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La política exterior peruana en los gobiernos de Odría y Velasco

Javier Alcalde Cardoza y Gonzalo Romero Sommer

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Otras publicaciones

Después de la Guerra Fría. Introducción a la Dinámica del Orden Internacional (1815-2013)Javier Alcalde

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OT. 13306 / UNIVERSIDAD CATÓLICA-ALINEAMIENTO Y DESAFÍO / MEDIDA 48.2X21 CM / LOMO 6MM OK 108pp COSIDO A LA FRANCESA BOND MARFILEÑO 83GR.

ALINEAMIENTO Y DESAFÍO

La política exterior peruana en los gobiernos de Odría y Velasco

ALINEAMIENTO Y DESAFÍO La política exterior peruana

en los gobiernos de Odría y Velasco

Javier Alcalde Cardoza y Gonzalo Romero Sommer

2014

ALINEAMIENTO Y DESAFÍO La política exterior peruana en los gobiernos de Odría y Velasco

© Javier Alcalde Cardoza © Gonzalo Romero Sommer

De esta edición:© Pontificia Universidad Católica del Perú Escuela de Gobierno y Políticas Públicas, 2014 Av. Universitaria 1801, Lima 32, Perú www.pucp.edu.pe/escueladegobierno

Primera edición: Marzo 2014Tiraje: 500 ejemplares

Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú Nº 2014-03913ISBN: 978-612-4206-29-0

Diseño, diagramación e impresión: Tarea Asociación Gráfica EducativaPsje. María Auxiliadora 156 - Breña

Javier Alcalde Cardoza (Ph.D por la Universidad de

Virginia) es Profesor Asociado del Departamento Académico de Ciencias Sociales y Coordinador de la Especialidad de Relaciones Internacionales de la Escuela de Gobierno y Políticas Públicas de la Pontificia Universidad Católica del Perú.

Gonzalo Romero Sommer Es profesor del

Departamento Académico de Ciencias Sociales e Investigador de la Escuela de Gobierno y Políticas Públicas de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Actualmente cursa el doctorado en la University College London.

La presente investigación ha sido financiada por la Pontificia Universidad Católica del Perú.

Contenido

Introducción 11

El legado de la Segunda Guerra Mundial 13

El gobierno de Bustamante 21

Odría y la Coalición de la Guerra Fría 27

Odría: política interna y política exterior 33

La posición peruana en los organismos internacionales 37

Aspectos económicos de las relaciones Perú-Estados Unidos 41

Diferencias en la política exterior: el problema pesquero 45

Guerra de Corea y asistencia militar 49

El Perú en la Coalición de la Guerra Fría 53

Perú y Estados Unidos en el segundo gobierno de Prado 57

La política exterior del primer gobierno de Belaunde 61

El contexto regional de los años sesenta 67

La política exterior del Gobierno Revolucionario

de la Fuerza Armada 69

Nacionalismo económico 73

Expansión de las relaciones diplomáticas y comerciales 79

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Intentos de transformación del Sistema Interamericano 83

Solidaridad tercermundista 87

La segunda fase del GRFA 89

El desafío de la política exterior del GRFA 93

Bibliografía 99

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Introducción

La presente investigación busca mostrar dos hechos. Primero, la existencia de un estrecho alineamiento de los países latinoame-ricanos con los Estados Unidos entre 1948 y 1956, en el marco de la Guerra Fría, así como la participación del Perú en este arreglo. Se-gundo, la aparición de una orientación nacionalista en varios países de la región entre 1968 y 1975, y el desempeño central del Perú, en este contexto, desafiando a la hegemonía norteamericana.

Además, se busca mostrar y explicar el papel del Perú, distinto en ambos momentos: de haber sido uno de los participantes más dóciles en la “Coalición de la Guerra Fría” pasó a convertirse, veinte años más tarde, en el líder de un nacionalismo de izquierda que se enfrentaría a los intereses del capitalismo norteamericano.

La evolución del comportamiento del Perú resulta mucho más interesante si se toma en cuenta que en el primer periodo los países latinoamericanos que muestran una mayor capacidad de autonomía con relación a los Estados Unidos son Argentina, y en menor medida Brasil y Chile (el tradicional ABC); mientras que, en el segundo periodo, Perú exhibe una mayor capacidad que Argentina y Chile (bajo Levingstone y Allende, respectivamente) para sostener

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una posición disidente frente a la potencia hegemónica. (Brasil, por su parte, ha optado por un arreglo especial de “satélite privilegiado” de Washington.)

Este trabajo combina la investigación histórica (realizada, so-bre todo, en el archivo de la Cancillería peruana), a cargo de Gonzalo Romero, con una óptica de las Relaciones Internacionales, aplicada por Javier Alcalde.

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El legado de la Segunda Guerra Mundial

Para poder entender la dinámica de la relaciones Perú-Esta-dos Unidos al inicio de la Guerra Fría, es necesario comprender la transformación por la que esta relación pasó durante los años de la Segunda Guerra Mundial.

Antes del conflicto global, las relaciones entre ambos países eran de naturaleza comercial y las consideraciones políticas y mi-litares se encontraban mayormente ausentes de los intercambios diplomáticos. Debido al alcance de la guerra, esta dinámica se vio profundamente afectada y la simplicidad que había caracterizado las relaciones bilaterales desaparecería.

El ascenso de la Italia fascista y de la Alemania nazi incremen-tó las preocupaciones norteamericanas sobre una posible amenaza externa en América Latina. En una primera instancia, el presiden-te Roosevelt, teniendo que lidiar con los sentimientos de aislacio-nismo prevalecientes en la opinión pública estadounidense, trató de expandir esta misma dinámica al resto de la región, intentando crear así un “aislacionismo hemisférico”. Roosevelt creía, equivoca-damente, que las Américas podrían verse protegidas de los pro-blemas europeos si todos los países cerraban filas con los Estados

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Unidos. Pero el ataque japonés a Pearl Harbor y la subsiguiente de-claración de guerra por parte de Hitler probaron la poca viabilidad de esta política.

Una vez que los Estados Unidos entraron como participan-tes activos en el conflicto, su primer objetivo fue asegurar que las naciones del hemisferio apoyaran el esfuerzo de guerra aliado, aun-que no participaran directamente de dicho conflicto. Este objetivo no parecía mostrar mayores obstáculos, pues la mayoría de las re-públicas americanas simpatizaba con la causa aliada. La solidaridad hemisférica encontró su más firme expresión en la III Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores del hemisferio, en la cual la mayoría de los países de la región rompieron relaciones con Italia, Alemania y Japón.

Este hecho representó, en realidad, la culminación exitosa de la “política del buen vecino” de Roosevelt. Al haberse abstenido de interferir en los asuntos domésticos de sus vecinos centro y suda-mericanos en años anteriores, los Estados Unidos habían logrado crear suficiente buena voluntad como para poder organizar una unidad hemisférica contra las potencias del Eje. Para asegurar que dicho clima persistiera, el gobierno de Roosevelt se embarcó en una enorme campaña de propaganda en toda la región. La amenaza to-talitaria le permitió enfatizar ciertos ideales comunes del hemisferio occidental: democracia, republicanismo y libertad.

La única excepción a esta solidaridad hemisférica fue Argenti-na, que no apoyó los esfuerzos aliados debido a sus simpatías hacia los países del Eje. Sin embargo, en marzo de 1945, cuando el colap-so de Alemania era inminente, se uniría finalmente a la causa aliada.

A propósito del caso de Argentina, hay que señalar que Perú, hipotéticamente, pudo haber seguido un camino parecido si no

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hubiera sido por la elección de Manuel Prado como presidente en 1939. Vale la pena recordar que el gobierno anterior, de Oscar R. Benavides (1933-1939), no fue un simpatizante entusiasta de los Es-tados Unidos. A Benavides le preocupaba la intervención americana en los asuntos domésticos, y más la dependencia que la economía peruana había desarrollado con relación al mercado norteamerica-no, la cual se manifestó negativamente durante la Gran Depresión. Además, Benavides admiraba a la Italia fascista y a Franco. Que esta afinidad hubiera sido suficiente para ir en contra de los intereses estadounidenses, es debatible. Pero lo que quedaba claro era que para Benavides los intereses del Perú no eran necesariamente los mismos que los del país del norte, y esto se reflejó en la actitud ambivalente por parte del Perú hacia las potencias del Eje (St. John 1992: 181).

La situación cambió con la llegada de Manuel Prado, un en-tusiasta seguidor de la causa aliada y un conocido francófilo. Bajo Prado, el Perú rompe relaciones diplomáticas con los países del Eje en 1942 y les declara la guerra en 1944. Aunque el Perú no participa directamente, se involucra militar y económicamente en la confla-gración. En lo militar, además de dar la bienvenida a asesores milita-res norteamericanos y comprar equipos estadounidenses a través del programa Lend Lease, permite a la fuerza área norteamericana construir una base en el norte del país y coopera en el patrullaje del Océano Pacífico, ambas acciones orientadas a la protección del canal de Panamá. Además, el Gobierno peruano expropia los acti-vos de ciudadanos alemanes e italianos, e incluso llega a extraditar a peruanos de ascendencia japonesa a campos de concentración en los Estados Unidos, aparentemente con más empeño que otras naciones de la región (Clayton 1998: 296).

Aunque estas acciones mostraron la buena voluntad del Perú hacia los Estados Unidos, la contribución más importante que hace

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el país es la exportación de materiales estratégicos vitales para la maquinaria de guerra estadounidense, tales como caucho, quini-na, azúcar, cobre, vanadio, molibdeno y, especialmente, petróleo (Clayton 1998: 296). Seis años después de la caída de Berlín, en 1951, el Gobierno americano juzgó la ayuda peruana durante la guerra de este modo:

Durante la segunda Guerra mundial, a pesar de algu-nos sentimientos pro alemanes y pro italianos, Perú nos prestó las bases militares que necesitábamos, y coopera satisfactoriamente en nuestro varios programas de ad-quisición. A cambio, le proveímos al Perú con material de Guerra bajo lend-lease… Los Estados Unidos mantiene misiones navales, militares y aéreas en Lima; el trabajo de esas misiones y nuestro programa de traer a oficiales del ejército a hacer viajes de estudios a EEUU rindió frutos du-rante el periodo que el ejército estaba en pleno control del gobierno. (Department of State 1951: 1984)1

La Segunda Guerra Mundial probó ser un punto de inflexión para las relaciones bilaterales, pues las diversificó.2 Ya no podían ser vistas en términos estrictamente comerciales, debían tomarse en cuenta nuevas consideraciones. Tres importantes cambios pueden ser identificados, que reflejan la creciente influencia de los Estados Unidos sobre nuestro país y que caracterizarán la dinámica de las relaciones bilaterales durante la Guerra Fría.

1 La traducción es nuestra.2 Al Departamento de Estado le tomó algún tiempo reconocer este cambio. Hasta

1949, la sección correspondiente al Perú de la publicación anual del Departamen-to, Documents Concerning the Foreign Relations of the United States, se denominaba “Economic relations between the United States and Peru”. A partir de 1950 en ade-lante cambió su denominación a “Political and Economic Relations between the United States and Peru”.

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Primero, el intercambio económico entre las dos naciones se intensificó durante la guerra, al punto que, una vez más, el Perú de-sarrollaría una no muy saludable dependencia de sus materias pri-mas con respecto al mercado norteamericano (una de la primeras consecuencias del fin de la guerra para el Perú fue una caída en sus exportaciones, pues la demanda americana disminuyó inevitable-mente). Este fue un desarrollo natural, tomando en cuenta que el mercado europeo, entonces en ruinas, no podía absorberlas.

La Segunda Guerra Mundial significó, en este sentido, la cul-minación de un proceso que se había iniciado a comienzos del siglo veinte, cuando los intereses económicos europeos fueron reempla-zados por los intereses americanos en nuestro país.

Segundo, la cooperación militar que había tenido lugar duran-te los años de la guerra continuó en tiempos de paz y, en este aspec-to, el Perú desarrolló otro tipo de dependencia de los Estados Uni-dos. Había sido política norteamericana el reemplazar a las antiguas misiones militares europeas, especialmente alemanas e italianas, con las suyas. Esto ocurrió en el Perú, configurando así otro proceso, en el cual los actores europeos fueron declinando. Además, al obtener considerable material de guerra a través del programa Lend Lease, el Perú pasaría a depender de la asistencia militar de los Estados Unidos por un largo tiempo.3

Tercero, durante la guerra los Estados Unidos habían llevado a cabo una campaña de propaganda, destacando las virtudes demo-cráticas que compartían las repúblicas latinoamericanas. Esto tam-bién resultó ser una novedad, pues los Estados Unidos no se habían mostrado hasta entonces particularmente interesados en el sistema

3 Esta dependencia solo se rompería durante el gobierno de Velasco, cuando se rea-lizan considerables compras de material bélico a la Unión Soviética.

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político adoptado por las naciones latinoamericanas. Por lo menos en el caso peruano, los temas económicos habían predominado sobre los políticos, en este sentido, en tanto que se mantuviera asegura-do el acceso a nuestras materias primas, a Washington le interesaba poco el avance de la democracia. Pero la guerra contra el fascismo tuvo un fuerte componente ideológico y la “lucha por la democracia” constituyó un arma poderosa. Se esperaba que dicha política conti-nuase en tiempos de paz.

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, como había sucedido después de la Primera Guerra Mundial, los países latinoamericanos fortalecían su relación con los Estados Unidos al defender, en la Conferencia de San Francisco, la permanencia del sistema interame-ricano dentro del orden universal de las Naciones Unidas.

Por estas razones el Perú veía con altas expectativas el futuro de las relaciones bilaterales después de la guerra. Al igual que el res-to de los países de la región, consideraba que debido a su ayuda, so-bre todo económica, durante la contienda, sería recompensado no solo económicamente, a través de préstamos y colocando mayores exportaciones, sino también políticamente, y que los esfuerzos por perfeccionar la democracia serían apoyados por el país del norte.

