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ROUTE, hebdomadalre de La tf.£.&.£. en (Jcanee Année VI Prix 12 francs 24 DICIEMBRE 1950 Rédaction et Adminlstration 4, rué Bel/orí, 4 TOULOUSE (Haute-Garonnc) §¿co¿ a ^aU» Umaigeé C.C. Postal N' 1328-79 Toulouse (Hfe-Gne) FONS M VILADO órjQCün& da \a M a g&mit é-ñ-hte la e®- zztiiLpieié-M, del éiglúi. Enejad pata inaeetlú- i*^*^^^^^^^^^^, HO HABRÁ PAZ «El IIIIEIL MIENTRAS NO HAYA ¡¡IIIBIERIAIID C UANDO los anarquistas del siglo pasado hablaban de Anarquismo, los adversarios de nuestro ideal se apresu- raban a calificarlo de utópico. Lo mismo acontece en nuestros días: cuando de nuestros labios surge la palabra Anar- quía el contrincante huye de toda discusión, cubiendo su reti- rada con la palabra ((Utopia». Quizás tengamos que convenir en que ese concepto, tan pro- fusamente difundido entre las gentes sencillas por las gentes de mala fe, ha creado un obstáculo muy considerable al lógico desenvolvimiento del Anarquismo. Quizás sea necesario pensar que muchos seres no se han interesado por el Anarquismo como consecuencia de esa ola de confusión, de esas encrucijadas, que los prosélitos de la Sociedad actual han tenido especial interés en sembrar por doquier para enturbiar en la mente de las gen- tes el significado verdadero áe las concepciones anarquistas. Quizás muchos libertarios hayamos contribuido a esa confusión por no haber perpetuado nuestro estudio y por no haber pro- fundizado suficientemente en el examen de los ideales que hemos adoptado. Pero lo cierto es que el desarrollo de los acontecimientos internacionales viene hoy, una vez más, a dar la razón a los anarquistas. Y esos acontecimientos a los que aludimos son pre- cisamente la prueba fehaciente de las realidades criticas que el Anarquismo proclama: NO HABRÁ PAZ EN EL MUNDO MIENTRAS NO HAYA LIBERTAD. De los males que engendra la Sociedad actual despunta, por su virulencia, la guerra; la guerra que todo el mundo odia, que todo ser humano teme, y a la que todo el mundo contribuye aportando su óbolo de una forma o de otra. El que menos, acep- tando con pasividad la concentración de nubarrones que pre- cede inevitablemente a la catastrófica tormenta. El que más, propiciándola como medida de defensa ante ataques que nada se hace por evitar. El Anarquismo condena la guerra en todas sus expresiones y en todos sus órdenes: es el solo ideal que no la encuentra excusa ni justificación. Y en el esfuerzo que internacionalmente realiza por evitar la nueva ((débácle», pone en juego todas sus posibilidades y todas sus fuerzas. ((¡De poco nos servirá!», pen- sará quizás algún lector. Posiblemente, pero por lo menos sal- vará nuestra responsabilidad colectiva, de hombres y de mili- tantes del Anarquismo, evitando nuestra confusión con los que, consciente o inconscientemente, forman en las filas propiciato- rias de la guerra. Y si de poco nos sirve, será porque la Humanidad sigue de- batiéndose mentalmente entre los márgenes de la concepción estatal de la vida, entre las fronteras que la aceptación de la palabra ((utopia» aplicada al Anarquismo crea en la mente de los hombres, haciéndoles creer que la Humanidad necesita de pastores: de gobernantes, de soldados y de verdugos. Lo trágico es que los pueblos, a veces, creen ver su libertad en el fondo de un pozo. Lo trágico es que, queriendo escapar a la opresión del salario, se precipitan en brazos de otra escla- vitud más totalitaria aún en sus consecuencias, sin por ello «ograr escapar a la primera. Cuando en 1917 la revolución rusa puso término al imperio de los zares, el proletariado mundial volvió su vista hacia aquel país abierto a nuevas perspectivas, y depositó no pocas de sus esperanzas en el ensayo «social» cuyos principios creía aper- cibir. Los resultados han sido el robustecimiento de un zarismo nuevo, que nada cede en ferocidad al viejo y que sigue idéntico camino al que siguieron todos los zares del totalitarismo. El combate contra la Sociedad capitalista no puede efec- tuarse desde una base totalitaria. Las cadenas no se quiebran con cadenas. Por eso los hechos nos dan la razón cuando en la difusión de nuestros ideales propiciamos la abolición del prin- cipio de autoridad, de las fronteras, y preconizamos una Socie- dad libre sobre la base del libre acuerdo y de la íplidaridad. La lucha contra el capitalismo no debe arrojarnos en brazos del totalitarismo. De la misma manera en que el odio al tota- litarismo no nos inducirá a plegar velas en nuestra lucha con- tra el capitalismo. NIÑOS Y MAYORES E N una calle cualquiera, a unos las demás. Nada la diferenciaba. Antes sus milenarios instintos de brutalidad, quince metros delante de mi, ante sí: estaba muy sucia y olia mal, y aun- ante la risa estúpida de unos hombres la puerta^de un «conventillo», un que buenas las otras, se apartaban de divertido;? Traducidlo a todos los idio- niño y una niña de cuatro años, están ella porque su vecindad era insoporta- mas, a todas las jergas que por el mun- abrazados y pelean, procurando de- ble. do se hablan. Y eso simbolizará siem- rrumbarse mutuamente. Los contemplan Yo observaba el cambio que se ope- pre el predominio de lo bajo, de una unos hombres divertidos por la lucha, raba en ella. No era, a los pocos meses, los seres de excepción que la humani- quizás por ellos provocada, que ahora la retraída, triste, ensimismada en la dad podría componer, excitan. Sisean a las criaturas como si cual se advertía anticipadamente un Esos hombres, esas mujeres, ignoran fuesen animales, o boxeadores en el ta- alma vencida para toda la vida. La risa el mal que hacen porque ignoran su blado. le brotaba espontáneamente, Y he visto propia ignorancia. No saben nada de — ¡Mételo, Titina! asi otras que en mi escuelita que eerra- la compleja psicología de las persona- — ¡Tírala, Pocho! ron los esbirros de Primo de Rivera, lidades en formación, ni cuánto daño, Y los dos niños enardecidos, alenta- aprendieron a reír. cuánta desastrosa influencia regresiva dos por los aplausos de los mayores, Conchita estudió también. Y al mis- pueden causar sus actitudes, sus inci- exasperado su amor propio porque la mo tiempo que la alegría, su fisionomía taciones, sus aprobaciones o su des- caída será objeto de la mofa general, _ _ aprobación. arquean la espalda, asientan los pies en- (¿CLÁlOII jLÍ€H%(tL Han sido criados como bestias. Ellos [recruzados, buscando con los dedos un no tiennen la culpa. La sociedad no ha mejor punto de apoyo entre los ado- fué reflejando inteligencia. Salía a la sabido hacerlos mejores. Ella ha apa- quines; crispan las manos, las facciones superficie lo que estaba en el fondo, ga do la alborada, ha cerrado el ama- todas en un esfuerzo supremo que no abandonado o sumergido bajo la estul- necer, ha embotado el espíritu. De pa- da resultado. tez del ambiente que hasta entonces dres a hijos, de hijos a hijos nuevos. Paso asqueado. La gente ríe del es- había influido en ella. La mirada ya no De=de siempre, ¿hasta cuándo? pectáculo. Los pequeñitos siguen ja- era la torpe, apagada, inexpresiva mira- No son responsables. Se ha gastado deando y forcejeando, y yo tengo ga- da de antes. Brillaba. Había algo bueno infinitamente más dinero para enseñar- nas de insultar a los brutos, incapaces que vivía en esa alma y que la ilumi- los a matar que para enseñarlos a vi- de enseñar a los niños, ni a los suyos naba. v ¡ r ) p a r a ahogar su inteligencia y su si los tienen, una sola letra del alfa- Y cuando hube de decir adiós a mis sensibilidad que para hacerlos florecer. beto, incapaces de darles la menor no- chiquillos, después de recibir la orden Pero, independientemente de la causa, ción de higiene ni de cuanto pueda de c.ausurar la escuela, la mayor pena miro los efectos. Veo esa ignorancia, e.evarlos, pero empeñados en despertar que sentí fué por varias de esas cria- ese mal involuntario pero atrozmente el 1.1-tinto de brutalidad que tal vez turas que tenían en la escuelita casi el efectivo, guiar a los niños. Veo a la sin su intervención habría quedado dor- hogar de que hasta entonces habían bestia convertir en bestia lo que aún mido en el fondo de esas almas infan- sido privadas, que habían nacido a la es humano, y no puedo dejar de pro- tiles, luz del espíritu, y que iban a hundirse testar, de gritar, porque no hay fata- Los combates entre niños, especial- de nuevo en las tinieblas que los pa- lidad adversa que el hombre no deba mente los provocados, son mucho más dres, los parientes, los vecinos retarda- terribles que los combates entre mayo- dos, inclutos o indiferentes mantendrían res. La personalidad del adulto está ya niuy espesas en su derredor, generalmente formada. Se ha desarro- Quisiera tener hoy la dolorosa posi- llado lo que constituye sus principales bilidad de poder comprobar si mis te- caracteristicas de bondad o de cruel- mores han sido o no verificados, dad, de inteligencia y voluntad. Un* * episodio, cualesquiera que fuese su in CoS hechos mksdms dol do psicológico. En cambio, esos episo- dio., pueden alterar, deformar, en sen Si, indudablemente, la influencia del tratar de vencer. ¿El remedio? Ciertos proponen el alejamiento del hijo, la separación con los padres. El niño entregado a la so- ciedad, a la colonia, al Estado. Esos no han advertido aún que la sensibilidad del niño necesita toda la atención de la madre, y que no es demasiado, para Hay en todo niño infinitas posibih dades. El desarrollo de su intelecto y de su sensibilidad está sometido a mul- titud de fenómenos que escapan a las futuras mujeres todas. El mundo está, estará compuesto por la totalidad. * u vlaa . ™ tur a ^ , a obr a Los sunerhomhres „n «m la nnn» ni k o s teóricos impenitentes Los superhombres no son la norma ni la obra de la humanidad. Y esta hu í^***A*/^«Ai>***V*wl i. , j f >^»i uiuuudiíicuicmc, \a inriuencia aei , . , J 1 , " ' ' e no alterara mucho o nada su fon- amDÍente pesa enormemente sobre la la s necesidades de su corazón y de su personalidad del niño. Se pueden citar P slcolo K i a en formación, de] cuidado de una madre para un niño solo. No de ese ali- del espíritu, a formación de la mentalidad, es tronchar casi toda su vida futura y la obra de esa vida. Los teóricos impenitentes que nos ha- blan de la Naturaleza y nos muestran las especies animales donde los lazos familiares son más breves o inexistentes olvidan que la especie humana tiene distintas necesidades del intelecto y de los sentimientos. Necisidades más hondas, más res- tringidas aquí, más universales allá, j a que le son peculiares. No se puede privar al niño del afec- to de los genitores, cuando existe. No se le debe separar. Pero esto nos obli- ga a dejarlo en sus manos como edu- cadores. ¿El remedio, el remedio? No hav otro que defenderlo en la escuela; no nuestro control y a otros que podemos manida d de mañana está guiada por la observar y sobre los cuales podemos de h ¡Trá jca fata dad de un des . actuar, para propiciarlos o estorbarlos, tjno debemos enmendar todo lo según sea o no conveniente posible! Porque, si lo que será ha de La histona de los grandes hombres ser or de Io ^ todo es al respecto sugestiva Muchos sien- , ¡ir ha de ser H erior , ,Q actua , , do niños, anuncian perfectas nulidades. do ¿c - mo , esa eración en . y mas tarde, por un despertar súbito treKando ]a genera ción naciente a la de su inteligencia, el genio aparece co- la cedio> dando por maestro mo por aparente generación esponta- , 0 , biológica es inferior al nea - alumno? Pero, si en ese momento, esos niños Mañana representa más cultura, más grandes hubiesen estado rodeados de civilización, más civilidad que hoy, co- bestias en forma humana, si hubiesen mo hoy representa un progreso sobre estado sometidos a un rudo trabajo de ayer. A pesar de las dificultades, a pe- , diez, o doce, o más horas diarias; si sa r de los obstáculos, es otra fatalidad T y ° tW 2" e P resl0na r ? obr e , lo s P a " hubiesen tenido que dormir en un jer- inexorable que en condiciones norma- dres > au e hacer comprender a los ma- són tendido en el suelo, vestir ropa les, una generación marque sobre otra yore j e l P a P e l funesto que tantas ver destrozada, ir sucios, mal alimentados, un avance. Allí reside siempre la gran a buen seguro que la personalidad la- esperanza de los Quijotes del progreso, tente que esperaba su hora no se ha- de quienes viven en la raza a través bria exteriorizado nunca, y ni los de- de su perpetuación. Y los hechos de- más ni ellos mismos habrían sospecha- muestran que tienen razón, do su existencia. Pero, i cuan triste es ver ese mañana Recuerdo una niñita de ocho años, todavía frágil, en pugna con esa achui- que tuve por alumna en una escuela lidad triunfante que le manosea, que le de instrucción primaria en La Coruña. aplasta, le atormenta! ¡Cuan amargo es Era hija de un pescador. La madre sa- ver ese amanecer sometido al capricho lia por la mañana temprano, a com- de la noche, su dueña y señora! prar, para venderlo, pescado en los Los mayores hacen la ley, la tradi- muelles del puerto. La hermana mayor, ción, las costumbres. Están en la po- desaseada, haragana, no se ocupaba de sesión total de sus aptitudes físicas y la pequeña. Y los padres mismos la de- mentales—sobre todo físicas—. Y, de- jaban totalmente abandonada. Estaba y formados ellos mismos durante su ni- era sucia, rotos sus vestidos, como em- ñez por el ambiente impersonal y por brutecida porque nunca la luz había el de los hombres más cercanos, siguen llegado a su espíritu. Olia mal de tan- deformando, y dirigiendo las existen- ta mugre. Con otras niñas mayores, cias jóvenes, según los conceptos en después de comprobada la imposibili- ellos predominantes, o según los hábi- dad de sacudir la indiferencia de los tos de bestialidad que han acabado por padres, formamos un complot. Hicimos dominarlos, de padre y de madres. Conchita — asi —¡Mételo, Titina! se llamaba — fué limpiada, peinada. -—¡Tírala, Pocholo! Le corté el cabello, le arreglamos !a —No os parece que es un espectácu- ropa. Y se sintió igual a los otros. Pudo lo de todos los pueblos de la tierra el ir a saltar a la cuerda, a jugar al padre de esos niño? de cuatro años, luchando ^^A^^A^A^A^ v a la madre, pudo reír lo mismo que con ira por derrumbarse, irrumpiendo ees desempeñan. No hay otro que edu- car a la madre al mismo tiempo que (Paw a la pág. 3) NI GUERRA... P ARECE que la paz se ha salvado. Asi, al menos, lo afirman quie- nes tienen de la paz una opinión sin "mayores exigencias: los que no conciben una matanza sin previa proclamación oficial, y para quienes el conflicto de Corea representa solamente un encan- tador medio de aprender geografía. (Esta ciencia ha contraído una sorprendente deuda con la guerra: asi como la última catástrofe nos permitió conocer nombre y situación de mil aldeas hasta entonces ignoradas, la batalla coreada ha aumentado también nuestras nocio- nes geográficas, agregando el nombre de Seúl a la lista de las ciu- dades conocidas. ¿Eran muchos, acaso, los que estaban al corriente de su existencia antes de que los coreanos del Norte atravesaran el 38." paralelo? Este último, además, era para la mayoría de los habi- tantes del Globo una simple linea ,sin mayor importancia que sus gemelas: sólo después nos hemos enterado que marcaba el limite entre dos Repúblicas; y entre dos bloques, entre dos mundos. La guerra, repito, ha sido admirable catedrático de geografía; quizá haga falta otra para hacernos conocer todo el planeta: aunque, una vez terminada, de nada servirá conocer la geografía de un mundo que habrá quedado en ruinas.) Pero no es de geografía que quería hoy hablar. He dicho que la paz se ha salvado, y a eso vuelvo. Los peritos en la materia—hay peritos, naturalmente, especializados en el conocimiento de la paz- afirman que la guerra ha quedado postergada: no hace falta ya tomar precauciones, ni soñar con una utópica isla perdida en el Pa- cifico, ni refugiarse en la esperanza de que la bomba atómica evi- tará la agonía de las muertes lentas. Todo eso sobra, ya que se ha ganado la paz: es decir, Ja autorización para tener fe en el futuro inmediato. Tal es lo que nos dicen los ,peritos en la paz. Exactamente lo mismo—añado—que las seguridades dadas por Attlee a l a Cámara de los Comunes, y las optimistas manifestaciones de (dos Trece» en sus declaraciones públicas. Se ha triunfado sobre la guerra—aunque ésta persista en gritar su continuación—, y la simblica paloma de Picasso ha reanudado su vuelo. ¿Qué decir de todo eso? En verdad, poca cosa: que la geografía sigue inculcándosenos a fuerza de ofensivas y retrocesos, que la pa- loma picasseana está expuesta a un fulminante ataque cardíaco, y que la isla perdida en el Pacífico no es cosa a despreciar. En resu- men : que hemos perdido el respeto por los peritos en la paz. ... N I SUDORES En Gran Bretaña, el National Physical Laboratory acaba de pre- sentar a la Prensa una nueva máquina de calcular. Según se infor- ma, el flamante invento permite efectuar, en poco más de sesenta segundos, una operación aritmética que exigiría a u n matemático treinta días de arduo trabajo. En un cuarto de hora, la máquina puede resolver operaciones cuya transcripción fiel necesitaría unas 500.000 páginas de cálculo. El cerebro del hombre es poca cosa si se lo compara con la má- gica máquina que acaba de construirse. ¿Ha de servir de algo, en el futuro, la tortura de aprender a extraer una raíz cúbica? Quiero suponer que no; bastará posiblemente con las modestas tablas de multiplicar, y quizás ni siquiera eso: nuestros hijos resolverán sus problemas con el concurso de un cerebro electrónico—creo que es ese el término científico—, y se burlarán de los anacrónicos sudores que nos provocaba una división por nueve cifras. El pensamiento matemático se ha mecanizado. No sé por qué, pero la noticia me intranquiliza en lugar de enorgulfecerme. El triunfo es del hombre, .pero mata algo en el hombre. ¿Seré, tal vez, un enemigo del progreso? Lo ignoro, pero encuentro algo heroico en los sudores que provoca una división. Y la máquina evita los sudores, los hace inútiles. Nuestros hijos vivirán en el mundo de la facilidad. Pero sospe- cho que, a veces, han de añorar el sudor. Qftlattín Cfiietza // PORQUE ERES ANARQUISTA // Diez minutos con J. GARCÍA V EHEMENCIA, afirmación cate- ignora las vacilaciones: tanta es su por una infiniuad de causas. Nuestra górica. brusquedad reñida con confianza en la propia sinceridad. cultura es deficientísima, pese a ha- los formulismos: he ahí a Gar- —¿Que por qué soy anarquista? ber sido bastante civilizados, y en cía Pradas. Un hombre para quien la ¡Hombre!, así, de sopetón, es como nuestro actual embrutecimiento su- sinceridad es el supremo imperativo si me preguntases que por qué soy ponemos que la hombría es salvajis- —casi nunca fácil, pocas veces cómo- moreno. Pese al ¡(Conócete a ti mis- mo, o a la inversa. Casi todo nuestro do—, y que no sabe ni quiere traicio- mo», casi nadie se pregunta por qué paisaje es cerril, abrupto, de Violen- es lo que es, aunque lo sea en virtud tos contrastes; ef de Castilla es inmi- sericorde, como alma de inquisidor. CRIMEN por PIÓ CID Un misterioso ser ha habla- rapada desparramándose a sus pies. La necia. Los riscos y peñascos parecían gico dando ridiculas cabriolas hasta do a mi corozón y yo le he vertiente que ocupaban estaba careo- teñirse con los primeros destellos del quedar sobre los guijarros revolcándose comprendido. He matado a mi mida, corroídas sus piedras por sucia sol. Juan dio un suspiro de alivio, apar- y pataleando. hermano y ahora sé que todo lepra, hendida de tajos y escalones por tó la vista de la cresta del monte. Quedó finalmente conteniéndose el hombre que mata a otro hom- los que la tierra mostraba sus entrañas. Había cesado de llover. Ahora el cié- vientre con ambas manos, arrodillado bre mata a un hermc.no suyo. Y por encima de sus cabezas, el sol, lo iba desgarrándose y por entre sus en un charquito, como bebiéndose su (Stefan Zweig. «Los ojos del un sol implacable aseteándoles casi de jirones se desangraba el sol. propia sangre. hermano eterno»). continuo. De pronto se incrustó en el terreno. Juan no quisó saber más. Había ma- Aquella noche el jefe de la tropa Sintió sobre su cabeza un silbido pare- tado. ¿Pero por qué? ¿Por qué coasen- J UAN llevaba tres meses en campa- mandó doblar la guardia. Cuando vi- cido al de una víbora que surcaba el tian los hombres en degollarse como ña. Habían llegado él y sus com- nieron a despertarle, Juan dormía arre- aire. pobres borregos? Ahora comprendía... pañeros culebreando en tren a bujado en su manta al rescoldo de la La alarma estaba dada. Ya se había Sintió una punzada en el costado. Se iravés de la llanura, a una estación di- lumbre, se levantó, cogió el fusil y, tras apostado la tropa tras los canchales le nubló la vista. Desfallecía. Se palpó minuta medio desventrada por la me- ceñirse ¡a cartuchera se cubrió con el desperdigados por la ladera de la mon- las costillas... la mano se le llenó de un tralla. capote. taña. liquido viscoso y caliente. La noche la pasaron allí, tumbados El campamento dormía confiado; se Juan estaba contraído, presa de una A Juan le pareció que dejaba de vi- sobre las losetas de la sala de espera, apostó no lejos de allí, tras unas rocas, angustia indefinible. Vio avanzar al ene- vir; en brevísimo tiempo le brotó la envueltos en las mantas y los capotes. A través de una hendidura observó, migo, corriendo desplegado en abani- imagen preñada de frescura y colorido Al día siguiente, con la fresca, partie- oteó la negrura; trató de acomodarse lo co al amparo de los accidentes del te- de su niñez, ron para el frente... mejor posible. Se iba filtrando por todo rreno. Cerca de allí resonaba el fragor del Tres meses, tres meses interminables el cuerpo el relente de la noche. Juan apuntó a un muchacho: lo acer- combate. Mientras tanto caían los hom- en aquel desierto de polvo y de fuego. Empezó a llover: era una lluvia ter- tó. Le vio pararse bruscamente, roto su bres; caían sin el último beso de sus Estaba atrincherado en un contrafuerte ca, fina, impalpable. Miró a su alrede- empuje, doblándosele hacia la tierra "1 madres sobre la tierra fría, hermanados de la sierra, con la llanura yerma y dor; ya no tardarían en relevarle. Ama- busto. Se quebró como un pelele trá- por la santa fraternidad de la muerte. nar su verdad íntima: aunque quede solo con ella, solo contra otras ver- dades que le gritan su oposición. Aun en el error, aun cuando exagera su propia convicción para persuadir es- candalizando— reminiscencia unamu- nesca—, Pradas es siempre fiel a su sinceridad: fiel a sí mismo; es decir, al destino que ha escogido. Es, por otra parte, el símbolo de la Irreverencia. Ha exterminado los dioses de su mundo; y los ídolos, y los fantasmas. De ahí la soledad en UN REPORTAJE DE j£uiá Qtuzbuzan. En casi todo hogar, el padre es cal- deroniano y severo, muy celoso de su patria potestad; hasta sus caricias son de temer, y de sus hijos deman- da, más que cariño, respeto. Esta dura y agria estampa paterna, se repite en el maestro, en el cura, en el alcalde, en los guardias civiles y hasta en casi todos los vecinos de cualquier aldea. Luego pasamos a de un proceso racional. Déjame pen sarlo un poco; o recordar, que pen sar suele reducirse a eso. La respues- ta surgirá de mis recuerdos... —Burlemos al tiempo y retornemos verla en el patrono, en todas las que se debate: una soledad que, lejos al pasado; una verdadera fuga que autoridades, en el Estado, y por reac- de pesarle, tiene el encanto de toda escamotea el presente... ción contra ella nos hacemos disco- obra construida a conciencia, con do- El sonríe unos instantes. los, traviesos, bravios, indisciplina- lores y experiencias difíciles. Los dio- Si—asiente—. Pero empiezo a dos - insolentes, rebeldes, anárquicos ses han vuelto a la nada; y Pradas advertir que, como muchos compañe- e n fin > P er o raramente llega uno a llena el vacío con su verdad desnu- roS) antes ¿e ser anarquista he sido hacerse anarquista... da, audaz, cruel en ocasiones: cual- anárquico tan sólo, y quizás jne que- —¿Dónde nace para ti la actitud quier posición es lícita ante ella—re- de demasiado de esto, contra mi pro- anarquista, el hombre anarquista?— chazo, aplauso, indignación—, menos p ¡ a voluntad. Lo anárquico, tan es- Pregunto. la indiferencia. pañol, parece anarquista, pero es —Lo anarquista viene de la tole- Su verbo es el reflejo de su pluma: todo lo contrario. Con ello en el alma, rancia, de la suavidad de paisajes y no nos dejamos dominar, mas domi- de ambientes, de la dulzura de cos- namos si nos dejan; rechazamos - la lumbres, de la vida altamente civi- ajena autoridad, pero no renunciamos U**¿*_ o, ^n faltar « M e jin pro- a la propia, como exige el .anarquis- mo. Esto es lo trágico en España: afirmación enérgica y triunfo sobre la duda. (Pradas, no obstante, sabe que la duda es un deber al que sólo la mediocridad se substrae; pero cuan- do traduce su pensamiento en pala- bras y lo lanza al exterior—lo lanza. ceso racional, casi siempre muy lar- go, con el que acabamos por ordo- si, y sin suavidad—, toda duda ha quedado atrás y ha sido ya supera- medio... da. Por eso es categórico: porque ha —¿Cómo explicas tú el hecho? dudado antes.) Cuando habla, decía. Los españoles somos anárquicos que es anárquico hasta el gato, pero "arnos a nosotros mismos lo que te- no hay anarquistas para un re- «» em °s que hacer. O sea: que el anar- quista ha de ser hecho por la Socie- dad o ha de hacerse a si mismo, y (Pasa a la pag. 3)

