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SUPERCHEQUE Las buenas gentes de la sociedad del bienestar se enfrentan al peor enemigo que jamás han conocido. Pero no están solos, un superhéroe está preparado para abordar al enemigo. Es Supercheque, el superhéroe recomendado por 9 de cada 10 analistas económicos.

10 Supercheque en Expediente X

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Las buenas gentes de la sociedad del bienestar se enfrentan al peor enemigo que jamás han conocido. Pero no están solos, un superhéroe está preparado para abordar al enemigo. Es Supercheque, el superhéroe recomendado por 9 de cada 10 analistas económicos.

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SUPERCHEQUE

Las buenas gentes de la sociedad del bienestar se enfrentan al peor enemigo que jamás han conocido.

Pero no están solos, un superhéroe está preparado para abordar al enemigo. Es Supercheque, el superhéroe

recomendado por 9 de cada 10 analistas económicos.

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Capítulo 10. Supercheque en: Expediente X Carla vuelve de vacaciones, ¿debería estar feliz? Compleja pregunta. Pero bueno, da igual, contenta por sus vacaciones o triste por su fin, el caso es que Carla vuela de vuelta sentada junto a la salida de emergencia del Airbus, no para salir antes en caso de emergencia (extremo éste que ni los propios servicios de emergencia contemplan), sino para poder estirar un poco las piernas y evitar engrosar la lista de muertes por aplastamiento de bandeja en el esternón. Carla vuelve de Roma y trae la cámara de fotos a punto de reventar. Se le salen los jpgs por la tapa de la batería, ¿cómo es posible hacer tantas en tan poco tiempo?, ¿ha llegado a ver algo de Roma en vivo, sin el visor de por medio? Probablemente no. Y sobretodo, ¿cómo es posible imaginar que a los demás nos interesa verlas todas? (en fin, dejemos las preguntas complejas porque así no empezamos). Carla vive una vida paralela a través de sus fotos. Una vida emocionante, trepidante, divertida, llena de momentos inolvidables, de brindis, de amigos apretados para entrar en cuadro. Y aprovecha el viaje de vuelta para repasar “despreocupadamente” sus vacaciones paralelas en la cámara. Entre las cosas que despreocupan a Carla es la reciente compra de una tele. Y el motivo de su despreocupación es la forma de pago: COMPRE AHORA Y NO EMPIECE A PAGAR HASTA SEPTIEMBRE Ésta es una singular fórmula que parte de la hipótesis de que quien no tiene dinero para comprar algo en junio (o quiere reservarlo para las vacaciones), sí va a tenerlo en cambio en septiembre (después de habérselo gastado en vacaciones). Es un poco surrealista, pero Carla aceptó el trato con gusto, gracias sobretodo al carácter persuasivo del vendedor:

- Fíjese en la pantalla, este modelo lleva una tecnología exclusiva que vigoriza las imágenes, resalta los contornos y da una sensación de total realidad.

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- Es verdad, estos dibujos animados parecen auténticos - confirma Paula.

- Yo tengo este mismo modelo en mi casa, y ya no quiero ver otras televisiones.

No contento con esta íntima (y falaz) confesión, y aunque Carla ya está completamente convencida de que no existe mejor televisor en el planeta, de que el precio es muy inferior al valor del aparato (vamos, que el vendedor, el distribuidor, hasta los niños que lo fabrican en Taiwán pierden dinero con la operación), y de que cualquier otra elección sería cosa de imbéciles, el vendedor remata la venta con una frase completamente innecesaria: - Y si tiene algún problema lo puede devolver. Sin ningún problema – es un vendedor de electrodomésticos, no Antonio Gala. Esto fue a finales de Junio y Carla se fue tan contenta y despreocupada de vacaciones, porque tenía dinero para fundírselo hasta septiembre. A la vuelta de vacaciones, como de costumbre, la situación económica de Carla es delicada. Como de costumbre se ha gastado más de lo que pensaba, como de costumbre septiembre llega cargado de gastos extraordinarios: previstos, imprevistos e imprevistos previsibles. Y, por supuesto, la entrada de la tele. Aunque para imprevisto imprevisible (o no) lo que le ocurre el primer día, nada más llegar a la oficina. Como de costumbre, Carla enciende el PC y al ir a introducir su contraseña, el sistema da error:

Error # 338-5 Acceso denegado

La reacción intuitiva de Carla es la que tendría cualquiera: - ¡¡Me cago en los putos informáticos!! – hay que recordar que es el primer día. Aunque una lectura un poco más sosegada del mensaje de error, haría sospechar a Carla que quizá no toda la culpa sea del técnico:

Usuario no reconocido .- Pero Carla sigue en sus trece.

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– ¡¿para que coño tocan mi ordenador, si funcionaba perfectamente?!

