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44 DIMENSIÓN CRISTOLÓGICA DE LA EXISTENCIA TERESIANA A partir de este acontecimiento memorable, Cristo la intro- duce en las diversas etapas de la mística. Sentirá que irrumpe sobre ella una verdadera mística cristológica, que le hace experi- mentar la presencia de Dios en lo más Íntimo de su ser; Dios se le hace presente en Jesucristo. Escribe: "Acaecíame en esta representación que hacía de ponerme cabe Cristo que he dioho, y aun algunas veces leyendo, venirme a deshora un sentimiento de la presencia de Dios, que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí o yo toda engolfada en él" 82. Era el comienzo de la mística, producida en muchas ocasiones por la contemplación de la persona del Señor; esta unión con Cristo, le hace sentir la presencia de Dios. Después de estas experiencias tan inefables, no podrá tolerar la opinión de aquellos espirituales que le digan que Cristo, o mejor su Humanidad, puede ser impe- dimento para la contemplación. La Santa vivirá en este engaño un tiempo muy breve. Ello le servirá para constatar con más viveza aún lo imprescindible que es la Humanidad del Señor para llegar a los estados más sublimes de la experiencia religiosa, pues, como afirma, en el tiempo en que estuvo en esta opinión, su ascenso religioso quedó bloqueado 83, Pero veamos el hecho de su conversión. Este acontecimiento está minuciosamente descrito en el capítulo noveno de su Vida. Teresa, ante una imagen del Señor muy expresiva -"era de Cristo muy llagado" 84_, que tenía probablemente a sus pies una imagen de la Magdalena, de quien ella era muy devota 85, se éste de su conversión; todos ellos enmarcados en lo cristológico. Por lo que respecta a su etapa mística podemos señalar, el desposorio, la primera visión intelectual de Cristo y el matrimonio espiritual; también todos ellos profunda- mente anclados en lo cristológico. 82 V 10,1. 8J Cfr. V 22,4. Es difícil precisar la fecha concreta de este hecho; desde luego, fue antes de su conversión. Este acontecimiento teresiano reviste para nosotros una gran importancia, ya que con este motivo Santa Teresa afirma que toda su espiritualidad precedente había estado enmarcada en la devoción a Cristo. Escribe en este sentido: «Había sido yo tan devota toda mi vida de Cristo (porque esto era ya a la postre -digo a la postre de antes que el Señor me hiciese estas mercedes de arrobamientos y visiones- y en tanto extremo duró muy poco estar en esta .opinión), y así siempre tornaba mi costumbre de holgarme con este Señor, en especial cuando comulgaba; qUisiera yo siempre traer delante de los ojos su retrato y imagen, ya que no podía traerle tan esculpido en mi alma como yo quisiera» (V 22,4). Veremos con más detención el influjo de Cristo en la espiri- tualidad teresiana en el capítulo último de este estudio; con objeto de no repe- tirnos, remitimos a cuanto digamos allí. 84 Cfr. V 9,1. 85 Cfr. SILVERIO DE SANTA TERESA, Procesos de beatificación y canonización de Santa Teresa de Jesús, vol. 19 (Burgos, Biblioteca mística carmelitana, 1935) pp. 359-443.

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44 DIMENSIÓN CRISTOLÓGICA DE LA EXISTENCIA TERESIANA

A partir de este acontecimiento memorable, Cristo la intro­duce en las diversas etapas de la mística. Sentirá que irrumpe sobre ella una verdadera mística cristológica, que le hace experi­mentar la presencia de Dios en lo más Íntimo de su ser; Dios se le hace presente en Jesucristo. Escribe: "Acaecíame en esta representación que hacía de ponerme cabe Cristo que he dioho, y aun algunas veces leyendo, venirme a deshora un sentimiento de la presencia de Dios, que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí o yo toda engolfada en él" 82. Era el comienzo de la mística, producida en muchas ocasiones por la contemplación de la persona del Señor; esta unión con Cristo, le hace sentir la presencia de Dios. Después de estas experiencias tan inefables, no podrá tolerar la opinión de aquellos espirituales que le digan que Cristo, o mejor su Humanidad, puede ser impe­dimento para la contemplación. La Santa vivirá en este engaño un tiempo muy breve. Ello le servirá para constatar con más viveza aún lo imprescindible que es la Humanidad del Señor para llegar a los estados más sublimes de la experiencia religiosa, pues, como afirma, en el tiempo en que estuvo en esta opinión, su ascenso religioso quedó bloqueado 83,

Pero veamos el hecho de su conversión. Este acontecimiento está minuciosamente descrito en el capítulo noveno de su Vida. Teresa, ante una imagen del Señor muy expresiva -"era de Cristo muy llagado" 84_, que tenía probablemente a sus pies una imagen de la Magdalena, de quien ella era muy devota 85, se

éste de su conversión; todos ellos enmarcados en lo cristológico. Por lo que respecta a su etapa mística podemos señalar, el desposorio, la primera visión intelectual de Cristo y el matrimonio espiritual; también todos ellos profunda­mente anclados en lo cristológico.

82 V 10,1. 8J Cfr. V 22,4. Es difícil precisar la fecha concreta de este hecho; desde luego,

fue antes de su conversión. Este acontecimiento teresiano reviste para nosotros una gran importancia, ya que con este motivo Santa Teresa afirma que toda su espiritualidad precedente había estado enmarcada en la devoción a Cristo. Escribe en este sentido: «Había sido yo tan devota toda mi vida de Cristo (porque esto era ya a la postre -digo a la postre de antes que el Señor me hiciese estas mercedes de arrobamientos y visiones- y en tanto extremo duró muy poco estar en esta .opinión), y así siempre tornaba mi costumbre de holgarme con este Señor, en especial cuando comulgaba; qUisiera yo siempre traer delante de los ojos su retrato y imagen, ya que no podía traerle tan esculpido en mi alma como yo quisiera» (V 22,4). Veremos con más detención el influjo de Cristo en la espiri­tualidad teresiana en el capítulo último de este estudio; con objeto de no repe­tirnos, remitimos a cuanto digamos allí.

84 Cfr. V 9,1. 85 Cfr. SILVERIO DE SANTA TERESA, Procesos de beatificación y canonización de

Santa Teresa de Jesús, vol. 19 (Burgos, Biblioteca mística carmelitana, 1935) pp. 359-443.

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sintió totalmente conmovida. Era, sin embargo, una conmoclOn un poco distinta de las anteriores. En un instante intuyó lo que Cristo sufrió por nosotros. Este "por nosotros" es de gran im­portancia en la espiritualidad teresiana. En la teología de Lutero, la frase "pro me"orienta la cristología, quedando constituida la Cruz en la raíz del pensar sobre Cristo. Aun valorando lo que de intuición grandiosa tiene esta concepción luterana, se ha visto en ella un gran peligro. Escribe un autor: "En plimer lugar, esta forma de reaccionar incluye el peligro de un particularismo que amenaza con ir a dar en lo que J. Miranda llamó el "subjetivis­mo podrido" de un Bultmann. Falta en ella la dimensión colec­tiva de los Padres griegos y de las cartas de la cautividad. Que el pro me se conciba profundamente como elemento de un pro nobis. Buena parte de la dogmática protestante moderna se ha preocupado seriamente de la recuperación de este elemento" 86.

Teresa contempla la cruz de Cristo desde un ángulo más pro­fundo que Lutero. El sufrimiento de Cristo "pro me" está obser­vado desde una perspectiva más amplia: "pro nobis", la Iglesia. Entonces, la cruz de Cristo es vista por Teresa desde la fe de la Iglesia; escribe: "Acaecióme que entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allí a guardar, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado, y tan devota, que en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros" 87.

Toda la doctrina teresiana sobre Jesucristo está elaborada desde los sufrimientos que el Señor padeció por nosotros. En este sentido, podíamos hablar de una cierta funcionalidad de lá cristo­logía teresiana. Teresa se acerca a Cristo más que con la inteli­gencia, con el corazón. Su reflexionar sobre el Señor está in­fluenciado por el amor que le profesa, y que nació cuando com­prendió que Cristo, todo entero, está orientado hacia nosotros.

A este estado de ánimo concurrieron dos cosas: la lectura de las Confesiones de San Agustín, -sobre todo el pasaje en que narra su conversión-, hecha probablemente ante la imagen de Cristo, y un sentimiento grande de desconfianza en sí misma y de plena confianza en Dios. La Santa deja bien expresado su estado de ánimo de entonces, cuando afirma: "Paréceme le dije enton-

86 Cfr. J. I. GONZÁLEZ FAUS, La Humanidad nueva (Santander, 1975, 2." ed.) vol. n, P. 611.

87 V 9,1; el subrayado es nuestro.

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ces que no me había de levantar de aHí hasta que hiciese lo que le suplicaba. Creo cierto me aprovechó, porque fui mejorando mucho desde entonces" 88.

