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SEFTIE:MERE DE A DIRECTOR, JESÚS E. VAL¡O;NZU¡O;LA.-CONSt;LTOR ARTÍSTI CO, J ESlTS URUETA. LAS ALAS DE JULIO RUELAS ¡Oh, peregrino! Pídenme, divino hijo de América, que yo, buen amigo de Goya, aguafortista, y de Carmona el del buril extraordinario, te salude. Y yo quiero ha- cerlo en el nombre del buen Francisco el de los T oros, que ;.¡sí mer end aba con las duquesas majas en el Canal y en la Mon- clova, como se m ontaba en un lápiz san- griento para ir volando al orco de Zug'a- rramurdi á bailar CO Il las brujas unas Jarandolas sabáticas , á los acordes del tam- burino de Juan Laysin. y en nombre de aquel maestro del lá- piz y de la pluma y del grabado, que se llamaba Salvador Carmona , y que pudiera haber hecho con detrimento de lodrin los bailes extraños de la ópera de la rue de Bondy , co mo lueg o una duquesa de Osu- na envuelta en rosas de su jardín de las Vistillas . Dénte los flamencos su homen aje en nombr e de Dür ero; los suizos el suyo en nombre del dulce Jesu er, y los galos há- blente en no mbre de Félicien Rops, el de las ag uas-fuertes macabras, 6 de Gustavo Doré, el del lápiz apoca líptico. Yo, español altivo de serlo, me amparo del nombre de esos tus hermanos de raza, que han hecho fl orecer en el arte igual rosal que tú, para enviarte mi suludo, porque me dicen que has muerto , pero bi en sé que no. Que no has hecho más que ab rir tus gra ndes alas para volar á las almenas m isteriosas de esos cas ti Ilos de quimera que tienes en tu reino de ensueño.

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SEFTIE:MERE DE ~908_

A

DIRECTOR, JESÚS E. VAL¡O;NZU¡O;LA.-CONSt;LTOR ARTÍSTI CO, J ESlTS URUETA.

LAS ALAS DE JULIO RUELAS

¡Oh, peregrino! Pídenme, divino hijo de América, que yo, buen amigo de Goya, aguafortista, y de Carmona el del buril

extraordinario, te salude. Y yo quiero ha­

cerlo en el nombre del buen Francisco el de los T oros, que ;.¡sí merendaba con las

duquesas majas en el Canal y en la Mon­

clova , como se montaba en un lápiz san­

griento para ir volando al orco de Zug'a­rramurdi á bailar CO Il las brujas unas

Jarandolas sabáticas , á los acordes del tam­

burino de Juan Laysin. y en nombre de aquel maestro del lá­

piz y de la pluma y del grabado, que se llamaba Salvador Carmona , y que pudiera haber hecho con detrimento de lodrin los bailes extraños de la ópera de la rue de

Bondy, como luego una duquesa de Osu-

na envuelta en rosas de su jardín de las Vistillas .

Dénte los flamencos su homenaje en

nombre de Dürero; los suizos el suyo en

nombre del dulce Jesuer , y los galos há­blente en nombre de Félicien R ops, el de

las ag uas-fuertes macabras, 6 de Gustavo

Doré, el del lápiz apoca líptico. Yo, español altivo de serlo, me amparo

del nombre de esos tus hermanos de raza,

que han hecho fl orecer en el arte igual rosal que tú, para enviarte mi suludo,

porque me di cen que has muerto , pero bien sé q ue no. Que no has hecho más que abrir tus grandes alas para volar á las

almenas m isteriosas de esos casti Ilos de quimera que tienes en tu reino de ensueño.

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4 ({, IW I ST A M O D1W,N A IH; :vlltX!CO.

A JULIO RUELAS

N o sé por qué los tuyos afánanse en creerte

exótico. ¿Hay acaso visiones más extrañas

que las que da una noche d e luna en tus montañas?

El Ande, como tu alma, tambi én es triste y fu er te .

Triste y fuerte en espíritu has logrado absorberte

esas vidas aztecas silenciosas y hurañas,

con todos los dolores que abrieron las entrañas

de una raza que hoy sufre más allá de la mue rte ....

La angustia que sofoca tus aguas-fuertes, esa

extrañeza macabra que nimba tus visiones,

todo el tropel de espectros que por tu obra a traviesa,

no son caprichos sólo del arte que vi viste,

porque en los negros traz os d e tus desolaciones

se ve el dolor de siglos de un a g ran raza triste .. . .

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Hl~VlSTA l\lODE\{NA DE ~IÉXI CO. 5

JULIO RUELAS

Cada vez que recibía la «Revista Mo­

derna de México ,») se espaciabal: mis ojos

en los dibujos de Julio Ruelas. Busca ba

en ellos el alma del artista, y no en los

asuntos, sino en el modo de tratarlos, en el carácter de las líneas. Y creí siempre adivinar en ellas , en sus giros y ondula-

ciones y quiebros , un alma entre inquieta

y fantástica. No eran dibujos de descanso, sino de inquietud . Y ahora, al saber la

muerte del artista, he pensado que él des­

cansará ya de sus inquietudes y de sus fantasías, en la paz y en la realidad per­manentes.

----~

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6 RI!;VISTA MODERNA DE MÉXICO.

EN LA MUERTE DE JULIO RUELAS

Ahora empezó, Ruelas, tu vida .... (Fué su vida

un morir de deseos atropellados, )" un

matarse de embriagueces de mil ~uertt,s, según

era su sed .... Corrió tras la escondida

agua nunca probada y siempre oida).

"Mientras tú duermes, vela la humanidad tu sueño,

diría Rueda, un vate campesino, risueño

y panteísta .... Yo, religioso, confío

en otro reino fuera de este Mundo. Es el mío

también, es el de todos lus que adoran el Arte,

cuyo palacio tiene que estar en otra parte ....

Hasta luego, Ruelas. A pesar de 10 feo,

del mal y de la Muerte. Quiero creer, y creo.

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Rf!jVISTA MODERNA DE MÉXI CO. 7

IN MEMORIAM

JULIO RUELAS

La casa está de luto, y cada visitante

tiene en los labios una palabra de dol or.

Como la tristeza busca la soledad , yo me

apartaré de todos, y junto á una ventana,

bajo la luz indiferente del sol, me pondré

á hojear estas páginas, que tienen algo del

alma del ar tista muerto: los monstruos di ·

vinos, las bellas quimeras que su fantasía

noble y juvenil vislumbr6 en los países del

ensueño.

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8 RBVIS'l'A MODFJRNA DR MÉ XI CO.

A LA MEMORIA DE RUELAS

(VERSOS PESIMISTAS)

P oco sé del pinto r qu e ha mu erto e n el in s tante

en q ue la vida ofrece s u rosa más fragante .

Mas 10 poco que sé me bas ta . E ra un arti s ta

en todo. S u existencia trágica de id eali s ta

10 ll evó un día y otro po r la send a te rri ble

de la sed in saciable, la sed irresis ti ble

qu e nos hace gozar y sufrir , y q ue convie rte

la fu erza de la vid a en fue rza d e la muerte ... .

También pa ra mí , Ruelas , es d ura é im placable

la sed irresis ti ble, la sed in saci<t ble,

é inú ti lm ente po r des truirl a me afano;

el luchar contra ell a es un luchar en vano .

¡Has ta mu y p ronto , Ru elas, desco nocido he rm a no!

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lU·;VJS'l'A MOI>IDl{N A nE Mfi~XICO. 9

JULIO R UELAS

El arte de J ul io Ruelas posee u na i n­tensidad de misterio trágico, que sorpren­

de por lo inesperado y lo continuo. Su

inspiración giró siempre en torno de unos cuantos asuntos; pero con tal acierto y con

tan amplio ingenio, que siempre halló una

manera nueva, expresiva y elocuente, para exponerlos ante nuestros ojos. Como en

los terribles frescos de Orcag-na, revelacio­nes trágicas y crueles de un arte primitivo ,

en los dibujos yaguas-fuertes del artista

mexicano , la muerte suele rondar en torno

del amor y de la a legría. Especies de Danzas macabras, en sus dibujos, como en

la famosa de Holbein, está proclamada la

desconsoladora convicción de que todo en

el mundo es vanidad de vanidades , y que la única cierta esperanza concedida al hom­

bre es la de dormir un día en e l regazo de la tierra maternal, el eterno sueño del se­pulcro. Las imágenes y las alegorías cnte­

les sucédense en desfilada funesta: escenas de desesperación y de angustia; cines que aullan con violencia dolorosa; J udiths con

trajes de pl'ostitutas contemporáneas; sá­tirr¡s ansiosos y tristes; cadáveres que cho­

rrean agua y podre; vuelos de pájaros

necrófilos que tienen por cabeza una ca la­vera descarnada; y, huéspeda fiel de sus

dibujos, la Muerte, armada de su guadaña

curva y terrible, que anda recorriendo montes y valles, persiguiendo á la conti­nua á los hombres con el filo de su arma

tremenda. Melancólica, feroz y sepulcral, la musa

que ins piró esas composiciones no desfa­llece nunca en el siniestro ah inco de la re­

velación de lo amargo que está encerrado

en lo perecedero de la raza humana. El vigor , la habilidad técnica y cierto sello de poderosa genia lidad que se comprueba en

todos los pormenores, concurren á impre­

sionarnos con fuerza ante la contempla­ción de esos dibujos. La ironía acerba

resalta en ellos como la nota sobresa liente y aguda de un concierto lúgubre de an­gustias y penas: el amor es fuente de pe­sadumbres) desconsuelos, y al término de

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10 REV lSTA l\10DEl1.N A DE MÉXICO

la vía que recorren con regocijo y llenos de alegría los enamorados, s6lo se divisa la ;;ilueta enjuta de un esqueleto.

Ruelas muri6 joven, sin poder dar de sí cuanto su ingenio privilegiado y sus ex­cepcionales aptitudes prometían. Entre los arti;;tas, no s610 de México, sino de to­da la América, quizás ninguno ha poseído una personalidad tan intensamente origi­nal. Influido por los dibujantes y pintores franceses que tuvieron el afán de la <mo-

dernidad,» Rops, el del Album Diabólico, y algunos otros, supo, sin embargo, con­servar en su íntegra frescura y autonomía la propia inspiraci6n . Y es con gran dolor como puede pensarse en lo hermoso y s6-lido de la que sin duda hubiera realizado, si la eterna Musa trágica que gui6 su ma­no de dibujante, no se hubiera vengado del amor que la profesaba, acariciándolo con el filo de su guadaña vencedora ....

(De «El Cojo Ilustrado,,, de Caracas. -Vell .).

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REVISTA MODERNA DE MÉXICO.

RUELAS

Del tr6pico fecunda eflorescencia

Tu inspiración y tu pericia suma,

La tersa claridad y la elocuencia

Al lápiz dieron, de la fácil pluma.

11

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12 Rl!;VlSTA MODERNA DE MÉXICO.

JULIO RUELAS, SUBJETIVO

Puede el Dibujo, según su tendencia,

interpretar las formas tangibles 6 sugerir

los fen6menos del espíritu; y conduce á

semejante distinci6n, no una ligereza ele análisis, como parecerí<l á primera vista,

sino la consideraci6n ele la esencia misma

del dibujo artbtico. CI<lro que en éste, como en cualquier otro arte, el tempera­

mento es insepar<lble ele la obra, y ella resulta manifestación temperamental: el

objeto interpretaelo presupone al intérpre­

te, y toda imagen se tamiza á través del

ojo. La obra artística, pues, denuncia al

artista, y ele grado ó por fuerza ha de mos­trarnos éste la riqueza ele su espíritu, por

mucho que la esc<ltime, avaro, Ó por mu­

LIJO que la disfrace, temeroso. La mera

reproducció n del objeto, con tal de no ser reproducción mecánica , sino reproducción

en que una personalidad se revela ya por el procedimiento técnico, y por la afici6n

de arrojar sobre el asunto pict6rico luz de alegría, semiluz de ensueño, ó bien sombra trágica -cosas todas que contri­

buyen á adornar el mundo con los atavíos ele la mente,- la mera reproducci6n del objeto, en cuanto llena la condici6n cita­

da, bastará á acusar, si bien con vaguedad

inefable, la orientaci6n de las sordas po­tencias psíquicas.

Mas hay patente diferencia entre reve­

lar así el temperamento, por meelio de la

reproducción elel objeto, y atacar de lleno el recinto de nuestro «yo» interior. Y va­le advertir aquí, que en lo primero, el ar­tista se elescubre consciente 6 inconscien­

temente, al par que en lo segundo -es

decir, cuando el artista no se aplica prin­cipalmente á retratar formas, sino que las

retrata para combinarlas y sugerir una

emosión del ánimo; cuando las formas no

son para él la finalidad de su obra, sino el medio, el elemento que lo conduce á una sugesti6n inmaterial; cuando en vez

de dibujar el rostro de un vicioso, dibuje, como Félicien Rops , «el viciosupremo ,»­

el artista se descubrirá siempre á sabien­

das, ya que tal ha sido precisamente su

empeño.

Quieren los ignaros que el dibujo se li­mite á la reproducci6n del mundo exter­

no, y s610 soportan la tendencia subjetiva cuando ella se manifiesta en las represen­taciones, harto mezquinas é indirectas por otra parte, con que los tip6grafos llenan

el sobrante de las páginas: liras entreteji-

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REVISTA MODERNA DE MÉXlCO. 13

das con lauros, esferas astronómicas que descansan en libros ahiertos y sauces que lloran sus hilos de verdura sobre las pie­

dras tombales. Representaciones mezqui­nas é indirectas que sí podrán substituir al dibujo subjetivo, pero en la misma pro­

porción en que un signo alfabético, de uso convencional, puede substituir, en estu­

dios psicológicos, á la definición de un es­

tado anímico.

Porque el dibujo snbjetivo no se ha de fundar en convencionalismos, y porque re­quiere una escena ó un individuo, y no

un atributo ai~:;lado; algo afectivo , y no algo intelectual. ·

La intensidad subjetiva se amengua con el empleo de figuras convencionales y

crece con la falta de ellas. Ellas abajan la

altitud del concepto, matan de una vez el

símbolo y transforman el arte en un len­

guaje de jeroglíficos. (¿Qué valdría ya cualquier catafalco adornado con la cruz cristiana, la guadaña , el reloj de arena­

todo convencional,- en parang6n con el «Monumento á los muertos,» de Bartholo­

mé, donde no hay un solo detalle inspi­

rado en un convencionalismo de la Muer­

te y del Tiempo? Ni qué cualquier acti­tud convencional de ruego, junto á la es­

tatua acéfala de Auguste Rodin? Pues menos illtención tendría un dibujo de los

instrumentos de tortura que la convulsión

dolorosa de un «atormentado» del Spag­noletfo; menos la presencia de un misal ó de una hostia santa, que el espasmo de un ferviente que se desmaya por el suelo

con una plegaria en el corazón). El Di­bujo subjetivo no puede ser convencional.

y este Dibujo, que hace plástica de lo

intangible, no tiene más que recurrir á

procedimientos atrevidos , á audacias inu­sitadas -escándalo y descon cierto del público burgués.- fundiendo, como en nuevo crisol de mundos, las formas de las

cosas y de los seres; arrancando á aqué-

llas su secreto de meditación y de símbolo por el empleo de líneas bruscas, y á éstos su dinámica vital por la acentuación, á veces monstruosa , de movimientos y ac­

titudes. Y sucede con frecuencia , en tales dibujos, por transmutación prestigiosa, que los seres se tornen meros detalles decorativos , mientras que las cosas parece como que viven , y quiebran sus impertur­

bables contornos en un extraño gesto de autonomía y vol untad.

Observad en estos cuadros la vida la­

tente que hay en las cosas; observad tam­

bién cómo las figuras de los seres, que á men udo resucitan al monstruo mítico ó

evocan al héroe de leyenda, se denuncian habitantes del espíritu á caW:ia de un vigor técnico, que no sólo repre~enta la actitud,

pero también el esfuerzo de la actitud; á

causa de cierta emoción inquietante que

os producen y que es muy otra que la emoción puramente estética; á causa de

un simbolismo no preparado con persona­

jes y asuntos convencionales, sino con la composición eficaz y experta; á causa de

cierta exaltación de gestos, que viene á ser una carícatura hacia lo trágico -no ha­

cia lo ridículo,- como el alto coturno de los actores antiguos que acrece la talla y

con ello da majestad. Allí los rostros hu­manos tienen la elocuencia de una ame­

naza, y tras de sus pupilas , igual que tras

las pupilas reales, hay una alllla oculta que espia.