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HO HABRÁ PAZ « E l IIIIEIL MIENTRAS N O HAYA

¡¡IIIBIERIAIID C U A N D O los a n a r q u i s t a s del s ig lo p a s a d o h a b l a b a n de

Anarquismo, los adversar ios de n u e s t r o ideal se apresu­r a b a n a cal i f icar lo de utópico . Lo m i s m o a c o n t e c e en

nues tros d í a s : c u a n d o de nues tros labios surge la pa labra Anar­quía el c o n t r i n c a n t e huye de toda d i scus ión , cubiendo su reti­rada con l a p a l a b r a ((Utopia».

Q u i z á s t e n g a m o s que c o n v e n i r en que ese concepto , t a n pro­f u s a m e n t e d i fundido e n t r e l a s g e n t e s s e n c i l l a s por l a s g e n t e s de m a l a fe, h a creado u n obs tácu lo m u y cons iderable al lógico d e s e n v o l v i m i e n t o del Anarqu i smo . Quizás s e a n e c e s a r i o p e n s a r que m u c h o s seres n o se h a n in teresado por el A n a r q u i s m o c o m o c o n s e c u e n c i a de e sa o la de confus ión , d e e s a s e n c r u c i j a d a s , que los prosé l i to s de la Soc iedad ac tua l h a n t en ido espec ia l i n t e r é s e n s e m b r a r por doquier p a r a enturb iar en l a m e n t e d e l a s g e n ­tes el s igni f icado verdadero áe las c o n c e p c i o n e s a n a r q u i s t a s . Quizás m u c h o s l ibertar ios h a y a m o s contr ibuido a e s a c o n f u s i ó n por no h a b e r p e r p e t u a d o nues tro es tudio y por n o haber pro­fundizado s u f i c i e n t e m e n t e en el e x a m e n de los idea le s que h e m o s adoptado .

Pero lo c ier to es que el desarro l lo de los a c o n t e c i m i e n t o s i n t e r n a c i o n a l e s v iene hoy , u n a vez m á s , a d a r l a r a z ó n a los anarqui s tas . Y esos a c o n t e c i m i e n t o s a los que a l u d i m o s s o n pre­c i s a m e n t e l a prueba f e h a c i e n t e d e l a s rea l idades c r i t i c a s que el Anarqu i smo p r o c l a m a : NO H A B R Á P A Z EN EL M U N D O M I E N T R A S N O H A Y A L I B E R T A D .

D e los m a l e s que e n g e n d r a la Soc i edad a c t u a l despunta , por su v irulenc ia , l a g u e r r a ; l a guerra que todo el m u n d o odia , que todo ser h u m a n o t e m e , y a l a que todo el m u n d o contr ibuye apor tando su óbolo de u n a forma o de otra . El que m e n o s , acep­tando con pas iv idad l a c o n c e n t r a c i ó n de n u b a r r o n e s que pre­cede i n e v i t a b l e m e n t e a la c a t a s t r ó f i c a t o r m e n t a . El que m á s , propic iándo la c o m o med ida de d e f e n s a a n t e a t a q u e s que n a d a se h a c e por ev i tar .

El A n a r q u i s m o c o n d e n a la g u e r r a e n t o d a s s u s expres iones y en todos sus ó r d e n e s : es el so lo idea l que n o la e n c u e n t r a excusa ni just i f icac ión. Y e n el es fuerzo que i n t e r n a c i o n a l m e n t e real iza por e v i t a r la n u e v a ((débácle», p o n e en juego t o d a s sus pos ib i l idades y t o d a s sus fuerzas . ((¡De p o c o nos servirá!», pen­sará quizás a l g ú n lector. P o s i b l e m e n t e , pero por lo m e n o s sal­vará n u e s t r a responsab i l idad co lec t iva , de h o m b r e s y de mil i ­t a n t e s de l A n a r q u i s m o , e v i t a n d o n u e s t r a confus ión con los que, consc iente o i n c o n s c i e n t e m e n t e , f o r m a n en las filas propic ia to ­rias de la guerra .

Y si de poco nos s irve, será porque la H u m a n i d a d s igue de­b a t i é n d o s e m e n t a l m e n t e e n t r e los m á r g e n e s de la c o n c e p c i ó n es ta ta l d e la vida, entre las f r o n t e r a s que la a c e p t a c i ó n de la pa labra ((utopia» a p l i c a d a al A n a r q u i s m o crea e n la m e n t e de los hombres , h a c i é n d o l e s creer que la H u m a n i d a d n e c e s i t a de p a s t o r e s : de g o b e r n a n t e s , de so ldados y d e verdugos .

Lo t rág ico es que los pueblos , a veces , creen ver su l ibertad en el f ondo de un pozo. Lo t r á g i c o es que, quer iendo e scapar a la opres ión del salario, se prec ip i tan en brazos de o tra esc la­vitud m á s t o t a l i t a r i a aún en sus consecuenc ia s , s in por e l lo «ograr e scapar a l a pr imera .

C u a n d o en 1917 la revo luc ión rusa puso t é r m i n o al imper io de los zares , el pro l e tar iado m u n d i a l vo lv ió su v i s ta h a c i a aquel país abierto a n u e v a s perspect ivas , y d e p o s i t ó no pocas de sus e s p e r a n z a s e n el e n s a y o «social» c u y o s pr inc ip io s cre ía aper­cibir. Los resu l tados h a n s ido el r o b u s t e c i m i e n t o de un zar i smo nuevo , que n a d a cede e n ferocidad al v iejo y que s igue idént i co c a m i n o al que s igu ieron todos los zares del t o t a l i t a r i s m o .

El c o m b a t e contra la Soc iedad c a p i t a l i s t a no puede efec­tuarse desde u n a base to ta l i tar ia . Las c a d e n a s n o se quiebran con cadenas . Por eso los h e c h o s n o s d a n la r a z ó n c u a n d o en la d i fus ión de n u e s t r o s idea les prop ic iamos la abo l i c ión del prin­cipio de autor idad, de las f ronteras , y p r e c o n i z a m o s u n a Socie­dad libre sobre l a base del l ibre acuerdo y d e la íp l idar idad .

La l u c h a contra el c a p i t a l i s m o n o debe arro jarnos en brazos del t o t a l i t a r i s m o . D e la m i s m a m a n e r a e n q u e el od io a l to ta ­l i tar i smo no nos induc irá a p legar ve las e n n u e s t r a l u c h a con­tra el c a p i t a l i s m o .

NIÑOS Y MAYORES EN una calle cualquiera, a unos las demás. Nada la diferenciaba. Antes sus milenarios instintos de brutalidad,

quince metros delante de mi, ante sí: estaba muy sucia y olia mal, y aun- ante la risa estúpida de unos hombres la puerta^de un «conventillo», un que buenas las otras, se apartaban de divertido;? Traducidlo a todos los idio-

niño y una niña de cuatro años, están ella porque su vecindad era insoporta- mas, a todas las jergas que por el mun-abrazados y pelean, procurando de- ble. do se hablan. Y eso simbolizará siem-rrumbarse mutuamente. Los contemplan Yo observaba el cambio que se ope- pre el predominio de lo bajo, de una unos hombres divertidos por la lucha, raba en ella. No era, a los pocos meses, los seres de excepción que la humani-quizás por ellos provocada, que ahora la retraída, triste, ensimismada en la dad podría componer, excitan. Sisean a las criaturas como si cual se advertía anticipadamente un Esos hombres, esas mujeres, ignoran fuesen animales, o boxeadores en el ta- alma vencida para toda la vida. La risa el mal que hacen porque ignoran su blado. le brotaba espontáneamente, Y he visto propia ignorancia. No saben nada de

— ¡Mételo, Titina! asi otras que en mi escuelita que eerra- la compleja psicología de las persona-— ¡Tírala, Pocho! ron los esbirros de Primo de Rivera, lidades en formación, ni cuánto daño, Y los dos niños enardecidos, alenta- aprendieron a reír. cuánta desastrosa influencia regresiva

dos por los aplausos de los mayores, Conchita estudió también. Y al mis- pueden causar sus actitudes, sus inci-exasperado su amor propio porque la mo tiempo que la alegría, su fisionomía taciones, sus aprobaciones o su des­caída será objeto de la mofa general, _ _ aprobación. arquean la espalda, asientan los pies en- (¿CLÁlOII jLÍ€H%(tL Han sido criados como bestias. Ellos [recruzados, buscando con los dedo s un no tiennen la culpa. La sociedad no ha mejor punto de apoyo entre los ado- fué reflejando inteligencia. Salía a la sabido hacerlos mejores. Ella ha apa-quines; crispan las manos, las facciones superficie lo que estaba en el fondo, g a d o la alborada, ha cerrado el ama-todas en un esfuerzo supremo que no abandonado o sumergido bajo la estul- necer, ha embotado el espíritu. De pa-da resultado. tez del ambiente que hasta entonces dres a hijos, de hijos a hijos nuevos.

Paso asqueado. La gente ríe del es- había influido en ella. La mirada ya no De=de siempre, ¿hasta cuándo? pectáculo. Los pequeñitos siguen ja- era la torpe, apagada, inexpresiva mira- No son responsables. Se ha gastado deando y forcejeando, y yo tengo ga- da de antes. Brillaba. Había algo bueno infinitamente más dinero para enseñar-nas de insultar a los brutos, incapaces que vivía en esa alma y que la ilumi- los a matar que para enseñarlos a vi-de enseñar a los niños, ni a los suyos naba. v ¡ r ) p a r a ahogar su inteligencia y su si los tienen, una sola letra del alfa- Y cuando hube de decir adiós a mis sensibilidad que para hacerlos florecer. beto, incapaces de darles la menor no- chiquillos, después de recibir la orden Pero, independientemente de la causa, ción de higiene ni de cuanto pueda de c.ausurar la escuela, la mayor pena miro los efectos. Veo esa ignorancia, e.evarlos, pero empeñados en despertar que sentí fué por varias de esas cria- ese mal involuntario pero atrozmente el 1.1-tinto de brutalidad que tal vez turas que tenían en la escuelita casi el efectivo, guiar a los niños. Veo a la sin su intervención habría quedado dor- hogar de que hasta entonces habían bestia convertir en bestia lo que aún mido en el fondo de esas almas infan- sido privadas, que habían nacido a la es humano, y no puedo dejar de pro­tiles, luz del espíritu, y que iban a hundirse testar, de gritar, porque no hay fata-

Los combates entre niños, especial- de nuevo en las tinieblas que los pa- lidad adversa que el hombre no deba mente los provocados, son mucho más dres, los parientes, los vecinos retarda-terribles que los combates entre mayo- dos, inclutos o indiferentes mantendrían res. La personalidad del adulto está ya niuy espesas en su derredor, generalmente formada. Se ha desarro- Quisiera tener hoy la dolorosa posi-llado lo que constituye sus principales bilidad de poder comprobar si mis te-caracteristicas de bondad o de cruel- mores han sido o no verificados, dad, de inteligencia y voluntad. Un* * episodio, cualesquiera que fuese su in

CoS hechos mksdms

dol do psicológico. En cambio, esos episo­dio., pueden alterar, deformar, en sen

Si, indudablemente, la influencia del

tratar de vencer. ¿El remedio? Ciertos proponen el

alejamiento del hijo, la separación con los padres. El niño entregado a la so­ciedad, a la colonia, al Estado. Esos no han advertido aún que la sensibilidad del niño necesita toda la atención de la madre, y que no es demasiado, para

Hay en todo niño infinitas posibih dades. El desarrollo de su intelecto y de su sensibilidad está sometido a mul­titud de fenómenos que escapan a

las futuras mujeres todas. El mundo está, estará compuesto por la totalidad. *u v l a a . ™ t u r a ^ , a o b r a

Los sunerhomhres „n «m la n n n » ni k o s teóricos impenitentes Los superhombres no son la norma ni la obra de la humanidad. Y esta hu

í ^ * * * A * / ^ « A i > * * * V * w l

i. , j f >̂»i uiuuudiíicuicmc, \a inriuencia aei , . , J1 , " ' ' e no alterara mucho o nada su fon- a m D Í e n t e p e s a enormemente sobre la l a s necesidades de su corazón y de su

personalidad del niño. Se pueden citar P s l c o l o K i a en formación, de] cuidado de una madre para un niño solo. No

de ese ali-del espíritu, a formación

de la mentalidad, es tronchar casi toda su vida futura y la obra de esa vida. Los teóricos impenitentes que no s ha­blan de la Naturaleza y nos muestran las especies animales donde los lazos familiares son más breves o inexistentes olvidan que la especie humana tiene distintas necesidades del intelecto y de los sentimientos.

