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decir
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Decir, hacer, expresar
1. Nos gustaría vivir en una sociedad democrática, donde cada cual dice lo que piensa,
hace lo que puede y expresa lo que siente. Sabemos que no vivimos en una sociedad
de ese tipo, y, además de intentar decir, hacer y expresar, debemos manifestamos
contra quienes mienten, especulan y manipulan, especialmente en aquellos casos en
que los resultados de tales acciones son el sufrimiento concreto o incluso la muerte de
las personas. Pero la mentira, la especulación y la manipulación no están en un afuera
localizable, nos atraviesan. Por lo que la lucha política va necesariamente acompañada
de un reto ético de transformación.
2. Si nuestra acción negativa se limitara a una manifestación, a la denuncia de la
mentira, la especulación y la manipulación, correríamos el riesgo de convertir un
problema político en un problema exclusivamente moral. La acción política podría
transformarse en una denuncia moral en contra de quienes mienten, especulan y
manipulan (y de los que roban, torturan o matan como consecuencia de tales
comportamientos), como si la prohibición de esos comportamientos condujera por sí
misma al objetivo deseado: la sociedad democrática.
3. La conversión de la acción política en acción moral implicaría pensar que bastaría la
prohibición de los comportamientos considerados amorales para conseguir el objetivo
deseado: la sociedad democrática. Pero la acción política sólo puede afectar los
comportamientos mediante el establecimiento de límites. Por “acción política” se
entiende aquí “acción macropolítica”, aquella dirigida a la transformación de las leyes
y los mecanismos de regulación social.
4. Establecer una diferencia nítida entre comportamiento y acción resulta
problemático. Pero si esa diferencia no se puede hacer de manera nítida, tampoco la
diferencia entre moralidad y política. Que la diferencia entre comportamiento y acción
resulte problemática no quiere decir que resulte imposible en términos absolutos. Y
más bien habría que aceptar que la acción política puede (y debe) tener lugar,
recuperando los términos de Guattari, en el ámbito molecular y molar. En el cruce de
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ética y política aparece la micropolítica: el comportamiento es político en tanto
vinculado a rutinas y deseos que pueden ser condicionados ideológica o políticamente.
Intervenir el comportamiento puede ser un modo de acción política. Por lo que la
acción política puede traducirse en comportamientos resistentes a las rutinas y deseos
determinados. La acción micropolítica puede operar, pues, transformaciones en los
comportamientos de un modo diverso al establecimiento de límites. En la acción
micropolítica la ética opera con una efectividad que no cabe en la acción política. La
acción micropolítica es imprescindible para aproximar la realización de una sociedad
democrática. Sin embargo, por sí misma, es inerme frente al despliegue sistémico del
interés (es decir, del interés absoluto, de aquello que moviliza los intereses de quienes
mienten, especulan y manipulan).
5. La moral es la máscara de una política que falsamente esgrime principios éticos. Las
morales positivas, tradicionalmente vinculadas a creencias religiosas y regímenes
autoritarios, han servido tantas veces de pantalla protectora a la injusticia, que
dudosamente pueden ser consideradas buenas aliadas. La moral es algo diferente de la
ética. ¿Qué significa “ética”? El diccionario nos ofrece dos definiciones insuficientes. La
ética puede ser entendida como la “parte de la filosofía que trata de la moral y de las
obligaciones del hombre” o como el “conjunto de normas morales que rigen la
conducta humana”. La primera definición privatiza la ética y la confía a la filosofía,
heredera de la religión. La segunda definición la asocia a “normas” (sin establecer de
dónde emanan) y por tanto la desvincula de la decisión individual. De las dos
definiciones se desprende la idea de que la ética está por encima o más allá del
individuo, y que lo único que el individuo puede hacer es someterse o no a las normas.
Una persona ética sería aquella que respeta y sigue las normas. Pero tal entendimiento
de la ética constituye en realidad su anulación. La ética se muestra como diferenciada
de la moral sólo si se refiere a aquello que se pone en juego cuando los individuos
toman decisiones que afectan a su experiencia, es decir, que afectan a su relación con
los otros, y muy especialmente cuando afectan directamente a los otros. La moral en
cuanto doctrina puede analizar y ordenar los comportamientos. La ética en cuanto
activa en la decisión o en cuanto hábito de decisión sólo se da en la práctica y en la
acción.
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6. ¿La prohibición política de la mentira, la especulación y la manipulación acabaría con
la injusticia, con la desposesión y con la explotación? Solamente si afectara no ya al
comportamiento de los individuos, sino al sistema mismo, es decir a las leyes y
procedimientos regulativos. De nada sirve que todos los participantes en un juicio
digan la verdad si la ley es injusta. De nada sirve que los gestores, los trabajadores y los
clientes de una empresa abandonen el propósito especulativo si la empresa misma se
sostiene gracias a la especulación. Y de nada sirve que los agentes del poder renuncien
a manipular si solo ellos tienen acceso a los medios de comunicación.
