoz de esta hipótesis declarará, en suma, que la aparente problematicidad de nuestro objeto de estudio se disuelve al encuadrarse y contemplarse junto a las restantes formas básicas de control motriz, coordinación perceptiva y es­quematismo corporal, en cuyo amplio seno el acto de pnntería aparecerá como un mero caso particular de la motricidad hu­mana general.

A diferencia del supuesto anterior, la enmienda a esta ten­tadora conjetura es sólo parciaL No se objeta ni la existencia ni la relevancia del hábito, sino únicamente la subsunción genérica

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E L C Á LC U L O D E L L A N Z A M I E N T O . P U L S O Y T I N O

e indiferenciada del fenómeno bajo el imperio d e una destreza 1·3.1 corrección, por otra parte� no necesita recu�

rrir al potente argumento de que el hábito de hacer punter haberse a de los n:dsmos a.ctos que �r1ni1r� por

y a de ;JfHmtar, de suerte que ;_-n:nhos térrni nos - · -·háb ito y acto"" ___ se condicionan rnutuaxnente desde un menos) de igualdad. Parece preferible reparar en que la secuencia del fe. nómeno encierra un elemento irreductible a la pura activación semiautomática de una destreza corporal, de un repertorio de destrezas. Pues entre el hábito que se posee de antiguo y su des­enca,denamiento en b presente discurre esa fracción de

que e:; distintiva dd a_rnmtar. -Ni el echar a correr o a_ na-·; ni el ele u n ni b consecución &� rKroiF1

u a d-e urt muerto» que tln

rnovimiento ya plena.tnente factible. El tenso de espera no es una fase de calentamiento corporal, ni de recuperación o reconcentración de la energía del cuerpo. Ocurre aquí, y sólo aquí, que cnando el cuerpo está ya listo, la descarga del hábito está diferida. Sin duda que el lanzador curtido podrá acortar el lapso de inmovilidad y reflexión anterior al tiro, pero él no sabrá ni querrá suprimirlo. Justamente el hábito de puntería, la destreza adquirida, se manifiesta de manera esencial en sacar el máximo provecho a estos instantes fugaces. Con lo que la pre­gunta que se buscaba eliminar por subsunción del fenómeno en el hábito motriz reaparece intacta: ien qué consiste semejante aprovechamiento? ¿Qué ocupa a la conciencia en este «tiempo tnuertO>t?

Así las cosas, queda en pie por exclusión la hipótesis de que el apuntar del tirador sea básicamente un cálculo informal que pone en relación las magnitudes relevantes de la prueba. Y esta opción parece contar con suficiente aval descriptivo. El sujeto sopesa la distancia que le separa del blanco, toma en cuenta la orientación precisa en que el objetivo se halla respecto de su posición de tiro, se hace cargo por última vez de las propiedades

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E L FENÓMENO DE A P UNTAR Y L A N Z A R

determinantes del móvil, en especial de su forma y peso --que condicionan la fuerza del impulso·-�-� acaso tome nota también

una u otra circunstancia del medio que ha de atravesar el o la qw:.: tiene que uc>u mn

tomar en cuenta, hace;cse carp;o, tornar noia,, a nr,,,,,r,·" ' ' unv los factores de b situaci_(m unh:a_ria

es en cierto .modo lo <.JUC el m :mlJI la reconducción de su atención. es ya lo único que hace1 lo único que importa. El lanzador se da para sí una presencia intuitiva privilegiada del espacio intermedio y del mó­vil, y sobre esta intuición pleoa de relieve pondera y valora, es decir, calcula in individuo la dirección y el impulso c¡ue ha de

al proyectiL «En l a hora de la verdad" el se enJhf:be de b situación y corno una m''"''"' u "''''n'a al lan¿anTICJlto,

Es n:m y cierto que e,ste no pese a su concreción, unidades mnnéricas ni establece propiamente correlaciones cuantitativas. Tampoco la valoraciófí" final arro­ja nada parecido a un cótnpu to, a una cuenta. Podría incluso ponerse en duda c¡ue cada uno de los factores relevantes -dis­tancia, orientación, peso, circunstancias del medio, etc.- sea objeto de una atención analítica, antes que de una considera­ción integrada, sintética, sinóptica. A mi parecer, con todo, sí se produce una ponderación más o menos particularizada de cada factor, que va convergiendo y aunándose con la de los otros ele­mentos y que termina enseguida en un sopesamiento integrado o ponderación globaL Pero estos matices se limitan a reforzar la informalidad del cálculo y a reafirmar su condición en últi­mo término sintética y casi intuitiva: como si el sujeto «leyera>> visualmente el recorrido adecuado que quiere para el proyectil.

A esta luz, pues, de no ser por un detalle crucial c¡ue ha de hacerse valer inexcusablemente, la hipótesis del cálculo uuida al legítimo recouocimiento del hábito proporcionaría la aclaración fenomenológica del lanzamiento. Ocurre, empero, que el escru­tinio intuitivo, demorado, de la situación se vuelca finalmente en un gesto imperativo e instantáneo del órgano del cuerpo c¡ue

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E l CÁLC U L O DEL L AN Z AMIENTO. P U L S O Y T IN O

tiene encomendado el lanzamiento, En la continuidad del acto hay una brusca ruptura final que pertenece a su sentido y que por tanto se integra discontinuamente en éL Y es que el cálculo :máxirnarnente concreto b situación se ordena en integridad

e! de m;_mo pie� de cabe"" nnm:n cucr:po� el rnovirn_ient:o cinestési·co

Jc la 1nano., la forsiórt exact:-1 en que se no se en b disposición espacial, no se exponen en el campo y, sm embargo, la clave de la ejecución estriba en prestar a la mano c¡ue lanza, el impulso y la torsión «comedidos" que de algún modo se ajustan cabalmente al mensuramiento objetivo.

lfataré de exponer con mayor claridad esta relación decisi-va. � y �

clón no se cuerpo u o repara en b n1Lmo que se mantiene a la espera1 en el silencio reconcen··

trado de la postura; si el tirador se cuidase primariamente de su mano, estaría reajustando la postura, no ajustando el disparo. Es incluso curioso que esta mirada ponderosa se despreocupe de que el ángulo de visión no se solapa absolutamente con el ángulo de tiro, pues la línea de enfoque visual no coincide sin más con la línea de accionamiento manual y de proyección del útil arro­jadizo. Con todo, el hecho y el principio significativos radican en c¡ue medir la distancia, el ángulo de tiro, el desplazamiento del móvil, etc., persigue en exclusiva co-medir el impulso mo­triz de la mano, comedir la singular percusión de ésta sobre el móvil; siendo así que ambos factores, medido y comedido, son por principio heterogéneos, son variables de distinto orden y dimensión, La determinación en vivo y en plena concreción del movimiento corporal no se extrae del cálculo intuitivo al modo de la conclusión que se desprende de sus premisas y cuyo acier­to se liga a la verdad de éstas. Pero tampoco rige ac¡uí una co­nexión lata, accesoria, prescindible, Embeberse de la situación objetiva es la única forma de guiar a la mano en el movimiento justo que de ella se espera; el sopesamiento intuitivo incuba la

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E L FE N Ó M E N O D E A P U N T A R Y L A N Z A R

eJecución, es <<pide» un toque determinado, determinadí­simo. Mas finalmente es mi propio pulso el que acoge e inter. preta esta el que se apropia de su guía y el que «contesta» en ei ademán instantáneo e irrevocable de . El

com.o b tensión lJlie y qtH:: ahora rnóvi! de cuerpo" dirüne d acto spcm:ze

clete<:ta así una sutil dualidad de sentido en la cxnr,,,¡ <<cornedir el impulso», y se justifica de paso la opción variar !a grafía mediante el guión: <<C(}-medir>:., <<co.medin:.. La acción corporal de lanzamiento es medida, «Co-medida>>, en función de un escrutinio relacional, que es visual respecto de la situación y táctil sobre el móviL Pero el lanzamiento como acto no sur­ge de esta s.i no de su trasvase, como en un cantbio de un.id;::;d de a! gesto

al gesto unitario y caiJal, �-,a <maaiiCI;c cmJi:J<I:.J función de las condiciones dei y del mc:w•u, de súbito en la peculiar fuerza con que se golpea e .i¡,npulsa, E igualmente, la perspectiva sobre el blanco y la trayectoria queri­da para el móvil se transforman de súbito en la peculiar inciden­cia con que se ejecuta el golpe, en el matiz apenas visible pero decisivo de la precisa torsión de dedos y mano al percutir, etc. Como el trazo del artista transfigura en el lienzo el panorama que contempla, así el gesto certero de lanzar es en cierto modo un acto creador que plasma de golpe y según criterio propio el acto escrutador.

El análisis teórico alcanza así un último concepto de <<pul­so», que se alza sobre los dos anteriores, los integra y corona. El pulso se manifiesta ahora como el control que se ejerce sobre el lanzamiento en el instante irreductible de su fiat. En el momen­to mismo de irrumpir el acto y como el sentido de su irrupción, una templanza especial recoge la ponderación previa a la vez que la interrumpe, Pulso es el comedimiento íntimo del golpe de mano, de pie, de cabeza, que atiende a la inspección-petición y la vuelca, la vacía en el correspondiente lanzamiento mesura­do. Frente a la sutil integración de movimiento y estabilidad en la postura, el temple del cuerpo se revela aquí como un renova-

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E L CÁLC U L O DEL L A N Z A M IE N T O . P U L S O Y T I N O

d o equilibrio� y renovadamente precario -pues ocurre ya en

el movimiento entre ruptura y continuidad, entre

b del incipit y la de la ejecución. Mas , .. ,L., ... (-�, .. ,��·'" que él

casi a tientas ces hacer diana.

onEen- · �-. cons1gue a ve-

de un acontecimiento veniden.J no tiene necesanarnente por

qué padecer una mayor indeterminación o inco1npletud que

la nlclnoración de un hecho pasado -afirman las .Lecciones

de fenomenología de la conciencia interna del tiempo7 -; cabe

hacerse presente «Con pelos y señales» un suceso que está por

ocurnr. La dificultad en nuestro caso estriba, obviamente, en que

la incertidumbre constitutiva del ejercicio impide contar por

adelantado con la existencia de lo esperado y querido; impide,

en suma, una anticipación «protodóxica»� carente de dudas y

vacilaciones, acerca de cón1o sucederán las cosas. En vista de

ello, la propuesta de asimilación a la expectativa intuitiva po­

dría descartarse si no fuera por la notable circunstancia de que

el acierto posterior sí opera, al menos en ciertas ocasiones, al

modo de una síntesis de cumplimiento en sentido bastante ri­

guroso, Pues el dar en el blanco, con toda su novedad existen­

cial, viene a cumplir una intención previa de igual contenido;

viene «sólo» a confirmar la anticipación, casi sin margen de

7. Hay traducción española de quien esto escribe (Trotta, Madrid, 2002).

41

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E L FENÓ M EN O D E A P UN T A R Y L A N Z A R

sorpresa; la percepción del acierto entraría así en una verda­dera síntesis de identidad con esa expectativa anterior en que el sujeto «ya veía» por anticipado la trayectoria triunfaL Tengo

que algunos se expresan cctn frecuencia en estos términos de una ccrtt:Zil inrned_iJtarncntt nn':'"':L no es una ''co-­

cmi:nrÚl» sino _nlás bien una intención nhieihu «J.rwnitoria»o Pero este rnatiz no condiciona el hilo central de mi expos.icióno

42

( :g¡\TUlJJAD DU ACI ERTO

mcnnm:c una fenó� meno, ya sea acerca del giro de la atención, del dominio sobre el cuerpo, de la posesión activa del hábito, ya sea acerca de la preparación y consumación del tiro, «lleva todas las de perder». Bien es verdad que la índole no azarosa del acierto se compadece con que la inobservancia de una o de varias de las condiciones definitorias acabe, alguna rara vez, en un accidente afortunado similar al de los razonamientos que a base de premisas falsas con, cluyen la verdad; y así, quien tenía consigo «todas las de fallar>> acierta por casualidad.

