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En vigilante espera Acción Cultural Cristiana

Acción Cultural CristianaOBRAS PUBLICADAS 1. El movimiento obrero. Reflexiones de un jubilado. Jacinto Martín. 2. La Misa sobre el Mundo y otros escritos.Teilhard de Chardín

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En vigilante espera

Acción Cultural Cristiana

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OBRAS PUBLICADAS

1. El movimiento obrero. Reflexiones de un jubilado.Jacinto Martín.

2. La Misa sobre el Mundo y otros escritos. Teilhard deChardín.

3. El Clamor de los pobres de la Tierra. Acción CulturalCristiana.

4. El valor de ser maestro. Carlos Díaz.5. El personalismo. Enmanuel Mounier.6. Escuchar a Dios, entender a los hombres y acercar-

me a los pobres. Antonio Andrés.7. Plenitud del laico y compromiso: Sollicitudo Rei

Socialis y Christifideles Laici. Juan Pablo II.8. El Fenerismo (o Contra el interés). Ideal e ideales.

Guillermo Rovirosa.9. Tierra de hombres. Antoine de Saint- Exupéry.

10. Entre la justicia y el mercado. Romano García.11. Sangradouro. Fredy Kunz, Ze Vicente y Hna.

Margaret.12. El mito de la C.E.E. y la alternativa socialista. José

Luis Rubio.13. Fuerza y debilidades de la familia. Jean Lacroix.14. La Comisión Trilateral. El Gobierno del Mundo en

la sombra. Luis Capilla.15. Los cristianos en el frente obrero. Jacinto Martín.16. Los derechos humanos. Acción Cultural Cristiana.17. Del Papa Celestino VI a los hombres. G. Papini.18. Teología de Antonio Machado. J. M.a González Ruiz.19. Juicio ético a la revolución tecnológica. E. A. Azcuy.20. Maximiliano Kolbe. Carlos Díaz.21. Carta a un consumidor del Norte. Centro Nuevo

Modelo de Desarrollo.22. Dar la palabra a los pobres. Cartas de Lorenzo Milani.23. Neoliberalismo y fe Cristiana. Pablo Bonavía - Javier

Galdona.24. Sobre la piel de los niños. Su explotación y nuestras

complicidades. Centro Nuevo Modelo de Desarrollo.25. Escritos colectivos de muchachos del pueblo. Casa

Escuela Santiago 1, Salamanca.26. España, canto y llanto. (Historia del Movimiento

Obrero con la Iglesia al fondo). Carlos Díaz.27. Sur-Norte. (Nuevas alianzas para la dignidad del traba-

jo). Centro Nuevo Modelo de Desarrollo. 28. Las Multinacionales: Voraces pulpos planetarios.

Luis Capilla.29. Moral Social. (Guía para la formación en los valores

éticos). P. Gregorio Iriarte O.M.I.30. Cuando ganar es perder. Mariano Moreno Villa.31. Antropología del neoliberalismo. Javier Galdona.32. El canto de las fuentes. Eloi Leclerc.33. El mito de la globalización neoliberal: desafíos y res-

puestas. Iniciativa autogestionaría.34. La fuerza de amar. Martin Luther King.35. Deuda Externa. La dictadura de la usura internacional.36. Aunque es de noche. José María Vigil.37. Grupos Financieros Internacionales. Luis Capilla.

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EN VIGILANTE ESPERA

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EN VIGILANTE ESPERA

ACCIÓN CULTURAL CRISTIANA

ACCIÓN CULTURAL CRISTIANA

Salamanca, 2000

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ACCIÓN CULTURAL CRISTIANA

Núm. 38

© ACCIÓN CULTURAL CRISTIANAc/. Sierra de Oncala, 7, Bajo dcha.Teléf. 91 478 12 2028018 [email protected]:/www.eurosur.org.acc

Depósito Legal: S. 1.293-2000

I.S.B.N.: 84-931516-2-9

Imprenta KADMOSTeléf. 923 28 12 39Salamanca, 2000

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Índice

Prólogo ............................................................................................ 9

Objeción total ................................................................................... 13

Culpables ......................................................................................... 17

El mal menor ................................................................................... 21

Voto en blanco ................................................................................. 25

Mientras… ........................................................................................ 29

Sin prejuicios… si es posible .............................................................. 33

Poder y autoridad ............................................................................. 37

¿Iberoamérica?… pero, hoy ............................................................... 41

Poder y autoridad (II) ......................................................................... 43

La economía «en suspenso» ............................................................... 45

Lo nuestro es la guerra ..................................................................... 49

Elección y elecciones ......................................................................... 53

Ave Caesar ...................................................................................... 57

La política y el bien común ................................................................ 63

La religión, problema político ............................................................ 71

Miseria del hoy único y omnipotente Dios .......................................... 77

Pro deo ........................................................................................... 85

Profetas y mártires ............................................................................ 89

Beneficencia y justicia ....................................................................... 93

Inestimable vida, la de todos .............................................................. 99

El trabajo, impagable ........................................................................ 103

Terca Europa .................................................................................... 109

El cerco a la persona ........................................................................ 115

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Persona, sociedad, estado .................................................................. 121

La trampa ........................................................................................ 125

Personas y estructuras ....................................................................... 129

Globalizar la justicia .......................................................................... 135

El equívoco voluntariado .................................................................... 139

Trágica inconsecuencia ...................................................................... 143

Pobres, justicia y militancia (¿Teresa de Calcuta versus Óscar Romero?) . 149

¿Entretenimiento o compromiso? ....................................................... 155

Por cuenta ajena ............................................................................... 159

Resurrección de los inocentes ............................................................ 163

La ONU democratizada ..................................................................... 169

Sin suelo y sin techo ......................................................................... 175

Sin suelo y sin techo (II). La persona, sagrada ..................................... 181

Miedo y violencia .............................................................................. 187

Derecho de Protesta ......................................................................... 191

Bien común universal ........................................................................ 197

Bien común universal (II). Sujetos y protagonistas ................................ 205

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Prólogo

Con este título, En vigilante espera, te ofrecemos recopilados, amable lec-tor, los editoriales publicados en la revista Cultura para la Esperanza a lo largode los últimos años. Los creemos, a pesar del paso del tiempo, de gran utilidadpara el análisis y la comprensión esperanzada de nuestra realidad social. Pues, deesperanza y espera se trata; sin las cuales no es posible el compromiso entusias-mante del militante; sin el cual, a su vez, se hace arduo en extremo el camino deun profunda transformación social.

Vivir en la esperanza, vivir a la espera. Lo mismo con la palabra esperanzaque con la palabra espera se hace referencia al anhelo de que algo que con vehe-mencia deseamos se va a cumplir. Y con ambas, también, se significa que lo queanhelamos, en gran parte al menos, si no en su totalidad, nos ha de ser otorgadodesde fuera, bien por personas, bien por determinados acontecimientos.

Ambas cosas, la esperanza y la espera, son constitutivas de la personalidadhumana, por ser precisamente la persona un ser abierto a realizarse por la inter-comunión con el otro y con lo otro, en mutuo dar y recibir. Un profundo deseode mayor perfección de sí mismo, de mayor acabamiento de su propio ser, estáde tal manera ínsito en la raíz de cada persona que no puede extinguirse en ellasin destruirla. La inestinguibilidad de los deseos más profundos no es el menosimportante de los caminos para abrirse a la Trascendencia; si no queremos inter-pretar al hombre como un ser absurdo, anheloso siempre de lo imposible.

La felicidad, pues, no está en apagar todo deseo y anhelo, sino en saber dis-cernir qué es adecuado desear y qué no; cuáles son los deseos que perfeccionany cuáles vacían, resecan y destruyen; con qué medios se cuenta y cuáles son losadecuados para satisfacerlos; qué esfuerzo hemos de realizar nosotros y qué partede su cumplimiento ha de venirnos de fuera (del Otro, de los otros, de lo otro);qué fundamento tenemos para esperar que los otros nos van a otorgar esa com-plementación que necesitamos, y qué resortes deben impulsarnos a ofrecer a losdemás esa complementación que, a su vez, esperan de nosotros.

La tragedia humana está, precisamente, en que, necesitando a los demás, noesperamos a que ellos se nos otorguen en libertad, sino que les arrebatamossus servicios y sus personas a la vez que procuramos dejarles sin acceso a lo otro(bienes de la naturaleza) que previamente hemos acotado para nosotros. Este esel origen de todo desprecio, esclavitud, explotación, desigualdad, exclusión e injus-ticia; en definitiva, de toda lucha y confrontación. La desesperanza y la desespe-

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ración proceden siempre de no otorgar confianza a nada ni a nadie, de con-fiarlo todo a las fuerzas y posibilidades de uno mismo en soledad. Porque no cree-mos ni nos fiamos de nuestro prójimo, nos volvemos agresivos.

Somos conscientes –¿cómo no?– de hasta qué punto nuestra civilización estáenferma de desesperanza –a veces, de desesperación– y violencia que engendramuerte; pero sabemos, también, que aumenta en muchos la conciencia de quepor ahí se nos alejan cada vez más la felicidad y la paz, y que actúan en conse-cuencia. Aumentar el número de éstos es nuestro anhelo y nuestra tarea. Hoy másque nunca tenemos motivos para esperar cordura cuando tantos caminos de locu-ra se han mostrado ya falaces e intransitables.

Por lo demás, la esperanza se construye revitalizando sus fundamentos, queno son otros que el convencimiento de que en la persona el bien –que, sin duda,en su naturaleza posee– puede imponerse sobre el mal cuando se entra en since-ra y leal comunicación y comunión de unos con otros. Lo que normalmente seentiende por diálogo. El leal intercambio de convicciones y sentimientos, confia-damente expuestos por unos y por otros, está en la base de una necesaria accióncomún que a todos nos libere. Para todo ello hay que aportar luz, fuerza, cons-tancia, respeto.

Esta es la finalidad que se propone Cultura para la Esperanza y que haintentado transmitir desde los editoriales que ahora publicamos reunidos: crearesperanza desde la verdad, huyendo de la opacidad y oscuridad de la menti-ra. El engaño y el miedo son lo más opuesto a una esperanza que aliente la pazy la justicia. Pero crear esperanza en vigilante espera.

La esperanza, semánticamente, pone el acento en la confianza otorgada aQuien y a quienes pueden cumplir nuestros deseos, puede y quieren hacernos elbien porque nos quieren bien. La espera, más bien, acentúa el sentido de res-ponsabilidad, de vigilancia y compromiso para acoger activamente toda actitud ytodo acontecimiento en que a nosotros se nos otorga confianza y se nos ofreceoportunidad de servir y hacer el bien. Vigilar para que fructifiquen todas las semi-llas de bien que, de una manera o de otra, nos están confiadas.

Por eso, se vive EN esperanza –situados en ella– y se está A la espera–dispuestos a la acción que responde–. Nosotros, al hacer el cruce de preposicio-nes y titular En vigilante espera, queremos significar que en la militancia, genui-namente humana, ambas actitudes van unidas: serenidad y compromiso, valentíay sumisión a lo que la realidad exige, arrojo y paciencia, confianza y esfuerzo,gozo y sacrificio, otorgar y recibir.

Porque todos los editoriales que te dispones a leer están escritos para susci-tar, alentar, sostener e iluminar la militancia: a cuantos luchan por la verdad, porla justicia y por la fraternidad entre los hombres.

Te los ofrecemos por el orden en que fueron apareciendo –de 1991 a hoy–porque entendemos que así pueden comprenderse mejor, en las circunstancias en

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que fueron inspirados, sin que por ello pierdan lo que puedan tener de profundi-dad y permanencia.

Podríamos, sin duda, haberlos ordenado por temas: el trabajo, los derechossociales, los valores sociales, el poder y la autoridad, la política, la economía,la violencia, las víctimas, etc., pues todos ellos, de una u otra manera, se abor-dan. Pero siempre aparecería como una clasificación artificial, ya que no fueronescritos con voluntad sistematizante sino vital: al servicio de la militancia en cadamomento y en todo momento. Dejamos, por tanto, la sistematización al buenentendimiento del lector.

Nosotros esperamos de cuantos los lean que se sientan impelidos a ser mili-tantes entregados, abnegados, generosos. A la espera de encontrarnos en lalucha, gozosos os saludamos.

Acción Cultural CristianaAgosto del 2000

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Objeción total

Estamos en el tiempo de los objetores y de las campañas contra: objetoresfiscales, objetores antimilitaristas o nucleares, objetores ecologistas; objeción a laley de extranjería, a la tortura; campaña contra la droga, campaña contra el ham-bre, contra el apartheid, contra la presencia de tropas extranjeras; campaña con-tra el paro, contra la economía sumergida ...

A nosotros todas las objeciones y campañas que se hagan contra los innu-merables males que acarrea el sistema vigente, neocapitalista, imperialista y con-sumista, nos parecen bien.

Pero ¿han pensado, por ejemplo, los objetores al servicio militar que unejército profesional mata más y mejor que un ejército de reclutas? ¿No es, acaso,que sí queremos las guerras, pero con sangre ajena? La objeción militar ¿qué sig-nifica sin el desmantelamiento de la industria armamentista?, ¿puede desmante-larse tal industria mientras «necesitemos defendernos» de los pobres del TercerMundo (árabes, negros, asiáticos y sudamericanos), a quienes arrebatamos mate-rias primas y endeudamos para que consuman cuanto les ordenamos? ¿Puedehaber Paz sin justicia? ¿Puede haber justicia en un clima de exaltación de la vio-lencia? ¿Puede no exaltarse la violencia en una sociedad competitiva donde, pordefinición, se triunfa sobrepasando (pasando sobre) a los demás?

¿Puede hacerse objeción ecológica sin cuestionar el modelo de desarrolloeconómico y social vigente? ¿Tiene sentido salvar Doñana, mientras se contami-nan ríos y mares? ¿Puede pararse este modelo de desarrollo mientras el lucro, eldinero y el consumismo hedonista sea el motor de la economía?, ¿mientras losque se enriquecen a velocidad vertiginosa sean los modelos propuestos, admira-dos y seguidos por la juventud?, ¿mientras el lema de la vida sea el goce y el dis-frute?

¿Puede hacerse objeción fiscal al Ministerio de Defensa y no al de Justiciaque es la salvaguardia de las leyes represivas, ni al de Industria que permite y aúpaindustrias de armamento y contaminantes, ni al de Educación que no logra un ciu-dadano solidario y responsable, ni al de Trabajo, incapaz de controlar el paro, nial de Hacienda, ciego para la economía sumergida?

Podríamos seguir así, haciéndonos preguntas hasta el infinito. Así están deconcatenados los males.

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Nos duele tanto esfuerzo inútil porque, por falta de un análisis certero de larealidad, no se atacan las causas de tantísimos desmanes como el sistema socialcomete.

Creemos, no obstante, que pueden servir si los utilizamos para dar y tomarconciencia de que el mal es más profundo.

Entendemos nosotros que de poco sirve atacar, siquiera sea desenfrenada-mente, los síntomas del mal si se dejan intactas las fuentes que tales males origi-nan. Puede descansar tranquilo el sistema mientras nos halle ocupados en seme-jantes tareas que, en la mayoría de los casos, son sólo válvulas de escape yseguridad para que lo esencial pueda seguir igual.

Tenemos necesidad de descender hasta los últimos valores que estructuran lasociedad en que vivimos, de los que se nutren y son exponentes los hechos con-tra los que luchamos.

Nuestra sociedad está éticamente sustentada sobre el individualismo ambi-cioso, el hedonismo consumista y el dominio inmisericorde.

Económicamente, en el imperialismo de los truts y empresas multinacio-nales cuya cúpula está entre los dirigentes, no tanto políticos profesionales cuan-to financieros, empresarios, economistas, pensadores y científicos de EE.UU.,Europa y Japón.

Políticamente, desaparecido el enfrentamiento de bloques, en un imperia-lismo del Norte, rico y poderoso, sobre el Sur, pobre y sometido.

Socialmente, en el más estricto corporativismo antirrevolucionario.Sindicatos, partidos políticos y aún gobiernos no han abocado todavía a plantea-mientos de justicia mundial. Están inmersos en problemas «domésticos» mientrasel imperialismo gobierna la economía y la política del mundo y puede contentarlas exigencias corporativas de unos u otros grupos e incluso países.

A esta sociedad inhumanamente estructurada, y no sólo a los efectos queproduce, nosotros hacemos OBJECION TOTAL. La rechazamos en su raíz y ensus concreciones.

Eticamente, defendemos: frente al individualismo, la fraterna solidaridad;frente al hedonismo, la generosa austeridad; frente al dominio, la justicia y el res-peto. Y todo ello, para que sea real y no palabras, ha de ser llevado a cabo desdelos pobres y los últimos, o mejor, desde los que hemos empobrecido y excluido.En una palabra, desde la fraternidad (la gran olvidada del lema de la RevoluciónFrancesa) que lleva a la militancia, a la lucha. Este militante, con esta ética, seráel hombre nuevo capaz de regenerar la sociedad.

Nuestra objeción es, pues, total a la ética al uso. Y desde ahí lo es a la eco-nomía, a la política y a la sociedad. La economía, la política imperialista y el chatocorporativismo se hundirán en la medida en que hagamos planteamientos globa-les y mundiales de lucha por los pobres del mundo.

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Mientras tanto debemos estar presentes en esta sociedad:– Creando militancia, es decir, luchadores que, ya de entrada, se colocan

fuera y contra los circuitos sociales vigentes.– Denunciando las causas de la perversa organización social.– Creando conciencia entre los pobres y entre el pueblo para que no se enga-

ñen con los señuelos y las migajas que el sistema les ofrece mientras mueren sushermanos.

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Culpables

Por desgracia la condición humana parece exigir catástrofes como la guerrapara sacudirse la pereza mental y la modorra de su voluntad. Por ello, a estas altu-ras, quien más quien menos, todos tienen formada su opinión y han adoptadopostura ante el conflicto bélico del Golfo Pérsico. También nosotros, por exigen-cia ética (en circunstancias así es obligado definirse), queremos manifestar nuestropensamiento y nuestra posición frente a este feroz enfrentamiento.

En primer lugar, afirmamos con absoluta contundencia y rotundidad que estaguerra es injusta e inmoral: porque la destrucción del adversario, la muerte y elsufrimiento de ingentes muchedumbres de inocentes, el despilfarro en materialbélico del pan de millones de personas sin el cual van a perecer, el estrago ecoló-gico que pone en peligro la vida de las futuras generaciones, el inolvidable einfranqueable odio que genera entre personas, naciones, pueblos y culturas enmodo alguno es un medio humano para solucionar confrontaciones entre hom-bres, por graves que éstas sean.

Sin embargo, con la misma contundencia osamos decir que, dado el hechoincontrovertible de que a lo largo de muchos años (y hasta siglos) se han idoponiendo los condicionamientos para la misma, esta guerra se ha hecho inevita-ble. Asentadas las bases de una situación conflictiva, es lógico y normal que éstasactúen y el estallido del conflicto se produzca.

Cuando la mayoría de los pueblos y países de la zona pasen sin solución decontinuidad de la sumisión al imperio turco al colonialismo inglés y francés, paraterminar en manos, unos, de jeques inmorales enriquecidos y en manos, otros, dedictadores sin escrúpulos; cuando se injerta a la trágala el estado judío en unambiente hostil desde siglos; cuando se eleva el petróleo árabe a la categoría demateria de primerísima necesidad para la supervivencia del género de vida de lospaíses ricos; cuando esta riqueza está controlada frente a toda justicia, por las mul-tinacionales del petróleo en connivencia, las más de las veces, con los gobernan-tes de estos países y sometiéndolos a extorsión, otras; cuando la riqueza del petró-leo no se traduce en una elevación económica, pero, sobre todo, cultural y deresponsabilidad política de los súbditos de los países productores; cuando enOccidente se desconoce y, por desconocimiento, se desprecia e infravalora elmundo cultural islámico y, a su vez, este mundo cultural islámico tiene concienciade este desprecio y marginación, incompatible con su ancestral orgullo; cuando alo largo de más de cuarenta años la confrontación Este-Oeste ha envenenado lazona favoreciendo a este o aquel estado o dictador según conveniencia de las

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superpotencias, exacerbando los conflictos y promoviendo el armamentismo;cuando en la ONU el veto de los grandes distorsiona, por la discriminación de per-sonas y países, la creación de un orden internacional justo (por otra parte desea-ble y exigido por la real interdependencia mundial de todos con todos) al exigir aunos lo que tolera a otros; cuando se elevan hasta cotas inimaginables los arse-nales de los países de la zona y del mundo y la producción de armamentos es unode los pilares de la economía mundial; cuando se dan juntas todas estas circuns-tancias, lo insólito sería que el conflicto no estallase, y sería farisaico rasgarse porello las vestiduras, porque todos somos culpables:

Culpables los EE.UU. por el imperialismo rampante que ejercen; culpable laURSS por propiciar, en su confrontación con el Oeste, la carrera de armamentosy meter a los pobres del mundo por caminos de violencia para, a la postre, dejar-les, vencidos y humillados, en manos del imperialismo; culpable la CEE, vil usure-ro mercader de armas, incapaz de articular una política coherente con el mundoislámico con independencia de EE.UU.; culpable Sadam Husein, manipulador desentimientos religiosos y patrióticos, erigido sobre el pedestal de la muerte y elfanatismo de su pueblo; culpables los responsables de las naciones árabes, ancla-dos, muchos de ellos, en periclitadas políticas medievales localistas o fundamen-talistas; culpables los partidos políticos, llamados de izquierda, que aceptan lospresupuestos políticos y económicos (no digamos ya los culturales del consumis-mo) del neocapitalismo a cuya esencia pertenece la lucha por el dominio delmundo; culpables los sindicatos y la clase obrera corporativista actual, insolidariaa escala mundial, incapaz siquiera de pensar, ni a escala nacional ni internacional,en una huelga que pare la producción de armas, la misma clase obrera que aguan-tó estoica, en nuestro país y en otros, tantas reconversiones industriales a benefi-cio y gloria del neocapitalismo; culpables las asociaciones e instituciones religiosasde todo credo que no se han mostrado capaces de inyectar espíritu de justicia tra-ducido en hechos por encima de los propios intereses particulares, ni de dar unavisión universal a su compromiso de acción, sea ésta económica, política, social,cultural o religiosa; culpables los ciudadanos de las democracias, que abdicande su responsabilidad entregando con su voto la libertad en manos de profesio-nales de la política, a cambio de una precaria seguridad para consumir y disfrutar,pese a quien pese; CULPABLES TODOS.

Si esto es así, se impone andar por caminos distintos, un cambio de rumbo.Ante todo, parar la guerra: que se oigan las voces de cuantos nos oponemos,

que se potencie la opinión pública contraria a la misma, que se apoyen todas lasiniciativas por la paz aquí y ahora, que se fuerce a los gobiernos a quedarse solosen su empeño bélico, que se sientan moralmente acorralados hasta que se les cai-gan las armas de vergüenza y oprobio, que se objeten los dineros de la guerra,que entre nosotros nadie pueda atreverse más a defenderla.

Y después, la creación de una nueva cultura. La vieja de muerte y destruc-ción, no nos vale; pero debemos conocerla para destruirla. Ella se basa en la teo-

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ría y práctica: a) del poder como generador de dominio que a su vez producesometimiento, b) del máximo enriquecimiento posible, sin parar en medios, quearrastra a la explotación y al empobrecimiento de los débiles que sucumben en lalucha, c) del hedonista bienestar individual que conduce al despilfarro de unospocos a costa de las necesidades de la mayoría. ¿No está esta búsqueda del domi-nio, del enriquecimiento y del capricho en la base de todos los hechos y razona-mientos que arriba aportamos? No es, ciertamente, por la práctica de ninguna vir-tud por lo que se hacen las guerras.

Nosotros propugnamos, pues, una nueva cultura hecha: a) de libertad, hijadel respeto a todos (personas, pueblos y naciones) que posibilite el protagonismoautogestionario de todos, b) de justicia, exigida por la fundamental igualdad huma-na, que obliga a nivelar todos los desequilibrios de pobreza allá donde se encuen-tren y produzcan, c) de solidaridad, nacida de la fraternidad profundamente senti-da, que, fruto del amor, acepta el gozoso sacrificio de entregar la vida en luchapor los otros.

Hay que sanar la raíz, no sólo cortar los malos frutos del árbol.Entre tanto, por todos los medios posibles y por parte de todos los hombres

de buena voluntad, hágase lo posible porque los responsables de la economía, dela política, de la ciencia, de la técnica, de la información, entren por caminos dejusticia. Pero no se olvide que, en lo profundo, todo dirigente es expresión de supropio pueblo. Por eso la tarea más importante y, por consiguiente, la más urgen-te es la formación de la mente, el corazón y la voluntad del pueblo y su vertebra-ción como sociedad. En esas estamos.

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El mal menor

Cuando, como espectador, se observa el acontecer político, económico,social, y aún religioso, de nuestra sociedad, se da uno cuenta con perplejidad, deque los protagonistas, individuales o colectivos, cual héroes de tragedia griega enmanos del Hado, se ven obligados a elegir entre caminos y acciones que les lle-van inevitablemente a realizar el mal. Dan la impresión (y así ellos lo manifiestancon frecuencia) de que se esfuerzan en elegir el mal menor para evitar un mal omales mayores pero, tan torpemente, que terminan en el sumo mal fruto síntesisdel menor y el mayor. El camino del bien parece que no existe como posibilidadpara ellos.

Así, por ejemplo, Gorbachov, ante la desintegración total de la URSS y suunidad como estado (mal mayor), elige, como mal menor, el fortalecimiento delpoder personal del Presidente (que es él). Pero, ¿qué puede suceder si, con lasleyes que otorgan tan singular poder al Presidente de la URSS, los conservadoreslogran colocar a uno de los suyos en el cargo? ¿No les habría ofrecido, servido enbandeja, el ejercicio de la dictadura? Y ¿no es éste el sumo mal del que quiere ale-jarse? Y, si él, el hombre de la perestroika se ve obligado a ejercer de dictador, ¿noes admitir (sumo mal) que no hay salida para la dictadura?

Entre la alteración del equilibrio energético, del suministro de petróleo y delorden internacional (mal mayor) y el seguimiento a Estados Unidos en su enfren-tamiento con Sadam Husein (mal menor), los responsables de los países de laComunidad Europea eligen lo segundo. Pero, ¿no significa eso verse abocado ala guerra, con la consiguiente pérdida de vidas humanas, y alejar, quizá por gene-raciones, la posibilidad de vivir en paz y justicia con el mundo árabe, nuestro veci-no? ¿No es ir con ellos a un estado de guerra permanente (sumo mal)?

Entre quedarse fuera del poder sin posibilidad de cambiar la sociedad (malmayor) y recortar las exigencias máximas del socialismo (mal menor), ¿no ha ele-gido este último el socialismo español (léase PSOE), hasta el punto de defenderen estos momentos todos los postulados básicos del capitalismo: la economía demercado, el lucro como motor de la misma, la competitividad, el enriquecimientoindividual, la privatización de bienes y servicios, etc.? ¿No es esto practicar lo quea lo largo de la historia, consideraron el sumo mal, y reconocer que en el mundono hay lugar para el Socialismo?

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Cuando ante el mal mayor de una crisis del sistema financiero mundial, seexige a los pobres el pago de la deuda externa (mal menor), ¿no estamos consi-guiendo el sumo mal de la muerte y el hambre de los inocentes?

Cuando en el orden individual, se nos dice que debemos votar al partido oprograma menos malo para no dar paso a otros peores, ¿acaso no se nos estádiciendo que la política es elegir entre malos (o entre males), lo cual es el sumomal que de la política se puede afirmar: que en ella siempre se hace el mal, aun-que sea el menor?

Ante estos hechos, y otros muchos que podríamos aportar, debemos pre-guntarnos ¿a qué se debe esta especie de fatalidad? A nuestro entender, a unabsurdo empeño de pretender realizar en política, en economía y, en general, enla sociedad, la cuadratura del círculo o, lo que es lo mismo, pretender la paz y lajusticia desde los privilegios y en coexistencia con ellos, cuando precisamente, sonlos privilegios los que impiden la paz y la justicia. Se parte del dato inamovible deque el nivel de vida o status de los países o clases poderosas es intocable y separte, otro absurdo, de que los privilegiados (sean países, grupos o clases) son losencargados de establecer la justicia en el mundo. Si el nivel de privilegios no puederebajarse, ¿cómo realizar la justicia?

El mal menor, aun en el hipotético caso de que se vaya a él de buena fe, esla parte de injusticia en la que ingenuamente se transige con el sistema de privile-gios, en la esperanza de que éste deje libres otros campos donde realizar la justi-cia, pero que el sistema, como el león de la fábula, utiliza como palanca paraagrandar y afianzar la injusticia.

Y es que existe un enorme malentendido en la praxis social, porque no esdesde la perspectiva del mal sino del bien, desde donde tiene solución la proble-mática económica, política y social. Ahora bien, el bien sólo se puede practicar(y proclamar) desde los últimos, desde los que no tienen otro título que exhibir quesu desnuda condición de hombres. Estos, y sus necesidades, son el criterio de ver-dad y justicia. Lo demás es chalaneo de privilegiados, que siempre acaban empeo-rando las condiciones de vida de los últimos.

Los legítimos protagonistas de toda transformación social son los pobres ylos que a éstos se han convertido sin hipocresías ni paternalismos, y las tareaspolíticas más urgentes a realizar son: que los excluidos tomen conciencia de lasituación en que se hallan, que encuentren su palabra y la digan frente a los pode-rosos, que se organicen desde sí mismos y hagan sentir su peso en las decisionesque les afectan y que vayan estableciendo a escala universal un mundo solidario.

Mientras tanto, y simultáneamente, se impone el tiempo de la militancia, dela lucha desde el esfuerzo y el sacrificio, de la voluntad de no ser asumidos por elsistema de privilegios en que vivimos, de desvelar y debelar sus mentiras y fala-cias.

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Frente al trágico pasteleo de lo posible y del mal menor en que se encuen-tran empantanadas la economía y la política, nosotros invitamos a realizar el máxi-mo bien posible: ponernos con efectividad al servicio de los últimos. Así, libera-remos a la economía y a la política de su pecado de origen: estar al servicio de lospoderosos.

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Voto en blanco

No está bien mirado ni comprendido el voto en blanco.Desde los partidos políticos (aunque no sabemos si con la boca pequeña. Ahí

está la democracia americana que nos sirve de modelo con su cerca del 60% deabstención en la elección de sus presidentes), desde los medios de comunicación,desde los teóricos de la democracia y de la ética cívica, desde los educadores yhasta desde los púlpitos y exhortaciones pastorales se le bombardea al ciudadanomedio para que, ante el dilema de votar positivamente o abstenerse, elija lo pri-mero; identificando el voto positivo con la responsabilidad y la abstención con lairresponsabilidad.

Quien se abstiene –dicen– no cumple con el deber de participar en la vidapública, no contribuye al bien común de la sociedad. O es un parásito del esfuer-zo ajeno o propicia con su inhibición toda clase de peligros de dictadura o totali-tarismo; pues deja la política en manos de muy pocos. Protestar con la abstenciónno conduce a ninguna parte, es pura negatividad.

Sólo quien vota positivamente –continúan– es un buen ciudadano, que, juntocon la responsabilidad, asume el riesgo (muy humano) de equivocarse.

Cuando este ciudadano (y ¡cuántos están en esta situación!) se angustia por-que ningún programa, ni el talante de los candidatos, ni la acción realizada por lospartidos políticos que los presentan le satisface, y duda sobre qué opción tomar,si votar o abstenerse; se le tranquiliza la conciencia con la manida definición deque «la política es el arte de lo posible» y con que exigir perfección en estos menes-teres es puro idealismo.

Lo que le corresponde hacer al ciudadano es estudiar con cuidado los corres-pondientes programas y personas y, en caso de no encontrar ninguno que le satis-faga, elegir el menos malo, el que menos se aleje del concepto de sociedad que éldesea. La sociedad no puede pararse por exigencias de perfección.

Pero nosotros afirmamos que en esta cuestión hay una enorme falacia.Porque no se trata en realidad de un dilema, sino de un trilema. Entre votar posi-tivamente, dando el voto a una opción concreta de las presentadas, y abstenerse,hay una tercera posibilidad: votar en blanco, es decir, rechazando todas las opcio-nes presentadas.

Al voto en blanco no se le puede imputar la acusación de irresponsabilidadque con razón se atribuye a la abstención, la cual –-estamos de acuerdo– apoyasiempre la absolutización del poder. Sin embargo, el ciudadano que vota en blan-

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co da, y clamorosamente, respuesta a la consulta de las urnas. No se queda encasa. Manifiesta lo que piensa: a la sociedad en que él vive, y tal como él la vive,ninguna opción propuesta le sirve.

También es falaz el razonamiento, que llaman posibilista, de quienes, so pre-texto de una imposible perfección acabada y total, quieren que aceptemos el sis-tema político tal cual, eligiendo sólo entre diversas variaciones del mismo.

Estos, de hecho, niegan la perfectibilidad social y humana. Ciertamentenunca alcanzaremos la perfección completa, pero siempre es posible caminarhacia ella y alcanzar metas parciales más elevadas.

Y aquí está el problema. Si el sistema político vigente cierra los caminos auna sociedad mejor, y más si la hace caminar a peor, es lícito (y necesario) denun-ciar con el voto en blanco que cuantos entran en tal sistema son cómplices de talempeoramiento, y que lo son también quienes, sabiéndolo, votan una opción porsalir del paso, porque les han dicho que algo hay que votar. En este sentido el exi-gir el voto positivo es una coartada para que el sistema no cambie nunca.

Pero el voto en blanco no es sólo denuncia de un sistema. Tiene el valorestratégico, puesto que nace de la reflexión y la responsabilidad y sólo se logra enla madurez política, de ir creando una conciencia y un comportamiento políticoalternativos, más cercanos a la persona y a la sociedad y más alejados del Estadosiempre esclerotizante. En ello está la esperanza de un futuro cambio del sistema.

Y tiene también un valor táctico: minar la autocomplacencia de los políticosprofesionales ante la resistencia activa y manifiesta de un grupo numeroso de ciu-dadanos.

Por vía de ejemplo, ofrecemos algunas razones que nosotros tenemos (y queusted también puede descubrir) para ejercer nuestro derecho al voto en blanco:

1.º Nuestro sistema legal político es injusto, pues a ningún nivel (municipal,autonómico y nacional) contempla, por particularista (no es de su incumbencia) lasnecesidades de los pobres que son las 2/3 partes de la humanidad. Es un sistema,todo él, que se inhibe ante los problemas más graves de la humanidad: el hambrey la guerra, por ejemplo; cuando no es causa de la existencia de tales males a tra-vés del comercio, el sistema financiero, las leyes nacionales e internacionales, etc.El carácter reivindicativo y mendiguista de las políticas municipales y autonómicasen relación con el estado y de éste con los organismos internacionales, todo elloen la línea del enriquecimiento, amplía la miseria y la marginación, imposibilita-das éstas, como están, de entrar en la competencia propia del sistema o en losgrupos de presión. En nuestro país con ocho millones de pobres hemos superadolos 10.000 $ de renta per cápita por persona y año.

2.º Como consecuencia de lo anterior ningún partido tiene interés en crearconciencia política en el pueblo, sino únicamente aletargarle con promesas elec-torales que no se cumplen. Así se ejerce la política como profesión y no como ser-vicio.

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3.º La democracia en este sistema de consumidores es sólo formal pues matala iniciativa, la creatividad y la militancia indispensables para el progreso y la con-creción de formas de vida solidarias, autogestionarias y comunitarias que es lo ver-daderamente humano.

Después de todo lo dicho, y por mucho más, entendemos que el voto enblanco es, en estos momentos, el más responsable y, por consiguiente, elmás inteligente.

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Mientras ...

En nuestra sociedad hay una conciencia vivísima de los propios derechos porparte de cada individuo humano; comenzando por el derecho... a las vacaciones.Vaya por vía de anécdota dos casos recientes que nos han acaecido. Un amigonuestro siente que se le han desmoronado sus vacaciones porque un familiar lelocalizó y le hizo abordar un problema que pedía urgente solución. Un grupo depersonas, que se autoproclaman cristianas, se niega a asistir a un encuentro detrabajo social en tiempo de vacaciones porque, dicen, no hay que mezclar el com-promiso cristiano con el «debido y merecido» descanso.

Efectivamente, considerado en abstracto, ¿acaso no tiene derecho una fami-lia a un mes de vacaciones?, ¿acaso no a una segunda vivienda en el campo, enla montaña o junto a la playa, con aire acondicionado si es posible?, ¿acaso no apoder enviar a sus hijos al extranjero a aprender idiomas?, ¿no tiene derecho unprofesional de alta cualificación, un técnico, un ingeniero, un hombre de nego-cios, un piloto de aviación a ganar por encima de las 250.000 ptas. mensualescomo mínimo?, ¿quién no lo tiene, en nombre de la libertad, a disfrutar de lo suyo,desde su cuerpo hasta sus bienes, según su voluntad, capricho o interés?, ¿por quéno vamos a tener derecho los españoles a los 10.000 dólares de renta percápitaque ya hemos alcanzado?, ¿o a los miles o millones de nuestra cuenta corriente?,¿y a la renta de nuestro salario fijo?, ¿y a la seguridad que todo ello lleva consigo?

Y en el orden social ¿quién va a negar sus derechos (por otra parte tan biendefendidos por sus usufructuarios) a los colectivos de controladores aéreos, con-ductores de RENFE, funcionarios con sueldo asegurado de por vida, obreros consueldo fijo, profesores, inspectores de Hacienda, notarios, registradores de la pro-piedad, altos ejecutivos a punto de infarto por su trabajo, etc., si de ellos depen-de la estabilidad de la sociedad en su actual «orden vigente»? ¿Quién va a negar elderecho a vivir bien a los que viven bien?.. con lo que han trabajado por conse-guirlo!

Y en el orden nacional ¿no tiene derecho un país a una red de autovías?, ¿aun tren de alta velocidad?, ¿a numerosas universidades y centros de educación yformación?, ¿a una seguridad social y a una asistencia sanitaria? Sin duda, y elloes un signo del grado de desarrollo de una nación.

Y en el orden internacional ¿no tiene, por ejemplo, la vieja Europa derechoal fruto de tantos siglos de pensamiento, de cultura, de esfuerzo económico, cien-tífico, técnico, etc.?

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Como decíamos al principio, hablando en abstracto y sin mirar ni a derechani a izquierda, ¿quién puede negar ningún derecho a nadie sea individuo, grupo onación?

El problema lo plantea y lo complica el comparar, el mirar alrededor, el«MIENTRAS...»

Porque MIENTRAS unos viven bien, otros mueren malamente; MIENTRASunos disfrutan un mes de vacaciones, otros han de aguantar el calor o el frío sinmoverse; MIENTRAS unos tienen casas, otros no tienen ninguna o habitan unachabola; MIENTRAS unos comen en abundancia, a otros los mata el hambre;MIENTRAS unos son políglotas o científicos, otros son analfabetos; MIENTRASel sueldo de unos da acceso al derroche, el de otros no cubre la subsistencia.

MIENTRAS unos tienen sueldo fijo, otros están en paro o no podrán traba-jar nunca; MIENTRAS unos grupos viven privilegiados en la sociedad, otros sondespreciados y tenidos en menos.

MIENTRAS unos países disponen de una amplia red de carreteras y aero-puertos, otros no disponen de agua potable. MIENTRAS unos están en la era dela electrónica, otros recogen el café grano a grano. MIENTRAS unos tienen reser-vas alimenticias y energéticas para años, otros padecen hambrunas con puntualperiodicidad.

En definitiva: MIENTRAS el rico Epulón banquetea, el pobre Lázaro nisiquiera las migajas de la mesa puede comer.

El problema de la Humanidad hoy (y siempre) es el de la SIMULTANEIDADde situaciones vitales humanas enormemente desiguales e injustas, porque estadesigualdad e injusticia es la que cuestiona, EN CONCRETO, todos los derechosque EN ABSTRACTO, parecen debidos a los «felices poseedores» de los mismos.¿Por qué ellos sí y otros no?, ¿está en la naturaleza de las cosas la muerte de niñosinocentes, el hambre de millones de personas, la ignorancia, las guerras, la mise-ria, la explotación o la droga?

Esta desigualdad ¿no es ya, de suyo, injusta?, ¿dónde queda la proclamadaigual dignidad de todas las personas?, ¿es compatible la dignidad con la degrada-ción en que tantísimos viven? ¿A la vista de los enfrentamientos y separaciones,podemos considerar realmente una a la especie humana?, ¿acaso nuestra especiehumana no se rige, en la realidad, por un darwinismo social donde a escala deindividuos, grupos o naciones, sobreviven los más fuertes, los mejor dotados? ¿Lalucha por la existencia, no es la única regla vigente entre nosotros?, ¿acaso nues-tra inteligencia, nuestro tesón y voluntad se nos han dado para dominar, y no paracolaborar? ¿No es un signo de que la desigualdad y la injusticia entre los hombreses antinatural la necesidad que tenemos, quienes disfrutamos de derechos, dedefendernos con toda clase de armas (y de leyes) contra los que no poseen los mis-mos derechos que nosotros, no sea que nos los arrrebaten? ¿Me es lícito a mí que

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vivo bien, desentenderme de la suerte de todos los demás porque yo tengo dere-cho a vivir bien?

En estos momentos, en que los medios de comunicación ponen ante noso-tros constantemente la sangrante desigualdad entre los hombres en todos los orde-nes (desigualdad que a través de la violencia lleva a la muerte de muchos, MIEN-TRAS una minoría ya ni imaginación tiene para derrochar lo acumulado), elprincipio de toda sabiduría, de toda filosofía, de todo razonamiento, de toda refle-xión verdaderamente humana no puede ser otro que el preguntarse el porqué deeste terrible MIENTRAS de la disparatada injusta desigualdad humana… y con-testar. Contestación que vitalmente nos va a implicar a nosotros, a los demás y almismo Dios. No hay otra posible metafísica real.

Algunos ya contestaron, y son conscientes de haber organizado el mundo asípara preservar sus privilegios de poder, saber y disfrute. Son los responsables aescala global de la organización del mundo: los dueños de las guerras y el dinero,con la ciencia y la técnica arrojadas a sus idolátricos pies.

Muchos contestan con un encogimiento de hombros; como rebaño sorpren-dido por una tormenta, que después de ver el rayo y oír el trueno siguen pacien-do. No dan la talla: ni piensan ni sienten a escala de hombres. Y, ¿no estamos enesta situación la mayoría, aturdidos por los altavoces del consumismo que nosatruenan: «come y calla, contigo no va la suerte de tu prójimo»?

Otros, cínicamente, negando la historia, echan la culpa a las víctimas, queson ignorantes, malas, incultas y perezosas o de inferior calidad, nacidas para elsometimiento; como si a quien está debajo sólo fuera posible pisarle y nuncalevantarle.

Para otros toda la responsabilidad es del sistema social, económico o políti-co, como si un sistema social fuera posible al margen de la voluntad humana, eindesmontable una vez puesto en marcha.

Otros, beneficiarios del sistema, hipócritamente, dan limosna con la izquier-da mientras roban con la derecha, siempre infinitamente más de lo que devuelven.

Otros, fundamentalmente entre las víctimas, reaccionan (lo que es humana-mente lógico) visceralmente, rechazando con violencia la violencia; a riesgo, comoya está ocurriendo ante nuestros ojos, de terminar en un enfrentamiento global depobres contra ricos a escala mundial.

Otros, solidarios con las víctimas renunciando a privilegios luchan junto conotros por aterraplenar con la justicia y el amor gratuito las desigualdades de todoorden, individuales, sociales e institucionales existentes, con todos los medios a sualcance; sabiendo que en la división del mundo entre dominadores y dominadosla única dignidad posible es estar del lado de las víctimas, con la palabra, con laacción y con la vida. De estos queremos ser nosotros, y tú si quieres.

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Sin prejuicios... si es posible

A partir de 1989, con el ascenso de Solidaridad al Gobierno de Polonia, conla consolidación de las revoluciones pacíficas de Hungría y Checoslovaquia, conla caída del muro de Berlín, la posterior unificación de Alemania, con la desapa-rición de los dictadores de Rumania y Bulgaria, con la «obligada» represión de laplaza de Tiannammen en China, con el frustrado golpe de estado del pasadoagosto en la URSS, con la actual descomposición acelerada de Yugoslavia, con elestallido de la minería en Albania, se ha puesto de manifiesto, sin duda alguna, lainviabilidad del comunismo como sistema social, político y económico, y su infe-rioridad práctica frente al sistema neocapitalista por el que ha sido derrotado.

Una crisis de estas características, que trastorna profundamente desde elmapa político mundial hasta lo íntimo de las conciencias pasando por las alianzasestratégicas y la reordenación del comercio mundial, es una invitación inaplazablea la reflexión y al examen de conciencia, pues en la apuesta por el sistema comu-nista ha sido mucha la sangre derramada a favor y en contra, muchas las ilusio-nes puestas y mucha la fe perdida.

Nunca será suficientemente exhaustivo el análisis de un sistema, hundido elcual, hay que retomar en el Báltico, en la URSS, en Checoslovaquia, enYugoslavia y en los demás países los mismos problemas de fondo, étnicos, nacio-nalistas, culturales, políticos, sociales, económicos y religiosos, cuya existencia ori-ginó la Primera Guerra Mundial y que el comunismo voceó iba a solucionar defi-nitiva y «científicamente». Después de 70 años aparecen los mismos problemasque había originado el hundimiento de los imperios austro-húngaro y otomano.

Pero no pretendemos seguir por este camino. Basta con indicar la urgenciade la reflexión y el examen, que ha de ser hecho por muchos y desde diversos ydiferentes puntos de vista y enfoques.

Lo que nosotros pedimos, por bien de la humanidad, es que el análisis sehaga con mirada limpia, sin prejuicios, ni autodefensas, ni justificaciones;mucho menos con sentido revanchista. Analizar desde prejuicios un asunto tangrave sería culpable.

En esta línea nos atrevemos a desvelar y a luchar contra lo que entendemosson tres prejuicios que se encuentran en la base de las actitudes con que enfocanel problema tres grupos de personas; prejuicios que por ser de índole antropoló-gica vician ya todos los análisis económicos, políticos e históricos posteriores.

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En primer lugar quienes están aún o estuvieron entusiasmados con el mar-xismo y el comunismo, con su ideal de justicia e igualdad, con su aspiración deerradicar del mundo la miseria y la pobreza, con su programa de producir segúnlas posibilidades de cada uno y recibir según las necesidades, achacan el fracasoal método seguido en la implantación del comunismo y al modo cómo se perpe-tuó. Abominan ahora de las dictaduras de izquierdas, de las represiones estalinis-tas, del sistema de violencia policial, del amordazamiento de la conciencia, etc.

Pero se niegan a revisar su falta de fundamentación ética. Sin solidaridad asu-mida voluntaria y personalmente no hay posibilidad alguna de comunión o comu-nismo, y sin fraternidad no hay solidaridad. Ahora bien, desde una concepción dela persona humana como resultado exclusivamente de fuerzas sociales y econó-micas, no hay base para que nadie «se determine» por sí mismo a ser fraterno ysolidario, hay que obligarle y obligarle siempre. La dictadura tiene que ser perpe-tua. No descubrir la singularidad de la persona como ser en sí frente a los otros ycomo criatura al mismo tiempo frente a Dios, ese es un error antropológico. Sintrascendencia religiosa, se nos esfuma el hombre y queda la bestia que hay quedominar a latigazos, si se puede.

En segundo lugar, los defensores del capitalismo, que se congratulan de laruina comunista, olvidando que la crisis del marxismo no ha supuesto ni muchomenos la eliminación en el mundo de las situaciones de injusticia y opresión exis-tentes en el mismo; y de las que se alimentaba el marxismo, instrumentalizándo-las.

La caída del comunismo sólo prueba, en buena lógica, que el caminoemprendido no fue el adecuado, en modo alguno que queden justificados los crí-menes, las guerras y los atropellos del viejo capitalismo y del moderno neocapi-talismo multinacional y supranacional.

Pretenden ignorar (ese es su prejuicio) que la base de su sistema no es la liber-tad asépticamente concebida sino la avaricia del lucro y la ganancia por encimade todo, para ejercer la cual siempre se necesita recurrir a la violencia, como losúltimos acontecimientos en el Golfo Pérsico acaban de demostrar. El capitalismoes, en su realidad cotidiana, la exaltación del fuerte y la explotación del débil.

En tercer lugar, los cristianos, más o menos tradicionales. Ya lo decían ellos:«Sin Dios nada puede permanecer. El ateísmo sólo produce opresión. Sólo desdeel amor que Dios infunde pueden abrirse caminos hacia la solidaridad y la justi-cia».

Pero (ese es su prejuicio) con facilidad olvidan su pecado de omisión. Noluchadores, consentidores, cuando no autores, de la injusticia, ciegan con barro laluz que debe iluminar a todo hombre. No descubrieron que somos siempre soli-darios en el pecado ajeno.

Nosotros defendemos un hombre libre de prejuicios. Un cristiano es solida-rio con el mal del mundo, y por ello luchador desde la luz y la fe. Un luchador por

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la justicia que sabe termina oprimiendo si no respeta la libertad del hermano y suconciencia. Un hombre emprendedor, consciente de que la avaricia le acechaveinticuatro horas diarias.

A la creación de este tipo de hombre convocamos, para andar los caminosde la verdad, de la justicia y de la paz sin prejuicios.

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Poder y autoridad

Hoy se habla y se escribe poco sobre la autoridad; lo cual no deja de ser unsíntoma del talante de la sociedad.

La razón de ello, entendemos nosotros, es que a la autoridad se la ha identi-ficado con el poder, hasta convertirla en un sinónimo del mismo. Y la lógica haimpuesto que, cuando la autoridad ha sido considerada únicamente como escabelo peldaño para alcanzar el poder, una vez afianzado éste, ya ni siquiera tiene sen-tido hablar de aquélla. Simplemente queda destruida, porque estorba.

La sociedad de hecho, discurre por cauces, armoniosos o conflictivos, depoder, y, por esta vez, el lenguaje se corresponde con la realidad: «el que puede,manda». Y a esto nos atenemos todos, a acumular el máximo de poder, sea eco-nómico, político, sindical, científico, técnico o de cualquier otro orden. Todo seutiliza hoy como instrumento de poder, desde la propia imagen y el dinero hastala política o la ciencia, pasando por las armas. Y todos creen, creemos, que pose-en mucha o poca autoridad según el poder que cada uno disfruta y ejerce.

Sin embargo, poder y autoridad son dos conceptos (y dos realidades) distin-tos.

El poder es la capacidad de hacer la propia voluntad y de llevar a cabo laspropias decisiones y de imponérselas a los demás. Tiene, pues, una doble ver-tiente.

Hacia uno mismo, la voluntad de poder lleva a proporcionarse toda clase demedios (desde los más materiales como la tierra y el dinero, hasta los más espiri-tuales como el conocimiento) que hagan posible, en una espiral progresiva yascendente, realizar cada vez con más seguridad los deseos de la propia voluntad.

En esta misma línea todavía, se ve a los otros como materiales aprovecha-bles para acrecentar el propio poder; de ellos podemos «recibir» múltiples apoyospara nuestros proyectos.

La segunda vertiente del poder mira a los otros para imponerles las propiasdecisiones.

En un primer estadio, mientras el propio poder no es muy fuerte, impone-mos que los demás «respeten» unas decisiones «nuestras» en cuya elaboración ellosno han tenido arte ni parte. Cuando el poder ya es muy fuerte, se exige que obien los demás no tomen decisiones (ya las toma por ellos el poderoso), o que lastomen en perfecta subordinación a él.

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Por eso el poder es siempre conflictivo.Cuando hablamos de armonía o de equilibrio de poderes o de poderosos, nos

quedamos en la superficie. Todo equilibrio de poderes es provisional, sólo se man-tiene mientras uno de ellos se hace lo suficientemente fuerte para vencer al con-trario.

En el fondo, todo poder tiende a ser absoluto, a que no haya decisión algu-na ajena al mismo. Tiende a ser todopoderoso y, por tanto, idolátrico; exige ado-ración de Dios único. No por casualidad se ha atribuido a sí mismo los atributosde la divinidad, como, por ejemplo, el premiar o castigar, incluso con la muerte.

