183643539 Arthur Schopenhauer El Arte de Tratar Con Mujeres

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  • Arthur S chop enhauerEl arte de tratar con la&flBiiiems

    ilosofaih-.jiza Editorial

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  • Si el m undo es producto de un capricho divino, en- lonces la mujer es el ser mediante el cual el Creador to dopoderoso quiso mostrarnos del m odo ms fehaciente el lado imprevisible de Su propia naturaleza inescrutable. Esta ocurrencia, que probablemente no est muy alejada de una de las convicciones ms arraigadas del espritu masculino, debera bastar por s sola para convencer a todos, hombres y mujeres por igual, acerca de la utilidad del presente opsculo. Se trata de un tema ciertamente espinoso, pero insoslayable.

    Qu nos pueden ensear los filsofos -p o r el hecho de ser, por definicin, guardianes de la sabidura, y una catstrofe en cuestiones amorosas- acerca de cmo relacionarnos con las mujeres? Qu nos aconsejan para controlar la temida volubilidad femenina y apaciguar a este insondable objeto de nuestros deseos? Qu estrategia proponen para curar al bello sexo de sus manas?

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    1. Filsofos y mujeres: estampas de una alianza rota

    Desde la antigedad, filsofos y mujeres no se han avenido bien. Al repasar la historia de este conflicto en la historia de la filosofa, podra tenerse la im presin de que la filosofa siempre ha sido eminentem ente cosa de hombres.

    Una m irada ms atenta, sin embargo, permite pronto constatar que la poca antigua no careci en m anera alguna de filsofas. Ya en el siglo i a.C. el filsofo estoico Apolonio hall suficiente material como para escribir una historia del pensamiento femenino, y Filcoro dedica todo un libro a las filsofas pitagricas, que fueron, en efecto, legin. Pero especial gratitud debemos a Gilles Mnage, escritor, erudito y asiduo asistente de la tertulia literaria de Ram bouillet, amn de personaje admirado por M adame La Fayette y M adame de Svign; la posteridad, empero, lo conoce sobre todo por la caricatura que de l esbozara Molire con la figura de Vadius en su comedia Las mujeres sabias. Mnage, paciente escrutador de los siglos, escribi en 1690 una Historia muerum philosopharum, que todava hoy se puede leer con ; provecho.

    Por supuesto, cabe la pregunta: Cmo es que no ha sobrevivido un solo pensamiento de todas las encantadoras filsofas citadas en la mencionada obra? Por qu la Furia destructora no ha perdonado ni un solo fragmento? Es slo una casualidad, o deberamos pensar, junto con Hegel, que la Historia del

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    M undo ha fungido una vez ms como tribunal de ste? En otras palabras: No ser que tales ideas no merecan realmente ser conservadas?

    Com oquiera que haya que zanjar la cuestin, la historia de la filosofa occidental, con independencia de las posiciones, sistemas y escuelas que haya podido adoptar, ha contribuido no poco a este olvido. En cuanto a m antener a raya a las mujeres, sea por p rin cipio o de hecho, escatimndoles un papel activo en la filosofa, ha hecho gala de una impresionante uniformidad. Si no fuera porque la comparacin es algo cmica y nada original, cabra aventurar la tesis siguiente: as como Heidegger ha afirmado que la filosofa occidental adolece de un olvido del Ser, as tam bin se puede decir que est aquejada por algo m ucho ms inslito, a saber, un olvido de la mujer.

    Desde Tales, blanco de las burlas de una joven tra- cia, pasando por Wittgenstein, involucrado en los enredos de Marguerite, los filsofos han contribuido de m anera sistemtica, tanto de palabra como de obra, al m encionado ostracismo. Una prueba -n o por in directa m enos palpable- de la fractura de esta relacin es, por ejemplo, que ninguno de los filsofos ms remotos, los denominados presocrticos, contrajo m atrim onio. El prim ero en dar ese paso habra sido Scrates, que despos a Jantipa... y ya sabemos cules fueron los resultados.

    Incluso Platn, que tom a Scrates como modelo en casi todas las cuestiones filosficas, se cuid m u cho de seguir sus pasos a este respecto. Es cierto que

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    en la Repblica reclama para las mujeres igualdad de derechos y les franquea el acceso a los estudios de filosofa; pero en esta obra bosqueja slo una utopa. En cambio, cuando expone en el Timeo su doctrina de la transmigracin, da por sentado que las almas fueron originariamente masculinas. Y aquellas que luego vivieran deshonestamente estaban forzadas a encarnarse en un cuerpo femenino, e incluso, si reincidan en su mal comportam iento, en el cuerpo de un animal irracional.

    Otro discpulo de Scrates, el cnico Antstenes, afirm que el am or es un pecado de la naturaleza, y que si Afrodita se hubiera puesto al alcance de su arco, no habra dudado en atravesarla con una flecha (segn Clemente de Alejandra, Stromata II, 20, 107, 2). Y su alum no Digenes de Sinope recomendaba salir del paso practicando la m asturbacin (Digenes Laercio, Vidas de los filsofos ilustres, VI, 2).

    Para encontrar a un gran filsofo capaz de tener un m atrim onio norm al hay que esperar a Aristteles, quien efectivamente supo arm onizar vida contem plativa y vida conyugal. Despos a Pitia y tuvo una hija con ella. Y no slo eso: tras enviudar, acogi en su casa a una segunda mujer, Herpilis, que le dio un segundo hijo, Nicmaco. Dada la ternura con que evoca a las dos en su testamento, cabe suponer que se trat de relaciones felices: el Estagirita dispuso que los restos m ortales de su esposa fueran enterrados jun to a los suyos, y leg a Herpilis parte de su herencia.

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    Y, sin embargo, para corroborar cun arraigada estaba la idea de la incompatibilidad entre el ejercicio de la filosofa y la relacin con las mujeres, basta con observar la calumnia que los siglos venideros le achacaron al intachable Maestro de los que saben (como lo denom inara Dante), en la que el filsofo sale bastante mal parado en sus relaciones con el otro gnero. Se trata del tem a de Aristteles y Filis, el sabio y la herm osa cortesana, llegado a nosotros desde Oriente (Pacatantra) por mediacin rabe, y que se vio reflejado en abundantes narraciones y representaciones artsticas medievales, entre las que se cuenta una clebre xilografa de Hans Baldung (apodado Grien). Filis conoce al joven Alejandro -cuya educacin haba sido confiada por su padre, Filipo, rey de Macedonia, a Aristteles- y con sus encantos lo distrae de sus estudios. Aristteles se queja ante el rey, que en consecuencia le prohbe al apasionado joven sus encuentros con la dama. Esta ltim a se desquita del filsofo prometindole sus favores a cambio de que acepte caminar a gatas pasendola sobre su espalda. Seducido por la curvilnea beldad, Aristteles da su consentimiento, ignorante de que sta ha advertido al rey del inslito espectculo. El gran pensador se ve luego convertido en el hazmerrer de la corte macednica. Avergonzado, se retira a una isla y escribe un tratado sobre las artimaas femeninas1.

    1. Cf. al respecto Reinhard Brandt, Philosophie in Bildern, Colonia: Du-Mont, 2000, pp. 201-216.

  • Hans Baldung, llamado Grien: Aristteles y Filis. Grabado, 1513. AKG.

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    Los siglos que siguieron no m ostraron un m ejo ram iento sensible de las relaciones entre filsofos y mujeres. Ni siquiera la poca m oderna supuso un cambio al respecto. El propio Kant, adalid del ilu- m inismo, quien elev a principio la audacia de valerse del entendim iento propio para enfrentar cualquier prejuicio o autoridad, pareca quedarse a oscuras cuando de m ujeres se trata. Es cierto que el gran filsofo em ancipa a la m ujer de su p rim itiva y b ru ta l sum isin al hom bre y le reconoce el derecho a la galantera, es decir, a la libertad de te ner pblicam ente otros hom bres com o amantes. Pero, po r o tro lado, le niega la facultad de votar y se hace eco de toda una serie de prejuicios, observaciones irnicas e im pertinencias sobre el gnero fem enino, a los que presenta adems com o resultados cientficos de una antropologa de cuo p ragmtico. Un bo tn de m uestra? Mujeres son flaquezas. O: Un hom bre es fcil de entender, pero la m ujer no revela su n tim o secreto, aunque (por su locuacidad) sea m ala guardiana de los ajenos. Y prosigue: La m ujer adquiere su libertad con el m atrim onio ; en cambio, el hom bre la pierde. ste anhela la paz del hogar, y se som ete de buena gana al im perio de la m ujer con tal de que no lo distraigan de sus ocupaciones. Aqulla, en cambio, no se arredra ante la guerra domstica, que libra con su lengua, ya que la naturaleza le otorg la aficin a hablar y una elocuencia afectuosa capaz de desarm ar al m arido. Y sobre la cultura femenina:

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    Las m ujeres ilustradas se valen de sus libros com o de su reloj, el cual poseen para que se vea que tienen uno; pero ste, po r lo general, est parado o no ha sido alineado con el sol2. Todo ello hace suponer que no sera extrao que Kant - u n Kant a p rim era vista in tachab le- hubiera servido de m o delo, en lo que se refiere al juicio sobre las mujeres, para las m ordacidades de un Schopenhauer o de un Nietzsche.

    Sea como fuere, lo cierto es que, en lneas generales, los grandes filsofos parecen tener problem as para relacionarse con las m ujeres y el amor. Y cuando por fin lo in tentan, aparecen las desgracias, y el nico resultado son las catstrofes y el caos: as sucedi en la relacin de Abelardo con Elosa, de Nietzsche con Lou, de W eber con M arianne, la jo ven pianista M ina y Else, de Scheler con sus num erosas am antes, de Heidegger con H annah o de W ittgenstein con M arguerite. Ello para no proseguir la embarazosa enum eracin de casos adicionales, a la que slo cabra oponer contadas excepciones: el am or de Schelling hacia Caroline, el de Com te hacia Clotilde, hasta cierto punto la vida conyugal de Simmel y G ertrud (autora de im portantes obras escritas bajo seudnim o) o el avasallador encuentro entre Bataille y Laura.

    2. Anthropologte in pragmatischer Hinsicht (1798), en: Kants ge- sammelte Schriften, ed. por la Academia Prusiana de las Ciencias, vol. VII, Berln: Reimer, 1907, pp. 303-311.

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    2. El caso Schopenhauer

    Lo anterior nos induce a formular una recom endacin hermenutica: quien lea el presente opsculo debe tener presentes las condiciones y circunstancias en las que surgieron las obras de Schopenhauer, signadas por el peso de una tradicin machista y prejuicios obviamente atvicos. Con todo, hay que reconocerle a este autor el mrito de haberse ocupado seriamente de la tensa relacin entre la filosofa y las mujeres, relacin que, tras l y Nietzsche, ya nadie seguira pasando por alto3.

    A decir verdad, las cosas ya haban empezado a cambiar en tiempos de Schopenhauer. Las grandes mujeres de la Ilustracin y del Romanticismo expresaron con m eridiana claridad que haba llegado la hora de dejar a un lado las actitudes prepotentes y allanaron de este m odo el terreno para la posterior marcha de la m ujer hacia su emancipacin. Desde que el joven Friedrich Schlegel en su tratado Sobre Ditima (1795) elevara la figura femenina del Banquete de Platn a prototipo de la m ujer nueva que buscaba en el Eros su propia realizacin, y sobre todo tras la publicacin de la novela Lucinda (1799), inspirada no ya en Platn, sino en Dorothea Mendels-

    3. Sobre Schopenhauer y las mujeres se requiere an una investigacin a fondo, comparable a las que existen sobre Nietzsche: Ca- rol Diethe, Nietzsches Women: Beyond the Whip, Berln/Nueva York: de Gruyter, 1996. Mario Leis, Frauen um Nietzsche, Rein- bek: Rowohlt, 2000.

