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24 HORAS PARA EL SEÑOR

Secundando la iniciativa que el Santo Padre ha propuesto a toda la Iglesia, nuestra Diócesis pone a disposición de todas las comunidades este sencillo material para estar con el Señor Eucaristía durante 24 horas.

A continuación ofrecemos un horario aproximado; lógicamente cada Parroquia o comunidad puede confeccionarlo según estime. Por eso el material lo presentamos en distintos bloques. Día 4 de marzo 2016 19:00 Hora santa al iniciar las 24 horas para el Señor 22:00 Santo Rosario de la Misericordia: Misterios de dolor Día 5 de marzo 2016 00:00 Santo Rosario de la Misericordia: Misterios de gozo 07:00 Santo Rosario de la Misericordia: Misterios de luz 12:oo Santo Rosario de la Misericordia: Misterios de gloria 15:00 Santo Rosario de la Divina Misericordia 17:00 Via crucis de la Misericordia 18:00 Hora santa al concluir las 24 horas para el Señor

Además ofrecemos oraciones y textos relativos a la misericordia para ayudar a los fieles en la oración personal. Todo se puede encontrar en el Blog de la Delegación diocesana de Liturgia (https://delegacionliturgiatoledo.wordpress.com/)

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HORA SANTA AL INICIAR LAS 24 HORAS PARA EL SEÑOR

El sacerdote expone el Santísimo Sacramento que permanecerá 24 horas para la adoración. A continuación, hace un canto e inciensa. Después introduce esta jornada de plegaria:

Señor Jesús, unidos a toda a Iglesia comenzamos este tiempo de oración en el que queremos permanecer Contigo, vivo y realmente presente en este sacramento. Tú nos has mostrado tu amor hasta el extremo subiéndote en cruz y resucitando y has querido permanecer con nosotros todos los días hasta el fin del mundo en la Eucaristía, síntesis de tu misericordia hacia cada uno de nosotros. Queremos estar Contigo un día completo de nuestra vida correspondiendo a tu amor ilimitado. Abre nuestros corazones a la conversión, a la gratitud y a la entrega.

Se deja un breve momento de silencio ante el Santísimo Sacramento. Después se reza el salmo 50 que dispondrá a la asamblea a acoger el Evangelio. Se recitará a dos coros.

Salmodia

El sacerdote introduce la recitación:

Vamos a ir preparándonos interiormente mediante la salmodia. Dios se muestra misericordioso iluminando nuestra conciencia por medio de su palabra, siempre viva y eficaz. Recitaremos en presencia del Señor el salmo 50, que reconoce nuestra pequeñez y pecado a la luz del gran amor de Dios:

Salmo 50

Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado. Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado: contra ti, contra ti sólo pequé, cometí la maldad que aborreces. En la sentencia tendrás razón, en el juicio resultarás inocente. Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre. Te gusta un corazón sincero, y en mi interior me inculcas sabiduría. Rocíame con el hisopo: quedaré limpio; lávame: quedaré más blanco que la nieve. Hazme oír el gozo y la alegría, que se alegren los huesos quebrantados.

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Aparta de mi pecado tu vista, borra en mí toda culpa. Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu. Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso: enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a ti. ¡Líbrame de la sangre, oh Dios, Dios, Salvador mío!, y cantará mi lengua tu justicia. Señor, me abrirás los labios, y mi boca proclamará tu alabanza. Los sacrificios no te satisfacen: si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias. Señor, por tu bondad, favorece a Sión, reconstruye las murallas de Jerusalén: entonces aceptarás los sacrificios rituales, ofrendas y holocaustos, sobre tu altar se inmolarán novillos. Canto: Misericordias Domini in aeternum cantabo

Evangelio

Canto: O Christe, Domine Iesu!

Del Evangelio según san Lucas:

Jesús les dijo esta parábola: -«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte que me toca de la fortuna." El padre les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos

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a guardar cerdos. Le entraban ganas de saciarse de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer.

Recapacitando entonces, se dijo: "Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros."

Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo." Pero el padre dijo a sus criados: "Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado."

Toda la asamblea canta: O Christe, Domine Iesu!

El sacerdote hace una pequeña reflexión centrada en las actitudes del padre y del hijo menor de la Parábola.

Tres momentos en la vida del Hijo. El primero es la decisión pasional de abandonar la casa paterna. Muchos, quizás, le habrían acariciado los oídos diciéndole que fuera encontraría libertad auténtica, que estaba sometido al reglamento paterno, que en definitiva, fuera, "se iba a realizar".

La voz del mundo y del que en el mundo actúa, el demonio, es seductora. Promete una felicidad plena y todo desemboca en la más honda desolación y vacío. La voz de Dios es firme y señala cuanto está bien o mal, exige; es palabra que pone al descubierto nuestras intenciones y las orienta al bien y la verdad. El primer camino es fácil de seguir; el segundo, costoso.

El hijo decide emprender un camino atrayente en apariencia. Pero, he aquí el primer movimiento soberbio de su corazón: "Dame la parte de la herencia que me corresponde". Es una ofensa tremenda al corazón de su padre. Viene a decirle que lo único que le interesa de él es su dinero; y manifiesta con esta declaración que para él está muerto. No en vano, toda herencia se recibe cuando el que reparte ha muerto.

Aquel padre siente cómo su pecho se abre en canal. Sin embargo, accede a aquella petición descarada, respetando así con pulcritud suma la libertad de su hijo. Finalmente le entrega su parte.

El segundo momento corresponde al camino de alejamiento del hogar paterno, que va unido al desenfreno de su corazón. Tiene dinero y le acompañan los amigos que le sedujeron. Comienza a vivir perdidamente. Piensa encontrar la felicidad en una vida de fiesta, perversión e impureza: fiesta, bebida, sexo... Tiene dinero... tiene felicidad en bandeja. Aquel hijo destroza su vida lejos del hogar que le vio crecer sano.

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El tercer momento corresponde al movimiento de crisis de su bolsillo y de su corazón. No tiene nada. Absolutamente nada. Ni dinero, ni amigos. Tampoco diversiones. Ni siquiera algo que llevarse a la boca. Es tanta su miseria que le gustaría llenar su estómago con el alimento de los cerdos -animal despreciado en la cultura judía- pero nadie se lo ofrece.

Su estado es lamentable. El trato que dio a su padre, se lo ha devuelto el mundo. A este solo le interesaba su dinero. La aparente libertad y la felicidad que le traería es un engaño manifiesto. Ha tocado fondo, está en el barro, despojado de toda dignidad. Roto. Vacío. Triste. Qué contraste con la precipitación inicial.

Después de este tripe momento hay un paréntesis que corresponde a un movimiento de su corazón aún egoísta e interesado: Recapacitando entonces, se dijo: "Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros."

El hijo no siente ningún dolor; piensa solo en sí mismo -como hasta ahora- y ahora espera llenar el estómago. Ha urdido un discurso perfecto, pero vacío. No siente esas palabras, solo pretende un puesto de trabajo y un sueldo.

Pero lo importante es que se pone en camino. Y ahí es donde comienza un camino de conversión. El momento del cambio es cuando encuentra unos brazos abiertos que le abrazan y no le piden explicaciones de su pasado.

Ahí está la conversión del hijo. ¿La clave? El amor. Ahora sí, el hijo comienza a pronunciar desde lo hondo del alma aquel discurso prefabricado... Pero el padre corta este justo en el momento que el hijo va a pedir que le trate como un jornalero.

¡Gran corazón el del Padre! El hijo continúa siendo hijo. Y por eso lo abraza y besa.

Hacemos un silencio meditativo. Al final del mismo podemos cantar el canon: Adoramus Te, Domine.

Puede abrirse un triple tiempo de oración en torno a la simbología de los regalos que el Padre ofrece al hijo que regresa, tomado de "Misericordiosos como el Padre. Subsidios para el Jubileo de la misericordia, 274-275":

De la excepcional alegría del padre brotan los dones que el hijo recibe. En ellos, a menudo, se han captado varios significados tomados del amplio patrimonio simbólico de la tradición cristiana. Primer don de la misericordia: El mejor vestido El mejor vestido es inmediatamente asociable al nuevo estado de vida al que el padre restituye al hijo y crea sugestiones típicamente bautismales: «todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo» (GáI3,27). En consecuencia

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«Ahora, desechad también vosotros todo esto: cólera, ira, maldad, maledicencia y palabras groseras, lejos de vuestra boca. No os mintáis unos a otros. Despojaos del hombre viejo con sus obras, y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador» (Col 3,8-10). Por medio del bautismo la vida del cristiano es definida aquí en términos nuevos, con un comportamiento impensable para quien permanezca inmerso en la pesadez del pecado. En efecto, si el bautizado es un «renacido», su nueva vida no puede ser más que la vida de Cristo y la vida en Cristo. La carta a los Colosenses subraya que este crecimiento se hace mediante una continua renovación. De este modo, el Sacramento de la Reconciliación se vincula profundamente con el Sacramento de nuestro Bautismo:

La vida nueva recibida en la iniciación cristiana no suprimió la fragilidad y la debilidad de la naturaleza humana ni la inclinación al pecado que la tradición llama concupiscencia, y que permanece en los bautizados a fin de que sirva de prueba en ellos en el combate de la vida cristiana ayudados por la gracia de Dios (CIC 1426). Ahora bien, la llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la vida de los cristianos. Esta segunda conversión es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia [ ... ]. Es el movimiento del «corazón contrito» (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero (CIC 1428).

Segundo don de la misericordia: El anillo en el dedo El anillo en el dedo indica el poder con el cual el hijo es nuevamente honrado. Para conferir plenos poderes a José, hijo de Jacob, el faraón le entrega su anillo (Gén 41,42), lo mismo hace el rey persa Asuero con respecto a su confidente Amán (Est 3,10). El anillo constituye un símbolo de vínculo y de unión. El hijo es restablecido en la plena comunión con el padre y participa de su señorío. Segundo don de la misericordia: Las sandalias en los pies Las sandalias en los pies. Llevar zapatos y sandalias era un privilegio de los hombres libres: los prisioneros de guerra y los esclavos tenían que caminar descalzos (Is 20,2.4). El hijo es rehabilitado así en sus antiguos derechos. Salmo 135

El sacerdote introduce la recitación: Después de haber meditado el amor incondicional que Dios nos profesa, vamos a recitar el salmo 135, que revela la gratitud de un pueblo que no puede ni quiere olvidar las acciones de su Dios y prorrumpe en un cántico de alabanza al Dios cuyo amor es eterno. Así nosotros también alabamos su misericordia eterna.

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Salmo 135 I

Dad gracias al Señor porque es bueno: porque es eterna su misericordia. Dad gracias al Dios de los dioses: porque es eterna su misericordia. Dad gracias al Señor de los señores: porque es eterna su misericordia. Sólo él hizo grandes maravillas: porque es eterna su misericordia. Él hizo sabiamente los cielos: porque es eterna su misericordia. El afianzó sobre las aguas la tierra: porque es eterna su misericordia. Él hizo lumbreras gigantes: porque es eterna su misericordia. El sol que gobierna el día: porque es eterna su misericordia. La luna que gobierna la noche: porque es eterna su misericordia. Canto: Misericordias Domini in aeternum cantabo

Salmo 135 II El hirió a Egipto en sus primogénitos: porque es eterna su misericordia. Y sacó a Israel de aquel país: porque es eterna su misericordia. Con mano poderosa, con brazo extendido: porque es eterna su misericordia. Él dividió en dos partes el mar Rojo: porque es eterna su misericordia. Y condujo por en medio a Israel: porque es eterna su misericordia.

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Arrojó en el mar Rojo al Faraón: porque es eterna su misericordia. Guió por el desierto a su pueblo: porque es eterna su misericordia. Él hirió a reyes famosos: porque es eterna su misericordia. Dio muerte a reyes poderosos: porque es eterna su misericordia. A Sijón, rey de los amorreos: porque es eterna su misericordia. Y a Hog, rey de Basán: porque es eterna su misericordia. Les dio su tierra en heredad: porque es eterna su misericordia. En heredad a Israel, su siervo: porque es eterna su misericordia. En nuestra humillación se acordó de nosotros: porque es eterna su misericordia. Y nos libró de nuestros opresores: porque es eterna su misericordia. Él da alimento a todo viviente: porque es eterna su misericordia. Dad gracias al Dios del cielo: porque es eterna su misericordia. Canto: Misericordias Domini in aeternum cantabo

El sacerdote: Al final de esta recitación somos invitados a dar gracias en silencio, desde lo más profundo de nuestro corazón, por tantos acontecimientos y personas con los que Dios ha hecho historia de salvación con cada uno de nosotros.

Después del sacerdote termina con un cántico de adoración y se invita a velar junto al Señor en la Eucaristía.

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SANTO ROSARIO DE LA MISERICORDIA

MISTERIOS DE GOZO

CONSIDERACIÓN INICIAL “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret” (Misericordiae vultus, 1). Al acercarnos a los misterios de gozo del Salvador, con María quedamos extasiados al contemplar la misericordia infinita de aquel que, siendo Dios, se ha dignado asumir nuestra condición humana para devolvernos la dignidad perdida por el pecado. Con María, Reina y Madre de misericordia, acompañemos a Cristo en sus nacimiento e infancia, donde hallamos la más tierna sonrisa de Dios.

1.- LA ENCARNACIÓN DEL HIJO DE DIOS

"Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo...vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús"... Dijo María: "He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra"". (Lc 1, 26-28.31-38)

El Hijo único de Dios empieza a buscar al que está perdido ya desde el vientre purísimo de María. Aquí empieza a reconciliar el cielo con la tierra. Nos enseña el Papa Francisco: “La misericordia a la cual somos llamados abraza a toda la creación, que Dios nos ha confiado para ser cuidadores y no explotadores, o peor todavía, destructores”.

Pidamos a María que la creación redimida por el Verbo hecho hombre sea de verdad casa común de todos.

2.- LA VISITACIÓN DE LA VIRGEN A SU PRIMA SANTA ISABEL

"En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludo a Isabel. Y en cuanto oyó Isabel el saludo de María...quedó llena del Espíritu Santo". (Lc 1, 39-41)

La Virgen a toda prisa sale a evangelizar. Quiere hacer llegar la ternura de Dios a Isabel. Este encuentro está inundado de la alegría del Evangelio. Nos enseña el Papa Francisco: “El sufrimiento del otro constituye un llamado a la conversión, porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, mi dependencia de Dios y de los hermanos”.

Pidamos a María que cada visita a los enfermos en este Año de la Misericordia sea un encuentro de alegría.

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3.- EL NACIMIENTO DEL NIÑO JESÚS EN BELÉN

"José y María salieron de Nazaret hacia Belén y, "mientras ellos estaban allí se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre"". (Lc 2, 6-7)

En el establo de Belén, nace el que llena de felicidad todas las cosas. Jesucristo nace para ser “Rostro de la Misericordia” del Padre. El Niño Jesús pobre y humillado en un pesebre de animales nos señala el camino de la felicidad. Nos enseña el Papa Francisco: “Dejar caer el rencor, la rabia, la violencia y la venganza son condiciones necesarias para vivir felices”.

Pidamos a María que las armas del cristiano sean el perdón, la paz y la misericordia.