Desde las disputas entre hermanos hasta las guerras entre naciones; desdelas luchas de clases hasta las guerras comerciales; desde las patentes de invencio-nes técnicas hasta la prohibición de comunicar secretos científicos; desde el «orde-no y mando» del cacique o dictador de turno hasta la imposición sin más de lavoluntad de la mayoría en un Parlamento; desde los conflictos tribales o naciona-listas hasta el derecho a veto en la ONU; desde el colonialismo de toda especie,los bloques ideológicos encontrados hasta el imperio de las multinacionales; desdeel robo a mano armada hasta la descomunal propaganda (dígase publicidad) con-sumista que nos «obliga a convencernos» de las excelencias del producto a consu-mir, la historia humana es, en gran parte, una sucesión de conflictos de poder ypor el poder, cada vez más amplios hasta serlo hoy a escala mundial (camino lle-vamos de que el poder cumpla sus sueños: que haya un solo poder universal). ¿Nova por aquí el Nuevo Orden Internacional, y no se modelan para ello las con-ciencias humanas?

Pero el poder lleva en sus entrañas la destrucción, porque necesita siempreposeer y dominar. Poseer bienes y dominar personas.

Poseer bienes significa, para el poder, tres cosas: arrancar sus secretos a lanaturaleza hasta dejarla exhausta si preciso fuere, eliminar a los otros del disfrutey del dominio de los bienes y defender con la violencia (con las armas) tales bie-nes del acoso de los desposeídos Dominar personas significa que no le quede posi-bilidad a nadie de elegir fuera de lo ofrecido y permitido por el poder, a ser posi-ble porque se han aceptado ¿valores? del mismo. ¿Qué otra cosa significa laaceptación del dinero y del placer como valores supremos a escala planetaria?

Hoy el problema ecológico a escala mundial, el hambre de dos terceraspartes de la humanidad, la terrible dificultad de acabar con las guerras y las armasde destrucción total, y la atonía o sordera moral de los países ricos son pruebacontundente de que el poder que ha estructurado el mundo conduce a loshombres a la muerte física y moral.

Los sistemas materialistas que dominan hoy o que han dominado hasta hoyo ayer, es decir, el capitalismo, el fascismo, el nazismo, el marxismo, el neocapi-talismo han visto, enjuiciado y edificado la sociedad desde la óptica del «juego delpoder» o, lo que es lo mismo, desde el egoísmo individualista, aunque se trate de

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individualismos de grupo que son los más peligrosos. Todos han ido (y van) a la«conquista del poder», para imponerse. El mundo ha sido de los poderosos de todosigno, y así nos ha ido a la naturaleza y a los hombres, especialmente a los pobres.

Y es que el poder acaba destruyendo la vida porque ni siquiera la entiende.Mirándose a sí mismo, ha olvidado que la vida es esencialmente comunión yrelación... Relación de hombres con hombres, de grupos con grupos, de nacio-nes con naciones, de época con época, de cultura con cultura, de las personas conla naturaleza, de cada uno de los elementos de ésta con el resto y con el conjun-to. Comunión que quiere decir necesidad del servicio prestado por todos para queexista el conjunto y cada una de sus partes e individuos. ¿Cuántos millones deaños trabajaron y cuántos elementos colaboraron para que existiese en la tierra lavida, que hoy el poder puede totalmente destruir en segundos?

Si hay esperanza (y la hay) hoy es porque en las entrañas de la naturaleza físi-ca y en lo más profundo del componente psíquico de las personas hay una ten-dencia, una pulsión incoercible hacia la comunión que nos hace admirar, contem-plar y respetar a la naturaleza como madre nutricia y ponernos al servicio de lavida humana, cuya posible destrucción nos horroriza.

Aquí está la lucha y el verdadero conflicto: entre las fuerzas destructoras delpoder y las fuerzas vivificadoras de la comunión solidaria. Crear la comunión altransmitir la vida, alimentarla, educarla, acrecentarla, perfeccionarla, embellecer-la y elevarla es el empeño, más o menos consciente, de muchas personas debuena voluntad, y por eso aún existe vida sobre la tierra.

De ahí el programa: CREAR LA VIDA Y ORGANIZAR LA COMUNION.Para ello hacen falta las fuerzas del espíritu, es decir, las del amor.

Quien siente el gozo de haber sido amado primero, quien comprende quetodo lo existente ha colaborado para que él tenga gratuita vida y existencia, quiense sabe don y regalo que a él mismo le ha sido hecho, quien se alegra de los rega-los de las vidas, diferentes pero no ajenas, de los demás, ese se ve impelido, porrespuesta al amor, a amar, a acrecentar y transmitir, también en gratuidad, lo reci-bido, a ser canal y no represa de la vida. Por eso, sólo el amor es sacrificio gozo-so y desinterés fecundo. Sólo el amor crea y no destruye.

A lo largo de los siglos han existido abundantísimamente el sacrificio y eldesinterés, aportados por infinidad de personas que pueden recibir con verdad eltítulo de autores (auctores) de la vida.

En esta línea de pensamiento y conducta se comprende y explica la autori-dad, que no es otra cosa que la misión otorgada a alguien, por su probada bon-dad y sabiduría, de orientar y coordinar las acciones de todos al bien común,entendido éste como el conjunto de condiciones sociales de todo tipo en que atodas las personas les sea fácilmente posible la vida en todos sus aspectos.

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La autoridad tiene, pues, un componente ético tanto por el sujeto que la ejer-ce como por los fines a que está orientada, tanto por su forma de transmitirsecomo de ejercerse.

Todo ello lleva consigo múltiples derivaciones prácticas que desarrollaremosen una segunda parte. Baste afirmar ahora como resumen, que el poder es domi-nio y la autoridad servicio; el poder procede del instinto ciego, la autoridad de lalucidez del amor. Luchemos contra el poder, salvemos la autoridad.

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¿Iberoamérica?… Pero, hoy

Siempre, para nosotros los españoles, ha sido actualidad la problemática delos países iberoamericanos. Ellos y nosotros formamos parte de una misma cul-tura: por idioma, religión, costumbres e idiosincrasia, organización política ysocial, etc., por encima de esporádicos enfrentamientos y desconocimientos y porencima de las lógicas consecuencias del mestizaje específico de aquellas tierras.

El V Centenario está siendo ocasión de un amplio debate sobre las relacio-nes entre España e Iberoamérica, especialmente en lo que atañe a la conquista,inculturación y evangelización nuestra allá y a nuestro comportamiento con losoriginarios pobladores de aquel continente.

Por ello dedicamos la mayor parte de este número de nuestra revista al temade Iberoamérica, a sabiendas de que es un tema «apasionante» en el sentido eti-mológico de la palabra: levanta pasiones.

Y queríamos nosotros que las pasiones no nos ofuscasen hasta hacer inefi-caz, para nuestras relaciones de hoy, el recuerdo de tal acontecimiento.

A modo de jalones de nuestro pensamiento lo esquematizamos en lassiguientes afirmaciones:

1.ª El descubrimiento o encuentro de España con América fue (ha sido) unhecho de primera magnitud en la historia del mundo. Para bien y para mal, desdeel punto de vista político, social, científico, religioso y cultural, el mundo (y no sóloel europeo) se configuró de manera distinta después de tal evento y precisamen-te a causa de él. Es, sin duda, por las experiencias y por las discusiones políticasy religiosas a que dio lugar, el origen de la conciencia universalista del hombre delRenacimiento y del hombre contemporáneo.

2.ª El proceso a que dio lugar el Descubrimiento se llevó a cabo con mezclade gravísimas injusticias, atropellos y crímenes, con sobrehumanos esfuerzos ycon caridad heroica, quizá propias las tres cosas del temperamento y del carácterespañol. Españoles eran quienes derrotaban a los indios en el campo de batalla olos extenuaban en las minas y quienes les auparon a unas formas de vida políticay social mucho más perfecta, a veces, que la suya propia y la de la metrópoli; quie-nes destruyeron culturas autóctonas y quienes les ayudaron a superar viejassupersticiones crueles y esclavizantes.

3.ª Es bueno y positivo estudiar con sentido crítico este proceso dilucidandoluces y sombras, felonías y heroísmo; pero huyendo de una falsa catarsis: como siacumulando cargos contra nuestros antepasados nos liberáramos nosotros de las

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responsabilidades que tenemos hoy con aquel continente, como si enalteciendolas glorias de nuestros ancestros ya nos debieran eterna gratitud las naciones.

4.ª Por ello, el V Centenario sólo debe ser ocasión para tomar conciencia deque el largo proceso histórico ha terminado situándonos hoy en campos distintos:nosotros entre los países ricos del Norte, ellos entre los pobres del Sur; nosotrosacreedores, ellos deudores; nosotros desarrollados, ellos subdesarrollados; noso-tros en abundancia, ellos en miseria; nosotros ¿en paz?, ellos en guerras y guerri-llas; nosotros elegimos el bienestar y el consumismo enganchándonos al carrotriunfal de Europa, a ellos los dejamos descolgados al aceptar las barreras que,para que no perturbasen nuestra tranquilidad, les impuso la misma Europa en laemigración, en las transacciones comerciales y técnicas, en el sistema financiero,en la ordenación internacional del trabajo, etc.

5.ª Convocamos, pues, a un acercamiento entre nosotros e Iberoaméricadesde la realidad actual, y no para que hagamos con estos pueblos hermanos nin-guna clase de paternalismos culturales o económicos, sino para que no les estor-bemos en su promoción y desarrollo, dejándoles ser ellos mismo sin distorsionar-les desde aquí con múltiples y solapadas formas de explotación; devolviéndoles enjusticia lo que hoy, como ayer, les estamos robando.

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Poder y autoridad (II)

En el editorial del número seis de esta revista definíamos el poder como «Lacapacidad de hacer la propia voluntad y de llevar a cabo las propias decisiones, yde imponérselas a los demás», y la autoridad como «La misión otorgada a alguien,por su probada bondad y sabiduría, de orientar y coordinar las acciones detodos al bien común, entendido éste como el conjunto de condiciones sociales detodo tipo en que a todas las personas les sea fácilmente posible la vida en todossus aspectos».

Al final del editorial afirmábamos que lo que allí decíamos tenía múltiplesderivaciones prácticas. Empecemos hoy por una de tipo político.

Existen gobernantes con poder y gobernantes con autoridad.Los dos tratan de conjuntar acciones y voluntades en una determinada direc-

ción, y aparentemente pueden confundirse. Veamos nosotros algunas diferencias:Los gobernantes con poder actúan al servicio de minorías, obligando a las

«masas» del pueblo a «aguardar» el cumplimiento de sus necesidades para cuandodeterminadas minorías estén suficientemente saturadas. Prefieren el orden a lajusticia.

Los gobernantes con autoridad actúan al servicio de los últimos, de los queaún no tienen cubiertas sus necesidades vitales o las tienen insuficientemente; des-montando privilegios de las minorías. Defienden la justicia, aún a riesgo de posi-bles conflictos con los privilegiados.

Los gobernantes con poder se ofrecen ellos mismos, y buscan el cargo comocreyéndose imprescindibles. Organizan campañas para ser elegidos y hacenostentación de sí mismos.

Los gobernantes con autoridad llegan a los cargos como a la fuerza tras largatrayectoria de servicio silencioso, y cuando la eficacia de su servicio ha trascendi-do a la sociedad y esta les obliga a servirla más ampliamente.

El gobernante con poder vive muy por encima del nivel medio de sus con-ciudadanos en dinero, vivienda, gastos suntuarios, ostentación, etc. Su originalstatus social no sufre quebranto sino que se eleva inmensamente, hasta hacer irre-conocible su origen, si acaso procediere del pueblo.

El gobernante con autoridad procura descender, para comprender, a losestratos sociales más bajos, y acepta sus formas de vida.

El gobernante con poder termina enriquecido, con honores y títulos.El gobernante con autoridad termina pobre, cuando no martirizado.

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Sin duda ninguna, podemos preguntarnos ahora: Todos los gobernantes queconocemos son gobernantes con poder. ¿Dónde están los gobernantes con auto-ridad?, ¿son siquiera posibles?

No vamos a dedicarnos a buscarlos a través de la historia, que sin duda losencontraríamos. Basta afirmar que, si ha existido alguno, pueden existir más. Y almenos uno, en nuestros tiempos gobernó con autoridad, el Mahatma Gandhi dela India, que terminó asesinado.

Porque, efectivamente, el poder tiene necesidad de matar a los que tienenautoridad, que es algo previo a ser o no ser gobernante; ya que la autoridad, quees bondad y sabiduría, es decir, honradez y preparación, pone a cielo abierto lasvergüenzas de los poderosos. Así, el poder eliminó a Jesús de Nazaret, a TomásMoro, a Gandhi, a Luther King, a Monseñor Romero y a tantos competentesluchadores por la justicia.

¿Qué hacer, pues, para que surjan gobernantes con autoridad? En primerlugar, conseguir que el pueblo la tenga, es decir, que sea bueno y sabio, que pro-duzca en abundancia ciudadanos notoriamente honrados y competentes, que des-cuellen en el servicio, sabio y eficaz, a sus hermanos, capaces de morir en el empe-ño por haber descubierto valores que dan sentido a su vida más allá de la muerte,los cuales, conduciéndose bien a sí mismos, conduzcan a otros más por el testi-monio de vida y su consejo que por las leyes existentes o la coacción externa.

Se impone, por tanto, una labor civilizadora y humanizadora que haga pasara los hombres del poder a la autoridad, o, lo que es lo mismo, del afán de domi-nio al servicio solidario, del hedonismo al sacrificio, del egoísmo al amor. Con unpueblo encadenado al consumismo, a la vida fácil y a un huronear a ras de tierrano puede haber libertad ni gallardía para la lucha, y pedimos a gritos alguien quenos gobierne con poder.

Ciertamente, la marginación y explotación de los pobres, la muerte de tan-tos hermanos nuestros inocentes, el hambre de tantos millones de personas sinmás delito que haber nacido en un mundo duro y cruel, donde imperan los fríosnúmeros de la economía, o los astutos juegos de equilibrio del poder político, o lanecesidad de los poderosos de mantener determinadas zonas de influencia, o ladificultad de reducir el armamentismo o la preservación del nivel de vida de lospaíses del Norte, nos exigen luchar ya, y organizadamente contra tan inhumanopoder. Pero, para que pueda esperarse una sociedad justa para el futuro, no sola-mente es necesario sino imprescindible asociaciones dedicadas al cultivo y pro-moción de personas con profundas convicciones éticas y morales, que se con-viertan en militantes luchadores por la justicia.

Antes este trabajo, de algún modo al menos, lo realizaban organizacionescívicas, políticas, sindicales, culturales y religiosas; desde luego, en la actualidad,más estas últimas que las primeras. Pero, ¿suficientemente? Creemos que no. Másbien, hemos retrocedido mucho en este terreno.

Y esa es la razón de nuestro empeño: luchar por una sociedad con autoridadmoral, por buena y sabia.

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La economía «en suspenso»

Los economistas, con denodados esfuerzos, andan desde hace muchos años,más bien siglos, sudando tinta por llevar a cabo lo que, a juzgar por los resulta-dos, parece ser la cuadratura del círculo: que los hombres, con la intervención detodos, produzcan y distribuyan los bienes suficientes para cubrir las necesidadesde todos.

Hoy el problema reviste especiales caracteres dramáticos debido a doshechos, en sí contradictorios, pero coexistentes en la realidad. Se nos dice hoypor parte de economistas de nombradía, como José Luis Sampedro, el equipo delClub de Roma, Adam Schaff o el mismo Willy Brandt, que la ciencia y la técnicapueden producir, y de hecho producen, bienes suficientes para toda la humanidad.Pero, simultáneamente, emerge mostrenca y acusadora la realidad planetaria delos pobres, hambrientos, ignorantes y excluidos.

De ahí la inquietud y desasosiego de los economistas, ¿cómo logramos,dicen, que a todos llegue lo que todos necesitan?

Claro que todavía quedan «genios» retrasados, pero vigentes, de drásticassoluciones: eliminemos los pobres, bien vendiéndoles armas para que se maten,bien impidiendo que sigan naciendo. Cualquiera de sano juicio comprende quepara ese viaje no se necesita alforja alguna de ciencia económica. Es, más bien,la negación de tal ciencia, el reconocimiento de que no es el instrumento adecua-do para la solución del problema.

Otros economistas encallan ya al dar por inamovibles determinados presu-puestos, dos fundamentalmente. No se puede, por utópico, ni siquiera intentarrebajar el nivel de consumo de las clases y países ricos, y, consecuencia de lo ante-rior, tampoco pueden reducirse los gastos de defensa de tal consumo frente a quie-nes podrían tratar de usurparlo.

Los economistas «serios» se mueven en lo que podríamos denominar dilemaeconómico: individualismo frente a colectivismo.

Los defensores del individualismo económico (llámese liberalismo, capitalis-mo, neocapitalismo, economía de mercado, etc.) razonan diciendo: dejemos, yanimemos, que los individuos y naciones, propulsados por la búsqueda del máxi-mo beneficio, se enriquezcan hasta el desbordamiento, en la seguridad de que detal desbordamiento se saciarán después todos los desheredados y empobrecidos.Estos, a su vez, en sana emulación, impelidos por el mismo impulso, se lanzarán

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a crear nueva riqueza, y así, en acelerada espiral, tanta riqueza habrá en el mundoque sobrará para todos.

Puede parecer caricatura esta simplificación, pero, reflexionando despaciosobre la realidad, se percibe que, bajo distintos ropajes científicos más o menossofisticados, éste es el planteamiento de fondo.

Pero las cuentas no les salen a los defensores del individualismo económico.Aparte de que el planeta, nuestra madre tierra, se resiente (ahí están con razóngritando los ecologistas), el desnivel entre ricos y pobres, y también el número deestos, aun en términos relativos, aumenta.

Afirman los segundos, es decir, los defensores del colectivismo: hágase unalista por los listos, o sea, por los gobernantes, de las necesidades humanas, pongael Estado a todos a trabajar en ellas, distribuya equitativamente el producto entretodos y ya tenemos realizada la justicia y el progreso.

Pero el pero está en que los individuos cuando no trabajan para ellos, hayque obligarles, y caemos en las dictaduras y en los totalitarismos, y en la inefica-cia del burocratismo. Las cosas no funcionan porque la mayoría trabaja para orde-nar a otros lo que tienen que trabajar.

De este árbol caído ya no se debe hacer más leña, porque ya no hay más.Del experimento los pueblos han salido pobres y enfrentados.

Es cierto que el Estado del Bienestar ha intentado ser una vía media entre losdos extremos anteriores, y ha conseguido aunar lo peor de los dos: el consumis-mo, hijo legítimo del capitalismo, y el dirigismo burocrático, pariente próximo delos totalitarismos.

Y aquí estamos. El individuo hoy día queda sofocado entre los dos polos delEstado y del mercado. Da la impresión de que existe sólo como productor y con-sumidor de mercancías, o bien, como objeto de la administración del Estado.

Por eso, cuando nosotros afirmamos que la economía está «en suspenso»,queremos decir suspendida, colgada de otros presupuestos que «ya no son eco-nómicos». Su justificación, la propuesta de sus fines y la elección de sus mediosno le pertenecen.

La técnica o ciencia económica capitalista, basada únicamente en la iniciati-va privada, sería correcta a condición de que cada individuo, en sus iniciativas,tuviera voluntad real de cubrir necesidades humanas auténticas y supieraponer límites, en la búsqueda del beneficio, a su propia ambición.

Pero el que haya o no tal voluntad, ya no depende de la economía sino dela ética. La motivación aquí no viene de fuera (ni puede venir), sino de las con-vicciones morales de la persona. Lo mismo puede decirse a la hora de recortar lapropia ambición.

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La determinación de las necesidades humanas exige, asimismo, un determi-nado concepto de la persona humana que tiene que ver, además de con la ética,con la antropología y la política.

Por otra parte, cuando no existe autocontrol de la ambición, tendrá de algu-na manera la sociedad que dotarse de los medios e instrumentos adecuados parareprimirla; y estamos así de nuevo en el campo de la política y del derecho o delas leyes.

La economía colectivista, con protagonismo de la autoridad política, necesi-taría para ser fiable el entusiasmo de los ciudadanos por lo que se le proponecomo bien común, lo cual no es posible si no hay auténtica democracia en la elec-ción y control de los responsables políticos, participación de todos en la determi-nación de los objetivos del bien común, posibilidad de iniciativa en la ejecución delos planes económicos y control sobre el destino de los bienes y beneficios pro-ducidos.

Todo ello nos devuelve también otra vez a la antropología, a la ética y a lapolítica.

En efecto, la economía es sólo un aspecto y una dimensión de la complejaactividad humana, y desde tal globalidad puede ser comprendida y abordada úni-camente.

La economía, pues, depende de la política, donde se conjugan las distintaslibertades humanas en la elección de los fines y medios de la convivencia huma-na. La política, del derecho, donde, mediante las leyes, se establecen las reglas dejuego a que voluntariamente se someten las voluntades. El derecho, de la ética,desde la que el hombre se obliga a sí mismo a seguir las reglas de convivencia. Yla ética, de la religión que obliga no desde lo abstracto o puramente autonómico,que resulta imposible no devenga egoísmo, sino desde la respuesta a un Tu per-sonal fundamentante y alentador de lo bueno y solidario del hombre.

Tenemos, por tanto, que huir del economicismo. La gran mentira de Marxes que no llegó, en su análisis de las superestructuras e infraestructuras sociales,hasta el último estadio. Por debajo de los modos y los medios de producción está,diría Buda, la insaciable sed humana de ambición que sólo el dominio de sí mismopuede apagar, o las tres concupiscencias del Evangelista Juan, placer, dinero ypoder, desbocados caballos que únicamente pueden frenarse con valores éticos yreligiosos.

Lo revolucionario hoy es la ética y la religión. Cuando esta fundamentaciónse desprestigia, como ha sucedido en nuestro país (por culpa de los políticos, perotambién de los pensadores e, incluso, de los responsables religiosos), a la econo-mía sólo le queda reconocer su impotencia para conseguir el objetivo que se leasigna de producir y distribuir bienes entre todos los hombres; llevando a lospobres a la miseria y la muerte.

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Lo nuestro es la guerra

Quizá sean las que siguen locas reflexiones inconexas surgidas del fragor delos combates y de los gritos de las mujeres musulmanas violadas en la guerra deBosnia; pero reflexiones que podrían haber brotado igualmente de la «contempla-ción» de cualquiera otra de las guerras actuales; reflexiones que más bien son gri-tos también, porque, después de tal contemplación, solamente los cínicos y los cri-minales pueden permanecer en silencio sin rebelarse. Desde luego, la lógica al usono es capaz de dar explicación de tan inhumanas situaciones; porque ya no nosvale el cómo, sino el porqué y el porqué profundo, el último si posible fuere.

¿Son las guerras, y por tanto ésta de los Balcanes, inevitables? Y si son ine-vitables ¿qué sentido tiene la vida y la muerte de los hombres? ¿Nacemos paraenfrentarnos con los otros hasta el exterminio cuando es preciso, y es precisocuantas veces sólo encontramos la victoria sobre el otro por el camino de la vio-lencia? ¿Y no es lo peculiar, lo propio, lo distintivo, lo específico, lo característicoen cuanto tal de cada individuo y de cada pueblo, en el ser y en el poseer, la fuen-te del conflicto con los otros? Queremos decir: si para ser (y defender mi ser) ser-bio, croata, vasco o castellano, he de destruir al otro en lo que el otro tiene dehombre (su vida) que no de esloveno, musulmán, cántabro o gallego, ¿qué signifi-ca y qué aporta a los «hombres» mi ser serbio, croata, vasco o castellano? ¿Nohabría que maldecir y abominar de las peculiaridades étnicas y culturales cuandobasamentan y justifican mutuos enfrentamientos, a muerte muchas veces? ¿Acasono va en este sentido la maldición bíblica de la torre de Babel? ¿El hombre solo,desnudo, sin más aditamento, no es nada? ¿Nada tenemos en común por serhombres, que ya ni rezar juntos pueden, para dirigirse a su Padre «común», loscristianos croatas-católicos y los cristianos serbios-ortodoxos?

En otro orden de cosas, ¿sólo la violencia (la guerra) de alguien más fuerte (laONU, EE.UU., la CE o quien sea) puede separar a los contendientes? ¿Quién ase-gura que ese poderoso sea justo, y que lo sea el «orden» que impone por su fuer-za? ¿Por qué se espera, además, a que el pedestal de muertos sobre el que se sien-tan «los pacificadores» sea tan elevado? ¿Nada se pudo nunca prevenir?

En este contexto, ¿quién puede declarar justa guerra alguna? No, desdeluego, la balcánica. Después de mil años de historia entreverada, los serbios, cro-atas y musulmanes, eslavos todos, siempre tendrán crímenes recíprocos de quevengarse y por los que pedir «justicia». Y, como eslavos, tienen históricas cuentaspendientes con lo que fue el imperio austríaco, el imperio otomano y el imperiode la Santa Rusia, luego devenido soviético, que, avasallando, a lo largo de siglos,

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hollaron sus tierras, y con Italia, con pretensiones en el este del Adriático, y conInglaterra, Francia y Alemania que se avinieron a utilizar los Balcanes comomoneda de cambio en sus transacciones con los otros imperios. En esta guerraestán implicados todos los agravios históricos de Europa y Asia, y a través deEuropa, América, y a través de los musulmanes, también gran parte de África. Deahí la peligrosidad para el mundo de que dure mucho tiempo.

¿Quién, en estas circunstancias, puede acertar con una solución equitativa,que satisfaga todos los agravios históricos y geográficos, sin acudir al mutuo per-dón y al mutuo olvido de injusticias pasadas y actuales?

Por eso, nosotros, para quienes la vida humana de todas las personas es elsupremo valor de este mundo, teniendo en cuenta además las implicaciones his-tóricas y geográficas universales y mundiales de toda guerra hoy y el enormepoder destructivo de las modernas armas, con lo que siempre el mal que se causaen bienes y personas es superior al bien que se quiere preservar o reparar, cons-cientes de los odios, rencores, crímenes y venganzas que engendran para el futu-ro, consideramos injusta toda guerra, donde quiera y en las circunstanciasque se produzcan y un deber ineludible de la comunidad internacional prevenirlas,evitarlas, detenerlas y suprimirlas; responsabilidad compartida por todas las nacio-nes, pero más grave para las que por su peso político, económico, cultural o mili-tar, osan ejercer como líderes mundiales.

Sabemos las distorsiones a que ese liderazgo, conquistado que no otorgado,de las naciones poderosas y su consiguiente derecho de veto en el Consejo deSeguridad, somete a las deliberaciones y actuaciones de la ONU, y que debencorregirse con la supresión de dicho derecho al veto y sustituirse por el voto demo-crático de todos los países, en proporción al número de sus habitantes. Pero, porencima de todo ello, debe ser la ONU, o sus entes regionales o continentales, laresponsable de suprimir las guerras, de «forzar» los adecuados acuerdos de paz yde promover un progresivo desarme de todas las naciones que, a la vez que libe-re posibilidades económicas para el desarrollo y la educación, haga imposible lasmasivas matanzas y destrucciones actuales y vaya instaurando la paz mundial.

Pero, para que la paz sea auténtica, no es suficiente la paz de las naciones,se precisa la paz de los ciudadanos; unos ciudadanos responsables, informados yformados, con criterio y voluntad de acción y participación en los asuntos públi-cos. Cuando el pueblo abdica de sí mismo y deja el quehacer político en manosde «profesionales» y «especialistas», aparte de su propia degradación, está dandopie a toda clase de arbitrariedades, cuando no corrupciones. Los profesionalesharán siempre la política de los grupos particulares de donde proceden, si los ciu-dadanos no les obligan, sobre todo, con su voto inteligentemente administrado ycon su crítica, a que se comporten con visión de bien común.

Mas, previamente, es necesario hoy que el ciudadano adquiera concienciauniversal en un doble sentido: universal en extensión (todo lo que ocurre en cual-quier parte del mundo nos afecta a todos) y universal en profundidad (cuanto acon-

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tece a cualquier persona de la clase o pueblo que sea, a mí me acontece por larelación y comunión de humanidad que con ella tengo).

Y, para lograr esto, sí hace falta una verdadera revolución cultural entre noso-tros. La cultura predominante en el mundo, que es la occidental, es una culturaindividualista que ha acentuado enormemente lo exclusivo, lo diferente y lo pro-pio de cada persona y cada pueblo y la adquisición como propio del máximo debienes posible. Como consecuencia, esta mentalidad desató (con toda claridad apartir del s. XV) una feroz competencia de todos con todos para ser y, sobre todo,tener más y para imponer a los demás (pueblos, naciones e individuos) lo «pecu-liar» del dominante (criterios, ideas, leyes, costumbres, gustos y gastos).

En este proceso occidental de asimilación por dominación (cuyos exponen-tes máximos son el neocapitalismo y el imperialismo) todo lo diferente y propiode los demás se ha tratado de destruir. Pero, desde luego, lo que sí se ha destrui-do es la base común a todo lo diferencial, la vida humana y los condicionantes desu existencia; dando lugar a tantas muertes violentas, a tanto hambre, pobreza ymiseria como atormentan hoy a tantos millones de personas. En aras de lo «pro-pio» que se hace «exclusivo», siempre se destruye al otro en lo que es su «funda-mento», su vida.

Se impone en esta revolución cultural que propugnamos (y en la que tene-mos nosotros mucho que ceder y perder) la vuelta a la comunión, a aquello quemisteriosamente nos une, a la raíz común del ser y existir con la naturaleza y losdemás seres, a la conciencia de nuestra identidad con los demás como hombresque piensan, sienten y aman en libertad, a bucear en la insondable profundidaddel ser humano siempre inagotable, a sentir en nosotros la común sustancia quenos nutre, a dejar de definirnos por los bordes olvidando el núcleo. Se necesitauna revolución «religiosa», «religadora», donde lo diferente sea sólo epifanía, mani-festación de la inabarcable realidad y al servicio de la manifestación y perfecciónde esa realidad que nos asume y nos traspasa. Necesitamos volver al misterio, alo numínico y al respeto a todo y a todos por lo que de divino tienen y en lo quehay que integrar lo diferente.

Esto lo supieron expresar y vivir las religiones orientales, y lo formula el cris-tianismo al hablar de creación y cuerpo místico (tal vez se esté ahora cerrando elcírculo religioso individualista originado en el protestantismo). Esto también sesupo expresar en forma laica por cuantos se asomaron filosófica o socialmente ala naturaleza humana, y que en línea continua va de los estoicos hasta lo másgenuino del movimiento obrero. (Tal vez el internacionalismo obrero murió con eltiro con que asesinaron a Jean Jaures, por intentar detener la Primera GuerraMundial con una huelga general de todos los obreros de los países enfrentados).

Mientras no nos eduquemos para poner la «propia y específica» riqueza alservicio del «bien común», no acabaremos con la violencia, porque «lo nuestro» esla guerra; «lo común» la paz.

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Elección y elecciones

No nos parece andar descaminados si afirmamos que, ante las próximaselecciones generales, hay en la sociedad española, sobre todo en sus capas másconscientes, un común sentimiento de desasosiego, de malestar.

Por una parte, en el subconsciente colectivo, está el recuerdo de una largadictadura, en la que al pueblo le fue vetado pronunciar su palabra en los asuntospúblicos, por muy vitales que éstos fueran; es más, el pueblo entero estuvo no sólosilenciado y dirigido, sino también vejado y sometido, cuando no, incluso, des-truido.

Hubo que recurrir a mil subterfugios para expresarse y oponerse a la injusti-cia. Y la posibilidad de elegir a los gobernantes aparecía como una ardua empre-sa de difícil consecución, por la que muchos lucharon y arriesgaron su vida.

De ahí, que una vez instaurada la democracia política en el país, fuese con-siderada poco menos que sagrada la obligación de participar en cuantas eleccio-nes y consultas al pueblo se le propusieran. La abstención, en este contexto, apa-rece como una traición al sistema democrático, una abdicación de laresponsabilidad y, para algunos, una añoranza de la dictadura o, cuando menos,del despotismo ilustrado. El clima psicológico existente invalidaba la abstenciónhasta como manifestación de desánimo o de protesta. Desde los más diversospuntos de vista aparece la abstención marcada con tintes peyorativos.

Pero por otra parte, sin embargo, la experiencia de más de quince años dedemocracia no resulta alentadora en relación con las expectativas suscitadas.

El hecho de que, por ley, los parlamentarios no se vean obligados a rendircuentas a sus electores de la gestión que en las Cortes realizan y de que las listascerradas alejen más al ciudadano de quienes le representan, sin conocerles nitener fácil acceso a ellos, quedando los elegidos mucho más subordinados al inte-rés del partido que los encuadra que a las necesidades de los electores, hasta elpunto de sentirse más dueños de las decisiones políticas que servidores del biencomún; verdad de la que son expresión la tan cacareada prepotencia, la manipu-lación de los medios de comunicación, la corrupción, etc.

El hecho de la excesiva superdimensión a que ha llegado el Estado y sus ins-tituciones en detrimento de todo tipo de asociaciones intermedias, que enfrentaconstantemente a la persona individual con los más diversos organismos estatales,desde la sanidad y el trabajo, hasta la hacienda y la educación.

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El hecho de haber asistido, a lo largo de todas las legislaturas, a una cons-tante reconversión económica tanto de la industria y servicios como del campo;eufemística manera de hablar, para encubrir la realidad de una disolución del teji-do socioeconómico del país, hasta terminar en el paro estructural de más de dosmillones y medio de personas.

El hecho de la supeditación de la economía, de la política y hasta de la edu-cación y formación de los ciudadanos de este país a las decisiones de incontrola-dos organismos internacionales, cuando no, con harta frecuencia, a los interesesde las, así llamadas, empresas multinacionales más poderosas que los propiosestados.

El hecho de la defensa legal a ultranza del derecho de propiedad individualsin límites para toda clase de bienes y de la defensa legal, así mismo, de los «inte-reses» del intocable sistema financiero nacional e internacional, junto con la prác-tica de la ley de la competencia y libre mercado; todo lo cual hace inviable, con laanuencia legal, la realización de la justicia distributiva, en relación con los pobresde nuestra sociedad y con los países hambrientos del Tercer Mundo e imposibili-ta también la adecuada conservación y renovación de los bienes raíces de la huma-nidad: la naturaleza y la cultura.

El hecho de que el sistema económico, político y cultural vigente cree un tipode hombre insolidario por competitivo y derrochador por consumista, engendra-dor de toda clase de violencias y guerras para proteger sus privilegios de clase, denación o de hemisferio.

El hecho de que las llamadas asociaciones «de izquierda» hayan aceptado laesencia del sistema neocapitalista y liberal, y todo su esfuerzo sea una agotadoray estéril lucha reivindicativa, rebajando a las asociaciones profesionales de los tra-bajadores a mendigos del sistema. La falta de utopía de este tipo de asociaciones,ciegas para percibir que la realidad, incluso y desde presupuestos científicos, exigeun cambio de sociedad más que remendar la vieja.

Todos estos hechos y otros muchos, afirmamos nosotros, para los que en suconjunto no se encuentra adecuada respuesta en las formaciones políticas queconcurren a las urnas, unido al noble deseo de contribuir al perfeccionamiento dela sociedad, son los que producen el desasosiego con el que comenzamos la edi-torial: ¿Qué es lo que cabe hacer? Porque parece no ser fácil una opción satis-factoria.

Nosotros rechazamos ciertamente la abstención por irresponsable. Pero noqueremos caer en la coartada de que entonces hay que decidirse por alguien. Loshechos aducidos evidencian que se juega con las cartas marcadas y que, acepta-do el sistema, no es en la práctica posible su modificación desde dentro.

Por eso, estimamos posible, lícito y hasta conveniente y necesario ejercer laresponsabilidad política en las próximas elecciones mediante EL VOTO EN

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BLANCO (por otra parte constitucional) que rechaza todas las opciones ofreci-das.

Y no vale decir que alguien tiene que asumir la responsabilidad de gobernar.Con el voto en blanco se trata de lograr que nos desgobiernen menos.

Rompemos, pues, una lanza a favor de las razones de quienes votarán enblanco el próximo día 6 de junio. Las razones están ordenadas de menor a mayorpeso.

1) Con el voto en blanco se trata de minar la autocomplacencia de los polí-ticos profesionales que, en gran medida, se comportan en relación con la con-fianza a ellos otorgada por los ciudadanos más como dueños que como servido-res.

2) Con el voto en blanco (que es acción y participación) se pretende ir alum-brando una conciencia política y un comportamiento político alternativo, más cer-cano a la sociedad y más alejado del estado, tan superdimensionado hoy. Es nece-saria una acción política, cuyo sujeto sean grupos sociales no profesionalizados,que evidencien cómo muchos problemas de bien común se solucionan mejor a unnivel más bajo que el estatal y cómo la intervención determinante del estado entodos y cada uno de los problemas sociopolíticos no es bueno para el bien común,porque no lo es ni para la persona ni para la sociedad.

3) Al sistema político y social vigente que, como hemos expuesto más arri-ba, cierra los caminos a una sociedad justa es lícito (y necesario) denunciarlo conel voto en blanco, así como a los que, entrando en tal sistema, son colaboradoresdel empeoramiento social.

En definitiva, no se trata de ELECCIONES, sino de ELECCIÓN: de acep-tar o rechazar un determinado ordenamiento social y político, de construir unasociedad nueva o de aceptar la vieja con sus radicales injusticias, violencias ydesórdenes.

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Ave Caesar

In Philippi Gundisalvi, Hispalensis Machiaveli nuncupati, honorem vitu-periumque.

En «Memorias de Adriano» de Marguerite Yourcernar, a este emperador, ene-migo del nombre cristiano y propulsor de la religión imperial, se le pregunta: «¿Nole preocupa que en un futuro próximo un cristiano pueda llegar a emperador?».«En absoluto –contestó–. Si es emperador tendrá que comportarse y actuar comoyo».

Javier Arzalluz, Presidente del Partido Nacionalista Vasco, declara tras la vic-toria del PSOE en las recientes elecciones: «Si hubiera ganado las elecciones elPartido Popular, igualmente hubiéramos colaborado con él en el gobierno».

La anécdota antigua y la afirmación moderna confirman una única verdad:el poder y su ejercicio tienen sus exigencias y sus normas por encima del color dequien lo ostenta (que, por supuesto, no lo detenta sino que lo sirve fielmente, aun-que, no podía ser de otro modo, el poder, por ello, lo remunera con amplia gene-rosidad).

Por eso hacen un análisis superficial quienes se extrañan, no digamos quie-nes se escandalizan, de que, habiendo convocado en su apoyo en las recienteselecciones generales a la «llamada» izquierda española, el candidato FelipeGonzález, una vez elegido, se disponga a gobernar con (o con el apoyo de) la dere-cha nacionalista.

Sin embargo, este maquiavélico quiebro es mucho más lógico, en la dinámi-ca del poder, de lo que a primera vista pueda parecer.

Pues, en efecto, si algo hay hoy claro en política y en economía es que sonmundiales, es decir, la interrelación e interdependencia entre los países es casiabsoluta en los dos órdenes, y además, tanto la política como la economía son dederechas, es decir, están al servicio primordialmente del dinero, de la ganancia.

Por consiguiente, en un país como el nuestro, que, mediante el ingreso en laOTAN y en la CE, se somete a las relaciones internacionales existente, la políticasólo puede ser la que las exigencias internacionales piden, y ello con los modos ymedios que ellas demandan en el ámbito económico.

Por vía de ejemplo enumeramos algunos de los ámbitos de decisión políti-ca por encima de nuestro país: La Comunidad Europea, la OTAN, EE.UU. (através de los tratados que como potencia hegemónica impone a las naciones),la ONU, etc.

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En economía se reciben órdenes también de la Comunidad Europea, delBanco Mundial, del Fondo Monetario Internacional, del Bundesbank, delGATT, etc.

Por otra parte, la existencia del complejo entramado de las empresas trans-nacionales y supranacionales que imponen su presencia y sus condiciones y obli-gan a una distribución internacional del trabajo en conformidad con sus interesesy a las que no es posible poner coto, dado que toda la legislación mundial en mate-ria económica propicia su implantación y desarrollo, y, junto a ello, la libre circu-lación de capitales que, unido a la intangibilidad de los derechos del dineroy de la estructura financiera nacional e internacional, obligan a tener contentos alos inversores extranjeros y a la Banca Mundial aunque no por eso nos libraremosde las turbulencias de los especuladores: todo ello, creemos, y a pesar de todoslos sistemas de fiscalidad, evidencia hasta qué punto la economía mundial (y portanto la nuestra) está al servicio del poder económico y financiero en manos demuy pocos.

Por si esto, para algunos, no quedara suficientemente claro, ahí está laComisión Trilateral, cada vez menos en la sombra, con sus análisis y recomenda-ciones que, y no por casualidad, llevan a la práctica los distintos gobiernos de casitodos los países.

En esta misma línea se mueve la feroz lucha, camuflada con el eufemismode competitividad, por la consecución de los mercados, por la exportación delos productos, por la mayor productividad, por la reducción de costes de pro-ducción, etc., que absorbe la casi totalidad de la investigación científico-técnica, altiempo que necesita eliminar, por inútil y costoso, la mayor parte del trabajohumano, viniendo así a ser el paro laboral el hijo natural del sistema.

En este contexto, pues, una política y una economía nacionales que no seplieguen a la derecha internacional exigirían la salida, al menos, de la ComunidadEuropea, pues desde dentro de ella la política y la economía ya están determina-das. La CE es, ante todo, un mercado económico y financiero.

Ahora bien, esta salida, una vez desmanteladas, por exigencias comunita-rias, nuestras estructuras productivas agrícola e industrial a través de ininterrum-pidas reconversiones en todos los sectores, no es ni siquiera pensable a cortoplazo.

Tampoco el cambio de las normas y de la cultura comunitaria parece en estemomento posible, ya que ello comportaría la existencia de un amplio movimien-to de ciudadanos europeos con sentido revolucionario, algo inesperable desde lacultura del hedonismo y consumismo en que Europa está instalada.

La política, por tanto, que es la ciencia de lo posible, sólo puede ser dederechas. Y Felipe González se lo sabe. Por eso, con buena lógica, se apresta agobernar España desde la derecha y con la derecha. Pero, como por cuestionesde detalle y de estilo, de prestigio, de ambición, de enfrentamientos mutuos, de

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la necesidad de salvar las apariencias formales con la existencia de una oposi-ción, etc., no es estética, por ahora, una alianza abierta con el Partido Popular, laderecha elegida no puede ser otra que la nacionalista.

Entonces, ¿qué sentido tenía la llamada a la «izquierda» con la que Felipe haobtenido su triunfo? ¿Qué significa la autodenominación del PSOE como partidode «izquierdas»?

El sentido hay que encontrarlo dentro del «papel», de la «función», del «come-tido» que el sistema asigna a los gobernantes «nacionales», a los «procuradores delas provincias», hablando en términos del Imperio Romano. A los gobernantes, aescala nacional, se les pide que sean «habilidosos» para contentar y contener a lasmasas, una vez que se ha logrado que abdiquen como pueblo.

El talón de Aquiles del sistema –veíamos arriba– es que no sólo no integra eltrabajo humano sino que lo elimina en progresión casi geométrica, lanzando con-tinuamente a la marginación millones de parados.

Y aquí vienen, en ayuda del sistema, los «gobernantes nacionales». Como, demomento, no se puede eliminar al pueblo y éste no es necesario para el sistemaproductivo, ni, al paso que vamos, tampoco para el sistema consumitivo (puescapacidad van teniendo los ricos y poderosos para consumir la tierra entera),mientras tanto que este pueblo se reduce drásticamente mediante una cultura anti-vitalista (sobramos muchos en el mundo, se nos dice por doquier), se necesita cal-mar a las «masas» dándoles de limosna lo que se les debe de justicia. Frente al tra-bajo, una limosna del subsidio de paro; frente a un trabajo vocacionado, unoinseguro y perentorio en los arrabales del sistema, etc.

De esta manera los gobernantes de los países son guardianes del «ordenmundial» político y económico.

En esta labor de «habilidosa vigilancia» encuentra acomodo la «llamada a laizquierda» que sí se ha hecho compatible con gobernar desde la derecha, ahoraque ya es una realidad la desnaturalización de la izquierda y de los movimientosrevolucionarios del pueblo.

Dos líneas, en efecto, caracterizaron dichos movimientos. Una primera línea,en profundidad, de lucha y esfuerzo por el cambio de las bases esenciales del sis-tema, buscando la sustitución, real y legal o de derecho, del dominio del dinero (ycuanto en él se simboliza) en las relaciones laborales y, en general, en las relacio-nes humanas incluidas las políticas, por la primacía de la persona, de toda perso-na humana, es decir, de las necesidades, deberes y derechos de ésta, tanto indivi-duales como sociales y comunitarios, frente a cualquier otro valor instrumentalmaterial; lo cual comporta organizar la economía, y la política desde la iniciativay responsabilidad de todos sin privilegios de dominio, posesión o poder. En defi-nitiva, se trataba de organizar la producción de bienes y el sistema de propiedady de trabajo sobre otras bases que realizaran la justicia.

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Una segunda línea de acción, exigida por la inmediatez de los gravísimosefectos de la injusticia del sistema en los individuos y en las colectividades y queviene dada por todo lo que se entiende por esfuerzo reivindicativo, que, cierta-mente, palía y mitiga la injusticia pero no seca su fuente, al dejar intacto el siste-ma que produce la injusticia.

El sistema fue inflexible en quebrar, recurriendo a toda clase de violencia queencontró a mano, la primera línea de acción del proceso liberador del pueblo.Podemos decir que ha vencido. Hoy nadie discute las bases del sistema neocapi-talista-consumista. Valga, por vía de ejemplo de esta común aceptación, los30.000 millones de deuda con la banca privada que se avienen a contraer nues-tros partidos políticos y la introyección en la vida colectiva del consumismo comoprimera necesidad.

Dejó abierto el sistema únicamente la vía reivindicativa: más salario, másvacaciones, más seguridad social, etc., pero con las consiguientes restricciones ydesviaciones: agotar al adversario en largos procesos de negociación y resistencia,explotar a terceros cuando no queda más remedio que ceder ante determinadoscolectivos o países, destruir las bases de los sistemas productivos nacionales parahacer moralmente imposible el éxito de los trabajadores en un solo país, y, sobretodo (y ha sido lo más grave), desviar al Estado nacional como su cometido pro-pio las demandas reivindicativas del pueblo, supradimensionando así al Estado,irresponsabilizando al pueblo y haciéndole dependiente y cautivo del Estado. Hoyel ciudadano es un mendigo del Estado y éste el limosnero del sistema.

A esto se ha reducido la izquierda. Y esta izquierda, oficializada en el PSOE,es perfectamente digerible por la derecha. A esta izquierda, pedigüeña y antirre-volucionaria, es a la que se ha dirigido Felipe González y la que le ha respondidodesde el miedo a perder la «protección» del Estado, y esta izquierda es la que vienebien al sistema como instrumento de «contentamiento» del pueblo, mientras todolo esencial sigue en sus manos. Que el pueblo pida y hasta exija, y que esté tran-quilo; se hará lo que se pueda, llegaremos hasta donde podamos, parece decir elsistema.

Por eso, pues, osamos afirmar que han tenido instinto «político» FelipeGonzález y el pueblo español (éste, desde luego, desde su cultura consumista ymendiguista en la que se le ha instalado) y le ha faltado al Partido Popular y aIzquierda Unida.

Si José María Aznar afirma que nada sustancial va a cambiar y FelipeGonzález promete mejorar el estado asistencial, el pueblo elige no correr el ries-go del cambio de personas y se resigna a una corrupción de años frente a la, a suentender, una corrupción de siglos.

Mientras tanto Izquierda Unida yerra por no atreverse a propugnar la refor-ma de raíz del sistema y, por ello mismo, de elegir caminos inadecuados: mayor

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presencia y dimensión del Estado y creencia ¿ingenua? de que desde institucionesengendradas en el sistema puede lucharse eficazmente contra él.

Por tanto, y conclusivamente, AVE CAESAR González... pero, a continua-ción, MORITURI TE SALUTANT. Porque con su política van a morir muchos,están muriendo muchos: las ilusiones de quienes llevan más de diez años espe-rando el cambio y ahora saben que, como siempre, las consecuencias del nuevoajuste (convergencia lo llaman ustedes) las van a pagar los de siempre; la fe en símismos de los que el sistema seguirá lanzando al paro, a la marginación, y a lapobreza; la esperanza de quienes lucharon, con honradez y sinceridad, por otrosistema de vida; el esfuerzo de centenares de generaciones que alumbraron todoun complejo de relaciones económicas, sociales y culturales y que ustedes, en arastambién de las exigencias del sistema han arrumbado en pocos años; la tradicióntenaz de la militancia obrera y campesina. Muchas cosas mueren con usted.

Pero sobre todo mueren muchas personas. Porque usted sabe que no sonfalta de medios sino la ambición de los poderosos la causa de las muertes porhambre y enfermedades de nuestros hermanos de los países de América y África,y nosotros, con su política, estamos totalmente del lado y al servicio de los pode-rosos.

Sabe muy bien que Europa es un club de ricos y que a nosotros se nos enco-mienda ser bastión frente a la invasión de los pobres.

Definitivamente usted no es un estadista, es un «habilidoso» que cumple elmediocre papel (es un calificativo suave) de «ir tirando» para que el pueblo «aguan-te» sin producir sobresaltos al sistema. No le aborrecemos. Nos da lástima usted;pero sobre todo de nuestro pueblo y de los pobres del mundo.

Y en estos tenemos puesta la esperanza. Los gritos de los pobres llegan alcielo y de ahí revierten en forma de rebelión contra la injusticia y de construcciónde la auténtica solidaridad y fraternidad. Al servicio de su promoción estamos;porque en la medida en que los pobres se promocionen, se irá haciendo la justi-cia; no en la medida en que los «políticos» maniobren para que el sistema vayatirando.

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La política y el bien común

La realidad política viene dada y exigida por la esencial dimensión social dela persona humana, que es y se construye con y de cara a otras personas. Esta,la persona humana, para su perfección, necesita una serie de agrupaciones parti-culares, tales, por ejemplo, como la familia, la empresa, el grupo de amigos, elcolegio o la universidad, el club cultural o deportivo, la comunidad religiosa a quese adscribe, etc.

A su vez, estas agrupaciones, más cercanas, diríamos, a la persona, requie-ren, para poder desarrollarse convenientemente y para que se den las condicio-nes necesarias para tal desarrollo, un conjunto de sociedades o agrupaciones másvastas, de carácter más universal o general, que las apoyen y provean de losmedios de que solas no pueden disponer y que se ocupen de los bienes que soncomunes al conjunto de las agrupaciones y de las personas, como podría ser man-tener limpias las aguas de una cuenca fluvial o la creación de una universidad parael conjunto de una población.

El conjunto de todas las agrupaciones humanas de un espacio territorial, oincluso del espacio mundial, debidamente armonizadas, ordenadas y estructura-das, de modo que sean soporte y apoyo las unas de las otras y se provea al man-tenimiento y fortalecimiento de los bienes comunes a todos –el agua, la tierra y elaire, sin ir más lejos, tan necesarios y próximos a la vida humana y tan maltrata-dos sin embargo– constituye la sociedad política en sentido estricto.

Esta sociedad política, para que se la pueda considerar tal, debe estar regu-lada, sometida a normas o leyes que, para que sean justas, para que se ajusten aderecho, han de mirar a salvaguardar siempre en todos los ámbitos la responsa-bilidad de toda persona en el ejercicio de sus deberes y derechos y, asimismo, aque ninguna institución de mayor ámbito suplante las funciones de las más próxi-mas a la persona humana. De ahí también que, de alguna manera, en la elabora-ción del ordenamiento jurídico han de participar responsablemente todas las per-sonas y han de ser oídas y tenidas en cuenta las agrupaciones, asociaciones oinstituciones en que la vida de las personas está comprometida. Hacerlo de otromodo es dar la primacía a la estructura sobre la persona, lo cual resulta éticamenteinadmisible.

Consecuentemente, todo el ordenamiento jurídico deberá estar orientado noa regular toda la vida de las personas sino a la creación de un conjunto de condi-ciones que permitan a los ciudadanos el desarrollo expedito y pleno de su per-

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fección en el despliegue de sus posibilidades individuales y sociales. Este conjuntode condiciones constituye el bien común, que, por supuesto, nada tiene que vercon la acumulación en manos del estado, como representante de la sociedad, decantidades ingentes de bienes y servicios, aunque tampoco se opone a que la titu-laridad, e incluso la gestión, de determinados bienes y servicios, que en manos pri-vadas se volverían contra otros ciudadanos o contra la sociedad misma, resida enésta al nivel que sea preciso.

