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LIBROS Y NOMBRES
DE CASTILLA-LA MANCHA
OCTOGÉSIMOCUARTA ENTREGA
83 Año III/ 21 de septiembre de 2012
Jesús de Payo Lucas
La antropología de Francisco
Giner de los Ríos. En busca de la
libertad democrática
Ed Dykinson; Madrid, 2012; 364 pags.;
27 €
Sobre la obra y la figura de Francisco Giner
de los Ríos se han escrito numerosos libros
y extensas monografías, pero me atrevería a
decir que pocos tan completos y bien
trabados como el libro de Jesús Payo,
producto de una excelente tesis doctoral
presentada hace unos años. Podría decirse
que en las trescientas cincuenta páginas que
lo componen, cuidadosamente editadas por
la editorial Dykinson, está todo Giner, un
Giner vivo, completo, quintaesenciado, en
cada una de sus fecundas vertientes de
hombre de pensamiento y de acción.
De las diversas posibilidades que se le
ofrecían, el profesor Jesús Payo ha
soslayado la perspectiva del experto que
disecciona alguna de las numerosas vetas
del rico filón del pensamiento gineriano y
ha elegido, sin pérdida de un ápice de rigor,
un enfoque panorámico que le permite
mostrar al lector no especialista una visión
clara e informada sobre la obra de Giner y
la España de su tiempo.
La auténtica virtud de los autores clásicos,
y Giner de los Ríos lo es por excelencia, no
consiste solamente en haber alumbrado
intensamente su presente que para nosotros,
lectores históricamente situados, es ya
pasado, sino interpelarnos desde un tiempo
que, gracias a su genio, asumimos como
propio, formando parte de nuestra hechura
histórica y nuestra contextura moral.
Dice Jesús Payo en las conclusiones de su
libro que “Giner no puede quedar reducido
o recluido al krausismo, al krauso-
positivismo, a la Institución Libre de
Enseñanza, a una actitud; su obra y su
figura las trasciende. Muchas de las ideas
de Giner de los Ríos se resisten a pasar a la
Historia sin más. Todo lo contrario, siguen
vigentes. Aún es posible un diálogo actual
con su pensamiento y con su firme
convicción filosófica, pues la Filosofía fue
siempre su guía para comprender a la
persona, a la sociedad y su destino” (págs.
305-306). El libro pone su foco, en apretada
y clara síntesis, sobre el hombre, la época, y
la obra poliédrica de un intelectual cuya
teoría y práctica están impregnadas de una
filosofía, la krausista, que Giner moduló y
adaptó a las circunstancias de su tiempo
para cristalizar en un movimiento de
implantación política y moral, el
institucionismo, que tan decisivamente
influyó en la regeneración liberal y
europeísta de España.
La nervadura fundamental de la obra de
Giner de los Ríos no fue un proyecto
exclusivo de renovación filosófica, sino,
sobre todo, un amplio programa reformador
de la vida española que tuvo como núcleo
vertebrador la dimensión pedagógica, la
construcción interior de un hombre nuevo
que mediante una educación laica y de
profunda base científica y moral diese un
vuelco a la anquilosada vida pública
española. De ahí que Jesús Payo proyecte
acertadamente la obra gineriana sobre el
horizonte de los derechos fundamentales y
las libertades cívicas, valores universales en
los que Giner cifraba la regeneración de la
vida española.
Lo cierto es que de la inspiración y el
magisterio de Giner de los Ríos y de sus
discípulos de la Institución Libre de
Enseñanza –la generación de 1914, de una u
otra manera, es gineriana- se forjaron los
pilares de un liberalismo social, integrador
y tolerante que ni siquiera la tragedia de la
guerra civil y sus consecuencias pudieron
demoler para rehacerse en la transición
democrática y servir de inspiración a la
Constitución de 1978.
Solamente queda invitar a los lectores a que
se sumerjan en este viaje apasionante hacia
los orígenes de las libertades democráticas
española que Jesús Payo nos propone
usando como brújula la vida y la obra
ejemplar de Francisco Giner de los Ríos.
Ángel Valero Lumbreras
Prensa y periodismo especializado
Juan José Fernández Sanz, Carlos Sanz
Establés y A. L Rubio Moraga (editores)
Asoc de la Prensa de Guadalajara, 2012;
560 pags.
Durante los últimos diez años y con
carácter bianual, la Asociación de la
Prensa de Guadalajara ha organizado el
Congreso Internacional de Prensa y
Periodismo Especializado, en
colaboración con el Departamento de
Historia de la Comunicación Social de
la Facultad de Ciencias de la
Información de la Universidad
Complutense de Madrid. Este congreso,
ideado por el profesor de este
departamento, el molinés Juan José
Fernández Sanz, y con la implicación
directa de la asociación de periodistas
guadalajareños convertía por unos días
a la ciudad de Guadalajara en un foro
para el debate, el análisis, la reflexión,
el intercambio, la presentación de
investigaciones y el intercambio de
ideas, que se complementaba
posteriormente con la edición de las
comunicaciones presentadas en un libro.