Al igual que la mayoría de los países de la región, Perú pronto se desilusionaría al percatarse de que las nuevas responsabilidades de los Estados Unidos en Europa y en Asia significaban que América Latina había perdido la importancia adquirida durante la Segunda Guerra Mundial. La muerte de Roosevelt, en abril de 1945, y la lle-gada de Harry Truman al poder probaron también tener un impacto negativo para las relaciones hemisféricas.

Con Truman, el mensaje pro democracia cambiaría: más im-portante que la democracia sería el anticomunismo. Solo aquellos

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países latinoamericanos que abiertamente se opusieran al comu-nismo y abrieran sus mercados al capital americano recibirían ayu-da económica y militar por parte de los Estados Unidos. En otras palabras, las realidades de la Guerra Fría acabarían con las ilusiones democráticas creadas por la Segunda Guerra Mundial.

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El gobierno de Bustamante

Con la llegada de Bustamante y Rivero al poder, las relaciones Perú-Estados Unidos se mantuvieron amistosas, aunque, es obvio, con el fin de la guerra el contexto había cambiado. La mayor preo-cupación por parte del Perú era económica: las exportaciones hacia los Estados Unidos habían caído. Además, dado que el apoyo perua-no no era ya urgente, Washington abandonó la tolerancia que había mostrado en el asunto de la deuda que el Estado peruano tenía. Se informó a Lima que la atención a cualquier nuevo pedido de présta-mo dependería de la solución de este asunto.

Por otro lado, se mantuvo la dinámica de las relaciones mili-tares, aunque no todos los pedidos peruanos de armamento fueron satisfechos. En el caso de la presencia militar americana en el Perú, se suscitó un encendido debate sobre el futuro de la base El Pato, en Talara. Los Estados Unidos querían que la cesión fuese permanente, lo cual era problemático para el Perú, especialmente tras un confuso episodio en el que un soldado americano abrió fuego contra naciona-les peruanos. Poco después, con Odría, la base sería devuelta al Perú.

Estos problemas reflejaban los cambios que habían ocurrido en la posguerra. El Perú seguía firmemente en el bando americano,

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pero ya empezaban a mostrarse matices en la relación entre Was-hington y Lima.

Esto quedó claro durante la fundación de la Organización de Estados Americanos, en 1948, cuando Perú promovió la aprobación de una importante resolución de interés norteamericano pero no mostró, posteriormente, entusiasmo por adoptarla.

El Perú participó en la Novena Conferencia Internacional de Estados Americanos en Bogotá, la cual culminó en la creación de la Organización de Estados Americanos (OEA). Las bases de la OEA se encontraban en la Conferencia de Chapultepec, convocada en 1945, con el fin de replantear las relaciones interamericanas durante la paz. Luego, en 1947, se había firmado el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), también llamado Tratado de Río, el cual funcionaba como un pacto de defensa mutua. En esta reunión, en Río de Janeiro, los Estados Unidos propusieron, infructuosamen-te, la creación de un organismo militar permanente de las Américas (Consejo Militar Interamericano), en el cual, al lado de las potencias del hemisferio (EEUU, Brasil, Argentina y México), Perú, Colombia y Chile también formarían parte del Comando Ejecutivo (Lanús 1984: 161).

La OEA fue la culminación de un largo proceso que se inició con la primera conferencia interamericana, en 1889, y que termi-nó fortaleciéndose con la Segunda Guerra Mundial y la búsqueda, por parte de los Estados Unidos, de unir a las repúblicas americanas contra el fascismo. Ahora bien, el fascismo había sido derrotado y en 1948 la nueva amenaza internacional para los Estados Unidos era, a todas luces, el comunismo.

En esta perspectiva, en el Acta Final de Bogotá se encuentra la resolución No. XXXII, sobre la “Preservación y Defensa de la Demo-

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cracia en América”, elaborada sobre la base de una propuesta de los Estados Unidos, Brasil, Perú y Chile, en la cual los países latinoameri-canos declararon lo siguiente:

Considerando: Que para salvaguardar la paz y mantener el mutuo respeto entre los Estados, la situación actual del mundo exige que se tomen medidas urgentes que pros-criban las tácticas de hegemonía totalitaria, inconciliables con la tradición de los países de América, y que eviten que agentes al servicio del comunismo internacional o de cualquier totalitarismo pretendan desvirtuar la auténtica y libre voluntad de los pueblos del Continente

Declaran: que su por naturaleza antidemocrática y por su tendencia intervencionista, la acción política del co-munismo internacional o de cualquier totalitarismo es incompatible con la concepción de libertad americana, la cual descansa en dos postulados incontestables: la digni-dad del hombre como persona y la soberanía de nación como Estado. (FRUS 1948: 193)

A pesar de haber firmado esta declaración, el gobierno de Bustamante no asumió una posición consecuente en cuanto a los actores comunistas en el Perú. El Partido Comunista Peruano siguió formando parte del Frente Democrático Nacional, frente amplio que había llevado al propio Bustamante al poder.

Bustamante, sin duda, veía problemas internos para aplicar la resolución. Pero cabe preguntarse el motivo por el cual los Estados Unidos no aplicaron similares presiones a las que, como veremos, utilizó sobre el régimen de González Videla en Chile, en 1947, para conseguir la neutralización de los actores comunistas.

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La respuesta a esta pregunta puede hallarse en las reales per-cepciones norteamericanas en 1948 respecto al peligro que repre-sentaba el comunismo para América Latina. El Departamento de Es-tado consideraba que si bien el comunismo era un peligro potencial para las Américas, con pocas excepciones (aludiendo sin duda a Ar-gentina, Brasil y Chile), no era un peligro serio en ese momento. Por su parte, la CIA observaba que China y la URSS se mostraban reacias a proveer recursos para la penetración de América Latina.

Por otro lado, hay que destacar que en 1947 el gobierno de Bustamante promulgó un decreto supremo por el cual el Perú re-clamaba soberanía y jurisdicción sobre el mar adyacente a la costa peruana hasta una distancia de doscientas millas.

El Perú, al igual que otros países latinoamericanos, decidió promulgar dicho decreto debido a la existencia de un vacío legal. Al no existir ningún régimen internacional que regulara la preser-vación marina de sus costas, los mismos países decidieron que ten-drían que hacerlo. Sin embargo, los Estados Unidos y Gran Bretaña, países a quienes más afectaba la nueva ley, mostraron sus reservas (Ferrero Costa 1979: 50-57).

El Plan Marshall, anunciado en 1948, fue quizás el evento que provocó la mayor desilusión en relación a las expectativas con los Estados Unidos, pues la mayoría de países de la región, entre ellos Perú, asumieron que un plan similar sería aplicado en América Latina; posición que incluso fue expresada por el ministro de Relaciones Exteriores Enrique García Sayán, quien consideraba que un plan como ese era necesario para la región. Sin embargo, el secretario de Estado Marshall dejó claro que ese no sería el caso; aunque manifestó algunas palabras de consuelo: el buen funcio-namiento del Plan Marshall permitiría a América Latina recuperar sus mercados europeos y le haría reanudar su rol como exporta-

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dor de materias primas e importador de manufacturas del Viejo Mundo.

Cuando los Estados Unidos intentaron aplicar el Plan Marshall en China y Corea, en 1948 y 1949 (Alcalde 1998: 239-242), la reac-ción latinoamericana fue de decepción.

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Odría y la Coalición de la Guerra Fría

El Gobierno Provisorio [...] eliminará todo brote comunista y totalitario para preservar al Perú y a la América de los peligros que se derivan de esas doctrinas disolventes que predican el odio de clases y que tienen el desorden y la agitación como método.

Con estas palabras, el 27 de octubre de 1948 el general Ma-nuel A. Odría explicaba a los ciudadanos peruanos las razones por las cuales había llevado a cabo un golpe de Estado. Dicho discurso, sin embargo, no solo tenía implicancias domésticas, sino también externas, pues menos de tres meses antes, el 24 de junio, había te-nido lugar el bloqueo de Berlín en Alemania: la primera gran con-frontación de la Guerra Fría. Así, el General y nuevo Presidente de la República alineaba la posición internacional del Perú con los intere-ses de los Estados Unidos.

A partir de 1945, tres países sudamericanos dejaron en claro, con su comportamiento, un alineamiento con los Estados Unidos, dentro de un arreglo promovido de distintas maneras por la poten-cia del norte y que Joan Garcés denomina la “Coalición de la Guerra Fría”, la que habría de operar como un rasgo notable de la política

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interamericana hasta fines de la década de 1950 (Garcés 1996). Estas fueron las administraciones de los presidentes Ríos y González Videla en Chile, entre 1945 y 1947. El gobierno de Dutra en Brasil, en 1945. Las administraciones de los presidentes Ospina y Gómez en Colom-bia, que, tras el asesinato de Gaitán en 1948, rompen relaciones con la Unión soviética, culpando del magnicidio a los comunistas. Unos años después, en 1954, la Revolución Boliviana, luego de la visita del enviado presidencial Milton Eisenhower, comienza a ser condiciona-da a través de una sustancial ayuda norteamericana.

En Chile de 1945, la existencia de un gobierno apoyado por una coalición centro-izquierda, que incluye al Partido Comunista, in-quieta a la Casa Blanca. Truman invita al presidente Ríos a Washington y este ofrece desarrollar iniciativas contra el comunismo a cambio de mayores inversiones del país del norte. Sin embargo, en setiembre de 1946, González Videla (del Partido Radical, como Ríos) es elegido pre-sidente con apoyo del Partido Comunista y nombra a miembros de este en su gabinete. Los Estados Unidos expresan su preocupación al nuevo presidente e imponen posteriormente un bloqueo financiero, el cual termina únicamente cuando González Videla retira a los comu-nistas, no solo del gabinete, sino también de cargos intermedios en su administración; la situación llega a tal extremo que en 1948 el pre-sidente pone al partido fuera de la legalidad (Garcés 1996: 90, 106). En 1948, la Comisión Económica para América Latina de las Naciones Unidas (CEPAL), que había sido promovida por el diplomático chileno Hernán Santa Cruz, inicia sus funciones en su sede de Santiago de Chile, un hecho que difícilmente puede separarse del enrolamiento de Chile en la Coalición de la Guerra Fría.

En Brasil, el general Enrico Dutra logra la presidencia en 1945, en unas elecciones realizadas tras un golpe militar que destituye a Getúlio Vargas, quien había virado hacia la izquierda en sus últimos años de gobierno. Dutra rompe relaciones con la URSS, reprime a

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los sindicatos y favorece marcadamente la inversión norteameri-cana. En 1946, con ayuda de los Estados Unidos, Brasil arranca las primeras operaciones de industria pesada en América Latina, con el complejo siderúrgico de Volta Redonda. Cuando Vargas vuelve al poder, en 1951, Brasil se inclina por un momento al estatismo y la re-forma, con la creación del Banco Nacional de Desarrollo y Petrobras, contemplando la posibilidad de una reforma agraria. Sin embargo, en 1954, los militares dan un ultimátum a Vargas, pidiéndole su re-nuncia. El presidente opta entonces por quitarse la vida, dejando una carta en la que se refiere al saqueo del país por el capital extran-jero (Cockcroft 1989: 551).

En Colombia, el conservador Mariano Ospina derrota en las elecciones a un liberalismo dividido y asume el poder en 1946, en una coyuntura de ascenso de un carismático líder liberal, Jorge Elie-cer Gaitán, quien propugna profundas reformas en un país donde la oligarquía no había perdido ningún privilegio. Gaitán es asesinado en abril de 1948, coincidiendo con la conferencia panamericana de Bogotá que crea la OEA (donde el colombiano Alberto Lleras Camar-go es elegido como primer secretario general de la organización).4 En medio de la represión de la violencia popular que sigue a este asesinato, el líder máximo del conservadurismo, el ultraderechista Laureano Gómez, como candidato único, es elegido presidente en 1949. Gómez desata, desde el Estado, una contrarrevolución con una “violencia aniquiladora” que cobra decenas de miles de víctimas. Al mismo tiempo, se alinea decididamente con los Estados Unidos, ex-pulsando a la representación soviética de Colombia, convirtiéndolo en el único país latinoamericano que envía tropas a la Guerra de Corea en 1950 (Calvo 2008: 58-63; García 1977). La recompensa que pide Gómez por este aporte es la venta de armas a Colombia, lo cual

4 Según afirma Garcés, existirían cables diplomáticos norteamericanos sobre este asesinato que todavía no han sido desclasificados.

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es denunciado por los liberales y la oposición, señalando que serían usadas para la represión interna (Torres del Río 2010: 215-216). En abril de 1951, en la reunión de cancilleres panamericanos, Colom-bia, junto con los Estados Unidos y Brasil, proponen la creación de un ejército continental (2010: 212).

Aunque tal proyecto no prospera, la Coalición de la Guerra Fría se consolida a partir de 1952 a través de una estrecha colabo-ración de los Estados Unidos con las fuerzas armadas latinoameri-canas. En 1953, los Estados Unidos tenían acuerdos militares con ocho países latinoamericanos; diez países habían aprobado el plan militar general norteamericano; y solo dos países, Argentina y Repú-blica Dominicana, carecían de misiones militares norteamericanas (Garcés 1996: 121-125). En el caso de Chile, en 1952 el presidente Ibañez entregó a los Estados Unidos las tareas de equipamiento, preparación y doctrina de las fuerzas armadas, pero estas rechaza-ron el requisito de recabar el visto bueno norteamericano para la contratación de expertos militares (1996: 119-122).

Desde 1945, la Argentina de Perón fue la gran excepción en el alineamiento de América Latina con Washington. Al contrario de Dutra y pese a ser manifiestamente anticomunista, Perón no pros-cribe al Partido Comunista y más bien restablece relaciones con la URSS. Maneja un discurso antiimperialista, deja de afiliarse a las ins-tituciones económicas de Bretton Woods y compite con Washing-ton por el liderazgo sudamericano y por el control del movimiento obrero en la región.

Con el retorno de Getúlio Vargas al poder en 1950, Perón en-saya lo que sería la mayor amenaza a la hegemonía norteamericana en América Latina. Propone, entre 1952 y 1953, a Vargas y al presi-dente Ibañez de Chile, una integración económica con una fuerte intencionalidad política.