Pero lo que importa destacar no es esta rareza ocasional, sino justamente el hecho contrario de que el intento cuidadoso y es­merado no hace forzoso el acierto. La observancia de la totalidad de las condiciones reseñadas no aboca al éxito, no lo garantiza. Y no puede hacerlo debido en particular a la conexión que dirime el tiro. La peculiar correlación entre el golpe comedido de la mano y la captación perceptiva de la situación no se deja última, mente desentrañar. O mejor aún, no existe tal correlación si con ella se piensa en una correspondencia objetivable, descomponible o, cuando menos, susceptible de comprenderse, fijarse y aplicarse con rigor de exactitud, siquiera en ciertos casos. El pulso inma-

43

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E L F E N Ó M E N O D E A P U N T A R Y L A N Z A R

nente, íntimo, es la instancia soberana, y sus consejeros visuales y táctiles en la acción de precisión sobre el propio cuerpo son igualmente instancias inmanentes y encarnadas. De aquí que la

cu,;::rpo; con una

si lo que se busca con ella cú;al a movimiento del

entre y torsión de los Una y otro, ponderación e impulsot congenian en el Ianzarnien·· to certero sin explicarse mutuamente ni explicar su concordan"· cia, Y esta congenialidad feliz es también la que merece llamarse «tino)> ,

Sin duda que es posible reemplazar la inmanente y ;;:teto por t1rti b exactitud_

Nhu; este proccs·o no un. de Lt ;Úno d y sustitución de sus instancias ""'""'""

el arma de fuego sustrae a! ejercicio de puntería una dimene sión esencial de su dinámica distintiva, al no haber'o/a necesidad de plasmar el impulso activo del cuerpo conteniendo su fuerza, orientándola, regulándola; todo lo cnal queda sustituido por el <<:arte>) de apretar diestramente un gatillo. La acción de puntería tal como la hemos descrito se restringe, en el uso de armas de fuego, a la inspección visual, al giro conforme del arma y sobre todo a la adaptación del cuerpo entero a las condiciones propias de manejo del arma8• Estos requisitos, en sí mismos ya reducidos y redefinidos, son a sn vez sustituibles en gran medida por nuevos recursos técnicos, de mira telescópica, de dispositivos de apoyo

8. El único reconocimiento y celebración que yo he podido leer del asombro de la puntería se encuentra en la bella novela de Ramón J. Sender El bandido ado­lescente: «Es sencillamente IR'lravillosa la coordinación de movimientos de nuestro cuerpo en relación con algo tan fluido e incalculable como nuestra voluntad y la dirección de nuestra mirada, (Destino, Barcelona, 61987, p. 2l). Lástima que ese Billy el Niño, armado desde los trece años, no induzca al gran escritor aragonés a profundizar en las condiciones últimas del acto de puntería, y él sólo nos deje la solución simplificada y «tecnificada» del enigma que el famoso pistolero daba por buena: «Todo el mundo parpadea cuando dispara y hacen mal, porque la voluntad guía la vista y la vista guía la bala» (p. 63; cf. también, p. 21).

44

G R A T U I D A D D E L A C I E R T O

del arma, desplazamiento y accionamiento, etc. En e l proceso de creciente intervención técnica, que en éste como en cualquier otro orden de la reaíidad parece indefinidamente ampliable, el

acertar de manera indefectible, pero será al pre·� Me atre ·

las otras forrn;;;s corpc;· de b destreza .,j.,,; '

cobra una mayor importancia relativa; los actos van terlieride más de un accionamiento diestro que de un sopesamiento y re­solución en vivo.

En la puntería «a cuerpo» se impone con valor de ley, en todo caso, la conclusión de que el acierto es siempre un suceso «feli'Di. El acierto no es pero tam.poco es es más

no es tampoco es que rnente (<se atrna». el éKi.erto aparezca) con como logro meritorio del individuo que acomete la muestra singular de su pulso y tino, la presunción inversa de que el fallo guarda relación con alguna desatención o torpeza de su parte es injnstificada. De hecho, los excesos de celo, al cargar la postura, al confiar en exceso en el hábito sedimentado o, al contrario, al desconfiar en exceso de él y prolongar el calibrado del tiro, lindan asimismo con el fracaso. Es cierto que siempre cabe «afi­nar» la puntería, pero ésta nunca llegará a ser tan plenaria, tan buida, tan cierta, como para asegurar por principio y de ante­mano el éxito en una prueba. El tirador avezado en la ocasión más señalada y el estudiante que en la tarde de tedio arroja a la papelera de su cuarto los papeles esferoidales que fueron cien­cia, han de aguardar por igual a ver en qué para su lanzamiento.

Como anticipé en apartados anteriores, esta incertidumbre peculiar, constitutiva, tiene mucho que ver con que la actividad se preste a tantos y tan diversos espectáculos y esparcimientos (ejer­cida en solitario o por entre la oposición de contrincantes; como asunto único o como factor clave de innumerables juegos, etc.). La falibilidad esencial pero no arbitraria trasmite a los especta­dores el suspense que rodea al acto y crea una especial tensión

45

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E L FENÓMENO DE A P UNT A R Y L A N Z A R

que desemboca en júbilo por el feliz logro o en decepción por el no casual fracaso. Será difícil de olvidar, a este respecto, la cere­monia inaugural de la Olimpíada de Barcelona en el año 1992, en la que el encendido de !a llama olímplca1 el mornento más snlcn11W del como cifra pura de

rmmos un ::1rquero y Pero tJJ el vasto universo del cxtstc un

m in oso de esta tanto del acierto como fallo en los actos de puntería. Pues repárese por última vez en el conocido lance baloncestístico de los «tiros libres» o «lanzamien­to de personales»; ningún jugador honrado comprometería su palabra a que su tiro vaya a entrar de seguro en la canasta; pero lo que resulta llamativo es que el mismo jugador que acaba de acertar el primero de sus intentos errar el

""'�,,uu va nación en d o en su persona. De un instante al d dor sabe y sabe hacer lo mismo, y de hecho hace básicamente lo mismo; mas con mimbres tan iguales salen cestos biel�:�J, distintos1 en este caso «encestes>> o «desencestes». (Y no olvido que el <<bá­sicamente lo mismo» deja siempre un margen a la precisión, de modo que todo mínimo avance en él supone afinar la puntería.)

«A lo menos -respondió Sancho- supo vuestra merced po­ner en su punto el lanzón, apuntándome a la cabeza, y dándome en las espaldas, gracias a Dios y a la diligencia que puse en la­dearme» (Don Quijote de la Mancha 1, capítulo XX). El final del episodio de los batanes no es un trance estricto de puntería, pero bien sirve para reafirmar la conclusión anterior. Pues los cabreros de Castilla o los arrieros de Aragón tenían más tino con los can­tos del camino que su señor Don Quijote con el lanzón. Pero de ninguno de ellos, de nadie uunca, podrá predicarse con verdad el jactancioso dicho de que «donde pone el ojo, pone la bala (la piedra, el dardo, el balón)». No hay ser humano, no hay sujeto corporal encarnado, que sea capaz de poner invariablemente un proyectil allí donde ha puesto el ojo; y mucho menos de hacerlo infaliblemente. El acierto, que apenas nunca es azaroso, siempre es gracioso. «Donde se pone el ojo, quizá caiga la piedra.»

46

ll

CONDICIONES DE POSIB!LJDAD DEL DE PUJ\J'TER!A

A PROPÓSITO DE ZEN EN EL ARTE DEL TIRO CON ARCO

;\, En Ia corno Jm:utiG1CKm

ensa.yo la muy escasa atención que el fenórneno.

la �

había despertado entre los filósofos en general, fenomenologos

incluidos. A diferencia de tantas pecul!andades del espacro Y del

movimiento local, de la percepción humana de ambos Y de la

acción voluntaria del cuerpo, se recorrería en vano, en busc� de

una dilucidación mínima de este particular fenómeno, el hbr,o

segundo de Ideas para una fenomenología pura y. �

na filosofza

fenomenológica 0 la Fenomenología de la percepcwn, o bren la

Crítica de la razón pura o el libro primero de El mundo como

voluntad y representación. Lejos de mi ánimo? d;'sde luego, la

intención de engrosar con alguna peregnna adrcwn los crecren·

tes inventarios acerca de lo no pensado en la historia del pensar,

Pero tal desatención no deja de resultar curiosa, así y todo, sr se

repara en que el fenómeno de la puntería ?cupa el punto ex�cto

de convergencia de dos grandes problemancas que, por separa-

do, sí han fatigado largamente al pensamrento. .

Por una parte, el movimiento voluntano �el cuerpo propiO

constituye en toda la filosofía moderna un ambrto p�rv!legra­

do en la discusión del enigma ontológico de la relacwn alma·

cnerpo, mente-cuerpo. Por la otra parte, el movimiento de los

proyectiles fue durante siglos el quebradero de cabeza de los

47

-------------------------------··-··-·· . ,�-'-'���-

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C O N D I C I O N E S D E P O S I B I L I D A D D E l A C T O D E P U N T E R Í A

estudiosos rnedievales que aplicaban la física aristotélica; pues en estos «movimientos violentos» el objeto n1óvil proseguía su curso ajeno a 1a causa que l o había puesto en marcha Y� uc'P'k1La-cio tamhicn respecto natural>, Je reposo, manttnh1

cierto He entonces qnc el acto de vjo!cnto un '"" '"'"''''' cuerpo vivo al que concencu, De tal tnodo que el m6v.i l no sólo alberga� acaso3 una Ja vzs impressaJ sino justamente un deseo, una a él transfe-rida; voluntas impressa, por así decir, en cuyo cumplimiento el ser humano se vale sólo de su escrutinio perceptivo y control corporaL animado de intención está no ya el movimiento de nri cuerpo sino el de un cncrpo corno tationes de! o !a sctnánt"ÍJ, '1 de que b tnentc, b rnúscu!os y nervios, para o al cabo e.n el desplazamiento inerte de un ente físico que atraviesa é�espacio.