A principios del verano se presentó en
sociedad el libro correspondiente a la
última edición, la de 2010. En mayo de
2012 debería haberse celebrado este
congreso de carácter internacional, pero
no ha podido cumplir su VI edición. En
la presentación de este nuevo volumen
vinculado a la celebración de estos
congresos Fernández Sanz explica la
razón: “la crisis que nos embarga y que
a todo y a todos nos acaba afectando.
No por falta de ganas”.
El libro de comunicaciones del V Congreso
Internacional de Prensa y Periodismo
Especializado, celebrado en mayo de 2010
en la ciudad de Guadalajara, recopila las 42
comunicaciones presentadas. Estas
comunicaciones se agrupan en cuatro
bloques temáticos: Fundamentos y
Metodologías Aplicadas al Periodismo
Especializado, Prensa y Periodismo
Especializado en sus perspectivas
históricas, Periodismo Especializado como
realidad actual y Especialización y
Periodismo Digital: innovación y
pervivencias. Entre las comunicaciones
presentadas a este congreso de prensa una
de ellas se refiere a una cabecera editorial
de Guadalajara, concretamente a Nueva
Alcarria y presentada bajo el título “Nueva
Alcarria: 70 años de prensa local en
Guadalajara. 1939-2009”, elaborada por
las periodistas alcarreñas Sonia Jodra y
Emma Jaraba. En el momento de la
presentación de esta comunicación, el
periódico era un diario, pero desde la
pasada primavera la crisis y otras
circunstancias lo han devuelto a la
publicación bisemanal, como a principios
de los 90.
La comunicación explica la historia de
esta cabecera de la prensa local
guadalajareña con apuntes del contexto
histórico y mediático en el que fue
desarrollándose. El primer número
apareció el 15 de julio de 1939, aunque
en su primera edición la publicación se
presentó bajo el nombre de Nueva
España. Sin embargo, la coincidencia
con otra cabecera en Asturias con el
mismo nombre será la razón por la que
el 29 de agosto de 1939, ya alcanzando
el número 13 de edición, se convierta en
Nueva Alcarria. El periódico se
convertía entonces en un órgano de
información y propaganda del régimen
de Franco, como rezará en su cabecera
hasta el 6 de junio de 1959 “Órgano de
Información de la FET y de las JONS”
hasta que a finales de abril de 1966, ya
en vigor la conocida Ley Fraga, se
presentará a los lectores como “Órgano
de Información de la Provincia”. Esta
cabecera se ha mantenido hasta hoy,
afrontando distintas etapas y
transformaciones tanto en la línea
editorial, la redacción, la edición y en el
ámbito empresarial. La cabecera se fue
adaptando a la demanda de información
de la sociedad guadalajareña, pasando
de ser un semanario a un bisemanario y
a un diario, el 13 febrero 2004, además
de editarse on line desde 2007. Las
páginas de Nueva Alcarria, a través de
sus reportajes, crónicas, artículos,
fotografías y gracias a su amplia red de
corresponsales facilitan el conocimiento
de la vida política, económica, cultural,
deportiva, social y de la historia del
periodismo de Guadalajara de las
últimas siete décadas. Pero la
comunicación ya no aborda la última
etapa de esta cabecera histórica, la más
complicada con la desaparición de la
edición diaria, la reducción de su
plantilla con casi una veintena de
despidos y la incógnita de si podrá
seguir afrontando un presente en forma
de periodismo digital y apegado a la
realidad de la calle, cerca de los
guadalajareños, con análisis y
reflexiones de lo que preocupa a los
ciudadanos.
Emma Jaraba; Periodista y doctorando
LIBRO DE FAMILIA (2001-2011)
Cáceres, Diputación Provincial, Col.
AbeZetario, 2011, 91 págs.
Prólogo de José Muñoz Millanes
En Libro de familia, publicado por
la Institución Cultural “El Brocense” de la
Diputación Provincial de Cáceres, se ocupa
más que nunca del tema de la muerte, tan
barroco, con toques heredados de Jorge
Manrique: como el tema del ubi sunt?, en
versos como “Dónde están esos trenes que
pasaron / llevando tanta vida en sus
vagones (…)? (p.19), de “Retraso”, que se
complementa con ¿Dónde ha ido el ardor de
sus ojos, / el fuego de sus cuerpos, la prisa
aquella?” de “Viejos en el Casino de
Cartagena” (p.35).
Jorge Manrique está también en la
trastienda de “Pocántico River en el
cementerio de Sleepy Hollow”, cuando
señala: “Pasa junto a las tumbas sin
rozarlas, / sin despertar a los que duermen, /
pasa deprisa, porque no sabe todavía lo que
es llegar al mar” (p.43) (que es el morir,
según el hijo de Rodrigo Manrique).
