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8mananO nefario .. JDel>tcabo eepectalmente á lat famUtas católtcu be la. -- Se publica loe 1unes. -- lDttectOt, 1tc. lDíctoria no Bgüeros. I ustraao ralla II. HUIIBRO 98 I . IIEXIOO. Diríjanee loe pedidos de subscripción al Director Apartado nóm. 3. 79, ó Cerca de Santo Domingo PRECIOS DE SUBSCRIPCION Por IIn mee en la CapitaL .......... .. $ Lunes 10 de Noviembre de 1902. nl1m ••• Por ,. " eDloeE8tadoe . .. .. . .. _ .. .. ___________ __ ________ _ GALANTERIA. De la colección de la Casa Pellandini.

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8mananO nefario ~ ..

JDel>tcabo eepectalmente á lat famUtas católtcu be la. ~ía -- Se publica loe 1unes. --

lDttectOt, 1tc. lDíctoria no Bgüeros.

Iustraao

ralla II. HUIIBRO 98 I . IIEXIOO. Diríjanee loe pedidos de subscripción al Director Apartado nóm. 3.79, ó Cerca de Santo Domingo

PRECIOS DE SUBSCRIPCION

Por IIn mee en la CapitaL .......... . . $ ~;g Lunes 10 de Noviembre de 1902. nl1m ••• Por ,. " eDloeE8tadoe . .. .. . .. _ .. ~ .. ~_~ ___________ ~ __ ~ ________ _

GALANTERIA. De la colección de la Casa Pellandini.

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El Coálcero de Madera.

1 La escena se desarrolla. en el boulevar y

en la esquina de la calle de 'l'aitbout. Cae una lluvia menuda, fina, casi invisi­

ble, como si saliese.rle un pulverizador colo­sal que oprimiese allá arriba una mano gi­ganteilca.

El cielo es gris pellado. Los árboles per­dieron sus hojas, y el lodo negro salpica y cubre los pavimentos y aceras.

Se siente frío, pero aquel frío molesto propio (le diciembre, que parece traer con­si~o alfileres agudos; pero, á pesar del frío, el boulevar está lleno de gente. \ En la esquina de la calle de Taitbout hay un muchacho parado. Tiene unos diez año!'; mechones de cabellos castaños mal peina­rlos cuen sobre sus orejas, y en forma de espigas rígidas cubren su frente y sus cejas' tamhién. No anda el chico muy bien traJea­do. So pantalón, su chaleco y su a,brigo han sido, sin duda, cortados por mala tijera en nn corte de terciopelo de pana, antes de co-101' marrón y hoy de un gris indefinido. Todas las piezas son largas y holgadas; pero hay la esperanza de que los pequeños crecen, si no mueren antes. El muchacl:lO no parece torpe.

Sus ojos son azules, pequeños, vivos y du\ces.

Se llama Carlos }i'rou. So padre es hom­bre pacífico y el ch : n

') también. Ji]) ¡'~ l

J!flIHace pocos días que el nadre se dedica á explotRr la venta de nn nuevo juguete con­sistente en un coracero de madllra , en acti­turl mareial. que esgrime el RRble galopando sobre un caballo brioso. Este se mueve sobre unas ruedecillas y el sable se levanta, baja y gira en rededor de la cabeza del hé­roe, atravesando pechos imaginarios, cor­tando cabezas invisible!', mientras el cora­cero, con los bigotes erizados, mueva los ojos má¡: fero~As que vieron enemi gos.

kl papá vende muchos coraceros rle esl a clase, y suelen pasear su mercancía á lo largo de los grandes bonlevares, desde el An¡bigú á la Magdalena ,

El es quien ha instalado á su hijo en J.a esquina de la calle de Taitbout con una tabli · lIa colgada al cuello por un tirante y llena de un escuadrón de coraceros, deslumbrado­res y arrogantes.

Cada mañana entrega veinte al muchacho y hay que ad vertí r que cada coracero vale veinte monedas de á cinco céntimoll.

Todas las noches, cuando el muchacho vuelve al piso sexto de una casa de la calle de las Acacias, debe Carlos entregar tantas veces veinte monedas de á cinco céntimos cuantos sean los corllceros vendidos. .

Bajo la lluvia fina y menuda, Carlos tiem­bla. Sos mejillas, sus orejas y narices apa­recen muy encarnadas, y sus manecitas he­ladas están metidas en sus bolsillos. Con voz atiplada y quejumbrosa anunlJÍa su mero cancía: "!

-1 Coraceros, $eñores, coraceros valien­. tes á veiote sueldos!

La muchedumbre, llena como él. de frío, pasa indiferflnte. Y Carlo¡; repite su anun­cio, coo regularidad, con aquel ritmo calle­jero que aprendió de su padre.

Parece que su voz tanga algo de plañide­ro. No es que sienta frío solamente . Harto acostumbrado está á las inclemencias del clima. No es tampoco que se sienta malo ni que tenga hambre , pues es chico robusto y su padr!' es muy bueno y le provee de abun­dante comida. Entonces & por qué l~ora' , -Por qué mira con ojos de espanto á todos los que se acercan á él' & Por qué se fija con tanto asombro en los muchachos ricos que se aproximan tentados por la gallardía del coracero de madera' Y & por qué, finalmente, cuando le dan el dinero y el soldado desa­pa1:ece en poder del comprador, sus labios

SEMANARIO LITERARIO ILUSTRADO ~~

se hin~han y sigue con mirada de desespera­ción al niño que se lleva al coracero entre la muchedumbre de coraceros'

Hoy la venta ha sido buena. No le queda más que un solo coracero, mientras en su bolsi llo suenan diecinueve piezas de veinte sueldos.

III Acompañado de su madre, pasa cerca de

él un niño easi rozándole. Es pflqueño, es­cU;1 lido, flaco y de!'\medrado . Anda con gran dificultad y tiene nna jiba en sus espaldas. Tiene la misma edad de Carlos Frou. Sin haberse dirigmo nuuca mutuamente la pala­bra, hace tiempo que $e conocen, pues SI" han cru:(.ado á menudo en la calle. El joroba­dito se \lama Oastón Lembelly, demasiado nombre para tan poco cuerpo, y su madre es una señora viuda mny rica que habita en el piso primero de I~ calle de las Acacias. de la c¡ne es propietaria.

Al pasar dfl),Hlte de Carlo~. nastón se de­tiene. Ha conocido á su veoino y sonríe dán­dole los buenos días con un movimiento de cabeza. Gastón se da cuent& del juguete puesto sobre la tablilla.

- ¡ Oh. mamá 1, ¡ el bra70 coro cero I I qué hermoso! ....••

Sus ojos ribeteados de negro, sus ojos de enfermito deRtinadoR á cerrarse pronto para siempre, se alzan más y más, y su manecita larga, flaca y blanca como la cera, aVaD:Ila con avidez, tomá el coracero y hace jugar el resorte que mueve el sable, los oios del militar y levanta el caballo de suerte que éste galopa y el soldado esgrime su arma, que atraviesa pechos y siega cabezas eDe­migas. l-¡ Mama 1, cómpramelo: I te Jo ruego I -, Cnánto cuesta', preguntó la madre á

CarloR Frou. - Veinte ¡me Idos, senora. --Ahí van. y Gastón Lembelly se lIev!J, el juguete.

Nada queda ya sobre la tablilla. Carlos ba­je la cabeza, slJs labios se contraen, bace esfuerzos inauditos para no llorar. Pero .... no puede, y rompe en sollozos extraños, tocando casi con la frente la tablilla vacía y siempre con sus manos abotagadas en los bolsillos.

-1 Ay! ¡ ay! I ay 1, va exclamando el po­brecillo, mientras su pecho se oprime.

Gastón Lembelly le ha oído. Vuelve ha­cia él y arrast.ra casi por fuerza á su madre.

-,Por qué lloras', le dice tuteándole. , ,Alguien tal vez te ha hecho daño'

Carlos solloza. Nada responde, pues no podía responder tampoco.

El l'nfermo insiste : --Veamos, dice, ,por qué lloras' Carlos enjuga sus ojos pasando la manga

de su traje por ellos pero los ojos encuen· t1'an el contacto de la!! manchas de barro y unas líneas grises muy antipáticas se dibn­jan en el rostro de Carlos. Entre sollozos y con frase entrecortada, explica asf su de­sazón:

- Yo no lloro .••• l1adie me hizo daño. No, no, yo no quiero llorar •••• pero I ay, mis coraceros I ... ,

--, Es tal vez que no te los han pagado! . -Es que yo les quiero tanto I tanto I I Son

tan hermosos! Cuando los tengo todos en­frente los miro con orgullo y siento con ellos un placer extraordinario . . Pero jamás los he tocado i PIlPá, ·me lo tiene prohibido. Y cllan­do todos se van con los compradores, lloro, lloro mucho, sí, porque quisiera tener uno para mí, I para mí solament.e I ...•

-\No has pedido acaso nunca uno á tu ' papá7 .

-8í . . .. pero papá no quiere. Cuestan muy caros. ,

El enfermito miraba al veudedor de cora-ceros con ojos suaves y apaciblés.

~I Sí, sí, quisiera uno!, sollozó Carlos. Entonces Gastón le da 'su juguete. --j Tómalo I te lo doy: guárdate el dinero

y t6málo. . .

tl

Carlos Frou no puede creer en 10queoYl:! y ve. Con sus manos tendidas, lo!! dedo separados, los ojos asombrados y la boca abierta, mira con vacilación á su amiguito y no acierta á darse cuenta de tan súbita felicidad.

El enfermo pone encima de la tablilla de Carlos el coracero de madei'a.

-,No es verdad, mamá, que tú 10 quie­res!

-sr, hijo mío, exclama la madre 'conmo-vida. .

y la señora de Lembelly desaparece entre la muchedumbre acompañada del joroba· dito.

IV I Carlos Frou llegl\ á In calle de las Acacias.

Sus cuentas están ronformes. Tenía por la mañana veinte coraceros. Por la noche ha traído veinte francos

Ha esconcido su juguete en el bolsillo. Por la noche, en su C>lmita, juega con él, y también hace lo mismo por las mañanas antes de salir. Y lo trae por los boulevares, temeroso de que su padre se lo halle y le obligue á vellderlo.

Así sucede durante todo diCiembre. Pero el. mnchacho vive alegre y gozoso enfre­tanto. Y su voz, aunque débil de ordinario, no revela tristeza alguna al pregonar:.

--1 Coraceros, señores! I Coraceros á vein­te sueldos I

V Han transcurrido dos ' meses. El mucha­

cho de la esquina DO ha vuelto á ver al en· fermo jorobado, pero el arrogante coracero sigue siendo objeto de sus dtllicias. Un día oye decir:

-Gastón Lambelly, el hijo de la dueña de la casa, está muy grave.

Catlos Fro\l siente ol)rimhse\e-e\ c\)r~2.ón y que acuden muy abundantes lágrimas á sus ojos. Uos días dl:lspués dice su padre:

-Gastó n Lemb'Jly ha muerto. Carlos se encerró en su dormitorio Acos­

tóse, lloró mucho, muchísimo , pero sin dar · se cuenta. Durmi6se entre las lágrimas y lloró aúil ent.re sueños.

Al día siguien.Jie vió encima de la puerta cochera de la casa varias colgaduras negras con estas dos letras Ae plata:

G. L. Y entre coronas de flores y cirios eucendi­

dos, un ataúd pequeño, tan pequeño que hu· biera bastado seguramente para un ·m\leh~· cf¡o de cinco años.

Detrás del ataúd se formó una gran comi­tiva de amigos y conocidos. Y detrás de todos, mal peinado como de costumore, y con las manos eo el bolsillo, Carlos Frou se­guía COD aire melancólico.