7. Sin negar la potencia de una transformación de los comportamientos, de la
micropolítica, ésta por sí sola no basta para cumplir el objetivo de la acción política,
que es el reparto equitativo de derechos y bienes. Por otra parte, lo que se denuncia
no es la mentira en sí misma, el comportamiento de quien miente, sino la intención y
los efectos de esa mentira. Lo condenable no es la actuación moral de quienes
participan en la mentira, sino sus efectos sobre el sistema político: el fraude de
representación, la pérdida de legitimidad, la desconfianza en el sistema. Lo mismo
cabría decir respecto a la especulación y la manipulación. El problema no es la
especulación en cuanto acto moral condenable, sino el crecimiento desproporcionado
de las desigualdades, la desposesión general que genera la actividad especulativa de
unos cuantos, la concentración de la riqueza. Respecto a la manipulación, lo que se
condena es la colonización de las subjetividades guiada por intereses particulares, que
tiene como resultado la modelización industrial de la subjetividad como medio de
impedir el devenir de la masa en multitud.
8. El compromiso ético puede reforzar la acción política, y garantizar una cierta
coherencia de los medios y los fines, siempre y cuando entendamos el compromiso
ético independiente de códigos morales positivos. De aquí derivaría la aparente
paradoja de una ética anormativa, pues solo en ausencia de normas o protocolos se
moviliza la decisión ética, sólo cuando no hay comportamientos preestablecidos ni
guiones a seguir, se pone a prueba la ética que acompaña una acción. En una sociedad
democrática, respetuosa de la autonomía de los individuos, la ética no puede basarse
en principios trascendentales ni imponerse como catálogo. La ética es un hacer que
manifiesta y condiciona la consideración que cada individuo tiene de los otros
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individuos en cuanto sujetos de derechos y de afectos. En contraposición con una ética
trascendente, fijada y representada en una moral positiva, el concepto de ética que
aquí se propone es más bien el de una ética inmanente, que no fundamenta una moral,
sino que se manifiesta como moral en el tiempo de la vida individual y en el tiempo de
la vida social.
9. Nos gustaría vivir en una sociedad democrática, donde cada cual dice lo que piensa,
hace lo que puede y expresa lo que siente. Y aparentemente esto es posible en
términos morales: vivimos en una sociedad (en las grandes ciudades de casi todo el
mundo) muy tolerante respecto a los comportamientos individuales, siempre que
estos no afecten al reparto de la propiedad. La libertad moral no sólo no es
incompatible con el régimen político neoliberal, sino que constituye su base
micropolítica. Pero no es la libertad moral lo que garantiza la honestidad, la sinceridad
ni la transparencia, sino, paradójicamente, la responsabilidad ética. No se trata de que
el individuo haga lo que quiera, sino de que decida lo que quiere.
10. La manipulación ejercida desde diferentes instancias de poder puede generar la
falsa ilusión de que en las grandes ciudades efectivamente vivimos en una sociedad
donde cada cual dice lo que piensa, hace lo que puede y expresa lo que siente. Esta
ficción se pudo mantener en la época del bienestar, cuando el “sé tú mismo” o el
“exprésate” se convirtieron en emblemas de la nueva sociedad performativa.
Escondían el interés que la economía capitalista tiene en la productividad personal, en
la explotación de las subjetividades. De modo que cualquier decir, hacer y expresarse
en el interior de un sistema dominado por la mentira, la especulación y la
manipulación puede convertir al sujeto de tales actos no en agente autónomo, sino en
instrumento de autoexplotación.
11. La fagocitación por parte de la ideología neoliberal de los principios emancipadores
formulados en las décadas de los sesenta y los setenta por pensadores, artistas y
activistas ha conducido a una situación paradójica. La defensa de la libertad ha
provocado el aislamiento de los individuos. La defensa de la singularidad ha provocado
su alienación. El individualismo neoliberal se consuma en la producción de personas
que, siendo individuos y sujetos derechos, viven en el aislamiento y en la alienación. El
aislamiento impide la acción ética y favorece la modelización subjetiva. La alienación
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es resultado de la explotación de la “singularidad” construida en el proceso de
modelización subjetiva. El reverso del individualismo neoliberal son los cuerpos
explotados, desaparecidos y masacrados.
