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[2.34] Los nuevos cónsules fueron Tito Geganio y Publio Minucio -492 a.C.-. En este año, mientras que en el extranjero todo estuvo tranquilo y en el interior las disensiones civiles se calmaron, la república fue atacada por otro mal mucho más grave: en primer lugar, carestía de alimentos, debido a los campos sin cultivar durante la secesión, y luego una hambruna como la que sufriría una ciudad sitiada. Esto, en todo caso, habría conllevado la desaparición de los esclavos, y probablemente también habrían muerto muchos plebeyos, de no haber hecho frente los cónsules a la emergencia enviando comisionados a varios lugares para comprar grano. Marcharon no sólo a lo largo de la costa a la derecha de Ostia, en Etruria, sino también a la izquierda, pasado el país de los volscos, hasta llegar a Cumas. Su búsqueda se extendió incluso hasta Sicilia; a tal punto la hostilidad de sus vecinos los obligó a buscar ayuda tan lejos. Cuando el grano hubo sido comprado en Cumas, los barcos fueron detenidos por el tirano Aristodemo a modo de embargo en compensación sobre las propiedades romanas de Tarquinio, de quien era heredero. Entre los volscos y en el distrito de Pontino fue incluso imposible negociar la compra de grano, los comerciantes estuvieron a punto de ser atacados por la población. Desde Etruria llegó un poco de grano por el Tiber; esto sirvió para auxilio de los plebeyos. Habían sido acosados por una guerra, doblemente inoportuna al resultar tan escasas las provisiones, si los volscos, que ya estaban en marcha, no hubieran sido azonados por una terrible pestilencia [en la época, cualquier enfermedad contagiosa, solía ser calificada como "peste" o "pestilencia".- N. del T.]. Este desastre intimidó al enemigo tan eficazmente que incluso cuando se hubo calmado su virulencia siguieron en cierta medida sobrecogidos; los romanos incrementaron el número de colonos en Velitras y establecieron una nueva colonia en Norba, en las montañas, para servir como bastión en el territorio de Pomptina. Durante el consulado de Marco Minucio y Aulo Sempronio -491 a.C.- una gran cantidad de grano llegó desde Sicilia, la cuestión se debatió en el Senado: ¿a qué precio se le debía dar a la plebe? Muchos opinaban que había llegado el momento de ejercer presión sobre los plebeyos y recuperar

Ab Urbe Condita

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[2.34] Los nuevos cónsules fueron Tito Geganio y Publio Minucio -492 a.C.-. En este año, mientras que en el extranjero todo estuvo tranquilo y en el interior las disensiones civiles se calmaron, la república fue atacada por otro mal mucho más grave: en primer lugar, carestía de alimentos, debido a los campos sin cultivar durante la secesión, y luego una hambruna como la que sufriría una ciudad sitiada. Esto, en todo caso, habría conllevado la desaparición de los esclavos, y probablemente también habrían muerto muchos plebeyos, de no haber hecho frente los cónsules a la emergencia enviando comisionados a varios lugares para comprar grano. Marcharon no sólo a lo largo de la costa a la derecha de Ostia, en Etruria, sino también a la izquierda, pasado el país de los volscos, hasta llegar a Cumas. Su búsqueda se extendió incluso hasta Sicilia; a tal punto la hostilidad de sus vecinos los obligó a buscar ayuda tan lejos. Cuando el grano hubo sido comprado en Cumas, los barcos fueron detenidos por el tirano Aristodemo a modo de embargo en compensación sobre las propiedades romanas de Tarquinio, de quien era heredero. Entre los volscos y en el distrito de Pontino fue incluso imposible negociar la compra de grano, los comerciantes estuvieron a punto de ser atacados por la población. Desde Etruria llegó un poco de grano por el Tiber; esto sirvió para auxilio de los plebeyos. Habían sido acosados por una guerra, doblemente inoportuna al resultar tan escasas las provisiones, si los volscos, que ya estaban en marcha, no hubieran sido azonados por una terrible pestilencia [en la época, cualquier enfermedad contagiosa, solía ser calificada como "peste" o "pestilencia".- N. del T.]. Este desastre intimidó al enemigo tan eficazmente que incluso cuando se hubo calmado su virulencia siguieron en cierta medida sobrecogidos; los romanos incrementaron el número de colonos en Velitras y establecieron una nueva colonia en Norba, en las montañas, para servir como bastión en el territorio de Pomptina.