Necisidades más hondas, más res­tringidas aquí, más universales allá,

j a que le son peculiares. No se puede privar al niño del afec­

to de los genitores, cuando existe. No se le debe separar. Pero esto nos obli­ga a dejarlo en sus manos como edu­cadores.

¿El remedio, el remedio? No hav otro que defenderlo en la escuela; no

nuestro control y a otros que podemos m a n i d a d de mañana está guiada por la observar y sobre los cuales podemos d e h ¡ T r á j c a f a t a , ¡ d a d d e u n d e s . actuar, para propiciarlos o estorbarlos, t j n o debemos enmendar todo lo según sea o no conveniente posible! Porque, si lo que será ha de

La histona de los grandes hombres s e r o r d e I o ^ t o d o

es al respecto sugestiva Muchos sien- , ¡ i r h a d e s e r H

e r i o r , ,Q a c t u a , , do niños, anuncian perfectas nulidades. d o ¿ c - m o , e s a e r a c i ó n e n . y mas tarde, por un despertar súbito t r e K a n d o ] a g e n e r a c i ó n naciente a la de su inteligencia, el genio aparece co- l a c e d i o > dando por maestro mo por aparente generación esponta- , 0 , biológica es inferior al n e a - „ alumno?

Pero, si en ese momento, esos niños Mañana representa más cultura, más grandes hubiesen estado rodeados de civilización, más civilidad que hoy, co-bestias en forma humana, si hubiesen mo hoy representa un progreso sobre estado sometidos a un rudo trabajo de ayer. A pesar de las dificultades, a pe- , diez, o doce, o más horas diarias; si s a r de los obstáculos, es otra fatalidad Ty °tW 2 " e P r e s l 0 n a r ? o b r e , l o s Pa" hubiesen tenido que dormir en un jer- inexorable que en condiciones norma- d r e s> a u e hacer comprender a los ma­són tendido en el suelo, vestir ropa les, una generación marque sobre otra y o r e j e l P a P e l funesto que tantas ver destrozada, ir sucios, mal alimentados, un avance. Allí reside siempre la gran a buen seguro que la personalidad la- esperanza de los Quijotes del progreso, tente que esperaba su hora no se ha- de quienes viven en la raza a través bria exteriorizado nunca, y ni los de- de su perpetuación. Y los hechos de­más ni ellos mismos habrían sospecha- muestran que tienen razón, do su existencia. Pero, i cuan triste es ver ese mañana

Recuerdo una niñita de ocho años, todavía frágil, en pugna con esa achui­que tuve por alumna en una escuela lidad triunfante que le manosea, que le de instrucción primaria en La Coruña. aplasta, le atormenta! ¡Cuan amargo es Era hija de un pescador. La madre sa- ver ese amanecer sometido al capricho lia por la mañana temprano, a com- de la noche, su dueña y señora! prar, para venderlo, pescado en los Los mayores hacen la ley, la tradi-muelles del puerto. La hermana mayor, ción, las costumbres. Están en la po-desaseada, haragana, no se ocupaba de sesión total de sus aptitudes físicas y la pequeña. Y los padres mismos la de- mentales—sobre todo físicas—. Y, de­jaban totalmente abandonada. Estaba y formados ellos mismos durante su ni-era sucia, rotos sus vestidos, como em- ñez por el ambiente impersonal y por brutecida porque nunca la luz había el de los hombres más cercanos, siguen llegado a su espíritu. Olia mal de tan- deformando, y dirigiendo las existen-ta mugre. Con otras niñas mayores, cias jóvenes, según los conceptos en después de comprobada la imposibili- ellos predominantes, o según los hábi-dad de sacudir la indiferencia de los tos de bestialidad que han acabado por padres, formamos un complot. Hicimos dominarlos, de padre y de madres. Conchita — asi —¡Mételo, Titina! se llamaba — fué limpiada, peinada. -—¡Tírala, Pocholo! Le corté el cabello, le arreglamos !a —No os parece que es un espectácu-ropa. Y se sintió igual a los otros. Pudo lo de todos los pueblos de la tierra el ir a saltar a la cuerda, a jugar al padre de esos niño? de cuatro años, luchando

^ ^ A ^ ^ A ^ A ^ A ^ v a la madre, pudo reír lo mismo que con ira por derrumbarse, irrumpiendo

ees desempeñan. No hay otro que edu­car a la madre al mismo tiempo que

(Paw a la pág. 3)

N I GUERRA. . .

P ARECE que l a paz se h a sa lvado . Asi, al m e n o s , lo a f i rman quie­n e s t i e n e n d e la paz u n a o p i n i ó n s in "mayores e x i g e n c i a s : l o s que n o conc iben u n a m a t a n z a s in previa p r o c l a m a c i ó n oficial ,

y p a r a qu ienes el conf l ic to d e Corea r e p r e s e n t a s o l a m e n t e u n e n c a n ­tador m e d i o d e aprender g e o g r a f í a . (Esta c i enc ia h a c o n t r a í d o u n a sorprendente deuda con la g u e r r a : asi como la ú l t i m a c a t á s t r o f e n o s p e r m i t i ó conocer n o m b r e y s i t u a c i ó n d e m i l a l d e a s h a s t a e n t o n c e s i gnoradas , la b a t a l l a coreada h a a u m e n t a d o t a m b i é n n u e s t r a s noc io­nes geográf icas , a g r e g a n d o el n o m b r e de Seúl a la l i s t a d e las c iu­dades conoc idas . ¿Eran m u c h o s , acaso , los que e s t a b a n al corr iente de su e x i s t e n c i a a n t e s de que lo s coreanos del N o r t e a t r a v e s a r a n el 38." para le lo? E s t e ú l t i m o , a d e m á s , era p a r a l a m a y o r í a d e los hab i ­t a n t e s de l Globo u n a s imple l i n e a ,sin m a y o r i m p o r t a n c i a que sus g e m e l a s : só lo después n o s h e m o s e n t e r a d o que m a r c a b a el l i m i t e entre d o s R e p ú b l i c a s ; y en tre d o s bloques , en tre d o s m u n d o s . La guerra, rep i to , h a s ido admirab le c a t e d r á t i c o de g e o g r a f í a ; quizá h a g a f a l t a o tra p a r a h a c e r n o s conocer t o d o el p l a n e t a : aunque , u n a vez t e r m i n a d a , d e n a d a servirá conocer la geograf ía d e u n m u n d o que h a b r á q u e d a d o e n ruinas. )

Pero n o es d e geograf ía q u e quería hoy hab lar . H e d i cho que la paz se h a sa lvado , y a eso vuelvo. Los per i tos en la m a t e r i a — h a y peri tos , n a t u r a l m e n t e , e spec ia l i zados e n el c o n o c i m i e n t o d e la p a z -a f i rman que la guerra h a quedado p o s t e r g a d a : no h a c e f a l t a ya t o m a r precauc iones , n i s o ñ a r c o n u n a u tóp ica i s l a perd ida e n el Pa­cifico, n i re fug iarse e n la e s p e r a n z a de que la b o m b a a t ó m i c a evi­tará la a g o n í a de l a s m u e r t e s l e n t a s . Todo eso sobra, y a que se h a g a n a d o la p a z : es dec ir , Ja autor i zac ión para t ener fe en el fu turo i n m e d i a t o .

Ta l es l o que n o s d i c e n los ,peritos e n l a paz. E x a c t a m e n t e lo m i s m o — a ñ a d o — q u e la s segur idades d a d a s por At t l ee a l a C á m a r a de los C o m u n e s , y las o p t i m i s t a s m a n i f e s t a c i o n e s d e (dos Trece» en sus d e c l a r a c i o n e s públ icas . S e h a t r i u n f a d o sobre la guerra—aunque és ta p e r s i s t a e n gr i tar su c o n t i n u a c i ó n — , y l a s imbl i ca p a l o m a de P icasso h a r e a n u d a d o su vuelo .

¿Qué dec ir d e todo eso? E n verdad, poca c o s a : que la geograf ía s igue i n c u l c á n d o s e n o s a fuerza de o f e n s i v a s y re trocesos , que l a pa­loma p i c a s s e a n a e s tá e x p u e s t a a u n f u l m i n a n t e a t a q u e cardíaco , y que la i s la perd ida en el Pacíf ico n o es cosa a desprec iar . En resu­m e n : que h e m o s perdido el r e s p e t o por los per i tos en la paz.

... N I S U D O R E S

E n G r a n B r e t a ñ a , el N a t i o n a l P h y s i c a l Laboratory acaba de pre­s e n t a r a la P r e n s a u n a n u e v a m á q u i n a de calcular . S e g ú n se infor­ma, el flamante i n v e n t o p e r m i t e e fectuar , e n poco m á s de s e s e n t a segundos , u n a o p e r a c i ó n a r i t m é t i c a que ex ig ir ía a u n m a t e m á t i c o t r e i n t a d í a s d e a r d u o trabajo . E n u n c u a r t o d e hora , la m á q u i n a puede reso lver operac iones cuya t r a n s c r i p c i ó n fiel n e c e s i t a r í a u n a s 500.000 p á g i n a s de cálculo .

El cerebro del h o m b r e es poca cosa si se lo c o m p a r a con la m á ­gica m á q u i n a que a c a b a de construirse . ¿Ha de servir d e a lgo , e n el fu turo , l a t o r t u r a d e aprender a ex traer u n a raíz cúbica? Quiero suponer que n o ; b a s t a r á p o s i b l e m e n t e con la s m o d e s t a s t a b l a s de mul t ip l i car , y q u i z á s n i s iquiera e s o : n u e s t r o s h i jos r e s o l v e r á n sus prob lemas c o n el concurso de un cerebro e lec trónico—creo que es ese el t é r m i n o cient í f ico—, y se b u r l a r á n de los a n a c r ó n i c o s sudores que n o s p r o v o c a b a u n a d i v i s i ó n por nueve cifras.

El p e n s a m i e n t o m a t e m á t i c o se h a m e c a n i z a d o . No sé p o r qué, pero l a n o t i c i a m e i n t r a n q u i l i z a e n lugar de enorgul fecerme. El tr iunfo es d e l hombre , .pero m a t a a l g o en el hombre . ¿Seré , ta l vez, un e n e m i g o del progreso? Lo ignoro , pero e n c u e n t r o a lgo hero ico en los sudores que provoca u n a d iv i s ión . Y la m á q u i n a e v i t a los sudores , los h a c e inút i l e s .

N u e s t r o s h i j o s v iv i rán e n el m u n d o de l a fac i l idad . Pero sospe­c h o que, a veces , h a n de a ñ o r a r el sudor.

Qftlattín Cfiietza

/ / PORQUE ERES ANARQUISTA / /

Diez minutos con J . GARCÍA V EHEMENCIA, afirmación cate- ignora las vacilaciones: t a n t a es su por una infiniuad de causas. Nuestra

górica. brusquedad reñida con confianza en la propia sinceridad. cultura es deficientísima, pese a ha­los formulismos: he ahí a Gar- —¿Que por qué soy anarquista? ber sido bastante civilizados, y en

cía Pradas . Un hombre para quien la ¡Hombre!, así, de sopetón, es como nuestro actual embrutecimiento su-sinceridad es el supremo imperativo si me preguntases que por qué soy ponemos que la hombría es salvajis-—casi nunca fácil, pocas veces cómo- moreno. Pese al ¡(Conócete a ti mis- mo, o a la inversa. Casi todo nuestro do—, y que no sabe ni quiere traicio- mo», casi nadie se pregunta por qué paisaje es cerril, abrupto, de Violen-

es lo que es, aunque lo sea en virtud tos contrastes; ef de Castilla es inmi-sericorde, como alma de inquisidor.

CRIMEN por PIÓ CID

Un misterioso ser ha habla- rapada desparramándose a sus pies. La necia. Los riscos y peñascos parecían gico dando ridiculas cabriolas hasta do a mi corozón y yo le he vertiente que ocupaban estaba careo- teñirse con los primeros destellos del quedar sobre los guijarros revolcándose comprendido. He matado a mi mida, corroídas sus piedras por sucia sol. Juan dio un suspiro de alivio, apar- y pataleando. hermano y ahora sé que todo lepra, hendida de tajos y escalones por tó la vista de la cresta del monte. Quedó finalmente conteniéndose el hombre que mata a otro hom- los que la tierra mostraba sus entrañas. Había cesado de llover. Ahora el cié- vientre co n ambas manos, arrodillado bre mata a un hermc.no suyo. Y por encima de sus cabezas, el sol, lo iba desgarrándose y por entre sus en un charquito, como bebiéndose su (Stefan Zweig. «Los ojos del un sol implacable aseteándoles casi de jirones se desangraba el sol. propia sangre. hermano eterno»). continuo. De pronto se incrustó en el terreno. Juan no quisó saber más. Había ma-

Aquella noche el jefe de la tropa Sintió sobre su cabeza un silbido pare- tado. ¿Pero por qué? ¿Por qué coasen-

J UAN llevaba tres meses en campa- mandó doblar la guardia. Cuando vi- cido al de una víbora que surcaba el tian los hombres en degollarse como

ña. Habían llegado él y sus com- nieron a despertarle, Juan dormía arre- aire. pobres borregos? Ahora comprendía... pañeros culebreando en tren a bujado en su manta al rescoldo de la La alarma estaba dada. Ya se había Sintió una punzada en el costado. Se

iravés de la llanura, a una estación di- lumbre, se levantó, cogió el fusil y, tras apostado la tropa tras los canchales le nubló la vista. Desfallecía. Se palpó minuta medio desventrada por la me- ceñirse ¡a cartuchera se cubrió con el desperdigados por la ladera de la mon- las costillas... la mano se le llenó de un tralla. capote. taña. liquido viscoso y caliente.

La noche la pasaron allí, tumbados El campamento dormía confiado; se Juan estaba contraído, presa de una A Juan le pareció que dejaba de vi-sobre las losetas de la sala de espera, apostó no lejos de allí, tras unas rocas, angustia indefinible. Vio avanzar al ene- vir; en brevísimo tiempo le brotó la envueltos en las mantas y los capotes. A través de una hendidura observó, migo, corriendo desplegado en abani- imagen preñada de frescura y colorido Al día siguiente, con la fresca, partie- oteó la negrura; trató de acomodarse lo co al amparo de los accidentes del te- de su niñez, ron para el frente... mejor posible. Se iba filtrando por todo rreno. Cerca de allí resonaba el fragor del

Tres meses, tres meses interminables el cuerpo el relente de la noche. Juan apuntó a un muchacho: lo acer- combate. Mientras tanto caían los hom-en aquel desierto de polvo y de fuego. Empezó a llover: era una lluvia ter- tó. Le vio pararse bruscamente, roto su bres; caían sin el último beso de sus Estaba atrincherado en un contrafuerte ca, fina, impalpable. Miró a su alrede- empuje, doblándosele hacia la tierra "1 madres sobre la tierra fría, hermanados de la sierra, con la llanura yerma y dor; ya no tardarían en relevarle. Ama- busto. Se quebró como un pelele trá- por la santa fraternidad de la muerte.

nar su verdad ínt ima: aunque quede solo con ella, solo contra o t ras ver­dades que le gr i tan su oposición. Aun en el error, aun cuando exagera su propia convicción p a r a persuadir es­candal izando— reminiscencia unamu-nesca—, Pradas es siempre fiel a su sinceridad: fiel a sí mismo; es decir, al destino que h a escogido.

Es, por otra par te , el símbolo de la Irreverencia. Ha exterminado los dioses de su mundo; y los ídolos, y los fantasmas. De ahí la soledad en

UN REPORTAJE DE j£uiá Qtuzbuzan.

En casi todo hogar, el padre es cal­deroniano y severo, muy celoso de su patria potestad; hasta sus caricias son de temer, y de sus hijos deman­da, más que cariño, respeto. Esta dura y agria estampa paterna, se repite en el maestro, en el cura, en el alcalde, en los guardias civiles y hasta en casi todos los vecinos de cualquier aldea. Luego pasamos a

de un proceso racional. Déjame pen sarlo un poco; o recordar, que pen sar suele reducirse a eso. La respues­ta surgirá de mis recuerdos...

—Burlemos al tiempo y retornemos verla en el patrono, en todas las que se debate: una soledad que, lejos al pasado; una verdadera fuga que autoridades, en el Estado, y por reac-de pesarle, t iene el encanto de toda escamotea el presente... ción contra ella nos hacemos disco-obra construida a conciencia, con do- El sonríe unos instantes . los, traviesos, bravios, indisciplina-lores y experiencias difíciles. Los dio- —Si—asiente—. P e r o empiezo a d o s - insolentes, rebeldes, anárquicos ses h a n vuelto a la nada; y Pradas advertir que, como muchos compañe- e n fin> P e r o raramente llega uno a llena el vacío con su verdad desnu- r o S ) a n t e s ¿e s e r anarquista he sido hacerse anarquista... da, audaz, cruel en ocasiones: cual- anárquico tan sólo, y quizás jne que- —¿Dónde nace p a r a ti la act i tud quier posición es lícita an te ella—re- d e demasiado de esto, contra mi pro- anarquis ta , el hombre anarquista?— chazo, aplauso, indignación—, menos p ¡ a voluntad. Lo anárquico, tan es- Pregunto. la indiferencia. pañol, parece anarquista, pero es —Lo anarquista viene de la tole-

Su verbo es el reflejo de su pluma: todo lo contrario. Con ello en el alma, rancia, de la suavidad de paisajes y no nos dejamos dominar, mas domi- de ambientes, de la dulzura de cos-namos si nos dejan; rechazamos - la lumbres, de la vida altamente civi-ajena autoridad, pero no renunciamos U**¿*_ o, ^n faltar « M e j i n pro-a la propia, como exige el .anarquis­mo. Esto es lo trágico en España:

afirmación enérgica y triunfo sobre la duda. (Pradas, no obstante, sabe que la duda es un deber al que sólo la mediocridad se substrae; pero cuan­do traduce su pensamiento en pala­bras y lo lanza al exterior—lo lanza.

ceso racional, casi siempre muy lar­go, con el que acabamos por ordo-

si, y sin suavidad—, toda duda h a quedado a t r á s y ha sido ya supera- medio... da. Por eso es categórico: porque ha —¿Cómo explicas tú el hecho? dudado antes.) Cuando habla, decía. —Los españoles somos anárquicos

que es anárquico hasta el gato, pero "arnos a nosotros mismos lo que te-no hay anarquistas para un re- «»em°s que hacer. O sea: que el anar­

quista ha de ser hecho por la Socie­dad o ha de hacerse a si mismo, y

(Pasa a la pag. 3)

RUTA

NOVELAS da nueátca

a LA M O U S S O N " de L. BROMFIELD «... La India es un pala de salvaje exageración, donde la crueldad

es más feroz y la belleza más magnifica. Y es de todo eso que lia sur­gido la fe, esa fe que, abrazándolo todo y elevándose muy alto, se ha convertido en la adoración del implacable principio de destrucción... En Europa habéis perdido la fe, y estáis muriendo; sin embargo, llego a pensar que la ausencia total de la fe vale más que nuestras creencia',. Porque es el miedo lo que nosotros debemos vencer: el miedo, la ne­gación, el vacio...»

