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Sustentabilidad y agricultura ARGENTINA Y URUGUAY CON ACTITUDES DISTINTAS Gerardo Evia Recientemente se llevaron a cabo en ambas márgenes del Río de la Plata dos eventos muy significativos para la agropecuaria de esta parte del mundo. Por un lado, en Argentina tuvo lugar el XII Congreso de la Asociación Argentina de Siembra Directa (AAPRESID), que fuera inaugurado el 10 de agosto pasado en la ciudad de Rosario. Por otro lado, en Uruguay, tuvo lugar el Simposio “Sustentabilidad de la Intensificación Agrícola en Uruguay” convocado por el Instituto Nacionales de Investigaciones Agropecuarias (INIA), desde el 4 de agosto en la ciudad de Mercedes. Ambos eventos tuvieron puntos en común y al mismo tiempo marcadas diferencias que reflejan dos visiones o actitudes distintas respecto a la sustentabilidad de la agricultura. Entre los aspectos comunes se destaca el auge de la agricultura en los dos países al calor de la mejora en los precios relativos de los granos, en particular de las oleaginosas. Además, en las dos reuniones se abordó un concepto relativamente nuevo en este tipo de ámbitos: la “sustentabilidad”. Tanto en Rosario como en Mercedes, distintos panelistas analizaron y debatieron sobre las implicancias económicas, sociales, ambientales y productivas de las estrategias actuales y los desafíos futuros para la agricultura en la región. Entre las diferencias las más obvias están referidas a las distintas dimensiones del negocio agrícola en Argentina y Uruguay, así como a las diferentes características y potencial de los recursos naturales. Basta señalar como ejemplo sobre las distintas escalas que en Argentina se plantan unas 3 millones de hás. de soja frente a tan solo 260.000 hás. en Uruguay. Otra diferencia importante es que el proceso de intensificación lleva varios años en Argentina, mientras que en Uruguay este es un fenómeno

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Texto respecto del estudio de la sustentabilidad en base a los conceptos de agricultura.

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Sustentabilidad y agricultura

ARGENTINA Y URUGUAY CON ACTITUDES DISTINTAS

Gerardo Evia

Recientemente se llevaron a cabo en ambas márgenes del Río de la Plata dos eventos muy

significativos para la agropecuaria de esta parte del mundo. Por un lado, en Argentina tuvo lugar

el XII Congreso de la Asociación Argentina de Siembra Directa (AAPRESID), que fuera

inaugurado el 10 de agosto pasado en la ciudad de Rosario. Por otro lado, en Uruguay, tuvo lugar

el Simposio  “Sustentabilidad de la Intensificación Agrícola en Uruguay” convocado por el Instituto

Nacionales de Investigaciones Agropecuarias (INIA), desde el 4 de agosto en la ciudad de

Mercedes.

Ambos eventos tuvieron puntos en común y al mismo tiempo marcadas diferencias que reflejan

dos visiones o actitudes distintas respecto a  la sustentabilidad de la agricultura. Entre los

aspectos comunes se destaca el auge de la agricultura en los dos países al calor de la mejora en

los precios relativos de los granos, en particular de las oleaginosas. Además, en las dos reuniones

se abordó un concepto relativamente nuevo en este tipo de ámbitos: la “sustentabilidad”. Tanto en

Rosario como en Mercedes, distintos panelistas analizaron y debatieron sobre las implicancias

económicas, sociales, ambientales y productivas de las estrategias actuales y los desafíos futuros

para la agricultura en la región.

Entre las diferencias las más obvias están referidas a las distintas dimensiones del negocio

agrícola en Argentina y Uruguay, así como a las diferentes características y potencial de los

recursos naturales. Basta señalar como ejemplo sobre las distintas escalas que en Argentina se

plantan unas 3 millones de hás. de soja frente  a tan solo 260.000 hás. en Uruguay.

Otra diferencia importante es que el proceso de intensificación lleva varios años en Argentina,

mientras que en Uruguay este es un fenómeno que comenzó en la última zafra de verano pero

que se prevé se incremente en el futuro.

Podríamos decir que los argentinos son mucho más entusiastas, enérgicos y decididos a la hora

de tomar decisiones drásticas que los uruguayos. Esta diferente dinámica para enfrentar y adoptar

cambios entre argentinos y uruguayos no es nueva  y tiene seguramente profundas raíces

socioculturales. Así, en pocos años la Argentina se transformó en uno de los principales países

productores de transgénicos en el mundo y han intensificado al máximo la agricultura en las

pampas, con la adopción masiva de siembra directa, llevando casi a la erradicación de la

ganadería de esa zona.

En Uruguay hasta hace muy poco se había caracterizado por mantener sistemas de producción

agrícola en rotación con ganadería. Pero en el último año pareció romperse las barreras que

sostenían esa y otras prácticas, y que le servían para mantenerse al margen tanto de los riesgos

derivados de la intensificación como de los posibles beneficios económicos.

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Los factores de esa cambio fueron por lo menos dos: el fuerte aumento de los precios

internacionales de la soja, y la incursión de empresarios argentinos que alentados por los bajos

valores relativos de la tierra y escapando a los impuestos a las exportaciones que se aplican en

Argentina (“detracciones”), cruzan a Uruguay para plantar en sus tierras. Por ejemplo, solo tres

empresas argentinas poseen más de 17 mil hectáreas de soja en Uruguay en la zafra 2003/04.

El tema del desarrollo sustentable se invoca en estos países, y aunque la palabra “sustentable” se

hace más y más común, de la misma manera aumenta la vaguedad sobre sus bases

conceptuales. También en este campo es posible identificar dos visiones. Una de ellas parte de la

premisa de que cuentan con un arma tecnológica, la “siembra directa”, que postulan como uno de

los mejores instrumentos para lograr la sustentabilidad. Por ese procedimiento el suelo recibe un

laboreo mínimo y los viejos arados se dejan de lado. Se repite que tiene ventajas ambientales

como reducir la erosión o gastar menos combustibles. Se blande la siembra directa como espada

justiciera arremeten contra cualquiera que se atreva a preguntar si no existen riesgos o nuevas

amenazas a tener en cuenta.

Así, aspectos como la inestabilidad, el riesgo, el potencial  de contaminación de suelos y aguas, el

incremento en la dependencia de agroquímicos, el aumento de suceptibilidad a plagas, la mayor

dependencia del uso de fertilizantes son considerados argumentos de aquellos que son “contras”,

las personas que solo se dedican a poner palos en la rueda de los emprendedores exitosos.

Incluso frente a las denuncias de pérdidas de bosques nativos en áreas de noroeste argentino hay

quienes afirman que ese tipo de bosque “no es algo romántico: por el contrario, es algo siniestro”

y “el desmonte y la implantación de los cultivos agrícolas con tecnología son los que permiten

transformar a estos seres (los habitantes de los bosques) que llevan vidas miserables en

trabajadores agrícolas calificados, integrados al resto de la sociedad argentina” (La Nación, B.

Aires, 21 de agosto de 2004).

Es más,  en el congreso de AAPRESID se anunció el lanzamiento de un esquema de certificación

de siembra directa como “garantía de sustentabilidad” de la producción agrícola. Los agricultores

argentinos pasan de la estrategia defensiva consistente en justificar las bondades de

conservación de suelos de la siembra directa, a una ofensiva  en la que se diseña la imagen de

producto sustentable.

Mientras tanto desde el otro lado del  Río Uruguay, las posturas suelen ser más análíticas y por lo

menos cautelosa. Los uruguayos repiten que la estabilidad económica y productiva de los

sistemas de agricultura continua se ve fuertemente afectada tanto por la vulnerabilidad a las

oscilaciones de precios y por la  mayor susceptibilidad a las plagas.