4.- LA PRESENTACIÓN DE JESÚS EN EL TEMPLO Y LA PURIFICACIÓN DE MARÍA.

"Cuando, según la ley de Moisés, se cumplieron los días de la purificación, subieron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está prescrito en la Ley del Señor: "Todo varón primogénito será consagrado al Señor"". (Lc 2, 22-23)

Jesús es ofrecido al Padre en el Templo cuando José y María acuden fieles al mandamiento. Él es la Luz de las naciones. Nos enseña el Papa Francisco: “Tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios”.

Pidamos a María que nuestra vida cristiana sea fuerte, y no se tambalee ante las tentaciones del enemigo.

5.- EL NIÑO JESÚS PERDIDO Y HALLADO EN EL TEMPLO

"El niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres...Al cabo de tres días, lo encontraron en el templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles". (Lc 2, 43-46)

Aquel viaje a Jerusalén no fue fácil para la Sagrada Familia. Al “¿Por qué nos has tratado así?” de la Virgen, Jesús responde con “Debía estar en las cosas de mi Padre”. Nos enseña el Papa Francisco: “Quien escucha atentamente la Palabra de Dios y reza de verdad, siempre pregunta al Señor: ¿Qué quieres de mí?”.

Pidamos a María que la misericordia de Dios brille este Año entre nuestros jóvenes por la entrega a las cosas de Dios.

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MISTERIOS DE DOLOR

CONSIDERACIÓN INICIAL “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret” (Misericordiae vultus, 1). Al acercarnos a la Pasión de Cristo en los misterios dolorosos del Santo Rosario, acudamos con confianza a la misericordia del Padre que “tanto amó al mundo que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16). No se ha conformado con tomar nuestra misma condición humana, sino que ha elegido el camino de la cruz para mostrarnos su amor hasta el extremo. Con María, Reina y Madre de misericordia, acompañemos a Cristo en el camino de la cruz, fuente del amor misericordioso de Dios para el mundo. 1.- MISTERIO: LA ORACIÓN DE JESÚS EN GETSEMANÍ Después de cantar el himno, salieron para el monte de los Olivos. Llegan a un huerto que se llama Getsemaní y dice a sus discípulos: “Sentaos aquí mientras voy a orar”. Y, adelantándose un poco, cayó en tierra y rogaba que, si era posible, se alejase de él aquella hora; y decía: “¡Abba!, Padre: tú lo puedes todo, aparta de mí este cáliz. Pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres.” (Mc 14, 26.32.35-36) Se acerca la hora para la que Jesús había nacido, la hora de la entrega. Pasarían en aquel momento ante Él no sólo el atroz tormento de la Pasión, sino sobre todo tantos pecados, tantas infidelidades, tantas traiciones de sus amigos... Ya la sangre se mezcla con el sudor como preludio de su sacrificio. Es la oración del corazón compasivo y misericordioso de Dios que se dispone a realizar el signo definitivo de la salvación “con mano poderosa y brazo extendido”. “Sacó a Israel de Egipto: porque es eterna su misericordia” (Sal 136). “Yo soy”, dice el Señor; “he aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad” (Hb 10, 7). Pidamos en este misterio por la fidelidad de los sacerdotes y consagrados, que reflejen siempre en sus vidas la misericordia de Cristo que se entrega. 2.- MISTERIO: LA FLAGELACIÓN DEL SEÑOR “¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?”. Volvieron a gritar: “A ese no, a Barrabás”. El tal Barrabás era un bandido. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. (Jn 18,39b-40; 19, 1) “Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos” (Is 50, 6). Azotado cruelmente hasta caer exánime en el suelo, maniatado, cubierto ya todo su cuerpo de sangre, el Señor Jesús sometido a la autoridad caprichosa y a la fuerza de unos hombres. Sin

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embargo, el amor no se apaga, más aún, a cada golpe, a cada latigazo, mayor amor: “eterna es su misericordia”. Contempla la humildad de Cristo que no duda en verse atado por ti con tal de liberarte de las cadenas que te atan a este mundo. Tengamos presente en este misterio a los encarcelados y presos, a todos aquellos a quienes esclaviza de diferentes formas la corrupción del pecado. 3.- MISTERIO: LA CORONACIÓN DE ESPINAS Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a Él le decían: “¡Salve, rey de los judíos!”. Y le daban bofetadas. Y salió Jesús afuera llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo: “He aquí al hombre”. (Jn 19, 2-3.5) En Él, en ese Cristo llagado y coronado de espinas está el misterio del hombre, vulnerable, débil, indefenso. Las espinas que perforan la cabeza de Jesús no son sino la muestra externa del profundo dolor de su corazón que sufre por nuestros pecados con amor misericordioso. Esas espinas que ahora coronan su cabeza se convertirán en corona de gloria, de vida eterna, con la que el hombre también será coronado para reinar con Él. “Si morimos con Él, también viviremos con Él; si perseveramos también reinaremos con Él”. (2Tim 2, 11b-12a) Tengamos presentes en este misterio a todos los que experimentan en su cuerpo o en su espíritu cualquier clase de tormento o enfermedad. 4.- MISTERIO: JESÚS CAMINO DEL CALVARIO CON LA CRUZ A CUESTAS Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y, cargando Él mismo con la cruz, salió al sitio llamado “de la Calavera” (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron. (Jn 19, 16-18a). “Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre Él todos nuestros crímenes. Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron. Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos”. (Is 53, 6. 8a. 11b) Como el Buen Pastor carga sobre sus hombros a la oveja perdida para llevarla al redil, así Cristo carga con nosotros, perdidos entre la maleza del mundo, para conducirnos a las verdes praderas de su misericordia. Tanto le pesamos que cae extenuado y besa el polvo del camino, como besando la bajeza de nuestra miseria para elevarla a la altura de la eternidad: “Mira, hago nuevas todas las cosas”. (Ap 21, 5) Que María fortalezca los corazones de aquellos que se encuentran abatidos y exhaustos en el camino por el peso de sus pecados.

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5.- MISTERIO: LA CRUCIFIXIÓN Y MUERTE DE JESÚS EN LA CRUZ. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero. (Jn 19, 30b. 33-35a) Ha llegado la hora de la misericordia. Cristo, despojado de sus vestiduras, ofrece el sacrificio de la alianza nueva y eterna; “traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre Él, sus cicatrices nos curaron” (Is 53, 5). Su costado abierto es manantial que derrama misericordia, curando las heridas del pecado y dando vida a quien bebe de esta fuente. Pero antes nos dejó a la Madre de la Misericordia, para que sea ella quien nos acerque a Él: “ahí tienes a tu madre” (Jn 19, 27). Pidamos a María “que nunca se canse de volver a nosotros sus ojos misericordiosos y nos haga dignos de contemplar el rostro de la misericordia, su Hijo Jesús.”(Misericordiae vultus, 24). ORACIÓN FINAL Señor Dios, lento a la ira y rico en clemencia, tú revelas tu omnipotencia en el perdón y en la misericordia. Concede a quienes hemos acompañado a tu Hijo en el camino de la cruz, vernos libres, con la intercesión de la bienaventurada Virgen María, de todos nuestros pecados y contemplar un día con ella la hermosura infinita de tu rostro misericordioso, Cristo tu Hijo, nuestro Señor, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

MISTERIOS DE LUZ

CONSIDERACIÓN INICIAL “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret” (Misericordiae vultus, 1). La vida pública de Jesús es la trasparencia del Corazón bueno del Padre. En los signos y palabras de Cristo aprendemos el amor incondicional del Padre que nos llama a su intimidad. Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre. La luz de Cristo nos introduce en el abrazo gozoso del Padre. Con María, Reina y Madre de misericordia, acompañemos a Cristo en estos misterios, que nos hacen caer a sus pies y confesarle como nuestro Maestro y Amigo, como nuestro Dios y Señor.

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1.- EL BAUTISMO DEL JESÚS EN EL JORDÁN

"Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia Él como una paloma. Se oyó una voz del cielo: "Tú eres mi Hijo amado, mi preferido"". (Mc 1, 9-11)

Al contemplarte, Señor, sumergido en las aguas del Jordán… -a Ti, que no conociste el pecado-, no podemos dejar de exclamar con toda la Iglesia: “¡Qué incomparable ternura y cardad! ¡Para rescatar al esclavo entregaste al Hijo! Para salvarme quisiste estar entre pecadores en el Jordán y en el Calvario… Me buscabas a mí. En tu Bautismo contemplamos al Cordero de Dios que lleva sobre si, para quitarlos, los pecados del mundo. Porque tú te hiciste pecado, yo no soy ya esclavo, sino hijo de Dios, buscado, amado, redimido.

2.- LA AUTORREVELACIÓN DE JESÚS EN LAS BODAS DE CANÁ

"Faltó el vino, y la madre de Jesús le dijo: "No les queda vino". Jesús le contestó: "Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti? Aún no ha llegado mi hora". Su Madre dijo a los sirvientes: "Haced lo que Él diga". Así, en Caná de Galilea, Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en Él". (Jn 2, 3-5.11)

“¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!” Fue necesaria aquella carestía, la incómoda circunstancia de aquellos esposos, para que Tú revelases tu Misericordia abundante y tu poder providente. La humildad puede ahondar en medio de una historia de pecado los cimientos de una santidad grande. Tu Madre provoca amorosa a tu Corazón para que actúe con Misericordia, cuando en los momentos de la historia y de mi historia, más necesitamos de Ti. En Caná, donde faltó el vino, Tú lo remediaste con una exuberancia inesperada. Y donde abundó el pecado sobreabundará la gracia.

3.- EL ANUNCIO DEL REINO DE DIOS INVITANDO A LA CONVERSIÓN

"Después que Juan fue encarcelado, Jesús se dirigió a Galilea, a predicar la buena noticia del Reino de Dios. Decía: "El tiempo ha llegado y el reino de Dios ya está cerca. Convertíos y creed en el Evangelio"". (Mc 1,14-15)

¿Qué es la conversión? “Ser arrancados de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado… Ser restituidos a la gracia, y ser agregados a los santos…” Y Tú ME INVITAS a la conversión. ¡Qué inapreciable es tu misericordia!: no me fuerzas, no me obligas… me invitas. Tu amor me reclama; tus ojos rebosantes de exigente ternura me dicen: Sígueme. ¿Cómo arrancar de mi lo que me esclaviza? ¿Cómo salir de la oscuridad de mis pecados? ¿Cómo cambiar los derroteros de mi vida? Sólo descubrir Tu amor eterno me hará santo.

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4.- LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR

"Y sucedió que, mientras Jesús estaba orando, cambió el aspecto de su rostro, y su ropa se volvió de una blancura resplandeciente...De la nube salió una voz, que dijo: "Éste es mi Hijo amado, mi elegido. Escuchadle a Él"". (Lc 9, 29.35)

“Será la noche clara como el día, la noche iluminada por mi gozo” Qué gran misericordia fue dejar ver a los apóstoles tu humanidad santísima transida de la divinidad, para que no sucumbieran en la noche oscura de la Pasión que estaba próxima. En medio de la cruz y el sufrimiento de cada hombre y, también, en la hora de las tinieblas del mundo, Tú brillas sereno para el linaje humano. Tú reinas y vences al Maligno enemigo. En tu muerte la muerte está vencida. Con la fe firme, la santa esperanza y un amor fuerte muchas almas se han transfigurado en el dolor y la tribulación. Y reinan contigo.

5.- LA INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTIA

"Durante la cena, Jesús tomó pan, dio gracias a Dios, lo partió y se lo dio a sus discípulos, diciendo. "Tomad y comed, esto es mi cuerpo". Tomó luego en sus manos una copa, dio gracias a Dios y lo pasó a sus discípulos, diciendo: "Bebed todos de ella, porque esto es mi sangre"". (Mt 26, 26-27)

Sólo el Amor de Dios pudo imaginar el milagro de la Santísima Eucaristía. En cada Misa que se celebra “se une el cielo con la tierra, lo humano y lo divino”. Sólo tu amor hasta el extremo pudo lograr la maravilla del marchar al Padre a prepararnos sitio y quedarse al mismo tiempo con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Verdaderamente tuvo entrañas de misericordia aquél buen samaritano camino de Jericó. Pero es que Tú te has dado a Ti mismo en alimento para curarme a mí, caído y herido de muerte. En cada Misa, en cada comunión, en cada adoración haz mi corazón bueno, misericordioso como el tuyo.

MISTERIOS DE GLORIA

CONSIDERACIÓN INICIAL “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret” (Misericordiae vultus, 1). La resurrección revela lo que estaba oculto en la naturaleza de Jesús desde el comienzo. Al resucitar nos muestra su misericordia profunda: en sus llagas, transidas de luz, vemos -como clara señal- que la fuerza de su amor ha vencido a nuestro pecado y muerte. Con María, Reina y Madre de misericordia, acompañemos a Cristo en el triunfo sobre el mal y su autor; triunfo que es también de esta humanidad redimida.

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1.- LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

"Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado en el lado derecho, vestido con una túnica blanca, y se asustaron. Pero él les dice: "No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús de Nazaret, el Crucificado? Ha resucitado, no está aquí. Ved el lugar donde le pusieron"". (Mc 16, 5-6)

La resurrección subraya tu amor desbordante a esta humanidad postrada. El sepulcro vacío y tus llagas nos hablan de este gran acontecimiento que ilumina la historia del hombre y su destino. Esas llagas son las que en el Gólgota estaban ensangrentadas por nuestros pecados y rebeldías; ahora, colmadas de luz, expresan que tu amor ha vencido nuestra miseria y debilidad y que para siempre nos llevas tatuados en las palmas de tus manos (cf. Is 49,16), en el centro de tu corazón.

Virgen María, te pedimos que, cuando nuestros pecados nos hagan desconfiar, elevemos nuestros ojos a las llagas gloriosas de tu Hijo y nos levantemos apremiados por su amor misericordioso.

2.- LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR A LOS CIELOS

"Jesús se acercó a ellos y les habló así: "Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo..." Después...alzando sus manos los bendijo. Y, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo, en donde está sentado a la derecha del Padre". (Mt 28, 18-19; Lc 24, 50-51)

La ascensión a los cielos presagia la gloria que un día se nos descubrirá. La entrega de su vida abre los cielos que el antiguo pecado cerró a toda la humanidad. Cristo termina su vida temporal, pero no su vida; esa es la promesa que nos hace de vida eterna. Escena de misericordia, porque allí donde nos precede la cabeza irá también su cuerpo. Su ascensión nos asegura la perenne comunión entre lo humano y lo divino, misterio extraordinario de amor y misericordia.

Virgen María, haz que en nuestro peregrinaje clavemos siempre los ojos en el cielo, para que no perdamos de vista nuestra verdadera patria. Mirar al cielo nos compromete más con este suelo.

3.- LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO SOBRE LA VIRGEN MARÍA Y LOS APÓSTOLES

"Llegado el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar...Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que dividiéndose se posaron sobre cada uno de ellos; y quedaron todos llenos del Espíritu Santo". (Hch 2, 1.3-4)

Cuántas veces Jesús repitió a los suyos: No os dejaré huérfanos... (Jn 14,16) La promesa del Resucitado es su Espíritu Santo. Acontecimiento de misericordia: Dios consciente de nuestra fragilidad de creaturas envía a Aquel que hace posible en nosotros la santidad. El Espíritu Santo no otorga sus dones y frutos, haciéndonos vivir en caridad permanente.

