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FOTO: REUTERS NECESITA A SUS INSURRECTAS por Témoris Grecko LA REVOLUCIÓN LAS MUJERES ÁRABES ESTÁN PROTAGONIZANDO LAS REVOLUCIONES DE SUS PAÍSES. CORREN EL RIESGO DE VERSE TRAICIONADAS. 110 ABR 12 ESQ 111

2012-04 insurrectas

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110 abr 12 ESQ 111 Las mujeres árabes están protagonizando Las revoLuciones de sus países. corren eL riesgo de verse traicionadas. por Témoris Grecko foto: reuters

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NECESITA A SUS INSURRECTAS

por Témoris Grecko

L A R E V O L U C I Ó NLas mujeres árabes están protagonizando Las revoLuciones de sus

países. corren eL riesgo de verse traicionadas.

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or falta de pruebas y con base en su “conciencia”, un juez egipcio absolvió el 11 de marzo de 2012 al único procesa-do por un caso de abusos sexuales realizados por militares contra jóvenes opositoras en plena plaza Tahrir. Su con-clusión fue que no se podía demostrar que los hechos efec-tivamente ocurrieron.

La sentencia se refería a lo sucedido un año antes, el 9 de marzo de 2011, tras una protesta que fue disuelta por el ejército. Los soldados sometieron a las chicas detenidas a brutales “exámenes de virginidad” públicos, que rompie-ron los hímenes de las víctimas.

Esto pasó, a su vez, horas después de que el mitin por el día internacional de la mujer, que llevaron a cabo mujeres protagonistas de la insurrección, fue disuelto con violen-cia por hombres indignados con el atrevimiento femenino y ante la falta de respaldo de los revolucionarios varones, que faltaron a la cita con sus compañeras.

Éstos son sólo algunos entre muchos hechos puntuales, registrados en Egipto y en otros países de la región, que in-dican que la llamada Primavera Árabe no significa necesa-riamente que saldrá el sol y florecerán los campos para las mujeres. Y se enmarcan en un contexto de incertidumbre por los sólidos avances que han conseguido organizacio-nes políticas de corte religioso a raíz de estos procesos de cambio político, lo que hace temer que los derechos de la mujer podrían pasar no por una primavera, sino por un gé-lido invierno. El temor es que se repita lo ocurrido en Irán en 1979, cuando las mujeres trabajaron por una revolución que las traicionó, despojándolas de sus derechos.

Al conocer la resolución del juez, Samira Ibrahim, la úni-ca de las 17 jóvenes violentadas sexualmente que presentó la demanda por el abuso, explicó en un tweet la dimensión nacional del fallo: “Nadie ha violado mi honor, es el honor de Egipto el que ha sido violado. Y pienso seguir hasta el final para conseguir sus derechos”.

Con su actitud demostró, además, que pese a las agresio-nes del régimen, las carencias de los revolucionarios y la amenaza latente del conservadurismo religioso, en el siglo

nubes de gas lacrimógeno. La joven Neda Agha Soltan, cuyo asesinato por un balazo en el pecho fue conocido en un video de YouTube, es un ejemplo triste y elocuente.

Mi experiencia en tierras árabes era la inversa. En diferentes grados, de acuerdo con cada país, las mujeres parecían estar casi tan excluidas de la vida pública como en tiempos de Mahoma, en el siglo vii. El ámbito de acción de la mujer es el espa-cio privado, el hogar, y sus incursiones en el mundo exterior deben ocurrir bajo la protección/vigilancia de un hombre —el padre, un hermano, el marido— que ejerce como tutor de alguien “incapacitado”. El islam, creado por los árabes a la medida de las tradiciones vigentes en aquella época, sirvió para legitimarlas, reforzarlas y, omi-nosamente, congelarlas: las leyes escritas por los hombres pueden ser modificadas por hombres (no por mujeres, parece), se-gún la evolución de la sociedad; las reglas dictadas por dios son inmutables.