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La gran idea de Perón era crear una comunidad económica y política basada en la posesión estratégica de materias primas y centrada en Argentina, Brasil y Chile, que se extendería a Bolivia y Perú e incluso podría proyectarse a convertirse en un tercer bloque en la política mundial, interesando a España, Portugal y Francia. Las resistencias internas en Brasil y Chile malograron el despegue del proyecto (Moniz Bandeira 2003: 215-216, 226-227).

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Odría: política interna y política exterior

Cuando Odría lleva a cabo el golpe de octubre de 1948 y de-rroca a Bustamante (unos meses después de la suscripción de la Declaración de Bogotá que subrayaba la importancia de la demo-cracia), su nuevo gobierno no es reconocido por los Estados Unidos.

Odría decide enviar de inmediato a Humberto Fernández Dávila como encargado de negocios a Washington para “acelerar la declaración del gobierno americano de que continuara sus relacio-nes oficiales con la Junta Militar” y para que explicara “la situación política del Perú, los propósitos patrióticos de la Junta, cuyos más destacados miembros tienen antiguos vínculos con los Estados Uni-dos de América y abrigan sentimientos amistosos y de colaboración para esa nación” (MRE 1948a).

Esta gestión diplomática, sumada a las acciones anticomunis-tas que Odría llevó a cabo pocos días después del golpe, tuvieron resultados positivos y los Estados Unidos reconocieron su gobierno a fines de noviembre, tras establecer que “el nuevo gobierno respe-tará sus obligaciones internacionales y que su política exterior es-tará basada en los principios que han caracterizado las tradiciones diplomáticas del Perú” (MRE 1948b). Se inicia así una larga y mutua-

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mente beneficiosa relación entre los Gobiernos peruano y estadou-nidense.

Uno de los mecanismos que Odría utilizó para acercarse a los Estados Unidos fue la presentación de su régimen como un baluarte en la lucha contra el comunismo. Para esto le fue necesario llevar a cabo ciertas acciones internas que dieran sustento a su discurso internacional anticomunista.

Con este propósito, Odría recurrió a la Constitución. La carta de 1932 establecía que el Estado peruano no reconocía la legalidad de los “partidos internacionales”, categoría bajo la cual se encontra-ban dos partidos en el Perú: el Partido Aprista y el Partido Comu-nista. En los últimos dieciséis años, este artículo había sido imple-mentado solo parcialmente, pues el Partido Comunista no podía participar formalmente en los procesos electorales, pero ninguno de los dos partidos era sistemáticamente perseguido.5

Las ambigüedades que caracterizaron al gobierno de Busta-mante y Rivero desaparecieron bajo el gobierno de Odría: el Partido Comunista fue rápidamente proscrito y cualquier actividad comu-nista fue declarada ilegal. La Declaración de Bogotá sería usada por Odría para justificar en gran medida su política anticomunista.

El Decreto Ley No.10890, aprobado pocos días después del golpe, ratifica la situación ilegal de los partidos internacionales. En

5 También lo fue el Partido Aprista. Aunque no era considerado como una entidad marxista por los Estados Unidos, sí era considerado como una amenaza por el Go-bierno peruano: “Aunque una revisión de los archivos indica que Haya probable-mente fue influenciado tanto por el comunismo como el fascismo al formular el programa aprista en la década de 1920, no parece que el APRA sea una organiza-ción dominada por comunistas o que Haya sea un comunista o un compañero de ruta” (FRUS 1954: 1515).

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el mismo, el Gobierno utiliza los acuerdos internacionales suscritos por el Perú como justificación:

Que de conformidad con la Resolución adoptada en la Conferencia internacional Americana de Bogotá, corres-ponde a cada Estado americano dictar las medidas nece-sarias para impedir en su respectivo territorio la acción política disolvente del comunismo internacional y de todo otro régimen totalitario, correspondiendo a cada Estado, de acuerdo a sus preceptos constitucionales, dar cumplimiento a dicha resolución.

Que no obstante el tiempo transcurrido desde la confe-rencia internacional americana de Bogotá, no se han dic-tado, hasta la fecha, disposiciones tendientes dentro del acuerdo.

Que es deber ineludible del Estado contribuir de modo efectivo e inmediato a la seguridad y defensa del conti-nente americano, impidiendo la propagación del comu-nismo internacional y de los regímenes totalitarios ajenos al sistema político bajo el cual surgieron y han vivido los estados americanos. (Odría 1948)

En su segundo discurso a la nación en julio de 1949, aún como presidente de facto, Odría consideraba que la actuación de su gobierno era consistente con los lineamientos de la política exterior del Estado peruano:

En todo momento la Junta Militar de Gobierno ha res-petado los compromisos internacionales contraídos por regímenes anteriores en nombre del Perú. […] El conve-nio de Bogotá es el más reciente, el más palpitante de los

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compromisos celebrados entre los pueblos democráticos de América. Apenas salido el mundo de la vorágine béli-ca que provocó el totalitarismo negro, y para prevenir en lo posible una situación análoga de parte de su renaci-miento o del totalitarismo rojo, las jóvenes repúblicas del Nuevo Mundo acordaron adoptar medidas de seguridad democrática frente a los aludidos peligros. (Odría 1949a)

Un último aspecto a mencionar en este punto es la Ley de Seguridad Interior, que si bien se refiere al aspecto interno de la po-lítica peruana, refleja la posición anticomunista internacional que había tomado el Gobierno. Esta ley buscaba castigar nuevos críme-nes de “delincuencia socio-política”, los cuales incluían difundir o promover doctrinas que buscaban “cambiar o modificar de mane-ra violenta el orden público o social de la república” (Odría 1949b). Aunque la palabra internacional es constantemente usada a lo largo del documento (posiblemente para mantener armonía con la Cons-titución), se hace una mención específica al comunismo en sus úl-timas consideraciones. Se puede encontrar menciones en el texto de la ley en la que se prohíbe explícitamente importar al Perú libros, panfletos, periódicos, revistas y afiches donde estuviese presente propaganda comunista. Los intereses internos se habían alineado con los de la política exterior (Odría 1949b).

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La posición peruana

en los organismos internacionales

Al igual que a nivel doméstico, Odría optó también por una posición anticomunista y proamericana en los foros internaciona-les. Sin embargo, en la Organización de Estados Americanos surgie-ron ciertas dificultades para llevar esto a cabo. En 1949 las dos terce-ras partes de los Estados miembros de dicho organismo habían ya ratificado el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, por lo cual este ya había entrado en vigor. Sin embargo, el Perú no había ratificado el TIAR, porque este proceso debía hacerse a través del Congreso, que en caso peruano había sido disuelto. Por esta razón, Odría formula el siguiente mensaje, asegurando que el Perú se man-tiene en línea con la política interamericana:

Al entrar en vigencia el Tratado Interamericano de Asis-tencia Recíproca, firmado en Río de Janeiro el 2 de setiem-bre de 1947, que el Perú, por hechos notorios y conocidos, no ha llegado a ratificar de acuerdo con los procedimien-tos que establece la Constitución, la Junta Militar de Go-bierno, en nombre de la nación, y hasta que sea posible su sometimiento al Congreso, declara su decisión de inspirar su política internacional en los principios y disposiciones del mismo, que concuerdan con los altos ideales de soli-

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daridad continental que han normado la acción del Perú desde su independencia. (Odría 1949a)

Por otro lado, Odría, a través de una dudosa interpretación, intentó vincular el Pacto del Atlántico Norte, suscrito en 1949, con el Sistema Interamericano de Defensa. Era la opinión de Odría que, de-bido al contexto internacional de la Guerra Fría, la OTAN “de acuerdo con los principios que señala la Carta de las Naciones Unidas, cons-tituye, dentro del clima actual de tensión, una aspiración de paz al dificultar la agresión por la defensa común” (Odría 1949a). Esta defensa común también incluía a América Latina, pues de acuerdo a la posición internacional peruana que esbozaba Odría, cualquier ataque a algún miembro de la OTAN “estará también dirigida, en sus repercusiones y alcances, contra los países americanos” (Odría 1949a). Si bien la posición del Gobierno peruano en este punto no tenía mayor fundamento, servía para mostrar una extrema lealtad al campo occidental.

Como miembro de la OEA, el Perú apoyó destacada y cons-tantemente las posiciones norteamericanas. En el caso de Guate-mala, en 1954, a la sazón gobernada por Jacobo Arbenz, el Perú promovió una moción para condenar al régimen por su supuesta orientación comunista.

Odría tenía razones particulares para temer los acontecimien-tos en Guatemala, donde estaba cobrando fuerza un proceso de re-formas en el cual el Gobierno afectaba las propiedades agrarias de la United Fruit Company. Existían cables en Cancillería que mencio-naban la existencia de “apristas guatemaltecos” en un momento en el cual Odría estaba persiguiendo a dicho partido (MRE 1954).

En realidad, los gobiernos de Odría y Arbenz no llegaron a es-tablecer relaciones diplomáticas (Guatemala no había reconocido al

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régimen de Odría tras el golpe de este). Cuando, en mayo de 1954, meses antes del derrocamiento de Arbenz por la CIA, Guatemala hizo gestiones para restablecer relaciones bilaterales, la Cancillería peruana respondió que “debido a la armónica vinculación y feliz entendimiento que mantenemos con el gobierno americano […] el Perú no desea que el restablecimiento de su representante en Guatemala sea interpretado de manera equivocada”, especialmente teniendo en cuenta, de acuerdo al Perú, que “los últimos aconteci-mientos señalan la acción del Soviet a través de Guatemala” (MRE 1952a).

Este comportamiento peruano, alineado con los Estados Unidos frente a unas reformas con orientaciones reñidas con los in-tereses de Washington, hace recordar un comportamiento similar ante la Revolución Boliviana en 1952. Al comienzo, cuando la Revo-lución parecía poseer tendencias comunistas e incluso apristas (el Movimiento Nacional Revolucionario en Bolivia era el equivalente al APRA), el régimen de Odría cerró la frontera para “evitar el ingreso al Perú de elementos sospechosos, peligrosos e indeseables, tanto extranjeros como nacionales” (MRE 1954b). Esto se debía a que Bo-livia había sido uno de los principales destinos de los apristas y co-munistas exiliados durante el ochenio (el embajador peruano cons-tantemente se quejaba de que era “castigado” por algunos apristas en Bolivia). Sin embargo, a medida que los Estados Unidos fueron informando sobre “el debilitamiento de la influencia de elementos comunistas”, debido a su ayuda económica a La Paz, las relaciones entre Perú y Bolivia mejoraron notablemente, e incluso Víctor Paz Estenssoro realizó una visita oficial al Perú en 1955 (MRE 1954b).

En el ámbito de las Naciones Unidas, el Perú de Bustaman-te había apoyado a los Estados Unidos en el tema de Palestina en 1947. Después de haber propuesto la partición de Palestina en la Comisión Especial creada para examinar el asunto, votó a favor de

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la resolución en la Asamblea General, junto con países como Brasil, pero a diferencia de Argentina, Chile, Colombia, El Salvador y Méxi-co, que se abstuvieron (Lanús 1984: 414).

En otras ocasiones, con Odría, la posición peruana no estuvo en sintonía con la estadounidense. A diferencia del caso de la Unión Soviética, con la que no había establecido relaciones diplomáticas, el Perú sostuvo una actitud amistosa hacia España, país con el cual, por razones históricas, había mantenido relaciones cercanas y cuyo líder, Francisco Franco, era visto por Odría (y muchos otros perua-nos, incluido el canciller Manuel Gallagher) como un baluarte con-tra el comunismo.

La delegación peruana, presidida por Víctor Andrés Belaunde, suscribió en 1949 un proyecto de resolución que pedía la suspen-sión de medidas en contra del Gobierno español.6

Franco era considerado por los Estados Unidos como un re-zago del fascismo, razón por la cual Washington no deseaba su ad-misión en las Naciones Unidas. Sin embargo, a medida que se inten-sificó la Guerra Fría, la posición estratégica de España se hizo más importante, al punto que en 1953 el presidente Eisenhower visitó dicho país, y en 1955 España fue admitida finalmente en la ONU.

6 El Perú ya había votado, en diciembre de 1946, en contra de la Resolución de la Asamblea General que apoyaba el retiro de Jefes de Misión de Madrid.

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Aspectos económicos de las relaciones

Perú-Estados Unidos

Al mismo tiempo que una marcada posición anticomunista del Perú, la significativa orientación económica liberal del gobier-no de Odría llevó al fortalecimiento de la relación con los Estados Unidos. Ciertamente, Odría consideraba que el libre comercio y la promoción de las exportaciones de materias primas eran la única manera de reactivar la economía peruana. Se debilita, por lo tan-to, la protección arancelaria, así como la intervención estatal (que había existido durante los gobiernos de Prado y Bustamante), de acuerdo con las preferencias del FMI y las recomendaciones de la misión norteamericana encabezada por Julius Klein (quien perma-neció como consejero de Odria hasta 1955). Klein recomendó que el rol del Estado debía limitarse a asegurar un clima favorable para las inversiones (Rodríguez Beruff 1983: 13).

La inversión directa americana se disparó bajo el gobierno de Odría y llegó a niveles que no habían sido vistos desde los días de la dictadura de Leguía. Dos mecanismos fueron esenciales para que esto tuviera lugar. Por un lado, el conocido Código de Minería de 1950, el cual fue descrito como “inusualmente favorable” por los Estados Unidos. Gracias a este primer código aparecen los grandes enclaves mineros norteamericanos de la Southern en Toquepala y

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Marcona, aumentando el control extranjero de la minería. Por el otro, la Ley del Petróleo de 1952 también permitió a compañías nortea-mericanas, como la International Petroleum Company, buscar nue-vos yacimientos petrolíferos en el desierto de Sechura (aunque esta búsqueda no fue del todo exitosa). Este patrón de amistosa interven-ción en la elaboración de legislación sobre la explotación minera y petrolera se repetiría en Bolivia en 1955 con la promulgación del Có-digo Petrolero, redactado con asistencia norteamericana (Klein 2008: 246). Al mismo tiempo, las empresas estadounidenses aumentaron su presencia en la economía peruana, particularmente la Casa Grace, en varios sectores de la producción.