A partir de este momento se sintió totalmente cambiada. Escribe Efrén: "Ella no calificó de visión este suceso que le trocó la vida y lo fue, sin duda, del mismo género que los pa­sados; porque presenció su drama interior, reflejado en la ima­gen de un Cristo muy llagado que le venía al encuentro" 89.

También aquí como en los Evangelios el encuentro con Cristo lleva como secuela inmediata la conversión: "Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas -escribe-, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme cabe El con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me forta­leciese ya de una vez para no ofenderle" 90.

Con este acontecimiento eminentemente cristológico concluye la primera parte de la vida de Teresa; es el último eslabón de una larga cadena de acontecimientos de la misma Índole iniciados en los días de su juventud en el convento de las agustinas de Santa María de Gracia.

7. Síntesis de las vivencias cristo lógicas de Teresa hasta el año 1554

Después del análisis que acabamos de hacer de las vivencias cristológicas de Teresa hasta el año arriba reseñado, podemos encontrar en la existencia teresiana cuatro estratos bien definidos por lo que a sus vivencias cristológicas se refiere: 1) Cristolo­gía imprecisa; 2) Cristología del junto a sí (cabe sí); 3) Cristo­logía implícita; y 4) Cristología del en sí.

1. Cristología imprecisa. Corresponde este período a los años de su niñez, adolescencia y parte de su juventud. Lo podía­mos caracterizar por un lento ir concretizando lo religioso en la persona de Jesús, aunque todavía Cristo no es el centro donde converge su vivir religioso. A este período pertenecen las devo­ciones de Teresa niña, que van haciendo nacer en ella la orienta­ción de toda su vida hacia Cristo, y aquella oración que con tanta

88 V 9,3. 89 Santa Teresa por dentro, o. o., p. 194. 90 V 9,1.

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frecuencia rezaba, en la que pedía al Señor le diera el agua viva: "¡Oh,. qué de veces me acuerdo del agua viva que dijo el Señor a la Samaritana!, y así soy muy aficionada a aquel evangelio. y es así, cierto, que sin entender como ahora este bien, desde muy niña lo era y suplicaba muchas veces al Señor me diera aquel agua, y la tenía dibujada adonde estaba siempre con este letrero, cuando el Señor llegó al pozo: "Domine, da mihi aquam" 91. Esta constatación teresiana viene a confirmar cuanto nosotros hemos afirmado a lo largo de las páginas precedentes; que ya desde su niñez comenzó su descubrimiento de la persona y del misterio de Jesús como centro de su vivir religioso. Cuando en el Camino de Perfección nos hable del agua de la Samaritana, no lo hará de memoria, sino que estará proyectando en esas afir­maciones su propia existencia religiosa.

También hay que situar dentro de los márgenes de este perío­do sus luchas vocacionales con aquel marcado tinte cristológico que ya vimos, así como sus meditaciones sobre el pasaje ~van~ gélico de la oración del Huerto.

Al final de este período, comienza Teresa a conocer por expeliencia la oración de meditación o mental. Pero esta oración, todavía no establecía un verdadero coloquio entre ella y Jesu­cristo 92.

2. Cristología del junto a sí. Pero esta cristología impre­cisa se fue concretizando. En este segundo período de su vida se imagina a Jesucristo cabe ella. Escribe: "Procuraba lo más que podía traer a Jesucristo, nuestro bien y Señor, dentro de mí pre­sente, y ésta era mi manera de oración" 93. Aparentemente pa­rece que Teresa afirma aquí que ·por estas fechas ya hacía su oración representándose a Jesucristo dentro de ella misma; pero no es así. Veamos cómo introduce tanto en el pasaje citado como en su paralelo -Vida 9,4-, sus correspondientes textos correc­tares: "Porque no me dio Dios talento de discurrir con el enten­dimiento, ni de aprovecharme con la imaginación, que la tengo tan torpe que aun para pensar y representar en mí -como lo

91 V 30,19; Teresa escribe: «Domine, da miqui aguan». 92 Escribe GARCÍA ORDÁS: «Mucho tiempo antes de leer el Tercer Abecedario, la

oración de Teresa consistía en ponerse en presencia de Cristo. Era lUla presencia vaga que no penetraba los momentos de su vida, pero la realidad de la presencia de Cristo era ya un modo de orar» (La Persona divina en la espiritualidad de Santa Teresa (Roma 1967) p. 5I.

93 V 4,8; cfr. V 9,4.

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procuraba- traer la Humanidad del Señor, nunca acababa" 94.

y en el capítulo nono, añade de nuevo: "yo sólo podía pensar en Cristo como hombre; mas es así que jamás le pude representar en mí" 95. Resumiendo; parece que Teresa se sentía muy bien con la meditación de los misterios de Cristo, pero al leer el Tercer Abecedario, se esforzaba por interiorizar esta presencia de Cristo. Teresa, de momento, leerá el Tercer Abecedario en sentido cristológico; 10 que Osuna dice del recogimiento ella lo aplica a Cristo: quiere interiorizar la presencia de Cristo 96.

3. Cristología implícita. Teresa nos habla de una época de su vida -brevÍsima- en la que abandonó, aunque no del todo su forma habitual de oración, es decir, representándose la Humanidad de Cristo 97. Actuó de esta manera, movida por la opinión de algunos espirituales, que enseñaban que en ciertos estados de la vida espiritual, la imaginación debía substraerse de toda representación de las cosas corporales; dentro de estas cosas corporales -pensaban ellos- debía quedar incluida la Huma­nidad del Señor. Teresa se dio cuenta enseguida del peligro que suponía para su espiritualidad esta opinión 98. A partir de enton­ces aprovechará todas las ocasiones que se le ofrezcan para com­batir esta doctrina. Aun durante el breve tiempo que vivió dando crédito a esos autores, no se convenció del todo, y de cuando en cuando volvía a su forma habitual de oración; escribe: "Había sido yo tan devota toda mi vida de Cristo (porque esto era ya a la postre -digo a la postre de antes que el Señor me hiciese estas mercedes de arrobamientos y visiones- y en tanto extremo duró muy poco estar en esta opinión), y así siempre tornaba a mi costumbre de holgarme con este Señor, en especial cuando comulgaba; quisiera yo siempre traer delante de los ojos su re­trato y imagen, ya que no podía traerle tan esculpido en mi alma como yo quisiera" 99.

4. Cristología del en sí. Ya hemos visto cómo Teresa in­tentaba representarse dentro de sÍ, en su interior, la figura y el misterio de Jesucristo, y cómo debido a su manera de ser -según

94 V 4,8. 95 V 9,6; cfr. V 9,4. 96 Cfr. V 4,8, donde habla de esta interiorización después de habemos narrado

su encuentro con Osuna; cfr. GARCfA ORDÁS, o. e., pp. 50-51. 97 Cfr. V 22,3-4. 98 Cfr. V 22,4; cfr. V 22,2. 99 V 22,4.

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ella-, no lo conseguía. Esto que hasta entonces le había sido imposible, se convertirá en su forma habitual de oración a partir de su famosa conversión. En adelante, la persona del Señor sería objeto de meditación y de contemplación como existiendo y vi­viendo dentro de ella misma. Esto no había podido realizarse sino en fuerza de una gracia especial; ia mística comenzó a hacer acto de presencia en su existencia con esta interiorización de la persona del Señor. Santa Teresa lo explica así: "Acaecíame en esta representación que hacía de ponerme cabe Cristo que he dioho, y aun algunas veces leyendo, venirme a deshora un senti­miento de la presencia de Dios, que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí, o yo toda engolfada en El" lOO.

Esta interiorización de la persona de Jesucristo llegaría a su punto más alto en los últimos estadios de la vida espiritual, cuando nuestra Santa perciba al Señor en lo más íntimo de su propio ser, desde donde realiza la transformación de la persona humana; pero ya ahora, Teresa intuye esta presencia del Señor. Esta que hemos denominado "cristología del en sí" es el último estadio al que llegó Teresa ascética. Por eso, ella podrá aconsejar esta forma de espiritualidad en el Camino de perfección a aque­llas de sus religiosas a las que el Señor no lleve por los caminos de la mística.

Es curioso, por otra parte, constatar que a Teresa le sucede con Jesucristo algo muy parecido a lo que sucedió a los apóstoles con el Espíritu Santo. Escribe un exegeta de nuestros días. "Hasta· aquí el Espíritu no está más que junto a los discípulos ... Más tarde estará con ellos .. . , incluso estará en ellos. Estas tres prepo­siciones indican un progreso precioso: describen estupendamente el carácter cada vez más interior de la acción del Paráclito" 101.

Al pie de la letra ocurre en Santa Teresa la interiorización de Jesucristo en su espíritu; primeramente percibe al Señor cabe ella, más tarde siente que el Señor la envuelve con su protec­ción: está con ella, y finalmente, se da cuenta que puede repre­sentársele en su interior, como viviente allí: está en ella.

Este último aspecto de la cristología de Teresa ascética se intensificará y se abrirá a nuevas perspectivas, cuando la mís­tica irrumpa arrolladora y casi sin interrupción durante el resto de sus días.

