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los dossieres La nueva Europa de

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La nueva Europa

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Por Pedro Antonio Navarro

L a crisis económica desatada trasla quiebra de Lehman Brothers, ensetiembre de 2008, ha dejado unpanorama desolador en el Viejo

Continente. 25 millones de desempleados,con una tasa superior al 20 por ciento de pa-ro juvenil –45 por ciento en España–, 40 mi-llones de pobres y otros 80 millones de per-sonas viviendo por debajo del umbral de lapobreza.

Desde esa fecha hasta hoy se han produ-cido nada menos que 25 Cumbres de losmáximos mandatarios de la UE, con resul-tados muy desalentadores, según puedecomprobar buena parte de la población eu-ropea. Pese a ello, la mayoría de gobiernosconservadores que rigen los destinos de lainmensa mayoría de los socios comunita-rios, prefieren continuar imponiendo suscriterios ideológicos neoliberales a la horade implementar las medidas para atajar la

sangría que está poniendo en cuestión la ca-pacidad competitiva de la UE, sus posibili-dades de defenderse de los ataques espe-culativos de los mercados contra los bonossoberanos, y poniendo contra las cuerdaslos avances sociales conseguidos durantedécadas, y con ellos, toda la estructura delEstado del Bienestar que había caracteriza-do al continente europeo desde el final dela II Guerra Mundial, y en algunos casos,desde incluso antes.

Pese a la constatación de que estas fór-mulas aplicadas durante los últimos tres añosse han mostrado incapaces de generar em-pleo e incrementar el crecimiento econó-mico y la riqueza, los actuales dirigentes eu-ropeos continúan empeñados en la fórmuladel ‘más de lo mismo’, impulsados por unaAlemania obsesionada con el control del dé-ficit y de la deuda –con el recuerdo de su su-perinflación de la época de entreguerras–, ycuya máxima dirigente, Angela Merkel –se-cundada por el francés Nicolas Sarkozy–,

que viene de perder todas las elecciones re-gionales celebradas en su país durante esteaño, aplica una nueva vuelta de tuerca, guia-da por criterios electorales domésticos.

La Cumbre de Bruselas, celebrada el pa-sado 9 de diciembre, arrojaba la determina-ción de suscribir un nuevo Tratado que sa-craliza los controles del déficit y de la deu-da pública, introduciendo los que los textosconstitucionales de cada país miembro, es-tableciendo duras sanciones para quienesincumplan estos límites, y que avanza unapropuesta de armonización fiscal y de uni-ficación de criterios en materia laboral y depensiones para todos los miembros de laUnión.

Para todos, no. Reino Unido daba la cam-panada, ejerciendo su derecho de veto, porprimera vez, y encontrando una sorpresivarespuesta en forma de un gran acuerdo delque s´plo este país quedaba excluido (ver‘Los británicos vuelven a dejar a Europa ais-lada’, en estas páginas).

POLÍTICA

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La Cumbre de Bruselas impulsa

un nuevo Tratado sin la presencia de Reino Unido

los dossieres

Esta Cumbre hace la número 25 que celebran los máximos líderes

Merkel diseñauna nueva EuropaLa última cita al máximo nivel de los líderes europeos en Bruselas se saldaba, una

vez más, con la imposición de los criterios de Berlín, sólo que en versión corregida y

aumentada. La austeridad, el incremento de los ajustes, el control draconiano del

déficit, la imposición en las Constituciones del límite de endeudamiento, las

sanciones automáticas para los incumplidores, constituían la nueva Biblia de la

religión de la que Angela Merkel mostraba las tablas de los mandamientos, con

Sarkozy de profeta. Ni una palabra sobre crecimiento económico, ninguna medida de

impulso al desarrollo o la creación de empleo. Paradójicamente, la única disidencia

provenía de uno de los más destacados conservadores europeos, el primer ministro

británico, David Cameron, que en su país ha aplicado recortes férreos, pero que en su

defensa de los intereses del centro financiero de la City londinense, prefería

desmarcarse del nuevo Tratado, creando un cisma que incluso alienta la posibilidad

de que Gran Bretaña pueda terminar saliendo de la Unión Europea.

