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218 El transito hacia el estado nacional · Constitución de 1836 y además se crea un “Supremo poder con- ... se manifiestan en el federalismo, pero apuntan más a la preser-

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La división entre el centro y la periferia

El territorio que se independiza de España y que tomará elnombre de México coincide con la división político-administrati-va que en el siglo XVI se llamó Nueva España. En el momento de laindependencia México era una vasta extensión de más de3’700.000 kilómetros cuadrados, la mayor parte desértica ysemidesértica. Los colonizadores, siguiendo la pauta de losasentamientos existentes, se ubicaron en las zonas altas, agru-pándose allí el 70% de la población. Como en el caso de Argenti-na, la densidad de población era muy baja e igual que el país delsur, buen número de regiones vivían en un gran aislamiento. Hacia1820 se contabilizaban cerca de 6’800.000 habitantes.

También como en Argentina, desde el comienzo de la separa-ción de España emerge una fuerte oposición a la capital: “Tanpronto como proclamaron la independencia nacional –puntuali-za el historiador John Tutino– las grandes familias de la ciudadde México vieron impugnado su poder. Quizá la primera y la másperdurable de esas impugnaciones vino de los dirigentes de lasprovincias alejadas que a menudo habían apoyado los movimien-tos independentistas, no sólo por oponerse al régimen españolsino también para oponerse al dominio de la ciudad de México.Después de 1821 los dirigentes de muchas regiones periféricasadquirieron nueva fuerza y obstruyeron cada vez más eficazmen-te a las élites del centro de México en su intento de gobernar porsí solas la nación” (1990: 188).

Hacia mediados del siglo XIX los sectores tradicionales perdie-ron el control del poder y su empeño en recuperarlo sumió al paísen una larga guerra civil. La división centro-periferia tenía mar-cadas diferencias económicas, sociales y culturales. Las élites dela ciudad de México mandaban sobre regiones de poblaciónhispanizada, integrada a la economía comercial, que tan sólo “for-maban una parte pequeña, aunque central, del territorio vindica-do por la nación mexicana después de 1821. El núcleo colonialgiraba en torno a la ciudad de México y abarcaba las valles cen-trales que rodeaban la capital, la cuenca de Puebla hacia el este,las tierras altas de Michoacán hacia el oeste y también el Bajío ylas zonas mineras y ganaderas de Zacatecas y San Luis Potosí”(ibíd.). Por otra parte, en el norte era exiguo el número de españo-les y los nativos se concentraban en centros mineros aislados.Igualmente, en el sureste, de grandes núcleos campesinos, eran

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escasos los españoles y en las costas del golfo y del Pacífico, “po-blaciones esparcidas de campesinos tropezaron sólo con un pe-queño numero de españoles y esclavos africanos durante la ma-yor parte de la época colonial. Todas estas regiones, muy diferentesentre sí, se mantuvieron alejadas del corazón del México colo-nial” (ibíd.: 189).

Las consecuencias de la fragmentación, expresada en la con-tradicción entre el centro y las regiones, las resume MarceloCarmagnani: “Hasta 1880 es reconocible una tendencia orienta-da a frenar y evitar que el Estado central –la Federación– adqui-riese una verdadera autonomía financiera y un efectivo controlsobre el territorio nacional [...] las clases propietarias quisieronde esta forma preservar la propia autonomía, considerando comopropio el territorio regional y sus recursos fiscales y por lo tanto,no cedibles a la comunidad nacional. Vino así a configurarse unatensión entre una tendencia policéntrica –de base regional– y unatendencia centralizadora –representada por el Distrito Federal–[...] Esta tensión [...] culminó en 1860-70 en un compromiso: elEstado central vino a coincidir territorialmente con las aduanasy el Distrito Federal y financieramente con los derechos de adua-na y las entradas del Distrito Federal”. En ese período el Estadocentral cumplió la función “de centro organizador y mediador delos intereses regional-estamentales” (1984: 302). La tensión a quehace referencia Carmagnani se desenvuelve, hasta finales de laReforma, en medio de conflictos armados, invasiones extranje-ras e insurrecciones campesinas, que dieron pábulo a los gobier-nos autoritarios. Valga aclarar que ideológicamente la división seexpresa como predominio del carácter liberal y federalista en losgrupos dirigentes de las regiones periféricas y de las ideas con-servadoras y centralistas en los del centro. Predominio, por cuantoen los dos bandos hubo mezcla.

Sostiene Tutino que el poder político y económico del centro sefracturó y esto dio lugar al resurgimiento de las regiones interio-res. El resurgimiento remite a los antecedentes coloniales, en losque se puede descubrir que la región tiene un origen histórico yque, como dice Hammett (1984), refiriéndose a las regiones enMéxico, su significación no fue meramente territorial sino tam-bién cultural y psicológica.

El Estado, observa Juan Felipe Leal, existe entonces tan sólodesde el punto de vista formal, “pues carece de un efectivo con-

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Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos, sancionada por el Congreso Ge-neral Constituyente, el 4 de octubre de 1824, fragmento.

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trol sobre la población y el territorio, y se halla contenido por unamultiplicidad de poderes locales cuya autonomía es el signo de ladebilidad del poder central. Por ello, más que un poder político,existen los poderes locales, los poderes de los propietarios: terra-tenientes, Iglesia, cuerpos y estamentos de poseedores” (1972: 7).1

Leal describe además los indicadores que prueban este aserto:“En México existía –dice en el libro citado– un Estado nacional sólodesde el punto de vista jurídico-político, ya que tanto en su organi-zación económica como social el país se hallaba fragmentado. Laextensión considerable de su territorio; su escasa y malamentedistribuida población; la carencia de vías de comunicación y demedios de transporte, el deterioro que sufrieron sus fuerzas pro-ductivas hasta la guerra de Independencia; la disolución de la do-minación central y sus marcados contactos sociales y culturales,todo ello fomentaba la cristalización de poderes que hacían delEstado nacional una unidad de dominación ficticia” (ibíd.: 56-57).En definitiva, la documentación pertinente al tema de la fragmen-tación en la primera mitad del siglo XIX, destaca el hecho de que lascondiciones estructurales del país no daban para que funcionaseun Estado nacional, en el sentido sociológico del término.

1 Arnaldo Córdova coincide con Leal en su caracterización del Estado. Para este autor se tratade “un Estado nacional que lo es sólo de nombre”, al cual le falta “un poder político suficien-temente fuerte como para imponerse en todos los niveles de la vida social” (1974: 10).

Siluetas de los caudillos de la independencia. Constitución Federal de los Estados UnidosMexicanos, 1824.

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La república monárquica y la república liberal

La separación de España tiene lugar en 1821. El “Plan de Iguala”de Agustín de Iturbide sirve de núcleo conceptual al Acta de Inde-

pendencia del Im-perio Mexicano del28 de septiembrede 1821 y de sus-tento programáticoa su proclamacióncomo emperador(1822). Se consa-graba así el domi-nio del estamentomilitar mexicano,que con los monár-quicos españoleshabía derrotado alos insurgentes dellustro revoluciona-rio de 1810-1815.Ahora se separa-ban de España porhaberse instalado

allí un gobierno de tendencia liberal. Iturbide es derrocado en1823. Los criollos que, junto con el efímero emperador, habíansido miembros del ejército realista, mantendrán su hegemoníahasta mediados del siglo XIX. Ésta llegará a su fin con el ascensoal poder de la élite política liberal, treinta años después, peroentretanto, gobernarán de manera autoritaria y dictatorial, enuna sucesión de múltiples golpes de fuerza, en particular los quelleva a cabo López de Santa Anna.

El carácter teocrático y autoritario del Plan de Iguala2 se afir-ma en las Bases constitucionales de 1822. En ellas se define unmodelo de monarquía constitucional y se consagra el monopolioreligioso de la Iglesia católica.

Dos años después, en la Constitución de 1824, se mantieneese monopolio religioso y se aprueba el primer sistema federal,

2 El Plan se inicia con estos tres puntos: “1º. La religión católica, apostólica, romana, sintolerancia de otra alguna. 2º. La absoluta independencia de este reino. 3º. Gobierno monár-quico templado por una Constitución análoga al país” (en López, 1972: 75-78).

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“representativo popular”. La esencia teocrática se ratifica en laConstitución de 1836 y además se crea un “Supremo poder con-servador” de cinco miembros, al que se le asignan funciones eje-cutivas, legislativas y judiciales y se dice que ese organismo “noes responsable de sus operaciones más que a Dios y a la opiniónpública” (ibíd.: 90-91). Las “Bases de Organización de la Repúbli-ca Mexicana” de 1843, conservan el mismo carácter conservadory autoritario. En 1846 se restituye la Constitución de 1824. Porúltimo, ya en el final del período, Santa Anna, presidente en 1853,emite dos decretos en los que declara vitalicio su cargo y se arrogael derecho de nombrar sucesor.

La estructura de dominación de los años de la llamada “anar-quía”, en la que se suceden las mencionadas constituciones, des-cansa en la fuerza armada de los caudillos militares, aliados delclero católico. Conforman un Estado patrimonial, sustentado enlos allegados de los jefes, que cuenta además con una burocraciareducida, heredada del imperio colonial. Las tendencias liberalesse manifiestan en el federalismo, pero apuntan más a la preser-vación de las autonomías regionales en cabeza de los caciques

que a la implantación de laforma federal moderna. Elcacique es el lazo entre la so-ciedad tradicional y la élitede gobierno.