Cualidad esencial, por tanto, del bien común, es la equidad. Propio de lanaturaleza humana es que entre las personas se produzcan constantemente des-niveles de todo tipo tanto individuales como sociales, bien por impreparación ofalta de oportunidades de los más débiles bien por excesiva acumulación de deter-minados bienes en manos de pocos con el abuso de poder que tal posesión aca-rrea; desniveles que con harta frecuencia, como nos atestigua la historia, termi-nan en injusticias, violencias y muertes. La equidad exige que el ordenamientojurídico nivele la vida social. Para ello, por una parte debe propiciar la promociónde los débiles haciéndoles justicia, por otra parte ha de destruir continuamente laprepotencia de los poderosos promoviéndoles así a la solidaridad, sin la que noson personas humanas.

La equidad ha de moverse, cual fiel de la balanza, entre los dos polos de lonecesario y lo suficiente. Nadie debe tener menos de lo necesario para una vidadigna; nadie debe hacer indigna la suya reteniendo más de lo suficiente, con loque a otros priva de lo necesario.

Ya sabemos que la equidad no es matemática y que admite variaciones situa-cionales, de responsabilidad, culturales, históricas, etc.; pero por ahí se ha decaminar si se quiere un ordenamiento legal justo. Porque la equidad, en este sen-tido, supera a la justicia. Lo que hoy puede ser justo, no lo es mañana cuando elprogreso de la conciencia social y las posibilidades técnicas impulsan a una mayorigualdad entre los hombres.

De ahí que nada haya más injusto que un ordenamiento jurídico cerrado a lasexigencias actuales de la sociedad y de la historia, porque, entonces, desde la lega-lidad vigente puede mandarse en Europa al paro a 17 millones de personas, desdela legalidad financiera puede destruirse el sistema monetario de un país, desde lalegalidad del comercio puede matarse de hambre a un tercio de la humanidad. Laprimera exigencia, por tanto, del bien común es cambiar el actual sistema jurídi-co nacional e internacional.

La función de la autoridad política, o, lo que es lo mismo, de las personaslegítimamente (ahora no entramos en el cómo de esa legitimidad) constituidas enautoridad sobre la sociedad, es la realización del bien común, fundamentalmenteen dos vertientes: adecuación de la legislación a las exigencias actuales de la jus-ticia y la equidad, misión de la autoridad legislativa, y conducción de la sociedadpor el camino de la justicia y la equidad desde la legalidad, misión de la autoridadejecutiva o gubernamental. (Dejamos al margen, por mejor seguir el hilo de nues-

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tra exposición, la autoridad judicial, aunque no sea menos importante la sanciónde los distintos comportamientos).

Las dos vertientes de la autoridad política, la legislativa y la ejecutiva, son per-fecta, deseable y, hasta diríamos, exigiblemente separables; si bien en las demo-cracias actuales de hecho van unidas, debido entre otros motivos a la imbricacióndel mismo partido político, con los mismos dirigentes, directrices e intereses, enlas tareas legislativas y ejecutivas, lo cual, ciertamente, ocasiona abundantes dis-torsiones al bien común, de las que en otra ocasión nos ocuparemos. Ahora,pues, vamos a tratarlas, a la autoridad legislativa y ejecutiva, como una unidad.

Lo que sí queremos quede claro es que toda autoridad política queda desau-torizada cuando no logra, mucho más cuando no busca, el bien común de lasociedad tal como arriba lo hemos descrito, y que es constitutivo, también, delbien común la primacía y prioridad del esfuerzo por la promoción de lospobres, de los débiles, de los últimos, de los marginados, de los analfabetos, delos parados, de los proletarios, de los trabajadores, o como quiera y deba etique-tarse a los que sufren las consecuencias de las desigualdades sociales. La autori-dad política no puede ser neutral so pena de ser injusta, ya que los poderososde sobra saben y pueden defenderse y promocionarse solos; son los pobres, losúltimos, los que necesitan alivio, elevación y promoción. Un individuo aisladopuede ser responsable de su propia marginación y degradación; difícilmente esconcebible que lo sea un colectivo sin que, en grado eminente, sean correspon-sables las condiciones objetivas de la sociedad.

Por último, recordar que el objetivo de la actuación de la autoridad políticaen la sociedad, en la prosecución del bien común, no es perpetuar la minoría deedad de ningún colectivo sustituyendo o asumiendo la iniciativa y la responsabili-dad de éste, sino, por el contrario, crear las condiciones para que todos los colec-tivos, grupos o clases sociales sean por sí mismos responsables ante sí y ante lasociedad.

Después de esta larga introducción, lo que pretendemos es que el lector juz-gue si la autoridad política de nuestro país de verdad busca el bien común de lasociedad o no, y, por consiguiente, si éticamente está legitimada. Vamos a expo-ner unos hechos tomados de la más inmediata actualidad, a hacer unas reflexio-nes y un juicio de valor sobre los mismos, y después que cada uno, personal ycolectivamente, tome una actitud de responsabilidad.

– Pedro Solbes, ministro de Economía, afirma: «El 99% de los habitantes deeste país somos trabajadores, parados o pensionistas. Sólo el 1% son empresa-rios, éstos son los que crean empleo y, por tanto, tenemos que darles ventajas.Aunque después harán lo que quieran en función de sus expectativas de benefi-cios» (tomado de la prensa diaria del 2 de octubre de 1993).

– «La Wolkswagen rechaza el plan de viabilidad de Seat» (de la prensa diariadel 29 de septiembre de 1993).

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– «La Wolkswagen no garantiza el futuro de Seat» (de la prensa diaria del 2de octubre de 1993).

– «La Wolkswagen disolverá Seat, pero mantendrá la marca» (de la prensadiaria del 3 de octubre de 1993).

– «La Wolkswagen cerrará la fábrica de Seat en Barcelona. La medida afec-tará a 60.000 empleos» (de la prensa diaria del 8 de octubre de 1993).

– Philippe Seguin, presidente de la Asamblea Nacional Francesa, dice: «No,no es verdad que la lucha contra el paro sea, como se nos dice, la prioridad de lapolítica de los países desarrollados, aunque tengan más de 36 millones de para-dos..., la preocupación por el empleo está relegada por la defensa de la moneda,la reducción del déficit público, el productivismo o la promoción de libre cambio»(“Voluntad política”. El País. Negocios, del 3 de octubre de 1993).

– Alexander King, fundador del Club de Roma, en el IX Encuentro sobre elFuturo del Socialismo, organizado por la Fundación Sistema, de PSOE, y dedica-do esta año a Medio Ambiente y Política, asevera: «Los políticos no suelen aten-der los problemas a largo plazo, se centran en lo inmediato» (de la prensa diariadel 1 de octubre de 1993).

En el mismo foro, Alexander Peckhan, director del Centro para el MedioAmbiente y la Empresa, de Escocia: «A los políticos les interesan más los proble-mas a corto plazo, porque los mandatos suelen ser de pocos años y están preo-cupados por conseguir votos» (de la prensa diaria del 1 de octubre de 1993).

– «Hoy día, los amos son cada vez más las corporaciones supranacionales ylas instituciones financieras que dominan la economía mundial, incluido el comer-cio internacional, término de dudosa aplicación para denominar un sistema en elque el 40% del comercio de Estados Unidos se realiza entre compañías dirigidasde forma centralizada por las mismas manos visibles que controlan la planifica-ción, producción y la inversión». (“Los amos del Universo”. Noam Chomsky).

– «La paradoja de 1992 (consiste en que) la producción cada vez más puedeverse desplazada a zonas donde existe una elevada represión y un bajo nivel deingresos, mientras que su objetivo (el de la producción) son los sectores privile-giados de la economía mundial. Gran parte de la población se convierte en super-flua para la producción e incluso también como mercado potencial». (“Los amosdel Universo”. Noam Chomsky).

– «El comercio mundial y los movimientos de capitales hace tiempo que handejado de ir parejos». El volumen de fondos internacionales que pasa de unamoneda a otra asciende a un billón de dólares diarios, de los cuales, según RichardPorte, Director del Centre for Economic Policy Research, sólo el 5% se empleaen financiar el comercio de mercancías y servicios; el resto, el 95%, correspon-dería a movimientos especulativos.

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– Según el informe del GATT, «el comercio mundial de mercancías no supe-ra cada año los cinco billones de dólares» (“Como la falsa moneda”. Juan ManuelZafra, en El País del 3 de octubre de 1993).

– Alexander King, en el citado encuentro sobre el Futuro del Socialismo:«Con el nivel de consumo actual de un norteamericano medio, la tierra podría sus-tentar a 2.000 millones de personas, una cifra que nos hace estremecer, ya quenos estamos acercando a los 6.000 millones».

Aparte de agradecer la sinceridad del Sr. Ministro de Hacienda del GobiernoEspañol, quizá fruto de una traición del subconsciente, los hechos podrían resu-mirse así:

1) El conjunto de la población está en manos de un reducidísimo número depersonas (el 1%, nos dice el ministro) que harán lo que quieran en función de susbeneficios.

2) Ese reducido número de personas está, en su mayoría, fuera de nuestropaís, estructurado en las empresas transnacionales o multinacionales, detentado-ras además de los adelantos científicotécnicos.

3) El sistema financiero es abrumadoramente especulativo, no productor debienes ni servicios, pero que, sin embargo, goza de total impunidad para distor-sionar la economía mundial.

4) El destino de la producción económica no es el conjunto de la humanidad,sino los privilegiados.

5) La mayoría de la sociedad sobra como productora, porque el progresocientífico-técnico la vuelve innecesaria, y como consumidora, pues no se producepara ella sino para los privilegiados.

6) Cuatro mil millones de personas hoy existentes, según los cálculos del sis-tema –así lo afirman– no tienen cabida en la tierra.

7) Los políticos, preocupados por la consecución del voto de sus conciuda-danos, sólo se preocupan de los asuntos y problemas inmediatos, a corto plazo.

No hace falta ser excesivamente avispado para ver que el sistema económi-co-social que refleja esta situación es lo más opuesto al bien común. Sólo unospocos toman las decisiones que afectan a la vida y a la muerte del conjunto de lahumanidad, y no sólo, por supuesto, en materia económica sino también en lafamiliar, educativa, de participación en la vida pública, etc., etc. El resto de las per-sonas se ve obligado a sobrevivir, los que pueden, en los aledaños del sistema ysus migajas.

A la vista de estos hechos, ¿en qué ha faltado al bien común la autoridad polí-tica de nuestro país?

1) En no reconocer el hecho de que la soberanía e independencia económi-ca y política de nuestro país nos ha sido arrebatada en todas las cuestiones fun-damentales.

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2) En no reconocer la responsabilidad propia (la suya) por habernos introdu-cido (de lleno a partir de nuestro ingreso en la CE) en este sistema de coloniza-ción y explotación mundial.

3) De engañar al país, hablando de política de empleo y de lucha contra elparo, sin tener la valentía de afirmar que estructuralmente sólo para unos pocoses posible un trabajo «productivo».

4) En engañar al país, silenciando las presiones políticas, financieras y mili-tares que soportan para impedirnos salir del sistema.

5) En matar, con el fomento desde múltiples instancias políticas del consu-mismo superficial y de la cultura del facilón permisivismo moral, la capacidad delucha por la justicia que el pueblo tiene.

6) En no haberse aliado y alineado con las víctimas del sistema: los pobresde la tierra, muchos de ellos situados en países hermanos.

7) En no reconocer que el sistema como tal no tiene salida para el conjuntodel pueblo.

8) En haber reducido su ¿servicio? al bien común a hacer de gendarme delsistema frente a los inmigrantes de fuera y de disuasor de reformas profundas fren-te a los movimientos sociales del interior.

9) Supuesto que, introducidos en el sistema, no es fácil salir y menos solos,no haber estructurado una política internacional, ni dentro ni fuera de la CE, ten-dente a modificar la legislación, a escala mundial, del neocapitalismo salvaje y apotenciar movimientos internacionales de solidaridad entre los pueblos.

Juzgue ahora el lector si, desde la perspectiva del bien común, no está des-legitimada y desautorizada la autoridad política de nuestro país.

En otra ocasión hablaremos de las prioridades políticas que hoy pide a gritosel bien común del pueblo. Nosotros estimamos que el mejor servicio que podemosprestarle es denunciar el sistema social vigente y a los políticos que lo sirven.

Tres palabras para terminar. La primera para el pueblo. Si los políticos tra-bajan a corto plazo porque así consiguen votos, ¿no es porque el pueblo no quie-re mirar más allá de las bardas de su corral y de sus individuales e inmediatos inte-reses?, ¿tiene derecho, con ese proceder, a quejarse cuando los políticos noprevén ni planifican a medio y largo plazo?

La segunda palabra para el pueblo y las asociaciones, especialmente las sin-dicales, que dicen encuadrarle. Mientras en Brasil la Wolkswagen pueda teneresclavos (véase la revista 4 Semanas de octubre de 1993), ¿para qué va a pagaren Barcelona salarios altos y socialmente protegidos? ¿No habrá que hacer de lanecesidad virtud y luchar por estructurar la solidaridad mundial?

La tercera palabra para el Club de Roma, representado en su fundador.¿Desde cuándo es un dogma que la aspiración deba ser vivir como un norteame-ricano medio? ¿Desde cuándo es un dogma que los dos mil millones de personas

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que podrían vivir como un norteamericano medio no querrán elevar su nivel devida, para lo cual volverían a sobrarles otros cuantos centenares de millones depersonas? ¿Desde cuándo es un dogma que la energía de la tierra y del sistemasolar ya está agotada? ¿Desde cuándo es un dogma que no se pueda acabar conlas armas y las guerras y su consectánea industria de muerte para emplear todosesos recursos en beneficio de la vida?

Lo único cierto, en su actitud, es que les sobran los pobres para que puedanvivir mejor los ricos. Nosotros, ciertamente, creemos en una paternidad respon-sable, pero nos negamos a admitir una civilización de muerte para que unos cuan-tos despilfarren lo que es de todos.

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La religión, problema político

La historia en su transcurso ha demostrado eficientemente que las relacionesdel poder político con la religión siempre han sido problemáticas; desde los gran-des imperios orientales y el Imperio Romano, por no remontarnos más allá, hastanuestros días. Basta recordar las relaciones de egipcios y asirio-babilonios con elpueblo de Israel, o la lucha sostenida por el Imperio Romano, con los judíos y conel cristianismo entonces emergente; el uso político de la religión por parte de loscaudillos de los llamados pueblos bárbaros a la hora de constituirse como nación;la lucha entre el papado y el imperio en el medieval Sacro Imperio Romano-Germánico; las guerras de religión europeas desde la reforma protestante, dondelos príncipes impusieron a sus respectivos súbditos su credo religioso; el enfrenta-miento, a partir de la francesa, de todas las revoluciones y de los sistemas políti-cos a que dieron lugar, con la religión establecida, y, viniendo a los tiempos actua-les, la persecución de la ideología y regímenes marxistas a toda clase de religión,especialmente a la cristiana; la justificación llevada a cabo por determinada teolo-gía norteamericana del neoconservadurismo de la época reaganiana, en contras-te con la teología de la liberación sudamericana enfrentada con las diversas dicta-duras de sus respectivos países. Y, por salirnos de nuestro entorno cultural, ahíestá el gravísimo problema político del integrismo islámico o hindú.

En efecto, nunca ha sido fácil el acomodo de la política y de la religión. Unasveces ha sido ésta domesticada, convirtiéndose en religión del estado con funciónsancionadora de las actuaciones del poder político; otras, el vencido ha sido elpoder político, dando lugar a diversas formas de teocracias o confesionalismosmás o menos profundos que ponen al estado al servicio de un credo religiosodeterminado. En unas épocas y lugares ha habido «colaboración» y «entendimien-to»; en otras y otros, enfrentamientos sangrientos de «martirios» y «cruzadas».

En los actuales momentos históricos podemos aducir tres clases de razonespara afirmar que la religión es un problema político:

1.º En un mundo como el nuestro, atravesado por la contradicción de estar,por un lado, inextricablemente interrelacionado tanto política como económica-mente y, en gran parte, también culturalmente a través de los medios de comuni-cación y los hábitos de consumo, y, por otro lado, simultáneamente dividido yenfrentado por enormes desigualdades e injusticias de todo tipo dentro de cadapaís y entre países y hemisferios; en este mundo, decimos, la religión puede serun elemento más, y sin duda no el menos importante, de enfrentamientos, o, almenos puede ser, y de hecho lo es, utilizada como arma ofensiva y defensiva por

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los distintos grupos sociales o países enfrentados, viniendo así a ser más motivode desintegración social que de cohesión y armonía. La religión se constituye deeste modo en barrera entre los pueblos o grupos. Recordemos, por vía de ejem-plo, a los gobiernos y países árabes fundamentalistas contra el resto de países;los movimientos fundamentalistas contra sus gobiernos laicos o no confesiona-les; el catolicismo, la ortodoxia y el islam en la antigua Yugoslavia; el catolicis-mo y el protestantismo en Irlanda del Norte; los cristianos armenios frente a losmusulmanes azerbaianos; los cristianos ortodoxos frente a los musulmanes enChipre; etc.

No cabe duda que esta situación de divisiones religiosas implica un enormeproblema político de cara a la convivencia y a la paz.

2.º Prescindiendo del extremo de los enfrentamientos violentos, el hecho dehaberse interiorizado más la religión y el haber aumentado la conciencia crítica delhombre moderno y postmoderno ha propiciado que hoy las convicciones y prác-ticas religiosas sean más una opción o elección personal que efecto de presión otradición social. Ello lleva parejo que en la sociedad actual, pluralista como se ladenomina, se den múltiples variantes de increyentes y creyentes, y, dentro deéstos, diversidad de credos y talantes éticos.

En tales circunstancias parece claro que no se puede conducir hacia el biencomún a la sociedad desde un credo o no credo concreto, sino desde la raciona-lidad, el respeto a la responsabilidad y libertad de los ciudadanos y desde los dere-chos humanos comúnmente admitidos.

Asimismo, en este contexto sociocultural es obvio que constituye también unproblema político y no de escasa envergadura, cohenestar el derecho (anejo al res-peto y a la dignidad de la persona humana, incluida su vertiente social) a la mani-festación pública de las opiniones y creencias religiosas y a las prácticas de las mis-mas con la igualdad de todos ante la ley, sin privilegios ni exclusiones; dado quetodo credo religioso suele tener una visión integral del hombre y de la vida socialy espontáneamente tiende a actuar y organizar la sociedad desde esa visión.

3.º La técnica, aliada con la burocracia, junto con la tendencia al crecimien-to de todo poder político han conseguido que éste esté superdimensionado.Ningún aspecto de la vida, ni la salud, ni el trabajo, ni la educación ... escapa a suacción e influencia. Se puede afirmar que el poder político es la primera y últimainstancia a que se ve abocado el ciudadano ante cualquier problema vital.

Con ello, es evidente, se agudiza el problema de las relaciones de la políticay el poder político con instituciones como las religiosa que también pretenden serinstancias (por supuesto, las últimas) de los problemas humanos.

Estos tres tipos de razonamiento avalan suficientemente la afirmación de quela religión es un problema político; pero no es menos verdad, estimamos, quetambién la política es un problema religioso.

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En efecto, toda religión, decíamos, es naturalmente integradora, de visiónintegral aún a riesgo de la posible caída en el integrismo. Queremos decir que lareligión abarca todos los valores y todo el sentido de la vida y no deja parcelas dela vida humana, (tampoco las sociales, por supuesto) en que no tenga algo quedecir. Además, obliga no desde una legalidad más o menos racionalizada y con-sensuada sino desde la profundidad de la conciencia y desde el compromiso conla realidad divina que juzga a la propia conciencia. La instancia última ante la queresponde el hombre religioso no es la autoridad del poder político, sino la autori-dad de Dios a la que todo, incluida la vida social y política, debe someterse. Deahí que, en su conciencia el creyente esté convencido de que todo el ordena-miento social y político debe estar subordinado a los postulados de su religión, yde que, cuando no encuentra correcto tal ordenamiento, se ve impelido a modifi-carlo o a luchar contra él; porque, en definitiva siempre resuena en su interior lacita bíblica de que «hay que obedecer a Dios antes que a los hombres».

Todo creyente «consciente» es consciente de que en el orden social y políti-co se juegan, para bien y para mal, valores para él fundamentales: la vida, la muer-te, la libertad, la justicia, la convivencia, el dominio de las cosas, etc., y, por ello,no puede menos de percibir la política como un problema religioso; máximo,como apuntábamos antes, cuando el poder político tiende a invadir hasta los máspequeños intersticios de la vida humana, matando con harta frecuencia su espon-taneidad y libre autenticidad.

Pero, consecuentemente con ello, la tentación de toda religión es someter lasociedad y el poder político a las exigencias dogmáticas de su credo, o negar lacolaboración al estado que no cumple con su fe. Al menos estará siempre en acti-tud de denuncia de cuanto en la sociedad encuentra contrario a sus creencias.

Si, de acuerdo con lo que hasta aquí se ha expuesto, la religión es un pro-blema para la política y la política lo es para la religión, y, además, la historia nosalecciona de que ninguna de las dos realidades va a hacer desaparecer a la otra,nosotros llegamos al convencimiento de que las relaciones «normales» y deseables(no tenemos empacho en decirlo) entre ambas debe ser de tensión mutua.

Pero ¿puede y cómo una relación así ser provechosa para la persona y parala sociedad? Porque esta es la piedra de toque: si sirven, liberan y promocionanal hombre. Nuestra respuesta es afirmativa.

LA RELIGIÓN, no renunciando a la crítica constante a cualquier sistemapolítico-social establecido, cuya natural inclinación es luchar por hacerse definiti-vo mediante la perpetuación de sí mismo y el abuso de poder. Frente a la idola-tría del poder que con facilidad victimiza a la persona humana por la explotación,el sometimiento o la exclusión, es bueno que haya instancias que hablen desde loinsobornable de las conciencias y la transcendencia.

Mas, para que esta función no se convierta a su vez en dominio, la religiónha de otorgar el grado de entidad y valor autónomo que le corresponde a lo que

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entendemos por temporalidad, mundanidad o realidades terrenas donde junto alhombre entran el orden cultural, social, económico y político, y, además, ha deintegrar este reconocimiento en su propia profesión de fe. Es necesario que reco-nozca la verdad y la bondad de cuanto se cobija bajo el término de creación ycriatura. Sin esto, sin aceptar sin reservas el «vio Dios que todo era bueno», la reli-gión no es de fiar. El desorden lo introduce el hombre, no está en las cosas ni ensu propia naturaleza.

Y, junto con la denuncia, el testimonio y el martirio, nunca el dominio.Aceptar con gallardía la natural persecución a que tiene que verse sometida porla osadía de su libertad indomable. Y la humildad, al sentirse siempre tentada arecurrir también ella al abuso de poder más terrible y temible entre los existentes,el dominio de las o sobre las conciencias. Y mostrar que, viviendo religiosamen-te, la vida es más digna y de mayor calidad.

EL PODER POLÍTICO, la autoridad política diríamos mejor, admitiendosin reservas la existencia y manifestación pública de la fe religiosa en su diversidadde credos, pero oponiéndose a que ninguno se sirva del ordenamiento político ylegal para imponerse coactivamente. Y, simultáneamente, reconocer que su papeles ordenar la pacífica y justa convivencia de los ciudadanos, nunca modelar supensamiento, convicciones y creencias. Ha de caer en la cuenta de que la reali-dad metamundana a que apela la religión no se opone, ni real ni conceptualmen-te, a la realidad intramundana en que se mueve la política; antes, al contrario, talapelación a realidades trascendentes es garantía para que el orden político no sedivinice y sofoque a la persona y fundamento básico de la dignidad del hombre ysu inviolabilidad. La religión auténtica siempre añade al ser humano un plus devida y dignidad que supera y rompe constantemente los constrictivos «límites» detodo orden mundano concreto.

En resumen, el mantenimiento de esta sana tensión entre religión y políticaevita dos males al hombre, el totalitarismo político, por un lado, y el confesiona-lismo religioso, por otro. En ambos supuestos, que una voluntad externa a su con-ciencia regule «toda» su vida.

Ahora bien, donde esta tensión se convierte en drama (superación por laacción de situaciones dilemáticas) es en la vida y en la conducta del ciudadanocreyente, que ha de moverse en ambos campos, el político y el religioso, sin escin-dir su conciencia, sin traicionarla por inhibirse en uno de ellos y levantar las sos-pechas de los no creyentes quienes, con frecuencia, creen que el compromisomundano del creyente no es auténtico por estar plagado de inhibiciones, miedosy restricciones mentales que le impiden tomar en serio el mundo.

Por supuesto hay que conceder al creyente que dé primacía a sus conviccio-nes religiosas, pero a condición de que la iluminación y la fuerza que de ellas dicerecibir las someta a la prueba de la racionalidad y la eficacia, de manera que lassoluciones de justicia que él proponga resulten comprensibles a todos, incluidoslos no creyentes, y se muestren válidas en las situaciones y problemas reales.

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Al ciudadano creyente no le es lícito refugiarse en el fácil confesionalismo del«hago esto por imperativos religiosos». Para que sea creíble por el resto de loshombres, ha de poder ser comprendido desde razonamientos y comportamientoshumanos, ha de saber moverse con ellos y junto a ellos en el común terreno de laordenación de la convivencia humana en justicia y paz. Y, cuando discrepe en algode sus hermanos los hombres y estos aún no le entiendan, ha de estar dispuestoa «demostrar» con su vida coherente o con muerte la bondad de sus propuestas.

Nosotros creemos que a la religión y a la política la salva el laico (hombre reli-gioso perteneciente al pueblo que lucha) que, por su vida, necesariamente encar-na ambas realidades. Pero sobre todo, el laico, el seglar (secular) puede servirmejor al hombre, porque junta en sí la energía de lo transcendente y la comunióncon los hombres en su concreto vivir, trabajar, sufrir y gozar.

Pero ¿dónde están esos laicos?, ¿quién se preocupa de suscitarlos, formarlosy darles responsabilidad? Esa es nuestra preocupación y nuestra tarea, aceptadacomo misión humana y divina.

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Miseria del hoy únicoy omnipotente Dios

Es un tópico hablar de que, después de la caída del comunismo o del socia-lismo real en la ex-URSS y en los países del Este de Europa y de la abertura pau-latina pero imparable de China al sistema capitalista, éste, el capitalismo, ha gana-do la partida y, a juzgar por los programas de los Gobiernos, las aspiraciones delos sindicatos y las propuestas de los partidos políticos, incluidos muchos denomi-nados «de izquierdas», la ha ganado de forma definitiva e irrevocable.

Esta «marcha triunfal del sistema capitalista» que avanza incesante desde hacemás de 200 años, ha venido posibilitada, por encima de circunstanciales contra-tiempos, por tres realidades constitutivas y a la vez constituyentes del mismo:

1) El espíritu de lucro que, a través de la lucha competitiva, termina enel monopolio de los más fuertes en todos los órdenes y en la marginación,explotación o subordinación de los más débiles. La culminación de este procesoson las empresas transnacionales o multinacionales.

2) La puesta al servicio del lucro de las posibilidades que la ciencia y la téc-nica han ido ofreciendo en orden a la producción de bienes. Este servicio sin éticade la ciencia y la técnica está llegando a una superexplotación de la naturaleza quepuede acarrearle daños irreversibles.

3) La hipóstasis del dinero o elevación a la categoría de «persona» delmismo, dotado de «derechos sagrados» más fuertes que los de la persona huma-na. El dinero ha pasado de ser un instrumento de cambio o un instrumento deproducción a erigirse en el «sujeto» de la economía y, por ende, de la política.El decide, en función de su propia dinámica de conservación y reproducción, lascondiciones de vida y trabajo de los humanos, hasta el punto de que toda la legis-lación de los Estados está o va estando orientada a que el sistema financiero mun-dial goce de buena salud. Se considera ignorancia política recortar la «libre» ini-ciativa de las finanzas.

La mundialización del mercado y de la economía es el ámbito necesario paraque el dinero, superando y desarbolando los estados y naciones, imponga suvoluntad sin trabas. La interdependencia, con la que se pretende justificar la «nece-dad» de poner trabas al libre desenvolvimiento del sistema financiero, no es causasino efecto de la mundialización del mercado y la economía; interdependencia,por lo demás, forzada con harta frecuencia mediante la destrucción de toda cul-

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tura económica (y aun de toda cultura sin más) independiente que pudiera opo-nerse a la cultura monopolística de dominio universal.

El matrimonio entre las empresas transnacionales y las instituciones finan-cieras, la servidumbre de la ciencia y la técnica a este complejo económico-finan-ciero y la trilateralización de la política (o, lo que es lo mismo, el seguimiento porparte de los Estados de los dictados «sugeridos» desde una institución privada –laTrilateral– compuesta por un escogido número de notables de las finanzas, el dere-cho, la ciencia, etc. pertenecientes a EE.UU., Europa y Japón) son al mismo tiem-po prueba y garantía de la sólida instauración del imperio del dinero.

Cuando las instituciones financieras de derecho internacional como el BM yel FMI, según se expone en este mismo número de esta revista, están al serviciodel sistema financiero privado, y, a su vez, el BM y el FMI condicionan y deter-minan la economía de las naciones y de los individuos aun a costa de sus dere-chos más fundamentales como el existir y el sustentarse, lo que en realidad se estáhaciendo es «absolutizando» al dinero, y esa es la categoría más propia de undios, ser «el absoluto», el incondicionado, el que, por el contrario, pone condicio-nes a la existencia de los demás y exige adoración y sumisión.

Pero este dios-dinero es un dios miserable, creador de miseria. Cuando,según el profesor José Luis Sampedro, la ciencia y la técnica hacen posible ya laerradicación del hambre y la miseria, el dinero, violentando a ambas, obliga a dosterceras partes de la humanidad a vivir en medio de guerras, hambre, ignoranciae impotencia.

Y para que no parezca mera elucubración lo que decimos, vaya un ejemploreciente y referido a nuestro país. Según datos oficiales remitidos al Parlamentoen 1990, el 100% de los créditos concedidos por España a través del Fondo deAyuda al Desarrollo (FAD) a Egipto (26.869 millones), Jordania (3.026 millones),Lesoto (592 millones), Santo Tomé (247 millones), Somalia (3.318 millones),Tailandia (455 millones), Zimbawe (1.686 millones) fueron destinados a materialmilitar. A Mozambique, con una renta per cápita de 80 dólares, se le concedierontambién para armas 892 millones de pesetas.

¿Qué otro derecho puede invocarse para semejantes acciones que no sea el«derecho» del dinero a acrecentarse mediante la negación del «derecho a la vida»de las personas?

Sin embargo, la miseria mayor del dios-dinero es que «cosifica» al hombre, lereduce a mero objeto en un doble sentido; por una parte le priva de ser «sujetoactivo de su propio destino», y por otra le «cuantifica» como un dato más del pro-ceso de acumulaciones de bienes y poder, suprimible o reducible en la medida queestorba a tal proceso. El hombre queda degradado (desciende de su puesto) tantopor el consumismo como por la miseria. Mientras el dinero siga siendo el diosentronizado, el hombre será un ser destronado, cuyo fracaso está asegurado.

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Ante esta realidad, nosotros nos atrevemos a hacer una pregunta, que quie-re ser un reto pero también un reproche y hasta una acusación; pregunta que diri-gimos a los pensadores, a los políticos, a los sindicalista, a los economistas, a loslíderes religiosos, a todos en definitiva: ¿No es posible un sistema en que el dine-ro no tenga «derechos» sino las obligaciones propias de un siervo al servicio delhombre?

No es que nosotros no seamos conscientes de que habita en el hombre eldeseo de acaparar y dominar. Lo que nos escandaliza y duele es que, conociendotales apetencias de la persona humana, no se haya sabido, podido o querido orga-nizar el sistema económico en contra y no a favor de tal tendencia disgregadoray opresora. Ha fallado o faltado la racionalidad y la ética frente a la negatividadhumana. Se ha organizado la vida de los hombres desde los instintos, no desde larazón. Por eso la vida actual de los hombres es inhumana. ¿Quién tiene fuerzaspara organizarla de otra forma? Pongamos manos a la obra. Costará esfuerzo ysacrificio, pero será liberador.

* * * * * * * * * *

Como complemento a esta editorial, y para fortalecer nuestra argumenta-ción, aducimos ahora algunos textos, ya clásicos varios de ellos, de autores quehan testificado en el tiempo los caminos del dinero para dominar el mundo y lasconsecuencias de tal dominio. Es sintomática la coincidencia de pensamientoentre personajes tan dispares como Lenin, Pio XI y Brzezinski. ¿No será, acaso,que el hecho es en sí evidente?

Textos para la memoria

«A medida que van aumentando las operaciones bancarias y que se concen-tran en un número reducido de establecimientos, los bancos, de modestos inter-mediarios que eran antes, se convierten en monopolistas omnipotentes que dis-ponen de casi todo el capital monetario de todos los capitalistas y pequeñospatronos, así como de la mayor parte de los medios de producción y de las fuen-tes de materias primas de uno o de muchos países. Esta transformación de losnumerosos y modestos intermediarios en un puñado de monopolistas constituyeuno de los procesos fundamentales de la transformación del capitalismo en impe-rialismo capitalista».

«La concentración del capital y el aumento del giro de los bancos transfor-man radicalmente la importancia de estos últimos. Los capitalistas dispersos vie-nen a formar un capitalista colectivo».

«Entre el reducido número de bancos que, en virtud del proceso de concen-tración, se quedan al frente de toda la economía capitalista, se observa y se acen-

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túa cada día más, como es natural, la tendencia a llegar a un acuerdo monopo-lista».

«Como resultado de la estrecha relación entre la industria y el mundo finan-ciero, la libertad de movimiento de las sociedades industriales necesitadas de capi-tal bancario se ve restringida».

«Paralelamente se desarrolla, por decirlo así, la unión personal de los bancoscon las grandes empresas industriales y comerciales, la fusión de los unos y de lasotras mediante la posesión de las acciones, mediante la entrada de los directoresde los bancos en los consejos de administración de las empresas industriales ycomerciales y viceversa».

«La “unión personal” de los bancos y de la industria se completa con la“unión personal” de unas y otras sociedades en el Gobierno. En el Consejo deAdministración de un banco importante hallamos generalmente a algún miembrodel Parlamento o del Ayuntamiento».

«Lo que caracterizaba al viejo capitalismo era la exportación de mercan-cías. Lo que caracteriza al capitalismo moderno es la exportación de capital».

«Las asociaciones monopolistas de capitalistas se reparten entre sí en primerlugar el mercado interior, apoderándose de un modo más o menos completo dela producción del país. Pero bajo el capitalismo el mercado interior está inevita-blemente enlazado con el exterior. Hace ya mucho que el capitalismo ha creadoun mercado mundial. Y, a medida que han ido aumentando la exportación decapitales y se han ido ensanchando en todas las formas las relaciones con elextranjero de las más grandes asociaciones monopolistas, la marcha “natural” delas cosas ha llevado al acuerdo universal entre las mismas, a la constitución de car-tels internacionales».

«El imperialismo, pues, es el capitalismo en la fase de desarrollo en que hatomado cuerpo la dominación de los monopolios y del capital financiero, haadquirido importancia la exportación de capitales, ha empezado el reparto delmundo por los trusts y ha terminado el reparto de la tierra entre los países másimportantes».

(Hasta aquí ha hablado V.I. Lenin en «El Imperialismo, fase superior delCapitalismo”, año 1917).

Habla ahora Pío XI:

«Salta a los ojos de todos que en nuestro tiempo no sólo se acumulan rique-zas, sino que también se acumula una descomunal y tiránica potencia económicaen manos de unos pocos, que la mayoría de las veces no son dueños sino solocustodios o administradores de una riqueza en depósito, que ellos manejan a suvoluntad y arbitrio».

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«Dominio ejercido de la manera más tiránica por aquellos que, teniendo ensus manos el dinero y dominando sobre él, se apoderan también de las finanzas yseñorean sobre el crédito, y por esta razón administran, diríase, la sangre de quevive toda la economía y tienen en sus manos así como el alma de la misma, de talmodo que nadie puede ni aún respirar contra su voluntad».

«Esta acumulación de poder y de recursos, nota característica de la economíacontemporánea, es el fruto natural de la ilimitada libertad de los competidores, dela que han sobrevivido sólo lo más poderosos, lo que con frecuencia es tanto comodecir los más violentos y los más desprovistos de conciencia».

«Tal acumulación de riqueza y de poder origina, a su vez, tres tipos de lucha:se lucha en primer lugar por la hegemonía económica; se entabla luego el rudocombate por adueñarse del poder público, para poder abusar de su influencia yautoridad en los conflictos económicos; finalmente, pugnan entre sí los diferentesestados, ya porque las naciones emplean su fuerza y su política para promovercada cual los intereses económicos de sus súbditos, ya porque tratan de dirimir lascontroversias políticas surgidas entre las naciones recurriendo a su poderío yrecursos económicos».

«Últimas consecuencias del espíritu individualista en economía son esas quevosotros no sólo estáis viendo sino también padeciendo: la libre concurrencia seha destruido a sí misma; la dictadura económica se ha adueñado del mercadolibre; por consiguiente, al deseo de lucro ha sucedido la desenfrenada ambición depoder; la economía toda se ha hecho horrendamente dura, cruel, atroz. A esto seañaden los daños gravísimos que han surgido de la deplorable mezcla y confusiónentre las atribuciones y cargas del Estado y las de la economía, entre los cualesdaños, uno de los más graves es que el Estado se hace esclavo, entregado yvendido a las pasiones y a las ambiciones humanas».

«Por lo que atañe a las naciones en sus relaciones mutuas, de una mismafuente manan dos ríos diversos: por un lado, el “nacionalismo”; del otro, el nomenos funesto y execrable “internacionalismo” o imperialismo internacionaldel dinero, para el cual donde está la ganancia allí está la patria».

(Todos los párrafos anteriores están tomados de la encíclica de Pío XI«Quadragessimo anno», del año 1931).

Max Nordau afirma:

«La alta finanza constituye hoy una reducidísima aristocracia en la cual el quellega de fuera no podría entrar por sus propias fuerzas, en tanto nosotros tenga-mos poder bastante para impedírselo».

«Tenemos un interés supremo en que nuestra clase, nuestra casta, no se hagamuy numerosa. Somos un conjunto de cinco o seis grandes casas que tienen ensus manos todos los intereses financieros del mundo. Los Gobiernos dependen de

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nosotros, porque ningún Ministerio de Hacienda puede sostenerse sin contar connuestro beneplácito, ninguna guerra puede emprenderse sin nuestra aprobación».

«Nosotros no le impedimos a nadie que se haga rico. Por el contrario, conlos pobres no podemos entendernos para nada; nuestras simpatías están con losmillonarios».

«Adquiera usted oro, cree usted riqueza y le aplaudiremos con entusiasmo.Esos propietarios de minas africanas y americanas que anualmente sacan de la tie-rra millones y más millones, esos fabricantes ingleses, esos reyes del petróleo yesos ganaderos australianos, que cada día producen nuevos valores, cuentan contodos nuestros aplausos.

Pero ellos son, sin embargo, únicamente los usufructuarios de sus millones,que, apenas nacidos, entran en nuestro servicio. Sus millones son los reclutas deque se compone nuestro ejército».

«Hacemos una distinción precisa entre un hombre rico y un financiero.Millonario séalo en buena hora, pero financiero, nunca. Para ser miembro denuestra comunidad de intereses hay que ser nuestro vasallo o pertenecer a nues-tra casta».

(Citado por Luis Capilla en «La Comisión Trilateral», 1993).Continúa ahora Zbigniew Brzezinski, ideólogo de la Comisión Trilateral:«Las fronteras políticas de los Estados nacionales resultan demasiado estre-

chas y limitadas para definir el alcance y las actividades de las empresas moder-nas. Los intereses humanos generales prosperan mejor en términos económi-cos cuando las fuerzas del mercado libre pueden trascender las fronterasnacionales. Ha llegado el momento de levantar el asedio a que están sometidas lasempresas multinacionales para permitírseles continuar su inacabada tarea de desa-rrollo de la economía mundial».

«El Estado-nación, en cuanto unidad fundamental de la vida organizada delhombre, ha dejado de ser la principal fuerza creativa: los bancos internacionalesy las corporaciones multinacionales actúan y planifican en términos que llevanmucha ventaja sobre los conceptos políticos del Estado-nación. Los gobiernos sólosirven ya para disponer de una autoridad capaz de controlar los desórdenes inter-nos que se producen en su zona de actuación».

«La paradoja de nuestra época consiste en que la humanidad está pasandosimultáneamente por un proceso de mayor unificación y de mayor fragmentación.El tiempo y el espacio están tan comprimidos que la política global se encaminahacia formas más vastas y entrelazadas de cooperación, así como hacia la disolu-ción de la lealtades institucionales e ideológicas consagradas. En estas circunstan-cias la contigüidad, en lugar de promover unidad, genera tensiones estimuladaspor un nuevo sentimiento de congestión global».

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«En un mundo electrónicamente intercomunicado, el subdesarrollo absolutoo relativo será intolerable, en especial cuando los países más avanzados empiecena superar la era industrial en la que los países menos desarrollados todavía tienenque ingresar».

(Zbigniew Brzezinski en «La Era Tecnotrónica», 1979)

Terminamos dando la palabra al profesor Luis de Sebastián:«En un día agitado de los mercados internacionales de moneda extranjera, el

valor de las transacciones que se realizan en el mundo puede llegar a un billón dedólares, o sea, 115 billones de pesetas al cambio actual. Un billón de dólaresrepresenta más de dos veces el valor del Producto Interior Bruto de España en1991. Se comprende que no haya en el mundo banco central que pueda resistirél solo una tormenta vendedora contra su moneda».

«Los agentes de los movimientos de divisas son los operadores en el merca-do de divisas, que son departamentos especializados en las transacciones conmoneda extranjera de los grandes bancos, instituciones financieras, compañías deseguros, fondos de pensiones, empresas multinacionales ... ; en una palabra, loque se llama inversores institucionales, que, disponiendo de grandes cantida-des de dinero líquido o de un crédito sólido para obtenerlo de los bancos, inter-vienen en los mercados de divisas y financieros para proteger y aumentar el valorde sus carteras de activos y los rendimientos que producen».

«Se puede estimar que en todo el mundo hay entre dos mil y tres mil agen-tes institucionales independientes, de los cuales unos treinta actúan como líde-res, es decir, sus acciones arrastran al mercado. Son estas instituciones, todas jun-tas, las que poseen o pueden poseer en un momento dado unos siete u ochobillones de dólares para dedicarlos a la compra y venta de moneda extranjera».

(Luís de Sebastián, «Mundo rico, mundo pobre», 1994)

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Pro Deo

Sorprendentemente (o felizmente si nos sirve para pensar y actuar con rec-titud) está de «rabiosa» actualidad el problema de la corrupción política y econó-mica, tanto en nuestro país como en Europa y, en general, en el mundo. Parececomo si esta civilización nuestra hedonista y utilitarista, seguidora y adoradora deldinero y el poder, tuviese cierta tendencia natural a corromperse.

A diario nos martillean los medios de comunicación con el trágico comerciode armas y estupefacientes, con la compra y venta de todo tipo de influencias, conla irregular y opaca financiación de los partidos políticos, con el uso para enri-quecerse de información privilegiada y la comercialización de la misma, con lasguerras provocadas y no resueltas, con las actuaciones delictivas de cargos públi-cos de especial relevancia, con la asidua especulación monetaria de los grandestrusts financieros internacionales sin producir riqueza alguna objetiva, con la finan-ciación constante de las ¿pérdidas? de las empresas transnacionales con dinero delos ciudadanos, con las «maniobras» más o menos fallidas de y en los bancos, quecuestan centenares de miles de millones de pesetas a los contribuyentes, con elaumento real de la macroeconomía de los países y del mundo mientras aumentala pobreza e indefensión social de mayor número de personas, con el secuestrode las instituciones por parte de los partidos políticos (véase en España la largainterinidad en el cargo del Defensor del Pueblo o los problemas para elegir a losmiembros del Consejo Superior del Poder Judicial), etc.

¿No es necesario estar ciegos para creer que todo este conjunto de hechosson «casos aislados» al margen de la constitución y funcionamiento de la sociedaden cuanto tal?

Porque, en efecto, ¿qué es corromper y qué es corromperse? Sinónimosde corromper son destruir, consumir, disipar, violar, arruinar, extraviar, echar aperder, seducir, sobornar, falsificar. Todos estos verbos son transitivos, es decir,siempre hay algo o alguien que corrompe y siempre hay algo o alguien corrom-pido.

Cuando, por el contrario, el verbo corromper se usa de forma reflexiva omedia, corromperse tiene el mismo significado pero indicando que el sujetocorruptor y el objeto corrompido son idénticos, son la misma realidad o la mismapersona. El germen corruptor es intrínseco a la misma realidad que se corrompe.

No es igual, aplicado a nuestro caso, el que haya corrupción en nuestra socie-dad debido a agentes, digamos, externos a la misma que luchan contra ella, que

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el que en la propia constitución de la sociedad se encuentren elementos dege-nerativos que tiendan a descomponerla y desintegrarla.

Entendemos por agentes externos a la sociedad los que, aun estando dentrode ella, van a contrapelo de sus valores vigentes, y entendemos por elementosdegenerativos internos los valores en uso que, conformando la realidad social,perturban la paz y la unidad, cuando no la existencia, de sus propios miembros.

Como ya hemos afirmado en anteriores artículos y editoriales, dos son losvalores vigentes en nuestra sociedad y que como tal la constituyen.

El primero es el ¿derecho? a la posesión ilimitada de bienes materiales yde consumo, valor asumido en la estructura legal imperante que no pone cotoa la posesión individual a pesar de la llamada fiscalidad, y que imposibilita a lospobres y excluidos la posesión de la riqueza ya existente, a pesar, también, dela acción reivindicativa, que no transformadora, de la lucha sindical.

El segundo es el poder, es decir, la capacidad de imponer a otros la volun-tad propia. No queremos extendernos ahora en dónde están y quiénes son losque toman las decisiones que afectan a nuestra vida de ciudadanos y de personas.Desde luego al pueblo se le escatima la preparación para tomar decisiones políti-cas por sí mismo, e igualmente la posibilidad de tomarlas. Por ley, el pueblo, trascada elección, abdica en quien lo gobierne y dirija.

Además, la interdependencia mundial, impuesta por los poderes económi-cos con el auxilio de la ciencia y la técnica, hace más compleja la toma de deci-siones, cada día más concentrada en las pocas manos que poseen la informaciónadecuada.

Es evidente que, de hecho, la corrupción le viene a la sociedad tanto deagentes externos como internos, y que estos últimos son los más peligros y disol-ventes. Si se quiere librar a la sociedad de su aniquilamiento, habrá que lucharfrente a los dos, pero será lo más urgente, por ser lo más importante, la creaciónde nuevos valores de solidaridad y servicio que sustituyan y neutralicen a los vene-nosos del acaparamiento y del dominio, causantes de toda lucha y muerte entrelos hombres.

El problema, sin embargo, está en cómo luchar frente a los que hemos lla-mado agentes externos e internos de corrupción para introducir en la sociedadlos valores de comunión en toda clase de bienes y de disponibilidad en el serviciode unos con otros.

Supuesta la ¿buena? voluntad de los reformadores o transformadores, éstospueden seguir tres caminos: domar, amaestrar o educar a la sociedad.

Para la doma basta la fuerza bruta: castigar con efectividad y contundenciaa cuantos delinquen. El gravísimo inconveniente para este camino, que le invali-da como solución humana, es, por una parte, que no parece digno imponer anadie aquello de lo que no está convencido, y, por otra, que tampoco resulta fácil

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arbitrar cómo castigar los delitos de los encargados de castigar (entiéndase demantener el orden), más difícil cuanto más ellos detentan el poder de coerción.

Para el amaestramiento es suficiente el diestro manejo de los resortes psico-lógicos, hábilmente concretado en la acción sobre la conciencia de los ciudadanosa través de todo tipo de propaganda, desde ideas y sentimientos hasta detergen-tes y desodorantes, abundantemente vertida por los medios de comunicaciónsocial.

No cabe duda de que este método destruye lo más profundo de la libertadhumana. Los ¿valores? así insuflados no alcanzan el nivel de la deliberación y dela elección propio de la responsabilidad humana y, por tanto, no resulta válidosemejante método para regenerar la sociedad, sino, más bien, para dormirla,nunca para ponerla en tensa vigilia de salvación.

Educar, por el contrario, conlleva conseguir, partiendo de las posibilidades yfacultades de cada uno, que las personas y ciudadanos accedan por sí mismosa la verdad, la acepten como un bien y la abracen con coherente honradez aúncon merma de sus propios intereses individuales. Queremos decir que sin unainteriorización de valores, así adquiridos en el acercamiento a la verdad, al bien ya la honradez, no hay base posible para mejora social alguna.

Cae de su peso –y no es de la menor importancia– que cuantos quieran serreformadores, transformadores o rectores sociales han de ser los primeros en inte-riorizar y vivir los valores de solidaridad y servicio.

Pero nos interesa ahora alertar sobre el frecuente engaño de creer que bas-tan unas buenas leyes correctamente formuladas para que la sociedad marchebien. La ley, mientras cada uno no la asuma como reflejo de la verdad, del bien yde la justicia, es algo externo a la persona. La ley, sin más, inmediatamente ponea trabajar a la creatividad humana para descubrir los mil modos y maneras de elu-dirla cuando choca con los intereses particulares del individuo.

Es más, la ley sola no hace bueno ni recto a nadie, porque ella puede, a lomás, decirnos dónde está el bien o el mal, pero es incapaz siempre de propor-cionar el coraje y la fuerza interior para cumplirla.

No hace falta recurrir a Pablo de Tarso, quien afirma: «Hago el mal que noquiero», ni a Horacio de Roma, quien sentencia: «Comprendo lo que es el bien ylo apruebo pero me adhiero al mal», para constatar una experiencia de validez uni-versal: que hay gran distancia entre la percepción del bien (lo que ya no es nadafácil) y la voluntad y la fuerza para realizarlo.

Esta realidad antropológica, constatada pero mal comprendida y asimilada,ha llevado muchas veces a obligar al bien violentando la libertad humana, otras adejar a cada uno campar por sus respetos en continua colisión con los otros, confrecuencia a aceptar como bueno lo consensuado por los fuertes y casi siempre atratar a los ciudadanos como menores de edad. Pues, en efecto, no es casual quecorrientemente se justifique la necesidad de la existencia del Estado frente a la

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sociedad y en la sociedad por la falta de voluntariedad de los individuos del cuer-po social para contribuir al bien común.

En definitiva, queremos hacer caer en la cuenta de que, para implantar en lasociedad los valores de solidaridad y servicio que eviten la corrupción, ningunaimposición sobre el hombre es buena. Ni la violencia, ni el amaestramiento, ni lasleyes son suficientes. La verdad, el bien y la justicia ha de descubrirlas el hombredesde su interior, aunque para ello tenga que mirar también fuera de sí, y, ademásnecesita ser salvado o curado de su desacuerdo entre el pensar el bien y obrarel bien, desacuerdo cuya raíz es el amor propio cristalizado en egoísmo.

Para que surjan en su corazón los anhelados valores de solidaridad y servicio,necesita el hombre bajar a la raíz de su comunión con los demás, que no puedeser, contra lo que comúnmente se afirma, sólo la comunión en la naturalezahumana; pues, expresada y vivida ésta en clave darwinista, origina, como hasucedido, feroz lucha entre los individuos de la especie por sobrevivir, superando,dominando y eliminando a los débiles, y no saldríamos, por tanto, del círculo vicio-so de la necesidad de acaparar y dominar.

La raíz de la comunión con los demás, con los otros, no está en la línea dela necesidad, propia de la naturaleza, sino en la de la gratuidad, propia del serpersonal.