Si bien el Perú otorgó importantes concesiones al capital ex-tranjero, también es cierto que fueron ciertos sectores de la pobla-ción peruana los que se beneficiaron de la relación con los Estados Unidos. La Guerra de Corea (1950-1953) significó un gran impulso para las exportaciones peruanas, pues la industria estadounidense requería de nuestras materias primas para el esfuerzo bélico. Se es-tima que entre 1950 y 1953 las exportaciones peruanas crecieron un 16% al año. Sin embargo, estas cayeron tras el fin del conflicto en 1955, y con ellas la popularidad de Odría (Rodríguez Beruff 1983: 21). También es cierto que en este periodo existió un cierto males-tar por los bajos precios de las materias primas, el cual, a diferencia de lo que hizo Chile, no se expresó formalmente a los Estados Uni-dos. En efecto, en 1950 el presidente González Videla presentó un vigoroso reclamo a Washington por la persistencia de los bajos pre-cios del cobre, los cuales el Gobierno chileno había bajado en 1943 como una contribución a la causa aliada en la guerra (Fermandois 2005: 254-255).

Se aplaudía que el Perú practicara el libre comercio, pero no podía extender esta práctica a todos los países. En 1951 los Estados Unidos comunican al Gobierno peruano que “muchas de las mate-

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rias primas producidas en el Perú son de importancia estratégica y esencial para la defensa del mundo libre” y que “en interés de la seguridad mutua se sugiere que el gobierno del Perú considere a la conveniencia de imponer tan pronto como sea posible, controles”.7 De acuerdo con el interés norteamericano, en 1953 se suspenderían las relaciones comerciales entre el Perú y el bloque comunista (MRE 1951b).

7 El anexo al Decreto Reservado Supremo No.268, del 5 junio de 1951, señala que la suspensión fue justificada de la siguiente manera: “Considerando que el intercam-bio comercial entre el Perú y los países de Europa oriental y la República Popular de China es completamente desfavorable a nuestro país, ya que se viene incre-mentando la importación de productos manufacturados en dichos países y en cambio ninguno de ellos adquiere productos peruanos” (MRE 1951a).

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Diferencias en la política exterior:

el problema pesquero

Si bien el gobierno de Odría mantuvo una posición afín a la de los Estados Unidos durante la totalidad del ochenio, se presentó un cisma, causado por una controversia en torno a las doscientas millas de mar territorial.

La buena relación entre los Estados Unidos y el régimen de Odría no impidió que en 1952 el Perú se uniera a Ecuador y a Chile para proclamar la soberanía y jurisdicción “exclusivas” de las dos-cientas millas, en un acto más conocido como la “Declaración de Santiago”. En gran parte, esto se debió a que la industria pesquera se estaba volviendo cada vez más importante para el Perú, por lo que este comenzó a considerar que tenía que proteger sus recursos ictiológicos. A pesar de una fuerte presión americana para que el Perú cambiara su política, tratando de dividir a los tres países que habían firmado la Declaración de Santiago, Chile, Ecuador y Perú declararon en 1954 que no renunciarían o modificarían su posición sin previa consulta entre ellos; también declararon que ejercerían su soberanía por “cualquier medio necesario” (St. John 1992: 187).

Como Canciller del Perú, David Aguilar Cornejo sería el prime-ro en tener que volcar estas palabras a la acción. En sus memorias,

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Aguilar Cornejo relata cómo, a mediados de 1954, recibió informa-ción, vía agentes diplomáticos y consulares, sobre dos empresas ba-lleneras europeas que habían indagado acerca de las condiciones que se imponían para llevar a cabo la caza de los cetáceos, siendo informadas sobre la posición del Gobierno peruano. Una de las em-presas, la Spermacet Whaling Co., decidió respetar las disposiciones dictadas, mientras que la segunda, la Olympic Whaling Co., optó por desafiarlas. Esta última empresa no era de pequeña importancia, pues era propiedad del magnate naviero Aristóteles Sócrates Onas-sis (Aguilar Cornejo s.f.: 14).

Aguilar Cornejo fue informado de que esta flota, que viajaba bajo bandera panameña, zarpaba de Hamburgo a fines de año sin haber obtenido las licencias de caza y pesca en la zona marítima peruana. Al entrar a dicha zona, las naves fueron apresadas por la marina peruana y llevadas al puerto de Paita, donde deberían per-manecer hasta que la compañía pagase la multa. Al haber tomado dicha acción, el Gobierno peruano demostraba la voluntad de ejer-cer su soberanía sobre dicha zona (Aguilar Cornejo s.f.: 17).

Pero más allá de la importancia de Aristóteles Onassis en el mundo económico, las acciones peruanas no supusieron un mayor desafío internacional. Después de todo, el país con el cual se debió negociar la libertad de los buques fue Panamá. La verdadera prue-ba se presentaría cuando algunos buques americanos tantearon la firmeza de la voluntad peruana.

En enero de 1955 dos barcos americanos, el Tony Bay y el Western Clipper, anclaron en el puerto del Callao; en ellos se en-contraron trescientas cincuenta toneladas de atún y datos en la bitácora que apuntaban que habían estado pescando en aguas peruanas. Aguilar no dudó en dar el visto bueno para que se les aplicara una multa. En febrero se hizo lo mismo con ocho tuna cli-

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ppers americanos que habían ingresado al territorio (Aguilar Cor-nejo s.f.: 23-24).

Ciertamente, el Canciller estaba al tanto de que debía actuar con cautela, tanto por el poder de los Estados Unidos como por el hecho de que ambos países tenían visiones diferentes sobre los de-rechos marítimos. Los norteamericanos no reconocían el derecho de las doscientas millas, sino solo de tres y media. Esto fue clara-mente expresado en un mensaje por parte de la Embajada Nortea-mericana en el Perú, la cual también señalaba que “la aplicación de la ley no debe ser llevada a cabo hasta que no se haya realizado todo esfuerzo para resolver el tema, preferentemente por una so-lución mutuamente satisfactoria” (FRUS 1957: 1023-1024). Sin em-bargo, Aguilar Cornejo respondió con firmeza, sosteniendo que consideraba el caso de los barcos pesqueros como cerrado, puesto que sus capitanes ya habían pagado la multa y, sobre todo, que an-tes de cualquier negociación se debía acordar una posición común, ya que “Perú consideraba el límite de las tres millas obsoleto y no podía consentir a limitar su soberanía a esa área debido a la impor-tancia de la industria pesquera para la economía del Perú” (FRUS 1957: 1024). No ocurriría ningún otro incidente, expresaba Aguilar Cornejo, si los barcos americanos ingresaran a la zona marítima sin pescar, pues el Perú reconocía el derecho a la libre navegación. Pero si deseaban hacerlo, necesitarían un permiso.

La solidaridad de los tres países se mantuvo notablemente consistente, consultando entre sí en cuanto a cualquier posible ac-ción. En abril de 1955, Ecuador buscaba que los tres países tomaran una posición común sobre la posibilidad de llevar el asunto de la Zona Marítima a la Corte Internacional de la Haya. Aguilar Cornejo asumió correctamente que dicha acción sería dañina para los inte-reses de los tres países, puesto que en dicho foro “la nacionalidad de muchos de los jueces […] no facilitarían la aplicación de nuestra

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condición jurídica” (MRE 1955a). Por otro lado, cuando los Estados Unidos trataron de separar a los tres países, como en el caso de Ecuador cuando le ofreció negociar un Convenio de Pesca en 1955, el Gobierno ecuatoriano informó a Aguilar Cornejo que no acepta-ría ninguna negociación unilateral sin contar con el apoyo de Perú y Chile (MRE 1955b).

La disputa pesquera debe ser analizada como una excepción en la tónica de las relaciones bilaterales. Si bien Odría estaba dis-puesto a sacrificar ciertas posiciones del Perú para obtener el apoyo de los Estados Unidos, como militar no estaba dispuesto a renunciar a la soberanía del país sobre sus mares.

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Guerra de Corea y asistencia militar

En último término, considerando la naturaleza del Gobierno peruano, es relevante considerar los aspectos militares de las rela-ciones bilaterales. En este sentido, se suscribieron dos pactos que deben ser mencionados: primero, el Acuerdo de Defensa Común, firmado entre los dos países en 1952 (ese mismo año, los Estados Unidos firmaban acuerdos similares con varios países de la región); y, segundo, el Plan de Defensa Bilateral, también suscrito en aquel año.

El Acuerdo de Defensa establecía los fundamentos para la de-fensa común de ambos países, puesto que “la seguridad del Perú y de los EEUU de Norteamérica, junto con la de otros países del hemisferio, está amenazada por las intenciones imperialistas de la URSS” (MRE 1952b).

En virtud de este acuerdo, el Perú recibió un importante vo-lumen de armas y asistencia militar (por un valor que se multiplicó, entre 1952 y 1956, de cien mil dólares a nueve millones de dóla-res anuales) a cambio del suministro de minerales estratégicos y el derecho a establecer bases militares en territorio peruano (St. John 2005: 179; Klaren 2005: 373), mientras que el Plan de Defensa esta-

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blecía las normas y procedimientos para la compra de armamentos por parte del Gobierno peruano al Gobierno norteamericano.

Si bien Odría no tenía problema alguno con el Pacto de De-fensa Común, fuentes americanas indican que no estaba del todo satisfecho con el pacto bilateral de defensa, pues consideraba que dificultaba la compra de armamento del Gobierno peruano. Odría insistía en que “estaba en un 100% en el lado de los Estados Unidos en la lucha contra el comunismo, y que ellos podían contar con su cooperación completa en todo momento”, pero para que el Perú fuese útil en este aspecto debía poder “defenderse tanto externa-mente como internamente” (FRUS 1954: 1492-1493). Solo así podría seguir siendo el “baluarte contra el comunismo que es hoy en día” (1954: 1492-1493).

De manera un tanto paternalista, los Estados Unidos consi-deraban que la posición peruana se debía a que el país estaba de-masiado preocupado con su seguridad interna y que era natural que la “transición del interés propio nacionalista a uno de adhesión genuina a la defensa colectiva necesitara ajustes difíciles, tanto en lo práctico como en lo sicológico” (FRUS 1954: 1494). Aun así, los norteamericanos estaban seguros de que Odría “nos seguiría en prácticamente todo lo que prepongamos con respecto a asuntos militares sobre la defensa del continente” (1954: 1494).

El interés de Odría por la cooperación militar con los Estados Unidos se manifestaba de manera poco convencional en otras áreas. Por ejemplo, en julio de 1952 sugirió a los estadounidenses que un oficial de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos fuera comandan-te de la Fuerza Aérea peruana. Los norteamericanos se mostraron sorprendidos, pues ellos consideraban, acertadamente, que esto no sería posible de acuerdo con nuestra Constitución. Por otro lado, no veían dicha sugerencia como conveniente, pues temían que el

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oficial asignado se pudiera ver involucrado en las disputas internas de las fuerzas armadas peruanas (FRUS 1954: 1501). El acercamiento que Odría buscaba con los Estados Unidos fue visto, en este caso, como excesivo por parte de los diplomáticos norteamericanos.

Este entusiasmo peruano, sin embargo, no siempre estuvo presente. En 1951, cuando los Estados Unidos buscaban aliados para la guerra en Corea (la cual, técnicamente, no estaba siendo lle-vada a cabo por los Estados Unidos, sino por el Comando Unificado de las Naciones Unidas), con el objeto de darle mayor legitimidad a la causa anticomunista, se le consultó al Gobierno peruano sobre la posibilidad de enviar un contingente de cuatro mil a cinco mil soldados.

A diferencia de lo que hizo Colombia —que fue el único país latinoamericano en proveer apoyo militar en el conflicto enviando un batallón de tres mil hombres y una fragata a Corea—, el canciller Manuel Gallagher sostuvo que la opinión pública peruana tendría que ser previamente “preparada” para tal posibilidad, aunque el Gobierno estaba de acuerdo con la posición norteamericana. Por otro lado, un representante del ejército peruano sostuvo que no solo debía prepararse a la opinión pública, sino que las opiniones dentro de las fuerzas armadas debían de ser “reorientadas” y que esto podría ser fácilmente logrado si los Estados Unidos fuesen más generosos en la transferencia de armamento militar. Por otro lado, esta fuente también mencionó que el “46% de las fuerzas de tierra peruanas eran indígenas que requerirían entrenamiento y adoctri-nación” (FRUS 1951: 1590). En este caso, la disposición a colaborar del Gobierno peruano mostró ser más cauta e interesada.

Finalmente, es digna de mención la creación del Centro de Al-tos Estudios Militares (CAEM) por el Gobierno peruano en 1950, ins-pirado en el National War College norteamericano, con el propósito

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de mejorar la formación profesional de los oficiales. En los lustros siguientes, el CAEM jugaría un importante rol en la formación de los oficiales, que a partir de 1968 imprimirían una nueva dinámica a la economía y a la política exterior del país, alejándolas, sin embargo, de las preferencias de Washington.

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El Perú en la Coalición de la Guerra Fría

El gobierno de Odría incorporó en términos ventajosos al Perú a la Coalición de la Guerra Fría. El país volvió a recibir inversión extran-jera como en los años de bonanza de Leguía. Las grandes riquezas minerales de nuestro suelo comenzaron a ser explotadas en gran es-cala en momentos en que la Guerra de Corea las hacía más importan-tes para el mundo. Las fuerzas armadas alcanzaron un buen nivel de equipamiento en la región a través de la ayuda del norte.

La relación con los Estados Unidos era mutuamente benefi-ciosa, no solo para el país, sino particularmente para el régimen de Odría, que todavía siendo gobierno de facto ganó reconocimiento internacional y pudo, valiéndose de la lucha contra el comunismo internacional, sacar de la contienda política a su acérrimo rival, el Partido Aprista. Otros países latinoamericanos, como Colombia, también aprovecharon su alineamiento para conseguir ventajas frente a sus rivales políticos internos (deshacerse de oficiales libe-rales enviándolos a Corea y pedir armas que servirían para la repre-sión doméstica).