El cielo era gris y sombrío. Carlos no osó penetrar en la iglesia. Vagó por las calles vecinas y se volvió á juntar á la comitiva cu'ando ésta se dirigió al cementerio de Montmartre. ' ,

Cuando tuvo lugar el' entierro de Ga8tón, mftntúvose á lejana distancia. Aparecía con­fuso y como si cometiese alguna travesura. y se alejaba de los guardias del cementerio, de puro ~iado déser arrojado dI" allí.

y vió desfilar hombres y majeres enluta­dos, lo mismo que algunos niños, que te­nían, como él, los ojos llorosos.

VI Cuando no hubo nadie en rededor de la·

tumba de Gllstón, y éste quedó aballdonado de todos, Carlos se acercó con timidez, mi­rando si alguien le acechaba.

Pero, no; 1 estaba solo I Entonces, con precaución, con una ternu­

ra inexplicable, sacó de los hondos bolsi­llos de su pantalóu el coracero de madera.

Contemplólo por espacio de un segundo, hizo mover el resorte .. .. por última vez el ooballo galopó, el sable giró con furor ver­tiginoso haciendo víctimas imaginables ....

Carlos abrazó al soldado, y con una an gelical candidez depositó el juguete .lIn me dio de las coronas de flores de la tumba del jorobadito.-JuLIo MAKY.

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,,'. '

SEMANARIO LITERARIO ILUSTRADO

POETAS SUD-AMERICANOS.

Ricardo Palma.

Siguiendo nuestro propósito de pubiicar lotl retratos y composi­ciones de los poetas y escritores de América, damos , hoy el de Don Ricardo Palma.

Bastante conocido es en toda ella el Direc­tor de la Biblioteca Nacional de Lima para que nos detengamos Illrgoo rato en hablar de él, é intentemos hacer su biografía. Sus Tra­diciones Peruanas, que ya forman algunos to­mos, le han dado per­durable fama y dádolo á conocer en todos los países doude se habla la lengua española. .

No solamente ha es­crito tradiciones: bas­tantes son las obras de otra Índole que su plu­ma ha producido y IlO .

pequeños los ser vicios que á las letras y á la historia de su patria ha hecho con la publi­cación de los "Anales del Cusco" ', y de otros documentos y manus­critotl que sin él yace-

, rían olvidados entre el polvo en la Biblioteca de Lima.

El Rosal de Rosa. [A mi hija Augusta.]

Por los años da 1581, el griego Miguel Acosta y los navieros y comerciantes de Li­ma hicieron UDft colecta que, en menos de. dos meses, subió á cuarenta mil pesos, pa­ra fundar un hospital destinado á la asis· tencia de marineros, gente toda que, al ne­gar á América, pagaba la chapetonada, frase con la que nnestros mayores querían signi­ficar que el extranjero, antes de aclimatar­se, era atacarló por la terciana y por lo que enfonce .. se llamaba bicho alto y hoy disen-tería. '

Establecióse.así el hospital del Espíritu Santo suprimido en 1821, y que desde en­tonce~ ha servido de Museo Nacional, de colegio para. señoritas, de Escuela ~ili~r, de FilarmónICa, de cuartel, de comlsarla, etc. etc. Los Pontífices acordaron al hospi­tal del Etlpiritu Santo gracias y preemine~­cias que no 'dispensaron á otros estableCI­mientos de igual carácter en Lima.1

Al respaldo del sitio en que se edificó el hospital, quedaba un · lote espacioso, en el cual el propietario Gaspar Flores edificó tos­camente (que don Gaspar no era rico para edificar lujosa fábrica) unos cuantos CUArtu­chos, en uno de los cuales naciera el 30 de abril de 1586 su hija Isabel, ,ó sea Santa Rosa de Lima, siendo Pontífice Sixto V, rey de .:España y eus colonias Felipe 11, Arzo­bispo de Lima Toribio de Mogrovejo y go­bernando la Real Audiencia por muerte del Virrey D. Martín Enríquez el Gotoso, aquel que, después de veintiún meses de gobier­no, se fué al mundo de donde uo se vuelve

'sin haber hecho nada de memorable en el país. ~'ué de los gobernantes que, en punto á obras públicas, realizan la de adoquinar la Vía Láctea y secar el Océano con una es­ponja.

Gran espacio de terreno ocioso quedaba en el caserón de D. Gas\lar Flores, <lue su hija supo convertir en huerto y jardinilI~.

Por aquel siglo, más afición tenían en LI­ma al cultivo de árboles frutales que ála floricultura, y tanto que en los jardines do­mésticos, que públicos no los había, apeJla!! si se veían plantas de esas que no reclaman esmero. La flor de lujo era el clavel en too da sn variedad de especies.

Las rosas no se producían en el Perú j pues según lo afirma Garcilaso en sus 00-mentarios Reales, los jazmines, mosquetas, las ,clavelinas, las azucenas y las rosas, no eran conocidas antes de la conquista. Gran­de fué. pues, 1$ sorpresa de la virgen lime­ña cuando se encon.tró con que espontánea­mente había brotado un rosal en su jardini-110 j Y rosal fué, que de sus retoños se pro­veyeron las familias para embellecer c~rre­dores, y las limeñas para adoruar sus rizas, negras y profusas cabelleras.

y tan il la moda pusiéronse las rosas, que el empirismo médico descubrió en ellas ad­mirables propiedades medicinales; y las ho­jas secas de la flor se guardaban .c~mo oro en paño, para emplearlas ,en el allvlO ó cu­ración de complicadas dolenci~s. Mendibu-

i ' 1 , 743

ru, en su artículo Lozano, dice que las pri­meras rosas que se produjeron en Lima fue­ron las del jardín del Espíritn Santo, con· fundiendo éste, por la vecindad, con el de nuestra egregia limeña.

Cuentan que cuaudo en 1668 presentaron al Papa Clemente IX el expediente para la beatificación de ROSIl, no supo disimular el Padre Santo una ligera desconfianza, y mur· muró entre dientes:

-¡Santa' ,y limeña' I Hum, hum! Tan­to daría una lluvia de rosas.

y milagro fué patente, porque perfuma­das hojas de rosa cayeron sobre la mesa de Su Santidad.

Añaden que nació de este incidente el en­tusiasmo del Papa por Rosa de I,ima; pues en dos años expidió, amén del Breve para su beatificación [12 de febrero de 1669J, otros seis en honor de nuestra compatriota. El último fué nombrándola patrona de Li­ma y del Perú y reformando la constitución

¡ de Urbano VIII para acelerar los trámites de canonizacióu, la que realizó su sucesor, Clemente X, en 1671, junto con la de San Francisco de Borja, duque de Gandía y ge­neral de los jesuitas. 8anta Rosa fué cano­nizada á los cincuenta y cuatro años de su fallecimiento, •

Muerto Clemen te IX en diciem bre de 1669, hallóse en su testamento un fuerte legado para construir en Pistoya, su ciudad natal, una espléndida capilla á Sta,:Rosa de LIma;

:El dominico Parra, en !!U Rosa Laureada, impreso en Madrid en 1760, dice que la pri­mera firma que, como monarca, puso Feli­pe IV, fue para p~dil' la bea~ificación ~e Rosa' y añade que el 7 de octuure de 1868, tiÍa ~n que celebraron los madrileños las fiestas de beatificación, se vió lucir una es­trella vecina al sol.

Cllando en febrero de 1672, siendo virrey el conde de Lemus, marqués de Sarria y du­que de Taurifanco, con / grandeza de Espa­ña se efectuaron las fiestas solemnes de ca-' no~ización, las calles de Lima fueron pavi­mentadas con barras de plata, estimándose, según lo afirman cronistas que presenciaron las fiestas, en ocho millones de pesos el va­lor de ellas y el de las alhajas que adorl}a­ban los arcos y altares.

Fué entonces cuando D. Pedro de Valla­dolid y D. Andrés Vilels, propietarios á la \\117.6n i\e \a C8':!.8 'Y )ah\\n\\\(), cei\16t()D. \'>\ ~-1'1'eno para que en él se edificase el Santua­rio de Rosa de Lima.

, ~El rosal que ella cultivara se trasplantó al jardin de los padres dominicos, en el claustro principal de su convento.

--.-::)0(::---

LA ·MUJER.

Ella de Judas no inventó el beso que á Jesucristo sacrificó; ni su alma al miedo prestando asilo fué ella el apóstol que lo negó. Lo amó en el triunfo y en el Calvario, con entusiasmo y abnegación j

incontrastable fué su creencia, incontrastable su corazón.

Nos encadena con su sonrisa; ;: 'perlas sus lágrimas del cielo son; tlllore ó sonría , cautivl\ el alma·

con misteriosa fascinación. Infame el hombre que la calumnia, que sus virtudes niega, I traidor! Amante, esposa, madre ó hermana, quienlmujer dice, nos dice :--¡amor!

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'·H 8EMANARIO LITERARIO lLUSTRADO

Delarey, Dewet, Hotha. Los generales boet's en Pal'Ís.

Los generales boeros en" París Los tres generales boeros, Botha, Dewet

y Delarey, procedentes de Bruselas, han pasado dos días en Par~s.

Lo~ mencionados genenles Ile~aron el díll 13 de octubre á la una de la tarde á la estación del ferrocarril del Norte, y fueron recibidos por los diferentes comités pro­boeros encabezados por e I senador Pauliat y el Consejero de Estado Herbette. nespué~ de las plllabras de bienvenida, montaron en un coche y se dirigieron directamente al hotel de Holanda, Calle de la Paz. La muo cbedumbre aglomerada en la estación y en el trayecto que transcurrjeron aquéllos, los sallldó con unas aclamaciones CIllurosas.

Apenas habían tomado los genp.rales po­fesión de sus alojamientos, cuandú desfila· ron las nGmero~as delegaciones, y los pri· meros tuvieron que presentarse en los bal· cones, á instanCIas de los manifestantes, que esperaban en la calle.

Hubo mncha inpaciencia en ver y acla­mar á estos héroes de la guerra l::;nd·africa- . na. -Desde que han surgido de la historia se han €;sparcido y popularizado por todas partes estas figuras legendarias. E~ la' 'Ilus· tración" de París se han publicado en va· rias ocasiones los retratos de los famosos adversarios de los Lords Roberts y Kitehe­ner, estando aquéllos en traje guerrero.

Hoy aparecen los gloriosamente ven'Jidos como unos personajes nuevos, y sin embal"­go de este cambio se notan en ellos los ras­gos característicos de las fisonomías inte· resantes; una mezcla d~ en orgía y dulzura, de inteligencia y misticidad. Habiendo ce­sad" de ser hombres de acción, se convirtie­ron en· abogados de sns desgraciados como patriotas. Se han vuelto unos conferencistRs improvisados, llevando poI' todo el mundo sn apostolado caritativo. Una curiosidad simpática se ha unido á los generales boeros durante su corta permanencia en París.

Los generales boeros abandonaron el día 15 d,e octubre á París j pero volverán prono too Por el Express del Norte se han dirigido ahora á Derlíu.

---:0(0)0:-,.-, --

1. , '

RARA AVIS rCUEN'l'" NORUEGO]

Hnho ulla vez m, homhrll qne se llamaba Gudbrano; y corno su casa eRtaba situada w una colina, libre de ,todo riesgo, le lIa­mablln Gurlbrand de IR Colina. Sn mujer y él vivían en IR IIlf'jor intelig-encia posible: ella juzgaba muy acertarlo todo lo que él dis­ponía y quedaha satisfecha, obrase del mod.:> que q\li~iera. Tenían un perlazo de tierra, algún dinero en el fondo del armario y dos vaca~. Un día la mujer dijo al marido:

- Me parece qne podríamos vender una vaca en la ciudail para que nos diesen un poco de dinero. Somos tan anropósito para ahorrar corno los primeros. No quiero decir que dehamos amonton8l" dinero en el cofrl:\, pero me, pRrece que no necesitamos más de una VaCR. Si nos desbacemos de una tendré mprios t.rabajo cuidándome sólo de la otrR.