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Santa María, haz que nos dejemos guiar y asistir por el Espíritu Santo, para que nuestra vida sea, en medio de este mundo, transparencia del corazón bueno de Dios.

4.- LA ASUNCIÓN DE SANTA MARÍA AL CIELO

"La Inmaculada siempre Virgen María, Madre de Dios, concluida su vida terrena fue ascendida en cuerpo y espíritu a la gloria celestial" (Definición dogmática de Pío XII)

Nuestros ojos miran la belleza incomparable de María. La Toda santa atraviesa los cielos para encontrarse con el Hijo de sus puras entrañas. Entrañas de misericordia que no pueden vivir en el suelo y -cuál imán enamorado- son arrastradas a lo más alto de la gloria, donde Dios corona a los dos corazones que más generosamente han amado en esta tierra. Misterio insondable de entrañas misericordiosas.

Madre Inmaculada, conserva nuestro corazón y nuestro cuerpo libres de pecado, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de tu Hijo y Señor nuestro Jesucristo.

5.- LA CORONACIÓN DE SANTA MARÍA

"Una gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza". (Ap 12, 1)

La Coronación de María viene a cerrar el ciclo de su glorificación. El Hijo ha sido constituido Señor del Universo por su resurrección, la Madre asociada a Cristo es también coronada de gloria como Reina y Señora de todo lo creado por su obediencia exquisita al Padre. María es Madre y Reina de Misericordia, porque desde el trono de gracia sigue com-padeciéndose de nosotros, sus hijos, y vela por nuestros pasos torpes y cansados. Reina de Misericordia, haz que siempre hagamos lo que Dios quiere y queramos lo que Dios hace, para que gocemos el triunfo de los bienaventurados.

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CORONILLA A LA DIVINA MISERICORDIA

La Coronilla la dictó Jesús a Santa Faustina en Vilna (Lituania) entre el 13-14 de Septiembre del 1935, como súplica para aplacar la ira de Dios por los pecados del mundo.

"A través de ella obtendrás todo, si lo que pides está de acuerdo con mi voluntad(...) Reza incesantemente esta coronilla que te he enseñado. Quienquiera que la rece recibirá gran misericordia, en la hora de la muerte los sacerdotes se la recomendarán a los pecadores como la última tabla de salvación. Hasta el pecador más empedernido, si reza esta Coronilla una sola vez, recibirá la gracia de Mi misericordia infinita. Deseo que el mundo entero conozca Mi misericordia; deseo conceder gracias inimaginables a las almas que confían en Mi misericordia" (Diario 731,687). “ Defenderé como Mi propia Gloria a cada alma que rece esta Coronilla en la hora de la muerte, o cuando los demás la recen junto al agonizante, quienes obtendrán el mismo perdón. Cuando cerca de un agonizante es rezada, se aplaca la ira Divina, y la insondable misericordia envuelve al alma y se conmueven las entrañas de Mi misericordia por la dolorosa pasión de mi hijo” (Diario 811). (se utiliza un rosario común de cinco decenas)

1. Comenzar con un Padre Nuestro, Avemaría, y Credo (de los apóstoles).

Credo de los apóstoles: Creo en Dios Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor. Fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo y nació de la Virgen María. Padeció bajo el poder de Poncio Pilato. Fue crucificado, muerto y sepultado. Descendió a los infiernos. Al tercer día resucitó de entre los muertos. Subió a los cielos, y está sentado a la diestra de Dios Padre. Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos. Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne, y la vida eterna. Amén.

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2. En las cuentas grandes correspondientes al Padre Nuestro (una vez) decir:

"Padre Eterno, te ofrezco el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Tu Amadísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, como propiciación de nuestros pecados y los del mundo entero."

3. En las cuentas pequeñas correspondientes al Ave María (diez veces) decir:

"Por Su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero."

4. Al finalizar las cinco decenas de la coronilla se repite tres veces:

"Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros y del mundo entero." 5. Oración final (opcional): “Oh Sangre y agua que brotaste del Corazón de Jesús como una fuente de misericordia para nosotros, en Ti confío.” Alabanzas a la Divina Misericordia

El Amor de Dios es la flor; La Misericordia el fruto. Que el alma titubeante lea estas consideraciones sobre la Misericordia Divina y recobre la confianza.

Misericordia Divina, que brotas del seno del Padre, en Ti confío. Misericordia Divina, supremo atributo de Dios, en Ti confío. Misericordia Divina, misterio incomprensible, en Ti confío. Misericordia Divina, fuente que brota del misterio de la Santísima Trinidad, en Ti confío. Misericordia Divina, humano o angélico, en Ti confío. Misericordia Divina, de donde brotan vida y felicidad, en Ti confío. Misericordia Divina, más sublime que los cielos, en Ti confío. Misericordia Divina, manantial de milagros y maravillas, en Ti confío. Misericordia Divina, abrazando todo el universo, en Ti confío. Misericordia Divina, que bajas a la tierra en la Persona del Verbo Encamado, en Ti confío. Misericordia Divina, que manaste de la herida abierta en el Corazón de Jesús, en Ti confío.

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Misericordia Divina, enclaustrada en el Corazón por nosotros, y especialmente por los pecadores, en Ti confío. Misericordia Divina, insondable en la institución de la Sagrada Hostia, en Ti confío. Misericordia Divina, que fundaste la Santa Iglesia, en Ti confío. Misericordia Divina, presente en el Sacramento del Santo Bautismo, en Ti confío. Misericordia Divina, en la justificación de nosotros por Jesucristo, en Ti confío. Misericordia Divina, que nos acompañas a lo largo de la vida, en Ti confío. Misericordia Divina, que nos abrazas, especialmente a la hora de la muerte, en Ti confío. Misericordia Divina, por quien recibimos el don de la inmortalidad, en Ti confío. Misericordia Divina, siempre a nuestro lado en cada instante de nuestra vida, en Ti confío. Misericordia Divina, escudo protector de las llamas infernales, en Ti confío. Misericordia Divina, por quien se convierte el pecador empedernido, en Ti confío. Misericordia Divina, que dejas atónitos a los ángeles; inasequible también a los santos, en Ti confío. Misericordia Divina, insondable en todos los misterios de Dios, en Ti confío. Misericordia Divina, que nos rescatas de toda miseria, en Ti confío. Misericordia Divina, manantial de felicidad y gozo, en Ti confío. Misericordia Divina, que de la nada nos trajiste a la existencia, en Ti confío. Misericordia Divina, que rodeas con Tus brazos toda obra de Sus manos, en Ti confío. Misericordia Divina, que presides toda la obra de Dios, en Ti confío. Misericordia Divina, en la que estamos todos sumergidos, en Ti confío. Misericordia Divina, dulce consuelo de los corazones angustiados, en Ti confío. Misericordia Divina, única esperanza de los desesperados, en Ti confío. Misericordia Divina, remanso de corazones, paz en la turbulencia, en Ti confío. Misericordia Divina, gozo y éxtasis de las almas santas, en Ti confío. Misericordia Divina, esperanza renovada, perdida ya toda esperanza, en Ti confío.

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VIA CRUCIS DE LA MISERICORDIA

V/. Ejercicio del via crucis. Por la señal de la santa cruz. Señor mío Jesucristo... Oración inicial Señor Jesús, déjame acompañarte camino de la cruz. Todo este itinerario lo has recorrido por amor a cada uno de nosotros. Los golpes, las espinas, tus caídas, los desprecios, abandonos, insultos... todo el dolor de tu cuerpo y de tu alma ha de arrancar de nuestros corazones un deseo grande de corresponder a tanto amor. Ayúdame, Jesús, a descubrir en este camino el amor que me tienes; ayúdame a rechazar todo cuanto de nuevo te vuelva a hacer sufrir. Ayúdame a ser un fiel y valiente discípulo. 1ª Estación: Jesús es condenado a muerte V/. Te adoramos oh Cristo y te bendecimos. R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo. “Quien defenderá mi causa frente a los malhechores? Atentan contra la vida del justo y condenan al inocente” (Ps 94, 16.21)

Señor, Tú tenías que morir. Naciste para un sacrificio. Y deseabas ardientemente entregar la vida. Pero estremece la locura con que los hombres piden tu crucifixión. Tremendamente admirados habían dicho de ti: “Todo lo hizo bien” (Mc 7,37) ¿Qué pasa ahora? Quieren hacerte desaparecer, les estorbas mucho.

Estremece caer en la cuenta que nuestro mundo, ahora mismo, es un inmenso pretorio que grita contra ti, sin ningún pudor. Y en donde tú permaneces en medio, silencioso con silencio de Sagrario; parece que tú eres la causa de todos los males, el enemigo de nuestra felicidad… cuando tú no estés, todo irá bien.

Me duelen también, los hombres y mujeres, tantos jóvenes, ¡incluso niños! que te han condenado a muerte: ni te conocen, ni creen en ti, ni te aman, ni les importas.

Y tiemblo ante mi propio corazón: ¡has sido tan bueno conmigo! y, sin embargo, también yo sigo diciéndote muchas veces: ¡fuera, déjame!

Con todas las veras de mi alma, ahora te lo pido: Hazme desear perder la vida antes que perderte. ¡Y no permitas que me separe de Ti!

V/. Señor pequé. R/. Ten piedad y misericordia de mí.

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2ª estación: Jesús carga con la cruz V/. Te adoramos oh Cristo y te bendecimos. R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo. “Nos echaste una carga pesada a la espalda, dejaste que cabalgaran encima de nosotros” (Ps 66, 11-12)

Señor, Tú dijiste: “Mi yugo es suave”. ¿Cómo puedes decir eso? ¿No sentías en

Getsemaní morir de tristeza? ¿Qué oprimía tu corazón hasta tocar la tierra con el rostro? ¿Qué era ese peso? Mis pecados no son cosa de poco. Tú eres el cordero de Dios que quitas el pecado del mundo: y nos lo quitas cargándolo sobre ti. Amado Jesús, Cordero Santo, que subes al monte Calvario cargando tú mismo con la leña para el Sacrificio.

También yo, no pocas veces, siento angustia. Estoy hasta cansado de ofenderte: “Me siento abrumado por mis culpas; son un peso superior a mis fuerzas” (Ps 38,5) Además, serte fiel, vivir en tu verdad, es nadar contra corriente. Me parece ir solo, y pesa tanto la incomprensión, la calumnia, el ridículo. ¿Por qué dices que tu carga es ligera? ¡Tú abrazas la cruz! A ti te la arrojaron bruscamente sobre tus hombros, sin ninguna delicadeza, para hacerte daño… pero Tú abrazaste la cruz, “voluntariamente aceptada”. Tu cruz es ligera porque me amas, y aunque mis pecados son muchos no dudas en cargarme sobre tus hombros, porque me amas infinitamente más. El amor hace nuevas las cosas, y hace liviano lo que sin él jamás podríamos soportar. Ayúdame a abrazar mis pequeñas grandes cruces, aunque caigan contundentes sobre mí, y vengan cuando menos o de quien menos lo esperaba.

V/. Señor pequé. R/. Ten piedad y misericordia de mí. 3ª estación: Jesús cae por primera vez V/. Te adoramos oh Cristo y te bendecimos. R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo. “Yo digo: que no se alegren de mi desgracia, que no canten triunfo cuando mi pie resbale” “Porque estoy a punto de caer, mi dolor no se aparta de mí” (Ps 38, 18.19)

¿Qué está ocurriendo, Señor? Tú que andabas sobre las aguas como en tierra

firme, ¿por qué ahora no puedes sostenerte? ¿Por qué pareces hundirte, tú, que en medio del oleaje del mar fuiste roca firme y ancla de salvación para Pedro que dudaba?

Primera caída para expiar los pecados de tu Iglesia; conocías muy bien la fragilidad de esta navecilla, conocías que el enemigo la iba a zarandear con fuerza. Tú quisiste rozar el suelo para que te encontráramos allí cuando la mundanidad nos hiciera caer tan bajo. El mundo canta triunfo cuando ve que resbala el pie del

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sacerdote; y se alegra el Maligno de la desgracia de los ministros de Dios para sembrar la desconfianza. “Si mi enemigo me injuriase, lo aguantaría; si mi adversario se alzase contra mí, me escondería de él; pero eres tú, mi compañero, mi amigo y confidente, a quien me unía una dulce intimidad…” (Ps 54)

Señor, por tu primera caída, te pedimos la humildad, la humildad fuerte.

V/. Señor pequé. R/. Ten piedad y misericordia de mí. 4ª estación: Jesús se encuentra con su Santísima Madre V/. Te adoramos oh Cristo y te bendecimos. R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo. “Como un hijo al que su madre consuela, así os consolaré yo, y en Jerusalén seréis consolados” (Is 66, 13)

¡Es verdad! Dios ha sentido en su corazón el consuelo de una Madre, la fuerza de su amor, el calor de sus caricias, la fuerza de su sola presencia. Así os consolaré yo, nos dice el Señor, con ese amor tierno y a la vez más fuerte que la muerte. Como una madre que se inclina sobre el hijo para enseñarlo a caminar, así permanezco yo con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.

Ella estaba allí para consolarte: torre de marfil en medio de aquella jauría; entre tantos rostros amenazantes… sus ojos purísimos llenos del rocío de las lágrimas, son la reparación más preciosa. Entre el griterío soez y las blasfemias… sus labios pronunciando suaves “Jesús, Jesús, amado Jesús”, son bálsamo expiatorio que cura todas tus heridas.

Gracias, Señor, por tu Madre. Ella siempre está a mi lado cuando el alma se siente herida. Siempre. Por muy sucia que esté; por fuerte que sea el desánimo, aún cuando parece imposible todo remedio… Pronuncio su Nombre, o aquella jaculatoria que aprendí de niño… y Ella está ahí, como estrella hacia donde se levantan los ojos cansados. Como una brisa fresca que arrastra de mi corazón tantas torpezas. Y el diablo tiembla y huye. Y yo vuelvo a levantarme.

V/. Señor pequé. R/. Ten piedad y misericordia de mí. 5ª estación: el Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz V/. Te adoramos oh Cristo y te bendecimos. R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo. “Él librará al necesitado que suplica, al humilde que no tiene defensor; tendrá compasión del necesitado y del abandonado…” (Ps 72, 12-13)

Era un día de calor, y Abraham estaba sentado delante de su tienda bajo una

encina: vio llegar tres peregrinos y los hospedó en su casa con delicadeza ejemplar: quedaos aquí, bebed y descansad, pues no habéis pasado por aquí por casualidad. Y,

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sin saberlo, sólo por esa misericordia que hizo, Abraham hospedó a Dios en su propia casa.

Tampoco fue casualidad tu encuentro con Simón de Cirene: es admirable tu providencia amorosa. Pero ¿quién hizo en esta ocasión la obra de misericordia? ¿Quién ofreció descanso a quién? ¿Quién abrió las puertas de su corazón de par en par como una casa? Qué maravillosa providencia: te haces mendigo que suplica, para enriquecernos con tu amistad; te veo indefenso, y al querer ayudarte es tu amor el que me fortifica; abandonado y descubro que nunca estoy más solo que cuando estoy lejos de Ti.