Ahora bien, curiosidades y conjeturas aparte, hay una posi­ble, notable excepción al desinterés filosófico general por nues­tro asunto. El lector culto quizá recordara en la presentación de mi ensayo la obra en cuestión, y habrá ahora renovado ca­lladamente el reproche hacia mi persona por su omisión, Pues en 1948 aparecía en la Alemania destruida el libro de Eugen Herrigel Zen en el arte del tiro con arco, con el que su autor ganó, andando el tiempo, muy amplio reconocimiento. Esta obra de quien en 1923 había sido el editor de los escritos filo­sóficos de E mil Lask y desde 1929 era profesor de filosofía en Erlangen se atenía con absoluta fidelidad a su título, Lo hacía, además, al hilo de una decisiva experiencia personal, ya que de 1924 a 1929, coincidiendo con un período de actividad docen­te en Japón, en la Universidad imperial de 1ohoku en Sendai, Eugen Herrigel se había iniciado en la práctica del tiro con arco bajo la guía del legendario maestro Awa Kenzo.

Este aprendizaje del «arte sin artificio» nunca fue para Herrigel una mera forma de ocio deportivo, ni tuvo tampoco el sentido

48

A P R O P Ó S I T O D E Z E N E N E L A R T E D E L T I R O C O N A R C O

de una marciaL Para él se trataba de un camino de introducción a «la Magna Doctrina», de una vía espiritual cia el Zen. Precisamente en razón esta circunstancia yo n1e

pu.nto a si el escrito encierra de la. nun_terf;.'L, por

aclarar es) en C:I U_to

qu.e la rneta el. sin que el

Ei famoso libro de Herrigel, que recogía y ampliaba un en­

sayo previo de 1 936: «El arte caballeresco del tiro con arco»2,

daba noticia de cómo todas las artes tradicionales _japonesas res­acercamiento paulatino al budismo zen:

c1 tcatn_,, el arte de lm; J.rretdo:.; que fueron las

por la esposa cld ;:dcrnán. l:',n c.l estu:dio describe

cón1o el del tiro con arco, en vista tan aho fin, ha de

atenerse a un ritual preciso, que exige, por ejernplo, el ernpleo

de arcos de bambú japoneses de casi dos metros de altura, Pero

ni el aliento espiritual del ensayo, místico incluso -Herrigel fue

lector precoz de Eckhart-, ni su vinculación a un determinado

universo cultural y, dentro de él, a una práctica muy particular,

desmienten la conveniencia de cotejar las conclusiones del pen­

sador alemán con algunos resultados de mi examen. Me atreve­

ría a cifrar el motivo principal de contraste en el descubrimiento

culminante del discípulo zen acerca de que «todo eso: el arco,

la flecha, el blanco y yo estamos entretejidos de tal manera que

ya no me es posible separar nada. Y hasta el deseo de separar ha

desaparecido»3, Esta fusión última de los elementos estructurales

L Zen en el arte del tiro con arco, trad. de Juan Jorge Thomas, Kier, Buenos

Aires, 1 972, p. 87. Modifico en ocasiones la traducción, siguiendo para ello la re­

ciente edición alemana: Zen in der Kunst des Bogenschiessens, Fischcr, Frankfurt

a.M., 2005. (Hubo una primera edición argentina en 1959 con el título Zen y el arte

de los arqueros japoneses.) l. Aparecido en 1936 en Alemania, en la Zeitschri(t für japanologie [Revista

de nipdogía), pp. 1 93-212. 3. Zen en el arte del tiro con arco, cit., p. 94.

49

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C O N D I C I O N E S D E P O S I B I L I D A D D E L A C T O D E P U N T E R I A

del acto, así como la posibilidad a ella ligada de un acierto que se logra casi por principio, sin tomar

la

que a , por vía pretación ontológica más profunda del descrito. Las condiciones de posibilidad a que se refiere el título de esta segun­?� �arte del ensayo no son estructuras extrañas a la descripción mtoal, a la que debieran ahora añadirse, agregarse. La y

que al yo que que hace suyo en el presente en forma de hábito y pqte ncia de ac� ción: un yo con historia o <<historiado>>, por así decir,

·�, junto a él, al cuerpo vivido y carnal, que no es un <<útil a la mano>>, y, junfo a ambos y por entre ambos, a la propia experiencia perceptiva en calidad de percepción inadecuada del espacio; el rango de condi-· dones ontológicas de posibilidad del yo «amasado con tiempo>>, del cuerpo vivido y de la percepción inadecuada les viene de que cada una de estas instancias y categorías contribuyen a depurar la descripción fundamental y a confirmar su alcance teórico. El fe­nómeno concreto de la puntería se reintegra así, más plenamen­te, al universo sui generis que es el mundo de la vida, y participa de la verdad y legalidad radicales que definen a éste.

B. <<El arte sin artificio» del tiro con arco a la usanza tradi­cional japonesa es un aprendizaje en el desasimiento del yo. En el proceso de asimilación de la técnica y de interiorización de sus principios, el blanco externo se convierte en el pretexto del blanco espiritual que es la cesación del yo. Aunque cada frase de mi resumen valga por meses de práctica continuada, los ejercicios comienzan por el cultivo de una atención escrupulosa a la propia

5 0

A P R O P Ó S I T O D E Z E N E N E L A R T E D E L T I R O C O N A R C O

respiración, mientras se una y otra vez los esfuerzos de

del gran arco. Una conciencia expresa acompaña

al ritmo como si el entero acto

su por el tiro. Ante

inevitables a la hora de tensar y soltar correctamente l a enorme

cuerda del arco, y al manifestar el discípulo sus dudas acerca

de la posibilidad material de hacerlo, el maestro arquero no

con

toma d

ta firmeza que uno no menos de de la

concentrada en ese minúsculo puño; y cuando suelta el dedo,

lo hace sin la menor sacudida. ¿sabe usted por qué? Porque

el niño no piensa <<ahora suelto el dedo para agarrar aquella

otra cosa de allí>> . Sin reflexión ni intención ninguna, él se

vuelve de un objeto a otro, y se diría que juega con ellos si no

fuese igualmente cierto que los objetos juegan con el niño4•

Pero el novicio venido de Occidente opone a tales palabras misteriosas una resistencia en la que las dificultades p ara la eje­cución correcta se amparan en creencias básicas de su tradición cultural; sus dudas parecen hablar el lenguaje del sentido común :

Pues, a l fin y a l cabo soy y o quien estira e l arco y soy yo qui�n dispara para dar en el blanco. Estirar el arco es un

.medw

para un fin, y esta relación no puedo perderla de VIsta. El niño todavía no la conoce, pero yo ya no puedo descartarla5 •

4. Ibid. , p. 5 1 . 5 . Ibid. , p. 52.

5 1

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C O N D I C I O N E S D E P O S I B I L I D A D D E L A C T O D E P U N T E R i A

Este diálogo, o este diálogo, marca una crisis pues la conversación prosigue

del maestro, que no tienen carácter

más se usted la flecha para acertar seguro en el

menos lo primero y tanto más se lo segun-do. Lo que le obstruye el camino es su voluntad demasiado activa. Usted cree que lo que usted no no se hará6•

sí ya no puede tan sólo por la . No es que la atención del ejecutante se retire de su punto de reposo en la ' respiración; es más bien que el arquero se va desligando asimis-­m o de este último punto de apoyo. Mas lo hace sin esfuerzo, sin empeño, como sin quererlo. Una <<agilidad primaria», que no es mental, que no es siquiera personal, que es sólo <<genuina presencia de espíritu>>, deja desvanecerse el propio estado de recogimiento; y se desvancecen asimismo todas las perturba­ciones y distracciones que acaso pudieran rebrotar y que ahora se contemplan con una total indiferencia, con cansancio de ver­las. Del tirador afanoso no queda ya sino el estado de tensión, y éste se hace uno con cierta «increíble liviandad» que ni dirige ni resiste, que no selecciona medios ni contempla fines. La pre­sencia plena del espíritu, tan plena que no se opone al cuer­po, pasa ligera a través de los movimientos necesarios y deja caer el disparo <<como fruta madura», como <<nieve de la hoja»:

6. Jbid. , P- 5 3 . 7 . !bid. , P- 5 8 .

52

y

A P R O P Ó S I T O D E Z E N E N EL A R T E O H T I R O C O N A R C O

Este estado, en que nada definido se as­

pira, ni espera, que no apunta en ninguna dirección la

y la ante el <<innombrable origen>>. La ausencia del yo en la consu�

rnación perfecta de la práctica es la señal de que el aprendiz

del arte ha entrado --dice Herrigel--- en el camino del Zen LO.

C. iQué cerca se halla esta meditación del análisis genérico de la puntería que yo he presentado! iY qué lejos! En la medida en que el mero lector del libro de Herrigel se hace cargo, des­de fuera, de los que se califican de <<fenómenos inalcanzables para el intelecto»11, cabe juzgar, ciertamente, que varios de tales fenómenos responden con claridad a la estructura esencial del acto de puntería tal como la determina el examen eidética. Sin

8 . Ibid. , pp. 60 -61 . 9. !bid., PP- 71 -'12-

10 . La obra de Herrigel ha sido objeto recientemente de nna concienzuda crí-

tica interna en todo lo relativo a sus fuentes y tomas de postura de orden cultural.

Cf. Yamada Shoji, «The Myth of Zen in the Art of Archery», en ]apanese journal of

Religious Studies 28/1 -2 (2001 ). Por importante que pueda resultar para la valora­

ción global de la obra, esta discusión no afecta, empero, a nuestro tema.

1 1 . Zen en el arte del tiro con arco, cit., p. 8 8 .

5 3

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C O N D I C I O N E S D E P O S I B I L I D A D D E L A C T O D E P U N T E R I A

duda que el recogimiento del yo en el ejercicio evoca con fun·· damento el peculiar vaciado que la dinámica opera sobre el entorno perceptivo y más el

del maestro en preguntas de la duda por una práctica cada vez más exigente y concen-trada ratifica, en fin, la función insustituible del hábito en el acto. siendo notable la o al menos la posibilidad fundada la

que no lógica, s e plantea en torno a l hecho de que el llama(io arte sin artifi�io <<no conoce fin ni intención>>, de modo que quien lo practica ha de proceder <<sin reflexión ni intención»: sin pensar, proyectar, ni esperar nada. Si estas expresiones aluden a que el acto de apuntar no precisa de una conciencia refleja que esté de continuo recordando al sujeto lo que está haciendo y cómo ha de hacerlo, nada hay que objetar. Tampoco si se insiste en que una tal conciencia introspectiva, lejos de beneficiar la realización del acto, lo estorba. Pero es conveniente, es forzoso no confundir la atención en sesgo reflexivo o la coatención reflexiva, con la vida d� concie?cia en general. Conciencia y reflexión no se exigen, y solo la pnmera define la vida intencional, la apertura al mundo. Así, hacer puntería en cualquier forma posible, lanzar un objeto a un determinado punto del espacio, es una actividad que <<sólo cabe realizar a sabiendas», esto es, conscientemente, y la co­rrespondiente acción corporal está, en consecuencia, habitada o informada de punta a cabo por la intencionalidad. La inten­ción subjetiva define la totalidad del proceso, da sentido a los sucesivos pasos y orden a los distintos movimientos y confiere

5 4

4

A P R O P Ó S I T O D E Z E N E N E l A R T E D E L. T I R O C O N A R C O

al suceso complejo la unidad coherente de un acto, �e u n úni· . ·t la intención subjetiva, en este senttdo co ac o