También señalan que la siembra directa no está libre de problemas, ya que entre sus efectos se

constata la acumulación de hongos en rastrojos y disminuye la capacidad de acumulación de

agua de los suelos. Además quedó claro que siembra directa no es sinónimo de “no erosión”,

puesto que si los suelos se mantienen sin cobertura la erosión igual ocurre. Finalmente, el decano

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de la Facultad de Agronomía del Uruguay alertó sobre el incremento de 417% en la importación

de herbicidas en los últimos siete años, 52% de insecticidas, y la acumulación de 400 toneladas

anuales de envases plásticos de agroquímicos en el campo.

También es cierto que en ambas orillas hay voces disonantes respecto a la tendencia

predominante. Así desde el INTA de Argentina se alerta que “hay sólidos argumentos técnicos

que indican que el monocultivo de soja RR bajo siembra directa, y sin rotaciones, no es

sustentable en la región pampeana” lo que evidencia un encomiable espíritu de rigurosidad crítica.

De la misma manera, en Uruguay  también hay reflejos de optimismo dogmático; así en una

entrevista a un técnico uruguayo en la que se le consultaba sobre el problema de aparición de

malezas resistentes al herbicida glifosato, postulaba como solución que se debe tener “esperanza

que algo” sustituya a ese químico.

En todo caso estas expresiones parecen ser las excepciones en la regla de las grandes

tendencias. Los temas de fondo no sólo incluyen a valorar en su justa medida el paquete

tecnológico de la siembre directa, sino además a sus verdaderas vinculaciones con el desarrollo

sustentable. Para avanzar en ese camino es indispensable precisar todavía más qué se entiende

por sustentabilidad.

  

G. Evia es analista de información en D3E (Desarrollo, Economía, Ecología, Equidad América Latina). Publicado por D3E el 26 de agosto 2004. Se

permite la reproducción del artículo siempre que se cite la fuente.

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Vaca Loca en Estados Unidos

  LA "FAMILIA MONSTER" EN LA GRANJA Y LOS "LOCOS ADAMS" EN EL GOBIERNO

Eduardo Gudynas

    

La confirmación de un caso de "vaca loca" en Estados Unidos ha causado conmoción. El animal

con encefalopatía espongiforme bovina (EEB) era una vaca lechera que procedía de un rancho en

el estado de Washington. Había sido sacrificado el 9 de diciembre, y el azar determinó que una

muestra de sus tejidos entrara en el sistema de monitoreo veterinario del Departamento de

Agricultura de ese país.

El caso ha puesto nuevamente en primer término la pesadilla que se vivió en Europa años atrás,

en especial cuando Inglaterra padeció el problema con un costo enorme. Justamente allí se

detectó que los humanos podían contraer una afección similar, al ingerir carne contaminada, lo

que explica la reacción pública frente a esa afección.

Los impactos del nuevo caso son enormes, tanto dentro de Estados Unidos como a escala

internacional. El consumo interno de carne caerá, los flujos exportadores prácticamente se

cerrarán, de donde se estima que la industria de la carne de EE.UU. perderá casi 6 mil millones

de dólares (más de la mitad debido a exportaciones canceladas) y se abren nuevas interrogantes

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sobre los controles sanitarios. Treinta países ya han anunciado que suspenden la compra de

carnes desde Estados Unidos, por lo que el 90 % de las ventas externas ya se perdieron.

La erupción de la EEB es parte de la tendencia actual de insistir con animales y plantas cada vez

más artificiales. Los graneros, las granjas y las praderas reciben toda clase de miembros de esta

nueva "familia Monster": desde plantas transgénicas que secretan sus propio insecticida a vacas

que dejaron de ser herbívoras, como sus ancestros más recientes, para convertirlas en carnívoras

(en sentido más estricto, en carroñeras que se alimentan de los desechos de otros animales

muertos). En esa alteración básica tanto de la fisiología animal como en su ecología, se disparó la

EEB: la afección original que era propia del ganado ovino, logró trasladarse a los vacunos, y de

allí, de tanto en tanto, afecta a los humanos.

Buena parte de la controversia actual no enfoca los aspectos positivos o negativos de tener los

campos poblados por la "familia Monster", sino que lamenta los impactos económicos y avanza en

una supuesta salida en generar más y más controles. La visión tradicional no pone en discusión el

tipo de ganado que criamos, ni el tipo de tecnología asociado al ganado estabulado convertido en

carroñero. Ese tipo de producción ganadera se da por bueno, se lo reviste de una imagen de

modernidad y cientificidad, y entonces la discusión se enfoca sobre los controles.

Es que mientras la "familia Monster" está en los graneros y los campos, los "locos Adams" están a

cargo de todo el sector agroindustrial. En los gobiernos, en las empresas y en buena parte de la

comunidad científica y tecnológica se defiende una y otra vez esa opción productiva, usándose los

más alocados argumentos. Las jerarquías de Washington el mismo día que anunciaban el caso

de "vaca loca" indicaban que no representaba una caso de bioterrorismo, abriendo una vez más la

puerta al miedo y la desinformación. Repitieron su fe en los controles, a pesar que esas mismas

autoridades no habían impuesto, por ejemplo, filtros fronterizos con Canadá, ni ampliaron las

muestras bajo escrutinio para identificación de la afección. Además, anunciaron que sospechaban

que la vaca en cuestión provenía de Canadá, buscando reducir las culpas propias y dejando al

vecino bajo las sombras. No olvidemos que la detección del animal afectado ocurrió después que

fue faenado; sus partes se desperdigaron con diferentes fines en por lo menos ocho estados, y

todavía siguen buscando sus rastros.

Los "locos Adams" defienden todo un paquete tecnológico, donde se maximiza la producción de

carne en el menor tiempo posible, y para ello se instalan proveedores de alimentos adicionales.

En muchos casos la agricultura se ha derivado en producir raciones para la cría intensiva del

ganado. Todo el paquete es más y más complejo, y mueve cifras crecientes de dinero. El

productor ganadero vende más animales, y cada uno de ellos es más pesado; pero necesita

comprar cada vez más alimentos, aplicar más y más drogas, tener mayores instalaciones que

consumen más energía y más agua. Los granos deben crecer cada vez más rápido, y por lo tanto

si son transgénicos mejor. Todo el paquete es una delicia del capitalismo biotecnológico, pero un

dolor de cabeza para la ecología.

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Intentar manejar esos grandes niveles de complejidad, y el dinero que se mueven a su alrededor,

sólo por medio de controles y fiscalizaciones, es como enfrentar a niños que juegan con

explosivos, y decirles que pueden seguir haciéndolo mientras se instalan más controles y

salvaguardas para evitar una explosión. Si apeláramos al sentido común, ¿no sería más

adecuado simplemente dejar de fabricar esos productos peligrosos? Consecuentemente, ¿por

qué no volver a la producción natural, donde las vacas caminan y comen pasto? Sin embargo, el

sentido común ha desaparecido, y los "locos Adams" insisten con la "familia Monster".

MAS

INFORMACION

El caso de EEB en

Canadá: análisis

de D3E desde

Ottawa -  leer...

Los casos de EEB no son hechos aislados, calamidades

ocasionales en un camino sembrado de éxitos científicos, sino que

se suman a muchos otros problemas. En los últimos tiempos se han

repetido calamidades análogas: por ejemplo, infecciones

respiratorias en gigantescos criaderos de aves, obligando a matar a

cientos de miles de pollos; transferencias a humanos de la influenza

de las aves; afecciones asolan a los enormes criaderos de cerdos

en varios países; etc. De esta manera, en todos los casos donde se

ha apelado a una producción artificial y masificada, con enormes

volúmenes, se han desatado impactos ambientales y sanitarios.