Durante el consulado de Marco Minucio y Aulo Sempronio -491 a.C.- una gran cantidad de grano llegó desde Sicilia, la cuestión se debatió en el Senado: ¿a qué precio se le debía dar a la plebe? Muchos opinaban que había llegado el momento de ejercer presión sobre los plebeyos y recuperar los derechos que habían sido arrebatados al Senado mediante la secesión y la violencia que la acompañó. El principal de ellos fue Marcio Coriolano, un enemigo declarado de la potestad tribunicia. "Si", sostuvo, "quieren su grano al precio antiguo, que devuelvan al Senado sus antiguos poderes. ¿Por qué, entonces, debería, tras haber sido subyugado y rescatado como si estuviese entre bandidos, ver a los plebeyos detentar magistraturas, o contemplar a un Sicinio en el poder? ¿Voy a soportar estas humillaciones un instante más? ¿Yo, que no pude soportar a un Tarquinio como rey, soportaré a un Sicinio? ¡Dejad que se marchen ahora! ¡que llamen a sus plebeyos!, ¡abiertas están las vías al Monte Sacro! ¡Dejad que se lleven el grado de nuestros campos como hicieron hace dos años; dejadles disfrutar de la escasez que con su locura han provocado! Me atrevo a decir que después de haber sido domesticados por estos sufrimientos, más preferirán trabajar como braceros en los campos que impedir que sean cultivadas por culpa de una secesión armada". Es más fácil decir lo que debía haberse hecho que creer que se podía haber llevado a cabo: que los senadores podrían haber logrado, bajando el precio del grano, la abrogación del poder tribunicio y de todas las restricciones legales que se les impuso contra su voluntad.

[2.35] El Senado consideró estas intenciones muy peligrosas y los plebeyos, en su exasperación, casi corrieron a por las armas. El hambre, dijeron, estaba siendo usada como arma contra ellos, como si fueran enemigos; estaban siendo engañados con los alimentos y el sustento; el grano extranjero, que la fortuna les había dado de forma

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inesperada como su único medio de sustento, les iba a ser arrancado de sus bocas a menos que sus tribunos fueron entregados encadenados a Cneo Marcio, a menos que pudiera hacer caer su voluntad sobre las espaldas de los plebeyos romanos. En él veían surgir un nuevo verdugo, que les ordenaría morir o vivir como esclavos. Habría sido atacado al salir de la curia si los tribunos, muy oportunamente, no hubiesen fijado un día para su procesamiento. Esta medida disipó la cólera; cada hombre se vio como juez con poder de vida y muerte sobre su enemigo. Al principio, Marcio trató las amenazas de los tribunos con desprecio; éstos tenían el poder de proteger, no de castigar: eran los tribunos de la plebe, no de los patricios. Pero la ira de los plebeyos había sido tan excitada que los patricios pensaron que sólo podrían salvarse a sí mismos castigando a uno de su clase. Se resistieron, sin embargo, a pesar del odio: trataron de ejercer todos los poderes que poseían, tanto colectiva como individualmente. Al principio trataron de impedir el procedimiento situando grupos de sus clientes para disuadir a los individuos de que acudieran a las asambleas y reuniones. Luego actuaron colectivamente (como si todos los patricios estuviesen procesados) y rogaban a los plebeyos que si se negaban a absolver a un hombre inocente, al menos se lo entregasen a los senadores como culpable. Como él no hizo acto de presencia el día de su juicio, su resentimiento siguió inalterado y fue condenado en ausencia. Marchó al exilio entre los volscos, profiriendo amenazas contra su patria y dominado por el odio contra ella. Los volscos le recibieron de buen grado y se hizo más popular conforme su resentimiento contra sus compatriotas se volvía más encarnizado, escuchándose cada vez con más frecuencia sus quejas y amenazas. Disfrutó de la hospitalidad de Atio Tulio, que era el hombre más importante en ese momento entre los volscos y enemigo de Roma durante toda su vida. Impulsados ambos por motivos parecidos: el uno por un antiguo odio y el otro por uno reciente, hicieron planes para hacer la guerra a Roma. Tenían la impresión de que no se podría inducir fácilmente al pueblo, tras tantas derrotas, a tomar las armas de nuevo y que, después de sus pérdidas en tantas guerras y las últimas por la pestilencia, estaban desmoralizados. Había pasado tiempo suficiente para que se calmase la hostilidad; era necesario, por tanto, tramar un engaño por el cual se volvieran a exacerbar los ánimos.