Por condensar tales tendencias en sus dibujos y sus aguas-fuertes, por haber de­

jado una obra de irrealidad material y

porque en esa obra domina la tendencia á

surgir emociones, es Julio Ruelas un sub­jetivo, y un subjetivo intenso.

y no que haya escapado en absoluto al morbo del convencionalismo: él , á menu­

do, hace W'~sti¿ ular un esqueleto ante el

asombro de las otras figuras de un agua­

fuerte. Pero en tales casos no da la su-

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14 REVISTA MODERNA DE MÉXICO.

gestión por el detalle convencional; no fuerza de desfigurarlas, el hombre va sugiere pánico por el esqueleto, sino por la expresión de los rostros que lo contem­plan; ó, al menos , no con el esqueleto en sí: con el ademán del esqueleto. Y logra, á veces. sorprendiendo la influencia ex­traña de la luz sobre su natural sensible , expresar el pánico hasta por la distribu­ción atinada de luces y sombras. Lo cual no impide que se aminore el efecto emo­cional del dibujo, porque nunca igualan esas escenas -en las que por fuerza ha de emplear el signo jeroglífico «esquele­to» para representar la idea «muerte ,»­

á las otras en que los hombres desnudos se derrumban sobre campos de espinas, con

testas desgreñadas, con angustia en los ojos, con un estremecimiento que , cuaja­do en las carnes y como latente, se adivi­

na; ó á las otras en que el martirio de la obsesión, de la idea fija y enloquecedora, y la tortura de la conciencia que á sabien­das se abruma con pecados mortales, con tanta sabiduría perversa fueron revelados

por Julio Ruelas. Quien advierta el tratamiento sencillo

que Julio Ruelas da á los contornos, har­to admirado se quedará de la intención de sus dibujos. Él, según el justo sentir

de un crítico joven, no desequilibra pro­porciones, no alarga figuras. Tampoco desvanece el cuerpo en la obscurid:ld ab­soluta, para que el rostro , blanco é impá­vido, brille como un astro enorme. Y has­ta cuando imagina monstruos, su séntido de las dimensiones, que parece molde de creador, lo guía seguro y los monstruos resultan, aunque absurdos por el hibridis­

mo, mágica mente perfectos en la propor­ción.

Las cosas que la Naturaleza crea sola,

son nuestro modelo de proporción , yape­nas la obra human:¡ , modificando ó bien imitando, desfigura las líneas, como en la

escultura , como en la arquitectura; y en

creando nuevos patrones, hasta que critica á la Naturaleza y señala defectos al paisa­je agreste. «La Naturaleza humana, tal como su Creador la hizo y la conser­va, en tanto que se siguen sus leyes , es

completamente armoniosa ,» dice Ruskin. y bien: el arte, para ser subjetivo, no ne­cesita romper con las proporciones natu­rales. Toda fIgura tiene intención para un ojo educado , sea sér ó sea cosa; y toda figura natural, por el hecho mismo de ser­Ia, es un conjunto proporcionado y no ca­rente de intención por ciertO.-Las cabe­zas de los antiguos mármoles, que son modelo de proporción, tienen expresiones clarísimas: sugieren tristeza ó deleite, tor­tura violenta 6 placidez del ánima quieto -por mucho que los catedráticos de nues­

tras aulas no nos lo enseñen así.- Y Julio Ruelas comprendi6 que la virtud subjeti­va de sus aguas-fuertes no requería contor­

nos desproporcionados, y así , para lo­grarla, bast61e su composici6n, que es su ejecutoria más grande de noble artista.

La obesesi6n, 1.1 muerte, el martirio , la lujuria dolorosa: todos los temores del pe­cado que han ido padatinamente empon­zoñando el espíritu del cristianismo plá­cido antes; todas las exaltaciones del pen­samiento contemporáneo, á través de las cuales caminamos á una era de nuevo delirio, asfixiados ya por varios siglos de

raz6n; y por sobre todo ello, y asombrán­dolo de pavorosa manera, las dos alas ne­gras del terror, que acoge maternalmente y amamanta -como el Diablo en la Ten­tación de San Antonio, de Flaubert ,- á los Siete Pecados Capitales; el misticismo sensual, el placer en el dolor, el miedo á la muerte, y la fantasía de 103 cuentos de íncubos y súcubos malignos, y el ambien­te de las leyendas grotescas y de las satá­nicas, fundidos como otros tantos licores

mágicos , cantan lúgubremente en el espí-

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RruVISTA MODERNA DE MÉXICO. 15

ritu de Ruelas é informan sus inspiracio­nes de artista. ¡Y á todas las influye el terror! Y aunque Satán no está presente en las escenas de los cuadros, de lejos obra su química infernal; y las escenas están «poseídas,» y hay pánico en las mi­radas, y hasta las piedras cobran aspecto

inteligente, y los troncos, al modo de los pechos, respiran; y mientras aullan los canes , enflaquecidos de pavor, derrama la luna su influjo enigmático, se dibujan por el cielo horóscopos saturnianos, y la propia cruz, también como al Santo de la Tebaída, nos aparece proyectando, re­pentinamente, sobre el suelo, la sombra de dos cuernos enormes!

Julio Ruelas es un torturado. Es satá­nico, como Baudelaire, y es, como él, aun­que de menor intensidad, cristiano nega­tivo. Es lascivo, porque la lascivia es pe­cado, que si no , sería un amante. No sabe , como el amante, del goce de la fecundi · dad: su amor es doloroso y estéril: sus sátiros y sus faunos nada tienen de la fuerza primitiva, son meros recursos de ornamentaci6n. Lo que menos hay en Ruelas, es espíritu clásico y temperamento

de amante. Julio Ruelas es un torturado y pudo haber dicho, al igual de la Ellida ibseniana -la Dama del Mar,-- «horrible es lo que juntamente espanta y atrae.»

ALFONSO REYES.

J ~,''' ~ ,.'

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16 REVISTA MODERNA DE l\1I!;XI CO.

A JULIO RUELAS

Fuiste un viajero lúg ubre del re in o d el espanto,

y con tu faz dantesca y tu gesto de has tío ,

Ibas de la lujuri a sobre el macho cabrío

Ar ras tra ndo la luenga negrura de tu manto.

Con crispación d e nervios y co n mu ecas de ll anto

Surgían las vision es d e tu num en so m brío,

y entre danzas fau nescas, el sutil calofrí o

De la ronda macabra salmodiaba su canto.

E l sepulcro y Ia carn e recla maban su impe ri o

Sob re ti .... Vendaval es d e sagrado misteri o

A Lutecia empuj aron el bajel .le tu sue rte ;

y an te el himn o de piedra e n que el alm a d e Frollo

Vibra aún, celeb ras te, enig má tico y solo,

In ces tu oso connubi o con tu mad re la Muerte.

ENR IQUE GONúLEZ i\IAJUÍNEZ.

J'l éx ico , 1908.

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R IW IS'L'A N10 DER\' A D I~ MÉXICO.

"."dl.~" ·· ·I~ol·

JULIO RUELAS.

Murió en París el 16 de Septiembre de 1907.

17

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18 RE.VlSTA MODE.IWA DE MÉXlCO.

EN EL PRIMER ANIVERSARIO

DE LA MlTERTE I)E JULIO RUELAS

«Hoy hace un año que el cable nos tra·

jo la noticia de la muerte de Julio Rllelas, acaecida en Paris, en la gran ciudad babi­

lónica, donde se encuentran las miradas de

casi todo el orbe. ¡Hace un año! Y tan fresca está la im­

presión dolorosa, que no parece sino que

ayer la recibimos. Para los que conocie­ron á Julio Ruelas y lo trataron íntima­mente, tal impresión debe haber produci­

do mayores estragos en su espíritu. Chu­

cho Urueta, Valenzuela, Nervo, Urbina,

Tablada, S<llazar, L6pez y todos los que

hoy por h9Y forman aquí en México el re­ducido ejército del. Arte y la Literatura, y

pudieron, por su lazo de uni6n, por así

decirlo , codearse con el sombrío dibujante y quererlo y admirarlo, han de sentir, evo­

cando el recuerdo del artista ido, el frío e~tremecimiento y la crispaci6n nerviosa

que de ellos se apoderaron al recibimiento

de la nefasta nueva.

«¡Ruelas desaparecido!» fué el grito uná­

nime, entre angustioso y desolador. Y en

aquel entonces se escribieron sendos ar­

tículos, lamentando la muerte del amigo y

glorificando la obra del genio . .. . Allá en el lejano París, en el cemen­

terio de Montmartre, al abrigo de algún

ciprés funerario y al lado de los restos de Enrique Heille, de Halévy y de Offenbach,

confundidos con los de la cortesana Al­

fonsina Plessis, la lIfarguerite Gautier de

Alejandro Dumas, duerme su último ~jUe­

ño el infortunado Ruelas, en una tierra

que no es la de su patria, lejos de los

afectos casos de sus amigos.

México es uno de los países en que lo

que menos preocupa son los artistas , así sean éstos músicos, escultores, literatos, poetas 6 pintores, sin contar con las apa­

riciones que tales personalidades no son sino una manifestaci6n patente que la ci­vilizaci6n y el progreso de los pueblos

desarrollan.

Don Jesús E. Luján, con una magna­

nimidad digna del más alto encomio, puso

una parte de su capital á las 6rdenes del

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REVISTA MODERNA DE MÉXlCO. 19

escultor Arnulfo D omínguez, residente en París, con objeto de que el citado artista proyecte y trabaje un monumento simbó­lico que se levantará sobre la tumba de

Julio Ruelas, como un homenaje á su me­moria. ¡Luján! He ahí un hombre que siente, que sabe y que se preocupa por las glorias de su patria, sacrificando para

esto un lienzo de su túnica de oro. Y no es la pri'mera ocasión que tal hace: él fué

también el iniciador de otro monumento

que había de levantarse al Duque Job, en esta capital, aportando desde luego al

proyecto una reg ular suma de dinero; pero

á pesar de haberse prestado la Revista

Moderna á la propaganda de tan bella idea , contados son los secundadores, y hasta la fecha, no existen en caja sino unos cuantos pesos , que alcanzarían ape­nas para la construcción del plinto que

deba sustentar el cuerpo del monumento. ¿Verdad que es triste esto, señores ca­

pitalistas de México , tan ambiciosos de caudales como faltos de amor propio? .. .

Pero sorprende un gesto desdeñoso en

vuestros rostros , y más vale callar.»

~'R ANC ISCO DE J. HER NÁNDEZ.

Septiembre 1 G de 1908.

(De "El Diario,» de México) .

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20 RI<WIS'l'A MODE:RN A DE M~~XICO.

]UI-IIO RUELAS

N o lo asaltó la :Muerte pidiéndole la Vida.

Él era un prevenido,

y cuando vino Ella, la de la frente mustia,

la recibió con gesto de niño distraído,

sin asombro en los ojos, sin un rictus de angustia.

La esperaba; y distrajo el dolor de la espera

poniendo una sonrisa sobre una calavera.

Artista que sabía cómo eran pasajeros

el placer y la dicha y la ilusión que engaña,

por sus lienzos sinceros

pasaron ninfas blancas y sátiros ligeros . ...

pero detrás siempre iban la Muerte y sU guadaña.

Oyó el pan ida sistro sonar en la maraña.

Amó el silencio augusto del monasterio santo,

y cuando daba el angelus un toque de quebranto

al ocaso tejido de á rboles escuetos,

se fu é por la vez última al viejo camposanto

á ensayar un a ronda fún ebre de esqueletos.

LEONCIO l'"IARTÍNEZ Y MARTÍNEZ.

(De «El Cojo Ilust rado»).

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Rl';VI~Tt\ ~lnDEHNA DE MÉXICO 21

ARTISTAS AMERICANOS

JULIO RUELAS

«Hay en América países de PI ivilegia­da naturaleza, donde el ingenio ha mani­

festado las dotes más raras y singulares. Este atributo original y admirable, que

caracteriza á nuestro continente. es mucho más extraordinario en los artistas y poe­tas de México.

Allí parece que el talento ha heredado la belleza y la inspiraci6n de épocas y de pueblos ya extinguidos en el mi!3terioso Oriente, donde la poesía era una religi6n y el arte un canto perenne de la vida.

En la música ha producido un compo­sitor de la más intensa vibraci6n y armo­nía, cuya alma se ha transmitido en las notas de sus creaciones melodiosas, en J u­ventino Rosas, el autor de la universal melodía Junto al Manantial.

Es un poema de tierna sentimentalidad, que conmueve blandamente los corazones.

En la poesía cuenta al soberbio y ma­jestuoso bardo de la fiereza y de la pa­si6n, cuyos cantos arrebatan de entusias­mo como olas de fuego que deslumbran, en Díaz Mir6n, el vate del orgullo y del

amor. En la pintura, de fantasías fabulosas,

culmina un artista de las más audaces con­

cepciones. Julio Ruelas es el artista de las imagi­

naciones funambulescas, el pincelario de las fantasías asombrosas , que da forma y

colorido á las ideas más extraordinarias, arrancándolas del ap6logo 6 la fábula an­tigua 6 de la leyenda moderna.

Su pincel tiene todas las osadías de su talento soberano, y sin sometimiento á es­cuelas consagradas, da vida á las más te­merarias imágenes de su mente.

En la más reciente exposici6n de Be­llas Artes de México, Ruelas ha causado la más honda admiraci6n con sus cuadros de originalidad sorprendente, que han cau­tivado al inteligente é ilustrado público de París.

Su obra más admirada y aplaudida es

el cuadro dantesco y mitol6gico que re­presenta la llegada de Jesús E. Luján á la «Revista Moderna de México.»

En un campo de llameantes espigas se ve Lnján sobre u 11 brioso corcel, acogi­do por el poeta Jesús E. Valenzuela, trans­formado en Centauro.

Otros poetas encarnan figuras novedo-

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22 REVISTA MODERNA DE I\ll~XI C().

sas, de águilas con las alas rotas, faunos de horripilante aspecto y serpientes aladas

devorando frutos de oro.

El símbolo es el sello peculiar de las

obras semi-macabras de Julio Ruelas.

Sus dibujos, con los que ilustra la Re­vista Moderna, de México, impresionan

vivamente á los intelectuales de su patria

y de América.

No tiene similitud con ninguno de los

de otros artistas contemporáneos, y en to­

dos brilla su caprichoso talento.

El retrato del poeta Rubén Campos es una obra encantadora de su pincel maes­

tro. El bardo escucha la canci6n de la Mu­

sa alada, cual mariposa que le entona á su oído la música de la inspiraci6n y del

ensueño. La Musa es una mujer con alas

de mariposa y pies de ave , tocando la flau­

ta pastoril de los griegos campestres. A la Bella Otero la repre~enta con su

espléndida figura, bailando sobre un esce­

nario sembrado de calaveras, de cuyas cuencas vacías destellan rayos de fuego

sensual, mientras una cabeza de Bautista

sangra á sus pies. Su labor es múltiple. Aguas-fuertes,

6leos, dibujos, retratos , revelan su mara­villosa y potente fantasía.

Encarna en sus atrevidas pi nceladas,

todos los ensueños de su mente y las pa­siones del alma humana universal.

Los grandes odios, los amores, el do ­

lor, el heroísmo, el desencanto, toda la ga­

ma del espíritu que se funde en el senti­miento, la idéaliza con su pincel creador.

Sus visiones de poeta se traducen en

sus lienzos y en sus cartones, con la ardo­

rosa fiebre de la inspiraci6n devoradora y

fa ntástica. Es un panteísta del color y de la fanta­

sía , que imagina dioses en la naturaleza

humana y los arroja en sus telas fulgu­rantes de rojo y de azul, C01110 si recogie­

se celajes de los horizontes empapados en

los matices del cielo y de la deslumbrado­

ra luz del sol.

No tiene la América un artista ni un

poeta de su originalidad y de su genio.