Incapaz de abrirme paso a través de complejas estructuras sociales, yo no ha-bía sido capaz de detectar las capas de mujeres que son la punta de lanza de cam-bios profundos que, aunque difíciles de ver, se estaban registrando. Apreciaba la hospitalidad de los árabes, pero me sentía sofocado al vivir en ambientes donde ha-bía exclusivamente hombres o las mujeres eran muy pocas.

Al viajar a Egipto por tercera vez, para cubrir la revolución de enero de 2011, tomé un vuelo de Trípoli, la capital libia, a El Cai-ro: de 43 pasajeros, 42 éramos hombres. Y de la única mujer sólo podía ver los ojos: rostro, cabello, manos y tobillos estaban cubiertos por un holgado nicab negro.

La plaza Tahrir, sin embargo, me sor-prendió: aunque todavía lejos de los niveles iraníes, había una participación femenina importante. En los espacios controlados por los opositores, había numerosos grupos de mujeres que combinaban sus consignas contra el dictador Hosni Mubarak con rei-vindicaciones de los derechos de género.

Al contrario de las iraníes, las egipcias no participaban en los enfrentamientos calle-jeros. Pero eran muy activas en las líneas de retaguardia, asistiendo a los heridos, orga-nizando clínicas improvisadas y ocupán-dose del abasto de alimentos. Yo había visto a los árabes varones defender celosamente su hegemonía en el espacio público, pero en Tahrir parecían estar muy satisfechos por la energética presencia de las egipcias.

Una de ellas fue, de hecho, la convocan-te más destacada a la primera manifesta-ción opositora del 25 de enero: en un video en YouTube, Asma Mahfouz tuvo la va-lentía de aparecer con

el rostro descubierto para pedir a la gente que venciera el miedo y saliera de casa para protestar. En blogs y redes sociales, en te-rregosas calles de barrios populares y en el transporte público, otras compañeras suyas realizaron una importante tarea de difusión de las causas del movimiento y muchas se convirtieron en líderes de opinión, como la periodista Mona Eltahawy.

El fenómeno se repitió en otros levanta-mientos en la región. Sirias y marroquíes, palestinas y tunecinas marcharon por las calles. Una opositora yemení, Tawakkul Karman, alcanzó un liderazgo que le valió ser reconocida en diciembre de 2011 con el Premio Nobel de la Paz.

En Libia, un país al que el megalómano Muamar el Gadafi mantuvo aislado y aje-no a las corrientes del pensamiento mo-derno, tuve otra sorpresa al encontrarme una manifestación por el día internacional

de la mujer, integrada sólo por féminas, el 9 de marzo de 2011, en Bengasi. Y en Arabia Saudí, que es uno de los sitios en el mundo donde la opresión masculina es más atroz, un grupo de mujeres que piden que se les permita conducir coches, y que estaba en el silencio después de haber sido reprimi-do en 2005, recuperó los bríos y produjo videos en donde sus integrantes se ponen al volante en calles saudíes, violando sin vergüenza las leyes de los hombres.

EXÁMENES DE VIRGINIDAD

En un manifiesto del 16 de febrero de 2011, cinco días después de la caída de Mubarak, diez organizaciones feministas egipcias les recordaron a los varones que sus causas también son prioritarias: “(...) hemos sido participantes activas en la revolución po-pular egipcia y seguiremos en este papel, insistiendo en la plena participación de mujeres en los procesos políticos y de toma de decisiones en el periodo por venir. Cree-mos que la eliminación de todas las formas de discriminación —no sólo las basadas en el género sino también las de clase, raza, creencias o afiliación ideológica— es la for-ma de alcanzar ciudadanía para todos”.

Poniendo en riesgo tanto su integridad física como su liber-

tad, numerosas egip-cias participaron en las manifestaciones en la plaza Tahrir de

El Cairo, que llevaron al derrocamiento de

Hosni Mubarak.

xxi hay mujeres árabes a tono con los tiempos, a las que será muy difícil hacer callar: las ayer sumisas son hoy insurrectas. Unos días antes de que el juez dictara sentencia, Samira y cientos de mujeres rea-lizaron la primera marcha exitosa por el día inter-nacional de la mujer en Egipto, esta vez con el apoyo de hombres que formaron un cordón humano para proteger a los contingentes de agresiones.