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    sohn, quien haba abandonado a su marido para casarse con Friedrich Schlegel, se haba producido un verdadero cambio de rum bo. Aparte de esta ltima, fueron muchas las figuras femeninas que comenzaron a adherirse sin prejuicios a la nueva forma de vida, como por ejemplo Germaine de Stael, amante de Talleyrand, que vivi prim ero una turbulenta aventura amorosa con Benjamn Constant y luego una relacin ms serena y espiritual con el m encionado Schlegel; Caroline Michaelis, apodada Mada- me Lucifer, que despos, tras la m uerte de su prim er m arido, a August Wilhelm Schlegel, y ms tarde a Schelling; Henriette Herz, que ense hebreo a un entusiasta W ilhelm von H um boldt, e italiano a Schleiermacher; luego, Caroline von Gnderrode, la infeliz amante de Friedrich Creuzer, que por su pasin fue conducida al suicidio; y Bettina Brentano, Pauline Wiese, Rahel Varnhagen von Ense y algunas ms.

    Johanna Schopenhauer -Trosiener de cuna-, m adre de Arthur, tam bin formaba parte de este grupo de mujeres emancipadas, y tena grandes ambiciones literarias. La edicin de sus obras completas, que ella m ism a dirigi, comprende no menos de 24 volmenes, que abarcaban desde relatos de viaje, novelas y diarios hasta un estudio sobre Jan van Eyck y la p intura flamenca. Tras el suicidio de su esposo, se haba m udado en 1806 a Weimar, que en aquel entonces estaba conm ocionada por la incursin de Napolen en el corazn de Prusia. Johanna reuni en torno suyo una tertulia literaria, a la que pertenecieron, entre

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    otros, Goethe, Wieland, los dos Schlegel y Tieck4. Desprovista de inhibiciones, invit a vivir en su casa a su joven amante, Friedrich Mller von Gerstenbergk. Cuando Arthur la visit en Weimar, se sinti consternado por la relacin escandalosa, que l y su hermana Adele tuvieron que presenciar. A la consternacin siguieron los celos y el resentimiento. Pero Johanna, que por fin disfrutaba de su libertad frente a padres y esposo, no estaba dispuesta en manera alguna a renunciar a sus conquistas en aras de su hijo, cuyo carcter arisco y aficin excesiva al patrimonio familiar apenas soportaba. Cansada de representar el papel de madre, defiende en sus cartas su independencia como mujer: Somos dos individuos, le haba escrito Arthur; y ella le tom a la palabra, y defiende su esfera personal de las intromisiones de su hijo. El joven filsofo alberga todava durante algn tiempo la esperanza de recuperar a la madre para el redil del hogar (es decir, para s mismo). Pero como, en cuanto hijo, no tiene nada que ofrecer para compensar los favores del amante, la situacin se le hace cada da ms insoportable; termina odiando, en particular, a la madre y, en general, a las mujeres, y abandona la casa m aterna5.

    4. Cf. Anke Gilleir, Johanna Schopenhauer und die Weimarer Klassik, Hildesheim: Olms, 2000.5. Vase Die Schopenhauers. Der Familien-Briefwechsel von Adele, Arthur, Heinrich/Floris und Johanna Schopenhauer, ed. por Ludger Ltkehaus, Zrch: Haffmans, 1991. Vase tambin Adele Schopenhauer, fagebuch eines Einsamen, ed. por Heinrich Hubcrt 1 Iouben, Mnich: Matthes & Seitz, 1985.

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    La turbulenta relacin con la m adre constituy probablemente el germen de la acre misoginia y el cuadro casi caricaturesco de Schopenhauer sobre las mujeres, al que ste, en su obra, trata de dotar de una base metafsica. El trasfondo biogrfico parece explicar, en efecto, muchas de sus convicciones sobre este mundo. Conozco a las mujeres -confiesa, ya anciano, a su discpulo Adam Ludwig von D o - Slo les interesa el m atrim onio como institucin de beneficencia. En la poca en que m i propio padre languideca, confinado miserablemente a una silla de enfermo, habra quedado totalm ente abandonado si no fuera porque un antiguo sirviente puso en prctica el denom inado am or al prjimo. Mi seora m adre o rganizaba tertulias mientras l se consuma en su soledad, y ella se diverta mientras l soportaba amargos torm entos. Hete ah el am or de las mujeres!6

    3. De fracaso en fracaso

    Sin embargo, a Schopenhauer se le present, aproxim adam ente por la m ism a poca en que tuvo lugar la ruptura con su madre, una maravillosa oportunidad de corregir su imagen pesimista acerca del sexo opuesto. Se haba enam orado de Caroline Jagemann, actriz principal del teatro de la corte de Weimar y

    6. A. Schopenhauer, Gesprche, ed. por Arthur Hbscher, Stuttgart/Bad Cannstadt: Frommann-Holzboog, 1971, p. 152.

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    ms tarde am ante del duque Carlos Augusto, y le haba confesado a su madre: Traera a esta m ujer a mi casa aunque la hubiese conocido en la calle mientras picaba piedras7. Pero este am or no pas de ser platnico, y cuando ambos se reencontraron aos despus en Frncfort, ya era demasiado tarde. En esa oportunidad, el ya m aduro filsofo, que an senta atraccin por ella, le cont una historia sobre puerco- espines, que acababa de escribir y que habra de colocar al final de Parerga y Paralipomena: unos cuantos puercoespines queran estrecharse entre s para darse calor y protegerse del fro invernal; pero cada vez que lo intentaban, se heran m utuam ente con las pas y deban separarse de nuevo, con lo que de nuevo pasaban fro. Algo similar sucedera entre los seres h u m anos8.

    Nada platnica fue, en cambio, la relacin que Schopenhauer sostuvo con una joven camarera de Dresde, adonde se haba m udado en mayo de 1814. El hijo surgido de este desliz m uri al poco tiem po de haber nacido. Lo cierto es que Schopenhauer, a pesar de su declarada misoginia y sus panegricos a la vida asctica, se senta m uy tentado por la pasin horizontal, y en m anera alguna renunciaba a los placeres de la carne. En dos palabras: aunque ponderaba el agua, prefera el vino.

    7. A. Schopenhauer, Gesprche, p. 17.8. Vase la carta de Schopenhauer a Julius Frauenstdt de 2 de enero de 1852, en: Gesammelte Briefe, ed. por A. Hbscher, Bonn: Bouvier, 1978, pp. 272-273.

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    D urante su prim er viaje a Italia, que emprendi en el otoo de 1818, poco despus de haber concluido la correccin de las pruebas de im prenta de El mundo como voluntad y representacin, se vio envuelto en Ve- necia en una ardiente aventura con una dama de du dosa reputacin, una tal Teresa Fuga9. Ella fue la responsable de que no llegara a concretarse su encuentro con Byron, segn nos lo reporta el msico Robert von Hornstein, que en sus Memorias evoca sus conversaciones con el Schopenhauer anciano. ste se solazaba contando a sus huspedes que aquel ao (1818-1819) coincidieron en Italia los tres mayores pesimistas de Europa: Byron, Leopardi y su persona. Una tarde -cuen ta von H ornstein-, hablbamos sobre Byron, cuando se quej de que por una torpeza suya no hubiera conocido al personaje: Yo llevaba una carta de recomendacin est rila por Goethe para l. Me qued en Venecia tres meses durante la estada de Byron. Siempre me hada el propsito de visitarlo y llevarle la carta de Goethe, hasta que un da me di por vencido. Haba salido a pasear por el lid o con m i amante, cuando sta, m uy emocionada, exclam: Ah va el poeta ingls!. Byron, a caballo, me pas velozmente por un lado, y la donna qued impresionada por el resto del da. Fue entonces cuando me decid a no entregar la carta de Goethe. Tema que me

    9. Vase al respecto la reconstruccin exhaustiva de A. Verrec- chia, Schopenhauer e la vispa Teresa, en: Schopenhauer-Jahr- buch, vol. 56 (1975), pp. 187-198.

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    pusieran cuernos. Cunto me arrepiento! Y m ientras tanto se golpeaba la frente.10

    En Florencia, Schopenhauer enriqueci el catlogo de sus conquistas con una perla m uy valiosa, la de una aristcrata inglesa que se haba trasladado desde su brum oso pas natal a la templada ciudad toscana con el propsito de curar su tuberculosis. El filsofo ardi de profunda pasin, y esa trampa del m atrim onio que la naturaleza nos tiende hubiera surtido su efecto de no ser porque la enfermedad incurable de su amada hizo que nuestro aprensivo viajero retom ara su principio de que el m atrim onio no se presta para la vida de un pensador. Con todo, a decir de Adele, la herm ana de Schopenhauer, la joven in glesa fue el gran am or de su vida.

    De regreso en Alemania, y durante su docencia en la Universidad de Berln, Schopenhauer busc consuelo entre los brazos de Caroline Richter Medon, una cantante del Teatro Nacional, con la que sostuvo una relacin inestable pero ntima, hasta el grado de que el filsofo hara mencin explcita de Caroline en su testamento. Dicha relacin, que se mantuvo en secreto durante mucho tiempo, estuvo marcada por discusiones y episodios de celos, pero sobre todo por el hecho de que, mientras Schopenhauer se hallaba en Italia por segunda vez, y a diez meses de su partida, Caroline dio a luz a un hijo hermoso y saludable: Cari Ludwig Gustav Medon. Nada de extrao tiene, pues, que

    10. A. Schopenhauer, Gesprache, p. 220.

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    Schopenhauer anotara en su libreta: Los hombres son la m itad de sus vidas mujeriegos y la otra m itad llevan cuernos; y las mujeres se dividen, correspondientemente, en engaadas y en engaadoras11. En cuanto pudo, trat de resarcirse. Tras conocer en 1827 a la hija de diecisiete aos de un comerciante de arte, una tal Flora Wei, le propuso m atrim onio sin pensrselo dos veces, olvidando todas sus mximas p ru denciales. Casarse -hab a afirm ado-, es como meter con los ojos vendados la m ano en un saco, y pretender sacar la nica anguila entre un m ontn de serpientes.12 Aada adems que el m atrim onio, por bien que resulte, equivale a dividir por la m itad los derechos del m arido y m ultiplicar por dos sus obligaciones13. Y, sin embargo, el filsofo estaba dispuesto a lanzar por la borda toda esa sabidura a cambio de una tierna beldad. Para fortuna suya, su propuesta fue denegada: Si es slo una nia!14, habra exclamado indignado el padre, que sin em bargo calm su nim o en cuanto se enter de la situacin financiera del pretendiente. Pero la m uchacha ni po r un m om ento se plante la posibilidad de

    11. A. Schopenhauer, Der handschriftliche Nachla, ed. por A. Hbscher, 6 vols., Francfort del Meno: Kramer, 1966-1975, vol. II,p. 162.12. A. Schopenhauer, Gesprche, p. 152.13. A. Schopenhauer, Parerga und Paralipomena, vol. II, en: Smtliche Werke, vol. VI, ed. por A. Hbscher, Wiesbaden: Brockhaus, 31972, p. 659.14. A. Schopenhauer, Gesprche, p. 59.