Sólo si, desde su condición de persona que puede realizar actos gratuitos, noimpuestos, el hombre descubre la gratuidad de su existencia y de toda exis-tencia, encontrará la raíz de su comunión con los otros en la voluntad de un Otropersonal que gratuitamente, es decir, sin verse obligado, por puro amor donante,le ha llamado a él y a cuanto existe a la existencia y al que se encuentra esencial-mente referido, juntamente con todos los demás y lo demás, y con el que comopersonas El y nosotros podemos entrar en diálogo.

Sin un sentido religioso, en suma, no puede el hombre ser virtuoso, porqueno puede sustraerse a la necesidad.

La tesis cristiana de un Dios Padre del que todos somos hijos y, por ello, ima-gen, la entrada de ese Dios en la historia humana especialmente a través de Jesúsde Nazaret, aceptando en su carne nuestros desajustes, sufrimientos e injusticiasy en el que todos quedamos hermanos, el amor mutuo hasta el sacrificio comonorma de vida, el valor indescriptible de toda vida humana salvada en Él, etc., síson base firme para la comunión entre los hombres en la solidaridad y el servicioy para la regeneración de esta sociedad enferma de egoísmo e individualismo.

Por todo ello, nosotros estamos PRO DEO, a favor de Dios, porque por enci-ma de las infidelidades, más o menos graves o gravísimas, de los llamados cre-yentes, la actitud religiosa es la única forma seria de estar a favor del hombre y dela sociedad. Lo demás vendrá por añadidura, incluida una economía y una políti-ca justas.

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Profetas… y mártires

La sociedad actual –la de nuestro país y nuestro entorno de naciones ricas–no aguanta a los profetas.

Una sociedad individualista y hedonista, tal como se ha estructurado e hipos-tasiado en la cultura neoliberal reinante, sobre todo a partir de la caída del murode Berlín y de la URSS, está incapacitada para comprender la crítica a su com-portamiento y la exigencia ética de renunciar a cotas de consumo y bienestar enprovecho de otros. Cree haber triunfado para siempre de veleidades sociales,colectivas o socialistas.

El valor supremo es el individuo, que no la persona. Cada uno tiene la con-vicción de que él es el centro y la máxima autoridad de sus decisiones y compor-tamientos y, al mismo tiempo, la fuente de la ética, es decir, la justificación de suspropios actos, que, siendo suyos, son buenos. Lo importante es obrar con lamayor espontaneidad posible ante sí y para sí. No admite, porque no ha lugar aello, criterios que sean propuestos desde fuera ni, tampoco, desde lo que podríaentenderse por orden objetivo. No hay comunión con el otro –lo que estaría enlínea de persona– sino monarquía absoluta de cada sujeto, y, luego, alianza deintereses.

Con estos planteamientos se llega, a lo sumo, a comportamientos colectivospor consenso. Ahora bien, como quiera que nuestra sociedad –en la que estamosinmersos– es de ricos y opulentos (los bimillonarios actuales del Norte ya poseenmás del 45% del PIB mundial) o de aspirantes a serlo, el consenso recae de nuevo,en un paradójico círculo vicioso, en propiciar el individualismo; pero ya, legali-zado. Cada vez más, el individuo es sujeto de derecho, convirtiéndose en un abso-luto, es decir, desatado, suelto, sin trabas ni referencia, que es lo que etimológi-camente significa absoluto. Así, anda desatado el derecho a enriquecerse sinmedida y a poseer sin límites; desatado el derecho a la competencia en todos losórdenes aunque termine en la exclusión de los menos competitivos, no importaque sean millones; desatado el derecho a la sexualidad; desatado el derecho decomprar y vender aunque sean vidas ajenas a través, por ejemplo, del mercadoagropecuario o de la libertad de contratación de mano de obra; etc.

Es de notar en esta situación la paradoja del individualismo. Parecería lógicoque en una cultura individualista la «despreocupación» de unos y de otros llevara adejarse en paz mutuamente. Sin embargo, lo que se constata es la lucha de todoscontra todos y una desigualdad entre individuos cada vez más acusada e hiriente.

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Y es que el prójimo es una realidad mostrenca que no hay manera de quitárselade encima. El individualismo, desde luego, elige la confrontación.

Por eso, en tal contexto, la protesta que genera este estado de cosas, al estarlos criterios individualistas también profundamente enraizados en los desfavoreci-dos y en las víctimas, es casi siempre reivindicativa. No se pretende la comuniónentre las personas, sino la participación en el festín.

Lo más grave, no obstante, es que a fuerza de practicar el individualismo sehan creado unas convicciones, transformadas después en evidencias, que termi-nan –han terminado– constituyendo una racionalidad cerrada, impotente ya decuestionar el punto de partida. Todo puede razonarse –y se razona– pero a partirdel intocable dogma neoliberal. Así procede hoy en su mayor parte la llamadaciencia económica. Naturalmente, una racionalidad de ese tipo es necesariamen-te inmanentista, arreligiosa, sin religación a algo o a alguien transcendente e inter-pelante. Por todo ello, para muchos ya no es ni siquiera pensable otra racionali-dad que parta de la comunión interpersonal.

Esta mentalidad, que se extiende con harta frecuencia a los comportamien-tos religiosos, lleva a considerar «el mundo», desde planteamientos espiritualistas,como inabordable, y, desde planteamientos progresistas, como no cohonestablecon una moral exigente. En ambos casos hay que dejarle que siga su marcha talcual es sin intentar cambiarlo.

Con estos presupuestos socioculturales, el profeta, que habla desde la racio-nalidad de la comunión y la trascendencia, no sólo es que resulte incómodo comosiempre ha sido, sino que se hace insufrible e inaguantable, porque se ve obliga-do a denunciar a todos. Con fuerza, a los poderosos, responsables sociales delhambre y la miseria y sostenedores de la irracional racionalidad del desorden exis-tente, y con fuerza, a los pobres y a las víctimas que, con frecuencia, ignoran loscaminos de la promoción cambiándolos por los de la revuelta.

Porque profetas son las personas que hacen de su vida profesión de denun-cia del mal y la injusticia al tiempo que de encarnación de una vida abierta y comu-nitaria, libre de la hipocresía de la riqueza y el bienestar. Por fraternos, sufren conla degradación moral de los injustos y con la pasión y el sufrimiento de las vícti-mas. Por religiosos, desvelan cuanto en el hombre existe de posibilidad de supe-ración y redención. Exigen, pero alientan. Acusan, pero llevan sobre sus hombrosal caído. Gritan, pero esperan.

A menudo, la compañía del profeta es la soledad. Soledad porque se le dejasólo. Ni se le sigue ni se le comprende, cuando no se hace mofa de él. Soledadporque las acusaciones que recibe de incoherente o de idealista le obligan a radi-calizar su forma de vida. Soledad porque aún no ha cuajado en la vida social lautopía que él vive y afirma.

Compañera asidua, también, del profeta es la persecución por parte de losbeneficiarios del sistema injusto. Pero esta persecución, que es su martirio, su

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sufrimiento, a veces con efusión de sangre, es, asimismo, su martirio-testimonio.Testifica que es posible otro orden de cosas más justo y noble.

Tal vez, a muchos ojos y oídos parezca y suene a extraño cuanto aquí vaescrito. Tal vez porque no se encuentran profetas entre nosotros. Tal vez porqueno oigamos a los que de lejos (desde el Tercer Mundo por ejemplo) nos gritan. Talvez porque hoy ya no los perseguimos, sino que los marginamos. ¿No se apuntapor ahí cuando se habla de grupos marginales? Porque, ¿qué grupo social, políti-co o religioso influyente no comenzó siendo marginal en el mundo en que nació?¿No es esto condición para que crezca hacia abajo, se enraíce y después sea másfrondoso y más abundante su fruto?

Lo que sí afirmamos es que nuestra sociedad necesita profetas y grupos deprofetas que con su martirio-sufrimiento-testimonio den otro ritmo y sabor almundo, y que no tengan miedo a la soledad o la marginación, porque un profe-ta, en realidad de verdad nunca está solo, porque lleva la divinidad consigo.

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Beneficencia y justicia

«El 66% de los españoles, a favor de destinar el 0,7% del PIB nacional alTercer Mundo», titulaba la página de sociedad un diario nacional el 1 de diciem-bre, y proseguía en subtítulo: «El 55% está dispuesto a dar dinero de su bolsillo alas ONGs». «Ahora España –continúa en el cuerpo del artículo– destina el 0,2%,y existe el compromiso de elevar este índice hasta el 0,5% el próximo año».

Resulta alentador constatar –enfatizaba nuestro Rey en su saludo de Navidaddirigido a todos los españoles el día 24 de diciembre de este año 1994– que lasociedad española, y en especial nuestra juventud, ha dado muestras elocuentesde su capacidad para movilizar las conciencias en favor de nobles ideales y paraaportar su esfuerzo generoso en beneficio de los que menos tienen y de los quemás sufren». Se estaba sin duda refiriendo también a la campaña del 0,7% y a lamasacre de Ruanda fundamentalmente.

Durante todo el mes de diciembre, desde el Ministerio de Asuntos Socialesprincipalmente, se está llevando a cabo en nuestro país una amplia campaña enfavor del voluntariado. Ofreciendo a los «voluntarios» (sin duda para que aumentela «voluntariedad») incentivos para obtener préstamos, vivienda y trabajo.

Mientras tanto, en este mismo mes de diciembre, el Informe sobre DesarrolloHumano de 1994 del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)hace, entre otras no menos graves, las siguientes afirmaciones:

«Los países ricos consumen cuatro quintas partes del capital natural de lahumanidad sin estar obligados a pagar por él».

«Una quinta parte de la humanidad cuenta con las cuatro quintas partes delingreso mundial».

«La quinta parte más pobre del mundo ¿disfruta? solamente del 1,4% del PIBmundial; el porcentaje de su comercio exterior es del 0,9 con respecto al mundial;su ahorro interno, el 0,7% y su inversión interna, el 0,9%».

«El gasto militar mundial es igual al ingreso de casi la mitad de la poblacióndel mundo. Los 815.000 millones de dólares gastados en armamentos en 1992fueron igual al ingreso combinado del 49% de la población mundial».

«Los cinco principales países exportadores, que venden un 86% del arma-mento convencional exportado a los países en desarrollo, son miembros perma-nentes del Consejo de Seguridad; en orden descendente, Rusia, EE.UU., Francia,China y el Reino Unido. Dos tercios de esas armas se venden a diez países endesarrollo, entre ellos algunos de los más pobres del mundo».

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«La diferencia de la participación en los ingresos mundiales entre el 20%más pobre y el 20 % más rico era en 1960 de uno a treinta, pero en 1991 pasóa ser de uno a sesenta y uno».

«Es necesario, también, ampliar el concepto de cooperación al intercambiocomercial, a las inversiones privadas, a la mano de obra, a las corrientes comer-ciales, a las finanzas internacionales y a la deuda externa».

«Se haría una contribución sustancial al desarrollo de los países pobres si sepudiera persuadir a los países industrializados a que cancelen la deuda de los paí-ses pobres, a condición de que ese dinero se destine al desarrollo social». «Sóloen 1992 los países en desarrollo tuvieron que pagar 160.000 millones de dóla-res de deuda, importe más de dos veces y media superior al de la ayuda oficial ysuperior en 60.000 millones de dólares al total de la corriente de recursos priva-dos hacia los países en desarrollo en ese mismo año».

«Es necesario reestructurar las organizaciones de las Naciones Unidas y lasinstituciones de Bretton Woods (el Banco Mundial, el Fondo MonetarioInternacional y, de alguna manera, el Gatt)».

Contrastar estas afirmaciones del PNUD con las que, referidas a nuestropaís, recogemos en el inicio de este editorial nos produce cuando menos perple-jidad y desasosiego de la mente y el corazón cuando no indignación, debido a losgraves interrogantes que tal contraste nos plantea,

¿Es posible que, frente a la envergadura del problema de la pobreza y de lainjusticia mundial, se crea eficaz la limosna del 0,7% de un país o de muchos paí-ses?

¿Nadie ha pensado que, sin condonar su deuda, sin reducir (suprimir másbien) el armamentismo, sometidos a la dictadura de las finanzas, del mercado, dela desvalorización de sus materias primas y al yugo de las empresas transnacio-nales, etc., la distancia entre países pobres y ricos irá en aumento; sin que valgaacusar de ello a la superpoblación, cuando en los últimos veinte años la produc-ción de bienes se ha multiplicado por seis mientras la población mundial apenasse ha duplicado?

La reforma de las Naciones Unidas, de las Instituciones de Bretton Woodsque pide el PNUD, ¿va a conseguirse con limosnas y unas horas de trabajo cui-dando enfermos, ancianos o niños?

¿Transforma la limosna y la beneficencia, por muy estatal y generosa quesea, el mercado mundial, el poder de las transnacionales y el sistema financiero,tal como, utilizando el sentido común, reclama el PNUD?

Nuestro país, que entre 180 países ocupa el número 23 en el índice de desa-rrollo humano y por tanto clasificado entre los de desarrollo alto, ¿no puede per-donar la deuda externa a los países de desarrollo humano medio y bajo?

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¿Puede decirse que alguien tiene conciencia social, y no de benefactor olimosnero, si no ha descubierto el entramado institucional tanto económico comopolítico y cultural que sustenta las guerras y la pobreza? ¿Qué sentido tiene atacarlos efectos de la injusticia dejando actuar libre e impunemente a las causas que laprovocan?

Paliar los efectos de la injusticia sin luchar contra la injusticia misma ¿no esuna cooperación con los injustos y una incitación a que lo sean, pues tienengarantizado que alguien se ocupará de reedificar lo que ellos arruinan y desbara-tan?

Reconociéndoles algún valor a la limosna y a la beneficencia, ¿por qué otor-garles la categoría de instrumentos adecuados para la implantación de la justicia?

Suponiendo –y es demasiado suponer como demuestra la experiencia– quela limosna socorriese puntualmente la miseria de todos los pobres, ¿dónde que-daría la dignidad de tales pobres siempre en dependencia de los ricos y podero-sos? ¿O es que los pobres no tienen dignidad?

En campañas como las realizadas este año en nuestro país ¿no se está utili-zando el natural anhelo de justicia de la juventud para, conduciendo su coraje porcaminos secundarios, ocultar la verdadera culpabilidad de los responsables socia-les, económicos y políticos de la actual situación?

Después de haber reflexionado en cuanto antecede, cualquiera puede con-testar a los interrogantes planteados según su conciencia, desde donde el sentidocomún y la honradez le aconseje.

Nosotros, por si sirve de ayuda, ofrecemos ahora nuestro punto de vista, endiálogo, con dos clases de posibles lectores, los creyentes, en concreto los cristia-nos, y los no creyentes, aunque estimamos que a ambos les vendrá bien cuanto alotro decimos.

Compartimos con los creyentes:

1. Que cada una de las personas, por imagen e hija de Dios, es digna de quese la defienda, se la ayude y se la sirva, en sus concretas e individuales necesida-des, máxime si, por pobre, se identifica más con el Señor Jesús.

2. Que el ejercicio de la Caridad, es decir, del servicio al prójimo por AMORDE DIOS, es tan amplio que nadie puede agotar todas las posibilidades y, por eso,unos se sienten llamados, vocacionados, a este servicio concreto en favor de loshermanos y otros al otro.

3. Que entre los creyentes se han dado y se siguen dando ejemplos de acen-drada abnegación y entrega a los demás, incluso pagando con la vida, como se hapuesto de manifiesto a lo largo del año que termina.

Pero, sentado esto, nos atrevemos a decir que, como conjunto social, conharta frecuencia desfiguramos, caricaturizamos, arruinamos o destruimos la

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Caridad cuando en nuestro «servicio» al prójimo prescindimos de aspectos esen-ciales de la misma.

Permítasenos hacernos entender desde una cita del Concilio Vaticano II:(Decreto Apostolicam Actuositatem, Nº 8, punto 5).

«Para que el ejercicio de la Caridad... aparezca como tal es necesario que...se considere con la máxima delicadeza la libertad y dignidad de la persona querecibe el auxilio; que no se manche la pureza de intención con ningún interés dela propia utilidad o por deseo de dominar; se satisfaga ante todo, a las exigen-cias de la justicia, y no se brinde como ofrenda de caridad lo que ya se debe portítulo de justicia; se quiten las causas de los males, no sólo los efectos, y se orde-ne el auxilio de forma que, quienes lo reciben, poco a poco se vayan liberandode la dependencia externa y se vayan bastando por si mismos».

A la luz de estas palabras, se comprende con facilidad que las campañas lle-vadas a cabo en nuestro país, ocasión de este editorial, no están orientadas a lasexigencias de la justicia, ni a la erradicación de las causas del mal, ni por ello, aque los pobres se liberen de la dependencia ajena, y se comprende también quea los cristianos su fe les exige ir mucho más lejos de lo que van estas campañas.

Por consiguiente, cuando los cristianos, en su conjunto, o al menos en núme-ro socialmente significativo, no plantan cara al sistema económico neocapitalis-ta y neoliberal, que, al no existir otro de hecho hoy en el mundo, es el responsa-ble de la pobreza, el hambre y la muerte de millones de personas, faltan a lacaridad como se la exige el Concilio.

Cuando el ordenamiento político internacional permite la prepotencia de lospaíses ricos sobre los pobres, bien a través del veto de que gozan en la ONU, biena través de su potencia económica y cultural, bien por cualquier otro medio; cuan-do en el ordenamiento político nacional se prima al Estado frente a la sociedad ya la economía frente a los derechos humanos, y los cristianos se instalan sin pro-blemas de conciencia en tales ordenamientos ¿qué valor real tiene la DoctrinaSocial de la Iglesia cuando habla de la dignidad y del protagonismo de la personay los pueblos en la vida personal y social?

Cuando se aceptan, de hecho y con la vida, los planteamientos hedonistas,consumistas e individualistas de nuestra cultura sin alumbrar, al menos en grupossignificativos, nuevas formas sociales de vida hechas de responsabilidad compro-metida, de austeridad y de solidaridad, la limosna ofrecida a los pobres, desdenuestra opulencia individual y social, es una ofensa a la dignidad de los pobres yno Caridad cristiana. Creer en la Encarnación de Dios es creer en un descenso deDios al nivel humano. Por ello, mientras la Caridad no sea un descenso vital alnivel de los pobres en todos los sentidos, el cristiano no encarna adecuadamentela Encarnación de su Dios, no le es fiel. Y de veras, las campañas al uso que hace-mos ¿cuestionan en algo fundamental nuestros niveles de vida y nuestras formasde vida?

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Lo que, en definitiva, queremos decir es que, sin una presencia activa de loscristianos, y con mayor razón si son seglares, en el campo de la economía, de lapolítica, de las asociaciones sociales y de la cultura, traicionamos el mensaje deAmor y Caridad del que de palabra decimos vivir.

Y no estamos defendiendo el confesionalismo. Al contrario, lo que pedimoses que se actúe al lado y con los pobres y los pueblos en su lucha por la justiciay la dignidad. La revisión de lo que acontece en esa lucha y esfuerzo de lospobres y los pueblos determinará la calidad y el modo de la participación de loscristianos, que, desde luego, no podrá ser nunca ni el gueto ni el abandono.

Nos dirigimos ahora a los no creyentes, es decir, a aquellas personas que nofundamentan su acción y su compromiso social en motivaciones estrictamentereligiosas.

En primer lugar, tendrán todos que convenir con nosotros que la situación delos pobres, y en especial de los países del Tercer Mundo es efecto de la injusticia,pero de una injusticia no tanto (o no sólo) personal cuanto institucional. Queremosdecir que desde la legalidad hoy vigente para el mercado y el comercio, para lasfinanzas, para los préstamos, para los precios de las materias primas, para la con-tratación laboral en los distintos países, para la soberanía de las naciones, para elfuncionamiento de la ONU, etc., la injusta desigualdad resulta «legal», es decir,conforme a lo que se llama el derecho positivo; lo cual es ya la madre de todas lasinjusticias. Aunque no se tenga para comer, hay que pagar la deuda y sus intere-ses, por ejemplo.

En semejante contexto la beneficencia y la limosna, por cuantiosa que sea,queda fuera de lugar como camino para la solución del problema de la pobreza enel mundo. Lo que se necesita y lo que por desgracia se ha olvidado de tanto repe-tirlo es un Nuevo Orden Económico Internacional (el tan anhelado NOEI) y unNuevo Orden Político Mundial y Nacional, sancionados y reflejados en textos lega-les, de manera que el acaparamiento y mal uso de la riqueza así como el mante-nimiento y la explotación de la pobreza y la necesidad ajena sean punibles, tantoa nivel individual como de corporaciones o estados; donde nunca, con la ley en lamano, una minoría de naciones ricas impongan su voluntad a la mayoría de lospaíses pobres.

Ahora bien, semejante objetivo resultará imposible de conseguir sin unaamplia, comprometida y dolorosa lucha social que ilegitime las injustas institucio-nes vigentes. Lucha que, por sí misma, solamente, no pueden llevar a cabo lasONGs o cualquier otro tipo de asociaciones benéficas que normalmente viven delos donativos de las sociedades ricas y de los mismos estados poderosos, que, ade-más suelen utilizarlas para crear una buena imagen del gobierno que las ayuda yprotege. No fue casual, que cuando en el Foro Alternativo, celebrado en Madriden septiembre-octubre pasado, se propuso una crítica radical al Fondo Monetario

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Internacional y al Banco Mundial, la Coordinadora Nacional de las ONGs se reti-rara del mismo.

Como tampoco fue mera anécdota que nuestro partido político «más a laizquierda», partícipe durante un año con sus siglas en una campaña nacional einternacional contra el GATT, apruebe su ratificación en el Congreso de losDiputados con el voto afirmativo de todos sus diputados presentes. Sin duda,nuestros partidos políticos, por encima de hueros verbalismos, están comprome-tidos, vía UE, con el mundo de los ricos y en su estrategia no entra arriesgarse deveras por la justicia de los pobres del mundo. Nuestros partidos, todos, formanparte del sistema legal vigente que es preciso transformar.

De ahí para nosotros la importancia y la esperanza que ponemos en losmovimientos sociales que con libertad, espontaneidad y creatividad propugnan ypugnan por otro tipo de relaciones humanas más fraternas, más fluidas y justas yque no se dejan integrar o atrapar en y por la lenta burocracia de las rígidas estruc-turas. En la medida en que los movimientos sociales sean más independientes delsistema y sus aledaños, mejor alumbrarán un tipo de sociedad distinta, más auto-gestionaria pero también más solidaria.

En este sentido, si el movimiento del 0,7% en España significa un despertarde nuestra juventud de la modorra del conformismo ante un mundo radicalmenteinjusto sea bienvenido. Pero si ese despertar no se transforma en un empeño seriopor cambiar las formas de vida y las estructuras injustas y se le domestica en unaingenua oración de súplica a los poderosos por los pobres, pasará sin dejar hue-lla, diluido en el desencanto o en el acomodo a la situación.

En contra de la opinión de un prestigioso sociólogo de moda, nos atrevemosa dudar de que el movimiento social más importante del año haya sido en nues-tro país la campaña del 0,7%. ¿No tiene acaso más contenido revolucionario jun-tar en Madrid más de 15.000 personas pidiendo la desaparición del BancoMundial y del Fondo Monetario Internacional, como consiguió la Campaña 50Años Bastan el día 2 de octubre?

Para terminar. La beneficencia será siempre ocasional, aunque necesaria encasos concretos y a corto plazo, frente a los desmanes de la injusticia. Cuando sela quiere convertir en instrumento de justicia, se vuelve injusta. La implantación dela justicia exige siempre cambios en el orden institucional. Estrellar el anhelo reno-vador de la juventud en la mera reivindicación de limosna ante los poderosos escastrar la posibilidad de cambio social que toda juventud puede aportar.

En nuestra sociedad es necesario cambiar el enfoque. En lugar de dedicarsetantos a socorrer a las víctimas, convendría que todos nos dedicásemos a perse-guir a los ladrones, es decir, al orden social en que vivimos y del que vivimos. Nopodemos pretender levantar al pobre mientras nuestro pie oprime el pecho delcaído.

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Inestimable vida, la de todos

Entre los derechos humanos, sin duda, el primero es el derecho a la vida. Deahí que no entendamos que, para quienes, de una u otra manera, aseveran res-petarla y defenderla, no tenga la vida rango de valor absoluto, por encima de todaclase de dificultades y condicionamientos.

Porque, en verdad, encontramos contradictoria la actitud frente a la vida demuchos grupos, ideologías y militancias que, desde la inconsecuencia y la parcia-lidad, cuando no desde razonamientos sesgados, niegan, en la práctica, el valorabsoluto de tal derecho.

Nosotros, en efecto, nos preguntamos: ¿Por qué muchos, que afirman defen-der en torno a la vida humana la dignidad, la justicia y la igualdad, abogan almismo tiempo por el aborto y la eutanasia, atentando así contra el comienzo y elfinal de la vida?

¿Por qué, por el contrario, otros muchos, debeladores sin descanso contra elaborto y la eutanasia, se despreocupan luego de comprometerse con el mismotesón con la justicia, la igualdad y la dignidad humana, y hasta se sienten, conharta frecuencia, proclives a la pena de muerte?

Quienes, alarmados –dicen– por la falta de recursos, proponen una drásticareducción de la población, especialmente entre los pobres, ¿cómo es que norenuncian al consumismo y al derroche propio y al de las ricas sociedades en queviven?

Los otros que propugnan la libertad absoluta de traer hijos al mundo, ¿hastaqué punto están presentes en el esfuerzo por conseguir que la vida de todos losnacidos sea digna y verdaderamente libre y humana?

Quienes, especialmente en nuestras sociedades opulentas, claman con razóncontra la pena de muerte, ¿gritan con igual intensidad contra las guerras y, sobretodo, contra la producción y venta de armas, negocio del que la nación a la quepertenecen suele obtener pingües beneficios económicos?

¿Cómo es posible que, quienes encuentran adecuado el acaparamiento ilimi-tado y el dominio absoluto y privado de toda clase de bienes (para desarrollar–argumentan– su libertad e iniciativa, anejas a la vida), no comprendan que a otrosdejan al desnudo de la miseria, el hambre y la muerte, negadores de la vida?

Los paladines del desarrollismo a ultranza, sin tope para el consumo de ener-gía y de materias primas, ¿son acaso tan torpes como para no ver que topan conlas limitaciones del soporte de la vida humana, la naturaleza, y que exponen a los

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futuros vivientes a una vida en precario, si es que no se la imposibilitan por com-pleto?

Y lo grave de esta situación es que, mientras la vida humana se sigue dete-riorando día tras día (¿o tenemos que volver a nombrar los genocidios, las guerras,las dictaduras, el hambre, el paro, la marginación y la progresiva agresión a lanaturaleza, todo ello a escala mundial?), cada grupo e ideología, lejos de integrarlas razones del otro, utiliza las propias como arma contra el adversario, empeci-nándose en no ver su negativa actitud frente a fundamentales aspectos de la vida.

Contra tanta argumentación parcial, la lógica del sentido común pide com-prender la vida como una unidad a defender, proteger y alentar de principio a finy a dotarla de todos los medios necesarios para su normal conservación y desa-rrollo; en armonía –que exige igualdad fundamental y comunión– con las demásvidas humanas, y bien plantada en el suelo de la nutricia naturaleza, con esmerocuidada y conservada.

Que de esta visión unitaria y armónica carecen las posturas al principio cita-das, es fácil de percibir. Por eso todas atentan contra la vida humana en algúnaspecto relativo a los fines o a los medios.

Y es que en la defensa de la vida no vale prescindir de nada de lo que la cons-tituye y la sustenta: ya sea la posibilidad real de su existencia; ya sea el soportenatural, a todos en común ofrecido, de la tierra, el agua, el aire y el fuego (segúntipificaban los sabios antiguos); ya sea la compañía «amistosa» de los otros, dadoque sólo en «convivencia» fraterna es posible vivir humanamente; ya sea, también,la posibilidad del real ejercicio de la razón y la libertad, específicas notas de la vidahumana.

El necesario esfuerzo por mantener la vida en todas sus implicaciones nopuede, no debe llevar al cansancio y al abandono, sino al gozo de sentirse porta-dores del máximo valor de la realidad.

Porque la razón profunda –creemos nosotros– de los desajustes y posturasapuntadas, así como de cualquier atentado contra la vida, está en el egoísmo nar-cisista, ciego y suicida, de personas y grupos que, «centrados en sí mismos», nohan descubierto la «inapropiabilidad» de la vida en sí misma. La vida, de suyo, detal modo supera a los individuos concretos que más que poseerla somos por ellaposeídos, ya que nos viene «dada» sin que nadie haya podido merecerla ni con-quistarla por sí y para sí. La vida siempre la debemos; de ahí que nunca nos seapropia de una manera absoluta y total.

Si vivimos, es por la voluntad de otros seres vivos que nos quisieron vivos.Hasta nuestra rebeldía frente a la vida es posible sólo desde ese «don» originariode la existencia, y existencia consciente. Explicado el origen de la vida, de acuer-do con la fe de cada uno, por el azar o por la providencia, siempre emerge el mis-terio de que la total comprensión y dominio de la vida escapa, en el origen, a lavoluntad de la persona o individuo que la disfruta; porque toda vida está conecta-

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da hacia atrás con toda la cadena vital, desde la primera ameba, y hasta con todala naturaleza cósmica. ¿Cuánto no ha tenido que «trabajar» el universo en su cami-no para que «hoy» sea posible nuestra vida?

Y, ahora, en el presente momento, ¿cuántos seres, qué parte de la realidaddel universo, con vida o sin ella, con conciencia o sin ella, trabajan en colabora-ción y equilibrio para que estemos vivos? ¿No es prueba de ello el riesgo queintroducimos cuando, ignorantes, interferimos en los procesos naturales? ¿Quiénpuede, por tanto, ignorar, en la práctica, su conexión real con otros muchos seresy otras muchas vidas, sin poner en peligro, junto con la propia, a esas vidas y aesos seres?

Lo menos que podemos hacer como sensatos es ser respetuosos con tangran esfuerzo de millones de siglos.

Por eso, vistas así las cosas, ¿no es ignorante jactancia asumir como lema yeslogan y como axioma incuestionable, más aún, como norma de vida que «micuerpo y mi vida son míos»?

Más sabios ya los griegos –y desde ellos, otros muchos– concibieron el uni-verso como «cosmos», «orden», «armonía» y «belleza», y vieron detrás del cosmosun «logos», una «razón» capaz de darle sentido, dirección y finalidad; sentido y fina-lidad que apuntan a lo por venir, al futuro, ya en semilla en el pasado y en el pre-sente. Cosmos, orden, que el hombre, partícipe del logos, de la razón, puede atis-bar y secundar, y también oponérsele, pero esto no sin graves consecuencias paraél.

En esta misma dirección, el impulso religioso universal, de una o de otraforma expresado, ve detrás y dentro del universo y de la vida la implicación de ladivinidad, de algo numínico que envuelve y sobrepasa, que trasciende y al mismotiempo permea todas las cosas, incluida la vida del hombre.

Hemos hecho este largo razonamiento porque entendemos que uno de losmales de la cultura actual, y de los más nefastos, es la actitud no pacífica, no inte-grada, del hombre con cuanto le rodea. Parece más bien como si la cultura de hoynos preparase para actuar como depredadores de cuanto el tiempo y la vida haido acumulando; cuando la verdad es que la persona humana no puede vivirse así misma si no acierta en su relación con el mundo (la naturaleza), con las demáspersonas (sus con-vivientes) y con la divinidad (realidad fundamentante y finali-zante de todo ser). Considerar el ser humano como la parte, digamos, más nobledel cosmos, nunca puede traducirse en un desgajamiento del mismo por parte delhombre.

Pero, sin negar cuanto hasta ahora se ha dicho, ¿no tiene el hombre un plusde vida o de realidad que «absolutice» de alguna manera la vida «singular» e indivi-dualizada de todas y cada una de las personas miembros de la especie humana?

Sin duda ninguna. El pensamiento y la libertad lo sitúan en el orden del espí-ritu, por encima de la pura necesidad. La razón, aún entre nieblas y oscuridades,

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lo ilumina para ser consciente, para hacerse cargo de la realidad y de sí mismo;lo posibilita para establecer jerarquías de medios y fines y, mediante decisionestomadas en libertad, realizarse a sí mismo e intervenir en los procesos de la natu-raleza. La razón y la libertad no lo apartan de la comunión con las demás perso-nas, pero esa comunión se lleva a cabo, en libre diálogo, desde sí y ante sí. Nadiepuede realizarse por él; nadie debe tomar decisiones por él. De ahí la unicidad decada ser humano, que, so pena de destrucción u opresión, debe siempre respe-tarse; y de ahí también la perfectibilidad siempre abierta, puesto que ningún hom-bre nace ni terminado ni programado. Se hace a sí mismo, a lo largo de toda suvida, con posibilidad siempre de cambio de dirección y rumbo, mediante decisio-nes razonadas; aun cuando a veces elija decidir no guiarse por la razón sino porpasiones o tendencias más o menos biológicas.

En él se manifiesta el logos, la inteligencia y la razón. Por eso se descubrió así mismo imagen de la divinidad, que intuye como razón y libertad personal, y conla que se asocia en su responsabilidad ordenadora y creadora, aun a riesgo derebeldía por creerse único ordenador y creador.

Y porque esta constitución, cualidades y responsabilidades son propias detodos los individuos humanos, por posesión o por destino, toda persona humanafrente a todos (mucho más frente a todo) es sagrada, absoluta (independiente) einviolable, y el derecho a la vida, y a tal vida, el primero de los derechos.

Con frecuencia conviene preguntar por la vida a los místicos más que a losfilósofos o científicos. Juan de la Cruz ensalza así la grandeza y dignidad humana:«Un solo pensamiento del hombre vale más que el mundo entero; por eso sóloDios es digno de él». El mundo, en efecto, sin pensamiento humano sería partitu-ra sin orquesta que interprete. De algún modo, sordo y ciego, no sería. Pero elpensamiento humano tiene que hacerse cargo de la realidad toda en su amplitudy complejidad, y, por ello, si no se trunca, termina en adoración del misterio divi-no que en ella se insinúa, en amor agradecido al presentísimo Dios escondido,hecho alabanza, y en entusiasta comunión creadora con cuanto vive y alienta.Para esto se engendran los hombres, para cantar la verdad contemplada y paraobrar por el amor. Y Verdad y Amor apuntan a eternidad. Por eso toda personahumana vale lo que vale el tiempo y lo que vale la eternidad.

«Aquello que no puede ser valorado en su justo precio». Así define el diccio-nario la palabra «inestimable», que nosotros aplicamos a toda vida humana.Porque nada puede igualar su valor. Culminando el razonamiento de San Juan dela Cruz podemos concluir que la vida del hombre vale lo que vale Dios, pues sóloEl puede llenarla y a El está destinada. Intentar comprarla a otro precio es «menos-preciarla».

Consecuentemente, a la vida, a toda vida y especialmente a la de los pobres,hay que servirla gratis. Únicamente para dar vida es justo perder la propia, por-que entonces paradójicamente se gana.

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El trabajo, impagable

«Los médicos en la huelga piden de aumento el sueldo que mi marido nopuede ganar. Reprímalos a ellos», gritaba la esposa de un pescador en paro for-zoso a un policía que en Algeciras reprimía a unos pescadores, que trataban deimpedir el paso de camiones marroquíes.

En efecto, algo se percibe como extraño, que no encaja, cuando personascon hasta diez millones de pesetas de ingresos anuales (véanse los abundantesreportajes de la prensa coetáneos con la aún no extinta huelga) dirigen un paroque perjudica seriamente en la salud a millones de españoles, mientras por los tresendémicos millones de parados estructurales forzosos apenas si se lucha con pala-bras de falsas promesas.

Quienes tienen trabajo –y cuanto más fijo, más– pueden ir a la huelga, a laque por definición y situación, no pueden ir los parados. Estos no pueden sus-traerse al trabajo, porque previamente les hemos sustraído el trabajo.

Sinceramente, a quienes, desde niños, hemos concebido y vivido la huelgaligada a las reivindicaciones de los pobres, que con ella defendían el derecho apoder vivir, ellos y su familia, del salario debido a su trabajo por cuenta ajena; aquienes no hace tantas décadas tuvimos que recaudar dinero y víveres para lasfamilias de los huelguistas, la reciente huelga de médicos, como antes la de lospilotos de aviación o la de los conductores de Renfe, no nos casa en nuestrosesquemas de justicia; antes bien, nos desconcierta, máxime cuando vemos cómoésta golpea precisamente a los que corresponde más tal derecho para sobrevivir.

Actualmente, a los pobres –hasta donde se puede emplear la palabra ennuestro país– se les ha robado, por el paro y la inseguridad en el trabajo, el dere-cho de huelga y, usurpado tal derecho por gente ajena, con él se les golpea ahoraen algo tan sensible como es la salud.

Las huelgas se han vuelto corporativas, es decir, ejercidas por un estamentofuerte de la sociedad contra la sociedad misma, aunque formalmente se apunte alas instituciones que mal o bien la representan. Y, entiéndasenos, no justificamosen esta huelga a las instituciones del Estado. Lo que afirmamos es que este tipode huelgas perjudican siempre a los más débiles, y que, frente a una administra-ción deficiente o injusta, el camino adecuado sería una alianza con los pobres ylos débiles frente a las instituciones, aunque sean las del Estado. ¿Por qué no seles ha ocurrido a los médicos una acción conjunta con los usuarios de la sanidadpública, representados y presentes en distintas y numerosas asociaciones sociales?

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Pero los médicos, como tantos otros estamentos, se miran a sí mismos –y alos que ganan más, nunca, por supuesto, a los que ganan menos– y se indignanporque su trabajo no está suficientemente retribuido.

Nosotros les damos la razón. Su trabajo es impagable. Pues, en efecto, siconsideramos el trabajo en cuanto realizado por una persona, hay que afirmar quees una dimensión de la persona misma, ya que en él se ejercitan prácticamentetodas las facultades personales: inteligencia, voluntad, esfuerzo, habilidad, aten-ción, dedicación, responsabilidad, etc. Y, por consiguiente, desde este punto devista, tanto vale el trabajo cuanto vale la persona humana, es decir, más que cual-quier bien material que, por definición, es de inferior nivel. Por eso les damos larazón cuando no se consideran justamente pagados «en metálico» ¿Es que puedecomprarse con dinero la inteligencia, la voluntad o la responsabilidad humana?Todos entendemos lo que queremos decir cuando de alguien afirmamos que vendesu dignidad –o a sí mismo– por dinero.

Y ahí está –permítasenos el paréntesis– la radical indignidad del puro régi-men económico de asalariado: que se compra con dinero la persona a través desu trabajo.

El problema radica en que cuando esta «impagabilidad en metálico» no sedescubre, cualquier paga del trabajo se considera injusta y el hombre se vuelvehidrópico de bienes materiales; ya que éstos, en buena lógica, nunca se conside-ran adecuados al valor de cuanto la persona expone en su trabajo. Y, de estamanera, surge la rabiosa competencia con los demás por reivindicar mayor cuotade salario y la absurda discusión de quién merece más; como si los valores del espí-ritu, inherentes a la persona, cupieran en las matemáticas y en la contabilidad.

Ahora bien, si impagable es el trabajo en cuanto originado en la persona,igual de impagable es por su destino o finalidad, que siempre es también, directao indirectamente, la persona, quien, de una u otra forma, se siente servida, bene-ficiada con el trabajo de los demás. Y el servicio que como personas recibimos,sólo entregándonos como personas podremos pagarlo. Es mucha estúpida sober-bia creer, por ejemplo, que con dinero ya pagamos la salud, la educación o laseguridad de nuestras vidas.

¿Con qué puede, en efecto, pagarse a un médico tras una intervención qui-rúrgica que nos permite seguir viviendo? Pero ¿no es igualmente impagable lalabor del barrendero o basurero que, recogiendo nuestra suciedad, nos evita lasinfecciones y las epidemias? ¿Y los maestros, que ayudan a que emerjan en noso-tros los valores del espíritu? ¿Y los agricultores, pescadores y ganaderos, que nosproporcionan el «sustento»? Y tantos otros sin cuyo servicio no podríamos subsis-tir.

Y precisamente, porque todos y cada uno de los trabajos, auténticamentehumanos, tienen como destino el servicio a otras personas, ese debe ser el primercriterio de valoración de cualquier actividad humana; de modo que una actividad

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orientada a la destrucción, obstaculización o precarización de la vida humana –decualquier vida humana– o de sus fundamentos y sustentos debe ser considerada,por encima de sus posibles rendimientos económicos, éticamente inviable y per-fectamente rechazable en cualquier ordenamiento social justo.

Dejamos al lector hacer la lista de las actividades actuales que degradan lavida humana en sus múltiples aspectos y a las que es necesario no sólo no pres-tar apoyo sino denunciarlas y destruirlas. ¿Cuántos estamos dispuestos a cambiarde trabajo si llegamos a la conclusión de que el nuestro, lejos de servir, estorba anuestros prójimos? ¿Qué sacrificios, por ejemplo, estaríamos dispuestos a sopor-tar por una reconversión a la economía civil de las industrias de armamento?¿Qué hábitos de consumo –de consumismo, más bien– estamos dispuestos amodificar para hacer frente a las injustas empresas transnacionales, que llevan laesclavitud y el hambre a los países pobres y que, por tanto, están en contra de lavida humana?

Pero volvamos de nuevo al razonamiento que venimos haciendo sobre elvalor del trabajo. Si el trabajo, como decíamos más arriba, es inherente e insepa-rable de la persona, es una dimensión de la persona, es evidente que el servicioque «como personas» otorgamos con él es impagable por parte de quien lo reci-be, pues sería vendernos a nosotros mismos, y, asimismo, el servicio que de «otraspersonas» recibimos tampoco podemos comprarlo, pues tendríamos que comprara la persona que lo realiza.

¿Entonces? Ya hemos afirmado antes que el servicio que como personas reci-bimos sólo entregándonos como personas podremos pagarlo. Esto quiere decirque el único pago posible y adecuado en nuestras mutuas relaciones de servicioes «el mutuo amor agradecido» de quienes sabemos que en el fondo siemprerecibimos gratis y siempre damos gratis. El trabajo así, como don ofrecido y acep-tado, es un signo de nuestra «radical fraternidad»; tercera parte del lema de laRevolución francesa, hoy proscrito porque, tal vez, los hombres hayan olvidadoquién es su padre y tan siquiera si lo tienen.

La persona se constituye tal por su abertura al otro, al prójimo, en una rela-ción de amor que no consiste sino en comunión y comunicación gozosa en gra-tuidad; gratuidad, comunión y comunicación que se significa por el intercambiode dones que el trabajo realiza; dones, por otra parte, que por su diversidad ycomplementariedad apuntan a un donante originario personal, fuente de todosellos y padre común de todos los hombres.

En definitiva, sin un sentimiento real y racional, es decir, comprendido yaceptado por la razón y la voluntad, de la fraternidad humana, la remuneracióndel trabajo se convierte en fuente inevitable de conflicto entre los hombres, cuyasolución lógicamente se resuelve con el dominio y explotación de los fuertes sobrelos débiles, y donde las relaciones humanas se degradan a una lucha cuasizooló-gica por el dominio de un territorio, siendo el territorio, a estas alturas de la evo-

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lución histórica, la totalidad de cuanto la naturaleza originariamente ofrece y cuan-to el previo trabajo de las anteriores generaciones humanas ha acumulado.

Después de cuanto antecede, quizá alguien piense que nosotros rechazamos,como ajeno a la justicia, plantearnos la remuneración económica del trabajo. Nocaemos en semejante absurdo. Pero lo que sí propugnamos con toda contunden-cia es que el criterio primordial para tal remuneración económica no puede nidebe ser el servicio prestado que, en cuanto tal, ya hemos intentado demostrarque es impagable, sino la existencia de determinadas necesidades de todavida humana, para satisfacer las cuales es ineludible utilizar determinados bienesmateriales.

Efectivamente, sin un soporte material ni siquiera es posible la vida. El ali-mento, el vestido, el cobijo, etc. de la naturaleza material nos vienen, y, desde esabase, satisfacemos todas las demás necesidades humanas: la educación y sociali-zación, la alimentación y educación de los hijos, el desarrollo de las propias posi-bilidades y cualidades, etc.

Pero lo específico del hombre, por racional y por libre, es que la satisfacciónde todas sus necesidades se convierte en él en obligación y deber. En la medidaen que, cubriendo sus necesidades, desarrolla sus cualidades y posibilidades, serealiza como persona. Y lo que para él es un deber, para los otros y frente a losotros es un derecho a respetar.

De ahí que el primer derecho exigible a los demás por parte de cada unopara cumplir con el deber de satisfacer sus necesidades sea recibir, a cambio decualquier auténtico servicio prestado como persona, los bienes materiales necesa-rios; que en el actual estadio de le economía suelen estar significados y concreta-dos la mayoría de las veces en el dinero, intercambiable normalmente por todaclase de bienes.

Ahora bien –y ésta es la clave de cuanto queremos afirmar–, las necesidadesbásicas y fundamentales de todos los hombres son las mismas e iguales. No haynadie que tenga más obligación que otro de alimentarse, vestirse o cobijarse.Nadie puede dispensarse de cultivarse y educarse. Nadie puede renunciar a ali-mentar, cuidar y educar a sus hijos. Todo ello porque nadie es más persona quenadie.

Por consiguiente, dentro del margen que se extiende entre lo necesario y losuficiente, los bienes materiales destinados a necesidades idénticas e iguales, serániguales. Y, si los bienes se deben adquirir mediante un salario, es claro que tam-bién el salario debe acercarse a la igualdad.

Tal vez alguien pueda objetar que para ejercer determinados trabajos o pro-fesiones se necesitan muchos medios. Pero éstos –respondemos– no deben ni tie-nen por qué ser propiedad particular de los profesionales. Más bien les corres-ponde ser propiedad común, comunitaria o social (nunca por supuestoidentificable con la estatal). Y, si en algún caso es oportuno que sean propiedad

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particular del profesional, es evidente que entonces tiene derecho a la oportunaremuneración para conservar tales medios. Pero el salario para las necesidadespersonales individuales no tiene por qué ser diferente entre unos trabajadores yotros.

Tampoco es válido argüir, para la desigualdad en el salario, con el coste pre-vio que al individuo o a su familia le ha supuesto su preparación profesional; por-que sería olvidar, por una parte, que es mayor el aporte que le hace la sociedaden profesorado e instituciones e instalaciones de enseñanza y, por otra, que otrosmuchos, menos privilegiados que él, o llevan ya años aportando su trabajo a lasociedad o por su falta de preparación no pueden trabajar. Además el crecimien-to como personas que supone su preparación, recibida de otros, es –ya lo hemosrepetido– impagable.

Ni sirve la excusa de la incentivación económica para que se trabaje más ymejor. La calidad del trabajo está más ligado a la vocación que al dinero. La voca-ción y no el dinero impulsaron a Santiago Ramón y Cajal, al matrimonio Curie ya tantos otros. Es más que un riesgo, según la experiencia histórica, que la ventade intelectuales y profesionales a los intereses del poder y del dinero ha sido unfreno a la implantación de la justicia, por haber dejado a los pobres, que no podíancomprarles a altos precios, sin su asistencia y apoyo. Los bien vocacionados,mucho más que los bien pagados, han hecho progresar a la humanidad.

Resumiendo:1.º Afirmamos que toda persona normal adulta, debidamente preparada

mediante el cultivo de sus cualidades y posibilidades, está en condiciones de pres-tar algún buen servicio a los demás y a la sociedad. Por consiguiente todos tienenderecho a ofrecer ese servicio mediante el trabajo. Una sociedad, por tanto, que,o porque no prepara a sus miembros, o porque rechaza determinados servicios(especialmente los del espíritu) que no encajan en la contabilidad del sistema eco-nómico vigente, mantiene inactivos, parados, a millones de sus miembros, estáéticamente mal estructurada, y, en tales circunstancias, nos atrevemos a conside-rar viciados de injusticia todos los salarios que se cobran (no hablemos ya de losbeneficios del llamado capital), por atentatorios contra la fraternidad y la igualdad.

2.º Salvadas las circunstancias de lugar y tiempo y las necesidades objetivasdel trabajo que se realiza, la remuneración individual de las personas no puede ser,como lo es hoy, disparatadamente desigual, dado que las necesidades de las per-sonas, como tales, son las mismas.

3.º No negamos el carácter abierto de la persona y de la sociedad y, por ello,también del progreso económico. Pero, para que ese progreso sea tal, debe favo-recer a todos por igual y no violar los límites que la naturaleza misma impone. Lariqueza social es camino de justicia, mientras casi nunca lo es la riqueza individual.

4.º Por todo lo dicho, nos parece socialmente injusta la huelga de médicos,las huelgas corporativas y, en general, las huelgas hoy de quienes tienen trabajo,

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como no sea para exigir trabajo para todos mediante un profundo cambio de lasociedad.

5.º Sin el concepto de persona y de fraternidad que hemos expuesto, cuan-to antecede parecerá utópico. Nosotros así lo creemos, porque sabemos que uto-pía es aquello que, aunque se encuentre hoy «sin lugar», es tan valioso que mere-ce la pena luchar hoy para que mañana «tenga lugar».

Somos conscientes de que luchamos por una nueva civilización.

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Terca Europa

En este segundo semestre de 1995, en que corresponde a nuestro país pre-sidir la Unión Europea, el Gobierno de la nación se siente ufano y orgulloso de talpresidencia y de contribuir con tesón y entusiasmo a la potenciación y profundi-zación de «Europa»; hasta el punto de aguantar el calvario, por el que han tenidoque pasar estos dos últimos años, con tal de ser protagonista estos meses de la«anhelada» construcción europea, especialmente a través de la Cumbre delMediterráneo a celebrar en Barcelona en el mes de noviembre y de la Cumbre deJefes de Estado y de Gobierno en Madrid en diciembre, donde se pondrán lasbases para la reforma del Tratado de Maastrich.

Simultáneamente trata el Gobierno de convencer a la opinión pública de quesólo dentro de esta Unión Europea tienen, por una parte, adecuada solución losproblemas económicos y sociales del país y, por otra, el firme asentamiento nues-tra democracia.

Tarea y empeño en que se ve apoyado por las grandes empresas transna-cionales que operan en nuestro suelo, por el conjunto de nuestra banca ya enplena conexión con las redes financieras internacionales y por los denodadosdefensores –entre ellos los más influyentes periódicos y medios de comunicación–del más puro liberalismo económico y de la nuda economía de mercado; gozososy aprovechados todos de la ya sentenciada ruina del «socialismo real».

Nosotros, sin embargo, en absoluto compartimos tal punto de vista ni talentusiasmo. Los hechos, mostrencos ellos, que acontecen en nuestro país, en elámbito de la propia Unión Europea y en el llamado Tercer Mundo en sus relacio-nes con Europa, nos lo impiden. Estos, los hechos, no admiten fácil camuflaje,siempre tropezamos con ellos.

Comencemos por nosotros. Nuestro ingreso en Europa –entonces CEE–«exigió» una reconversión industrial de la que aún no hemos salido. Ahí tenemosaún coleando Iberia, Seat, la flota pesquera y la construcción naval. Esta recon-versión de hoy de los astilleros significa 200.000 millones de pesetas para el era-rio público, según fuentes del Ministerio de Industria.

Muchos miles de puestos de trabajo se han perdido, y, aunque los efectosmás inmediatos y desestabilizadores los hayan paliado y palien las prejubilaciones,subvenciones y subsidios varios, esos puestos de trabajo ya no vuelven a crearse.

Otro tanto cabe decir de la agricultura y la ganadería. Son muchas las hec-táreas substraídas a la producción, por ejemplo en vides y cereales, y muchas las

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cabezas de ganado, especialmente de leche, las eliminadas. Tampoco las ayudastemporales –mientras vivan los actuales ganaderos o agricultores– son base defuturo.

Las grandes cadenas de producción y distribución de productos alimenticios–cadenas, por otra parte, en gran medida de capital extranjero– han eliminadoincontables establecimientos comerciales y empresas familiares, proletarizando omandando al paro a sus titulares. El refinado y la distribución, por decirlo en con-creto, de un producto tan específico nuestro como el aceite de oliva está en manosde multinacionales afincadas en otros países de la UE.