Claro que ese mar a veces también
es la madre, como observamos en el poema
“Quirófano”, donde “Una enfermera le
llamó dos veces / y el niño, abrazándose al
cuello del padre, / miró a la madre como
quien mira el mar” (p.51). En este caso, la
madre tiene matices juanramonianos,
cuando el poeta de Moguer señala, a su
vuelta de América, tras la boda con Zenobia
y su descubrimiento auténtico del amor de
mujer, en Diario de un poeta recién
casado: “te digo, madre, que eres como el
mar”.
Pero en todo caso, a lo largo del
libro encontraremos que la verdadera
vencedora es la muerte, esa muerte
escondida tras las cruces del Cementerio de
Luarca, otro cementerio marino como el de
Paul Valéry, esa muerte parapetada en el
circunloquio “Alguien que entraba en su
casa sin llamar” (p.53).
La muerte es reincidente en muchos
poemas, a veces disfrazada de esa visita que
todos esperamos, como cuando se ocupa de
“La brigadista”, un personaje singular que
también tiene cabida en sus diarios: “La
visita que ella está esperando / es una vieja
conocida que le traerá una insignia de
fuego” / y se la llevará consigo a la huelga
final” (p. 65). Otras veces, uniendo
matrimonios que vivieron muchos años
juntos; siempre llevándose a algún mortal
que no creía serlo todavía, como aquellos
jóvenes que murieron un domingo, vestidos
de fiesta, mientras regresaban a casa en el
tren.
De aquellos y otros jóvenes, de
aquellos y otros que llegaron o llegarán a
viejos, el poeta solicita algo que salvar, algo
que resista los embates del tiempo y de la
muerte, pero no acepta, como Quevedo, que
más allá seguirá siendo polvo enamorado.
Bien al contrario, tras pedir “Que entre la
destrucción al menos queden / tus ojos, la
fecha y el nombre que te di, / que quede
nuestro amor”, se plantea que eso es
imposible: “Nada perdurará y tú lo sabes. /
Ni siquiera este amor” (p.25).
A lo largo de Libro de familia el
tiempo se muestra como el verdadero
depredador, que solo en momentos
puntuales contrasta con algo nuevo, algo
recién hecho como el pan nuestro, esa barra
de pan recién cocida [que] se enfriaba tierna
de claridad / como si Zurbarán acabara de
entrar al refectorio / y fuera a bendecir a la
Pintura”, del poema “Tesoros ocultos”
(p.31).
El poeta medita sobre la fugacidad
de la vida, y sobre las señales que el paso
del tiempo va dejando en nuestras
actividades cotidianas, en nuestros pasos,
en nuestros ojos, en esos ojos que descubre
a su alrededor, en los “Viejos en el Casino
de Cartagena”, que son ruinas dentro de
otras ruinas, que huelen a incienso rancio y
que tienen la mirada como la tiene un
muerto (p.35).
Raramente se encuentra en el libro
algún joven, y cuando tiene cabida, sirve
como contraste a todo lo demás: caduco,
opaco, adormecido, momificado. Como
contraste al viejo visitante de un Museo
Diocesano, “la mirada del joven es lo único
vivo del museo” (p.37). O ese otro “joven
sucio, rapado y mal vestido, de cuerpo
deslumbrante, que conecta con la
virtualidad ensimismado frente al
ordenador de espaldas al mundo real que le
rodea en un café del siglo XIX” (p.39).
Esos esporádicos jóvenes
responden a otra expresión guilleniana:
“son jóvenes, pero lo saben mal”. Ignoran
que son jóvenes y felices, no saben lo que
es ser afluente, no se plantean, como el
poeta, que “la vida y la corriente le
domarán, le enseñarán, / en medio del
camino, que alguien le está esperando. /
[Que] le dolerán las algas, sentirá que la
orilla se separa de él, / se escurrirán los
peces de su anzuelo de agua / y tendrá sed
de arena” (p.43).
A veces, las menos, el joven resiste
el paso del tiempo porque fue retratado en
el mejor momento de su vida, como ese
joven desconocido cuyo retrato ha
permitido que hayan pasado los siglos y
permanezca vivo.
El activo y destructivo paso del
tiempo lo refleja Hilario Barrero con un
conjunto de metáforas variadas
(vegetalización, cosificación), antítesis, que
originan una imagen múltiple del camino
hacia la muerte.