Gndbrand rlijo qne 11' parecía muy buena la idea de ' ~u · mujer. Condujo inn:ediata­mente una de sus vacas á la CIudad, pero ]e fué imposible encontrar comprador.

--Vaya, tendré que vol,verme con la vaca se dijo; su lugar está aún vacío en el esta~ blo, y nunca me faltará un pedazo de cuero da para atarla. No es más larga la vuelta que la idea .

Tomó de nuevo el camino de su ca~a, y en él I'ncontró á un de~conocido que desea· ba vender el cabllllo. Creyendo que valía más tener un caballo que una vaca, realizó el truéque inmediatamente. Algo más ade· lante, encontrando á un 'hum bre que empu- ' jaba á un enorme cuchino, se lo bizo ceder á cambio de! cabllo; y Ill ego cambió suce­sivnmente el cochino por ulla cRbra, la ca­bn~ pOI' una oVl:\ja, I.a oveja por una OCI! y la (lca por un gRllo, creyendo cada vez trope­zar COIl una ganga.

Uel;pués de babl'r andado largo tiempo, al caer la tarde, sintió apetito y vendió el gallo para comprar algún alirnento. \

- .Más vale quedar sin eallo y salvJr la vidll, pensó Glldbrand de )a colina.

Siguió luego el camino basta llegar á la ca!'a de su más próximo vecillo y penetró en ella.

-~Qllé talT ,Cómo te las has compuesto en lit ciudad , ' le preguntaron.

--No me ha ido rlel todo mal. No tengo que felicitarme. pero tampocu me ha que­daoo mo'ivo de queja.

y empezó á contar cuanto le habia ocu· rrido ¡fe pe á pa.

- Vaya, no te espera mala acogida en tu casa, le dijo el vecino. I Cuando se lo cuen­tes á tu mujer! . . .. j No querría estar en tu piel!

--Me parece que peor hubiera podido ha· cerio, repuso l1udbrand de la colina. Pero, esté bien ó mal hecho, mi mujer es tan bne, na que nunca me reprende, haga lo que quierl!. '

--Billn ]0 sé, pero lo que es hoy nQ suce· derá así.

~l~puesto á que l'í, replicó Gudbrand. 'rengo veinte monedas de oro en elurmario ,quieres apostar otras' tantas contra mU '

--En seguida, replicó el vecino . . Gudbran permaneció en casa de éste por

algún tiempo, y luego se m!lrchó con el vecino, qlle se quedó á escuchar á la puer­ta, mientras Gudbrand f'ntraba en su casa.

- Buenas noches, mujer, dijo . --Buenas noches, DlRrido. Gracias á Dios.

héte ahí de regreso. ,Cómo ha ido 01 villje' --Así, así; no puedo estlir muy satis­

fecho. Como nadie ha querido comprarme la vaca, la he cambiado por un caballo. -j Cuánto me gusta! Podremos ir' en

coche á la iglesia como nuestros vecinos j ya qU/J tenemos lo suficiente para sustentar

En los reeoistros da la antignR Cámara tiA cuentRs de Francia se encuentra un artículo de veinte sueldos, para dOilllJa,u!!as nuevas para recomponer un jubón viejo de Luis XI. El barón de Bradsky y el ingeniero Paul MOriD en la canastilla de su globo.

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SEMANARIO LITERA RrO ILUSTRADO 745

Después de~la catástrofe: los restos de la canastilla, La primera y últim a ascen~ión uel globo dirigible de M. de Bradsky.

un caballo, sería un disparate ir á pie, Arriba, muchacuos, conducid el caballo al establo,

-No lo tengo ya; lo he cambiado por un cochino,

-1 Muy bien! Precisam00te es lo que . deseaba; te lo 'agradezco, Por lo menos tendré manteca en casa y podré ofrecer algo á los 'luevengl1o á vernos, ,Qllé hnbié­ramos hecho con el caballo? Todo el mun­do dil'Ía que nos vol vía lOas orgllllosos pOt"­que no queríamos ir á pie á la iglesia como anles, Muchachos, llevan el c{\rdo {¡, _ ••••

--No lo tengu ya; lo he cambiado por una cabra, -

-j Dios mío I j Qué bien has hecho' Bieu se ve que el cochillo !lO nos hubiera dado

· ~ran pI'vvecho . La gente huhiera charhtdo. Se comen sur. ahorl'o:':. Prefiero una C>lbra; aándollle leche y queso, la gnardaré viva .

--1 No 111 tengo ya! L:l he cambiado pOI' una oVl'jl.

níamos de un gallo f Sólo dependemos de nosotros mismos y pode IDOS perm!ioecer en la cama tantó tlempo corno querllmos. 1 ~ientl'as te (~OnS6rve á ti, que todo lo dis­pones con tl\nto acierto, no pediré jamás g1\1I0, ni ovf'.ili, ni cochillo, ni vllca!

Entonces Gudbrand Ilurió il\ puerta, --1 Me parece que he ganado las veinte

monedlts! y el vecino dt'bió reconocer que había

perdido III IIpne:sllt.

---::0(0)0:--­

LA CATASTRO]<'!i:

x.

Del globo de Bradsky. El globo in,ventado !-,or el Barón de

Bradsky, un9 - de tantos manejliules, que I.l\n sulo collstrnírlos n.ebido á la ~ t'x l'e

Lm¡ clldávert'!': ne 1\1 , M. Bl'8dsky y Moriu en d .H"';¡¡ :lltl de Snlut ·Veui".

--1 Muy bien! i De qué nos hubiera ser­vido una cabra 7 Hllbiél'smos tenido que trepar por los riscos y bajar á los valles para trael'la ' al establo por las noches_ Ahora tendremos una oveja; me haré me­dias con su lana, y nos su¡¡tentaremos con su lecha

-1 Pero la he cambiado por una oca! -¡ Mejor . aún r ,Qué hnbiéramos hecho

de la oveja' No tengo hnso ni rueca, y además, no me gnsta trabajar la lana_ En cambio, tendré la oca y podré poner su plu­món en mi cojíp.

-He cambiado la oca por uu gallo. --1 Qué cambio tan acertado r j Un gallo!

Es como si hubieses comprado un reloj qne no tuviese necesidad de cuerda, porque el gallo canta cada día á las cuatro, de modo que podremos levantarnos á la hora fija ,Qué hubiéramos hecho de la oca7 No hu­biera sabido utilizarla, y además, puedo llenar el cojín de heno, Muchacllos, id á buscar el gallo.

-No lo tengo tampoco , Después de ha­ber viajado largo rato, necesitaba restau­rar mis fuerzas y he veudido el gallo para comprar algún alimento, -¡ Muy bien hecho l ,Qué necesidad te-

riencias de Mr. Sautos Drumont, ha tenido 11\ misma suerte lamentable, que ha cabido á aquel del Sr. Severo, al "Paix", al co­menzar el año presente.

El globo \Jartió pOI' p'rimera vez, el lunes 13 del pasado octudre del \Jal'que aerostático del Sr, Lachambl'\l, situado e:t Vauglrard, El aeróstato había sido condtruído en aquel

. lugar. El Barón de Bradsky y el ~r, Pablo Morón, el ingeniero que había sidu el cola­borador de aquél en la pI'eparacióu de e¡;ta desgraciada experiencia, fueron llevados por los vientos al llano de San Dionisio.

En un lugal', llamado el Globo de StawUi:; se preparaban los viajeros á bajar á tierra, cuaudo se rompieron las cuerdas del pianu de acero, que suspendían la canastilla del aerórtato, ó se separaron de la periferia del globo, los dos hombres se estrellaron contra el suelo. La canastilla construída de unos tubos de de acel'O se había torcido, . tomando la figura de una espuela; el motor se hizo trizas. El globo mismo se volvía á levantar y cayó luego en Ozauer- la- Fe­rriere, departamento del Sena y Marne.

Se levantaron los dos cuerpos, Ilevan­dolos á la mairía de Sn, Dionisio, donde se colocaron sobre un lecho de paja, espe ,

rando que¡viniesen los amigos de los via· jeros á reconocer los c8dáver~l!'.

El barón de Bradsky tenía la edad de 36 añes, y era alemán de nacionalidad Su compañeru de infortunio contaba 46 años ,

El globo del Sr, de Bl'adsky se asemejaba en la forma á aquel del Sr, Santos Drnmont, de forma de nn cigarro, tenía 35 metros de lungltud, con un remo en el eje de la parte pm¡t.el'ior, Tenía un peso com..Jlleta mente equiJibrlldo, y se levantaba mediante un hélice, Hllbía eml'rendido mny bien el vue. lo: palO desde un principio se observó qne no ohedecía el bélice propulsor, y qne éste lJu funciouaull como debíll,

---:-:)o()o(:-:-­

LA MUERTE

Dél Gral. Manuel L. Barillas

Hace tres días se recibió en esta capital la notICia de que el señor general Manuel Li­zandro Barillas, presidente que fllé de Gua­telllllla, babía fallecido de una manera trá­gica: asfixiado por la ceniza del volcán de Sarita María, al andar recurriendo una de :sus fincas de campo,

.La noti 3ia causó gran sensllción en esta capital, tanto por tratarse de un personaje que tuvo ~ran impurtancia en la política de la vecina República, corno por ser una de hls pnmeras víctimas del reciente cataclif­mo,

1';11 esta plana publicamos un retrato del weuciODlldo general. .

--:-:)000(:-:---

l-,L PIUMEa. PIJ ERTO OEL MUNDO. _Lo fné IJ/l~ta. el liño ]88l, el de Mars'e -

1111 , pero nlguuos año~ desfJué~, lflllventaja­ron Blimbnrgo y A mbere~, y hoy uo ocupa más que el cuarto lugar, deuido á que ~é­!lova le ha ~obreptl,jado en mncho con su tonelaje anual de nueve millones de tone­.'!. las,

General M.anuel L. Bllrillas, ex-Presiden­te de Guatemala, muerto trágicamente

el día.5 delllctual.

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746 SEMANARIO LITERARIO ILUSTRADO

Los Juegos Florales en Puebla. -Srita. CarmenBlumenkrnn, elegida reina de la fiesta.

Los Juegos Florales EN PUEBLA.

Hoy engalanamos las columnas de nues­tro periódico con los retratos de la señorita Carmen Blumenskrun, reina de los Juegos Florales de Puebla, y del señor Lic. Don Miguel Bolaños Cacho, autor de la compo­sición "El Sueño", que fué premiada con la fior natural.

El éxito de esos Juegos Florales, al decir de personas competentes, fué completo i pues aparte del crecido número de composi­ciones que se remitieron al torneo, los auto­res que concurrieron á él, gozan de cierto ' renombre literario.

--::)0(::--

RECTIFICACIONES.

Con motivo de nuestro artículo sobre Oa­xaca, publicado en el número 96 de este pe­riódico, el señor Gobernador interino Je aquel Estado nos pide publiquemos las si­guientes rectiñcaciones :

"Oaxaca, Octu~e 27 de 1902. Sr. Juan Pedro Didspp.