También aprendo hoy, que no son casualidad ninguna de las personas que se cruzan en mi vida. Y que en ellas me esperas, suplicante, humilde, abandonado, necesitado… “A fuerza de amor humano me abraso en amor divino, la santidad es camino que va de mi hacia el hermano” Y, por favor, con todas las veras de mi alma te pido: que no busque tanto ser consolado, sino consolar; ser comprendido, sino comprender; ser amado sino amar. Así lo hiciste con Simón. Así lo quieres para mí.

V/. Señor pequé. R/. Ten piedad y misericordia de mí. 6ª estación: la Verónica enjuga el rostro de Jesús V/. Te adoramos oh Cristo y te bendecimos. R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo. “Me llenaré de júbilo y alegría por tu amor: porque has visto mi sufrimiento y conoces mi angustia” (Ps 32, 8)

Los ojos de esta mujer, Verónica, son capaces de ver más allá del espectáculo que

todos ven. Penetran más profundamente que muchas de las miradas también compasivas que te veían pasar. Y no teme el peligro; se lanza hacia Ti; no se condujo por esas prudencias humanas tan poco santas. Decía Santa Teresa: “Fijos los ojos en vuestro Esposo, que Él os ha de sustentar”. Así hizo Verónica: mirarte sólo a Ti, y mirarte no sólo por fuera le dio una fuerza irresistible para lanzarse a limpiar tu rostro.

Jesús, haz que te mire sólo a Ti: que me importen poco los cuchicheos de la gente; que no infesten mi corazón los respetos humanos; que no me paralice “el qué dirán”

“Cuando se mira a Dios cara a cara, un día y otro día, una hora y otra hora, sin cansarse, sin dejar de mirarlo, sin perderlo de vista, los ojos se llenan de Él. La luz entra en la vida y todo el ser se transforma en transparencia de Dios. Y cuando el mundo te mire sabrá quién es el Dios de los cristianos, el Dios de la Vida, el Dios del Amor” (M. Teresa de Jesús Ortega).

V/. Señor pequé. R/. Ten piedad y misericordia de mí.

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7ª estación: Jesús cae por segunda vez V/. Te adoramos oh Cristo y te bendecimos. R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo. “Palpamos las paredes como ciegos, vamos a tientas como los que no ven; tropezamos en pleno día como si fuera de noche” (Is 59, 10)

Señor, has caído por segunda vez. Y miro tus ojos: el sudor, la sangre, la tierra, la

hinchazón de los golpes brutales. No puedes ver. Y estás tirado en el suelo… como aquel hombre ciego, que sentado al borde del camino gritaba con todas las fuerzas: "¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!"

Gracias por abajarte de nuevo. Gracias por venir a este suelo donde estoy mil veces caído. No has querido ayudarme desde arriba, sin mancharte. Cuando me encuentro como en un pozo sin fondo, cuando estoy como un mendigo miserable, roto por tierra, siento tu aliento en mi cara… ¡Estás en el suelo, conmigo! Y entonces te puedo decir despacio: ¡Señor, que vea! No necesito gritar, estás conmigo.

Reconocer mi pecado, conocer que no puedo ni valgo nada, hace que Tú seas mi confianza y mi fortaleza.

V/. Señor pequé. R/. Ten piedad y misericordia de mí. 8ª estación: Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén V/. Te adoramos oh Cristo y te bendecimos. R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo. “Pero ahora, oráculo del Señor, convertíos a mí de todo corazón, con ayunos, lágrimas y llantos: desgarrad vuestro corazón y no las vestiduras; convertíos al Señor, nuestro Dios, porque Él es clemente y misericordioso, lento a la ira, rico en amor y siempre dispuesto a perdonar” (Joel 2, 12-13)

Señor, las lágrimas… ¡Sublime belleza, única del rostro humano, que es como

una materialización de los invisibles movimientos del corazón! Pero no toda lágrima brilla con la misma limpieza: ¡también el pecado enturbió este delicado manantial¡: se llora por una miseria material, por el trabajo perdido, por el hijo muerto; podemos llorar de rabia, de tristeza, de dolor…

Ahora te suplicamos: concédenos llorar por los motivos más nobles; concédenos las lágrimas que Tú tuviste. Tú no llorabas por Ti… Tú lloraste por amor, por un vehemente deseo de cobijar bajo tus alas protectoras a cada uno de los que sólo Tú conoces. Lloramos viendo la novela o al terminar una película, y no lloramos por una comunión sacrílega. Lloramos sin consuelo por la mascota que muere, pero ¿quién llora por los niños que no nacen? ¿Quién llora por la salvación de sus hijos? ¿Quién llora por los que no conocen a Cristo? ¿Quién llora por los que viven sin Ti? ¿Quién llora por los que pueden no ir al cielo?

V/. Señor pequé. R/. Ten piedad y misericordia de mí.

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9ª estación: Jesús cae por tercera vez V/. Te adoramos oh Cristo y te bendecimos. R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo. “El Señor sostiene a los que caen y levanta a los que desfallecen” (Ps 146, 14) “El justo cae siete veces y se levanta…” (Proverbios 24, 16)

Tercera caída, la de la misericordia infinita. Aquí te quedas postrado conmigo:

conmigo, inmóvil, con el corazón endurecido de tanto pecar. Caes por tercera vez y te encuentras conmigo, ya caído en el suelo, quizá sin ánimo o deseo de levantarme: el alma ha hecho costra, y todo me da igual. Se ha empañado el brillo del amor primero. Los deseos de santidad quedaron amortiguados por la experiencia de la vida.

Gracias, Señor, por tu tercera caída, donde te encuentras con los “desesperados”, con los “esclavizados” del pecado, con los que “no pueden más”. Gracias por haber descendido tan bajo, para encontrarte conmigo, cansado de pecar y a punto de decir… no puedo más. Gracias por esta caída redentora de los pecados más graves, de los reincidentes sacrilegios, de las manos más ensangrentadas, de las almas más negras.

Dice san Juan Crisóstomo: “Si caen chispas en el mar, ¿lo encienden? No. Sino que el mar las apaga. Tus pecados son chispas, y el mar es la Misericordia de Tu Dios” (Hom. 8 de poenit. n.1).

Regálame, Señor, humildad para levantarme, siempre, siempre, siempre… Y para no dar a nadie por perdido, nunca, nunca, nunca.

V/. Señor pequé. R/. Ten piedad y misericordia de mí. 10ª estación: Jesús es despojado de sus vestiduras V/. Te adoramos oh Cristo y te bendecimos. R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo. “Yo pasé junto a ti, y te vi… Extendí mi manto sobre ti y cubrí tu desnudez…” (Ez 16, 8)

Te desnudaron totalmente, te expoliaron de tus ropas, para que no quedara sin herir ningún rincón de tu santísima humanidad. Tormento este difícil de ponderar hoy que el pudor está mortalmente herido. Aceptaste con paciencia infinita esta vileza. Aceptaste sobre ti aquellos ojos toscos y necios para entender. Aceptaste, para acompañar y redimir la desnudez de tantas personas degradadas y envilecidas por otras personas; para estar cerca y sostener a aquellos cuya dignidad les ha sido trágicamente arrebatada con heridas que sólo Tú podrás curar en el cielo.

Pero también, esta dolorosa y bendita desnudez de tu Calvario era necesaria para deshacer aquella primera desnudez del Paraíso, aquel primerísimo desvalimiento del pecado original. Nos has cubierto con el manto de tu Sangre, y al comulgarte devuelves a nuestro cuerpo la belleza para la que fue creado: para amarte y para ser vehículo del amor más puro.

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Tiembla satanás ante unos labios teñidos con tu Sangre preciosa. Él, que odia la maravillosa encarnación, la Tuya y la de cada ser humano, vapulea nuestro cuerpo para que con él te ofendamos. Por eso, cuando me olvide de que soy Tuyo, del todo y para siempre Tuyo, pasa junto a mí, y que Tu mirada me devuelva la dignidad perdida.

V/. Señor pequé. R/. Ten piedad y misericordia de mí. 11ª estación: Jesús es clavado en la cruz V/. Te adoramos oh Cristo y te bendecimos. R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo. “Me acorrala una jauría de mastines, me cerca una banda del malhechores; me taladran las manos y los pies…” (Ps 22, 17)

No puedo cansarme de mirar esas manos traspasadas por los clavos. Manos de

Cristo que ayudaron a levantar a muchos paralíticos; manos de Cristo cuyos dedos santísimos entraron en los oídos inertes de los sordos; manos de Cristo que lavaron diligentes los pies de los discípulos; manos benditas que acariciaron el rostro de tu Madre y que miles de veces fueron por ellas besadas como en una inacabable Primera Misa.

Manos de Cristo bienhechoras y ahora traspasadas… Mas es ahora, cuando las tienes destrozadas y fijas al madero cuando más bien están haciendo, cuando obran el mayor milagro de tu amor: la redención del mundo. Cuando aparentemente nada puedes hacer con ellas, son entonces más prodigiosas, y eficaces y divinas.

¡Déjame besar tus manos clavadas! Estas son aquellas manos de las que habla la esposa en el Cantar de los cantares… “que son de oro”. Y mientras las beso, hazme obediente. Hazme amar los clavos de la obediencia, que me sujetan a tu Santa Ley; los clavos con los que libremente me uno a los mandamientos de la Santa Madre Iglesia; los clavos de la caridad auténtica que no me dejan hacer lo que me da la gana, sino lo que Tú quieres que haga. Hazme obediente, que ame tu amorosa providencia; haz de mi otro crucifijo.

V/. Señor pequé. R/. Ten piedad y misericordia de mí. 12ª estación: Jesús muere en la cruz V/. Te adoramos oh Cristo y te bendecimos. R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo. “Iré adonde tú vayas, viviré donde tú vivas… Moriré donde tú mueras, y allí me enterrarán. Juro ante el Señor que solo la muerte podrá separarnos” (Rut, 1, 16-17)

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Tú, Señor, me has invitado, dulcemente, libremente… “el que quiera venirse conmigo…” “Maestro, ¿dónde vives? Ven y verás…” Ir donde tú vayas, vivir donde tú vivas… Pero ¿morir dónde Tú mueras? ¿Morir como Tú?

Quizá hasta aquí ha sido posible llegar contigo. Pero morir… la abnegación, el borrarse, el desaparecer, el desprecio del mundo, dar muerte al yo… Aunque te he ofrecido mi vida, aunque con mi inteligencia he comprendido que “debo perder la vida”, en realidad me aferro a mis felicidades, a mis planes, a mis pequeñeces…¡Qué bonito es oír, hablar, escribir, predicar, cantar… aquello del grano de trigo que cae en tierra y muere! Pero desearlo… y vivirlo cuando llega… Aun así, es hermoso morir contigo… y empezar a gustar un “no sé qué” de cielo, en medio de tanta tierra. Me gustaría tener el amor fuerte y la fidelidad inquebrantable de aquella mujer de la Escritura: “moriré donde Tú mueras…”

Para ello sólo te pido un favor que, en realidad, ya me has concedido: para morir necesito a mi Madre. Te necesito a ti, María: ahora y en la hora de mi muerte. Te necesito a ti, Madre, para que no se haga mi voluntad, sino la Suya.

V/. Señor pequé. R/. Ten piedad y misericordia de mí. 13ª estación: Jesús en los brazos de su Santísima Madre V/. Te adoramos oh Cristo y te bendecimos. R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo. “… llevaréis al sacerdote una gavilla como primicia de vuestra cosecha. Este la balanceará ritualmente en presencia del Señor, para que os sea aceptada.” (Lev 23, 10-11)

¿A quién no le conmueve esta escena? ¿Quién puede tener un alma tan de esparto que no le tiemble el corazón? María, postrada en el suelo recibe Tu cuerpo malherido y destrozado, como el sacerdote recibe del diácono el pan separado para ser ofrecido. ¡Cómo te besa! ¡Cómo pone amor y reparación en cada herida! ¡Cómo su corazón inmaculado restituye tanto odio, tantos insultos, tantas blasfemias! María te tiene en sus brazos y te mece… igual que en la Ley Antigua el sacerdote balanceaba las ofrendas antes de ser inmoladas en el altar del sacrificio. Y se ofrece contigo al Padre.

Santísima Virgen María, ya no tienes un par de tórtolas o dos pichones para rescatar a tu Hijo. Le has ofrecido al Padre y ha aceptado la ofrenda. Tampoco José está a tu lado… ¡qué distinto sería! Estás sola. Y una espada te traspasa el alma. Si hasta ahora no había sucedido, ahora mis ojos se bañan en lágrimas… Sé que sólo por mí, tan pobre, tan insignificante, tan “nada” al lado de tu Jesús, volverías a pasar mil "Calvarios", mil veces Belén… Te pido con toda el alma, vivir siempre en tus brazos. Te pido con todas las veras de que ahora soy capaz que en la hora de mi muerte mi alma suba al cielo en el suave balanceo de tus brazos, para que mi pobre vida sea aceptada y agradable a los ojos del Padre.

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V/. Señor pequé. R/. Ten piedad y misericordia de mí. 14ª estación: Jesús es sepultado V/. Te adoramos oh Cristo y te bendecimos. R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo. “Yo abriré vuestras tumbas, os sacaré de ellas, pueblo mío, y os llevaré a la tierra de Israel” (Ez 37, 12)

Se oculta el sol cada atardecer… Pero sabemos que mañana brillará esplendoroso, nuevamente. La fuerza de su luz hace desaparecer las estrellas del cielo, pero sabemos que a la noche volverá a cubrirse de diamantes el terciopelo negro del firmamento. Llega el otoño y deja desnudo y triste el árbol: sin hojas, como muerto. Pero sabemos que habrá una nueva primavera y se llenará de frutos el árbol que parecía inerte.

Pienso ahora en la hora de mi tumba. Llegará mi ocaso, el otoño de mi vida, desaparecerá de mis ojos el brillo de las estrellas, pero no estaré triste: porque sé que he de resucitar. Creo en la resurrección de la carne, espero la resurrección de los muertos, y la vida eterna contigo.

“Dejad que el grano se muera y venga el tiempo oportuno:

dará cien granos por uno la espiga de primavera.

Mirad que es dulce la espera cuando los signos son ciertos;

tened los ojos abiertos y el corazón consolado; si Cristo ha resucitado,

¡resucitarán los muertos! Amén. (L.H.)

V/. Señor pequé. R/. Ten piedad y misericordia de mí. Oración final Señor, Dios nuestro, que has querido realizar la salvación de todos los hombres por medio de tu Hijo, muerto en la cruz, te rogamos, a quienes hemos conocido en la tierra este misterio, alcanzar en el cielo los premios de la redención. Por Jesucristo nuestro Señor. Por las intenciones del Papa y las necesidades de la Iglesia: Padrenuestro, avemaría, gloria

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ORACIÓN DEL PAPA FRANCISCO PARA EL JUBILEO DE LA MISERICORDIA

Señor Jesucristo, tú nos has enseñado a ser misericordiosos como el Padre del cielo, y nos has dicho que quien te ve, lo ve también a Él. Muéstranos tu rostro y obtendremos la salvación.

Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo y a Mateo de la esclavitud del dinero; a la adúltera y a la Magdalena de buscar la felicidad solamente en una creatura; hizo llorar a Pedro luego de la traición, y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido. Haz que cada uno de nosotros escuche como propia la palabra que dijiste a la samaritana: ¡Si conocieras el don de Dios!