12. El aislamiento es contrario a la ética. Jean Jacques Rousseau se enfrentó a la
paradoja en su reflexión sobre la condición social del ser humano. La condición
humana se adquiere, según Rousseau, cuando se es capaz de distinguir entre el bien y
el mal. Pero tal distinción sólo ocurre cuando el ser humano vive en sociedad, pues en
aislamiento su única preocupación sería la supervivencia. La distinción entre el bien y
el mal no es teórica, sino práctica. No se trata de conocer qué es lo bueno y qué es lo
malo, sino decidir hacer algo u otra cosa teniendo en cuenta el bien o el mal que se
desprende de tales acciones. Por tanto, la distinción moral es indisociable de la acción.
Y la acción sólo es moral si el individuo decide en libertad, no obligado ni sometido por
ninguna fuerza o doctrina. Pero la acción sólo es ética si se da en la relación con los
otros. El individuo descargado de decidir sobre su relación con los otros es un
individuo sin ética, en términos de Rousseau, un no humano. El individuo es tan
inhumano como el cuerpo desprovisto de derechos.
13. La defensa de la “singularidad” había sido entendida como una respuesta a la
industria de modelización de subjetividades. Sin embargo, aquello que fue concebido
como alternativa a los modelos sociales alienantes emanados de la Segunda Guerra
Mundial se ha convertido en factores de identificación de una nueva subjetividad
neoliberal. Brian Holmes denominó “personalidad flexible” a esa personalidad basada
en la singularidad, que resistía la “personalidad autoritaria”, aún hegemónica en los
años cincuenta del siglo pasado y que los regímenes fascistas en Iberoamértica
mantuvieron hasta la década de los ochenta. Contra la personalidad autoritaria, se
lanzaban consignas del tipo: “sé diferente”, “sé único”, “sé tú mismo”. Estas mismas
consignas son ahora convertidas en eslóganes y núcleos de una nueva subjetividad. La
flexibilidad es uno de los principales atributos de la economía global. Pero también
refiere a una serie de cualidades positivas que antes estaban del lado de la revuelta y
ahora lo están del lado del poder: espontaneidad, creatividad, cooperación, movilidad.
En el interior de los ámbitos acotados por la actividad económica, la personalidad
flexible se puede desarrollar en la ficción de la igualdad, el aprecio de la diversidad y el
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interés por la experimentación para así constituirse en sujeto neoliberal de
experiencia..
14. El “sé tú mismo” se transforma en un “actúa de modo que parezca que eres tú
mismo”. Y para ello se multiplican los libros de autoayuda, los cursos de
comportamiento y comunicación, las agencias de preparación para el empleo y la
promoción, y los asesores personales. Harun Farocki mostró en Die Bewerbung (1997)
el funcionamiento de uno de esos cursos en los que desempleados de distinta índole
aprenden técnicas de self management, es decir, aprenden a gestionar su apariencia,
su comportamiento, su personalidad y su identidad para adecuarla a las necesidades
del mercado y poder venderse más eficazmente como trabajadores. Este es solo un
ejemplo de cómo el trabajo del individuo sobre sí mismo para entrar y mantenerse en
la red de producción capitalista es una imposición y no una acción voluntaria, y que
difícilmente podría ser considerada una consecuencia ideológica del individualismo
libertario de los años sesenta, ni mucho menos, como algunos discursos liberales de
cierto éxito han pretendido denunciar, una consecuencia del énfasis de los artistas en
el individualismo y la performatividad.
15. En una sociedad de la representación, comportamiento y acción son al mismo
tiempo representación del comportamiento y representación de la acción, es decir,
actuación (“performance”). Vivimos en una sociedad “performativa”, donde cada
individuo trata de ser él o ella misma, actuando al margen de un guión preestablecido,
y donde la producción no es tangible: muy pocos dejan huellas de su paso por la vida.
Esta sociedad “performativa” sostiene la “teatralidad” de un sistema poder que se
sigue basando en riquezas tangibles (la propiedad de la tierra, del agua, de los recursos
energéticos, de las vidas de las personas) y que acepta y exige la representación. Pero
la diferencia entre “performatividad” y “teatralidad” es mínima. Se trata tan sólo de
que los que están arriba pueden ver y los que están abajo son continuamente
engañados. La “teatralidad” es una teatralidad pervertida. La “performatividad” es
ilusoria, y en cualquier caso, ya no conserva ninguno de los rasgos emancipadores que
el concepto comportaba treinta años atrás. Quienes no tienen imagen no existen,
quienes no acceden a la representación son cuerpos ajenos al derecho.