El 8 de marzo pasado, caminaron desde el sin-dicato de periodistas hasta la sede del Parlamento, a tres cuadras de la plaza Tahrir. Y no formularon demandas vagas: exhibieron que la nueva cámara de representantes, el producto más notorio de la revolución, está integrada por 508 personas, de las que apenas 10 son mujeres: el dos por ciento. El pro-medio mundial es de 19.5 por ciento, según la Unión Interparlamentaria. Las egipcias exigen subir su presencia hasta la mitad, algo que no ocurre ni en los países nórdicos (42 por ciento). Pero estas ára-bes de nuevo cuño no aceptarán menos.

ROMPER LAS LEYES DE LOS HOMBRES

Se tiende a pensar que el único culpable de la situa-ción de las mujeres árabes es el islam. En realidad, todas las religiones —que son artilugios construidos principalmente por hombres y que suelen tener por dios único o principal a un varón— les dan a las mu-jeres posiciones de inferioridad. Y hay sociedades musulmanas en donde ellas han ganado más pre-sencia que en otras de distinto signo religioso, o la han tenido históricamente.

Este último es el caso de Irán. Los registros es-critos y las excavaciones arqueológicas revelan que las mujeres persas tenían posiciones de influencia política y económica, e incluso de mando militar, al menos desde el imperio de Ciro el Grande, en el siglo vi a.C.

Tuve oportunidad de comprobarlo en tiempos de paz y de conflicto: en mayo de 2009, me sorpren-dió ver la amplia presencia de mujeres en el espacio público y su determinación de arreglárselas para evadir en lo posible las estrictas reglas de compor-tamiento que les impone la República Islámica, producto de la revolución de 1979. La conquista de Persia por los árabes y la introducción armada del islam, hace mil 300 años, no fueron capaces de en-terrar esta larga tradición participativa femenina.

Semanas más tarde, en junio de 2009, las campa-ñas políticas y la intensa protesta contra un fraude electoral masivo me mostraron a mujeres curtidas en la acción política y en el combate callejero: vi a madres que llevaban de la mano a sus hijas a ma-nifestarse y a bellas y elegantes jóvenes que en-cabezaban cargas de opositores contra la policía antimotines y las milicias basiyíes, en medio de

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Muy pronto se dieron cuenta de que el apoyo de sus compañeros no sería automá-tico. Tres semanas después, el 8 de marzo, intentaron celebrar un mitin que fue con-vocado de manera apresurada por Face-book, bajo el título “Marcha del Millón de Mujeres”. Sólo acudieron unas 200 perso-nas. Casi todas eran mujeres.

Hombres que pasaban y que se sintie-ron agraviados por la demostración empe-zaron a detenerse para mostrar su enojo. Pronto fueron superiores en número y al grito de “vayan a casa a lavar ropa”, “bús-quense un marido” y “esto va contra la religión”, avanzaron sobre el grupo de opositoras, las separaron y rodearon para confrontarlas, persiguieron a algunas y golpearon a los pocos varones que trataron de defenderlas.

“Un tipo me gritaba que una mujer no podía ser presidenta porque eso sería anti-islámico, y yo le dije citas del Corán para demostrar que no es así”, me contaría un mes más tarde Fatima Latif, una estudian-te universitaria. “Su respuesta fue abalan-zarse sobre mí para aplastarme los senos y manosearme. Yo pensaba que Egipto esta-ba cambiando, que su gente mejoraba, que se volvían ciudadanos. Pero nos quieren mantener excluidas”.

En ese momento, yo es-taba en Bengasi. Al día si-guiente, fue el turno de las libias de salir a la calle. Hi-cieron una manifestación por avenidas principales en un tono festivo. Sólo eran mujeres, casi todas tocadas con jiyab (el velo sobre el cabello) y algunas, cubiertas completamente con chadores. Desde las aceras y los coches, los hombres celebraban el evento con aplausos y boci-nazos. Ahí, el levantamiento apenas ha-bía comenzado y faltaban muchos meses de guerra contra el ejército de Gadafi. La revolución necesitaba a sus insurrectas. “Asegúrense de que no las traicionen des-pués”, pensé.