Tú eres el rostro visible del Padre invisible, del Dios que manifiesta su

omnipotencia sobre todo con el perdón y la misericordia: haz que, en el mundo, la Iglesia sea el rostro visible de Ti, su Señor, resucitado y glorioso.

Tú has querido que también tus ministros fueran revestidos de debilidad para

que sientan sincera compasión por los que se encuentran en la ignorancia o en el error: haz que quien se acerque a uno de ellos se sienta esperado, amado y perdonado por Dios.

Manda tu Espíritu y conságranos a todos con su unción para que el Jubileo de la

Misericordia sea un año de gracia del Señor y tu Iglesia pueda, con renovado entusiasmo, llevar la Buena Nueva a los pobres proclamar la libertad a los prisioneros y oprimidos y restituir la vista a los ciegos.

Te lo pedimos por intercesión de María, Madre de la Misericordia, a ti que vives y

reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

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ORACIONES DE SANTA FAUSTINA

Para obtener la gracia de ser misericordiosos con los demás

Deseo transformarme en Tu misericordia y ser un vivo reflejo de Ti, ¡Oh, Señor! Que este más grande atributo de Dios, es decir, Su insondable misericordia, pase a través de mi corazón y mi alma al prójimo. Ayúdame Señor, a que mis ojos sean misericordiosos para que yo jamás sospeche o juzgue según las apariencias, sino que juzgue lo bello en el alma de mi prójimo y acuda a ayudarle. Ayúdame Señor, a que mis oídos sean misericordiosos para que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo y no sea indiferente a sus penas y gemidos. Ayúdame Señor, a que mi lengua sea misericordiosa para que jamás critique a mi prójimo, sino que tenga una palabra de consuelo y de perdón para todos. Ayúdame Señor, a que mis manos sean misericordiosas y llenas de buenas obras para que sepa hacer solo el bien a mi prójimo y cargar sobre mí las tareas más difíciles y penosas. Ayúdame Señor, a que mis pies sean misericordiosos para que siempre me apresure a socorrer a mi prójimo, dominando mi propia fatiga y mi cansancio. Mi reposo verdadero está en el servicio a mi prójimo. Ayúdame Señor, a que mi corazón sea misericordioso para que yo sienta todos los sufrimientos de mi prójimo. A nadie rehusaré mi corazón. Seré sincera incluso con aquellos de los cuales sé que abusarán de mi bondad. Y yo misma me encerraré en el misericordiosísimo Corazón de Jesús. Soportaré mis propios sufrimientos en silencio. Que Tu misericordia, oh Señor, repose dentro de mí. Señor mío, transfórmame en Ti, porque Tú lo puedes todo (Diario 163).

Para obtener un corazón misericordioso

Oh Jesús, comprendo que Tu misericordia va más allá de la imaginación y por tanto Te suplico que hagas mi corazón tan grande que pueda contener las necesidades de todas las almas que viven sobre toda la faz de la tierra. Oh Jesús, mi amor se extiende más allá, hasta las almas que sufren en el purgatorio... Haz mi corazón sensible a todos los sufrimientos de mi prójimo, sean de cuerpo o del alma. Oh Jesús mío, sé que Te comportas con nosotros como nosotros nos comportamos con el prójimo... Haz mi corazón semejante a Tu Corazón misericordioso (Diario, 692).

Oh Jesús, haz a mi corazón semejante al Tuyo, o más bien transfórmalo en Tu propio [Corazón] para que pueda sentir las necesidades de otros corazones y, especialmente, de los que sufren y están tristes. Que los rayos de la misericordia descansen en mi corazón. (Diario, 514). Jesús, ayúdame a pasar por la vida haciendo el bien a todo el mundo (Diario, 692).

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Para alcanzar la Divina Misericordia para el mundo entero.

“Oh Dios de gran misericordia, Bondad infinita, hoy toda la humanidad clama desde el abismo de su miseria a Tu misericordia, a Tu compasión, oh Dios, y grita con la potente voz de la miseria.

Oh Dios indulgente, no rechaces la oración de los desterrados de esta tierra. Oh Señor, Bondad inconcebible que conoces perfectamente nuestra miseria y sabes que por nuestras propias fuerzas no podemos ascender hasta Ti, te imploramos anticípanos tu gracia y multiplica incesantemente Tu misericordia en nosotros, para que cumplamos fielmente Tu santa voluntad a lo largo de nuestras vidas y en la hora de la muerte.

Que la omnipotencia de Tu misericordia nos proteja de las flechas de los enemigos de nuestra salvación para que con confianza, como Tus hijos, esperemos Tu última venida, ese día que conoces solo Tú. Y a pesar de toda nuestra miseria, esperamos recibir todo lo que Jesús nos ha prometido, porque Jesús es nuestra esperanza: a través de Su Corazón misericordioso, como a través de una puerta abierta, entramos al cielo.” (Diario 1570)

Por los pecadores

Jesús, Verdad Eterna, Vida nuestra, Te suplico e imploro Tu misericordia para los pobres pecadores. Dulcísimo Corazón de " Señor, lleno de piedad y de misericordia insondable, Te suplico por los pobres pecadores. Oh Sacratísimo Corazón, Fuente de Misericordia de donde brotan rayos de gracias inconcebibles sobre toda la raza humana. Te pido luz para los pobres pecadores. Oh Jesús, recuerda Tu amarga Pasión y no permitas que se pierdan almas redimidas con tan Preciosa, Santísima Sangre Tuya. Oh Jesús, cuando considero el alto precio de Tu Sangre, me regocijo en Su inmensidad porque una sola gota habría bastado para salvar a todos los pecadores. Aunque el pecado es un abismo de maldad e ingratitud, el precio pagado por nosotros jamás podrá ser igualado. Por lo tanto, haz que cada alma confíe en la Pasión del Señor y que ponga su esperanza en Su misericordia. Dios no le negará Su misericordia a nadie. El cielo y la tierra podrán cambiar, pero jamás se agotará la misericordia de Dios. ¡Oh, qué alegría arde en mi corazón, cuando contemplo Tu bondad in-concebible, Oh Jesús mío! Deseo traer a todos los pecadores a Tus pies para que glorifiquen Tu misericordia por los siglos de los siglos (Diario, 72).

Para recibir Misericordia en momentos difíciles

Oh Dios Eterno, en quien la misericordia es infinita y el tesoro de compasión inagotable, vuelve a nosotros Tu mirada bondadosa y aumenta Tu misericordia en nosotros, para que en momentos difíciles no nos desesperemos ni nos desalentamos, sino que, con gran confianza, nos sometamos a Tu santa y divina voluntad, que es el Amor y la Misericordia Misma. (Diario, 950).

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Por los sacerdotes

Oh Jesús mío, Te ruego por toda la Iglesia: concédele amor y luz de Tu Espíritu, da poder a las palabras de los sacerdotes para que los corazones endurecidos se ablanden y vuelvan a Ti, Señor. Señor, danos sacerdotes santos; Tú Mismo consérvalos en la santidad. Oh Divino y Sumo Sacerdote, que el poder de Tu misericordia los acompañe en todas partes y los proteja de las trampas y asechanzas del demonio, que están siendo tendidas incesantemente para atrapar al las almas de los sacerdotes. Que el poder de Tu misericordia, Oh Señor, destruya y haga fracasar lo que pueda empañar la santidad de los sacerdotes ya que Tú lo puedes todo (Diario, 1052). Te pido, Oh Jesús, una bendición especial y luz para los sacerdotes ante los cuales me confesaré durante toda mi vida (Diario, 240).

Para ser fiel a la voluntad de Dios

Oh Jesús, tendido sobre la cruz, Te ruego, concédeme la gracia de cumplir fielmente con la santísima voluntad de Tu Padre, en todas las cosas, siempre y en todo lugar. Y cuando esta voluntad de Dios me parezca pesada y difícil de cumplir, es entonces que Te ruego, Jesús, que de Tus heridas fluyan sobre mí fuerza y fortaleza y que mis labios repitan: Hágase Tu voluntad, Señor. Oh Salvador del mundo, Amante de la salvación humana, [Tú] que entre terribles tormentos y dolor, Te olvidaste de Ti Mismo para pensar en la salvación de las almas, compasivísimo Jesús, concédeme la gracia de olvidarme de mí misma para que pueda vivir totalmente por las almas, ayudándote en la obra de salvación, según la santísima voluntad de Tu Padre... (Diario, 1265).

En tiempo de sufrimiento

Oh, si el alma que sufre supiera cuánto Dios la ama, moriría de gozo y de exceso de felicidad. Un día, conoceremos el valor del sufrimiento, pero entonces ya no podremos sufrir. El momento actual es nuestro (Diario, 963).

Jesús, no me dejes sola en el sufrimiento. Tú sabes, Señor, lo débil que soy. Soy un abismo de miseria, soy la nada misma. Por eso, ¿qué habría de extraño si me dejaras sola y yo cayera? Soy una recién nacida, Señor, por eso no sé sostenerme por mí misma. Sin embargo, a pesar de todo abandono, confío, y a pesar de mis sentimientos, confío y me estoy transformando completamente en la confianza, muchas veces a pesar de lo que siento. No disminuyas ninguna de mis aflicciones, sólo dame fuerza para soportarlas. Haz conmigo lo que Tú quieras, Señor, sólo dame la gracia de poder amarte en cada acontecimiento y circunstancia. Señor, no disminuyas mi cáliz de amargura, sólo dame fortaleza para que pueda beberlo todo (Diario, 1489).

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Para tener una buena muerte

¡Oh Jesús misericordioso, tendido sobre la cruz, ten presente la hora de nuestra muerte! ¡Oh Corazón misericordiosísimo de Jesús, abierto con una lanza, protégeme a la hora de mi muerte! ¡Oh Sangre y Agua que brotaste del Corazón de Jesús como una fuente de insondable misericordia para mí en la hora de mi muerte! ¡Oh Jesús agonizante, Rehén de la misericordia, apacigua la ira divina en la hora de mi muerte! (Diario, 813)

Oh Jesús mío, que los últimos días de mi destierro sean completamente conformes a Tu santísima voluntad. Uno mis sufrimientos, mis amarguras y mi agonía a Tu sagrada Pasión y me ofrezco por el mundo entero para obtener una abundancia de misericordia para las almas. Confío firmemente y me someto por completo a Tu santa voluntad que es la misericordia misma. Tu misericordia será todo para mí en la última hora... (Diario, 1574)

A la Madre de Dios

Oh María, Madre y Señora mía. Te ofrezco mi alma y mi cuerpo, mi vida y mi muerte y todo lo que vendrá después de ella. Pongo todo en tus manos, OH mi Madre. Cubre mi alma con tu manto virginal y concédeme la gracia de la pureza de corazón, alma y cuerpo. Con tu poder defiéndeme de todo enemigo, especialmente de aquellos que esconden su malicia bajo una máscara de virtud (Diario, 79). Fortalece mi alma, para que el dolor no la quebrante. Madre de la gracia, enséñame a vivir en Dios (Diario, 315).

Oh María... una espada terrible ha traspasado Tu santa alma. Nadie sabe de Tu sufrimiento, excepto Dios. Tu alma no se quebranta, sino que es valiente porque está con Jesús. Dulce María, une mi alma a Jesús, porque sólo entonces podré resistir todas las pruebas y tribulaciones, y sólo mediante la unión con Jesús, mis pequeños sacrificios complacerán a Dios. Dulcísima Madre, continúa enseñándome sobre la vida interior. Que la espada del sufrimiento no me abata jamás. Oh Virgen pura, derrama valor en mi corazón y protégelo (Diario, 915)

Oración de acción de gracias.

“Oh Jesús, Dios eterno, te doy gracias por tus innumerables gracias y bendiciones. Que cada latido de mi corazón sea un himno nuevo de agradecimiento a Ti, oh Dios. Que cada gota de mi sangre circule para Ti, Señor. Mi alma es todo un himno de adoración a tu misericordia. Te amo, Dios, por Ti mismo.” (Diario 1794)

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SAN AGUSTÍN. DEL TRATADO SOBRE LA VIRGINIDAD

“...Aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón” (Mt 11,29). Te veo, buen Jesús, con los ojos que tú has abierto en mi interior, te veo gritando y llamando a todo el género humano: “Venid a mí, aprended de mí” ¿Cuál es la lección?...tú, por quien todo ha sido creado...¡cuál es la lección que venimos a aprender en tu escuela? “...Que soy sencillo y humilde de corazón”. (Mt 11,29) Aquí están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia (cf Col,23): aprender esta lección capital: ser sencillos y humildes de corazón...

Que escuchen, que vengan a ti, que aprendan de ti a ser sencillos y humildes de corazón los que buscan tu misericordia y tu verdad, viviendo para ti y no para ellos mismos. Que lo escuche aquel que sufre, que está cargado con un fardo que le hace desfallecer, hasta tal punto de no atreverse a levantar los ojos hacia el cielo, el pecador que golpea su pecho y se queda a distancia. (cf Lc 18,13) Que lo oiga el centurión que no se sentía digno que tú entraras en su casa (Lc 7,6) Que lo oiga Zaqueo, el jefe de los publicanos cuando devuelve cuatro veces el fruto de su pecado (Lc 19,8) Que lo oiga la mujer que había sido pecadora en la ciudad y que derramaba tantas lágrimas a tus pies por haber estado tan alejado de tus pasos. (Lc 7,37) Que lo escuchen, las mujeres de la vida y los publicanos que en el Reino de los cielos preceden a los escribas y fariseos. Que lo oigan los enfermos de toda clase con quienes compartías la mesa y te acusaron de ello...

Todos estos, cuando se vuelven hacia ti, se convierten fácilmente en gente sencilla y humilde ante ti, acordándose de su vida llena de pecado y de tu misericordia llena de perdón, porque “cuanto más se multiplicó el pecado, más abundó la gracia.” (Rm 5,20)

SAN AGUSTÍN. DEL SERMÓN 88

Cuando salían de Jericó, le siguió una gran muchedumbre. En esto, dos ciegos que estaban sentados junto al camino, al enterarse que Jesús pasaba, se pusieron a gritar: «¡Señor, ten compasión de nosotros, Hijo de David!» La gente les increpó para que se callaran, pero ellos gritaron más fuerte: «¡Señor, ten compasión de nosotros, Hijo de David!» Entonces Jesús se detuvo, los llamó y dijo: «¿Qué queréis que os haga?» Dícenle: «¡Señor, que se abran nuestros ojos!» Movido a compasión Jesús tocó sus ojos, y al instante recobraron la vista; y le siguieron.

¿Qué es, hermanos, gritar a Cristo, sino adecuarse a la gracia del Señor con las buenas obras? Digo esto, hermanos, porque no sea que levantemos mucho la voz, mientras enmudecen nuestras costumbres. ¿Quién es el que gritaba a Cristo, para que expulsase su ceguera interior al pasar Él, es decir, al dispensarnos los sacramentos temporales, con los que se nos induce a adquirir los eternos? ¿Quién es el que grita a Cristo? Quien desprecia el mundo, ése llama a Cristo. Quien desdeña los placeres del siglo, ése clama a Cristo. Quien dice -no con la lengua sino con la vida- "el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo" (Gal 6, 14), ése es el

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que grita a Cristo. Llama a Cristo quien reparte y da a los pobres, para que su justicia permanezca por los siglos de los siglos (cfr. Sal 101, 9).