[2.36] Sucedió que se estaban haciendo preparativos para una repetición de los grandes juegos [Ludi Romani o Ludi maximi.- N. del T.]. La razón de su repetición era que por la mañana temprano, antes del comienzo de los Juegos, un padre de familia después de azotar a su esclavo le había arrastrado por en medio del Circo Máximo. Luego los Juegos empezaron, como si el incidente no tuvo importancia religiosa. No mucho después, Tito Latino, un miembro de la plebe, tuvo un sueño. Júpiter se le apareció y le dijo que el bailarín que inició los Juegos le resultó desagradable, y agregó que a menos que estos Juegos se repitieran con la debida magnificencia, el desastre caería sobre la Ciudad, y que él tenía que ir e informar a los cónsules. A pesar de que no estaba en absoluto libre de escrúpulos religiosos, temía también decírselo a los cónsules para que no le hicieran objeto de escarnio público. Esta vacilación le costó cara porque en pocos días perdió a su hijo. Para que no cupiese duda en cuanto a la causa de esta repentina calamidad, la misma forma se apareció nuevamente al afligido padre en su sueño y le dijo que si no creía haber sido suficientemente castigado por su negligencia al cumplir la voluntad divina, otra más terrible le esperaba si no iba inmediatamente a informar a los cónsules. Aunque el asunto se hacía cada vez más urgente, siguió retrasándose y, mientras así lo iba postergando, fue atacado por una enfermedad grave en forma de parálisis súbita. Ahora, la ira divina le alarmó, y fatigado por su pasada desgracia así como por la actual, llamó a sus amistades y les contó lo que había visto y oido; la repetida aparición de Júpiter en sus sueños y las amenazas y la caida de la ira del cielo

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sobre él por sus dudas. Con la firme recomendación de todos los presentes fue llevado en una litera ante los cónsules, en el Foro, y desde allí, por orden de los cónsules, al Senado. Después de repetir la misma historia a los senadores, para gran sorpresa de todos, se produjo otro milagro. La tradición cuenta que quien había sido llevado a la curia con todo su cuerpo paralizado, volvió a casa, después de cumplir con su deber, por sus propios pies.

[2.37] El Senado decretó que los Juegos debían celebrarse con el mayor esplendor. A sugerencia de Atio Tulio, un gran número de volscos acudió a ellos. De conformidad con un acuerdo previo con Marcio, Tulio se llegó a los cónsules, antes de que empezasen los juegos, y les dijo que había ciertos asuntos concernientes al Estado que deseaba discutir con ellos en privado. Cuando todos los demás se retiraron, comenzó: "No me gusta tener que hablar mal de mi pueblo. No vengo, sin embargo, para acusarlos de haber cometido realmente un delito, sino a tomar precauciones contra la comisión de uno. El carácter de nuestros ciudadanos es más voluble de lo que yo querría; lo hemos experimentado en muchas derrotas, por lo debemos nuestra actual seguridad no a nuestros méritos, sino a vuestra indulgencia. Aquí, en este momento, hay una gran multitud de volscos, los Juegos están en marcha y toda la Ciudad está pendiente del espectáculo. Recuerdo que un atentado fue cometido por los jóvenes sabinos en una ocasión similar y me estremezco al pensar que pudiera ocurrir algún incidente imprudente y temerario. Por nuestro bien y el vuestro, cónsules, pensé que lo correcto era advertirles. En lo que a mí respecta, tengo la intención de marcharme en seguida a mi casa no sea que, si me quedo, me vea envuelto en cualquier disturbio". Con estas palabras, se marchó. Estas alusiones vagas, pronunciadas al parecer de buena fuente, fueron trasladadas por los cónsules al Senado. Como generalmente sucede, la autoridad de la fuente, en lugar de los hechos efectivos, los indujo a tomar precauciones incluso excesivas. Se aprobó un decreto por el que los volscos debían abandonar la Ciudad; se enviaron pregoneros para que se les ordenase a todos ellos salir antes del anochecer. Su primer sentimiento fue de pánico a medida que iban a sus alojamientos respectivos para retirar sus pertenencias; pero cuando habían empezado a marcharse, se apoderó de ellos un sentimiento de indignación al ser expulsados de los Juegos, de un festival que era a modo de reunión entre los dioses y los hombres, como si estuviesen impuros o fuesen criminales.