México. Muy seúor mio:

"En el númeró 96, año LI, fecha 27 del co­rriente, del periódico SEMANARIO LITERARIO ILUSTRADO, acabo de leer un articnlo intitu-

lado "Oaxaca en el dia," suscrito por vd.; y como en dichoartíclllo he encontrado ase­veraciones que [probablemente por infor­mes inexactos recibidos por vd.], no están de acuerdo con la verdad, me creo 'en el de­ber de rectificarlos sin dilación, toda vez que se refieren á mi en términos si bien mny favorlibles, completamente contrarios á la justicia,' puesto que se me atribuyen trabajos y méritos que sólo corresponden al señor Gobernador constitucional de este Es­tildo, general D. Martín González.

"No es exacto que durante el corto perío­do del gobierno interino de mi caTgo, haya yo hecho más (absoluta ni relativameLte), que el señor general González. Al recibir un gobierno enteramente arreglado en to­dos sus departamentos, en perfecto estado la Hacienda' p6blica, sin el menor asomo de perturbación de la paz, en floreciente des­arrollo las mejoras materilllles y en funcio­namiento normal toda la Administración, ni tuve que reparar entuertos, ni he tenido necesidad de esfuerzo extraordinario alguno para conservar y no interrumpir esa mar·

. cha i y así lo pontualicé en mi mensaje di­rigido á los señores diputados Al día 16 de Septiembre anterior, y en la Memoria (pá- . gina 1, refiriéndome al pnesto de Goberna­dor interino), al expresar que lo "acepté 11 con agradecimiento y lo he desempeñado 11 gustoso, confiando más que en mis pro· "pios esfuerzos, en la sabia colaboración de .. la Cámara, en el apoyo patriótico del pue· "blo oaxaqueúo yen la escaSa dificultad que ti tiene proseguir una marcha, normalmente. 11 encarrilada, dentro del orden, del equilibrio

" político y la sanción social. " En consecuen· cia: ni he hecho más que el señor Goberna­dor González, ni mi trabajo es colosal; como vd. se sirve calificarlo; sino simplemente justificado 11 de conservación, como no podia menos de serlo, teniendo en cuenta que res­pecto al pasado nada tenía qqe corregir, y respecto al futuro, ó sea el Gobierno próxi­mo del Sr. Lic. O. Emilio Pimentel, nadli tengo que anticipar ' ni aun á título de me­joramiento público, supuesto que podría ex- . ponerme á entorpecer cualquier programa divertlo de administración.

" Es por demás injusta la apreciación que vd. hace de la labor del señor general Gon­zález cuando afirma que" taplpoco hay que 11 desconocer que hizo, au"que no lo que de-11 mera, bastante en bien del Estado, ,para "que éste presente el aspecto que hemos es· 11 tudilido, y tenga alientos de vida propia 11 que han trasformado al Estado por como 11 pleto." Con las mismas afirmaciones de que" el general González dió alientos de vi­II da propia que han transformado por como 11 pleto al Estado," y con la expresión de vd. de que 11 la prosperidad de Oaxaca, es " inconcuso, corresponde á los últimos ocho .. anos, " hay que convenir en que el señor general González ha hecho todo lo que debía h'lcer_

"Tlimpoco es exacto que lo invertido en mejoras wateríales desúe 1895 á la fecha, sean algo más de $200,000, pues Jo gastado · según constaenla Memoria pasó de $500,000, ni qne yo haya invertido de los fondos púo blicolS $40,000 en la "Escuela Porfirio Díaz"

' pues sólo tuve (¡ue dar término é inaugurlli' la obl'll. que recibí casi concluida.

" 1!lstimaré á vd. que, por los fueros de la verdlid. se digne mandar publicar esta aclaración en el mismo apreciable periódico de que hice r"ferencia i aceptando las mani­festaciones de reconocimiento de su muy atento y S. ~.

Miguel Bolaflos Oacho."

• • • Los puntos más culminantes que desea

rectificar el señor BolañQs Cacho, como se habrá notado, son cuatro: que no ha hecho más que el señor ' general Martín González durante el pequeño período del interinato i que lo invertido en mejoras materiales no

Sr. ~ic. D.Miguel Bolaños Cacho. Poeta premiado con la fior natural.

asciende A ALGO MAS de $200,000, sino que pasa de $500,000 i que á él sólo se debe la conclusión de la "Escúela Porfirio Díaz," y que, en el tiempo que lleva de dirigir los destinos del Estado de Oaxaca, no ha Aecho Dada nuevo, limitándose á seguir solamente las huellas del señor González. ~ ,No es nuestro ánimo sostener una polé­mica con el señor Bolaños Cacho, toda vez que nuestra intención es hacerle justicia á él; pero á fin de que nuestros lectores no nos tachen de ligeros, advertiremos: Que ~ólo la modestia del distingnido señor Bo-

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SEMANARIO LITERARIO ILUSTRADO 1 1 \ i 751

~aríentes 1Rícos." lRo"ela por lRafael melga~o,

<torreapon~tente ~e la 'IR. Bca~emta JSapanola, e tnt){"tt)uo ~e número t)e la cme~tcana. (CONTINUA.)

Enjugó sus ojos, y volvió á tomar la pluma.

-Elenita... seguiremos. Dícteme us­ted. -j Pobre de tí! j Ya oí cómo llorabas .. .

¡Dios te lo pague! , Filomena sonrió tristemente, é insistió: '-Dícteme usted; pero hable usted con

franqueza , y dígale á ese señor. . . lo que debe decirle, con energía.

Pronto quedó concluí da la carta. Filo­mena la llevó al correo, y al volver, cuan , do tenía ante su vista el cielo azul, el va, lle, el bosque, el alcázar, y la avenida me­lancólica de Chapultepec, orillada de sau­ces grises, por la cual venía, camino del panteón cercano, un tren fúnebre, díj o~e desesperada: -j Para qué vendríamos á esta tierra 1

j Dicen que parientes y trastos viejos .. pocos y lejos ; y ... si los parientes son ri­cos. .. hechos añicos!

Lena esperaba en el comedor. -Ya eché la carta, ,Elenita . Yo mi'sma

pegüé el sello... Ahora cuénteme usted su desgracia.

Y entre lágrimas y sollozos esct1chó Fi­lomena la historia triste y lastimosa d e aquellos amores.

LXX " , .

Mientras tanto, en piuviosilla; ~n la ciu­dad de las fértil es., montañas y de las aguas parleras, Conchita Mijares recibía gratísi­ma sorpresa.

La monologulsta estaba en la ventana, esperando á Oscar, á su Oscilr amadísi-­mo, cuando el brillante lagartijo acertó {¡ pasar en busca de su amiguita.

-¿ Quién será ese ?-dijo Concha, al verle veriir. ¿ Quién será? yo conozco á todos los jóvenes de Pluviosilla. _.' j Ese no es de aquí! ~ Qué andará buscando?

N o tardó en reconocerle. -j Juan !-gritóle.-¿ Qué busca usted? -j A usted, Conchita !-respondió el

mancebo, atr.avesando .la , calle y dirigién, dose á la reja. '

j Grata sorpresa para Conchita! La ima­gen del mancebo no se apartaba de la mente de la joven. Las Collantes eran el constante tema de su conversación, y Co­llantes por aquí , grandezas por allá, de los Collantes hablaba, y como no hay ser, món sin San Agustín, no había charla ni plática de Concha, en que los Collantes ' no aparecieran. j Qué elegantes , qué finos , qué guapos l i Qué palacete aquel, ,qué tre­nes, qué salones, qué comedor, qué depar­tamento aquel de lqs muchachos!

A Conchita se le pasaban las horas con­tando grandezas, lujos y refinamientos aristocráticos y parisienses. Ya tenía can­sadas á sus amigas, y tanto que cierta no­che, en casa de Arturo Sánchez, 'al acabar el ensayo, como se tratas'e de cierta esce­na que requería suma distinción de mo­dales, Concha tomó la palabra, y después de charlar á su sabor, puso como ejem­plo de elegancia á los Collantes, y tanto dijo de ellos, y los encumbró por tal ma­nera, que Oscar, que estaba presente, se mostró enojadísimo, no pudo disimular su contrariedad, y exclamó:

-Te han sorbido el 'seso los tales Cu nantes. j El caso que te harán!

Entonces ' Paqulta Rodríguez, la actriz cómica de la compañía, que no miraba COll

malos ojos á Oscar, se atravesó, diciendo: -Día llegará en que tú pon&,as blaso­

nes en tus cartas, como esos caballeretes tus amigos ... I Caballeros,-dijo en tono teatral-tengo el honor de presentaros á la futura Marquesa de Collantes!

y. agregó con trágico acento: -j ~s el destino · manifiesto! Picóse Conchita, y, roja como un aba­

bol, disimulando su rabia, y creyendo que un sentimiento de rivalidad había dictado tales palabras, respondió audazmente: -j Ojalá! liáganmelo bueno_ Rieron todos á más y mejor, y Oscar

verdaderamente disgustado, tomó el por­tante. Desde ese día, á "soUo voce" todos le decían ' Ia Marquesa de Collantes.

La monologuista hizo entrar á Juan , lla ­mó á su tía, y presentó al mancebo.

Mientras éste platicaba con la buena se­ñora, una excelente mujer, tan conforme con su pobreza, como escasa de entendi, miento, Conchita no apartaba sus ojos de los ojos del pizaverde_ A poco se dió á comparar la modestia y sencillez de aque­lla casa tan humilde, con el Qalacete de don Juan.

i Qué diferencia! j Qué diferencia! j Có­mo se entristeció Conchita al contemplar ' su pobre sala! El suelo de ladrillo, muy limpio , es cierto, pero desolador y vulgar ; la media docena de 'sillas de pino, barniza­das y enteras, pero delatorías de una gra\1 pobreza; cuatro sillones de rejí,Ila, con ve­los tejidos de gancho y adornados con cintas de seda, en las cuales Concha puso toda su coquetería; una consola vetusta, y en ella dos jarrones de cristal azul, Ile­nos de' flores;, obsequio de Arturo, Ull

día de la Purísima; un espejito biselado, á cuyos lados lucían sus grullas y sus ~ri~ santemos,-crisantemas- decía la mono­loguista-sendos pares de abanicos Japo­neses. de muy dudosa procedencia; bajo la consola un lebrel de barro, como en atis­bo de un gazapo; en los muros, en distin­tos sitios, en ingenios de alambre, retra­tos de amigos y parientes. Allí estaba Ar­turo Sánchez en traje 'de carácter, muy' orondo y legendario, con ropilla y calzas, en no sé qué drama de Peón y Contreras, " La Hija del Rey" ó "El Sacrificio de la Vida;" allí Paquita Rodríguez, envuelta en un mantón de Manila, prenda quc para un sainete le prestó la gachupina de una es­peciería cercana; allí muchas amigas de Concha, un grupo desastrado y en traje de fantasía: una de Noche ; otra de Día: una de gitana; otra de manola_ En otro ingenio, estaban las Collantes con sus her­manos Pablo y Ramoncito ; en otro la viuda de un Magistrado del Tribunal ~ : 1-perior de Justicia, fallecido en sazón á los setenta : una joven de linda cara, de ·j·)S soberbios, de cejas arqueadas é intensa­mente obscuras; y allí en un marco de terciopelo, hecho por Conchita. una foto­grafí_a de Nadar: Juan, en traj e de caza. En el centro de la estancia, una mesa C:r­cular, llena de monitos de porcelana y de figuritas de barro, producto de:; la indus­tria de Puebla; y en medio un qtdnqué con una gran pantalla de papel encarru­jado_ A la derecha, en las sillas próximas á la ventana, un par de bastidores, que

delataban el trabajo largo y penoso de la bordadora. Las vigas pintadas de gr is; las paredes desconchadas. En la \'entana, en el desportillado pretil, dos lindos cara­coles y un silloncito, trono vespertino y nocturno de la ventanera Conchita '

Tristísima sala. i Cuán diferentes de aquella casa, de aquel palacio de los 1,0-

llantes! Tomó la palabra Conchita, y lista. viva­

racha, zalamera como nunca, charlé· con su gracia de siempre, pensando en que Juan sólo por verla había venido. -i No merece usted-repetía- ·ql1c le

reciba biel)! Ni adiós Il)e elijo . Por char­iar con Elena no m'e vió usted, y en vano le esperé en' la Estación, donde -según me dijeron debía usted verme para despedir­se de mí. ¿ Cuánto. tiempo va usted á per­manecer entre nosotros?