Podemos con razón afirmar que al hilo de nuestra incorporación a la UE labase productiva del país, en gran parte, ha sido destruida, modificada y enajena-da; sin que, debido al predominio combinado de las multinacionales y la tecnolo-gía que globalizan la economía, se vislumbre qué puede producir nuestro país amedio plazo que genere puestos de trabajo y resista la feroz competencia del capi-tal y la tecnología de los países más «desarrollados» de la UE, por un lado, y, porotro, de la bajísima remuneración de la mano de obra de los países «pobres»; comono sean los necesarios para atender al turismo –pujante mientras los países«pobres» de la competencia sigan teniendo problemas de seguridad ciudadana– ya la conservación y cuidado de los grandes cotos de caza a que parece destinadala España interior.

Consecuentemente, los enormes gastos en los procesos de producción y enlas obras de infraestructura exigidas por la UE han elevado la «deuda pública» porencima del 60% del PIB (más de 40 billones de pesetas) y el «déficit público» porencima de los 3 billones de pesetas (el 5% del PIB). Cualquiera comprende conestas cifras que el país está en manos de los inversores en Deuda Pública que,jugando especulativamente, pueden subir o bajar los intereses a su antojo y poner,retirándose tácticamente, en apuros a cualquier gobierno.

La pretendida solución a estos problemas, concretada en el conocido plan deconvergencia con la UE planificado en Maastrich, supone en la práctica, pues deun riguroso plan de ajuste se trata, la destrucción de las conquistas sociales de lasclases trabajadoras, la extensión masiva del paro, la precarización de los puestosde trabajo, la irrelevancia social de los sindicatos, el riesgo de hundimiento de lossistemas de pensiones y sanidad pública, la reducción de las inversiones en edu-cación pública; en definitiva la desestructuración social.

Lacras sociales que, paradójicamente, son compatibles con una buena saludde la «macroeconomía», capaz de producir, por las razones apuntadas, cada vezmás con menos personas y, sobre todo, para menos personas. Así nuestro paíspuede tener una renta per cápita de 15.000 dólares sin que sensiblemente dismi-nuya el paro o se distribuya mejor la riqueza.

Además, la idolatría de la riqueza y del dinero, acorde con el Mercado Únicoen que Europa ha cristalizado, ha minado las bases éticas de nuestro pueblo, lle-

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vando a los poderosos y más osados a la llamada cultura del pelotazo de tan fata-les consecuencias hasta para la estabilidad de nuestra democracia, como ilustranlos más recientes escándalos económicos y políticos, y llevando al pueblo llano alconsumismo más irresponsable, que no piensa ni se preocupa del ineludible pornecesario cambio político y social sino únicamente de que le aumenten las posi-bilidades de mayor bienestar y consumo, aunque sea a costa de las generacionesfuturas, del Tercer Mundo o del indispensable soporte que la naturaleza ofrece.

Irresponsabilidad ciudadana comprensible por lo demás, dada la sensación deimpotencia y desamparo del ciudadano medio al constatar que esta Europa quetanto modifica e influye en sus vidas se construye lejos en otros países y en insti-tuciones e instancias de difícil acceso para el común de las personas. El sofistica-do funcionamiento de la economía, de las finanzas y de la política europeas y laamplitud de la escala con que se aplican impiden a muchísimas personas ser cons-tructores protagonistas de su propia vida, máxime cuando el pueblo aún no haconstituido las adecuadas organizaciones de lucha que se opongan al reto euro-peo.

Saliendo ahora de nuestras fronteras, mencionemos siquiera tres hechos delcomportamiento de las naciones de la UE que no son alentadores sino más bienpreocupantes para un futuro de paz y concordia.

Sea el primero el bochorno de la UE en Bosnia al tener que ceder, porincompetencia o falta de voluntad y entendimiento, el protagonismo en la ¿solu-ción? del conflicto a EE.UU. Europa ni ha sabido detener los genocidios, ni pro-poner un plan de paz, ni mucho menos hacerlo cumplir. Ha tenido que intervenirla cabeza del imperio para poner orden en nuestra propia casa. Y, sin embargo,es cosa sabida que en el desmembramiento de Yugoslavia tuvieron mucho que veralgunos de los países de la UE, ansiosos por integrar en su circuito económico lasnaciones más ricas de Eslovenia y Croacia, durante siglos integradas en el impe-rio austriaco desde donde en los tiempos de Hitler, por ejemplo, se masacró a losservios y se alimentó su odio y revancha.

El segundo hecho son las reanudadas pruebas nucleares francesas en laPolinesia que, en el mejor de los casos, ponen de manifiesto que el miedo deFrancia a Alemania –especialmente después de su reunificación en 1990– aún noha pasado. El presidente Chirac, para justificar su actitud, se ha visto en la nece-sidad de recordar que Francia fue invadida (todos sabemos que por Alemania) tresveces en menos de un siglo.

En tercer lugar, el Bundesbank alemán y su entorno están presionando para,si las estrictas condiciones de convergencia económica no se cumplen, dejar fuerade la UME en el 99 a cuantos países sea preciso. Y también todos sabemos quea Francia le va a ser muy difícil cumplir con tales condiciones para esa fecha. Enel fondo Alemania quiere mantener y acrecentar su condición de primera poten-cia económica en Europa.

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Mientras tanto, Inglaterra con sus cláusulas de excepción al tratado deMaastrich se coloca a la expectativa y, como el perro del hortelano, ni come nideja comer.

En definitiva, aún asoma demasiado la oreja la soberbia alemana, el orgullofrancés y el interesado individualismo inglés como para creer en un futuro deEuropa sin sobresaltos. A pesar de la diplomacia, no es fácil cohonestar los dife-rentes intereses de las naciones de Europa. En estas circunstancias –y ello es toda-vía más preocupante si cabe– la Unión Europea se va a realizar, si se realiza, porla avasalladora imposición de la voluntad del Gran Capital Financiero y de lasgrandes multinacionales que siguen necesitando un gran mercado para su proce-so de acumulación indefinida de riqueza. Mal presagio para el porvenir de los pue-blos europeos que la UE venga dada por el doblegamiento de los estados a losintereses del dinero, y que pierdan su soberanía no en aras de la comunión entrelos pueblos sino de la facilidad de movimiento de los capitales.

En estas circunstancias poco puede esperar el Tercer Mundo de Europacomo no sea la integración en sus circuitos económicos con la reproducción aescala más violenta que en Europa del paro, la deuda y la marginación social; esdecir, una mayor explotación y subordinación. Enumeremos simplemente las leyesde inmigración y el trato a los emigrantes, los precios de las materias primas quede ellos importamos, la ínfima ayuda que les prestamos (casi siempre condiciona-da políticamente y para favorecer nuestro comercio) comparada con el flujo finan-ciero de ellos a nosotros por la deuda contraída, por los intereses de los nuevospréstamos, por patentes y royalties, por los beneficios de nuestras empresas ins-taladas entre ellos, etc.

En consideración, por tanto, a cuanto llevamos dicho, juzgamos que no esde recibo, por inmoral, hurtar a la sociedad y al pueblo español un debate en pro-fundidad sobre los problemas que la UE, tal como se ha estructurado y se sigueestructurando, supone para el presente y futuro de los españoles, de los europeosy del conjunto de las naciones.

Nosotros nos atrevemos a afirmar que construir Europa como se ha hecho,sobre la economía y ésta de signo netamente capitalista y con la ciencia y la téc-nica a su servicio como esclavas, no ha sido solo un error sino una trágica des-gracia que está llevando a Europa a un callejón sin salida y al Tercer Mundo a unamayor postración y exclusión. Porque –admitámoslo de una vez– la economía sedevora a sí misma.

Ejemplifiquémoslo con el problema del paro y la creación de empleo, vistodesde la propia óptica capitalista y con palabras del profesor Jorge Norgaard.«Con grandes dificultades se podría crecer en el Norte (del que Europa es parteprincipal) por encima del 3,5%, que es la cifra que se maneja como límite a par-tir del cual se puede generar empleo neto. Pero aquí se vuelven a manifestar deforma meridianamente clara los límites naturales al crecimiento indefinido. Uncrecimiento del 3,5% anual durante 20 años significa duplicar las actuales cifras

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del PIB mundial, y ya hoy en día la economía humana utiliza, o mejor vampiriza,más de un 40% de la biomasa del planeta, transformándola en alimentos, com-bustibles, textiles, materiales de construcción... Lo cual significa que en sólo 20años, y sin que se hubiese generado empleo neto, la especie humana, más bienuna minoría dentro de ella, estaría dilapidando el 80% de la biomasa del planeta,si es que ello es factible como resultado de las alteraciones ambientales que segenerarían».

Ya decía irónicamente Kenneth Boulding: «El que crea que el crecimientoexponencial puede continuar sin interrupción es un loco o un economista». Y, sinembargo, el crecimiento exponencial es inherente a la teoría y a la praxis capita-lista.

Tampoco vale refugiarse en los pretendidos milagros de la ciencia y la técni-ca como, por ejemplo, la utilización de energía nuclear obtenida por fusión. «Enun reactor comercial –para la producción de energía por fusión– la radiación y lasenormes temperaturas del plasma –300 millones de grados para lograr la igni-ción– tendrían efectos tan destructivos que ni existen ni se vislumbra la obtenciónde materiales que resistan los 30 años de vida útil del reactor. «Habría que reem-plazarlos cada tres o cuatro años, si no antes». Así habla el ingeniero AntonioEsteban. Y prosigue: «De poco serviría un combustible inagotable y “barato”, sipara quemarlo fuera necesario crear instalaciones inmensamente caras, cuyarepercusión sobre el coste de la energía obtenida superaría en cientos o miles deveces a la de ese providencial combustible».

Tiene razón el Manifiesto Contra la Europa del Capital: «Es difícil compren-der, en efecto, para qué necesitan más “crecimiento” un grupo de países –los dela UE que cuentan con una media de 20.000 dólares de renta anual por persona.O, expresado de otro modo, cuál es la clase de problemas sociales reales que estospaíses esperan ser capaces de resolver con cantidades aun mayores de renta pro-medio, en lugar de afrontar las transformaciones políticas y sociales que les hanimpedido resolverlos hasta el momento actual, y que incluso están provocando suagravamiento».

El problema de Europa, como el del mundo, no es problema de riqueza sinode justicia. Y la justicia como virtud que es, pertenece al orden de la ética y lamoral y, por consecuencia es una dimensión de la persona, no de las cosas, pormuy abundantes que éstas sean. De ahí que la riqueza no referida ni ordenada alas personas y por las personas cree desorden, enfrentamiento y lucha. Y ordenarlas riquezas, y cualquier otra cosa, a la persona es objeto de las disciplinas socia-les y políticas, no de la economía. La economía debe subordinarse a la política yésta a la ética. Cuando se invierte este orden, la economía destruye la política yla ética y, con ellas, a la persona humana y a su entorno natural.

Cuando los democristianos alemanes, franceses e italianos, al plantearse alfin de la II Guerra Mundial la unión de Europa, dudaron entre comenzar por losocial y político o por lo económico y eligieron esto último, desde luego se equi-

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vocaron rotundamente como cristianos, pero también como demócratas, porqueno hay posibilidad para el poder del pueblo desde la economía liberal capitalista ycompetitiva donde por definición los poderosos imponen su ley.

Europa, desde hace al menos 400 años ha luchado con terquedad, obstina-ción y empecinamiento, con abundante derramamiento de sangre propia y ajenapor conquistar la riqueza del mundo, y hoy todavía sigue empecinada, obstinaday terca en creer que no hay otra meta ni objetivo que el crecimiento económicoindefinido. Tal vez espere que las consecuencias las paguen otros. Pero cuando laexplotación ha llegado ya a los confines del mundo, nadie puede librarse de lasconsecuencias de la injusticia. Terca Europa que ni en cabeza propia aprende.

Lo que necesitamos construir es la Europa de la cultura, de lo social, de lapolítica; es decir, de la convivencia en paz y para ello la Europa económica quenos han construido nos estorba, por injusta e inmoral, además de inviable.

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El cerco a la persona

Hace ya muchos siglos que Maimónides, en la encrucijada cultural en que suépoca se debatía, escribió su famoso libro «Guía de Perplejos».

¡Cuánta perplejidad hoy en nuestra cultura y civilización ... y cuánto motivode perplejidad!

Un mundo en el que la ciencia y la técnica han alcanzado cotas altísimas,pero que, al menos en el uso que de ellas se ha hecho, han puesto en peligro elequilibrio y la supervivencia de la naturaleza en muchos aspectos, y han elimina-do de la actividad creativa, por la inactividad y el paro, a multitudes ingentes. Unmundo donde la cantidad de bienes disponibles por persona (ya estamos en 5.000dólares de renta per cápita mundial) supera la de cualquier época, pero dondemillones de personas viven en absoluta pobreza o simplemente mueren de ham-bre, al tiempo que a unos pocos devora el consumismo hidrópico. Un mundodonde se vocifera la paz, pero mantiene abiertos cincuenta conflictos armados,amén de infinitos arsenales, industrias de armamento y ejércitos en pie de guerra.Un mundo donde se legisla en abundancia sobre derechos humanos, pero quepone en cuestión, por el comienzo y el final, el primario derecho a la existencia.Un mundo del que las comunicaciones han hecho una aldea global mientras handejado al descubierto todas las injustas desigualdades, conflictos y enfrentamien-tos que pueblan esta aldea. Un mundo donde se difunde «masivamente» la cultu-ra, pero, en alto grado, más para domesticar que para liberar.

¡Cuántos perplejos en esta situación, que a muchos lleva ya a proponer comoprograma filosófico la debilidad del pensamiento, incapaz de «aprehender» y expli-car este mundo, y a otros a proclamar, por el contrario, como «pensamientoúnico» las exigencias del poder y del dinero! Y, en medio, abundantísima retóricasofística para marear y obligar a concluir que así deben ser las cosas y que, enbuena lógica darwiniana, sólo los fuertes deben sobrevivir, aunque la estética acon-seje simular cierta compasión hacia los que caen o son eliminados.

Escribimos cuanto antecede y, por supuesto, cuanto sigue para precavernos(y, si es posible precaver a otros) ante la avalancha de confusión y, por tanto, deperplejidad con que la ya abierta campaña para las elecciones generales nos va ainundar; convencidos como estamos de que las reyertas y heridas de superficieentre los contendientes van a ocultarnos una vez más, por una parte, dónde estánlos problemas de nuestra sociedad y por dónde se pueden encontrar las solucio-nes, y, por otra, cómo las soluciones que propugnan son en el fondo idénticas.

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Como intentamos demostrar, todos parten de los mismos dogmas y, por ello, loscaminos que intentan recorrer no pueden ser divergentes. Si, además, como cree-mos, los dogmas de que parten son dañinos para la persona humana, dañino serácuanto propongan, por más que varíen los detalles. Somos además conscientesde que esos dogmas han sido introyectados hábilmente en la ciudadanía hastahacerles para muchos indiscutibles.

Sabemos, pues, que vamos contra corriente y contra lo mandado, porque loque muchos aceptan como bueno nosotros lo encontramos pésimo y contrapro-ducente. No es que nosotros nos tengamos por guías de nadie; simplemente nosparece que los hechos nos dan la razón. Aquí y ahora tratamos de utilizar nuestraracionalidad y de justificar nuestra conciencia. Cuando las cosas no marchan bien,alguien, a pesar de las amenazas, prohibiciones y descalificaciones, tiene que gri-tar el «agua a las cuerdas» del romano del Obelisco o el quevediano «no callar pormás que con el dedo…»

Para nosotros, la confusión política y de la política viene dada por la intan-gibilidad e indiscutibilidad de unos falsos dogmas mitificados e inamovibles que seencuentran, sin embargo, en la base y son causa de todo el malestar social exis-tente.

Para que quede claro que no nos los inventamos nosotros, comencemos portranscribir el razonamiento de un sociólogo, que representa el pensamiento regu-larizado actual, en torno al debate sobre el «Estado de Bienestar», y donde los alu-didos dogmas emergen con toda claridad.

1. El Estado de Bienestar –afirma él– es deseable y posible.2. No son, sin embargo –continúa– sostenibles los actuales mecanismos, pro-

gramas e instituciones del Estado de Bienestar, ni en nuestro país ni en Europa.Y ello por tres razones: Primera, por el deterioro de la relación entre cotizantes ybeneficiarios de los sistemas de protección social. Segunda, porque en una eco-nomía global interdependiente es cada vez más difícil mantener gastos sociales porpersona muchísimo más altos que los de otros países. Tercera, porque en un pro-ceso de trabajo, crecientemente individualizado y con el nuevo sistema de pro-ducción flexible permitido por las nuevas tecnologías de información, las empre-sas dependen cada vez más de redes y colaboraciones laborales transitorias, porlo que asistimos a un desfase creciente entre el empleo productivo y los cotizan-tes asalariados a la Seguridad social.

3.– Por eso, las soluciones a proponer deben buscar no la sustitución delEstado de Bienestar sino el cambio de los procedimientos. Así, nuestro paradig-mático sociólogo propugna: a) desligar la financiación del sistema de seguridadsocial de las cotizaciones del trabajador, pasando dicha financiación a losPresupuestos del Estado; b) plantear un «pacto social global», vinculándolo a losacuerdos comerciales del GATT y de la OMC y estableciendo penalizaciones adua-neras para los países infractores; c) articular más directamente el Estado de

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Bienestar con la productividad económica; d) una nueva política para la vejez,retrasando las jubilaciones; e) desarrollar el voluntariado para que asuma algunosde los servicios públicos actuales; f) descentralizar el Estado de Bienestar a nivelautonómico y municipal.

Aparte la descentralización del Estado de Bienestar a nivel autonómico ymunicipal, que pierde su más radical sentido si ha de depender de losPresupuestos Generales del Estado, y de que no aborda el problema del paro y dela precariedad del trabajo, signo y consecuencia de la crisis de todos los estadosde bienestar, que se han demostrado hasta ahora incapaces de articular políticasde pleno empleo; aparecen explícitos algunos de los dogmas que sancionan laeconomía y la política actual: 1) La economía global interdependiente; 2) las nue-vas tecnologías de la información, inductoras por sí mismas de productividad,hacen superfluo e innecesario el trabajo fijo; 3) hay que aceptar el libre comercio«impuesto» según las reglas de la OMC, es decir, con total libertad de movimien-tos para la iniciativa privada por encima de los estados y simultánea defensa de lapropiedad privada, incluido todo tipo de patentes hasta las de investigación bioló-gica; 4) mayor productividad económica, como condición para que sea viable elEstado de Bienestar; 5) atribución al Estado de la financiación de todo el sistemade seguridad social.

Por otra parte, es claro que a través de la Unión Europea nuestro país haentrado de lleno en la globalización de la economía según la rígidas leyes y nor-mas del neoliberalismo capitalista refrendadas y profundizadas en el Tratado deMaastricht.

Y ese es el problema: que hoy, entre las formaciones políticas que concurrena las urnas no se cuestiona ni discute ni la globalización de la economía, ni la liber-tad de comercio (la OMC fue aprobada en nuestro parlamento por unanimidad detodos los partidos políticos), ni el ilimitado y absoluto derecho de propiedad indi-vidual, ni los derechos primordiales y sagrados del sistema financiero, ni la pro-clamada neutralidad ética de la ciencia y la técnica. Toda la discusión es cómocumplimos las exigencias de Maastricht o, lo que es lo mismo, cómo somos fielesa los dogmas neocapitalistas; con la contradicción añadida de endosarle al Estadoque provea a los desperfectos del sistema como policía y como beneficencia.

Y, sin embargo, entendemos nosotros, en una sana discusión política debe-mos comenzar por examinar la debilidad de los axiomas en que se asienta la actualpraxis política y económica.

Porque, en efecto, ¿cómo puede afirmarse sin más la bondad y convenien-cia de la economía globalizada cuando, de hecho, se asienta sobre la explotaciónde los continentes pobres (América Central y del Sur, África y Asia) primero conla colonización, después con el neocolonialismo, la dependencia financiera, ladeuda externa, la subordinación a las multinacionales del Norte, etc., y ha lleva-do, en los mismos países tenidos por desarrollados, al paro y a la marginación aun tercio de su población?

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Y la lógica está de nuestra parte, porque desde los hechos reales se puedededucir la posibilidad o imposibilidad, la viabilidad o inviabilidad de un sistema,pero no al revés. Si los hechos afirman que la economía global ha empobrecido,en su conjunto, a la humanidad a escala mundial, es más lógico deducir que la eco-nomía global es perversa que seguir dándole nuevas oportunidades de destruccióny dominio.

Y no vale hablar de irreversibilidad histórica, porque no sería el primer siste-ma económico, político y social que se hunde por elefantiosis; o ¿hay que recor-dar a estas alturas, por referirnos a nuestro ámbito cultural, la destrucción delImperio Romano y la lenta regeneración y recuperación medieval? Ni vale argu-mentar con el aumento bruto de riqueza, pues es el mismo sistema quien la haengendrado a costa de los más para favorecer a los menos, hasta topar ya su espí-ritu depredador con los límites de los recursos y posibilidades de la propia natura-leza y con la amenazada supervivencia de millones de personas.

Cuando la ciencia y la técnica han servido de aliadas para eliminar de la acti-vidad creativa a tantísimas personas; cuando se han utilizado para borrar los dere-chos sociales, adquiridos por las clases trabajadoras a lo largo de dos siglos consangre, sudor y lágrimas; cuando, con ellas en la mano, se han destruido ecosis-temas enteros y se ha contaminado aguas y atmósfera; cuando, gracias a ellas, sepudo hacer la guerra perfecta del Golfo Pérsico, ¿puede afirmarse que la cienciay la técnica son neutrales y que no están al servicio de los poderosos contra lospobres? ¿Cómo librarse de la tentación de pensar que los científicos o son imbé-ciles (lo cual parece contradictorio) o están vendidos? Porque, si, según se argu-menta, es que los avances científicos, buenos en sí, son para mal fin utilizados,¿cómo es que no se da una rebelión general de los científicos y técnicos contra laperversa utilización de su saber? Tampoco es lógico venerar como sagrado, pormuy científico que parezca lo que, de hecho, daña a los hombres.

Pero lo que más perplejos nos trae es contemplar cómo se han apagadoentre nosotros las críticas a la propiedad privada e individual de toda clase de bie-nes sin límite alguno, cómo se ha dado carta de naturaleza entre nosotros a quie-nes su fortuna se cuenta no ya en decenas sino en centenas de miles de millones.¡Y se los admira y se los imita!

Si la racionalidad de la propiedad privada, bien individual bien comunitaria,viene dada por la seguridad y libertad de la persona, ¿qué justificación hay para lamisma, cuando se pasan los límites de esa seguridad y libertad personal y se con-vierte en «dominio» sobre bienes necesarios a otros para su subsistencia, seguri-dad y libertad y, a través del dominio sobre los bienes, en dominio también sobrelas personas mismas que tales bienes necesitan? ¿Qué sentido tiene, en efecto, lapropiedad privada cuando, si es ilimitada, tal como entre nosotros está legalizada,deja sin propiedad alguna a la mayoría de las personas? ¿Por qué, si la produc-ción de bienes es siempre, en alguna manera, social, ha de ser individual la titula-ridad de los mismos? ¿Por qué ya no gritan estas verdades los marxistas sumergi-

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dos entre nosotros en meras luchas reivindicativas, nunca transformadoras del sis-tema? ¿Por qué la Iglesia ha silenciado últimamente su concepto de función socialde la propiedad y las implicaciones que este concepto exige en la práctica? Y novale tampoco argüir en el valor corrector del sistema de fiscalidad, pues sabemosque es inversamente proporcional a la magnitud de las fortunas y que, además,con facilidad, a través de la deuda pública y otros cauces, los detentadores deldinero convierten al estado en deudor suyo.

No se nos oculta que el último refugio para la justificación de la propiedadprivada ilimitada es que, permitiendo el enriquecimiento sin límites, se progresasin límites en la creación de riqueza. A la vista está –contestamos– el resultado:más desnivel que nunca entre pobres y ricos. Además, ¡pobre civilización que seasiente sobre los pies de barro de la avaricia! No puede durar mucho sin producirla guerra civil en su seno más o menos cruenta. No otra cosa que guerra es lacompetitividad, de la que por no alargarnos nada decimos por hoy.

Creemos que cuanto llevamos dicho puede servir para poner de manifiestola vacuidad de las campañas electorales en que estos pilares básicos del neocapi-talismo liberal, en que nuestra sociedad se asienta, ni se examinan ni se cuestio-nan, ni se da respuesta a las gravísimas contradicciones a que, tanto a escalanacional como mundial, nos está llevando.

Sabemos, no obstante, que se nos puede decir que algunos partidos llama-dos de izquierdas abominan del neocapitalismo y siguen poniendo el acento en laintervención del Estado.

Aparte de la contradicción que supone, desde esa posición doctrinal, acep-tar las reglas de juego del sistema vigente, nos permitimos recordar dos hechos:la socialdemocracia ha cedido en todas partes ante el empuje del neocapitalismo,no es pues instrumento adecuado de resistencia, y todos conocemos el resultadofinal cuando el socialismo real se ha llevado hasta el extremo. Acumular en lasmismas manos el poder político, económico y militar no es sino realizar el sueñodel capitalismo por otros caminos: unos pocos tienen el poder de decisión sobrela gran mayoría de la sociedad.

Y de esta manera llegamos al núcleo del problema. ¿Debemos nuclear lasociedad en torno al individualismo capitalista, en torno al estatismo, de cualquiersigno que sea, o en torno al personalismo, es decir, desde la persona humana,cuya dignidad no aguanta sobre sí ningún poder que le planifique su vida; para locual toda la estructura social tiene que estar a su alcance y de la que tiene quepoder sentirse responsable? Y eso, por desmesura, no lo lograrán la economíaglobal del capitalismo ni la lejanía paradójica de un estado que se quiere omni-presente y omnipotente. Por eso no cambiamos el título de este editorial, puespor uno y otro extremo la persona se encuentra cercada y asediada.

Pero liberarla no es tarea ajena, sino propia de todas y cada una de las per-sonas que componen la sociedad, y a eso convocamos. Quizá el próximo edito-

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rial, para expresar con honrada claridad nuestro pensar, debiéramos titularle«Persona, Sociedad y Estado» y explicar cómo concebimos nosotros la estructurasocial a todos los niveles. Mas, por hoy, basta para ayudar a reflexionar.

Ciertamente, la corrupción, la incompetencia, el aferrarse acríticamente alpasado y otras muchas razones son, sin duda, causa suficiente para rechazar lapolítica al uso. Pero la causa principal para votar en blanco, que no para abste-nerse (interpretable siempre como irresponsabilidad) es el desamparo en que conesta clase de política queda la persona humana.

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Persona, sociedad, Estado

«El Cerco a la Persona», titulábamos el editorial del anterior número de estarevista.

En efecto, la concepción individualista del liberalismo, sobre todo en su ver-tiente económica (capitalismo), deja a la persona –también en cuanto individuo–en manos de los que la competencia ha hecho emerger como poderosos y domi-nadores y, por lo mismo, conformadores de los criterios y valores en uso; depen-dencia que se acrecienta cuando los vencedores en la competencia son posee-dores simultáneamente de los medios de producción (grandes empresas ymultinacionales), de los logros de la ciencia y la técnica y de los medios de comu-nicación y publicidad, y todo ello a escala mundial.

Y, en efecto también, los estatalismos de todo tipo, los puros y los mitiga-dos, entregan a la persona-individuo, en actitud de menesterosidad y mendiguis-mo, en manos ajenas –y también impersonales– que, en el mejor de los casos,pueden solucionarle las más perentorias necesidades materiales –y no por dema-siado tiempo, como evidencia la crisis del Estado de Bienestar–, pero a costa deque renuncie a algo tan específicamente humano como la responsabilidad y lalibertad creadora.

Por ello, a los que, tanto partiendo de las formulaciones kantianas como dela tradición cristiana e incluso anarquista, consideramos a la persona humanacomo un «fin en sí» y, por consiguiente, no subordinable a nada, lo mismo elavasallador despotismo del neocapitalismo liberal, hoy reinante, que el alienanteestatismo, por muchos todavía hoy anhelado, nos parecen igualmente rechaza-bles. Ambos taponan al individuo humano la posibilidad de ser «persona».

La persona humana podríamos afirmar que es bifronte. Por un lado mira«por sí» y «para sí»; es un ser «en sí». Por otro es, existe «ante los otros» y «por losotros».

Queremos decir que la persona tiene conciencia de sí, de su entidad, de suunicidad e irrepetibilidad, del dominio sobre sus elecciones y acciones, de su dig-nidad en una palabra. Pero, al mismo tiempo tiene conciencia de que es en lacomunicación y comunión con otras personas, en lo que en mutua reciprocidadda y recibe, donde y como se construye a sí misma. Los otros son su espejo, con-dición y causa de la realización de su mismidad.

La individuación y la socialización son, pues, el anverso y el reverso de lamisma realidad: la persona. El hombre es «un ser» «con otros»; es «un ser social».

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Así pues, las mutuas relaciones de todo tipo entre personas es lo que constituyela sociedad en su sentido más profundo y auténtico. Decir persona es decir socie-dad y viceversa.

Ahora bien, parece lógico pensar que, para que estas relaciones y la socie-dad que generan sean verdaderamente «personales», han de ser ellas abarcablespor el individuo-persona; abarcables en cuanto que pueda ser consciente de ellasy en cuanto que en ellas pueda influir; abarcables, por tanto, no en abstracto sinoen concreto, en sus circunstanciados pormenores. Participar en «agrupaciones»inabarcables más tiene que ver con enjambres y hormigueros que con sociedadhumana. Y permítasenos afirmar ahora entre paréntesis que la ley del mínimoesfuerzo en los de abajo y la del interés en los de arriba se confabulan para quelas ¿sociedades? existentes sean más rebaño, enjambre y hormiguero que otracosa; eso sí, con muchos balidos y zurriagazos cuando el pesebre no está suficien-temente abastecido.

De ahí –seguimos razonando– que cuanto más cercanos a la persona huma-na sean los vínculos y relaciones sociales, más auténtica y profunda es la sociedadresultante. El problema aparece cuando el individuo humano pierde de vista, porlejanas, las relaciones que lo sujetan (y, con frecuencia, subordinan) a otros indivi-duos. ¿Puede en tal caso hablarse de sociedad, y puede en tal caso comportarsecomo persona el individuo a tales conexiones «sometido»?

Este es el caso, sin duda, del actual entramado de la economía globalizada;de las grandes integraciones políticas –entiéndase, por ejemplo, la UniónEuropea– tendentes a un imperialismo de corte mundial, y de la cultura sin mati-ces que, tipo standard, nos transmiten los medios de comunicación y opinión,especialmente –luz y sonido– por vía visual y acústica. El individuo no tiene en susmanos ni la economía que le alimenta o le mata de hambre, ni la política que leorganiza la vida, ni la cultura que por él siente y piensa.

Tal vez sea verdad que la extensión de los conocimientos y las posibilidadesactuales de comunicación puedan hacer «abarcable» para muchas personas unamayor amplitud de relaciones con otros. No se trata, es cierto, de milimetrar lacapacidad de nadie para relacionarse en mayor o menor extensión; pero tambiénparece estar claro que no es lo más humanamente adecuado que el fax o el inter-net sustituyan las relaciones personales, ni aún en el caso de que pudieran verselos interlocutores a distancia. El complejo mundo de la persona no parece ser enlo fundamental transvasable «a distancia», ni física ni psíquica.

Para nosotros, en consecuencia, en una buena estructuración de la convi-vencia humana deben estar en el centro las personas –todas y cada una– con todoel entramado social que, a su medida, sean capaces de crear y abarcar en todoslos órdenes para el desarrollo de la libertad, la creatividad, la responsabilidad y lacomunión de todos y entre todos.

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Huelga decir que, en esta concepción de la vida social, las instituciones socia-les son más importantes y deben gozar de mayor dignidad cuanto más próximasestén a la persona humana, y sus fines tienen preferencia sobre los de las demásque sólo pueden tener categoría de medios en relación con las primeras.

Por todo ello, a medida que las instituciones sociales se vayan distanciandode las personas concretas, estas instituciones han de tener un componente másbien de suplencia y de vigilancia; o, dicho de otra manera, su fin es suplir y vigi-lar, nunca sustituir.

Suplencia, pues, para cubrir necesidades o funciones que «de veras» no pue-dan llevar a cabo las instituciones más próximas a la persona humana. Suplencia,que no debe ser creada artificial y deliberadamente para hacerse imprescindible;como, por ejemplo, cuando se destruye todo un entramado natural de asistenciamutua en comunidades menores, para que sea luego inevitable la presencia yactuación del Estado.

Vigilancia, además, para evitar injerencias extrañas en el normal funcio-namiento de la vida social; como, por ejemplo, para impedir que los económica-mente fuertes avasallen a los débiles explotándolos o sometiéndolos; lo que podríarealizarse, entre otras posibilidades, eliminando el falso derecho de propiedad porencima de un determinado nivel.

En este sentido conviene recordar que «el bien común», cometido que reivin-dican para sí instituciones más bien lejanas de la persona y en cuyo nombre secometen toda clase de injerencias en la vida de los individuos, es fundamental-mente un «conjunto de condiciones que hacen posible el desarrollo por sí mismasde todas las personas». El fin del bien común no es una pretendida vida común demillones de personas, sino que todos los millones de personas puedan hacer suvida. Cuando, con la excusa del bien común, se trata de organizar vidas ajenas–máxime si el organizador es el Estado-, se cae siempre en indebidos y pernicio-sos paternalismos o totalitarismos.

El conjunto de todas las instituciones sociales creadas por las personas cons-tituye lo que llamamos «Sociedad Civil»; en la que también, de alguna manera, seinserta el Estado. Y decimos, de alguna manera, porque, en efecto, el Estado tieneen «última» instancia función supletoria y de vigilancia en relación con el resto delas instituciones, y en tal sentido es sociedad civil.

Pero, a continuación debemos añadir que el Estado debe ser lo más peque-ño posible, y es obligación del resto de las instituciones luchar porque así sea; yaque, por definición, es la institución más alejada de la persona, y, al tener comofin las condiciones «generales» de todos, le es imposible abarcar y satisfacer las«particularidades» de cada uno, objetivo que únicamente instituciones más «parti-cularizadas» están en condiciones de cumplir.

Ahora bien, si en la forma explicada el Estado forma parte de la «sociedadcivil», hay otra cualidad, en grandísima parte exclusiva de él, que, de alguna mane-

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ra también, le saca fuera de la misma y le coloca frente a ella. Nos referimos a supoder coactivo; es decir, a su derecho a emplear la fuerza, incluida la física, paraobligar a las personas.

A este respecto –y para no alargarnos–, dos puntualizaciones. En primerlugar, que, aún en esta su prerrogativa, el Estado debe ser eficazmente controla-do por la sociedad civil. Y, en segundo lugar, recordar a los prepotentes defenso-res a ultranza de todo tipo de estatalismos que, de acuerdo en esto con el pensa-miento clásico cristiano, esta específica prerrogativa estatal, es fruto del pecado,o, lo que es lo mismo, de la deficiente sociabilidad humana a que el egoísmo y elexcesivo amor propio inducen al individuo. Si alguien se niega a ser sociable,habrá al menos que impedirle, aún por la fuerza, que destruya la sociabilidadajena. El Estado, pues, nace, tal cual de hecho aparece, por defecto de los hom-bres, no por virtud humana. Si, por hipótesis –teoría también anarquista–, todosfuéramos por nosotros mismos virtuosos, sobraría el Estado. Consecuencia: a me-nor virtud, mayor Estado, y a mayor virtud, menor Estado.

No es, por tanto, el gigantismo del Estado lo que puede dar estabilidad y efi-cacia a una sociedad –llámese nación, país, o como se quiera– sino un rico entra-mado de asociaciones e instituciones cercanas a las personas, y creadas por hom-bres y mujeres dotados de talante ético y moral. El gigantismo de la economía, dela política y de la mal llamada cultura de masas ya sabemos por experiencia adonde nos ha llevado. Naciones y continentes empobrecidos, innúmeras multitu-des sin trabajo, marginadas y excluidas, guerras por todos los puntos cardinalesdel planeta, la naturaleza –nutricia raíz de todos– gravemente agredida.

A la vista de cuanto antecede, dos tipos de compromisos se imponen al mili-tante, y a cuantas personas de buena voluntad apuesten por el hombre.

Por una parte, todos los derivados de la lucha contra el actual sistema dedominio universal para desmontarlo. Lo que exige poner de manifiesto los dañosy perjuicios para la persona y para los pueblos que se derivan del mismo; denun-ciar los atropellos e injusticias de manera personal y asociada; colaborar con lasvíctimas para que se liberen de la opresión; evidenciar la banalidad y la crueldadde la cultura del consumismo, etc.

Por otra parte, creación de un orden social e institucional nuevo, basado enasociaciones autogestionarias para los más variados fines, donde cuente siemprela persona; fomento del sentido ético, moral y religioso o trascendente del hom-bre; en una palabra: generar un tipo de vida, personal y asociado, que prescindade los valores máximos del sistema –el poder y el dinero– y los cambie por el ser-vicio y la comunión. Realizar lo cual no es un camino de rosas. Es preciso acep-tar el riesgo de que la violencia de los poderosos se desate contra nosotros. Maspara eso estamos. De todas formas, David venció a Goliat, y Cristo resucitó, por-que el Espíritu que alienta en toda vida humana nunca muere.

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La trampa

El paro, el despido, la privatización de empresas, el crecimiento o el estan-camiento económico, el déficit del Estado, la deuda pública, la fiscalidad, los sala-rios, la inflación, la financiación autonómica y municipal, la subida o bajada deimpuestos, los precios, las pensiones, la corrupción y los escándalos económicosy financieros, el precio del dinero, las inexorables leyes del mercado, la globaliza-ción de la economía, la convergencia con Maastricht, la moneda única, los ajus-tes monetarios, la optimización del uso de la energía y las materias primas, etc.Esta larga, aunque no exhaustiva, lista de temas, que aparecen constatemente enlos medios de comunicación social y en las declaraciones de los políticos y detodos los llamados agentes sociales, nos evidencian hasta qué punto las cuestio-nes económicas y las con ellas relacionadas preocupan en nuestro país y en elmundo entero. La economía es el tema estrella en nuestra sociedad.

No seremos nosotros, que tanto relieve le damos en nuestra revista y ennuestras publicaciones, quienes la rebajemos de categoría.

En efecto. Si por economía entendemos el arte o la técnica de producir y dis-tribuir los bienes necesarios y suficientes para que todas las personas vivan condignidad, ¿qué duda cabe de que la economía tiene una importancia básica entoda justa ordenación de la sociedad?

Y nunca como hoy sería de agradecer una buena técnica de producción odistribución de bienes. Hoy, cuando un tercio de la población mundial pasa ham-bre, cuando la diferencia entre naciones y continentes es abismal, cuando el tra-bajo como medio de subsistencia se vuelve imposible, cuando la acumulación enpocas manos del poder económico –y, por ende, del político y aun del militar– esinfinita, cuando por añadidura la sed de consumo se ha exacerbado hasta límitessin límite.

Porque la existencia de los hechos apuntados, y de otros muchos que estánen la mente y en la preocupación de todos, manifiestan que las técnicas econó-micas al uso no han funcionado adecuadamente, puesto que no han logrado pro-ducir ni distribuir para todos.

Llama verdaderamente la atención la tozudez con que, como si con ellos nofuera la cosa, insisten muchos en las mismas recetas que hasta el presente no hansido eficaces; eso sí, lamentando la inevitable desgracia de las víctimas de talesremedios. Casi –Dios nos libre– nos caen mejor los que afirman que, según susaltos y profundos estudios, lo que en realidad sucede es que sobran personas en

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el mundo. Lo que nos extraña siempre es que no tiren la toalla, o, al menos, pidanayuda a otras ciencias o a otras instancias.

Pues aquí está el riesgo, el peligro y la trampa de la economía: se absolutizacomo ciencia cual si fuese ella sola capaz de solucionar los problemas que se leplantean.

La economía –entendemos nosotros– es más arte y técnica que ciencia. Yuna buena técnica económica ha de estar supeditada a otros conjuntos de cien-cias y realidades. Por abajo, por los cimientos, a todas las disciplinas que se mue-ven en torno a la hoy llamada «ecología», y que abarca prácticamente al conjuntode las ciencias naturales, a la física, a la química, etc. La economía no puede igno-rar ni destruir la casa en que habitamos –la naturaleza– ni dejarla dañada o hipo-tecada para nuestros herederos. Por arriba, por los fines a cuyo servicio debeestar, a las ciencias nucleadas en torno a la «antropología» (psicología, ética,moral, religión, sociología, etc.). ¿Cómo va a servir al hombre una ciencia que nosabe quién es ni qué es éste?

Cuando la economía parte de que en el manejo de toda clase de bienes loque hay que buscar es la mayor creación posible de «riqueza» mediante la maxi-mización del «beneficio» individual o grupal a través de una «competencia» sin lími-tes, lo que está admitiendo es que el hombre es un «depredador» insaciable (rique-za sin límite) de la naturaleza, un ser insolidario (beneficio individual o de grupo) yun enemigo para sus semejantes (competitividad). En definitiva, está proclamandoque la persona humana se mueve únicamente a impulsos del afán ilimitado deposeer y de dominar. Y lo que desde esos presupuestos hace la economía es ilu-minar el camino para satisfacer tales impulsos; incluyendo en el de dominar laesclavización o la muerte de sus semejantes y en el de poseer la destrucción uni-formemente acelerada de los recursos naturales.

Y como consecuencia de todo esto, se ha «economizado» y «monetarizado»toda actividad humana volviendo la vida de las personas enormemente dura, cruely desesperanzada.

Y no negamos nosotros que no sean fuertes en el hombre las tendencias aposeer y dominar. Lo que afirmamos es que basar en ellas la economía es des-tructivo. Y que tales tendencias deben ser corregidas con otras cualidades y virtu-des que también se pueden dar en los humanos, como la austeridad, la solidari-dad, el espíritu contemplativo y no depredador, etc., Pero tales virtudes ya nopueden ser fruto de unas determinadas técnicas económicas; pues cuando se hantratado de implantar estas virtudes con técnicas de economía estatalista se haagravado la situación al fomentarse de hecho la irresponsabilidad y no la virtud.La austeridad, la solidaridad, el espíritu de justicia, etc., sólo pueden ser fruto deunas convicciones éticas y morales y de un sentido trascendente de la vida, esdecir, hijas de una nueva cultura distinta de la economicista.

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A la economía, por tanto, hay que salvarla desde fuera de la economía, desdeuna cultura, repetimos, de la solidaridad, de la justicia y del servicio mutuo. Hoy,más importante que buscar recetas económicas es dedicarse a crear esa cultura.

Pero, eso sí. Nadie puede crear esa cultura mientras disfruta de la actual eco-nomía depredadora, como les ocurrirá a buena parte de los que este escrito lean.Quien quiera ir por este nuevo camino, conviértase primero, y mucho mejor engrupo, a la austeridad y, si preciso fuera –que lo será–, a la pobreza. Y desde ahídesenmascare la corrupción de la avaricia y del poder, tanto individual como degrupo o instítucional, y vaya creando núcleos que vivan libres de tales cadenas. Asípodrá llegar un día en que la economía se subordine a la ética y el hombre vivalibre, no dominado por la «necesidad» y la «angustia» de la subsistencia diaria, librede la trampa del miope economicismo.

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Personas y estructuras

Siempre que en un grupo de gente se aborda el problema de las relacionesentre personas y estructuras sociales –en las que incluimos las políticas, económi-cas, culturales, etc.–, se suscita la eterna cuestión de si son las personas las quecrean y consolidan las estructuras y, por consiguiente, basta conseguir personasmorales y justas para que a su vez lo sean las estructuras, o si, por el contrario,las estructuras operan de tal manera sobre las personas que condicionan su com-portamiento, siendo suficiente destruir las estructuras inmorales e injustas paraque el comportamiento y proceder de las personas transite por caminos de justi-cia y honradez.

La discusión se parece bastante, a nuestro entender, a la de la prioridad delhuevo o la gallina.

Porque es evidente que personas son quienes configuran y dirigen las estruc-turas. Y, viceversa, es manifiesto que las estructuras «encauzan» en determinadossentidos las decisiones de las personas, al menos en sus planteamientos.

En una economía estatalizada, por ejemplo, la persona o bien luchará porhacerse un hueco de decisión personal frente al dirigismo absoluto del Estado, obien caerá rendida de impotencia y apatía, o bien tratará de insertarse en la buro-cracia del Estado para subsistir o medrar, pero siempre sus planteamientos vitales«condicionados» por la estatalización económica.

Mientras, en una economía individualista competitiva, la persona, que, porcualquier circunstancia o motivo, sea o se sienta débil, tenderá o bien a buscarapoyos solidarios en otros que se encuentren en la misma situación, o bien a exi-gir la intervención de las «autoridades competentes» –el Estado-, aún conscientesdel riesgo de que estas autoridades se alcen con el santo y la peana y acaben tam-bién dominándolos.

Podríamos decir que este ha sido el balanceo pendular de los movimientossociales, económicos, políticos y culturales de los últimos siglos. Del individualis-mo al estatismo y del estatismo al individualismo: camino de ida y vuelta. Y ¿vuel-ta a empezar? Cuando aquí defendemos el personalismo, intentamos abrir otroscaminos que no sean los trillados de siempre.

Pero volvamos a nuestro tema. Nos atrevemos a decir que, en principio, esmás lo que las personas deben a las estructuras sociales –en sentido amplio enten-dido– que al revés. Lo cual es incuestionable si ese «en principio» lo entendemosen sentido temporal o cronológico.

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Como el principio de los tiempos nos cae ya muy lejano para saber si pri-mero fue la persona o la estructura, al fijarnos en el ahora, en un hoy ya demuchos siglos, aparece claro como la luz del día que toda persona que viene a estemundo «cae» en el molde de un conjunto de estructuras que conforman su vida, ladan forma, la modelan. Desde, por ejemplo, la lengua materna –estructura cultu-ral por antonomasia hasta las relaciones de propiedad de la tierra o la organiza-ción de defensa de la tribu o nación.

Todos venimos a un mundo «ya hecho y en marcha», es decir, estructuradode una manera y caminando ya en un determinado sentido.

La sociedad así es antes que el individuo, y, por ello, todo nacido, al tiempoque individuo, es primordialmente miembro insertado en una determinada socie-dad. Es más, es la sociedad, previa a él, la que decide que exista como individuo.Comenzando por el hecho de nacer, sobre el cual el nacido o el que está a puntode nacer no tiene ninguna responsabilidad. Son sus progenitores quienes la tieneny quienes lo «instalan» –en unas determinadas relaciones parentales, fraternales,de vecindad, etc.; relaciones hechas leyes y costumbres que lo marcarán para todala vida. Y, con las relaciones de familia o vecindad, las de ciudad, país o época enque se nace y vive.

De modo y manera que las estructuras sociales hasta el punto dominan alindividuo que éste, si quiere y pretende llegar a ser «persona», es decir, a ser «cons-ciente» del mundo en que vive y a buscar realizarse en «libertad», lo primero queha de hacer es «enfrentarse», ponerse «críticamente» frente a todo el orden insti-tucional vigente para aceptar o rechazar, corregir o modificar, acrecentar o des-truir según «criterios propios»; criterios que, en definitiva, se reducen a criterios defelicidad, o, lo que es lo mismo, a la búsqueda y obtención de lo que se desea«como bueno» para sí y para los demás.

Pero, ¿quién puede salir airoso en este empeño si las estructuras son másfuertes que él y si, previamente, ha interiorizado en el subconsciente los valoresque tales estructuras encarnan? Y ¿qué es el proceso de socialización, al que seorientan las estructuras educativas, si no un gigantesco esfuerzo por moldear a laspersonas según los valores «dominantes» en la sociedad?

No es fácil, desde luego, ser persona, pero siempre es posible. Lo que defen-demos es que, para que los individuos maduren en personas, se necesita por partede éstos se mantenga una continua tensión crítica frente a las estructuras sociales;que, aún en el mejor de los casos y dándolas por buenas en su origen, respondena las necesidades y aspiraciones de otras personas y de otras épocas y, por tanto,en parte al menos, inservibles para las personas y la época actuales, necesitandosiempre, como mínimo, ser adaptadas o reformadas y, a veces, transformadas.

Porque no es nuestro propósito en lo que hasta ahora llevamos diciendo con-denar sin más toda estructura social. Puede –¿por qué no?– haberlas que, exami-nadas a la luz de la vertiente comunitaria de la persona humana, resulten aproba-

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das, incluso con sobresaliente. Todas, por ejemplo, las que se basan en el diálo-go, la responsabilidad o el amor.

Lo que hemos querido hacer ver es: 1) el peso que el orden institucional tienesobre el individuo humano, 2) el riesgo de que ante tal peso muchos no cuajencomo personas (se quedan en mera masa humana), 3) la obligatoriedad para cuan-tos lúcidamente quieran interesarse por la felicidad y madurez humana de ocu-parse y preocuparse por un ordenamiento social que puede ayudar o aplastar alhombre.

Sin embargo, observamos que entre los grupos y personas que se preocupande los problemas sociales –pobreza, paro, hambre, marginación, explotación,esclavitud, etc.– hay una gran tendencia a desentenderse de esta responsabilidaden relación con las estructuras; es más, muchos creen que las que hoy existen sonconnaturales al ser humano y no hay por qué cambiarlas; a lo sumo, atemperarlos efectos perversos indeseables, pero inevitables. Efectivamente, ocupan muchomás las tareas de beneficencia que las de implantación de la justicia. Y ello, tantoen ambientes creyentes como no creyentes. De forma especial, estos últimos tien-den a reeditar viejas soluciones que no lo fueron y, al mismo tiempo, a actuardesde las mismas estructuras contra las que se quiere luchar, aceptando, además,su campo de juego.

Tal vez se deba todo a que plantearse el problema de las estructuras vigentesobligaría a poner en cuestión el sistema de vida propio; mientras que a los pobresse les puede ayudar –así lo hacen la mayoría de las ONGs y buena parte de lossindicatos– sin tocar la raíz estructural del sistema en que vivimos. Tal vez, tam-bién, «olemos» que la labor de beneficencia acarrea alabanzas y parabienes, mien-tras que topar con las estructuras injustas y combatirlas trae consigo incompren-sión, marginación y persecución. Siempre será más fácil solicitar ayuda a la UniónEuropea para un proyecto propio de ayuda a los pobres, o discutir un punto arri-ba o abajo el salario de los que lo tienen, que acusar a la UE de estar al serviciodel poder financiero, y, por supuesto, más fácil que poner en marcha un movi-miento social contra la actual configuración de Europa.

Reconocemos, no obstante, que hoy las «transformaciones sociales» son másdifíciles y de más alto riesgo, precisamente porque las «estructuras sociales» soncada vez «más estructura». Vamos a explicarnos.

Las uniones de tipo social pueden ser muy diversas en razón del vínculo queune a sus miembros: fraternales, comunitarias, asociativas, institucionales, estruc-turales, ... Prescindimos ahora de lo que puede y debe ser una fraternidad, unahermandad, una comunidad –y no porque para nosotros no tengan una impor-tancia suma– para centrarnos en lo que es una asociación, una institución o unaestructura social. En los tres se distinguen dos elementos constitutivos: por unlado, las personas que las integran y dirigen y, por otro, las leyes, normas, esta-tutos, reglamentos, etc., que «encauzan» la vida colectiva de tal unión de personas.

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Lo que distingue a cada una de las tres es en cuál de los dos elementos caeel acento en su funcionamiento, cuál de los dos elementos predomina. En las aso-ciaciones son las personas las protagonistas, de modo que los componentes nor-mativos son más fluidos, menos influyentes y determinantes y fácilmente cambia-bles según la voluntad de los asociados. Hay más acuerdos puntuales y menosnormas generales.

En las instituciones los dos constituyentes están equilibrados. Existen normasy leyes permanentes; pero las personas poseen aún gran capacidad de interpre-tación de las mismas en atención a las circunstancias de tiempo, lugar y situaciónde las personas.

En las estructuras sociales el peso definitivo cae del lado de la norma, de laley. Las personas apenas cuentan. Quien haya estado, para firmar un préstamohipotecario, sentado frente a un estrado ocupado por un representante de la enti-dad bancaria, un corredor de comercio y un secretario leyéndole las obligacionesy los riesgos que asumía, no necesita que le expliquen lo que es una estructura;como tampoco, quien por no pagar el vencimiento de una letra del piso se topacon el desahucio.