1 "'""'"''"rr' con a . Y

intención y, su caso,

cumplimiento a la intención inmanent� en que consisten. , ,

Si con ausencia de intención se qmere destacar, como mas

parece, que el acto no tiene u n propósito ex�rínseco a la que . B1en

l · ' 1 Sil y en él se en rnayor o a accwn y e ,

menor grado, con mayor o menor relevancia, de _u�o u otro

Odo el cumplimiento o incumplimiento de la actividad. m , . el Un segundo frente esencial de contraste tiene que ver con

carácter <<ayoico» que cobra progresivamente, de acuerdo con

la obra de Herrigel, la práctica del tiro con ar�o; has:� q�e se

consuma en desasimiento completo del yo e mm��swn I?te-

1 Ell Dada la importancia que esta cuestwn rev1ste, gra en e . o. . · , d el tratamiento inicial pide de nuevo una clanficac1o1; neta e

conceptos. Pues en la perspectiva de la feno_menologia pu:a l

_a

aparición del yo en la vida intencional_ se �mcul� muy pn�c�­

palmente a la presencia efec�iv� de háb1;o� mtenc10nales: hab1� tos cognitivos, afectivos, practlcos,

_ o �ab1tos p

_osturales Y �o

. trices sobre el cuerpo propio, o bten mtegraoo�es c�mpleJas

de todos ellos. Dicho con mayor claridad, la ex1stenC1� de u_n

hábito, con su peculiar modo de operar, denot� la ex1�ten�Ia

del yo y la presencia del yo, en lugar de determmar su_ mexls­

tencia y su ausencia. Sí a la conse�ución caba� del háb1to es � lo que el maestro Kenzo instaba sm cesar y s1 todo el apren

dizaje del tiro con arco persigue lograr esta <<forma velada,

55

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el yo, en suma el al punto de la capacidad que ha adquirido anteriormente y la ejerce a voluntad en el momento actual. La dormición del há­bito en el acto no es una inercia vacía, pero tampoco un vacío sobrevenido al modo de Herrigel, sino una determinada forma activa de operar.

En la perspectiva diacrónica, la existencia del hábito atra-­viesa los múltiples períodos de tiempo en que l as ocupaciones del yo y las actividades de la conciencia han sido otras y dispa­res, quizá muy heterogéneas, quizá incluso durante trechos tem­porales de cierta extensión. En este respecto, el hábito es lo que alguien sabe hacer y puede hacer, también cuando son otros los quehaceres y saberes que llenan su presente vivo. La emergencia discontinua del hábito, su actualización «de cuando en cuando>>, interrumpiendo períodos de dormición profunda, por así decir, no quebranta en principio su pervivencia y disponibilidad.

12. La expresión está tomada de Ortega: El hombre y la gente, en Obras Completas, VII, Alianza, Madrid, 1983 , p. 1 1 9 .

5 6

T 1

A P R O P Ó S I T O D E Z E N E N E L A R T E D E L T I R O C O N A R C O

Y el y o es a la vivo

historia y el <<objeto poderoso» que en ella y con ella se

Sólo es de lamentar, en conclusión, que el concepto feno­

menológico de hábito como potencia intencional sea tan tenaz­

mente desconocido por determinados tópicos de la literatura

filosófica, psicológica, psicoanalítica, etc. , que no se cansan de

hablar de la transparencia problemática del yo para sí o de su

interferencia reflexiva sobre los actos de conciencia. Tampoco

Herrigel -así me lo parece- tuvo a la vista en ningún mo­

mento la circunstancia fundamental de que el yo gusta de ocul­

tarse en la latencia de los hábitos y de que este ocultamiento es

su forma señalada de afirmarse, de existir.

D. La combinación de la intencionalidad con la noción de­purada de hábito permite así cierta aproximación al culmen mis­terioso del aprendizaje : el que Herrigel plasma en los sorpren­dentes giros neutros <<Ello permanece en la máxima tensión>>, <<Ello dispara>>, <<Ello acierta>>, «Ello sustituye al yo», etcétera.

No pretendo ahora una impugnación de estas expresiones,

5 7

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indisociables como son de la comprensión espiritual que anima todo el aprendizaje. Lo que me es someter los concep-tos a la que esta

ya me es separar ha desaplarecido».

este aserto, en consecuencia, el centro de una consideración final.

A mi entender, puede concederse que el perfeccionamien­to exhaustivo de un orden muy preciso de movimientos, en nuestro caso los del tiro con arco japonés según el arte tradi­cional j iujitsu, termine transformando determinados actos de puntería en una casi prolongación de la movilidad corporal. La r

_epetición y corrección constantes durante largos períodos

de tiempo _log�an una interiorización plena de la práctica, que

alcanza umtanamente a todas sus dimensiones: a los esquemas de perc�p�ión, al control anímico y motriz, a la capacitación y fortaleomtento del cuerpo, etc. El grado de familiaridad llega a ser tal, que hasta los útiles empleados se tornan una suer­t� de prótesis corporal al modo del calzado o los anteojos. E¡empl� �e esta conversión del acto en un repertorio fijado de movimientos seguros podría ser la biografía del maestro de Herrigel: consagrado al mismo menester día tras día desde su primera juventud, y capaz de una tasa de acierto que rondaba

5 8

A P R O P Ó S I T O D E Z E N E N EL A R T E D EL T I R O C O N A R C O

el por oen alcanzarla por principio,

su caso, como en otros (la

nuevos y

minar la existencia consciente sigue en

sigue desplegada, descentrada hacia sus correlatos,.

. _ . En la narración de Hcrrigel es claro que los utlles de tlro

-arco, flecha, diana·-, el espacio qu� los ab�r�a Y _el yo q�c

emplea aquéllos y capta éste se manttcnen d1stmgmd�s Y_ se­

parados mientras el aprendizaje no ha alcanzado su t�rmmo.

La apelación al Ello, al «origen amorf?" que, subsu�1endo a

la conciencia, dispara sin puntería y acterta con necestda�, no

cobra sentido hasta el momento final en que acontece la Iden­

tificación cerrada de los elementos estructurales del ac_to. La

estricta consideración fenomenológica no contempla, sm ��­bargo, una quiebra tal de los hilos intencionales por la f�s1�n

e indistinción de sus componentes: ni una qu�ebra f�nomemca

en el campo perceptivo y visual del tirador, m la qme�:a feno­

menológica en la estructura intencional de la p�r:ep_cwn.

y es que la interiorización más plena de la dmamtca de mo-

13 . Tomo estas referencias del ensayo citado de Yamada Shoji, ,The Myth of Zen in the Art of Archery».

59

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C O N D I C I O N E S D E P O S I B I L I D A D D E L A C T O D E P U N T E R I A

y as1st1r, e n suma, al proceso íntegro d e ej��ución ? La percepción sensible mantiene intacta su vigencia aun en el cas¿ de que la ponderación del lanzamiento tienda a desaparecer y, a imitación del maestro, pueda dispararse a ciegas -aunque desde una posición ya conocida-- y certificarse luego -visual­mente- el acierto. A fortiori ha de pervivir asimismo la estruc-­tura genérica de la percepción, que por sí sola distingue la vi­vencia inmanente respecto de las cosas captadas, trascendentes, y que sólo así puede distinguir en el campo perceptivo también a éstas últimas entre sí.

Pero análogamente a lo que sostengo respecto de la per­cepción, la apropiación más cabal de la pragmática de los mo­vimientos ceremoniales tampoco alcanzará nunca a suspender o a trasmutar la vivencia del cuerpo propio; del cuerpo mío como <<aquí absoluto» en relación con el cual se sitúa y percibe el blanco, y cuya articulación interna presta, obviamente, la clave de composición de arco y flecha en la postura de tiro14• En

14. Precisiones y desarrollos sobre este aspecto se ofrecen en el siguiente capítulo.

60

-....,..--1

1 A P R O P Ó S I T O D E Z E N E N E L A R TE D E L T I R O C O N A R C O

como lo es mi actual de ver cosas y de asirlas, o de hablar y leer en mi lengua materna. Pero no por ello deja el hábito de pertenecer de hecho al yo individual y de formar parte, por derecho, de la historia de su experiencia; y no siendo copartícipes o coagentes de este hábito ni los útiles ni el entorno espacial ni los otros sujetos, tampoco se entiende, en los puros términos de la descripción fenomenológica, por qué habría él de pertenecer a un origen común a todo ello, a todo lo que la experiencia revela y constituye como distinto.

Los hilos de la vida intencional, que hacen posible a cada instante el ver, el captar, el actuar, discurren de la percepción al mundo a través de nuevas y nuevas percepciones (hilos noé­tico-noemáticos) ; unen los actos perceptivos con los hábitos ya decantados (hilos yoicos) y corren asimismo, por entre los hábi­tos y los actos, hacia la corporalidad propia, que siente, sufre y <<puede>> (hilos carnales e hiléticos) . El entretejimiento sintético de todos estos hilos y nudos -tema infinito del análisis fenome­nológico- da sentido y contenido a la experiencia, y, correcta­mente analizado, es la forma misma de la experiencia. Con ello

6 1

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C O N D I C I O N E S D E P O S I B I L I D A D D E L A C T O D E P U N T E R I A

no se separa nada, en contra de lo que parece temer sólo se distingue todo, para así

A r�10do de conclusión y de continuación, merece repararse en la Circunstancia evidente de que el virtuosismo en un tipo y modo �oncreto de puntería no reporta progresos señalados en otros tipos o modos, aun si éstos son más simples y elementales. Con una piedra o un dardo en su mano, el arquero consumado vuel.ve a ser un principiante, un lego ante la incertidumbre pri­mana del a�to. La destreza hiperespecializada no trae mayores consecuencias en el sentido genérico de la actividad, cuya es­tructura por tanto nos requiere de nuevo.

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tremo el de manera mínimamente adecuada en el marco de determi-naciones estructurales de la existencia humana que Heidegger elaboró genialmente en la primera sección de Ser y tiempo. Las propias acuñaciones terminológicas del filósofo a propósi:o de� útil <<a la mano», que en modo alguno es una cosa que este <<ah1 delante», <<ante los ojos» -verdaderas creaciones conceptuales que hoy se han tornado fórmulas consabidas-, parecen cons·· truidas de espaldas a la articulación evidente de un fenómeno tan común, tan pragmático, tan preteórico como el que nos ocupa.

En el intento por ahondar en la forma esencial del acto de puntería, no está de más, por tanto, detenerse ante el hecho de que sus condiciones de posibilidad no parece� h�lla�se e� la dirección que Heidegger subraya con extraordmano enfas1s; Y que, más bien al revés, algunas determinaciones a

_rque

.típicas de

la «Ontología fundamental» del ser-en-el-mundo 1mphcan, apa­rentemente, un sesgo y un empeño unilaterales que nues�ra pers­pectiva no respalda, y que incluso, sin mayore

.s pretenswnes, se

atreve a cuestionar. Lo elemental, aunque no tnvial, de este cues­tionamiento dispensará en parte de las complejas hermeneúticas

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C O N D I C I O N E S D E P O S I B I L I D A D D E L A C T O D E P U N T E R Í A

que tará tauwru

en la serie funcional trabajo-taller, etc.>>, que se entrecruza de suyo, sin necesidad de juicios explícitos ni de percepciones implícitas, con la serie coimplicada: <<madera corno material de trabajo-materia de que está hecha-lugar donde se obtiene-útiles para obtenerla, etc.», pero que también lo hace con la secuencia: <<martillo-clavos-obra en realización-espacio al que está destinada-relación con otras obras en su sitio o ámbito de destino, etc.>>. Si estas múltiples referencias constituyen el sentido de cada uno de los útiles y de­terminan el horizonte de su ser, a la vez ellas sólo tienen sentido y sólo se sostienen en virtud de una referencia global y unitaria al existente humano que opera con los útiles y entre ellos16• Las tramas interconectadas de útiles a la mano no incluyen en sus

15. La enumeración es de Ortega: El hombre y la gente, en Obras Completas, VII, cit., p. 1 17.

16. «Existente, es mi traducción de Dasein por exclusión de otras alternativas que, a los concretos fines de este apartado, he juzgado peores. Cuando el sentido puede resultar ambiguo, y dado que no pretendo una exégesis de Ser y tiempo, me permito incluso añadir «existente humano,.