El uso y abuso de los controles veterinarios y productivos tiene límites. Cada nuevo control es

más caro, más engorroso, y el control en sí mismo es una nueva fuente de posibles errores y

problemas. Se supone que la artificialización puede ser manejada con competencia, previéndose

los problemas y anticipándose a ellos. Sin embargo, este caso de "vaca loca" contradice esas

aseveraciones. La sumatoria de controles sobre más controles genera incertidumbres, ya que no

opera sobre la esencia del proceso tecnológico. Los nuevos controles se convierten ellos mismos

en fuentes de accidentes, y generan una ilusión que se convierte en el centro de la discusión,

cuando el debate debería centrarse sobre la viabilidad de una producción de alimentos de ese

tipo.

América Latina está atrapada por esa mirada de los "locos Adams" y sus campos poco a poco se

van poblando con variedades de la "familia Monster". Los analistas tradicionales repiten que el

caso de "vaca loca" en EE.UU. ofrece muchas oportunidades para Argentina, Brasil, Uruguay y

otros exportadores cárnicos. Se abre un nicho de unos 3 500 millones de dólares en ventas

cárnicas. Las mayores posibilidades están en aquellas zonas o países donde prevalece la cría del

ganado en forma extensiva o semi extensiva, pastando en praderas (una forma de cría que

podríamos calificar de "natural"). El caso extremo es Uruguay, donde está prohibida la

alimentación del ganado con raciones derivadas de la carne y el hueso. Pero deben admitirse

algunas dudas en ciertas zonas de Brasil y especialmente de Argentina donde se ensayan formas

intensivas a semi intensivas de cría con complementos de raciones ("feed-lots").

Page 6: 6-Sustentabilidad y Agricultura

Los intentos por avanzar en cría ganadera intensiva en varios países y la proliferación de los

transgénicos son síntomas de un paquete tecnológico de alta artificialización; es una apuesta a la

"familia Monster". Frente a este panorama, las naciones del sur deberían dejar de restregarse las

manos imaginando los nuevos mercados que se les abre al desaparecer la competencia de

Estados Unidos, para comenzar a analizar más detenidamente las esencias y fines de su propia

producción agropecuaria. Una vez más, la cría natural del ganado es más barata, más sana, y por

si fuera poco, más segura.

 

Eduardo Gudynas es analista de información en D3E (Desarrollo, Economía, Ecología y Equidad América Latina).

Publicado el 30 de diciembre de 2003.

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VALOR AGREGADO AMBIENTAL

Las nuevas relaciones entre ecología y agropecuaria

Gerardo Evia y Eduardo Gudynas

      

En los últimos tiempos aparecen una y otra vez distintos temas ambientales al discutir sobre el

futuro agropecuario del Uruguay. Sea para criticar barreras comerciales basadas en exigencias

ambientales o para alabar las bondades del "Uruguay Natural", lo cierto es que esta problemática

se hace cada vez más frecuente.

Muchos productores afectados por el clima o el endeudamiento consideran que esos temas están

alejados de sus prioridades, y que poco o nada tienen que ver con esa discusión ambiental. La

opinión extrema sería que las cuestiones ambientales en realidad deberían atenderse en un futuro

lejano, y que hoy tan sólo entorpecerían o encarecerían la producción agropecuaria nacional.

Pero si nos tomamos un momento para analizar la información que hoy está disponible, y analizar

cómo afecta a la producción agropecuaria nacional, se llegará a conclusiones muy distintas.

Todavía más: no es ingenuo plantearse que los aspectos ecológicos en realidad ofrecen ventajas

económicas que beneficiarán al productor, su familia y el país. En este breve artículo deseamos

presentar algunos de esos aspectos. 

Otra visión del valor agregado: Cuando se invoca el concepto de valor agregado, mucha gente

tiende a pensar en una cadena industrial. Se lo considera propio de las agroindustrias y las

manufacturas, y los ejemplos clásicos de cómo lograrlo son el yogur o zapatos de cuero. Pero

existen otras formas de valor agregado. En los últimos años hemos comprendido que hay también

valor que se agrega desde el punto de vista del saber, y uno de los ejemplos más citados es la

producción de programas de computadora. Allí los componentes intelectuales son mas

importantes que los aportes de manufactura, y a partir del conocimiento es que se generan los

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éxitos económicos y las corrientes exportadoras. Esta distinción es clave ya que no siempre el

valor agregado reside en grandes chimeneas, sino que muchas veces está muy cerca nuestro y

puede pasar desapercibido.

El valor agregado ambiental (VAA) pone en primer plano la inversión en la calidad ambiental,

métodos y técnicas de producción que buscan los menores impactos en el entorno, el uso más

eficiente de los insumos, y la más alta calidad de los productos por medio de condiciones

rigurosas en el uso de agroquímicos y específicos farmaceúticos. En este caso se obtiene un

producto diferenciado por sus atributos "orgánicos" o "naturales" en el sentido de atender

condiciones ambientales. Los costos y las inversiones para alcanzar este valor agregado están en

diversas acciones, algunas muy sencillas y otras más complejas. Por ejemplo, mantener un

campo en condiciones naturales puede ser una inversión para lograr esas metas, y no debe ser

visto como un paso atrás; en otros casos, el empaquetado requerirá de materiales especiales que

demandan tecnologías de punta. En otras situaciones las ventajas se dan en diferenciar el

producto; es el caso de quien logra un tomate orgánico obteniendo una mayor ventaja en

comercializarlo como tal antes que mezclarlo con tomates comunes para su industrialización.  

Lo importante es tener presente que existen tanto costos como beneficios económicos asociados

al valor agregado ambiental, aunque éstos se expresan en rubros que pueden ser diferentes a la

contabilidad tradicional del establecimiento. Este valor apunta a un producto diferenciado por sus

condiciones de calidad natural y las decisiones se toman en base a ese objetivo. Tampoco es

menor que la articulación ecología-agropecuaria que promueve permite elevar la calidad

ambiental y de vida en el país a la vez que puede generar beneficios económicos.  

En efecto, en muchos casos este valor agregado ambiental se traduce en el "premio" de

sobreprecio en varios productos, que puede variar de unos pocos puntos porcentuales hasta picos

del 80% que llegó a alcanzar la carne de pollo  en 1999 cuando la crisis de las dioxinas en

Europa. Esos sobreprecios varían con los productos y con la situación de los mercados. Por ello

no debe creerse que una apuesta al VAA automáticamente generará mayores éxitos económicos.

Pero la información disponible al día de hoy sobre las tendencias futuras de los mercados a los

que exportamos alertan sobre el creciente peso de estos componentes. En efecto, ya se ha

alertado en Uruguay sobre la creciente importancia de los llamados factores no-económicos de

los productos, en especial la seguridad y la salud, la calidad, el bienestar animal y el cuidado del

ambiente (por ejemplo, por Daniel de Mattos del INIA). 

Mirando a los vecinos

Una breve recorrida por otros países muestra  la importancia de esos cambios. En EE UU el área

orgánica certificada se duplicó entre 1991 y 1994, superando los 400 mil hás. La venta de esos

productos crece todavía más, con un proyectado de U$S 6.200 millones en el 2000. En Europa el

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área certificado bajo ese tipo de cultivos es todavía mayor, superando el millón de hectáreas. En

1996 el mercado de esos producto superaba los U$S 1.000 millones de dólares.

Argentina ha tenido un aumento del 400% en el volumen  de las exportaciones orgánicas entre

1995 y 1999, alcanzado los US$ 20 millones en el último año, especialmente a mercados

exigentes como Europa (de hecho nuestro vecino es uno de los 4 países con certificación

orgánica acreditada por la Unión Europea). Allí existen unas 380 mil hás destinadas a la

producción orgánica y la gran mayoría está bajo usos ganaderos.