Pues bien, afirmamos que en estos momentos en el ordenamiento social haymucho más de estructura que de institución o asociación. La estructura es la puraley, la pura norma sacralizada e indiscutida, esclerotizada y endurecida, inmovili-zada, abstracta y, por ello, deshumanizada, donde los que la manejan –no osamosdecir quienes la dirigen– sirven a la ley, no a las personas. La ley pesa más y pasapor encima de la inmensa mayoría de las personas, aunque las destruya. ¿Cuántaspersonas han tenido que morir porque la «norma» de pagar los intereses de laDeuda Externa era sagrada? El sistema financiero –algo objetivado, cosificado–prima sobre las personas. ¿Quién no conoce algún empresario a quien su rectaconciencia ha llevado a la ruina por la inflexibilidad del sistema económico?

Desde luego no somos tan ingenuos como para pensar que las estructuras nofavorecen a nadie. Favorecen a los poderosos. Precisamente han sido ellos quie-nes a base de violencia de todo tipo han ido «estructurando» la vida social toda, demanera que sea difícilmente modificable y hasta culturalmente aceptable cuandoposeen el monopolio de la propaganda (publicidad y manipulación de la concien-cia). Son los pobres quienes están atrapados; aunque, a la larga, todos los huma-nos.

Para intentar que comprendan nuestra posición, permítasenos invitarles areflexionar sobre tres hechos qué reiteradamente han ocupado espacio poco haen los medios de comunicación. El primero, avalado por la ONU. En el Informesobre Desarrollo Humano del PNUD (Programa de las Naciones Unidas para elDesarrollo) se lee: «La fortuna de los 358 (trescientos cincuenta y ocho) multimi-llonarios del planeta es hoy superior a los ingresos acumulados de unos 2.300 (dosmil trescientos) millones de personas».

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Sea el segundo: En una ciudad como Madrid se cuentan por decenas de milesal año las personas expulsadas de su vivienda, desahuciados por falta de pago dehipotecas o deudas.

El tercero lo transcribimos con palabras del profesor Joaquín Araújo: «Elvolumen y tonelaje de nuestros residuos hace ya tiempo que supera al de la pro-ducción de todos los sectores de las actividades agrícolas, ganadera, pesquera,extractiva e industrial. Si somos lo que hacemos, queda obvio que, a pesar detodos los intentos por ocultarlo, lo que nos caracteriza es la basura. Ingentes can-tidades de residuos. Tantos que merecemos que se, nos identifique con lo excre-mental y sucio, cuando tanto parece complacernos el haber creado riqueza y bie-nestar. Sólo los españoles producimos unos 600 millones de toneladas de basuraal año. Es decir, 15.000 kilos por persona».

No vamos a ser exhaustivos en nuestras consideraciones. Seanlo Udes.Pero, para que se dé el primer hecho y «no pase nada», cuando tanto ham-

bre hay en el mundo, ¿no tienen que ser fuertes, duras e inflexibles las estructuraspoliciaco-militares, las políticas, las jurídicas y las económicas de todos los paísesy del mundo? Pero, ¿acaso no, también, las estructuras culturales? ¿Hasta dóndehay que justificar e interiorizar el afán de lucro y posesión, para que tales sujetosno sean tenidos por los mayores ladrones y criminales de la humanidad? ¿Hastadónde es necesario rebajar –más bien, destruir– el concepto de dignidad humanapara que ante tamaña desigualdad puedan considerarse «honorables» semejantesindividuos? Aun ante la imposible hipótesis de que repartiesen los beneficios de suriqueza, ¿no es una ofensa a la multitud que su vida y su muerte dependa de labenevolencia o malevolencia de tan pocas personas? ¿No es «dureza de corazón»y «ceguera de mente» querer y creer que esta situación es conforme a la naturale-za humana y lo más adecuado para el progreso? Realmente estamos en una cul-tura basura. Nada extraño, pues, que acumulemos tanta basura.

En conclusión. Nada tan difícil como un cambio de estructuras, pero, nada,al mismo tiempo, tan necesario, importante y urgente. Y, si algo es necesario hade ponerse manos a la obra, para lo cual es imprescindible armarse con las armasdel espíritu: espíritu de verdad, de justicia, de fortaleza. Sobre todo, de fortaleza,porque sin ella se traiciona a la verdad y a la justicia. Mas, ¿de dónde sacamosfuerza?

Sin duda el hombre se transciende a sí mismo, y de ese su transcendersesacará energía para vencer sus miedos y precauciones y poner en marcha aso-ciaciones fraternales y comunitarias con posibilidades de enfrentarse y vencer a lasdeshumanizadas estructuras actuales.

Pero fraternidades y comunidades que han de revalidarse en la acción y enla lucha. De otro modo, seremos únicamente «fariseos ilustrados», tentación supre-ma de las personas, aún de buena voluntad, en esta parcela rica del mundo en quevivimos. El saber no es suficiente.

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Globalizar la justicia

Diversos han sido los intentos que se han llevado a cabo a través de los sigloscon la finalidad de dominar el mundo, y en todos ellos la violencia, la imposicióny la muerte han sido compañeros habituales de un viaje cuyo destino acababa sien-do, una y otra vez, el fracaso. No obstante, los hombres parecemos empeñadosen repetir la historia en vez de aprender de ella.

Después de la caída de los países del Este comenzaron a circular algunos tér-minos como el de «Nuevo Orden» o el de «aldea global», que resultaban biensonantes a unos oídos cansados de escuchar los amenazantes discursos de la gue-rra fría. Poco a poco, el tiempo ha ido desvelando el contenido del nuevo pro-yecto y no ha resultado ser tal. Las formas, los modos, el decorado han cambia-do, pero el fondo materialista que relega al hombre a la categoría de instrumentosigue vigente.

Atrás han ido quedando planteamientos que han sido sustituidos por otrosmás ambiciosos y a menudo más sutiles. Así, por ejemplo, la explotación ha deja-do paso a la dominación, la producción al consumo, el poder económico al con-trol de la información, la revolución industrial a la informática, el empresario indi-vidual a las multinacionales, las grandes instituciones internacionales a los foros dedebate privados... Sin embargo, cabe destacar de entre todos ellos, después deque Fukuyama diagnosticara el anticipado «Fin de la historia», el de la globaliza-ción económica.

Globalización que puesta en marcha desde las tesis neoliberales poco tieneque ver con una aldea donde las relaciones humanas pudieran romper el anoni-mato tan generalizado en que vivimos inmersos. Más bien está suponiendo paralos pueblos una pérdida del control que ejercían sobre sus economías y sobre sussociedades poniéndolas en manos del mercado, es decir, en manos de no se sabequién: especuladores, bolsas internacionales, agencias de calificación de deuda...

El camino hacia esta nueva situación ha sido labrado en el tiempo con laaportación de no pocos pensadores, pero en el terreno práctico, en el de las con-creciones, quizá sea la Comisión Trilateral la que ha tenido un papel especial-mente destacable. Su estrategia, el poder que aglutinó en torno a sí y su modo deactuar han contribuido notablemente a la extensión del actual sistema económicomundial, acompañado por las democracias formales en lo político y por lo que seha dado en llamar «pensamiento único» en el campo de los comportamientossociales. Su visión globalizadora queda patente en los planteamientos básicos que

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sostuvieron ya en la década de los 70, en plena guerra fría, y que podíamos resu-mir en:

– El control de los países dominante (Nixon, que aplicaba diversas políticasproteccionistas frente a Europa y Japón vio como era desplazado de la CasaBlanca y sustituido por un trilateralista Ford, al año siguiente de constituirse laComisión Trilateral)

– La progresiva desintegración de los Estados nacionales.– La penetración en los países socialistas.– El control de las posibles presiones de liberación surgidas desde el Tercer

Mundo, así como la eliminación de la presión demográfica.Estos planteamientos han ido dando sus frutos: la caída sin confrontación

armada de los países del Este, el auge de las empresas multinacionales, la esteri-lización masiva en algunas zonas del Tercer Mundo, etc.

En la actualidad el modelo neoliberal se nos presenta bajo las credenciales deser realista, eficaz, competitivo, generador de riqueza… Sin embargo, detrás detoda esta amalgama de «cualidades» se oculta una trastienda llena de carencias.Entre ellas cabe destacar el hecho de que dicho sistema no sólo no combate sinoque acrecienta la progresiva exclusión de la historia de la mayor parte de la huma-nidad, mostrándose incapaz de construir unas relaciones que hagan posible unavida digna a todos los que habitamos este planeta. El PNUD desvelaba en suInforme sobre el Desarrollo del 96 un dato elocuente a este respecto: «Hay enel mundo 358 personas cuyos activos se estiman en más de 1.000 millones dedólares cada una, con lo cual superan el ingreso anual combinado de países dondevive el 45% de la población mundial». Un sistema que sostiene esta situacióndesde la legalidad es un sistema que ha olvidado al hombre, que ha decidido esco-ger una vez más el camino de arrancar la esperanza a quienes más necesitan deella, en vez de ser generador de la misma.

La distancia que separa la capacidad para generar riqueza y la voluntad deque se distribuya equitativamente va en aumento. Siendo esto así, no resulta extra-ño, aunque sí vergonzante, el hecho de que se alcancen compromisos como el fir-mado por los jefes de Estado y de Gobierno de los países de la FAO en Roma:«Reducir para el año 2015 el número de personas desnutridas a la mitad delactual», compromiso que además será revisable por si no se llega. Una vez máslas dificultades se quieren llevar al terreno de los medios cuando en realidad per-tenecen al de las voluntades. Cuestión ésta que seguramente estaba dispuesta aavalar el secretario general de la FAO Jacques Diouf cuando afirmaba acerca dela cuantía del presupuesto de esta organización que «es inferior al gasto en ali-mentos para perros y gatos en sólo 6 días de nueve países desarrollados, y repre-senta menos del 5% de lo que gastan anualmente los habitantes de un sólo paísdesarrollado en productos para adelgazar».

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El edificio del poder parece haberse asentado sobre dos pilares: el mercadoy el control de los medios de comunicación. Estas dos columnas, descansandosobre la base común de la información, se han convertido en instrumentos fun-damentales sobre los que descansa el proyecto de globalización económica.

El mercado se ha convertido en una obsesión: los Presupuestos Generales delEstado deben ser restrictivos para ganar la confianza del mercado, el mundo deltrabajo debe precarizarse porque el mercado exige cada vez cuotas de mayor com-petitividad, los pobres productores de materias primas del Tercer Mundo debenaceptar salarios de miseria porque el mercado ha fijado un precio de miseria paraellos, no se puede producir más de lo debido mientras otros mueren de hambreporque el mercado exige el sostenimiento de los precios... ¿qué es el mercado? o¿quiénes son el mercado? ¿Por qué aceptar que un instrumento que no entiendede justicia, ni de redistribución, ni de solidaridad, ni de sufrimiento lleve las rien-das no sólo económicas sino también políticas de nuestras sociedades? ¿Por quédebemos consentir que el ejercicio del poder político se reserve no a aquellos conmayor capacidad de gobierno y de servicio al pueblo, sino a aquellos que demues-tren tener mayor capacidad para gestionar la economía de acuerdo a los intere-ses que dicta el mercado?

El mercado se concibe no como un mero instrumento de intercambio, lo quesería una economía con mercado, sino como un instrumento de dominación, eco-nomía de mercado, y así hemos de situarnos ante él cuando se nos presente comola panacea universal.

En cuanto al segundo pilar, el de los medios de comunicación, decir que suuso es de vital importancia para crear un estado de opinión pública que vaya asu-miendo las situaciones y valores que puedan sustentar y prolongar la situaciónactual. Dentro de esta estrategia podríamos encuadrar las campañas paternalistasde ayuda a zonas en conflicto cuyas causas últimas se ocultan a la opinión públi-ca; campañas que igual que nacen, de repente se acallan, como si hubieran resuel-to el problema existente gracias a nuestra generosa colaboración, cuando en rea-lidad las situaciones continúan siendo desesperadas en las zonas afectadas y sóloquedan trabajando en ellas aquellos cuyo compromiso está más allá de las ofertaspaternalistas de turno. A este respecto, el Secretario de Estado para laCooperación Internacional se encargaba de hacer la labor de cierre oficial a lacampaña de Ruanda al declarar hace pocos días que «En Zaire no ha habido ham-bre, no había niños con la tripa hinchada. Los campos de refugiados servían paramanipular». Añadía respecto a otros temas como el 0,7 «Es utópico, algo irreal.En España no hay capacidad para gestionar un nivel de ayuda así, ni en laAdministración, ni en la sociedad civil».

Pero en el edificio del poder hay sótano y subsótano. El apoyo del poder eco-nómico junto al de los medios de comunicación se han convertido en requisitosimprescindibles para alcanzar el poder político. Siendo esto así, se puede afirmarque el poder político ha quedado relegado a un segundo plano realizando, princi-

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palmente, más que tareas de gobierno, tareas de gestión. Y por último, en el sub-sótano aparece lo social y el pueblo, porque el servicio a éste ha dejado de ser elfin último para quienes han sido capaces de alcanzar ciertas cuotas de poder.

Todo lo que hemos dicho apunta a que el esfuerzo por construir un mundomás humano ha de ser cada vez mayor y también global. Si la pretensión neoli-beral pasa por globalizar la economía, por unificar los comportamientos socialesen torno a las exigencias de extracción de beneficios que esta impone, nosotrosdebemos trabajar por globalizar la justicia.

El camino no es fácil. Las situaciones son nuevas y las respuestas de otromomento hay veces que no sirven. Hubert Brouchet, secretario general de laUnión de Cuadros de Fuerza Obrera pone esto de manifiesto cuando afirma: «Laglobalización de las empresas ha alejado a los representantes de los asalariados delos centros de decisión, hasta volver “virtuales” a estos últimos. Para un sindica-lista cada vez es más raro tener enfrente a alguien que realmente decide. El inter-locutor patronal no es normalmente más que el propuesto por un poder geográ-ficamente inaccesible, en el supuesto de que esté localizado. Así prepara su reinoel juego asesino de la competición, conducido a ciegas y movido por una manoinvisible que se ha vuelto loca».

No deja de llamar la atención el hecho de que en un momento histórico enel que hay medios para cubrir la mayor parte de necesidades básicas de cualquierhombre: comida, techo, trabajo, educación, no se hable de injusticia. Este hechodebe despertar nuestra rebeldía y nuestro compromiso transformador de las cau-sas que sostienen esta situación. Empezando por romper la vida dual en que amenudo vivimos: exigimos para nosotros unas condiciones dignas y un salariodigno, y cuando vamos a comprar buscamos precios de artículos que sólo se pue-den conseguir a través de la explotación del trabajador que los ha elaborado.

La dificultad para buscar respuestas que no sean absorbidas por el giganteneoliberal no la podremos superar si no rompemos con nuestro comodismo, connuestro individualismo, con nuestro status de privilegiados; si no llevamos nuestrasvidas por caminos de gratuidad, por caminos por los que el equipaje ha de ser lige-ro. Y si en el camino encontramos situaciones duras, en las que todo parece vol-verse obscuro no olvidemos el talante de uno de los hermanos maristas que tra-bajaba en los campos de refugiados del Zaire: «Sólo Dios sabe lo que puede ocurrirpero sabe y calla. A nosotros nos toca esperar, amar siempre, y eso es lo quehacemos montados en la incertidumbre, así como en un caballo».

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El equívoco voluntariado

No deja de ser sorprendente que en estos últimos años, en que los desequi-librios y desigualdades de todo tipo se han disparado entre individuos, pueblos,naciones y continentes; en que las guerras y sus secuelas de destrucción y muer-te se han multiplicado a la caída del comunismo cuando se esperaba lo contrario;en que el rebrote del neocolonialismo trunca el normal desenvolvimiento de losantiguos pueblos colonizados; en que el comercio de armas prolifera por el mundode la mano, según confesión de la propia ONU, de las naciones que tienen asien-to permanente en su Consejo de Seguridad; en que la ruptura de trabas y barre-ras a la actuación de las empresas transnacionales y del capital financiero mundialha puesto de rodillas a los Estados, privándoles de la posibilidad de orientar laeconomía al bien común mediante la práctica de la justicia distributiva; en quecomo por ensalmo se han evaporado las conquistas sociales del pueblo trabajador,al menos en parcelas tan sagradas como el derecho al trabajo; resulta sorpren-dente, decimos, el rápido auge del «voluntariado» en estos años, centrado enpaliar los desastres (lo de desequilibrios parece demasiado aséptico) del triunfomundial del neoliberalismo, cuando parecería más esperable una reacción másprofunda de tipo cultural y político que luchase por reafirmar y refundamentar lajusticia (lo que a cada uno como persona se le debe), tan destrozada y descuajadapor el huracán del pensamiento único neoliberal.

Y, repetimos, nos sorprende aún más que el repentino crecimiento del volun-tariado, el hecho de la disimetría entre tal crecimiento y el agostamiento de unacultura y de una práctica política antagonista al sistema neoliberal en sí.

Hoy la expresión más genuina y generalizada, aunque no la única, del volun-tariado son las ONGs, aceptadas y promovidas en ambientes y por institucionestanto creyentes como no creyentes. Las hay para cubrir las más diversas necesi-dades y carencias humanas aquí y en cualquier parte del mundo, si bien podemosafirmar que sus acciones y esfuerzos más llamativos se centran en los países malllamados del Tercer Mundo.

De entrada, y para que se sitúe bien lo que después vamos a decir, se impo-ne subrayar que el hecho del surgimiento masivo de tanta diversidad de ONGs nodeja de ser un indicativo claro de la extensión y profundidad del mal causado enla sociedad por el actual ordenamiento social, económico y político del mundo ydel desasosiego que tal estado de cosas crea en la conciencia de muchísimas per-sonas.

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No obstante, y en razón de la disimetría a que más arriba aludíamos, todo elentramado de las ONGs ha recibido multitud de críticas, las más graves de las cua-les nos parecen las siguientes:

«Las ONGs están, de hecho, al servicio de los intereses del neoliberalismo.Este financia y promueve organizaciones de base con una ideología antiestatistapara intervenir entre las clases potencialmente conflictivas y crear así un cojínsocial».

«Al crecer la oposición al neoliberalismo, los Gobiernos occidentales y elBanco Mundial han aumentado la financiación de las ONGs. En el fondo son uti-lizadas por el neoliberalismo como elemento de contención frente al peligro deposibles explosiones sociales».

«Al enfocar su actividad a la asistencia técnica y financiera de proyectos, lasONGs crean un mundo político donde la apariencia de solidaridad y acción socialdisimula una conformidad conservadora con la estructura del poder nacional einternacional. Dicho de otro modo, fomentan un nuevo tipo de colonialismo ydependencia cultural y económica». (James Petras)

La más corriente, sin embargo, y la más evidente de las acusaciones es la dela desproporción entre los problemas a solucionar y los medios empleados. Frentea una deuda externa, por ejemplo, de más de un billón de dólares, es una gota deagua en el mar las decenas de miles que manejan las ONGs. Frente a las decisio-nes de uno u otro Estado (léase Francia o EE.UU.) de apoyar a una u otra facciónen la región de los Grandes Lagos de África, la acción de las ONGs se ve prácti-camente inutilizada y reducida a la inoperancia, cuando no usada para bastardosfines políticos, como en el caso de los campos de refugiados del Zaire donde laayuda humanitaria sirvió también para posibilitar el reagrupamiento y el equipa-miento del ejército de los hutus huidos.

De hecho, recordémoslo una vez más, en esta época de expansión del volun-tariado, la distancia entre los más pobres y los más ricos del mundo ha aumenta-do al doble. Ya no es de 1 a 30 sino de 1 a 60; y los 8 millones de pobres espa-ñoles de Cáritas ahí siguen inamovibles.

Pero no es en las ONGs donde queremos poner hoy el acento, sino en lapara nosotros equívoca filosofía que subyace en la sociedad del Norte (y en con-creto en España) bajo la realidad del «voluntariado» tal como entre nosotros sepractica.

Cuando se habla de voluntariado, «voluntario» se opone en primer lugar a«obligatorio». Un «voluntario» hace algo a lo que no está «obligado» por ningúndeber de justicia o de legalidad. Así, un albañil cumple una «obligación» cuandoconstruye para la empresa que lo ha contratado. Está obligado a ello. Ejerce, sinembargo, el «voluntariado» cuando un sábado trabaja, sin que ningún contrato leobligue, en la construcción de unas viviendas para personas sin techo en un pro-yecto de Cáritas.

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Por otra parte, el «voluntariado» (a pesar de las distorsiones que en este sen-tido ha introducido la ley al conceder ciertos «privilegios» a los «voluntarios») hacereferencia a la «gratuidad». El «voluntario» no cobra por sus servicios.

Así pues, la no obligatoriedad y la gratuidad son (deben ser) las notas carac-terísticas de todo voluntario auténtico.

Pero, ¿qué sucede cuando lo que hacen los «voluntarios» es «obligatorio»hacerlo y, además, resulta que el «voluntario» «se lucra» con su acción voluntaria?

Si lo que hacen los voluntarios, se les debe por justicia a los beneficiadospor tales acciones voluntarias, ya hay «obligatoriedad», y, como ya hemos dicho,la obligatoriedad destruye la voluntariedad que le es, por definición, esencial alvoluntariado. Si, además, los llamados «voluntarios» «se cobran» por lo que hacenporque, precisamente, su trabajo ¿voluntario? contribuye a mantener sus privile-gios de grupo o clase, entonces también la falta de gratuidad destruye el aparen-te voluntariado que en tal trabajo pueda haber.

Y ¿qué decir, por tanto, cuando los obradores de injusticias se sirven delvoluntariado para tapar y disimular los efectos de sus injusticias? ¿Qué decir, cuan-do el voluntariado sirve para apartar fuerzas de la lucha por la transformación delas estructuras injustas, perpetuando, así, toda clase de privilegios sociales y eco-nómicos?

Ahora bien, «socialmente hablando», las tareas que se asignan hoy alvoluntariado son «deberes de justicia», muchas veces, de «justicia conmuta-tiva» estricta, otras de «justicia distributiva» y siempre de «justicia social». Elparo, la falta de vivienda, la insuficiencia salarial o de las pensiones, el analfabe-tismo absoluto o funcional, la deficiente atención a enfermos de sida o drogadic-tos, la discriminación de las mujeres, de las familias o de los emigrantes, etc., con-tra lo que tiene que apechar el voluntariado son, sin más «injusticias» realizadascontra las personas que tales males padecen. Y el sujeto responsable de tales injus-ticias será una persona individual, un grupo humano o una institución del ámbitoque sea (desde la familia al Estado), y, en último término, la sociedad en la queestamos insertos y que por su ordenación injusta tales atropellos comete y con-siente.

Y la tarea primordial de cualquier alma justa será identificar, denunciar y obli-gar a cambiar y a resarcir a las víctimas a los agentes de semejantes maldades,cualesquiera que ellos sean. Y la segunda tarea, igualmente trascendental, serámodificar los condicionamientos sociales para que estos desatinos no continúenrepitiéndose.

Por consiguiente, cuando en una sociedad como la nuestra, tan transida dedesigualdades y exclusiones, no surgen movimientos y organizaciones que tengancomo fin específico la instauración de la justicia en todos sus diversos ámbitos ycampos, y para ello trabajen, luchen y propongan caminos transitables; cuandono existe un clamor general de la sociedad pidiendo un cambio de modelo sociala escala nacional y mundial; cuando cunde la apatía por la realización del bien

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común y nadie osa enfrentarse a las causas estructurales del mal, entonces lasociedad, que somos todos, se convierte en cómplice del mal. Y sí, para poder dis-frutar de privilegios frente a otros grupos u otras sociedades más pobres y exclui-das, camuflamos con falsos asistencialismos nuestros delitos, la sociedad, ademásde cómplice, deviene cínica.

Por eso, en este momento y en esta sociedad nuestra, donde no se hacenesfuerzos serios para hacer justicia a los pobres y menos a los del llamado TercerMundo y donde sólo queda el voluntariado como instrumento de asistencia a lospobres, nos atrevemos a decir que éste (el voluntariado) queda necesariamenteteñido de hipocresía, ignorancia o cobardía, cuando no de los tres vicios a la vez.

Hipocresía, porque, conscientes de que formamos parte, socialmente almenos, del mundo de los obradores de injusticias y sin esforzarnos por suprimiréstas y sus causas, osamos aparecer como benefactores gratuitos de otros a quie-nes previamente hemos perjudicado.

Ignorancia (culpable, en gran parte, creemos nosotros), porque creemos quelas injusticias son inevitables y que únicamente podemos evitar sus perversos efec-tos; porque conocemos mal los mecanismos de la economía, de la política y de laordenación social, campos donde se cometen la mayoría de las injusticias; porqueno hemos descubierto la importancia de la creación de nuevas estructuras socia-les y la urgencia de actuar en este campo sin repetir pasados planteamientos erró-neos.

Cobardía, porque ante los riesgos ciertos de marginación, persecución y peli-gros para la propia vida que comporta la lucha en serio por la justicia, preferimosel confortante bienestar de la beneficencia. La lucha por la justicia nos enfrentacon los poderosos; en la beneficencia podemos encontrarles de aliados.

En resumen, ante el sufrimiento de los pobres podemos tomar, como puntode partida, dos actitudes, que, cuando son consecuentes, terminan uniéndose: elesfuerzo por la realización de la justicia o la encarnación de la propia vida, sinmarcha atrás, en la vida de los pobres, sufriendo y luchando con ellos, junto a ellosy como ellos. Esto último es lo que ha salvado y sigue salvando a muchos «volun-tarios». La entrega de su vida (algunos muriendo) a los pobres, sin doblegarse alos intereses de los poderosos, es el mejor modo de luchar por la justicia. Hastatal punto se cree que la verdad está junto a los pobres y excluidos que junto a ellosse vive y muere sirviéndoles. Pero si pretendemos, guardando nuestra vida (y nues-tros bienes), pasar por servidores de los pobres injustamente maltratados, caemosen los vicios mencionados antes. Se impone, pues, luchar por la justicia con entre-ga de la propia vida.

Permítasenos terminar con una cita de Vicente de Paúl: «La limosna es unaofensa y se ha de poner mucho amor en ella para que pueda ser perdonada». Eseamor, sin duda, es la propia vida entregada, porque, con palabras ahora de Jesúsde Nazaret, «nadie tiene mayor amor que quien da la vida por sus amigos».

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Trágica inconsecuencia

No nos dirigimos en este editorial a los defensores del liberalismo a ultranza–entiéndase individualismo radical– ni a los adoradores del mercado único y sal-vador –entiéndase la primacía del dinero y la ganancia–. A lo largo de toda la vidade esta revista hemos tratado de revelar y debelar la incosistencia ética de tal sis-tema y las consecuencias mortales que para los pobres –y también para la madretierra– lleva inevitablemente consigo. No vamos a repetirnos ahora ni a insistir.

Ya hemos llegado al mercado y a la economía mundializada donde un gruporeducido de multinacionales y trust financieros son dueños del mundo y dirigennuestras vidas y nuestras muertes, según convenga, a través del imperialismo mili-tar, político y cultural, hegemonizado, por ahora, por Estados Unidos con la cola-boración de la Unión Europea y Japón.

Sin embargo, por encima de todas las vertientes del imperialismo, el impe-rialismo más grave y dañino, quizá por menos aparente, es el cultural, que seextiende por el mundo como una mancha de aceite, y cuyos tres máximos valo-res son hoy moneda universal aceptada en prácticamente todas las naciones. Nosreferimos al PODER, al TENER y al SABER, este último tecnificado al servicio deltener y el poder.

Puede tal vez objetársenos que esto no es una novedad; que el afán de podery tener ha sido una constante en todas las civilizaciones, donde, como norma, hantriunfado los ricos y los poderosos, que dispusieron como de un esclavo suyo delsaber al servicio de sus intereses; realidad que, cual si fuera un dogma, ya el viejoPlatón sistematizó genialmente en su República.

Nosotros no negamos nada de esto y admitimos, por evidente, el papel rele-vante que la lucha por el poder y el tener ha jugado en la vida de la humanidad,que puede escribirse y describirse como una aburrida sucesión de imperios cadauno de los cuales se derrumba cuando aparece otro más joven y potente en elhorizonte.

Tampoco negamos el ingente esfuerzo que a lo largo de la historia multitudde personas de buena voluntad han realizado para paliar las consecuencias demuerte y destrucción de esa lucha por el poder y el tener.

Hasta aquí, en efecto, todo parece lógico. Se considera consustancial a la his-toria humana esta lucha por el poder y el tener, y, sin cuestionar la hegemonía delos ricos y poderosos, se ejercen las obras de misericordia con los pobres victi-mados.

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El problema de la lógica –de la ilógica, más bien, y de la inconsecuencia–surge cuando quiere darse protagonismo histórico a los pobres, como, por ejem-plo, en la Revolución Francesa y en la Rusa, y se elige para ello el violento cami-no de la conquista del poder y el tener. A estas alturas –permítasenos el parénte-sis– ¿aún se puede creer que fue casual y que pudo ser de otra manera el queambas revoluciones terminaran en Imperios, el de Napoleón y el de Stalin? Y esque el afán de poder y tener necesariamente lleva al dominio y a la exclusión delos menos ricos y fuertes; porque el poder o es DOMINIO sobre otros imponién-doles su voluntad o no es tal poder, y el tener y poseer o es EXCLUSION de losotros de lo poseído o no es tal tener. Lógicamente, cuando la ambición de domi-nio y ganancia es común a todos, los ricos y poderosos necesitan la violencia dela fuerza física (los ejércitos) para conservar su poder y su riqueza.

Así pues, no les ha faltado nunca razón a todos los revolucionarios cuandohan gritado la necesidad de cambiar las estructuras opresoras de los pobres, peroa casi todos les ha fallado el método. Han creído que la solución estaba en cam-biar de manos el poder y el tener, sin caer en la cuenta de que, con independen-cia de quién sea el titular, el poder DE SUYO produce la exclusión y, consecuen-temente, la miseria de los excluidos.

Y este es el drama de toda la autodenominada izquierda de todos los países;sobre todo desde la caída del muro de Berlín y del desvanecimiento de los regí-menes del socialismo real de Rusia y satélites. No ha dado resultado aplicar la fuer-za y el poder político, económico y militar para hacer justicia a los pobres porquese ha aplicado un instrumento que sirve exactamente para lo contrario: paradominar y excluir.

La victoria del capitalismo –del neocapitalismo– sobre el socialismo real eslógica. El capitalismo nunca ha ocultado su afán de enriquecerse y dominar y, con-secuentemente, ha empleado los instrumentos adecuados para ello, mientras queel socialismo real (¡oh! paradoja trágica) quiso con los mismos instrumentos delcapitalismo (la conquista del poder, etc.) realizar la justicia. Pero esos mismos ins-trumentos, porque estaban proyectados para ello, les llevaron a agrandar la injus-ticia. Los instrumentos sirven para lo que sirven y no se puede con ellos realizarlo contrario de aquello para lo que se inventaron.

En este asunto se ha olvidado un viejo axioma de la medicina hipocrática:«contraria contrariis curantur». Las enfermedades se curan con su contrario, nocon más de lo mismo. No es, por tanto, agrandando el poder y el tener ni desa-rrollando la ciencia y la técnica al servicio de ambas ambiciones como puede rea-lizarse la justicia.

Resultan así trágicas, por inconsistentes, las izquierdas actuales cuando se lascontempla –dicen ellos– intentando el «acceso al poder», para terminar cuando lotocan sirviendo a los intereses del poder económico. Considérese, si no, la posi-ción desairada de los llamados partidos de izquierda en la Unión Europea, donde

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corren parejos la concentración económica en menos manos y el aumento delparo. El poder no hay que conquistarlo, sino, en la medida de lo posible, des-truirlo; so pena de perpetuar el sufrimiento de los pobres.

Y no se nos arguya que así la sociedad misma quedaría destruida. En el edi-torial «Persona, sociedad y estado» del número 23 de esta revista, esbozábamosun modelo de sociedad sin hegemonía ninguna del poder, donde la sustitución deéste por la autoridad, de contenido más ético que político, haría posible la cohe-sión comunitaria de la misma sobre la base de la responsabilidad personal.

En conclusión. Si se quiere de veras la promoción de los pobres, sean indi-viduos o naciones, no se puede caminar por los violentos caminos del poder y eltener. ¿Por dónde, entonces?

Naturalmente, no vamos a desarrollar ahora un programa sino a esbozarunas líneas de actuación.

1 .º En estos momentos, si se quiere la promoción de los pobres, la tareamás importante y, por lo mismo, la más urgente es una constante e incansabledenuncia pormenorizada y, al mismo tiempo profunda, de los abusos y atrope-llos de toda clase de poder. Desenmascarar las mentiras de los poderosos, espe-cialmente su radical pecado hipócrita de querer pasar por salvadores de otros,camuflando de servicio lo que es afianzamiento propio y dominio de ajenos; por-que el servicio siempre es con detrimento de los propios intereses, y su doctrinay su práctica es que el pueblo coma de las sobras de su banquete:«Enriquezcámonos hasta hartarnos y el pueblo se saciará de nuestras migajas».¿Qué significa, si no, que el 20% más rico de la humanidad posea el 87% de losbienes de este mundo? Hay que llevar al conocimiento y a la conciencia de lagente que el uso del poder y la riqueza suele, como norma, convertirse en abusoy que quien acepta sobre sí el poder de otro se hace cómplice de los abusos de talpoder.

Tarea ingrata ésta de la denuncia porque se acusará de destructivos a losdenunciantes por poner de manifiesto la inconsistencia de los cimientos sobre losque ellos han construido la sociedad existente. Por eso ha de poseer la calidad deprofética, por desinteresada, porque se atiene a las consecuencias y porque acep-ta el descrédito y la persecución a que se verán sometidos los rebeldes. Profética,además, por realista, porque sabe que sin violencia no se implanta la justicia, perono la violencia que se infiere sino la que se acepta, aguanta y resiste. Cuando setiene la fortaleza suficiente para no responder a la violencia con violencia, escuando queda despojada de todos los seudorrazonamientos que la justifican.¿Acaso no nos ha faltado suficiente espíritu y coraje para avanzar y profundizarlos caminos de la no violencia activa de Ghandi, Luther King y tantos otros genui-nos militantes del pueblo?

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2.º Dar la palabra a los pobres, dejar que ellos se expresen, propongany actúen sin las interferencias del ruido y la presión exterior que pretenden hacer-les derivar hacia la desesperación, la violencia o las falsas expectativas. Porque ladebilidad, situación normal y general de la mayor parte de la población mundial,lleva intrínseca la solidaridad y el sentido de comunidad. El débil es consciente deque sólo se salva y se realiza en unión con otros. Su valor supremo es la comu-nión: de ideales, de metas, de esfuerzos, de vida.

Comunión que se concreta en otros tres valores a ella subordinados: frenteal Poder, el SERVICIO; frente al Tener, la GRATUIDAD; frente al Saber, el BIENOBRAR. Siempre el pueblo ha preferido los hombres (y las mujeres, por supues-to) de bien a los sabios. Hombres de bien capaces de actuar con equidad y de ejer-citar la prudencia como virtud que nos orienta sobre lo que debe hacerse paraobrar bien y sobre cómo escoger y dirigir los medios al fin propuesto. Siempre haintuído el pueblo que lo que se hace pasar por verdad pero que no se percibecómo puede coincidir con el bien, con la bondad, no es verdad auténtica sinomentira camuflada, sofisma engañoso.

Educar, pues, al pueblo para que emerjan en él estos valores, para que sur-jan en su seno hombres y mujeres de bien, con sabiduría vital y práctica, com-prometidos con los suyos, personas rectas, honradas, honestas, capaces de resis-tir los cantos de sirena del individualismo egoísta, he aquí otra tarea de sumatrascendencia para bien de los pobres.

3.º Alentar y promover todo tipo de asociacionismo comunitario en cultura,en política, en economía, etc., que, al tiempo que fortalezca los vínculos de soli-daridad en el pueblo, vaya dando la espalda a la actual y despersonalizada estruc-turación de la sociedad.

4.º A partir de todo lo anterior, luchar por fragmentar el vigente monopoliodel poder mundial en cultura, en política y en economía, con pasos firmes y pru-dentes de descentralización a todos los niveles: internacional, nacional y regional.Forzar el cambio de las actuales estructuras de la propiedad, para acercarla mása la persona.

Más caminos podíamos enumerar en esta dirección. Baste lo dicho hastaaquí para comprender la TRÁGICA INCONSECUENCIA de quienes pretendenluchar por los pobres desde el pensamiento, los planteamientos y los métodos delos ricos y poderosos. Históricamente lo que han logrado entre todos ha sidoampliar cada vez más el número de las víctimas. Así nos lo gritan todos los des-heredados y excluidos de la tierra.

Se impone, por tanto, no jugar en el campo enemigo y ser creativos a basede esfuerzo y esperanza para alumbrar de veras otra civilización: la de la justicia,la verdad y el bien; en una palabra, la civilización del amor.

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Y, para terminar, una última observación. Este editorial puede parecer, a pri-mera vista, dirigido a personas más o menos imbuidas del materialismo reinante.Pero véanse también en este espejo cuantos cristianos quieren establecer el Reinode Dios, que es el de los pobres, desde el poder y el dinero. A ellos les reconvie-ne Pablo de Tarso: «Porque los judíos piden milagros, los griegos buscan sabidu-ría, mientras que nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para losjudíos y locura para los gentiles, mas, para los llamados, fuerza y sabiduría deDios. Porque la locura de Dios es más sabia que los hombres y la flaqueza de Diosmás fuerte que los hombres».

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Pobres, justicia y militancia (¿Teresa de Calcuta versus Óscar Romero?)

¿Por qué los poderosos de este mundo glorifican a Teresa de Calcuta y ase-sinan a Óscar Romero? Esta es la pregunta que subyace, como música de fondo,a cuanto en este editorial manifestamos.

Porque el hecho es cierto. No solo los poderosos se hicieron presentes y, dealguna manera, presidieron las exequias de Teresa de Calcuta, sino que, ya envida, tuvo ésta las puertas abiertas de muchos ricos, de influyentes políticos y depersonajes públicos de alto relieve. Y no es menos cierto que poderosos políticos,financieros, terratenientes y militares de El Salvador, de Estados Unidos y de otrospaíses estaban detrás del asesinato de Óscar Romero; y, por supuesto, no acu-dieron en manada a rendirle homenaje.

Y, sin embargo, los do.s habían entregado su vida al servicio de los pobres.Cierto que de formas diferentes. La primera, en la asistencia individualizada a las«personas» más pobres entre los pobres (moribundos, leprosos, enfermos de sida,etc); el segundo, en lucha abierta con los poderes de este mundo para que «sehiciese justicia» a los pobres. Aun a riesgo de simplificar demasiado, diríamos queella se dedicaba a la beneficencia y él a la promoción de la justicia.

Por eso vuelve la misma pregunta, de otra manera formulada. ¿Por qué sonbien vistas por los poderosos las personas que se dedican a la beneficencia, mien-tras se persigue a los que trabajan por la justicia? ¿Tal vez porque los primeros rea-lizan el trabajo sucio de aliviar las consecuencias de sus injusticias, al tiempo quelos segundos los acusan y ponen en evidencia?

O, ¿tal vez, el favor y reconocimiento a los benefactores sea una encubiertamanifestación de su incapacidad para obrar en justicia? Pero, entonces, ¿por quéno reconocen abiertamente su incapacidad? Y, sobre todo, ¿por qué están tanorgullosos de la posesión de un poder que no puede erradicar la pobreza y la injus-ticia? O ¿hemos de admitir candorosamente, por ejemplo, que Ted Turner, dueñode la poderosa cadena de televisión CNN de EE.UU., dona 150.000 millones depesetas a la ONU para ayuda humanitaria como compensación y penitencia porel expolio de los muchos miles de hectáreas de tierra de que su esposa Jane Fondase ha adueñado en Argentina?

Pero no sólo entre los poderosos. También en el pueblo –y en el pueblo cre-yente– tiene mejor prensa la beneficencia que la justicia; lo que resulta evidente si

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comparamos quiénes se dedican en las Iglesias, especialmente en los de los paí-ses ricos, a una u a otra actividad.

Quizá la razón última de esta situación sea que en el fondo todos están –esta-mos– convencidos de que implantar la justicia en este mundo es tarea imposible,y de que lo único asequible es ayudar o socorrer a las víctimas que en cadamomento el sistema, de forma inexorable, va produciendo. Por otra parte –afir-man muchos– la justicia es dura y enfrenta a los hombres, mientras la beneficen-cia parece satisfacer a todos: a quienes la practican, porque «se sienten buenaspersonas» que hacen el bien, y a quienes la reciben, por la inmediatez con que son«aliviados» del peso de su pobreza.

A estos últimos no debemos entretenernos en refutarlos, porque no hanentendido aún nada de la dignidad de la persona humana, llamada a ser respon-sable de su propia vida y, por tanto, también de su trabajo y sustento; en comu-nión, ciertamente, con todos pero sin dependencia de los demás por falsos pater-nalismos.

A los primeros, si en algo podemos darles la razón (por otras razones) es enque, en efecto, la justicia –dar a cada uno lo suyo– es una realidad dinámica y, porlo mismo, «nunca totalmente terminada», sino exigente siempre de nuevos esfuer-zos y aquilatamientos. Y esto por tres motivos:

1.º Por el carácter histórico y cultural del hombre. Lo que en un tiempo y enuna mentalidad no parece exigible por justicia, sí lo parece –y lo es– en otro tiem-po y mentalidad. La conciencia de las personas y de la sociedad –de la que tam-bién analógicamente se puede afirmar la conciencia– progresivamente se va ilu-minando.

2.º Por el carácter trascendente de la persona, convocada constantemente auna «mayor» perfección individual y a una «mayor» comunión con los otros. De ahíque siempre sea posible –y deseable– un mayor «ajuste» de las personas y entrelas personas; porque es «justo» que todos se perfeccionen y beneficien con los bie-nes de todo tipo puestos a disposición de todos.

3.º Simultáneamente a los dos motivos anteriores, por la connatural debili-dad humana que nos lleva, en un juego de deseos, aspiraciones, necesidades eintereses, a enfrentarnos con frecuencia a los demás y a exigir como nuestro loque a otros –o a todos– pertenece.

Concluyendo. En buena lógica, el hecho de que la justicia no esté realizada,exija trabajo practicarla y nunca podamos darla por concluida, lo que pide es un«esfuerzo continuo» por acercarnos a ella cada vez más, no la renuncia a la luchao el hipócrita y criminal egoísmo de darla por imposible mientras estamos a lasombra de las injusticias de que disfrutamos. No nos cabe duda: quienes defien-den la imposibilidad de la justicia son los beneficiarios de toda clase de injusticias.

Pero dejemos razonamientos que pueden parecer abstractos. Centrémonosen el hecho más escandaloso y cruel de cuantos hoy preocupan a las personas de

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buena voluntad y desde el que, sin duda, tomaron su sentido la vida y obra deTeresa de Calcuta y de Óscar Romero: la terrible desigualdad entre los humanosen un mundo de abundancia, la exclusión, para más de un tercio de la poblaciónmundial, de los bienes hoy existentes y disponibles. (No nos corresponde ahoradetallar este hecho ampliamente divulgado y conocido ni analizar sus causas. Nosbasta tener conciencia de su acuciante realidad).

Ante un hecho así, se imponen dos líneas de acción. Una, socorrer las nece-sidades inmediatas de los actuales desposeídos, para que puedan seguir viviendo(o muriendo) con dignidad; otra, cambiar, a todos los niveles, la organización yestructura de la sociedad que tan injustamente se comporta. A lo primero, gene-relmente, se le da el nombre de beneficencia; a lo segundo, el de lucha por la jus-ticia.

Ahora bien, ¿por dónde comenzar? ¿A qué dar prioridad? Porque es claroque mientras se reforman las estructuras sociales muchos están muriendo o endesamparo, y es claro asimismo que si primordialmente atendemos a los que elsistema tiene hoy aherrojados, ese «hoy aherrojados» se hace perpetuo mientrasel feroz mecanismo del sistema no se cambie.

No pueden, por tanto, plantearse estas dos tareas en forma de dilema. Hoy–y subrayamos el hoy– es necesario realizar simultáneamente ambas. Es más,podemos afirmar que hoy la beneficencia se debe de justicia y por justicia, y quehacer justicia es la más eficaz beneficencia.

En efecto, hoy la beneficencia: socorrer las necesidades inmediatas de losexcluidos, ya sean de nuestro ámbito o país, ya de otros países o continentes, esun deber de justicia. Se les debe porque se los ha expoliado, y se les debe porqueen cualquier circunstancia en que los hayamos puesto siguen teniendo la dignidadhumana que les corresponde. Pero beneficencia que debe ser suficiente para satis-facer todas sus necesidades inmediatas. Por eso, nos pareció correcto el eslogancon que se quiso sensibilizar a favor del llamado Tercer Mundo: el 0,7% y MAS.Cuanto haga falta.

Si, según Santo Tomás, en caso de extrema necesidad –y también la extre-ma necesidad ha de medirse con criterios históricos y culturales– todos los bienesson comunes, nuestros bienes son de los pobres en la medida en que los necesi-tan para salir de esa extrema necesidad. Dárselos, pues, es un acto de justicia. Noqueremos cuantificar. Ya lo hizo la ONU en relación con el Tercer Mundo. Bastarecordar que para los países pobres al nuestro le correspondería aportar seiscien-tos mil millones de pesetas a fondo perdido y que no aporta ni los cien mil; mien-tras Manos Unidas o Intermón, por ejemplo, manejan un presupuesto de seis milmillones aproximadamente.

Este deber de justicia afecta a toda la sociedad y a todos sus miembros enproporción a su responsabilidad y a sus bienes. No podemos detallar ahora elcómo y el cuánto, pero nadie puede excusarse del cumplimiento de esta obliga-

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ción en lo que a él le concierne. Toda esta doctrina se desarrolló en la Iglesia hacetiempo, alrededor de los años del Concilio, en torno a lo que se llamaba«Comunicación Cristiana de Bienes». Es una pena constatar que, a medida que ennuestro país ha ido subiendo la renta per cápita y el consumismo, toda esta ricadoctrina se haya ido olvidando o se practique sólo dentro de pequeñas comuni-dades.

En cuanto a la lucha por la justicia para cambiar las viejas estructuras socia-les, que llevan a la exclusión por otras que llevan a la comunión y colaboraciónentre los hombres, no necesitamos añadir hoy nada. El empeño en que esta tarease descubra y se haga ha sido siempre el objetivo de casi todos los editoriales yartículos de esta revista. Esta lucha aporta autenticidad y esperanza al trabajo pun-tual de la que hemos llamado beneficencia. Sin esperar la posible mejora y trans-formación del orden social, difícilmente se persevera en la lucha por las necesi-dades inmediatas; al contrario, se tiene la sensación, con harta frecuencia, de estarempeñado en curar un mal que constantemente se regenera y que no tiene cura.

Todos, pues, tenemos una doble obligación. Trabajar con una mano por solu-cionar los problemas inmediatos de pobreza y exclusión de nuestros hermanos, ycon la otra esforzarnos por cambiar los perversos mecanismos de la sociedad quecrean esa realidad de pobreza y exclusión. Y poner la vida, incluidos nuestros bie-nes, en ese doble empeño. Cuando estas dos funciones no se cumplen simultá-neamente, siempre la que sale perdiendo es la justicia.

Ahora bien, si consideramos a la sociedad –y no digamos a la Iglesia– comoun cuerpo vivo con órganos y funciones diferentes, parece lógico que, cumplidaslas obligaciones personales de cada uno en orden a la comunicación de bienes ya la lucha por el debido cambio social, unos centren más su dedicación en aliviarlas necesidades inmediatas y otros en la consecución de la debida transformaciónsocial.

Lo que indica que la sociedad o la Iglesia –o ambas realidades a la vez– estáenferma o es injusta es que haya un desequilibrio; de modo que se descuide unade las dos tareas, o se menosprecie u olvide alguna de ellas por parte de quienesejercen la contraria.

Nos atrevemos a afirmar que en nuestro país –con ocho millones de pobrespropios, amén de los millones ajenos– no se cumple con la justicia en cuanto a lacomunicación de bienes, dada la escasez de ellos que personal e institucional-mente ponemos al servicio de los necesitados. Pero mucho menos se cumple conla justicia en cuanto al esfuerzo por cambiar las estructuras sociales, pues, deforma general e incluidos los que afirman su preocupación por los pobres, se haaceptado como inevitable el triunfo del neocapitalismo y del mercado (parece quese quiere único y omnipotente) bajo los dogmas de la ideología neoliberal.

Esta ideología, hoy imperante en todos los centros de poder, niega de formadescarada la posibilidad de la justicia entendida, como debe ser, como equidad y

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equilibrio en el convivir humano; ya que favorece deliberadamente la, así llamada,competitividad, que no deja de ser un eufemismo para encubrir la lucha de unoscontra otros para dominar e imponerse. Por eso, en este contexto cultural cuan-tos dirigen los centros de poder (económico, político, etc.) ven con muy buenosojos los esfuerzos que se hacen en la línea de la beneficencia, e, incluso, colabo-ran con ellos y los fomentan; pues es la forma de amortiguar y destruir, en los mis-mos excluidos y en las personas de buena voluntad pero poco despiertas y cons-cientes, las naturales ansias de que los fundamentos de la sociedad cambien. Y lamisma lógica del sistema los lleva a enfrentarse, a perseguir, a callar y a destruira cuanto y a cuantos denuncian y ponen de manifiesto que es la sociedad en laque ellos tienen el poder la responsable y culpable de la injusticia y del sufrimien-to humano.

Se comprende así la distinta actitud que, sin ellos proponérselo, suscitaronentre los poderosos la Madre Teresa de Calcuta y Monseñor Óscar Romero. Doscomportamientos, humanos y cristianos ambos, provocan distintas reaccionesporque no son vistos con los mismos ojos.

Porque, en efecto, la Madre Teresa en grado heroico se desvive literal-mente por atender a los pobres en sus necesidades. Su ingente labor –es eviden-te– no le da tiempo para otra cosa. Ella misma afirmaba no ser sino una gota deamor en un mar de sufrimiento. Era consciente de que su vocación no era acabarcon las fuentes del sufrimiento y de la pobreza, sino la de ser un grito ante lahumanidad de que en las condiciones más abyectas la persona humana siemprees digna de ser amada y servida. ¿Y no es este un grito profético que clama alcielo contra todos los obradores de injusticia para que nos convirtamos al amorefectivo a nuestros hermanos?

Y esta conversión, para los que estamos viviendo inmersos en la cultura, enla economía, en la política, en la organización de esta sociedad concreta, ¿no pasaporque esa cultura, esa economía, esa política, esa organización social deje deproducir desigualdad, exclusión, pobreza y muerte?

Ante el grito profético que ha supuesto la vida de la Madre Teresa caben tresposturas. Abandonar voluntariamente este mundo perverso (lo que únicamente esposible por el cobarde suicidio). O hacer lo que ella: dejar todo para servir a lospobres. O luchar denodadamente por cambiar este mundo «de salvaje en huma-no». (La posibilidad de quedar indiferente ante semejante grito no es humano).

Es un hecho, ciertamente, que ella no rehuía a los ricos y poderosos. Pero,para que «fuesen, viesen dónde y cómo vivía y ... obraran en consecuencia».Nunca gritó tanto como cuando cogió al Papa –sin duda el máximo poder reli-gioso existente en el mundo– y lo llevó a la cabecera de un moribundo abando-nado que acababa de recoger. «Este es el mundo de muerte que hemos fabricado,en el que vosotros, los poderosos, decís que tenéis poder e influencia».

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Por ello, nos parece obsceno que, sin confesar públicamente el pecado delmundo que representan y presiden, se personen en sus exequias quienes repre-sentan la configuración de este mundo de injusticia.

Y la razón de que no hay voluntad de cambio por parte de los poderosos esla actitud contraria que mantuvieron con Monseñor Romero, quien heroicamenteentregó su vida a los pobres en medio de persecuciones, calumnias y muerte. Lomataron, sencillamente, porque denunció con fuerza, exponiendo su vida, eldesorden establecido y porque quiso la libertad, la justicia y la responsabilidad parasu pueblo.

No entramos, como es lógico, en quién es más héroe ni más santo, puesvariadas son las vocaciones y los servicios al hermano en que uno puede emplearsu vida. Únicamente afirmamos que las limosnas de los ricos, de los poderosos –ylas nuestras– son pura hipocresía cuando ubicamos nuestra vida en el lado de lainjusticia y cuando, porque afectan a nuestra seguridad y comodidad, nos opone-mos a los cambios debidos para que la miseria no se perpetúe.