Es único en este continente, donde vi­bra en las almas la idealidad más emocio­nante de la naturaleza.»

(De HAm é rica en el Plata.» - Buenos Aires. Nov . de

'9°7 ).

"REVISTA MODEI{NA DE MÉXICO"

«Como un canje anticipado, el joven poe­

ta D. Emilio Valenzuela, nos entreg6 la R evista J/-foderna, que recibimos dilecta­

mente y dilecta mente hemos saboreado.

La Revista J/-foderna, entre nuestra

prensa literario-científica, es lo mejor, lo

más elevado, lo más pulcro, lo más ele­

gante. Llega regiamente ataviada, brindándo-

(De "Arpegios," México).

nos las mieles de sus mnas exquisitas y

el encanto de sus prosas magnas.

El espíritu sublime de Julio Ruelas -el inolvidable desaparecido- sigue prestan­

do galas á esta hermana mayor, que cari­ñosamente estrecha nuestra mano, y de la cual guardaremos eterno recuerdo, como los caracoles guardan eternamente en sus entrañas los tumbos de la mar.»

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REVISTA MODERNA DE MÉXICO.

A JULIO RUELAS

Oh, músico de la forma! Oh, poeta de la línea!

Oh, maestro cuya nave cruzó del alma la estigia!

Tú que hiciste de la muerte un a estrambótica lira

para armonizar las gélidas obsidianas de la vida.

Oh, tú, señor, insondable camarada de Durero,

pasaste por la existencia como un ruiseñor e nfermo,

eras un muerto ambulante, eras un clásico mu erto

que de todos los espíritus analizó los infi e rnos.

Dorée y el triste Alighiere te esperaban, fué preciso

que escanciaras de las parcas el enigmático vino para c~mpletar la regia tricromía que en el abismo

cuente de Italia y de México la impoluta gentileza

y desde la tumba inspire otra Divina Comedia que narre las tempestades que agonizan á la tierra .

. . . . . . . . . . . . . . . . , .... . .. !

Gentil esteta:

23

Hoy que la gloria, orgullosa, en sus brazos te encarcela

y la Patria mexicana entre esos brazos te besa,

que arrullen tu sueño eterno las arpas de los poetas

y que el Dios Pan te bendiga en el altar de las selvas! ....

FRANCISCO CÉSAR MORALES.

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24 HEVISTA MOLJI<; I{NA DE I\¡J1;XI CO.

LA VANIDAD CRIMINAL

(CO"CLUSIÓ1\)

El Dr. Valette, en una tesis de Lyon, inspirada por el Profesor Lacassagne, reu­nió datos muy demostrativos acerca del ex­hibicionismo y la vanidad de nrios anar­quistas célebres. Recordaremos algunos

de los más significativos. En Ravachol se percibe la más hetero­

génea combinación de infamias y de anar­quismo; los elementos morales propios de la más baja criminalidad se escudan tras el manto de reivindicaciones sociales pro­fesadas con petulancia sin par. Es curioso el proceso psicológico de este ladrón y

violador de sepulturas, contrabandista y asesino, que intenta erigirse un pedestal, sustentando sus crímenes con la argamasa de utópicas filosofías. Antes de recurrir á la dinamita, ha usado todos los instrumen­

tos vulgares del delito, desde sus simples manos de vagabundo, hasta el puñal, el re­vól ver y el martillo; puede envanecerse cí­

nicamente pensando que «cada uno de sus

dedos ha matado á un hombre.» Antes del atentado había dicho á su compañero Cha­martin: «Si yo quisiera contar lo que he hecho, verías mi retrato en todos los dia­rios!» Y realizó su deseo. Por ese tiempo

vimos en Le Pere Peinard, que recibía en Buenos Aires un librero de la calle Esme­

ralda, la siniestra apoteosis del bandido. En un pésimo grabado, la cabeza de Ra­vachol, encuadrada en el armazón de la guillotina, resultaba sobre la luz sangrien­ta de una gran noche simbólica: un astro. Después, durante años, leímos en Buenos Aires un semanario titulado Ravachol,' en el mundo se publicaron más de 30 ho­mónimos. ¿Es celebridad?-Lo mismo que­da un hombre en la historia, ya se lo es­criba en letras de luz ó en letras de san· gre. La diatriba, cuando es sonora, inmor­taliza más que el elogio.

Vaillant, envidioso de tanta gloria, se propuso exceder á Ravachol. Desde las tribunas del Palais Bourbon arrojó su bomba mortífera al hemiciclo de la Cá­mara de Diputados. Ese «bello gesto,» como lo clasificó el literato Laurent Tail­hade (cuya megalomanía anarquista vi ­mos derrulll barse en el manicomio de San­ta Ana en París, ¡pobre poeta de los «Vi­traux!») , fué teatral en grado sumo. Vai­llant dijo orguIlosamente que era la san­ción final de una lucha contra la sociedad.

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REVISTA MODERNA DE MÉXICO. 25

Había preparado la leyenda del crimen para que su apoteosis fuese rápida y her­mosa. Pudo comprobarse que poco antes del atentado envi6 su fotografía á Paul Reclus, á fin de que estuviese lista para la publicidad. Mr. Bertrand, estudiando su psicología, señal6 «su inmenso orgul\o y una inconmensurable adoraci6n del yo.»

Un mes después, un pobre diablo fa1l6 un atentado contra el Rey de Servia en París. Ese infeliz, llamado Leauthier, es­cribi6 previamente una carta á Sebastián Faure, director de un diario anarquista, excusándose de no ofrecer á la causa más que ese mínimo holocausto, «careciendo de medios para dar un golpe de efecto, co­mo el sublime compañero Ravacho\!» Fué excesivamente ingenioso para llegar á ser célebre.

Emilio Henry es un tipo más interesan­te. Precoz, inteligente, en la escuela había sido muy buen alumno. Su instabilidad mental le impedía esa labor asidua que conduce al éxito. Ambicioso en extremo, sus fracasos le desesperan al fin. Su anar­quismo es una simple revancha de fraca· sado. Joven, de buen talento y casi poeta, no va á la anarquía COhlO desesperado á quien la miseria hostiga, que ha perdido la cabeza y ve todo rojo, no; él busca en el pequeño escenario de la secta, el éxito que no le sonríe en el vasto escenario de la sociedad entera. Necesita hartar su va­nidad; pronto consigue el elogio de sus compañeros y el aplauso fácil de sus chus­mas. Él, como todos, prefiere ser primero en su aldea y no segundo en Roma. Du­rante el proceso, y hasta subir á la guillo­tina, vive preocupado por el «el qué di­rán; » es un precavido comediante que des­empeña el papel de emancipador de la humanidad oprimida. Es fuerza confesar que 10 desempeña bien, con la perseveran­cia que cabía esperar de su vanidad des­mesurada. Al terminar los debates, escri-

bi6 el Dr. Goupil: «Su actividad en la audiencia, su mirada fija , su mueca impa­sible, su pérdida absoluta del instinto de conservaci6n, todo evidencia que padecía una forma de locura de las grandezas, la grandeza p6stuma, la locura de Er6strato.»

En el desgraciado Caserio se repite esa historia. A pesar de su ignorancia, pues

era casi analfabeta, encontr6 en las teorías anarquistas un excitante de su vanidad se­misalvaje. Comenz6 dedicándose á la pro­paganda verbal y escrita . ¿Os imagináis el envanecimiento de esos ignorantes, cuando llegan á creerse periodistas; uni­versales y fil6sofos reformadores de la so­ciedad? Después se enferm6 y tuvo su ca­ma en un hospital , por una enfermedad cr6nica y vergonzosa. Su filosofía pesi­

mista le indujo al suicidio; pero su yo, he­cho pompa de jabón , no acept6 una muer­te vulgar y modesta. «Su inconmensura­ble vanidad no podía resignarse á ello. Re­solvi6 sacrificarse por la causa, vender cara su cabeza y mostrar á sus compañe­ros que era digno de admiraci6n y de le­gar su nombre á las generaciones veni­deras.»

Después sIguIeron los atentados de Czolgoz, Duccheni , Rubino y otros, hasta Bresci. Podrían mencionarse junto á esas formas trágicas del erostratismo, otras lar­vadas é indecisas. Muchos sujetos dispa­

ran un arma sin proyectil, para llamar la atenci6n sobre su persona. Otros arrojan, á guisa de bomba, inofensivos legajos de folletos 6 reclamaciones.

Hay, pues, una escala progresiva, desde los débiles mentales hasta los megalóma­nos razonadores. La vanidad y la suges­tión constituyen sus res'Jrtes más violen­tos; son casos de simple criminalidad po­lítica, como los regicidas en otras épocas. Es tan absurdo reivindicarlos para e\' anar­quismo, como imputárselos sistemática­mente.

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26 RJ<WIS'L'A MODERNA DE MEXICO.

* .¡(- .¡(-

Sugestión y vanidad: es el binomio psi­

cológico del erostratismo político moder­

no. En los demás delincuentes esos tér­

minos conservan su papel preponderante,

aunque no exclusivo como en ellos.

¿ Por qué son sugestionables los delin­

cuentes?

La masa de la población criminal se re­

cluta entre individuos anormales, illcapa­

ces de adaptarse á las condiciones de lu­

cha por la vida, propias de su ambiente

social. En muchos la degeneración es here­

ditaria; en su ascendencia lucen delincuen­

tes , alienados, neurópatas, alcoholistas, ar­

tríti cos, etc En otros la degeneración es

adquirida, prod ucto de condiciones \.'ro­

pias del medio, primando entre sus facto­

res la miseria , el alcoholismo, la mala

educación, la falta de higiene, el trabajo

excesivo, etc. En todos los degenerados

el órgano más expuesto es el cerebro; es­

tá destinado á funciones biológicas m;'¡s

evolucionadas y, por ende, su íntima tex­

tura es más sensible, más frágil. El engra­

naje de un cronómetro se descompone por

un grano de arena ó un golpecillo que no

molestan ;'¡ un reloj de campanario; se ga­

na en precisión lo que se pierde en tosca

solidez. Así también el cerebro. La dege­

neración mental puede ya observarse en

sujetos que aún no presentan caracteres

físicos degenerati vos.

Todos los hombres son más ó menos

sugestibles; esa condición aumenta con la

inferioridad mental, pues ésta impide opo­

ner resistencias críticas á las ideas sugeri­

das: la cred ulidad de Cándido y de Cacase­

no. Los anormales, desequilibrados y de­

generados , tienen disminuido su poder de

control crítico; por eso aceptan fácilmente

sugestiones que un normal rechazaría des­

pués de analizarlas con serenidad. Por eso

los fan áticos de las sectas (espiritistas, ve-

getarianos, católicos, socialistas, salvacio­

nistas, antivacunistas, anarquistas) suelen

recl utarse entre sujetos anormales; éstos

aceptan la sugestión doctrinaria con carac­

teres absolutos y la polarizan u nilateral­

mente, por falta de aJ.ltitud para la fun­

ción crítica.

Los delincuentes, por pertenecer en su

mayor parte á la fa milia degenerativa

(exceptuando los criminales de ocasión y los

criminaloides), son eminentemente suges­

tionables, no sólo en cantidad, sino en ca­

lidad . Su cerebro está orientado por ideas

y sentimientos antisocialistas, fruto del

ambiente en que ellos viven y cuya influen­

cia reciben · constantemente; la 1110ral car­

celaria es distinta de la moral honesta . Un

cerebro así preparado es un receptor pro­

picio para todo lo que al delito se refiera ,

es una placa sensibilizada , impresionable

por sugestiones que no actúan sobre un

ce rebro equilibrado. Por eso puede afir­

marse esta premisa: los delincuentes suelen

ser degenerados, de sugestibilidad anor­

mal , influenciables por toda sugestión ar­

mónica C0n sus tendencias antisociales. Y

su lado flaco, el más vulnerable de sus

sentimientos, es la vanidad del crimen, el

orgullo profesional.

* * *

Los diarios colaboran eficazmente á esa

tarea de sugestión funesta; son laborato­

rios de apologías criminales. En rigor, es

un mal inevitable; huelgan las frecuentes

protestas de los moralistas y los criminó­

logos. El periodismo contemporáneo, obli­

gado á completar su información y á com­

placer a l grueso público que 10 mantiene,

necesita descender á estas transacciones

con el mal gusto popular, y no son las

únicas.

La prensa es, indudablemente, el más

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I:'EVIS'L'A MODERNA DE M~~XICO. 27

importante vehículo de s ugestiones. Cuan­

d o se le atribuye una funci6n ed ucadora, se presupone su ca pacid ad sugestiva ; ed u­car es sugerir. ¿Qué ocurre co n la descrip­ci6 n detallada de los delitos y la g lorifi ca ·

ci6n de sus actores? L os honestos , los que piensan y obran

dentro de ciertas norm as tendentes á ase­

gurar la existencia y el bienestar de cada uno, al leer esas artimañas de los desho­

nestos, sienten repulsi6n por el delito y por sus artífices; su conducta es la resul ­tante de una orientaci6n socia l de s u inte­

ligencia. La sugesti6n del delito cae en terreno infecundo; los gérm enes mueren

sin abrir brecha en las conciencias. Pero esas mismas suges tiones, llevadas

por la prensa á la poblaci6n criminal, pro­ducen el efecto contrari o; encuentran cereo

bros dispuestos antisocialmente, incli nados al delito por la herencia 6 la ed ucaci6 n. Cada crimen es un tema de emulaci6n

profesional ; cada cr6nica periodística un honor envidiable; el objeti vo fotográfico, un sueño, un ideal. Leyend o el relato mi­

nucioso de un mismo delito, el tra nqüilo burgués exclama: «¡ Infamia! » y el delin­cuente comentará: «¡Magnífico golpe!» ¿C6mo desconocer que la exposici6n cir­

cunstanciada de esos magníficos golpes debe ejercer una grave influencia sobre el espíritu vanidoso de los delincuentes? Esas

apologías -pues los dicterios de los perio-

distas resultan alabanzas para los crimina­

les,- ¿no esti mulan su orgull o profesional?

Si pudiéramos adoptar por un momento el alma de un carcelario habitual; es decir, si enfocáramos nuestro cerebro para perci­

bir y juzgar como él los hechos exteriores, enco ntraríamos en las cr6nicas judiciales

una cátedra, enseñanzas para colmar las pro­pias laguna!', estímulos eficaces para per­

feccionar los procedimientos, hermosos

ejemplos que imitar, nuevos peldaños que subir en la esca la de la g loria. Siempre un ¡más arriba! en la aristocraciadelai nfamia.

P orque el delincuente, propulsado por su orgullo, quiere adquirir celebridad en su

carrera, en virtud del mismo proceso psi­cológico fl or el cual la ansían el político y

el poeta, el sabio y el art ista. Como el gasc6n heroico de Rostand,

estos cruzados del puñal y de la ganzúa

ti enen su penacho, dan su estocada para

completar un soneto de audaces premedi­

tacio nes . Sueñ'ln, rtcaso, un rojo y sinies­tro San Graal, como soñaba el suyo el ca­

ballero Loheng rin. Vallete refiere que

H enriot, el agudo carica turista parisiense,

escribi6 al pie de un a página suya este profundo tratado de psicología criminal:

«Mais, Monsieur le président, la Court d 'Assises, la Guillotine, c'est notre Légion d'Honneur a nous.»

J OSÉ I NGEGNIEROS .

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28 H.I~VIS'I'A MOOl,jH,N A HE MÉXICO

Ilustraciones inéditas

para Un libro de versos.

Julio Ruelas.

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REViSTA lVIODEliNA DE MEXiCO. 29

Ilustraciones inéditas

para un libro de versos.

Julio Ruelas .

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30 REVIST A MOD8RNA DE l\IGXI CO.

UNA CARTA

173 \Veleringschalls AlIIsterdall1 , 19 Nov iembre 19°7.

SEÑO R D . A ~I.\IJO NER\'O.

Mad rid .

Mi querido N ervo: Acabo d e recibi r la

carta en donde me anuncia la muerte del

pintor Rue l a~ . ¿Cómo decirle mi estupor?