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    sacrificar la flor de su edad a un pensador ya surcado por las arrugas.

    A pesar de todas las desavenencias, cuando Scho- penhauer parti en 1831 de Berln, infestada de clera, hacia Frncfort, estuvo dispuesto a llevar consigo a Caroline Medon. Con una nica condicin, eso s: que el hijo de sta, fruto de su traicin, perm aneciera en Berln. Caroline, sin embargo, como buena madre que era, no titube, y dej que el filsofo se m archara sin ella.

    El cuadro de las relaciones de Schopenhauer con las mujeres en Berln no estara completo, sin em bargo, si olvidsemos la historia desagradable en la que aqul involucr a una costurera que viva en el apartam ento de al lado, una tal Caroline M arquet. Tras una discusin frente a la puerta de su casa, donde la m uy insolente habra estado conversando en voz alta con sus comadres, interrum piendo as sus pensam ientos -algunos bigrafos m alintencionados sospechan que el asunto ocurri mientras ten a uno de sus discretos encuentros con Caroline M ed o n -, tuvo lu gar una pelea en la que Schopenhauer le caus lesiones fsicas. Tras una serie de procesos judiciales que se extendieron por casi un lustro, fue condenado por injuria consumada a pagarle una ren ta vitalicia. Cuando ella m uri, el filsofo sald el asun to con un juego de palabras: Obit anus, abit onus, es decir: M uerta la vieja, se acab la carga.

    As pues, llegado a Frncfort, y en vista de sus concatenados fracasos, nuestro pensador h izo el firme

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    propsito de renunciar definitivamente al m atrim onio. Pero no en general a las mujeres, o, mejor dicho, a una petite liaison si ncessaire. Tuvo -n o sabemos con qu in- otro hijo natural, que sin embargo tam bin falleci al poco tiem po de nacido.

    4. Dulcis in fundo

    La vejez le deparaba a Schopenhauer una sorpresa adicional. Cuando ya el Nilo se aproximaba a El Cairo, sus cartas nos hablan del alivio de verse libre de las cadenas del sexo, es decir, de las oscuras fuerzas metafsicas de la voluntad. Pero es precisamente entonces cuando Am or le lanza un ltimo, aunque esta vez inocuo, dardo: una joven escultora, Elizabeth Ney, lo visita en el otoo de 1859 con el propsito de term inar un busto, y perm anece con l durante casi un mes. El anciano se congratula: Trabaja casi todo el da en mi casa - le cuenta a von Hornstein, frotndose las m anos-. Cuando regreso de almorzar, tom amos el caf juntos, sentados en el sola, y por un m om ento me siento como si estuviera casado15. La convivencia idlica con esta joven artista que lo halaga y corteja hace que vacile el dictamen pesimista sobre la mujer, surgido de la tensa relacin con la m adre y apuntalado durante aos pseudometafsica- mente. En una retractacin tarda le confiesa a una

    15. A. Schopenhauer, Gesprache, p. 225.

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    amiga de Malwida von Meysenbug que ha logrado alcanzar un juicio ms favorable: An no he pronunciado mi ltima palabra sobre las mujeres. Estoy convencido de que cuando una m ujer logra separarse del m ontn o, m ejor dicho, elevarse por encima de ste, crece de m anera ininterrum pida, incluso ms que el hombre, a quien la edad im pone un lmite, m ientras que la mujer sigue desarrollndose indefinidamente16. Aunque no fuera cierto, estara muy bien dicho.

    5. La mujer sin atributos

    El presente opsculo constituye una antologa de sentencias en las que Schopenhauer expone sus ideas acerca del papel de la mujer. Las hemos reunido revolviendo entre sus escritos: tanto en los que public en vida como en los inditos, en especial en la famosa Metafsica del amor sexual, que integra el captulo 44 de los Suplementos a la segunda edicin, de 1844, de El mundo como voluntad y representacin; as como en el ensayo Sobre las mujeres, proveniente de Parerga y Pa- ralipomena (1851), y en la obra postuma.

    16. A. Schopenhauer, Gesprche, p. 376 s. Para la conversin del Schopenhauer anciano remito al lector al texto semihumors- l ico que escrib, junto con Wolfgang Welsch, con motivo del 200 aniversario del nacimiento del filsofo: Schopenhauers schwere Stunde, en: Schopenhauer im Denken der Gegenwart, ed. por Volker Spierling, Mnich/Zrich: Piper, 1987, pp. 290-298.

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    La seleccin y ordenam iento temtico son de nuestra autora, pero tienen un fundam entum in re, pues ponen de manifiesto cules fueron los problemas centrales de Schopenhauer. Y no slo eso: la antropologa schopenhaueriana del comportam iento femenino, que se pretende cientfica y objetiva, revela en realidad la idiosincrasia de un hom bre que estaba herido en lo ms ntim o y que escriba cum ira et studio. De ah que estas sentencias term inen siendo, en lugar de descripciones neutrales, un catlogo de consejos destinados a preparar al gnero masculino frente a las fatales insidias, riesgos y conflictos desesperantes que surgen inevitablemente cuando uno se relaciona con las mujeres. Se trata, pues, de un verdadero arte -e n el sentido de destreza, al estilo de otros prontuarios ya editados por m 17- para desenvolverse de m anera apropiada con el bello sexo y con sus mudables formas de comportamiento.

    Por supuesto, los hombres y mujeres de hoy prcticamente damos por sobreentendido que Schopenhauer ignoraba, o deliberadamente pasaba por alto, la inagotable riqueza del universo femenino. Concep

    17. Cf. Die Kunst, Recht zu bekalten, Francfort del Meno: Insel, 1995 [El arte de tener razn, Madrid: Alianza Editorial, 2007 (2002)]; Die Kunst, gcldich zu sein, Mnich: Beck, 1999 [El arte de ser feliz, Madrid: Herder, 2007 (2000)]; Die Kunst zu beleidigen, Mnich: Beck, 2002 [El arte de insultar, Madrid: Alianza Editorial, 2005], El arte de hacerse respetar, Madrid: Alianza, 2004; Die kunst, sich selbst zu erkennen, Mnich: Beck, 2006 [El arte de conocerse a s mismo, Madrid: Alianza, 2007],

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    ciones femeninas de la vida, como fem m e fatale, fem me frage o fem m e vamp, seguramente no form aron parte de su repertorio. La m ujer de Schopenhauer es una mujer sin atributos. Pero precisamente por ello tal vez estemos hoy en mejores condiciones de apreciar el lado alegre de sus agudas invectivas, lado que, acaso contra lo que el propio Schopenhauer habra deseado, es para sus lectores y lectoras ms motivo de solaz que de moraleja.

  • El arte de tratar con las mujeres

  • La naturaleza de la mujer

    I

    Palabra e idea

    La palabra mujer [Weib] ha cado en descrdito, a pesar de que es totalmente inobjetable; designa al gnero (mulier). Seora [Frau], en cambio, es la mujer casada (uxor); llamar seora a una joven es dar una nota discordante.

    El bello sexo?

    Calificar de bello al sexo de baja estatura, hom bros delgados, caderas anchas y piernas cortas es algo que slo puede hacer el intelecto masculino, obnubilado como est por el instinto sexual; pues la susodicha belleza se reduce por completo a este ltimo instinto.

    3 3

  • 3 4 EL ARTE DE TRATAR CON LAS MU) ERES

    El segundo sexo

    Las mujeres son el sexus sequior [el segundo sexo], inferior al masculino en todo respecto; uno debe perdonar sus defectos, pero rendirles veneracin es sumamente ridculo y nos degrada ante sus ojos.

    Un ser sin mayores aspiraciones

    Las mujeres no tienen verdadero talento ni sensibilidad para la msica, la poesa o las artes plsticas; cuando simulan poseerlo y se ufanan de ello, se trata de un mero remedo, surgido de su afn de agradar. O lo que es lo mismo: son incapaces de sentir un inters puramente objetivo hacia cosa alguna, y ello debido a lo siguiente, segn creo: el hombre trata de lograr en todo un control directo sobre las cosas, ya sea comprendindolas o dominndolas. Pero la mujer tiene y ha tenido siempre que conformarse con ejercer un control meramente indirecto sobre las cosas, a saber, a travs del hombre, que es lo nico que ella puede dominar directamente. De ah que su naturaleza la lleve a considerarlo todo como un simple medio para conquistar al hombre, y que su inters por cualquier otra cosa sea siempre

  • I. LA NATURALEZA DE LA MUJER 3 5

    fingido, un simple rodeo (o sea, en el fondo, mera coquetera y afn de remedar). Ya lo deca Rousseau: Les femmes, en gnral, naiment au- cun art, ne se connaissent aucun, et ront aucun gnie [Las mujeres, en general, no aman ni dominan arte alguno, y no poseen genio alguno], Lettre d Alembert, nota XX. Esto es algo, por lo dems, que cualquiera que no se deje engaar por las apariencias puede constatar. Basta con que observe a qu prestan atencin las mujeres en conciertos, peras y piezas teatrales, y de qu manera lo hacen; por ejemplo, la ligereza pueril con que prosiguen su chchara aun durante los pasajes ms hermosos de las grandes obras de arte.

    Las mujeres y las armas de la naturaleza

    La naturaleza se propuso lograr con las jvenes lo que en teatro se denomina un golpe de escena, al dotarlas durante unos aos, y a costa del resto de sus das, de una pltora de belleza, encanto y esplendor; y esto con el propsito de que durante esos aos capturasen de tal modo la fantasa del hombre, que ste estuviera irreversible y sinceramente dispuesto a cuidarlas de por vida, costase lo que costare; ya que la mera reflexin

  • 3 6 EL ARTE DE TRATAR CON LAS MUJERES

    racional no pareca ser garanta suficiente para obligarlo a dar tamao paso. De este modo, la naturaleza provey a la mujer, como a cualquier otra criatura, de las armas y herramientas que necesitaba para asegurar su existencia, y slo por el tiempo que las necesitaba, haciendo en ello gala de su acostumbrada economa de medios. As como la hormiga hembra pierde, despus del acoplamiento, las alas que en adelante ya no necesitar y que pudieran incluso poner en peligro el proceso de incubacin, as tambin la mujer, tras uno o dos partos, casi siempre pierde su belleza; y posiblemente por la misma razn.

    La nia que la mujer lleva dentro

    Lo que hace a las mujeres tan apropiadas como nodrizas y educadoras de nuestra primera infancia es precisamente el hecho de ser ellas mismas pueriles, tontas y poco perspicaces; en una palabra, permanecen toda su vida como nias grandes, una suerte de estado intermedio entre el nio y el hombre adulto, paradigma del verdadero ser humano.