Por la misma época enque es derrocado Rosas enla Argentina se pone fin enMéxico a la dictadura deSanta Anna. No fue, comoaquélla, la de éste de unacontinua permanencia en elpoder, sino un ir y venir desu nativa Veracruz, en don-de su ejército personal teníalos cuarteles de invierno, ala ciudad de México a asu-mir el mando. Diez veces loasumió, entre 1830 y 1854.Santa Anna, al igual queRosas, no se alistó en el ban-

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do de la revolución de independencia. Pero a diferencia del ar-gentino que permaneció en su estancia, se alineó contra Hidalgoy Morelos y apoyó a Iturbide. Tuvo rasgos de dictador tropical: lehizo entierro solemne a una pierna que perdió en combate y ensu último período se hizo llamar “Alteza serenísima”.

En 1854 termina la hegemonía santanista, caracterizada porla represión, las violaciones a la libertad, los destierros y la co-rrupción. Se inicia entonces el dominio de los liberales, cuyasprimeras leyes (Ley Juárez, que limita los fueros eclesiástico ymilitar y la Ley Lerdo, de desamortización) y la Constitución de1857 desencadenan la Guerra de los tres años (1858-1860). Lue-go, la negativa del gobierno de Juárez a pagar la deuda con Fran-cia conduce a que el ejército francés invada el país y con el apoyode los monárquicos mexicanos instale el imperio de Maximiliano.De 1862 a 1867 continúa la guerra, ahora contra el invasor. Triun-fa Juárez y restaura la república. Gobierna en relativa paz hasta1871, cuando se suceden varios pronunciamientos, entre ellos elde Porfirio Díaz, contra su reelección. Los años que siguen, bajoel gobierno de Lerdo de Tejada, son conflictivos y desembocan en

el levantamiento de Díaz(1876), quien se toma el po-der y da comienzo así a su lar-ga dictadura.

El actor principal fue, sinduda alguna, el ejército. Cons-tituía un poder autónomo quese imponía fácilmente a lasautoridades civiles, “consu-mía –dice el historiador DavidBrading– regularmente el 80%del presupuesto federal suje-to únicamente al presidenteen su capacidad de coman-dante en jefe y al ministro deguerra [en esta época amboshombres eran por lo generalmilitares]”. Su estructura demando constaba de “17 [pos-teriormente 21] comandantesgenerales, cada uno a cargo de

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un territorio limítrofe con un Estado de la Federación. Con fre-cuencia estos generales tenían a su disposición un presupuestosuperior al que recolectaba el gobernador del Estado. Como agen-tes pagados por el gobierno nacional, su mera presencia serviapara disuadir movimientos separatistas. Desde los años del cen-tralismo ellos mismos actuaban frecuentemente como goberna-dores” (1995: 98). Al respecto vale el testimonio de Benito Juárez,quien fue gobernador de Oaxaca: “En efecto, un comandante ge-neral con el mando exclusivo de la fuerza e independiente de laautoridad local, era una entidad que modificaba completamentela soberanía del Estado, porque a sus gobernadores no les eraposible tener una fuerza suficiente para hacer cumplir sus reso-luciones” (Juárez, 1955: 53).

Brading sostiene que el largo predominio del ejército influyóen la manera de conformarse el sistema político. Comenta al res-pecto que “tanto como Argentina, México sufrió la hostilidad en-tre las ciudades y el desierto tan elocuentemente descrita porSarmiento en su Facundo. La periferia montañosa protegida porcaciques virtuales, algunos, como Álvarez, antiguos insurgentes,otros, como Lozada, jefes indios. Al mismo tiempo las capitalesprovinciales albergaban políticas ambiciosas, respaldadas poringresos estatales considerables y por una milicia cívica, muycapaces de desafiar la hegemonía de la ciudad de México. De he-cho, ninguno de estos líderes ejercía más que el poder local. Através de este periodo el ejército logró restringir a las montañas ya la periferia el área que dominaban caciques más bárbaros. Tam-bién impidió la creación de feudos políticamente autónomos enlas ciudades de la región central. El comando del ejercito, inde-pendiente del poder civil, se mantuvo como el marco del Estado,como el depositario final de la soberanía. La mayoría de los presi-dentes gobernaban como si fueran virreyes o regentes de un tro-no vacío” (op. cit.: 98).

José E. Iturriaga escribió en 1958, que de los 137 añosde exis-tencia del México independiente, los militares ejercieron el poderdurante 93 años, en tanto que los civiles solamente lo ejercieron44 años. En cuanto al número de gobernantes, hubo 36 militaresde un total de 55 (en González, 1967: 42). Debe destacarse a pro-pósito de estas cifras que en la primera mitad del siglo XIX hubo talcantidad de presidentes, que entre 1820 y 1854 se contabilizanuno por año, lo que no podía suceder sino por golpes de fuerza.

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Es decir, que desde los comienzos de la república hasta la fun-dación del Estado nacional por Porfirio Díaz, México siguió unavía militar, que se prolonga en el siglo XX con la Revolución mexi-cana, cuya impronta armada persiste hasta la década de los trein-ta. Esa vía militar puede asimilarse a lo que se llamó “la etapa delmilitarismo”, que sólo se controla y supera a partir del gobiernode Lázaro Cárdenas (1934-1940). Un largo proceso de predomi-nio de la fuerza armada sobre la esfera política culmina entoncescon el alineamiento del ejército a la Constitución, tal como espropio de las democracias modernas.

En un escenario como el descrito, difícilmente pueden funcio-nar a plenitud las instituciones liberales. Se impone la devocióna la persona del líder. Casi diez años de guerra acentúan, pornecesidad, la concentración de los poderes en Benito Juárez, eljefe de la misma, quien en el período que le siguió de relativa paz,hasta 1872, año de su muerte, mantiene el carácter autoritariode su modo de gobernar. En 1876 Porfirio Díaz, salido de la can-tera del partido liberal de Juárez, se toma el poder por la fuerza yda comienzo así a su prolongado régimen dictatorial.

Con todo, es preciso destacar el hecho de que si bien en laprimera mitad del siglo XIX los monarquistas y el ejército contro-lan el poder político, la ideología liberal es la predominante.3 Bastedecir que los principios liberales que se difundieron en las dosdécadas anteriores a la Reforma ya anuncian lo que ella realiza-rá. Mora, Ocampo, Zavala, Otero y otros intelectuales, defendie-ron por medio de escritos y debates públicos su ideal de repúbli-ca liberal, en la que primarían los sagrados derechos de propiedady las libertades individuales. Como hijos de la Ilustración, pensa-ban en la necesidad de crear un mundo nuevo gobernado por larazón. La historia de México provenía sí de la conquista españo-la, pero ésta no constituía una herencia cultural sobre la cualedificar el futuro, porque España era el “baluarte del despotismoy del fanatismo religioso” (Brading, op. cit.: 107). La educaciónera la clave para formar los nuevos ciudadanos: la primera ense-ñanza, decía Zavala, era el “único camino sólido para establecerun gobierno libre y estable” (ibíd.: 105). Melchor Ocampo com-

3 “Durante los años 1824-1855 –dice Brading– el credo dominante de la nación política era elliberalismo. Si todo el país seguía siendo conservador y católico, los reaccionarios de la déca-da de 1849 –el único “partido” conservador– formaban apenas algo más que una camarillaclerical” (op. cit.: 101).

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plementaba el cuadro pedagógico: “Déjese sobre todo, plenísimalibertad para que cada cual haga cuanto no perjudique a un ter-cero, y el fomento vendrá por sí solo” (ibíd.: 102).

Las barreras que existían para la ampliación de la propiedadindividual, como las que presentaban las comunidades indíge-nas y la Iglesia, era factible superarlas, sostenía José María LuisMora, si se tenía en cuenta que: “el derecho de adquirir de unacomunidad es puramente civil, posterior a la sociedad, creadopor ella misma, y por consiguiente sujeto a las limitaciones quepor ésta quieran ponérsele” (ibíd.: 104). Detrás de este principioestaba el esquema ideal de la sociedad de clase media, que MarianoOtero considera como el futuro obvio en México, pues pensabaque “la clase media que constituía el verdadero carácter de lapoblación [...] debía naturalmente venir a ser el principal elemen-to de la sociedad” (ibíd.: 103). Nicole Girón resume lapidariamentela adhesión tan profunda de estos intelectuales al ideario liberal,afirmando que “es tan genuina y absoluta la adhesión de los libe-rales a la cultura europea que no conciben la existencia de otras‘culturas’ en México” (1989: 55). Pese a estas convicciones, losliberales no llevaron a cabo, cuando pudieron hacerlo, la rupturadel monopolio sobre la propiedad de la tierra, el gran obstáculopara el desarrollo capitalista, base de la sociedad moderna a lacual aspiraban.