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Los principalespuntos del acuerdon Pacto fiscal. Un nuevo pacto fiscal, quehabía sido reclamado por el presidente delBanco Central Europeo, Mario Draghi, y queincluye todas las propuestas de Francia y Ale-mania: la obligación de fijar por ley en lasConstituciones nacionales un límite de dé-ficit del 0,5 por ciento del PIB, multas auto-máticas para los Estados miembros que su-peren el umbral del 3 por ciento, mientrasque la deuda nunca podrá superar el 60 porciento del PIB. Además, se habilitan nuevospoderes para que la Comisión pueda con-trolar la elaboración de los presupuestos na-cionales. La vigilancia del cumplimiento deestas premisas, así como la adopción de lasacciones quedará bajo la supervisión del Tri-bunal Europeo de Justicia.n Aportación de 200.000 millones de eu-ros al FMI. Los países de la UE se compro-meten a aportar 200.000 millones de eurosal Fondo Monetario Internacional (FMI), altiempo que la UE espera “contribuciones pa-ralelas de la comunidad internacional” alFMI. Serviría para eludir la imposibilidad le-gal establecida en el Tratado de Lisboa deque el BCE o los bancos centrales europeosaportasen fondos directamente a los paísesmiembros que lo necesitasen.n Adelanto de un año del fondo de rescatepermanente. Los mandatarios europeos acor-daban adelantar a julio de 2012 la entrada enfuncionamiento del fondo de rescate perma-nente, en lugar de junio de 2013, como esta-ba previsto. A diferencia del actual, basadoúnicamente en garantías, el mecanismo per-manente contará con capital desembolsado,lo que, según sus promotores, permitirá man-tener la máxima calificación crediticia.n Eliminación de la necesidad de unanimi-dad para las decisiones. Ya no se exigirá launanimidad de los Estados miembros para ac-tivar las ayudas, sino que se establece un um-bral mínimo del 85 por ciento, para evitar ve-tos de países pequeños, porque en los últimostiempos han puesto graves reparos a su apli-cación, como Eslovaquia o Finlandia. Los lí-deres europeos se comprometen a estudiar enmarzo de 2012 la posibilidad de aumentar la

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europeos en busca de una solución a la crisis, sin haber llegado hasta el momento a resultados esperanzadores.

Los acuerdos han sido ‘cocinados’ previamente por Sarkozy y Merkel.

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dotación del fondo por encima de 500.000millones de euros aunque Angela Merkel hadejado claro que no permitirá ir más allá deesta cifra. Sin embargo, en círculos comuni-tarios se admite la posibilidad de que esa can-tidad pudiera llegar a duplicarse.

En esta cuestión se ha producido el primerrevés internacional para el que será inmi-nentemente nuevo presidente del Gobiernoespañol, Mariano Rajoy. Con la interlocu-ción del presidente en funciones, José LuisRodríguez Zapatero, se pretendía aumentarese umbral del 85 hasta el 90 por ciento, loque hubiera permitido de facto la posibili-dad de veto a cualquiera de esas decisionespor parte del futuro Ejecutivo español. Peroel consenso entre el resto de los países eramuy amplio, por lo que la propuesta que-daba desechada. Aun así, en el entorno deRajoy se insiste en que volverá a ser plantea -do en futuros encuentros europeos –aunquecon muy pocas posibilidades de éxito–.n El nuevo Tratado se firmará en marzo. Lafecha escogida para su entrada en vigor esla de marzo de 2012 y el plazo de ratifica-ción se prevé “muy reducido”, según ha ase-gurado el presidente de la Comisión, JoséManuel Durao Barroso. Sin embargo, el he-cho de que las autoridades irlandesas hayancomunicado que existen muchas posibili-dades de que el pacto exija un referéndumen su país, podría retrasar la ratificación al-

gunos meses. Hay algo más de prisa para laimposición de los límites de la deuda, queya entraron en vigor la semana pasada.

Los británicosvuelven a dejara Europa‘aislada’

L a semana pasada estuve aquí pa-ra decir que iba a Bruselas a de-fender los intereses británicos.Quise llegar a un acuerdo porque

mis peticiones eran modestas, razonables eimportantes, pero no fue posible; la decisióndel veto no fue fácil, pero fue la correcta. Sihay quienes quieren la integración fiscal, laarmonización financiera o regular sus pro-pios presupuestos, que lo hagan, pero no-sotros no vamos a sacrificar nuestros intere-ses ni creo que con ello perdamos influen-cia en Europa. Lo que se ofrecía no corres-ponde a los intereses británicos y por eso nolo he aceptado”, declaraba solemnementeante la Cámara de los Comunes el primerministro británico, David Cameron, el pasa-do 12 de diciembre.