100 V 10,1. 101 l. DE LA POTTERIE, La Vida según el Esplritu (Salamanca 1967) p. 92-93.

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50 DIMENSIÓN CRISTOLÓGlCA DE LA EXISTENCIA TERESIANA

B. DIOS SALE AL ENCUENTRO DE TERESA: REVELACIONES y LOCUCIONES

En esta segunda parte vamos a estudiar la presencia de Cristo en el alma teresiana a través de las revelaciones y locuciones divinas. Esta presencia debiéramos detectarla también en otros campos de la experiencia religiosa de Teresa, v.g., en la oración y en las virtudes. Pero no lo hacemos aquí, simplemente porque más adelante nos dedicaremos a analizar dicha presencia en esos campos. Ciertamente que allí 10 haremos más bien desde el punto de vista doctrinal, pero ya hemos dicho, y así es cons­tatado por la mayoría de los teresianistas, que la doctrina teresia­na es eIninentemente autobiográfica. Por otra parte, como las visiones y locuciones están íntimamente integradas en el contexto total de su vida espiritual y no son periféricas a sus vivencias, estudiando éstas, fácilmente se puede deducir el grado de cris­tologización de la existencia teresiana. No obstante, este capítulo sólo podrá ser entendido d~l todo, después de la lectura completa de nuestro estudio.

Antes de comenzar, quisiéramos dejar bien sentado que este análisis de las revelaciones y locuciones teresianas no prejuzga el problema de su autenticidad sobrenatural. Para nosotros son fenómenos acontecidos realmente a Teresa, aunque prescindi­mos de estudiar su naturaleza; únicamente, queremos advertir que lo que Teresa nos narra es al menos subjetivamente verda­dero, y que estos fenómenos -revelaciones y locuciones- le ayudaron a la práctica de las virtudes evangélicas y a la com­prensión del cristianismo.

a. VISIONES CRISTOLÓGICAS

Cuando se intenta estudiar el tema tan complejo de las visio­nes teresianas, se tropieza enseguida con un obstáculo muy sig­nificativo: la imposibilidad de situarlas cronológicamente; todo empeño en este sentido es vano. Por eso nosotros nos liInitaremos a exponerlas siguiendo ~l Inismo orden en que las narra la Santa,

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prescindiendo de toda sistematización histórica, e insistiendo más bien e:n el significado teológico y espiritual de las mismas.

Seguiremos los esquemas elaborados por M. Martín, que es quien con más detención ha estudiado este tema, aunque en nuestra exposición no estableceremos dos grupos como hace él; uno para las intelectuales y otro para las imaginarias. Noso­tros las presentaremos en bloque, para pasar enseguida al aná­lisis teológico de las mismas 102.

1. Panorámica de las visiones teresianas

Como acabamos de señalar, vamos a seguir libro por libro y en el mismo orden en que las narra la Santa la exposición de sus revelaciones. Intentaremos ser lo más concisos posible en la descripción, refiriendo en nota el lugar de su localización.

Autobiografía. La primera visión teresiana tuvo lugar, como ya hemos dioho, mucho tiempo antes que las otras. Cuando Tere­sa hace el cómputo de sus visiones no la suele incluir, debido seguramente al hecho de realizarse en un contexto muy diferente al que después tendrían las restantes -oración de unión, despo­sorio 'Y matrimonio espiritual-o Por primera vez Teresa vio a Cristo. La Santa comentó así el heoho: "Vile con los ojos del alma más claramente que le pudiera ver con los del cuerpo, y quedóme tan imprimido que ha esto más de veinte y seis años, y me parece lo tengo presente. Yo quedé muy espantada y turbada, y no quería ver más a con quien estaba" 103.

En otra de sus narraciones nos dice que durante algún tiem­po sintió la presencia del Señor junto a sí. Lo percibía de una forma intelectual; escribe: "Parecíame andar siempre a mi lado Jesucristo y, como no era visión imaginaria, no veía en qué forma; mas estar siempre al lado derecho, sentíalo muy claro y que era testigo de todo lo que yo hacía, y que ninguna vez que me recogiese un poco, o no estuviese muy divertida, podía igno­rar que estaba cabe mí" 104.

En el capítulo veintiooho comienza a narrar Teresa sus visio­nes imaginarias. Así, primeramente, Cristo le deja ver sus manos:

102 Cfr. M. MARTíN DE'!. BLANCO, Visiones mfstleas, a. e., pp. 30-39. 103 V 7,6. 104 V 27,2.

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52 DIMENSIÓN CRISTOLÓGICA DE LA EXISTENCIA TERESIANA

"Estando un día en oración -escribe-, quiso el Señor mos­trarme solas las manos con tan grandísima hermosura que no 10 podría yo encarecer" 105. Unos días más tarde vio su divino rostro: "Desde a pocos días vi también aquel divino rostro que del todo me parece me dejó absorta" 106. Más tarde el Señor se le muestra del todo: "Un día de San Pablo, estando en misa, se me representó toda esta Humanidad sacratísima como se pinta resucitado, con tanta hermosura y majestad" 107. Refi­riéndose a esta visión, escribe: "Dos años y medio me duró que muy ordinario me hacía Dios esta merced" 108. Estas visiones iban troquelando cristológicamente el alma teresiana. De esta última, escribe la Santa: "Sólo digo que cuando otra cosa no hubiese para deleitar la vista en el cielo sino la gran hermosura de los cuerpos glorificados, es grandísima gloria, en especial ver la Humanidad de Jesucristo, Señor nuestro, aun acá que se muestra Su Majestad conforme a lo que puede sufrir nuestra miseria; ¿qué será adonde del todo se goza tal bien?" 109,

Un día, tomando el Señor en sus manos el rosario de la Santa, le dejó en él cuatro perlas preciosas 110; en otra visión el Señor le aconseja que funde el convento de San José de Avila 111; hablando en una ocasión con el P. Salazar, vio a Cristo con gran majestad y gloria 112; también ve cómo Cristo lleva a la gloria a su hermana mayor 113; un día, ve cómo Cristo le ponía una corona 114; estando oyendo misa ve a Cristo en la Cruz, cuando alzaban la Hostia 115; en medio de un éxtasis se le aparece Cristo -su Humanidad santísima- con más excesiva gloria que jamás la Santa le había visto, y por una noticia ex­traña capta el enlace que existe entre Cristo y la Trinidad 116.

Teresa dice que esta visión es la más sublime de todas las que ha visto; varias veces fue favorecida con esta misma visión 117.

105 V 28,1. 106 V 28,1. 107 V 28,3. 108 V 29,2. 109 V 28,3; el subrayado es nuestro. 110 Cfr. V 29,7. 111 Ofr. V 32,11. 112 Cfr. V 34,17. 113 Cfr. V 34,20. 114 Cfr. V 36,24. 115 Cfr. V 38,14. 116 Cfr. V 38,17. 117 Cfr. V 38,18.

I I

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Entre otras visiones imaginarias hay que recordar aquella en la que ve a Cristo con gran majestad en la Hostia que le daba un sacerdote en pecado 118; aquélla en que Cristo le muestra las llagas de la mano izquierda 119; aquélla en que la Santa contem­pla cómo sus enemigos pelean contra ella y Cristo en persona la protege 120; aquélla en que Cristo se le aparece, reprochándole la dureza del corazón de los hombres 121, o aquélla otra en que Cristo la consuela 122.

Cuentas de Conciencia. Son también bastante numerosas las revelaciones que aparecen en esta obra. Así, se le aparece Cristo en una ocasión, y en lugar de la corona de espinas, la Santa ve una corona de gran resplandor 123; un día de Ramos, al comulgar, percibió que la boca se le llenaba de sangre 124; en otra ocasión en el momento de disponerse a comer se le apare­ció el Señor en el comedor 125. Como preparación para el matri­monio espiritual Teresa vio cómo Cristo la presentaba al Pa­dre 126; otro día vio a Cristo glorificado en la Hostia 127. Tam­bién se le representó Cristo por vía imaginaria, como ella dice, y le comunica que su alma ha sido favorecida con la merced del matrimonio espiritual 128; en otra ocasión se le aparece Cristo y le da por confesor al P. Gracián 129; una vez al comulgar se aper­cibe que su alma se hace una cosa con la Hostia que acaba de recibir 130. Finalmente, ve por visión intelectual cómo se le apa­rece Cristo en sus brazos como se suele representar en la sexta angustia 131.

Fundaciones. Ve a Cristo, que se le aparece para ayudarla en las fundaciones de su nueva reforma 132; y en Toledo, durante la agonía de una religiosa, vio al Señor que extendía sus brazos

!l8 Cfr. V 38,23. !lO Cfr. V 39,1. 120 Cfr. V 39,17-18. 121 Cfr. V 39,24. 122 Cfr. V 40,20. 123 Cfr. CC 6,1. 124 Cfr. ce 12,1. 125 Cfr. CC 12,3. 126 Cfr. CC 13,5. 127 Cfr. CC 14,7. 128 Cfr. CC 25. 129 Cfr. CC 29. 130 Cfr. CC 39. 131 Cfr. CC 44,4. 132 Cfr. F 1,8.