El que escucha y no se hace el sordo (vended vuestras bienes y dad limosna; haceos bolsas que no envejecen, un tesoro que no se agota en el Cielo ; Lc 12, 33), como si oyese el sonido de los pasos de Cristo que pasa, clame al igual que el ciego por estas cosas; es decir, hágalas realidad. Su voz esté en sus hechos. Comience a despreciar el mundo, a distribuir sus posesiones al necesitado, a tener en nada lo que los hombres aman. Deteste las injurias, no apetezca la venganza, ponga la mejilla al que le hiere, ore por los enemigos; si alguien le quitare lo suyo, no lo exija; si, al contrario, hubiera quitado algo a alguien, devuélvale el cuádruplo.

Una vez que haya comenzado a obrar así, todos sus parientes, compañeros y amigos se alborotarán. Quienes aman el mundo se le pondrán en contra: «¿Qué haces, loco? ¡No te excedas!: ¿acaso los demás no son cristianos? Eso es idiotez, locura». Cosas como ésta grita la turba para que los ciegos no clamen. La turba reprendía a los que clamaban, pero no tapaba sus clamores.

Comprendan cómo han de obrar quienes desean ser sanados. También ahora pasa Jesús: los que están al costado del camino, griten. Al costado del camino están aquellos de corazón contrito a quienes dio órdenes el Señor. En efecto, siempre que se nos leen las obras temporales del Señor, se nos muestra a Jesús que pasa. Porque hasta el fin de los siglos no faltarán ciegos sentados al costado del camino. Es necesario que levanten su voz.

La muchedumbre que acompañaba al Señor reprendía el clamor de los que buscaban la salud.

Hermanos, ¿os dais cuenta de lo que digo? No sé de que modo decirlo, pero tampoco cómo callar. Esto es lo que digo, y abiertamente -temo a Jesús que pasa y se queda, y no puedo callarlo-: los cristianos malos y tibios obstaculizan a los buenos cristianos, a los verdaderamente llenos de celo y deseosos de cumplir los mandamientos de Dios, escritos en el Evangelio. La misma turba que está con el Señor, hace callar a los que claman; es decir, obstaculiza a los que obran el bien, no sea que con su perseverancia sean curados.

Mas clamen ellos, no se cansen ni se dejen arrastrar por la masa. No imiten siquiera a los que, cristianos desde antiguo, viven mal y sienten envidia de las buenas obras. No digan: «¡Vivamos como la gran multitud!». ¿Y por qué no como ordena el Evangelio? ¿Por qué quieres vivir conforme a la reprensión de la turba que impide gritar, y no según las huellas de Cristo que pasa? Te insultarán, te vituperarán, te llamarán para que vuelvas atrás. Tú clama hasta que tu grito llegue a oídos de Jesús. Pues quienes perseveraren en obrar lo que ordenó Cristo, sin hacer caso de la muchedumbre que lo prohíbe, y no se ensoberbecieren por el hecho de que parecen seguir a Cristo—esto es, por llamarse cristianos—, sino que tuvieren más amor a la luz que Cristo les ha de restituir que temor al estrépito de los que les prohíben; éstos en modo alguno se verán separados: Cristo se detendrá y los sanará...

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SAN AGUSTÍN. DE LA CIUDAD DE DIOS

“Al ver la ciudad, lloró por ella.” (Lc 19,42)

Dos amores construyeron dos ciudades: el amor propio hasta el desprecio a Dios hizo la ciudad terrena; el amor de Dios hasta el desprecio de si mismo, la ciudad del cielo. La una se glorifica a sí misma, la otra se glorifica en el Señor. Una busca la gloria que viene de los hombres (Jn 5,444), la otra tiene su gloria en Dios, testigo de su conciencia. Una, hinchada de vana gloria, levanta la cabeza, la otra dice a su Dios: “Tú eres mi gloria, me haces salir vencedor...” (cf Sal 3,4) En una, los príncipes son dominados por la pasión de dominar sobre los hombres y sobre las naciones conquistadas, en la otra todos son servidores del prójimo en la caridad, los jefes velando por el bien de sus subordinados y éstos obedeciéndoles. La primera, en la persona de los poderosos, se admira de su propia fuerza, la otra dice a su Dios: “Te amo, Señor, tú eres mi fortaleza.” (Sal 17,2)

En la primera, los sabios llevan una vida mundana, no buscando más que las satisfacciones del cuerpo o del espíritu o las dos a la vez: “...habiendo conocido a Dios, no lo han glorificado, ni le han dado gracias, sino que han puesto sus pensamientos en cosas sin valor y se ha oscurecido su insensato corazón...han cambiado la verdad de Dios por la mentira.” (cf Rm 1,21-25) En la ciudad de Dios, en cambio, toda la sabiduría del hombre se encuentra en la piedad que da culto al verdadero Dios, un culto legítimo y que espera como recompensa, en la comunión de los santos, no solamente de los hombres sino también de los ángeles, “que Dios sea todo en todos.” (1Cor 15,28)

SAN AMBROSIO. DEL TRATADO SOBRE EL EVANGELIO DE SAN LUCAS

Las tres parábolas de la misericordia

No carece de significado que Lucas nos haya presentado tres parábolas seguidas: La oveja perdida se había descarriado y fue recobrada, la dracma perdida fue hallada; el hijo pródigo que daban por muerto lo recobraron con vida, para que, solicitados por este triple remedio, nosotros curásemos nuestras heridas. ¿Quién es este padre, este pastor, esta mujer? ¿No es Dios Padre, Cristo, la Iglesia? Cristo que ha cargado con tus pecados te lleva en su cuerpo; la Iglesia te busca; el Padre te acoge. Como un pastor, te conduce; como una madre, te busca; como un padre te viste de gala. Primero la misericordia, después la solicitud, luego la reconciliación. Cada detalle conviene a cada uno: el Redentor viene en ayuda, la Iglesia asiste, el Padre se reconcilia. La misericordia de la obra divina es la misma, pero la gracia varía según nuestros méritos. La oveja cansada es conducida por el pastor, la dracma perdida es hallada, el hijo vuelve donde su padre y vuelve plenamente arrepentido de su mala vida...

Alegrémonos, pues, que esta oveja que había perecido en Adán sea recogida en Cristo. Los hombros de Cristo son los brazos de la cruz; aquí he clavado mis pecados, aquí, en el abrazo de este patíbulo he descansado.

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SAN JUAN CRISÓSTOMO. HOMILÍA SOBRE MATEO

Beber de su cáliz para sentarse a su derecha

Por mediación de su madre, los hijos del Zebedeo, en presencia de sus compañeros apremian a Cristo, diciéndole: «Ordena que se sienten uno a tu derecha y el otro a tu izquierda» )cf Mt 10, 35)... Cristo se apresura a hacerles dar cuenta de sus ilusiones, y les dice que deben estar prestos a sufrir injurias, persecuciones e incluso la misma muerte: «No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo voy a beber?» Que nadie se sorprenda de ver a los apóstoles en unas disposiciones tan imperfectas. Espera que se cumpla el misterio de la cruz, que la fuerza del Espíritu les haya sido comunicada. Si quieres ver la fuerza de su alma, mírales más tarde, y les verás superiores a todas las debilidades humanas. Cristo no esconde sus pequeñeces, para que percibas mejor qué llegaran a ser ya que la fuerza de la gracia les va a transformar...

«No sabéis lo que pedís». !No sabéis cuan grande es este honor y cuan prodigioso!. ¿Sentaros a mi derecha? Esto sobrepasa incluso a las potestades angélicas. «¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?» Me estáis hablando de tronos y diademas insignificantes; yo os hablo de luchas y sufrimientos. No es ahora que voy a recibir mi realeza; no ha llegado todavía la hora de la gloria. Para mí y los míos es el momento de la violencia, del combate, del peligro.

Fíjate bien y verás cómo no les pregunta directamente: «¿Estáis a punto para derramar vuestra sangre?» Para animarlos les propone de compartir su mismo cáliz, de vivir en comunión con él... Más tarde verás a este mismo san Juan, que de momento busca el primer puesto, ceder siempre el primer puesto a san Pedro... En lo que se refiere a Jaime, su apostolado ha sido corto. Ardiente de fervor, menospreciando completamente los intereses puramente humanos, por su celo ha merecido ser, de entre los apóstoles, el primero en sufrir el martirio (Hch 12, 2).

SAN GREGORIO DE NACIANZO. DEL AMOR A LOS POBRES

“...Conmigo lo hicisteis.” (Mt 25, 40) -¿Te imaginas que la caridad no es obligatoria sino libre, que no fuera una ley sino simplemente un consejo? También lo quisiera yo y lo pensaría con gusto. Pero la mano izquierda de Dios me espanta, allí donde ha colocado los cabritos para dirigirles sus reproches, no porque hayan robado, extorsionado, cometido adulterio o perpetrado otros delitos de este orden, sino porque no han honrado a Cristo en la persona de sus pobres.

Si me queréis creer, vosotros, siervos de Cristo, hermanos suyos y coherederos con él, mientras no sea tarde, ¡visitemos a Cristo, sirvamos a Cristo, alimentemos a Cristo, honremos a Cristo, no tanto ofreciéndole una comida como hacen algunos, o

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el perfume como María Magdalena, o una sepultura como José de Arimatea, o Nicodemo, u oro, incienso y mirra, como los Magos.

“Misericordia quiero y no sacrificios.” (Mt 9,13) Esto es lo que quiere el Señor del universo, la compasión antes que miles de corderos cebados. Presentémosle la misericordia por manos de los abatidos por la miseria, y el día de nuestra muerte nos “recibirán en las moradas eternas” (Lc 16,9), en Cristo mismo, Nuestro Señor, a quien sea dada la gloria por los siglos de los siglos.

CESAREO DE ARLES. SERMÓN 25

"Bienaventurados los misericordiosos porque alcanzarán misericordia" (Mt 5, 7). Dulce es el nombre de la misericordia, hermanos; y si lo es el nombre, ¡cuánto más lo será la realidad!

Aunque todos los hombres quieren tenerla, por desgracia no todos obran de manera que merezcan recibirla: todos quieren recibir misericordia, pero pocos son los que quieren darla.

¿Cómo te atreves tú a pedir lo que no das? Debe dar misericordia en este mundo quien desea recibirla en el Cielo. Por eso, hermanos, ya que todos queremos misericordia, adoptémosla como protectora en esta vida, para que nos libre del mal en el futuro. En efecto, la misericordia está en el Cielo y a ella se llega ejerciendo la misericordia en la tierra. Así lo dice la Escritura: tu misericordia, Señor, está en el Cielo (Salmo 35. 36. 6)

Por tanto, la misericordia es terrena y celestial, es decir, humana y divina. ¿Cuál es la misericordia humana? Aquella por la que atiendes a la miseria de los pobres. ¿Y cuál es la misericordia divina? Sin duda, la que otorga el perdón de los pecados. Todo lo que la misericordia humana da en el camino, la misericordia divina lo devuelve en la definitiva Patria.

Dios tiene frío y hambre en todos los pobres de este mundo, como Él mismo afirma: cuantas veces lo hicisteis con el más pequeño de mis hermanos, conmigo lo hicisteis (Mt 25,40). Dios, que se digna dar desde el Cielo, quiere recibir en la tierra. ¿Qué clase de hombres somos que, cuando Dios da, queremos recibir y, cuando pide, no queremos dar? Cuando un pobre tiene hambre, Cristo padece necesidad. Él lo dice: tuve hambre y no me disteis de comer (Ibid. 42). No desprecies, pues, la miseria de los pobres, si quieres tener la firme esperanza de que tus pecados te serán perdonados; Cristo, en todos los pobres, se digna tener hambre y sed, y lo que recibe en la tierra lo devuelve en el Cielo. Os pregunto, hermanos, ¿qué queréis o qué buscáis cuando venís a la iglesia? ¿Qué otra cosa sino la misericordia? Dad por lo tanto la terrena y recibiréis la celestial. A ti te pide el pobre, y tú pides a Dios; aquél pide un bocado, tú la vida eterna. Da al mendigo lo que esperas recibir de Cristo; óyele cuando te dice: dad y se os dará (Lc 6, 38). No sé cómo te atreves a recibir lo que no quieres dar. Por eso, cuando venís a la iglesia, dad limosna a los pobres

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según vuestras posibilidades. El que pueda, déles dinero; el que no, ofrézcales un poco de vino. Y si ni esto tuviere, siempre podrá darles un bocado de pan: si no entero, al menos un trozo, para que se cumpla lo que el Señor nos amonesta por boca del profeta: parte tu pan con el que tiene hambre (Is 58, 7). No dijo que dieras todo, no sea que tú mismo seas pobre y te quedes sin nada. Si actuamos con generosidad, hermanos, Cristo nos dará aquello de lo que carece en los pobres. Por esto Dios permite que haya pobres en el mundo, para que todo hombre tenga un modo de pagar por sus pecados. Si no hubiese pobres no podríamos dar limosna y, por tanto, no recibiríamos el perdón. Pudo Dios hacer ricos a todos los hombres, pero quiso acercarse a nosotros en la miseria de los pobres: así el pobre con la paciencia, y el rico por la limosna, pueden recibir la gracia de Dios. Por nuestro bien existe la carencia de los pobres.

SAN JUAN CRISÓSTOMO. HOMILÍA SOBRE LÁZARO 2

“El que tenga oídos, que oiga.” (Mt 11,15) - Un sembrador se fue a echar la semilla y una parte cayó al borde del camino, pero vinieron las aves y se la comieron, otra parte cayó en tierra buena. Tres partes se perdieron, una sola fructificó. Pero el sembrador no cesó de cultivar el campo. Le basta que una parte se conserve para no dejar su trabajo. En este momento es imposible que el grano que yo echo en medio de un auditorio tan numeroso deje de germinar. Si no todos escuchan, una tercera parte sí que escucha. Si no es una tercera parte será una décima. Si incluso no llega a una décima parte, si hay uno sólo que escucha en esta asamblea numerosa, no dejaré de hablar.

No es pequeña cosa la salvación de una sola oveja. El Buen Pastor dejó las noventa y nueve para correr tras la oveja descarriada. (Lc 15,4) No podría despreciar a ninguna. Incluso si no hubiera más que uno que escucha, siempre sería un ser humano, un ser tan querido por Dios. Aunque fuera un esclavo, no lo despreciaría, porque busco el valor personal y no la condición social, busco al hombre. Aunque no hubiera más que uno, siempre sería el hombre, aquel por quien fueron creados el sol, el aire, los manantiales y el mar, enviados los profetas, dada la Ley. Por el ser humano, el Hijo único de Dios se hizo hombre. Mi Señor se inmoló, su sangre ha sido derramada por el hombre y yo ¿sería capaz de menospreciar a quien fuera?...