I GNORO si «La mousson» — el primer libro de Bromfield que leo; y a no dudar el último — fué aprovechado por la industria cinematográfica parí realizar alguna hábil adaptación en beneficio propio. Extraño seria, en

verdad, que el cine hubiera pasado por alto novela de este género, apropiada como pocas para servir de base a una producción de Hollywood. Marco exótico — detalle de importancia para la inagotable sed de lejanías que parece caracterizar al casi siempre sedentario espectador de la pantalla — ; argu­mento rico en siluacicnes tensas y aptas para el «suspenso»; caracteres fácil­mente definibles, ritmo ágil, diálogo movido: las condicionen del libro son justa­mente las indicadas para que un público cinematográfico pueda sentirse, du­rante la hora y media de rigor, bajo el influjo de un sugestivo ambiente hindú sabiamente sazonado con los típicos ingredientes de importación americana y europea. La novela de Bromfield debe catalogarse como una magnífica película en estado latente: cinematografía sin máquina proyector) ni música de fondo, bastándose a si misma por su propia modalidad.

El caso no es extraordinario: la literatura moderna nos ha habituado ya a ello. Hace solamente unas semanas, al comentar «Cuan verde era mi valle» en estas mismas columnas, hablé de una técnica novelística cuyo ritmo era

totalmente cinematográfico. Debiendo también, con toda lógica incluirse «La monsson» en tal categoría, no estará de más precisar ahora cuáles son los ras­gos propios e inconfundibles de esa técnica determinada. Con lo que habremos avanzado algo, al mismo tiempo, en el camino de comprender la influencia — innegable y creciente en nuestros días — ejercida por el cine sobre la mo­derna producción literaria. La novela no podia mantenerse por completo ajena a un arte en formación, con una pujanza de fuerza juvenil, y ha tenido que rendirle tributo: una nueva dimensión se ha integrado a la literatura.

Es forzoso aceptar lo cinematográfico como realidad propia. Entiendo por ello una concepción eminenterrtent" visual de ¡a acción — o del silencio, para e] cine himple forma de acción —, desarrollada en un ritmo que, si bien puede ser rápido o lento, en una u o!ra forma excluye toda pausa: aun en la lentitud, lo cinematográfico es incompatible con la discontinuidad. Tal es, creo, el carác­ter inalienable de la técnica que el cine ha engendrado, y que la novela mo­derna acepta en más de una ocasión: alguna obra de Steinbeck — en especial «Se ha puesto la luna», libro sobre el que volveré en otra crónica —-, casi todas las de Hemingway, una que otra de Greene y ciertos capítulos de Dos Passos, son ejemplos evidentes de esa concepción visual que la cinemotografia h 3 im­puesto como técnica. Nótese, además, que la incorporación de tal ritmo a la novela no es una actitud privativa de autores secundarios como Bromfield y Lleweílyn. Quizás pueda explicarse su generalización, recordando que el ritmo cinematográfico es justamente el que más se adapta a la realidad contemporánea: ritmo sin pausas, hecho de imágenes exclusivamente visuales, ante las que el hombre reacciona como el espectador de una continuidad fotográfica. Los ojos son la medida de su espíritu: mirar, es en él sentir.

Volvamos ahora a «La Mousson» (Editions Stock, París). Dejando aparte ya lo que la obra debe a la cinematografía — quizás a pesar de Bromfield, de­talle que poco intere.-a —, será útil señalar ahora la falla principal del libro. Me refiero al carácter convencional de sus personajes, que parecen haber sido lubricados en un molde uniforme y enemigo de las sorpresas: todos ellos tienen la lógica de una fábula infantil — moraleja simplista para ilustración de pár­vulos —, al mismo tiempo que una facultad asombrosa para definirse y expli­carse a cada instante. Se ahorra el lector la molestia de descubrirlos, de ir ahondando en ellos poco a poco; los mismos personajes se encargan de resolyel su propia ecuación, con la claridad meridiana de un texto escolar, preocupán­dose para evitar el riesgo de una equivocada interpretación. Bromfield odia los misterios y las complicaciones: cada diálogo suyo es un por qué revelada

Ransome y Lady Esketh son los héroes de la obra. Y son también, por fuer­za, las dos supremas explicaciones. El primero encarna el típico escéptico, en­fermo de Occidente, que se ha refugiado en la India para huir de la civiliza­ción :la figura es clásica en \a historia de la novela que explota, lo exólii excepticismo de Ransome, además, necesita de Ja bebida para hacerse más noto­rio: segundo rasgo típico en la tradición mencionada En cuanto a Lady Esketh, su personalidad di;ta mucho también de ser novelísticamente nueva: aristócrata

• por un casamiento de conveniencia, es la vieja imagen de la sensualidad sin escrúpulos -— amoral más que inmoral —, que ha perdido el respeto hacia si misma v lucia el inundo Y en la misma forma que el whisky es el símbolo del escepticismo integral de Ransome, las infidelidades juegan en ella idéntico papel: tal vez para que el lector comprenda a la perfección el relajamiento de una y otra figura, captando con exactitud la vacia trayectoria de sus vidas. (El uhisky y los amantes cumplen la función de definiciones; Bromfield no confía en la inteligencia del lector: y por eso multiplica los símbolos antes que nazca

la duda). , 0 1 1 Naturalmente, no podia faltar la redención por el amor. Lady Esketh y

Ransome se purifican de sú anterior hundimiento, de sus pecados, de su escep­ticismo; desaparecen así el whisky y los amantes, naciendo los nuevos símbolos de abstinencia en él y de castidad en ella. El amor se transforma, el amor convierte, el amor provoca la resurrección; y el paso de una a otra etapa es nítido y directo, sin complicaciones ni contradicciones que podrían desorientar al espectador: Ransome y Lady Esketh rompen con el pasado en forma abso­luta y miran a un porvenir de auroras enteroecedoras. La revolución es tan sencilla como una algarada.

En lo que al escenario se refiere — «La mousson» lleva por subtitulo Novela de la India moderna — no e, mucho lo que de él puede decirse. Brom­field presenta una India dibujad] al gusto occidental, con enigmas y problemas también occidentales. Lo exótico está pulcramente graduado para que el público americano y europeo se sienta, dentro de él. en terreno firme; el alma hindú tiene reminiscencias de Far-West y de Escocia, combinadas con el suficiente tacto como para conservar el color local. Una India vista a través de un cristal fabricado en Occidente, que pule y suaviza las desigualdades del modelo. Una India idéntica a la que .-urge de una lección erudita en Havard, Eton o Cambridge,

Tal \ ¡or de] libro sea 1¡ curiosa historieta que ie sirve de portada y que, según advierte Louis Bromfield, debe a Ericli María Rem rque II diá­logo es breve y vale la pena transcribirlo:

— ¿Quiere usted a los americanos? — No. — /Quiere usted a los fmncetet? — No. — i A los ingleses? — No. — i A los rusos? — No. Un breve silencio, y luego: — Entonces, ia quién quiere usted? — ¡A mis amigos!

DE LAS l l \ l < l l t \

SONATA EN SEIS TIEMPOS {£ una C&ÍLCL

C O D A

D E j D E los bel icosos e inquie­tos pr inc ipes Indibi l y >Ian-d o n i o que no hay un d í a de

paz e n E s p a ñ a r o m a n a . Ante» eran d o s n a c i o n e s e x t r a ñ a s , Car-tago y R o m a , g r a n d e s a m b a s , po­derosas y guerreras , l a s que se d i s p u t a b a n el cetro del U n i v e r s o en los c a m p o s e spaño le s . A h o r a comienza la E s p a ñ a so la a defen­derse con s u s proprios recurso* contra el i n m e n s o poder de Ro­ma. S u c u m b e n en esa l u c h a los mejores c a p i t a n e s romanos : Ca ton el Censor, Publ io Esc ip ión . Marco Fulv io , el padre de los Gracos .

E n el S e n a d o r o m a n o se p i n t o al v ivo el carácter s ingu lar de nues tro pueblo. Abogaba Minucio en favor del pretor Fulv io , que pedia su re levo de E s p a ñ a y que se le p e r m i t i e r a volver a R o m a c o n su ejérci to . R e c o m e n d a b a Mi­nuc io y e n s a l z a b a l a s v ic tor ias del pretor español . E n t o n c e s se l e v a n t ó S e m p r o n i o Graco , a qu ien se t r a t a b a de env iar e n su reem­plazo , y dijo:

«Al oír la re lac ión que n o s h a ­céis d e las proezas de Fulv io . n o deber ía haber y a ni u n solo pue­blo d e E s p a ñ a que n o obedec iese a los r o m a n o s . S i n embargo , yo sé a qué se reducen e s t a s con-nui s tas , que n o p a s a n de l a s co­m a r c a s v e c i n a s a n u e s t r o s cam-n a m e n í o s ; porque h a s t a a h o r a n o

h e m o s h e c h o en E s p a ñ a o t r a cosa que a c a m p a r . Sus m á s a p a r t a d a s r e g i o n e s aborrecen l a d o m i n a c i ó n y el n o m b r e romano. . . ¿Podré yo . dec idme , con un p u ñ a d o de sol­da do s que pueda a l i s tar en Espa­ñ a , repr imir la energ ía d e aque­l los que t a n t a s veces h a n recha­zado y p u e s t o en v e r g o n z o s a fuga n u e s t r a s mejores y m á s vetera­n a s l eg iones? R o m a n o s : ¿ lo creéis vosotros as i? Quiero conceder que Fulv io h a y a s u j e t a d o toda la Cel­t iberia: ¿quién m e a s e g u r a que los ce l t íberos se d a r á n por s o m e ­t i d o s ? ¿ P e n s á i s que se puede e s ­perar paz y reposo d e u n puebl-J a c o s t u m b r a d o a renacer i n c e s a n ­t e m e n t e de sus r u i n a s y a l e v a n ­tar dé n u e v o el e s t a n d a r t e de la insurrecc ión t a n t a s c u a n t a s ve­ces es venc ido? Juro a n t e vosotros todos que iré a E s p a ñ a , pero iré a escoger un lugar en que vivir tranqui lo: n o p e n s é i s que h e d e ser t a n t e m e r a r i o o t a n i n s e n s a t o que v a y a con e s c a s a s t ropas , flo­jas y s in exper ienc ia , a a c o m e t e r a u n e n e m i g o aguerr ido y feroz.»

T o d o s e s to s caudi l los exaspera­b a n a los pueb los con sus v io len­c ias y a v i v a b a n e n vez de a p a g a r sus odios a l a d o m i n a c i ó n r o m a ­n a . L l e g a b a n a R o m a c a r g a d o s de riquezas. El severo C a t ó n l le­vó al t e soro públ ico, apar te de su b o t í n part icular , m i l e s de l ibras d e oro, d e p la ta , d e m o n e d a s , dn d o n e s preciosos . Y se les decre-

YEI_© DE

D E ningún tiempo pasado sabemos nada; y del presente, menos que del pretérito todavía. Buen por­

venir nos espera. No se necesita ser muy vidente, para pronosticarlo: Futuri futuriti erunt. (A los que vengan detrás, los arrearán con vara de sanguino; es-decir, de las que hacen pupa. (Isaías, capitulo tantos, artículo cuantos). O poniéndosele aún más en el pico a los que me leen: a nuestros hijos se les fre­gará la panza con la misma estera y las mismas ortiga', con que nos l:i restrie­gan y despellejan a nosotros.

De chitos, se nos manda al toril en que el oficialismo estabula a la infan­cia, no para que allí nos afinen la vista, sino para que nos la tapien con ce­mento y nos la ocluyan a cal y canto. Los que paletadas más imponentes de esos materiales de construcción nos acarrean a las narices, nos nuestros ve­nerables papazotes y nuestras madres amantisimas.

Más tarde, al hacer la yedra que te le come la visualidad a la pared, nos ponen en la mano hojas periódicas de col, libros que no liberan y que nada libran, no para que nos instruyamos de las razones, por las que el mundo anda tan gaudido (gaudido, de gaudere; y gaudere, igu:l a godere y esto mismo con jota y sin la e al final), sino para que nos papemos ni mosca, y no nos enteremos de nada. Ni siquiera para que Ud. se divierta, se consuele y ase­sine el rato lo menos alevosamente po­sible. No conozco calendario más in­formal, que los volatines que con lo fáctico hacen los boletines y los repor­tes de las Agencias de información. Por ojos como puños que hagamos en la charca el pueblo de ranas que en ella pegamos brincos, ni por casualidad pes­camos un rayo de buz, a través del tur­bio fango que nos encamisa.

A mi me admiró siempre en Barbas-tro, donde :. los 10 años de edad leí la ¡liada, cómo era posible que de la patulea de borrachos, salteadores y sa-catripas, que sitiaron a Troya, para es-turbar que una «impurépera» hiciese lo que le diera la gana con el caldo que le bullía debajo del delantel, entonase el viejo grajo de la primitiva rapsodia tantos cuntas heroicos. Verdad es que los dioset del Olimpo no eran mejores que los genios del Ática. Y éstos no va­lían -una punta quemada de cigarro.

De la mugre 1/ la fetidez, que fué tu vida en la Edad Media, me dieron una

idea bastante cabal de la vida de los

N IEVA... Tranquilamente, como cuando cae la flor del álamo (flor que utiliza el jilguero de

sábana en su nido) caen lentamente m e e el aire hasta tocar al suelo. La impresión que produce la caida de ambas flores es idéntica: en la flor del álamo pesa la semilla que al caer busca el beso fecundador de la tierra, en la flor de nieve, el agua, li­quido necesario a la fecundación: nece­sitándose: semilla y líquido fecundador, ambos se dirigen igualmente hacia el seno maternal de la tierra, en idéntico movimiento, ésta para cariciar a aque­lla que ya espera. Si nosotros vemos idéntica la caída i cuan diferente deben verla los pajarillos! La caída de la flor del álamo viene en su ayuda, es ale­gría, la de las flores de invierno, flores de hielo harán germinar la semilla, ma­tarán los insectos de que ellos se nu­tren... ¡flores que matan no dan con­tento, son flores enemigas!

Los gorriones ya no huían. Se arrin­conaron bajo las tejas tristes, mientras las nubes florecen y, quizás con el es­tómago vacio, circunstancia que quizás aproveche algún canalla para poner sus

¿No se parece eso mucho al in­

vierno de la vida que es la miseria del mundo que trabaja? Los usureros abren sus cepos, y agostan en esos inviernos, y, los pobres miserables hemos de en­tregar el pescuezo... ¡Señor, déjeme al­gunas perras hasta que trabajemos!! Y ¡as «perras» están hechas de metal co­mo las jaulas y los cepos!

Los pasos del transeúnte le siguen

José MOLINA detrás, señalando su caminar lento. ¿Dónde irá? Tal vez a casa del usure­ro... Marcha como borracho, indeciso y lento... voy, o BO voy, entro, o no entro, como el gorrión... Otros, hablan en casa del herrero, mientras éste forja sus hierros. Ouizás hablen de trabajo, ¡de qué pues ois hablar a los obreros. sino que de trabajo, de la familia y del tiempo!! Todo el desarrollo de la vida parte de ahí. Tengo trabajo. No tengo. Nuestra existencia está ligada al tra­bajo como la vida lo está al movimien­to. ¡Ay, si supiéramos organizado me­jor y obrar a tiempo!, Quizás hablando de trabajo no hablen de eso.

La nieve sigue cayendo. Mis vecinos no se levantan, asi dicen comer menos.

La eterna restricción del obrero que no gana. Si supiéramos taparnos la boca como los caracoles... y, vivir como las hormigas y otros insectos que no comen durante el invierno. Esta es la terrible pesadilla de] obrero... ¡El trabajo, te­rrible arma de la que desconoce el ma­nejo!

Los niños de la escuela, ausentes de la pesadilla de sus padres obreros, sa­len ganando batallas a bolazo limpio. Para ellos es un espectáculo y una fies­ta que divierte, como algo que no cuesta dinero. Es la visita de alguien en casa que nos pone tan contentos. Es la visita del TÍO INVIERNO, que este año pone caperuzitas blancas a los blancos torreones...

... Suaves pinceladas blancas en la tierra y en el cielo. Símbolo de paz necesario a los hombres, en estos trá­gicos momentos.

... Las nubes cual diligentes obreras activan en silencio (lo dan todo sin pe­dir, como el árbol da su fruto, sin exi­gir tanto por ciento). Y, continúan de sembrar sus flores ogaño, por estas montañas adentro... a manos llenas, co­mo conciencia viviente...

Y, empezó el invierno.

mendrugos que la Iglesia ha elevado a la gloria de los altares. «A santo que come y ca... ¡con la daga!» decía mi agüela, que se llamaba Ramona, y era, por tanto, un pozo de sabiduría. El consonante de daga, púdicamente cela­do detrás de los puntos suspensivos que antes nolulé, para no ofender la casti­dad de los guardias de la porra, supon­go que no os habrá sido difícil cazarlo.

Pues esa misma «crota» es el tiriri-baúl-mundi actual. De ello me voy dando cuenta, al observar cómo se ha­ce rica en México la peste amarilla de las tribus bien fardadas que lo invaden. Cuando vaya por ahí, os daré al res­pecto unas cuantas conferencias. Y si río >'os vemos más ichau! No me llo­réis. Que ni Dios vale el temblor de una lágrima-

De América se editan infundios del tamaño del templo de Jerusalén y las jorobas de Tarbagatai. Aquí vivimos de hinchar el perro, liasta que reviente co­mo un triquitraque. Y el día que se pare la maquina de fabricar bluff, nos­otros que tronamos como torrefacto ca­cahuete bajo el ósculo de una apisona­dora y que nos vamos al tacho.