Esa noche, a mil 85 kilómetros de ahí, en El Cairo, un grupo de jóvenes opositoras descubriría que el régimen, que seguía en

pie a pesar de la caída de Mubarak, les re-servaba un tratamiento especial.

El ejército atacó el campamento de ma-nifestantes que había en la plaza Tahrir y detuvo a 172 de ellos. Había 17 chicas y las transportaron en camionetas a un centro de detención en las afueras de El Cairo, donde les ordenaron formarse en dos fi-las, una de “vírgenes” y otra de “no vírge-nes”. Todas optaron por la primera y los militares decidieron comprobarlo me-diante “exámenes de virginidad”: es un

procedimiento mediante el cual las mujeres son penetradas a la fuerza para documentar la sangre que mana del himen al ser roto, como prueba de que la persona es virgen… o que lo era hasta sufrir la “revisión”. Esta práctica, que es poco confiable, se usa en algunas sociedades conservadoras de África y Medio Oriente para asegurar el valor de la novia antes de la boda. Amnistía Internacional la con-sidera una forma de tortura.

En un encuentro en Tahrir a fines de noviembre de 2011, Samira Ibrahim, una mercadotecnista de 25 años que usa jiyab, me con-tó que ella estaba entre las que fueron sometidas a aquel examen: “Me obligaron a desvestirme enfrente de los oficiales. No fue un médico, sino un oficial quien me lo realizó. Tuvo su mano adentro de mí durante cinco minutos. Me hizo perder la virginidad. Siento que fui violada”.

Muchas víctimas de abuso sexual prefieren ocultar lo sufrido por vergüenza y para evitar ser estigmatizadas, algo que ocurre con frecuencia en la sociedad egipcia. De las 17 agraviadas, sólo Ibrahim se atrevió a denunciar, pública y judicialmente. Un juez decidió que no había pruebas y esgrimió como argumento el de su propia conciencia.

En la de los militares egipcios, no hay falta en haber forzado a las chicas a someterse a este procedimiento. “No queríamos que fue-ran a decir que habíamos abusado sexualmente de ellas o que las habíamos violado, así es que queríamos demostrar de entrada que no eran vírgenes”, declaró a cnn (31 de mayo de 2011) un general que no quiso ser identificado. En su perspectiva, sólo las mujeres que no son vírgenes pueden sufrir una violación. Y las 17 opositoras no lo eran, por el sólo hecho de haber estado en Tahrir.

“Las chicas que fueron detenidas no eran como tu hija o la mía”, explicó el oficial citado. “Éstas eran chicas que habían acampado en carpas con manifestantes hombres en la plaza, y en las carpas hallamos bombas Molotov y drogas”.

DOCE HORAS SURREALES

“No tengo dudas de que el general entrevistado por cnn creía que esa explicación tenía sentido, que iba a ser entendida”, me dice la bloguera y periodista Mona Eltahawy por e-mail. “A fin de cuen-tas, es muy raro que las mujeres egipcias pasen la noche fuera de casa”. La también activista de la revolución describe cómo es que, desde 2006, las fuerzas de seguridad y los golpeadores del régimen aplican la táctica de realizar ataques sexuales deliberados contra mujeres manifestantes y periodistas “con el objeto de avergonzar-las y hacerlas quedarse en casa”. Eso es también lo que pretenden hacer con los “exámenes de virginidad” que, señala Eltahawy, “son comunes, los practican tanto las parteras tradicionales en la noche de bodas, como los doctores a quienes llaman los novios con sos-pechas. Pero nadie habla de eso. Y es diferente cuando es el propio Estado el que fuerza a las mujeres a separar las piernas”.

Egipcia que vive a caballo entre Nueva York y El Cairo, la blo-guera y yo coincidimos en esta última ciudad a fines de noviembre de 2011, durante una serie de cinco días de intensos enfrentamien-tos callejeros en los alrededores de la plaza Tahrir. Allí, Eltahawy iba a conocer en carne propia lo que es ser un objetivo vigilado por la policía por su condición de mujer periodista.