El inquilino de Downing Street realizabaesta comparecencia ante los representantesdel poder legislativo apenas 48 horas des-pués de haber impuesto su veto a la reformadel Tratado de Lisboa que habían intentadoimpulsar la canciller alemana, Angela Mer-kel, y el presidente francés, Nicolas Sarkozy.El resultado por todos conocido era la deci-sión tomada por el resto de los socios co-munitarios de Gran Bretaña de dar luz ver-de a un nuevo acuerdo en el que los britá-nicos quedarán excluidos.

“¿Vosotros habríais firmado el acuerdo quenosotros rechazamos?”, espetaba Camerona la bancada de la oposición laborista. Locierto es que, más que los intereses genera-les de los ciudadanos del Reino Unido, loque el primer ministro había intentado en larecién concluida Cumbre Europea era sal-vaguardar las prerrogativas del mayor cen-tro de servicios financieros de Europa, la Citylondinense. Coherentemente con este pro-pósito, había exigido el derecho a imponerniveles de capital en los bancos superioresal 9 por ciento que está establecido comoobjetivo por la Zona Euro. Había pedido quese anulara la normativa que establece quelas operaciones financieras efectuadas en eu-ros vayan a realizarse únicamente en los mer-cados del continente. Del mismo modo, ha-bía reclamado la garantía de que la Autori-dad Bancaria Europea mantuviese su sedeen Londres y, por supuesto, que dejase dedebatirse en esa reunión la posibilidad deestablecer una tasa sobre las transaccionesfinancieras –la conocida como tasa Tobin–.

En ausencia de un muy contrariado vice-primer ministro, el liberal-demócrata NickClegg, Cameron recibía el apoyo inmediatode su ministro de Asuntos Exteriores, el con-servador William Hague. Ante la Cámara Ba-ja en Londres defendía apasionadamente ladecisión tomada por los suyos en Bruselas,argumentando que en caso de haber cedidoa las presiones y haber suscrito finalmente elnuevo Tratado que había sido propuesto porel tándem Merkel-Sarkozy, “habría puesto enpeligro las políticas económicas que nos hansalvado de una crisis como la griega”.

Con esta actitud, que lleva la distancia en-tre el Reino Unido y la UE a cotas que no sealcanzaban desde los tiempos del Gobiernode Margaret Thatcher, David Cameron con-seguía el aplauso del sector más radical y

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Las políticas neoliberales obvian el drama de 80 millones de europeos viviendo bajo el umbral de la pobreza.

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euroescéptico de su partido, el Conservadory, de hecho, también ha servido para am-plificar las demandas de los que ven en es-te veto sólo el primer paso hacia el gradualy definitivo abandono británico de la UniónEuropea. La celebración de un referéndumsobre la pertenencia a la UE es ya una de lasabiertas demandas de un buen número dediputados de este partido en el poder.

Además de cumplir sus amenazas acercade continuar adelante con un nuevo Trata-do, incluso sin la presencia de Gran Breta-ña, la canciller alemana, Angela Merkel, nodisimulaba su disgusto con el premier britá-nico. Muy poco tiempo antes de conocerseel veto y de impulsar el nuevo Tratado, tan-to ella como el presidente galo habían tra-tado de convencer a Cameron en una reu-nión aparte. Su decepción era tal que, de-jando a un lado la diplomacia, no tuvo em-pacho en declarar a la prensa que “no creoque Cameron haya estado con nosotros enla mesa”.

Tampoco un Sarkozy que al final de la reu-nión rehuía estrechar la mano del premierbritánico se mostraba condescendiente enabsoluto con el conservador inglés. Duran-te los debates se dirigió directamente a él:“Querido David, tienes todo mi afecto, pe-

ro tus condiciones no son aceptables; estáen juego el euro”.