Una economía en crecimiento

En los comienzos de la república dos hechos afectaron se-riamente la economía mexicana: la crisis de exportación de laplata y los efectos de la insurgencia armada de 1810-1815. Porun lado, la acuñación de la plata sufre un descenso vertigino-so, al pasar de 26 a 27 millones de pesos que se acuñabanentre 1804 y 1809, a menos de 6 millones en 1821 y, por elotro, la acción insurgente, dirigida por Hidalgo y Morelos, des-truyó un gran número de haciendas y movilizó en forma masi-va a la población rural. En conjunto, la producción nacional,según Alonso Aguilar Monteverde (1974 [1968]), “descendió dealrededor de 227.5 millones de pesos a unos 75 millones”. Suespecialización en los metales preciosos y productos exóticos,como la vainilla y las maderas finas perduró hasta mediadosdel siglo. Luego surgieron nuevos productos: metales indus-triales, henequén, caucho, ganado, jitomate y más tarde pe-

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tróleo (Rosenzweig, 1989: 12-13), cuya expansión tuvo lugaren las regiones periféricas.4

Después de 1821 y hasta mediados del siglo, el país se carac-terizó por el estancamiento económico y la inestabilidad política.En este período se produjo el ascenso de políticos y generales“que podían aportar importantes relaciones políticas pero por locomún poca riqueza” y que se convirtieron en los principales as-pirantes a incorporarse a las familias elitistas. Dice Tutino que“fue una élite debilitada en lo financiero y cada vez más divididala que se preciaba de gobernar a México desde la ciudad de Méxi-co después de la Independencia” (ibíd.: 195). A los enfrentamientosentre las fracciones de la élite hay que agregar las frecuentesinsurrecciones de la población campesina, lo que disminuía lacapacidad de control del poder político por parte de aquélla.

Si bien es cierto que la primera mitad del siglo XIX se caracteri-za por el estancamiento económico ya reseñado, no lo es menosque en esos años aparecen algunos síntomas del desarrollo quese verá posteriormente. En efecto, entre 1832 y 1834 se instalanlas primeras máquinas modernas para hilar y tejer. Entre 1830 y1845 se inicia la industria algodonera moderna y surgen fábricasde hilados y tejidos. En 1846 había ya 55 plantas textiles en Pue-bla, Veracruz y el estado de México con un capital fijo de 16.5millones de pesos y un capital “móvil” de más de 8 millones. Da-ban ocupación a unas 1.000 personas. La industria algodonera,por su parte, daba ocupación a 50.000 (Aguilar, op. cit.: 78).

El problema de la tierra tiene que ver primordialmente con laIglesia católica, pues ésta fue el más poderoso terrateniente enMéxico:5 “Los cálculos más objetivos –dice López Cámara– per-miten concluir que el clero mexicano poseía con toda certeza latercera parte de la tierra cultivable del país. Sin embargo, su in-fluencia en la agricultura era mucho mayor, ya que no sólo con-trolaba el trabajo de los campesinos [aparceros] [...] sino tambiénel de aquellos que se designaban como pequeños propietarios

4 El historiador John Tutino precisa al respecto que en esa regiones “se abrieron nuevospuestos, se pusieron nuevas tierras en producción comercial y se ensayaron nuevos mercadosde exportación, por muy balbuceantes que fueran los ensayos. El crecimiento de la poblacióntambién se concentró en las periferias durante las primeras tres cuartas partes del siglo XIX”(op. cit.: 192).5 “Antes de la Reforma la Iglesia tenía más ingresos anuales que el gobierno nacional”, anotaPowell (1974: 28).

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rurales, casi todos deudores del clero gracias a los préstamosque éste les hacía con hipoteca sobre las tierras y sometidos aintereses muy elevados”.

”De hecho, si la producción agrícola en las haciendas era enextremo atrasada, la situación en los ranchos o pequeñas gran-jas apenas se colocaba por encima de las etapas más primitivasde la agricultura. Desprovistos de capitales, de conocimientostécnicos, de mercados regulares y accesibles, ahogados por lasdeudas de la Iglesia, estos modestos rancheros y granjeros sólocultivaban la tierra para satisfacer sus propias necesidades [...] yla del clero, implacable y voraz perceptor de ofrendas religiosas”(1967: 29).

Aguilar Monteverde, basado en las estimaciones que realizaen 1832 uno de los más importantes dirigentes de la primeramitad del siglo XIX, José María Luis Mora, señala que “los capita-les productivos de los que la Iglesia obtiene sus ingresos repre-sentan alrededor de 150 millones de pesos, y además es propie-taria de bienes improductivos con valor de otros 30 millones. Susrentas anuales se calculan en cerca de 7.5 millones, siendo losdiezmos la principal fuente de ingresos [...] la Iglesia, al amparode diferentes títulos, llega a tener en su poder el 90% de las fin-cas urbanas y una proporción no inferior de las rurales” (op. cit.:71). Los análisis de Mora se encuadraban en una perspectiva decambio económico y político para su país; debía partirse de laabolición de la base económica del clero y de la supresión de losprivilegios de la “milicia” con miras a fundamentar la “marchahacia el progreso” (Wences, 1984: 53).

La desamortización en México, al igual que en Colombia, refor-zó la propiedad latifundista: “Más que trasladarse la tierra del cle-ro y los criollos ricos al pueblo –dice al respecto Alonso AguilarMonteverde–, o siquiera a decenas de miles de propietarios peque-ños y medianos, pasó de unos sectores de la burguesía a otros y deciertas familias terratenientes, vinculadas al régimen político an-terior a la Reforma, a nuevos latifundistas, comerciantes, funcio-narios y profesionistas ligados a la causa liberal” (op. cit.: 134).

No tuvo lugar una modernización burguesa, idea que animabaa los reformistas, que “vinieron a conformarse históricamentecon cancelar la propiedad eclesiástica y disolver la comunidadcampesina, sin abrir paso a la empresa capitalista en el campo,ni ensanchar las bases del mercado interno” (Rosenzweig, op.

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cit.: 13). En estas condiciones, la industrialización “no pasó deser un proceso marginal” (ibíd.).

Paralela a la desamortización fue la lucha contra las comuni-dades indígenas. Los liberales creían en la necesidad de estimu-lar la propiedad individual y adelantaron la destrucción de la pro-piedad comunal de los indios. El resultado fue la concentraciónde la tierra en manos de unos pocos y la proletarización de losindígenas, que perdieron sus tierras y pasaron a ser asalariados(Aguilar, op. cit.: 138). Con todo, se dio un paso favorable para laconstitución del mercado interno: en 1858 se eliminaron lasalcabalas y las aduanas interiores. Pero, por esos años “la agri-cultura seguía padeciendo con motivo de la excesiva concentra-ción de la tierra y la falta de caminos, de organización, de técni-cas adecuadas y de crédito [...] Las manufacturas ocupabanaproximadamente 215.000 personas y la industria algodoneraabsorbía por sí sola unos 11.000 obreros”. El comercio era unaactividad en aumento: el monto anual de las transacciones co-merciales se estimaba en 400 millones de pesos, aunque es denotar que “por entonces seguía en buena parte en manos de es-pañoles” (ibíd.: 158).

Se cultiva maíz, el principal producto agrícola, trigo, maguey,fríjol, cebada, chile y frutas (Powell, op. cit.: 33-34). Según Powell,“las técnicas de cultivo que se usaban eran primitivas, y comovastas porciones del país sufrían de aridez y pobreza del suelo,las cosechas comerciales como el algodón, henequén, caña deazúcar y tabaco podían obtenerse únicamente en ciertas zonas”(ibíd.: 34). Las exportaciones consisten en oro y plata (empresa-rios en su mayoría europeos y estadounidenses), pieles y cueros,henequén e ixtle, cuerdas, maderas y café, con un valor anualentre 28 y 32 millones de pesos. Las importaciones oscilan entre26 y 29 millones. El oro y la plata representan el 80% del valor delas exportaciones (ibíd.: 35).

La principal industria es la de telas de algodón. Con cerca de50 fábricas que emplean a unos cinco mil obreros, deja un am-plio margen a la importación. En mucho menor escala se produ-cen telas de lana, azúcar refinada, bebidas alcohólicas, jabón,vidrio, papel y cuerda (ibíd.).

López Cámara, quien estudió con detenimiento el período dela Reforma, describe el atraso existente en México hacia 1860:“Carencia absoluta de una red de comunicaciones [...] la mayor

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parte de la población del país se hallaba diseminada en un grannúmero de pequeños poblados o ranchos cuya economía internaconservaba desde siempre las características de una economíaautosuficiente. La producción y el consumo se llevaban a cabodentro de una esfera local, o regional [...] grandes barreras natu-rales [...] confinaban a un aislamiento casi completo las zonasdemográficas, agrícolas o industriales del territorio nacional” (op.cit.: 21).

En la Constitución de 1857 se dispusieron medidas orienta-das a la creación del mercado interno, semejantes a las aproba-das en Argentina por los mismos años. Estas apuntan a la aboli-ción de las alcabalas y de las aduanas interiores y se reserva a laFederación la facultad de “acuñar moneda, contratar emprésti-tos sobre el crédito nacional, decidir los derechos sobre el comer-cio exterior y establecer las bases de la legislación mercantil”(Arnaud, op. cit.: 118). La Constitución tuvo una fuerte oposiciónpor parte de los conservadores monárquicos y la administraciónno pudo funcionar en los tres años de guerra civil (1858-1861),cuando existieron dos gobiernos.