[2,38] A medida que se iban en un flujo casi continuo, Tulio, que se había adelantado, los esperaba en la Fuente Ferentina. Abordando a sus hombres más importantes a medida que llegaban, con tono de queja e indignación los condujo, con la ira de sus propias palabras y sus propios sentimientos de enojo, hacia la llanura que se extendía por debajo de la carretera. Allí comenzó su discurso: "Aunque olvidáseis todos los males que Roma os ha causado y las derrotas que el pueblo volsco ha sufrido, aunque lo olvidáseis todo, ¿con qué carácter, quisiera saber, ¿sufriréis este insulto de ayer, cuando comienzan sus juegos haciéndonos esta ignominia? ¿No creéis que hoy han triunfado sobre nosotros? ¿Que al salir fuísteis un espectáculo para el pueblo, para los extranjeros, para todas las poblaciones vecinas; que vuestras esposas, vuestros hijos, fueron exhibidos como espectáculo ante los ojos de todos? ¿Qué creéis que pensaban aquellos que escucharon la voz de los pregoneros, los que nos miraban partir, los que se encontraron con esta cabalgata ignominiosa? ¿Qué pueden haber pensado, sino que había alguna culpa terrible en nosotros, que si hubiésemos estado presentes en los Juegos los habríamos profanado y hecho necesaria una expiación, y que esta es la razón por la que hemos sido expulsados de las casas de esta buena y religiosa gente y de toda

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relación y asociación con ellos? ¿No se os ocurre que debemos nuestras vidas a la premura con la que partimos, si es que podemos llamarlo partida y no huída? ¿Y os dáis cuenta de que esta Ciudad no es más que la Ciudad de vuestros enemigos donde, habiendo residido un sólo día, habéis estado a punto de morir? Os ha sido declarada la guerra, para gran mal de quienes os la han declarado si es que sois realmente hombres". Así que marcharon a sus hogares, con su resentimiento amargado por esta arenga. Ellos instigaron tanto los sentimientos de sus compatriotas, cada uno en su propia ciudad, que todo el pueblo volsco se sublevó.

[2.39] Por voto unánime de todos los generales, se confió la dirección de la guerra a Atio Tulio y a Cneo Marcio, el exiliado romano, en quien pusieron todas sus esperanzas. Él justificó totalmente sus expectativas, pues se hizo bastante evidente que la fuerza de Roma residía más en sus generales que en su ejército. Marchó en primer lugar contra Circeio, expulsó a los colonos romanos y se la entregó a los volscos como ciudad libre. Luego tomó Satrico, Longula, Polusca y Corioli, pueblos que los romanos habían capturado recientemente. Marchando a través del país por la Vía Latina, recuperó Lavinio y después, sucesivamente, Corbión, Vetelia, Trebio, Labico y Pedum [actual Gallicano.- N. del T.]. Por último, avanzó desde Pedum contra la Ciudad. Atrincheró su campamento en las fosas Cluilias, a unas cinco millas de distancia [7400 metros.- N. del T.], y desde allí asoló el territorio romano. Las incursiones fueron acompañadas por hombres cuya misión era asegurarse de que las tierras de los patricios no fueran afectadas; una medida tomada bien porque su ira se dirigiese principalmente contra los plebeyos, bien porque esperase que surgiesen disturbios entre ellos y los patricios. Estos sin duda se habrían producido (a tal punto estaban los tribunos excitando a la plebe contra los hombres más importantes del Estado) de no haber sido porque el temor al enemigo que estaba fuera (el más fuerte lazo de unión) les unió a pesar de sus mutuas sospechas y aversión. En un punto que no estaban de acuerdo; el Senado y los cónsules ponían sus esperanzas únicamente en las armas, los plebeyos preferían cualquier cosa a la guerra. Espurio Nautio y Sexto Furio -488 a.C.- eran ahora cónsules. Mientras estaban revistando las legiones, guarneciendo las muralles y posicionando tropas en varios lugares, se reunió una enorme multitud. Al principio alarmaron a los cónsules con gritos sediciosos, y al final les obligaron a convocar el Senado y presentar una moción para enviar embajadores a Cneo Marcio. Como el valor de la plebe estaba, evidentemente, cediendo, el Senado aceptó la moción, y se enviaron embajadores a Marcio con propuestas de paz. Regresaron con la respuesta: Si se devolvía el territorio capturado a los volscos podrían hablar de paz; pero si deseaban disfrutar del botín de guerra a su placer, él no se había olvidado de los daños infligidos por sus compatriotas ni de la amabilidad que habían mostrado quienes ahora eran sus anfitriones, y se esforzaría por dejar claro que su espíritu se había despertado, no roto, con el exilio. Los mismos legados fueron enviados por segunda vez, pero no se les permitió la entrada en el campamento. Según la tradición, los sacerdotes, envueltos con sus ropajes, fueron como suplicantes al campamento enemigo, pero no tuvieron más influencia con él que la delegación anterior.