A mi paso por París, últimamente , quise

conocerle, pero IlO me fué posible. N ad ie

sabía su direcció ll . Ahora, e ll e l invierno,

me prometía hace rl e una visita. Y he aq uí

que Ud . me allull cia su mu erte . Después de

la desaparición de J osé Martí, es la pér­

dida más grallde que ha s ufrido nuestro

g ra n país Hispa no·Americano. ¡Qué ho m­

bre se va! La muerte, á la q ue tantas ve­

ces pintó, con un ho ndo selltido trágico é

irónico, viene á buscarlo, irón ica ta mbién ,

cua nd o empezaban para él las mieles de

la vida y de la g loria . En esas dos pala­

bras, trag edia é ironía, está precisamente

la clave de s u obra. Con Ud ., que la co­

noce, no necesi to insistir.-Ruelas, nieto

d e Goya , por la raza y p or el arte, tenía

ull a chispa del geni o de s u abuelo. Yo lo

creo ig ua l, cua nd o menos, á F e li cia no

Rops , con quien ti ene algún parecido.

Lamentemos, como una desgTacia de

Hispano-Améri ca, la desaparición d e este

hombre d e ge nio. Y oj a lá que d e ese pol­

vo se leva nte a lg ún artista digno del

maestro mexican o!

Un abrazo de s u afmo. amigo.

R UF I 1\O Br.A NCO -Fo~ I RONA .

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REVISTA MODERN A DI~ M ItXICO. 31

UNA MUJER FLACA, UN SÁTIRO Y UN CUERVO

SOBRE LA TUMBA DE JULIO RUELAS

«El 16 del corriente será el primer ani­versario de la muerte del artista mexicano

Julio Ruelas, ocurrida en París , en donde Ruelas estaba pensionado por el Ministe­rio de Instrucción Pública y Bellas Artes.

A raíz de su muerte, el Sr. Jesús E. Lu­ján, que fué gran amigo del artista Rue­

las, encarg6 al escultor mexicano Arnulfo Domínguez, la ejecución de un grupo es­

cultórico en mármol de Carrara, para co­locarlo, en el primer aniversario, sobre la

tumba de Ruelas, en el panteón de Mont­martre.

El grupo escultórico ha sido terminado ya por Domínguez, según una carta suya que se recibió hace dos 6 tres días en esta Capital, y en la cual anuncia que la obra

está ya lista para ser colocada en la tum­

ba de Julio Ruelas, el próximo día 16 del corriente.

En la misma carta á que nos referimos,

se hace una ligera descripci6n de lo que representa el monumento. Es un gran

bloque de mármol de Carrara. En primer

término, y al pie del bloque, está una mu­jer flaca , tirada en el sudo, próxima á mo·

rir, y en un último esfuerzo levanta los brazos descarnados hacia el espacio, en

actitud suplicante. Junto á ella, un gro­tesco sátiro baila una danza macabra, ha­ciéndole muecas y tocando su flauta. Es­ta primera parte tiene como fondo, el blo­

que de mármol que se levanta sobrepa­

sando al grupo, y simu la en su término

superior una abrupta peña, sobre la cual un fatídico cuervo está posado con las alas abiertas, como en ar.titud de volar.

Como se ve, este grupo escultórico es­tá de acuerdo con las ideas que informa­ron la personalidad artística del atormen­

tado pintor Julio Ruelas.»

(De «El Imparcial, .. de ~éxico).

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32 RJ!;VIS'l'A MODERNA DE l\lÉXlCO.

A RUELAS

Cante la shiringa de Pan, tus victorias!

Erija la enseña de un laudo füerte

en la triunfadora torre de tus glorias,

un rápsoda heleno de voces ustorias,

¡oh embrujado y triste novio de la Muerte!

Lleguen los caprípedos de sistro canoro;

inicie sus ritos la diosa de Idalia;

címbalos y tibias levanten su coro,

y vuelque el sol griego, como ánfora de oro,

su luz, hecha vino, sobre la faunalia!

Que hierva el elíxir en claras burbujas

en los agoreros aquelarres fieros,

y con sus punzantes ojos, cual ag ujas,

que lleguen al sabat, de Macbeth las brujas

bajo una diadema de dobles luceros.

Los campos vestidos de luna, los campos

do ríos de espanto ruedan turbias linfas,

que del plenilunio duplican los lampos,

oigan el galope de los hipocampos

y el lascivo grito de amor de las ninfas!

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. REVISTA MODEH,N A DE MÉXlCO.

Muestren los arbustos su actitud de pasmo;

sean arpas bíblicas los ramajes broncos

que el terror agita ~con plectros de espasmo;

y las hamadriadas como en un orgasmo

se abracen con lúbrico ardor á los troncos!

Que Job -rey del femio- con su barba bella­

mente hirsuta, llegue .... Su carne viscosa

de un milagro excelso mostrará la huella:

tendrá en cada herida la luz de una estrella,

será cada llaga como una gran rosa!

Contristores sátiros de bocas cansinas,

de cuerpos cribados por rastros sangrien tos,

traigan, vueltos rayos, sus haces de espinas,

y acudan varonas de muertas retinas,

donde la agonía cuajó sus tormentos!

Rostros qne son máscaras como de tragedia,

carrillos inflados como los de Bóreas,

y simbolizando la gran Edad Media,

yacentes en túmulos que el césped asedia

reinas de abaciales manos hiperbóreas!

Reviva en Lutecia la olímpica Grecia,

los joviales Términos, en idilios aptos,

pongan la cosquilla de su barba recia

en la carne de las hijas de Lutecia! ....

¡En París, Herakles consuma sus raptos!

y sobre el_multánime himno que cual río

plutónico, cruza por tus pies, inerte,

novio de las sombras, monarca de hastío,

llegue en su esq uelético pegaso sombrío

á darte un abrazo, tu amada la Muerte!

. . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . .. . . . . . . .......

33

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34 REVISTA MODERNA DE MÉXICO.

Doloroso Ruelas! que hundes una daga

de pavor, en todo lo que tu alma exulta,

hoy un epinicio glorioso te halaga,

por el «temblor lírico» de tu mano maga

que encendió una aurora en la turba-multa!

Por tu arte divino, que es como un camino

por donde á cisternas de Ideal se parte;

porque fuiste un fúnebre, genial peregrino

que encumbraste el lábaro de tu arte divino

en los escabrosos senderos del Arte!

Ruelas torturante! Por los hondos duelos

que hay en las visiones con que maravillas,

porque en los espíritus ensayan sus vuelos

los cárabos mudos de tus desconsuelos,

y angustias las almas con tus pesadillas!

Porque el del doliente Musset; fué tu hermano,

porque no supiste de la venturanza

como el tl')rvo príncipe del sajón galano,

porque en un supremo desdén á lo humano

clavaste en el áncora tu inmensa esperanza!

Por eso ya cesan en su himplar perverso

las bestias que husmearon tus timbres gallardos,

y ante tu renombre milagroso y terso,

abre sus dos alas de cristal el verso

en el ofertorio que te hacen los bardos!

Por eso los pífanos levantan su coro,

é inicia sus ritos la diosa de Idalia;

llegan los caprípedos de sistro canoro,

y vuelca el sol griego, como ánfora de oro,

su luz, hecha vino, sobre tu faunalia!

J OSÉ DE J. NÚÑEZ y DOMÍNGUEZ.

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REVISTA MODERNA DE MÉXICO. 35

EL PRIMER ANIVERSARIO DE RUELAS

«Un año hace que recibimos la infausta

noticia: Ruelas había muerto. El laconis­mo cruel del cable nos dejaba en una do­lorosa incertidumbre; aún se alentaban es­peranzas. Pero la nueva se confirmó, y en los centros artísticos de la capital , el ~entimiento fué vivo y profundo, por mu­cho que el temperamento del genial dibu­jante no ha sido todavía bien compren­dido.

Algún tiempo después tuvimos deta­lles de la muerte y de los ínstantes postre­ros de la vida de Ruelas , por un fino ami­go nuestro que, cuando el funesto aconte­cimiento, se encontró j unto al lecho del artista. Su relato estuvo impregnado de un dolor intenso. El desenlace fatal era temido, pero no esperado; y algunos de nuestros artis tas residentes en París, se enteraron, después de la muerte de Rue­las, de su enfermedad. Esto es, en verdad, lamentable; ya no por cuanto pudiera de­cirse de fraternidad artística, sino por el valor altísimo del genial desaparecido.

Recordamos que también, á raíz de la muerte de Ruelas, toda la pensa del país le tributó un postrero adiós y un postre­ro elogio; parece que ha sido ya olvidado

¡muy pronto! por la mayoría. Y esto es un desconsuelo y un desengaño, desenga­ño muy muy hondo y cruel, para quien en nuestro medio !:ie siellte artista. lIfas es justo decirlo, proclamarlo: solamente ell la «Revista Moderna de México,» la úni­

ca revista de arte con que contamos, palPi­ta el espíritu de su ilustrador instlbstitui­ble. En sus págin'l.s , hermosas de arte, vivirá perd urablemente Ruelas.

Se habla todavía de su obra artísti c<t; y es duro confesarlo, sólo los espíritus cultos y exquisitos y los iniciados, han sa­bido comprenderla. Por dondequiera se ha dicho, en todos los tonos, en todas oca­siones: «los dibujos macabros de Ruelas,» «su temperamento sombrío, casi fúnebre.» Atrevimiento y ligereza que propalaron algunos.

Pero pocos han elogiado la firmeza y la pureza de su dibujo irreprOCHable, la intensidad soberbia de sus ideas; y pocos han comprel?dido que las miradas de Rue­las, que fueron de un genio, <l1canzaban visiones grandiosas que estaban muy le­jos del radio visual de la estúpid;, miopía del vulgo.

Era Julio Ruelas, indiscutiblemente, el

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3.6 REVISTA MODERNA DE MÉXlCO.

más grande de nuestros artistas contem­

poráneos. Sus dibujos, que externaban las ideas profundas de un intelecto joven y potente, en su ironía cruel á las veces para ideales humanos, son de una origina­lidad exquisita y delicada. Y se ha dicho que seguía los procedimientos mismos de Alberto Durero ....

Sabemos que el magnánimo y opulen­

to capitalista mexicano, D. Jesús E. Luján, acaso el único amigo de los artistas entre

los acaudalados de nuestro país, trata de

que el escultor Arnulfo DomÍnguez, que es al presente una brillante promesa de gloria para el Arte , proyecte un monu­mento que, realizado, se coloque sobre la tumba de Ruelas. Reciba por ello el Sr. Luján , la enhorabuena de los amantes de la belleza y admiradores de los predesti­nados que han sabido sublimarla.

y sea nuestro recuerdo en este aniver­sario de su muerte, un ramo de siempre­vivas á la memoria imperecedera del ar­

tista.» (De «N ue vos H orizontes»).

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RFJVIS'l'A MODFJR.NA DE MEXICO. 37

" Los Fuegos Fatuos."-Agua-fuerte de Julio Ruelas. (Inédita).

Propiedad del Sr. D. Aurelio Ruelas.

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38 REVISTA MODEHNA DE MÉXICO.

A JULIO RUELAS

(En memoria).

Alzo antorcha doliente de triste llama,

y cruzo negra y fría noche sin fin ....

y llego 'ante tu tumba, donde la Famrt,

¡oh pintor de poemas! tu prez proclama

resonando una tibia, como un clarín.

La angustia aprieta gritos en fuerte nudo

á la sombra que pena por el confín ....

Pasa un pavor de aquellos que trazar pudo

tu sapiencia. y complica símbolo rudo

en torno, con los vuelos de su ardua crin ....

Garra fatal sacude mi pensamiento ... .

En un celaje, un rayo rasga un satín .... !

En un sol, una nube borra un portento .... !

En un ave, un guijarro suplicia un cuento .... !

En un ensueño, un llanto seca un jardín .... !

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REVISTA MODERNA DE MÉXICO.

y el corazón devoto su incienso quema ....

y tu mérito surge del medio ruin,

sosteniendo en las sienes ígnea diadema!

empuñando áurea espada de luz suprema!

tendiendo sus seis alas de querubín!

y yo, que perdí en rotas ardor altivo,

y colgué acero y casco de paladín,

y, hecho pastor de penas, obscuro vivo,

dejo atado en tu tumba mi admirativo

afecto, vigilante como un mastín.

R OBE RTO AR GÚELLES BrUNGAS.

39

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40 RlGVISTA MODERNA DE MÉXICO.

EN UN MUNDO LEJANO

Hay un mundo en una estrella lejana,

y allá no acontecen las cosas como Olcon­tecen aquí.

Un hombre y una mujer había en ese mundo; tenían un mismo trabajo que cumplir; caminaron juntos por muchos días y llegaron á hacerse amigos; y esta es cosa que, á las veces, en este mundo sucede también.

Mas algo había en aquel mundo-estre­lla que no hay aquí. Había un bosque tu­pido adonde los árboles crecían apretando entre sí sus ramas y entretejiéndolas, y adonde nunca brill6 el sol vernal. Y allí se alzaba un santuario. Todo en el día se hallaba quieto; ma1l, á la noche, cuando los astros brillaban 6 la luz de la luna re-. verberaba sobre las copas de los árboles y bajo los árboles todo callaba , si alguien, solitario, se escurría hasta el altar de pie­dra, y allí, arrodillado en las gradas y descubriendo su pecho, tanto lo hería que la sangre cayera sobre las gradas, cuanto pidiese le era concedido. Y esto suce­día, según dije , porque aquel era un mun­

do lejano donde á menudo las cosas pasa­ban como no acontecen aquí.

y sucedi6 que el hombre y la mujer ca· minar-on juntos, y la mujer llegó á amar

De Olive Schreiner.

mucho al hombre. Y una noche, cuando tanto brillaba la luna, que, en los árboles, eran las hojas de luz , y en el mar, de plata las olas , la mujer se dirigi6 sola al bosque tupido. Todo era sombra allí. El fulgor de la luna apenas llegaba, indeciso, y en tenues copos, hasta las hojas muertas que había á ~us pies; y se enred.aban por so­bre su cabeza las ramas en un ' toldo com­pacto. Más adentro crecía la sombra, in­decisa y en tenues copos llegaba ya la luz lunar. Entonces la mujer se acerc6 al santuario, se arrodill6 ante él: or6, no ob­tuvo respuesta; y entonces, descubriendo el pecho, lo hiri6 con una piedra de doble filo. Gotearon las gotas rojas , lenta men­te, sobre el suelo. Y una voz gritó: «¿qué buscas aquí?»

--Hay un hombre á qmen amo sobre todas las cosas -dijo ella,- y deseo para

él la mejor de las bendiciones. -¿Qué es ello?-pregunt6 la voz. y la mujer: «Lo ignoro. S610 deseo

que tenga lo que hay de mejor para él, sea lo que fuere.»

y dijo la voz: «Lo tendrá, tu súplica está satisfecha.»

La mujer se levant6. Con la mano apa­ñó su estrecha túnica, replegándola sobre

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REVISTA MODERNA DE MÉXICO. 41

el pecho, y echó á correr hacia afuera del bosque; y la siguió el revoloteo de las ho­jas muertas que había á sus pies. Afuera, al claro de luna, el aire soplaba suave, y

brillaba la arena en la playa. La mujer

corrió á lo largo de la tersa orilla y, de súbito,~ se paró: á lo lejos , por sobre el agua, algo vió que se movía. . .. Con la mano asombró sus ojos, miró: era un bote que resbalaba rápidamente, l11 ar adentro, sobre el agua clardelunada. Alguien se mantenía de pie en el bote. ¿Su rostro? No lo alumbraba la luna, pero ella cono­ció la silueta al punto. Rápido el bote huia; se dijera que no lo empujaba nadie. Iba anegado en el rielar de la luna y ya estaba lejos de la orilla; pero se dijera que

otra silueta se hallaba sentada á la popa. Rápido, rápido el bote huia sobre el agua, mar adentro, mar adentro. Corri ó la mu­jer por toda la orilla: no por eso se le acer­có más. Extendió la mujer sus brazos; su túnica , antes plegada sobre su pecho,

abierta flotó en el aIre; la luna encendió

con luz fría sus largos cabellos sueltos. y Ulla voz ll1urmuró entonces: «¿qué

te sucede?~ : y ell a gritó: «Con mi sangre compré para él el mejor de los dones. Vine á traérselo; él huye de mí !» Y la voz murmuró entonces: «Ya tu ruego se ha­bía cumplido, el d6n le había sido otor­gado.» Y ella gritó: «¿En qué consiste, pues, semejantedón?» Y la voz murmuró entonces: «En que él pudiese huir de ti .»