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54 DIMENSIÓN CRISTOLÓGICA DE LA EXISTENCIA TERESIANA

sobre ella y la amparaba y protegía en el difícil trance de la muerte 133.

Moradas. Nos narra una aparición de la Humanidad de Cristo que tuvo lugar cuando se le concedió la merced del matri­monio espiritual 134. También en una visión intelectual contempló a Cristo en el centro del alma de una manera más sublime y pri­morosa que en las visiones precedentes 'Y sintió que su alma se transformaba en él 13S•

2. Presencia de Cristo en otras revelaciones

En otras visiones teresianas en las que el objeto de las mismas no es directamente cristológico, se puede apreciar una cierta presencia de Cristo. Dicha presencia es particularmente significa­tiva en las que se refieren a la Trinidad 136. También en alguna visión puede apreciarse una cierta conexión entre la Eucaristía y el Espíritu Santo 137. Es curioso constatar que en una ocasión en que experimentó la presencia en ella misma de la Trinidad, pensó en las palabras que Pedro dirigió a Jesús: "Tú eres Cristo, Hijo de Dios vivo" 138. Otras experiencias especiales de la Trinidad con ciertas referencias cristológicas o al menos en un contexto cristológico pueden verse en Moradas 139.

En otras ocasiones, el Señor -parece que se refiere a Cristo- le muestra los secretos del más allá 140. Otra vez, Dios le concedió la gracia de poder contemplar su alma, en cuyo cen­tro se hallaba como esculpida la imagen de Jesucristo 141; tam­bién percibe que inhabita en el alma en gracia la misma Santí­sima Trinidad 142. Cierto día vio mientras comulgaban unos her­manos de la compañía de Jesús que un palio muy rico les cubría sus cabezas 143. En una ocasión contempló el rostro de una per­sona, iluminado por una luz sobrenatural; esto le hizo pensar

133 Cfr. F 16,4. 134 Cfr. 7M 2,1. 135 Cfr. 7M 2,3. 136 Cfr. V 39,25; CC 14,1; 15,1-2; 15,4; 36,1; 49; 60,1. 137 Cfr. CC 14,6. 138 Cfr. CC 41,1-2. 139 Cfr. 7M 1,7_ 140 Cfr. V 38,3. 141 Cfr. V 40,5. 142 Cfr. CC 21,1-2. 143 Cfr. V 39,27.

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DIOS SALE AL ENCUENTRO: VISIONES CRISTOLÓGICAS 55

que la luz que siempre ha visto en los rostros de los resucitados, seguramente provenía del mismo Señor 144. En otra visión per­cibe una serie de palabras enigmáticas relacionadas con ella y el Señor 145,

3. Jalones cristológicos del itinerario místico teresiano

Hasta aquí hemos descrito las diversas visiones que tuvo Santa Teresa acerca de Jesucristo. Ahora vamos a hacer ver a nuestros lectores que esas visiones se extendieron a todo lo largo de su vida mística. Si conseguimos desmostrar esto, quedará a su vez demostrado que la existencia teresiana estuvo siempre envuelta en los albores de 10 cristológico, y que estas visiones necesariamente tenían que dejar marcada su huella en el vivir religioso teresiano.

Ya hemos visto que el paso de Teresa ascética a Teresa mística -por denominar de alguna manera la doble vertiente de la vida de nuestra Santa-, se efectuó a través de un aconteci­miento profundamente cristológico: una nueva forma de percep­ción de la presencia de Cristo. Esta percepción fue en aumento, hasta desembocar en las visiones y locuciones. Escribe la misma Santa: "A cabo de dos años que andaba con toda esta oración mía y de otras personas para lo dioho, o que el Señor me llevase por otro camino y declarase la verdad, porque eran muy continuo las hablas que he dicho me hacía el Señor, me acaeció esto: estando un día del glorioso San Pedro en oración, vi cabe mí o sentí, por mejor decir, que con los ojos del cuerpo ni del alma no vi nada, mas parecíame estaba junto cabe mí Cristo y veía ser El el que me hablaba, a mi parecer" 146. Se trataba de una visión intelectual de la Humanidad de Jesús, en la que el entendimiento percibía de una forma inequívoca la presencia del Señor. Esta presencia era percibida por Teresa como constan­te: "parecíame andar siempre a mi lado Jesucristo" 147; la visión de Jesucristo, la Santa la percibía alIado derecho. Más tarde, el Señor le monstrará las manos: "estando un día en oración, quiso el Señor mostrarme solas las manos con tan grandísima hermo-

144 efr. ec 45,1. 145 Cfr. A 1,1. 146 V 27,2. 147 V 27,2.

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sura que no podría yo encarecer... desde a pocos días vi tam­bién aquel divino rostro que del todo me parece me dejó absor­ta" 148. Finalmente, el Señor se le mostró totalmente: "Un día de San Pablo, estando en misa, se me representó toda esta Huma­nidad sacratísima como se pinta resucitado, con tanta hermosura y majestad ... " 149.

Las visiones intelectuales e imaginarias de Cristo se irían alternando a lo largo de la existencia teresiana. A este propósito, escribe el conocido teresianista Tomás de la Cruz: "Una y otra especie de visiones irán alternándose a lo largo del historial de experiencias contemplativas de la Santa; prevalecerá, finalmente, la contemplación puramente intelectual del Señor, que se hará estable y permanente, con leves oscilaciones" 150.

Se puede, pues, afirmar, sin lugar a dudas, que, a partir de estas primeras visiones, la Santa gozó de la presencia de Cristo casi constantemente. Así pudo escribir en Moradas: "Sé que estando temerosa de esta visión (porque no es como las imagi­narias, que pasan de presto, sino que dura muchos días, aun más que un año alguna vez ... )" 151. Y hablando de las visiones que tuvo de Cristo llega a afirmar: "De ver a Cristo me quedó imprimida su grandísima hermosura, y la tengo hoy día; porque para esto bastaba sola una vez, cuánto más tantas como el Señor me hace esta merced" 152.

En su última Cuenta de Conciencia escribía Teresa: "Lo de las visiones imaginarias ha cesado; mas parece que siempre se anda esta visión intelectual de estas tres Personas y de la Huma­nidad, que es -a mi parecer- cosa muy más subida" 153.

Se puede decir que a lo largo de su itinerario místico la experiencia de Cristo tanto de su Humanidad como de su Divi­nidad fue constante. De modo que podemos describir el itinera­rio espiritual de Teresa como un itinerario esencialmente cristo­lógico. Ya sabemos que su primera experiencia espiritual fue Cristo. De la experiencia de Cristo hombre pasó a la experiencia

148 V 28,1; los teresianlstas sitúan la primera visión de la Santa y estos suce· sos en 1559.

149 V 28,3. ISO Santa Teresa de Jesús contemplativa, a. c., pp. 23-24. 151 6M 8,3. 152 V 37,5; otras visiones con efectos continuos pueden verse en V 38,17; 40,4;

CC 41, 42, 44. IS3 CC 66,3.

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de Cristo Dios; después por medio de la experiencia de Cristo llegó a la experiencia trinitaria. Pero conviene tener en cuenta que las experiencias trinitarias no desplazaron las experiencias cristológicas. Es más, a medida que va progresando en la vida espiritual, la experiencia de Cristo se hace cada vez más sublime.

Veamos cómo describe el matrimonio espiritual, meta última de todo su quehacer religioso: "La primera vez que Dios hace esta merced, quiere Su Majestad mostrarse al alma por visión imaginaria de su sacratísima Humanidad, para que lo entienda bien y no esté ignorante de que recibe tan soberano don... Pare­cerá que no era ésta novedad, pues otras veces se había repre­sentado el Señor a esta alma en esta manera. Fue tan diferente, que la dejó bien desatinada y espantada: lo uno, porque fue con gran fuerza esta visión; lo otro, porque las palabras que le dijo, y también porque en 10 interior de su alma, adonde se le representó, si no es la visión pasada, no había visto otras. Porque entended que hay grandísima diferencia de todas las pasadas a las de esta morada" 154. Y hablando de la unión que se sigue del matrimonio espiritual, escribe: "Aparécese el Señor en este centro del alma sin visión imaginaria, sino intelectual -aunque más delicada que las dichas-, como se apareció a los Apóstoles sin entrar por la puerta, cuando les dijo "pax vobis" 155. Como se ve, el más alto estado de la vida espiritual, descrito por Santa Teresa, 'conlleva una percepción más sublime de la Humanidad de Cristo.

Pero no se crea que la experiencia cristológica teresiana que­daba reducida únicamente a la experiencia del Señor; también experimentó su misterio. Principalmente fue objeto de dicha ex­periencia el misterio trinitario. Pero aún en la experiencia de la Trinidad se da una referencia muy concreta a la persona de Cristo, 'yen muohos casos, a su Humanidad. También Teresa tuvo experiencias muy relevantes de la Encarnación y de la Eucaristía. Además, como ya hemos señalado, en otras experien­cias en las que aparentemente no aparece la persona de Cristo, si se estudian más detenidamente, se podrá constatar que existe una referencia secreta a él.