Eltahawy estaba afuera de la Universidad Americana de El Cairo, uno de los principales sitios de pelea entre policías y manifestantes,

haciendo fotos con un colega, cuando los atacaron unos agentes. A ella la golpearon, la agredieron sexualmente y tirando de su cabello la arrastraron durante ocho minutos hasta un centro de detención.

Nos enteramos por un alarmante tweet que envió a la mediano-che del miércoles 23: “Golpeada arrestada en ministerio del Inte-rior”. Le habían roto el teléfono móvil y fue una inmensa suerte para ella que, cuando estaba tras las rejas, un conocido que pasaba accediera a prestarle un celular, para que ingresara en su cuenta de Twitter y lanzara al mundo ese mensaje salvador: de inmediato se montó una campaña para pedir su liberación, que consiguió que, en Washington, el Departamento de Estado (ella también tiene nacionalidad estadounidense) expresara su “preocupación” por lo que le ocurría.

Al día siguiente, después de pasar por un interrogatorio, la deja-ron marchar. Le habían roto el brazo izquierdo y la mano derecha. Entonces escribió varios tweets:

“¡Estoy libre!”.“Cinco o seis me rodearon, manosearon y apretaron mis senos,

tocaron mi área genital y perdí la cuenta de cuántas manos intenta-ron entrar en mis pantalones”.

“Son perros y sus jefes son perros. Que se joda la policía egipcia”.“Sí, asalto sexual. Estoy muy acostumbrada al acoso sexual pero

esos imbéciles me asaltaron”.“Las últimas 12 horas fueron dolorosas y surreales pero sé que me

libré de manera más fácil que otros egipcios”.“Dios sabe lo que hubiera pasado si no tu-

viera doble ciudadanía (aunque ellos trajeron estudiantes de eu detenidos) y que he escrito y aparecido en varios medios”.

Esa experiencia le sirve ahora de ejemplo para pedirnos que imaginemos “lo que les su-cede a los manifestantes que no pueden alegar que son periodistas estadounidenses”.

“Me obligaron a desvestirme enfrente de los oficiales. Un oficial tuvo su mano dentro de mí durante cinco minutos. Me hizo perder la virginidad. Siento que fui vio-lada”, dijo Samira Ibrahim, una egipcia de 25 años que usa jiyab.

Mujeres de todas las edades y estratos sociales, ya

sea con la cara descubierta o tapada, participaron activamente en las protestas contra el

fraude electoral luego de los comicios

presidenciales en Irán, en junio de 2009.

Mujeres de varias generaciones estuvie-

ron presentes en las protestas contra el tirano Muamar el

Gadafi en Libia, que finalmente fue

derrocado. aquí, en la plaza de la

Mahkama de bengasi, centro político de la

revolución.

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PREDOMINIO RELIGIOSO

Mubarak cayó para dejar en su sitio a una junta mi-litar integrada sólo por oficiales que se formaron y fueron promovidos por el dictador, “a muchos muba-raks”, resume Eltahawy.

El proceso de transición avanza poco a poco: el plan de los generales, aseguran ellos mismos, es entregar el poder a un presidente electo en junio próximo, que gobernará con un parlamento igualmente electo, bajo una nueva constitución. El ejército, pretenden, deberá conservar un papel de guardián del sistema, por encima de la supervisión de los civiles, pero éstos últimos supuestamente contarán con libertad para conducir los asuntos del Estado.

No es claro que eso anticipe que, en un régimen parcialmente democrático como el que se perfila, el bienestar de las mujeres quede asegurado. No en Egipto, como tampoco en los demás países protago-nistas de la Primavera Árabe. Las insurrectas que, como las iraníes de 1979, son protagonistas de sus re-voluciones, advierten el peligro de la traición, de que en lugar de mejorar su papel en la sociedad, pierdan derechos y vuelvan a ser recluidas, alejadas del espacio público.

La constante de los alzamientos árabes a principios de 2011 fue su carácter liberal: los jóvenes en las calles pedían libertades y oportunidades, no sharía (ley islámica) y religión. En ese momento, lograron motivar y darle cauce al deseo de cambio de sus pueblos.