La buena historia válida de este Continente no nos la entregarán los en-cendajos que se queman en honor de Bolívar, Sanmartín y los cien mil curas 1 hijos de luises que les acompañaron en la ventura de independizar el He­misferio. Esos cuentos de la buena pi­pa, para chinos, indios, tártaros y demás tropa de pluma en rostro, no están del todo mal. Pero nosotros, de los demiur­gos nos despedimos ua antes de Sala-mina; y los taumaturgos se nos cayeron del sagrario, por allá, por el antedilu-rio, cuando nos revolcábamos en las sicalipsis de Catalina del Sena, una buena picaraza.

Breve, Del Nuevo Mundo, cuartena-riamente nocial, nos interesan la histo­riografía de sus millones y la biografía no «condonomenlada» de los tykoons. taikos o principes nipones o ratas de Wall Street. Cómo han espúreamente ¡1 cido y gigantofórmicamente se han desarrollado los trusts de la manteca y los lipoides. Qué contubernios unieron a sus capitanes con Tammany Halh Chicago y los Alcapones del republica­nismo y del democratismo. Qué nego­cios hicieron en las dos grandes guerras, con sus armamentos y aprovisionamien­tos. Qué dandes-celestinajes los vincu­lan a la Prensa, a la Radio, al cine, a la policía, al foro, a los líderes sindi­cales, a los monstruos que han ejercido tiranías en los rajalatos indígenas de la banana, del café, del azúcar, del petró­leo, del cucho, de próticos y glúcidos de toda clase. He ahí el prurigo de sa­ber que no<¡ roe el pecho; y que nadie — ni en la ciencia, ni en el film, ni en el folletón — mitiga.

Hay un dato que aviva esa sed de conocimiento que nos devasta y abrasa •I hígado. Y es el siguiente. De los pri­

meros 500 tributarios, inscritos en las listas del Income Tax o impuesto sobre la renta. 400 son mujeres.

Las damas, que en general tienen má¿ tílento que los caballeros, no lo lucen en otras finanzas, que las de la sisa, y poniendo a ésta a veces a ren­dimiento. No es imposible que alguna de ellas haya hecho fortuna honrada­mente en el lecho conyugal o en los reventados acordeones de un court. Co­mo ordinariamente el bello sexo pros­pera, tanto en Saigón, como en Bang­kok, es Itaciertdo de testaferro y cabeza de corcho en falsas escrituras de gran­des ladrones y repugnantes asesinot ti­po Franco y la compañía.

Seria, pues, curioso, gentiles damas de todos mis irrespetos, reinas de la moda y del oro, verles a ustedes, no el espuso y florido corsaje, y el ubri-que hecho un pedregal y otro espuma-r:.l de diamantes, sino la camisa, la ca­misa.

Ángel Samblancat

t a b a n los h o n o r e s del tr iunfo. Pretores y procónsu le s v e n í a n po­bres y sobrában le s d o s a ñ o s para volver opu lentos . El S e n a d o no cas t igaba l a rapac idad . G r a d u a b a la gloria de c a d a pretor por las riquezas que l levaba. Los h o n o r e s tr iunfa les se c o m p r a b a n . Esc ip ión Nas ica , que se h a b í a conduc ido con pureza y des interés , p id ió di­nero a R o m a p a r a proseguir la guerra. «Pues qué—le respondió i r ó n i c a m e n t e el Senado—, ¿se h a n a g o t a d o y a l a s m i n a s d e es» país?»

En t i e m p o s de Lúcuio se a lza­ba b a n d e r a p a r a rec lutar l eg iones vo luntar ias . N a d i e se a l i s taba. R e p u g n a b a l a juventud r o m a n a venir a pe lear c o n los fieros cel­t iberos. Como sepulcro de roma­nos era m i r a d a e s t a t ierra. Roma l l a m a b a a N u m a n c i a «el terror de l a Repúbl ica»; los c i u d a d a n o s no o s a b a n pronunc iar su nombre . V Agr ipa , el vencedor de la Ger-m a n i a , vio huir a n t e los Cánta ­bros a su «Legión Augusta» . La paz o c t a v i a n a fué lo que dec ía Tác i to : «Ubi s o l i t u d i n e m fac iunt , p a c e m apel lant .» Cuya traducc ión es: «Cuando los que c o n v i e r t e n un país en un des ier to , d i cen qup h a n i n s t a u r a d o la paz.» Es tas fra­ses se a p l i c a b a n a los conquis ta ­dores que d o m i n a b a n c iv i l izac ión a sus a trope l lo s y f echor ías s a n ­g r i e n t a s .

* He aquí el ca l idoscopio de l s

fase h i s t ó r i c a v ieja de quince a t r e i n t a s ig los . Es u n a i m a g e n e terna de la c i n t a c i n e m a t o g r á f i ca r o t a t i v a y s in fin que se des­arrol la a n t e l a H u m a n i d a d ate ­rrada c o n s t a n t e m e n t e ; con la tre-m e n d a e incomprens ib l e contra­dicc ión de que si se expresara li­b r e m e n t e la o p i n i ó n e n cualquier m o m e n t o de e s t a terr ible trage­d i a de los s ig los , u n a a p l a s t a n t e m a y o r í a d e los pueblos vo tar ía e n c o n t r a d e e l l a y en favor de u n a a r m o n í a h u m a n a y la cons* g u í e n t e paz def init iva.

Pero , p a s e lo que pase , los que s e n t i m o s la f ra tern idad c o m o bas» del ideal de la Jus t i c ia h u m a n a y del b ien , n o h e m o s de abando­n a r n u e s t r o pues to , pues e s t a m o s seguros de que es posible que la H u m a n i d a d s e a u n a f a m i l i a y que el p l a n e t a Tierra la a l i m e n t e y n u t r a con la i n t e r v e n c i ó n del Trabajo . Ese equil ibrio que s* pre tende es tablecer a l a fuerza entre la producc ión y el consu­mo, se es tablecerá a u t o m á t i c a ­m e n t e c u a n d o n o e x i s t a n desier­tos n i t i erras deso ladas , n i ríos a b a n d o n a d o s y h o l g a z a n e s . Cuan­do el M u n d o sea u n jard ín , los h o m b r e s serán h o m b r e s . N o he­m o s e n c o n t r a d o en el D icc ionar io el ca l i f icat ivo que h a s t a el pre­s e n t e merece n u e s t r a especie e n c u a n t o a la conducta , cuyas acti­v idades c lás i cas no cesan , en m e ­dio de la desesperac ión , el c lamor y el l l a n t o universa l .

P o r la t r a n s c r i p c i ó n y a d a p t a c i ó n :

Alberto Carsí

CUENTECITOS CORTOS

LA DEBACLE BAJO sus cascos de acero, cubiertos

de barro y de polvo, cuando no de sangre, los supervivientes de

la segunda brigada de choque parecían la imagen del odio.

La jornada, aquella maldita jornada que la estupidez humana adentraría más tarde en la historia con laureles de gloria, había sido terrible. Desde que las primeras luces del día anunciá­ronse débilmente, el más encarnizado combate de aquella guerra había sido iniciado. Torrentes de metralla se ha­bían abatido sobre el campo de bata­lla, y testimonio cruel de la trágica efectividad de aquel vendaval de fue­go eran los miles de muertos que ya­cían por doquier.

La lucha había adquirido las propor­ciones más monstruosas, y en incesante combate se habían enfrentado, a lo lar­go de aquel día odioso, las tropas de élite de dos naciones. ¡De élite!, si, porque para las patrias, la élite la cons­tituyen aquellos hombres que luchan hasta la muerte, sin acertar, ni acaso intentar comprender, la razón de su sa­crificio.

Los cuervos se balanceaban en el aire, repulsivos y alegres, contentos de la locura humana que les propiciaba descomunal banquete. Y cuando los pá­jaros de acero, sus hermanos, aparecían suntuosos en la lejanía, aumentaban sus graznidos, como si quisieran entonar un salmo a la muerte.

La segunda brigada de choque, la del banderín de sesenta medallas, fué aniquilada casi por completa Perecie­ron oficiales, clases y soldados. Sólo un grupo de artilleros pudo eludir los em­bates de la muerte a costoso precio: matando. Y ahora, hundidos en el fon­do de una trinchera, medio muertos de temor y de odio, esperaban a que la noche extendiese su manto para inten­tar una última salida hacia la vida.

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Llegó, por fin, la noche, y la luna negó sus saetas de plata a la tierra. Se ocultó, cual avergonzada, tras una cor­tina de nubes de impenetrable negrura. Supo que los hombres se debatían en un océano de odios, y más humana que ellos la luna no quiso ser testigo de aquellas horribles escenas.

Sin embargo, de vez en cuando el cielo se iluminaba para anunciar el se­co estampido de una explosión homi­cida. Eran los cañones que se burla­ban de la luna, y puesto que ella les negaba el privilegio de sus destellos de plata, le ofrecían ellos, para ofenderla, sus resplandores de fuego. Y tras los resplandores las locas carcajadas de sus estallidos.

Los supervivientes de la segunda brigada de choque, salieron uno a uno del fondo de la trinchera en donde se habían cobijado. Avanzaron sobre el fango, cautelosamente, arrastrándose dejando jirones- de sus uniformes y dé su carne' en los espinos lacerantes de 1 »s alambradas, intentando alejarse de aquella zona en donde imperaba la muerte.

Eran cinco, sólo cinco. Los demás habían muerto en la infernal orgia de sangre. Y los cinco soldados de la céle­bre brigada huían ahora, como sapos, del espectro de la muerte.

Sólo unos metros habían avanzado, cuando bien hubieran querido avanzar miles de kilómetros, y ya resonó el eco de un disparo que despertó una lluvia de plomo.

¡Ay!, gimió uno; ¡ay!, gimió otro. Eran ya sólo tres los hombres-sapos que se deslizaban sobre aquel barro

rojizo. Y de nuevo volvieron a vomitar fortunas de cobre las aceradas bocas de los cañones para hundir en la nada a aquellos hombres. El tercero tuvo un sobresalto y se quedó quieto; el cuar­to ni sobresalto tuvo. También aquellos dos perecieron.

o o e El último de los soldados de la se­

gunda brigada de choque, escapó de la zona de peligro. Logró evadirse de aquel infierno, pero llevando en su al­ma la imagen del crimen que los hom­bres cometían.

Y al amanecer oyó el grito que es­peraba:

—¡Alto, quién vivel Soldados de otra brigada de choque

lo atendieron, malcuraron sus múltiples heridas, vendaron su frente y sus ma­nos. Luego, lo dejaron reposar, allí, en el fondo de aquella trinchera.

Pasadas unas horas, condujeron al soldado ante el comandante que man­daba las fuerzas de aquella zona. El oficial, nuevo en la práctica del triste oficio, no pudo reprimir un sobresalto al ver a aquel hombre de aspecto indes­criptible. Parecía un muerto con los ojos vivos...

—¿Del cuarto batallón de la segun­da brigada de choque?—interrogó el comandante.

Y el soldado guardó silencio, como si no comprendiese, como si no escu­chase, como si estuviera muy lejos de allí.

El comandante insistió en su pregun­ta, y obtuvo la misma respuesta. Sólo se movían febrilmente los ojos del sol­dado, como si quieran eludir una vi­sión terrible, como si quisieran esca­par de aquella cara quemada por la pólvora y corroída por el dolor. La ex­presión de aquellos ojos era terrible, y el comandante no pudo, tampoco esta vez, reprimirse:

—¡Dios mío!—exclamó. —¿Dios mío? ¿Qué dios? Sólo la lu­

na es humana; sólo ella es buena; soló ella no quiere la muerte para los hom­bres La luna..., si, la luna..., que se ha ocultado para que pudiera huir de aquel infierno. Ella, ella es mi Dios. La luna, si, la luna es dios...

—-¡Este hombre se ha vuelto loco!— exclamó horrorizado el comandante.

Y si, el soldado era un demente; por eso lo condenaron a vivir en un mani­comio, entre paredes mullidas, para que no destrozase su cráneo ya inser­vible contra los muros de cemento.

Y los hombres siguieron cometiendo sus monstruosas locuras. Siguieron bur­lándose de la luna los cañones, y en ayuda de ellos corrió la ciencia del mal, para que los resplandores fuesen más inmensos y llorase de impotencia el dios del soldado que perdió la razón en aquel campo de batalla, en aquel océa­no de odios, en aquella infernal llanu­ra que, poco a poco, va extendiéndose por el mundo.

Quan <J)¿níado

papaya

EETA ~ ~ ~ * ~ EE M U N D D D E S D E N U E V A ; W C R K w « w »

Pequeñas noticias: grandes problemas FALSA PATERNIDAD EN INGLATERRA

EL NOMBRE MAS LARGO. - NUEVOS FÓSILES AMERICANOS N O creo que siempre las grandes

noticias ocupan pequeño espa­cio en las columnas de los dia­

rios, pero si estoy convencido de que muchas con trascendentalismo en po­tencia pasan inadvertidas adrede y por voluntad de los compaginadores, o por ignorancia de los mismos, o por pereza de la redacción cuya actividad profe­sional está acaparada por la actuali­dad local política, que no siempre tiene gran importancia ni duración.

Asi, por ejemplo, este telegrama de Liverpool que publican los periódicos para rellenar un espacio mínimo dejado por la distribución del material infor­mativo, apenas ocupa pulgada cuadra­da y es, en mi opinión, merecedora de un comentario porque encierra un da­to sobre el estado psicológico de un pueblo en los momentos históricos que estamos viviendo. «Un médico inglés revela que desde hace diez años, cien hombres, término medio, se niegan a sostener la vida material de niños que no son hijos suyos, acusados de ser pa­dres de ellos, con toda impropiedad. Esta cifra se aplica a Inglaterra sola­mente durante un año.»

Es decir que, anualmente, en Ingla­terra, hay cien hombres a los que la ley condena a pasar una pensión ali­menticia, a mujeres solteras que han tenido hijos de los cuales, injustamente, se les acusa de ser autores. Si se agre­ga a este centenar, los que pasan di­cha pensión, ya porque tienen concien­cia de su paternidad o por evitarse líos mayores, no seria exagerado deducir que la maternidad «natural» en la vieja y civilizada Inglaterra, no es mucho menor que ec la de otros países con­siderados socialmente «atrasados».

Las mujeres necesitan dar hijos al mundo, y como la sociedad les niega la «libertad de vientres» a la manera contemporánea, acuden a buenas volun­tades masculinas, jamás negadas, y pa­ra el sostén material del hijo recurren a la ley que protege con toda justicia a esos productos biológicos, y denuncian

como co-autores a hombres capaces de sostener pecuniariamente a un niño... aunque éste no sea hijo suyo. En In­glaterra el problema de las solteras no tiene solución y como la naturaleza tie­ne exigencias improrrogables, el pro­blema se agrava con esos niños sin padre oficial.

0 0 «

Esta otra noticia no provoca proble­ma serio fuera de los que manejan li­notipos, como verá el que deba com­poner este articulo.

Un periódico de Fiji revela que el nombre del inspector de policía de la

Alejandro S U X

ciudad de Suva, es el más largo del mundo; el detective en cuestión se lla­ma Levani Temanijaukurukuoivalau. Otro diario descubre otro más largo: Isikeli Daucakacawasomamainavaleni-veivesumainavavaca.

Entonces, un tercero halla en un hospital al Sr. Kanikosty Sonikaunike-tonimatekeixat'usalesikinilcmilaukinemoli; Entonces interviene el personal de la Oficina de las Relaciones Públicas de Fiji, para asegurar que ninguno de esos nombres tiene derecho a considerarse como el más largo del mundo, porque el famoso jugador de cricket que ganó un partido sensacinonal en Nueva Ze­landia, se llama Talebulamaineillikena-mainavaleniveivakabulaimakúlaiakebeba.

Los fijianos explican estos nombres apelando a la costumbre local que con­siste en agregar al nombre de pila pro­piamente dicho, los de sus más promi­nentes ancestros y el lugar donde na­cieron o el de sus hazañas. Yo había creído toda la vida que el nombre más largo del mundo era el de un vasco fabricante de alpargatas en la ciudad da Buenos Aires, que se llamaba mo­destamente: Iturriberrietchesarrigoicc-echea... ¡Otra desilusión!

A medida que van apareciendo geó­logos, paleontólogos, etc., en nuestra

América, se van descubriendo señales inequívocas sobre la existencia huma­na en este hemisferio, desde épocas tan remotas que la teoría de la Atlán-tida se robustece y la de las emigra­ciones asiáticas hacia las costas del Pa­cifico, se debilitan, haciendo posible una tercera que pretende originar al asiático del americano, especialmente de los peruanos.

Ahora acaba de descubrirse en te­rrenos calcáreos de Nueva Inglaterra, en el Norte de este país, una serie dé objetos «fósiles» como muñecas, pla­tos, reproducción de varios ainimales en piedra y muchos otros adminículos de uso familiar. El descubridor se lla­ma Dr. Ray S. Bassler, y es geólogo del Instituto Smithsoniano; en su in­forme anual detalla minuciosamente cada vasija de barro cocido, cada ju­guete pétreo, y les atribuye nada me­nos que 23.000 años antes de Jesucris­to. La explicación es que esos objetos provienen del actual Wisconsin, de tiempos glaciares que fueron avanzan­do del Norte hasta la actual región de Nueva Inglaterra; la greda y el carbo­nato de calcio tienen la propiedad, se­gún el Dr. Bassler de acumularse en torno al yeso, de manera que los «fó­siles» descubiertos fueron fabricados hace 25 mi] años, en yeso, y recubier­tos de materia pétrea después. No sé si este descubrimiento producirá emo­ciones fuertes en todos los geólogos del mundo, pero es indiscutible que si di­chos hallazgos tienen dicha edad, el hombre que los hizo debía tener un poco más. Es curioso como a medida que América va tomando importancia en los asuntos del mundo, su anciani­dad se confirma; esto debe consolar a los que se empeñan en Jiacer pronós­ticos pesimistas sobre el porvenir de la «civilización» americana, a la que pro­nostican un inmediato y brusco eclipse porque los problemas que debe resol­ver no están en relación con la madu­rez mental de quienes no tienen más remedio que intentar resolverlos.

RUTA P á g . 3

DE "LA PROTESTA" DE BUENCS AIRES

IBA\)I€ E l MANTO IDIE !LÁ\ U C A I I D A D .uiais uos opesed ¡ap sBzuEuasua s y Scorte ultrarreaccionario, que al igual

_ pre útiles y beneficiosas, sobre to -*que el anterior, denominado «Seguri *""' do, afirmase con justa razón, para no caer en los mismos errores que por inexperiencia pudo haberse incurrido. Afortunadamente quien ha sabido sa­car las debidas consecuencias para el logro de sus fines. Sin embargo, lo te­rriblemente lamentable es que sean precisamente los pueblos—las victimas expiatorias de siempre — que hayan permanecido ciegos, mudos y sordos a la voz del pasado; que sean única y exclusivamente quienes les explotan y tiranizan los que recogen, para sus fi­nes de dominación,estas enseñanzas.