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existente por su existencia no es, e n suma, una pragmática es en lo que consiste el «ser en el

su existir y coexistir por entre los entes a la mano. lo

«ante ojos>> una conciencia que tivamcnte. Lo que aparece antes de nada son trazados pragmá­ticos de útiles y obras, campos operativos para la acción y que ya han sido operados por ella, junto con sus horizontes últimos de coherencia, que abarcan hasta los referentes básicos de la naturaleza: Sol, suelo, Tierra . . . A través de la significatividad de las tramas y redes de acción ha pasado ya siempre el existente en el acto mismo de cuidar de su existencia, de proyectarse a sus posibilidades.

Mirado con una mayor acuidad, ocurre, pues, que, sin nece­sidad de cosas ni de relaciones entre cosas en un espacio autóno­mo, lo que sí hay desde el mismo origen del fenómeno, y gracias a él, es mundo: el mundo circundante en que <<Se juega>> la exis­tencia. Este concepto primordial de mundo es tan irreductible a simple entorno o ambiente de un determinado ser vivo, corno lo es a sector objetivo del espacio único y omnienglobante. Frente a su parcialización accidental e inconexa según criterios biológi­cos y frente a su inserción inerte en una sustantividad necesaria -ambas construcciones igualmente <<desrnundanizadoras»-,

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--------------·-------------------------------------"-----"-- "

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el mundo circundante significa la original del mun� do, la revelación silenciosa y poderosa de la mundanidad. De

es el estar ya en el en la Una teinatización específica de la espacialidad primordial y

de su forma de comparecer en la existencia está implicada en el planteamiento ontológico anterior. Pero dada la importancia de

de

a su autor. punto de partida no encierra sorpresas, ya qM,e coincide

con la oposición categorial que acabamos de recordar:

Lo que está a la mano en el tráfico cotidiano con las cosas tienen el carácter de la cercanía. Bien mirada, esta cercanía del útil está ya indicada en el término que expresa su ser, <<lo a la mano>>. El ente <<a la mano>> tiene en cada caso una distinta cercanía, la cual no se determina por medición de distancias. Esta cercanía se regula a partir del manejo y del uso <<calculadores>>, que avistan en torno de ellos. El avistar del cuidado fija lo que de este modo está próximo, consi­derando también la orientación en que el útil es en todo momento accesible. La cercanía orientada del útil significa que éste no se limita a tener su lugar en el espacio, estando en uno u otro lado, sino que en cuanto útil se encuentra por esencia colocado, dispuesto, emplazado, situado17•

17. Ser y tiempo, § 22 (Sein undZeit, Max Niemeyer, Tübingen, 151979, p. 102). He tenido a la vista las traducciones de José Gaos (Fondo de Cultura Económica de España, Madrid, 102000), y de Jorge Eduardo Rivera (Trotta, Madrid, 32006), pero

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Este emplazamiento concreto del útil, su enclave originario y seguro, se produce por necesidad, en el seno de una

un que entonces salta a mi vista la disposici6n espacial en cuanto tal, y sólo ahora se pone <<ante los ojos» el complejo objetivo de las relaciones de lugar.

En

y situación. Y así como el cuidado por la propia no es una macrofinalidad ni es una suprautilidad, por más que sin tal cuidado cesen toda finalidad y utilidad, así la «espacialidad del existente, que por esencia no es nada ante los ojos, no puede significar ni algo así como un estar en un lugar en el 'espacio c6smico', ni como un estar a la mano en un sitio» 18• A esta vir­tualidad espacializadora en raz6n del cuidado por la existencia, pero que en sí misma es no espacial o no espacializada, o al menos no directamente lo uno ni lo otro, llama Heidegger en un nuevo alarde de genio «des-alejamiento>>. La expresi6n se carga de este modo de un sentido radicalmente activo, verbal, transitivo; no es que el existente esté más o menos cerca o lejos de determinados objetos; es que él mismo des-aleja los parajes y direcciones que su cuidado va despejando y que la clarividencia distintiva del cuidado -ese avistar en torno- le va revelando.

la versión española final es en todos los casos de mi responsabilidad. Al limitarme a unos pocos textos particulares, no me he adherido a opciones genéricas invariables acerca de la posible mejor equivalencia castellana de los conceptos heideggerianos.

1 8 . Sein und Zeit, cit., § 23, p. 104.

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En pleno rigor, n o hay cercas ni lejos, sino uc�>-aH:: modo y manera. Y el

se hace relativamente a ciesaleJamtentos en qu' se mueve el existente cotidiano. Desde el punto de vista del cálculo estas estimaciones podrán resultar imprecisas y vacilantes, pero en la cotidianidad del existente tienen su precisión pro­pia y por entero comprensible. Nosotros decimos: hasta allí hay un paseo, está a dos pasos, <<está ahí mismo». Estas me­didas expresan que no sólo no pretenden <<medir>>, sino que el alejamiento estimado incumbe a un ente hacia el que uno se dirige en el avistar del cuidado19•

O bien, para decirlo con mayor contundencia:

Las distancias objetivas de las cosas ante los ojos no coinci­den con el alejamiento y cercanía de lo que está a la mano dentro del mundo. Ya pueden saberse con exactitud las dis­tancias objetivas, que este saber permanecerá, así y todo, ciego; no tendrá la función de acercamiento del mundo cir­cundante en el avistar en torno que lo descubre; un saber

19 . !bid. , § 23, pp. 1 05 -106 .

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E L tJ T I L , L A C O S A Y E L C U E R P O

tal sólo tiene en y para un ser que, sm mensurar que le

\AMuuu en el el existente se trae su esto no signifiea un fijar algo a un lugar del espado que esté a la menor distancia de un del cuerpo.

De lo cual se sigue que la tematización fenomenológica del cuerpo propio cmno <<aquí absoluto» del yo y de la experien­cia, y por tanto como el centro móvil de toda orientación de la experiencia, sufre en la ontología fundamental de Heidegger una mutación completa en beneficio del <<ahí», aun más radical, del mundo circundante. En lugar de, corno glosaba Ortega a Husserl, estar el yo clavado por el cuerpo a un lugar que enton­ces llamamos <<aquí», ocurre que el existente está por principio desclavado o desenclavado; está lanzado a sus <<ahí>> , sólo desde los cuales, como en segunda instancia, retorna acaso a su <<aquÍ>> propio y lo descubre:

Su aquí lo comprende el existente a partir del ahí circurn­rnundano. El aquí no mienta el dónde de un ser ante los ojos, sino que mienta el «en-qué anda>> de un ser que des­aleja al <<andar en . . . >>, a una con este desalejarniento. Según

20. Ibid. , § 23, p. 106. 21. Ibid., § 23 , p. 107.

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su espacialidad, el existente nunca está primerament si,no ahí, a partir del cual ahí vuelve a su aquí, y esto a �u

solo en el modo que él su ser preocupado por lo ahí la

� . .

que se . e l . el espacial en que d1scurre; tamb1én el espacio intermedio entre el móvil y el blanco, captado al vuelo y destacado contra el trasfondo que ha decaído de toda importancia e interés, toma forma a instan­cias �:1 quehacer �el existente y revela su disposición propia en relae1on con el cmdado y la preocupación por el lanzamiento. Sin duda que el hacer puntería espacializa en concreto y en el presente, al <<des-alejar>> lo que está aquí y allí y todo lo que hay entre medias, con sus múltiples interdepedencias e influencias. Hasta la <<disposición afectiva>> en que se encuentra el existente -disposición afectiva como existenciario que concurre en toda comprensión de posibilidades- tenderá en la puntería justa­mente a una contención explícita del ánimo, a una suspensión provisional de todo afecto vivaz; pero tal suspensión -como Heidegger enseñó una y otra vez- no es mera ausencia de todo estado de ánimo, sino una especial modificación afectiva por

. 22. !bid., § 23, pp. 107-108. Como transición a la crítica global de este análi­

SIS, puede el lector, en contraste, recodar el extraordinario pasaje de El hombre y la gente a propósito de la inseparabilidad entre el aquí y el yo (Obras Completas, VIl, Cit., pp. 1 25 -126) .

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E L ú T I L , LA C O S A Y E L C U E R P O

a nada, a una cosa ante que esté . vista.

No sólo está a la vista, ante los ojos, ahí delante, como s1 . una mera cosa objeto de representación, sino que, como es b.

1en

patente, no puede ni debe estar de ot�� ,modo a �n. �e ser 1m··

pactada. En este preciso caso, la con_d1e1�n de .pos1b1hdad de la

trama funcional es, por tanto, una d1spandad mterna, estru�tu­

ral en el modo de conformarse ambos útiles básicos y de aJUS­

tar�e uno a otro, de tal modo que la comprensión original . del

segundo se aproxima notoriamente a lo que . Hei��gger qmere

concebir como construcción posterior y mod1ficac10n profunda

de la situación original. De lo cual se desprende sin solución de

continuidad el segundo problema. 2. El tránsito de un quehacer embebido entre útiles a la �ap­

tación objetiva y objetivante de meras cosas no puede exphcar­

se en el caso concreto del apuntar, por una falta o fallo sobre­

v;nido. En la perspectiva de Heidegger, sólo �na de.ficien��a,

perturbación o fracaso puede paralizar o ralentlzar la .��sercwn

pragmática original; y sólo a resultas de esta suspenswn. o .de­tención llega a comparecer el puro aspecto extern_o, objetivo, de los utensilios. La desvinculación, al menos pare1al, respecto

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que acto (!e pun-tería todo el empeño se pone en medir; «ya sólo medir es el ejercicio>> --si se tolera la torpe traslación-. Con ello no se trata, desde luego, de una determinación matemática por segu­mentos métricos y unidades exactas, contra las que Heidegger gusta de presentar su tesis, facilitándose así en exceso la exi­gencia del argumento. Mas tampoco rige aquí una medición a través de las referencias inmediatas del cuidado y del quehacer -como el <<hasta allí hay un paseo, dos pasoS>>-, o bien de su vertiente temporal -ese lugar que <<está a media hora>>-; no ocurre así siquiera en los supuestos de puntería en movimiento, en los cuales el factor temporal y, con él, la anticipación del movimiento del blanco o del tirador entran a formar parte ne­cesaria del sopesamiento intuitivo que calcula el tiro.