Con el tiempo fueron perdiendo protagonismo: el carácter es-pontáneo, antiautoritario y horizontal que les dio fuerza y carisma a estos movimientos también provocó que los revolucionarios per-cibieran tarde la necesidad de clarificar sus objetivos en programas

concretos y de unirse para hacerlos avanzar. Recién llegados a la po-lítica y carentes de or-ganizaciones de masas con cohesión, arraigo, experiencia y recursos financieros y humanos, descubrieron que esta-ban siendo rebasados por Hermanos Musulmanes, una agrupación de ori-gen egipcio con 84 años de existencia, que está asentada en casi todos los países árabes y que en varios de ellos opera las redes de asistencia social más extensas.

Los rivales de los Ijuán (Hermanos, en árabe) eran los partidos laicos de los dictadores, los mismos que fueron des-truidos por las revolucio-nes, lo que dejó el camino

abierto para los islamistas. Éstos son partidarios de darle un lugar prioritario a la sharía, que en sus interpretaciones conservadoras impone el sometimiento total de la mujer a la tutela masculina.

Es ya un hecho que ellos tendrán un enorme protagonismo en el futuro inmediato. Por eso es vital observar su actitud.

En Libia, el caos dejado por la guerra y las divisiones entre las milicias revolucionarias aún no permiten ver con claridad el pano-rama político: la oposición entre seculares y religiosos es una más de las muchas que hay, desde la regionalista hasta las enemistades personales, pasando por los intereses de numerosas naciones ex-tranjeras que apoyan a sus facciones preferidas.

En Yemen y en Siria, la brutalidad de la represión gubernamen-tal también ha favorecido que sea la solidez organizativa de los isla-mistas la que les otorgue mayores capacidades de aglutinamiento y resistencia. En el fragor del combate, sin embargo, hay poco tiempo para debatir y tampoco se sabe qué posiciones tomarán.

Es distinto en Túnez, Egipto, Palestina y Marruecos, donde los procesos electorales les han dado mayorías parlamentarias a los Hermanos Musulmanes y sus partidos afines; éstos han manifes-tado su voluntad de gobernar en coalición con partidos laicos, y además han asegurado que no pretenden construir repúblicas is-lámicas ni encerrar mujeres.

Las tunecinas gozan del mejor marco de derechos y lograron conservarlo en la nueva constitución posrevolucionaria, inclui-do un sistema de cremallera que no sólo establece que la mitad de las candidaturas de cada partido debe ser femenina, sino que los obliga a alternar los géneros en las listas de candidatos para evitar que coloquen a las mujeres en las peores posiciones (en Egipto, en cambio, por ley, el 10 por ciento de las candidaturas deben ser fe-meninas, pero al final sólo un 2 por ciento de los asientos quedaron en manos de mujeres).

En el caso particular de la Autoridad Palestina, los islamistas de Hamás y los laicos de Fatah —los principales partidos— reciente-mente acordaron dejar atrás años de enfrentamiento y colaborar.

Los Ijuán egipcios también viven una situación especial, al enfren-tar la fuerte competencia de los salafistas, una rama del islamismo

En las calles, las mujeres demuestran

su voluntad de no convertirse en

víctimas de su pro-pia revolución. “Los

militares robaron nuestra revolución,

las mujeres de Egip-to la recuperarán”, se escuchó durante

una protesta en diciembre de 2011.

La bloguera y periodista egipcia-

estadounidense Mona Eltahawy luego

de su liberación, gracias a la presión in-ternacional. Eltahawy

fue arrestada, gol-peada, interrogada y agredida sexualmen-

te por fuerzas de seguridad.

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intransigente y más dada a la intolerancia. En la cámara baja del parlamento, los Hermanos controlan el 45 por ciento y los salafistas el 25 por ciento. Uni-dos, con el 70 por ciento de los escaños, podrían imponerle a Egipto un régimen islámico. Los Hermanos, sin embargo, han insistido en que no coope-rarán con los salafistas (que dicen sentirse políticamente marginados).