En Uruguay existe un cierto escepticismo con estas opciones, en especial debido a que la

producción agrícola bajo condiciones ecológicas es todavía pequeña, y algunos intentos

ambiciosos de exportación no fructificaron. Sin dejar de admitir esos problemas no puede pasarse

por alto que en ello han incidido muchos factores, y entre ellos las dificultades de comercialización

incluso dentro del país. Pero la situación es diferente para el sector ganadero, y en particular por 

dos razones: 1) se avecinan crecientes condicionantes ambientales de parte de los mercados de

alto poder adquisitivo y 2) es el subsector donde poseemos mayores ventajas ambientales

comparativas.

Los analistas parecen coincidir que en un futuro cercano se exigirán a casi todos los productos

agroalimentarios cero residuos de agroquímicos o farmacéuticos, y fuertes condiciones en sus

modos de producción, de manera de asegurar la protección del ambiente y la salud de los

consumidores. Mientras en la actualidad, buena parte de los productos orgánicos obtienen un

sobreprecio, parecería que en los próximos años esos productos serán los estándares en los

mercados mundiales, de donde aquellos productos que no alcancen esa calidad serán

penalizados con precios inferiores. De esta manera es posible que estemos en los primeros pasos

de una situación similar a la enfrentada por Uruguay cuando todavía sufría la presencia de aftosa,

y sus productos obtenían precios menores y los mercados eran más acotados.

Otros países están tomando sus recaudos en ese sentido. En un estudio prospectivo sobre los

mercados de la carne en Europa realizado desde Nueva Zelandia se indicaba que en el futuro

próximo toda la carne deberá ser “orgánica” o “natural”, no habrán otros estándares aceptados, y

además habrá que demostrarlo.  Por lo tanto,  el valor agregado ambiental será determinante en

la competitividad del país en los mercados internacionales.

No habría que caer en la ingenuidad de pensar que estas tendencias son propias de los países

ricos, ya que se están repitiendo en la región. Por ejemplo, en este pasado verano, una de las

más importantes cadenas de supermercados de Argentina comenzó a etiquetar por su cuenta

"carne de origen pastoril" como una diferenciación del producto frente a la carne originada en feed

lot, y que apunta a sus compradores. La revista de los CREA argentinos anunciaba la medida

como el "adiós al commodity carne". 

Page 9: 6-Sustentabilidad y Agricultura

Los ejemplos posibles

Un sistema de producción que integre los aspectos ambientales se maneja desde otra

perspectiva, y deben abandonarse varias ideas preconcebidas. No siempre los nuevos sistemas

bajo condiciones ecológicas son más baratos, así como no siempre sus rendimientos son

inferiores a las prácticas tradicionales. En realidad existe un amplio abanico de resultados que

dependen del tipo de producción considerado, las aptitudes ecológicas y productivas del área bajo

explotación, las tecnologías empleadas, y el desarrollo del mercado de consumo de esos

productos.

Para ilustrar estas cuestiones pueden mencionarse algunos ejemplos destacados. En el caso de

Nueva Zelandia, cuando se comparó el cultivo de maíz dulce por medios convencionales y por

métodos orgánicos se detectó que el sistema orgánico presenta rendimientos apenas inferiores al

tradicional (15 ton /ha contra 17 ton /há). Si bien los costos directos son más altos en el sistema

orgánico, igualmente el precio de venta es mucho mayor, de donde el margen económico bruto

por hectárea es de casi $ 1.700 en el sistema orgánico contra $ 926 en el convencional. 

Los sistemas orgánicos  tienen otras ventajas adicionales que hacen al sector agropecuario en el

largo plazo. Sus impactos ambientales son menores preservando la calidad del suelo y del agua.

Otro estudio neozelandés compara las características físicas, químicas y biológicas de los suelos

y el resultado económico de establecimientos comerciales que siguen un tipo particular de

prácticas ambientales (conocidas como "biodinámicas") contra predios bajo usos convencionales.

El estudio, que consideró los rubros más representativos de exportación, permitió determinar que

después de ocho años los suelos en las granjas "biodinámicas" tenían mejores condiciones

físicas, mayor contenido de materia orgánica y actividad microbiana, mejor penetrabilidad,

estructura y menor densidad. Pero además, en el plano económico, las granjas biodinámicas

fueron tan viables como sus pares convencionales.

Hemos escogido estos ejemplos de Nueva Zelandia para poner en el tapete otra cuestión. Ese

país es presentado una y otra vez como ejemplo a seguir por Uruguay, aludiendo a la

liberalización del sector y retracción de la cobertura estatal. Pero esa es sólo una parte de la

historia, y se olvida mencionar que ese país mantiene estas prácticas alternativas, las cuáles

evalúa y mejora para utilizarlas para competir en el mercado internacional.

También es necesario advertir que la propia definición de "orgánico" o "natural" se vuelve un

motivo de discusión, de enorme importancia por sus repercusiones ambientales y bajo discusión

entre los países. En este artículo hemos usado los dos términos ya que nos interesa subrayar una

perspectiva común que apunta a mejoras ambientales en el proceso y método de producción,

elevando los requerimientos ecológicos y sanitarios del producto. 

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El uso de las tecnologías

No debe creerse que el Valor Agregado Ambiental encierra una oposición a la tecnología. Por el

contrario, para lograrlo es necesario un aporte científico y técnico, pero mediado en referencia a si

promueve el mejor balance ecología-agropecuaria.

Recientemente Alejandro Ravaglia, un consultor argentino especialista en gestión de recursos

humanos y gerenciamiento para el sector rural, destacaba la importancia que tenía para las

empresas agropecuarias el definir metas claras y precisas, y a partir de ellas elegir las tecnologías

más apropiadas para alcanzarlas. Las evaluaciones corrientes entonces consideran si una

tecnología en particular baja los costos de producción por unidad del producto o por hectárea. A

ese tipo de análisis debe agregarse otro que toma en cuenta al Valor Agregado Ambiental como

otras de las metas a perseguir. Por ello es necesario evaluar también si la tecnología en uso

aumenta la calidad del producto desde el punto de vista ambiental.

Nuevamente Nueva Zelandia ofrece un ejemplo en este sentido. Allí se realizan ensayos de

producción  ovina bajo un estricto sistema orgánico que incluye la prohibición del uso de tomas,

vacunas, antibióticos, baños y cualquier otro uso de remedios (los animales enfermos son

tratados pero son removidos del circuito orgánico). Los datos que resultan de sistemas

experimentales han permitido determinar que es posible obtener producciones aceptables en

términos de producción física de carne y lana por hectárea y por unidad de stock, con costos

levemente inferiores. La comparación del resultado económico medida en margen bruto por

unidad de stock, y por hectárea, fue levemente ventajosa para el sistema convencional (7% y 16%

respectivamente) a partir de los precios de venta en el mercado corriente. A partir de esos datos

se  pueden calcular los sobreprecios necesarios para compensar las diferencias. El dato clave

aquí es que si las proyecciones futuras de requerimientos de carne natural se cumplen, Nueva

Zelandia ya se está preparando para mantener buenos niveles de producción con los estándares

más exigentes. Ese país está analizando las prácticas y tecnología necesarias pero además

evalúa la relación costo beneficio de esos nuevos métodos. 

Estrategias

Uruguay posee ventajas en aprovechar el Valor Agregado Ambiental y presentarse ante el mundo

como uno de los pocos países que puede en realidad hacer gala de una producción bajo

condiciones naturales. Sería penoso que se perdiera esa oportunidad ante los países europeos,

donde sus condiciones ambientales se encuentran bajo un deterioro mucho más grave que el

observado en nuestros campos.