En suma, todo el cuidado está puesto ab origine en medir. En contra punto por punto de las prescripciones heideggerianas antes citadas, aquí sí que se produce necesariamente <<una estima­ción expresa de la lejanía>> ; aquí sí que el alejamiento <<Se toma, ante todo, como distancia>> ; aquí sí que <<la distancia objetiva de la cosa ante los ojos coincide con la lejanía y cercanía de lo a la

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E L lJ T I L . LA C O S A Y EL C U E R P O

4 . Si e l anallSJS lli.-1Uvbo�·

tensión de sentido entre útiles a la mano y cosas subsistentes,

el fenómeno de la puntería no sólo cuestiona tal oposición en

beneficio de una cierta homogeneidad, sino que también resca-

23. Entre las estimaciones originarias del cuidado que, según Heidegger, «no

quieren mediP> y que antes he citado -supra, nota 19--, aparecía como último

ejemplo la expresión «Cstá ahí mismo>>: «Nosotros decimos: hasta allí hay un paseo,

está a dos pasos, 'está ahí mismo'», El giro <<está ahí mismo» procede de la traduc·

ción de Rivera y es sin duda claro y expresivo, aunque el alemán diga más hien «a

la distancia de un pitido», tal como Gaos traducía literalmente («cine Pfeife lang»).

En realidad, esta expresión coloquial alemana tiene como equivalente española más

próxima la de «a tiro de piedra». Y ciertamente puede aducirse que en la puntería el

blanco se halla por definición «a tiro de piedra». Claro que en lugar de suponer esta

circunstancia una ratificación de la interpretación de Heidegger, ocurre lo contra­

rio. Pues en este caso el cuidado del existente no des-aleja el útil que se halla a tiro

de piedra en el mismo sentido que si el útil está «a un paseo» o a «dos pasos», o bien

«al tiro de piedra» de mi desplazamiento. La coincidencia falible entre la piedra y el

blanco, no entre el existente y el blanco, es la que se interpone cuando algo se halla

«al tiro de piedra» de la puntería; y es esta falibilidad la que quiere salvar el pulso y

tino de la medición y del lanzamiento. No sé si tengo entero derecho a sugerir que

la aplicación literal del esquema de Heidegger conduciría su posición a la primera

de las teorías descartadas en el análisis del acto de puntería, la que recurre a una

simulación del movimiento del tirador hacia el blanco.

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ta una dualidad de sentido que l a comprensión heideggeriana del existente encubre. Pues en igual que sucedía en

el cuerpo, el cuerpo que es mi cuerpo, se

acto no sino extremarse en la darnental, hasta traspasar con ello el límite fenómeno del cuerpo demanda e impone. Ocurre, en efecto, como si la archiconocida determinación aristotélica que con··

la mano como <<el instrumento

y caerá por entero el existente en y como tal, antes que sobre la corporalidad articulada suyo y articulable con límites por el yo. De tal modo que, como ha po·· dido señalar Didier Franck, es la mano que cuenta con útiles a la mano y que tiene cosas ante las manos la que pierde toda mani­festación adecuada y la que carece de categorización peculiar24• Parecerá un juego de palabras, pero de tan a mano como queda la mario en el manejo de todo lo a la mano, la propia mano, el propio cuerpo, se pierden de vista.

Frente a ello, es preciso destacar que <<el instrumento de instrumentos>> lo es, y lo es sólo, por ser de consuno <<el órgano móvil del tacto>>, de acuerdo con la determinación de Husserl que, a mi juicio, debe acompañar siempre al dictum aristoté­lico. En esta locución, tacto mienta además la tactilidad en su conjunto como afección íntima, como intraafección sensible, y por ello como la revelación primigenia del cuerpo en y desde sí mismo. Pues a diferencia de ojos u oídos, que muestran colores o sonidos sin ser ellos mismos mostrados visual o auditivamen-

24. Heidegger et le probleme de l'espace, Minuit, Paris, 1986, cap. Ill.

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E L Ú T I L , LA C O S A Y E L C U E R P O

sin que en el fenómeno intuitivo el ojo como tal se coloreado, se coloree, o el oído como tal se ofrezca acompasa-

c1on palpar, afluye a la mano, en por la sensibilidad múltiple y heterogénea que denota la presencia del cuerpo; una densidad carnal extendida y engastada en las

ru � yo en carne propia su índole específica, igual que la temperatura del objeto sólo se anuncia al trasmitir calor o frío a mi carne. Nada es patente al tacto sin padecerlo éste afectivamente. Y el doble sentido correlativo de <<patencia>>, como manifestación de lo mundano y como padecimiento de la carne, tampoco es aquí juego de palabras, sino la conexión esencial al sentido de la tac­tilidad. Así, en fin, la mano en la postura de tiro sólo soporta el útil y sólo le presta sostén y apoyo, mientras trasmite a la integridad táctil del cuerpo la pesantez, la tensión, el esfuerzo en que el propio cuerpo se afecta y queda afectado.

Esta textura distintiva del tacto recorre mi cuerpo, lo de­fine, lo confina, lo trae a manifestación originaL Lejos de toda instrumentación directa, de toda activación pura por parte del existente, la mano (y el cuerpo) es presencia instrumental de la carne, o quizá mejor, presencia y patencia servicial de ella. Lo cual obliga, ciertamente, a mirar con todas las reservas posibles, y con alguna más, la magnífica agudeza heideggeriana en punto a la primacía del <<ahí>> del cuidado y la ocupación por sobre todo <<aquí» del sujeto corporaL Mirado en rigor, no se trata

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en renex1va, en suceso concomitante a un interés principal puramente interno o subjetivo. Al contrario, el espesor corporal del acto soporta y po­sibilita la concreta trama pragmática. En aras del éxito práctico el cuerpo ofrece desde sí una posibilidad extrema de sí, a saber: el pulso reconcentrado, el temple seguro en que el movimiento de la postura queda suspenso y aquietado, como en el aire, y en que la afección ubicua resuena pero acallada, silenciada, como en el vacío. El aplomo del cuerpo dispone a la peculiar sutileza, también corporal, que es el acto conmensurado de atinar. El cui­dado del existente absorbido en la actividad no solamente es un cometido corporal, sino que requiere un peculiar adensamiento de la corporalidad vivida.

Este <<perfecto aplomo>> (en que siempre está complicado el yo), este triunfo del pulso, permite acaso interpelar al cuer-

25. La expresión «hicceidad» (de hic, «aquÍ») en su aplicación particular al cuerpo es una creación de Antonio Rodríguez Huéscar. Cf. Ethos y logos, edición de José Lasaga, UNED, Madrid, 1 996.

26. Heidegger et le probleme de l'espace, p. 89.

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y llear a por así llamarla una última vez, no casa por ningún lado, con el tratamiento categorial heideggeriano, siendo así que ella estaba poco menos que obligada a encajar nítidamente en el planteamiento teórico de la que aspira a ser ontología fundamental.

27. José María Valverde, «Elegía del cuerpo», en Hombre de Dios (cf. Obras completas 1 , Poesía, Trotta, Madrid, pp. 146 -148, 1998, cita p. 146).

28. Heidegger et le probleme de l'espace, cit., p. SS.

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que y que en este capítulo despediré. «Puntería>>, o pontaria, puntería, pointage, appuntatura o puntamento, con la marcada referencia a un punto en el espacio y la fácil asociación al punto geométrico ideal, carece de paralelo en las lenguas germánicas, que, en su defecto, recurren a un término común aplicable a toda persecución de objetivos: aim, aiming, zielen, aufs Ziel richten. Por importación del francés cuenta el alemán asimismo con el término visieren, que por cierto, en pluma de Heidegger, es em­blema de la comprensión derivada de los entes intramundanos; lo cual resulta un aval indirecto de nuestra línea de crítica29•

No es el latín, sin embargo, el responsable directo de la lla­mativa peculiaridad que comparten las lenguas romances. En la lengua madre era el verbo collineare el que designaba indistin-

29. Cf. por ejemplo Ser y tiempo, § 13 (Sein und Zeit, Max Niemeyer, Tübingen, 15 1979, pp. 61 -62) : el primer pasaje en que se formula la contraposición categorial entre el existir volcado hacia el mundo y el «abstenerse» de toda acción que, sólo por esta renuncia, permite demorarse en el aspecto de lo que aparece y «apuntar a lo que está ante los ojos» (Anvisieren). La rotundidad del fragmento y el empleo del término específico para «puntería» facilitarían una rápida recapitulación de las objeciones señaladas.

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en que el del arr� se y en que debe de hecho afanarse; como si al punto preciso de espacio en que reposa el blanco sólo pudiera acceder la punta inmaterial de la mirada y, junto con ella, a tiento, la punta de la mano que remite el proyectil. Y por tanto, como si la denomina­ción que señala al punto ideal hubiera de combinarse por fuerza con la casi homónima que evoca a una punta desconocida de cuerpo y mente, de mano y conciencia. La noticia del vocablo cuasigeometrizante que tiende a con­fundirse con el vocablo cuasisomático introduce mi última con­sideración. Quiero proponer que el principio de incertidumbre que acompaña característicamente a los actos de puntería cons­tituye una sorprendente confirmación del axioma fenomenoló-

30. Puede comprobarse la datación aproximada en el Breve diccionario etimo­lógico de la lengua española de Corominas. La derivación de «punto» a «puntería» pasó en realidad por la formación intermedia del adjetivo «puntero>> en el sentido de «Certero>>, «Fama tenía de puntero don José que, según dicen, ponía cinco balas en el cinco de oros de la baraja a veinte pasos», se lee aún en El bandido adolescente (Destino, Barcelona, 6198'7, p. 28).

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JU;t

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y partes, y con rasgos, de la cosa captada. En cierto buen sentido, la cosa vista está siempre por ver, por ser vista del todo y por todos lados. Y como la cosa, todos sus rasgos determinantes: el color que la cubre, la figura que la pone de relieve, la consistencia objetiva de las restantes cualidades, etc. En realidad, ni siquiera la parte vista de la cosa (la fachada del edificio, el tablero y el frente de la mesa, el rostro de la persona, la cara frotal del blanco al que se apunta . . . ) está vista del todo cuando está ofreciendo una vista efectiva sobre el todo.

Por el hecho de no darse en integridad la cosa unitaria, sino sólo tal o cual cara, esta o aquella sección, unas u otras partes, no cabe sostener, sin embargo, que yo no perciba con todo rigor la cosa. No cabría argumentar que en verdad yo nunca me en­cuentro ante el edificio, ante la mesa, la persona o el blanco, tal como el lenguaje natural se permite decir, sino que me hallo sólo ante un sustituto del todo, ante un <<mero fenómeno>> o imagen que remite a él, tal como el teórico psicológico del conocimien­to tenderá acaso a decir. Semejante redefinición de lo percibido

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sería contraria al sentido intencional de la vivencia, es decir se·­ría antidescriptiva. Lo que está pendiente verse, vers: del

es b cosa con que la

so la parte él que está e sólo en un peculiar escorzo, en un inabrogable escori'Jmiento <<adumbramiento>>, <<esquiciamiento», o comoquiera que pued� llamarse a esta relación única. Subraya esta segunda determi­nación que toda percepción sensible muestra la cosa idéntica según un aspecto variable, y defiende que este aspecto tornadi­z�, que no es arbitrario, nunca es tampoco absoluto. Ni la cosa n.J el lado d.e la cosa ni ninguna cualidad admiten bajo ninguna ClrcunstanCla, pues, mostrarse pero desvinculados de todo viso o escorzo; o --lo que sería lo mismo-- fundidos a un único as­pecto o escorzo que fuese <<el verdadero», el cabal, el definitivo. El curso de las distintas vistas y vislumbres es j usto el proceso por el que el objeto unitario pone de manifiesto su identidad. P�ro he a�uí -i.nsi�to con otras palabras- que ningún aspecto, mnguna v1sta, mngun escorzo, puede arrogarse la pretensión de ser la manifestación absoluta de la cosa, la pura transfiguración de la cosa a un aparecer inmediato y normativo.