Quedóse la ~mujer inmóvil. Lejos, ma( adentro, el ~ bote se había

perdido á los ojos, anegado en la luz lu­nar.

La voz murmuró suavemente: «¿estás sa tisfecha?»

E:la respondi6 suavemente: «es toy sa­

tisfecha.» Á sus pies, sobre la playa, moría n las

olas cansadas, cantand o con sus gorgori­tos , largamente.

Tra du cc ión pa ra «I. a I~e \'i sta .\l oderrHI)).

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42 ltEVIS'l'A MODERNA DE MÉXICO.

A ]lJLIO RUELAS

Por la selva creadora pasó un viento de muerte:

Las brujas y cabríos á la «misa» no irán ....

Pasó un viento de muerte por la selva antes fuerte,

y calló la shiringa sugestiva de Pan.

Tu buril -fuente lúbrica- para siempre está inerte:

La ninfa y el caprípedo inactivos están,

y una honda nostalgia de tu fuerza se advierte

En los cuentos de bruma del país alemán.

En la torre sombría ritmó el ave nocturna

Su presagio; suspendiste tu labor taciturna

D e espasmo, crispatura, calosfrío y pavor;

y en medio al insomnioso tropel de tus creaciones,

La Muerte puso término á tus desolaciones,

¡Oh artista del Hastío, oh hermano del Dolor!

MOISÉS CANALE.

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REVISTA MODERNA DE MÉXICO. 43

Apunte á lápiz de Julio Ruelas. (Inédito).- Propiedad del Sr. D. Aureljo Ruelas.

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44 RJ:<.:VlSTA 1I10DI~RNA DE MÉXICO

SOBRE EL CARÁCTER CIENTÍFICO DE LA HISTORIA 1

POR

PEDRO DORADO.

( CONCLUSIÓN)

Todo el que pretenda hacer ciencia so­cial, ciencia moral , ciencia jurídica, 6 bien digamos un estudio de cualquiera manifes­taci6n de la conducta humana, no tiene

más remedio que comenzar por la historia , es decir , por la recolecci6n de los datos de hecho que han de servirle de base para sus inducciones, sí ntesis ygeneralizaciones. Procederá forzosamente lo mismo que pro­ceden los cultivadores de las denominadas ciencias naturales y experimentales, cuyo

primer paso, el más fundamental de todos -porque los restantes en él estriban y tendrán 6 no firmeza según la solidez con que éste se haya dado,- consiste, como es bien sabido y ya dejamos dicho, en alle­gar materiales de observaci6n , ')rdenarlos, tamizarlos y depurarlos, compararlos, etc. Para saber cuáles sean las leyes del hacer de los hombres, los principios generales que gobiernan sus actos, las caus:¡s que deter­

minan la producci6n de éstos -asunto de toda ciencia del grupo de las morales, socia-

les y políticas,- es menester observar ese hacer, observarlo todo lo posible, una vez y otra vez y m uchas veces. Y para ello no se puede prescindir del eticacísimo é insus­tituible auxilio de la historia y del de la estadística, que es historia también, la his­toria del presente, conforme se la llama , lo mismo que de la historia dicen ser la estadística del pasado. La estadística, ya la forme uno mismo, como resultado de la observaci6n directa de los fen6menos, ya la formen otros y uno la aproveche (co­laboraci6n indirecta 6 mediata), siempre está destinada, exactamente lo mismo que la historia propiamente dicha, en la que se hace uso así bien de ambos los proce­dimientos de formaci6n que acabamos de mencionar, al acopio de hechos que, con­venientemente discernidos, estudiados é interpretados, han de servir, sacándoles su quinta esencia, para hacer inferencias de orden general y elaborar conceptos é ideas de la propia índole. Hay quien alguna vez

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REVISTA MODERNA J)J~ MJi}XICO. 45

se entretiene, por puro placer estético 6

deportivo, en formar estadísticas de tales 6 cuales fen6menos, de igual manera que

con semejante fin se puede hacer y se hace de cuando en cuando historia (cr6nicas

menudas, verbigracia, 6 relatos de éste 6

el otro acontecimiento); sin _ em bargo , no es esto lo regular.

Con el material de hecho recogido, no

estará, seguramente, todavía perfectamen­te construida la ciencia de la conducta hu­

mana. Pero estará echada la base de ella.

Ni cabe, creo yo, aleRar que el cimiento no es el edificio, pues si no es todo él,

constituye parte esencial del mismo. Quien, por tal raz6n de incompletud, negase á la

historia (como á la estadística) todo ,carác­ter de ciencia, tendría que decir análoga­

mente, me parece á mí, que no son parte

de ésta los trabajos de laboratorio del químico, del bi610go y del fisiólogo, ver­bigracia, destinados á preparar datos his­

t6ricos y estadísticos, datos de hecho para las ulteriores generalizaciones; y que no lo

son tampoco el cúmulo de observaciones anotadas y registradas por el naturalista,

por el astr6nomo, por el fisico , como re­

sultado de .3US exploraciones y experiencia relativas al hacer, digamos espontáneo y

natural, de los distintos seres del Uni­

verso. Nótese ahora que si los naturalistas y

biólogos no se dan por satisfechos con el almacenaje de hechos, sino que, realizado

éste, prosiguen su labor de ordenaci6n, agrupaci6n y c1asificaci6n de los mismos, para luego prescindir del material bruto y trabajar s6lo con y sobre los extractos esen­

ciales de éste sacados, y que llevan el nom­bre de leyes 6 normas generales , de prin­cipios, de axiomas, de teoremas, de coro­

larios. . . . exactamente igual cond ucta siguen los historiadores y estadísticos. De la estadística, también se ha dudado -co­mo de la historia- si es 6 no es ciencia;

pero al presente, y dados los trabajos de sus cultivadores, parece que la duda no es mantenible. N o hay á estas horas quien no considere á la estadística, no ya tan :;610 como un instrumento utilísimo de in­vestigación para todas las ciencias y muy

en especial para las referente:; al hombre y á las manifestaciones de su conducta,

sino también como una ciencia propia y verdadera, >iustanti va, sobre las condi­

ciones de cuya formación y sobre cuyos

procedimientos discurren, por una parte, los l6gicos, y, por otra; los mismos estadís­ticos. Ahora, entre esos procedimientos

está precisamente, como coronamiento de los demás, anteriores á él, el de la formu­

laci6n de leyes generales que abarquen todos los fen6menos hasta el presente

observados y todos los posibles futuros .

de tal manera que e5as leyes generales sirvan para hacer cálculos, esto es, deduc­

ciones y previsiones seguras. Por eso se busca que l;,¡ estadística se convierta cada

vez más, como va sucediendo, en 'una ma­

temática, y si hay disciplina:; cuyo carác­ter científico menos dudas ofrezca para

todo el mundo, esas son las matemáticas precisamente, las cuales, con raz6n y sin

ella -sin ella, creo yo, pero no es ahora el momento de dilucidarlo ,- se vienen

considerando y proponiendo como el prin­cipal 6 como el único ejemplar de ciencias

deductivas y racionales, 6 sea de ciencias verdaderas, genuinas, indiscutibles;

De la historia cabe decir algo parecido. También ella suministra materiales yauxi­

lio á otras <: iencias; pero por ' su parte constituye ciencia independíente, con su

técnica ; sus procedimientos y demás. Lo que .sucede es que estos procedimientos y esta técnica se perfeccionan de día en día,

y al perfeccionarse, han ido dando vida á disciplinas aparte que, al verse desgaj adas de su matriz, reclaman el derecho á vivir

vida propia. Todas ellas, sin embargo,

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46 REVISTA. MODER\' A DE MÉXICO.

son hijas de la historia, y, quieran ó no, continúan llevando el sello de la madre, á

cuyo seno abundoso tienen que estar re­curriendo á cada paso para nutrirse. Sin la historia, son esas disciplinas como relo­jes, á los que se les acabara la cuerda.

¿Quién no ve que sucede así con todas las ciencias sociales, á comenzar por la más general y filosófica de ellas, por la socio­logía, y concluyendo por las ciencias so­ciales particulares, por la ciencia económi­ca, por la ciencia de la religión, por la filo­logía y la lingüística, por la ciencia del derecho, por la del arte , etc., etc.?

Pudiera decirse, me parece á mí, que la única ciencia social fué, en algún tiempo, la historia; pero la historia formada por los procedimientos más imperfectos y ru­dimentarios, esto es, la crónica, el relato

de hechos entre sí disgregados. Fué el primer conocimiento que el hombre tuvo de sus propios actos, la primera manifes­tación de la conciencia humana obser­

vadora, vuelta hacia 10 que hoy denomi­namos fenómenos sociales. Pero ella sirvió

de protoplasma, digámoslo así, de donde, por virtud del ulterior crecimiento de la masa y de sucesivas diferenciaciones inter­

nas, había de surgir con el tiempo la serie de las disciplinas sociales y morales que ya hoy se conocen y las que á la misma se agregarán mañana. La crónica reunió hechos sobre hechos; pero sin más enlace entre unos y otros que el de la contigüidad cronológica, ó el de la agrupaci6n arbi­traria ó accidental que de ellos hiciera el

cronista. Ni la ordenaci6n sistemática, ni la interpretaci6n de todo este material, habían hecho todavía su aparición. Era aún los consabidos «caracteres de impren­ta» en confuso hacinamiento. Al intentar poner orden en ello, convirtiéndose el mero cronista registrador de hechos en fil6sofo y hombre de ciencia que busca la manera de explicarlos por medio de enlaces cau-

sativos mutuos 6 por medio de otro cual­quier principio, aparecen los sistemas explicativos, los inventados por los «fiI6-sofos de la historia,» quienes, aun cuando son ya fil6sofos y hombres de ciencias, soci610gos, que podríamos decir, y juris­tas, y moralistas, y economistas , bien que en mínimas proporciones todo ello, sin

embargo, continúan perteneciendo al gre­mio de los historiadores. Son historiado­res primordialmente; pero para serlo, ne­cesitan ser también, en alguna propor­ci6n, y en segundo término, fil6sofos, so­ci610gos , psic610gos, lingüistas, juristas, y demás, sin llamarse tales. Desarrollados estos gérmenes secundarios, á los que ya no puede menos de atender el historiador,

si quiere saber explicarse «por principios»

los hechos humanos y sociales que va re­colectando, hacen poco á poco su aparición las ciencias sociales, hijas de la historia, de las cuales se pone en duda, desde luego, su derecho á existir independientemente, diciendo, como se dice, según es bien sa­bido. de la sociología y puede decirse igualmente de cada una de sus ramas 6 ca­

pítulos (sociología religiosa, artística, lin­güística, económica,jurídica, criminal. ... ),

que no son en el fondo otra cosa sino la antigua filosofía de la ,historia, sin más di­ferencia que la referente á la cantidad, esto es, al desarrollo.* Lo indiferenciado

'" Esta identificación sust ancial de la moder­na sociología con la antigua fil osofía de la his­toria, la rechazan a lgunos - de una y otra par­te, - según es sabido. Yo no puedo aquí explicar mi pensamiento acerca de ella Se trata de un problema lógico, del que habré de ocuparme en otro sitio. Por el momento, me contentaré con decir que, á juicio mío, los procedimientos mentales de que nos servimos todos los hom­bres son los mismos , va riando sólo la intensi­dad de ellos, y que, por consecuencia, todos, a un los que se llaman positivistas y experimen­talistas, somos, querámoslo 6 no, más ó menos metafísicos, y todos también, al contrario, aun los que se presenten como metafísicos, somos constantemente, sin poderlo evitar, experimen-

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REVISTA MODERNA DE MEXICO. 47

y embrioniario se ha segmentado, rami­ficado y pasado de la infancia á la mayor edad; mayor edad que, como siempre, trae consigo la emancipaci6n, pero no la ro­tura de todo vínculo con la cepa madre: esto es todo.

Ya he indicado que en el día de hoy, por virtud de esto que acabo de decir, el historiador, si ha de responder á lo que de él se exige, tiene que ser enciclopédico. Nopuede ya limitarse á ser un mero cro­nista de hechos salientes y lIamati vos. Cla­ro es que, como en otros 6rdenes sucede (en materia de alumbrado , por ejemplo, en la de locomoci6n , en la de maquinaria, en tantas otras), la historia moderna, 6, mejor dicho, por procedimientos moder­nos, no ha proscrito del todo la historia por el procedimiento antiguo , ni quizá conviene que la proscriba, porque sirve de auxiliar á la otra. Aún hay cronistas y meros historiadores, sin cosa mayor de fil6sofos; gentes que allegan datos recogi­dos aquí y allá, de que luego se aprove­chan los historiadores fil6sofos para sus síntesis. Pero éstos, los grandes historia­dores, dotados de espíritu científico, han de saber necesariamente de todo: no, en verdad, exclusivamente para narrar los he­chos acaecidos en todos los 6rdenes de la vida social y humana, sino también, y hasta en primer término, para percibir y desentrañar los múltiples nexos que entre todos existen y no engañarse al dar la ex­plicaci6n de ellos, tomando, v. gr., como factores causales determinantes de un fe­n6meno, los que no lo sean sino en apa­riencia, descuidando, en cambio, la eficien­cia de las causas verdaderas , aunque más ocultas, por más hondas, que las otras. U n historiador que se contente con ver los hechos en su superficie, sin calar has­ta la médula de los mismos, y que crea

talista s . S on momentos y aspectos de un mismo proceso, que ora se suceden, ora se completan.

que el hecho tiene realidad por sí, en vez de considerarlo como manifestaci6n obli­gada de fuerzas íntimas, constituyentes de la naturaleza de los seres, y cuyo valor y votencia es menester poner en claro, ¿po­drá decirse que cumple la misi6n que á la hora pl:esente le corresponde y á lo que se espera de él? Y si no la cumple de tal manera, sino de la contraria, ¿podrá ha­cer historia sin hacer ciencia, ciencia com­plejísima, orgánica, filosofía de la historia, historia empapada de sociología, de psi­cología, de geografía, de arte, de lingüís­tica, de religi6n .... ? Si todas éstas y muchas más, se enumeran entre las ciencias auxi­liares de la historia, ¿será hacedera la his­toria para nadie que no las posea, 6 para el que, teniéndolas, no haga de ellas uso

constante y adecuado, pues en otro caso es como si no las poseyese? Yo quisiera saber si la denominada historia «interna» de las instituciones sociales , la más genui­na é importante, según se dice, puede ser hecha más que de este modo.