Ya sabemos del peligro de empeñarse en implantar la justicia con dureza, e,incluso, con violencia. En el editorial del número anterior de esta revista ya aler-tamos contra quienes pretenden hacer justicia desde los procedimientos, modos einstrumentos de los poderosos a quienes se intenta sustituir en el dominio y elpoder. Porque, efectivamente, también puede haber entre nosotros reformadoresdesde la buena vida y la demagogia, dispuestos a hacer justicia con el dinero y elesfuerzo ajeno.

Dirigiéndonos a ciudadanos de a pie –o a seglares, en términos eclesiales–,¡cómo deseamos que existan verdaderas promociones de hombres y mujeres quehagan en su vida la síntesis de Teresa de Calcuta y de Óscar Romero; que luchenpor la justicia con la valentía de Monseñor Romero y la pobreza y desprendi-miento de la Madre Teresa!

Abogamos por la promoción de militantes que, viviendo en comunión conotros la gratuidad, luchen con competencia técnica y humana, por la justicia,impulsados por el resorte del amor, sin miedos ni complejos.

Promoción de militantes que tan poco se promocionan hoy en los ambien-tes civiles y eclesiales. Porque –no quepa ninguna duda– no son burócratas degrandes sueldos, ni socios, ni siquiera voluntarios a tiempo parcial, sino militantesde por vida los que hoy necesita nuestra sociedad.

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¿Entretenimiento o compromiso?

Tal vez el presente titular debería titularse con más exactitud «Intereses, justi-cia y responsabilidad»; porque cuanto queremos subrayar es que, cuando en la lla-mada «lucha por la justicia» lo que prima son los intereses privados o de grupo,difícilmente el resultado suele ser la justicia, uno de cuyos atributos es la universa-lidad (que abarque a todos); ya que los intereses suelen ser encontrados y, a veces,imposibles de reconciliar.

De ahí que una de las responsabilidades primeras de toda persona que leal-mente se preocupe de hacer justicia sea buscar y proponer metas y objetivoscomunes que superen los intereses particulares, ahondando para ello más en lanaturaleza de la persona humana, para superar intereses superficiales hasta llegara las auténticas necesidades humanas, que resultan ser con frecuencia de tipo espi-ritual, como la fraternidad, la vida compartida, el respeto y el amor mutuo, elseguimiento de la propia vocación, etc.

Nos parece a nosotros, pues, que la causa del malestar y de la conflictividady violencia de la sociedad actual es que lo que la mueve son «intereses» diversosde grupos y personas y no un ideal de justicia.

Y esto sin que neguemos que algunos o muchos intereses coinciden conauténticos derechos humanos. Es evidente que el interés de los parados por tra-bajar coincide con el derecho que tienen al trabajo, y el interés de los habitantesde las chabolas coincide con su derecho a una vivienda digna. En estos casos loque distingue la justicia del interés es cuestión de acento en la intención con quese lucha. Puedo luchar porque «a mí» me conviene adquirir tal bien o porque yo,y conmigo todos los demás, estoy obligado a vivir con dignidad, dignidad que losotros deben, a su vez, respetar. En este supuesto mi lucha será solidaria y dura-dera hasta conseguir que todos adquieran los derechos por los que yo lucho o queya adquirí.

Quienes son testigos de la actitud actual, en relación con los emigrantesextranjeros, de muchos españoles que fueron emigrantes en Francia o Alemaniahace 25 ó 30 años, comprenden con facilidad lo que queremos decir.

Todas estas elucubraciones –si así quieren calificarlas– nos las han sugeridodiversos hechos. Manifestemos algunos:

1. En Madrid, en los últimos meses, ha habido multitud de manifestaciones:contra la Otan, a favor de los insumisos, contra la droga, por la defensa del acei-te y del olivo, contra el paro, contra la situación de los presos, contra la globali-

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zación económica y contra Maastricht, a favor de Chiapas, contra el racismo, etc.Pocas han alcanzado el número de 1.000 personas.

Y no es que nosotros neguemos que en todos estos hechos se luche por cau-sas justas. Compartimos estas causas como justas. Si acudimos a tales hechos,prescindiendo de aquellos que llevan directamente a la explotación, a la exclusión,al abuso de poder, etc., es porque deseamos hacer ver que en la lucha por la jus-ticia los particularismos pueden ser enormemente perjudiciales y desviar, con fre-cuencia, del objetivo principal.

Tampoco es que nosotros pretendamos que todos los grupos hagan lo mismoy cubran todos los frentes de lucha, pero sí hubiéramos deseado que en tantamanifestación apareciese más clara la «radical injusticia» del sistema y un horizon-te, también claro, de cambio social; lo que hubiera conseguido una mayor con-fluencia de grupos diversos. Grupo a grupo el sistema puede con todos. No está,por tanto, de más que, por encima de intereses y preferencias, se dialogue y seconfluya en objetivos más profundos y generales.

2. Gracias a Dios parece haber un «ambiente antibelicista» en nuestro país.Pero ¿acaso no se han confundido los términos creyendo que la paz trae la justi-cia y no al revés: que, más bien, la justicia precede a la paz, siendo ésta el frutomás logrado de aquella? Pocos han entendido las palabras de Francisco de Asís:«Si poseemos bienes, necesitamos defenderlos». ¿Cuántos de cuantos vociferancontra los ejércitos están dispuestos a arrostrar los sacrificios necesarios para ele-var el nivel de vida de los países pobres hasta igualarlos con nosotros y, de esaforma, lograr que los ejércitos no tengan que defendernos de los pobres que aquíintentan venir atraídos por el brillo de nuestra riqueza?

El ejemplo es extremo, pero ilustra bastante sobre la diferencia entre «entre-tenerse» con una causa justa como la de la paz y «comprometerse» en vida yhacienda con la justicia.

3. Los sindicatos de Telefónica Española que, junto con la empresa, gestio-nan un fondo de pensiones de 370.000 millones de pesetas, parecen dispuestosa vender a la Banca privada la gestión de tales fondos. Los sindicatos recibiríanpor ello un mínimo de 2.000 millones de pesetas que no les vendrían mal parasus arcas particulares y para pagar su burocracia.

Esta abdicación de responsabilidad –de los sindicatos y sus asociados– ¿nofavorece el dominio del capital sobre el trabajo? ¿Van los bancos a administrartales fondos con más justicia?

Meditando en hechos así se comprende que no coinciden intereses y res-ponsabilidad. ¿No parece absurdo entregarse en manos ajenas y luego gemir y llo-rar porque los capitalistas nos maltratan?

4. Las numerosísimas ONGs españolas no llegan, por término medio, a 100socios por organización. ¿Tiene algún sentido esta atomización ante el ingenteproblema de hacer justicia a los pobres? ¡Si al menos hubiera una eficaz coordi-

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nación ...! Es evidente que no puede realizarse la justicia con tal individualismoorganizativo. Aparte, como abundantemente hemos insistido en esta revista, suenrocamiento en las tareas asistenciales y de beneficencia, que tantas vecesenmascara las injusticias, y , con harta frecuencia perpetúa a los beneficiarios enla minoría de edad.

Ante este panorama ¡cómo querríamos que en las luchas cotidianas no seolvidara la causa más profunda de malestar social: la cultura en que vivimos!¡Cómo anhelamos que haya grupos que luchen específicamente contra tales raí-ces culturales de la injusticia y la violencia! Eso sí sería un compromiso y no unentretenimiento.

En primer lugar se impone la tarea de pacificar el espíritu del hombre exas-perado y devorado por una insaciable sed de poseer bienes materiales y consu-mirlos en continua espiral de creación de toda clase de necesidades artificiales.Apetencia que se ejerce sobre bienes escasos que necesariamente lleva a la luchade unos contra otros por la posesión y disfrute de tales bienes. La cultura de laviolencia, aneja a la cultura occidental, en esta apetencia tiene su origen. De lasconquistas y colonización del mundo por las naciones occidentales al imperialis-mo del neocapitalismo liberal actual hay línea recta.

Reintegrar de nuevo al hombre a la comunión con sus hermanos, aplacar suinsaciabilidad con la fraternidad y la contemplación, abrirlo a la trascendencia deun Tu, liberación y compleción, es la base de una necesaria nueva cultura: la deldon frente a la posesión.

Esta cultura, socialmente apenas estrenada, no puede transitar por los trilla-dos caminos de la violencia, la agresividad y la competitividad. Denuncia proféti-ca y testimonio paciente son su forma de edificar la justicia. La no violencia acti-va, la desobediencia civil, la austeridad y comunión de bienes, el respeto a lanaturaleza, la fortaleza ante la violencia recibida son sus instrumentos. Porquehemos dicho testimonio paciente; lo que significa sufrir las acometidas de la injus-ticia en propia carne. La violencia que se aguanta, no la que se infringe, es la quesalva. La violencia se acaba desvaneciendo cuando no se contesta.

Demasiado ha avanzado nuestra civilización por sendas de violencia para quesigamos haciendo oídos sordos a las ya viejas palabras del Mahatma Gandhi: «Ojopor ojo, todos ciegos». Dígalo quien lo diga, sólo desde una postura de vencedor–para lo que es necesario que haya vencidos– puede afirmarse que «la violencia esla partera de la historia». Mala historia si esto fuera verdad absoluta; porque ¿quienhace justicia a las víctimas, es decir, a los vencidos? Porque no es lo mismo hacerjusticia que eliminar, marginar o silenciar.

Los caminos de Gandhi o de Luther King –y sobre todo su vida– están máscerca de la verdad que los nuestros. Si hay algún criterio para juzgar la autentici-dad de cualquier religión es, sin duda, su forma de hacer justicia entre los hom-bres, de justificar a los hombres recreándolos y no destruyéndolos. Tal vez los cris-

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tianos no hayan descubierto suficientemente las implicaciones de su fe, no tantoen cuanto a la obligatoriedad de hacer justicia cuanto, sobre todo, en el modo ytalante de hacerla.

La civilización de la violencia ha llegado ya –o está a punto de llegar– a su finy límite con la dominación del mundo a través de la economía financiera-transna-cional que deviene también dominio político y militar. Muy pocos, INJUSTA-MENTE, nos dominan amenazándonos con toda clase de armas e intentandomanipular nuestras conciencias. En esta situación, por métodos violentos los gru-pos y los pueblos pueden crear disturbios e incluso el caos, pero nunca la justicia.

Por exigencias de la historia, precisamente, se imponen los caminos de la no-violencia, o sea, los del amor.

Traducir esto a fórmulas económicas, políticas y sociales conlleva imagina-ción y coraje. A ello querríamos convocar a cuantos con honestidad se preocupanpor el hombre. No es hora de parchear, sino de crear algo nuevo. El paso previoes entregar la vida a ello, no unos ratos libres; y asumir los riesgos en la seguridadde que únicamente «quien pierde su vida, la salva».

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Por cuenta ajena

¡Por cuenta ajena! Trabajar por cuenta ajena. Más que la división entre capi-tal y trabajo es ese trabajar por cuenta ajena lo que constituye la esencia del sis-tema capitalista. Abdicar –o verse obligado a abdicar– de su responsabilidad a lahora de elegir los fines y los medios de la propia actividad profesional. Que seaotro, un ajeno, quien determine el para qué y el cómo se emplean las propiascapacidades y capacitaciones. Que se carguen a cuenta de otro los frutos del pro-pio valer. Que lo propio sea apropiado, lo intransferible se transfiera; porquequien domina los fines es dueño de todos los medios, también de las personas quetrabajan para tales fines.

El sistema capitalista reduce a la inmensa mayoría –prácticamente a todos–de quienes trabajan en sus empresas, a la condición de asalariados. A cambio desu salario más o menos suficiente o insuficiente, cada trabajador pone en manosdel capitalista –del sistema– de modo absoluto toda su actividad profesional.

Así, en este sistema de salariado, universalmente establecido, el trabajador,de grado o por fuerza, resulta –y es– un irresponsable en cuanto al destino de sutrabajo.

Sin embargo, en nuestra cultura –que en este punto se ha universalizado– seha aceptado como bueno y generalizable este sistema de salariado. En efecto, seda por buena la división y separación entre los propietarios de la empresa que,porque han aportado el capital para ponerla en marcha, pueden y deben dirigirlao, al menos, elegir a quienes la dirijan y los trabajadores que, en cuanto tales, reci-bido su salario, no tienen ya nada que decir en la marcha de la misma.

Aceptada, por consentimiento universal, esta distinción, división y separa-ción, es lógico que la empresa como tal sea un conflicto de intereses. Dado quela finalidad de los propietarios es la ganancia, inevitable e irremisiblemente lucha-rán porque el costo de los asalariados sea el menor posible, bien en términosabsolutos, bien en relación con la productividad arrancada de los trabajadores conuna más depurada organización o con ayuda de la técnica. El ideal estaría –algoque ya van consiguiendo– en que la empresa pudiese funcionar sin o con muypocos obreros.

De esta forma y con estos planteamientos se ha desarrollado a lo largo delos dos últimos siglos una encarnizada lucha en múltiples campos de batalla entresí conexionados. Dentro de cada país, enfrentamientos entre empresarios y obre-ros, utilizando éstos, normalmente, como herramienta de lucha el sindicato.Enfrentamiento también entre los empresarios, tendentes siempre, de una u otra

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forma, al monopolio u oligopolio, y con la consecuencia del aumento progresivode la magnitud de las empresas. En esta lucha entra también el sistema financie-ro. Y en ella al poder político, de forma general, se le ha hecho bascular hacía elcampo empresarial y financiero.

Entre países, la lucha ha sido por la adquisición, ampliación y explotación decolonias y mercados. Es vidente que, más que guerras de prestigio, las de los dosúltimos siglos han sido por motivos financieros y comerciales, es decir, por laposesión de nuevas o viejas fuentes de riqueza. Y no deben olvidar los obreros delas naciones ricas que una parte sustancial de las reivindicaciones conseguidas porellos les ha sido resarcida a las empresas de sus países mediante la explotación delos bienes y personas de sus respectivas colonias, y hoy, por la explotación a queestá sometido el llamado Tercer Mundo.

Todo este proceso ha terminado en el poder más absoluto sobre los trabaja-dores, sobre los estados y sobre los organismos internacionales por parte de losgrupos de presión económicos, fundamentalmente las multinacionales y el con-glomerado financiero transnacional (No insistimos ahora en este punto, puestoque nuestras publicaciones y numerosos artículos de esta revista lo abordan conamplitud).

La trágica experiencia, que tantas esperanzas ha frustrado, del socialismoreal no ha modificado en realidad el proceso aquí descrito. Desde el punto de vistainternacional los países comunistas han competido con similares métodos con lospaíses del capitalismo confeso por el dominio del mundo, y han perdido. En elinterior de sus naciones mantuvieron la división entre empresarios –ahora el esta-do y sus burócratas– y los trabajadores, quedando éstos, por tanto, alejados de laresponsabilidad, o sea, trabajando también «por cuenta ajena». Mal que nos pese,resulta cierto el tópico de «capitalismo de Estado» con que tal sistema ha sido cali-ficado. La experiencia comunista ha sido, pues, –repetimos– un trágico parénte-sis allí donde se implantó.

En la marcha del proceso histórico que estamos describiendo –insistimos unavez más– la ciencia y la técnica, de hecho, han resultado poderosísimos aliados delconglomerado financiero-capitalista, pues la técnica, hija de la ciencia, ha sidopropiedad de las grandes empresas, que la han dirigido, financiado y compradopara que sirviera a sus fines: el lucro y el dominio.

Parece que por este camino a donde ha llegado el sistema neocapitalistaactual, ha sido por una parte, a la globalización total de la economía en manosde los que dominan el dinero, y, por otra, a la posibilidad –ya real– de la prescin-dencia (posibilidad de prescindir) de los trabajadores. La última manifestación delo primero es el AMI (Acuerdo Multilateral de Inversiones), actualmente en avan-zado estado de gestación, por el que, entre otras lindezas, puede una multinacio-nal llevar a los tribunales a cualquier estado que ponga cualquier tipo de trabas asus inversiones, beneficios, movimientos, alianzas, etc.

Manifestación de lo segundo es, por ejemplo, el paro a escala mundial y elpeso que, como instrumento de lucha y confrontación con el sistema, han perdi-

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do los sindicatos, convertidos hoy en instrumento de concertación, con lo cual elsistema no pierde un ápice de su poder.

En estos momentos, como consecuencia de todo el proceso, a escala plane-taria, la mayoría de los trabajadores estamos proletarizados, en régimen de sala-riado. Nuestra profesión y nuestro trabajo está en poder de muy pocas manos aje-nas, se realiza «por cuenta ajena», y hasta tal punto que en muchos países todoscorremos detrás de los empresarios a «venderles» nuestro trabajo por lo que nosquieran dar: dinero, prestigio o seguridad. Nos hemos convertido en pedigüeñossuplicantes de los empresarios o del estado para que «ellos» nos creen los puestosde trabajo. Todo lo esperamos de «manos ajenas», que dispongan de nosotros contal que nos alimenten.

Resulta a este respecto ridícula, si no fuese trágica, la actitud de muchos tra-bajadores de las llamadas profesiones liberales que, creyéndose libres, desde susbufetes y cátedras apuntalan al sistema.

Cuando por parte del pueblo se abdica de la propia responsabilidad y seacepta que los bienes raíces que sustentan la vida humana, la tierra y los instru-mentos de trabajo, sean propiedad de otro, y cuando la lucha no se entabla porrecuperar la propiedad robada sino porque quien nos lo ha robado nos otorgue«lo más posible» de seguridad y bienestar, se sientan las bases para el máximoexpolio a que hemos llegado. De esta forma no podemos ser dueños de nosotrosmismos, porque dependemos de ajenas voluntades para poder vivir.

No nos resistimos, al llegar aquí, a transcribir las palabras de un antiguo mili-tante obrero referidas a los sindicatos:

«Mientras se piense que las empresas pertenecen a los capitalistas, por lo quees justo que los trabajadores estén en ellas como asalariados, los sindicatos seránasociaciones destinadas a defender los intereses obreros frente a la explotación delas empresas». Por ello, «lo que han planteado siempre los sindicatos ha sido lalegitimidad o ilegitimidad de “tal cosa”, referida al trato que en las empresas se daa los siervos (obreros)». Pero nunca se han planteado el problema de fondo, sobrela legitimidad o la ilegitimidad de que «los amos sean amos y los siervos sean sier-vos». Y, así, «la existencia –sin más– de tales sindicatos es el mejor servicio que sepuede hacer a los capitalistas para consolidarlos y confirmarlos en la injusta situa-ción de amos de las empresas».

Pero las aguas han corrido mucho fuera de su cauce y hoy tenemos, comomostrencas e insoslayables realidades, el paro y la globalización económica,ambas imbricadas entre sí.

La globalización económica, apoyada en poderosísimos resortes técnicos,hace que escapen al control del pueblo, no digamos a su posesión y dominio, laproducción de bienes y servicios.

Por lo demás, tratar de poner en manos del pueblo una economía globaliza-da implicaría, ya de suyo, desglobalizar tal economía; aunque sólo sea por la diver-

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sidad de culturas, personas y pueblos existentes en el mundo. La economía glo-balizada puede, en efecto, servir con facilidad a los intereses de la minoría dueñadel complejo empresarial-financiero, pero imposible es que se adecue a las varia-das peculiaridades y necesidades de toda la especie humana; so pena de conse-guir –y en ello anda el imperio, tratando de imponer una única cultura acrítica–un tipo humano estandarizado sin iniciativa ni libertad interior; hecho improbablepara cuantos creemos en la fuerza del espíritu humano.

El paro, la otra realidad mostrenca, es insoluble en este contexto nuestrodonde los pocos dueños de los bienes económicos necesitan poco o nada del tra-bajo humano para seguir enriqueciéndose.

Evidentemente, como las personas están ahí, algo hay que hacer con ellas;aparte –hablamos a escala universal– de tratar de disminuir su número con «efica-ces» controles de la natalidad o con las guerras y etnocidios más o menos abier-tamente consentidos.

Por ello a nosotros nos parecen bien todas las acciones que, a corto plazo,se realicen para paliar los efectos de esta lacra: el subsidio de paro, la supresiónde horas extraordinarias, el reparto de trabajo, la reducción de la jornada sema-nal, la creación de puestos de trabajo para servir al ocio de los ricos y poderososo para cubrir tareas más o menos asistenciales de las que se desentienden quienesestarían en justicia obligados a ello, etc.

Nos parecería mejor que se concediese la categoría y dignidad de trabajoremunerable a muchísimas actividades creativas del espíritu humano: el arte, lacultura, la investigación, etc. Pero nos tememos que mientras pague quien paga,sólo las que le sirvan serán recompensadas.

Pero nos parece mucho mejor e indispensable que surjan entre nosotros gru-pos de ciudadanos verdaderamente revolucionarios que luchen por conseguir, amedio y largo plazo, desarticular la economía globalizada, adecuar la propiedadde los bienes económicos a los distintos niveles en que la persona humana sedesenvuelve y lograr que todos seamos dueños de nosotros mismos y no nos vea-mos alienados, enajenados, en manos de poderes extraños, viviendo a cuenta ypor cuenta ajena.

No decimos que esta tarea sea fácil, pero sí que, mientras no se ataquen lasraíces de los problemas, sólo lograremos, cuando y donde lo logremos, aliviar eldolor y la injusticia humana, pero no suprimirlos. Y desde luego no dejaremos deser cómplices por nuestra falta de visión y militancia del fortalecimiento del siste-ma que oprime a los pobres y excluidos.

Permítasenos terminar –aunque parezca impropio de una editorial– reco-mendando dos escritos del gran militante obrero cristiano Guillermo Rovirosa: «Dequién es la empresa» y «Manifiesto comunitarista». En ellos puede aprenderse quetécnicamente es factible y practicable este camino.

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Resurrección de los inocentes

En estos momentos es difícil dilucidar quién resulta más tozudo: el estudiode Cáritas Nacional, confirmando 20 años seguidos la existencia de 8 millones depobres; o la despreocupación de la sociedad, del estado y de las instituciones(incluidas, por supuesto, las empresariales y financieras), haciendo oídos sordos asemejantes denuncias; o la realidad misma de la pobreza, inalterada (y, por la tra-zas, inalterable) a lo largo de tantos años, mientras se pregona que España pro-gresa y se enriquece.

Se comprueba que la desaparición de la pobreza por desbordamiento e inun-dación sobre los pobres de la riqueza sobrante de los ricos y poderosos es un mitoy una catástrofe.

Pero este hecho ejemplar de nuestro país sólo es uno entre tantos, indicati-vo de lo que ocurre a escala mundial (o global, que debemos decir ahora).

La imposibilidad de «encontrar» tierra para los campesinos del Brasil; la inca-pacidad para acabar la guerra de Sudán, por ejemplo, o para llevar un mínimo depaz a Palestina, o para implantar una, elemental al menos, justicia social en elsudeste de Asia; la ampliación del elenco de países con armamento atómico; larenuencia de las naciones poderosas a abordar los problemas ecológicos; la per-sistencia de la epidemia de sida y de regímenes dictatoriales en África, etc., ha-blan «tozudamente» de la dificultad de implantar la justicia en la Tierra.

Todo lo cual ha llevado a la desaparición de las grandes utopías, al surgi-miento de focos de violencia, a la desesperanza de que alguna vez sea vivible enpaz este planeta, a refugiarse en la «débil» acción del voluntariado y la benefi-cencia.

Medido en muertos por guerras y hambres, este nuestro siglo XX que se nosescapa ha sido sin duda el más catastrófico para la humanidad, por más que losvoceros del sistema único nos hablen triunfantes del progreso.

Con todo, el efecto más devastador de la situación creada es la desarbo-ladura de las conciencias, y ello en un doble sentido:

• Para una gran parte de la población este desarme de las conciencias hadesembocado, mediante la convicción de total impotencia, en despreocupaciónindividualista acomodada al sistema. ¡Sálvese el que pueda!... Pero sepan todosque nadie se salvará –están convencidos– si no se pliegan a los valores ycomportamientos del triunfal neocapitalismo financiero de la fiera competitividad,del consumo desaforado y del enriquecimiento ad infinitum; aunque perezca el

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orbe (degradación ecológica) o abandonemos en los márgenes de la miseria amedia humanidad.

Por aquí se les ha hecho galopar a muchas naciones asiáticas con los resul-tado conocidos, y por aquí se quiere que caminen las de todos los continentes.

Deprime, entre nosotros, el espectáculo de tantos jóvenes con su diplomabajo el brazo mendigando acomodo como sea para poder vivir, mientras renun-cian a su capacidad de rebeldía y de coraje para construir un mundo limpio yhumano; siempre con la cantinela en la boca de que otra alternativa no es posi-ble. No digamos nada de la huida de la militancia de los adultos.

• Otros muchos se acogen a la violencia desesperada en forma de guerrillaso de nacionalismos exacerbados. Piénsese en las diversas limpiezas étnicas a lolargo y ancho del mundo con los miles o millones de desterrados y transterrados,a veces en el interior de los propios países por reducción al silencio y al someti-miento, y en el sufrimiento, por ejemplo, de los campesinos de Perú o Colombia,simultáneamente acosados por la guerrilla, el ejército nacional o los co-rrespondientes escuadrones de la muerte.

En definitiva, pensamos que en el orden ético, social y político (no digamosen el económico) ha habido no progreso sino regreso, retroceso a formas de viday comportamientos que tienen más que ver con la lucha por la supervivencia,capaz de eliminar al competidor si es preciso, que con la justicia. Ésta necesa-riamente debe tener, como componente esencial y fundamento, la fraternidad yla igualdad, al menos como camino y tendencia; algo que no entra en las basesideológicas y culturales del sistema.

De ahí que nosotros hayamos propugnado siempre la necesidad de plantearla lucha por la justicia en el cambio de las estructuras sociales, políticas y econó-micas que vertebran el neocapitalismo en curso y en la sustitución de los valoresculturales que lo justifican e intentan hacerlo bueno. Este es el planteamientosiempre presente en los editoriales y artículos de esta revista, y a su conjunto nosremitimos.

Porque lo que hoy querríamos reforzar son las «razones para luchar» por lajusticia; conscientes de que de poco sirve ser clarividentes en los fines a perseguiry en los medios a utilizar, si ante las dificultades del camino y la elevación de losfines nadie quiere ponerse en marcha, asustado por el esfuerzo que debe impo-nerse y los riesgos a que se expone.

El problema de la motivación es esencial a la hora de construir la justicia. Ydecimos motivaciones «eficaces», que impulsan de verdad a actuar, no meras enso-ñaciones, vaporosos anhelos o idealismos sin concreción.

Por eso hoy pretendemos responder, matizando cuanto seamos capaces, ala más común de las desmotivaciones; teniendo presente el normal sentir de laspersonas con las que tropezamos en la calle o en los lugares de trabajo, aunque

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como trasfondo tengamos también en cuenta a los «profesionales del pensa-miento» que más han influido y están influyendo en el pensar de las gentes.

La justicia no es posible, oímos por doquier. Y se razona con la historiay con la experiencia. La historia es un sucederse de grupos de poder luchandoentre sí por la hegemonía y el dominio de bienes y personas. La historiografíamoderna ha profundizado en conocimiento de los grupos y clases oprimidas encada época y en cada sociedad, generalmente los trabajadores: sean esclavos,campesinos, obreros o ministriles de distintas profesiones. Si bien es verdad quela ciencia y la técnica han hecho más vivible la vida en determinados grupos y paí-ses, no lo es menos que en manos siempre de los poderosos ha sido instrumentode duro dominio sobre otros grupos y naciones.

La experiencia les dice hoy a muchos que los luchadores por la justicia hansido o derrotados o marginados, y que las situaciones de guerra e injusticia se per-petúan o, a lo sumo, cambian de forma o lugar; y que los sistemas sociopolíticospuestos en pie para realizar la justicia a gran escala han sucumbido a los embatesdel neocapitalismo que parece ínsito en la propia naturaleza humana y cuyos valo-res (contravalores) de individualismo, acaparamiento y competitividad renacen trascada recobeco de la historia.

A todo lo cual nos atrevemos, en síntesis, a responder:a) Que también el deseo eficaz de justicia y comunión entre los hombres coe-

xiste en los individuos y en los grupos sociales en confrontación con la tendenciaal individualismo y al afán de dominio, y que, siendo la persona y los grupos socia-les campo de batalla y contendientes al mismo tiempo entre tendencias y deseoscontrarios, corresponde a todos «utilizar» la razón y la libre voluntad para inclinarla balanza, tanto individual como colectivamente, a favor de la comunión entre loshombres (eso es radicalmente la justicia) y no de la lucha y el exterminio mutuo.

Saber orientar la razón y la libertad hacia el bien común da la medida de la«calidad» de la persona y la distingue de los brutos instintivos.

b) Por otra parte, el que la lucha por la justicia haya tomado dimensiones glo-bales lleva a que el dilema entre enfrentamiento o comunión entre los hombres notenga escapatoria. De alguna manera podemos afirmar que ahora sí que la bata-lla es decisiva, y, por tanto, más necesario que nunca el esfuerzo y el entusiasmo.

Hay, sin embargo, otra razón de mayor calado, de raíz antropológica y meta-física, que evidencia para muchos la imposibilidad de la justicia, y que en elambiente cultural actual de negación de toda transcendencia e instalación definiti-va en la inmanencia tiene una fuerza incontestable:

Si no hay más vida que la que va del nacer al morir, y para esta vida no haymás horizonte que el mundano, la justicia no puede existir; pues son muchos losque han sucumbido VÍCTIMAS INOCENTES de la injusticia, y a los muertos nose les puede hacer justicia porque YA NO EXISTEN.

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A estas alturas no es necesario probar que en todas las sociedades y en todaslas épocas, y de manera más intensa en la nuestra, millones y millones de perso-nas han muerto sin que se les hiciese justicia, es decir, víctimas de agresiones dedominio por guerras o explotación. Más aún –como arriba indicábamos– la injus-ticia (la represión) se ha ensañado con mayor acrimonia y crueldad con los quepor rebeldía innata o por motivos de conciencia se han enfrentado con los injus-tos.

El problema de la muerte de los inocentes es el nudo gordiano que hay quedesatar si el concepto de justicia ha de tener algún sentido. Si no hay justicia paralos muertos, no la hay para nadie; pues a quienes se les hace justicia mientras alos inocentes no, en realidad gozan de un privilegio. ¿Por qué a ellos sí y a otrosno? Por privilegio de poder, de saber, de clase a la que se pertenece... Privilegioes precisamente eso: aplicar la ley para uso privado de unos pocos, quedando losdemás al margen, fuera.

Después de la muerte ya no hay posibilidad de justicia. Ahora bien, por defi-nición, las víctimas inocentes tampoco la tienen en vida. Luego la justicia simple-mente no es posible en absoluto.

La larga experiencia negativa de esta realidad está en la base del desespe-ranzado y desesperado pensamiento de muchos existencialismos y del llamado«pensamiento débil»; de la violencia ciega –sin luz– de muchos grupos en rebeldía(«destruyamos las vidas que estorban o nos estorban»); del intento de acomodo alsistema por parte de los débiles o de su desesperanza; del desarrollo de los me-dios de represión y adoctrinamiento del sistema por temor a que sea desenmasca-rar su evidente y radical injusticia, hasta el punto de intentar llevarnos a todos a laconfusión que identifica la justicia con la legalidad existente al servicio de los fuer-tes (de cualquier tipo), que son quienes tales leyes hacen y defienden.

Pues tampoco basta para hacer justicia a los inocentes que la historia reco-nozca «a posteriori» la verdad y la justicia de su causa cuando a ellos, ya muertos,no puede aprovecharles como personas. A no ser que admitamos que la personahumana, como defienden los fascismos, los totalitarismos y los nacionalismosexcluyentes, pueda subordinarse, rebajando su entidad y dignidad, a los objetivosdel grupo, de la clase, del país o de la ideología dominante.

En el mejor de los casos podría admitirse que el sacrificio de los inocentescontribuye al futuro progreso de la especie humana. Lo cual sería tolerable única-mente si el sacrificio fuese voluntaria y libremente asumido. Pero, en todo caso,el pago que la especie humana daría a los que la sirven es la muerte definitiva,igual que a quienes no la sirven.

Y es que la persona humana –sin negar, antes bien afirmando, su esencialrelación a los demás– tiene un plus de entidad, de ser, de dignidad intransferible,de irrepetibilidad, que la coloca por encima de todo el orden institucional existen-

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te en cada momento histórico, solo justificable en la medida en que es soporte yayuda para el desarrollo de la «personalidad» de cada individuo humano.

Es paradigmático, en este sentido, la contundente reacción de Unamuno,radical defensor de la pervivencia del yo personal, contra el inmanentismo ateodel socialismo de su tiempo, aun a pesar de haberse afiliado a él en un primermomento.

Tal vez si queremos salir del absurdo o del callejón sin salida en que introdu-ce a la historia y a nuestra razón la muerte de los inocentes, sería bueno prestaratención al hecho religioso, porque quizá sea el misterio quien nos de luz frente alabsurdo.

En la religión de Israel (y nosotros somos tributarios de ella) es precisamentela meditación sobre la muerte del justo la que lleva al descubrimiento de la necesi-dad de su resurrección y, por tanto, de su pervivencia en la vida, aunque, lógica-mente transformada y transmutada.

Para los creyentes israelitas Dios es fundamentalmente el protector de losdébiles y atropellados, el salvador de su pueblo. La bondad de Dios no es compati-ble con la muerte del justo. Por eso, como que por fidelidad a sí mismo, tiene queotorgarle vida eterna.

Mas este hacer justicia, clara y rotunda, del justo exige, a su vez, la presen-cia resucitada de todos; no tanto para castigar (ya desde el principio aparece laignorancia como atenuante de la culpa ante Dios misericordioso) cuanto para quepor todos sea reconocida la verdad y la justicia de cada uno y de Dios.

En esta concepción, ya del Antiguo Testamento, queda a salvo perfecta-mente la responsabilidad humana. Dios crea el mundo y a los hombres, y el mun-do se lo entrega a éstos para que lo cuiden y dominen, y les entrega su propiavida (la de cada uno) para que viva por sí ante sí, ante los otros y ante el mismoDios, y, en cierta medida también les entrega la de los demás para que entren encomunión unos con otros. Dios queda de inspirador, de cuidador, de sanador y desalvador para que la justicia se abra camino y aboque finalmente a su consu-mación.

El hombre no puede jugar a decirse responsable y, al mismo tiempo, lanzarcontra Dios las consecuencias de su falta de responsabilidad cuando no la ejercedebidamente.

La vida en este mundo es totalmente suya, de su incumbencia, desde laspotencialidades y la luz que ha recibido de Dios. La resurrección no es, vista desdeel lado de Dios, sino tomarse en serio lo que el hombre ha querido ser. Por eso,con verdadero sentido, podemos decir que la estancia del hombre en este mundoes definitiva; lo define para siempre. Y será definitiva por la actitud que tome fren-te al hermano.

La encarnación de Dios en Jesucristo supone poner de manifiesto que Diosasume personalmente la vida de los hombres, que la vida humana tiene sentido en

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cuanto servicio, que Dios apuesta por los débiles y por eso su enviado, el Hijo,muere a manos de los poderosos, y que por su resurrección nada se pierde decuanta bondad, verdad y belleza se ha creado en la tierra, pues todos los enemi-gos del hombre, el último la muerte, son definitivamente vencidos.

Una concepción así de la vida está claro que no invita a la injusticia, sino ala sobrejusticia del amor y adquiere sentido pleno la muerte de los inocentes, delInocente, que se convierte siempre en fuente de salvación.

Ya sabemos que las verdades religiosas no son deducibles de fórmulas mate-máticas ni de silogismos filosóficos. Pero el hombre es más que razón, es inteli-gencia y vida, y puede «entender» que las verdades religiosas las necesita «para lavida» y para que ésta tenga sentido pleno.

Sabemos también que hay otras religiosidades distintas de la nuestra. Conlealtad hemos expuesto ésta, a la vez que invitamos a examinar otras desde esteprisma: la suerte de los inocentes después de la muerte y lo que esto implica parala vida presente.

Contamos así mismo con la repetida acusación de que los cristianos no cum-plimos lo que decimos creer. A lo cual puntualizamos:

– El cristianismo está abierto para que quien quiera pueda vivirlo mejor quenosotros ahora. Inténtese y tómese como modelo a los que sí lo han vivido, lossantos.

– Si después de 20 siglos la Iglesia y los cristianos seguimos afirmando unadoctrina que cuestiona nuestras vidas, es porque la verdad y la vida ofrecida enJesús de Nazaret está por encima de nosotros, sobrepasa nuestras debilidadessanándolas, perdonándolas y corrigiéndolas. Normalmente los grupos humanos,cuando tienen una doctrina que no viven, cambian la doctrina; la Iglesia en cam-bio no la cambia precisamente para ser juzgada por ella.

– Dios en Cristo es salvador con su gracia de los débiles, no simple sancio-nador de la Engreída Perfección de los poderosos, los fuertes y los sabios.

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¿La ONU democratizada?

A estas alturas no es necesario argumentar que el neocapitalismo liberal y elsistema único de globalización económica son nefastos.

Es a sus recalcitrantes defensores a quienes corresponde demostrar loindemostrable: que, a pesar de las catástrofes que provoca, es el mejor sistemaposible.

Cuando, por ejemplo, según Manos Unidas en Noticias de España de juniode 1998, erradicar la pobreza en todo el mundo sólo requiere invertir el 1% delos ingresos mundiales; cuando la riqueza de las 7 personas más acaudaladas delmundo daría, con holgura, para lograr que todos los habitantes del planeta acce-dieran a los servicios sociales básicos; cuando el gasto militar de Asia del Sur en1995 (15.000 millones de dólares USA) fue más de lo que costaría proporcionaratención sanitaria y nutrición básica en todo el mundo durante un año, y cuandotodo ello sucede en este sistema único al que nada se le escapa –ni debe esca-pársele, según sus panegiristas– es necesaria, sin duda, buena dosis de cinismo yde malabarismos dialécticos para seguir abogando por él.

Nosotros, por nuestra parte, ya hemos definido reiteradamente el sistema alque aspiramos: un tipo de sociedad donde la persona sea el centro, es decir, elauténtico sujeto de derechos y deberes, y, alrededor de la persona, una serie decírculos concéntricos a la misma (desde la familia, el barrio, la empresa, la ciu-dad... hasta los organismos internacionales que sean verdaderamente necesarios)que la ayuden, sin suplantarla, a ser tal persona, y donde los círculos más próxi-mos a ella sean servidos, no dominados, por los más lejanos.

Es la cultura solidaria y comunitaria frente a la insolidaria e individualista delsistema. Cultura solidaria y comunitaria regida por el principio de subsidiaridad ysuplencia. Nada que pueda hacer por sí misma una institución cercana a la perso-na debe hacerlo una más lejana. Sólo en el caso de que un objetivo necesario yjusto no pueda cumplirlo la más próxima, debe suplir la más lejana.

Podríamos decir que la misión de las instituciones de ámbito mayor (entién-dase, autonómicas, nacionales o internacionales) es introducir los correctoresnecesarios para que las de ámbito menor no se desequilibren por falta de equidady justicia; es decir, su función es fundamentalmente distributiva para evitar lasdesigualdades a que puede llevar el individualismo que también albergan las perso-nas y su entorno.

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[Aquí podríamos hacer un paréntesis y hablar sobre la función de las institu-ciones educativas, llamadas a descubrir, repartir y distribuir los valores comunita-rios que frenen los antivalores del individualismo y la insolidaridad. Cuando única-mente se transmiten conocimientos, lo que se hace, con harta frecuencia, esponer en manos de individualistas e insolidarios los instrumentos que necesitanpara serlo más].

Sin embargo –retomamos el hilo de nuestra argumentación– en este ordende cosas, el ordenamiento social vigente adolece de dos defectos fundamentales.En primer lugar, la toma de decisiones que más afectan a las personas las realizanindividuos y, sobre todo, instituciones muy alejadas de las mismas. Todos, porejemplo, sufrimos –o gozamos– en nuestro país las consecuencias de nuestroingreso en la Unión Europea, pero muy pocos negociaron con conocimiento decausa nuestra entrada en la misma, y éstos, condicionados por un tratado yapreexistente y no modificable en sus líneas maestras. Igualmente, en relación conel Tratado de Maastrich, nunca, antes de firmarlo, hubo un debate amplio entrenosotros que conformase una opinión pública responsable donde se escuchara elsentir de los diversos sectores sociales que en él tenían mucho que ganar o per-der. Y ello, aunque ambos hechos han supuesto la modificación en profundidadde nuestro ordenamiento jurídico y económico e, incluso, de nuestros com-portamientos personales y de grupo.

El segundo defecto del orden social vigente es, si cabe, más grave aún que elprimero. Nos referimos al predominio –o simplemente dominio– de la economíasobre la política, dominio posibilitado y potenciado por la globalización y mundia-lización de la misma.

La política –entendemos– hace referencia al conjunto de la ordenación dela convivencia de los ciudadanos en sus múltiples aspectos desde la libertady la responsabilidad de todos.

La educación, la cultura, la posibilidad de una opinión pública independien-te, la libertad de iniciativa de los ciudadanos, su participación en la toma de deci-siones, las relaciones intra y extramunicipales, provinciales, nacionales, etc., lalibre circulación de las personas, la igualdad ante la ley, la imparcialidad de la jus-ticia, un sistema penitenciario liberador e integrador, la atención preferente a losde menos posibilidades en cualquier orden, la libertad de asociación, la libertad deconciencia y la posibilidad de vivir conforme a ella, etc., son objeto de la acciónpolítica. No, ciertamente, para dominarlos o subyugarlos, sino para ordenarlos albien común que, como tantas veces hemos afirmado aquí, consiste en crear ymantener las condiciones sociales necesarias para que todas las personas puedancumplir sus deberes y derechos.

La política –queremos insistir– abarca múltiples aspectos. La economía, porel contrario, hace referencia solamente a la producción y distribución de toda clasede bienes de uso y consumo.

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Ahora bien, lo que ha sucedido es que, partiendo del innato anhelo humanode poseer y disfrutar en exclusiva de cada vez más bienes, a través de un procesohistórico que va acelerándose desde el siglo XV a nuestros días en alianza con laciencia y la técnica, la economía, entendida como creación y acumulación deriqueza, ha pasado a situarse en el primer plano de la preocupación y ocupaciónde los individuos y naciones por encima de cualquier otra consideración. Un trende vida de confort y suntuosidad, ostentosamente manifestado, dan categoríasocial a los individuos. El Producto Interior Bruto es, por lo demás, hoy el máxi-mo indicador del progreso de las naciones.

La economía, así, ha absorbido y consumido los demás aspectos de la vidasocial y política. Las guerras de conquistas (de colonización), las guerras entre pue-blos y naciones, a lo largo de estos cinco siglos, por conquistar materias primas yabrirse mercados (los mercados casi siempre se han abierto a tiros y cañonazos) yel abismo siempre mayor entre ricos y pobres abalan cuanto vamos afirmando. Elcobre tras el derrocamiento de Allende, el petróleo tras la guerra del Golfo o lasrevueltas de Nigeria, la cerrazón de los latifundistas brasileños, etc., evidenciancómo tras los conflictos de todo tipo nacionales o internacionales se encuentransiempre intereses económicos enfrentados.

En este camino de sometimiento de lo político y lo social a la economía, éstaha conseguido actuar mundialmente a través de la desregulación de los merca-dos, del desarrollo de las empresas multinacionales –implantadas simultáneamen-te en muchos países y abarcando distintos sectores de producción y distribución,a la vez que estrechamente conexionadas entre sí– y de la globalización del siste-ma financiero –presente en todas partes pero atento sólo a la ganancia posible,lo que le hace sumamente versátil e inseguro, volátil en el argot fianciero–.

Aun sin que se apruebe el AMI (Acuerdo Multilateral de Inversiones), la OMC(Organización Mundial de Comercio) y la omnímoda libertad de las finanzas songarantía suficiente para que el actual sistema económico rompa todas la barrerasnacionales e, incluso, las de agrupaciones de naciones como puede ser la UniónEuropea o Mercosur, por poner dos ejemplos relacionados.

Mientras tanto –y esto es a nuestro juicio lo extremadamente grave– la polí-tica, personalizada en los estados, al no tener institucionalmente carácter mun-dial, ha quedado desfasada e impotente para hacer frente a los retos de la globa-lización y mundialización económica.

La economía, de este modo, ha planteado un terrible dilema político. Hoypor hoy, si un solo estado o grupo de estados intenta regular en su suelo el com-portamiento de las multinacionales o de los inversores extranjeros después dehaber desmantelado, como lo han hecho la mayoría, sus bases económicas pro-pias, sería fácilmente arruinado.

Y si no lo hace, a través de su economía en manos ajenas, se le desva-nece y deshace su soberanía política, pues ya no está en sus manos ordenar la

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convivencia –ni siquiera la vivencia– de sus conciudadanos, regulados como estándesde fuera en el aspecto económico, hoy determinante de toda la vida social.

EN ESTA SITUACIÓN sería necesario, frente al hecho de la economía mun-dializada, un orden político también mundial con una autoridad asimismo mundial.Necesidad que ha sido comprendida hace tiempo por muchos, pero a la que, sinembargo, se está respondiendo –entendemos nosotros– inadecuadamente.

Dos caminos de solución se están siguiendo:El primero es conceder, por la vía de los hechos o por consentimiento táci-

to, a un país –léase Estados Unidos– liderar la política mundial.Entre otros muchos inconvenientes e injusticias a que da lugar este plantea-

miento (en gran parte hecho realidad) hay que resaltar el que, por pura lógicahumana e histórica, este país dirigirá la política mundial según le dicten sus pro-pios intereses. La tentación de imperialismo a escala mundial está así servida;enconando, de esta forma, los conflictos y los enfrentamientos de quienes nocomparten ni sus intereses ni sus puntos de vista, o aspiran a sustituirles a medioplazo en la hegemonía mundial.

Además, un país, hecho por y para el sistema capitalista de la competenciay el ansia de enriquecimiento casi como supremo valor ético, únicamente puedeser, por lógica, plataforma desde la que el complejo económico-financiero dirija elmundo.

En definitiva, tras la hegemonía norteamericana se esconde la dictadura delos poderosos. No es casualidad que el presente estado de cosas en el mundo sesostenga por la reiteradas intervenciones, en los más diversos escenarios, de lasfuerzas represivas o de intervención de los EE.UU.

El segundo camino seguido –en realidad, paralelo al anterior– es la actualconstitución de la ONU, en la que tantas legítimas esperanzas se pusieron; peroque nació viciada por la presencia permanente con derecho a veto de las nacio-nes poderosas en su Consejo de Seguridad.

Una ONU así únicamente puede imponer el orden de los poderosos. UnaONU nacida de la imposición de los vencedores de la 2ª Guerra Mundial, que seaseguraron el dominio de la misma a través de su presencia y veto en el referidoConsejo de Seguridad, no puede ser el gobierno del mundo; aunque admitamosque sin su existencia todavía estaríamos peor, pues, al menos, de algún modo, seha podido oír la voz de los pobres.

Y no vale admitir a otros poderosos, como se pretende, como miembrospermanentes en el Consejo.

La contradicción de la ONU y de sus autores o promotores es exigir de-mocracia a los estados, cerrando las puertas a que ella misma lo sea.

Sin embargo, partiendo del supuesto del reconocimiento de los derechoshumanos, incluidos los sociales, para todas las personas de todos los países, ¿no

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podría concebirse una ONU de estados iguales, sin privilegios para los poderosos,donde las decisiones se tomasen por mayoría, teniendo en cuenta a la hora de lasvotaciones a los habitantes de cada estado, de modo que cada uno de ellos tuvie-ra un número de votos proporcional a los ciudadanos que la habitan?

Una ONU así concebida, sí podría constituirse en gobierno y autoridad mun-dial. Y no para suplantar –insistimos– sino para vigilar e impulsar el reconoci-miento de los derechos humanos en todos los estados, para dirimir los conflictosentre estados o dentro de los estados por la vía del diálogo y el compromiso, paraimpulsar con justicia el desarme, para ejercer la justicia distributiva entre estadosricos y pobres, para practicar una fiscalidad social a escala de naciones, paradesarticular la innecesaria globalización económica cuando los propios países,individual o voluntariamente agrupados, puedan producir y distribuir lo necesarioa sus ciudadanos, para imponer al sistema financiero normas de universal cumpli-miento, etc. Una ONU, en fin, al servicio de las organizaciones regionales de esta-dos.

Sin duda, al igual que a lo largo de los siglos XIX y XX, dentro de la mayoríade los estados, se llevó a cabo una lucha de las clases pobres explotadas y despo-seídas por la igualdad y la justicia, conseguidas, al menos en parte, en la realidady en el ordenamiento jurídico (conquista –reconozcámoslo– que ahora es puestaen peligro por la agresión externa a los estados que supone la globalizacióneconómica); así, ahora, es necesaria una lucha de los estados pobres explotadosy excluidos por conseguir la igualdad y la justicia en las relaciones internacionales.

Conseguir una ONU de naciones iguales no va a ser nunca regalo de lasnaciones poderosas. De ahí la urgencia de que los ciudadanos de los países empo-brecidos y excluidos y sus propios estados luchen por poner de manifiesto lasinjusticias que con ellos se cometen y porque desaparezcan del ordenamiento jurí-dico internacional los privilegios existentes a favor de las naciones ricas y pode-rosas.

Hoy la lucha social abarca un doble campo: el interior de los países, dondesiguen las injusticias y desigualdades, y el exterior entre naciones, para desarticu-lar la hegemonía de las que en este momento son sede y plataforma de los meca-nismos opresores a escala mundial.

El camino para lograrlo pasaría por potenciar las organizaciones regionalesde países o estados, pero a condición de llenarlas de contenido político y liberar-las de la servidumbre de los aludidos mecanismos opresores en la medida en quevaya siendo posible.

Cuanto antecede ha sido dictado por la necesidad que sentimos de ampliarla acción militante transformadora de la realidad.

Nos parece ineludible –y la primera obligación del militante– la denunciaconstante de las agresiones del sistema a las personas y a las naciones.

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Nos parece así mismo necesario la creación de grupos solidarios y comunita-rios que vivan otro estilo de vida.

Se debe atender a las posibilidades de lucha y transformación dentro del pro-pio país.

Es lícito pensar que una actitud de desasistimiento al sistema, basada en lano-violencia activa, puede hacerle mucho daño.

Parece lógico esperar que el sistema entre en contradicción consigo mismocomo, por ejemplo, pone de manifiesto la urgencia que sienten algunos organis-mos –el mismo Fondo Monetario Internacional– de poner coto a la absoluta liber-tad de movimientos financieros.

Pero hoy queremos poner de relieve que el sistema, si la rebelión se hacesólo a escala de países, es fortísimo precisamente porque es mundial, y que, pues-to en apuros en un determinado país, no dudaría en recurrir a la fuerza, como dehecho ya viene haciendo.

Por ello, aunque por principio y como meta no somos partidarios de la mun-dialización y estandarización de la vida humana en ningún aspecto, ante la reali-dad que tenemos delante afirmamos la urgencia de dominar desde una políticamundial la globalización económica, y que para ello tal vez no sea inútil luchar porla real democratización de la ONU, el único organismo político mundial que hoytenemos.

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Sin suelo y sin techo

«Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad yderecho», reza el primero de los derechos en la Declaración Universal deDerechos Humanos de la ONU, cuyo cincuentenario acabamos de celebrar.

Sin embargo, según Amnistía Internacional en su Informe 1998, un año depromesas rotas, «para la mayoría de las personas los derechos proclamados en laDeclaración son papel mojado». «Así –continúa el Informe– para los 1.300 millo-nes de personas que tratan de sobrevivir con menos de un dólar al día, para los35.000 niños que mueren a diario por desnutrición o enfermedades de fácil cura-ción, para los que sufren tortura en un tercio de los países de la tierra, para losdesplazados por las guerras, para los sin-tierra, para los parados y excluidos...».

Son muchísimos, no obstante –y nosotros con ellos–, los que se alegran dela existencia de tal declaración y de los progresos realizados en el camino de suconcreción. Pero no podemos bajar la guardia ante lo que puede ser mera publi-cidad política o cortina de humo para distraer nuestra mirada de la sangrante rea-lidad.