En virtud de esta segunda tensión constitutiva de la per­cepción sensible, la cosa que aparece en persona no comparece nunca en donación plenaria de sí; ella misma aparece en perso-

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na, con una evidencia verdaderamente originaria respecto de la que no hay sustituto posible ni pensable, pero a la par la cosa no se

«compone» cosa o la cosa con el so· bre lo visto en su modo de darse a la visión del caso. Todos estos factores perceptivos: orientación y perspectiva, distancia, sesgo compositivo, etc. , no pueden dejar de concurrir. Y, concurrien­do, apenas si pueden dejar de variar. A causa de ellos, el tamaño, la figura, las relaciones internas, se <<dibujan» o <<exponen» de modo distinto en los sucesivos escorzos, se <<difractan» en uno u otro perfil. Escorzos y perfiles se asemejarían a los esbozos pre­vios de un pintor con vistas a la obra definitiva, solo que aquí la obra terminada, o sea, la cosa captada, no termina de llegar, o, mucho mejor, está ya siempre llegando sólo con los esbozos y en ellos. Y es que la cuestión no radica sólo en que «lo mismo» cambie sin cesar de aspecto, sino además en que la identidad enteriza que los aspectos exponen -la precisa figura, el preciso tamaño . . . - es «sensible» a tales oscilaciones y variaciones; son estos modos de darse los que van perfilando, matizando, de­terminando la objetividad precisa de la cosa, cuya inalcanzable rotundidad unitaria resulta así solidaria de los fugaces escorzos.

Pero no es sólo una cuestión de espacio y perspectiva. De

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j uegan l a las tonalidades unitaria del color

y en cada uno estos órdenes los tactores no refuerzan (por si ya de suyo fuera pequeño) el efecto esencial, no causal, del escorzamiento, adumbramiento, esbozamiento, o como quiera o pueda llamarse.

En definitiva, lo que hace posible por principio la percep·· ción sensible es estrictamente lo mismo que hace imposible su absolutización. El valor absoluto de la percepción sensible, en cuanto exposición directa de la cosa física, se opone a su abso­lutización simpliciter, en cuanto exposición inadecuada de la cosa. No hay objeto ni propiedad ni fragmento sensibles que es­cape a este destino, ni hay ser percipiente que pueda soslayarlo -así fuera una conciencia infinita-. Pero lo desconcertante es que ni la cosa ni la conciencia ni el cuerpo pueden ser responsa­bilizados de tal situación, que es a la vez necesaria e indigente. La inadecuación perceptiva no nace de la limitación psicológica o psicofísica del sujeto que ve o toca, no remite sin más a su finitud. Y, en contra de algunos posicionamientos husserlianos, tampoco arraiga en deficiencias ontológicas del objeto visto o tocado, tampoco denuncia sin más su finitud. En consecuencia,

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por tanto el incesante En el despliegue perceptivo de la cosa y del entorno de cosas,

el <<aquí absoluto>> del cuerpo propio está en circulación, está en movimiento; o sea, está puesto en circulación y movilizado por la vida de experiencia. El <<aquí» inalienable del espesor carnal, a que nos referimos en el apartado anterior, es también el aquí itinerante o ambulante que define los ejes del panorama percep­tivo y los desplaza consigo: cerca-lejos, delante-detrás, arriba­abajo, derecha-izquierda. Dicho en otras palabras, la experien­cia orientada no supone a su base meras relaciones de posición entre objetos o entre los objetos y el cuerpo, sino más bien, primariamente, la movilización subjetiva que define los ejes de orientación y los redefine con cada nuevo movimiento del cuer­po. La kínesis peculiar a cuyo compás mutan orientaciones y aspectos es, por tanto, un movimiento vivido afectivamente, en la inmanencia corporal, y no ya captado en el panorama intui­tivo y en la inadecuación perceptiva. Pero este desplazamiento vivido es, ante todo, movimiento <<cinestésico», movilidad deli­berada, animada y activada por el yo, igual a la que acredita la

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mínimos pite la misma comprobación !ación esencial con la afluencia los escorzos exponen la cosa. A las gradaciones de luz y a los juegos de tellos y reflejos por ejemplo,

variaciones contacto y manual, como el propio lanzador a puntería las ejemplifica al asir el proyectil quizá de modos diversos en el curso de una misma tirada: pri� mero lo sostiene levemente, lo aprehende luego en propiedad, lo apresa y fija en la postura apropiada, lo despega quizá leve� mente para el instante del lanzamiento, etcétera.

A esta rica luz, el «pobre cuerpo mío 1 que llevo por el mun� do como un perro 1 sumiso, flaco y triste>> con que Val verde abría su ya citada elegía, resulta ser la instancia viva, activa, asociada al yo e integrada en la percepción, de la que codepende la libre movilidad que es esencial a la trama de la experiencia. De aquí que la inadecuación de la percepción sensible sea atribuible al cuerpo en exactamente la misma medida en que lo es a la co­rriente de actos, a los hábitos del yo, o bien a la índole de los objetos mundanos: en toda medida como parte esencial de esta historia, pero en ninguna como responsable particular o espe­cial de la insuficiencia.

En realidad, la inadecuación de la experiencia es tan evi­dente y positiva, tan reveladora del sentido positivo de las cosas

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experimentadas y de l a vida d e experiencia, que e l único modo de afrontarla y superarla está en los mismos actos que la

individual. Como de sentido recae más sobre el proceso global en detrimento de cualquiera de sus individuales o viven·

Sin el

al intuitivo que y en concreto; cortada de la trama de indicaciones e implicaciones, reducida a una pura actualidad que excluya el proceso poten·· cial, la perspectiva decaería de su especificidad y se acercaría a ser un mero reflejo, un suceso intransitivo carente de todo dinamismo intencional.

De esta forma, la cuestión general de la inadecuación per� ceptiva se traslada ahora al proceso de explicitación y clarifica­ción de lo entrevisto, de manifestación de lo no visto, de per� feccionamiento de lo ya visto, de confirmación, validación y revalidación de todo ello. Y de algún modo la inadecuación de la síntesis perceptiva global presenta también, como tal, una do­ble raíz. Por una parte, este proceso sintético de «Cumplimiento intuitivo>> -dice Husserl con término abarcador- es de suyo infinito; puede proseguir siempre, sin que con ello devenga una eterna repetición de lo mismo, sino en todo caso variaciones significativas sobre lo mismo. En la plenitud del detalle y de la claridad, el proceso está indefinidamente pendiente de cerrarse; a cada paso trae consigo nuevas anticipaciones y previsiones, y

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no encapn act tocio unas con otras, no aom1ten una «pacífica>> en un resultado colectivo, por cuanto cada demento objetivo aparece de hecho una infinidad de veces. No hay, dicho en otras palabras, una adición integradora que tenga por posi·· bies sumandos a los distintos escorzos de la figura; mas la figura plena de la cosa tampoco se deja obtener con la ayuda de una sus� tracción adecuada y justa de determinados escorzos sobrantes.

Ninguna vista de la Puerta de Alcalá puede ser completa. Y todo recorrido por la sucesión (infinita) de las perspectivas -entrando a l a plaza por la calle de Serrano, subiendo desde Cibeles, bajando por Alcalá, llegando desde Alfonso XII, miran­do desde el Retiro, etc.- deja sitio a revisiones, ampliaciones, matizaciones. Pero es que, además de todo ello, el conjunto de todas las vistas obtenidas o de cualquier selección de ellas no tolera refundirse en una totalidad congruente ajustada a la cosa; de cada lado singular, de cada arco individual, cuento yo con una multitud de exposiciones que, siendo mostrativas de algu­na relación objetiva, no casan, sin embargo, entre sí: no casan por exceso. En lugar de asemejarse a las piezas discretas de un

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y descansa en que la ción constitutiva de percepciones cntretejiéndose con construyendo infinitamente sobre ella, reconstruyéndola sin fin. Pero, en cierto paradójico contraste con el resto de los funda·· mentos, la cuarta razón anota que l a recuperación de la totali� dad desgranada o desmenuzada, la restitutio in integrum a que señala toda síntesis parcial, en lugar de componer con justeza y adecuación la identidad de la cosa, más bien la «desborda>>, la excede, la trasciende. No es que la síntesis de complemento y cumplimiento no supere la limitación intuitiva de las manifesta­ciones individuales del objeto, es que en cierto sentido la supera tanto que deja atrás al todo, deja corta su concisa identidad, a la que sigue por principio referida.

Se topa así de nuevo, a una mayor radicalidad del análisis, con la profunda verdad de que la cosa, dada en su propio ser, dada en persona a la percepción, nunca aparece sin más, en absoluto, de una vez por todas, de una vez por fin. Darse en per­sona es aparecer no sólo en parte y por partes (primera razón de la inadecuación), no sólo en escorzos y por escorzos (segun-

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razón), sino también en anticipación concreta, infinitas (tercera

y, en su concreción ésta cual es como totalidad

Ent�e la infinitud necesaria de la síntesis, que significa in acabanuento perpetuo, y el desbordamiento necesario la

C. El acto de proyectar un móvil con dirección y potencia exactas mantiene una relación muy digna de nota con las dis­tintas fuentes de la inadecuación perceptiva y permite por ello proseguir la meditación sobre el enigmático sentido de esta inadecuación creadora.

A primera vista, la forzosa incompletud de la manifesta­ción del objeto no ejerce una influencia significativa sobre el apuntar con tino. El lanzamiento intencionado no se ocupa de 1� totalidad del objetivo en cuanto <<cosa>>, sino que se cuida bá-· stcamente de su localización como «Útil», siendo en ocasiones una pura ubicación la que oficia de blanco -recuérdese esta posibilidad-. El tirador no parece necesitar, en consecuen­cia, una explicitación abundante del blanco; le basta con una noticia clara de su existencia, por contraste suficiente con el fondo abarcador; contraste figural y cromático, para los que sí procurará un máximo relieve. En los casos en que el impacto ha de acertar en el objetivo bajo condiciones añadidas de fuer-

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za, incluso de precisión sobre la parte golpeada del blanco, sigue ocurriendo que las secciones ocultas o semiocul-

ciones que el terreno por su medida, y el lanzador se hace una composición de lugar <<Clara y distinta» de los detalles y conexiones significativos. Pero ante esta captación exigente del tirador el espacio intermedio se ofre­ce, con todo, fuertemente unif-icado, esencialmente cohesionado. De modo análogo a lo que ocurre en la percepción espontánea de distancias y en la apreciación inmediata de magnitudes, la distancia de tiro se mide <<a ojo» y se delimita globalmente, pues ella es reacia a toda partición analítica. El sopesamiento intuitivo del tiro no responde, en efecto, a la forma de una resolución analítica; la mirada explicitadora no descompone, ni exhaustiva ni detalladamente, la magnitud del terreno que ha de recorrer el proyectil. Y ahora nos es posible añadir: resolución tal sería a la par imposible e inútil, dada la estructura inagotable y a la vez sobreabundante de la síntesis perceptiva que demandaría.