Claro que la figura retórica más
abundante en el libro es la hipérbole, como
ha señalado José Muñoz Millanes en el
prólogo. Todo el libro puede considerarse
como tal. “Hay una verdadera obsesión con
la decadencia y la decrepitud, con el final
de todo y su residuo en los objetos viejos”
(p.11). La hipérbole supone una
exageración que pese a todo, resulta
hermosa, incluso cuando el poeta se
considera más lejos de la juventud: “nadie
se fija en ti como cuando saliste, / pues eres
viejo” (p. 27), “un seísmo lento de
temblores” (p.53) que señala el párkinson
que afecta a Mrs. Mclaughlin, “de ella
queda la espina de su vida” (p.59), “todo
está tan confuso en el apartamento / que no
hay sitio libre para envolver la sombra”
(p.55), “su cuerpo es un graffiti que
camina” (p.61), “Han pasado mil noches y
han muerto cien veranos” (p.71).
Otras muchas figuras completan el
ornatus de este libro cargado de fértiles
imágenes, en especial las personificaciones:
“murciélagos que piensan” (p. 73),
“duermen frutas podridas” (p. 73), “Miro
los doce lápices […] doce apóstoles en la
última cena de la línea” (p. 81) las
metáforas “el campus, a finales de curso /
es un río de cuerpos”, pero también las
brillantes comparaciones, “gimen puertas
que aúllan como un perro asfixiado” (p.
73), “se le enreda el rosario entre los
guantes como una cobra de plata que
resbala” (p. 75), “los zapatos le brillan
como si Dios fuera su espejo” (p.73). A
veces, unidas a fértiles metáforas
cosificadoras: “mi padre me coge de la
mano, como un jilguero en la jaula enorme
de la suya”, “se hace un silencio como una
bola de fuego” (p.79), “una nube viajera,
como un ángel perdido” (p.85), o las
exquisitas sinestesias “silencio frío” (p.85).
De este modo, Libro de familia es
un poemario de resumen, de observación
reflexiva del paso del tiempo, de un poeta
que empieza a sentir la próxima llegada de
la visita que todos finalmente recibiremos.
Podríamos pensar anticipada y
precipitadamente que un tipo de libro como
este resulte lúgubre, y de lectura nada
atractiva: todo lo contrario, es tal el cúmulo
de bellezas internas que acumula, que su
lectura resulta atractiva, como la de un
poeta clásico, cuyos versos nunca mueren.
Hilario Barrero entra con Libro de
familia en el grupo de poetas inmarchitos
que han cantado el paso del tiempo y la
llegada del final consiguiendo así obras
maestras. Quizás le haya influido alcanzar
la infancia de la vejez, como ha
denominado él mismo al hecho de traspasar
el umbral de los sesenta. No ha sido el
único. La nómina de poetas que han
contado el reflejo de la edad y que han
cantado el influjo de los años y la previsión
de una muerte próxima es innumerable. La
Fama mantiene su voz por los siglos de los
siglos. Antonio A. Gómez Yebra
(Universidad de Málaga) en la revista
CLARÍN
FRUTOS SORIANO
El deshielo en Cicely
ED. QUE VAYAN ELLOS (QVE), 2012.
Según en qué momentos, cruzar el
parque de Abelardo Sánchez tenía algo de
heroico. “El Parque, a esas horas,
imponía. Se hablaba de atracos (yo
mismo fui atracado un par de veces), de
gente oscura que rondaba los urinarios, de
pandillas que abandonaban los barrios
marginales al caer la tarde... El frío y la
oscuridad de la ciudad se volvía más
densa en el Parque”. La memoria infalible
de Frutos Soriano convierte en una
aventura prodigiosa la remota experiencia
de cruzar el parque de la mano de su
madre cuando era niño. Mágica, porque
es el recuerdo que elige para activar el
hechizo Expectro Patronum, el que Harry
Potter aprendió del profesor Lupin. Hacía
falta un recuerdo con mucha fuerza, un
recuerdo especial. Harry eligió la vaga
sensación, casi un sueño infantil, de
vislumbrar las caras de sus padres. Frutos,
la de cruzar el Parque de la mano de su
madre.
Naturalmente, el hechizo en el caso de
Frutos es virtual. Aunque tal vez no tanto
como parece. Consigue iluminar una
escena pueril. Consigue emocionarnos. A
mí doblemente porque conozco a Frutos
desde que éramos unos críos con
ambiciones literarias y él fue mi primer
guía de lecturas. Apenas un año mayor
que yo, siempre se las apañaba para
aparecer con un autor nuevo o un libro
extraordinario, que él glosaba con
ceremonioso entusiasmo, sosteniéndolo
en una mano mientras se ayudaba de la
otra para explicarse. Ya por entonces, a
veces, hacía un gesto de incomodidad,
como si le apretara el cuello de la camisa
y necesitara liberarlo. Ninguna de sus
propuestas me defraudó. Al contrario.
Conservo el recuerdo de lecturas como la
de El señor de los anillos, como una
experiencia iniciática.
Han pasado los años, como ocurre
siempre en los cuentos, pero Frutos
Soriano se las ha ingeniado para
conservar aquella capacidad de asombro.