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16. Hay un actuar indiferente a la mirada y un actuar absolutamente dependiente de la
mirada. El primero es un actuar performativo, el segundo es un actuar teatral. Lo
performativo es teatral en la exterioridad de quien actúa. Lo teatral es performativo en
el interior del grupo que actúa. En el teatro de la sociedad, no hay aparentemente un
afuera, por lo que ese teatro es performativo. Se sostiene a sí mismo en la práctica del
actuar. No necesita un texto o una ley externa. El paradigma performativo rompe con
el paradigma textual (de la ley trascendente), pero no con el paradigma de la actuación.
Pero ¿no será que la ley se ha interiorizado en los comportamientos, que no necesita
acción, pues ya se da en los comportamientos?
17. El problema de la teatralidad en la sociedad contemporánea se plantea en un
campo formado por cuatro polos de tensión: espontaneidad (sinceridad, honestidad,
transparencia), interés (mentira, especulación, manipulación), política (acción colectiva
por el bien común y contra el interés particular), ética (decisión individual en libertad,
pero condicionada por la presencia de los otros). Sería un error concebir que el punto
de encuentro de estos cuatro polos se da en el establecimiento de una moral positiva
que premiaría la espontaneidad y prohibiría el interés. Plantear la resolución de estas
tensiones en términos morales conllevaría una anulación de la acción política, pero
también de la misma ética, pues descargaría toda decisión individual en una moral
establecida.
18. De acuerdo a la concepción más peyorativa del término “teatral”, la teatralidad
sería un modo de esconder la mentira, la especulación y la manipulación bajo las
máscaras de la honorabilidad. La teatralidad del poder cumple una doble función:
representar la fundación del poder en una ficción trascendente y ocultar bajo tal
representación el interés no confesado. Pero esa teatralidad es muy fácilmente
contestable mediante una teatralidad alternativa (o disidente), que, por una parte,
mostraría como apariencia y no como trascendencia la fundamentación del poder y
que, por otra, denunciaría la hipocresía moral de sus agentes. Ambos modos de
teatralidad se desarrollaron en el ámbito artístico en la época ilustrada, como
respuesta a una máxima teatralización de la vida social. La denuncia del teatro de las
apariencias dio lugar a obras clásicas de la escena, de Beaumarchais a Genet. En tanto
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la concepción del teatro como institución moral atraviesa la historia de la modernidad
de Diderot a Brecht.
19. ¿El resurgir de la teatralidad en la protesta es consecuencia del fortalecimiento de
la represión? Tal vez ha llegado el momento en que “hacer cosas con palabras”,
principio de la performatividad lingüística, sólo trae beneficios a los oligarcas, aquellos
que mediante palabras pueden apropiarse de la riqueza o decidir sobre la vida de otros.
Para quienes se manifiestan en las calles de nada sirve formular individualmente
enunciados realizativos (performativos), la única vía para construir realidad pasa por
una organización colectiva de la enunciación, en la que se hace efectiva la teatralidad.
Esta no es exclusivamente una teatralidad de la representación, es en primer lugar una
teatralidad de los cuerpos, afectados por la rabia, la indignación, el deseo de dignidad
y la ilusión de una sociedad igualitaria. La denuncia de la teatralidad hegemónica se
produce, pues, no como negación de la teatralidad, sino como producción de una
teatralidad artística que invierte o subvierte las pretensiones de representación. Pero
también se produce en forma de una teatralidad social que utiliza la representación de
modo diverso.
20. El actuar (la performatividad) en la sociedad contemporánea es un actuar
intrascendente. Se da en las formas de lo rutinario, lo pragmático y lo patético:
quienes trabajan sin preocuparse por el sentido (porque no pueden o porque no se les
permite), quienes trabajan para mejorar mínimamente su posición (sin que el sentido
de sus acciones les afecte), quienes sufren las consecuencias del actuar rutinario y del
actuar pragmático. La rutina es el rasgo distintivo de la “sociedad del cansancio”, el
pragmatismo lo es de la “sociedad del rendimiento”, el sufrimiento (pathos) es lo que
la “sociedad de la transparencia” paradójicamente oculta. En la poética clásica, lo
rutinario correspondería a lo cómico, lo pragmático a lo dramático y lo patético a lo
trágico. Sin embargo, nada hay de cómico en las rutinas contemporáneas de
trabajadores formales e informales, nada de dramático en el pragmatismo de
emprendedores, empresarios, ejecutivos e intelectuales, y nada hay de trágico en las
víctimas, en los privados de derecho. Se trataría entonces de recuperar la risa, de
recuperar la intensidad de la acción, de recuperar la fuerza de la decisión ética. La
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reapropiación de la historia exige una reapropiación de la negatividad, la reconciliación
del teatro con la comedia, con el drama y con la tragedia.
José A. Sánchez
Madrid, 22 de agosto de 2014
www.arte-‐a.org
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