Todo este cúmulo de fenómenos cristológicos nos hace con­cluir que la vida religiosa de Teresa estuvo inmersa en la persona

154 7M 2,1·2. 155 7M 2,3; la Santa escribe: «paz)) vobis.

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de Cristo; por esto, cualquier aspecto que caiga bajo el radio de su experiencia tendrá un marcado sabor cristológico; plen­sese en este sentido, en la oración, en la contemplación, en la ética, etc.

Esta experiencia cristológica, cómo fácilmente puede dedu­cirse de las páginas precedentes, a partir de su famosa conversión de 1554 fue siempre en aumento. Las visiones de Cristo, tanto imaginarias como intelectuales eran cada vez más subidas, las ha:blas se hacían cada vez más frecuentes, y ella, a su vez, experi­mentaba que su ser se hallaba más capacitado para recibirlas. Lo s6brenatural -visiones, locuciones, etc.- se había hecho casi natural para ella. La figura del Señor se había quedado de tal forma grabada en su alma, que ya no experimentaba o percibía en sus visiones el alma, sino a Jesucristo, como substante en 10 más profundo de ella misma 156. Así, la inmersión de Cristo en su existencia hizo que toda su espiritualidad quedara enmarcada en el ámbito de 10 cristológico, puesto que ésta, era cada vez más viva, y la palabra del Señor era quien la guiaba en todas sus empresas. Este influjo de Cristo llegó a ser tan pronunciado que se puede hablar con toda verdad del existencialismo cristológico teresiano.

4. Influjo de las visiones en la espiritualidad teresiana

Ahora vamos a estudiar más de cerca el influjo y la inter­ferencia existentes entre las visiones y la espiritualidad de Tere­sa. De esta manera podremos ver mejor la presencia de Cristo en su vida espiritual, pues, como ya hemos dicho, las visiones no eran algo periférico a esta espiritualidad, sino que en muchos casos eran la misma raÍZ de sus vivencias cristianas.

a) Visiones y espiritualidad. Todos los teresianistas han constatado que las visiones y demás fenómenos místicos no fueron algo superpuesto a la espiritualidad de nuestra autora; son, por el contrario, elementos integrantes 'Y constitutivos de la misma. Escribe a este propósito un especialista de nuestros días: "Una nota típica de las visiones teresianas es su perfecta integra­ción intrínseca y natural con su vida interior. Ninguna visión inú-

156 Cfr. V 40,5.

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ti! O fuera de tiempo. Se pueden seguir los períodos de su vida espiritual integrados armónicamente con visiones diversas, adap­tadas a las diversas circunstancias que vive. Cristo la consuela, la aconseja, la reprende, la anima, la acompaña ... las visiones están tejidas con su vida" 157. Desgajar de la espiritualidad te­resiana las visiones y demás fenómenos místicos como algo es­porádico y superpuesto sería mutilar el mismo contenido nu­clear de la existencia de Teresa. Es la misma Teresa quien está de acuerdo con 10 que acabamos de decir, cuando al narramos su vida, integra en ella estas realidades sobrenatura1es. Es más, en Moradas, libro que sintetiza para los demás su experiencia religiosa, considera todos estos elementos como algo substancial a la vida espiritual.

La propia Teresa acentúa, al narrar su vida, esta especie de cronometría entre sus estados espirituales y los fenómenos mís­ticos 158. Las distintas etapas de su vida espiritual están marcadas por una experiencia cristológica precisa, como veremos más ade­lante. Es más, en muchas ocasiones puede apreciarse que son las visiones las que van provocando un adelantamiento concreto en los caminos del espíritu. Cada etapa se caracteriza por la ex­periencia espiritual que en ese momento se tenga; y nótese a este respecto que esta experiencia que determina una nueva ascensión en el itinerario espiritual es netamente cristológica 159. Incluso, como tendremos ocasión de ver, en séptimas moradas, cuando prevalece en el alma la experiencia trinitaria, no desaparece la presencia de Cristo -Hombre y Dios-; al contrario, parece como si aquella se apoyara en ésta.

Se da, pues, una auténtica sintonía entre las visiones y la vida espiritual. Las fechas de las visiones más importantes mar-

157 GARCfA ORDÁS, La Persona divina, o. C., P. 77. 158 Quizás exista a este respecto una excepción que vendría a confirmar la

regla. Parece que Teresa considera esporádica y no integrada en el resto de las visiones la narrada en Vida 7,6; y da la impresión de extrañarse que su vida no vaya de acuerdo con esta experiencia. Escribe: «jOhl, pues pensando cómo con justicia permitíais a muchas que había -como tengo dicho- muy vuestras siervas que no tenían los regalos y mercedes que me hacíais a mí, siendo la que era, res· pondisteisme, Señor: 'Sírveme tú a Mí, y no te metas en eso'» (V 19,9). Por su parte, parece que los confesores también exigían esta integración: «Como él fue entendiendo mis imperfecciones -escribe la Santa- tan grandes (y aun serían pe· cados, aunque después que le traté más enmendada estaba), y como le dije las mercedes que Dios me hacía para que me diese luz, dijome que no venía lo uno con lo otro, que aquellos regalos eran de personas que estaban muy aprovecha· das y mortificadas» (V 23,11),

159 Remitimos al capítulo segundo donde estudiaremos la presencia de Cristo en cada grado de oración.

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can por lo general el rumbo de la espiritualidad de Santa Teresa. Los momentos más elevados de la experiencia teresiana coinciden con el de las visiones y demás fenómenos místicos. Así, a la pri­mera visión cristológica 160, sigue una experiencia muy fuerte de la presencia de Cristo, sentida o experimentada de una forma in­telectual. A esta visión le siguieron otras imaginarias, que iban haciendo que la persona del Señor se grabara aún más intensa­mente en su alma 161; siguen después una serie de visiones que corresponden al período que la Santa denomina "desposorio" -cambio de una cruz por cuatro perlas preciosas, transverbera­ción del corazón de Teresa, etc.~, que tienen como objeto, ir predisponiendo su alma para otras experiencias religiosas mayo­res y más intensas; siguen a continuación visiones todavía más sublimes: visión de Cristo en los pechos del Padre 162, hasta llegar a su cenit con las visiones subidísimas de la Santísima Trinidad y de la misma Humanidad de Cristo que se le mani­fiesta de un modo más sublime a como le había visto hasta entonces.

La Santa, ciertamente, era consciente de esta sintonía entre las revelaciones y demás fenómenos místicos y su vida espiritual. Escribe en este sentido: "Así que veo claro que de estas revela­ciones y arrobamientos -que yo ninguna parte soy, ni hago para ellos más que una tabla- me vienen estas ganancias" 163.

Afirmaciones parecidas a ésta pueden verse en varios pasajes de sus obras 164. Los fenómenos místicos en su espiritualidad tie­nen como objeto algo personal; no son heohos o sucesos que se diluyen en lo abstracto, sino que se refieren fundamentalmente a la persona de Cristo, y en las últimas etapas, a las personas divinas.

Este cúmulo casi ininterrumpido de visiones que se fueron sucediendo en la vida de Teresa desde 1559 hasta el final de sus días, fue creando en ella un existencial religioso especial. Y como las visiones eran en su mayor parte de contenido cristológico, su existencia religiosa quedó marcada y sellada por este aspecto.

160 Cfr. V 27,2. 161 Cfr. V 28,1·3. 162 Nótese la relaoión oon la oristología del prólogo de San Juan. 163 CC 3,9. 164 Cfr. V 29,5; 29,7; 38,2.

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b) Efectos de las visiones. Muchos son los efectos que es­tos fenómenos extraordinarios dejan en el alma. Quizás el más fundamental de todos sea la seguridad de que dichos fenómenos provienen de Dios 165. Entre los numerosos testimonios que a este respecto nos refiere nuestra Santa, escogemos uno: "Pare­cióme ver junto a mí a nuestro Señor Jesucristo de la forma que Su Majestad se me suele representar ... ; quedé con una seguridad tan grande de que era Dios, que aunque se me ponían delante dos confesores que había en veces tenido mucho tiempo y seguido, y a quien he debido mucho, en especial el uno, a quien tengo gran voluntad, me hacía terrible resistencia" 166. Esta segu­ridad rayaba a veces en la misma evidencia. Notemos, pues, este efecto cristológico; aquÍ, Cristo en persona es quien le da la certeza -como a los apóstoles- de que es él quien produce en su alma esos fenómenos religiosos.