En gran medida incrementada gracias a la
complicidad con su hijo Ezequiel, cuyo
crecimiento ha aprovechado para
inclinarse a ver el mundo otra vez con
ojos infantiles. Así, son deliciosos los
capítulos en los que Frutos revive las
películas que han visto juntos y las
sensaciones compartidas. Las citas son
siempre certeras, como aquella en la que
Allan Parrish cuenta lo vivido en la jungla
procelosa del juego Jumanji: “Oyes pasos
en la oscuridad, algo que no puedes ver se
acerca, y rezas para que tú no seas su
comida”.
La prosa delicada y minuciosa de
Frutos obra el resto. Parece que escribe
acariciando el libro o la bola de cristal o
lo que sea. Para dar forma definitiva al
libro, se encerraron su hijo y él en una
casa en Trasmoz, al pie del Moncayo, en
una soledad parecida a la del protagonista
de la serie Doctor en Alaska, de la que
Frutos, mitómano incorregible, era forofo.
El pueblo de la serie se llamaba Cicely, y
del esplendor descontrolado de la
primavera en aquellos parajes procede el
título. El deshielo en Cicely es una
autobiografía a salto de mata. A la manera
de Borges, reúne artículos escritos hace
un cuarto de siglo con otros actuales,
mezcla prosas con versos, reportajes con
cuentos infantiles y acaba con tres
poemas de Ezequiel. El resultado es muy
desigual, lo que distrae de los pasajes
magníficos, que brillan en la espesura.
Yo disfruto sobre todo de las
descripciones y las narraciones en las que
la bondad de Frutos se sobreentiende, sin
necesidad de entrar en moralejas. Por eso
sus haikus, con los que remata y sintetiza
muchos de los artículos, son
extraordinarios. Porque en tres versos
solo cabe la esencia. Y también los textos
en los que se distancia emocionalmente,
como Universitarios, que es casi una
prosa poética escrita en tercera persona. O
los poemas con toque surrealista, como El
intercambio o el llamado Olor. También
el poema de La garita, el mejor que le he
leído a Frutos, lleno de encanto
misterioso. Y el cuento La niña y el
monstruo. Hasta los poemas de Ezquiel
revelan a un aprendiz con criterio. Al fin
al cabo son: “En silencio / un niño y un
adulto / espiando a un pájaro”.
Arturo Tendero
Jesús del CAMPO
Castilla y otras islas
Barcelona, Editorial Minúscula 200 pp.
Salió este libro en 2008 y es ahora cuando
lo he descubierto, casi de casualidad.
Se trata de un libro de narrativa interesante
y bellísimamente escrito, más bien de viajes
que de historia, donde ésta última aparece
como telón de fondo o como motivo
principal que alcanzar a través de diversos
viajes en busca de algunos pueblos de
Castilla.
Su autor, ya curtido en esto de la escritura,
sigue la premisa de que “la rebeldía ante las
convenciones del llamado mundo real es el
primer mandamiento del viajero”.
Aquí, en esta obra, aparecen historias y
pueblos, evocados con gran finura literaria,
que se entremezclan con personajes de otras
tierras y lugares, muchas veces lejanos, que
se asoman a ella como por arte de magia,
por asociación de ideas en algunos casos,
como apariciones momentáneas o
rellenando un paisaje.
Es interesante destacar que los viajes se
hacen, normalmente, en tiempo de otoño,
cuando los campos no son tan pesados y la
historia se agazapa entre los pliegues del
terreno, muchas veces bajo la lluvia y
cuando los árboles, desnudándose, agitan
sus ramas al viento.
Suena una música de fondo. Música que
suele acompañar al viajero y a su evocación
con los antiguos sones a lo Mudarra, a lo
Gaspar Sanz o a lo Tomás Luis de Vitoria,
en contraposición a ese otro mundo
¿popular? -o simplemente hortera- que se
encuentra cuando llega, pongamos por caso,
a un determinado pueblo, donde la radio
emite una de las muchas “creaciones” de
Los Changuitos o del Fary.
Las gentes suelen ser amables, aunque hay
veces que sus ocupaciones no les dejan
tiempo suficiente como para entablar
contacto con el viajero que, al parecer,
quiere contemplar in situ aquellos lugares
que fueron determinantes en tal o cual
batalla o acampada cidiana.
O simplemente pasear por la plaza donde se
instaló la horca donde un día no muy lejano
pendió el cuerpo de D. Juan Martín “el
Empecinado”, en Roa, después de haber
sido muerto a bayonetazos en la jaula donde
era expuesto y en la que no pudo
defenderse. Bajo los soportales hay bares y
tiendas de electromésticos.
El Cid, con su recorrido del destierro; el
Empecinado, con su larga peripecia bélica;
Carlos II, con su viaje; lord Wellington en
tierras salmantinas, cuando lo de los
Arapiles… Tantas evocaciones y recuerdos,
que la historia, tantas veces, trata de
retorcer y desfigurar.