Juárez logró financiar las guerras, la civil y la de Maximiliano,gracias a que controlaba las rentas sobre el comercio exterior.Entre 1867 y 1880 cerca del 60% de las rentas públicas respec-to al total de los ingresos fiscales provenía del comercio exte-rior (ibíd.: 120). El Estado, como en Argentina, seguía depen-diendo del ejército, pero ahora pretendía crear un orden únicodentro del territorio. Entre 1868 y 1880 el gobierno mexicanodedicó el 43% de sus rentas a prevenir conflictos internos. Seduplicó el presupuesto militar en esos años (ibíd.: 125). La eli-minación de los poderes regionales fue más lenta que en Ar-gentina “por la relación entre rentas públicas obtenidas delcomercio exterior y rentas de los poderes regionales” (ibíd.: 132).Finalmente, “se concentró la recaudación fiscal en las manosde una sola autoridad, la única con derecho de intervención enel intercambio” (ibíd.).

La cuestión indígena y la nacionalidad

En la época de los Borbones surgen las primeras manifesta-ciones de la nacionalidad en la capa criolla, que rechaza la discri-minación establecida por la Corona en el acceso a los altos car-gos coloniales. Actitud semejante a la de las élites criollas de

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Argentina y Colombia, pero que presenta una diferencia notableen su desenvolvimiento en el siglo XIX, ya que en estos dos últi-mos países fueron los mismos criollos quienes asumieron en 1810el mando de la revolución, mientras que en México un buen nú-mero de criollos que formaban parte del ejército español, se man-tuvieron en él y participaron en la represión a Hidalgo y Morelos.6

La mayoría de ellos apoyaron la contrarrevolución en el período1810-1820. La revolución de independencia fue, característica-mente, una revolución popular, de indios, mestizos y castas, co-mandada por dos sacerdotes.7 El estamento criollo –con excep-ción de unos cuantos de sus miembros que se unieron a los doscuras dirigentes– se alinea en el sector conservador y participaen la restauración monárquica de Iturbide (1822-1823) luego dela definitiva separación de España.

A propósito del levantamiento de Hidalgo, anota Tutino queentre septiembre y octubre de 1810 el cura llegó a tener cerca de80 mil rebeldes consigo y que gran parte de ellos “eran arrenda-tarios y empleados de haciendas rurales del Bajío [...] [segúnAlamán, testigo presencial] muchos oficiales rebeldes eran admi-nistradores y capataces de haciendas, mientras la caballería es-taba formada en su mayor parte por vaqueros de haciendas y lamayoría de los soldados de infantería eran jornaleros de hacien-das” (op. cit.: 47). Se presentó una notoria diferencia entre el lí-der y los seguidores en cuanto a los fines del movimiento. Mien-tras Hidalgo atacaba al régimen español, quienes lo seguían“dirigían la violencia una y otra vez contra las haciendas con tie-rras en el Bajío y zonas aledañas”. Así, para Tutino es claro que“la revuelta de Hidalgo fue una insurrección agraria, a despechode los objetivos más políticos de su jefe” (ibíd.).

El peso del clero en la independencia al lado de la revolu-ción fue muy grande, tanto que se situó a la cabeza de la mis-ma. Aunque, su influencia viene de atrás. Antecedente de Hi-dalgo y Morelos fue fray Servando Teresa de Mier, nacido en

6 Es significativo el hecho de que en el momento de la Independencia “cincuenta y un nobleseran mexicanos y tan sólo veinte eran europeos” (Ladd, 1976: 3).7 En la opinión de Fernando Díaz Díaz, a la Independencia de México le faltó un líder quehubiese realizado la unidad y superado el desorden político. No fue Iturbide, ni lo fueronGuerrero, Guadalupe Victoria o Juan Álvarez, líderes de “acentuado carácter regional”. Lafragmentación del poder era efectiva. Los “Libertadores” tenían “influjo, armas y recursos”.Díaz sostiene que la fragmentación fue la base del ascenso de Santa Anna (1971: 48).

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1763.8 Partidario definido de la separación de España, frayServando fue perseguido por sus ideas y enviado preso a la me-trópoli. El liga su ideología política con la religión católica, al plan-tear el mito de una nación mexicana heredera de los aztecas quese resuelve en la lucha bajo el estandarte de Nuestra Señora deGuadalupe. Según Brading, fray Servando pasó de “patriota radi-cal” a “ideólogo nacionalista”. Otros curas precursores fueron frayMelchor de Telamantes, quien plantea la independencia de Méxi-co en 1808, y fray Vicente de Santa María, partícipe activo en laconspiración criolla de 1809 en Michoacán (De la Torre, 1984:134-135). Hidalgo y Morelos fueron la punta visible de un granmovimiento clerical que llegó a contabilizar 400 sacerdotes com-batientes y 215 ejecutados por los españoles. Fueron jefes milita-res y comandaron la masa pobre de indígenas y castas que vivíanen sus parroquias. Clero bajo, que pese a su radicalismo respeta-ba la propiedad de los criollos ricos (Brading, op. cit.: 73).

López Cámara llama la atención sobre el empeño que pusieronlos criollos en diferenciarse de los indios ante los españoles, queinsistían en considerarlos como la misma cosa. Argumentaban quecada grupo tenía su naturaleza peculiar y rechazaban “el paren-tesco con el aborigen para acentuar su personalidad específica”(en Hale, 1994: 54-55). Sin embargo, dice este autor, el criollo sereconoce en un pasado prehispánico y por ello “ve en el indio unarealidad que lo justifica, que lo legitima en sus propósitos revolu-cionarios [...] “criollos” e indios están vinculados íntimamente poruna doble circunstancia: como originarios de una misma realidadgeográfica y como herederos de un legado histórico común [...] sonamericanos [...] Tienen, pues, una realidad idéntica, forman unasola familia, una misma nación” (ibíd.: 141). La rebelión del criollode clase alta, su nacionalismo, dice López Cámara, es de signonegativo, no busca la transformación del orden social, busca des-plazar a los españoles del poder político. Sostiene que con Hidalgosurge un criollo de clase media, interesado en el cambio de la es-tructura social, que más tarde será reemplazado por el criollo libe-ral: ya no la “conciencia destructora” del insurgente de 1810, sinola “conciencia transformadora” del sector más culto de la clasemedia, el hombre “verdaderamente liberal” (ibíd.: 294).

8 Su biografía es en un todo semejante a la de Antonio Nariño, el Precursor de la independen-cia en Colombia. Nariño es apenas dos años menor y sus actividades revolucionarias losllevaron a ambos a la prisión en España por la misma época.

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El hecho es que los indios constituían el porcentaje más alto dela población. Hacia 1810 eran 3’676.280 y los criollos un millón(Cosío, 1976: 535 y 537). En porcentajes, alrededor de 60% y 16%,respectivamente. Los mestizos alcanzaban apenas un 10% y losnegros, mulatos y castas otro tanto. Según Rodolfo Reyes, en losaños de la independencia “no estaba formado en mayoría, y mu-cho menos de modo uniforme, el elemento mestizo sobre el que

podía sustentarse una nacionalidad más o menos uniforme y sus-ceptible así de plegarse a instituciones que, de otro modo, no po-dían pasar de aspiraciones de una minoría o de factores para unainevitable oligarquía de la misma” (1917: XVI; el énfasis es mío).

En corroboración de lo afirmado por Reyes, puede anotarseque la mayoría de los indios no hablaba español y se hallabamarginada en buena medida del mercado. Con las castas y losmestizos sumaban algo más del 80% de la población total, lo cual,sin duda, establecía una seria barrera para el desarrollo de lanacionalidad. Un grupo minoritario de blancos concentraba lariqueza y el poder político, fundamentado en el clero y en el ejér-cito. Como dice el mismo Reyes, “en México la nacionalidad nacióherida del vicio capital de la desigualdad étnica profunda, entreel grupo redentor y la mayoría pseudo-redimida [...] coexistierondos civilizaciones y dos castas separadas por un abismo dentrode un mismo sistema teórico; pero alejadas necesariamente en lavida real, y aún a las veces enfrentadas como naturales adversa-rios” (ibíd.: XVI y XVIII).

Reyes escribe hacia 1912. Al parecer, existía en esos añosuna especial preocupación de los intelectuales mexicanos porel problema nacional. En 1916, el arqueólogo Manuel Gamio,sostenía que la revolución en curso por entonces, destruiría losobstáculos para la creación de la “futura nacionalidad [...] lafutura patria mexicana”. Pensaba que a juzgar por los estándaresde Alemania, Japón y Francia, México no constituía todavía unaverdadera nación, en tanto le faltaban los cuatro hechos que ensu opinión la definen: un lenguaje común, un carácter común,una raza homogénea y una historia compartida.9 En razón desus varias lenguas, pobreza y analfabetismo, las comunidadesindígenas formaban una serie de pequeñas patrias, cuyos habi-tantes no participaban en la vida nacional ni en el ejercicio desus derechos como ciudadanos. El gran objetivo de la revolución,argüía Gamio, debía ser el de crear “una patria poderosa y una

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nacionalidad coherente y definida”, basada en “la aproximaciónracial, la fusión cultural, la unificación lingüística y el equilibrioeconómico” (en Brading, 1992: 14-15).

En los dos autores citados se relieva un problema básico, pe-culiar de México y en ello bien diferente de Argentina y Colombia:la división de la población en dos partes por razones étnicas, unade las cuales, la india, notablemente mayoritaria, no constituye,por los motivos expuestos, el fundamento de la nación. Al mismotiempo, ambos autores señalan el mestizaje como el factor deci-sivo para el desarrollo de la nacionalidad, fenómeno que se pre-senta en el caso colombiano.