Otra nota distintiva de las visiones teresianas es la consola­ción que dejan en el espíritu; el deleite espiritual es a veces in­tensísimo: "Después de comulgar -es crib e-, me parece clarí­simamente se sentó cabe mí nuestro Señor y comenzóme a con­solar con grandes regalos, y díjome entre 'otras cosas: "Vesme aquí, hija, que soy yo; muestra tus manos"; y parecíame que me las tomaba y llegaba a su costado, y dijo: "Mira mis llagas; no estás sin Mí; pasa la brevedad de la vida" 167. Teresa tuvo a lo largo de su vida muchas experiencias cristológicas, que le dejaron envuelta en una paz difícil de describir. Así, hablando de la merced del matrimonio, escribe: "Hízome tanta operación esta merced, que no podía caber en mí, y quedé como desatinada, y dije al Señor que o ensanchase mi bajeza o no me hiciese tanta merced; porque, cierto, no me parecía lo podía sufrir el na­tural. Estuve así todo el día muy embebida" 168.

También estas visiones dejan en su espíritu una fortaleza es­pecial para afrontar las grandes dificultades de la vida. La virtud de la fortaleza tiene gran importancia en la espiritualidad de Teresa. Por otra parte, las gracias místicas están en función de la práctica de la vida cristiana. Escribe, hablando de la

165 Esto no quiere decir que Teresa no los someta al juicio de los teólogos. 166 CC 29,3-4; véanse otros pasajes donde Teresa afirma esto mismo: V 33,15;

CC 1,17; 13,6; 44,4; F 1,8; 16,4; 28,36. 167 CC 13,10; otros pasajes en donde Teresa habla de este deleite de las revela­

ciones pueden verse en V 30,14; 33,15; 6M 9,10; 11,9; F 1,8; 16,4; 28,36. 168 CC 25.

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fortaleza que dejan estos fenómenos espirituales: "Una cosa me espanta, que estando de esta suerte, una sola palabra de las que suelo entender, o una visión, o un poco de recogimiento, que dure un Avemaría, o en llegándome a comulgar, queda el alma y el cuerpo tan quieto, tan sano y tan claro el entendi­miento, con toda la fortaleza y deseos que suelo" 169.

Las visiones teresianas llevan consigo otros muchos efectos, como son los de temor, confusión, humildad y purificación 170.

Todos estos efectos tienen evidentemente un matiz cristoló­gico, ya que son provocados por las visiones, que en su mayoría son cristológicas, como ya hemos indicado en muchas ocasiones. Hablando, v.g. de la purificación que produce en el alma la Humanidad de Cristo, escribe: "Parece que purifica el alma en gran manera y quita la fuerza casi del todo a esta nuestra sensua­lidad. Es una llama grande, que parece abrasa y aniquila todos los deseos de la vida ... y es un enseñamiento, grande para le­vantar los deseos en pura verdad. Queda imprimido un acata­miento que no sabría yo decir cómo, mas es muy d1ferente de 10 que acá podemos adquirir" 171.

c) Repercusión de las visiones. En líneas generales no puede ponerse en duda el hecho de un influjo determinante de las visiones en su espiritualidad. Esta no hubiera sido la misma de no haber existido estos fenómenos. La dificultad aparece, cuando se quiere especificar el influjo concreto que haya podido ejercer en su existencia cada visión en particular.

Debe considerarse como cierto este influjo por 10 que se refiere al estado místico. Las distintas hablas y visiones de Cristo fueron predisponiendo su alma para el ingreso en esa nueva situación, que se derivó en parte de su primera conversión. El fuerte vigor cristológico que se imprimió en su vida espiritual también fue debido, sin duda, al cúmulo de fenómenos místicos, de tipo predominantemente cristológico, que se avalanzaron en cadena sobre ella. Es también indudable que su carisma de fun­dadora se vio considerablemente afectado por estos fenómenos, que la impulsaron y la guiaron en esta empresa.

Si nos atenemos a la psicología de la Santa, tenemos que decir, que parece que las visiones influyeron más bien en una

169 CC 1,31; cfr. V 32,4. 170 Cfr. V 32,4; 6M 8,4; 9,11. 171 V 38,18.

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línea existencial-vital, las locuciones en una línea intelectual y noética, los raptos y demás fenómenos extraordinarios en una línea afectivo-volitiva 172; aunque ciertamente estos fenómenos incidieron en toda la personalidad humana y religiosa de Teresa, unas facultades fueron más afectadas que otras por su misma afinidad y capacidad con respecto a dichos fenómenos.

Los fenómenos místicos, como acabamos de decir, afectaron a toda su persona; ellos terminaron por modelarla y orientarla. Estas gracias místicas están dirigidas en última instancia a la santificación de su alma. Dichas gracias producen en su espíritu un doble efecto. Por una parte, al elevar el alma a un nivel tan alto y al introducirla en una situación superior él la normal, se experimenta el dolor purificativo, inherente a toda acción divina, que tiende a unir al hombre con Dios. El ser humano, al contacto con 10 divino, o mejor, en nuestro caso, al contacto con Jesucristo, siente su debilidad :Y se da cuenta de su ser de criatura, de su finitud y de sus profundas limitaciones; es decir, precisamente en su contacto con lo divino, se comprende como ser finito, necesitado y abierto al absoluto. Cada vez que Teresa experimentaba estos fenómenos, veía y palpaba a la luz de la gracia divina su ser de creatura. Por eso, cuando se refiere a ellos casi siempre nos recuerda la virtud de la humildad; nos habla de miedo, turbación y dolor de sus pecados. De ahí, que estas visiones fueran para ella un verdadero purgatorio. Nuestra Santa nos ha dejado descrita esta situación con un verbo de gran expresividad: deshacerse. Su ser se deshacía al contemplar a Jesucristo que actuaba en su alma.

Por otra parte, estos fenómenos afectaban a la persona de una manera positiva: son luz, son amor, son deleite, puesto que van haciendo más asequible la fe al comunicar al alma una inteligencia especial de los misterios, ya que en ellos no se dan a conocer fundamentalmente hechos que satisfagan la curiosidad del creyente acerca de lo sobrenatural, sino que ilustran los mis­terios del credo, proyectando sobre el entendimiento una luz es­pecial, y llenando el alma de deleites sobrenaturales. Estos fenó­menos producen en el 'creyente una cierta connaturalidad entre la "fe creída" y la "fe entendida". La fe, sin perder sus carac-

172 Cfr. M. MARTíN DEL BLANCO, Visiones místicas, a. c., p. 388.

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terísticas intrínsecas, queda profundamente afectada e ilustrada por estas subidisimas gracias místicas.

Estas visiones sobrenaturales no solamente ejercen su in­flujo en e.l entendimiento, sino que también 10 hacen en la volun­tad; todo el hombre queda afectado por ellas. La persona humana entera se ve envuelta en un deleite difícil de describir; dice la Santa: "Es un secreto tan grande y una merced tan subida lo que comunica Dios allí al alma en un instante y el grandísimo deleite que siente el alma, que no sé a que 10 comparar, sino a que quiere el Señor manifestarle por aquel momento la gloria que hay en el cielo" 173. IlUIninación del entendimiento y gustos y deleites de la voluntad son efectos muy especiales de las visiones teresianas. Así estos fenómenos espirituales y cristológicos tienen una gran repercusión en todo el ámbito de la persona a la que afectan vitalmente.

Es obvio que en toda esta fenomenología teresiana, juega un papel capital la persona de Jesús, ya que Cristo es el prin­cipal objeto de ella. De aquí podemos deducir que es la per­sona de Cristo la que iluInina el entendiIniento de Teresa y llena de deleites subidisimos su voluntad. Así, Cristo como objeto de experiencia, se hace vida en la existencia de Teresa.

b. LOCUCIONES CRISTOLÓGICAS

También ofrecen particular interés para el estudio de la cristología teresiana las locuciones o hablas místicas. Su influjo en la espiritualidad de Santa Teresa quizás no sea tan significa­tivo como el de las visiones, por el hecho de que la imagen se graba más y afecta más a todo el conjunto de la persona, pero es indudable que también ellas ayudaron a nuestra Santa a configurar su personalidad religiosa y espiritual. A veces las hablas se dan juntamente con las visiones lo que hace que el in­flujo de ambas se complemente y acentúe. Por otra parte, como sabemos, las hablas fueron anteriores a las visiones, ~ sirvieron, sin duda, para preparar su espíritu a éstas.

Podemos decir, que ambos fenómenos extraordinarios, se complementan, se interfieren y se explican mutuamente. Por

173 7M 2,4.

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eso, nuestro estudio de las visiones quedaría incompleto, si omi­tiéramos éste de las hablas. No hace faIta advertir que muchas de las características de las visiones corresponden también a las locuciones -como fenómenos sobrenaturales parecidos- por lo cual, aquí nos limitaremos exclusivamente a aquellas carac­terísticas propias de las hablas. Además, para una comprensión exacta y precisa de nuestro pensamiento se debe tener presente el interés cristológico que aquí perseguimos, por eso, no tendre­mos en cuenta otros elementos importantes de las mismas, si no se relacionan de una manera íntima con él 174.