Por eso, la lectura de este libro se hace
rápida y fácilmente comprensible, puesto
que los paisajes, las calles, plazas y
palacios, las casas sencillas, los caminos y
carreteras, los ríos que convergen en un
punto, están tan bien definidos que su
descripción no permite irse por otros
derroteros, aunque siempre cabría la
posibilidad…
Y si el lector también es viajero, miel sobre
hojuelas, porque comprenderá con mayor
facilidad los pensamientos que le surgen al
autor: mientras conduce (atento a la posible
Guardia Civil camuflada a la caza de
paganos), o mientras camina por senderos
embarrados en busca de tal o cual paraje
que “el paisano” o “la paisana” de turno,
aborígenes ambos, no han sabido indicar
con claridad, o mientras un amable
lugareño le hace un croquis en una hoja de
papel bajo una lluvia pertinaz que no
empece para que el viajero se adentre en el
paisaje que sirvió de escenario de la batalla
o del recuerdo o de la simple evocación.
Salen a la palestra otros personajes más
alejados, como el señor de Montaigne,
d‟Artagnan, Ricardo Corazón de León y
tantos otros que se engarzan en la historia
literaria del viaje y hacen que se cumpla lo
que éste persigue y que no es otra que el
mismo hecho de viajar, puesto que cuando
se acaba el viaje, comienza lo literario o,
mucho mejor, se entremezclan y dan (o
pueden dar) como resultado este sencillo
libro, ameno y amable, que tanto es de
agradecer, ya que no son muchos los de esta
temática -de viajes- que se asoman a los
escaparates de las librerías y sí, muchos
más, los que avasallan al lector con infinitos
datos de cómo llegar y qué ver, sin apenas
dejar paso a la libertad de imaginación que
se logra con el callejeo.
Por eso, a veces, merece tanto la pena viajar
a la buena de Dios, a donde a uno le lleve el
coche, sin fines concretos y cuando se
llegue a un sitio que le diga algo, pararse y
ruar lentamente, degustando las cosas
sencillas: un llamador, un alero, el humo
que sale de una chimenea, la gente que
camina presurosa bajo la lluvia o bajo el sol
abrasador de la tarde de verano… y si se va
a Santiago de Compostela, se va cuando
llueve y si se va a Almería, en agosto
cuando el calor… para ver la realidad que
hará que todo se convierta en más irreal.
En fin, un libro este de Jesús del Campo
que alegra la vida, que hace pensar por
contrapunto y comparación, que significa
un balón de oxígeno ante tanto libro que
llena muchas páginas y nada dice, y que
conduce al lector por los mismos caminos
que siguió el autor, haciéndole alcanzar las
mismas metas, pues que el paisaje y la
historia se hacen viaje y al revés.
Me ha gustado tanto este libro que se me
olvidaba decirles que las páginas 138 a 143
se dedican a la villa atencina en día
neblinoso. El autor recorre sus callejas y
contempla las iglesias: “A mi derecha
distingo la iglesia de Santa María del Rey, y
el cementerio de bien ordenadas tumbas que
hacen ver que los vivos han aprendido con
el tiempo a enterrar a sus muertos con más
fuste y mejor disposición que a arreglar la
propia existencia”, y habla con Don
Agustín, ese hombre culto que se empeñó
en hacer de Atienza una auténtico museo de
arte, arqueología y paleontología.
Aparecen los recuerdos del rey Alfonso “el
de las Navas” y de DuGuesclín, y también
de Don Álvaro de Luna, el condestable y
del comunero Juan Bravo.
Y al final, el viajero pregunta por la ermita
de la Virgen de la Estrella, cerca de la señal
que indica el Camino del Cid…
José Ramón LÓPEZ DE LOS MOZOS
Hoy, al levantarme (y otros
relatos)
Ataulfo Solís Sánchez
Edita Imprenta de la Diputación de Ciudad
Real, 2012
Encontrarse con un potente escritor, que por
circunstancias generadoras de impotencia,
está en los principios de darse a conocer:
lugar donde aún le pueden calificar de
escritor en potencia, genera una secuencia
de sentimientos, de fenómenos de
intensidad y duración, con altibajos,
variable. Provoca la sensación de vivir entre
variaciones del tiempo: borrascas y
anticiclones superpuestos. La sensación de
que estamos ante desafíos nuevos que
desatarán el nacimiento de nuevos críticos
entre escritores viejos.
La obra que nos presenta Ataúlfo Solís
Calle, con sus relatos de “hoy al levantarme
y otros”, es un espacio literario al que hay
que acercarse sin el pensamiento oxidado
que han generado otras lecturas, dejando
atrás toda herramienta vieja y herrumbrosa
que nos haya servido de crítica para obras
similares. Estamos ante un fenómeno de
cambio profundo que es inútil comparar con
otros escritores, con otras líneas
generacionales o medirlos con los raseros
de cualquier discurso narrativo viejo. El
lenguaje narrativo de Ataúlfo genera su
propia crítica, como lo hace la de Julio
Cortazar o Roberto Bolaño por citar dos
ejemplos significativos en este tipo de
narraciones en nuestras letras cada vez más
globalizadas.