Se sostiene con mucho acierto, ya que lo corroboran los hechos, que el régimen dictatorial que surge el país «n la actualidad, está inspirado en el nazi-fascismo, que es una calcomanía de los mismos, aún cuando no se han todavía exteriorizado las manifestaciones de vio­lencia que caracterizaron aquellos. Sin embargo no vacilamos en afirmar que éste, en cierto modo, los ha superado, si bien no en ferocidad, por lo menos, en el refinamiento de sus métodos re­presivos, en astucia y en jesuitismo, en que se va desenvolviendo la reacción bajo el manto hipócrita de la democra­cia y legalidad; demostración práctica — entre paréntesis sea dicho — que es­tos dos vocablos carecen de valor y contenido, en tanto que garantía, para el ejercicio de las libertades y los dere­chos humanos consagrados — dícese — por la Constitución y que, a la inversa, pueden fácilmente convertirse en un instrumento de la reacción para encu­brir todos sus demanes y atropellos, como está ocurriendo en la hora pre­sente del país.

No es necesario ser muy sagaz para advertir cómo el gobierno de Perón ha superado a sus maestros.logrando aven­tajarlos sin poner demasiado al descu­bierto sus despóticos propósitos. En efecto, todo este cúmulo de decretos, convertidos en más abyecta esclavitud y despiadada explotación... domestica­do e incondicional, diéronle, precisa­mente, el instrumento legal para hacer tabla rasa con todas las libertades pú­blicas y los derechos ciudadanos, sin apartarse en lo más mínimo de las lla­madas normas legales y de la Consti­tución — amoldada a sus fines, previo una reforma que no fué más que una ampliación de prerrogativas.

Mas como si fueran pocas todas las restricciones impuestas al libre pensa­miento, a los derechos de prensa, de reunión y de asociación; si no bastara el régimen policial abierto o camoufla-do que pesa sobre todo lo que no es adicto al gobierno, ello es la prensa contraria, con su correspondiente con­trol y fiscalización a las imprentas y empresas editoras, el movimiento obre­ro libre, que se resiste a aceptar la tu-leal del Estado y a abdicar de sus principios y finalidades y tácticas de lu­cha, para colmar la medida acaba de ser sancionado por la Cámara de Di­putados — y del Senado días pasados — un proyecto de ley confeccionado por el Poder Ejecutivo destinado a re­primir lo que se da en llamar «Sabo­taje» y el «Espionaje», proyecto de

dad del Estado», concede al Poder Eje­cutivo facultades extraordinarias y atri­buciones ilimitadas para extremar aún más sus medidas represivas contra to­da oposición o crítica sin salir de los marcos de la legalidad ni tener que asumir la plena responsabilidad de sus actos, puesto que además de contar con la aquiescencia de la ley y ampararse en ella, puede encubrir con la misma todas sus arbitrariedades sin que se le pueda acusar de ejercer un poder om­nímodo. Como se recordará, en una ocasión el propio Perón, refiriéndose a quienes, dijo, le calumniaban, agregó que se limitaría a entregarlos a la jus­ticia para que ésta, de acuerdo a la Ley y Código en manos, aplicara las debi­das sanciones (sic). No cabe la menor duda que en estas pocas palabras se adivina el pensamiento intimo de los gobernantes y se descubren fines ab­yectos que se persiguen a través del mismo.

No vamos a cometer aquí la torpeza, naturalmente, de sorprendernos, ni echar los gritos al cielo por el esca­moteo que se hace a las normas legales y a los principios democráticos que rezan en la Constitución. Estamos com­pletamente curados de espanto. Bien sabemos, y no nos cansaremos de repe­tirlo, que las tales normas y principios no son más que letra muerta, palabras sin contenido, por cuya razón no ofre­cen ninguna garantía — como fué dado constatarlo a través de centenares de ejemplos —; su valor es ficticio, pura- -mente decorativo. Fáciles al engaño v a la luz de las experiencias históricas su vacuidad e inoperancia, no siendo los mismos más que un simple barniz, el recurso de todos los demagogos y aventureros ávidos de poder. La única e intangible realidad es aquí el Estado, no importa los oropeles con los que se engalana, que puede ser más o menos tiránico, según las circunstancias, pero que no por esto pierde sus atributos esenciales, cimentado sobre el principio de autoridad, donde se engendran los gérmenes sociales, cuna de la injusti­cia y del privilegio de castas. Repeti­mos, ya no puede extrañar a nadie aue la legalidad y la democracia sirvan de alfombra a quienes usufructúan del po­der; importa aquí tan solo señalar el cinismo de éstos últimos y su falta de responsabilidad, al querer justificar sus atropellos y todas sus arbitrariedades, creando, «a priori», el instrumento que ha de permitirles llevar a cabo, con el mayor cinismo, sus nefastos propósitos.

El mencionado proyecto, que dentro de poco habrá de ser promulgado con fuerza de ley, es sencillamente una monstruosidad: un instrumento de te­rror que, como tal, se perfila como una terrible amenaza para el pueblo de esta República,, que desde años ya sufre los rigores de una despiadada, aunque encubierta dictadura. En efecto, a poco que nos detengamos a examinar el con­tenido de sus artículos advertimos la peligrosidad de esta nueva ley morda­za. So pretexto de reprimir el espionaje y el sabotaje, la divulgación de noticias tildadas tendenciosas o de carácter re­

servado que pudieran, dicese, compro­meter el prestigio o la seguridad de la Nación, favoreciendo a una determina­da potencia extranjera, proporcionándo­le, agrégase, datos de importancia so­bre la situación político-económica y social o capacidad militar del país, el Poder Ejecutivo tendrá carta blanca, como bajo un verdadero estado de gue­rra, para ejercer el más estricto control y fiscalizar toda la vida y las activida­des de la población, sea cual fuere su carácter y la índole de las mismas. Asi, por ejemplo, uno de los artículos alu­didos establece que no podrán trans­mitirse, divulgarse o simplemente co­mentarse informaciones o datos que, aún no siendo secretos, no place al go­bierno que sean hechos públicos; lo que equivale a decir que éste se erige en dueño y señor y podrá someter a severa censura todo lo que se diga o se haga; todo deberá pasar, inexorable­mente, por el tamiz gubernativo, so pena, si asi no se hiciera, de caer bajo las sanciones punitivas comprendidas en los articulados de la mencionada pieza legal.

La severidad de dichas sanciones, por otra parte, sobrepasa los limites de toda imaginación, pues, baste decir que queda incluida en ellas la aplicación de la misma pena de muerte. La aludi­da legislación mordaza — viva expre­sión del totalitarismo estatal •— tiende, por otro lado, a allanar el camino a las posibilidades de un eventual estado de guerra — nada difícil que se pro­dujera dado lo borrascoso de la sitúa-

Diez minutos con j. Garda Prada ción internacional —¡ es decir, que la misma tiende a arbitrar, de antemano, los recursos al gobierno para reprimir o contener toda posible resistencia, o acción popular, contra la guerra. Con­viene subrayar todavía otro aspecto que hace aún más excecrable este pro­yecto recientemenet sancionado: su in­citación a la delación; ello es lo más degradante, ruin y envilecedor que puede concebirse, pues, no solo atenta contra todo principio ético, sino que abre las compuertas a las más bajas y morbosas pasiones humanas. En los ar­tículos déjase claramente establecido que quedará eximido de pena todo aquel que habiendo incurrido en delito deenunciare a las autoridades compe­tentes sus cómplices o bien proporcio­nare datos sobre las actividades delic­tuosas similares de otras personas.

Resumiendo, pues, sólo cabe a gregal que el citado proyecto, que bien pronto habrá de traducirse en una realidad, es un eslabón más que la reacción agrega a su ya larga cadena de atropellos y arbitrariedades, llevadas a cabo bajo los auspicios de un gobierno que se jacta de ser fiel depositario de las liberta­des públicas y de los derechos del pue­blo trabajador; un gobierno, ¡oh, cruei ironía...! que a todo instante invoca la lusticia social y dice haber salvado al país de garras de una rancia oligarquía que sumía al pueblo en la más tarde en ley sobre tablas por un Congreso.

Y nosotros, frente a tanto sarcasmo e impudicia preguntamos: ¿Hasta cuándo seguirá la inicua farsa...?

Ni inos y mayores (Viene de la primera pág.-)

al hijo, lo más y lo mejor que se pue­da, y hacer comprender al padre que en toda criatura humana balbuciente hay una promesa de superioridad que no debe destruir, una sensibilidad es­tremecida, infinitamente delicada que no debe herir, una grandeza en gesta­ción que no debe empequeñecer. El remedio está en hacer comprender que no se debe solamente dar a la sociedad seres de carne y hueso, sino hombres o mujeres en los cuales la divina chispa de la inteligencia debe arder victorio­samente hasta la tumba, y contribuir

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al nacimiento de otras chispas más brillantes.

Tarea ardua, pero necesaria y no im­posible. Parcialmente se ha realizado ya en Inglaterra, en Alemania, en Bél­gica, en Francia, en Suecia, Noruega y otras naciones. Más parcialmente se ha realizado en otras, y dentro de todas hay regiones más atrasadas donde pri­ma aún la adoración del músculo, don­de causa regocijo el nacimiento de la barbarie en las criaturitas que pueden ser todo dulzura y luz.

Hay ya padres que comprenden que deben ser protectores, colaboradores de la salud física y de la de todas las fa­cultades psíquicas; que se apasionan por ayudar a ese resultado, la tarea más enaltecedora, en tiempo normal, de to­do hombre, de toda mujer normal. Ha­gamos, con nuestra labor perseverante, con nuestra incesante prédica, penetrar poco a poco esa convicción. Insistamos hoy y mañana, toda nuestra vida, se­guros de la utilidad de nuestro em­peño, de lo santo de nuestra misión. Gradualmente, lo que ha nacido se des­arrollará y se esparcirá por doquier. Y día llegará en que el amanecer no ha­brá de luchar más c o n la noche, sino que será acompañado por tardes aco­gedoras, reveladoras de horizontes in­explorados.

GASTÓN LEVAL.

(Viene de la primera pág.) el español ha de hacerse anarquis ta a despecho de las influencias aná r ­quicas, cerriles, de violencia, pasión, resentimiento y odio, propias de todo su pueblo.

—Vayamos ahora a ti. Habíame de tu propia experiencia.

—Yo he sido crudamente anárqui­co, como casi todos los demás, por obra de esas influencias. ¥ precisa­mente por serlo IIK- atrajo la C.N.T., cuyo mater ia l humano es de lo más i i i t iauarquista—es decir, anárquico-— lúe hay en España. ¡Como que a casi todos los compañeros se les zu­rró la badana, ya en su hogar, ya en la escuela! Al español, en siendo dé­bil, le aporrea todo quisque, y de eso nunca saldrá nada bueno. Pero, des­de hace un siglo, vivimos en un mun­do de ideologías—no de ideas, sino de credos y dogmas que ñngen ser­lo—, y el anárquico español h a teni­do que justificar sus actitudes con la ideología aparentemente más adecua­da pa ra ese truco. De ahí que los es­pañoles de la C.N.T., sin tener más de anarquis tas que otros muchos, to­masen lo más esquemático del anar­quismo y del sindicalismo: necesita­ban 'justificar sus actitudes anárqui­cas. Ha habido excepciones, induda­blemente, pero yo, por largo tiempo, no he sido una de ellas, ni creo que haya muchas.

Un silencio que se prolonga unos instantes. Pradas , inmóvil, deja co­rrer el tiempo, y sus palabras fluyen con nuevo impulso;

—Ahora bien; una vez que empe­zamos a familiarizarnos con anar ­quismo y sindicalismo, podemos en­contrar en ellos cosas capaces de co­rregir nuestro carácter anárquico. Pero hay que estudiarlos, hay que pensárselos, hay que adaptarse a lo que en ellos hal lamos de convincente y de bueno, en vez de adaptar los a nuestros vicios y malas mañas . Esto último es lo que hacen los anárqui ­cos que recurren a sofismas de jesuí­ta y de bolchevique pa ra aferrarse a la propia violencia—que es invasión, violación de los derechos ajenos— tras condenar sensatamente la ajena.

—¿Has conocido también, en ti mismo, esa dualidad que descubres

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entre lo anárquico y lo anarquis ta? —Yo me he creído anarquis ta cuan­

do no era más que anárquico, y hago ahora lo posible por dejar de ser esto para ser aquello. ¿Por qué el empe­ño de serlo? Porque he nacido y me he criado en un ambiente que, ver-balmcntc al menos, era cristiano. De los quince a los diecisiete años, aban­doné la teología crist iana y di en ateo, pero sigo adicto a la moral crist iana, que h a venido ú l t imamente al socialismo. Y como me tomo la vida en serio, porque como broma re­sultaría pesada, encuentro que los principios de respeto al individuo, de igualdad social, de solidaridad, qu necesito mantener p a r a no empezar a despreciarme a mi mismo, chocan con el Estado y con toda organiza­ción de autor idad y violencia. Me lo dice lo que veo por doquier, me lo confirma casi todo cuanto leo, me lo corroboran mis propias meditaciones. Y por eso me digo: ¡Hay que ser anarquista!

Una breve pausa, y... —Pero lo soy sin creer qu;1 logra­

remos vivir en absoluta anarquía. Lo absoluto no existe en el mundo real, y menos en el social. La anar­quía, para mí, es como la estrella para el mar ino: un punto de refe­rencia y orientación, siempre valioso aunque jamás se llegue a él. No la veo como un régimen social a cuya plenitud pueda llegarse algún día, sino como un nor te de libertad, al que hay que procurar acercarse de continuo. Asi es que no soy anarquis­ta porque espere vivir en anarquía , sino porque quiero—y quiero porque debo—mantener y ensanchar la liber­tad de la Sociedad y del hombre en ella. Esto se logra con trabajo y to­lerancia, caracter ís t icas principales del hombre fabril y civilizado, como la rap iña y la violencia lo son del prensil o predatorio, que perdura en la insti tución es ta ta l . Y, vista la re­lación que hay entre lo económico y lo político, soy socialista o comunis­ta porque creo indispensable sociali­zar o comunizar los medios de vida para individualizar o l iberar los mo­dos de vivir.

García P radas h a dicho su verdad. Y también ahora es lícita an t e ella cualquier posición—rechazo, aplauso, indignación—, pero no la indiferencia.

* EL PRÓXIMO REPORTAJE DE «RUTA» SE TITULARA :

«DIEZ MINUTOS CON JIMÉNEZ IGUALADA»

— Nota de REDACCIÓN -En el reportaje que hoy publica­

mos, debido a nuestro compañero Luis Zurbarán y relativo a J. García Pradas, se vierten ciertas afirmacio­nes referentes a la C.N.T., que nos obligan a pa ten t iza r aquí la discon­formidad de la Redacción de RUTA. No en t r a en nuestro ánimo en tab la r polémica a lguna sobre el par t icular , ni deseamos se suscite en nues t ro se­manar io diálogo de tal na tura leza , por lo que s implemente hacemos constar la disconformidad ya seña­lada.

' 'CASO IDE CONCIENCIA" EN el cine Plaza de Toulouse he­

mos tenido la ocasión de presen­ciar un espectáculo cinematográfi­

co de los que despiertan interés y me­recen un comentario. Efectivamente, «Cas de conscience» es una película que escapa a la mediocridad que a menudo sirve de trama a los escenarios cinema­tográficos. Es un film poderoso, realista en todo momento y, sobre todo, huma­no en sus conclusiones.

El argumento de la película a que nos referimos se sitúa a la altura de todos aquellos que tienen la virtud de presentar, ante los ojos de los especta­dores, un problema red y de interés latente. Se trata de un doctor norte­americano que pasa sus vacaciones en un país sometido al yugo de una dicta-dura¡, y que, por un cúmulo de circuns­tancias, vése obligado a optar por sal­var la vida a un hombre o dejar morir a un dictador. Ferguson, asi se llama el cirujno, desprecia al tirano acaso tan­to como pueda despreciarlo su pueblo, sin embargo salva al hombre prescin­diendo de lo que ES porque, en su fun­ción de médico, no quiere someterse ni a sus propias apreciaciones de hombre que ama la libertad.

Es muy interesante también la escena que pone al desnudo la personalidad real del dictador, cuando en la prepa­ración de la operación a que debe so­meterse comprende la importancia que ella encierra y ve merodear, en torno suyo, la muerte que él no vacila en sembrar entre los otros. Entonces el dic­tador se convierte en un hombre que teme y que tiembla ante la sola pers­pectiva del dolor.

Otras escenas atraen también. Por su realismo, citaremos la que corresponde a un capitalista yanqui que afirma le es indiferente el triunfo de éste o aquél partido: para él lo que cuenta es el negocio y éste lo tiene asegurado en toa\>s los casos.

Los adversarios del dictador raptan a la esposa del doctor y envían un men-sage a éste para que sepa, que de sal­var la vida de aquél, su esposa pere­cerá. El mensaje cae en manos de la mujer del dictador y nunca llega a su destino. El cirujano opera y salva al enfermo.

Exasperados por la incertidumbre en que se encuentran acerca del resultado de la operación practicada por Fergu­son, los «revolucionarios» invaden el palacio, en donde encuentran muerto al dictador que ha perecido a consecuen­cia de una hemorragia. El nuevo jefe de Estado cree que es el doctor el causan­te de la muerte del dictador, y aunque por boca del propio Ferguson se entera que no es asi, devuelve la libertad a la prisionera. El nuevo dictador — pues tal es el que logró ocupar el palacio amotinando a los hombres de aquella ciudad — cae a su vez herido, y el mé­dico, una vez más, acepta intentar sal­var al hombre manteniendo su despre­cio por la tiranta.

La película, ya lo hemos dicho, me­rece ser vista, pero añadiremos que cea-so sea todavía más convincente que las escenas filmadas — que son excelentes — el diálogo de «Caso de conciencia».

Como complemento del interesante espectáculo, Amparito Navarro, la cono­cida bailarina española, deleita al pú­blico con danzas muy españolas.

LA EDUCACIÓN DE LA JUVENTUD / V V V V V V V V V V i I A ^ V V V V y V V V V V V V V V V V ^ ^

_ _ _ _ _ _—_ — — — mentan , sin distinción de fórmulas u organizaciones — N verdad que el problema educativo, puesto e n „ ^ ^ H - _ - - - - - - - » . • - - ^ ~ ^ ~ ^ ~ ^ ~ ^ ~ ^ ~ ^ ~ ^ ~ - ~ - ~ - ~ - ~ - ~ - ~ - ~ - políticas que las disculpe ni proteja.

La renovación escolar y cultural que se impone, pues, no h a de ser de tanteo, de íónmuia, de ensayo, a ésa a l tu ra de lo realizado en piena negación de significado racional, sino de construcción nueva y fecunda p a r a salvar a las generaciones en formación y a las futuras de caer en el lodazal bárbaro .senté, en el fontis bestial que nos aniquila .