Pero los problemas a los que ahora debeenfrentarse el Gobierno de Londres no sóloprovienen de más allá de sus fronteras, si-no que las cosas podrían ponerse muy difí-ciles en el ámbito doméstico. Una oposi-ción laborista, que pese a la decepción ciu-dadana por las drásticas medidas antisocia-les del Ejecutivo –y que no estaban recogi-das en el programa electoral, ni fueron ex-plicadas durante la campaña electoral–, noconsigue arrancar en las encuestas, apenashacía frente a un David Cameron recibidocomo un héroe por los más radicales de en-tre sus filas. Ni siquiera el nuevo líder de lossocialdemócratas, Ed Miliband, acertaba aresponder qué hubiera hecho él de haberestado en el lugar del primer ministro en laCumbre.

Sin embargo, el ‘peligro’ para Cameron yla estabilidad de su Gobierno proviene delos que en estos momentos son sus más di-rectos aliados. El viceprimer ministro y líderdel partido Liberal-Demócrata, Nick Clegg,ponía en cuestión la posición de David Ca-meron en la cumbre europea celebrada enBruselas. El presidente de una formaciónque, pese a ser corresponsable en el Ejecu-tivo de Londres, ni siquiera ha conseguidosu principal objetivo de cambiar la injustaley electoral británica como reconocía an-te la prensa que después de conocer la ges-tión realizada por su primer ministro ante elresto de los socios comunitarios, se sentía“amargamente decepcionado”. “Nadie pue-de pensar que será bueno para Gran Breta-ña a largo plazo estar en una posición deuno contra 26. Es malo para el Reino Uni-do”, advertía.

Aun así, criticaba la postura de Francia yAlemania, que calificaba de “intransigente”,y también echaba un capote a su socio alasegurar que la presión de los euroescépti-cos ha puesto a Cameron en “una situaciónmuy difícil”. Pero las discrepancias, profun-das, quedaban bien a las claras. Dando a en-tender que no había sido advertido de las in-tenciones de Cameron, explicaba que su po-

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Con los liberales (europeístas) que sustentan el Gobierno decepcionados y los euroescépticos crecidos reclamando un referéndum de salida, esta Cumbre supone otro paso atrás de GranBretaña en la Unión Europea.

El apoyo entusiasta delsector más radical yeuroescéptico de los

‘tories’ complica lagestión de Cameron

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sición va a ser la de intentar recomponer lasituación con los socios europeos, y Volvera la senda de la unidad en el seno de la UE:“Voy a luchar con uñas y dientes porque creoque si Gran Bretaña deja la UE será consi-derada como un país irrelevante por Was-hington y seremos considerados un pigmeoen el mundo cuando lo que quiero es queestemos de pie y liderando el mundo”.

La posición de Clegg en su propio partidoera ya muy difícil antes de estallar esta ‘bom-ba’, sobre todo por los duros ajustes presu-puestarios que no habían sido anunciados encampaña, el cambio de rumbo en cuestionestan polémicas como el aumento gigantescode las tasas universitarias o el duro revés quesupuso para los liberales-demócratas el per-der por un amplísimo margen el referéndumpara reformar el sistema electoral. Durantelargos años han permanecido como la únicacorriente de europeísmo federal de la políti-ca británica, y ahora integran un Gobiernoque por primera vez en la historia se ha que-dado solo en Europa vetando una reforma deun tratado que se pretendía de aplicación atodos y cada uno delos 27 países integrantesde la Unión Europea.

Pero, incluso en una difícil situación per-sonal dentro de su propia formación, Cleggtrataba de enviar mensajes positivos con laintención de alejar el fantasma de una posi-ble crisis de gobierno por una hipotética rup-

tura entre los dos socios que lo sustentan.Por eso, a pesar de la decepción, pregunta-do por esta posibilidad, trataba de enviar unmensaje de tranquilidad a través de los me-dios de comunicación: “El colapso de la coa -lición de Gobierno sería aún más dañino pa-ra nosotros. Supondría un desastre econó-mico para el país en tiempo de gran incerti-dumbre”, y se comprometía a poner su em-peño personal en hacer “todo lo que puedapara asegurar que este contratiempo no seconvierta en una fractura permanente”.