  • Diferencias con el hombre

    II

    Hombres y mujeres

    Cuando la naturaleza dividi en dos al gnero humano, no traz el corte precisamente por la mitad. A. pesar de toda su polaridad, la diferencia entre el polo positivo y el negativo no es slo cualitativa, sino tambin cuantitativa. As concibieron a las f- minas nuestros ancestros y los pueblos orientales, y comprendieron qu posicin les corresponde mucho mejor que nosotros, que en cambio estamos influenciados por la galantera francesa de viejo cuo y nuestra insulsa veneracin hacia las mujeres, punto culminante de la estulticia cristia- no-germnica cuyo nico resultado ha sido hacerlas tan arrogantes y desconsideradas que a veces le recuerdan a uno los monos sagrados de Benars,

    3 7

  • 3 8 EL ARTE DE TRATAR CON LAS MUJERES

    los cuales, conscientes de su santidad e intangibili- dad, se sienten con derecho a todo.

    La injusticia de la naturaleza

    La naturaleza muestra una inequvoca predileccin por el sexo masculino. ste lleva la delantera en fuerza y belleza; cuando se trata de obtener satisfaccin sexual, la parte masculina slo obtiene placer, mientras que del lado femenino caen slo lastre y desventajas. [...] Si el hombre quisiera aprovecharse de esta parcialidad de la naturaleza, la mujer sera la ms desdichada de las criaturas; pues tendra que soportar todo el peso del cuidado de los hijos; y, dadas sus escasas fuerzas, estara completamente perdida.

    Madurez masculina y madurez femenina

    Cuanto ms noble y perfecta es una cosa, tanto ms tarde y despacio llega a su madurez. El hombre difcilmente alcanza la madurez de su razn y de sus capacidades mentales antes de los veintiocho aos de edad; la mujer, en cambio, ya la ha logrado a los dieciocho. Pero todo ello tiene su lgica, y una muy bien calculada, por cierto. De ah

  • II. DIFERENCIAS CON EL HOMBRE 3 9

    que las mujeres sigan siendo nias toda su vida: perciben slo lo ms cercano, se cien al presente, confunden las apariencias con la realidad y anteponen las frivolidades a los asuntos ms serios.

    La vanidad en el hombre y en la mujer

    Aunque la vanidad de las mujeres no superase, como ocurre, a la de los hombres, seguira teniendo el inconveniente de que se vuelca completamente hacia cosas materiales, como por ejemplo su belleza personal, adems de las joyas, la riqueza y el lujo. De ah que la sociedad sea su elemento. Este hecho, unido a la cortedad de su razn, la inclina hacia el derroche, por lo que ya un antiguo pensador deca: 8oc7cotvY]p cpaec. yuv7 [La mujer es derrochadora por naturaleza, Menandro, Monostichoi, 97]. En cambio, la vanidad de los hombres se dirige a menudo hacia ventajas no materiales, como la inteligencia y la erudicin, la valenta, y cosas por el estilo.

    El honor sexual en el hombre y en la mujer

    El honor sexual se divide en honor sexual de la mujer y honor sexual del hombre; el principal y ms

  • 4 0 EL ARTE DE TRATAR CON LAS MUJERES

    significativo de los dos es el de la mujer, ya que en la vida de sta la relacin sexual es lo ms importante. Consiste en la opinin general de los dems, respecto de la mujer soltera, de que no se ha entregado a ningn hombre; y respecto de la casada, de que slo se ha entregado a aquel a quien despos. En cuanto al gnero masculino, consiste en la creencia de que si un hombre se entera de la infidelidad de su esposa, se separar inmediatamente de ella y, en general, la castigar lo ms severamente posible.

    El amor filial en padres y madres

    El autntico amor maternal es, en la especie humana como en los dems animales, puramente instintivo, y, por lo tanto, cesa una vez que los hijos pueden valerse fsicamente por s solos. [...] El amor del padre hacia sus hijos es de diferente naturaleza y ms slido: se basa en reconocer en ellos su ms ntimo ser, y tiene, por consiguiente, un origen metafsico.

    Afn cientfico y curiosidad

    El deseo de conocer se denomina afn cientfico [Wibegier] cuando est dirigido hacia lo univer

  • II. DIFERENCIAS CON EL HOMBRE 41

    sal; y curiosidad [Neugier] cuando est dirigido hacia lo particular. Los nios manifiestan casi siempre un afn cientfico; las nias, en cambio, mera curiosidad, pero en grado superlativo y muy a menudo con una simpleza exasperante.

    Belleza masculina y belleza femenina

    La belleza de los jvenes es a la de las jvenes lo que una pintura al leo es a un dibujo al pastel.

    La mujer y su miopa

    La razn es lo que permite al ser humano no limitarse, como los animales, a vivir en el presente, sino abarcar con la vista pasado y futuro, y meditar sobre ellos; he ah el origen de su previsin, cuidado y frecuente ansiedad. La mujer, por tener una razn ms dbil, participa menos tanto de las ventajas como de las desventajas concomitantes; ella es, en realidad, un ser miope de espritu, ya que su entendimiento intuitivo capta ntidamente lo que se halla a corta distancia, mientras que los objetos lejanos quedan fuera de su estrecho campo visual; por ello todo lo ausente, lo pasado y lo futuro incide en las muje

  • 4 2 EL A RTF, DF. TRATAR CON t.AS MUJERES

    res mucho menos que en nosotros, lo que hace que en ellas aparezca de manera ms frecuente el despilfarro, que a veces raya en la locura A pesar de sus numerosos inconvenientes, esta situacin tiene al menos la ventaja de que la mujer se abre al presente ms que nosotros, por lo que, con tal de que ste sea llevadero, lo disfruta ms; se es el origen de su tpica alegra, que la hace tan apta para reconfortar al hombre cuando est agobiado por las preocupaciones.

  • Obligaciones naturales de la mujer

    III

    Coito y embarazo

    El coito es sobre todo asunto del hombre; el embarazo, en cambio, slo de la mujer.

    Paciencia y humildad

    Basta con observar por un momento la figura femenina para comprender que la mujer no est destinada a grandes tareas espirituales o fsicas. Hila paga la culpa de vivir no con sus acciones sino con sus sufrimientos, ya hayan sido causados por los dolores del parto, el cuidado del nio o la sumisin al marido, cuya compaera paciente y reconfortante se espera que sea. Los pe

    4 3

  • 4 2 Kl. ARTE DE TRATAR CON LAS MUJERES

    res mucho menos que en nosotros, lo que hace que en ellas aparezca de manera ms frecuente el despilfarro, que a veces raya en la locura [...]. A pesar de sus numerosos inconvenientes, esta situacin tiene al menos la ventaja de que la mujer se abre al presente ms que nosotros, por lo que, con tal de que ste sea llevadero, lo disfruta ms; se es el origen de su tpica alegra, que la hace tan apta para reconfortar al hombre cuando est agobiado por las preocupaciones.

  • Obligaciones naturales de la mujer

    III

    Coito y embarazo

    El coito es sobre todo asunto del hombre; el embarazo, en cambio, slo de la mujer.

    Paciencia y humildad

    Basta con observar por un momento la figura femenina para comprender que la mujer no est destinada a grandes tareas espirituales o fsicas. Ella paga la culpa de vivir no con sus acciones sino con sus sufrimientos, ya hayan sido causados por los dolores del parto, el cuidado del nio o la sumisin al marido, cuya compaera paciente y reconfortante se espera que sea. Los pe-

    43

  • 4 4 EL ARTE DE TRATAR CON LAS MUJERES

    sares, alegras y esfuerzos ms intensos no le han sido deparados; se supone que su vida se desplegar de manera ms plcida, intrascendente y agradable que la del marido, sin que por ello pueda ser calificada de ms feliz o menos feliz que la de l.

    La misin de la mujer

    En el fondo, las mujeres existen nicamente para la propagacin de la especie, y toda su misin se reduce a eso; de ah que vivan ms en la especie que en el individuo, y se tomen ms a pecho los asuntos de la especie que los individuales. Ello confiere a todo su ser y actuacin una cierta levedad y, en general, una orientacin radicalmente distinta de la masculina; lo cual da lugar a las tan frecuentes y casi normales desavenencias en el matrimonio.

    Espritu de sacrificio

    O la mujer sacrifica la flor de su edad a un hom bre ya marchito, o constatar ms tarde que ha dejado de ser un objeto apto para un hombre todava vigoroso.

  • III. OBLIGACIONES NATURALES DE LA MUJER 4 5

    Ocupacin principal de la mujer

    Las jvenes consideran en el fondo de su corazn sus ocupaciones domsticas o crematsticas como algo secundario, y hasta como mero entretenimiento: la nica profesin seria para ellas es el amor, las conquistas y todo lo que ello conlleva, como arreglarse, asistir a bailes, etc.

    Las mujeres y el mando

    Que la naturaleza ha predestinado a la mujer para la obediencia es algo que queda de manifiesto por el hecho de que cada vez que alguna es colocada en un estado, antinatural para ella, de total independencia, muy pronto se une a un hombre, al que le permite que la gue y domine, pues necesita un amo. Si es joven, ste ser un amante; si es vieja, un confesor.

  • Sus cualidades

    IV

    Realismo femenino

    Las mujeres son mucho ms objetivas que nosotros; de ah que no vean en las cosas sino lo que est en ellas; mientras que nosotros, cuando nos apasionamos, tendemos a engrandecer lo que hay, o aadirle cosas que imaginamos.

    La mujer como consejera

    En asuntos difciles no es en absoluto reprochable acudir a las mujeres en busca de consejo, como ya acostumbraban a hacerlo los antiguos germanos; pues su manera de ver las cosas es muy diferente de la nuestra: ponen el ojo en la

    4 6

  • IV. SUS CUALIDADES 4 7

    va ms corta para llegar a una meta, y en general se fijan en lo ms obvio, que nosotros, precisamente por tenerlo frente a nuestras narices, casi siempre pasamos por alto; es entonces cuando ms necesitamos que nos reconduzcan a ello, para as recuperar la visin cercana y sencilla de las cosas.

  • Sus defectos

    V

    El defecto fundamental de la mujer: causas y consecuencias

    Es fcil constatar que el defecto fundamental del carcter femenino es la injusticia. Surge en principio de la ya mencionada carencia de raciocinio y reflexin, pero se ve agravado por el hecho de que la naturaleza las obliga a depender ms de la astucia que de la fuerza, precisamente por ser ms dbiles; de ah su sagacidad instintiva y su

    n inclinacin incorregible a mentir [...]. De dicho error bsico y sus secuelas se derivan, empero, la falsedad, la deslealtad, la traicin, la ingratitud, etctera.

    4 8

  • V. SUS DEFECTOS 4 9

    Mentira y disimulo

    La mujer, al igual que el calamar en su tinta, se esconde tras el disimulo y nada en la metira.

    Todos los seres humanos mienten, y ya desde tiempos de Salomn; pero en aquel entonces el engao todava era un vicio congnito o un antojo pasajero, y no se haba convertido an en una necesidad y una ley, como lo es hoy bajo el tan ponderado despotismo de las mujeres.

    As como la naturaleza ha dotado de garras y dientes al len, de colmillos al elefante y al jabal, de cuernos al toro y de tinta de camuflaje al calamar, as ha equipado a la mujer con el arte del disimulo para su amparo y defensa, proveyndola as de una proteccin anloga a la que otorgara al hombre con la fuerza fsica y la capacidad racional. Por eso, el disimulo es connatural a las mujeres, tanto si son tontas como si son inteligentes. Emplearlo continuamente es para una mujer tan normal como para los animales mencionados lo es recurrir a sus defensas cuando son agredidos; y siente que hasta cierto punto tiene el derecho de hacerlo.