Otra cosa indica que la historia huma­na, de la propia manera que ha ocurrido

y ocurre con cualquiera rama de la histo­ria natural (en su más amplio sentido de indagaci6n de los fen6menos naturales), reviste caracteres de ciencia. Esa historia -como la otra- pierde cada vez con mayor fuerza su sentido dramático. Deja á un lado la narraci6n epis6dica de la vida y hechos llamativos de las personalidades salientes y de los acontecimientos mera­mente ruidosos, es decir , de aquello que apenas tiene otro interés sino el de puro entretenimiento y curiosidad, y se consa­gra, en cambio, á perseguir y hacer obje­to de sus pacientes y diligentes observa­ciones la labor diaria, continua , regular, de la masa an6nima; labor colectiva que se realiza de un modo silencioso, por aportaciones microsc6picas, infinitesima­les, de individuos ignorados, de personas

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48 RlWlSTA MODEHNA DE MÉXICO.

sin historia ; obra de verdadera coopera­

ción, en la que unos ponen más y otros

menos , pero á la que ninguno es indiferen­te. Esto es lo que represe nta la llamada

sustitución del sujeto de la historia: sujeto

que no es ya , :según se dice, como lo era antes, el caudillo militar, el monarca, el

héroe , el sobrehombre, sino todo el mun­do, ó sea el sér colectivo, la masa organi­

zada , una comunidad. Y consiguientemen­

te, ha sufrido también variación el conte­

nido oe la historia misma, abandonando

la antigua crónica de hechos individuales

inconexos, y pasando á ser relación cau­

salmente trabada de los productos de la actividad social en sus distintas y comple­

jas manifestaciones. Todo se ha ido vien­

do por este nuevo prisma, considerando

que los ll amados g randes hechos , los que

más roban la atención de quien la ejercita

poco intensamente , no son sino la expre­

sión más aguda y culminante, y por lo tanto más visible', de un fenómeno general

que tiene sus raíces y causas muy difundi­

das , hondas y veladas, y á cuyo proceso

de formación contribuye todo el mundo,

aun sin saberlo. La averiguación de estas

raíces , para ponerlas a l descubierto y ver su respecti va eficiencia y sus m utuos en­

laces , es 10 que se imponen por misión los

historiadores contemporáneos. Por e:so sus

obras ha n adquirido tanta amplitud; por

e:so vuelven tan á menud o los ojos, y de

día en día, con intensidad creciente , á la

intervención del pueblo en todos los órde­

nes de actividad (ciencia popular, arte po­

pular, poesía popular, derecho popular y

consuetudinario, economia popular, inge­niería popul ar . medi ci na popul ar, agricul­

·tura popular. ... ) , donde ha de hallarse la

cantera de que sacan l0s héroes y ols cau­dillos una exigua parte de materiales para

labrarlos y pulimentarlos. El pueblo ente · ro da vida al árbol; las ' p~rso n a lidades sa­

lientes no hacen sino secundar, en · propor-

ción siempre mínima, ó precipitar, como el agricultor, su florecimiento. Ahora, la

historia (como sucede con la botánica , historia de las plantas) no puede limitarse

á estudiar meramente el proceso de flora­

ción en sus etapas últimas; ha de estudiar­

lo a radice, so pena de mutilarlo y desfi ­

gurarlo.

El indicado cambio de suj eto y conte­

nido de la historia humana, es una :señal

inequívoca, me parece á mí, de que la mis­ma se purifIca, por así decirlo , y se con­

vierte de vez en vez más en disciplina

científica. Aquellos gestos heroicos y aque­llas hazañas extraordinarias, ó aquellos

acontecimientos desusados, en cuya des­

cripción ó narración ponían antes todo

su cariño los historiadores, pocas veces

podían cons tituir materia de ciencia. Su

carácter mismo lo impedía . Precisamente

por ser extraordinarios , sin semejanzas en­

tre s í, por ser, como quien dice, anorma­

les y únicos y no prestarse á repeticiones ,

era imposicle que sirvieran de base á la

inducción y á la generalización, sin las

cuales la ciencia no existe, porque , según

aseguran los técnicos de ella, ex universa­

libus constat. * P ara generalizar é indu­

cir, es menester, de todo punto, la seme­

j anza , pues só lo entre cosas semejantes es

entre las que se da algo de común , que es

lo que la generalización toma para fonnu-

"' A unqu e esto no de be s er po r compl eto exacto. Cie ncias hay, co mo la geología -y no sé si dijera ta mbién qu e la astronomí a y todas la s cosmológicas, á lo menos en propor ció n g randísim a ,- que tra ta n de un solo individllo, y donde no ca ben gene ra lizaciones ni indu ccio­nes, sin o simples descripciones. Las indu cc io­nes y g eneralizaciones de que e n la geología se ha ce uso, son meramente coadyuvantes, no esenciales, y se a plican á t oda clase de conoci­mie ntos, a un á los de los seres sin'gulares, v. g r ., á las biografías. La geología es la bio­grafía de la ti erra , su hi st oria; así lo asegura n sus mismos cultiva dores. Si n e mb argo, nadie le ni ega carácter cie ntífico .

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H. l~VISTA l\iOD~HNA DE MÉXICO.

lar conceptos, ide.is y leyes generales. En

lo anormal no hay sino caracteres concre­

tos , sing-ulares, diferenciales; por eso pre­cisamente es anormal, esto es, fuera de la norma, y de lo diferencial hay que pres o

cindir forzosamente al hacer g~neraliza­

ciones. Pero si , al contrario, lo extraordi­nario y anormal, ya qué no del todo pros­crito de la historia, no ha de ocupar en

ella el puesto único, ni talllpoco el princi­pal, sino u n puesto subordinado, por lo

mismo que ello no constituye la base de

la vida social, objeto de la historia , yan­

tes bien representa dentro de esa vida un puro episodio ó un conj unto de episodios accidentales; si la atención del historiador

se concentra, ante todo, en el núcleo de la actividad colectiva, en el hacer normal y

ordinario, qne se repite á cada momento,

con mucho de habitual, de g-ris, de auto­

mático, de reflejo, entonces la historia re­cobra su propio y más interesante objeto

y, quiéralo ó no lo quiera, se alimentará, ante todo, de generalización, cimiento de

ulteriores deducciones, cáIeulos y previ­siones referentes á la conducta humana_

Hará como la astronomía, que, dejando

de considerar los eclipses como único ob­

jeto de su observación (y éstú, superfi­cial), por lo infrecuentes y 'curiosos, y re­

servándoles en el cuerpo de su doctrina un lugar relativamente secundario, se con­sagra á estudiar los fenómenos astronómi-

. cos que pasan diariamente ante nosotros,

y en cuyo curso, por \<.' regular y monóto­no que es, ni siquiera un minuto solemos fijarnos. Para nosotros es como si no exis­tieran; somos ciegos y sordos á sus seña­

les y llamamientos. Únicamente nos des­piertan los sentidos los eclipses y las au­roras boreales, es decir, aquellos fenóme­

nos sin los cuales podemos perfectamente

pasarnos , y nos estamos pasando de hecho , mientras ¡lO podemos prescindir de los otros,

ante cuya producción pasamos indiferentes.

Yo no sé si será lícito decir que la his­

toria humana se va y ha de irse internan­do más cada vez en los dominios de la

denominada psicología de los pueblos.

Creo que sí. Los hechos populares son hijos del espíritu popular, como los indi­viduales lo son del espíritu individual. Aquí es donde tient'n su raíz unos y otros.

y si no podemos contentamos con reco­

ger el fruto caído, labor del simple cro­nÍ!;ta, superficial á mAs no poder, sino que

hemos de verlo enlnado con el árbol que lo produce, dándonos cuenta de todo el

proceso interno determinante de la flora­ción, de la fructificación, de la madurez y del consiguiente desprendimiento del fru­

to , parece claro que no se puede pasa!­por otro punto, sino penetrar en las re­

conditeces de tal espíritu, para ver su ín­

dole, sus propensiones, sus aptitudes, y

así explicarnos sus movimientos, que son sus actos. Aquí se procede 'como siempre

en cosas de conocimiento: desde lo más

externo á lo más íntimo; desde el fenóme­

no mirado en sí, al fenómeno enlazado

con sus causas internas: Los hechos so­ciales no se explican sino encadenándolos

con la naturaleza elel sér social, cllyos son,

pues también aquí operari sequitur esse. La historia del hOlllbre no se diferencia

tampoco en esto de la historia de los de­más seres, como él naturales: es historia

lIatural, ' y la historia natural (de los as"

tros , de la tierra, ele las plalltas, ele los animales , la fisica , la química, la mtteoro­

logía, elc., etc.) ha seguido el indicado pr~)Ceso de aproximación de fuera á den­tro; del hecho descarnado é independiente á la determinación de las condiciones ge­nerales constitutivas de la naturaleza de

los seres que lo realizan, instrumentos á

su vez de otros factores de cuya concre­ción son ellos un resultado.

Todos los historiadores han hecho y

hacen -en progresión creciente- psicolo-

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50 REVISTA MODERNA DE MÉXICO.

gía colectiva 6, si se quiere , por ser el tér­

mino quizá impropio , * psicología popu­

lar: (la Volkerps),c1zologíe de ciertos escri_

tores alemanes) y sociología (cualquiera

que sea el valor que á esta voz se dé; pe,

ro, sobre todo, cuando se la entienda co­

mo estudio de las condiciones fundamen­

tales del sér social y de las manifestaciones

del mismo ). Ha habido, y sigue habiendo,

toda una escuela, llamada precisamente

hist6rica, en la que comulga, más 6 me­

nos declaradamente, un gran número de

escritores, y para la cual los diferentes fe­

n6menos' sociales: el derecho, la lengua,

la religi6n, el arte, la ciencia, no son otra

cosa sino productos espontáneos, et'l todo

6 en parte (según los puntos de vista), de

lo que la misma llama «espíritu del pue­

blo,» «sentido popular,» «aspiraciones po­

pulares ,» «conciencia nacional,» «espíritu

colectivo» y cosas parecidas. Sabido es asimismo lo frer.uentísimo que es en los

historiad,ores propiamente dichos hablar

de las condiciones físicas y espiritllales de los diferentes pueblos, razas 6 agrupacio­

nes de otra 'índole cuyos hechos van á es­

tudiar (por ejemplo, la valentía , la rudeza,

el sentimiento de independencia, el indi­

vidualismo, el r~~peto 6 no respeto á la

H1uJer y al débil, la sobriedad , el gllsto

por el robo 6 el horror á él, la religiosi-

"' Sa bido es que de la psicología colectiva (de los grupos pequeños, de las personas socia­les, de las agr upaciones como el jurado, las sectas, las asociaciones)' corporaciones, de las multitudes ... ) se ha formado una disciplina in­dependiente, diversa de la psicología de los pueblos y de la sociología (qu e pa ra llluchos es también psicología, ya de ésta, ya de la otra especie), A pesar de todo, los límites entre una y otra no se ven marcadamente claros: la psi­cología nacional (de las grandes naciones so­bre todo), la de los grupos étnicos ó ling¡¡ísti­cos, la de las confederaciones internacionales, la de los grupos emigrantes, por ejemplo, yo no sabría bien á cuál de las dos referidas disci­plinas habrían de adscribirse.

dad, la hospitalidad y ' mil otros) , como

buscando en esas condiciones el asiento

inconmovible de los actos que realizan, el

nexo que á todos ellos los liga en el espí­

ritu de sus autores y la clave con que el histori,\dor pretende desentrañar su ínti­

mo significado. Yo quisiera que se me di­jese si esto y otras cosas parecidas, 1 que á la continua están haciendo los cultiva­

dores de la historia humana, es invadir te­rreno ajeno, 6 si es cumplir con la misi6n

que les compete; y en este último caso, si

la labor que realizan (psicoI6gica, sociol6-

gica , antropol6gica, geográfica, crítica, es­

tética, ... ) merece 6 no la denominaci6n de

científica.

Hacen más toda vía los historiadores,

sin que por ello crea nadie que se salen

de su propio campo, sino todo lo contra­

rio. De los que más emplean semejante

procedimiento y más' dotes muestran para

aprovecharlo, es de' los que se dice que

son los mejores. Ahora, lo que hacen "con frecuencia es deducir , 'Ope¡'aci6n meÍltal á

que se atribuye un carácter marcadamen­

te científico, por valerse siempre de con­

ceptos y juicios generales, y que, por lo

mismo, parece debiera hallarse excluida

de la historia, si ésta, para no meterse en

esfera extraña, en la de la ciencia, se hu­

biera de ocupar exclll~ivainente de consig­

nar y narrar hecho~ concretos y singula­

res. Los historiadores, digo, aparte de

reunir datos y "noticias ei1 que apoyarse

para hacer sus i nd lIcciones" de diferente

índole,2 ora las frmTIlIlen de uó 11lodo ex-

1 Por ejemplo, enlazar los hechos (ya gue­rreros, ya económicos, ya artísticos -como ha­ce T a ine, supongamos,- ya de otra índole -emi­graciones, etc.) -- con las condiciones del suelo, de su topografía , clima y demás, lo que lleva á hacer socio-geografía.

2 Por ejemplo, biológicas, como cuando del estudio de muchas biografías infieren la dura­ción media de la vida humana , ó las leyes del movimiento de la pObla ción (nataltdad, nubili c

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REVI81'A MODERNA DE MÉXICO. 51

preso, ora sólo las vayan registrando y

acumulando en su mente, y sin las cuales

sería imposible hacer historia, como sería

imposible hacer ciencia alguna, ya que la

porción de realidad que los hombres pue­den \legar á conocer, es siempre infinitesi­

mal mente pequeña, y no hay otro remedio sino suplir esta inevitable deficiencia me­diante la generalización de lo observado

en pocos casos; además, repito, de reunir

datos y levantar inducciones sobre los

mismos, los historiadores se aprovechan de esta I¡¡bor inductiva para hacer -como si se tratara de otra ciencia cualquiera,

por ejemplo, la matemática, el polo opues­to , al parecer, de la historia- deduccio­

nes, cálculos, "plicaciones, invenciones y

descubrimientos. ¿Se recuerda cómo, por combinación de anteriores inferencias, ba­

sadas en la observació n, dedujo Leverrier,

sin necesidad de haberlo visto , la existen­cia del planeta Neptuno en nuestro siste­

ma solar? El conjunto de las representa­

ciones .mentales de este astrónomo dela­taba un vacío que era fuerza \lenar. ¿Se

recuerda también de qué manera Cuvier, con sólo la presencia de un hueso fósil, sabía reconstruir, según se dice, todo el esqueleto del animal -de especie ya ex­

tinguida- á que había pertenecido? Pues

el historiador no se conduce ni debe con­ducirse á menudo de otra ma nera que co­mo proceden el astrónomo y el paleontó­logo. Y si de estos últimos se asegura que

están, al obrar así , dentro de la ciencia, ¿cómo habremos de rehusar tal carácter á

dad, morbilidad, mortalida d .... ), ó cuando se sientan afirmaciones generales sobre el influjo del clima en la estructura del cráneo y la con­formación mental ; psicológicas , C91l10 cuando se habla de las actitudes é inclinaciones de los individuos componentes de un grupo (v. gr., el espíritu aventurero ó colonizador); morales, como cuando se afirma su índole as tuta, ó los caracteres de su delincuencia (supongamos, predominantemente fraudtllenta, 6 violenta, ó

libidinosa); etc., etc.

la obra análoga del historiador? Un buen arqueólogo -que hace historia humana,

¿no es eso?- será y deberá ser capaz de

convertirse en un Cuvier de la arqueolo~ gía: con sólo el hall;¡zgo de una . estela ó

de un bU!ito mutilado , conseguirá rehacer . la civilización entera en que hubieron de

ser prod ucidos; para lo cual es preciso, naturalmente, que la inteligencia del in ­

vestigador se halle henchida de otras ideas

inferidas de observaciones anteriores, to­das las cuales vienen puestas en acción por la observación nueva, que será atraí­

da (ó repelida , según los casos) por ella.

Por procedimientos análogos concluyen muchas, ,pero muchas veces los historia­

dores, es decir , deducen é inventan ( para

lo qué les sirve de poderoso. auxiliar, in­

cluso la imaginación reproductiva y re­

constructiva) la existencia de instituciones

antes no conocidas, la topografía ignora­da de ciertas ciudades , los monumentos

de todo género, las costumbres, las leyes,

I ~ religión, el culto, los movimientos de

población, las clases sociales existentes y sus relaciones mutuas .. .. cosas todas

destruidas por la obra del tiempo. Cuanto

mayor sea la potencia de razonamiento sintético de un historiador (equivalente en

cierto modo al llamado «ojo clínico» en

medicina y al discurrir «elevado y fil o.,ó­

fico» de los pensadores) . tanto mayor nú­

mero tendrá de lo que se llaman «felices intuiciones ,» y tanto más poderosamente

contribuirá al progr.eso de su disciplina.