-Probablemente nn mes; á menos que, como me lo temo, un día ú otro tenga que salir para Veracruz. He venido á mn · dar de aires, antes de partir para Euro ­pa.

-¿ Se vuelve usted á Par;s? - Voy á negocios de mi padre.,. P é-

ro, de seguro (\.'ue tardaré mucho en re-gresar. ' ~¡Vayat ¡Vaya 1:0\\ e\ \1"c.\\cb\-se

atrevió á decir la tía de Conchita.-¿ No le gusta á ústed su patria?

-Sí, señorita; pero. .. ust ed compren­clerá . .. q,ue entre México y París ... hay gran diferencia! Vine lleno de enti.lsías~ mo, COI1 el mayor gusto, pero tina vez aqtiÍ . .. -y yo que. me prometía que aquí, en

Pluvios ,JJ a v en NIc .,jeD. c1obla r :J lIs telJ la · cerviz, la cerviz rebelde, al flori do yugo ...

-Es d\{íc\{, C\)nc.h\ta .. _ aún no es tiempo.

- Ahora'_ .. Como ' estará Ud. agu,í UIl

mes. .. -se apresuró á decir Conchita­podrá usted conocer esta tierra... Me ofrezco á distraerle á usted, porque aquí va usted á morirse de tedio, me ofrezco a distraerle . .. Convidaré á- algunas amigas, y saldremos de paseo. ¡Aquí el campo ! Es lo único que merece ser visto... y menos de quien viene de México,._y mu­cho menos de quien viene de París. .. De ' alguna manera he de corresponder á las atenciones de usted y de su papá y de to­dos.

Aceptó Juan. Al día siguiente, estu­vieron de paseo. Con\'la invitó á varias amigas, á las Sánchez, á Paquita Rodri­guez y á las de Castro Pérez. Fueron á visitar una h,acienda, y á la cascada ' de Agua Azul, uno de los sitios más bello~ del valle de Pluviosilla, en las fértiles ori­

,Ilas del Albano.

LXXI

Los carruajes de punto, pedidos por Juan, esperaban á la puerta del Hotel.

El joven, frente al espejo, daba el úl­timo toque artístico á su elegante y dis­tinguida persona, Arreglóse por la déci­ma vez la corbata ; se atusó el perfuma­do bigotillo; tomó los guantes y el bas­tón, y salió precipitadamente, maldiciendo del ruido del cercano río que después de mover la turbina de un molino inmedia­to, se precipita en su propio lecho con es­truendo de cascada.

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¡52

Atravesó el comedor, donde unos ex­cursionistas yankees, jamoneros de Chi­cago, ó especieros de San Luis, prolonga­han, charlando perezosos, una fastidiosa sobremesa, y después de repetir órdenes al administrador, un francés amojonado, de patillas ralas, de perfil judaico, suelto de lengua y con aspecto de maestro de coros, se dirigió á la escalera ...

Al llegar al descanso le detuvo ' un criado. La caja con los emparedados, los pasteles y el vino' de Chaml)agne quedaba en un pescante. Los cocheros es­taban aguardando.

-Vamos ... -murmuró Juan. En ese momento vino un camarero á darle al­cance para entregarle una carta.

-Acaban de traerla .. . ¿ De quién serb aquella carta? La lp­

ira del sobrescrito era desconocida. .. El joven no pensó que fuese de Elena.

-La leeré esta noche,-díjose resuel,· , tamente, y se la guardó en el bolsillo. Minutos después llegaba á la, casa de Conchita Mijares. En espera de Juan es­taban allí las Castro Pérez, Paquita Ro­oríguez, Arturo Sánchez, las h~t'manas de éste, y un mozuelo barbilindo, empleado. á la sazón, en la Tesorería ~unicipal, y parte' integrante de la susodicha compa­ñía dramática; consulta de ordinario y á las veces actor muy aplaudido. j Aun ha­cen memoria los del grupo, de aquel ne­gro l:Ie "Flor de un Día," papel en que ei muchacho se conquistó grandes aplausos, fama perdurable en el mundo casero de las aficiones artísticas!

Juan dió g~lpe entre aquellas buenas gentes, así .por la corrección como por \a elegancia. Y á decir verdad estaba gua·· po el lagartijo: pantalón y americana de íranela inglesa, de color alegre y apaci­ble; cinturón de cuero amarillo obscuro ; bmisa mahón, con cuello y puños níveos; corlnta_ ligera, Iqrga¡ suelta, flotante, de Sl1~vísimo tinte plomizo; borcegules de piel de Rusia áceitunados; sombrerillo marineresco, y guantes suecos; traje de exquisito ' gtJsto, muy en armonía con la palidez y 1'1 ' dema,cración del mozo, dela­toras de sú vida estragada.

Los contornos de PluviosiÍla son en .. cantact6res. Por los euatro vientos tiene sitios adJilÍrables; pero ningunos como aquellos que están al Sur, en las márge nes del Pedregoso, del Albano y del Azul.

Por esa región la vega se extiende ell amplísima curva, limitada por los cerros de Xochiapan, que 'no son más que estri­baCiones v contrafuertes de la Sierra: ma'nteI cubierto de verdor perenne, sobre los , cuales se superponen montañas y cumbres. El Albano, túrbido, rugiente, to­rrencial , divide esa parte de la vega, co­rriendo en profundO' lecho pedregoso, ca­vado por las aguas de cien yalJes duran­te muchos siglos. Léts riberas son tupid0 hosque. Alamas de follaje instable, ar­genteo y ligerísimo; ce ibas de retorcido

,tronco, de ramas frondosas, de hojas avi­teladas y de frutos carminados ; senecios de áureas flores; fresnos bravíos, de bri­llante copa; ahuehuetes altísimos, en cu­yos brazos de gigante cuelgan las tibncias cabelleras y flecos grises; heliconías so­nantes, gala y primor de las., umbrías; convólvulos muelles que constelan 105

cantiles con estrellas blancas, violadas y rojas; trepadoras fortísimas que tienden en los álabes columpios enflorados, alfom­bras de musgo, donde ostenta el ve!uc sus múltiples tonos, desde el tierno de la naciente caña zacarina, hasta el obscuro ' y casi negro de los vetustos encinares de las cimas. Y en aquellas espesuras, en aquellos bordes siempre húmedos y fres­cos, en aquellos árboles y en aquellas pe­ñas, qué de flores, qué de frutos extra­ños, qué de orquídeas de inebriante aro­ma jaquecosol

SEMANARIO LITERARIO ILUSTRADO

j y desde aquellos lugares, qué magní, fico panorama! Pintorescos plantíos, pin­giies cafetales, blancas dehesas, vallados , vivos que simulan lindes de selva, y lue­go, más allá, más allá, Pluviosilla, la de-, vota y túrrida Pluviosilla, hija de las flo­res y de las aguas límpidas, buscada POl­las nieblas y amada de los céfiros, albean­te de sol naciente, de gualda de sol occi­duo, en la noche refulgente y magnifica. y más allá, mucho más allá, fondo del cuadro incomparable, inmenso anfiteatro de lomas, de colinas, de montes, y sobre todo, sueño de los nautas y rey de las al­turas-la tienda nívea del CitlaItepetl, se­miovalado por un girón de nubes alar .. gado por los vientos vespertinos.

Declinaba el sol en un cielo despejado, y al caer derramaba en el 'valle fin'ísimo polvo de oro ...

Por las calles fangosas y desempedra­das, iban los coches lentamente, muy len­tamente, como si los guiase un cochero taimado y medrador.

Alegría cordial reinaba entre los pa­seantes. Se charlaba en cada grupo (á más y mejor, y todo respiraba dicha y juveml regocijo. Arturo departía con Paquita Ro­dríguez, y, admirado del espectáculo que el valle le ofrecía, sintióse poseído de la Musa, y se dió á improvisar sonoras es­pinelas, al modo de Peza, para las cuales se creía el poetilIa hábil y heroico forja, dor. El escribiente barbilindo corteiaba á las Castro Pérez, quienes, como de' -cos­tumbre, murmuraban, y hacían trizas y ra­jas de Concha, por venir ésta con Juani­to Collantes, sin otra compañía que un chiquitín, hermano de la Paca.

Al dejar el' carruaje al fin del llano y en la linde del cafetal, para bajar hasta la ribera del Albano, nuestro lagartijo ofre­ció el brazo á ' su amiguita, la cual iba de lo más sencilla y elegante con su v~stidi­,110 de percal y su gracioso sombrerillo co­ronado de flores montañesas.

Bajaban penosamente la tortuosa y quebrada vereda, sembrada de hojas muer' tas, tributo postrero del Invierno, cuida­dosos de' caer por cualquiera ele amba!> orillas, entre las espinas amenazantes ~. los cardos ariscos, ' cuyas flores de jalde y de púrpura, semejaban dardos sanguí­nosos clavados entre los ramajes.

j Qué solemne el rumor dei turbio Al­bano! j Qué majestuosa la voz del Azul, al precipitarse entre las rocas , bajo el tol­do tremulante de los álamos, á travt$ Je los carrizales tupidos y lánguielos, ~obrc un manto de helechos, de begonias d c~s­conocidas y de inextricables trepad. 'raf- ~

Despéñase el Azul en el Aibano desde pocos metros de altura, pero cél.e borl,o­lIante, encrespado, como rebe1lk á la pen­diente que le arrastra, v al desbcrdarse se divide en seis chorros olle se envudven en bruma, que se -,iesr,a( ~n en lluvia me­nudísima, en vaga!,(j~a y 1t'nu!! niebla, que la luz del sol pon~/.'J1tl'. al pasar entre la" frondas, esrilaIta con arabescos de iris. , .

En la .opuesta margen, freqte al s,:)ber­bio y espumante salto, un álanto potente, de copa magnífica, ornato ef. liquenes, he­lechos y licopodios, proteg-e á los .,,¡sitan­tes contra la lluvia, y en su tronco j)u]ido, terso y blanco, guarda infid y olvidadizo, cifras y fechas , nombres an'ados y amo­rosas memorias. ~j Que abran la caja !-(Fio á los :no­

zos Juanito. Apresuróse á obedecerle el criado pari­

siense, y mientras todos admirrtban el si­tio, quedó lista la improvisada mesa, deco­rada con flores cogidas en el trán1oito. El vino de champagne se enfriaba ('n la -::u­ba, y el "garcon" disponía en platillos ele­gantes pastas, emparedados y dulces ...

En tanto que los demás recorrían la ' ri­bera en busca de flores, la pareja se' :le-

tuvo al pie del árbol. Conchita querí~ gra­bar sus iniciales en aquel álbum rústico. Juan la hizo desistir de la empresa, di­ciéndole que oportunamente lo haría su criado ...

-¿ Por qué no ?-suplicaba el joven con poderosa sugestiva insistencia.

Conchita paseaba su picaresca mirada de diablillo alegre á lo , largo del río, y deshojaba, maquinal y nerviosametfte, un ramo de campánulas silvestres que Juan le había ofrecido.

-¿ Por qué no ?"':"-repetía el mancebo: con acent~ quejoso.