La “cuestión indígena” tuvo gran importancia en el siglo XIX,por la continua insurgencia de los indios en distintas partes delpaís. “Los estudios dedicados a estas rebeliones –anota EnriqueFlorescano– destacan como causa principal de ellas los resenti-mientos que los pueblos indígenas acumularon contra las medi-das modernizadoras emprendidas por los nuevos gobiernos; perotambién señalan, entre otros factores que contribuyeron a ex-pandir el furor indígena y campesino, el debilitamiento de lasautoridades centrales –Estado e Iglesia–, las pugnas regionales,y la decisión de estos grupos de armar a los indígenas para par-ticipar en las contiendas internas que los dividían” (1992: 34).Por otra parte, se produjo el despojo de las tierras comunalesindígenas. A principios del siglo XIX los pueblos indios disponíande cerca del 40% de la tierra cultivada del país y hacia 1910 tansólo conservaban el 5% (ibíd.: 57).

A mediados del siglo XIX la preocupación de las élites intelec-tuales y políticas se acrecentó con los levantamientos indígenasde 1847 a 1849. Diversas fórmulas se presentaron por parte demiembros de esas élites para darle salida. Fórmulas que ibandesde la represión hasta la educación y el retorno al sistema le-

9 Muy dentro de la tradición liberal Gamio desestimaba el pasado español, ese que los conser-vadores como Alamán habían reivindicado como parte importante de la nacionalidad: “laconquista [...] ha venido a crear una nueva nación en la cual no queda rastro alguno de lo queantes existió: religión, lengua, costumbres, leyes, habitantes, todo es el resultado de la con-quista”; nacionalidad ligada a la religión católica, pues para él la Iglesia era “el único lazocomún que liga a todos los mejicanos, cuando todos los demás han sido rotos y como loúnico capaz de sostener a la raza hispanoamericana y que puede liberarla de todos los gran-des peligros a que está expuesta” (en Brading, op. cit.: 111-112). Alamán se inspiraba en elpensamiento de los ideólogos del conservatismo moderno, Burke y De Maistre, pero su in-fluencia no transcendía el reducido grupo clerical de los años 1830-1850.

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gal de la Colonia. Charles Hale afirma que conservadores y libe-rales compartían el temor a la revolución social y los últimos “eranmás vulnerables cuanto que la revolución social revelaba su con-cepto criollo de la nacionalidad” (op. cit.: 250).

Ignacio Ramírez, un intelectual liberal, afirmaba en 1856 queno había homogeneidad en la población mexicana: “Levantemosel ligero velo –dice– de la raza mixta que se extiende por todaspartes y encontraremos cien naciones que en vano nos esforza-mos hoy de confundir en una sola [...] muchos de estos pueblosconservan todavía las tradiciones de un origen diverso y una na-cionalidad independiente y gloriosa (tlascaltecas, otomíes,yucatecos) [...] Esas razas conservan aún su nacionalidad prote-gida por el hogar doméstico y los matrimonios entre ellos sonmuy raros; entre ellos y las razas mixtas se hacen cada día me-nos frecuentes; no se ha descubierto el modo de facilitar sus en-laces con los extranjeros. En fin, el amor conserva la divisiónterritorial anterior a la colonia” (en Giron, op. cit.: 58). AñadeRamírez que “esta heterogeneidad generadora de incomunicacióntrae consecuencias económicas y políticas. Favorece lamarginación de la mayoría de la población del país y la domina-ción de una minoría paternalista más impregnada de una menta-lidad colonial” (ibíd.: 59). Los liberales prolongan los prejuiciosque vienen de la Colonia respecto de los indios. Siguen juzgándo-los como “tristes”, “indolentes”, “flojos”, “incultos”, “ignorantes”(ibíd.: 72).

Varios investigadores han demostrado la raíz económica de loslevantamientos indígenas, que se relacionan, por otra parte, se-gún Hale, con la indudable influencia que tuvieron las ideas libe-rales en las masas campesinas. Sin embargo, en el concepto crio-llo de nacionalidad que predominó en la década de 1830, “no sólose hizo caso omiso del indio, sino que las esperanzas para el fu-turo se cifraban en una nueva clase de propietarios burguesesfortificada por europeos inmigrantes. Inclusive un ‘radical’ comoZavala dudó en 1833 de la factibilidad de una democracia queincluyese a los indios” (op. cit.: 253). Es ésta la misma imagen desu país que se hacía la generación de 1837 de Argentina, sólo queallí la población india era poco numerosa y en México, como seha visto, era mayoritaria.

El período 1821-1876, denominado por Francisco Bulnes de“anarquía”, comprende dos subperíodos, el de 1821-1854, mar-

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cado por la dictadura de Santa Anna, y el de 1854-1876, época dela Reforma, la guerra de los tres años, el imperio francés y la“República restaurada”. Según Claude Dumas, en este período“es claro que no encontramos casi trazas del concepto de nación”y la existencia de etnias diferentes en el mismo territorio “nutriráquerellas de precedencia y desembocará en el debate de la iden-tidad nacional” (1982 : 48). Comenta el historiador francés lasopiniones de Lucas Alamán, actor de primera línea en esos años,de tendencia conservadora, semejantes en este punto a las delhistoriador Silvio Zavala, en el sentido de que la heterogeneidadracial del país en el siglo XIX representa un obstáculo para la uni-dad nacional. Dice Dumas que Alamán ve el México del deceniode 1850 “como un conjunto heterogéneo al que falta un podersuperior para imponer, en el equilibrio de los componente étnicosdel país, la unidad nacional del pasado” (ibíd.: 51), la unidad queimpuso el imperio español. El liberal José María Luis Mora, con-temporáneo de Alamán, no cree que exista un “carácter mexica-no” y coincide con éste en reivindicar “los elementos hispánicoscomo determinantes del carácter profundo, esencial de la nación[...]”. En suma, para Dumas lo que se manifiesta en el umbral dela Reforma es “una toma de conciencia [...] de la nueva nación y/o la patria mexicana” (ibíd.: 59).

José C. Valadez afirma que “no existe propiamente una patriamexicana antes de 1862, en que se fue forjando al compás de lalucha armada contra la intervención francesa” (ibíd.: 47) y queJuárez fue el puente entre el México “incoherente” y la naciónmexicana. Esta idea la comparte De la Torre Villar, quien susten-ta que la conciencia de nación “cristalizó definitivamente en 1861-65 durante la guerra con Francia [...] En estos años la concienciade pertenecer a una sola nación regida por un orden jurídico pro-pio se generalizó”. Este autor considera que en México se libróuna “lucha tenaz para vencer el viejo ideal monárquico impuestodesde fuera”, lucha que empieza a mediados del siglo XVIII con laaspiración nacional de “un pequeño núcleo de criollos ilustra-dos” y se continúa con el “pequeño grupo de patriotas” que amediados del siglo XIX implantaron el sistema republicano (op.cit.: 142).

Es notorio que todas las interpretaciones que tratan de darcuenta de la nacionalidad mexicana en el siglo XIX hacen abstrac-ción de los indios y entienden el pasado como el legado español,

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que se transmite a través de los criollos y sus herederos. AunAltamirano, indio puro, “manipuló”, según Dumas, los símbolosdel pasado y apeló a la nación, a la patria, a 1810. Asumía, porcierto, su raza, y planteaba la unidad por encima de las razas,pero omitió hablar de comunidad racial. Los indios puros, comoBenito Juárez, que se elevaron hasta los círculos altos del poderlo hicieron gracias a sus dotes personales, no como líderes de lascomunidades indígenas sino como preclaros exponentes de laideología de los “blancos”, el liberalismo. Guillermo Prieto expre-sa el desconcierto de los escritores ante la realidad del indio: “Con-tinuamos –dice– siendo extranjeros en nuestra propia patria. Loscuadros de costumbre eran difíciles, porque no había costum-bres verdaderamente nacionales [...] ¿Cómo encontrar simpatíasdescribiendo el estado miserable del indio supersticioso, su igno-rancia y su modo de ser abyecto y bárbaro?” (citado por Monsiváis,1989: 162).

En todo caso, en el siglo XIX una numerosa población indíge-na10 estaba marginada del Estado, en gran proporción tanto des-de el punto de vista cultural como económico.11 En el aspecto demayor importancia para la integración a la nación, el idioma, seobserva el predominio de las lenguas indígenas, que sólo muylentamente fueron sustituidas por el español: en 1930 todavía1’185.162 indios hablaban 53 de esas lenguas (ibíd.: 65), en sumayoría en forma monolingüista. A mediados del siglo XIX, losindígenas constituían el 50% de la población, porcentaje del cualapenas un cinco por ciento “tenían suficiente dinero para distin-guirse de los demás [...] El resto de los indígenas, pobres y social-mente inertes, comprendía campesinos comunales, peones, sir-vientes domésticos y vendedores ambulantes”; hacia arriba de laestructura social, los estratos mestizo y blanco representaban el36 y 6 por ciento, respectivamente (Powell, op. cit.: 16-17).

Powell destaca las barreras existentes entre las clases socia-les. El grupo blanco mantenía una exclusividad étnica y una con-

10 En 1910 se contabilizaban, según Fabila (1973), cerca de cinco millones seiscientos milindios.11 Los antropólogos Ricardo Pozas e Isabel de Pozas (1982) hablan de “remanentes” indígenasen el México actual y dicen que “Un ejemplo de esos remanentes lo constituyen las relacionesde parentesco [...] cuyo influjo en la organización interna de la vida del indio puede compro-barse”. Igualmente, “la producción para el consumo es el remanente característico de losnúcleos indígenas”.