La instrucción, mejor aún, la Educación na tura l , üiumana, razonada, íntegra de la infancia y de la juven tud p a r a asentar las bases de una Humanidad, d e una Paz, de una Sociedad más justa , fraternal y d igna de nues t r a especie, reclama una organización y una táctica, así como unos laborantes y cooperan­tes, más de acuerdo con la finalidad que debe orien­tar las acciones del hombre p a r a su feliz y digno wiivir.

W~' el p rograma de las actividades de la Juven-• ^ - 1 tud, con vistas a una educación efectiva para establecer una paz verdidica y racional, así como el proyectar un plan educativo y de acción conducente a dicho postulado, significa un dinamismo y una agi­lidad realizadora por pa r t e de la Juventud, la más directamente interesada en ese problema de perma­nencia y de ética razonada que, de convertirse en realidad internacional , podría conducirnos al ideal que nos reivindicara del est igma infamante de bar­barie, que es la característica del actual período de civilización mentida, de involución espiritual y ani­mal que atravesamos y que amenaza convertirnos en la más bestia de las bestias.

Con ello queda en evidencia la negación y el entre­dicho del valer instructivo, escolarista, enseñante, pe-dagogista y cul tural de que se envanece la sociedad presente, por cuanto, lejos de mejorar al individuo que se le entrega en estado de plasmación y al medio que anhelamos perfectible, los h a envilecido y refi­nado en crueldades, infamias, t rapacerías y engaños conducentes al mal, por mor de un egoísmo criticable y felón, negativo de todos los argumentos de bondad, elevación de miras, bien humano de que se valen capillas y dogmas, castas y chases para a t raerse a Ja masa ignara o «culta», que utilizar como víctima entre sí, mient ras los audaces e irresponsables, los cínicos y criminales, legales o legalizados, mantienen i n tor tura perenne al conjunto social.

Es, en efecto, merced a la educación—entiéndase bien: EDUCACIÓN—razonada y humana del futuro ser que integrará la sociedad, hombre o mujer, que puede y debe asentarse el progreso y prestigio de la especie, el bienestar y ascendencia del hombre como ente con uso de razón y con cerebro equilibrado, la perfección y estabilidad social y económica de la vida humana y su evolución hacia un destino mejor.

Es, también, lamentable que veinte siglos de su­puesto amor al prójimo y civilidad nos hayan situado en t an pésimo estado, que los seres que en la Natu­raleza deberíamos haber marcado el súmum del ra­ciocinio nos hallemos en t an lastimoso estado de ani­malidad, a pesar del «saber» y del «razonar», que ningún ser inferior puede compárasenos, porque a todos les ganamos en brutalidad, en crueldad, en ci­nismo, en espíritu maléfico, en engaño y traición, en desborde pasional y sádico, en bestialidad incons­ciente, ya qui ni nos guía ni lo justifica el instinto, la lucha por la vida o la necesidad de persistencia por sobre y a costa del semejante, del afín, del her­mano, del consanguíneo, a los que decimos amar y con los que nos creemos solidarios, pero contra los que nos echamos y destruímos, obedeciendo a postula­dos, dogmas y cul turas de una morbosidad espantosa. • Y ¿de dónde nació esta malignidad siendo racio­nales?

¿Cómo se nos formó ese espíritu cruel y sádico, si se nos predica amarnos los unos a los otros?

¿Cuál es el motivo de desavenencias y luchas fra­ternales, si nos decimos cultos y educados para el bien y la comprensión?

¿De qué nos sirve el alfabetismo, el saber, el aná­lisis y la experimentación, si nos comportamos de manera que horroriza a las bestias, sin sonrojo, más bien como timbre de gloria y gesto heroico?

¿Qué pudo hundir t an to al «homo sapiens», dege­nerarlo, mancillarlo, embrutecerlo has ta destruirse a sí mismo en la forma bárbara que presenciamos y sin

• asomo de responsabilidad o de vergüenza? ¿Por qué resulta nula la influencia de la Escuela,

el Inst i tuto , la Universidad, la Sociedad en que vivi­

mos, cuando nos hal lamos t an distanciados unos de otros, siendo así que todo debería hermanarnos?

Es evidente que las formas educativas, los postula­dos éticos, las normas de la enseñanza, las retóricas de cul tura y de amor humanos que diz suminis t ran a la infancia en la Escuela pr imaria , a la juventud ••n los Ins t i tu tos y Universidades, al hombre en la Sociedad y sus instituciones sacrosantas, h a n fraca­sado trágicamente, cuando el desborde sangriento y pasional, la crueldad refinada y científica se organi­zan, fomentan y aplauden como bienestar y convi­vencia de la comunidad.

Y siendo cierto—como los hechos lo ratifican ha r to claramente—que t a n t a cul tura y saber no nos han librado de caer en el fontis actual , ni elevado, como se pretende, por sobre las especies que reputamos nuestros inferiores, ret inando y perfeccionando, por el contrario, los métodos y sistemas del mal, hemos de convenir en el fracaso de la enseñanza, de la edu­cación, del alfabetismo, del saber en cuanto haga relación con la vida y la convivencia entre los hom­bres, llegando a la conclusión dolorosa y fatal de que o bien r e t ó r n a n o s a los arcadianos tiempos de pre tér i tas edades o bien modificamos de raíz la acción cultural y educativa, evidentemente interiorizantes y negativas

Venimos diciendo, desde hace tiempo, que la Ense­ñanza adolece de defectos fundamentales, y que com­bat i r el analfabetismo es pobre cosa si no se le adjun­ta un concepto racional de la dignidad del individuo y de la especie en lo que a sus relaciones entre sí se refiera.

Se p lan tean sistemas de instrucción pr imar ia y nor­mal, y se ensayan métodos por doquier, a cuál más aparente , sin que lo fundamental y básico, en un humano razonar, se tenga en cuenta .

Se involucran términos y se tergiversan propósitos educativos, con tal de apa ren ta r criterios de renova­ción, de experimentación y de t rasplante , dejando de lado lo fundamental que a la entidad NIÑO, hombre futuro—HOMBRE FUTURO, no se olvide—, actor so­cial, célula humana en el medio, como si ello fuera lo secundario.

Y es axiomático, que así sea ia formación del niño y su rece con la Escuela, la Famil ia y la Sociedad, así será ésta cuando él actúe...

¡Y nos sorprendemos, luego, del resultado negativo de t an to supuesto esfuerzo, que no es más que una organización burocrática en lo oficial, una especula­ción económica en lo par t icular y un sometimiento dogmático en lo religioso y político!...

Una organización de tal naturaleza no puede dar otros resultados que los que se lamentan , pero por los que nada se hace p a r a corregirlos.

En efecto.

La enseñanza que imparten los Estados es parcial y dogmática en su totalidad, y por t an to negativa en lo que hace relación a la dignidad del hombre futuro y al bien humano.

La que suminis t ran instituciones y castas adolece de iguales d fectos y ocasiona los mismos males.

La que venden les traficantes part iculares de cul­tura, es un comercio que nada tiene que ver con la

perfección y valer del individuo como componente social, sino que se t r a t a del sujeto al que dotar de habilidades superiores a las del convecino y convi­viente, en competencia tenderil , y mejor será la mer­cancía cuanto más acentúe esa lamentable cualidad del ser.

Mientras, pues, la educación, es decir, la orienta­ción y formación del futuro in tegrante de la socie­dad no responda a unas directivas humanas , solida­rias, fraternales, generosas, sencillas, de respeto mutuo, de dignidad propia, de l ibertad volitiva, y los que a ella se dediquen no lo h a g a n como após­teles abnegados, como sinceros cooperantes del bien humano, como espíri tus selectos, austeros y norma­les, virtuosos y reflexivos—cualidades con las que se nace y que la organización vigente malogra casi siempre—, no se elevará el nivel cul tural y senti­mental , afectivo y honesto en la forma anhelada, y que tan tos precursores h a n señalado, si bien que infructuosamente.

De nada servirán proyectos, programas, reglamen­tos y normas de acción y de procedimiento pedagó­gico, si el laborante no lleva en sí el fermento crea­dor y espontáneo de apóstol humanizado, si los oyen­tes y abrevantes en las fuentes de ese saber y regir superior no se entregan, absolutos, confiados, gayos,

GERMINA ALBA a la fe del Maestro, a la doctrina h u m a n a del Edu­cador, a la luz f ra ternal y honesta del Sembrador espontáneo e inna to .

Sacar , pues, de los dominios del Estado, de cual­quier Estado, del dogma, de cualquier dogma, de las castas, de cualesquiera que ellas eean, incluso del dominio de la Sociedad, del medio, de la familia, ha s t a si el caso lo requiere a la infancia, es lo fun­damental .

Librar al educador, al maestro, al apóstol de la férula del Estado, de la esclavitud de la capilla, de los ligámenes económicos, del hogar, de las necesi­dades y preocupaciones sociales; luego de programas, normas, reglamentos, jerarquías e inspecciones obs-taculizadoras, siempre que ese educador, ese apóstol, ese maestro sea espontáneo, inna to , voluntario, es la obra que se requiere pa ra conseguir los resultados que se buscan pa ra un futuro mejor y humanizado razonadamente .

Los programas, las reglamentaciones, los sistemas, los cotos cerrados y dogmatismos escolaristas y peda­gógicos sobran, si el educador, maestro o apóstol 6e hal lan prestos, t an to más cuanto que, p a r a un feliz resultado en la obra cul tural y educativa, ios térmi­nos concretos, los sistemas cerrados, las normas cal­cadas de poco sirven, y h a n de ceder el paso al mo­tivo del momento, a la enseñanza ocasional, al ejem­plo cotidiano, que var ían según la cant idad y calidad de educandos, la clase de procedencia, el medio de formación y desarrollo, en fin, cada individuo y cada circunstancia de t iempo, edad, gradación menta l , mo­mento psicológico, climatérico, de barrio y ambien­tal, cosas que el pedagogismo pretencioso y sabio descuida, afanoso en la preparación de papagayos, en

ia preparación de habilidades mnemotécnicas, en la de apariencias que salven las si tuaciones de momento.

Si se busca la estabilización de una Paz eficiente, que sea de cooperación y convivencia humanizadas , es forzoso c imentar la en la infancia, elemento p r i ­mario y básico p a r a consolidar la Sociedad sobre sillares racionales y sólidos.

Pero, para ello, cabe establecer y crear normas y principios nuevos, de na tura l y profunda razonall-dad, dejando de lado todo lo hecho y ensayado h a s t a noy, cuyo fracaso lloramos con sangre, o, cuando mas, procediendo a una revisión metódica, sistemá­tica, cuidadosa, pa ra aprovechar los pocos mater ia­les que se pueda, en lo que podríamos l lamar p r i n ­cipios físicos y mater ia les de la enseñanza y la Pe­dagogía, pues no hay que olvidar que la educación, es decir, la complementación integral , absoluta, del ser en formación es más de orde nmoral , humano, que de técnica y de habilidad, y es precisamente en ese sentido espiritual, educativo, moral que h a n f ra ­casado todas las escuelas, sistemas, planes, etc. , ensa­yados ha s t a hoy, dejándonos ese as t re cruel en que se debaten los pueblos supuestos cultos y civilizados, pero cuyo barbarismo alfabético y sapiente se mani­fiesta en aviación mortífera, bombas, tanques, gases,, estrategias criminales, crueldades de un refinamiert,-to tal, que espanta a sus propios cultores, si l og ran un momento de sensatez y de reflexión.

Arrancar, pues, del hombre civilizado todo su bes -tialismo, todo su morbo calculista, toda su indi íe ren-ela y egoísmo malsano que le convierten en mons­truoso conjunto de «gentleman» y de p i r a t a , h a d e ser la obra de la escuela pr imar ia , secundarla y de la Universidad, pa ra consolidar un racionalismo y convivencia de paz humana que destruyan todo el dolor y maldad refinada de la época, y p a r a ello los mater ia les culturales y de formación de hoy son com­ple tamente negativos y contraproducentes , como l a realidad trágica deja c laramente percibir.

Si la Juventud, si los hombres de bien, si los sin­ceramente pacifistas hemos de evidenciar algo más que teorías, que verbas, que retórica, es preciso nos aboquemos a la reforma total de la Escuela, del Ins­t i tuto , de la Universidad, de las relaciones h u m a n a s , sin puntos de vista par t iculares o dogmáticos, con la espontaneidad y ampli tud del caso, aunque perezcan principios estimados como bu anos pero fracasados en la realidad, puesto que duran te años y años, gene­raciones y generaciones, no nos h a n dado o t ra cosa que el ente civilizado de nuestro tiempo, cuya mor­bosidad, cuyo cinismo le Jiacen contemplar indife­rente, y a veces procaz, la destrucción sistemática, fría, calculada de porciones de humanidad, cuando no ser actos y héroede esos actos monstruosos, que calificrlos de crímenes es poco, y pa ra los que sabios-

y técnicos, doctos y cultos se a fanan y t rabajan e n aumenta r su eficacia y reflnar su crueldad.

Este es el t imbre de gloria, ya que no el borrón: infamante, que pueden os tentar la Escuela, el Liceo,, la Universidad, la Academia, el Ins t i tu to , toda m a ­nifestación de cultura y civilización de nuestros días,, en todas par tes donde la ferocidad es ley, y en Ios-pueblos y sociedades que lo toleran, a m p a r a n y fo—

pre-

-No es, pues, el problema educativo un problema funcional, .orgánico, administrat ivo y burocrático. En este aspecto, en verdad, se h a hecho mucho, pero ya hemos visto a dónde nos condujo el considerar a la Escuela y a ios centros de cul tura como par tes de organismos políticos, religiosos, estatales, y a los maestros y profesores como funcionarios de esos orga­nismos y Estados, convirtiendo el Magisterio como una burocracia más de la política activa, por ella

; absorbido y manejado. Es preciso considerar a la educación de la infancia

y de la adolescencia y juventud como elemento de primera necesidad que hay que seleccionar, elegir y

^adquirir como se selecciona, elige y adquire cada uno ¡sus elementos de pr imera necesidad, las cosas víta­le»: aire, luz, agua, alimentos, vestidos, etc., etc,, sa­tisfaciendo su costo y buscándolo donde nos parezca mejor o más conveniente. Si la admitimos grat is o con una contribución indirecta, como ocurre en mu­chos Estados, se explica nos la suminis t ren de acuer­do a las directrices del mismo, estemos o no confor­mes, y con una inclinación francamente parcial ten­dente a la consolidación material del tal Estado, inte­resado en fabricar elementos de sostén. (

Imponerla como complemento del conjunti admi­nis t rat ivo y político, hemos visto sobradamente que nos conduce al mal , y de ahí que se impongan las reformas nuevas, bajo la égida de una libertad y de un sentido humano propios de la razón y de la vida

-ae cada uno. Lo reclaman, lo exigen, lo imponen esas infancias,

e s a s adolescentes, esas juventudes que dentro de poco van a ser víctimas o victimarios, en virtud de haber­se descuidado su formación racional , ilusionados con ensayos y etiquetas de aparente novación, aplicadas sin t e n e r en cuenta lo fundamental : el medio, la raza, el t empe ramen to de cada uno.

Lo rec laman , lo exigen, lo imponen las generacio­nes a venir , la Humanidad futura, en peligro de pe­recer ignominiosamente, bestialmente por t an to saber conducido y manipulado con egoísmo y avaricia, com­prado como mercancía abominable y aplicado con inst intos vesánicos, de un morbosismo horroroso, de un sadismo inconcebible a fuer de racionales, pero patente y fatal pa ra corroborar todo el fracaso de los esfuerzos instructivos y culturales has ta hoy rea­lizados.

Si no se siguen nuevos derroteros, algunos de los que dejamos apuntados, est imando innecesario exten­dernos más en el tópico—lo que no rehusaríamos lle­gado el caso—, t an to vale dejar que nos destruyamos heroica y cr is t ianamente , ahogados de civilización y

-de barbarie, como va ocurriendo.

A Monin le ha dado por cantar:

Siempre trabaja en su daño

El astuto engañador:

U A un engaño hay otro engaño

A un picaro otro mayor.

El diario

Un muchacho muy tra­vieso le dijo un día a Kiko: - Mi mamá es muy gua­pa.

Y Kiko respondió: - Entonces tu debes parecerte a tn padre.

^ V M V y V W W W M ^ ^ A ^ ^ ^ ^ ^ ^ M ^ A A ^ M M A A M ' ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ * ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ > * ^ ^ N ^ ^ ^ ^ * ^ ^ ^ W ^ * V W W w S

Uto y la tristeza H' |OY ha muerto Abuelita. Hay do toda su importancia, todos los

en la casa un silencio que mimos, todas las caricias. Y, sin nunca habia conocido y que, embargo, no Hora: ¿también ha-

aunque me dé miedo, ni yo mis- brá perdido las fuerzas para Ho­mo tengo ganas de romper. Abue- rar? No lo sé. Y estoy seguro que lita se ha ido—no sé dónde, pero Pirula tampoco lo sabe, para siempre—, y eso me ha he- Es un día aburrido el de hoy. cho cambiar; me parece que he Pero tiene un aburrimiento dife-crecido de repente, que me he rente, que no me hace protestar hecho grande sin notarlo: y en- ni buscar diversiones. Abuelita se tonces pienso que la marcha de ha ido de la casa, se ha ido del Abuelita ha aumentado mis años, barrio, se ha ido de la ciudad; y

¿Estoy triste? No lo sé. Sólo sé entonces la casa ha cambiado, que he cambiado, que no soy el porque una casa es, al fin de mismo Lito de hace dos días. Y cuentas, la gente que vive den-aquel Lito—que ahora me pare- tro; y al marcharse la gente, la ce lejano, muy lejano—tiene algo casa es otra. Esto lo sé ahora, de extraño para mi: porque aquel solamente ahora; nadie me lo ha Lito jugaba y cantaba y reía. Y dicho, pero estoy seguro de ello: el Lito de hoy, en cambio, no jue­ga ni sabe sonreír: sólo tiene ga­nas de estar callado y de cerrar los ojos.

y esa es otra de las cosas que me hacen sentir mayor.

Mamá, de repente, se ha levan­tado de su silla. Va hacia la me-

Si, la muerte de Abuelita me sa, arregla las flores que están ha acercado a los mayores. Pero allí y luego se queda quieta; está ni siquiera eso me deja conten- de pie, callada, y acaricia las flo­to; hubiera preferido seguir sien- res. (Nunca lo habia hecho has-do distinto a ellos, seguir siendo ta ahora: no ha perdido entonces el Lito que reía, y cantaba, y ju- las fuerzas para acariciar.) gaba. Todo esto es tan raro, tan voy hacia ella y, al acercarme, diferente a lo de antes, que no sé m e ¿oy cuenta que verdaderamen-qué pensar. Y entonces no pien- te se ha hecho más pequeña; abo­so en nada: me quedo en silencio r a soy yo el grande, soy yo quien y dejo correr el tiempo. debe cuidarla. Entonces le digo,

También eso me acerca a los e n v o z Daja: mayores: todos están callados, y —Mamá, ¿estás bien? creo que tampoco tienen ganas Ella, hace un movimiento de de pensar. Mamá se ha sentado sorpresa, desde la mañana y apenas se ha —s¡> hijo, s i -movido: ya no comenta las nove- _ ¿ Q u j e r e s alguna cosa? dades del barrio, ni ríe con Piru- Me mira entonces, como si an-la ni discute con Papá: parece teS n 0 m e hubiera visto, y mur-que estuviera sola, parece que qui- mura: síera estar sola. Se me ocurre que se ha hecho más pequeña y más débil: tal vez sean de ella los años que he aumentado hoy.