Una muestra de esta diver-gencia se produjo el 7 de fe-brero de 2012, en una de las primeras sesiones del primer parlamento electo democráti-camente. La asamblea estaba en sesión. Mamdouh Ismail, representante salafista, se levantó de su asiento y comen-zó a cantar en voz elevada “Alahu akbar” (dios es el más grande) para hacer un “azan”, o llamado a la oración.

Lo mandaron callar. No lo hizo un miembro de los par-tidos laicos o cristianos, sino otro islamista, un líder de los Ijuán que funge como presidente de la Cámara Baja. “¡A rezar a la mezquita!”, le espetó Saad al Katatny. “¡Us-ted no es más musulmán que cualquiera de nosotros!”.

El intercambio de gritos duró tres minutos y con-cluyó en lo que pareció indicar que en Egipto sigue existiendo una separación entre mezquita y Estado. Al menos por el momento.

EL DERECHO DE FÁTIMA

Entre las insurrectas egipcias hay preocupación pero no pánico. Algunas creen que los islamistas introducirán cier-tas medidas regresivas. Otras no lo ven así: “El pueblo los ha colocado [al Partido Justicia y Libertad, de los Hermanos Musulmanes] en el escena-rio y los está vigilando. Si no cumplen las promesas que hi-cieron, no les darán su voto de nuevo”, dice Lamia Lofti, de la Nueva Fundación de Mujeres.

Tanto ella como la doctora Magda Adly, del Centro Na-deem para la Rehabilitación de Víctimas de Tortura, seña-lan que es pronto para saber si el nuevo parlamento dará un giro conservador, y lamen-tan que durante el tiempo de

Mubarak (cuya esposa, Su-zanne, consiguió cambios en beneficio de la mujer, como derecho al divorcio y normas de custodia sobre los hijos, e incluso un piso de represen-tación mínima en la cámara baja de 30 escaños) no hayan logrado suficientes avances: “Teníamos ambiciones, metas y sueños que no fueron, y que no serán, alcanzados fácilmen-te”, lamenta Lofti.

Adly cree que en la nueva si-tuación lo importante “es pro-teger las pequeñas ganancias que hemos obtenido, y ver hacia dónde avanzamos. Mañana no será peor, pero requerirá de más trabajo, en la medida en que los

encuentros con los conservadores se darán en la superfi-cie” y no bajo la mesa, como ocurría con Mubarak.

En las calles, las mujeres demuestran su voluntad de no convertirse en víctimas de su propia revolución. El 17 de diciembre de 2011, después de un ataque de los militares contra los opositores frente al parlamento en El Cairo (que se hizo famoso por un video difundido en YouTube donde tres soldados golpean a una mucha-cha), tres mil mujeres marcharon en protesta, coreando “los militares robaron nuestra revolución, las mujeres de Egipto la recuperarán”. Una joven víctima de aquel combate, que recibió 25 puntadas en la cabeza a raíz de la paliza que le dieron, se hizo famosa al echar de su habitación del hospital al mariscal Tantawi, el jefe de la junta militar, que había ido a visitarla.

Para no repetir los errores de la convocatoria para la celebración del día internacio-nal de la mujer en 2011, este año la hicieron con mayor tiempo y se aseguraron de tener apoyo de sus compañeros, que forma-ron cordones de protección. La marcha llegó al parlamento sin incidentes. Y las participantes les recordaron a los represen-tantes islamistas el nombre de la esposa del profeta, corean-do: “El derecho de Mahoma es el derecho de Fátima, eso es ciudadanía”.

Otra Fátima, de apellido La-tif, una joven revolucionaria, estaba radiante por el éxito del acto. “La revolución no sólo está ocurriendo en [la plaza] Tahrir”, me dijo, “sino en cada casa egipcia. Es la revolución de combatir al patriarcado”.

Mujeres marroquíes en una de las mani-festaciones públi-cas realizadas en ese país para exi-

gir igualdad de de-rechos y reformas democráticas. La

imagen fue tomada el 20 de febrero de

2011 en Casablanca.

La egipcia asma Ma-hfouz, ganadora del premio Sájarov por su activismo duran-te la Primavera Ára-be, en la entrega del reconocimiento en

el Parlamenteo Europeo en Estras-

burgo, en diciembre de 2011.