Acabo de decir indagación o escrutamiento <<del terreno>>, y he dicho bien si se estipula la ley, que aún no había formulado, de que el acto de lanzamiento y el cálculo conforme toman por referente único o por correferente primordial al suelo que pisa

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mayor posición alero sobre la de personales - ---en la tablero colabora al contraste-? En todo caso, igual que en los archifa-· mosos ejemplos galileanos del debate geocéntrico a propósito de la moneda arrojada al aire en un barco, e igual también que en la aeronave del opúsculo husserliano <<La Tierra no se mueve>>3 1 , terreno y suelo admiten desde luego un sentido traslaticio por el que se aplican a todo sistema relativamente estático (y sólido) en que se sitúa el observador -uso éste que, en el caso de Husserl, a diferencia de Galileo, es, sin embargo, necesariamente deri ­vado respecto de un sentido absoluto privativo de la Tierra-.

En relación con la segunda fuente de inadecuación de la percepción sensible se observa de nuevo que la concordancia del fenómeno de la puntería con la tesis general no obsta cier­tas peculiaridades de interés. Tal como examiné en la primera parte, la adopción de postura al servicio del lanzamiento es un compendio de múltiples decisiones cinestésicas que deparan un

3 1 . Hay traducción española de quien esto escribe, en Excerpta philosohica 1 5 (Facultad d e Filosofía, Universidad Complutense) (1995).

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preCISO <do Una

Sl viese en su mirada y asentase en ella una sola de las «Vlstas>>, un solo aspecto preferible, preferido, sobre el que hacer recaer l a empresa del tiro. Quiero decir con ello -y me parece ver- que el lanzador procede en este instante a decantar o destilar una precisa vista, como si de algún modo contuviese o previniese la multiplicación, siempre presta, de los vislumbres y escorzos; de algún modo, él sabe de la serie abierta de manifestaciones posi· bles, y sabe lo que con ella puede ganar . . . y perder.

No son raras las situaciones en que el lanzador recompone su mirar y, de modo muy semejante a como en otras circuns-· tancias rehace la postura del cuerpo, vuelve entonces sobre sus pasos para enfocar de nuevo, <<vuelve sobre sus ojos>>. Pero aún más significativa parece la estampa frecuente del tirador exper­to o del niño que lo emula, que, por mejor apuntar, cierran deli­beradamente uno de sus ojos, o bien entornan ambos en medida pareja o cierran uno y entornan el otro. Por mejor ver, restrin­gen no sólo el campo de visión sino la dinámica genuina del ver, su riqueza espontánea, y ponen por obra una depuración de las vistas, un decantamiento en beneficio de una sola «imagen>> que

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enfile el blanco y sobre la que enfilar el blanco (el blanco-al cabo del espacio intermedio).

que pose la vista con muy

no y como si la oscilación y, en sn caso, el posible dislocamiento de la imagen, y con ello la deslocalización del objetivo, rondase al empeño por aguzar la visión y por afinar la puntería a puro

vista. Esta del ,_.,., ,..,.,.., "' "' "

veces inútil , incluso perjudicial; él no el tiro>> o no terminará de verlo por mucho que penetre con el rayo de la mirada en su punto de presa. Pero el tirador de puntería di­námica quizá esté prevenido, al contrario, de que no basta con la mera orientación sobre la posición del blanco, sino que debe ganar y fijar justamente una visión, un cierto escorzo particular, aun sin plazo para la depuración de las visiones. Éste otro no <<verá el tiro>>, no se acercará a ver el tiro o la tirada, si no opera una co-objetivación del escorzo casi en el mismo instante en que ejecuta el disparo.

En este <<atletismo de la mirada>> que es la acomodación del fenómeno visual cara al lanzamiento, la <<pista>> de salto y carrera resulta ser, en suma, la tensión entre deficiencia insuperable y sobreabundancia inconveniente de la percepción sensible : la ten­sión constitutiva de la experiencia intramundana, que también aquí carece de todo justo medio que pueda arbitrar entre los ex­tremos y para la que tampoco aquí existe patrón posible de me­dida objetiva, por cuanto toda medida aplicable provendrá de l a misma tensión que, a su modo y manera, alumbra la objetividad

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y l a precisión. No se trata por . alguna dualidad entre

locus apparens y locus objecti. Este segundo está ya e íntima con el · no

pasos, si mi o vanto o bajo los ojos, si los entorno, si ladeo la . etc.>> ; mientras que el consecuente de la proposición com�le¡a. recoge la covariación en el fenómeno sensible de la expenenoa: <<en­tonces ]a cosa dará a ver tal o cual cara oculta, afirmará o preci­sará tal perfil , despejará una u otra indeterminación

_ resp�cto de

sus propiedades, o simplemente aparecerá, etc. >> . Esta formul.a 0 formulación condicional refleja adecuadamente la correlatl­vidad específica de los nexos cinestésicos, ya �u.e sugiere ,u.na relación bilateral diferenciada respecto de la noet1eo-noemat1ca -la cual se plasma de suyo en proposiciones categó�icas de ver­bo transitivo de intencionalidad (percibo, recuerdo, ¡uzgo, apre­cio, quiero, etc. )-; sirve además para destacar que la.conexión cinestésica se halla en suspenso mientras el yo no da hbre curso a la condición que recoge la prótasis y que conduce hasta la apódosis. De aquí que el condicional cine�tésico no, d�ba �nte�­derse ni como la pura implicación matenal de la log1ca simbo­lica -desentendida de todo vínculo interno entre antecedente y consecuente--, ni como una legalidad c�usal. anónima� es un nexo de motivación en el seno de la expenene1a y que d1scurre

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n o más <<ver el tiro» que so ltarlo, que C'e;mo rom� piendo el nudo gordiano de las vistas con lo que se quiere ver.

En la ordenación de las fuentes de la inadecuación percep­tiva no incluí antes el principio fenomenológico, tantas veces subrayado por Husserl, de que toda experiencia sensible está sujeta a desmentidos y rectificaciones. La incompletud percepti­va, que se adelanta al todo, no puede conjurar la posibilidad de una decepción, la justici a de una corrección posterior; el escor­zamiento del todo y de las cualidades, su aspectualización -por hacer yo también mi propia aportación léxica poco feliz- no cancela «la perspectiva>> (en el doble sentido) de una presencia mejor matizada y por ello más ajustada al objeto; el cumpli­miento no puede evitar el reposar sobre apareceres individuales falibles, etc. Por todo ello, la experiencia sensible, a la vez que generadora de nuestra remota familiaridad con el entorno, está

32. Adopto para mi uso estas expresiones de Gilles Deleuze, Francis Bacon. Lógica de la sensación, IV, trad. de Isidro Herrera, Arena, Madrid, 2002.

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y con la la cosa, e l exceso en cualquiera de estas virtudes augure un mal desenlace; o, más bien, lo auguraba . . . una vez que ya se ha producido, puesto que sólo ex post (acto se vuelve reconocible como tal exceso.

Aun cuando el lanzamiento de precisión a escala humana no se reduzca a actividad perceptiva sino que sea además ac­ción, acción innovadora, la incertidumbre de la puntería opera como una mostración ad oculos de la percepción inadecuada de espacio y de mundo. Que las cosas y los espacios sólo se nos entregan <<de una manera que es a la vez evidente y sibilina>>33, es un resultado admirable del análisis fenomenológico que en nuestro fenómeno encuentra un refrendo inopinado, espontá-­neo, peculiar. El hecho de que nadie en rigor pueda «ver el tiro>> ni antes de soltarlo ni al soltarlo, consistiendo todo el pulso y tino requeridos y exigibles en tratar de verlo antes de soltarlo

3 3 . Alphonse de Waehlens, <<Una filosofía de la ambigüedad», en Prefacio a Maurice Merleau-Ponty, La estructura del comportamiento, Presses Universitaires de France, París, 21949, p. VIL

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Y al soltarlo, confirma sobre todo la positividad original d e esta ley de inadecuación que siempre nos vemos obligados a enun� en Por

y es, en inaj ustahilidad soportan la vida de la de esta experiencia . . . salvo el acierto.

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principio falta al cumplimiento

Los antropólogos evolucionistas la cuentan entre no " vedades cruciales que los homínidos recién descendidos de los árboles introdujeron en el nuevo medio de la sabana, lleno para ellos de amenazas y de posibilidades. La liberación de las extre� rnidades superiores de las tareas motrices, así corno las capacida­des prensiles y operativas de la mano habrían hecho de la punte� ría la gran ventaja adaptativa de los bípedos australopitecos: su mejor arma, el arma hasta entonces desconocida de la defensa y el ataque a distancia. El análisis de las condiciones de posibilidad del hacer puntería no se aventura, sin embargo, por la historia efectiva de la especie, sino que se adentra en la trama necesaria de la experiencia. Y en ésta detecta, corno estructuras complejas de posibilidad concreta, la presencia de un yo <<poderoso» que por vía de hábitos intencionales torna posesión de su propia his­toria, la condición indisociablernente intrafectiva y cinestésica de la corporalidad y, finalmente, la tensión constitutiva de la percepción en su cumplimiento siempre incumplido. Vida del yo, vida del cuerpo, vida de la conciencia perceptiva, en radical unidad, en necesaria diferenciación, en íntima comunicación.

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A esta p luralidad empero, la

y lo meramente en la la frontera disputada y las delegaciones más o menos acantonadas a uno y otro lado de ella quedan asimismo en la oscuridad de lo problemático. En la vivencia originaria del acto de puntería, éste no se experimenta como suceso psicofísico en un medio fundamentalmente físico, sino como suceso intencional en un mundo que aparece con evidencia neta y escurridiza.

La fenomenología llamada trascendental por Husserl se alza así como el planteamiento teórico que frente a otros alterna­tivos, fenomenológicos o no, dispone de categorías adecuadas al sentido de esta experiencia, tantas veces vivida y tan pocas analizada.

Varias reflexiones de esta segunda parte han rozado incluso la cuestión de la categorización ontológica última de la expe­riencia, en vista de la disparidad de sus elementos constituyen­tes y en vista también de su horizonte final de posibilidades. ¿cabe hacerse una noción fundada de la totalidad que abarca a la vida de experiencia y al mundo de la vida, y que abraza a ambos, vida y mundo, en su correlativa dependencia y mutua

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C O N C L U S I Ó N

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Es científico titular del Instituto de Filosofía del CSIC.

numerosos escritos entre que señalar Lecciones de fenomenología de la concien�

cia interna del tiempo (Trotta, 2002) y Renovación del hombre y de la cultura (2002). Pero es traductor también

y El con-

y en el lumen colectivo La filosofía después del Holocausto (2002) .