    Es quizs imposible hallar a una mujer completamente sincera y libre de disimulo. sta es pre

  • 5 0 EL ARTE DE TRATAR CON LAS MUJERES

    cisamente la razn de que sean capaces de notar el fingimiento ajeno con tanta facilidad, por lo que no es aconsejable valerse de l en su presencia.

    El patrimonio

    Todas las mujeres, con escasas excepciones, son proclives al despilfarro. Por ello, todo patrimonio, exceptuando los rarsimos casos en que ellas mismas lo han adquirido, debera ser puesto a salvo de su irresponsabilidad.

    El dinero

    Las mujeres siempre creen en el fondo de su corazn que la misin del hombre es ganar dinero, mientras que la suya es gastarlo; gastarlo en vida del esposo, si ello fuera posible; pero al menos tras su muerte, en caso contrario. El hecho de que el hombre le entregue su sueldo para el mantenimiento del hogar la afianza en esta conviccin.

  • Cmo escoger a la mujer adecuada

    VI

    La importancia delfn

    La profunda seriedad con que los hombres contemplamos y examinamos cada parte del cuerpo de una mujer, y con la que ella hace otro tanto con el nuestro; la escrupulosidad crtica con que nos fijamos en una mujer que comienza a gustarnos; lo obstinado de nuestra eleccin; la preocupacin con la que el novio observa a la novia; el cuidado que pone en no ser engaado en ningn detalle, y el gran valor que da a cualquier exceso o defecto de sus partes esenciales: todo ello est plenamente justificado por la trascendencia del fin. Pues el ser que va a ser engendrado tendr que llevar toda su vida una parte similar. Si, por ejemplo, la mujer est un poco torcida, ello

    5 1

  • 5 2 EL ARTE DE TRATAR CON LAS MUJERES

    podra granjearle al hijo una joroba; y as en todo lo dems.

    Edad

    El aspecto fundamental que gua nuestra eleccin y determina la atraccin que sentimos hacia el otro sexo es la edad. En general, toleramos todas las edades entre el comienzo de la menstruacin y su final, pero preferimos indudablemente el perodo comprendido entre los dieciocho y los veintiocho aos. En cambio, fuera de aquel primer margen, ninguna mujer es capaz de seducirnos; una mujer madura, es decir, que ya no menstre, nos provoca repulsin. La juventud sin belleza tiene cierto atractivo; pero la belleza sin juventud, ninguno.

    Qu medidas?

    Unos pechos femeninos voluminosos ejercen una atraccin extraordinaria sobre el sexo masculino; pues, por estar en relacin directa con las funciones reproductoras de la mujer, prometen abundante alimentacin para el recin nacido. En cambio, las mujeres excesivamente gordas

  • VI. CMO ESCOGER A LA MUJER ADECUADA 5 3

    suscitan nuestro rechazo; pues dicha complexin es sntoma de una atrofia del tero y, por lo tanto, de esterilidad; y aunque no sepamos esto ltimo, nuestro instinto lo detecta.

    Ojos, boca, nariz y rasgos faciales

    La belleza del rostro es slo el ltimo de los criterios para la eleccin. Tambin en este caso lo ms relevante son las partes seas; de ah que se busque sobre todo una nariz bella, y que una nariz corta o respingona lo eche todo a perder. En efecto, una leve desviacin de la nariz, sea hacia abajo o hacia arriba, sign la felicidad de incontables muchachas; y con razn, pues se trata de un rasgo caracterstico de la especie. Una boca pequea, en medio de maxilares igualmente pequeos, es esencial como rasgo especfico del rostro humano, en contraste con los hocicos de los animales. Un mentn retrado y casi inexistente resulta particularmente repulsivo, pues el mentum prominulum es una caracterstica exclusiva de nuestra especie. Por ltimo hay que considerar la belleza de los ojos y la frente: sta tiene que ver con las cualidades psquicas, en especial las intelectuales, que se heredan de la madre.

  • 5 4 EL ARTH DE TRAPAR CON LAS MUJERES

    La alquimia indispensable

    Para que surja una atraccin realmente apasionada se requiere algo que slo una metfora tomada de la qumica puede expresar: ambas personas deben neutralizarse mutuamente, como los cidos y las bases en una sal.

    El equilibrio natural

    Los fisilogos saben que la virilidad y la feminidad admiten innumerables grados, que hacen que la primera se degrade hasta las repulsivas gi- nandra e hipospedia, y la segunda se eleve hasta la seductora andrgina; desde ambos lados se puede alcanzar un hermafroditismo completo, el cual atrae a aquellos individuos que, por encontrarse entre ambos sexos, no se pueden clasificar en ninguno y, por lo tanto, no son aptos para la reproduccin. Para la mencionada neutralizacin de dos individuos se requiere por consiguiente que el grado determinado de la masculi- nidad del varn se corresponda exactamente con el grado de feminidad de la mujer, de manera que ambas parcialidades se anulen mutuamente. Segn ello, el hombre ms masculino buscar a la mujer ms femenina, y viceversa; y as, cada

  • VI. CMO ESCOGER A LA MUJER ADECUADA 5 5

    persona buscar a aquella otra que tenga su mismo grado de sexualidad.

    La belleza no lo es todo

    El caso, poco frecuente, de que un hombre se enamore de una mujer francamente fea ocurre cuando se produce la mencionada concordancia exacta en el grado de la sexualidad, y las anomalas de la mujer son diametralmente opuestas a las del hombre, es decir, constituyen su correctivo. En casos como ste, el enamoramiento alcanza cotas bastante elevadas.

    Examinar el linaje familiar

    Quien haya tenido a una tonta por madre, o au n dormiln por padre, jams podr escribir una litada, aunque estudie en seis universidades.

    Conclusin: nunca dejarse llevar por la pasin!

    Y nunca se les ocurra escoger solos, llevados por la siempre cegadora pasin. He podido constatar que tales matrimonios casi siempre acaban mal.

  • 5 6 EL ARTE DE TRATAR CON LAS MUJERES

    Dejen que otras personas bienintencionadas decidan por ustedes. La mirada desprejuiciada suele dar en el blanco, y la razn es mucho mejor casamentera que la pasin desaforada.

  • VII

    El amor

    Definicin

    El amor es el mal.

    Su nico origen es el instinto sexual

    Todo enamoramiento, por muy etreo que se intente presentar, radica exclusivamente en el instinto sexual; incluso se podra decir que no es ms que la determinacin ulterior, especificacin e individuacin mxima -en el sentido literal del trm ino- del instinto sexual.

    Es una fuerza metafsica

    Lo que en definitiva atrae con fuerza tan intensa a dos individuos de sexo opuesto es la voluntad

    5 7

  • 5 8 El. ARTE DE TRATAR CON LAS MUJERES

    de vivir, que se manifiesta a lo largo y ancho de la especie humana.

    Una locura

    La supuesta pasin elevada, desdeosa de todo lo que no sea ella misma, que los futuros progenitores se profesan mutuamente no es en el fondo ms que una locura muy singular, que hace que un hombre enamorado est dispuesto a entregar todos los bienes de este mundo a cambio de poder acostarse con una mujer dada, la cual, en definitiva, no le dar nada que no hubiera podido darle cualquier otra.

    Es ciego

    La voluntad de la especie es hasta tal punto ms fuerte que la individual, que el enamorado cierra los ojos ante cualquier cualidad que le repugne, pasa todo por alto, lo distorsiona todo y se vincula para siempre con el objeto de su pasin: tan completamente lo ciega este tipo de locura; la cual, una vez consumada la voluntad de la especie, se desvanece, dejndole a solas con una odiosa compaera de vida. Slo as se explica que a

  • VI!. CLAMOR 5 9

    menudo veamos hombres razonables, e incluso excelentes, con vboras y demonios por esposas, y no entendamos cmo pudieron hacer semejante eleccin. sta es la razn de que los antiguos representen el amor como ciego.

    Es comedia o tragedia

    El enamoramiento de un hombre tiene a m enudo ribetes cmicos, y en ocasiones incluso trgicos; ambas cosas suceden porque el individuo, al estar posedo del espritu de la especie, es controlado por ste y deja de ser dueo de s mismo.

    Es poesa

    La sensacin de actuar en asuntos de enorme trascendencia es lo que eleva al amante tan por encima de todo lo terrenal y hasta de s mismo, dotando a sus deseos, que en el fondo son muy fsicos, de un ropaje tan hiperblico, que el amor llega a ser un acontecimiento potico hasta en la vida de las personas ms prosaicas; con lo que la cuestin adquiere a veces, por cierto, un cariz bastante cmico.

  • 6 0 El. ARTE DE TRATAR CON LAS MUJERES

    No es la religin de la belleza

    El amor es para ustedes como una religin; creen que al amar estn rindiendo culto a la belleza y participando en conciertos celestiales. No se dejen engaar por las palabras: no; en realidad slo estn desencadenando, aun sin saberlo, un problema de armonas fisiolgicas.

    Es el aliento vital de la especie

    El anhelo amoroso, el himeros, que los poetas de todos los tiempos siempre se afanaron por expresar de los modos ms diversos, sin por ello agotar su temtica o incluso hacerle justicia; ese anhelo, que asocia la posesin de una mujer a la representacin de una dicha infinita, y vincula el no llegar a alcanzarla con la idea de un dolor indescriptible; ese anhelo y sufrimiento amorosos, en suma, mal pueden proceder de las necesidades de un efmero individuo; son el clamor que emite el espritu de la especie, el cual ve en ellos un medio insustituible de alcanzar sus objetivos o fracasar; y que por eso suspira tan profundamente. Slo la especie tiene vida infinita, y en consecuencia slo ella es capaz de abrigar deseos, satisfacciones y sufrimientos infinitos.

  • VT. EL AMOR 61

    Pero como stos se encuentran encerrados, en este caso, dentro del angosto pecho de un m ortal, no es de extraar que este ltimo d a veces la impresin de que fuera a estallar y no encuentre palabras para describir el presentimiento de infinito placer o de infinita pena que lo embarga.

    Es una conspiracin

    Cuando echamos una mirada sobre el diario trajn, constatamos cmo toda la gente est ocupada de las carencias y plagas de la vida, tratando con todas sus fuerzas de satisfacer las innumerables necesidades y defenderse del dolor en sus mltiples facetas, sin otra esperanza que la de poder conservar precisamente esa atormentada existencia individual durante un breve lapso de tiempo. He ah, sin embargo, que captamos, en medio de la multitud, las miradas ansiosas que intercambian dos amantes; pero, por qu tanto sigilo, temor y disimulo? Porque esos amantes son los traidores que procuran perpetuar todas aquellas carencias y plagas, las cuales de otro modo muy pronto llegaran a su fin; fin que ellos quieren evitar, como otros lo hicieron antes que ellos.

  • 6 2 KL ARTE DE TRATAR CON LAS MUJKRES

    El amor exclusivo

    El hombre que imagina que encontrar mayor placer entre los brazos de una mujer cuyos rasgos considera hermosos que entre los de cualquier otra est siendo vctima de una ilusin voluptuosa; ilusin semejante a aquella que, enfocada en una sola persona, convence al hombre de que su posesin le proporcionar una dicha ilimitada.

    El amor espiritual

    Fue una mujer, Diotima, quien le ense a Scrates la ciencia del amor espiritual; y fue Scrates, el divino Scrates, quien, para eternizar sin esfuerzo el dolor del mundo, transmiti a la posteridad esta funesta ciencia a travs de sus discpulos.