No compartían este optimismo otros miem-bros destacados de su formación. Por ejem-plo, el veterano exlíder de los liberales PaddyAshdown mostraba toda su amargura al ex-plicar que, a su criterio, el veto de Cameron“ha destruido en una noche 38 años de po-lítica exterior británica”. En términos muy si-milares se expresaba Lord Oakeshott, quehabía sido portavoz de Economía de los li-beral-demócratas en la Cámara de los Lores

hasta el pasado mes de febrero. Para él, loacontecido en Bruselas suponía “un día ne-gro para Gran Bretaña y para Europa”, mien-tras que otra destacada dirigente de esta for-mación, la eurodiputada Sharon Bowles, con-fesaba sentirse “hecha polvo” por la deci-sión tomada por su primer ministro.

Parece obvio, a tenor de la respuesta quela actitud de Cameron está encontrando enbuena parte de las filas del Partido Liberal-Demócrata, que el Reino Unido se enfrentaal mayor riesgo de ruptura de la coalicióngubernamental desde que ésta se instalaráen el poder hace un año y medio. Está porver si un cuestionado en su propia forma-ción Nick Clegg será capaz de acallar las vo-ces que en su fuerza política reclaman unareorientación de su política y el fin de unaalianza con los tories que, a criterio de mu-chos, y según ponen de manifiesto todas lasencuestas realizadas al respecto, está hun-diendo las futuras expectativas electoralesde una formación que se había convertidoen la gran sorpresa en las últimas eleccioneslegislativas británicas.

Por si no fuera suficiente, tampoco la ma-yoría de la prensa de las islas ha visto conbuenos ojos la forma en que su Gobierno hallevado a cabo la negociación durante laCumbre de Bruselas, ni, desde luego, la ra-dical determinación de ejercer por primeravez un derecho de veto que nos ha dejadola foto fija de una Gran Bretaña aislada, y enla que se reabre el viejo debate de su perte-nencia al Club de los 27.

Así, el Financial Times editorializaba re-clamando la necesidad de “recuperar la in-fluencia del Reino Unido en el mercado co-mún”, ya que, “una silla vacía no resuelvenada”. Para The Economist, lo acontecido enBruselas era calificado de “catástrofe”. Delmismo modo, The Guardian recogía durascríticas a la actitud del premier británico,que apenas recibía cierto apoyo desde laspáginas de The Times.

Una vez más, Gran Bretaña parece refu-giarse en lo que históricamente se denomi-nó su ‘espléndido aislamiento’. Pese a quela mayor parte de las medidas que Merkelpretendía introducir en el nuevo Tratado afec-taban casi exclusivamente a los 17 países in-tegrados en la Zona Euro –teniendo en cuen-ta, además, que sólo Reino Unido y Dina-marca quedan excluidos de la obligatorie-

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La coalición de gobierno entre Cameron, conservador (izda.), y Clegg, liberal, está en peligro.

El exlíder liberal PaddyAshdown asegura que

el veto de Cameron “hadestruido en una noche

38 años de políticaexterior británica”

POLÍTICA los dossieres

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dad de integrarse en la moneda única, co-mo quedaba establecido en el Tratado de Lis-boa–, el Ejecutivo londinense optaba por ten-sar la cuerda, tal vez no con la pretensiónde romperla, sino de obtener alguna mayorventaja a cuenta de la necesaria unanimidadque se requiere el seno de la UE para modi-ficar los Tratados. Es posible que entre suscálculos no estuviera contemplada la posi-bilidad de que el eje franco-alemán deci-diese jugar duro y, tirando de un plan B, apa-recer con la propuesta de un acuerdo quequizá haya significado el pistoletazo de sa-lida para las ya famosas ‘dos velocidades’ delas que se lleva hablando intensamente des-de hace mucho tiempo.

Cameron no parecía haberse percatado deque la Dama de Hierro ahora vive en Berlín.

El euroescepticismono sólo habla inglésE l veto de David Cameron al nue-

vo Tratado que querían impulsarAngela Merkel y Nicolas Sarkozyterminaba con una nueva pro-

fundización de la fosa del Canal de La Man-cha y una engañosa fotografía en la que po-día apreciarse una batalla desigual de 26contra uno.

El premier británico, en su estrategia, nohabía contado con este resultado final. Laalternativa del eje franco-alemán ante su ne-gativa, consistía en plantear un nuevo acuer-do que implicase obligatoriamente a los 17países de la Eurozona, y al que podrían su-marse otros cuya moneda todavía no es eleuro. Nada hacía pensar que serían final-mente otros nueve –incluida Dinamarca, quesegún el Tratado de Lisboa, está exenta deintegrarse en la moneda única – Estados losque también suscribirían el nuevo pacto.