Papá y Abuelito tampoco ha­blan. No se miran siquiera, como si tuvieran miedo uno del otro. Papá se levanta a cada momen-

—No, nada. No sé ya qué decirle, y de pron­

to se me ocurre preguntar: —¿Has llorado mucho? —No... no mucho—responde sua­

vemente. Pero veo que ahora está lloran­

do: en silencio, como si tuviera

lo to, da unos pasos por la habita- v e r g ü e n z a de hacer ruido. Y en cion y luego vuelve a sentarse; fuma más que nunca, pero esta vez Mamá no lo reprende: por lo visto hoy no tiene fuerzas para enojarse. En cuanto a Abuelito,

tonces me siento seguro de que debo decir:

—No llores, Mamá. Ya verás que Abuelita volverá, ya veras que charlaréis juntas. Y me re­

hace ya horas que tiene la mira- p r e n d e r é i s c u a n d o m e p o r t e m a l j da clavada en un cuadro; justa mente uno de los cuadros que no le gustan, que ha criticado siem­pre. Pero tampoco tiene él fuer­zas para enojarse; por eso mira el cuadro sin decir nada, con los ojos fijos y muy abiertos.

Hasta Pirula ha cambiado hoy. Yo no me explico por qué ni có­mo, pero sé que ha cambiado. Quizás esté enfadada porque na­die se acuerda de ella: ha perdi-

y os enfadaréis por mis pregun­tas tontas... Abuelita volverá, ya verás; quizás regrese esta misma noche...

Pero Mamá sigue llorando. Y viéndola sé que estoy triste, ho­rriblemente triste: ahora com­prendo la tristeza.

* LA SEMANA PRÓXIMA:

((LA DESPEDIDA DE LITO»

EL ANCIANO y el ASNO

T I N anciano que iba montado dais todos los hombres el mismo sobre su asno vio, al pa- trato? Sálvate tú, en buena hora;

^ * ^ sar, un prado cubierto de pero déjame a mi alimentarme, hierba y salpicado de lindas fio- ya que hay aquí pasto en abun-recillas. Pensó que seria aquel un dancia. He visto que todos los buen sitio para dejar su bestia, amos que he tenido me habéis y asi lo hizo. El rocín se paseaba plácidamente a través de la hier­ba, escarbando, saltando y rebuz­nando, mientras iba dejando el campo limpio de la misma, pues se la comia con gran apetito.

Mientras tanto, compareció un ladrón, y el anciano, temerosa­mente, quiso llevarse el jumento y alejarse rápidamente de allí.

—¡ Vamonos!—dijo al paciente animal.

—¿Por q u é ? — respondió éste, que veia en perspectiva el aban­dono de tan rico paraje; y vien­do l l e g a r al ladrón, exclamó: - ¿Es que me va a hacer llevar ése doble carga de la que me pro­pinas tú?

—No—dijo el anciano—, pero sigúeme sin demora y partamos rápidamente; si no, estamos per­didos.

—¿Qué me importa pertenecer a uno o a otro? ¿Acaso no me

tratado con la misma dureza y con idéntica violencia. ¿Qué pue­de importarme ya pertenecer a uno o a otro?

• • ' • • • •

¿CUE ES IIE1L SOIL? A lado señor, tocio honor: Ixabie- CROMOSFERA Y CORONA.—Arri- Desgraciadamente el espectáculo du­

de vida, de energía, de calor. ba de la fotosfera, q-ae es la superficie ra poco, seis minutos cuando mucho. mos de nuestro Sol, dispensador del Sol perceptible a nuestros, se en-

FOTOSFERA.—La superficie del Sol cuentra la CROMOSFERA, delgada ca- LA ENERGÍA SOLAR.—-Tal es el está constituid, por granos yuxtapues- pa ga eosa compuesta la mayor parle astro dueño de nuestros destinos, globo to , y recuerda una capa de arroz ex- de hidrógeno, de la cual se desprenden inmenso, cerca de un millón cuatrocien-tendida en una mesa, teniendo de ira- llam s rosas visibles sobre todo en el tos mil veces más grueso que h Tierra, nía tn tramo, unas manchas muy oscu- momento de los eclípsese totales de Sol, separado de ésta por 150 millones de ras y partes mé\ brillantes: las Fáculas, t/ que 'e llaman protuberancias. Es esta superficie la que se conoce con En fin, arriba de la cromosfera, se el nombre de FOTOSFERA. encuentra une tercera envoltura, la

CORONA, tan grande como el mismo LAS MANCHAS-—El Sol da vueltas Sol. La Corona está constituida tabre

sobre si mismo. Manchas y fáculas lado por partículas sostenidas, mientras participan del movimiento de rotación, que la CROMOSFERA, como hemos Aparecen al borde, permanecen cerca dicho antes, es gaseosa. El espectáculo de quince días visibles y desaparecen que estos dos anillos ofrecen en el mo-a/ borde occidental, para reaprecer mentó de eclipses totales de Sol, es de menos seguro—tomaría diez mil millo-trece dias después, y asi sucesivamente, aquellos que siempre maravillan y sor- nes de años para agotar enteramente según su duración que varia de dos a prenden a/ observador, por las llamas y Za mase del Sol. tres meses. Algunos no subsisten más que pueden ir muy lejos—h:sta diez que algunos dias, pero se h n visto veces el diámetro solar—, formando

kilómetros y que, para alumbrar, en gendrar, 'ostener la vida alrededor de. él, gasta seis millones de tonelad's de materia por segundo. Has leído bien seis millones de toneladas de materia ton transformadas en energía luminosa i/ calorífica.

Sin embargo, tal desperdicio, supo­niendo que no se recupere—y nada es

otras durar cerca de un año. En ciertas épocas, el número de man­

chas y fáculas es muy grande, notable­mente en una zona, llamada real; en otra en cambio el número es casi in­significante. Estas apariciones de acti­vidad máxima y mínima presentan una perioricidad de once años, llamada PE­RIODO UNDECIMAL, <el cual está en eítrecha relación con ciertos fenó­menos terrestres tales como el me gne-tismo, auroras polares, y muchos otros que ignoramos.

La observación de las manchas des­cubre un hecho muy extraordinario, que el Sol no da vueltas por medio de un movimiento uniforme como el de un cuerpo sólido: su rotación varia de veinticinco a treinta dias, según se trate del Ecuador o de los polos.

i De qué está hecho el Sol? Anali­zado con el espectro copio, un rayo so­lar revela la presencia de una treinte­na de elementos que se encuentran en la superficie de la Tierra: sal, fierra, hidrógeno, níquel, magnesio, etc. Un gas, el helium, cuyo uso es tan necesa­rio en estos tiempos, fué de cubierto sobre el Sol treinta años entes que te le reconociera sobre la Tierra-

una especie de aureola.

EE (IERV0 QUE QUERÍA IMITAR QE QCUILA

EL pájaro de Júpiter (*) se lle­vaba entre sus garras un cordero. Un cuervo, testigo

del hecho, más débil que el águi­la, pero no menos glotón, quiso en otra ocasión hacer cosa pare­cida.

Iba revoloteando sobre un re­baño, examinando cuál de los cor­deros era el más gordo y bonito, y encontró uno que le pareció digno de ser sacrificado.

El gallardo cuervo dijo, claván­dole la vista;

—No sé quién ha sido tu ama de leche, pero tu cuerpo me pa­rece que está en un estado ma­ravilloso: tú me servirás de pasto.

Se echó sobre el animal, asi que hubo acabado estas palabras, con la intención de elevarlo como anterormente habia visto hacer al águila; pero el cordero pesaba más que un queso, y, además, las uñas del cuervo no podían atra : vesar su lana para llegar a suje­tar la carne, pues tenia bastante espesura de vellón y estaba éste tan enredado, que parecía la bar­ba de un gigante.

El cuervo hundió tanto como pudo sus uñas en la espesura del vellón, y el cordero, aunque que­ría, no podía librarse de él.

El pastor, al ver lo que sucedía, corrió hacia allí, y le fué muy fá­cil coger al cuervo, que llevó lue­go a su casa y allí le recortó las alas para que sus hijos jugaran con él.

Este cuento nos muestra cómo siempre es conveniente medir las cosas: la consecuencia es clara.

Lo que gallardamente podía ha­cer el águila, provista de su fuer­za y de su sagacidad, era ridícu­lo que quisiera hacerlo el pobre cuervo.

Cosa parecida pasa entre los hombres: algunos, sin fuerzas ni merecimientos suficientes, quieren compararse, jactanciosos, con los sabios de verdad y con los genios.

(*) Así se llama algunas veces al águila.

¡I,.,.,.'.,.,.r.,.,.v.:.,.,.,.a

ÍMÍa9ítÍl2¿-

o YE, mamita: si yo, simulando que jugaba, un dia me convirtiera

jen una flor de champara ¡ y me abriese de aquel árbol ¡ en la más saliente rama, y me acunase el viento o, como un gnomo, bailara

leu torno a las hojas nuevas, ¿acaso tú adivinaras

2 que la flor era yo? Dime J con qué inquietud preguntarás: J —¿Niño, dónde estás?—Y yo, 'sin decir una palabra, ¡ me quedaría muy quietecito... ' Luego abriría las ramas i para verte ir y venir, ¡ por no encontrarme, alarmada.

V cuando después del baño, «sueltas las crenchas, cruzadas^ ¡ bajo la verde frescura

de la frondosa champaca, para ir al huerto en que rezas l sentirías la fragancia de esa flor y no sabrías que era yo quien la exhalaba, i Cuando después del almuerzo, ¡ de codos en la ventana, leyeras como acostumbras las hojas del Ramayana, yo, desde el árbol, mi sombra ¡ de flor menuda dejara sobre el renglón que leyeses... Pero, ¿acaso adivinaras que era la sombra querida del hijito de tu alma? \

R. TAGORE.

¡Qué crgullosa! Se cree la mocita que por haber ganado una copa tiene derecho a esas poses tan absurdas.

¿Verdad que el deporte se practica sin necesidad de establecer campeo­natos?

¿Verdad que no hace falta creerse campeona para ser persona útil?

¿Verdad que rl o r g u l l o es una cosa fea?

¿Verdad que la natación es un de­porte bonito, sin que por ello sean bonitas las competiciones y los cam­peonatos?

(De una carta de uno de los lectorcitos de RUTA.)

La ZORRA y el MACHO CABRIO LA zorra descendió desde las

altas montañas, acompaña­da de su amigo el macho

cabrio: éste no veia más allá de su nariz, mientras que la zorra era maestra en inventar engaños.

La sed les obligó a bajar a un pozo; pero, una vez hubieron be­bido hasta saciarse, en aquella abundancia de agua, los dos se desesperaban, pues no veían me­dio de poder salir de allí.

La zorra dijo, por íin, al ma­cho cabrio:

—¿Qué haremos, compadre? No tenemos bastante con haber po­dido beber; es necesario que po­damos salir de aqui.

—Se me ocurre una idea para salvarnos. Verás: pon las patas lo más alto que puedas, apoya­das contra la pared. A lo largo de tu espinazo yo subiré, y des­pués, apoyándome en tus cuer­nos, procuraré salir de esta pri­sión, y cuando lo haya logrado y esté arriba, entonces te saca­ré a ti.

—¡Por mis barbas, es una bue­na idea!—dijo el macho cabrio — Yo alabo sin reservas a las gen­tes que tienen ideas tan geniales como tú. Jamás se me habría ocurrido a mi este medio de sal­vación

La zorra salió efectivamente •Vi del pozo ayudada de su compa-Q_' ñero, y conforme a la disposición

que habia imaginado, y una vez en salvo hizo un sermón al ma­cho cabrio, exhortándole a tener paciencia.

—Si el Destino te hubiera dado tanto juicio como barba y men­tón—le dijo—, tú no habrías ba­jado tan ligeramente a este pozo, pues hubieras visto el gran pe­ligro que suponia el poder salir de él; pero como no has tenido cuidado y mis fuerzas no son su­ficientes para sacarte de este apu­ro, ¡adiós!, yo ya estoy libre; tú, procura salir, y haz todos los es-fuerzos que puedas, pues yo ten­go ahora una misión que no me permite pararme demasiado en mi camino.

En todas las cosas, antes que hacerlas, hay que considerar cuál será su fin. Mucho más cuando no podamos fiarnos mucho del apoyo ajeno.

Cascabel y las próximas tiestas TANTO ha oído hablar Casca- cenes, venden para los niños pis-

bel de las fiestas que se apro- tolas, fusiles, tanques en minia-ximan—y en particular de la tura, uniformes de soldado y muí-

de Noel—, que ha llegado a sen- titud de otros objetos desprecia-tir verdadero interés por ellas, bles. Os he traído aqui porque Máxime si tenemos en cuenta creo necesario que en R U T A que la mayoría de sus amiguitos conste la protesta de Cascabel han escrito esta semana cartas por estas cosas. a una dirección desconocida y a un problemático señor de barbas blancas, que dicen proporciona juguetes a los niños. Naturalmen­te, nosotros no diremos nada so-

—Pero, ¿qué p o d e m o s hacer nosotros para evitarlo?

—¡Para evitarlo! Para impedir que se venda ni uno sólo de esos juguetes deberíais hacer. ¿Creéis

bre el problemático señor de bar- que los niños pueden aprender bas de algodón, porque Cascabel algo bueno con un fusil de ma-considera que, en todo caso, es dera o una pistola de hierro? En-a los papas a quienes concierne el tonces no hay más remedio que aclarar ese misterio, si misterio decirles a los niños que esos ju-es. Eso, todo y teniendo en cuen- guetes son la cosa más horrible ta la prevención que Cascabel del mundo, y a sus papas que asi Siente hacia todo lo que carece deben hacerlo comprender a los de explicación lógica. Y, sobre pequeñuelos. todo, cuando existen niños, tan —Bueno, Cascabel, pero i | i hay buenos como el que más, de los que enfadarse. La culpa no es que nadie se acuerda... ni el tío nuestra y... de las barbas. —¡La culpa es de todo el mun-

Pero el caso es que Cascabel, a do! Del que los fabrica porque los cuyos ojos tiene siempre mucha fabrica, del que los vende porque importancia cuanto es relativo a los vende, y del que los compra los niños, ha querido saber qué —¡ah, ése es el peor!—porque los clase de juguetes son los que para compra. la infancia preparan en los alma- —Pero, escucha, Cascabel, nos-cenes, y sin perder un minuto ha otros ni los fabricamos, ni los acudido a visitar cuantos existen vendemos ni los compramos, en esta ciudad. Pero hete aqui —Sí, pero no habéis dicho nada que su recorrido ha finalizado en contra ello en RUTA. No les ha-nuestra Redacción, en vez de ha- béis explicado a los niños que cerlo en los lugares en donde ven- esos juguetes son despreciables e den juguetes. Cuando Cascabel indignos de ellos. Por lo tanto, viene a interrumpirnos en núes- también vosotros tenéis respon-tro trabajo, no cabe duda de que sabilidad. de algo importante se trata, y, —¿Y si ahora lo decimos? Si pensando asi, hemos aceptado en les escribimos a los niños lo que seguida la invitación que nos ha hemos visto y lo que tú nos has hecho para que le acompañara- dicho, ¿todavía tendremos culpa? mos a visitar los almacenes que Aqui Cascabel se ha suavizado él acababa de recorrer.

Cascabel nos ha llevado direc­tamente al mejor y más grande almacén de esta ciudad y, una vez en él, a la sala de los jugue­tes. Después se ha cruzado de brazos, como quien espera algo. Y algo esperaba.

—Pero dinos, Cascabel, ¿a qué nos has traído aqui?—le he pre­guntado.

un poco, y, ya más amablemente, nos ha dicho:

—Entonces tendréis menos cul­pa que los otros. Pero habéis de decirlo en seguida: antes de que los niños escriban nuevas cartas y por si acaso pidieran juguetes de ésos.

* Asi es que, queridos lectorcitos

de EN RUTA, ya conocéis la Y Cascabel ha exclamado, con opinión de nuestro amigo Casca­

bel. Y su opinión es la nuestra: No debéis aceptar ningún jugue­te de los que representan armas, pues no son—aunque no acertéis a comprender e s t a s palabras, papá os las aclarará—juguetes verdaderos. Los juegos son cosas

acentuado malhumor: —¿Que a qué?... ¡Es que aún

no lo veis! ¡Caramba! — he pensado yo—,

algo grave debe ocurrir aqui para que Cascabel denote tal humor. Y he empezado a observar: mu­ñecas, pelotas de goma, planchas que divierten y que a veces ins-eléctricas y diminutas, cocinas, truyen, pero nunca son cosas co-juegos de carpintería, pizarras, mo las que los hombres utilizan coches pequeños y grandes, ca- para hacer daño, miones, pist... ¡Ah!, ya he com- Existen muchos juguetes boni-prendido: Cascabel nos ha traído tos: Bibi, por ejemplo, queriendo aquí para que veamos que a los ser telefonista, tendrá un teléfo-niños ofrecen, para jugar, algu- no; Pierre, a quien le gusta la nos juguetes verdaderamente ho- carpintería, tendrá un juego apro-rribles. piado a su gusto; Sergio acaso

—¿Te refieres a esos feos ju- tenga una cajita de pinturas... y guetes?—le hemos preguntado a asi todos. Cada cual, cada niño, Cascabel, refiriéndonos a los que debe pedir para jugar aquello que no hemos nombrado. le guste, le divierta y le instru-

—Pues claro que me refiero a ya, pues esas tres cosas no están ellos. Aquí, y en los otros alma- reñidas entre si.

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El mulo que se alababa

de su destino

U N mulo que pertenecía a un llegó a viejo, lo destinaron a rao-obispo, se picó en su amor ver un molino: vínole entonces a

la memoria el recuerdo de su pa­dre y señor, y esto le servia de cierto consuelo en la triste situa­ción a que le habia llevado su destino.

Los vanidosos, por dura que sea su desgracia, buscan cierto con­

propio y no habló durante mucho tiempo más que de su ma­dre la yegua, de la que explicaba muchas proezas.

—Ella había hecho esto, habia estado por allí y por allá; sus hi­jos se extendieron por innumera­bles comarcas, t e n i e n d o todos ¡üelo 'en imaginarse las épocas una historia brillante y muy dig- f e i i c e s d e sus antepasados. Triste na de ser mencionada. consuelo, ciertamente, que poco

Se hubiera creido humillado de les alivia de la penosa situación servir a un médico; pero cuando por que atraviesan.