    El amor verdadero

    Debido a que no hay dos individuos exactamente iguales, existir para cada hombre una mujer que sea, con relacin al nio que habr de nacer, la mejor pareja posible. Es tan poco probable

  • VII. EL AMOR 6 3

    que ambos lleguen a conocerse como que se d el verdadero amor apasionado.

    El amor en tiempos de epidemia

    La sfilis tiene una influencia mayor de lo que en un principio cabe suponer; pues sus efectos no son slo de naturaleza fsica, sino tambin moral. Desde que Cupido incluye en su aljaba dardos envenenados, se ha infiltrado un elemento extrao, hostil e incluso diablico en la relacin entre los sexos, impregnndola de una desconfianza siniestra y terrible.

    Amor y fe

    El amor es como la fe: no se puede obtener por la fuerza.

    Cupido, dios del amor

    Los antiguos personificaron el genio de la especie en Cupido, dios que, a pesar de su apariencia infantil, era agresivo y cruel, y por lo tanto tena mala reputacin; era, en fin, un duende caprichoso y desptico, pero aun as amo de dioses y mortales:

  • 6 4 EL ARTE L)K TRATAR CON LAS MUJERES

    ai) 8 co 0ov Tpavvs x avOpc-rtcov, 'Epw^! (Tw, deorum hominumque tyranne, Amor!)

    [Oh Eros, tirano de dioses y hombres!

    Eu r p id e s , Andrmeda, Fr. 132; cf. Estobeo, Florilegium II, 385, 17]

    Los disparos fatales, la ceguera y las alas son sus atributos. Las alas aluden a su inconstancia, que suele quedar de relieve cuando, una vez satisfecho el deseo, sobreviene el desencanto.

    Spinoza

    La definicin que Spinoza da del amor, extraordinariamente ingenua, merece ser citada para entretenimiento nuestro: Amor est titillatio, concomitante idea causae externae [El amor es un cosquilleo acompaado de la representacin de una causa exterior, (tica IV, proposicin44, demostracin)].

    El amor en el espejo

    Un amante no correspondido por la bella y cruel mujer a la que ama podra comparar a sta, epi

  • VII. P.l. AMOR 6 5

    gramticamente, con un espejo cncavo, el cual, como ella, resplandece, enciende y consume sin perder su frialdad.

    Los amantes pasan, como los pensamientos

    La presencia de un pensamiento es como la presencia de una amante: as como creemos que nunca vamos a olvidar un pensamiento, tambin creemos que la amante jams nos dejar de importar. Y, sin embargo: lo que no se ve se olvida. Hasta los pensamientos ms hermosos se pierden para siempre si no se ponen por escrito; y algn da intentamos huir de la amante, si es que acaso no nos hemos casado previamente con ella.

    El suicidio por amor

    En los estadios ms avanzados del enamoramiento, dicha quimera llega a adquirir tal brillo, que, cuando no puede alcanzarse, la vida misma pierde todo su encanto, y entonces se vuelve tan triste, insulsa y desagradable que el rechazo hacia ella supera incluso el terror de la muerte; lo cual provoca a veces su interrupcin voluntaria. Y es

  • 6 6 EL ARTE DE TRATAR CON LAS MUJERES

    que la voluntad de una persona semejante ha quedado atrapada en el remolino de la voluntad de la especie, o bien esta ltima ha alcanzado una preponderancia tal sobre la del individuo que cuando la voluntad no puede tener xito en el mbito de aqulla, pasa a desdear su ejercicio en el mbito de ste. El sujeto se convierte as en un recipiente demasiado frgil para contener el inmenso anhelo que surge de la voluntad de la especie concentrada en un objeto determinado. La salida es entonces el suicidio, y a veces incluso el doble suicidio de ambos amantes; a menos que la naturaleza, con el propsito de salvar la vida, haga aparecer la locura, que cubre con su velo la consciencia de la situacin desesperada. No pasa un ao sin que varios casos como stos demuestren la verdad de lo anterior.

  • VIII

    El sexo

    Metafsica del amor sexual *

    Mi metafsica del amor sexual es una perla.

    La atraccin sexual en el hombre y en la mujer

    El hombre suele por naturaleza ser inconstante en el amor, as como la mujer tiende a la constancia. En el hombre, el amor disminuye sensiblemente en cuanto se ve satisfecho, y casi cualquier otra mujer lo excitar ms que la que ya posee: aora la variedad. En cambio, el amor de la mujer empieza a crecer desde aquel mismo instante. Ello se debe a la finalidad de la naturaleza, que est orientada hacia la conservacin de

    67

  • 68 HI. A R T E D E TR A T A R C O N LAS M U JE R E S

    la especie y, por lo tanto, a acrecentarla todo lo posible. El hombre puede, en efecto, engendrar holgadamente hasta cien hijos al ao, si tiene a su disposicin otras tantas mujeres; la mujer, en cambio, aunque tuviera el mismo nmero de hombres, no podra dar a luz a ms de un hijo (si se prescinde de los casos de partos mltiples). Por eso, l siempre est buscando a otras mujeres, mientras que ella se aferra a un hombre determinado; pues la naturaleza la impulsa, de manera instintiva y sin que medie reflexin alguna, a conservar para s al sostn y protector de su futura prole.

    La satisfaccin sexual en el hombre 7 en la mujer

    La naturaleza ha dispuesto mal las relaciones entre los dos gneros: al hombre le resulta imposible satisfacer su deseo sexual de manera legal desde que nace hasta que muere. A menos, claro est, que enviude siendo muy joven. Para la m ujer, limitarse a un solo hombre durante el perodo relativamente breve de su lozana e idoneidad resulta antinatural. Debe conservar para un solo hombre ms de lo que ste es capaz de utilizar, y que muchos otros ansian; y ella misma tiene que

  • V IH . EL SEX O 6 9

    padecer los efectos de dicha renuncia. Tmese esto en cuenta!

    A esto hay que aadir el hecho importante de que en todo momento el nmero de hombres capaces de aparearse es el doble que el de las m ujeres de igual condicin, por lo que cada mujer recibe proposiciones continuamente, e incluso est esperando que le hagan una cada vez que un hombre se le acerca.

    Durante cunto tiempo?

    El dominio natural de la mujer sobre el gnero masculino mediante el atractivo sexual dura aproximadamente diecisis aos. Una mujer de cuarenta aos ya es incapaz de satisfacer sexual- mente al hombre. El impulso sexual del hombre, en cambio, dura ms del doble.

    La satisfaccin sexual como instinto

    Es cierto que se dice que el ser humano carece prcticamente de instintos, a no ser por aquel que impulsa al recin nacido a buscar y aferrarse al pecho materno. Pero s disponemos de un instinto muy concreto, inequvoco, e incluso muy

  • 7 0 El, A RTF. D E T R A T A R C O N I.AS M U JE R E S

    complejo, a saber: el de elegir sofisticada, concienzuda y obstinadamente a un individuo del otro gnero para obtener satisfaccin sexual. Esta satisfaccin como tal, es decir, en tanto que placer sensorial basado en la urgente necesidad de un individuo, no tiene nada que ver con la belleza o la fealdad del otro sujeto. La obsesin que sin embargo se produce en este ltimo aspecto, as como la rigurosa eleccin consiguiente, son cosas que evidentemente no hay que achacar a quien realiza la eleccin, aunque ste crea ser su protagonista, sino a la autntica finalidad, es decir, al ser que va a ser engendrado, a quien se ha de transmitir lo ms pura y correctamente posible el prototipo de la especie.

    Salta a la vista que el esmero con que un insecto escoge una determinada flor, fruto, estircol, porcin de carne, o incluso -com o lo hacen los icneumones- la larva de un insecto de otra especie, para poner sus huevos slo en ese lugar determinado, y el hecho de que para lograrlo no escatime esfuerzos o peligros, son muy anlogos a la forma en que un hombre que quiere satisfacer su instinto sexual elige cuidadosamente a una m ujer de ciertas caractersticas que a l le atraen, y la persigue con tanto ahnco que a menudo, para

  • V III. EL SEX O 71

    alcanzar dicho fin, sacrifica de modo irracional su propia felicidad, ya sea contrayendo un matrimonio descabellado, ya recurriendo a la prostitucin, en desmedro de su fortuna, su honor o su vida, ya cometiendo, incluso, delitos como el adulterio o la violacin; y todo ello, de conformidad con la omnipresente voluntad de la naturaleza, con el nico propsito de servir a la especie de la forma ms oportuna, aunque sea a expensas del individuo.

    Sello de origen de la especie

    La fascinacin vertiginosa que se apodera de un hombre cuando ste contempla a una mujer cuya belleza admira, hacindole creer que el bien supremo consiste en unirse a ella, no es sino el propsito de la especie, que quiere perpetuarse por este medio.

    Mejores que leones!

    Yo imaginaba que el apareamiento de leones, como suprema afirmacin de la voluntad en una de sus manifestaciones ms intensas, estara acompaado de sntomas muy vehementes; y me sor-

    BIBUOTECA ( ' Hctor G onz lezf . t\

  • 7 2 EJ, A R T E D E TR A T A R C O N LA S M U JE R E S

    prendi constatar que, por el contrario, esos sntomas estaban muy por debajo de los que suelen acompaar al coito humano. Una vez ms se confirma, pues, que lo crucial para el significado de un fenmeno no es el grado de intensidad de la voluntad, sino el grado del conocimiento; anlogamente, el sonido no viene determinado tanto por el tamao de la cuerda como por el de la caja de resonancia.

    El deseo sexual

    El deseo sexual, sobre todo cuando, a travs de su fijacin en una mujer determinada, se ha concentrado en enamoramiento, constituye la quintaesencia de toda la estafa de este bendito mundo; pues aunque promete una cantidad indecible, infinita y desmedida de cosas, es miserablemente poco lo que cumple.

    El instinto sexual...

    Los antojos a que da lugar el instinto sexual son como los fuegos fatuos: nos deslumbran completamente; pero si los seguimos, nos conducen al pantano, para luego desvanecerse.

  • V III. EL SEX O 7 3

    ...y su gratificacin

    La gratificacin del instinto sexual es absolutamente reprobable, pues constituye la ms categrica afirmacin de la vida. Ello vale tanto para la matrimonial como para la extramatrimonial. Esta ltima, sin embargo, es doblemente censurable pues implica la supresin de la voluntad de otras personas, al hacer directa o indirectamente desgraciada a la joven respectiva; en otras palabras, el hombre obtiene su placer a costa de la felicidad de los dems.

    Amor y odio

    El amor sexual es compatible incluso con el odio ms virulento hacia su objeto; de ah que Platn lo comparase con el amor que los lobos sienten hacia las ovejas.

    La barba y el sexo

    La barba debera estar prohibida por la polica, ya que es casi una mscara. Adems, en tanto que smbolo sexual plantado en medio de la cara, resulta obscena; de ah que les guste tanto a las mujeres.

  • 7 4 KI. A R T E D E TR A T A R C O N LAS M U JE R E S

    La otra cara de la moneda

    Los espejismos que producen en nosotros los placeres erticos se pueden comparar con ciertas estatuas que, debido al lugar que ocupan, han sido diseadas para ser vistas slo de frente, desde donde, en efecto, se ven hermosas; mientras que, vistas desde atrs, ofrecen una imagen fea. De manera anloga, el enamoramiento es slo un paraso de bienestar mientras sea mero prospecto y algo por venir; pero una vez que ha pasado y podemos contemplarlo retrospectivamente, se nos revela como algo ftil e insignificante cuando no repulsivo.