Hasta el momento las ventajas del valor agregado ambiental no han sido aprovechadas

intensivamente. Parecería que cómo han estado allí por mucho tiempo pasan desapercibidas. En

ese sentido recordamos como un técnico agropecuario participante en un taller sobre estos temas

nos relataba que un productor ovino sobre basalto superficial se preguntaba "¿qué tengo yo que

ver con los temas ambientales si nosotros casi ni tocamos el ambiente?". Precisamente esos

Page 11: 6-Sustentabilidad y Agricultura

productores deben ser los más interesados porque ellos ya poseen una enorme ventaja que

podrían pasar a aprovechar comercialmente.

El sector ganadero en su enorme mayoría está muy cerca de esas condiciones. De los casi 16

millones de hectáreas agropecuarias censadas en 1990, alrededor del 80 % eran campos

naturales, lo que de por si ya es un ventajoso punto de partida.

Pero el poseer estas condiciones no es suficiente sino ello no se hace valer en los productos que

se comercializan, y se dan a conocer y publicitan en los mercados a los que exportamos. Por lo

tanto son indispensables adecuados sistemas de certificación y trazabilidad, los que en lugar de

estar en contra de nuestra producción, están a favor. La situación se hace más urgente cuando se

observa que hay países que están intentando imponer a nivel internacional sus propias normas de

calidad ambiental montando ambiciosos esquemas de marketing y publicidad para difundirlas por

todo el mundo.

El slogan de "Uruguay Natural" podría ser un componente importante para las fases de

comercialización y mercadeo, pero debe ser dotado de contenidos. Ello requiere definir

estrategias de acción que permitan capitalizar las ventajas ambientales comparativas, elaborando

nuestros propios estándares, esquemas de certificación y vías para la trazabilidad. Es una tarea

compleja y trabajosa, pero indispensable. Y para llegar a buen puerto se necesita la asistencia de

muchos sectores, algunos tradicionales, como el Estado o las gremiales rurales, y otros

novedosos, como las organizaciones de consumidores.

     

Revista del Plan Agropecuario No. 92, pp 52-56, julio-agosto 2000, Montevideo.

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Ecología y producción en los campos uruguayos

AGROPECUARIA DOS VECES VERDE

Eduardo Gudynas y Gerardo Evia

 

Si bien la producción agropecuaria es fundamental para la economía nacional, muchas veces se

olvida que ella depende un marco ecológico. Nuestros cultivos y ganados se sustentan en un

entramado de relaciones ecológicas, que deben ser cuidadas y mantenidas para asegurar la

sustentabilidad del agro.

 

Los cultivos uruguayos de arroz o los robustos Heredford que pastan en nuestras praderas son

fieles testigos de la enorme riqueza agropecuaria del país. Muchas veces se piensa que en los

cultivos o ganados comienzan esas cadenas productivas, así como hay más de un niño que

defiende el origen de la leche está en las bolsas plásticas de las estanterías de los

supermercados. La realidad nos muestra que muchos adultos creen que el sector agropecuario se

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encuentra aislado de su entorno. Nada más lejos de la realidad. La propia Naturaleza se encarga

de recordarnos, de tanto en tanto, que esos cultivos y ganados descansan sobre su ancha

espalda. Las sequías de los últimos meses o las inundaciones inesperadas, nos alertan sobre las

intrincadas relaciones entre la producción y los procesos naturales. Es que la agropecuaria no

sólo es verde por la proliferación de cultivos y pasturas, sino por el contexto ecológico donde ella

descansa.

La perspectiva ecológica

La visión ambiental de la agropecuaria reconoce la necesidad de asegurar un ingreso que permita

a la familia rural vivir con decoro, pero también se compromete con preservar y mantener los

elementos del ambiente, como la fauna y flora de un lugar, la regeneración del suelo y el ciclo del

agua. Los recursos que ofrece el ambiente pueden ser utilizados por el ser humano, pero -

siempre hay un pero- esa utilización debe hacerse atendiendo al menos dos criterios: el primero,

manteniendo la integridad de esos recursos naturales, sea por que se los aprovecha dentro de los

mismos ritmos con los cuales la Naturaleza los renueva, o porque se los repone o protege. El

segundo, asegurando que nuestras generaciones futuras puedan tener las mismas o mejores

posibilidades que nosotros de usar esos recursos en su provecho.

Un minuto de reflexión permite explicar esas condiciones. Resulta obvio que no tiene sentido, por

ejemplo, lograr un éxito comercial con un cultivo a costa de erosionar el suelo, sabiendo que la

recuperación de esa capa fértil puede insumir siglos. El beneficio que ahora se obtiene nos lleva a

futuras décadas de pobreza y problemas que tendrá que soportar toda la sociedad; y de hecho,

procesos erosivos como los que se aprecian en algunas zonas de Canelones son una alarma en

ese sentido. N. Guillot hace más de un siglo (1896) advertía a la Asociación Rural que la “fertilidad

de nuestras tierras, acumulada por siglos, es un tesoro que no hay que apresurarse a malgastar”,

dejando que claro que los desvíos que hoy cometemos se traducen en limitaciones que se

imponen a nuestros hijos, nietos y bisnietos.

 

Un futuro posible: uno de los

humedales naturales más

importantes del Uruguay, los

Bañados de Farrapos (Dpto.

Río Negro), con sus montes

nativos, bordeados por tierra

arada bajo uso agropecuario.

Balances de materia y energía

La visión ecológica de la producción agropecuaria también ha deparado grandes sorpresas,

demostrando que no todo lo que brilla es ganancia. En efecto, esta perspectiva no se contenta

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con los incrementos en la producción por hectárea, sino que los analiza en relación con los

insumos en materia y energía que se vuelcan en la producción. Recordemos que, en un

ecosistema natural, la generación de materia orgánica depende del aprovechamiento de la luz del

sol que realizan las plantas durante la fotosíntesis. Los actuales incrementos de rendimiento se

logran tanto simplificando los ecosistemas, como por enormes aportes de energía adicional de

origen humano.

Esto ha sido advertido décadas atrás al analizarse la energía total aportada sobre cada hectárea;

al aporte del sol se suman la provisión de fertilizantes, pesticidas, la irrigación, el uso de

maquinaria, etc. Los mayores rendimientos se lograban a costa de un aumento desproporcionado

de esa energía “extra”, gran parte de la cual paradójicamente, se perdía en todo el proceso y sólo

una pequeña fracción llegaba al final. Resultó entonces que las nuevas tecnologías lograban

aumentos, sí, pero con un gran “desperdicio” energético, en gran medida condicionado por el

funcionamiento del ambiente. En efecto, el análisis ecológico en los cultivos de granos de los EE

UU demostró que la eficiencia, evaluada por la relación entre las cosechas obtenidas contra la

energía total invertida en cada hectárea, bajó de 3,70 en 1945 a 2,82 en 1970. Si a todo ello se le

suman los impactos contaminantes, los beneficios aparentes se reducen todavía más.

 

Pérdida de recursos: cárcavas por erosión de

suelos en colinas y lomadas del Este (Dpto.

Rocha).

 

Sustentabilidad agropecuaria

La visión ecológica de la producción rural actualmente se orienta hacia el llamado desarrollo

sustentable. Esa estrategia asegura mantener la integridad de los recursos biológicos a la vez que

son aprovechados en beneficio del ser humano. Para lograr ese delicado balance, el uso de los

recursos deben ser mucho más eficiente, tanto por una disminución de lo que se desaprovecha,

como por una mayor intensidad en los productos finales que se obtienen por cada unidad extraída

de la Naturaleza. Debe evitar los impactos ambientales adversos, como la contaminación por

agroquímicos, así como asegurar el funcionamiento de los ciclos complejos de los nutrientes y el

agua.