El Perú no tenía fuertes ambiciones políticas ni económicas y podía, sin problemas, alejarse del comunismo (el cual no era una

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amenaza inmediata) y aceptar las condiciones establecidas por el Gobierno y los inversionistas norteamericanos. No buscaba la in-dustrialización, como Brasil, ni tampoco el rol de liderazgo secun-dario de este país en foros multilaterales, ni siquiera un rol menor como el de Colombia. Pero sí figuraba al lado de los principales Es-tados latinoamericanos en las iniciativas regionales pronorteameri-canas. Seguía las directivas de Washington para dejar de comerciar con la URSS o para condenar a gobiernos reformistas que habían cometido la falta de afectar los negocios norteamericanos (Guate-mala), yendo, en estos casos, más allá que otros gobiernos latinoa-mericanos; pero se resistía en unos pocos casos, cuando hacía causa común con sus vecinos y veía en juego, de manera flagrante, su so-beranía (el caso de las doscientas millas).

La lealtad del Perú no recibió, sin embargo, las mismas recom-pensas que Brasil (una industria siderúrgica), Chile (la sede de la CE-PAL) o Colombia (la secretaría general de la OEA y la Primera Misión del Banco Mundial).

El Perú estaba en un nivel similar de alineamiento a Colombia y quizás a Chile. Era menos dependiente que Bolivia, cuyo Gobierno revolucionario, desde 1954, financiaba su presupuesto con aportes norteamericanos. Pero, pese a mostrar más o menos la misma cer-canía a los Estados Unidos que Colombia o Chile, el Perú no recibió o no supo conseguir recompensas tan valiosas (en el caso de Chile, además del semillero intelectual de la CEPAL, poco después suscri-bió un convenio con la Universidad de Chicago que le aseguraría ex-celencia en la formación de sus economistas). Frente a los intereses de los Estados Unidos, al Perú le faltaba la ubicación estratégica de Colombia y el fervor reaccionario de su gobierno; en ese momento, el Perú carecía también de un recurso estratégico, como el cobre de Chile, y una amenaza interna, como el comunismo y el socialismo chilenos.

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El caso de Brasil fue singular. Había escogido, décadas atrás, con Rio Branco, una relación especial con Washington, renovada por Getúlio Vargas en su primer gobierno y acentuada por Dutra, en gran medida por convicciones propias. No obstante, el país mostró la capacidad, en el segundo gobierno de Getúlio Vargas, de ensayar consistentemente una orientación económica y contemplar una in-tegración con Argentina, lo que estaba claramente reñido con los intereses norteamericanos.

La Argentina de Perón, por su parte, propuso un rol de resis-tencia o rivalidad frente a los Estados Unidos desde fines de la Se-gunda Guerra Mundial, siguiendo, primero, preferencias ideológi-cas y luego ambiciones geopolíticas. Pudo mantener este rol hasta el derrocamiento del jerarca en 1955, aunque con una franca decli-nación.

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Las relaciones bilaterales

en el segundo gobierno de Prado

El regreso de Manuel Prado a la presidencia, en 1956, parecía que sería positivo para las relaciones bilaterales, puesto que duran-te su primer mandato había sido el principal responsable del acer-camiento entre los dos países. Sin embargo, las verdaderas razones por las cuales apoyó el esfuerzo aliado durante la guerra se debie-ron más a una simpatía hacia Francia y Gran Bretaña que hacia los Estados Unidos.

En su segundo gobierno, Prado se mostró preocupado por-que el Perú tenía una dependencia muy marcada de los Estados Unidos y planteó, más que diversificar las relaciones diplomáticas, acercarse de nuevo a antiguos aliados.

Esta iniciativa, conocida como la Doctrina Prado, contem-plaba que el Perú tuviese una mayor cooperación con los países europeos, tomando así alguna distancia de los Estados Unidos. Se inspiraba, en cierta manera, en la posición que había establecido De Gaulle en Francia. De acuerdo con St. John, esta actitud hacia el gran vecino del norte se debía a que durante la década anterior se dieron una serie de acontecimientos que habían creado una atmós-fera de malestar en las relaciones bilaterales, entre ellos la disputa

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de las doscientas millas, la gran afluencia del capital norteamerica-no, el apoyo de los Estados Unidos al autoritarismo de Odría y el sistema de cuotas que imponía para los productos peruanos. Este malestar también se vio reflejado en la opinión pública, en la cual ya había una clara tendencia antinorteamericana, que encontró su mayor expresión en las protestas que tuvieron lugar durante la visi-ta del vicepresidente Nixon al Perú en 1958.

Sin embargo, la Doctrina Prado nunca pasó de la teoría y, aparte de menciones hacia el Gaullismo, “nunca se pareció tal doc-trina a la intención y política real del general de Gaulle, aparte de cierto énfasis intrascendente en las relaciones del Perú con Francia precisamente” (Velaochaga 2001: 194). A pesar de las declaraciones, el Perú seguía dependiendo de los Estados Unidos para armamen-tos y capital.

No obstante una falta de creatividad en la política exterior peruana durante estos años, vale la pena mencionar algunos desa-rrollos que tendrían un considerable impacto en el futuro. Se die-ron los primeros pasos hacia la integración latinoamericana, con un corte comercialista inspirado en la EFTA (European Free Trade Association) y no en la Comunidad Económica Europea, alentado por los Estados Unidos. La Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) fue creada el 18 de febrero de 1960 por el Trata-do de Montevideo. Este organismo regional latinoamericano fun-cionó hasta 1980, cuando fue reemplazado por la ALADI.

Otro evento digno de mención es de carácter más bien anec-dótico, pues en verdad no reflejó la línea oficial peruana ni partió de una reformulación de nuestra política exterior. Fue el episodio pro-tagonizado por Raúl Porras Barrenechea, canciller de la República entre 1958 y 1960.

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En 1960, cuando la OEA apoya a los Estados Unidos en su blo-queo contra Cuba, Porras Barrenechea manifiesta su oposición en la asamblea general del organismo. La postura de Porras Barrenechea no se debe a simpatía ideológica, sino al respeto del principio de no interferencia en los asuntos domésticos de los países soberanos. Así, la posición más independiente en la política exterior del Perú en este periodo se originó en la desobediencia del Canciller de las instrucciones del Presidente. Porras Barrenechea dejó el cargo a su regreso.

Por último, es importante mencionar la disputa con la Inter-national Petroleum Company, compañía petrolera estadounidense que ya tenía medio siglo de presencia en el territorio nacional. Este conflicto marcaría las relaciones bilaterales por los siguientes diez años. La disputa giraba en torno a los derechos sobre el petróleo en el subsuelo, los cuales la IPC afirmaba poseer, mientras que el Go-bierno peruano sostenía que la IPC solo tenía derecho a la superficie en concesión, y por ende debía pagar una mayor carga tributaria.

Si bien el problema, supuestamente, había encontrado una solución con el Laudo de 1922 y había bajado en intensidad du-rante las décadas precedentes, volvió a tomar importancia a nivel nacional en 1959, cuando el ministro de Hacienda, Pedro Beltrán, devaluó la moneda nacional y la IPC anunció que no podía pagar sus impuestos. La única manera de solucionar el problema, argu-mentaba la compañía, era incrementar los precios de la gasolina. Beltrán, siempre cercano al capital extranjero, llegó a un acuerdo con la IPC: podría subir los precios, pero a cambio el negocio de la IPC se convertiría en una concesión. Para asegurar apoyo político, el trato también estipulaba que 50% de las ganancias de la IPC fue-ran reinvertidas en operaciones en el Perú. El Congreso peruano, sin embargo, rechazó el acuerdo y reabrió el debate sobre la legalidad de los bienes de la compañía. Particularmente memorables fueron

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las palabras del congresista Benavides Correa, quien expresó: “si el ejecutivo no cumple su deber, las fuerzas armadas cumplirán el suyo”. Presagiaba, en dicho discurso, que si la disputa no llegaba a una conclusión favorable para el Perú, las fuerzas armadas interven-drían y expropiarían la compañía. La profecía de Benavides tomaría algunos años para cumplirse (Congreso de la República 1960).

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La política exterior del primer

gobierno de Belaunde

Tras el breve gobierno militar de los años 1962-1963, llega al poder Fernando Belaunde Terry. Su gobierno marcó un claro dete-rioro en las relaciones bilaterales con los Estados Unidos —en gran parte por la situación de la IPC, pero también por otros casos, como la crisis de los aviones Mirage—, pero no condujo a una diversifica-ción de las relaciones internacionales del Perú.

Ciertamente, no era este el propósito del presidente Belaunde, quien buscaba relaciones cercanas con los Estados Unidos. La coyun-tura internacional también parecía idónea para lograr este propósito, pues era la década de la Alianza para el Progreso, proyecto de la admi-nistración Kennedy que buscaba frenar los intentos revolucionarios en América Latina tras la Revolución Cubana de 1959. El objetivo de la Alianza marcaba un claro quiebre en la política exterior norteameri-cana: anteriormente, los Estados Unidos buscaban detener estos bro-tes a través de la intervención militar directa; con Kennedy se busca fomentar el desarrollo y las reformas económicas y sociales en el con-tinente bajo la lógica de que una prosperidad extendida era la mejor arma contra el comunismo. El nuevo Gobierno peruano parecía ser un buen modelo para la Alianza (como los de Eduardo Frei Montalva en Chile y Carlos Lleras Restrepo en Colombia); el mismo Belaunde

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parecía encarnar la visión norteamericana de lo que debía ser un líder latinoamericano: lo suficientemente progresista como para detener el comunismo, pero no tan radical como para acercarse a este.

En el caso peruano, los objetivos de la Alianza terminaron siendo víctimas de la disputa en torno a la IPC. La opinión públi-ca exigía que la disputa fuese resuelta claramente a favor del Perú. Políticamente, Belaunde también tuvo que enfrentar a la coalición APRA-UNO (Unión Nacional Odriísta), que si bien no tenía propues-tas en cuanto al tema de la IPC, explotaba la disputa para obtener réditos políticos y debilitar a Belaunde. Incluso los aliados políticos de Belaunde, los demócrata-cristianos, eran hostiles a la compañía. Presionado tanto por la derecha como por la izquierda, Belaunde prometió, en su discurso inaugural, de manera poco prudente, que resolvería el problema en los primeros noventa días de su gobierno.

Por su parte, los Estados Unidos apoyarían consistentemen-te a la compañía, a pesar de que en términos económicos esta ya no tenía la importancia que había disfrutado en décadas anterio-res. Los norteamericanos seguían la lógica de que cualquier acción negativa contra una compañía estadounidense en América Latina establecería un peligroso precedente, especialmente en el contex-to de la Guerra Fría. La principal expresión de este apoyo serían las enmiendas a la ayuda extranjera al país anfitrión, la más conocida de ellas fue la enmienda Hickenlooper. Estas enmiendas surgen a inicios de la década de los sesenta, debido a la Revolución Cubana y a la ola de expropiaciones que la siguieron. De hecho, tal fue el impacto de las expropiaciones, que estas dejaron de considerarse hechos puramente económicos —en otras palabras, de pérdida de dinero o recursos— y comenzaron a verse como una pérdida de seguridad y de objetivos estratégicos: “debido a que las expropia-ciones eran identificadas como un aspecto integral del comunismo global”; la Revolución Cubana parecía reforzar la “visión tradicional

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de la Guerra Fría, de que la alianza política estaba vinculada con la seguridad de comercio e inversión” (Lipson 1976: 399-400).

El Congreso norteamericano, la Casa Blanca y el Departa-mento de Estado acordaron que algo debía hacerse en el asunto de la IPC, pero no se pusieron de acuerdo sobre cómo hacerlo. El Congreso, bajo la presión de un intenso cabildeo por parte de las corporaciones, quería sanciones de aplicación obligatoria. En otras palabras, el presidente no debía tener el poder para decidir cómo debía ser aplicada la enmienda: esta debía ser de cumplimiento au-tomático. El Ejecutivo se opuso a dicha medida al ver que esta limi-taba sus opciones en el campo de la política exterior y lo obligaba a enfrentar una inflexibilidad burocrática. Si bien es cierto que el Departamento de Estado logró algunas concesiones (el presidente podía permitir la continuación de la ayuda externa si determinaba que se habían tomado los pasos apropiados, de acuerdo con el de-recho internacional, para enmendar el daño que se había infligido a la empresa), en líneas generales, el Congreso norteamericano apro-bó sus propios términos.

Cabe resaltar, sin embargo, que en el caso peruano la enmien-da Hickenlooper nunca fue aplicada, por lo menos oficialmente, puesto que el gobierno de Belaunde no expropió la compañía. Sin embargo, durante los gobiernos de Kennedy y de Johnson, los Es-tados Unidos desarrollaron una política de vincular la ayuda al Perú a avances favorables en el caso de la IPC, para así asegurar una con-clusión adecuada a los intereses de la compañía.

Al comienzo, el Gobierno peruano no logró descifrar correc-tamente la política estadounidense, e incluso presumía que el Go-bierno americano apoyaría a Belaunde en vez de su compañía. Solo tras la muerte de Kennedy, la Embajada del Perú en los Estados Uni-dos se percató de la posición de Washington (MRE 1963). Durante

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los siguientes cinco años el Gobierno peruano y la compañía esta-dounidense negociarían bajo presión y con poco éxito, mientras que la opinión pública peruana se volcaba cada vez más en contra de la IPC.

Recién en 1968 ambas partes llegarían a un acuerdo, en la cé-lebre Acta de Talara. Para el Gobierno acciopopulista, el acta repre-sentaba un triunfo peruano, pues la IPC renunciaba a sus supuestos derechos sobre el subsuelo y también a la infraestructura en la su-perficie. Por su parte, el Gobierno peruano abandonaba el tema de los impuestos atrasados y le ordenaba a la EPF (Empresa Petrolera Fiscal del Perú) comprar el 80% de todo el crudo extraído por la IPC, la cual tendría el derecho a refinar y distribuir el petróleo peruano por los siguientes cuarenta años.