    Ostras y champaa

    El pequeoburgus, hombre sin necesidades espirituales, [...] tampoco experimenta satisfacciones espirituales. [...] Ningn ansia de conocer y comprender, en virtud del conocer y comprender mismos, alienta su existencia; tampoco lo hace el ansia, tan afn a aqulla, de goces especficamente estticos. Y si la moda o la autoridad le imponen por ventura placeres de este tipo, los despacha rpidamente como si fueran una especie de trabajo forzoso. Los nicos placeres que

  • V III. E L SEX O 7 5

    reconoce como autnticos son los corporales; y se regodea en ellos. Ostras y champaa son el punto culminante de su existencia.

    Sexo y procreacin: todo a su tiempo

    Para empezar, me valdr de un pasaje de Aristteles, tomado de la Poltica VII, 16. En l el filsofo explica, en primer lugar, que las personas demasiado jvenes engendran malos hijos: dbiles, deficientes y pequeos; tambin dice que lo mismo ocurre con la descendencia de las personas demasiado viejas. [...] Recomienda, por lo tanto, que nadie mayor de cincuenta y cuatro aos engendre hijos, lo cual no obsta para que el sujeto siga teniendo relaciones sexuales por razones de salud o de cualquier otro tipo. No dice cmo haya que poner esto en prctica; aparentemente, piensa que los hijos engendrados a partir de esa edad tendran que ser eliminados por medio del aborto; pues unas lneas ms arriba haba recomendado su uso. Ahora bien, la naturaleza, por su parte, no puede desconocer el hecho que subyace a esta prescripcin, pero tampoco corregirlo. Pues, segn su principio de que natura non facitsaltus [la naturaleza no da saltos, De inces- su animalium, 704b 15, 708a9], no poda supri

  • 76 EL A R T E D E TR A T A R C O N LAS M U JE R E S

    mir repentinamente la produccin de semen en el hombre, sino que tambin aqu, como en toda extincin, haba de darse un deterioro gradual. La procreacin durante esta ltima fase tiene, pues, que traer al mundo hombres dbiles, torpes, enfermizos, miserables y de corta vida. Y, de hecho, es esto lo que sucede: los hijos engendrados tardamente suelen morir pronto, o al menos nunca llegan a alcanzar una edad avanzada, son ms o menos vulnerables, enfermizos y dbiles; y los hijos que stos a su vez engendran tienen las mismas caractersticas. Lo que aqu hemos dicho de engendrar en la edad decadente vale tambin respecto de la procreacin en la edad inmadura.

    La virginidad

    La virginidad es hermosa no porque sea una forma de abstinencia, sino porque es una forma de prudencia, ya que evade las trampas de la naturaleza.

    Las relaciones sexuales y las enfermedades

    Las enfermedades venreas son un buen dique de contencin para evitar que las relaciones se

  • vnr. e l s e x o 7 7

    xuales adquieran demasiada influencia sobre los seres humanos.

    Las ciencias naturales han hecho un excelente descubrimiento, que representa uno de los ms grandes servicios prestados a la humanidad, a saber: han encontrado un remedio que permite cumplir con las demandas de la naturaleza sin por ello correr el peligro, como ocurra hasta ahora, de infectarse de una enfermedad venrea (por ejemplo, en los burdeles). Consiste en echar en un vaso de agua una porcin de cal disuelta en cloro y luego, tras el coito, sumergir en l el pene; cualquier agente patgeno adquirido queda as eliminado.

  • El matrimonio

    IX

    Qu es el matrimonio

    Le mariage est un pige, que la nature nous tend.

    [El matrimonio es una trampa que la naturaleza nos tiende.]

    Por qu se lleva a cabo

    El gnero femenino lo exige y espera todo del masculino, a saber, todo lo que anhela y requiere; el masculino le pide al femenino, en principio y de forma inmediata, slo una cosa. De ah

    78

  • IX . EL M A T R IM O N IO 79

    que haya sido necesario crear la institucin segn la cual el gnero masculino puede obtener del femenino la sola cosa que pide, a cambio de asumir el cuidado de todo, adems del de los hijos surgidos de la relacin; en esta institucin reside el bienestar del conjunto del gnero femenino.

    Qu hacer?

    La pregunta de si es preferible casarse a no hacerlo muy a menudo se reduce a la de si son preferibles las preocupaciones del amor a las del sustento.

    Matrimonio = Rias y privaciones!Soltera = Paz y abundancia.

    Casarse con la ciencia

    No se casen! Sigan mi consejo: no se casen! Dejen que la ciencia sea su esposa y compaera; se sentirn mil veces mejor. El matrimonio que conocemos en Occidente es de lo ms absurdo que se pueda imaginar! Cun desproporcionadamente grandes son las cargas y obligaciones

  • 8 0 EL A R T E D E T R A T A R C O N LAS M U JE R E S

    que coloca sobre los hombros del marido, a cambio de algunos placeres efmeros!

    Uno no se casa con la inteligencia

    No se acude al matrimonio en busca de una conversacin ingeniosa, sino para engendrar hijos; el matrimonio es la alianza de dos corazones, no de dos cerebros. El que las mujeres a veces afirmen haberse enamorado de la inteligencia de un hombre no deja de ser una pretensin vana y ridicula, o acaso la exageracin de un ser anormal.

    A pesar de cualquier diferencia

    Nos sentimos sorprendidos cuando presenciamos las nupcias apasionadas de un hombre y una m ujer cuyas mentes no podran ser ms dismiles; por ejemplo, supongamos que l es tosco, robusto y limitado, y ella delicada, aguda y con sentido esttico, etc.; o l genial y culto, y ella una boba. Sin embargo, se sienten fuertemente atrados y parecen haber sido hechos el uno para el otro. Esto se explica, empero, porque la voluntad es lo que opera en este caso, y su foco se encuentra en el polo contrario, es decir, en los genitales.

  • X. ET. M A T R IM O N IO 81

    El matrimonio y el cansancio

    Casarse significa hacer todo lo posible para provocarse nuseas mutuamente.

    El matrimonio y la violacin

    Slo los actuales protestantes, como optimistas que son, describen el matrimonio como algo sublime, sagrado y divino. Tertuliano dijo, por el contrario, que el matrimonio no se diferencia sustancialmente del stuprum [la violacin].

    El matrimonio y la igualdad de derechos

    Las leyes europeas sobre el matrimonio equiparan a la mujer al marido, es decir, parten de una falsa premisa.

    El hombre casado: una persona a medias

    En nuestro lado monogmico del m undo casarse significa para el hombre dividir por la m itad sus derechos y multiplicar por dos sus obligaciones.

  • 8 2 El, A R T E D E T R A T A R C O N LA S M U JE R E S

    Por amor o por inters?

    El hombre que al casarse tiene ms a la vista el dinero que la satisfaccin de sus inclinaciones vive ms en el individuo que en la especie; pero lo individual se opone diametralmente a la verdad, por lo que produce la impresin de ser antinatural y suscita cierto desprecio. Una joven que, contrariando el consejo de sus padres, rechaza la propuesta de matrimonio de un hombre rico que no sea muy mayor, y hace a un lado todo convencionalismo para seguir nicamente su preferencia instintiva, est sacrificando su bienestar personal al de la especie. Pero precisamente por ello no podemos escatimarle cierto respeto; pues ha optado por lo ms importante y actuado conforme a la naturaleza (ms exactamente: conforme a la especie); mientras que sus padres la aconsejaron guiados por el egosmo individual.

    Matrimonio por amor

    Casarse slo por amor sin tener que lamentarlo muy pronto, es ms, el mero hecho de casarse, es como meter la mano en un saco con los ojos vendados, y pretender sacar la nica anguila entre un montn de serpientes.

  • IX. EL M A T R IM O N IO 83

    Los matrimonios por amor se celebran en inters de la especie, no en inters de los individuos. Es cierto que los contrayentes se figuran estar favoreciendo su propia felicidad; pero la verdadera finalidad de sus actos se les escapa, pues no es sino el nacimiento del individuo que slo ellos harn posible. Unidos por esa meta comn, deben de ah en adelante tratar de sobrellevarse lo mejor posible. Sin embargo, ocurre en no pocos casos que la pareja vinculada por esta alucinacin instintiva, meollo del amor apasionado, es completamente heterognea. Esto ltimo sale a relucir cuando, como no poda ser de otro modo, desaparece dicha alucinacin. De ah que generalmente los matrimonios contrados por amor acaben mal; pues en realidad estn al servicio de la generacin venidera, pero a costa de la presente. Como dice el refrn espaol: Quien se casa por amores ha de vivir con dolores*.

    Matrimonio y felicidad

    Como es sabido, los matrimonios felices son ms bien escasos; y la razn es obvia, ya que la naturaleza misma del matrimonio hace que su finali

    * En castellano en el original. (N. del T.)

  • 8 4 EL A R T E D E T R A T A R C O N LA S M U JE R E S

    dad se encuentre no en la generacin presente, sino en la futura. Para consuelo de temperamentos tiernos y amorosos, aadir, sin embargo, que en algunas ocasiones al amor sexual apasionado se le une cierto sentimiento de raigambre muy distinta, a saber, el de una amistad verdadera, basada en la confluencia de caracteres; amistad que, no obstante, casi siempre se presenta slo despus de que se apagado el amor sexual, que como tal busca slo la gratificacin.

    Pecado de juventud

    La mayora de los hombres se dejan seducir por un lindo rostro; pues la naturaleza, al hacer que las mujeres muestren repentinamente todo su esplendor y produzcan un golpe de escena, los induce a tomarlas por esposas; en cambio, les oculta los numerosos males que traen consigo, tales como: un sinfn de gastos, preocupaciones por los hijos, mal carcter, terquedad, envejecimiento y amargura prematuros, engaos, infidelidades, manas, ataques de histeria, amantes, y el infierno con todos sus demonios. De ah que yo denomine al matrimonio una deuda que se contrae en la juventud y se paga en la madurez.

  • IX. EL M A T R IM O N IO 8 5

    Da la impresin de que cada vez que se celebra un matrimonio tuvieran que salir mal parados o bien el individuo o bien el inters de la especie. Y, de hecho, as ocurre la mayora de las veces; pues sera una coincidencia muy afortunada el que lo conveniente y el amor apasionado fueran de la mano.

    Femina sine pecunia imago mortis

    Las mujeres que fueron pobres antes de casarse suelen ser ms exigentes y derrochadoras que aquellas que trajeron consigo al matrimonio una buena dote; pues las jvenes ricas por lo general aportan no slo una dote, sino tambin un cuidado (casi se podra decir: un instinto heredado) para conservarla mayor que el de las pobres. [...] En todo caso, yo le aconsejara a quien se case con una muchacha pobre que no le deje por herencia todo su capital, sino una mera renta; pero, sobre todo, que vele para que el dinero de los hijos no vaya a parar jams a sus manos.

    Si han de casarse, csense por lo menos con una mujer rica, a no ser que ustedes ya lo sean. Las m ujeres ricas saben por lo menos administrar el hogar mejor que otras, que no conocen el valor del dinero por no haberlo posedo nunca.