No, no dejaré de sembrar la palabra aunque nadie escuchara. Soy médico, ofrezco mis remedios. Tengo que enseñar, tengo que instruir porque está escrito: “Te he constituido centinela de Israel.” (Ez 3,17)

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CURA DE ARS. DE UN SERMÓN SOBRE LA MISERICORDIA

Dios es paciente con todos nosotros, su amor nos invita a salir del pecado y su misericordia nos recibe entre sus brazos. El Señor es paciente con el pecador porque desea que se convierta y se vuelva a Él con la penitencia; por su amor tan grande hacia nosotros no desea que el pecador se condene en el infierno, sino que se convierta y tenga vida eterna en su santo reino; su entrañas se conmueven al ver que tantos hijos de Él se pierden irremediablemente en el infierno, a pesar de toda la ayuda que se le ha dado al hombre para que acepte su gracia y deje el pecado; muestra paciencia hacia el pecador porque sabe que por muy pecador que sea se encuentra extraviado en los caminos del vicio y del pecado y que si supiera el horrible destino que le espera en el averno le serviría por temor y se convertiría a Él, pero Dios quiere que lo amemos como Él nos ama y nos muestra su amor y misericordia, no desea tenernos en el cielo por temor al castigo.

Por el pecado de Adán y Eva toda la naturaleza clama a Dios, se revela contra el pecado y pide el castigo para el pecador. Pero, Dios ha mostrado su misericordia en todas las diferentes edades de la tierra y el hombre ha sido envuelto con su beneficios. Perdonó a Adán y le prometió que su descendencia sería redimida enviándole a su Hijo Celestial que nacería de una virgen de su descendencia. Quiso perdonar a Caín y le dió tiempo para que se arrepintiera por haber matado a su hermano Abel; pero, Caín solo tenía temor del castigo y solo temía que lo mataran, nunca se arrepintió y desde su nacimiento mostró una naturaleza corrompida e inclinada al pecado. Ha querido perdonar al hombre cuando toda la tierra se cubre de crímenes e iniquidad; para esto les envía a su profetas, que son los instrumentos de su misericordia, pidiéndoles que cambien y dejen el camino que les lleva irremediablemente a la condenación eterna; pero el hombre es de cerviz dura y no todos hacen lo que Dios pide y Él se ve forzado a castigarlos con catástrofes naturales e intervenciones directas, para que con el dolor adquieran conciencia de sus extravíos... hasta llegar al Diluvio Universal en donde Dios muestra su misericordia hacia el justo Noé y unos pocos más, con este castigo de Dios muchos hombres del mundo se salvaron, clamando perdón al verse perdidos. Perdonó a Nínive, la gran ciudad pecadora, enviándole al profeta Jonás para que les avisara del castigo que iba a enviarles en cuarenta días; Jonás no obedeció al principio, el Señor tuvo que amonestarlo para que cumpliera su mandato y así salvar el alma de ese profeta por la horrible desobediencia a Dios que cometía. Castigó a Sodoma y Gomorra por sus terribles pecados, pero antes consultó a su siervo Abraham para que supiera lo que tenía pensado hacer; es cuando Abraham intercedió por los justos que tal vez hubiera en esa ciudad y no hubo en ella ni diez de ellos, entonces el Señor le avisó a Loth, sobrino de Abraham, para que se alejará de dichas ciudades y no pereciera él con su familia.

Dios es todo misericordia desde el comienzo del mundo hasta la llegada del Mesías, siempre derramando sus gracias y llenando de beneficios a todos los hombres que se apartaban del mal y vivían con justicia. Dios, por su gran misericordia, fue capaz de sacrificar a su único Hijo, al enviarlo a una cruenta muerte para que nos reconciliara con Él, abrirnos las puertas del cielo y así la raza humana

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encontrará el único camino seguro de salvación eterna: Jesucristo. Nuestro Señor Jesucristo muestra un gran amor hacia nosotros al hacer la voluntad de su Padre Celestial, su cruenta muerte y tantos tormentos no son capaces de alejarlo de cumplir la misión que Dios le tenía encomendada. Jesús hizo todo para cumplir la misión de redención del género humano, sin descuidar el anuncio de su palabra y la salvación de las ovejas descarriadas; muestra gran amor y misericordia hacia grandes pecadores: la Samaritana, la Magdalena, San Mateo, Zaqueo, la mujer adultera, la hemorroísa, el padre del endemoniado, etc.

Jesucristo tiene un gran placer en perdonarnos, por numerosos que sean nuestros pecados, como las hojas del bosque, siempre encontraremos su perdón si nos dirigimos a Él en la confesión con un corazón contrito: verdadero arrepentimiento por haberlo ofendido pecando, aborrecer dicha falta y deseos de nunca más cometerla. En el evangelio encontramos un hermoso ejemplo de la misericordia de Dios: la parábola del hijo prodigo; dicho hijo a pesar de ser un ingrato con su padre y de despilfarrar su herencia viviendo una vida disoluta, al verse golpeado por el infortunio y la pobreza extrema se ve obligado a reflexionar y decide ir a pedirle perdón a su padre; el amoroso padre no duda en perdonar al hijo que ya tenía por perdido y volvía a él, lo restituye en su amor y posición y hace una gran fiesta para regocijarse por haberlo recuperado...Así es Dios con todos sus hijos que se arrepienten de su vida de pecado y le piden perdón.

No nos debe asustar ni la grandeza de nuestros pecados ni su número, sino la disposición que tengamos para recurrir siempre a la misericordia de Dios, con verdadero arrepentimiento y dolor para no hacer burla de Dios, siempre la encontraremos. Jesucristo nos alcanzó el premio de la vida eterna, desea nuestra salvación y a nosotros nos cuesta tan poco para salvarnos...nadie debería ir al infierno si se acoge en vida a la misericordia divina. Dios es tan bueno y nos ama tanto, que aún así no debemos cansar su paciencia haciendo mofa de Él, al pensar que siempre tendremos su misericordia cuando podamos o queramos apartarnos del pecado; nos pide verdadera conversión a Él y siempre fidelidad...no se puede tener la misericordia de Dios si continuamos pecando.

SAN JUAN PABLO II. DIVES IN MISERICORDIA 1

Quien me ve a Mí, ve al Padre (cfr. Jn. 14,9). Revelación de la Misericordia. «Dios rico en misericordia» es el que Jesucristo nos ha revelado como Padre; cabalmente su Hijo, en sí mismo, nos lo ha manifestado y nos lo ha hecho conocer. A este respecto, es digno de recordar aquel momento en que Felipe, uno de los doce apóstoles, dirigiéndose a Cristo, le dijo:«Señor, muéstranos al Padre y nos basta»; Jesús le respondió:«¿Tanto tiempo ha que estoy con vosotros y no me habéis conocido? El que me ha visto a mí ha visto al Padre». Estas palabras fueron pronunciadas en el discurso de despedida, al final de la cena pascual, a la que siguieron los acontecimientos de aquellos días santos, en que debía quedar corroborado de una vez para siempre el hecho de que «Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, y estando nosotros muertos por nuestros delitos, nos dio vida por Cristo».

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Siguiendo las enseñanzas del Concilio Vaticano II y en correspondencia con las necesidades particulares de los tiempos en que vivimos, he dedicado la Encíclica Redemptor Hominis a la verdad sobre el hombre, verdad que nos es revelada en Cristo, en toda su plenitud y profundidad. Una exigencia de no menor importancia, en estos tiempos críticos y nada fáciles, me impulsa a descubrir una vez más en el mismo Cristo el rostro del Padre, que es «misericordioso y Dios de todo consuelo». Efectivamente, en la Constitución Gaudium et Spes leemos: «Cristo, el nuevo Adán..., manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación»: y esto lo hace «en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor». Las palabras citadas son un claro testimonio de que la manifestación del hombre en la plena dignidad de su naturaleza no puede tener lugar sin la referencia -no sólo conceptual, sino también íntegramente existencial- a Dios. El hombre y su vocación suprema se desvelan en Cristo mediante la revelación del misterio del Padre y de su amor.

Por esto mismo, es conveniente ahora que volvamos la mirada a este misterio: lo están sugiriendo múltiples experiencias de la Iglesia y del hombre contemporáneo; lo exigen también las invocaciones de tantos corazones humanos, con sus sufrimientos y esperanzas, sus angustias y expectación. Si es verdad que todo hombre es en cierto sentido la vía de la Iglesia -como dije en la encíclica Redemptor Hominis-, al mismo tiempo el Evangelio y toda la Tradición nos están indicando constantemente que hemos de recorrer esta vía con todo hombre, tal como Cristo la ha trazado, revelando en sí mismo al Padre junto con su amor. En Cristo Jesús, toda vía hacia el hombre, cual le ha sido confiado de una vez para siempre a la Iglesia en el mutable contexto de los tiempos, es simultáneamente un caminar al encuentro con el Padre y su amor. El Concilio Vaticano II ha confirmado esta verdad según las exigencias de nuestros tiempos.

Cuanto más se centre en el hombre la misión desarrollada por la Iglesia; cuanto más sea, por decirlo así, antropocéntrica, tanto más debe corroborarse y realizarse teocéntricamente, esto es, orientarse al Padre en Cristo Jesús. Mientras las diversas corrientes del pasado y presente del pensamiento humano han sido y siguen siendo propensas a dividir e incluso contraponer el teocentrismo y el antropocentrismo, la Iglesia en cambio, siguiendo a Cristo, trata de unirlas en la historia del hombre de manera orgánica y profunda. Este es también uno de los principios fundamentales, y quizás el más importante, del Magisterio del último Concilio. Si pues en la actual fase de la historia de la Iglesia nos proponemos como cometido preeminente actuar la doctrina del gran Concilio, debemos en consecuencia volver sobre este principio con fe, con mente abierta y con el corazón. Ya en mi citada encíclica he tratado de poner de relieve que el ahondar y enriquecer de múltiples formas la conciencia de la Iglesia, fruto del mismo Concilio, debe abrir más ampliamente nuestra inteligencia y nuestro corazón a Cristo mismo. Hoy quiero añadir que la apertura a Cristo, que en cuanto Redentor del mundo «revela plenamente el hombre al mismo hombre», no puede llevarse a efecto más que a través de una referencia cada vez más madura al Padre y a su amor.

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HORA SANTA AL CONCLUIR LAS 24 HORAS PARA EL SEÑOR

El sacerdote se dirige al atar, donde permanece expuesto el Santísimo Sacramento. Comienza este tiempo de oración comunitaria con un canto de adoración y la incensación. Después introduce la plegaria:

Señor Jesús, como tus discípulos nos hemos retirado Contigo a un lugar tranquilo para descansar durante un día. El tiempo, que Tú permanentemente nos dedicas, te lo hemos dedicado a Ti. Queremos, con toda la Iglesia, expresarte nuestra profunda gratitud, porque nunca nos abandonas y sigues entregando tu vida por nosotros.

Ese amor en extremo que te subió a la cruz sigue provocando en nosotros el deseo de correspondencia, pero en no pocas ocasiones no sabemos, no podemos amar, como Tú nos amas, con nuestras solas fuerzas.

Junto a Ti aprendemos, poco a poco, cómo es posible amar a nuestros enemigos, hacer el bien a los que nos insultan y calumnian... La Eucaristía nos enseña esa dinámica del amor incondicional, del grano de trigo que cae en tierra y muere y da fruto abundante.

Contemplarte a Ti es ver el rostro del Padre y en tu amor podemos saborear Su Misericordia. Queremos, Señor Jesús, dejarnos mover siempre por este impulso misericordioso. Tu perdón nos enseña a perdonar, tu misericordia a ser misericordiosos.

Haz que reconozcamos tu rostro en nuestros hermanos, sobre todo en aquellos en los que te ocultas y nos cuesta encontrarte.

Se deja un breve momento de silencio ante el Santísimo Sacramento. Después se proclama el evangelio del buen samaritano. Introducido por estas palabras:

La del buen samaritano es una de las parábolas más provocadoras de Jesús. Hace poco que ha emprendido con los discípulos el viaje hacia Jerusalén; y encuentra a un doctor de la Ley con el que mantiene el diálogo sobre cómo heredar la vida eterna. El doctor intenta ponerlo a prueba sobre una de las cuestiones más debatidas: ¿cuál es el mandamiento más importante de la Ley del que depende la vida eterna? La situación inspira la parábola del buen Samaritano que aclara la intricada relación entre la Ley y su centro. Escuchemos ahora con atención esta Palabra viva:

Del Evangelio según Lucas 10,25-37

En esto se levantó un maestro de la ley y le preguntó para ponerle a prueba: «Maestro, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna?» Él le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?» Él respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.» Él le dijo: «Has respondido correctamente. Haz esto y tendrás vida.» Pero el maestro de la ley, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «Y ¿quién es mi prójimo?» Respondió Jesús diciendo: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se

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marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: `Cuida de él y lo que gastes de más, yo te lo pagaré a la vuelta.' ¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?» Le dijo: «El que practicó la misericordia con él.» Jesús le dijo: «Vete y haz tú lo mismo.»

El sacerdote ofrece unos puntos de meditación en torno al texto proclamado. Ofrecemos un comentario del libro "Misericordiosos como el Padre" (86-92). Tras cada punto, en un pebetero situado ante el Santísimo, se echa incienso en señal de alabanza y gratitud a este Dios que asume nuestra condición humana y abraza nuestra carne dolorida para darnos vida. Asimismo cantamos la antífona del Año jubilar: Misericordes sicut Pater

1. El más importante de los mandamientos

Entre los diversos grupos religiosos en Palestina en tiempo de Jesús parece que eran debatidas dos cuestiones centrales sobre la Ley de Moisés: ¿cuál es el mandamiento más importante? y ¿quién es el prójimo al que amar? La multiplicación de las leyes hacía necesario llegar a una síntesis esencial de la Ley. En el otro plato de la balanza las tensiones políticas entre los distintos grupos, comprendidos los samaritanos, pedían que se definiese el prójimo al que amar: ¿sólo quien pertenece al propio movimiento religioso o también el que comparte, de una manera o de otra, la fe en el único Dios, como lo hacía un samaritano? Por tanto, si bien la pregunta del doctor es tendenciosa porque busca hacer caer a Jesús en la trampa, refleja lo que se debatía entre los diversos movimientos de Palestina.

La primera parte del diálogo afronta la cuestión: frente a la multiplicación de las leyes, el doctor de la Ley y Jesús concuerdan que el amor a Dios y al prójimo es la condición necesaria para heredar la vida eterna. El doctor de la Ley cita, en la misma respuesta, el pasaje de Dt 6,5 y el de Lev 19,18 para unificar el amor a Dios y al prójimo.

En este punto el doctor de la Ley intenta una encerrona más insidiosa: ¿quién es el prójimo al que amar? ¿El hermano, el familiar, el amigo, el extranjero o incluso el enemigo? Con una magistral estrategia, Jesús sintoniza la parábola del buen samaritano con los dos mandamientos: habla del mandamiento del amor al prójimo para incluir el del amor a Dios, sin mencionarlo.

Tras un silencio meditativo: Incienso-pebetero. Canto: Misericordes sicut Pater

2. El sacerdote, el levita y el samaritano

Como de costumbre los personajes de la parábola son anónimos, mientras que la atención de Jesús se concentra en sus identidades religiosas y étnicas. Jesús parte de una situación lejana: todavía no ha llegado a Jericó, en el viaje hacia Jerusalén, y ya piensa en un hombre que desciende de la ciudad santa a Jericó. El camino era peligroso. Jesús narra cómo algunos bandidos roban a un hombre y lo dejan medio muerto. La condición del que está

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agonizante señala un punto neurálgico de la parábola. ¿Se puede entrar en contacto con un moribundo o no se arriesga uno a contaminarse?