1. Cronología de las hablas

Fueron inumerables las veces que Teresa oyó palabras mis­teriosas por medio de las cuales Dios la dirigía y la iluminaba. Pero desde un punto de vista cronológico, parece imposible datar las distintas hablas con la suficiente precisión. Es muy probable que la primera vez que Teresa percibiera este tipo de palabras fuera entre 1554 y 1556. Esta primera experiencia viene así descrita por ella: "Pues pensando cómo con justicia permitíais a muchas que había ... muy vuestras siervas, y que no tenían los regalos y mercedes que me hacíais a mí, siendo la que era, respondisteisme, Señor: "Sírveme tú a Mí, y no te metas en eso" 175. Sin embargo, podemos afirmar que la serie de hablas o locuciones teresianas no se abre con ésta, que escuchó Teresa por primera vez, sino con la siguiente, en la que entendió "Yana quiero que tengas conversación con hombres, sino con ánge­les" 176. Parece que esta locución tuvo lugar en 1556 o a más tardar en 1558. Desde estas fechas hasta mayo de 1581 las locuciones se sucedieron prácticamente de forma ininterrumpida como testimonia en ese último año la propia Santa: "Las hablas interiores no se han quitado, que cuando es menester, me da nuestro Señor algunos avisos" 177.

174 Cfr. M. MARTíN DEL BLANCO, Loouoiones místicas en Santa Teresa de Jesús, en El Monte Carmelo, 78 (1970) 235-264.

175 V 19,9. 176 V 24,7. Efrén sitúa esta locución en la pascua de Pentecostés de 1556 (Tiempo

!I Vida, o. c., p. 113); otros autores proponen otras fechas (cfr. M. MARTÍN DEL

BLANCO, Locuciones místicas, o. c., p. 248). 177 CC 66,4.

5

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Aunque es muy difícil concretar los distintos tiempos en que estas locuciones fueron más ,frecuentes, parece que podemos dis­tinguir cuatro períodos; en torno a ellos, con su problemática propia, gira la temática de las hablas divinas.

Corresponderían al primer período aquellas hablas que es­cuchó poco después de su famosa conversión. Los favores mís­ticos que hicieron irrupción en su vida, y que eran tan frecuentes, suscitaron en sus confesores las dudas sobre sus orígenes; las locuciones venían a calmar estas tremendas inquietudes que por aquella época aquejaron al alma de Teresa 178. Fue un período de tiempo muy difícil para nuestra Santa. Las locuciones fueran la luz que la guiaron y orientaron frente a la incomprensión de sus confesores y directores espirituales a los que ella obedecía ciegamente.

El segundo período tiene por objeto las hablas referentes a la fundación del monasterio de San José de Avila 179. El Señor por medio de ellas le dio ánimos contra las innumerables difi­cultades de toda índole que esta empresa llevó consigo; en esta ocasión las locuciones la animaron, la confortaron y la asegura­ron en su vocación de fundadora, al mismo tiempo que le hicie­ron comprender cómo Dios dirige la trama de la historia humana. Las locuciones vinieron a configurar una faceta de Teresa que ya en adelante sería algo substancial para ella: su condición de fundadora de una nueva familia religiosa.

El tercer período abarca desde 1562 hasta 1567, y com­prende el tiempo en que Teresa vivió en el silencio y quietud de San José de Avila, así como los avatares sufridos en algunas fundaciones 180. El campo que abarcan estas locuciones es muy amplio, y se extiende desde las revelaciones de los misterios de la gracia y del pecado hasta los problemas que planteaban las fundaciones de nuevos conventos sin dinero y en medio de no pocas contradicciones. Las hablas divinas le ayudaron a afron­tar esas dificultades y a comprender y gustar su vocación de carmelita: retiro, silencio y contemplación de las cosas divinas.

Finalmente, el cuarto período abarca dos secciones. La pri­mera se refiere a las locuciones que preceden y preparan el matrimonio espiritual; la segunda, a las que siguen a esta gra-

178 Muchas de estas hablas están recogidas en V 25·31 Y CC 1. 179 Cfr. V 32·36; CC 2·3. 180 Cfr. V 38·40; F 1·8.

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cia divina y que se relacionan prioritariamente con los mis­terios de la fe, principalmente con el de la encamación y con el misterio trinitario. Este período es el más rico desde un punto de vista teológico. Las locuciones se hacen más intensas y pene­trantes; el efecto más inmediato de las mismas es la transforma­ción del alma de Teresa. A este propósito escribe: "Y estando así con aflicción que no se puede decir, con sólo entender esta palabra en 10 interior: "Yo soy, no tengas miedo", quedaba el alma tan quieta y animosa y confiada, que no podía entender de donde le había venido tan gran bien; pues no había bastado confesor, ni bastaran muchos letrados con muchas palabras, para ponerle aquella paz y quietud que con una sola le había puesto, y así otras veces que con alguna visión quedaba fortale­cida" 181.

Desde una cronología espiritual -si nos es permitido hablar así- conviene advertir que podemos dividir las hablas teresia­nas en tres estadios, correspondientes a las tres grandes etapas de la vida espiritual: estado de unión, estado de desposorio y estado de matrimonio espiritual. Las locuciones aparecen en el tiempo de la unión, s~ repiten con mucha insistencia en el período del desposorio y se prolongan bajo una forma más sublime en el tiempo del matrimonio espiritual, donde el alma se halla ya casi connaturalizada con lo divino.

2. Diversidad de objetos de las hablas

Las locuciones que percibió Teresa tienen objetos muy dis­pares. Así, tenemos locuciones que van dirigidas a tranquilizarla de sus temores, locuciones referentes a hechos futuros, o a cosas particulares de algunas personas, y locuciones que tienen como objeto esclarecerle su vida espiritual o darle luz sobre los misterios de la fe. En concreto, reseñamos aquí aquellas que están relacionadas con el misterio de Cristo. Cristo le habla de su vida, de los sentimientos que en algunas ocasiones, durante su vida mortal, le embargaron. Pero lo más significativo de las locuciones teresianas es que casi todas ellas las oyó de labios

181 Cfr. CC 53,22. Conviene hacer notar que entre la primera y la segunda sec­ción de este período hay un tiempo de dos años de los que no nos ha quedado ninguna relación.

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de Cristo; de aquí reciben su unidad fundamental. Fueron tantas las veces que le habló Cristo, que podemos decir que su presen­cia se hizo a partir de algún tiempo casi permanente en la exis­tencia de Teresa. Aunque oyó a veces palabras de los santos, de los difuntos y de la Santísima Virgen parece que distingue éstas de aquellas otras que atribuye a Dios, y que llegan hasta ella principalmente a través de la Humanidad del Señor 182.

3. Teología de las hablas

Pensamos que el efecto mayor que éstas producen no se deriva del objeto de las mismas, sino de su origen. Fundamental­mente, las hablas hay que situarlas en el tema de la palabra de Dios: son palabras de Dios dirigidas a Teresa. Los efectos son los mismos que hemos señalado para las visiones; pero pudiéra­mos destacar como el más importante de todos, el de la efica­cia. La palabra de Dios es eficaz. Una sola palabra de aliento, le asegura a Teresa el éxito de una empresa por arriesgada que ésta sea 183. Si se halla sumergida en una gran tristeza o abati­miento, una sola palabra de alivio basta para cambiarla su es­tado de ánimo 184; si la palabra es de reprensión, deja al alma totalmente aniquilada 185. Cuando estas palabras van dirigidas al adoctrinamiento iluminan de tal manera el entendimiento, que dejan como impresa la verdad en el alma.

Estas palabras llegan hasta el fondo del alma e iluminan 10 más profundo del "yo" humano. Escribe a este respecto Tomás de la Cruz, conocido teresianista: "Cuando contienen comunica­ciones o mandatos, es pura potencia obradora y creadora" 186.

La misma Teresa podía esclibir: "Sus palabras son obras ... Es así, cierto, que muchas veces me acordaba de cuando el Señor mandó a los vientos que estuviesen quedos en la mar ... ,

182 Hay que exceptuar dos ocasiones que no entendió quien le hablaba ni de lo que se le hablaba. Ciertamente existen locuciones de la Virgen y de los santos. Pero las que ella integra en su oración son de origen divino; casi todas ellas provenientes de labios de Cristo. Cfr. CC 54,22.

183 Cfr. V 32,17-18; 33,2.7. 184 Cfr. V 25,18; 32,14; 33,3; 6M 3,5. 185 Cfr. V 38,16. 186 Santa Teresa de Jesús contemplativa, a. c., p. 32.

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y así decía yo: ¿Quién es éste, que así le obedecen todas mis potencias, y da luz en tan gran oscuridad en un momento?" 187 0

Las propias potencias son efectivamente el punto en el que la Santa asegura percibir la pujanza de la voz de Dios, como un ciclón o como un buril incontenible e indelebre. Son palabras que avasallan con gran fuerza y que se imprimen en lo más profundo del espíritu 188, y que predisponen el entendimiento para la com­prensión de la verdad de Dios. De aquí que pueda escribir Santa Teresa: "Tiene el pensamiento tan habituado a entender lo que es verdadera verdad que todo 10 demás le parece juego de niños" 189. ¿No serían estas palabras, llenas de revelación y de unción religiosa, la respuesta a aquel diálogo comenzado por Teresa, 'Y que tuvo que mantener a fuerza de tanto tesón?