Si bien el acuerdo tuvo críticas, en su momento no enfren-tó mayor oposición. Poco después, sin embargo, Carlos Loret de Mola, presidente de la EPF, acusó al Gobierno de haber presentado un contrato incompleto: la “página once”, en la cual se estipulaba el precio al que la EPF debía venderle el crudo a la IPC, había desapa-recido (Candela 2008: 228-230).

El caso de la IPC tuvo varias consecuencias para el Perú. No solo favoreció el incremento del antiamericanismo en muchos pe-ruanos, también propició que las fuerzas armadas diesen un tras-cendental golpe de Estado contra Belaunde. Si bien es cierto que las fuerzas armadas siempre consideraron que el petróleo era un recurso estratégico que no debía ser controlado por una empre-sa extranjera, las razones del golpe, como podremos apreciar más adelante, eran bastante complejas. Para las fuerzas armadas, la IPC era parte de un problema mucho más amplio, lo que ellos consi-deraban como un crónico caso de “dependencia” que entorpecía el desarrollo nacional.

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La disputa con la IPC no era el único caso que las fuerzas ar-madas consideraban como ejemplo de la falta de habilidad del go-bierno democrático para defender los intereses nacionales. Estima-ban que la dependencia se extendía al campo militar, pues el Perú se había provisto exclusivamente por varias décadas del armamen-to de guerra estadounidense. Esto nunca fue más claro que durante el gobierno de Belaunde.

A mediados de la década de 1960, el Perú, al igual que la ma-yoría de los Estados latinoamericanos, viendo que la mayor parte de su equipo militar era de la Segunda Guerra Mundial, notificó a Washington su deseo de modernizarlo. Pero las relaciones bilate-rales sufrirían a causa del pedido peruano de aviones supersónicos Northrop F5A Freedom Fighters, considerados particularmente im-portantes para las fuerzas armadas, puesto que en 1967 el Gobierno chileno había adquirido veinte bombarderos Hunter del Reino Uni-do (St. John 1992: 190).

El Departamento de Estado, consciente de la importancia de mantener satisfechas a las fuerzas armadas peruanas, aceptó la soli-citud. El Congreso americano, por su parte, no fue tan comprensivo, y rechazó la venta de las aeronaves. Robert McNamara, Secretario de Defensa, prometió a la mayoría de naciones latinoamericanas el reparto de aviones F5 entre 1969 y 1970, para así no alienar a sus aliados. Pero las fuerzas armadas peruanas no deseaban esperar y miraban preocupados hacia el sur. Ante el rechazo estadouniden-se, el Perú buscó comprar aviones supersónicos Mirage de Francia, contra el deseo de los Estados Unidos, que recurrieron una vez más a las enmiendas para detener la compra.

Si bien el Departamento de Estado se mostraba comprensi-vo frente a la situación peruana, el Congreso americano fue par-ticularmente duro y aprobó dos enmiendas que castigarían a los

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países que adquirieran aviones supersónicos militares: la enmien-da Symington y la enmienda Conte-Long, las cuales estipulaban que a los países que comprasen armamento “innecesario” se les cortaría la ayuda financiera.

La llamada “crisis de los Mirage” tuvo dos grandes consecuen-cias: la más importante fue que las relaciones entre los Estados Uni-dos y los militares peruanos se deterioraron seriamente; la segunda, que la ayuda estadounidense, una vez más, fue suspendida.

Hacia fines de 1968, el asunto de los aviones Mirage había bajado en intensidad mientras que el tema de la IPC reaparecía.

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El contexto regional

de los años sesenta

La Revolución Cubana y la amenaza de que se extendiera por América Latina llevó a los Estados Unidos a una profunda reevalua-ción de su política hacia la región, sobre la base de que el simple crecimiento económico, contrario a ser un ingrediente clave para la paz social y la defensa frente al comunismo, podía convertirse en un detonante de revoluciones, debido al exacerbamiento de las des-igualdades y fracturas sociales.

Washington comenzó a presionar a los países latinoamerica-nos para que acompañaran el crecimiento con reformas sociales y económicas que aseguraran el alivio de la pobreza y la desigualdad en democracia. Lo hizo a través de la Alianza para el Progreso, un ambicioso esquema que ofrecía una importante ayuda a los países que introdujeran tales reformas. Por otro lado, dio un vuelco a sus relaciones privilegiadas con las fuerzas armadas de la región, pro-moviendo en ellas un nuevo espíritu institucional, lejos del caudillis-mo y el cuartelazo, y el sentido de una nueva misión política y social de activo apoyo en la prosecución del desarrollo económico.

La muerte de Kennedy y la prosecución por Johnson de los objetivos de la Gran Sociedad, en lo interno, así como el involucra-

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miento en Vietnam y los problemas con los aliados alrededor del dólar, a lo largo de la década, debilitaron notablemente la atención y los recursos económicos destinados a la Alianza para el Progreso, creando desilusión y frustración en América Latina.

Se hablaba así del surgimiento de un desentendimiento be-nigno (benign neglect) de Washington respecto a la región, el cual habría también contribuido a la aparición de actitudes nacionalis-tas en sectores de las elites latinoamericanas, que en algunos casos eran receptivas a teorías dependentistas acerca del “subdesarrollo” de sus sociedades.

La toma del poder por los militares en Brasil, en 1964, reveló el nuevo protagonismo de estos actores, así como la falta de con-vicción de los Estados Unidos por fomentar una vía democrática de desarrollo (pues se alentó el golpe). En 1966, los militares argenti-nos, por su parte, condujeron una nueva intervención con propó-sitos desarrollistas. En ambos casos se trataba de nacionalismos de derecha, pero pronto harían su aparición los militares de izquierda en la región.

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La política exterior del Gobierno

Revolucionario de la Fuerza Armada

(GRFA)

El golpe de Estado en 1968, que nuevamente trae a las fuer-zas armadas al centro de la escena política peruana, significó pro-fundos cambios en nuestra sociedad y en nuestra política exterior. Veinte años atrás, recordemos, un gobierno militar había llegado al poder e instaurado una política exterior mayormente subordinada a los intereses extranjeros, particularmente estadounidenses. ¿Cómo comprender entonces la búsqueda de autonomía en el escenario internacional que emprendería otro gobierno militar poco tiempo después? Para ello es necesario analizar los cambios que ocurrieron dentro de las fuerzas armadas peruanas.

Fue justamente el golpe de 1948 el que llevó a ciertos ele-mentos de las fuerzas armadas a cuestionar el papel que tenían como defensoras de la oligarquía peruana y, por extensión, de los intereses extranjeros con ella conectados. Este cuestionamiento ganó mayor aceptación tras la Revolución Cubana, puesto que los militares peruanos temían la posibilidad de una revolución en el Perú, especialmente por la aparición de grupos guerrilleros durante el gobierno de Belaunde (Klaren 2005: 337-338).

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Empieza entonces a gestarse dentro de la institución el con-cepto de “defensa integral”, el cual se desarrolla en espacios como el Centro de Altos Estudios Militares (CAEM), pero más importante aún, entre varios oficiales expuestos a líneas de pensamiento como la Teología de la Liberación, entre ellos algunos miembros del Ser-vicio de Inteligencia.

De acuerdo con dicho concepto, para que el Perú pudiera evitar una revolución comunista era necesario eliminar las fuen-tes estructurales del descontento, en otras palabras, era necesario salir del “subdesarrollo”. Las fuerzas armadas consideraban que los gobiernos democráticos habían fallado en lograr esta meta, pues-to que la oposición oligárquica obstaculizaba cualquier intento de reforma. Era, por lo tanto, el deber de las fuerzas armadas, que se veían a sí mismas como las “fuerzas tutelares” del Estado, llevar a cabo dichos cambios (Masterson 2001: 215-216).

Lo que implica el concepto de “defensa integral” es un tanto complejo. Las amenazas a la soberanía nacional ya no incluían solo ataques por parte de otra nación o subversión interna, sino también lo que se contemplaba como dependencia externa. En este sentido, muchos oficiales consideraban que el desarrollo nacional estaba re-lacionado con la habilidad del país de explotar sus propios recursos naturales así como promover la industrialización.

Debido a que la política exterior peruana había sido subordi-nada a los intereses de los países desarrollados, ella también había perpetuado el modelo primario exportador del país. Para las fuerzas armadas, entonces, las políticas interna y exterior estaban íntima-mente ligadas, y cualquier cambio que se realizara en el ámbito in-terno debía ser acompañado de cambios en el plano externo.

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El pensamiento peruano concerniente a la política exterior durante estos años se vería también afectado por el ideario de dos partidos políticos que, si bien no fueron particularmente exitosos electoralmente, llegaron a tener considerable influencia en la visión de los militares.

Jaworski, en su análisis de la política exterior del Gobierno Re-volucionario, considera influyente a la Democracia Cristiana, puesto que este partido se encontraba afiliado a un movimiento interna-cional, no solo en términos ideológicos, pero también de coopera-ción y financiamiento. Anteriormente, los únicos partidos que ex-hibían dicha visión internacional eran el Partido Comunista (cuya visión no era aceptable para los militares) y el Partido Aprista, que si bien se veía a sí mismo como un partido “americano”, nunca llegó a tener dicha proyección.

La Democracia Cristiana planteó temas como la integración latinoamericana y andina, así como la búsqueda de una tercera vía entre el capitalismo y el comunismo. Al ser no-alineado, el Perú de-bería establecer relaciones con los países socialistas. Por otro lado, debe mencionarse también al Movimiento Social Progresista, cuya posición política de izquierda trajo al Perú discusiones y debates so-bre los conceptos como el tercermundismo, el subdesarrollo y el neo imperialismo.

Se ingresó entonces a lo que Jaworski describió como una etapa de “realismo político e internacional”, que significaba una rup-tura con el pasado. La política exterior peruana pasó de ser “parro-quial”, priorizando la relación bilateral con los Estados Unidos y los problemas fronterizos con los países vecinos, a una nueva etapa en la cual diversifica sus relaciones y busca una mayor presencia en el escenario mundial (Jaworski 1983: 575-612).

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Otro análisis que puede ser de utilidad es el propuesto por Gorman. En el mismo, hay cuatro ejes a través de los cuales pode-mos analizar las acciones externas del Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada: el nacionalismo económico, la expansión de las relaciones diplomáticas y comerciales, la reestructuración del siste-ma interamericano, y la solidaridad tercermundista (1981: 116-118).

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Nacionalismo económico

Las fuerzas armadas veían la posesión y explotación de los recursos naturales por parte de los peruanos y especialmente del Estado como un paso necesario para asegurar la soberanía nacional. Esto, inevitablemente, habría de tener impacto en nuestra política exterior, dado que la mayoría de los recursos naturales eran explo-tados por empresas extranjeras, principalmente norteamericanas.

La llamada Revolución Peruana constituyó, en este sentido, el intento más amplio y sistemático de control del capital extranjero entre las grandes reformas latinoamericanas del siglo XX —las de Lázaro Cárdenas en México, Getúlio Vargas en Brasil y Perón en Ar-gentina (Stepan 1978)—, aunque sus resultados fueran, finalmente, de alcance limitado.

El GRFA buscó controlar al capital extranjero en diferentes sectores de la economía y hacerlo participar en su gran designio de incorporar a los trabajadores a la transformación de la economía pe-ruana (a través de las comunidades laborales) en pos de un nuevo orden social e industrial de carácter autónomo. Los países andinos (que contaban en el Grupo Andino con un régimen común de tra-to al capital extranjero), América Latina y el mundo en desarrollo

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siguieron con interés, y en muchos casos con aprobación y emula-ción, los pasos de los militares peruanos. La subsiguiente renuencia del capital extranjero a apoyar el designio del GRFA hizo que este se orientara a un modelo más estatista, basado en el crédito externo, en la inversión y las empresas públicas.

El Gobierno peruano inició sus acciones con la expropiación de la IPC, seguida por la de la Cerro de Pasco Corporation, la compa-ñía extranjera más importante en la minería peruana (1973). Luego nacionalizó la industria de la anchoveta y los grandes ingenios azu-careros de la costa, dos baluartes de las exportaciones nacionales. Del mismo modo, prohibió nuevas inversiones extranjeras en secto-res considerados estratégicos como la banca, los seguros y las tele-comunicaciones. Asumió directamente el control de otros sectores estratégicos, como las industrias básicas (acero, metalurgia, cemen-to y papel), donde el capital extranjero podría, sin embargo, tener una participación minoritaria.

Las fuerzas armadas ya se habían pronunciado sobre la ne-cesidad de que el petróleo fuese nacionalizado, debido a su impor-tancia estratégica. Por otra parte, la situación de la International Petroleum Company y el malestar que las negociaciones con ella habían causado en la opinión pública peruana hacían de la empre-sa norteamericana un blanco óptimo para que el nuevo Gobierno presentara sus credenciales nacionalistas y obtuviera el apoyo de la ciudadanía. Por lo tanto, el 9 de octubre de 1968, pocos días des-pués del golpe, el Gobierno Revolucionario declaró la anulación de la controversial Acta de Talara y envió tropas y tanques para que tomaran posesión de los campos petroleros de La Brea y Pariñas. El 9 de octubre pasaría a ser conocido como el “Dia de la Dignidad Nacional”. La respuesta de los Estados Unidos fue cautelosa, ya que no sabían mucho sobre las perspectivas de estabilidad del nuevo Gobierno. La ayuda económica, sin embargo, fue congelada.

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Las acciones del Gobierno Revolucionario eran perfectamen-te legales, pues el derecho internacional reconocía el derecho de los gobiernos soberanos de expropiar la propiedad privada, siempre y cuando se otorgara una compensación “rápida y adecuada”. Justa-mente, el tema de la compensación marcaría en el futuro inmedia-to las relaciones con los Estados Unidos, pues el Gobierno peruano consideraba que, dado que la IPC había explotado el petróleo ile-galmente durante décadas, no merecía compensación alguna. En todo caso, en la perspectiva del GRFA, el valor de la expropiación era político, no económico, y cualquier compensación anularía dichos réditos políticos.