90 El tránsito hacia el Estado nacional en América Latina en el siglo XIX

cepción aristocrática que “impidieron que se desarrollara una élite

unificada por simpatías, intereses y valores comunes” (ibíd.: 18).Por otra parte, las relaciones entre blancos, mestizos e indios secaracterizaban por “la tensión y la hostilidad”, prevaleciendo elmenosprecio de los blancos y los mestizos hacia los indígenas(ibíd.: 19).

El camino hacia la centralización. Porfirio Díaz

El período de predominio liberal no es propicio para la unidadnacional. Marcado por nueve años de guerra y por numerosasinsurrecciones campesinas provoca sí, por las exigencias de lalucha armada, durante los gobiernos de Juárez y Lerdo de Tejada,un alto grado de centralización del poder, que será llevado hastasus últimas consecuencias por su sucesor, Porfirio Díaz.

La transición de la estructura de dominación patrimonial queemerge con Iturbide y se continúa durante la Reforma evolucionahacia un Estado patrimonial burocrático en la época del Porfiriato.Hasta la llegada de Porfirio Díaz a la presidencia el Estado cen-tral era muy débil. Los gobernantes tenían que negociar con loscaciques, cuyas redes de poder eran autónomas, y con los jefesmilitares que disponían de la fuerza armada de los estados. Laautoridad descansaba en las personas no en el Estado. En laprimera mitad del siglo XIX los gobiernos se instalaron y cayeronal ritmo de la capacidad de los líderes para mantenerse en ellos(téngase en cuenta que en 34 años, entre 1820 y 1854, hubo 34presidentes y sólo uno terminó el período de gobierno). Y en losaños de la Reforma, Benito Juárez, como ya se dijo, al frente delos liberales, retuvo el poder en sus manos ejerciendo en la prác-tica una dictadura.

Porfirio Díaz nació en Oaxaca el 15 de septiembre de 1830. Supadre, según dice el mismo Díaz en sus memorias, tenía “mezclade sangre india”. Su madre era hija de español y de mestiza. Elbisabuelo materno “vino de Asturias y se casó con doña MaríaGutiérrez, india del pueblo de Yodocano, de manera que mi ma-dre tenía una cuarta parte de sangre india, de raza mixteca” (Díaz,1947: 25). La madre quedó viuda muy pronto sin más patrimonioque un mesón. Tenía varios hijos.

Dada la pobreza de la familia, Porfirio fue zapatero, carpinte-ro, armero y cazador. Además de vender zapatos y muebles, dabalecciones. “Sentí –cuenta él mismo– entusiasmo por los princi-

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pios liberales cuando los conocí y tuve afición a la carrera militar,cuando comencé a servir como soldado [...] Mis condiciones es-peciales eran buena salud, buena talla, notable desarrollo físico,gran agilidad y mucha inclinación, aptitud y gusto por los ejerci-cios atléticos” (ibíd.: 35). Dice José López Portillo que “así adqui-rió hábitos de trabajo y economía, que no perdió nunca, y fueiniciado por las circunstancias en el arte de cuidar y administrarel dinero” (López y Rojas, 1975: 266).

Los ejercicios atléticos los realizó recorriendo las serranías desu tierra natal, en donde fue dirigente de los zapotecas. Después

Gabinete del presidente Porfirio Díaz (circa 1896).

92 El tránsito hacia el Estado nacional en América Latina en el siglo XIX

de varios años en el seminario desistió de su idea de ser cura.Estudió leyes, fue discípulo de Juárez, por entonces gobernadorde Oaxaca. Su carrera política empieza en 1854, cuando termi-nados sus estudios de derecho Santa Anna cerró el instituto endonde estudiaba y no pudo graduarse. Santa Anna persiguió a losliberales. Díaz colaboró con éstos. Se alista en la guerra contra eldictador y obtiene un triunfo por el cual Juárez le da un cargo.

En 1861 lo eligen diputado al Congreso de la Unión. Hay porentonces una fuerte oposición a Juárez. Vuelve a empuñar lasarmas con los diputados liberales. En las acciones de esta guerralo ascienden a general de brigada. Según López Portillo, de suexperiencia parlamentaria Díaz sacó un “íntimo y profundo me-nosprecio” por el Parlamento, “menosprecio real, aunque maño-samente disimulado en todo tiempo y circunstancias” (ibíd.: 33).

Porfirio Díaz combate contra los invasores franceses. Y en 1863recibe el grado de general de división, otorgado por Juárez, conmando sobre varios estados. Diversas acciones en esta guerra leganan un inmenso prestigio. Para su biógrafo no cabe duda de queDíaz veía las cosas desde lejos y que desde entonces estaba prepa-rando su camino para el desarrollo de sus planes. Sostiene ade-más que la idea fija de llegar al solio presidencial fue el norte, laorientación de su vida entera. Cuando triunfa la república, Díazrompe con Juárez. Al terminar la guerra (1867) había 80 ó 90 milhombres armados. Juárez licenció a 60 mil. Hubo protestas, entreellas la de Porfirio Díaz y su actitud acrecentó su popularidad.Luego renuncia. Comenta López Portillo que su intención fue la deproyectarse como un guerrero generoso y presentarse “a los ojosde propios y extraños como hombre extraordinario, tanto en la pazcomo en la guerra” (ibíd.: 73). Logra su propósito. Demuestra suhabilidad para preparar actos que produzcan los efectos que leinteresan en la opinión pública (ibíd.: 74).

Díaz compite con Juárez y Lerdo por la presidencia en 1871.Cinco años más tarde, el 10 de enero de 1876, lanza el Plan deTuxtepec, desconociendo a Lerdo de Tejada y su gobierno. En elartículo 10 de dicho Plan se reconoce a Díaz como “general en jefedel ejército regenerador”. Aunque no fue muy exitoso en las bata-llas campales, luego de una lucha ardua derrotó a Lerdo. Lo eli-gen presidente para el período 1876-1880. Para el siguiente pe-ríodo, 1880-1884, hace elegir a Manuel González, un hombre de

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su confianza. Vuelve a la presidencia en 1884 y será reelegido sininterrupción hasta 1910.

Porfirio Díaz actuaba como un consumado maquiavélico, aun-que nunca había leído a Maquiavelo. Así lo atestigua FranciscoBulnes, su contemporáneo, quien dice que sin conocerlo, Díaz“pensaba como el mal entendido florentino: el “Príncipe” debegobernar con los “Grandes” mientras los elimina”. En 1877 dejóque los hombres de armas se apoderaran de sus feudos comogobernadores, pero una vez convertidos en tales “se vieron obli-gados a dejar el mando de sus ejércitos personales, los que por elgobierno federal fueron considerablemente reducidos o refundi-dos” y quedaron como jefes superiores “los predilectos, los leales,los amigos incondicionales del Supremo caudillo” (Bulnes, 1920:31).

Díaz sabía, por su cuenta, de la máxima maquiavélica segúnla cual el príncipe debe respetar las costumbres del pueblo y en-tender que la religión es un elemento crucial para la unidad deéste y por ende para el logro de la paz. Por lo tanto, los esfuerzosdel gobernante deben orientarse a facilitar las prácticas religio-sas y antes que oponerse a ellas debe aparecer auspiciándolas,así él mismo no sea creyente. Díaz se decía católico, pero en ver-dad era masón grado 33. Desde su primer gobierno establecióbuenas relaciones con el arzobispo de México y facilitó las activi-dades de la Iglesia, pero sin modificar la legislación de la Refor-ma. Favorecía los conventos a escondidas y enviaba a su segun-da esposa, ferviente católica, a presidir actos religiosos. Obtuvode este modo éxito en neutralizar el agudo conflicto suscitado porla secularización juarista, cuestión clave en la consecusión de lapaz, sin dejar de mantenerse firme en la aplicación de las leyesrespectivas que la consagraron.12

Hay otros ejemplos que demuestran las condicionescarismáticas de Porfirio Díaz, condiciones que lo proyectaron comoel hombre necesario en un momento en que las fuerzas de cam-bio acumuladas en los años de la Reforma exigían la presenciade un dirigente que interpretara el sentido de las mismas para

12 “Las propuestas escritas y armadas de los católicos –escribe Jorge Adame– contra lasdisposiciones reformistas debieron hacer pensar a Díaz que necesitaba contar con la Iglesiapara gobernar el país. Esto explica que a un mes de instalado el gobierno tuxtepecano [...] elsecretario de Gobernación emitiera una circular (15 de enero de 1877) que anunciaba unaépoca de tolerancia” (Goddard, 1981: 101).

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llegar a su plenitud, liquidando con energía, habilidad y astucia,los poderes regionales y fundando el Estado nacional. PorfirioDíaz “es un hombre extraordinario en la genuina acepción delvocablo”, sentencia Justo Sierra y da una explicación que pareceinspirada en la idea de Maquiavelo (1987 [1513]) de que es preci-so que sea uno solo quien organice de nuevo la república o el quela reforme totalmente, al afirmar que los mexicanos necesitaronpara lograr la paz, “como todos los pueblos en las horas de lascrisis supremas, como los pueblos de Cromwell y Napoleón, escierto: pero también como los pueblos de Washington y Lincoln yde Bismarck, de Cavour y de Juárez: un hombre, una conciencia,una voluntad que unificase las fuerzas morales y las transmutaseen impulso normal: este hombre fue el Presidente Díaz” (1940:453-454).