4. Sentido cristológico de las locuciones

Ya hemos señalado que estas locuciones divinas tienen en la mayoría de los casos como origen a Jesucristo. Al menos hasta su experiencia trinitaria las hablas provenían de Jesucristo, des­pués parece que también le hablan las otras dos personas divi­nas 190. Por tanto, podemos decir que las locuciones son funda­mentalmente palabras de Cristo; su efecto santificador lleva el sello de Cristo. Estamos ante el h~cho de que estas gracias místicas son "gracia de Cristo" por su origen; pero también 10 son por su contenido y finalidad. El contenido de las hablas aunque es muy variado todo él se dirige a perfeccionar a Teresa en su carisma de contemplativa, de fundadora y de madre de una nueva espiritualidad. Ahora bien, todas estas funciones llevan el sello inegable de Cristo. Como contemplativa, ya hemos visto que el objeto más contemplado por Teresa fue la persona del Señor en su doble faceta: Humanidad y Divinidad. Las hablas que ella escuchaba de labios de la Humanidad del Señor la cercioraban del puesto capital del Hombre Jesús en el plano revelador de Dios. A no ser por ellas y por las revelaciones, difícilmente Teresa no hubiera caído en el neoplatonismo.

187 V 25,19. Escribe en Moradas hablando de la fuerza de la palabra de Dios: «Es el poderlo y señorlo que traen consigo, que es hablando y Obrando» (6M 3,5).

188 Cfr. 6M 3,7; 4,6; 5,11; V 38,4. 189 V 21,9. 190 Cfr. CC 55,18-22; 7M 1,7.

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Como fundadora de una nueva congregación, ya sabemos lo condicionada que se sentía por estas locuciones místicas; no debe olvidarse que las fundaciones teresianas comenzaron gra­cias a estas hablas. A través de ellas, Teresa se fue cerciorando de la voluntad de Dios 191. Cristo era quien le aconsejaba las fun­daciones que debía realizar, el lugar de las mismas y los peligros que le acechaban. Las fundaciones teresianas tenían por objeto -según la propia Teresa- renovar el misterio de Cristo; así, las nuevas fundaciones repetirían el misterio del portal de Belén, el cenáculo y la comunidad apostólica.

No influyeron menos en Teresa las hablas como maestra y madre de una nueva espiritualidad; ella lleva el sello inconfun­dible de la experiencia de la gracia, que se manifiesta como ex­periencia de Cristo. A esta experiencia cristológica contribuyeron en gran manera estas locuciones, puesto que a éllas se debió en gran parte el proceso de interiorización, y el convertir la ora­ción en un verdadero diálogo entre Cristo y el alma; diálogo vital, ya que el ser de Cristo se imprimía en el yo de Teresa 192.

Las locuciones teresianas hay que situarlas en el contexto de la palabra de Dios, que es Cristo, centro de la revelación. Su pa­labra tiene como finalidad imprimir su imagen en el alma de Teresa. Por eso, desde esta experiencia tan inusitada percibía con profundidad aquello que afirma el autor de la Carta a los Hebreos acerca de la palabra de Dios 193.

Las locuciones teresianas no tienen por objeto satisfacer la curiosidad humana, sino más bien imprimir en el alma la sabi­duría divina. En última instancia, estas palabras estaban dirigidas a intensificar la comunidad de vida entre Teresa y Jesucristo.

191 Cierto que Teresa sólo seguía la doctrina de estas hablas cuando los teólo­gos, analizando el caso a la luz de la fe, veían que actuar así era lo más prudente.

192 Escribe: «De ver a Cristo me quedó imprimida su grandísima hermosura, y la tengo hoy día; porque para esto bastaba sola una vez, cuánto más tantas como el Señor me hace esta merced» (V 37,4). Oigamos cómo nos relata Teresa una experiencia mística en la que vió esculpida en su alma la imagen de Cristo: «Yen el centro de ella (del alma) se me representó Cristo nuestro Señor como le suelo ver. Parecíame en todas partes de mi alma le veía claro como en un espejo, y también este espejo -yo no sé decir cómo- se esculpía todo en el mismo Señor por una comunicación que yo no sabré decir, muy amorosa» (V 40,5).

193 Hb 4,12.

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c. HERMENÉUTICA CRISTOLÓGICA DE LA EXiSTENCIA TERESIANA

Después de este detenido análisis que hemos verificado de la existencia de Teresa, podemos concluir, afirmando, que la realidad religiosa más fundamental de la misma fue la persona del Señor; Jesucristo (Humanidad y Divinidad). Cristo se le fue revelando lentamente a través de las diversas circunstancias de la vida ,hasta que hicieron acto de presencia en ella las revela­ciones y las locuciones.

Desde los primeros años de su infancia puede apreciarse una cierta tendencia cristológica; en un primer momento parece que su imagen de Dios es un poco confusa, pues en ella confluyen muahos elementos que Teresa no acaba de integrar; poco a poco la imagen se va perfilando con más nitidez a medida que va cir­cunscribiendo la figura de Dios en Jesucristo; al final de esta primera etapa, la espiritualidad de Teresa es :ya netamente cris­tológica.

Después hacen acto de presencia en su vida las revelaciones y las locuciones. Como hemos dicho, tanto las revelaciones como las locuciones giraron principalmente en tomo a la persona de Jesús. Esto quiere decir que toda la vida espiritual de Teresa estuvo inmersa en el misterio de Cristo. Pero Cristo, para nues­tra autora, no era solamente el Logos divino, sino más bien el Hombre-Dios, Cristo-Jesús. Lo más peculiar de la 'cristología te­resiana es la presencia en su espiritualidad de ola Humanidad de Cristo. Esa Humanidad era para ella el lugar de su encuentro con Dios. El Dios experimentado por Teresa es el Dios predi­cado y vivido por Jesús de N azaret. Por eso, la mística teresiana es profundamente humana, enraizada en el tiempo y en la histo­ria. La Humanidad de Cristo, sentida y experimentada, libró a Teresa de toda concepción neoplatónica de la vida espiritual 194.

Después de una lectura atenta de las páginas que preceden, fácilmente puede deducirse que la mística teresiana no Se sale del círculo de la Humanidad de Cristo. Es cierto que Teresa experimenta también la divinidad, las personas divinas, pero no 10 es menos que esta experiencia se halla estrechamente vincu­lada a la Humanidad del Verbo. Es significativo que la meta úl-

194 Cfr. GONZÁLEZ F. CORDERO, La Teologla espiritual de Santa Teresa de Jesús, reacci6n contra el dualismo neoplatónico, en Revista Española de Teología, 30 (1970) 3·38.

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tima de la espiritualidad teresiana -el matrimonio espiritual­no se efectúe con la Divinidad; esa unión tan sublime de nuestro espíritu con Dios se realiza en la Humanidad de Cristo; el es­poso del alma es Cristo Hombre-Dios. Teresa afrontó el hecho de que esto pudiera ser mal comprendido; otra persona menos avisada y de menos experiencia cristológica hubiera dudado unir lo humano de Cristo a lo nuestro por miedo a dar lugar a mal­entendidos, y hubiera hablado de la unión del hombre con Cris­to, que es nuestro mediador, pero hubiera más bien situado esa unión, con el Verbo, no con la Humanidad del Señor. Teresa, por el contrario, nos habla de nuestra unión con la Humanidad.

Creemos que este dato reviste gran importancia para com­prender ,toda la espiritualidad teresiana; si el matrimonio espiri­tual se efectúa con Cristo, el Hijo de Dios humanado, toda la ética cristiana tiene que estar ungida de cristología.

Como veremos en el último capítulo de nuestro estudio, la palabra "Humanidad" para Teresa no sólo significa el aspecto humano de Jesús, sino el Jesús completo, que se hace tangible precisamente a través de esa Humanidad. Por eso, cuando Te­resa nos dice que el matrimonio espiritual se realiza después de una aparición sublime de esa Humanidad -dando a entender con esto que en este acto está presente la Humanidad de Je­sús- quiere decir que nuestra unión se hace con el Jesús en­carnado, que ahora ya no vive como lagos de Dios, sino como resucitado, es decir connotado por los atributos de su aven­tura terrena, especialmente los de su resurrección.

Desde esta perspectiva cristo1ógica debe ser leída toda la autobiograña y toda la obra teresiana. Por eso, creemos que a la hora de hacer una hermenéutica de la existencia y de la doc­trina de Teresa, la palabra clave que orienta toda la lectura de la misma, el hilo conductor que enhebra todas las etapas y las da coherencia y dirección es Cristo. Sólo desde Cristo, se logra entender aquella existencia eminente desde el punto de vista de la experiencia religiosa. La dimensión cristológica de la existen­cia teresiana es m~y profunda; sólo después que hayamos lle­gado al final de nuestro trabajo podremos valorarla en su justa medida.