  • 86 I ! A R T E D E TR A T A R C O N LAS M U JE R E S

    Esposa e hijos

    Entre lo que un hombre posee jams he contado a la mujer y a los hijos, ya que aqul es ms bien posedo por stos.

    Baltasar Gracin llama camello a un hombre en sus cuarenta slo por el hecho de que ste tenga esposa e hijos.

    El matrimonio como institucin de beneficencia: por experiencia propia

    Conozco a las mujeres. Slo les interesa el matrimonio como institucin de beneficencia. En la poca en que mi propio padre languideca, confinado miserablemente a una silla de enfermo, hubiera quedado totalmente abandonado de no ser porque un antiguo sirviente puso en prctica el denominado amor al prjimo. Mi seora madre organizaba tertulias mientras l se consuma en su soledad, y ella se diverta mientras l soportaba amargos tormentos. Hete ah el amor de las mujeres!

    Nunca pagar un billete sin usarlo!

    Cuanto ms sensato y sabio se es, peor le va a uno en su vnculo con la mitad irrazonable de la

  • IX. EL M A T R IM O N IO 8 7

    humanidad; y bien merecidamente, ya que la mayor locura estuvo en haberlo contrado; sobre todo cuando un hombre ha cumplido cuarenta aos sin asumir la carga de una esposa y unos hijos, y decide casarse. Para m, esto es como si alguien hubiera recorrido a pie las tres cuartas partes de un trayecto, y luego estuviera dispuesto a pagar el billete completo con el fin de cubrir en carro la parte restante.

    nico motivo vlido para casarse

    En definitiva, lo nico que habla a favor del matrimonio son los cuidados recibidos en la vejez y en la enfermedad, y una mesa bien servida. Pero incluso estas ventajas me parecen dudosas: Acaso mi madre cuid de mi padre cuando ste se hallaba enfermo?

    Las viudas

    El que las viudas sean incineradas vivas junto con el cadver de su esposo es, ciertamente, repulsivo; pero el que dilapiden junto con sus pretendientes la fortuna que su cnyuge, convencido de que estaba trabajando para sus hijos, reu

  • 88 EL A R T E D E T R A T A R C O N LAS M U JE R E S

    ni mediante el esfuerzo sostenido de toda una vida no lo es menos.

    Fidelidad e infidelidad

    La fidelidad conyugal es artificial en el hombre y natural en la mujer; por lo tanto, el adulterio es mucho menos excusable en sta que en aqul; tanto objetivamente, a causa de sus consecuencias, como subjetivamente, por ser antinatural.

    El adulterio

    El adulterio es ms grave que el peor de los robos.

    El honor del hombre exige que ste castigue severamente el adulterio de su mujer y que se vengue, ya sea separndose de ella, ya sea de cualquier otra forma. Si, por el contrario, lo tolera conscientemente, ser cubierto de oprobio por la cofrada masculina, oprobio que sin embargo no es tan grave como el que se le impone al gnero femenino, ya que en el hombre la relacin sexual es secundaria y slo una entre varios tipos de relacin.

  • IX. EL M A T R IM O N IO S9

    El honor femenino demanda que no se lleve a cabo relacin extraconyugal alguna, ya que slo as el bando enemigo (los hombres) se ver constreido a la capitulacin (el matrimonio); por ello, cualquier relacin extraconyugal es castigada por el corps femenino como una traicin en favor del enemigo, por lo que la culpable es colmada de oprobio y expulsada del corps.

    El honor masculino exige que no tenga lugar adulterio alguno, ya que slo as el enemigo (las mujeres) se ver constreido, cuando menos, a respetar la capitulacin concertada (el matrimonio); por ello, quien tolera a sabiendas el adulterio de su esposa es sancionado como traidor al corps masculino y cubierto de vergenza.

    Honor femenino y honor masculino

  • 88 E L A R T E D E TR A T A R C O N LA S M U JE R E S

    ni mediante el esfuerzo sostenido de toda una vida no lo es menos.

    Fidelidad e infidelidad

    La fidelidad conyugal es artificial en el hombre y natural en la mujer; por lo tanto, el adulterio es mucho menos excusable en sta que en aqul; tanto objetivamente, a causa de sus consecuencias, como subjetivamente, por ser antinatural.

    El adulterio

    El adulterio es ms grave que el peor de los robos.

    El honor del hombre exige que ste castigue severamente el adulterio de su mujer y que se vengue, ya sea separndose de ella, ya sea de cualquier otra forma. Si, por el contrario, lo tolera conscientemente, ser cubierto de oprobio por la cofrada masculina, oprobio que sin embargo no es tan grave como el que se le impone al gnero femenino, ya que en el hombre la rea- cin sexual es secundaria y slo una entre varios tipos de relacin.

  • IX . EL M A T R IM O N IO 8 9

    El honor femenino demanda que no se lleve a cabo relacin extraconyugal alguna, ya que slo as el bando enemigo (los hombres) se ver constreido a la capitulacin (el matrimonio); por ello, cualquier relacin extraconyugal es castigada por el corps femenino como una traicin en favor del enemigo, por lo que la culpable es colmada de oprobio y expulsada del corps.

    El honor masculino exige que no tenga lugar adulterio alguno, ya que slo as el enemigo (las mujeres) se ver constreido, cuando menos, a respetar la capitulacin concertada (el matrimonio); por ello, quien tolera a sabiendas el adulterio de su esposa es sancionado como traidor al corps masculino y cubierto de vergenza.

    Honor femenino y honor masculino

  • Monogamia o poligamia?

    X

    La monogamia es antinatural...

    Con respecto a la relacin entre los sexos, ningn lugar del m undo es tan inmoral como Europa, a consecuencia de la antinatural m onogamia.

    ...y se opone a la razn

    Es totalmente incomprensible que un hombre cuya esposa sufra de una enfermedad crnica, demuestre ser estril o se haya ido convirtiendo en demasiado vieja para l, no pueda tomar una segunda esposa adicional.

    9 0

  • X. M O N O G A M IA O P O L IG A M IA ? 91

    Causa un desequilibrio

    En la monogamia, el hombre recibe demasiado de una sola vez, pero poco a la larga; con la m ujer sucede exactamente lo contrario.

    Relacin natural engaosa

    La naturaleza, al hacer casi igual el nmero de mujeres que el de hombres, y sin embargo dotar a las mujeres de la capacidad para dar a luz y satisfacer al hombre slo durante la mitad de ese perodo, ha trastocado desde sus inicios la relacin sexual entre los seres humanos. A juzgar por la igualdad numrica absoluta, la naturaleza pareciera favorecer la monogamia; sin embargo, con una sola mujer un hombre puede satisfacer su deseo de procrear slo la mitad del tiempo; debera serle permitido, pues, tomar una mujer adicional cuando la primera se marchitase; en cambio, slo se ha previsto una para cada cual. Lo que la mujer pierde en tiempo de vida sexual lo gana en intensidad de la misma: es capaz de satisfacer a dos o tres varones robustos al mismo tiempo sin que ello le afecte. En la monogamia, en cambio, emplea slo la mitad de su capacidad y satisface slo la mitad de sus deseos.

  • 92 EL A R T E D E TR A T A R C O N LA S M U JE R E S

    La poligamia, por supuesto!

    Sobre la poligamia no hay nada que discutir; simplemente hay que tomarla como un fenmeno universal, al que slo cabe regular. De hecho, dnde estn los supuestos mongamos? Todos nosotros vivimos, al menos durante un tiempo, pero casi siempre de modo permanente, en estado polgamo. As pues, si cada hombre necesita varias mujeres, debera drsele la oportunidad, e incluso el derecho, de mantener a varias. Con ello se le estara restituyendo a la mujer su condicin natural y justa como ser subordinado, y la dama, ese engendro de la civilizacin europea y de la estulticia cristiano-germnica, con sus ridiculas pretensiones de respeto y veneracin, habra sido borrada de la faz de la tierra, y slo quedaran mujeres; pero, eso s: no mujeres desgraciadas, de las que Europa se encuentra ahora repleta.

    Es una bendicin para las mujeres...

    Para el gnero femenino en su conjunto la poligamia es una verdadera bendicin.

    ... y para los mormones

    Lo que parece granjear tantos aclitos a los morm ones es el hecho de que hayan elimina

  • X . M O N O G A M IA O P O L IG A M IA ? 9 3

    do la monogamia, que es tan contraria a la naturaleza.

    Sin poligamia...

    All donde esta institucin no existe, los hombres son la mitad de su vida mujeriegos y la otra mitad cornudos; y, correlativamente, las mujeres se dividen en engaadas y engaadoras. Quien se casa joven tiene que soportar ms tarde a una vieja; y quien lo hace tarde adquiere primero enfermedades venreas, y luego cuernos.

    La poligamia y las suegras

    Si \a poligamia llegara a implantarse, tendra, entre muchas otras ventajas, la de que el hombre no se relacionara tan estrechamente con sus suegros, que, con el miedo que inspiran, son hoy los responsables de frustrar innumerables matrimonios. Pero... diez suegras en lugar de una!

  • Los derechos de la mujer

    XI

    Derechos e inteligencia

    Cuando las leyes otorgaron a las mujeres los mismos derechos que a los hombres, habran debido concederles tambin una inteligencia masculina.

    Las mujeres y los curas

    No hay que hacer concesiones a las mujeres y a los curas.

    El derecho sucesorio

    Que la propiedad que los hombres adquieren con dificultad a costa de grandes esfuerzos y pe-

    94

  • X I. L O S D E R E C H O S D E LA M U 'jL R 9 5

    nalidades soportados durante largos aos vaya a parar a la postre a manos de las mujeres, para que stas, debido a su insensatez, se la gasten en poco tiempo o la dilapiden de la manera que sea, es un disparate tan grave como frecuente, al que se le debera poner coto limitando el derecho que tienen las mujeres a heredar.

    Considero que la solucin ms idnea sera disponer que las mujeres, ya fueran viudas o hijas, slo pudiesen recibir como herencia una renta, respaldada de por vida mediante hipoteca; pero no, en cambio, bienes inmuebles o capital, a menos que carecieran de descendencia masculina.

    Derecho a la propiedad

    Son los hombres, y no las mujeres, los que obtienen la riqueza; por lo tanto, ellas no tienen derecho a su posesin incondicional, ni estn capacitadas para administrarla.

    Las mujeres y su tutela

    Las mujeres requieren continuamente un tutor; de ah que jams debera otorgrseles la custodia de los hijos.

  • 9 6 E L A R T E D E T R A T A R C O N LAS M U JE R E S

    En casi todos los pueblos del mundo, tanto antiguos como modernos, e incluso entre los hoten- totes, la propiedad se lega slo a los descendientes masculinos; slo Europa ha querido seguir otro camino; excepto la nobleza.

    ... y en el Indostn

    En el Indostn las mujeres no son jams independientes; siempre estn bajo la tutela de alguien, ya sea el padre, el marido, un hermano o un hijo.

    Incluso entre los hotentotes...*

    * Expresin peyorativa con la que los bers de Sudfrica designaban a las tribus autctonas. (N . del T.)

  • XII

    La profesin ms antigua

    Sus causas

    Las causas de la prostitucin son tanto la necesidad frecuente que tiene el hombre de casarse tarde como la insensatez de las mujeres.

    Vctimas de la monogamia

    Mientras que entre los pueblos poligmicos toda mujer encuentra quien la mantenga, entre los monogmicos el nmero de casada