La amenaza de aplicar la enmienda Hickenlooper, siempre presente durante estos años, no llegó a concretarse por una serie de razones. Como veremos más adelante, Washington no deseaba alie-nar más a un país que tradicionalmente había sido un sólido aliado en el contexto de le Guerra Fría y que en esos momentos buscaba una mayor independencia en su política exterior.

Cabe señalar que, en su afirmación de soberanía, el Gobierno militar también fue cauteloso. No se trató de la expropiación ma-siva de empresas extranjeras, y Mercado Jarrín, el primer canciller del GRFA, insistió en la “naturaleza especial” del caso de la IPC. Mer-cado Jarrín también expresó al embajador norteamericano que “el gobierno revolucionario, si bien es nacionalista, no es estatista o de izquierda y reconoce la necesidad de proteger y promover el capital privado y de atraer inversión privada extranjera” (FRUS 1968). El mis-mo Velasco, durante su discurso tras la expropiación de la IPC, anun-ció que “las fuerzas armadas […] no solo respetan sino que también promueven la inversión extranjera, siempre y cuando esté acorde con las leyes e intereses del Perú” (Velasco Alvarado 1968).

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La disputa entre ambos países culminó en 1975, cuando Mi-guel de la Flor, el nuevo canciller peruano, firmó un acuerdo con James R. Greene, el representante estadounidense. En parte, el acuerdo se debió a que el Perú deseaba que su crédito internacio-nal fuese restaurado. El documento estipulaba que, con la ayuda de préstamos americanos, el Perú pagaría ciento cincuenta millones de dólares a las varias compañías que había expropiado.8 Si bien entre ellas no se encontraba la IPC, había una cláusula que creaba un fon-do especial que sería controlado por el Departamento de Estado. El Gobierno americano podría usar estos fondos como le pareciese conveniente y, efectivamente, pagó a la IPC. Sin embargo, el GRFA logró una victoria simbólica al no entregar la compensación direc-tamente a la compañía.

El nacionalismo económico del GRFA también se extendió a la protección de los recursos marinos del Perú, aunque este no era un objetivo meramente económico, pues también buscaba defender la soberanía del Perú en sus mares. El GRFA mostraba continuidad en la política nacional respecto a las doscientas millas, aplicándola más afirmativamente que cualquier gobierno anterior.

En 1969 se inició la llamada “Guerra del atún”, cuando un bar-co de la marina peruana capturó y multó a dos barcos americanos que habían sido encontrados pescando dentro del límite de las dos-cientas millas.

Según St. John, la crisis tuvo un impacto mayor porque ocu-rrió justo después de la captura de una nave militar estadounidense

8 Compañía Petrolera Conchan-Chevron S.A., Brown and Root Overseas Inc., Mo-rrison-Knudsen Company Inc., Zachry International Inc., Sociedad Paramonga Li-mitada S.A., Compañía Papelera Trujillo S.A., Cartavio S.A., Envases Sanmarti S.A., Cargill Peruana S.A., Gloucester Peruvian S.A., Pesquera Meilan S.A., Gold Kist S.A. y Pesquera Salinas S.A., Compañía Pesquera de Coishco S.A.

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por parte de Corea del Norte, tres días después de que el Perú es-tableciera relaciones diplomáticas y comerciales con la Unión So-viética. Los Estados Unidos invocaron entonces la enmienda Pelly, la cual fue hecha en 1967 en el Acta norteamericana de Protección de Pesqueros. La enmienda preveía que si después de ciento veinte días el gobierno extranjero no reembolsaba las multas que habían sido aplicadas a los barcos pesqueros norteamericanos, estas deu-das serían deducidas de la ayuda internacional que aquel país reci-bía por parte de los Estados Unidos. Si bien es cierto que el Perú no estaba recibiendo ayuda norteamericana, debido a la situación de la IPC, los Estados Unidos suspendieron la venta de armamento al Perú.

La respuesta del GRFA fue rápida: expulsó del Perú a todas las misiones militares estadounidenses. Amplificando el incidente, Nelson Rockefeller, el gobernador de Nueva York, estuvo a punto de comenzar una gira latinoamericana por encargo del presidente Richard Nixon. Su escala en el Perú fue cancelada porque el general Velasco declaró que era “inoportuna” (Time Magazine 1969). El tema de las doscientas millas seguía siendo una fuente de malestar entre ambos países.

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Expansión de las relaciones

diplomáticas y comerciales

La política exterior del GRFA también se caracterizó por el establecimiento de relaciones diplomáticas y comerciales con los países del llamado “bloque oriental”. Este hecho no reflejaba nece-sariamente una afinidad con el modelo que estas naciones repre-sentaban, sino más bien un intento de romper la dependencia eco-nómica y militar que el Perú tenía con los Estados Unidos.

Si bien es cierto que para el Gobierno la diversificación de las relaciones diplomáticas era una cuestión de principio, es po-sible que el caso de la IPC y las amenazas americanas de imponer sanciones económicas aceleraran los contactos entre el Perú y los países del bloque comunista.

En un documento elaborado poco antes del golpe, las fuerzas armadas habían enumerado todas las acciones que podrían adop-tar los Estados Unidos en el caso de expropiación de una empresa norteamericana. En la eventualidad que las exportaciones peruanas se viesen afectadas negativamente por una reacción estadouniden-se, el plan sugería la organización de una misión comercial inter-sectorial, con el fin de buscar lazos comerciales con otros países. Si bien no mencionaba específicamente al bloque oriental, no había,

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en realidad, otras regiones en las cuales se pudiese encontrar socios comerciales.9

Antes de poder establecer relaciones comerciales con estos países, era necesario contar con relaciones diplomáticas con ellos. Por lo tanto, el GRFA establece relaciones diplomáticas con la Unión Soviética. Javier Pérez de Cuellar fue el primer embajador peruano en Moscú, mientras que Yuri Ledebev fue el primer representante soviético en Lima.

Las primeras acciones de los rusos incluyeron una misión eco-nómica que prometió ayuda financiera y técnica, esta última parti-cularmente importante para la nueva industria petrolera peruana. Ciertamente, estas acciones reflejaban un intento por parte de la Unión Soviética de establecer un foco de influencia en la región y el mundo:

Los lazos soviéticos con el Perú, los cuales comenzaron en 1969, eran parte de una estrategia global soviética. Como gran potencia, la URSS deseaba relaciones funcionales al-rededor del mundo por razones de prestigio, comercio y alianzas […] El aeropuerto de Lima se convirtió en el prin-cipal punto de acceso para la línea Aeroflot. Los funciona-rios soviéticos podían viajar desde el Perú a países veci-nos. La URSS necesitaba también puertos para sus barcos, para efectos de carga, pesca y exploración. (Berríos y Bla-sier 1991: 366)

Cabe resaltar que, aparte de estas acciones aisladas, el comer-cio entre ambos países tuvo un lento despegue y no llegó a niveles

9 Borrador de Plan de Emergencia del Gobierno No.01-69 (archivo del GRFA de la Pontificia Universidad Católica del Perú).

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significativos sino hasta el reemplazo de Velasco por Morales Ber-múdez.

La política peruana cumplió, sin embargo, sus objetivos en varios niveles. La mayor parte de las exportaciones peruanas eran materias primas, mientras que las importaciones desde la URSS eran equipos militares, rompiendo así la dependencia que el Perú había tenido en cuanto al armamento militar americano desde la Segunda Guerra Mundial.

Relaciones comerciales del Perú con la Unión Soviética, 1970-1979

Year Exports Imports

1970 0.1 0.2

1971 0.2 0.1

1972 6.1 0.1

1973 15.1 0.2

1974 2.1 1.6

1975 126.9 49.6

1976 24.6 7.3

1977 19.8 15.1

1978 21.5 19.7

1979 27.0 24.3

Fuente: Berríos y Blasier (1991: 369)

La diversificación de las relaciones bilaterales también inclu-yó el establecimiento de relaciones diplomáticas con la República Popular China, los países de Europa Oriental (incluyendo la Yugosla-via de Tito) y la Cuba comunista. Este último caso, como veremos a continuación, estaría íntimamente ligado a los deseos del Gobierno Revolucionario de llevar a cabo cambios profundos en el sistema interamericano.

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Intentos de transformación

del Sistema Interamericano

La tentativa del Gobierno Revolucionario de la Fuerza Arma-da de romper la dependencia del Perú en el plano bilateral lo llevó a mostrar una actitud de reforma frente al sistema interamericano. Si bien el GRFA tomó una posición de liderazgo en este asunto, los intentos de reforma venían de un tiempo atrás.

A mediados de la década de los sesenta, ya estaba claro para la mayoría de los países latinoamericanos que la Alianza para el Pro-greso había fracasado en sus objetivos de promover el desarrollo económico y social en la región. Debido a que cualquier reforma del sistema resultaba poco probable dentro del marco de la OEA, domi-nada por los Estados Unidos, en 1964 todos los países de la región acordaron crear la Comisión Especial de Coordinación Latino Ame-ricana (CECLA), con el fin de establecer una posición común frente a los Estados Unidos.

Esta posición fue finalmente definida en el Consenso de Viña del Mar (1969), en el cual participó activamente el GRFA. La posición latinoamericana señalaba que el crecimiento económico debía tener como fin el desarrollo social, y que en este sentido los Estados Unidos habían fallado en sus compromisos con los países de la región.

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El documento fue presentado al presidente Nixon en ese mismo año, y en 1970 se estableció la Comisión Especial de Consulta y Negociación (CECON), cuyo objetivo era servir para estos fines entre los países latinoamericanos y los Estados Unidos. La CECON, sin embargo, fue en gran parte ignorada por Washington, que durante esta década se encontraba distraído por la Guerra de Vietnam, y por lo tanto mostraba poco interés hacia las demandas latinoamericanas.

Considerando que la CECON había sido un “rotundo fracaso y un organismo inoperante” (MRE 1973a), el Perú presentó una mo-ción para la formación de una comisión especial a reunirse en Lima. El GRFA consideraba este tema de suma importancia, y la política de la Cancillería era que desde la primera reunión no se vieran as-pectos que fuesen meramente “formales y procesales”, sino que se discutiera “asuntos sustantivos que produzcan [una] orientación de-finida de restructuración [del] sistema interamericano” (MRE 1973b). Sin embargo, la falta de capacidad de los países latinoamericanos para ponerse de acuerdo llevó al fracaso dicha reforma.

En ese sentido, la falta de una visión conjunta por parte de los países latinoamericanos condujo también al fracaso cualquier intento de reformar la OEA.

El Perú planteaba la readmisión de Cuba al organismo, así como la necesidad de tolerancia de la “pluralidad ideológica”. En otras palabras, que se aceptara al socialismo como una sistema po-lítico válido en América Latina (a pesar de que el GRFA no se con-sideraba a sí mismo como socialista). También se consideraba la reubicación de la sede de la OEA, de Washington a un país latinoa-mericano, para reducir la influencia norteamericana. Se apoyaba la nacionalización del Canal de Panamá, que propugnaba el presiden-te Torrijos (Gorman 1981: 117). Planteamientos más radicales del

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Perú incluían la reorganización del Banco Interamericano del Desa-rrollo (BID), para que este no fuese usado como una herramienta de presión por parte de los Estados Unidos.

Sin embargo, para el GRFA la principal iniciativa para transfor-mar el Sistema Interamericano debía darse en el plano subregional, y esta se concretó con la creación del Grupo Andino en 1969. El can-ciller Mercado Jarrín veía al GRAN como el primero de tres anillos concéntricos encaminados a modificar las relaciones internaciona-les del Perú. El segundo círculo era el ya mencionado Consenso de Viña del Mar, mientras que el tercero, como veremos más adelante, era la participación del Perú en el Movimiento No Alineado (Kuyt 1984: 150).

Los orígenes del GRAN se remontan a la Declaración de Bogo-tá en 1966, la cual comprometía a Chile, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela a negociar un acuerdo de integración subregional den-tro del marco general de la ALALC. Este objetivo se concretó con el Acuerdo de Cartagena en 1969, el cual establecía, novedosamen-te, lineamientos para un trato común al capital extranjero, con el objeto de que este no se convirtiera en el principal beneficiario de la integración. También contemplaba fomentar la industrialización, otorgar un tratamiento preferencial a Bolivia y Ecuador como países de menor desarrollo relativo dentro del grupo, y acordar un arancel externo común.

El motivo que más se menciona para la creación del Grupo Andino es el deseo de Colombia, Chile y Perú de reducir la desigual-dad existente en el marco de la ALALC entre las industrias de los paí-ses mayores, Argentina, Brasil y México, y sus propias industrias, que permitía que aquellos se beneficiaran notablemente del arreglo de libre comercio. Sin embargo, Moniz Bandeira señala, también como importante, el interés, especialmente de Chile, por crear un bloque

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que significara un contrapeso democrático en el Pacífico a un acer-camiento integracionista que en esos momentos se insinuaba entre los gobiernos militares de Brasil (1964) y Argentina (1966) (Moniz Bandeira 2003: 357-358).

En este sentido, resulta interesante señalar que pocos años después de suscribirse el Acuerdo de Cartagena e iniciarse la inte-gración subregional, en los años setenta, el efecto de demostración y la ascendencia que gana el Gobierno Revolucionario peruano dentro del GRAN, configuran más bien un bloque con una mayoría de países con gobiernos militares que además son nacionalistas de izquierda (Perú, Bolivia y Ecuador).

El proceso andino encontró dificultades en los años siguien-tes, a medida que los países miembros empezaron a separarse ideo-lógicamente y al ser sus economías golpeadas por la primera crisis del petróleo. En el caso de Chile, Pinochet no mostró mayor interés en seguir coordinando con el bloque, especialmente en el trato co-mún a la inversión extranjera,10 retirándose del GRAN en 1976.