Pero lo cierto es que la situación no es tanclara como parece. Durante largas horas delduro debate, Reino Unido parecía haber en-contrado algunos aliados que también cues-tionaban el cambio de las reglas del juegoque venía impulsado desde Berlín. La Re-pública Checa, Suecia y, especialmente,Hungría se mostraban reacios a estampar su

firma para dar luz verde a una reforma pro-funda del Tratado de Lisboa. No está claro sisu cambio de postura final está relacionadocon el efecto bumerán que pudo provocarla insolencia británica, o más bien con laspresiones ejercidas al unísono por el eje Ber-lín-París. Aun así, la adhesión de estas tresnaciones está condicionada a la respuestaque obtengan sus gobiernos de sus cámaraslegislativas.

Donde la situación está más dura es en laRepública Checa. Además del compromisode consultar a su Parlamento, pesa como unalosa la figura de su presidente, Vaclav Klaus,uno de los más ilustres euroescépticos delcontinente, cuya rúbrica es imprescindiblepara que este país forme parte del nuevoacuerdo. En la memoria de todos está su ne-gativa a firmar el Tratado de Lisboa, lo quemantuvo en vilo a la Unión Europea duran-te varios meses en 2009. Los checos estánsobrellevando la crisis bastante mejor quesus vecinos, manteniendo un moderado cre-cimiento de su economía, y sin la necesidadde aplicar recortes tan duros como en bue-na parte de los países integrantes de la Unión.Pero pese a que la tentación de salir del eu-ro, e incluso de la propia UE, es una cons-tante que cuenta con un buen número deadeptos dentro de sus fronteras, su situacióneconómica aconseja la permanencia, espe-cialmente si se tiene en cuenta que el 70 por

ciento de su PIB corresponde al capítulo delas exportaciones que, fundamentalmente,tienen como destino de preferencia al restode los Estados integrantes del club de los 27.

Algo diferente es el caso húngaro. Aquí lasituación económica es mucho más débilque la de sus vecinos checos. El Gobiernodirigido por Viktor Orban ha puesto en mar-cha una serie de polémicas medidas queafectan al funcionamiento democrático –en-tre otras, una polémica ley-mordaza de pren-sa–, pero también ha impuesto controles ala banca más severos que el resto de los so-cios comunitarios. El primer ministro, pesea suscribir el acuerdo, también se compro-metía a someter la decisión definitiva al cri-terio de su Parlamento nacional.

Por su parte, Suecia, que declinaba en 2003integrarse en la Zona Euro, del mismo modoha subordinado su adhesión definitiva a laaprobación parlamentaria. Su situación dis-ta mucho de la que padecen la inmensa ma-yoría de los integrantes de la UE. La crisisapenas ha hecho mella en una economía na-cional que crece a un ritmo del 4,5 por cien-to anual, y que roza el superávit fiscal.

Pese a no pronunciarse en ese sentido du-rante la Cumbre de Bruselas, al día siguien-te de su finalización, el Gobierno irlandés,por boca de su ministra de Asuntos Euro peos,Lucinda Creighton, daba a conocer que laposibilidad de que en su país la suscripción

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El presidente checo, Vaclav Klaus, tiene que ratificar unas políticas en las que no cree.EFE

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del nuevo Tratado fuese sometido a referén-dum era muy elevada.

La aparente solidez de lo suscrito en Bru-selas comenzaba a no parecer tan firmecuando se conocía que también buscarán elrefrendo a su firma en sus respectivos Parla-mentos en Bulgaria, Dinamarca, Letonia, Li-tuania, Polonia y Rumanía, aunque en todoslos casos, lo previsible es que salga fumatablanca.

Quizá los problemas todavía puedan lle-gar desde las Islas Británicas. Según infor-maba el pasado 10 de diciembre el diario Fi-nancial Times, el primer ministro, David Ca-meron, habría comentado a su círculo máscercano su disposición a recurrir ante ins-tancias judiciales internacionales el nuevotratado que ha salido de la varita mágica deAngela Merkel y Nicolas Sarkozy.