El lenguaje, la palabra en la narración de
estos relatos, se convierte así en un tipo de
salvación. A medida que nos adentramos en
ellos surge el agradecimiento de cómo se
utiliza la palabra. En cualquiera de los
relatos aquí expuestos, la palabra adquiere
una dimensión especial, singular; en cada
línea narrativa la palabra tiene una forma o
escultura propia que nos dignifica y la
sientes como una ayuda indispensable en
este camino de humanos (ante el deseo que
tenemos muchas veces de que nos gane el
mar en un mundo insoportable, al leer estas
narraciones, quieres dejarte ganar por el
mar de las palabras de Ataúlfo como tabla
de salvación de una locura probable,
provocada por todas las circunstancias). No
es una escritura más, es una nueva forma de
escribir que nos descubre o muestra otras
dimensiones de nosotros mismos. Hace la
ficción realidad o la realidad ficción. Y él
es consciente, como buen escritor, del valor
de lo que escribe: “mi realidad se acaba
mezclando con la ficción” dice uno de sus
personajes en el relato: “hoy al
levantarme”.
La verdad está también en la ficción, sobre
todo cuando el que las escribe lo hace como
habla o quizás hable como escribe. Lo que
significa que cree en lo que está haciendo,
entonces las palabras se convierten en
creadoras de verdad. Conozco al autor de
estas narraciones desde hace el suficiente
tiempo como para poder afirmar con
prolijas razones que son ciertos estos
principios (no son nuevos, en ellos también
creía Antonio Machado).
Ataúlfo utiliza sus relatos para justificarnos
o dignificarnos, o mejor dignifica la miseria
y la mediocridad diaria, cotidiana; es una
constante, pero en unos relatos se resalta
más, así nos lo muestra en “a las diez donde
siempre”. Sorprende su paso -de un relato a
otro- de una sensibilidad extrema a una
sensibilidad sostenida o más entrañable (en
esta cualidad es generoso). De una
descripción desgarrada o desgarradora a un
dibujo minucioso y acariciador del más
pequeño de los detalles, hasta hacernos
sentir cómodos en el cuadro con el fin de
notar, palpar como ciertas las circunstancias
y el desenlace: lo comprobamos en “la
libertad era esto”. Historias cotidianas que
acosa hasta convertirlas en energía pura.
Las impulsa hasta que desaparecen de ellas
todo atisbo de cotidianidad, de
mediocridad.
Después del tercer relato “la posición” o
quizás del primero, no puedes parar. Te han
atrapado las palabras y metido en su mundo
de verdad, en nuestro mundo de verdades;
pues apenas seríamos nada sin ellas -las
palabras-, algo más que simples bestias de
carga.
“Mucho dolor es morir. Ningún dolor es
estar muerto”, otro relato que nos
introduce el frío en la “espina” dorsal: es
una constante su descripción de ese frío
permanente que nos muestra desamparados
en un vivir que no necesita de otoños o de
inviernos para manifestarse. Ataúlfo Solís
Calle, crea imágenes potentes (al
mostrarnos su mundo de ficción o el
nuestro de realidad), inesperadas que hacen
que su prosa nazca impregnada de poesía.
La muerte –en este joven autor- ronda sus
relatos (quizás por la desaparición de un
antecesor antes de lo previsto, como todas
las muertes, que lo dejó marcado o lo ha
dejado marcado de por vida) y carga de
filosofía el sentimiento de vivir y la forma
de hacerlo. Es una maestra que guía el trazo
de sus líneas. Le hace generar, en esta
trama, una elegía pura, prosa poética que
eleva el hecho hasta hacerlo espíritu.
Atrapado en cualquier hora, pero me gusta
la madrugada, se vienen los relatos a los
ojos y no puedo desprenderme de ser
guiado por sus líneas regulares o alteradas:
“el sombrero de Parker” o “el poeta
silente”, hacen sentir experiencias nuevas,
ir de sorpresa en sorpresa. Sorprende tanta
fuerza, la enorme fuerza de las palabras en
un autor joven que hacen que toda
experiencia, que toda influencia sea tan
antigua como la memoria colectiva del ser
humano. Rayan los arquetipos en cada uno
de sus personajes.
Así, de frase en frase, de palabra en palabra,
nos conduce hasta un desierto dejándonos
ante nuestro propio espejo: eso es el último
de sus relatos en este volumen, “hoy al
levantarme”. ¿Habla en él de su realidad o
de la nuestra? ¿De su ficción o de nuestras
verdades irreales? Lo cuestiona todo para
que el pensamiento vuelva surgir limpio,
¿crítica o ironía permanente? Qué más da.