Este tipo de preocupaciones ambientales está generando acalorados debates sobre las

estrategias productivas. Quienes son muchas veces presentados como los más adelantados en la

producción agropecuaria a nivel mundial,  comienzan a cuestionarse sobre el saldo ambiental y

económico de sus prácticas productivas. Por ejemplo, meses atrás Lloyd Fear, un típico “farmer”

canadiense de Manitoba, declaraba “Cuando comencé a producir hace 23 años no usábamos los

más poderosos químicos hoy disponibles, no inundábamos los campos con fertilizantes, y sin

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embargo teníamos un buen pasar. Sentía que controlaba mi explotación. La relación entre los

ingresos contra los insumos era de tres a uno. Hoy estamos al filo de la navaja, usando

transgénicos, cambiando variedades casi anualmente, usando agroquímicos ... y nuestra relación

entre ingresos e insumos ha caído a 1,2 contra uno, en un buen año. Apenas suficiente para

pagar la cuenta del almacén”.

Esta misma reflexión se debe iniciar en Uruguay, donde el aumento de la productividad

exclusivamente con base en insumos externos, como las raciones, fertilizantes, pesticidas u otros

paquetes tecnológicos puede, además de resultar costoso, generar enormes impactos

ambientales. La experiencia europea muestra que la contaminación de las napas freáticas con

residuos de nitratos de los fertilizantes puede llegar a ser una pesadilla tanto ambiental como

sanitaria y económica. Asimismo, también se pueden perder mercados crecientemente

importantes de consumidores interesados productos naturales.

Se debe analizar si Uruguay ensayará senderos alternativos, como puede ser una estrategia que

incentive la producción ambientalmente amigable, tanto a nivel doméstico como en las

exportaciones. En ese sentido, CLAES (Centro Latino Americano de Ecología Social) está

desarrollando, con apoyo de la Embajada del Reino Unido, un programa para acercar esta

problemática a los productores rurales, sus familias y técnicos y docentes del interior del país. El

objetivo es humilde pero a la vez clave: señalar que la agropecuaria tiene esta cara ecológica, y lo

que allí se sucede tendrá consecuencias ambientales y económicas. Recordemos que del 75% al

85% de las exportaciones del país se basan en recursos naturales, y por lo tanto la integridad

ecológica es indispensable para asegurar esos flujos exportadores.

Por cierto que en Uruguay existen distintos esfuerzos que apuntan a proteger algunos recursos

(como por ejemplo, la ley de conservación de suelos y aguas), pero todavía carecemos de una

visión abarcadora. Los recursos se manejan en forma separada, por un lado el agua, por el otro el

suelo, y más allá las técnicas de riego, y así sucesivamente. Los elementos que constituyen

nuestros sistemas ecológicos quedan desmembrados entre distintas reparticiones y diferentes

ópticas. De la misma manera, las tecnologías agropecuarias deben ser evaluadas por sus

incidencias en la balanza economía - ecología. Finalmente, también se deben valorar ejemplos

nacionales de sistemas productivos agrícola-ganaderos, que insinúan algunos de los

componentes de la sustentabilidad agropecuaria. Estas y otras tareas requieren esfuerzos

conjuntos desde el gobierno, los centros académicos y las gremiales rurales. Pero, más que todo

eso, necesitan de una nueva mentalidad: dos veces verde.

  

Eduardo Gudynas y Gerardo Evia son investigadores en el Centro Latino Americano de Ecología Social

(CLAES). Revista Posdata, viernes 17 de marzo de 2000.

________________________________________

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LA OPCION ECOLOGICA EN LA AGROPECUARIA

Eduardo Gudynas

 

El 5 de Junio, Día Mundial del Medio Ambiente, deja en evidencia uno de los mayores desafíos

ambientales en el país: equilibrar la producción agropecuaria y la protección ambiental. Esa tarea

no sólo arrojará beneficios ecológicos, sino que puede promover éxitos económicos

especialmente en el comercio internacional, atendiendo a los consumidores cada vez más

interesados en la calidad de los alimentos. La calidad natural en lugar de ser una barrera es en

realidad una oportunidad, tanto ecológica como económica.

    

El sector agropecuario continúa siendo el principal motor exportador del país. Más del 85% de las

exportaciones tienen ese origen, y las carnes y lanas siguen a la cabeza alcanzado el orden de

los $ 600 millones dólares. Si bien todos aceptan esta importancia económica, todavía son pocos

los que se percatan que este sector está inserto en un marco ecológico. Tampoco es raro pensar

que los principales problemas ambientales del país residen en las basuras y contaminación de las

ciudades.

Pero lo cierto es que el medio rural es un capítulo fundamental en la agenda ambiental del país.

Nuestras exportaciones agropecuarias se sustentan en la Naturaleza: los ganados necesitan de

buenas pasturas, y éstos a su vez requieren de buenos suelos y agua disponible; los cultivos

exigen suelos fértiles y también suficiente agua. Este marco determina limitaciones a la

producción, pero también ofrece ventajas, y entre ellas muchas de tipo comercial.

Sorpresivamente estamos enfrentando una coyuntura donde no son pocas las ventajas

exportadores que dependen de la calidad ecológica de los productos agropecuarios. De la misma

manera, la calidad del ambiente en el medio rural en gran medida determina la situación

ambiental de todo el país.

 

El nuevo contexto ambiental

La agropecuaria uruguaya se encuentra en una estrecha interdependencia con la Naturaleza. Los

vaivenes climáticos, como las sequías o inundaciones, nos recuerdan ese hecho. La

disponibilidad de agua, así como la calidad de los suelos, afectan directamente a la productividad

de nuestros campos. A ello se suma que los consumidores de los alimentos también le prestan

atención a la protección ambiental, en tanto buscan productos sin contaminantes químicos o

farmaceúticos, y se preocupan por los métodos bajos los cuales se crían ganados y aves. En

estos casos se mezcla tanto una preocupación por el medio ambiente como un entendible interés

en evitar alimentos que pueden dañar la propia salud. Al amparo de esta nueva tendencia han

florecido en varios países industrializados los mercados de consumo de productos "orgánicos", lo

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que logran precios de venta mayores. No debe creerse que esa tendencia es exclusiva de los

países ricos. Está avanzando en Uruguay y en los demás países del MERCOSUR, especialmente

Argentina y Brasil.

De esta manera, una agropecuaria volcada a la protección del medio ambiente logra además una

ventaja económica. Puede aprovechar esos nuevos mercados, colocar allí sus productos, e

incluso lograr precios de venta a veces mayores. Esta situación pone en el tapete la necesidad de

prestar mucha atención a los problemas ambientales que vive el agro, ya que sus repercusiones

además de ecológicas serán económicas.

 

Protección ambiental

Posiblemente una de las más tempranas advertencias de los impactos negativos de la

agropecuaria moderna, y también uno de los más conmovedores, lo realizó Rachel Carson en su

libro "Primavera Silenciosa" (1964). Allí se advertía que el sobreuso de los químicos,

especialmente los insecticidas, estaban envenenando el ambiente. Dice la autora: "Por primera

vez en la historia del mundo, todo ser humano está ahora sujeto al contacto con peligrosos

productos químicos, desde su nacimiento hasta su muerte. En menos de dos décadas de uso, los

plaguicidas sintéticos han sido ampliamente distribuidos a través del mundo animado e inanimado

..." Esos productos contaminan el aire, el agua y el suelo, afectando especies pequeñas como los

insectos, hasta otras más grandes, como peces, trasladándose de un eslabón a otro en la cadena

de la vida. Precisamente el título de esa obra alude a la desaparición de las aves debida a esa

contaminación: "... llega ahora la primavera sin ser anunciada por el regreso de los pájaros, y los

tempranos amaneceres están extrañamente silenciosos" advierte Carson.