1880-1910: El Estado nacional

El modelo económico de México a finales del siglo XIX coincidíaen buena medida con el de Argentina: unos pocos grandes pro-pietarios de tierras, muchos de los cuales las habían recibido endonación del presidente y presencia de un número considerablede extranjeros en los sectores agrícola y comercial. Durante elporfiriato, dice Vicente Fuentes Díaz, “la tierra se convirtió en elmonopolio de una reducida casta; el gran comercio y la industriatextil cayeron en manos españolas y francesas; la minería, enpoder de unas cuantas empresas norteamericanas, igual que losferrocarriles y los servicios públicos de tranvías y electricidad, labanca, por último, fue controlada por una minoría financiera”(1972: 76). Se formó una “cerrada oligarquía” con el predominiodel capitalismo extranjero. El extraordinario desarrollo que al-canzaron las haciendas “estaba estrechamente ligado a la pene-tración del capitalismo interno y externo en el campo mexicano”(Katz, 1980: 9).13

13 Esta situación persiste hasta mediados de la década de 1930. Así lo constata Rosenzweig:“Todavía en la segunda mitad de la década de los treinta –escribe en su ensayo antes citado–,el país conservaba su carácter predominantemente agrario; en más de dos tercios la pobla-ción ocupada dependía de la agricultura y parecida proporción de la total vivía en el campo;las exportaciones primarias (agrícolas y mineras) constituían el factor más dinámico de laeconomía, y si bien la actividad industrial había comenzado a crecer, sustituyendo importa-ciones, era todavía incipiente dado el raquitismo del mercado interno” (op. cit.: 11).

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Se produjo un aumento en las exportaciones agrícolas, perodisminuyó la producción de alimentos. Juan Gómez Quiñonesrelaciona este hecho con el modelo de tenencia de la tierra: “Latenencia de la tierra –dice– se concentró todavía en mayor medi-da; muchos que antes trabajaban de manera independiente sequedaron sin tierra; aumentó la cantidad de extranjeros terrate-nientes lo cual provocó resentimientos”. El México rural “se con-virtió en una zona de descontento” (1984: 43).

La agricultura de exportación (en pesos de 1900) pasó de 20millones en 1887-1888 a 50 millones en 1903-1904 (Cosío, 1976:232). Se puede ver la dimensión de este aumento en los casos delcafé y el henequén: entre 1887 y 1904 la exportación de café pasóde 12 mil toneladas a 16 mil y el henequén de 38 mil toneladas a100 mil (ibíd.: 233).

Por otra parte, también aumentó la producción minera e in-dustrial. La de metales industriales aumentó considerablemen-te entre 1891 y 1905: el cobre pasó de 5.640 toneladas a 65 mil,el plomo de 30 mil toneladas a 100 mil y el zinc de 400 tonela-das a 100 mil (ibíd.). El valor de la producción industrial llegóen 1892 a 90 millones de pesos (Gómez, op. cit.: 44) y la produc-ción total aumentó de 1891 a 1911 en un 299% (Cosío, op. cit.:233-234).

Muchas de las plantas industriales eran de propiedad de inmi-grantes extranjeros. La inversión foránea se calculaba, para fina-les del porfiriato, en $37.400’837.960 y estaba formada sobretodo por intereses estadounidenses, ingleses, franceses, alema-nes y holandeses “invertidos principalmente en barcos, ferroca-rriles, minería, industria, comercio, servicios públicos, petróleo ybienes raíces” (Gomez, op. cit.: 45). Es correlativo a esta situa-ción el hecho de que el mayor número de huelgas se presentóprecisamente en industrias en las que predominaban los extran-jeros. A ellos “se les entregaron los recursos naturales, los másvaliosos” (González, 1966: 379). Pero se fracasó en el intento detraer europeos. El total de inmigrantes fue pequeño en mediosiglo: 36.196 en 1857 y 68.000 en 1910 (González, 1994: 271).

Una vez en la presidencia, Porfirio Díaz atacó el punto neurál-gico causante de la fragmentación del poder en México: los ejér-citos particulares de los caudillos. Lo hizo desarticulando la es-tructura de mando: suprimió los cargos altos, dividió el país endoce zonas militares y éstas en jefaturas de armas que pasaban

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de treinta. Los veinte mil hombres que tenía el ejército repartidosen treinta partes daba como resultado menos de un batallón porjefe. Como los caudillos eran prestigiosos en sus estados y po-dían organizar ejércitos, les dio concesiones en ferrocarriles, mi-nas, salinas, pesquerías, bosques y toda clase de prebendas quefueran necesarias. También actuó drásticamente: cuando fuenecesario, como en el caso de Veracruz en 1879, mandó a fusilara los que se levantaron en armas (Bulnes, op. cit.: 34).

Bulnes describe el proceso que llama de ‘anulación de los gue-rreros ilustres’: “Se dejaba primero a los caudillos gozar de supoder como gobernadores, con la libertad de enriquecerse a cam-bio de su fidelidad. Perdían así el mando de sus ejércitos –nopodían mandar más por haber sido elegidos a un cargo civil–.Después venía la transferencia de sus ejércitos personales a otrasregiones. En una nueva elección, la imposición progresiva de suleal en el punto del gobernador podía realizarse contra el anti-guo caudillo, desprovisto ahora de su fuerza militar” (en Gue-rra, 1985: 195).

Completa Bulnes el cuadro anterior: “[...] los gobernadores li-cenciaron sus respectivos ejércitos, y sucesivamente fueron en-tregando al ‘Príncipe’ su artillería, su armamento, sus municio-nes, su oficialidad y toda su vergüenza. Sólo el ejército federaldebía hacerse cargo de la paz, y de dejar sin soberanía los Esta-dos, desde el momento en que el dueño de toda la fuerza armadade la República fuera el Ejecutivo federal [...] El ejército federal[...] debía conservar la paz en toda la República [...] Los caciques

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quedaron destronados, sus dinastías disueltas, su arroganciadoblegada, sus mañas suprimidas. El poder federal fue el únicopoder en todo el país...esa concentración de fuerza, y los ferroca-rriles y telégrafos, debían crear el espíritu nacional aniquilandoel bárbaro espíritu provincialista [...] la paz, siendo cosa nueva ybella en la nación, inspiró al pueblo sentimientos de gratitud ylealtad para el Caudillo que había pacificado su patria, creyendoque esa paz sería eterna” (1920: 36-37).

Sin embargo, tres hechos fueron el complemento indispensa-ble de esta táctica de desplazamiento de los caudillos: el habersequedado Díaz con el ejército bien disciplinado de Lerdo de Tejada;el aumento considerable de las rentas federales y el que se hubie-sen construido con rapidez millares de kilómetros de vías férreas,14

que permitían al ejército federal una rápida movilización. Medidaimportante de Porfirio Díaz fue también, en este sentido, la crea-ción de los cuerpos rurales, “milicia federal destinada a dar segu-

14 Valga anotar, de paso, que a la construcción de los ferrocarriles, vitales para la unidadnacional y la formación del mercado interno, Díaz aunó su empeñó en la mejora de caminosy la construcción de puentes, faros y diques.

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ridad a los caminos públicos”; en la práctica una fuerza de cho-que al servicio de los “jefes políticos”, cargo creado por Díaz enlos distritos (alcanzaron a ser cerca de 300 en el país) subordina-dos a los gobernadores. Siendo éstos agentes personales suyos,el presidente establecía así una línea directa de dominio en todoel territorio nacional (Lozoya, 1984: 34).

En una palabra, en el Estado federal mexicano se concentró elmonopolio de la violencia física, condición del Estado nacionalmoderno. Y a ese punto se llegó, como en Europa occidental, pormedio de la imposición de un líder carismático sobre múltiplespoderes regionales. En aquella época, el monarca absoluto se im-puso sobre los barones feudales. Ahora, el jefe máximo, al igualque entonces el monarca, ejerció su dominio de maneraautocrática.

En su primer gobierno Díaz consiguió la participación de algu-nos de sus enemigos políticos y de miembros de las distintas fac-ciones políticas. Le era posible actuar de este modo conciliadorpor cuanto practicaba de veras su divisa de “poca política y mu-cha administración” y porque no hacía concesiones respecto a laintangibilidad de la Constitución de 1857 (López y Rojas, op. cit.:153). En su segunda presidencia repitió el procedimiento de laanterior: “Llamó a su lado a los hombres útiles de todos los par-tidos, aun a aquellos que habían sido sus personales enemigos,aun a los mismos a quienes en otro tiempo había querido matar[...] Esa amplitud de criterio fue una de las causas más podero-sas que influyeron en el constante acierto de su gobierno, porquele permitió echar mano de todos los elementos de importanciaque había en el país y constituir con ellos un orden de cosasconsciente, sólido y progresista” (ibíd.: 201-202). Este punto devista fue enunciado de la misma forma por Rafael Núñez, y apli-cado por él y más tarde por Rafael Reyes, su continuador en laobra de fundación del Estado nacional en Colombia.