-No. -¿Por qué? -Porque no. Entonces Juan se inclinó detrás de,~a

monologuillta, y suavemente, muy suave­mente, acercó sus labios al cuello de la señorita, há'sta tocarle los rizilIos de la nuca. Se estremeció Conchita en un es­pasmo, como s-í un bicho le anduviera en el cabello. Dióse cuenta del atrevimeinto de Juan, y roja como una amapola vernal , se apartó de su caballero. Este dejó esca­par cíni'ca sonrisa, y, medio mohino y me­dio contrariado, dió unos cuantos pasos hacia atrás. -j Paca !-gritó Conchita.-j Ven acá! No la oían. -j Paca! j Paquita Rodríguez! j Ven,

que te llamo !-seguía clamando Conchi­ta sin conseguir que la oyesen, pues el sordo rumor del río y el estruendo del salto ahogaban su vibrante y limpia voz.

-Conchita ... -volvió' á decir Jual).­¿ Por , qué no da ' usted oído á mis pala­bras?

-¿ Quién cree en las promesas de los hombres? ¿ Sabe usted las quintillas de Plácido ... las de "La flor del café?"

-No .. . -Pues oído atento ... y Concha, en tono escénico se soltó di­

ciendo, esforzando la voz para ser escu-chada: '

"De un poeta ...

U sted no es poeta, pero. .. ¡vaya!

"De un poeta el juramento "En mi vida creeré, "Porque se va con el viento "Como la ~lor del café ...

-j Ah !-exclamó Arturo que escuchó al acercarse, los versos del poeta cuba­no. y siguió diciendo con maléfica (ó be­néfica intención):

"Yo repuse: tanta queja "Suspende, Flora, ' porque "También la mujer se deja ­"Picar de cualquier abeja, "Como la flor del café!"

Una señal de Juan dirigida al "garcon," puso término á la plática, ,y al burgués "oaristys." Sonó un taponazo, y pronto se congregaron todos en torno de la me­sa. Juan hacía los honores discretamente,

I dirigiendo á todos sus invitados, mejor dicho, á los invitados de Conchita, iriises galantes y afectuosas que dejaron e1lcan­tadas á las Castro Pérez y á Paqnita. ). muy satisfechos al barbilindo y al poeta.

Se bebió á la salud de Juan y, pOtO ~u "próspero y bonancible viáje á tr:\Yé!> de las olas y los vientos." Así dijo Artl1rito en una elocuente reminiscencia clásica.

Atardecía, era hora de regresar. Cuan­do llegaron á la dehesa, donde esperahan los carruajes, el sol se había pueslJ, y sobre los montes orientales persistía leve y plácida claridad, bien pronto di:;;pada por la noche.

(CoQtinuari).

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" Rogerio de San Julián. Una noche de in~'ierno que se encontraban va­

rios oficiales de milicia reunidos en derredor de I\na fogata, después de un dlu cruel, la con­H'rsaci6n recay6 sobre dh'ersos asuntos, ya de IIventuras galantes, ya de lances de guerra ; pero el teniente Mauricio que estaba saboreando un lJien olipnte tahaco, después de arrojar una lJo­canada de humo y de mirar A su derredor, di­jo Il sus camaradas :

-Muchachos: si se encontrase entre nosotros 01-{;tln l'lurcido~' de novelas, qué buena ocasión ten­drla para formar una interesante con los t emas de nuestras aventuras, yo sobre todo, si parase la atención en los pobres ,diablos que hemos des­pachado al otro mundo.

-¡Bah, bah! replicó otro; 110 haya miedo que esas almas nos vengan A im¡iortuñar de algtln modo. -¿ Lo creéis asl? - SI, Mauricio; y es extrnño 'qtie, vo~, que

sois tan valiente, os dejéis dominar por seme­jantes patrañas.

-Tenéis razón y verdnd es que me dominan; pero si yo os contase una hi~toria , acaso cree-rrais tambi~n en eso que ,lIamAls patratlaR. '

-¿Serlais vos capaz de convencernos?, les re­plic6 otro de los compaftero~ de armas. -lY por qué no. cahallerito .. . ? Y en pruebn

de ello escuchad la siguiente historia; son las nueve y nntes de po('o habré concluIdo.

-Qlle me place, dijo uno de los Interloclltores: porqup Blinque incrédulo. ~oy aficionadillo á esos cnentos de duendes, 0111' me diRtraen IIn tanto: contadlo, pues, que todos lo oiremos , con gusto,

- Ea, muchacho!, sentarse el que pueda y chi­'tlln.

No es cosa de ayer lo que os voy 11 referir, da­ta de mil ochocientM y. . .. poco antp" de la in , dprendencia: entendido qlle voy It contarlo tal cual sucedió, sin variar más que IOR nombres de IIl" per"onajes, para no re"\lltar indiscreto, pues d¡,~rpndieutef! del protnl!:ollisla, nlln viven.

"El Conde dp San E.teban. en extremo afici,,-­"ndo 1\ 1" ('a~~. ~llPO I111P se l111erla vender .,1 e".­Hilo de San .Tlllinn . "'lyoo campos hervlan en Iip­hres y /l'IIZADOS: pnvill. 11l1f'S. ~ '111 mayorllomo 1\ tr.tRr con los nrllpietario" y pn poceo dlAS ('~­

rrll~e el trRto :" (lIpron ~Uyn" pI cagH1Jo ": <1\' rlPDf'nden<'Í... ¡Pero n,,~ ("n.tillo! Sil fAbri('n p~t8ha r"ino •• , n"es hRrrA ron. (11' cien aflos qll e .. <tAha inhahilif'nllll. n""""e pn In "omnr('a cir­ellIR'! m\1V vAlido. notiriR. extrRordinRria. A"p,·­rOl de e<p rl ete<'tobl .. rrllmllntorio. c"y.~ vivi"n­rln. nadi .. "<' ot!,,,,,,, ni Ií. vi.itnr hoy .. n dín Pt,,· pl nn VI))" flllP infllnilen .

'El Cond e- n('tn~i" con !'l(\nrisn hnrlon::t ('omo a.1~n­

n(\ f'le vosntt'ol'=i. ~1 l'l'Í"'9'nls'· Tf'latn ,. hb:f\ 11 ... ,.. .. ......

nl'll"n rl11p 11? R .... nT'l'lnAf'i!\~p ti 11n . j"vpn 11l1P hA.hf fl

adl'lptndo "'\ A. nlli"n t111E"·f1. rnm'l !1 .,., b P '"

Jnlio, dijo al jovpn : hé al1111 Rmill'o mro. lH'll

hnena ocn.i6n pa,rll poner fI rrneba tu valor: ma­lIann me acompaflarb al castillo, mansi6n de tan-~8IImatl. : ~