[2.40] Después se juntaron las matronas y fueron ver a Veturia, la madre de Coriolano, y a su esposa Volumnia. No puedo asegurar si esto fue consecuencia de un decreto del Senado, o simplemente a causa del miedo de las mujeres, pero en todo caso tuvieron éxito convenciendo a Veturia para que fuese con Volumnia y sus dos hijos pequeños al campamento enemigos. Mientras que los hombres eran incapaces de proteger a la ciudad por las armas, las mujeres buscaron hacerlo con sus lágrimas y oraciones. A su

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llegada al campamento, se envió recado a Coriolano de que se había presentado una gran cantidad de mujeres. Había permanecido impasible ante la majestad del Estado en la persona de sus embajadores, ante el llamamiento que a sus ojos y ánimo hicieron los sacerdotes; aún más dura fue para con las lágrimas de las mujeres. Entonces, uno de sus amigos, que había reconocido a Veturia, de pie entre su nuera y sus nietos, y visible entre todos ellos por su gran dolor, le dijo: "Si no me engañan mis ojos, tu madre, tu esposa y tus hijos están aquí". Coriolano, casi como un loco, saltó de su asiento para abrazar a su madre. Ella, cambiando de tono de súplica a la ira, le dijo: "Antes de permitir tu abrazo, déjame saber he venido ante un hijo o ante un enemigo, si estoy en tu campamento como tu prisionera o como tu madre. Haber tenido una larga vida y una vejez infeliz me ha llevado a esto, ¿Que tenga que verte exiliado y convertido en enemigo? ¿Tendrás el corazón de arrasar este tierra en la que naciste y que te ha alimentado? ¿Cómo no cedió la ira hostil y amenazante con que llegaste al entrar en su territorio? ¿No te decías al posar tus ojos en Roma, 'Dentro de esas murallas está mi casa, mis dioses familiares, mi madre, mi esposa, mis hijos?'. Si yo no hubiese parido, ningún ataque habría recibido Roma; Si nunca hubiese tenido un hijo, habría terminado mis días como una mujer libre en un país libre. Pero no hay nada que yo pueda sufrir ahora que no te traiga a tí más desgracia de la que me has causado; cualquiera que sea la infelicidad que me espera, no será por mucho tiempo. Mira a éstos, a los cuales, si insistes en tus acciones actuales, les espera una muerte prematura o una larga vida de esclavitud". Cuando cesó, su esposa e hijos lo abrazaron, y todas las mujeres lloraban y se lamentaban de su destino y del de su país. Por fin, cedió y se compadeció. Abrazó a su familia, los despidió y levantó su campamento. Después de retirar sus legiones del territorio romano, se dice que cayó víctima del resentimiento que su acción despertó; pero en cuanto al momento y las circunstancias de su muerte, las tradiciones varían. Encuentro en Fabio, que es con mucho la mayor autoridad, que llegó a la ancianidad; dice de él que a menudo exclamaba en sus últimos años que un hombre no era viejo hasta que no sentía la completa miseria del exilio. Los maridos romanos no guardaron rencor a sus esposas por la gloria que habían ganado, tan absolutamente libres del espíritu de la envidia y la maledicencia estaban por aquellos días. Se construyó y consagró un templo a la Fortuna de las Mujeres que sirviera como recuerdo de su acción. Posteriormente, las fuerzas combinadas de los volscos y los ecuos volvieron a entrar en el territorio romano. Los ecuos, sin embargo, se negaron a aceptar por más tiempo el generalato de Atio Tulio, surgió una disputa en cuanto a qué nación debía proporcionar el comandante del ejército unido, y esto resultó en una sangrienta batalla. Aquí, la buena fortuna de Roma destruyó los dos ejércitos de sus enemigos en un conflicto tan ruinoso como obstinado. Los nuevos cónsules fueron Tito Sicinio y Cayo Aquilio -487 a.C.-. A Sicinio se le asignó la campaña contra los volscos, a Aquilio contra los hérnicos, pues también estaban en armas. En ese año fueron sometidos los hérnicos y la campaña contra los volscos terminó indecisa.