Los impactos negativos de los pesticidas, herbicidas y otros químicos que se usan en el campo no

sólo generan contaminación, sino que también degradan los suelos. Nuestro vecino, Argentina, ha

avanzado bastante en identificar varios problemas ambientales desencadenados por esos

paquetes tecnológicos. Por ejemplo, R. Bocchetto (1994), investigador del INTA, indica que desde

mediados de la década de 1970 el incremento de la mecanización, las semillas híbridas, los

agroquímicos y las rotaciones si bien aumentó la productividad "produjo una fuerte degradación

de los suelos", la que a su vez volvió a estancar la producción, donde "el productor pampeano se

convirtió en un instrumento de degradación de los recursos naturales". En nuestro país existen

datos que apuntan en el mismo sentido, aunque todavía dispersos y difíciles de acceder, pero que

indican pérdida y degradación del suelo, problemas con el agua (tanto por contaminación orgánica

y por nitratos, como por disponibilidad), y sobreuso de agroquímicos.

Otros estudios más recientes también han obligado a tomar con mayor modestia los pretendidos

aumentos de productividad de los modernos paquetes tecnológicos. Ello se debe a que esos

incrementos se logran a partir de enormes aportes adicionales de energía y materia. De esta

manera cada kilogramo extra que se obtiene desde la tierra requiere proporcionalmente más y

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más aportes, de donde la eficiencia de todo el proceso en vez de crecer, se reduce. Este hecho lo

viven los productores de un modo indirecto: si bien los rendimientos por hectárea aumentan, ello

requiere insumos cada vez más caros, intensivos y sofisticados. En los predios se manejan

modernas maquinarias, se gasta más en combustible y se aportan diversos productos a la tierra, y

por lo tanto los gastos son enormes. De esta manera cuando se realiza un análisis abarcando

todo el sector muchas supuestas ventajas quedan en entredicho, ya que se hace evidente el

endeudamiento de los productores para mantener esos insumos, se toma conciencia de los

impactos ambientales y de los cambios sociales. En el caso del MERCOSUR se está haciendo

evidente que la búsqueda de intensificaciones todavía mayores en la esperanza de lograr

beneficios económicos, podrá lograr aumentos en la producción, posiblemente desencadenará

una reducción de los pequeños y medianos productores, una mayor degradación de los suelos,

contaminación química y pérdida de biodiversidad, como lo ha advertido E. Viglizzo (1997),

también del INTA.

Buena parte de estos impactos ambientales pasan desapercibidos por su carácter difuso, tal como

sucede con la erosión o la alteración de los ciclos hidrológicos. Eso hace que sean difíciles de

ponerlos en evidencia. Ello se agrava al no estar valorados económicamente. En los predios no se

restan las pérdidas económicas debidas a la erosión, ni los ministerios restan de la contabilidad

nacional las pérdidas de agua potable subterránea por contaminación con nitratos. Sin embargo,

un correcto balance de la productividad agropecuaria debería incluir esos costos ambientales, de

donde posiblemente muchas actividades que hoy se definen como rentables en realidad están

generando déficits económicos que son trasladados al Estado o el resto de la sociedad.

Problemas ambientales como la contaminación de suelos y aguas finalmente deberán ser

cubiertos por municipios o ministerios, o lo que es lo mismo por todos nosotros. De la misma

manera actividades que hoy tienen estrechos márgenes económicos en realidad podrían tener

beneficios ampliados en tanto ofrecen servicios ecológicos que deben ser valorados

económicamente, como por ejemplo la ganadería extensiva.

 

Producción ecológica

Como contracara de estos impactos ambientales se observa que el cuidado del entorno ofrece

ventajas comerciales. Por ejemplo, la venta de alimentos orgánicos en los EE UU alcanzó un

estimado de casi 2 mil millones de dólares en 1996, mientras que en Europa ese mismo mercado

superaba los mil millones de dólares. Nueva Zelandia que una y otra vez es presentada como un

ejemplo de desregulación extrema, en realidad apoya la producción y las exportaciones

orgánicas, especialmente a países europeos y Japón. Ese apoyo incluye la investigación y

análisis de alternativas tecnológicas, y está muy lejos de dejarlos librados al vaivén del mercado.

Si algunos piensan que estas novedades son propias de países ricos, dejando asomar el clásico

pesimismo uruguayo, debería entonces observarse la situación en Argentina. Si bien nuestro

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vecino vive problemas en el sector agropecuario en varios aspectos similares a los uruguayos,  el

sector orgánico no ha dejado de crecer. Ha pasado de exportar 2 millones de dólares ( 5 mil ton)

en 1995 a 20 millones de dólares en 1999 (25 mil ton).

Estos hechos demuestran que la perspectiva ambiental de la agropecuaria bajo ningún punto de

vista apunta a anular esos rubros, sino a buscar los buscar los justos equilibrios entre el desarrollo

y la conservación, tal como lo plantea el desarrollo sostenible. Ese equilibrio reside en asegurar

una producción agropecuaria que no destruya la base ecológica sobre la que descansa, sin dejar

de aprovechar las ventajas comerciales que ofrecen esas condiciones.

Es bueno recordar que la FAO define el desarrollo sostenible agropecuarios como "el manejo y

conservación de los recursos naturales y la orientación de cambios tecnológicos e institucionales

de manera de asegurar la satisfacción de las necesidades humanas de forma continuada para la

presente y futuras generaciones. Tal desarrollo sustentable conserva el suelo, el agua y los

recursos genéticos animales y vegetales, no degrada el medio ambiente, es técnicamente

apropiado, económicamente viable y socialmente aceptable".

Uruguay posee un modesto punto de partida en esta perspectiva de la sustentabilidad. Existe un

incipiente mercado orgánico, tal como lo muestra un reciente estudio de encargado por el

PREDEG del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca, estimando que el mercado nacional en

esos productos es de US$ 1 140 000, abarcando por lo menos 120 productores.

Pero más importante todavía son las implicancias exportadoras. Información hoy disponible

apunta a que el comercio internacional agroalimentario del futuro deberá cumplir con normas de

calidad ambiental y sanitaria cada vez mas exigentes, donde el estándar serán productos libres de

residuos químicos o farmaceúticos y obtenidos de manera natural.

Felizmente estos hechos comienzan a ser advertidos por analistas nacionales, indicándose la

creciente importancia de los factores no-económicos en el comercio internacional de algunos

productos agropecuarios. Por ejemplo, en el marco de las actividades que promociona el Instituto

del Plan Agropecuario, Daniel De Mattos lista entre esos factores la seguridad y la salud del

consumidor, la calidad del producto, el bienestar animal y el cuidado del medio ambiente. No debe

olvidarse que buena parte del sector ganadero fácilmente podría alcanzar esos nuevos

estándares ambientales, lo que abriría las puertas a nuevas exportaciones.

 

Resistencias uruguayas

Por lo tanto en Uruguay se vive una tensión: la calidad ambiental ofrece ventajas comerciales,

pero muchas de las propuestas de desarrollo agropecuario no sólo no sacan provecho de ese

componente, sino que podrían anularlo. En efecto, muchos analistas consideran que la salida de

la crisis debe hacerse esencialmente por intensificar todavía más la producción. En esas

respuestas se albergan por lo menos dos líneas de argumentos. Una está volcada sobre los

aspectos económicos y comerciales, defendiéndose una fuerte re-estructura de las empresas

Page 19: 6-Sustentabilidad y Agricultura

agropecuarias y aumentos de los excedentes que pueden ser vendidos. La otra está recostada en

algunas escuelas científico-técnicas que apuestan al optimismo tecnocrático para intervenir y

manipular el ambiente, y lograr todavía mayores rendimientos. Estas dos corrientes se dan la

mano y alientan la intensificación, más allá de los problemas sociales y ambientales que pueda

ocasionar, e incluso ven la eclosión de esos problemas como un mal necesario para el

"saneamiento" económico del sector.