SEMANARIO LITERA RIO ILUSTRADO 753

~~~r==...Sp1ANAR10 LlrE~ARlO lLUSfRA.OO.'

El jO" eu no euteudla , de qué se trutalJa, pero el Conde le manifestó que ' habla comprado el cas­t.tlo de San J ulián y que irlan á reconocerl" l,a­ra ponerlo en estado de alojar en invierno (¡ una tropa de cazadores amigos suyos, que disponlan una gÍl'a cinegética. Pusiéronse en camino al dla siguiente y dos dIos después por la manalia llegaron tí la posesión ' donde les recibill el vie­jo guardián del castillo sorprendido de que pen­sllsen en hospedar en él á alguien, "porque, les dijo, no hay que pensar en habitarlo." E ste ca­slIlario, continu6, es antiqulsimo; Sil fAbrica no conoce orden ninguno y una de sus alas p"tO, por completo derl·ulda.-Pero, dijo el Conde, ¿no ha­brá siquiera nnn sa la habitabl e. €'tI cstc caserón

maldito?-Maldita y bien maldita casa, señor, contestóle el guardiAn, porque no creo ' que cris , tiano alguno se haya atrevido lí pasar en ella

_ la noche de un siglo (¡ la fecha.-¿ Pero, y por qué?-¿Pues qué, selior, no os ' han hablado ya de las espantables cosas que en su interior pa: san durante las n'oches?

-Basta, basta, buen homhre, conducidnos y va­mos n ver si damos cou ulla habitación donM se pueda dormir siq\li~ra por una noche.

14~' 2'1l.!lrrliíi .n . OIlP hnhitslh: .. r non r.n~n('hn nhm dis­tante del castillo, lanz6 dos hondos suspiros, me­ne6 la cabeza y haciendo la señal de la cruz di s­plisase o, pesar suyo ' {¡ conducir A sus nuevos amos á donde le indicaban.

Entraron en un vestlbulo, cuyas paredes ador ' naban varias destl'ñidns pintl\ra~, cuyos Ji en7.0~

npgruzcos y rotos A trecho" denunciaban el mfis completo abandono. BCl'Ilardo empujó una pesada

Elegantes vestidos de visita para señoirt8s

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754

Traje de baile para l'eñoritR 6 !1eñora joven.

puerta cla\'cteaua, IllN!io carcomida y falta -de uno de los g<Y¿ue:-;, y eutL'Ul'OU en una iUllleusa galería cuyas vidrierllS hecha6 pedazos haMan dado en­trada It las nieves y á los soles, á los murciéla­gos y á los buhos, y los lad rillos ud llu,vimento (.'Staban verdecinos y escurridizos. fié aqul la esca lera principal, dijo al ' llegar al término de la galería, con voz medr<ma '1ue repercutió cien ve­ces por aquellas macizas bóvedas, que por mucho tiempo habían estado en silencio, Subieron y cruzaron después por una serie de vastos salones casi desmantelados; los pocos 'muebles que en ellos quedaban, vetustos y apolillatlos, yaclan ha­cinados unos y esparcidos otros por el suelo; los tapices pendran h.,chos girones por las carcomi­da s paredes en las l¡Ue se velan á intervalos , tal cual retrato de los antiguos dUeJ10s, incrus· tados en sendos cuorlros polvorientos y llenos de telarnñas, En uno de diehos salolH's, aparecfau muebles de una forma mlis pl<'gante y tollo pa· N'c[a indicar que aqupl sa lr.n hahla sido la ha­hit ual morada del spllor del cast illo.

El joven .Ju lio miraba con aten<'Íón y extra­ñ¡,'za todas aquellas antigua llas : retratos de ros­trQS por demás extraños" pesadas armaduras, Cristos de talla. etc., etc., y ,embebido en consi­deraciones metaflsicas del caso, marchaba des­cuidado, cuando el portero asiéndolo de un bra­zo le retiró hacia atr:1s con presteza.-¡ CuidRdo. mi joven sellor! que vais á pisar la sarÍgre.-¿ Qu,é dec!s? ¿qué es eso?, preguntó el de San Estehan RI oir la , advertencia del viejo; y dirigiendo am­bos la vista al pavimento, Rdvirtieron con sor­presa en él manchas de sangre, aunque seca, bien marcadas,-¿ Veis esta sangre ?-dijo el guar­dián.-S!, ¿d~ qué proviene? serlt bien Iimpiarla-

SEMANARIO LITERARIO ILUSTRADO

Traje de rennión pRra señora joven.

¡ Oh! eso de decir limpiar.... es bien fltcil, pe-1'0 •• ,. El Conde, presintiendo el n'IHto tic UII

cuento interminable, con desdén empujó la Pller­ta del fondo que dRba á la última habitación, la mejor resguardada y donde mellos mal po­dr!an alojarse.

-Aquí dormiremos, dijo el Conde con, resolu­ción y firmeza ; haced que nos traigan mantM y I('fla.

El resto del dlase pasó en examinar el ext(.k rior del antiqulsimo edificio, de cegados foSos, de paredes henchidas por donde subla la ypdra, de a lmenas rotas por donde los vientos silba­bRn y en IRs que las aves de rapiña ten!an su guarida. Llegada la noche, que no tarda .en v(' ­nir en el otoño, San Esteban propuso It su jove n compafiero que dormir!an precisamente en la ' sa­la manchadR de sllngre y que oi rían de labios del viejo Berrardo la fantástica historia del cas­tillo. EstR prnposici6n fué recihirla por Julio entre 'cnriosidad y miedo. Hicieron, pUf"S, ve­nir !í Bernardo, cuyo aspecto guardaba pE'rt.ee­ta relaci6n costando trahajo el creer que fuese cristiano por 'SUR vestirlos: cu brlale de pies l\ cabeza nna ralda hopalanda pRnla, sujeta con un cinturón de burdo cuero; su cabeza la res­guardaba unR eRpecie de caperuceta de tosca la­na que hablR sido morada; sus fa cciones rev.,­laban todo e l candor Y, IR sencillez de un rursti­co y su voz erR siempre bajR como el que te­me ser oldo. Presentóse a l ' Condp y quedó ' es­tupefacto al ver que ellos mismos hablan colo­eO.do sus lechO!! precisamente en IR fatfdica sala.

-Muy may hecho, sef\ores,-dijo meneRndo la cabeza significativamente,-pues conviene no 'de­safiar' al diablo.

-Vamos, pues, maese B ernardo,-dijo el Con­de,-basta de morales por esta noche y trata de entretenernos un rato con las aventuras que ocu-rrieron en esta tan famosa sala.

-Por cierto, mi amo y señor, que no es una di· versi6n, pues 'que las tales aventuras son dema· siado verídicas.

Hicieron sentar al buen viejo enfrente de los dos oyentes y ' delante de la lumbre que elevaba sus lIamus hasta el hOI'de de la chimenea ilumi­u>~ndo profu~amente toda la estuncia,

-Hace mÍLs de cien aiíos,-cmpezó BemarUo,­pertenecía este castillo á un caballero, tall jo­ven y rico, como desenvuelto y malvRdo. Las mozlls de los pueblos cercanos hulan de ~I at~­

rrorizadas; pero IRB más b~llas rara v¡oz: dejaban de caer en los infernaJ<'<l luzos qué les · prepa­raba. Había una, sin cmbargo, la más ' hermo· sa y discreta, que siempre habla podido sal· ,'IlJ'~e de las asechanzas de a,¡nel libertino; su honpstidnd hRb!a resistido rt las repetidas seduc· ciones, a l oro y aCm It las amenRzas. , Despecha­do el joven de tan heroica resistencia, llamó unR noche It s'u Ryudn de climara, confidente dE' RUS maldades y pidi61e su parecer.-Por cierto, seílor, que il'0 en vuestro lugRr no titubear!a.­i. Pn('s que hRrlas en mi caso ?-i. Qué? Si nO ha­b!R otro remedio, caJ<Rrme con ella.- ¿Estl!.s loco? -No, señor: llamal1a !i.' mi aynda de cámara. le hRr!a vestir las ropas sacerdotales, se celebra­r1o. el matrimonio. obteniendo de ella prom~a

de guardar el secreto por algCm tiempo y as! se-11a el feliz duefio de la h ermosa Magdal~na.

¡-Qué astuto eres, zorro! Lo agradezco y acep­to los servicios de mi li sto cap¡ollún.-Pues en­ten ces, llamar á 1; hermosa, proponerle y dp.ci­dirla. . J,a joven aldeanR requerida de nuevo, voh-i6 It quer¡or huir: fueron tantas las instancias ~' rup­gos del caballero, que al fin se decidió. á E'~CU­

chRrle: tomólR él de la«; manos con afabilidad y, terneza: era joven y apuesto, porque es cosa 11m;!'

frecuente encontrarse unR almR 'pérfida en un cuerpo bello; d!jole mil lisonjas, de aquellas 'lUP todas' las mujeres oyen con placer. Y, por ,tin, vi­niendo al principRI objeto de su entrevistn: Mag-, dalena, continuó; ¡si ,supieses C1)l!.nto te amo! -Pues no debé,is amarme, pues que soy una hu­milde campesina,- Sin duda que no debo. ¿ pe­ro quién mRnda en su corazón? E so mismo les ilijisteis li JuliR y l\ Lucra, y os creyeron Y os bnrlRsteis de ellas, De e1lR6, sí. pero de ti, Mag­dalena. que conozco tu virtud ... si quisicraF ..... -l. Qué, sefior?-Que t1"1 spr!as ante Dios mi com­pRfierR en el tálamo nupcial.-¿ Qué es lo que p~- .

cucho? ¿me engR.fil\is?-".Turo {t la faz del cielo que te amo y que quiero que seas mi espf)~a;

y s i te engRfio que tu sombra me persiga cter­nRmente."-Ahora os creo. contestó la joven ofus­cada por el apuesto gRIl\n y dejl!.ndose llevar de 108 fo~osos arrebatos de su coraz6n ardiente,­Pues bien ,hoy mismo á media noche, un sacer­dote nos unir! en la capilla del castillo, porqup. quiero que por algan tiempo nuestro matrimo· ' nio permanezca ocnlto por causas poderosas que yr. !le de descubrirte.

LR infeliz CRYÓ en el infame lazo. A las rloce de aq\lelln noche el apócrifO sacerdote pl'Ollnn­ció con sRcr!J e~os labios las palabras sa<'ramen- , trues y 1'1 p(:J'licl('l R oge t"Ío condujo l\ la inc~auta

~ag'dnlena l\ la ('l!.mRrR mismR en que cst'amos y donde VIlis ií dormir. dijo BprnRrdo, dirigión­dO9\) ií Julio, principRlmente que le escudlnha muy atento. La pobre mm'hacha, agregó. venta todas las noches l\ acompañal' al que cre!ll era ya RU esposo, 'luien no tardó mucho en hastiar­se de ella, tanto m~s cuanto que pOI' entonces un rico homhre ' urgíal!' por que aceptase'IR mano ,le su hija y asl el perverm maquinaba E'I modo d., desprenderse de la infeliz Magdalena ,

UnA noch e. señOJ'''s mios (esto es E'spantosol. una nochE' en que In pobre RldeanR dormía RI lado del !fepl'RvRdo Rogerio, ést~ In despertó y contó cómo hRb!a ,- id.. su manc.,ba: pups "I11t' el SAcerdote que les habla dado la bendición, era un supuesto mini ,~tl'O del Rltllr: y "Iuiso per­sUlldirla de que amboR de,b!an , separRrSE', con , 111 promeSR de darle una ~lIma en oro,

-l. Y sois vos quien tales cosas me decfs y ' me proponéis; vos, que hasta hoy me hab!ais

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bablado siempre de vuestro inmenso. amor? ¿ Vos que hllbéis jurado a III faz del cielo amarme eternamente, y qué ante el altar me habeis lla­mado vuestra esposa, pedis ahora que os deje, cuando al dejaros, pierdo la vida porque os amo, y el honor también que es mas que la vida'l ¡No, no es posible,-deshecha en lágrimas decia la infortunada,-no es posible que me pidáis un sacrificio superior a mis fuerza~; esposo, ama­do mio, ¿me habéis olvidado'! ¿Os hastiasteis ya .de mi?-Señora : no soy vuestro esposo, ni puedo teneros por m'lS tiempo á mi lado, dijo aquel hombre -sin entrañas y sin conciencia, con inexorable resolnción.

Al ver Magdalena la ine sp"l'ada y persistente determinación de ltogedo y al conocer la revela­ción que le habia hecho, sintió que el cielo se desplomaba sobre "lla; y pues vela desvanecidos sus ensueños de amor, destrozada su fe y pre­sa de la m:1s completa deshonra, ·asaltóle súbita­mente un pensamiento funesto, y sacando el pu­fial del cinto, del que creyó su esposo, clavó­selo en mitad del pecho sin que nadie pudiera estorbar aqtl ella casi instanté.nea muerte. Ape­nas pudo decir con apagada voz: "la muerte an­tes que la vergiienza ... "

-,-Esto fué mejor que nada, dijo el deprava­do escud.ero al enterarse de lo acaecido.

Llevaron entre a mbos el cadlí"er de Magda­lena á los subterráneos del castillo ; pero la san­gre que se den'amó en el suelo de esta estan­cia, no pudieron liinpiarla jamlís ni nadie sp ­rá capaz de hacerla desaparecer. I.Es verdad, señores, que es una his toria espantosa ?-Ho­rrible es, en efecto, pero continuad, porque has­ta aqur no ha habido duendes, dijo el conde; todo ha sido natural aunque infame.

-Poco después, c.ontinúo el narrador, hubo bri­llantes funciones en el castillo para' celebrar la unión de Rogerio con ' la rica heredera de quien o~ tengo hablado. El dla de la boda se retira­ron bastante tarde ambos desposados A la. ca.­mara nupcial que fué esta misma sala; dejA­ron los solos; apagaron las luces excepto una lam­parilla, y cuando ya iban Ií entrar en el lecho. se levantan las cortinas de las puertas y se oye una voz grave decir: "Juro rt la faz del cielo que te amo y que quiero que seas mi esposa, y si te engai'ío que tu sombra me persiga eterna­mente."