El BCE se echaa un ladoE l Banco Central Europeo (BCE) es-

tuvo presente en la Cumbre deBruselas con un alto grado de pro-tagonismo,aunque probablemen-

te, no con el deseado por muchos, ni tam-poco por los mercados, a tenor de las reac-ciones en las Bolsas en los inmediatos díassucesivos.

Justo antes de partir al encuentro, el actualpresidente de la institución, el italiano Ma-rio Draghi –ex alto directivo de GoldmanSachs, y exgobernador del Banco Central ita-liano–, había realizado claras advertenciasen el sentido de que el BCE no actuaría enesta crisis como un banco central nacional,ni como lo está haciendo la Reserva Federalde Estados Unidos.

Uno de los más importantes términos delacuerdo suscrito en la Cumbre de Bruselasestablece que se podrán prestar hasta200.000 millones de euros al Fondo Mone-tario Internacional (FMI) para que éste, a suvez, pueda prestarlo como rescate a deter-minados países de la Unión Europea. PeroDraghi se encargaba inmediatamente deechar agua fría sobre las ligeras expectativasgeneradas en torno a su participación en es-te empeño. Advertía a los gobiernos que elBCE no transferiría fondos al FMI con esta fi-

nalidad, y no sólo eso, sino que también seopondría a que lo hiciera cualquiera de losbancos centrales de cualquier socio de laUnión. “No olvidemos que el BCE no esmiembro del FMI”, avisaba duramente Drag-hi. “El mecanismo por el que el dinero se ca-nalice hacia el fondo de rescate no debeocultar que tenemos un Tratado que prohí-be la financiación monetaria a los gobier-nos”; haciendo referencia así a su negativaa poner en marcha la máquina de hacer bi-lletes, tal y como sí lo ha venido practican-do en los últimos tres años la Reserva Fede-ral estadounidense.

Además, Draghi realizaba una advertenciaa los Estados miembros para evitar la tenta-ción de que fueran los propios bancos cen-trales quienes asumieran esa función, utili-zando al FMI como tapadera para sortear las

prohibiciones que constan en el actual Trata-do de Lisboa. De este modo, avisaba contraposibles “trampas legales”, para lo que utili-zaba un ejemplo gráfico: “Los bancos cen-trales europeos pueden prestar dinero al FMIy que éste lo usen para ayudar a Indonesia.Pero si es para comprar bonos de los paísesdel euro, no es compatible con el Tratado”.

Para mayor desilusión de buena parte delos socios de la Unión Europea, el máximoresponsable del BCE también dejaba claroque no se darán compras masivas de bonosnacionales por su parte, lo que se venía a unir

a la decepción provocada por la férrea opo-sición de la canciller Angela Merkel a la pues-ta en marcha de los eurobonos, con lo quedos de los mecanismos posiblemente más efi-caces contra la especulación financiera y losataques de los mercados a las deudas sobe-ranas, que daban prácticamente descartados.

Eso sí, Mario Draghi no ahorraba elogiosal contenido del acuerdo impuesto Por Ale-mania y Francia, que según su criterio, “seacerca bastante a un buen pacto fiscal”. Dela misma opinión parecen participar los má-ximos dirigentes del FMI. Su actual directo-ra gerente y exministra francesa de Econo-mía, Christine Lagarde, aseguraba que lo sus-crito por los asistentes a la Cumbre –con laexcepción británica– “es un paquete que varealmente en la buena dirección”.

La actuación más destacable del Banco

Central Europeo, sin embargo, se producíaun día antes del encuentro al máximo nivelde los presidentes europeos. Rectificando lasdecisiones de su anterior máximo responsa-ble, Jean Claude Trichet, el BCE decidía re-bajar otro cuarto de punto el precio del di-nero, en otro descenso consecutivo, colo-cándolo al 1 por ciento, justo el nivel en quese encontraba el pasado mes de abril, cuan-do ante una supuesta amenaza de inflación,se tomaba la determinación de incrementarsu precio, en una decisión muy criticada porla inmensa mayoría de los economistas. l

POLÍTICA

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Draghi (BCE) no quiere saber nada de transferir fondos al FMI que dirige Lagarde (dcha.), que gestionará 200.000 millones deeuros para rescates.

los dossieres

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