Estas posturas minimizan los problemas ambientales en el medio rural y pasan por alto las

ventajas exportadoras. Incluso se llegan a cuestionar técnicamente algunas opciones

ambientalistas. Un ejemplo se observa en uno de los boletines técnicos de INIA La Estanzuela,

donde se denuncia que la agricultura orgánica, donde se produce sin fertilizantes sintéticos ni

agroquímicos, y evitando el maltrato de animales, no está basada en el conocimiento científico

"sino en creencias populares alimentadas por grupos socio-políticos, y su sustento radica en la

existencia de consumidores que están dispuestos a pagar un sobreprecio por estos productos" 

(Boletín Nº 50 Serie técnica, 1994).

Este tipo de posturas anula las posibilidades de desarrollas opciones uruguayas basadas en la

calidad ambiental, y dejan como única salida los paquetes tecnológicos convencionales, los que

en buena medida son responsables de muchos de los problemas ambientales que hoy

padecemos.

 

La política de la sustentabilidad agropecuaria

Estos y otros ejemplos indican que se enfrenta un problema en diseñar las políticas de desarrollo

agropecuario. Nos enfrentamos a dos grandes tendencias: una apuesta a la intensificación en

agroquímicos, biotecnología y mecanización, y la mercantilización, y la otra a la calidad de los

productos, la conservación ambiental y la solidaridad social. Es sorprendente que incluso los

defensores de la primera opción reconocen sus impactos negativos. Por ejemplo el ex director de

la oficina estatal de planificación de políticas agropecuarias, J. Preve, propone una "segunda o

tercera generación de reformas" con el objetivo de impulsar el "crecimiento continuo de la

productividad". Pero él mismo admite que las nuevas estrategias de desarrollo agropecuario se

asocian "al uso cada vez más intensivo de maquinaria potente, de agroquímicos, de genética de

alto valor, de calificación en la gestión empresarial, etc.", con lo que se desencadenarían impactos

en el sector, caída de la rentabilidad, salida de productores, búsqueda de ingresos por fuera de

los predios, y se deberían enfrentar problemas en alcanzar niveles de calidad muy elevados.

Sorprendentemente se defiende una línea de acción que ya se reconoce que agravará los

problemas actuales del agro.

En estas posturas quedan muchas dudas sobre cómo se preservarán los recursos naturales que

son esenciales para la producción agropecuaria. Precisamente este punto es ahora reconocido

por casi todos, y como ejemplo basta la nueva propuesta de la "Estrategia para el desarrollo

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agroalimentario en América Latina y el Caribe" del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), que

por cierto está muy lejos de ser una institución ambientalista. El BID insiste en que una de las

áreas prioritarias de inversión es el aprovechamiento sostenible de los recursos naturales,

reconociendo que se han utilizado tácticas depredadoras por su impacto ambiental, junto a

políticas inadecuadas en el uso y acceso a los recursos naturales. El BID indica que uno de los

problemas centrales "es la inhabilidad de los mercados para valorar los beneficios y costos

externos" asociados con el uso de los recursos naturales.

Si bien ya no se niega explícitamente la importancia de la temática ambiental, en los hechos

queda en un segundo plano, tanto a nivel de las principales metas estratégicas de desarrollo,

como en los recursos humanos y financieros asignados. En este artículo ya se han presentado

ejemplos desde el gobierno, los centros académicos, pero lo mismo sucede con algunos sectores

gremiales. Este caso lo ilustra el informe del reciente congreso del Consejo de Entidades

Agropecuarias para el Desarrollo (CEAD), ya que en las conclusiones de los talleres temáticos no

se destacaban los temas ambientales, ni siquiera en aquel dedicado a las estrategias comerciales

(El Observador Agropecuario, 19 de Mayo).

Por lo tanto es necesario pasar a acciones concretas en la incorporación de estos aspectos

ambientales. Las condiciones ambientales no sólo son necesarias para la protección de nuestro

patrimonio biológico, sino que hoy ofrecen ventajas comerciales. Ese hecho clave ya ha sido

advertido en el ámbito agropecuario; por ejemplo, Hugo Durán del Instituto del Plan Agropecuario

sostiene que las "nuevas barreras emergentes no arancelarias al comercio debemos verlas como

oportunidades para nuestros productos". Esas nuevas condicionalidades son el bienestar animal,

la conservación ambiental, la extensibilidad y la certificación de los productos. El Ing Durán

acertadamente indica que una de las recomendaciones que se realiza en Europa para remontar

su deterioro ambiental es pasar a sistemas de producción más extensivos, y lograr así

reducciones en los impactos ambientales, y agrega que "este es el sistema típico de producción

que la zona agrícola ganadera y lechera del Uruguay viene llevando adelante desde hace más de

30 años". Justamente allí están las grandes ventajas del país. En la misma línea CLAES viene

trabajando, con el apoyo de la Embajada Británica,  en una serie de talleres regionales con

productores rurales donde es evidente la sensibilidad de muchos de ellos de buscar nuevas

perspectivas productivas para sus predios.

En estos casos queda en claro que las condiciones de calidad ambiental juegan a favor de

Uruguay, y en especial del sector ganadero. Estas ventajas deben ser puestas sobre la mesa, y

apoyadas con adecuados sistemas que las certifiquen y las difundan por medios de marketing y

publicidad hasta alcanzar a los consumidores de otros países. La calidad ambiental, como centro

de esta estrategia, también nos permitiría remontar el proteccionismo comercial europeo, ya que

la discusión debe ser llevada a su terreno, analizando si esos países cumplen o no con las metas

ambientales que pregonan. Atacar el concepto de calidad ambiental en los foros internacionales

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terminaría por ser un boomerang que se volvería contra Uruguay, limitando la posibilidad de

desarrollar su propios rubros de exportación.

Si bien Uruguay tiene muchas ventajas para llegar a una calidad natural en sus productos

agroalimentarios, no debe creerse que es un paraíso verde. Ya existen signos de deterioro, y por

ello estamos en el momento de tomar decisiones. Si no toma medidas, se continuará en una

camino de intensificación y creciente impacto ambiental, que pondrá en entredicho las

condiciones de "producto natural". La situación ambiental uruguaya no es alarmante como la

Europea, pero es necesario reaccionar ante los problemas que hoy se enfrentan. Si se decide

actuar, con muy pocas acciones, y en particular con nuevos sistemas de certificación y

trazabilidad, se podrá lograr esa condición de "producto natural" elevándola a una posición que

muy pocos países en el mundo podrán alcanzar. Ello requerirá un fuerte apoyo a la investigación

básica y tecnológica, cambios institucionales importantes, y sobre todo una nueva actitud que se

apoye en la innovación y originalidad.

  

Bibliografía

BID. 2000. Estrategia para el desarrollo agroalimentario en América Latina y el Caribe. Dpt.

Desarrollo Sostenible, BID, Washington.

Bocchetto, R.M. 1994. Aspectos multidimensionales de la sustentabilidad agrícola y el enfoque

interdisciplinario, pp 33-51, En "Diálogo XLII, Recursos naturales y sostenibilidad agrícola",

PROCISUR, IICA, Montevideo.

Carson, R.L. 1960. Primavera silenciosa, Grijalbo, Barcelona (1980).

Durán Martínez, H. 2000. Resumen de la gira y perspectivas para el Uruguay, En "Situación y

perspectivas de la cadena cárnica internacional". Instituto Plan Agropecuario e IICA,

Montevideo.

Preve, J. 1999. Algunos temas de política agrícola para el futuro. Anuario OPYPA 2000,

Montevideo.

Viglizzo, E.F. 1997. Uso sustentable de tierras y aguas en el Cono Zur, pp 53-73,  En "Libro

Verde, Elementos para una política agroambiental en el Cono Sur". PROCISUR, IICA,

Montevideo.

 

* Investigador en el CLAES (Centro Latino Americano de Ecología Social).

Publicado en LECTURAS de los DOMINGOS, La República, 4 de Junio 2000, pp 10-11.