Si persiste el problema póngase en contacto con su Administrador de Red

Haciendo caso al mensaje, y presa de un severo síndrome postvacacional, Carla se va directa a poner verde al técnico, que (pa qué engañarnos) es un pringao, una víctima en potencia, el punchingball de la oficina. La humillante escena que se producirá entonces se podría haber evitado si el mensaje de error de la pantalla estuviese redactado con un poco más de precisión. Algo así:

Si persiste el problema póngase en contacto con su departamento de Recursos Humanos

El técnico informático es el típico novio que ninguna madre querría para su hija: gris, guarrete, atontao, sin carácter. Y es delante de semejante friqui donde Carla descubre la realidad de su nueva situación laboral. Un despido siempre es duro, pero, por supuesto, todo tiene una explicación: Carla trabaja en un importante grupo empresarial. Los resultados de la compañía son buenos, pero para poder mantener una destacada posición, y estar en condiciones de afrontar los nuevos retos de un mercado cada vez más exigente, tienen que reducir gastos y, consiguientemente, han puesto en marcha un expediente de regulación de empleo. Resumido en una frase para quienes no frecuentan la sección de negocios: necesitan echar a gente para poder seguir creciendo (de ahí el título del capítulo: Expediente X). La maniobra empresarial no deja de tener su intríngulis y merece que nos detengamos un momento, aun a riesgo de perder el hilo de la historia, incluso de aburrir a quienes se la traen al fresco los temas empresariales y sólo utilizan la prensa económica para camuflar bocatas de chorizo (a éstos últimos les recomiendo abiertamente que se salten unos cuántos párrafos): no hace tres meses que la empresa en la que trabaja Carla se fusionó con una

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gran multinacional (vamos, que fue comprada), y a los pocos meses presentan un expediente de regulación de empleo y la suspensión de pagos de la filial recién adquirida. Los mal pensados pensarán que los gestores de la multinacional son unos inútiles y que la cagaron al comprar una empresa al borde de la quiebra. Los peor pensados pensarán (haciendo honor a su apelativo) que los gestores de la multinacional optaron por introducirse en el mercado nacional comprando una cartera de clientes existente y eliminando de paso a un competidor. Y que la suspensión de pagos y el expediente ya estaban planeados antes de al compra, para aligerar estructuras y reducir costes. No sé que responder a eso (otra vez las cuestiones complejas). Que cada cual extraiga sus propias conclusiones. Y volvamos al caso de Carla que es lo que realmente nos interesa. ¿Alguien ha oído hablar de FOGASA? Me alegro muy sinceramente por los que no sepan lo que es (y que esta situación de ignorancia se perpetúe por mucho tiempo). Los que no tienen tanta suerte se podrán imaginar la situación de Carla, que paso a resumir: se va a la puta calle (expresión ésta, cuya capacidad de transmitir la sensación de desamparo, compensa con creces la malsonancia y poca elegancia del adjetivo) y no le queda nada claro ni cuánto, ni cuándo, ni cómo va a cobrar. Lo que sí queda claro es que no es momento para gastos superfluos. El poco dinero que tenía se lo fundió en vacaciones, y el poco que quizá llegue a conseguir en los próximos días lo tiene que dedicar a pagar el alquiler y la comida. Así que lo primero es ir a devolver la tele (sin ningún problema, recuerda Carla). - Hola, venía a devolver este televisor. - Ya, pero, hay un problema – donde digo dije, digo Rodrigo (o Vicente, que siempre me lío). - ¡¿Qué problema?! El televisor está completamente nuevo, sin usar ni una sola vez. Mantiene intactos todos los vinilos electroestáticos que anuncian sus múltiples e incomprensibles funciones, pero se ha pasado 32 días (fecha factura) muerto de risa en casa de Carla, y lo peor de

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todo, Carla lo ha desenvuelto (con muy poca desenvoltura), y no hay dios que restaure el paquete. - Pero si usted me dijo que lo podía devolver. - Ya, pero han pasado los 15 días. - ¡¿Qué 15 días?! El vendedor responde que la norma de la cadena es no aceptar cambios ni devoluciones pasados 15 días fecha factura.

- ¡¿Y dónde ponía eso?! - Si al menos no la hubiera desembalado intentaría hacer la

vista gorda, señorita, pero así es imposible –hábil respuesta que delata que no tiene ni idea de dónde lo pone.