No por casualidad son escogidos tres personajes que, de modos diversos, están implicados en la cuestión del culto al único Dios: un sacerdote que sube o baja de Jerusalén por el servicio en el Templo; un levita que pertenece a la clase sacerdotal, pero que puede no ejercer el servicio cultual; y un samaritano. Y aquí comienzan a no salir las cuentas porque la tríada normal comprende al sacerdote, al levita y al israelita (Dt 18,1; 27,9). El samaritano es el tercero en discordia porque, según la mentalidad judía, es un impuro, al que se debe considerar como un extranjero. En el diálogo entre Jesús y la samaritana se señala el principal motivo de desavenencia entre los dos pueblos: ¿en qué monte hay que adorar a Dios? ¿En Jerusalén o en el monte Garizim? (Jn 4,20).

Según la Ley de Moisés, cualquiera que toca un cadáver es impuro durante una semana; si se contamina y cumple un acto de culto, debe ser expulsado de Israel (Núm 19,11-13). La norma vale con mayor razón para el sacerdote, incluso en el caso de un muerto de su parentela (Lev 21,1-4). De este modo se escoge una situación límite, en la que el sacerdote y el levita son situados ante una alternativa entre la observancia de las reglas de pureza cultual y el socorro a un moribundo. No obstante, es bueno precisar que las normas cultuales no excusan al sacerdote y al levita, porque en situaciones como la de la parábola también ellos están obligados a socorrer al moribundo; y, en cambio, ambos lo ven y pasan de largo.

Finalmente un samaritano ve al moribundo, se compadece y se hace cargo de él. Así la parábola crea un contraste insostenible: lo que no cumplen un sacerdote y un levita, lo realiza un samaritano, que es un enemigo. El contenido de la parábola comienza a ser provocativo porque el amor a Dios no garantiza el amor al prójimo; es más, lo que se esperaría de quien más conoce el amor a Dios (el sacerdote y el levita) lo realiza quien es definido sólo por su diversidad. ¡El moribundo recibe la salvación de un extranjero!

Tras un silencio meditativo: Incienso-pebetero. Canto: Misericordes sicut Pater

3. De la compasión al cuidado

La parábola logra el cambio cuando se precisa que un samaritano «tuvo compasión» del moribundo (v.33); tan es así que al final el doctor de la Ley reconoce que el prójimo es «quien practicó la misericordia con él» (v.37). Vale la pena detenerse sobre el verbo que expresa la compasión del samaritano. El verbo «compadecer» (splanchnízomai) deriva del sustantivo splánchna que, en griego, son las entrañas humanas, incluido el corazón. Según el modo común de pensar en el tiempo de Jesús, con las entrañas se expresan los propios sentimientos: el amor, la compasión y la misericordia. El samaritano no se limita a mirar al moribundo, sino que se siente implicado en lo más íntimo; y es esta compasión entrañable la que lo pone en movimiento para salvar al moribundo.

La verdadera compasión no es un sentimiento, sino una acción que produce la preocupación por el otro. Con atención a los detalles, Jesús cuenta la ayuda que el samaritano presta al moribundo: se le acerca, desinfecta y venda sus heridas, lo carga sobre

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su cabalgadura, lo lleva a la posada y lo cuida. Superada la primera noche, que es la de más riesgo, el samaritano advierte que el moribundo está vivo y entrega al posadero dos denarios, que corresponden a dos jornadas de trabajo. Mientras se despide, para reemprender su viaje, garantiza al posadero que si hay otros gastos se los pagará a su vuelta.

De principio a fin no se dice nada del moribundo: no es definido por su origen ni por su clase social. Toda la atención se centra sobre el que se encarga de él hasta sufrir en carne propia las consecuencias. La verdadera compasión se compromete con el bien y es ganadora, a pesar de la pérdida de tiempo y de dinero que supone. Comenta bien san Ambrosio de Milán: «No es la sangre la que hace al prójimo, sino la misericordia» (Exposición del evangelio de Lucas 7,84).

Tras un silencio meditativo: Incienso-pebetero. Canto: Misericordes sicut Pater

4. El vuelco

A la pregunta del doctor de la Ley, Jesús responde con la parábola del buen samaritano; y la parábola ilumina la vida porque da la vuelta al modo común de pensar. Con respecto a los debates en boga en tiempo de Jesús, hemos observado que aquel sobre la identidad del prójimo estaba entre los más encendidos. Cada movimiento tenía un modo distinto de entender el prójimo al que amar. Jesús aporta la respuesta más original porque, apoyado por cuanto ha contado en la parábola, da la vuelta al debate.

Si al comienzo el prójimo es el moribundo, al final es el samaritano. El moribundo responde a la pregunta del doctor («¿Quién es mi prójimo?»), el samaritano a la de Jesús: «¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?». El doctor no se da cuenta todavía de que está a punto de convertirse en parte de la cuestión. Con una verdad franca reconoce que el prójimo ya no es el moribundo sino el que ha tenido compasión de él. Así es obligado a dar la respuesta que no querría: el prójimo es el samaritano, al que, sin embargo, se guarda bien de citar como tal. Entonces Jesús le revela cómo la parábola ilumina la vida. Lo exhorta a entrar en la lógica de la parábola, como un lector en el relato: actuar como el samaritano, haciéndose prójimo del otro. Planteada a partir del otro, la pregunta sobre el prójimo provoca un debate sin solución. Sólo cuando la pregunta se dirige a uno mismo es posible resolver la cuestión. La parábola transforma el común modo de pensar al prójimo a partir de uno mismo: sólo así el prójimo es definido no a partir de su origen religioso, cultural o social, sino a partir de su compasión por el otro.

Tras un silencio meditativo: Incienso-pebetero. Canto: Misericordes sicut Pater

5. Jesús, ¿el buen samaritano?

Desde la época de los Padres de la Iglesia la parábola se releyó con los rasgos humanos de Jesús. Clemente Alejandrino comenta así: «¿Qué otro ha tenido compasión de nosotros, de nosotros que con las muchas heridas -con nuestros miedos, pasiones, envidias, aflicciones y gozos de los sentidos- habíamos caído ya en manos de la muerte, del príncipe del mundo de las tinieblas? Jesús es el único capaz de curar nuestras heridas, porque corta los sufrimientos de manera absoluta y hasta la raíz» (¿Qué rico se salva? 29).

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Distintos detalles de la parábola pueden hacer pensar en Jesús que, entre otras cosas, se paró a dialogar con una samaritana (Jn 4,9). Una compasión tan íntima y capaz de transformarse en cuidado por los enfermos es propia de Jesús. También los detalles secundarios, como el de la partida de la posada, hasta la vuelta del buen samaritano, han hecho pensar en el período que transcurre entre la resurrección de Jesús y su segunda venida.

Sin embargo, empobrecería la parábola interpretada sólo mirando a Jesús. Cuanto se dice del samaritano vale para Jesús, para la comunidad cristiana, en la que la dedicación al prójimo se transforma en cuidado atento, y para cualquier persona que se reconoce en el otro. Por tanto, la parábola interpreta la vida cotidiana de cada uno y la transforma desde dentro: explica al doctor de la Ley de qué modo el amor a Dios no puede ser separado de aquel por el prójimo.

Tras un silencio meditativo: Incienso-pebetero. Canto: Misericordes sicut Pater

6. El cumplimiento de la Ley

Las primeras comunidades cristianas se situaron en la trayectoria de Jesús y profundizaron en el impacto de la parábola del buen samaritano. En dos ocasiones san Pablo retama el debate sobre el mandamiento más importante de la Ley. Ante los cristianos de Galacia, que se arriesgan a devorarse entre ellos, recuerda: «Pues toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Gál 5,14). «La libertad cristiana es absoluta porque es don de Cristo: «Para ser libres nos libertó Cristo» (Gál 5,1). Y precisamente por eso ésta no puede transformarse en anarquía, sino que se encarna en el servicio o en el amor al prójimo. Cuando se dirige, luego, a los cristianos de Roma, san Pablo vuelve sobre el mandamiento del amor y lo considera la única deuda que los creyentes deben conservar, porque siempre se es incompleto en el amor (Rom 13,9). En las dos ocasiones Pablo no menciona el amor a Dios, sino que desplaza la atención hacia el amor al prójimo. ¿Cómo es posible un desequilibrio tan acentuado, hasta callar sobre el amor a Dios?

La razón se da en la primera carta de san Juan: «Pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve» (4,20). El gran riesgo que vislumbran Pablo y Juan es que, en nombre del amor a Dios, en la Iglesia puedan cometerse graves abusos y omisiones. Porque el amor a Dios es fácil de adaptar a las propias exigencias; difícil es amar al prójimo de carne y hueso. Por tanto, no es el amor a Dios el que genera aquel por el prójimo, sino que el amor al prójimo es el espejo del amor a Dios.

Sin embargo, para no engañarse es oportuno volver a las fuentes: el amor que Dios tiene por nosotros. En su primera carta, san Juan precisa que «Nosotros amemos, porque él nos amó primero» (4,19). Cuanto más se es alcanzado por el amor de Dios, tanto más se está en condiciones de amar al otro. El amor al prójimo nace no de un proyecto social, ni por simple altruismo: ¡sería un chaparrón estival! Más bien es el amor que Dios y Jesucristo tienen por los seres humanos el que proporciona la disposición incansable en cuantos son obligados a «no vivir más para sí mismos, sino para aquel que murió y resucitó por ellos» (2Cor 5,15).

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La parábola del buen samaritano da sentido a la vida humana: hacerse prójimo del otro porque, en definitiva, Dios se ha aproximado y continúa inclinándose en Cristo sobre las heridas humanas. Este vuelco implica al doctor de Ley y le impone cambiar de mentalidad. No se trata de escoger entre el amor a Dios y el amor al prójimo, sino de reconocer que quien ama al hermano que ve, ama siempre a Dios a quien no ve, mientras que -amarga realidad de la vida humana- no siempre ocurre lo contrario. El amor a Dios transita siempre por el amor hacia el otro, del que es necesario hacerse prójimo.

Tras un silencio meditativo: Incienso-pebetero. Canto: Misericordes sicut Pater

Tras un momento de silencio el sacerdote introduce las súplicas dirigidas al Padre de la Misericordia en su Hijo Jesús.

Súplicas

En este Año de la Misericordia, elevemos nuestras plegaria al Padre común, que en Cristo nos ha mostrado su rostro de misericordia. Cantemos: Christe, eleison

1. Para en este Año de la Misericordia los cristianos fijemos nuestra mirada en Jesucristo, para poder ser signos eficaces del obrar del Padre combatiendo el pecado de la corrupción con la lealtad, la transparencia y la denuncia. Christe, eleison

2. Para que al cruzar la Puerta de la Misericordia de los lugares jubilares, los cristianos experimentemos el amor de Dios, del cual brota el gran río de la misericordia, que consuela, que perdona y que ofrece esperanza. Christe, eleison

3. Para que en este Año de la Misericordia, tiempo para cambiar de vida, la única dirección de la Iglesia sea servir al hombre, en todas sus condiciones, debilidades y necesidades. Christe, eleison

4. Para que los cristianos construyamos una historia fecunda impregnada de la misericordia de Cristo, saliendo al encuentro de cada persona para llevar la bondad y la ternura de Dios. Christe, eleison

5. Para que la mirada de Jesús, que eligió a los apóstoles por su misericordia, nos conceda en este Año Jubilar imitar al Padre que jamás se da por vencido hasta que no se haya disuelto el pecado y superado el rechazo con la compasión. Christe, eleison

6. Para que la misericordia del Padre sea la viga maestra que sostenga la vida de nuestras comunidades parroquiales especialmente en el anuncio y el testimonio de Jesucristo. Christe, eleison

7. Para que este Año Jubilar extraordinario la Iglesia viva de un deseo inagotable de brindar la misericordia anunciando con alegría el perdón de Dios a los que están envueltos en debilidades y dificultades. Christe, eleison

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8. Para que en este Año Santo, nuestra archidiócesis profese y proclame la misericordia de Dios y acerque a los hombres y mujeres de nuestro tiempo a las fuentes de la misericordia del Salvador. Christe, eleison

9. Para que los cristianos de nuestras parroquias seamos un oasis de misericordia y en este Año Jubilar nos pongamos a la escucha de la Palabra de Dios recuperando el valor del silencio. Christe, eleison

10. Para que las peregrinaciones de este Año de la Misericordia tengan como etapas el no juzgar y el no condenar, el perdonar y el dar, y así la indulgencia del Padre nos haga obrar con caridad, creciendo en el amor antes que recaer en el pecado. Christe, eleison

11. Para que siendo misericordiosos como el Padre abramos nuestros ojos a las miserias del mundo, a las heridas de nuestros hermanos, y estrechemos nuestras manos para que sientan nuestra amistad y fraternidad. Christe, eleison

12. Para que en este Año Santo, dejándonos sorprender por Dios, reflexionemos sobre las obras de misericordia corporales y espirituales, despertando así nuestra conciencia y entrando en el corazón del Evangelio. Christe, eleison

13. Para que este Año de la Misericordia los sacerdotes confesores sean signo de la misericordia del Padre y no se cansen de salir al encuentro de los hermanos arrepentidos y de aquellos que por incapacidad de alegrarse se quedaron afuera. Christe, eleison

14. Para que los misioneros de la Misericordia sean anunciadores de alegría y en este Año Jubilar ayuden a los alejados a encontrar el camino de regreso a la casa paterna acompañados por la dulce mirada de la Virgen. Christe, eleison

El sacerdote concluye diciendo de Santa Faustina (Diario, 1265):

Oh Jesús, tendido sobre la cruz, Te rogamos, nos concedas la gracia de cumplir fielmente con la santísima voluntad de Tu Padre, en todas las cosas, siempre y en todo lugar. Y cuando esta voluntad de Dios nos parezca pesada y difícil de cumplir, que de Tus heridas, Jesús, fluyan sobre nosotros fuerza y fortaleza y que nuestros labios repitan: Hágase Tu voluntad, Señor. Oh Salvador del mundo, Amante de la salvación humana, Tú que entre terribles tormentos y dolor, Te olvidaste de Ti mismo para pensar en la salvación de las almas, compasivísimo Jesús, concédenos la gracia de olvidarnos de nosotros mismos para que podamos vivir totalmente por las almas, ayudándote en la obra de salvación, según la santísima voluntad de Tu Padre. Amén.

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Bendición con el Santísimo Sacramento y reserva

A continuación, el sacerdote entona un canto de adoración, inciensa y hace esta oración:

Oh Dios, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia, manifestado en Cristo tu Hijo, hecho pan de vida para nuestra salvación, haz que vivamos siempre de este misterio de amor, para que el mundo sea transfigurado en tu gracia. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. El sacerdote imparte la bendición a todos los presentes. Después recita las letanías de desagravio y hace la reserva del Santísimo Sacramento.

Canto a la Virgen, Madre de Misericordia: Salve, Regina

Finalmente, el sacerdote despide la asamblea:

En el nombre del Señor, rostro misericordioso del Padre, podéis ir en paz

R. Demos gracias a Dios.

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