Dejóse ver un espectro, cuyo rostro y manos eran tan blancos como el sudario que 1 .. envol­vfa: se acerca It Rogerio que. yerto' de pavor hi mirapa con ojos inmóviles de aterrori7.ado.­"Mal\'dalena.-prosi~lIió.-;-t1í serás ante Dios mi compai'íera en el tAlsmo nupcial;" hé nquf lo que me dijiste. Rogerio de San .JuilAn. y. ven­go It emplazarte ante Dios para que cumplas tu palabra." .•..

Al mi~mo tiempo el fantasma acerc(iRe al le­cho, sent~ndoRp en él. La jovpn (lpsposada ha­hfa perdido el sentido. No pudo moverse Ro­gerio y aunque quiso llamar no acertó á art¡.

Vestidito-campana, para niñas de 2 á 3 años.

SEMANAR!C LITERARIO ILUSTRADO

cular una sola palabra.-" V amos, continuó el tlSpectro, mi noble esposo, ve aqui mi seno;" y

levantando el sudario de.;culJrio .u pecho baila­do en sangre; en -seguida tomandole una de sus manos, Ilevóla al corazón. del propio asesino.­"Aqu!, le dijo, hay vida vara ~res meses sola­mente, al cabo de los cuales, ttí y tu cómpli­ce cendréis á acompañarme. En cuanto á ti, pobre criatura, cuntinu" dil'igiéndo~e á la novia, tfl eres inocente de c11weues." Cumplido el pla­zo que la visión había sella lado, ltogerio y su cómplice bajaron al sepulcro cOllforme á lo pre­dicho, y esta sangr" indeleble queda hasta el dla.

Julio habia.-;e acercado como maquinalmente hacia Bernardo y el de ::>ar¡ Estebau no dejaba de estar impre,¡ionado por , el l-.ilato; sin embar­go, como era incapaz de concebir el miedo, dilJ las gracias á Bernardo con voz serena y rep,,­sada y le mandó se retirase.-"Cuidado, mi que-

, rido amo, dijo el anciano al marcharse; el es­pectro de Magdalena no deja de venir ni una sola noche y anuncia terribles acontecimientos _ :1 los que se atreven á esperarle.

-Es muy posible, dijo el Conde á. Julio, que la supercheria é ignorancia tengan gran parte- en las aventuras que se refieren de este castillo ; sin embargo, no estarlan por demás las precau­ciones." Cargaron los revólvers, cerraron las puel'tas y resolvieron pasar la nocae conVerSal!­do en espera de los fingidos fantasmas.

Eran las once, cuando dijo Julio estl'emeclén­dose "¿no haheis escu~hado1" El Conde prestó atento ordo, pero no percibió nada. Poco dils" pués, les pareció que hablaban en la pieza ÍlUIII!­

diata. -Es el aire, dijo Julio afectando serenidlld. Las voces se perciblan cada vez má.s claras;

después se oyeron sollozos, llantos, pasos, ruidos de armas. El Conde no pudo mus; abandonó su silla y empuñó su arma; el joven siguió su ejemplo.

-Julio, dijo el primero, en esa sala, hay gente, vamos a. verlo.-Mejor es esperar, acaso sean ma.s numerosos y mejor armados, objetó el jo­ven.-Pero el Conde impaciente, abri6 la puerta y dijo con voz de trueno: ¿quién va allá.?

-Yoooo .. respondió una voz lúgubre y 'apaga­da de mujer; y al mismo tiempo apareció IIn espectro próximo a. la pnerta; otros dos se dis­tinguían en el fondo de la sala.

-¿No me llamabais?, cUjo el fantasma dil'Í­giéndose al centro de la habitaci6n, arrastrand,) su largo sudario : aqul estoy, pues, amado mfo, vamos, ven, da el beso de amor í1 tu desposa­da." Uno de los dos fantasmas del fondo se levant6 y dió algunos pasos; e ntonces 'la !lpll­

recida, rasgó las vendas qu~ . cubrlan su pecho y lanzando una espantosa carcajada, enseit(, su seno traspasado de dos puñaladas. En sl'gui­da se dirigi6 al Conde y á su compañero; pstos recobraron su energia y mostraron sus armas al espectro; pero su rostro prtlido, contrajo una horrible sonrisa que los confundió : y pconiendo RU descarnada. mano sobre el homhro del Con­de, pronunci6, con voz cavernosa esta ~ " nten­

cia: "Correra. la sangre y mlts de una cabeza su­

cumbirll bajo la punteda de los riBes .... habra. llantos y gemidos" ....

Poco tiempo después vino la revoluci6n y el Conde de San Esteban, fué uno de los muchos que perecieron en la revuelta."

Mauricio acabó con esto· su relato y miró i\

60 . auditorio que habiase mantenido atento y sin pestafieRr; pero al concluir:-jMiI bombas! ex­clam6 uno de los oyent~!\: I'n vl'rdlt,] '\111' sois el primer, . zurcidor de nOYéJIt8. y no hahla por (1ué echar de. menos Il nin(!'f1n Mro [Jara 'pl.~ (liese forma y lanzase á la JHlb!icidad nlll'stras llventu­ras de cuartel y de camJlam~nto_

-iBah. bah! replic6 otro. todo ('s" qll~ ""S 'ha­b~is referido. no es m~s que IIn cuentecillo pa­

ra inteligpncia~ infantiles é impropio para sol­dado~ y hombres de sano juicio; los muertos. muerto~ estlln. y qllieneR creen en SIIS aparicio­nes. ~on lo~ crédulos espiritistas ó los simples y f!ofios.

Septiembre 'de 1902. J. AMEZCUA y ARAGON.

I

755

Vestido guarnecido con sesgos hechurados

¡Mi tumba!

Humilde, aislada, triste y escondida, Así quiero mi tumba, oíd mi canto; Que sea como mi vid'a: Humilde, aislada, triste y escondida, y comQ ella, regada por el llanto.

••• ---:o(O)o:-·~-

RIMA:

(Primera página de un álbum. )

Cuando las altas cimas de la montaña, ' En donde los inviernos cuajan la nieve, El sol con sus primeras luces las baña En raudales se trueca la escarcha en breve

y bajan rumorosos desde la altura, y llegan sonrientes á la pradera Para tocar las flores, que en la llanura Abre con sus efluvios la primavera.

Cuando por mi cerebro, lleno de brumal>, Llega á pasar tu imagen, girón de aurora, Pura ti, como tenue copo de espumas, Hace brotar la estrofa murmuradora.

y de tu libro . toca la hoja primera Pidiendo al que en la altura rige lo eterno, Que en ti. flor delicada de primRvera, Jamás caiga la escarcha del crudo invierno_

G. RIVAS TRKDE.

Bogotá, 1902.

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756

Cajita \ para papel de cartas entalladura • pintada sobre cuero.

CONTRASTES.

1

La noche estaba obscura, fría y lluviMa. Los ecos del órgano resonaban en las bó·

vedas de la iglesia y al~unas tuces que Rlumbraban el altar vacih.\ban cuando una ráfagll dA eierzo helado penetra.ba por los vlÍhios TotOS.

e.(m la cabeza ligeramente 'inclinada, de rodillas, leyendo en un libró de oraciones te ví por primera vez. I '

El perfil de tl1 cuerpo' se destacaba vag-a· ml"lIte y luego se perdía en la sombra. Me pal'ecía estar viendo un sueño de mi ima· ginación ....

LargCl rato permaneciste asÍ. Yo, te con· tAUlplaba en silencio, escuchando al mismo tiempo las lejanías del órgano.

Empezaba la ceremonia. Tú volviste la cabeza distraidamente y se encontral'on nuestros ojos; luego .... , Recuerdas 1 Los bajaste y seguiste rezando I

Tu mirad¡" me causó honda impresión' creí adivinar en ella todo nn poema desgra~ ciado, todo un idilio de lágrimas.

I y ~ú seguías rezando I

II

Poco'! días desp~és vol vía á esa-. misma iglesia, donde sa ctl!ebraban los funerales de .un amigo.

Yo me arrodillé en un rincón lejos de too dos. Un entierro ha tenido siempre para mí una majestad triste, una nostalgía lDtens8, y por es(. quería seutidas para mí solo sin que nadie me viera. '

El órgano gemía: Gemía con gritos entre­cortados, sollozautt's, impreguados al mis­mo tiempo de desesperacióu y melancolía.

Aquellos cuatro cirios pálidos colocados á una misma distancia, aquellas · gasas ne­gras que adomaban el alaúd, aquel vago perfume de jazmines y ese "dAscansa en paz', repetido varias veces á aquel cadáver, llenaban mi alma de una ilUpresión dolo­r?sa, como si aquella despedida fuera para ~lempre, como si aquel polvo no debiera pespertarse jamás.

Sin quererlo , mi vista se detuvo en el sitio dond" estuviste .arrodillada. ¡ Estaba solo!

Un calosfrío fugaz recorrió todo ni cuer­po: I Qúé triste era- para, mí ver abandona­do el luga~ que ocupabas IIquella noche, síu qne los plIegues de tu saya cayeran volup· trlflsamente sobre el pavimento, vagawente y se ·perdiera en la sombra I ....

.Cerré los ojos. El órgano sollozaba más trIstemente que nunca; empezaba el "Mise­rere" .. Al través de mis párpados creí dis· tlDgUlrte claran1ente, P'Il b~¡; por ljuéY Por· que en aquella mirada en que adiviné toda tu alma con todas tus tristezas infinitas,

SEMANARIO LITERARIO ILUSTRADO

había algo parecido á los gemidos de aqup-l órgano que lloraba en los funerales de un amigo I

PEDRO P. CERVANTES C.

-----::)0(::----

Cada uno con su quimera

Bajo un gran cielo gris, en una gran Il a­n.ura polvorosa, sin caminos, sin cp~pt'd, I'ID IIn cardo, sir. una ort.igH , encontré 'á varios hombres que marohaban encorvados.

Cada uno IIp-vaba sobre su espalda una enorme quimera, pesada como un SIlCO de harinll ó de carbóTl. ó ~omo la fornitura de un infante romano.

Pero el monstruoso animal no era de un peso inerte j a l ,contrario, envolvía y oprimia al hombre con sus músculos elásticos y po· derosos; se asía con sus dos filosas garras del pecno de su montura, y su cabeza fabu­losa remataba la frente del hombre, como uno de.aquellos cascos horribles con que los antiguos guerreros esperaban aumentar el terror del enemigo.

Acerquéme á uno de aquellos hombres y le pregunté á dónde se dirigían a:>Í. .Me re8' pondió que no lo sabía ni él ni los otros,

Almohadón. Bordado ligero.

pero que evidentemente iban á alguna parte, puesto que eran impuls8.dos por una invencible necesidad de andar.

Detalle cu~i~so que observar: ninguno de aquellos vIaJeros mO:iltra9a aspecto irri· tado contra el monstruo feroz sU¡;Dendido de su cuello y p~gado á su espalda j dijé· rase que lo conSIderaban como si formnra pa~te de sí mi~lUo. Todos aquellos rostros fatigados y graves no manift's taban ningu­n.a deses~eración j bajo ,la cúpula espliné· tlca del CIelo, con los pies hundidos en el poI vo de un suelo tan desolado corno el cie­lQ, caminaban con la 'fisonomía resignada de los que están condenados á esperar siem­pre ,

. y el cortejo pasó á mi lado y 1'e su mero gló en la atmósfera del horizont.e en el sitio en que la superficie redClnda dt'i ¡lIa. neta se oculta á la curiosidad de la vista hurnan8.

y durante algunos minutos me obi'tiné en quel'er pent'tl'ar aquel misterio' ; pero muy pronto la irresistible il'diferellcia se abatió sobre mí, df\ján (lome wás pesada. mente IIgobiado de lo qne iban ellos hAjO sus aplastantes quimeras. .

CHARLES BAUDELAIRE.

--::)0(::--

. Hasta fin e'" del sig lo X V no les fué pe rmi· tldo á los médicos el casarse.

A MARIA.

Señor, si en sus miradas encevdiste Este fuego inmortal que me devora; :::li en su boca fragaDte y seductora Sonrisas de tus ángeles pusj,;te;

Si de tez de azucena la vestiste y negros bucles j si su voz sonora ne los sueños de mi alma arrulladora Ni á las palmas de la selva diste;

Perdona el gran dolor del alma mia y déjame buscar también olvido En las tinieblas de la tumba fria.

Olvidarla en la tierr~ no he podido j ¿ Cómo ' esperar podré SI ya no es mía 7 ,Cómo vivir, Señor, si la he perdido!

JORGE ISAAcs.

Sudamericano.

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UN RECUERDO.

(Traducción de Leopoldo Diaz.)

ELLA miraba fijamente el suelo. En el hondo silencio los instantes ahismos eran de dolor y duelo. i Oh, si por siempre juntos, anhelantes un imprevisto golpe nos hiriera! ' Lentamente clavóm e su~ brillantes ojos. Ann miro ~n convulsa boca habláudome palabras, y evocando una rojiza llaga, que sangranoo, parece que salpica á qn!fln la toca .

GABRIEL D' ANNUNZIO.

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PARA ANA.

No la he d.icho jamás cuánto la qniero, Con cuánta fuel'za se conmueve mi alma Mi aillOI' es un volcáll j dentro del PElcho' Hay voleanes también que brotan fuego, y volcanes también que nunca estallan.

. y á pesar de 4111.' la ~mo cual nlnauno Me finjo á su desdén indiferente:" , Ningún afecto hasta hnmillarme pudo, y en el tirme p6ñasco de mi orgullo, Cual lIlS olas del mar, i:ie estl'e lla siempre!

JOAQUIN ROCA.

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Un no sé quién muy taimado, Sohre el C6digo pen'IIÜ, Con don ,8,ÍIIlJ6n el letrado Dis¡purtando muy fOll'l!1a:l., Le de(jó muy mal parado.

-Sia,be usted el C6digo bien,. 00n.fes6 al fin dQll Simón, ¿ Letrailo es usted tnlmbién,?-80111'16se el no sé quién, y rléSpo'lldió :-Say lad'l'ón.

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.i~!~"~-!,j Vestidos ligeros para)nterior.