La pregunta que se harán muchos es, ¿qué sentido tiene devolver un producto sin desembalar?, ¿cómo se puede estar insatisfecho con algo que no ha salido de la caja? Dicho de otra forma, ¿quién es el tarao que se lleva una tele a casa (que pesa un güevo), para tenerla no más de 15 días sin desenvolver, y luego volver con ella a cuestas a la tienda? La pregunta, aunque absurda, podría haber tenido como respuesta “Carla”, que se compró la tele, se fue a casa, se fue de vacaciones, se fue a la puta calle y se fue directa a devolverla. Pero Carla la desembaló el primer día y tardó 32 en devolverla. - ¿Para qué la desembalaste? – pregunta un amigo que la acompaña. - Para ver la tele. La preguntita impertinente la hace un amigo (recalco lo de amigo), al que Carla le pidió que fuese con ella a devolver la tele, y que accedió, quién sabe si con la secreta ambición de llegar a tener algún día una relación formal y duradera con ella, o al menos de tirársela una noche de borrachera (pero para evitar distracciones, ya os adelanto yo que nada de nada). Mientras nos recreamos en estas banalidades, Carla está entrando en una fase de profunda frustración, angustia, dolor de cabeza, de ovarios, malestar generalizado. Y es que si no le aceptan la devolución y tiene que pagar la tele, no va a tener dinero para pagar el alquiler.

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Este pensamiento tan absurdo es fruto de la ofuscación y hay que perdonárselo. A quién no se lo podemos perdonar es al “amigo”, que si en vez de estar pensando en lo que está pensando, pensase en lo que tiene que pensar, le echaría una mano a Carla para cambiar el orden de la frase y reformular el problema de manera más lógica: “si pago el alquiler no puedo pagar la tele”. Porque en último término, siempre será menos traumático perderse Los Serrano que vivir debajo de un puente. Pero al amiguito no le llega la sangre a la cabeza y es la propia Carla la que llega a esta conclusión: - ¿Y qué pasa si no la pago?, ¿me la quitan? – de repente Carla se ha crecido, hasta se pone chulita - pues mejor, porque así la veo hasta que se la lleven. El vendedor ni se inmuta, porque sabe que esta posibilidad también la tenía contemplada la entidad financiera, por eso el contrato está diseñado de tal forma que si dejas de pagar, entras en una espiral de sanciones e intereses que te llevarán a vivir endeudado con ellos por el resto de tu vida. ¿Es esto legal, ético? Evidentemente no, pero está en el contrato. - Haberlo leído. - ¡Lo leí! - Haberlo entendido. Carla está desahuciada, no hay nada que hacer, ya no tiene sentido luchar. Y ante esta evidencia, por primera vez se relaja y alcanza esa especie de nirvana del perdedor en el que todo da igual, “que me embarguen, que me echen, que me encarcelen y me violen, así por lo menos me dan de comer…” Menos mal que no está sola, siempre es bueno tener alguien al lado: - Tranquila, no dramatices, que las tías sois muy paranoicas. - ¡Vete a la mierda! -… alguien a quien mandar a la mierda. CONTINUARÁ… … CONTINUACIÓN

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No lejos de allí (en la sección de LCDs), Supercheque se interesa por un nuevo modelo de 42”, TDT, disco duro de 60 Gb y sonido Dolby Sorround, para instalar en el baño de su oficina (ni siquiera su abrumante poder económico ha sido suficiente hasta ahora para atajar determinados problemas de concentración). Su sexto sentido de superhéroe (y el grito de Carla), le alertan de que quizá la chica esté en apuros. Supercheque se acerca la lugar de los hechos y una vez al tanto de los mismos (obsérvese el giro de estilo en la redacción, hacia un tono más solemne ante la presencia de nuestro héroe), pide permiso para inmiscuirse en la conversación y tratar de mediar en el conflicto. Con acertado criterio y expresión precisa (aunque poco brío y dudosa imparcialidad) Supercheque intenta hacer entender al vendedor la poca trascendencia de aceptar una devolución pasada de fecha; mientras que el daño que le produce a la maltrecha economía de Carla es grande, de no recepcionar dicha tele sin estrenar. El vendedor, como quien oye llover, distrae su atención hacia una pareja de clientes malhumorados que esperan para ser atendidos: - Un minutito – dice, haciendo con los dedos el gesto de los “20 cm.” Ante esta insultante impasibilidad, Supercheque llega incluso a insinuar que la tienda podría estar cayendo en un delito de publicidad engañosa, al exhibir del argumento de la posibilidad de devolución. Nada, ni caso. Entonces Supercheque respira hondo, saca fuerzas de flaqueza y hace algo que nunca le gusta hacer: amenazar: - ¡¿Puedo hablar con el encargado?! - Yo soy el encargado. Ala. Apaga y vámonos. O mejor dicho, paga y vámonos. Superheque comprende que no queda otra solución más que utilizar sus superpoderes para salvar a Carla de las garras del

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desaucio. Y en un gesto que le hace grande, decide pagar de su bolsillo el total del precio del televisor de Carla. ¡¡Qué bueno!! Gracias a Supercheque Carla podrá afrontar su nueva y triste situación con una carga menos… o al menos eso parece al principio, porque en una carga es precisamente en lo se convierte el televisor cuando Carla tiene que volver a casa de sus padres (el juicio por el expediente de regulación se retrasa y, sin cobrar, no puede pagar el alquiler), y allí el televisor no cabe, con lo que tendrá que regalárselo ¿a quién? Compleja pregunta... Pero esa es otra historia.

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