La centralización del poder fue efectiva. Aun cuando siguió vi-gente la estructura federal, tanto los gobernadores de los estadoscomo los miembros del Congreso dependían por entero de la vo-luntad del presidente Díaz, algo semejante a lo que pasó con Rocaen Argentina y Núñez en Colombia. Se cumplía con la formalidadde las elecciones cada cuatro años y la indefectible reelección deDíaz. Téngase en cuenta que a 1880 no llegan partidos políticospropiamente dichos. Las facciones que existieron en el siglo XIX –

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la principal la división entre monárquicos y liberales– se disolvie-ron con el paso del tiempo. La última, el partido liberal de Juárez,no alcanzó a consolidarse como partido y de él emergió Díaz, quiengobernó con su propio grupo político, sin conceder derecho deoposición a otros partidos, hasta 1910, año en el cual la disiden-cia liderada por Madero lo lleva al exilio.

Porfirio Díaz realizó dos tareas fundamentales para abrir elcamino hacia el Estado moderno: destruyó las redes de domina-ción regional de los caciques y les quitó el poder a los comandan-tes del ejército en los estados. Como soberano, creó su propia redde intermediarios con la población, nombrando los gobernadoresbajo la cobertura del sistema federal. Creó una burocracia ligadaal Estado central por medio de su persona, en la forma propia delpatrimonialismo burocrático y repartió tierras a quienes integra-ban su círculo cercano y a todos aquellos que se incorporaron asu séquito por distintos motivos. Consiguió imponer la centrali-zación del poder, con un efectivo monopolio de la violencia física.Durante el período de la dictadura se avanzó en la consolidacióndel Estado nacional.

La necesidad de controlar una población dispersa en un terri-torio amplio llevó a Díaz a establecer una vasta red de ferrocarri-les y a proveerse de las armas más modernas de la época. Losferrocarriles, por otra parte, fueron decisivos para la formacióndel mercado interno que demandaba el creciente avance del capi-talismo. Y en su sentir, decisivos también para la consolidaciónde la paz: “Los ferrocarriles –dice en su reportaje a Creelman en1908– han desempeñado importante papel en la conservación dela paz en México. Cuando por primera vez me posesioné de lapresidencia sólo existían las pequeñas líneas que comunicabanla capital con Veracruz y con Querétaro. Hoy tenemos más dediez y nueve mil millas de vía férrea. El servicio de correo se hacíaen diligencia [...] Hoy tenemos establecido un servicio barato [...]y más de doscientas oficinas de correo. El telégrafo en aquellostiempos casi no existía: en la actualidad tenemos una red tele-gráfica de más de cuarenta y cinco mil millas” (en López, op. cit.:367).

La élite positivista que apoyó la dictadura y se lucró de ella,proporcionó un esquema de racionalización al régimen al pre-sentar el proceso histórico mexicano como una evolucióncomteana hacia el progreso y calificar la etapa que se estaba vi-

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viendo como correspondiente al estado positivo, en el que el co-nocimiento científico jugaba un papel primordial.15 Los capitalesextranjeros que llegaron en buena cantidad obligaron al gobiernoa crear instituciones y cargos burocráticos para el manejo estatalde las inversiones, las industrias y el comercio en auge. Minis-tros como Limantour demostraron gran habilidad en la conduc-ción de la economía, que prosperó a sus anchas en el espaciopacificado creado por el gobierno porfirista.

Al final de su dictadura, Porfirio Díaz expuso sus ideas acercadel régimen político en el que creía, ubicándose en la línea de losliberales hispanoamericanos, pero mezclando, al estilo de Bolí-var, las dos tendencias en las que se dividieron los principalesdirigentes: democracia, sí, pero como meta y justificación delgobierno personalizado; la dictadura, como paso necesario parasuperar la anarquía, o la inexperiencia de los pueblos recién lle-gados al modo de vida republicano: “He logrado convencerme másy más –afirma en el mencionado reportaje– de que la democraciaes el único principio de gobierno, justo y verdadero; aunque en lapráctica es sólo posible para los pueblos desarrollados”; “aquí,en México [...] yo recibí el mando de un ejército victorioso, enépoca en que el pueblo se hallaba dividido y sin preparación parael ejercicio de los principios de un gobierno democrático. Confiara las masas toda la responsabilidad del gobierno, hubiera traídoconsecuencias desastrosas que hubieran producido el descrédi-to de la causa del gobierno libre”. A continuación justifica la dic-tadura como un régimen especial, pues se ha conservado la for-ma de gobierno republicano y democrático y se ha “defendido ymantenido intacta la teoría; pero hemos adoptado en la adminis-

tración de los negocios nacionales una política patriarcal, guiandoy sosteniendo las tendencias populares en el convencimiento quebajo una paz forzada, la educación, la industria y el comerciodesarrollarían elementos de estabilidad y unión en un pueblonaturalmente inteligente, sumiso y benévolo” (en López, op. cit.:364-365; el énfasis es mío).

15 La influencia se percibe en Díaz en este párrafo un tanto lírico: “El silbido de las locomo-toras en los desiertos donde antes sólo se oía el alarido del salvaje, es un anuncio de paz yprosperidad para esta noble nación, que aspira con justicia a participar en los bienes que lalibertad y la ciencia han derramado a manos llenas en el mundo civilizado” (en Valadez,1987: 301).

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Resalta Díaz el avance logrado en México durante su gobierno,a la luz de la idea del esquema clásico liberal que asigna a laclase media un papel estabilizador y de progreso en la sociedadmoderna: “Méjico tiene hoy clase media, lo que no tenía antes”,dice, y subraya sus características: “La clase media es tanto aquícomo en cualquier otra parte, el elemento activo de la sociedad.Los ricos están harto preocupados con su dinero y dignidadespara trabajar por el bien general [...] y los pobres son ordinaria-mente demasiado ignorantes para confiarles el poder. La demo-

cracia debe contar para su desarrollo con la clase media, que esuna clase activa y trabajadora [...] en otros tiempos no había cla-se media en Méjico, porque todos consagraban sus energías ysus talentos a la política y a la guerra” (ibíd.: 366). Reitera suposición negativa frente a la población indígena: “Los indios queconstituyen más de la mitad de nuestra población [...] Están acos-tumbrados a dejarse dirigir por los que tienen en las manos lasriendas del poder, en lugar de pensar por sí solos” (ibíd.; el énfa-sis es mío).

Considera que en ese momento (1908), “la nación está bienpreparada para entrar definitivamente en la vida libre” (ibíd.: 367),es decir, que la dictadura ha logrado sus fines y podrá pasarseahora al disfrute de la democracia: “Las condiciones han exigidola adopción de medidas fuertes para conservar la paz y el desa-rrollo que deben preceder al gobierno libre. Las teorías políticasaisladas no forman una nación libre” (ibíd.: 369).

Se refiere a los métodos que utilizó –inevitables, según él– parapoder imponer el orden y llegar a la paz: “Empezamos por casti-gar el robo con pena de muerte, y ésto de una manera tan severa,que momentos después de aprehender al ladrón, era ejecutado”.La drasticidad de la medida era extrema, ya que la aplicaban alque robaba la línea telegráfica y al dueño de plantación que no loimpidiera; “eran órdenes militares [...] esa severidad era necesa-

ria en aquellos tiempos para la existencia y progreso de la nación.

Si hubo crueldad los resultados lo han justificado” (ibíd.: 367-368; el énfasis es mío). A su modo de ver no había otra alternati-va que la “paz forzosa”, como la denomina: “Para evitar el derra-mamiento de torrentes de sangre, fue necesario derramarla unpoco. La paz era necesaria, aun una paz forzosa, para que la na-

ción tuviese tiempo para pensar y para trabajar. La educación y laindustria han terminado la tarea comenzando por el ejército” (ibíd.:

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368; el énfasis es mío). Según Bulnes, el castigo se le aplicó comoley de fuga a “unos diez mil individuos” en los treinta y cuatroaños de dictadura. El resultado fue que el país llegó “a ofrecercondiciones de seguridad superiores a las de los Estados Unidos”(op. cit.: 61 y 75).16

Si nos atenemos a los conceptos de Díaz sobre la naturaleza desu administración, se puede ver que los elementos básicos de lamisma eran la “política patriarcal” y la “paz forzada”, o sea laforma patrimonial y el autoritarismo que caracterizan a la mo-narquía absoluta.

En resumen, en México no hubo en el siglo XIX práctica electo-ral democrática sino en el período muy corto de la experienciaJuarista. Tampoco, por lo tanto, la alternación en el gobiernomediante elecciones. Porfirio Díaz no hizo más que llevar hastasus últimas consecuencias la vía militar característica del perío-do 1810-1880. Las capas de terratenientes y comerciantes, consu alto componente extranjero, separadas por barreras étnicas ysociales de la masa del pueblo, mayoritariamente indígena, nosólo no se constituyen en clase dominante sino que serán despla-zadas de su lugar de privilegio por la revolución de 1910. Cienaños después los campesinos vuelven a levantarse en armas y,aunque no alcanzan todos sus objetivos, esta vez sí lograrán im-portantes modificaciones en la estructura social y en la estructu-ra del Estado nacional.

16 El autor dice que se trataba de “limpiar de bandidos la República”, bandidos que prolifera-ron en gran cantidad en esos años. Manuel Payno describió de manera realista este fenómenoen su celebrada novela Los bandidos de Riofrío.

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