A lo que parece, pues, la historia hu­mana , comocualquie: a otra historia, no

puede menos de revestir carácter científi­

co. Es ciencia eminentemente social; en cierto modo , es la ciencia social por anto­

nomasia. De su seno se han desprendido , por natural crecimiento, algunas r¡¡mas

que han reclamado y obtenido el derecho á vivir emancipadas , como otras tantas . ciencias sociales. Pero no han suplantado,

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52 RIWISTA. ~iODI~RNA Dr~ MÉXICO.

ni pUeden suplantar á la historia , cuya mi­sión es perenne. Muy por el contrario, la

ayudan á cumplirla. La historia y las de­

más ciencias sociales, nacidas en su reg-azo

y crecidas á su sombra, no se han separa­do; siguen abrazadas en labor cooperado­

ra. No se excluyen, se exigen y comple­

tan , cual en otros call1[>os sucede. Como

obra social qlle es, necesita siel~lpre la ciencia -conocillliento de la realidad­

del auxilio mutuo, incesante y combina­

do, de todas las generaciones que se van

sucediendo, y dentro de cada una, del de

los re[>resentantes de todos los grupos,

tendencias, direcciones , aspiraciones é

ideas. En la ciencia social no pasa de otra

suerte. Siendo im[>osible qúe llllO solo, ni

unos pocos lo hagan todo , se impone por

necesidad la distribución ó división del trab<tjo. Mas esta división obedece no más

que á la limitación nuestra, sin que ella

implique en modo alguno que la unid :ld objetiva quede rota. La realidad á que las

diferentes ciencias sociales se refieren, por

mucho que éstas se multi[>liquen , sigue

siendo la misma, y las funciones á ellas encomendadas, las mismas también, en el

fondo. La diferencia es de desarrollo, no más. A mi parecer, 110 hay transición

brusca entre la mera observación de he­chos y la inducción que en las observacio ·

nes estriba; antes bien , se hallan ambas operaciones tan indisolublemente enlaza­

das y son tan indivisibles entre sí, que

dondequiera que se haga ulla observación

-la primera de un orden,-- allí se co­mienza ya á inducir (de aquí la fuerza de

los precedentes en todo; el primer paso

facilita los siguientes), como, -por otra par­

te, toda inducción presupone indef~ctible­

mente alguna observación que le sirva de

cimiento. Consiguientemente, ¿quién será capaz de señalar el límite donde termina

la historia -la mera observación de lo

concreto, según algunos- para dejar el

paso libre á la ciencia social, á la filo~o[ja

social, á la sociología, á la psicología so­

cial y colecti va, á la ciencia y la filosofía

del leng-lIaje, dd derecho, del arte, de la

religión, de la econolllí;¡, de las costum­

bres , del Estado, etc.? ¿No será más exac­

to decir que entre ellas sólo se dan mati­

ces predominantemente con vencionales"

en lugar de líneas divisorias seguras?

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REVISTA MODERNA DE MEXICO. 53

J '~ . . H .

Estudio. -Iulio I~ uelas

Dibujo á lápiz . -Julio Ruelas.

Propiedad del Sr.)). Aurelio Ruelas.

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54 RIWIS'l'A MODRRN A DE MÉXICO.

JULIO RUELAS y "REVISTA MODERNA"

Cuando mi amigo y colega el Se­cretario de J\edacciólI de «Revista M adema,» me pidió mi modesta firma para su inserción en el número dedi­cado á Julio Ruelas, me puso en duro trance, porque decir algo nuevo de ese gran artista nuestro , una de las más legítimas glorias oel arte nacio­nal contemporáneo, constituye para mí dificultad insuperable después de que lo han juzgado críticos eminentes y agotando en su elogio, haciéndole es­tricta justicia, el vocabulario de nues­tra rica lengua castellan<l. Por mi no­toria incompetencia para juzgarlo, enmudezco ante el artista, cuya obra con admiración á la vez que con el le­gítimo orgullo de que hubiese nacido en esta tierra el numen que lo forma­ra )' al que tributaron ovaciones, no ya los habitantes de su p<ltria, más propensos, por lo mismo, al entusias­mo, sino los que viven á orillas del Sena, del Rhin, del Orinoco y del Amazonas. j Poder maravilloso del ge­nio que arrebata y seduce y encanta!

Cumple con un deber «Revista Mo­derna,» alhacerel presente homenaje,

porque todo eso y mucho más se me­rece de la «Revista» el que en ella fué admiración de nuestra América artís­tica, á la cual tuvo en suspenso la armonía exótica del dibujode su lápiz, como, según la fábula, suspendió Or­feo á las fieras con los ecos de su flauta .

Deber honroso y sublime es el hon­rar y amar al arte; pero como el arte es una abstracción (mientras nollegue­mas á conocer su idea arquetipa y ge­neradora) personificada en losartistas, deber glorioso y sublime es el honrar y amar á los artistas. Mas aquí está la dificultad.

Para cumplir el deber se necesita conocerle, y por eso ni se honra ni se ama el arte, y pasan inad vertidos por el mundo los artistas, Ó son honrados y amados por sólo aquellos que sien­ten en sus almas las bellezas ideales, hijas espontáneas del genio.

«Revista Moderna» y Jesús E. Va­lenzuela, su director, honran y aman al arte y al artista, y cumplen con ello un deber que conocen; y merecen loor y alabanza por su cumplimiento, y en él demuestran poseer alma de

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REVISTA MODEl{NA DE l\lÉXIOO. 55

artista; sin ella, ni le podrían gozar ni le podrían amar, y le sienten y le go­zan y le aman en todos los artistas, pero de una manera indecible en su predilecto Julio Ruelas.

Una y otro admiraron siempre en el lápiz de su colaborador infatigable, un d6n misterioso con el cual, al caer, guiaao p0r la inspiración que mueve el brazo del artista, sobre el blanco del papel, hacía brotar de él, á torren­tes, y todas juntas, las extrañas crea· ciones que andaban dispersas por el mundo en que se agitaba su cerebro de poeta visionario. Y una y otro se enorgullecían al ver que su's abonados se extasiaban, al contemplar que el ilustrador de la «Revista Moderna» robaba al Dante sus visiones inferna· les para presentarlas por los mágicos trazos de su lápiz; que sorprendía las torturas de cerebros como el de Ed­gard Allan Poe; que bajaba al fondo del Océano y veía monstruos marinos que no conocieron los tripulantes de

la «Nautilus» de Verne; que recogía los ¡ayes! arrancados al corazón en momentos de angustia y los deposi. taba en instantes de sublime inspira­ción en una simple hoja -que ele haber tenido sensibilidad los habría repetido en ecos angustiosos;- que recorría toda la escala de los seres atormentados por penalidades huma. nas y sobrenaturales para .... pero no . ... basta.

Empañaría las bellezas creadas por el genio de Ruelas, si yo, profano en el arte, quisiera enumerarlas y can' tarlas. Enumérelas y cántelas quien mejor sepa, que yo me limitaré á en· viar mi parabién á la «Revista ly.Io' derna» y á los Valenzuela, por el amo:­con que distinguen al eminente artis­ta que, como he dicho antes, es una de las más legítimas glorias del arte nacional contemporáneo.

AGUSTÍN AGÜ EROS.

México, Septiembre de 1908.

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511 REVISTA MODERNA DE MÉXICO.

Dibujo á pluma .- Julio Ruelas.

Ilustración de cA madís de G:'lula .»-Dibujo á pluma de Julio RueJas.

Propiedad del Sr. D A ureJio Ruelas.

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REVISTA MODERNA DE MÉXICO.

EXVOTO A Julio Ruelas

En tu imponderable figura cetrina,

Cual lírico exvoto colgaré un soneto ....

Me abismé en tu obra y vÍ un esqueleto

que durante el viaje será en mi retina!

A esgrimir guadaña tu ideal atina;

y estoico á la Parca lanzando su reto,

en un esqueleto vive aquel secreto

de la Misa Negra de tu alma divina.

Visita tu selva con tenaz empeño

San Sátiro, y cruza la risa sonora

de una ninfa virgen la paz de tu sueño ....

¡la lleva en los brazos, desnuda y canora,

Baco los aguarda lascivo y risueño! ....

Soplando kilórgano arriba á la Auroré!!

EMILIO VALEN ZUELA.

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58 IU~VIS'L'A MODI<JRN A DE MÉXICO.

Discurso del Lic. Jesús Urueta,

pronunciado la noche del 19, en el Teatro Arbeu, en la velada patriótica organizada por

los estudiantes de la Capital.

El ilustre Thucydides grabó en el bron­ce de su historia, con palabras austeras y vigorosas, este pensamiento profético

de la arenga de Pericles por los muertos en la guerra: «La tumba de los grandes hombres es el universo entero; no se hace notar por algunas inscripciones escritas sobre columnas como en las sepulturas privadas, sino que, hasta en las comarcas extranjeras, y sin necesidad de renglones conmemorativos, el recuerdo y el culto de

los hombres magnánimos que murieron por la patria se conserva mejor en el espí­ritu inmortal y sereno que en monumen­tos orgullosos y perecederos.»

SEÑ O R AS y SE:\'ORES :

En estos días que el amor uel pueblo consagra al recuerdo de nuestros antepa­sados, de los hombres magnánimos que murieron por el país , que le inyectaron la sa,.ia de su sangre para que eternamente circulara en nuestra historia, haciel.1do fructificar la labor afanosa de los tiempos con el anhelo y la devoción de la libertad, nos juntamos en la más honda y la más alta de las fraternidades, el amor á la pa­tria, que es el comienzo y debe ser la base del amor á la humanidad: y, animados de un profundo respeto al pasado trágico y

glorioso, ya. que hemos tenido la fortuna ó la desgracia, de 110 haber sido llamados á contemplar en la vida, sino tan sólo en la historia, las grandes revol uciones, los choques de los imperios, los funerales y los nacimientos de los pueblos, hemos de conformarnos con evocar á los héroes de nuestra Independencia, que permanecie­ron firmes hasta el fin en sus convicciones yen sus ideales, y que la muerte encontró inníutables; porque el rayo, podemos de­cirlo sin metáfora, los había herido; un golpe fatal los había inmovilizado en la

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REVISTA MODERNA DE MÉXICO. 59

actitud heroica que sus " almas adquir"ieron

en la crisis ~uprema, actitud fascinante que no hubieran podido abandonar sin que su ' carácter moral cayera en pedazos , en deshonor, en polvo, pues no tenían otro punto de apoyo que la formidable roca de su Cáucaso, sacudida por la tor­menta y coronada, como en la tragedia de Esquilo; por una diadema de relámpagos!

Contemplándolos en su grandeza, en­vidiamos su suerte; sentimos agitarse nuestras energías; comprendemos el infi­

nito placer que debieron experimentar su­friendo y mmiendo por el grande ideal;

y, purificados un instante por el divino entusiasmo, anhelamos sufrir como ellos y como ellos morir, dándole nuestra vida á la patria para que la patria la recoja en su inmortalidad y en su gloria! Cuando

los sacrificios que es preciso hacer por la verdad , por la libertad, por el bi en, so n peligrosos y difíciles, deben estar acompa­ñados de inapreciables delicias. En medio de las delaciones y de los ultrajes, en los calabozos y en los cadalsos, es donde la

probidad , la energía, el valor, gozan c!e esta forma heroica del placer, suprema voluptuosidad de las conciencias altivas

y puras que ponía el éxtasis de los cielos en los ojos de Giordano Bruno cuando las llamas del infierno le quemaban los pies y hacía cantar un verso de amor en los labios áticos de André Chénier, cuan­do este joven dios de la libertad y de la gracia, era arrastrado ála muerte en la ca­rreta de infamia del Terror! El suplicio es

el triunfo: además de que la muerte libra á los buenos del tormento de ver prospe­rar á los malvados, el que muere atacando á la tiranía, aunque no logre derrumbarla, la obliga á multiplicar sus actos de furor y de venganza, sus ' ostentaciones insolen­tes y sus carnavales sangrientos; y brutal, rabiosa, enloquecida, exhibiendo sus pom­pas bárbaras, prodigando sus insultos á la

desgracia, su desprecio á las ruin <l.s vene­rables , sus ca lumnias á las tumbas glorio­sas, sus lauros efímeros al crimen y sus limosnas á la adulación, no tarda en per­derse , en cavar su propia tumba , su triste tumba sin recuerdos y sin flores, pues has­ta los más ciegos abren los ojos, hasta los más indiferentes se sacuden , hasta los más

viles se avergüenzan de mirar todo lo que ella quiere, todo lo que ella puede, todo lo que ella se atreve á hacer para conser­var su infame poderío; y entonces, siem­pre, fatalmente, se realiza el~ la historia la célebre profecía de Karl Marx: «cuando el manto imperial caiga sobre los hombros de Luis Bonaparte, la estatua de bronce de Napoleón será precipitada por el pue­blú ele lo alto de la columna Vendome!»

Pero estas evocaciones, señores, breves por intensas, no sólo al umbran las gran· diosidades épicas del pasado, sino que pro­yectan su luz sobre el porvenir; son la co­lumna de fuego que rasga la sombra del sendero de nuestros destinos; y la imagen de la patria ; ensangrentada y vengadora en su fondo de gloria , nos aparece limpia y serena en los mirajes misteriosos y mi­lagrosos del "!deal .. . . Si la amamos por lo que combatió y sufrió, más amor, si ca­be, debemos tenerle por todo lo que de eHa sea obra nuestra en la paz elel trabajo, por lo que podamos fortalecerla y embe­llecerla, por la riqueza, por la ciencia, por el arte, por la justicia y por la humanidad que podamos legarle con la constancia y coI1 la energía de una vida larga en obras y copiosa en frutos, y que también tiene su belleza y que tarl1bién puede tener sus heroicidades en las épocas de escepticis­mos profundos y de corruptora vanidad. No interrumpir jamás el progreso con la

. fatiga del brazo y la molicie del espíritu, aunque sepamos incierto el triunfo, aun­que lo sepamos imposible: que siempre es fecunda y gloriosa la lucha contra las in-

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60 HI~ViSTA ~IODl~H,NA DE MÉXiCO

moraligades y los crímenes que ha trans­

mitido al mundo la fatalidad histórica; y

la misión del hombre, del joven, sobre to_

do, no es encontrar la verdad, sino bus_

carla; no es vencer, sino combatir, á pesar

de todos los desengaños y de todas las

burlas de la frivolidad; y la mejor manera

de honrar de veras, de corazón, con actos de fe, la memoria de nuestros·· padres, es

desafiar el porvenir con alegría -y :con con­

fianza, cumpliendo diariamente el deber

-que es para la nación lo que es el amor

para la familia, la fe para la iglesia, la b€­

lIeza para el arte, la ley de gravitación

para el mundo físico;- porque los héroes

de nuestra historia valdrán más cuando

valgamos nosotros más y crecerán en glo­

ria á medida que la patria crezca en pros­

peridad! Son preferibles los excesos del

alma juvenil al tedio y la apatía; demos­

trad siempre, como ahora, que tenéis gran­

des energías morales que gastar en la lu­

cha perseverante contra lo desconocido,

contra los enigmas del universo, más nu­

merosos , ay! de lo que Haeckel ha creído ,

y que son los enemigos verdaderos de es­

ta hUI~lanidad que trabaja , que piensa y .

que sufre; demostrar siempre, como aho­

ra, que tenéis ideales que os exaltan por

toda causa leg-ítima, por toda obra-buena,

por toda apariencia bella, y que sois ju­

ventud rumorosa que se agita y que se

mueve, porque vive , y no solamente una vaga multitlld qlle vegeta, decrépita antes

de ser vieja!