En el fenómeno del Grupo Andino en los años setenta pare-cen sugestivos —y dignos de mayor investigación y análisis— tanto el liderazgo ideológico que asume el nacionalismo peruano como la coincidencia del nacimiento y declinación del bloque con el cam-bio de los intereses de Chile.

10 La Decisión 24 del GRAN, de cuyos lineamientos difería considerablemente la nue-va política económica neoliberal adoptada por la dictadura.

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Solidaridad tercermundista

La pieza final de la política exterior del GRFA fue la búsqueda de cooperación en el Movimiento No Alineado, en particular con el llamado Grupo de los 77, el conjunto de países en vías de desarrollo que se organizaron dentro de las Naciones Unidas (específicamente en la UNCTAD) para defender sus intereses económicos y lograr la formación de un Nuevo Orden Económico Internacional (NOEI) que reformara los principales regímenes de la economía mundial. Evi-denciando un emergente liderazgo, el Perú fue elegido como sede de la reunión del Grupo de los 77 en 1971.

De acuerdo con Gorman, las razones del GRFA de participar en este movimiento fueron las siguientes: 1) obtener apoyo exter-no y lograr legitimidad para las reformas domésticas peruanas; 2) incrementar el prestigio internacional del Perú; y 3) participar en los esfuerzos de cambiar el sistema internacional para que este benefi-cie a los países en desarrollo (Gorman 1981: 117-118).

En su discurso de 1969 ante la Asamblea General de las Na-ciones Unidas, el canciller Mercado Jarrín declaró el apoyo del Perú a la participación de Cuba y China en la ONU. El discurso fue elo-giado por la prensa internacional, pues fue la primera vez que un

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delegado latinoamericano apoyó a Cuba en la asamblea desde que el gobierno de Fidel Castro fue marginado. El Perú fue también el primer país que exigió el reconocimiento de la representación del Gobierno de Pekín.

Años después, Mercado Jarrín recordaría la gratitud de estos países hacia la posición peruana:

Cuba, en la plaza Martí me rindió un batallón. Y estando en retiro, me recibió en China Popular […] el propio Chou En Lai, el ministro presidente, en plena plaza Tienanmen, y en el palacio me recibió el presidente […] Hua Quo Fen, quien no recibía a nadie. (Kuyt 1984: 151)

Perú dio también su respaldo a movimientos de liberación en el tercer mundo, aunque a diferencia de lo que hicieron países como Cuba, este apoyo fue moral y no directo. El Perú deseaba, en principio, que su posición concordara con la de la mayoría de los países latinoamericanos, pero, si este no era el caso, “la política del Gobierno Revolucionario era de apoyo a los países afro asiáticos” (MRE 1970) de todas maneras. Esto llevó a que Perú respaldara a las comisiones para terminar con el apartheid en Sudáfrica y diera apoyo a los palestinos. A diferencia, en este caso, de lo que había hecho dos décadas antes con Odría, cuando, como vimos, tuvo un rol destacado apoyando la partición de Palestina.

La segunda fase del Gobierno

Revolucionario de la Fuerza Armada

Hacia fines de 1974 ciertos sectores de las fuerzas armadas consideraban que muchas de las reformas efectuadas por el GRFA no habían producido los resultados esperados y manifestaron su preocupación frente a lo que percibían como la radicalización de la “revolución”. Estos sectores, encabezados por el general Francisco Morales Bermúdez, depusieron a Velasco en 1975, a la sazón con la salud quebrantada, reorientando varias líneas de la acción guberna-mental, entre ellas la política exterior, que se acercó a sus antiguos cauces.

A medida que el GRFA continuó su endeudamiento para fi-nanciar el desarrollo industrial, y dado que dicho proyecto no daba los resultados esperados, tras la crisis del petróleo y en medio de un marcado debilitamiento de la economía, uno de los primeros desa-fíos que tuvo que enfrentar Morales Bermúdez fue la cuestión de la deuda externa.

Los principales bancos acreedores rehusaron refinanciar la deuda peruana, en vista de que el Gobierno no disminuía sus gastos, particularmente militares (comprando incluso aviones a la Unión Soviética). Los bancos decidieron sugerir la mediación del

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Fondo Monetario Internacional, que se encargaría de comprometer efectivamente al Gobierno a un recorte del gasto público. Esto fue aceptado por el Gobierno en 1978, marcando una pauta histórica, pues en la década siguiente, durante la Crisis de la Deuda (desde 1982), los arreglos de renegociación de pagos en América Latina y el mundo en desarrollo requirieron obligatoriamente la intervención del FMI. En el caso del Perú, se aplicaron medidas de estabilización que incluyeron la eliminación de subsidios, devaluaciones y conge-lamiento de sueldos. De esta manera, una vez más, la dirección de la economía peruana pasó a ser controlada por fuerzas externas.

La política exterior de solidaridad tercermundista fue mante-nida, en principio, por Morales, continuando como canciller Miguel Ángel de la Flor. Pero en 1978, José de la Puente Radbill, un diplo-mático de carrera cercano a Morales Bermúdez, ocupó el Ministerio, alejando las influencias militares que habían condicionado la políti-ca exterior de los años anteriores. Perú comenzó a distanciarse del Grupo de los 77 y adoptó un tono más cauto en los foros interna-cionales, absteniéndose de criticar a los países del primer mundo, a los cuales, en años anteriores, había censurado en el contexto del llamado Diálogo Norte-Sur.

El Gobierno, ciertamente, no retrocedió en los logros obte-nidos en los últimos años, como el establecimiento de relaciones diplomáticas con los países del bloque del Este. Y si bien ya no hacía gala de solidaridad hacia ellos, el comercio con los mismos continuó creciendo. Pero más importante aún, Morales Bermúdez continuó con la política de adquirir armamento de dichos países, incluso con mayor intensidad que durante los años anteriores, lo cual también contribuyó al incremento de la deuda externa.

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El desafío de la política

exterior del GRFA

La política exterior del Gobierno militar peruano constituyó el desafío más visible, influyente y prolongado a la hegemonía nortea-mericana en América Latina en la década de 1970. En particular, su intento de controlar al capital extranjero para fines de desarrollo na-cional puede verse como el instrumento más sofisticado elaborado para este propósito en América Latina en el siglo XX, en la línea de las reformas de Lázaro Cárdenas y Juan Domingo Perón, en México y Argentina respectivamente.

El desafío peruano afectó a las inversiones norteamericanas, expropiando empresas y limitando el acceso a importantes secto-res de la economía; trascendió al plano político bilateral, con gestos de rechazo de la influencia de Washington, incluso de las misiones militares norteamericanas, y de acercamiento económico, político y militar a la URSS.

En el plano multilateral, el Perú persiguió la reforma del sis-tema interamericano, tratando de menguar el liderazgo de los Es-tados Unidos, abogando por la reubicación de la OEA, y la reforma del TIAR y del Banco Interamericano de Desarrollo. La diplomacia peruana enlazó estas demandas con una inédita y destacada parti-

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cipación en el avance de la agenda reformista global del Movimien-to de Países No Alineados y el Grupo de los 77. Estos buscaban crear un Nuevo Orden Económico Internacional que transformara las es-tructuras de dependencia y subordinación de los países del llamado tercer mundo.

Es cierto que las acciones peruanas revistieron frecuentemen-te un carácter ambivalente y también que muchas veces el discurso oficial trató de atemperar las acciones más provocadoras, pero no es menos cierto que incluso así tuvieron un notable efecto de de-mostración internacional, siendo pioneras en un periodo de activo nacionalismo económico en el mundo, entre 1968 y 1976. En este sentido, influyentes agencias internacionales, como la Conferencia de Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), ponde-raron algunas de sus regulaciones nacionalistas y varios países de la región emularon su comportamiento.

La política exterior del GRFA manifestó notables característi-cas de estrategia y voluntad, factores que se consideran fundamen-tales para una adecuada proyección externa del poder nacional (Cline 1980). Definió claramente sus objetivos externos, principal-mente económicos, y trató consistentemente de alcanzarlos. Para ello, el Instituto Nacional de Planificación, responsable de la estrate-gia nacional de desarrollo, tuvo una central participación en la for-mulación de la política exterior, enriqueciendo el ámbito de esta. Por otro lado, las medidas peruanas se dieron de manera paralela con medidas similares del Grupo Andino en el terreno de la inver-sión extranjera.

El GRFA desbrozó una nueva área de política económica exter-na en el país, con una concertada acción, principalmente en los cam-pos de la gestión de la inversión extranjera, el crédito internacional, la ayuda y las negociaciones bilaterales y multilaterales. Por otro lado,

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a través de la nacionalización de la IPC, consiguió tempranamente el respaldo de la opinión pública interna para su nacionalismo econó-mico.

Es cierto que no todo fue exitoso en la gestión de la estra-tegia y, sobre todo, que el apoyo interno comenzaría a decaer a partir de 1974, con la crisis económica internacional e interna. Por ejemplo, los inversionistas extranjeros reaccionaron frente a las medidas restrictivas del Gobierno con un repliegue; además, los Estados Unidos crearon dificultades para el flujo de créditos multi-laterales. Pero el régimen peruano fue capaz, por un buen tiempo, de sortear estos obstáculos a través de un buen aprovechamiento de la disponibilidad de créditos de la banca internacional, propi-ciada por la abundancia de petrodólares.

El desafío peruano duró casi siete años, desde octubre de 1968 hasta agosto de 1975, cuando el general Velasco, seriamen-te enfermo, fue relevado por el general Morales Bermúdez. Las otras experiencias nacionalistas de izquierda en la región tuvieron, mayormente, una duración menor: las de los generales Ovando y Torres, sucesivamente, en Bolivia entre 1969 y 1971; la del gene-ral Rodríguez Lara en Ecuador, entre 1972 y 1976; y la del general Levingstone en Argentina, entre junio de 1970 y marzo de 1971.11 También podrían considerarse las del general Torrijos en Panamá, entre 1968 y 1981, aunque este régimen fue ganado por la corrup-ción: y el gobierno constitucional de Salvador Allende en Chile, en-tre 1970 y 1973, cuyo ascenso y desarrollo obedeció a una lógica interna y diferente, aunque adoptó medidas de similar contenido antagónico a la hegemonía norteamericana.

11 El general Levingstone nombró a Aldo Ferrer como ministro de Hacienda, quien intentó limitar al capital extranjero. De manera más amplia, Levingstone buscó organizar a la sociedad para el apoyo a sus reformas.

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La experiencia peruana no solo tuvo la mayor duración, tam-bién logró disfrutar del mayor grado de autonomía relativa entre los nacionalismos de la época en la región.

La capacidad de autonomía de las potencias menores frente a una gran potencia depende, entre otros factores, de la intensidad de la voluntad de control de la gran potencia y del peso relativo de la potencia menor, en el cual es importante el grado de cohesión de su elite política.

En el caso de las relaciones interamericanas, hubo una dismi-nución de la voluntad de control de los Estados Unidos en los años setenta debido al desentendimiento benigno, comentado capítulos antes, asumido hacia América Latina. Creemos, por otro lado, que el liderazgo de Velasco, aunque no se tratara de un conductor caris-mático de masas, fue clave para determinar, hasta 1974, un grado de cohesión de la elite militar peruana, superior al que se dio en los otros gobiernos nacionalistas. Estos gobiernos naufragaron, más temprano que tarde, debido a la derrota de la fracción nacionalista por la fracción liberal o pronorteamericana de los militares, apoyada por Washington y la burguesía nacional.12 En el caso chileno, fueron la división de la elite política así como la rebelión de la elite militar y la oposición de la burguesía, incitadas ambas por los Estados Uni-dos, las que derribaron al régimen.

Tal como señala Pease, una opaca lucha política atravesó al Gobierno militar peruano desde sus inicios, la cual se reflejó en las ambigüedades de algunas leyes (Pease 1977: 238). Pero los distin-tos grupos tendían a unirse bajo el liderazgo de Velasco, quien ade-

12 Son particularmente ilustrativos los casos del golpe de Banzer en Bolivia, en 1971, y la salida de Levingstone en manos del general Lanusse en Argentina, el mismo año.

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más contaba con el apoyo de los mandos militares, ocupados por coroneles que eran sus leales seguidores (“los coroneles de 1968”). Pese a sus distintas orientaciones ideológicas, los diferentes grupos poseían las convicciones comunes y unificadoras de prevenir una revolución de extrema izquierda, de quebrar a la oligarquía, de dis-minuir la influencia norteamericana y de practicar algún grado de nacionalismo económico. Por otro lado, la burguesía nacional, que era bastante débil y que no había podido doblegar a la oligarquía, se halló dividida hasta 1973 (Pease 1977: 240).

La enfermedad de Velasco (desde febrero de 1973), que qui-ta certidumbre a la continuidad del proceso reformista y aumenta el conflicto entre las fracciones militares (Franco 1977), y el golpe de Pinochet en Chile en setiembre de 1973, que crea un opositor externo del proceso, constituyen los primeros factores adversos al GRFA.13 Luego viene la crisis económica internacional de 1974-75, que afecta fuertemente a la economía peruana.

Pese a los avances de un acuerdo con los Estados Unidos en materia de compensación a las empresas expropiadas (el acuerdo Greene), a fines de 1974 un sector de militares expresa abiertamen-te su descontento con los resultados del proceso y lo que perciben como una radicalización del mismo.14 Finalmente, el general Mora-les Bermúdez, de una generación posterior a Velasco, culmina su ascenso, asumiendo la jefatura del Estado Mayor y del Consejo de Ministros en febrero de 1975 y en agosto, la presidencia.

13 Posteriormente se darán tensiones en la frontera sur del Perú, discrepancias de la Marina en el seno del Gobierno y crecientes compras de armas soviéticas, que agudizan las diferencias dentro del GRFA.

14 Por medidas como la expropiación de los medios de comunicación y la creación de un sector de propiedad social, inspirado en la autogestión yugoeslava.

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Tarea asociación Gráfica educaTiva Psje. María Auxiliadora 156, Breña

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La política exterior peruana en los gobiernos de Odría y Velasco

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