Son reflexiones, profundas, cultas, actuales,
agobiantes, esquizofrénicas (como la
realidad misma o como la ficción real).
Exageración que busca el reencuentro con
el yo o con el otro yo. Ansia de abrir
brazos, o crear lazos, o dar abrazos. Sólo
sometido a la soledad, voluntaria o no, del
creador puede conseguirse esta altura
narrativa, así consigue Ataúlfo mostrarnos
los trazos más bellos en una escritura ágil y
rica. Este último es su relato más
intenso el que nos descubre los múltiples
“yoes” que nos habitan; o las múltiples
caras que tenemos; o las múltiples angustias
neuróticas que nos inundan. O los grandes o
pequeños monstruos que somos. O los
grandes o pequeños hombres que todos
llevamos dentro.
Prólogo de Manuel Muñoz Moreno
Sofía Ortega Medina presenta su
primer libro
'El misterio del cálamo' (Finis Terrae
Ediciones), una novela romántica
ambientada en la Inglaterra del siglo XIX,
abrirá la saga "Encadenados", proyecto de
esta escritora toledana
La toledana Sofía Ortega Medina
presentó el pasado fin de semana en El
Foro de Toledo, en plena Plaza de
Zocodover, la novela El misterio del
cálamo, que acaba de ser publicada por
Finis Terrae Ediciones. Esta novela
romántica, ambientada en el Londres
del siglo XIX, representa la primera
incursión en el género de esta autora,
que se dedica al mundo del diseño
gráfico.
El misterio del cálamo narra la historia
de dos jóvenes obligados a casarse por
las circunstancias que los rodean.
Nicholas esconde su tormento tras la
muerte de su padre a través de una mal
disimulada indiferencia; ella, Brianna,
se enfrasca en la escritura para huir de
la cruel realidad. La novelista se
pregunta, a lo largo de las páginas del
libro, si podrá un diario demostrar que
dos personas de caracteres opuestos
están destinadas a amarse eternamente.
Con esta novela se inicia la saga
„Encadenados‟, formada por cinco
novelas protagonizadas por cinco
amigos que guardan un secreto que los
ata al pasado y cinco mujeres con
habilidades especiales. Además de
Nicholas, James, Michael, Allan y
Stuart conseguirán vencer sus miedos
gracias al amor de Sophie, Roselyn,
Alice y Sarah, representantes, junto con
la escritora Brianna, de saberes de
pintura, medicina arqueología y
matemáticas. En definitiva, se trata de
«vidas ocultas, atormentadas e intensas
con un increíble anhelo de ser
salvadas», según el portal „Autoras en la
Sombra‟, al cual pertenece la autora.
«Sofía, aunque reside en Madrid desde
hace nueve años, lleva Toledo en el
corazón, su ciudad natal. Cada rato libre
lo dedica a escribir. Para ella, un libro,
ya sea creándolo o leyéndolo, es la
mejor medicina del mundo», en
palabras de la editorial. Tras estudiar
Periodismo en Madrid, cursó un máster
en Diseño Gráfico y otro en Edición
que, acompañados de su interés por la
novela y los cursos de escritura creativa
y corrección, han dado como resultado
El misterio del cálamo y los libros que
le seguirán. La presentación contó con
la presencia de la autora, que firmó
ejemplares, y del empresario Pablo José
Junquera.
latribunadetoledo.es – 17-IX-2012
MOTA DEL CUERVO Y SU
HISTORIA
El Ayuntamiento de Mota del Cuervo
organizó en abril de 2010 las Segundas
Jornadas de historia local, y las
ponencias y comunicaciones de dichas
jornadas ven ahora la luz en un libro.
Entre los capítulos del libro podemos
mencionar los siguientes:
UNA MIRADA GEOGRÁFICA A MOTA
DEL CUERVO, de Jesús F. Santos Santos.
LAS DESAMORTIZACIONES
ECLESIÁSTICA Y CIVIL EN MOTA
DEL CUERVO de Félix Gonzalez Marzo.
MOTA DEL CUERVO EN 1750.
SOCIEDAD Y ECONOMÍA DE UNA
POBLACIÓN MANCHEGA EN EL
SIGLO DE LA ILUSTRACIÓN de Cosme
Jesús Gómez Carrasco y María del Mar
Simón García.
LA INQUISICIÓN EN EL MUNDO
RURAL: LOS FAMILIARES DEL
SANTO OFICIO EN LA VILLA DE
MOTA DEL CUERVO de Lorena Ortega
Gómez.
MOTA DEL CUERVO ENTRE LA EDAD
MEDIA Y LA EDAD MODERNA. UN
CONCEJO DE LA ORDEN DE
SANTIAGO, de Pedro Andrés Porras
Arboledas; y
VIAJEROS POR MOTA DEL CUERVO,
TESTIGOS DEL PASADO, de Óscar
Bascuñán Añover.