Debemos pensar que nuestro destino como mexicanos está íntimalllente ligado

á nuestro destino como hombres, que ya no es posible aislar del universal desen­

volvimiento de la historia~ las acciones que por el progreso y la libertad cumple un

pueblo, encerrándolas e n orgullosos y' egoístas fastos, sino que, por el contrario,

el mérito de los hechos debe medirse por

la sugestión que ejerzan y por la simpatía

que inspiren á todos los hijos de la tierra,

que, nacidos del mismo dolor, aun cuando en el trágico curso de los tiempos se ha­

yan combatido como enemigos, se juntan como hermanos en una misma esperanza,

Ahora que la democracia socialista hace caer las viejas barrerns de castas y de cla­

ses, y dice á los hombres antes encadena­

dos por el arbitrio del tirano é inmoviliza­

dos pór la compresión del feudalismo: id!

osad! ensayad vuestras energías en el uni­

verso ilimitado!; ahora que la ciencia desci­

fra los orígenes del planeta, y ofrece á

nuestra curiosidad anhelante toda la dura­

ción del tiempo y toda la extensión del es­

pacio; ahora que nuestra filiación es expli­

cada por la arqueología -nombre que

apareció algunos años antes de la Revolu­ción francesa , - como si el gran drama de

los tiempos nuevos hubiera sido precedido

por la palabra que significa la ciencia de

los tiempos antiguos , y se hubiesen abier­to á la vez á nuestro pensamiento y á

nuestro sueño las profundidades de la his­

toria y el porvenir social ilimitado; ahora que el arte tiene , desde hace siglo y me­

dio, el genio y el dominio del mundo en- .

tero y que va á todas partes, á todos los

pueblos, á todas las civifizaciones, buscan­do y difundiendo músicas, colores y sím­

belos, y gritándonos á todos con el conta­

gioso grito de los entusiasmos: amad la vida! tened la curiosidad de todas las for­mas de la vida! la humanidad comienza á

levantarse por encima de los siglos som­

bríos y crueles, comienza á librarse de su servidumbre de odio y de ferocidad, co­

mienza á ser fraternal y dulce; comprende­

mos y sentimos que de ella á la naturale­za se establecen víllculos nuevos, que las

ternuras ocultas y los misterios de amor

que duermen en el seno de las cosas, sur­

gen luminosos y castos; sabemos que el mundo siempre responderá á la discordia del hombre con el silencio agónico de los

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WWlSTA MODERNA DE MÉXICO. 61

campos desolados ó con la infernal crepi­

tación de los incendios, y á su fraternidad con una copiosa bendición de frutos y de

flores! Vosotros, vosotros todos, cuya alma sa­

be sentir lo que es honrado y bueno; que tenéis una patria y que sabéis lo que es una patria; que recibís ell vuestras frentes

una ráfaga de ese benéfico espiritu de N u ­

ma de que habla Plutarco, que iba insi­nuándose como un suave viento á través

de la Italia, abriendo los corazones á las

dulzuras del bien y de la paz , después de

los días salvajes de Rómulo; vosotros que sentis entusiasmados en vuestras venas las pulsaciones de la sangre con la esperanza

febril y el ansia invocadora de días siem­pre mejores para la patria y para la huma­

nidad, debéis hacer una conspiración, una

conspiración patriótica, formar un virtuo­

so complot en contra de todos los enemi­gos de la paz, del orden, de la felicidad

pública, pues nada hay más humano, más indulgente, más dulce que la severa inflexi­

bilidad de las leyes justas; nada hay más

cruel que la clemencia para los crímenes contra la humanidad; nada hay más noble,

porque nos eleva á la verdadera libertad,

que la sumisión voluntaria á las leyes; y nada hay tan despótico y tall sanguinario como la anarquía_ Y aunque no tenéis to­

davía una larga experiellcia de la libertad, haced que hal)le por vuestra boca la intré­

pida verdad, sin más límites que la honra­dez en lo!" . principios y la cultura en la ex­presión (que el pensamiento, como dijo

un político español, no delinque); así acos­tumbraréis al pueblo, con vuestro ejem­plo, no á aprobar siempre las leye;¡ que debe obedecer, sino á obedecerlas siempre,

aunque las desapruebe: así obligaréis á los imbéciles que quieran comprometer la vi­

da nacional á volver á su nulidad , y á los

malvados que pretendan ultrajar la Repú­

blica á volver á su fango, pues vuestros

padres no conquistaron la libertad para

que vosotros olvidéis la ci vilización y el

honor! Puesto que ahora todas las fuerzas vi ­

vas de la 'üación se orientan hacia los pro­

gresos industriales y sociales, hacia el ar­te de conservar y aumentar lo que alimen­ta la vida y lo que la ennoblece y la em­

bellece, anhelemos que la paz no sea sola­

mente al reposo ó la indiferencia, peores que la muerte , 6 el equilibrio inestable de

la ambición y del miedo, que, por un mo­mento nada más , suelta la rienda á todos

los ai)etitos y á todas las fantasías del Yo

brutal y descarado, del Egoísmo curioso de emociones fIcticias á falta de emociones

fuertes y libre del único correctivo que se

le conoce: la Ilecesidad de la solidaridad

en un gran peligT~ nacional. La guerra tenía sus grandezas; la paz, para igualar­

la , debe tener las suyas. No debe ser sino

otro campo de batalla , con otros enemigos

que combatir: el vicio que endurece el al­ma más que la lucha; la miseria que mata

el cuerpo mejor que las balas. Ah, seño­res! sentirse solidarios en el pelig ro , en el

peligro que pone á desnudo en todos el

instinto de conserva.::ión y que iguala las vanidades de los grandes con los .mfri­mientos de los desheredados , mostrándoles

el mismo abismo y la misma tu 111 ba , es fá­

cil; pero qué difícil es sentirse hermanos

en la cooperación de la paz, de la paz que descubre, en los privilegiados de la fortu­

na , los instintos egoístas, más ávidos cuan­to más satisfechos, de los mercaderes de

cochinos de Chicago, y hace brillar las

maravillas de su industria y de su lujo so­bre la clase ubrera, médula de la nación , miserable, heroica y divina , que sostiene

en sus espaldas el orden social, porque es

fuerza y trabajo , y que si se detuviera un. instante paralizaría la vida en ulla angus­tia infinita .... , Por eso Mirabeau, el pri­mer anunciador de la huelga general, gTi-

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fi2 H.1~VISTA 1I10DElmA DE l\lÉXICO.

taba á los nobles: «Cuidado! no irritéis á

ese pueblo que 10 produce todo, y que pa­ra ser formidable le bastaría inmovilizarse!»

Ah, señores! es preciso no s610 amar á la patria, sino que la patria también nos ame. Desde que un grupo popular ad­quiere cierto grado de conciencia, exige que su patriotismo tenga una compensa­ción: el mejoramiento de las condiciones materiales y morales del mayor número,

es el medio más seguro de fortificar en el pueblo el sentimiento patriótico. He ahí un gran problema, un noble trabajo, un bello ideal para ejercitar vuestras. activi­

dades en la paz, porque así iréis á la verda­dera libertad , al verdadero progreso, acer­cando, fusionando, hermanando en la ~ida altísima del espíritu y bajo la magnificen­

cia de la justicia, á tO?OS los que la ley de fierro de la hístoria ha tenido separa­dos; y s610 así no echaremos de menos lo que en medio de. la guerra se veía algu­nas veces aparecer, á pesar de todas sus

crueldades y de todas sus tristezas: el grande y unánime estremecimiento de en­tusiasmo que daba precio á la vida y co­ronas á la muerte!

Cuando se atreviesan los patios del Bin­nenhof en la Haya, y que, á cada paso, se levantan delante de nosotros los trá­gicos fantasmas eje la Historia -cadalsos ,

linchamientos, asesinatos ,- nos parece

que el pasado de ese país s610 está forma­

do de sombras,. de borrones, d~ negruras en donde se sumergen los monumentos

de victoria, como los reflejos del estanque en donde ti~mblan los viejos muros del palacio. Pero lUJOS pasos l11ás nos hacen subir la escalera que conduce al Museo: todos los fantasmas se disi¡'<Ill, estamos

en la mansión del arte. En el fondo de los marcos de oro vemos gentes que aran la tierra. que construyen navíos , que pes­can salmón, que apacientan sus ganados, que navegan por el .:anal .... . y una apa-

rici61l surge delante de nosotros, la apa­rición apacible y grandiosa de la vida uni­versal , del pueblo que ni un solo instante

se cansa ni en el trabajo, ni en la vigilan­cia , ni en la disciplina, ni en el amor, y que sano, enérgico, perseverante, no ha

cesado de producir el pan que comemos, pasando la vida sin ruido, como las aguas que fertilizan , y sin brillo, como las plan­tas que curan, y que, aunque no lo men­

cione ningún Libro de Gro y ningún Ar­

co de Triunfo, sabe llegar, en los días de las grandes batallas sociales, á salvarlo todo cuando lo creemos todo perdido! ¡Qué lejos estamos del sueño que tortura­

ba el cerebro humeante y desequilibrado de Nietzsche, que veía dominada con toda la fuerza de las leyes de la naturaleza á la

multitud inmensa é inerme IJor una aris­tocracia imperiosa, asamblea de dioses ó banda de tigres!

Antes la tierra sombría no tenía sino

una ventana abierta á la luz del cielo, la muerte; ahora que los dogmas _caen en polvo, procuramos atar de nuevo los hi­los rotos que había tejido antes con tanta sagacidad el genio de Epicuro, y como él, buscamos nuestro destino en la tierra, para hacer de ella un paraíso. ¡Oh! un paraíso al que siempre faltará algo., no mataremos jamás el dolor y el mal; el hombre nunca será Dios. Razóu de más para trabajar con un ardor incansable en disminuir la suma de las mtserias. Toda conquista so­bre el mal es un aumento, presente ó fu­turo, de la felicidad humana. Sobre la dé­bil corteza de este planeta exig-uo , la hor­mig-uera humana continuará la obra de

las gt;neraciones extinguidas, pero cada vez con una conciencia más clara de su

objeto: ¿hacer habitable y hasta conforta­ble nuestro domi cilio de un día, arrilncar las espinas que hacen silngrar nuestros pies, domesticar á la fiera humana ó li­marle las garras, dilr á la ciencia el timón,

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I-WVlS'l'A MODr~R.NA DE l\IIEXICO. 63

á la justicia la autoridad, form¡¡,r en torno de la humai1idad de mañana una atmósfe­

ra de amor, quién puede pretender que

no' sea ésta Ulla obra soberbia, digna de verdaderos hombres? ¿Y quién ' no siente qué alegría tan intensa ' debe experimen­

tar desde hoy el obrero de tan noble ideal? N o trabajamos para nosotros, es cierto:

pero acaso es poco honor y pequeña glo­ria, que con los ojos fijos en tan alta em­

presa, podamos contemplar á lo lejos, en

la prolongación de la línea que nos traza­mos, el surco luminoso de la vida acre­

centada y de la felicidad triunfante? Esto no debe llenarnos de satisfacción, á nos­

otros que tenemos sobre nuestros antepa­sados el privilegio de saber lo que quere­

mos y lo que hacemos, á noso tros que te­temos la conciencia de ser los creadores

voluntarios de un porvenir grandioso, y

como lo decía Renán, con una palabra mara villosa, el enaje namiento de saber

que «fabricamos á Dios?»

Esta alta conciencia de la humanidad ,

formada de las ideas y las tendencias más generales, pr.,d uctoinest i mablemen te pre­

cioso de los siglos pasados, se encuentra en cada uno de los grupos nacionales que

han llegado á la perfección de la t:ultura actual, pero con algo característico, con

ideas y tendencias secundarias ó suple­mentarias, debidas á la herencia étnica y

. al medio, y que en unos , se han fortifica­

do y desarrollado como en terreno propi­

cio, mientras que, en otros, abortaban y

dejaban el campo á ideas y cualidades distintas; por lo cual cada grupo nacional, diferenciándose de los demás, se presenta

en la historia con un carácter propio, con una figura definida. Estos elementos se­

cundarios y particulares son una fuerza y una riqueza que no debe debilitarse ni per­

derse, porque son los complementos y los

apoyos indispensables de la conciencia uni versal. Ejercen su influencia de un

grupo á otro; tienen , en nuestra época de difusión y de penetración , ecos infinitos ,

y en este vaivén incesante se llenan las de­

ficencias y se suscitan energías nuevas; y

así, á fuerza de acciones · y de reacciones recípocras, se disuelven poco á poco opo­

siciones que parecían irreductibles, y sin que se borren los caracteres fu ndal)lenta­

les, cuya destrucción no permiten ni el medio ni la raza, se forman entre las ideas

y los sentimientos de los diferentes pue­

blos las adaptaciones, que son el preludio de la concordia futura y de la paz del mun­

do. Por esto, querer destruir las concien­cias nacionales , no sería solamente un cri­

mencontra la patria, sería un crimen con­

tra la humanidad. La razón se encuentra,

púes, de acuerdo con el :>entimiento para continuar consagrandO' á la patria un

culto filial, para conservarle su vitalidad

y sus energías; porque si la idea de ).Iatria comprende los recuerdos emocionantes de

un largo pasado y las alegrías mezcladas á las tristezas del pres,:nte, implica también

todas las esperanzas del porvenir. Todo

lo que es la patria debe entrar, como un

dón magnífico y sagrado, en el tesoro de la humanidad. Lo que quitamos á una se ,lo robamos á la otra.

Pero para que este supremo equilibrio

y esta perfecta armonía no se rompa n, es preciso que lGls aspiraciones ' particulares

de la conciencia de cada nación no se opongan á las aspi rac iones generales de la conciencia de la humanidad. Desgra­

ciadamente, la vanidad, que haceridículos á los individuos, hace peligrosos á los pue­

blos; ella les inspira la idea de ensanchar­

se coti la conquista territorial, de donde nace la guerra, co ntraria al ideal humano; ella les inspira el deseo insensato de la he­

gemonía, de donde nace también la gue­rra; ella es la que engendra esas enferme­

dades del patriotismo, que muchas gentes de buena fe y de buena voluntad co nfun-

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64 Rl';VlSTA MODERNA DE l\1ÉXICO.

den con ' él, y que reciben actualmente los

nombres de nacionalismo y de imperialis­

mo, impidiéndoles comprender que la pa­

tria no es solamente un dominio territorial

y que no pertenece solamente al pasado,

sino que es también un dominio moral que

debemos concebir idealmente prolongado

en el porvenir. Por esto, elevando la con­

ciencia nacional, elevamos, engrandece­

mos la patria.

Afortunadamente, señores, esta vanidad

del imperialismo, que h" nacido en Ingla­

terra y que o'rgullosamente pasean ahora por los mares los acorazados american,os,

no ha llegado á manchar la joven patria de Hidalgo. No hemos prestado todavía

nuestro pabellón á los mercaderes y á los

agiotistas. A todas las glorias s:wgrientas

del imperialismo, México, apenas despren­

dido del limo de la historia, puede oponer

con orgullo la gloria más alta y en vidia­

ble de no haber ofendido á nadie, de no

haber hecho derramar lágrimas, de no ha­

ber provocado oelios. Todas lluestras gue­

rras han sido ele defensa, ninguna de agre­

sión. Nos hemos defendido, dt>jando algu­

na vez pedazos de terreno, pero jamá,¡; de

honra, y hemos cultivado el arte de matar,

porque éste constituye, desgraciadamente;

una parte esencial del arte ' de no dejarse

matar, y porque no es hacer obra de

muerte, sino de vida, defender contra' la,

barbarie, veng'a de donde venga, la civili­

zación y la dignidad adquiridas con tanto

esfuerzo! ¡He aquí los frutos benéficos de

nuestra pobreza! Si ella nos ha impedido representar un papel eminente en la civili­

zación contemporánea: nos ha preservado;

á lo menos , del delirio de ' la conquista,

permitiéndonos conservar, en medio de la

disolución universal, esta atmósfera de pu-

reza moral que respiramos felices y respe­

tados. Tal vez la naturaleza, cuyos ciegos

c¡¡prichos son con frecuencia más sabios

que nuestras resoluciones más meditadas, ha querido que al lado de pueblos satura­

dos de capitales, existan pueblos más po­

bres,á fin de limitar el territorio en que el

imperialismo pueda desplegar su acción. La misión de los primeros es llevar con el

fierro y la sangre las invenciones de la téc­

nica y las maravi\1as de la industria á los

puntos extremos del globo; los seg'lIndos

tienen un destino más modesto, más silen­

cioso, pero más benéfico: proteger los te­

soros de la civilización que nuestros pa­

dres nos han legado. Este es el premio

que ha ganado México en la lotería de la

historia. En lugar del imperialismo políti­

co, que anexa nuevos territorios á costa

de la sangre y de la muerte de poblacio­

nes enteras, el destino reserva á México,

en un próximo porvellir, un imperialismo

intelectual que le permitirá figurar en el mundo por los triúnfm, de su pellsamien­

to; y si hay quienes encuentren -este papel

muy humilde; si hay quiene;; prefieren las

rata\1as y las expansiones violentas que

h<}n -hecho conquistar tantos lauros á los

pueblo~ más poderosos, yo, señores -y

vo::;otros conmigo, oh jóvenes estudiantes

quevivis la alta vida del ideal,-- debemos

bendecir la suerte reservada á nuestro paí::;, que, de3viándolo de las conquistas

bárbaras, le abre el camino regio de los

nuevos Emperadores del mundo, el cami­

no de las conquistas serenas y perdurables

en los campos luminosos de la justicia y

de la piedad humana!

México, Septiembre 19 de 1908.

JES ÚS UR UETA.

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