Por eso no discutimos a Juan Pablo II su enfática afirmación de que laDeclaración de Derechos Humanos sea el mejor logro del siglo que termina; aun-que él mismo, en su mensaje del Día de la Paz de este año 1999, se ve obligadoa enumerar las gravísimas violaciones actuales de tales derechos de forma siste-mática en casi el mundo entero, violaciones, por otra parte –reconoce él–, queafectan en gran medida al más básico de ellos: el de la vida.

Ciertamente, sabemos de la fuerza de la conciencia y de cómo, para quedejen de cometerse determinados crímenes, es necesaria una previa, insistente ypersistente denuncia de los mismos hasta que resulten para todos aborrecibles;pero nos percatamos así mismo de cómo la publicidad y la propaganda de los cri-minales puede vestir de virtud los vicios más nefastos y crueles, y de cómo unainundación de noticias desastrosas sobre la ciudadanía, hábilmente administrada ysin alumbrar posibles caminos eficaces de solución, socava la esperanza y la capa-cidad de esfuerzo de las personas de buena voluntad.

Comprendemos, en efecto, las energías que generan las propuestas realistasy factibles de realización de la justicia; pero tampoco se nos oculta que sin unabuena labor de desescombro no puede adecuadamente cimentarse el sólido edifi-cio de la equidad y la paz, y que son muchos el tiempo y los esfuerzos que en ellohay que emplear.

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Bueno es promover el cumplimiento de cualquiera de los derechos humanos;mas aceptando con lo debida clarividencia que todos están de tal modo inextrica-blemente unidos que, si no se respetan en conjunto, es imposible en la práctica elcumplimiento de sólo unos pocos. ¿Cómo va a ser posible, por ejemplo, que seanreales los derechos civiles y políticos sin que lo sean los económicos y sociales?

No obstante, dentro de su esencial conexión mutua, debe reconocerse queposeen entre ellos una ordenación, estructura o jerarquía determinada, dondeunos vienen a constituir como el suelo o los cimientos sobre los que los demás seasientan y otros el techo que los cubre y protege a todos. Porque sospechamos–por lo que conocemos y observamos– que, hoy por hoy, los derechos humanosestán al aire y en el aire, a la intemperie, sin techo y sin suelo, sin sustentoy sin cobijo, sin tierra –aquí entendida en su inmediato sentido físico– dondeasentarse y de la que alimentarse y sin el debido reconocimiento de su sacralidadque los convierta para todos en intangibles e inviolables.

El derecho –en alguna forma, real y efectivo– sobre los bienes de la natura-leza es, a nuestro modo de entender, la base material de todo derecho humano yla adecuada fundamentación ética de la sacralidad de la persona humana es elescudo, el techo, que los defiende frente a toda posible agresión. Nos estamos refi-riendo al derecho de propiedad de bienes, por una parte, y a la dignidad de todapersona humana por otra.

Vayamos con lo primero. Cuando la persona está desposeída de bienesmateriales, desarraigada de la posesión de la tierra (o del agua o del aire) todos losdemás derechos los posee (si los posee) en precario, es decir, le son otorgados (sile son otorgados) por los poderosos poseedores de la tierra. Sin posesión de bie-nes todos los derechos están sin suelo, tienen las raíces al aire, y los que creenposeerlos, en realidad lo que tienen no son derechos sino la beneficencia (aunquesea generosa) de los poderosos poseedores. –Atiendan a esto los orgullosos prac-ticantes de las profesiones llamadas liberales, que sirven a quien más les paga–.

Hay un inevitable, necesario y sano materialismo. El hombre es fruto de latierra, de la naturaleza, y a ella, por más que la ciencia y la técnica parezcan rea-lizar lo contrario, está vinculada su existencia. De la tierra se sustenta: de sus fru-tos directos o de sus productos en enésima elaboración preparados. Es, en ver-dad, sobre la tierra, sobre la naturaleza y sus elementos sobre los que se vuelven,se vuelcan la ciencia y la técnica para mejorar la vida humana. Sin tierra, sin agua,sin aire no es posible la vida humana. Por eso toda persona tiene derecho a pose-er como propio la tierra, el agua o el aire que necesita para vivir, y no por otor-gamiento de nadie sino, simplemente, porque le pertenecen.

Y hablamos de poseer como propio, sin cuestionarnos ahora el cómo de lavinculación de la persona con su poseer y su posesión, su concreción social o jurí-dica que –es evidente– no puede ser igual para la tierra que para el agua o el aire,por ejemplo, no puede ser igual para la agricultura que para la gran industria, para

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la propia vivienda que para las instalaciones de la empresa, para una refinería depetróleo que para la fabricación de relojes de precisión o de microprocesadores.

Lo que queremos dejar claro es que cuando no hay una vinculación –eso esel derecho de propiedad– entre la persona y los bienes de la naturaleza, por muyelaborados que aparezcan, ésta, la persona humana, deviene dependiente de losposeedores de tales bienes, y así todos sus derechos quedan en manos ajenas, olo que es lo mismo, que no los posee, puesto que no están en sus propias manos.

Puede quizá argüirse por parte de muchos que basta el derecho al uso de losbienes que hemos llamado materiales sin necesidad de ser titular de la propiedadde tales bienes, cuando al titular no le son necesarios. Derecho al uso exigible porrazones ajenas al derecho de propiedad (bien común, etc.). Pero el problema estáen cómo exigir a los detentadores del título de propiedad que acepten que otrosusen lo que «legalmente» es de ellos. O se restringe su derecho de propiedad (delmodo que sea oportuno), o no será factible el derecho de uso de tales bienes porparte de otros; máxime cuando los detentadores de la propiedad tanto peso sue-len tener en las instituciones políticas y sociales.

Lo objeción anterior aparece más clara cuando se piensa –con toda natura-lidad y como con absoluta evidencia– que pueden cambiarse bienes materiales porbienes –digamos– espirituales, para lo cual –dicen– disponemos del dinero. Porejemplo, a cambio de los saberes que imparte un profesor, se le provee de vivien-da, alimentos, etc. Pero ¿qué sucede (ténganse en mente, por concretarlo en algu-nos países, Rusia, Indonesia o Brasil) cuando por la inflación galopante, por lacorrupción de los responsables de la economía y la política, por la especulaciónfinanciera, por la avaricia de los terratenientes, etc., los salarios o no se pagan opierden capacidad adquisitiva?

Esto prueba, con argumentos de experiencia, que sin un derecho real sobrelos bienes materiales ni siquiera el derecho a la subsistencia se tiene en pie.

Es más, tampoco el derecho al trabajo, que se nos vende como el funda-mental para distraernos del derecho a la propiedad, es viable en el estado actualde la posesión de toda clase de bienes. Porque ¿en qué y quiénes vamos a traba-jar cuando los propietarios de la tierra, de las empresas y del dinero no necesitannuestro trabajo para continuar enriqueciéndose, pues les basta para ello con laciencia y la técnica a su servicio? En todo caso, trabajaremos en lo que ellos quie-ran y cuando ellos quieran. ¿Acaso no resultaría grotesco, si no fuera trágico, quelas Empresas de Trabajo Temporal (ETTs) –según noticia de prensa del 9-12-98–estudian la posible «ilegalidad» del pacto entre el Ministerio de Trabajo y un sin-dicato nacional porque –dicen– pretende tal pacto «incentivar» la estabilidad en eltrabajo? Confirma, sin duda, este hecho –y otros muchos– que el llamado dere-cho al trabajo está en función de que los detentadores de los bienes necesiten ono tal trabajo para continuar enriqueciéndose.

El Artículo 17 de la Declaración de Derechos Humanos tiene dos parágrafos:

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«1) Toda persona tiene derecho a la propiedad, individual o colectivamente.2) Nadie será privado arbitrariamente de su propiedad».Nosotros acotaríamos el parágrafo segundo añadiendo: Toda persona será

privada de su propiedad, cuando tal propiedad signifique que otros no tengan nin-guna, o que sea causa de que pueda utilizarla para dominar y someter, es decir,cuando pueda usar de ella «arbitrariamente» para dominar o para excluir a ter-ceros del disfrute de los bienes a que tienen derecho.

Toda propiedad personal e individual se justifica por la seguridad y la liber-tad que da al poseedor. Ahora bien, cuando se sobrepasan los límites de lo nece-sario para la propia seguridad y libertad, necesariamente se entra en el caminode la agresión y el dominio ajeno, bien dejando improductiva la propiedad, bienhaciendo que otros la hagan productiva en provecho propio, bien presionando alos poderes públicos para que se avengan a sus criterios e intereses. En todosestos casos queda sin justificación ética tal tipo de propiedad.

Hemos dicho al principio que no íbamos a entrar a analizar qué deter-minados bienes y en qué medida debe poseerlos cada persona; en qué forma(individual, comunitaria o social) debe concretarse; cómo debe jurídicamente arti-cularse un régimen de propiedad justo, a la medida de la persona. Gran parte deestos aspectos han sido abordados en anteriores editoriales.

Por hoy queremos resaltar que el régimen actual de propiedad individual ili-mitada, reducido mundialmente el número de grandes poseedores a menos del10% de la humanidad, y aún eso desigualmente distribuido a favor de unos cen-tenares de personas, es radicalmente injusto y, por tanto, indispensable y urgen-te modificarlo de raíz. Porque, si toda persona humana tiene derecho a los bie-nes necesarios para vivir dignamente, si estos bienes existen y si hay dos terceraspartes de la humanidad que no los poseen, es claro que la economía o, lo que eslo mismo, la producción y distribución de bienes está en manos de quienes se lodetraen a sus legítimos destinatarios (vulgarmente a éstos se los llama ladrones).El destino de los bienes de la tierra –insistamos tozudamente– son todos los hom-bres, no unos cuantos.

No se nos oculta que los bienes de la naturaleza son, en su gran mayoría,utilizables por el hombre en cuanto ya elaborados y transformados por el trabajohumano; de modo que, por ello, el trabajo sería el primer título para acceder atoda clase de bienes. Todo el trabajo humano en su conjunto ha logrado que hoyhaya más bienes a nuestra disposición; pero no sólo el trabajo de hoy sino tam-bién el de ayer. Toda la humanidad en su conjunto ha contribuido a la creaciónde bienes –ni siquiera los genios inventores fueron posible sin un adecuado entor-no y sin unos conocimientos y medios heredados–. Por tanto, cada uno de susmiembros tiene derecho a los para él necesarios.

Si, por hipótesis, sólo unos pocos pudiesen hoy producir toda clase de bie-nes, no por esto dejarían de ser todas y cada una de las personas existentes los

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destinatarios de tales bienes. Este hecho –es evidente– liberaría muchísimas ener-gías «humanas» de tipo psíquico y espiritual que a todos nos haría más perfectaspersonas.

Mucho más podíamos decir del «suelo» en que deben asentarse los derechoshumanos. Basta por hoy.

Nos quedaría hablar del «techo», de la sacralidad de la persona humana, quedé razón de porqué tenemos que reconocer en la práctica tales derechos a todosy cada uno de los individuos de la especie humana; si hay algún motivo por el quelos derechos de la más pobre y marginada persona humana tienen preferenciasobre el más mínimo privilegio del más encumbrado de los jefes de estado, porejemplo.

El tema merece, por habernos extendido ya demasiado en el tema del«suelo», editorial aparte. Al del próximo número nos remitimos con el tema pre-cisamente de «La sacralidad de toda persona humana».

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Sin suelo y sin techo (II)La persona, sagrada

Ni siquiera necesitamos recordar ni pronunciar su nombre; pero todos sabe-mos por los medios de comunicación cómo un ¿ciudadano? brasileño se ha hechodueño de más de 70.000 km2 de la Amazonia, con las correspondientes tribusindígenas incluidas dentro. Una extensión aproximada a la de los tres países delBenelux.

Ante la alarma social creada –a escala nacional y mundial– el gobierno delBrasil no se ha apresurado a desalojarle de allí inmediatamente, se ha puesto sóloa estudiar si tiene la adecuada base jurídica para tamaña posesión. Admite, portanto, que en teoría puede haber un título de propiedad que legitime tal atropello.

Por si alguien no había captado con suficiente profundidad lo que queríamoshacer comprender en el editorial anterior cuando afirmábamos que la actualestructuración de la propiedad de bienes dejaba a muchos –a casi todos – sin sueloen que apoyarse para ejercer los tan proclamados Derechos Humanos, comen-zando por el de la vida, este hecho lo deja meridianamente claro. A muchos indí-genas, y a toda la humanidad este personaje nos deja sin el suelo de la Amazonia,que unos necesitan para sustentarse, y todos para respirar.

Pero hoy nos toca hablar del techo que cubre y protege de la intemperie LosDerechos Humanos, es decir, de las agresiones externas; techo, pues, que loshace inalienables e inviolables.

Inalienables significa que no pueden traspasarse a otros; que para cada per-sona se convierten en un deber. Al derecho a la vida, por ejemplo, correspondeel deber de vivirla con dignidad, por sí mismo y no al dictado ajeno. En este sen-tido de derecho-deber nadie puede renunciar a ninguno de ellos, pues el cumpli-miento del propio deber no podemos encomendárselo a otro.

Inviolables quiere decir que los demás no pueden impedir su normal ejerci-cio, porque nadie puede disponer de nadie.

Inalienables e inviolables, en todo momento y circunstancias. No vale unasveces sí y otras no. Nunca ante la conciencia puede justificarse su renuncia o suviolación. Si se admiten excepciones, se destruye ya su intangibilidad, pues deter-minadas circunstancias y situaciones o simples hechos consumados estarían porencima de ellos y, por lo mismo, de la persona.

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Entiéndasenos bien. No decimos que no se atropellen en muchas circuns-tancias Los Derechos Humanos. Eso es algo que se toca con las manos. Ahorasimplemente afirmamos que en conciencia nunca puede justificarse su atropello;entendiendo por conciencia la normal capacidad de la persona para percibir elbien y el mal, lo justo e injusto. La conculcación de los Derechos Humanos nopuede percibirse en ningún caso como buena y justa. Es siempre un mal, aunquesea, a veces, un mal menor, cuando uno no está en condiciones de impedir queotros los conculquen.

Inalienables e inviolables, por tanto. Pero ¿por qué?Por la peculiaridad y singularidad de todas y cada una de las personas; por

encima de su individualidad como miembros de la especie humana. La sola pertenencia a la especie humana no puede fundamentar la intangi-

bilidad de los individuos, sino al revés. En la humanidad no son respetables losindividuos por pertenecer a la especie, sino que, más bien, la calidad de sus miem-bros es la que reviste a ésta de respetabilidad y dignidad. No es la humanidad enabstracto, sino las personas que la componen las poseedoras y portadoras de dig-nidad. Si fuéramos sólo individuos de una especie animal, por muy evolucionadaque ésta fuese, seríamos perfectamente suprimibles sin que la especie sufrieradetrimento alguno.

Porque estimamos nosotros que, si se pone en peligro la intangibilidad deuna sola persona, se pone en peligro la especie entera, al menos, a largo plazo.Expliquémonos:

Hay que reconocer –como recalcan algunos y parece que la historia les hadado la razón– que en el transcurso de los tiempos muchos individuos de la espe-cie humana han sido destruidos sin que ésta, hasta ahora, haya peligrado; y ahíestá para demostrarlo la interminable serie de guerras, invasiones, genocidios, crí-menes, etc., con miles y miles de humanos eliminados físicamente, amén de losatropellados, esclavizados, explotados, sometidos, etc.

Pero –argüimos nosotros– en este tiempo nuestro resulta evidente que ahorasí está amenazada la pervivencia de la especie como consecuencia de los mediosde destrucción masiva hoy existentes en el mundo.

Es verdad que la supresión violenta de los individuos no ha sido nunca pasi-vamente aceptada, sino siempre rechazada. Algunos, de conciencia más lúcida, ladenuncian como perversa, aceptan martirialmente la violencia ajena, alientan lasraíces de la comunión entre los hombres y plasman ésta en instituciones de paz yconvivencia.

Pero, la más de las veces, el rechazo también violento de la violencia ajenaha llevado a los más diversos enfrentamientos entre individuos, grupos, clases ynaciones en círculos cada vez más amplios, hasta implicar hoy a la humanidadentera.

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En el mundo actual, en que, de alguna manera, todas las personas estamosrelacionadas, parece evidente que, si no se encuentra una adecuada ordenaciónsocial universal, donde se respete efectivamente a todas y cada una de las perso-nas en sus inalienables e inviolables derechos, a ningún imperialismo militar, eco-nómico o político le va a ser posible imponer un dominio universal sin provocarcada vez mayores catástrofes humanas.

Sólo una lúcida, militante y martirial conciencia ciudadana puede enfrentar-se a este reto: hacer de la persona humana el primero, prioritario, primordial ysupremo valor, por encima de vanas abstracciones de especie, clase, patria o cual-quier otro mito en alza.

Y no hay excepciones, decíamos. Porque se comienza rechazando la intan-gibilidad de algunas personas –el distinto, el forastero, el enemigo, el débil...– alas que se suprime, margina o explota y se acaba –como sucede ante nuestrosojos– dispuestos a destruir o, al menos, a poner en grave riesgo a todas las vidashumanas. O se defienden los derechos de todos sin excluir a nadie, o llega unmomento en que ya no es posible defender los de nadie. O lo que es lo mismo:no es viable la especie humana a largo plazo sin el previo respeto efectivo detodos sus miembros.

Volvamos, pues, de nuevo a la peculiaridad y a la singularidad de todas y cadauna de las personas, que fundamenta, decíamos, la inalienabilidad e inviolabilidadde los Derechos humanos.

Lo específico de la persona humana –convienen todos– es el hecho de estardotada de razón (inteligencia, diríamos mejor) y libertad con las que se construyea sí misma en medio de y en diálogo con toda la realidad circundante, que le pro-porciona apoyo, unas veces; estímulo, otras; peligros, con frecuencia, e interro-gantes, siempre.

No se niegan –es lógico– otras realidades del hombre. Se afirma sólo que larazón y la libertad son su distintivo, lo que da sentido a toda la realidad humana.La vida humana se hace a la luz de la razón y con las decisiones libres de la volun-tad. Todos los demás y todo lo demás puede y debe ayudar a que la luz de la razónse acreciente y la libertad se fortalezca, pero nadie puede reemplazar las de cadauno.

Esta unicidad de la persona, hecha sobre decisiones responsables, y a la queestá destinada desde que se constituye como ente humano en el vientre materno,esta irrepetibilidad de cada uno, precisamente porque no es en modo alguno inter-cambiable, tampoco puede ser suprimible. Y como quiera que todos los derechoshumanos concretos están orientados a la construcción de esa unicidad personal,ninguno de ellos puede tampoco ser suprimible; en los adultos porque ya puedeny deben ejercer su razón y su libertad, y en los que aún no lo son, porque estándestinados a ello.

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Suprimir a una persona –si es que en la profunda radicalidad de su ser esposible– es eliminar un ser único e insustituible, y dejar, por tanto, empobrecidoel Universo.

Por otra parte, esta singular unicidad del ser humano fundamenta la comu-nión y la sociabilidad de las personas; porque nadie ejercita su razón y libertad ensolitario sino frente a los demás; entendiendo éste frente a no como contra losotros, sino como en presencia de, es decir, teniéndolos presentes. Porque la inte-ligencia es luz, pero luz compartida que en todos habita, y la libertad es respues-ta a armonizar y conjuntar con las respuestas de los otros en una común orienta-ción hacia lo que se percibe como bien y como bueno.

De la esencia, así, de la persona es el diálogo y la cooperación, nunca la inco-municación y el enfrentamiento. Si éstos se dan, el ser humano está enfermo yurge curarlo; porque no está hecho para eso, sino para ver, aceptar, contemplar,admirar y amar a los otros y, por lo mismo, servirlos entrando en comunión conellos.

Pero querríamos, si nos es posible, evidenciar más aún la intangibilidad de lapersona, por la sacralidad de que goza.

Sacro es primordialmente el espacio al que nadie puede acercarse, que nadiepuede hollar porque en él habita la divinidad, que está más allá de nuestro alcan-ce y de quien no podemos apropiarnos ni instrumentalizarla. Más bien, al contra-rio, a quien debe respetarse y ante quien debemos postrarnos.

Creemos que este concepto de sacralidad es aplicable al hombre.Al ser humano es difícil no concebirlo como algo numínico, mistérico, divi-

no, precisamente porque por su peculiar unicidad rehuye todo encasillamientoreducionista. Ni siquiera al espacio-tiempo podemos reducirlo, pues, por ejemplo,una decisión libre en realidad rompe esos conceptos.

Más bien parece, por tanto, que el hombre escapa hacia arriba, que se tras-ciende a sí mismo, y que tal cosa desea en lo más profundo de sus pulsiones ydeseos. Quiere, de alguna manera, aureolarse de pervivencia eterna. No se resig-na a la muerte.

El mismo Ernst Bloch –uno de los más profundos pensadores marxistas denuestro tiempo– en su libro El Principio Esperanza afirma: «El núcleo de (nues-tro) existir no es apartado por la muerte y, cuando al fin sea logro y realidad, mos-trará su extraterritorialidad frente a la muerte. Siempre que nuestro existir (el exis-tir de nuestra vida sucesiva y mortal) se acerca a su núcleo, comienza una duraciónque contiene novum (novedad) sin caducidad».

Una esperanza así, que se asienta en la estructura misma del ser de la per-sona humana no puede fallar en su objeto: transcenderse en una nueva vida per-petua. Ernst Bloch no aborda el cómo porque la novitas, en cuanto tal novedad,lo veda; pero sí afirma el qué: la perpetua novitas.

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De una manera o de otra, quienes han pensado en la persona con seriedady profundidad descubren en ella un núcleo irreductible e inclasificable; pero demayor calidad y valor que el resto de la realidad, y, por ello, no subordinable anada. Esta es la sacralidad de la persona. Ante ella todo debe ceder, no se lapuede hollar. Ni siquiera con la mente puede ser abarcada; sólo con el amor y elrespeto.

Y como todas tienen la misma sacralidad, la misma dignidad, únicamente laconvivencia en el diálogo amoroso –volvemos a insistir– que lleva a la libre comu-nión, es la que corresponde a las exigencias más profundas del ser de la persona.

En el cristianismo –y, de alguna forma en las demás religiones, al menos lasmonoteístas– el hombre es sagrado por su relación esencial a Dios como su prin-cipio y destino. El hombre es vocado y convocado a la vida por Dios y el decursode la misma es el cumplimiento de la llamada y misión por El a él encomendada.

Dios, así, es garante del hombre frente al hombre y, simultáneamente, de lacomunión del hombre con el hombre. La persona es sagrada, en definitiva, por-que está en comunión con Dios que plenifica su ser humano y donde la fraterni-dad entre los hombres adquiere auténtico y real significado.

De todas formas, en estos tiempos de ataque generalizado a la persona y susderechos, o se afianza en sólidas razones y convicciones la sacralidad de la mismao no hay manera de protegerla adecuadamente. No pretendemos –como puedecomprobarse– defender un único punto de vista como exclusivo y excluyente.Pero sí estamos convencidos de que aquí no valen prejuicios ni superficialidades.Porque se trata de elaborar un buen fundamento teórico (y cada uno debe tenerel suyo) que dé respuesta a todos los hombres y, de modo especial, a los débilesy excluidos.

Cuando Pilatos saca ante el pueblo a un Cristo abofeteado, azotado, acribi-llado de espinas, vilipendiado y pronuncia las palabras ecce homo (aquí está elhombre), está proclamando, tal vez, la verdad más fundamental del hombre:

Los excluidos, los perseguidos, los humillados, los explotados, los condena-dos, los desterrados, los calumniados, los ninguneados SON HOMBRES, tienendignidad, son sagrados, destinados a resurgir y resucitar. Y hasta tal punto poseendignidad que sólo un Dios puede representarles en su sufrimiento. Para El éstosson más hombres que los ricos, los sabios y los poderosos, que sólo pueden llegara personas si se ponen a su servicio hasta realizar la fraterna igualdad.

Y es de cara a los débiles como hay que construir, por tanto, la teoría y lapraxis de los Derechos Humanos y de todo el entramado social correspondiente.Si la sociedad no está orientada a favor de los débiles, hablar de sacralidad de lapersona, de su dignidad y de sus derechos no pasa de palabrería hipócrita.

No podemos terminar este editorial sin mencionar que se escribe mientraslas bombas de la OTAN caen sobre Servia y Milosevic persigue a muerte al pue-blo kosovar.

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Poco tenemos que decir y mucho que llorar. Nadie tiene razón en una gue-rra, y todos, de un modo u otro, tenemos manchadas nuestras manos porque aúnno hemos sido capaces de construir una cultura de la justicia, del respeto, delamor, de la paz. Aún no nos vemos efectivamente como hermanos. Aún nohemos comprendido que, antes de diferenciarnos por la cultura, la lengua, lanación, los avatares históricos, comulgamos en la común dignidad de personas.Antes somos hombres que españoles, servios o americanos, y a veces, para serhombres habrá que renunciar a ser españoles, servios o americanos.

Las soluciones a corto plazo son siempre (aunque con frecuencia imprescin-dibles) totalmente insuficientes.

La paz no es la fuente de la justicia sino al revés: la paz es fruto de la justi-cia. Sin justicia no hay paz sino violencia más o menos brutal, sea de grupos, denaciones o de imperios.

El orden que no elimina las injusticias es siempre inestable. Cada vez necesi-ta más fuerza y violencia para perpetuarse. Por ello nunca la violencia, con laintensidad que sea y por parte de quien sea, es un medio compatible con la justi-cia y la dignidad humana.

Una vez más apelamos a la creación de una nueva cultura que nazca de men-tes claras y voluntades honradas. «Puesto que las guerras nacen en las mentes delos hombres, es en las mentes de los hombres donde deben erigirse los baluartesde la paz» (primer párrafo de la Constitución de la UNESCO).

De nuevo clamamos (véase el editorial del nº 33 de esta revista) por una orde-nación jurídica de los pueblos no basada en el voto y veto de los poderosos (que,por definición, por ser fuertes, no saben otra cosa que oprimir ), sino en la libreparticipación en pie de igualdad de todos en el estudio y resolución de los pro-blemas que a todos afectan.

Mientras tanto, esperando contra toda esperanza, de rodillas ante el sufri-miento de los hermanos de todos los continentes, pedimos y ofrecemos un mayoresfuerzo en la lucha por la justicia.

A pesar de todo, y aun sintiéndonos fratricidas, nos reconocemos hermanos.Por eso, sufrimos, oramos, trabajamos.

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Miedo y violencia

Cuando la tozuda y mostrenca realidad demuestra año tras año con hechosverificables y cuantificables la radical injusticia que configura la sociedad mundialactual, los defensores (no digamos los beneficiarios) del vigente sistema social,político y económico resultan, cuando menos, sospechosos de falta de honradezporque dan la impresión de que mienten deliberadamente.

¿Cómo es posible que, después de dos siglos de dominio del sistema liberalcapitalista y financiero, el mundo haya progresado geométricamente en desigual-dades y enfrentamientos (a muerte en muchísimas ocasiones) y aún se siga dicien-do que tal sistema es el único posible y viable? ¿Tan poco futuro piensan que tie-nen la justicia y la paz, tan anheladas por todos en lo profundo de nuestro ser?¿Tan poco inteligentes son ellos? ¿Es posible pensar como bueno para el mundoentero lo que sólo resulta favorable para un 20% de la humanidad? Cuando loshechos invalidan –falsean, diría la lógica formal– sus teorías, ¿por qué no confie-san honradamente su extravío mental? ¿A qué nuevo invento esperan para que susistema cree la igualdad?, porque el último grito –Internet– resulta que tambiénagrava la distancia entre ricos y pobres, dado que el 20% más pudiente de lapoblación mundial controla el 93% de los accesos a la red.

Decimos todo esto a propósito de la reciente publicación del Informe sobreDesarrollo Humano del PNUD (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo)correspondiente al presente año. Con poquísimas variantes aparece, eso sí, cons-tatando que las desigualdades aumentan.

Ab assuetis non fit passio, decía ya un aforismo latino; que viene a quererdecir: lo que se repite constantemente no conmueve a nadie. Somos, efectiva-mente, conscientes de que, según muchos, recordar una y otra vez las injusticiascometidas en nuestra sociedad puede producir cansancio, desánimo y ausencia decompromiso. Pero también somos conscientes de que el desánimo y la falta decompromiso procede más de la propagación –muy principalmente desde lapublicidad– del hedonismo y el consumismo que enervan el ánimo de cualquierapara cualquier esfuerzo que no lleve a una mayor comodidad propia.

Por eso, porque todavía creemos que toda persona posee semillas de hon-radez (que deben crecer y desarrollarse) para captar la perversidad de determina-das situaciones y tomar postura frente a ellas, nos permitimos transcribir algunosde los datos del informe del PNUD:

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Las tres personas más ricas del mundo poseen activos que valen más queel PIB de todos los países menos desarrollados y sus 600 millones de habi-tantes.

Sesenta países se han estado empobreciendo de manera continua desde1980.

El tráfico ilegal de mujeres y niñas para su explotación sexual represen-ta un negocio anual de más de un billón de pesetas. En India, las mujeres tra-bajan 12 horas más a la semana que los hombres; en Nepal, la diferencia esde 21 horas a favor de la mujer.

El 20% más rico de la población mundial gana 74 veces lo que el 20%más pobre. La diferencia era de 30 a 1 en 1960.

El mismo % de los ricos del mundo posee el 86% del PIB mundial; el20% más pobre tiene el 1%.

El quinto más rico de la población del planeta tiene el 74% de las líneastelefónicas. El quinto más pobre sólo tiene el 1,5%.

El 20% con mayores ingresos del mundo utiliza el 84% del papel que seconsume cada año.

La dieta media diaria de esas personas contiene 16 veces más caloríasque las que consumen los más pobres del mundo.

Las 10 principales empresas de telecomunicaciones controlan el 86% delmercado. Entre diez compañía dominan el 85% del mercado mundial de pla-guicidas. Otras diez son dueñas del 70% del negocio de productos para usoveterinario.

Los países industrializados acaparan el 97% de las patentes.La tasa de desempleo en Europa permanece en torno al 11% a pesar del

desarrollo económico sostenido de la última década.Insistimos. Si estos hechos se repiten invariablemente durante décadas y

décadas, hay que concluir que el sistema social vigente algo debe tener de esen-cialmente perverso.

Y hemos omitido hablar de los estragos de las innumerables guerras que aso-lan hoy el mundo; del hambre que mata a miles y miles de personas; de la eternadeuda externa que encadena países a perpetuidad; de las agresiones a la nutriciamadre Naturaleza (en estos días, por ejemplo, el gobierno de EE.UU. pretendemultar a la empresa Toyota con 9,5 billones de pesetas por contaminar); etc.

Una sociedad constituida en lo político sobre el poder como dominio; en loeconómico, sobre el lucro ilimitado; en lo social, sobre el consumismo hedonista,y en lo cultural, sobre el prestigio y la competitividad, sólo puede crear injusticiay desigualdad. Por tanto, el primer deber de quienes desean que se haga justiciaes desvelar la inconsistencia de tales fundamentos. Poner éstos y otros muchos

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hechos ante los ojos de la sociedad para que contemple, como en un espejo, supropia fealdad, es siempre una tarea obligada.

*************Abordados en esta revista en múltiples ocasiones los aspectos estructurales

de la organización social, hoy queremos incidir en un aspecto antropológico que,creemos, está en la base de muchos comportamientos humanos, a partir de loscuales se crean después todos los complejos estructurales de la violencia.

Nos referimos al miedo al otro que nos lleva a agredirle en cuanto nos cree-mos preparados para hacerlo con posibilidades de victoria.

El competitivo –y la sociedad actual nos quiere a todos competitivos– se pre-para para luchar y vencer al otro en algún aspecto de la vida y, a ser posible, entodos. El competitivo considera el mundo y la sociedad como un campo de bata-lla donde triunfan los fuertes, y por eso él se prepara para serlo más que otros yvencerlos, en el campo que sea.

Si el competitivo se asocia con otro (también competitivo, por supuesto) espara acrecentar su poder y mientras lo acrecienta. De esta manera queda viciadotodo el asociacionismo humano, que se convierte, a mayor o menor escala, enestructura de poder y dominio. En la finalidad de muchas asociaciones no estátanto la consecución de una determinada perfección o bien cuanto el fortaleci-miento del propio poder frente a otros. ¿Se puede entender si no, por ejemplo,el derecho de patentes de bienes imprescindibles para todo ser humano –entién-dase medicamentos, alimentos básicos, etc.?

Y en el fondo de todo está el miedo que es, fundamentalmente, percibir ysentir al otro como una amenaza que puede destruir o perjudicar nuestra vida ydel que, por tanto, debemos defendernos, bien destruyéndole, bien explotándole,bien dominándole o bien –y esto resulta lo mejor– domesticándole por hacerlecreer que su felicidad consiste en servirnos a nosotros y a nuestros valores.

Toda violencia está compuesta a partes iguales de miedo y cobardía. Miedoque considera a los demás como enemigos; cobardía que no cree en la propiacapacidad de entendimiento y colaboración porque exige entrega de lo mejor denosotros mismos controlando los instintos zoológicos.

Así, socialmente, nos dan miedo los inmigrantes pobres. Son una amenazapara nuestras vidas satisfechas y cómodas; pero nuestra cobardía nos hace dele-gar en la fuerza bruta (ejércitos, policía...) para evitarnos abordar el problemaenfrentándonos en diálogo con los pobres.

Pero, ¿por qué en el fondo nos tenemos ese miedo mutuo? Sin duda, por-que nos consideramos extraños y ajenos unos a otros. No hemos descubierto elradical ensamblaje de nuestras vidas: hasta qué punto sólo es vida la compartiday convivida.

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Ésta es la herida que destruye a la persona: su ensimismamiento, su con-templarse sólo a sí mismo hasta extrañarse de que otros también existan y vivan,creerse él solo con derecho a la vida. De ahí que todo lo demás, personas y cosas,deben existir únicamente para él, y, por tanto, debe dominarlas o destruirlas si nopuede lo primero. Toda violencia tiene aquí su origen.

El pensamiento de cada cual puede que no llegue conscientemente a estosradicalismos, pero la conducta manifiesta en muchos que ésta es su realidad vital.

**********Se impone, pues, como premio a todo, una pedagogía que eduque al hom-

bre en la convivencia y le cure del miedo y el ensimismamiento. Algún elementode esta pedagogía queremos apuntar aquí.

En primer lugar hay que ayudar a todos a descubrir la propia menesterosi-dad, la real dependencia que tenemos unos de otros; para lo cual es buen cami-no la comunión en el dolor. ¡Oh, si vencedores y vencidos pusiesen en común sudolor, cómo descubrirían que se necesitan mutuamente! ¡Cuán fructífero sería eldolor compartido de serbios y kosovares, por ejemplo!

Si los clásicos lo son por la perennidad de sus planteamientos, qué prove-choso resulta leer el último canto de La Iliada y descubrir cómo Aquiles, matadorde Héctor, necesita, para liberar su angustia por la muerte a manos de Héctor desu amigo Patroclo, devolver a Príamo el cadáver de su hijo Héctor. Descubre queno es ultrajando un cadáver como calma el dolor por el amigo, sino devolviéndo-selo a su padre. Emociona comprobar cómo se hacen mutuamente conscien-tes del común dolor y abominan ambos de la guerra. No tiene sentido infligirsemutuamente dolor y sufrimiento, sino recomponernos por el perdón. Nada máscreativo que el perdón. Es donación doble: da el ser y suprime la ofensa.

En segundo lugar, cultivar la religiosidad, sentirnos ligados a Alguien (muchomejor que a algo) que nos plenifica a todos y que nos abre a todos. Sin Dios tieneque resultar muy difícil arrepentirse de nada ni perdonar nada a nadie. Y sin per-dón no hay vida, pues siempre hay alguien que nos ofende y a quien ofendemos.

¡Ay, por eso, de las religiones cuyo Dios no religa sino que divide y separa!,porque entonces tal Dios ha devenido en ídolo sanguinario. En Dios nos abrimostodos a todos y, abriéndonos a todos, nos encontramos en Dios.

Y este gozo, sin excluir el dolor; porque de curar una herida se trata: la de lacerrazón del hombre sobre sí mismo.

Amad a vuestros enemigos, rezad por los que os persigue. Así seréis hijosde vuestro Padre del cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y hacellover sobre justos e injustos. Si amáis sólo a los que os aman, ¿qué premiomereceréis?

Un hombre así curado sí puede construir una sociedad solidaria, fraterna ylibre.

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Derecho de protesta

Puede creernos el lector si confesamos que escribir editoriales y artículospara Cultura para la Esperanza es doloroso.

En primer lugar porque el análisis en profundidad de la realidad social no dapara optimismo fáciles. Por eso, porque el superficialismo de nuestra sociedadquerría adormilarse en optimismos fáciles, aportamos, en cuanto somos capaces,datos incontestables. El optimismo nuestro –que lo tenemos– es, con palabras deMounier, un «optimismo trágico». A pesar, o más bien precisamente por la situa-ción de muerte en que se empeña en vivir nuestro mundo, luchamos a brazo par-tido por la vida con esperanza de que es posible mejorar personal y estructural-mente nuestro vivir en sociedad. Para lo cual necesitamos bajar a la raíz del mal,sin quedarse, ni en el análisis ni en el remedio, a medio camino.

Y se quedan a medio camino en el análisis por unilaterales quienes creen queel problema es sólo de comportamientos individuales o sólo de estructuras socia-les, cuando es ambas cosas a la vez. La cultura del individualismo egoísta engen-dra estructuras de lucha y opresión que a su vez retroalimentan el individualismode los más fuertes quienes, a medida que los demás (también desde la perspecti-va individualista) crecen en poder, han de recurrir, en continua espiral, a mayorgrado de violencia tanto física como sobre la conciencia.

Se necesita no sólo serenidad y clarividencia, sino también fe para resistirsobre todo esta agresión a la conciencia. Es tanto, en efecto, el bombardeo desdelos medios de comunicación, desde la publicidad, desde los usos y costumbres quela fe en los valores de la solidaridad y de la comunión entre los hombres, meta aque tiende el cumplimiento de todos los derechos humanos, ha de estar bien fun-damentada en la mente y en el corazón para que la lucha no agote y agoste almilitante y no aparezca éste con tan poco entusiasmo que nadie crea que cuantopredica y vive puede producir felicidad profunda y contagiosa.

Se quedan también a medio camino los que proponen, como definitivas,soluciones paternalistas, asistencialistas o reformistas.

Las soluciones paternalistas y asistencialistas son vejatorias de la dignidad dela persona humana. Todo hombre y mujer debe llegar a la adultez, valerse por símismo y sentirse responsable de la comunidad social en que vive.

Y las soluciones reformistas llevan a una lucha estéril y agotadora; pues, alno reformar el sistema como tal, éste, que por definición está dominado por los

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más fuertes, siempre encuentra la forma de absorber en su provecho las conce-siones que se le arrancan. (Estúdiese, por ejemplo, a este respecto, la relaciónsalario –productividad, salario– beneficios empresariales, fiscalidad –sistema finan-ciero, sistema educativo– inserción social, etc.).

En segundo lugar, produce dolor pensar que muchas personas que, conbuena voluntad, se instalan en la ayuda al prójimo desde el asistencialismo, elpaternalismo, o alguna de las innumerables ONGs, pueden sentirse desautoriza-das, cuando no agredidas, por nuestras críticas.

A esto respondemos, en primer lugar, que nosotros no negamos que, pro-visionalmente, hasta tanto se realice la justicia con los pobres, haya que ayu-darles con bienes y servicios en abundancia; con una abundancia tal que cubratodas sus necesidades. Es este sentido la comunión de bienes debe superar conmucho a la limosna cicatera. Lo que juzgamos inmoral es instalarse en la benefi-cencia sin luchar simultáneamente por la justicia. Permítasenos recordar, a estepropósito, aunque sea machaconamente, las palabras del Concilio Vaticano II:«Satisfáganse ante todo las exigencias de la justicia, y no se brinde como ofrendade caridad lo que ya se debe por título de justicia; quítense las causas de los males,no sólo los efectos; ordénese la ayuda de forma que quienes la reciben se vayanliberando poco a poco de la dependencia externa y se vayan bastando por sí mis-mos».

Además, los benefactores, por así llamarlos, pueden perder su presupuestabuena voluntad cuando, por ignorancia culpable, o no conocen la profundidad yextensión de la injusticia o ignoran sus causas más determinantes. Nosotros, ennuestro esfuerzo por difundir cultura y conocimientos, sabemos bien de la renuen-cia a informarse debidamente de muchas personas que colaboran en asociacionesde beneficencia y voluntariado.

Hoy, los datos del problema pueden ser conocidos, pero, con frecuencia, nolo son. La ignorancia no es invencible y, por ello, es culpable. ¿Cómo es posibleque en el mundo haya tantos conocimientos acumulados sobre cosas sofisticadísi-mas y no se sepa que al año mueren de hambre más de 40 millones de personas?

En nuestro mundo no sólo es que se roba y mata; es que, además, se mien-te. Al escándalo de robar y matar hay que añadir el encubrimiento de los hechosmediante la mentira y la tergiversación. Como, por ejemplo en la tan alabada glo-balización de la economía, propuesta como irreversible por sus defensores. Peronadie nos dice que la globalización se bifurca en dos: por un lado la globalizaciónde la riqueza y, por otro, la de la pobreza. Es cierto que con la moderna tecnolo-gía y la absoluta movilidad y libertad financiera las distancias entre la banca deHong Kong y la de México se acortan y prácticamente desaparecen; pero,¿resuelve eso el que 1.500 millones de personas vivan con menos de un dólar aldía? Es verdad que aumentan las relaciones entre los mexicanos ricos y los de Wall

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Street; pero aumentan también las relaciones entre los pobres del Bronx y los delChad. Las causas de la pobreza y la situación de los pobres son las mismas encualquier parte del mundo precisamente por la globalización de la riqueza, aunqueeso nadie quiere ni explicarlo ni difundirlo.

Hay demasiada mentira para que sobre ella pueda construirse un mundojusto. Por eso y cuanto antecede hemos titulado este editorial: derecho de pro-testa; conscientes de que este derecho, para que no sea ejercido por fariseos(grupo al que nos esforzamos por no pertenecer), lleva anejo el deber de vivir aus-teramente y encuadrado en algún grupo u organización que luche por la justicia.

Pero, supuesto este vivir austero y militante, el primer deber es protestar, tes-tificar en contra, descubrir las contradicciones, hipocresías, manipulaciones, etc.en que se apoya el sistema y con las que defiende sus injusticias. No se sientenmuy seguros los poderosos cuando tantas mentes tienen que comprar y pervertirpara que los defiendan.

Por ello, mostrar la endeblez y falsedad de sus justificaciones es el primer ser-vicio que se debe prestar a la justicia. Y no vale dejarse convencer por la seudoa-cusación de que no proponemos soluciones viables; porque eso es hipocresía enalto grado. Pues primero se obstruyen los caminos de la justicia; se destruye lamilitancia y a los militantes; se refuerzan institucional y legalmente las bases delsistema (la propiedad y el dinero, por ejemplo), y, luego, cuando se proponenotras alternativas, se dice que son ilegales o inconstitucionales.

Lo que se pretende, en el fondo, es llevarnos –como decíamos arriba– a unalucha por reformas que no reforman nada importante, pero que agotan a la mili-tancia en el día a día y le impiden emplear su tiempo y esfuerzo en cambios pro-fundos y definitivos. Es el viejo dilema de reivindicación o revolución.

En definitiva, son los causantes de los males los que tienen que justificarse sies que pueden, no las víctimas. Nosotros, con hechos, ponemos de manifiesto quesus soluciones son perversas. Los poderosos se jactan de haber modelado elmundo a su voluntad y medida, carguen, pues, con la destrucción y muerte quehan causado.

La protesta, por tanto, lo primero, y, después, unida a ella, la rebelión, ladesobediencia civil, la no violencia activa, etc.

Ganar las conciencias, llevándolas de la mentira a la verdad, es nuestra granbaza. La conciencia es más fuerte que las armas, y a la que nunca puede silen-ciarse cuando es lúcida y consecuente.

Ahora, con el trasfondo del problema del crecimiento de la población mun-dial del que se ha ocupado la ONU en estos días, permítasenos aducir algunoshechos, tomados directamente de los medios de comunicación, sobre los que, des-pués, haremos algunas consideraciones encaminadas a poner de relieve la menti-ra e hipocresía del sistema.

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1. La Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) ha admitido elcaso de María Mamérica, una campesina de 33 años del Departamento deCajamarca (Perú), que murió después de ser sometida en 1997 a una esteriliza-ción forzada como parte del programa que aplica el Gobierno Peruano desde1996.

Existen pruebas de cómo los médicos y el personal de salud son obligadosa cumplir «cuotas» de mujeres a las que practicar las citadas intervenciones. Si nolas cumplían, perdían el trabajo.

Un testigo declara que se buscó a las personas campesinas y más pobres.Tanto la comunidad de Sogorón como la comunidad de Sobaya, donde se reali-zaron estas prácticas, son comunidades pobres, con mujeres analfabetas y uncomponente étnico fuerte. Más allá de estas prácticas percibimos una cierta «per-secución» a las mujeres pobres, casi se podría decir que había cierto tono de geno-cidio al atentar contra las comunidades indígenas. Al margen de si uno está o node acuerdo con las políticas demográficas, es que se vislumbra toda una prácticaracista contra el ser pobre, ser mujer y pertenecer a una comunidad campesina.Los pobres son un estorbo para este modelo económico, están de más.

2. Las tres personas más ricas del mundo disponen de los mismos recursosque 600 millones de seres humanos, los más pobres.

3. El 2% de los propietarios brasileños posee el 56% de la tierra, en un paísde 8,5 millones de kilómetros cuadrados.

4. El presupuesto de defensa de EE.UU. para el año 2000 es de 267.000millones de dólares (41 billones de pesetas).

5. Los 41 países más pobres del mundo deben 32 billones de pesetas, de losque se propone, en la reunión del Grupo de los 7, del BM y del FMI, condonar11 billones con múltiples condiciones para los países deudores y de aquí al año2016.

6. La quinta parte más rica de la población mundial –ONU dixit– consume66 veces más recursos que la quinta parte más pobre.

7. Con motivo del 50 aniversario de la creación de la república comunista,el régimen chino exhibe en Tiananmen el poder de su armamento y la vigenciade su sistema.

Ante estos hechos, y dando por supuesta la responsabilidad de los padresal engendrar nuevos hijos, preguntamos nosotros:

¿Es lícito plantear el problema del aumento de población sin cuestionar,entre otras cosas, a) el despilfarro de los individuos y naciones ricas, b) el aban-dono de la carrera armamentística y la supresión gradual de las armas y ejércitos,c) el reparto racional de las riqueza del mundo, d) el sistema de propiedad vigen-te y los derechos del dinero frente a las personas

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¿No es obligación de una conciencia rectamente formada protestar y denun-ciar esta ¿lógica? perversa y cruel del pensamiento al servicio del sistema, quehace recaer la culpa de la injusticia sobre las propias víctimas?

Esto es lo que defendemos con el derecho de protesta: decir NO, por respe-to a las víctimas, a la prepotencia de los poderosos, en éste y en otros infinitoscasos y situaciones.

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Bien común universal

«Debe prevalecer ante todo el bien de la humanidad y no el bien particularde una comunidad política, social o cultural. La consecución del bien común deuna comunidad política no puede ir contra el bien común de toda la humanidad,concretado éste en el reconocimiento y respeto de los Derechos del Hombre».

«Las divisiones y diferencias políticas, culturales e institucionales en que searticula y organiza la humanidad son, desde esta perspectiva, legítimas en lamedida en que armonicen con la pertenencia a la familia humana y con las exi-gencias éticas y políticas derivadas de la misma».

«Habrá paz en la medida en que toda la humanidad sepa redescubrir su ori-ginaria vocación a ser una sola familia, en que la dignidad y los derechos de laspersonas –de cualquier estado, raza o religión– sean reconocidos como anterio-res y preeminentes respecto a cualquier diferencia o especificidad. El bien de lapersona humana está antes de todo y trasciende toda institución humana».

«Es necesaria e improrrogable una renovación del derecho internacional yde las instituciones internacionales que tengan su punto de partida en la supre-macía del bien de la humanidad y de la persona humana sobre todas las otrascosas, y sea éste el criterio fundamental de organización».

«La misma organización de Naciones Unidas tiene que ofrecer a todos losestados miembros la misma oportunidad de participar en las decisiones, supe-rando privilegios y discriminaciones que debilitan su papel y credibilidad».

«Hoy día persiste y se acrecienta la desigualdad entre un Norte del mundo,cada vez más sobrado de bienes y recursos y habitado por un número cada vezmayor de ancianos, y un Sur en el que se concentra la gran mayoría de las jóve-nes generaciones, privada todavía de una perspectiva esperanzadora de desarro-llo social, cultural y económico. Desde el momento en que la humanidad, llama-da a ser una sola familia, todavía está dividida en dos por la pobreza –al principiodel siglo XXI más de mil cuatrocientos millones de personas viven en una situaciónde extrema pobreza– es especialmente urgente reconsiderar los modelos que ins-piran las opciones de desarrollo».

«En el inicio del nuevo siglo, esta pobreza de miles de millones de hombresy mujeres es la cuestión que, más que cualquier otra, interpela nuestra conciencia.Cuestión aún más dramática al ser conscientes de que los mayores problemas eco-nómicos de nuestro tiempo no dependen de la falta de recursos, sino del hecho

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de que a las actuales estructuras económicas, sociales y culturales les cueste hacer-se cargo de las exigencias de un auténtico desarrollo».

«Puede que haya llegado el momento de una nueva y más profunda refle-xión sobre el sentido de la economía y de sus fines. Parece urgente que vuelva aser considerada la concepción misma del bienestar, de modo que no se vea domi-nada por una estrecha perspectiva utilitarista, que deja completamente al mar-gen valores como el de la solidaridad y el altruismo. Una economía que no consi-dere la dimensión ética y que no procure servir al bien de la persona –de todapersona y de toda la persona– no puede llamarse por sí misma“economía”entendida en el sentido de una racional y beneficiosa gestión de lariqueza material».

«El noble y laborioso trabajo por la paz (al que debe servir la economía) tienesu apoyo en el principio del destino universal de los bienes de la tierra».

«Se impone hoy, con mucha más urgencia que en el pasado, la necesidad decultivar la conciencia de valores morales universales para afrontar los problemasdel presente, cuya nota común es la dimensión planetaria que van asumiendo».

«El honor de la humanidad ha sido salvado por los que han hablado y traba-jado en nombre de la paz. Ejemplos luminosos y proféticos nos han dado, en estesentido, quienes han orientado sus opciones de vida hacia el valor de la no vio-lencia. Su testimonio de coherencia y fidelidad, llevado incluso hasta el martirio,ha escrito extraordinarias páginas ricas de enseñanzas».

«Miremos a los pobres no como un problema, sino como los que pueden lle-gar a ser sujetos y protagonistas de un futuro nuevo y más humano para todoel mundo».

Permítasenos hoy que nuestro editorial esté constituido en parte por palabrasajenas, y que, en todo caso, parta y sea un comentario a tales palabras; que, sinduda, necesitan mayor concreción para ser llevadas a la práctica, pero que, desdeluego, si se toman en serio por quien las pronuncia, por sus seguidores y porcuantos imparcialmente sobre ellas reflexionen, ponen en cuestión el ordena-miento básico de la cultura, de la economía y de la política en que se asienta lasociedad de hoy. Obligan a enfrentarse con los responsables de los poderes quegobiernan el mundo, y a elaborar una praxis de actuación firme no violenta quellevaría en línea recta a la desobediencia civil de múltiples formas.

No se pueden evocar en vano las figuras de Gandhi y de Luther King, entreotros, sin extraer las consecuencias de su actitud vital. Ni la denuncia «profética»de las instituciones de poder puede hacerse desde la construcción e instalación enotro poder, aun cuando sea de índole religiosa. Se trata de oponer violencia –ladel poder– a no violencia –la conciencia– hasta que la conciencia –vencida– acabe,por consecuente, venciendo a la violencia, desarmada de razones y desnuda en sucrueldad. Nada hay más fuerte que la conciencia gritando, cuando no tiene nin-gún poder de coacción para imponerse.

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De todas maneras, valentía no pequeña es atreverse a decir la verdad, auncuando ésta en algún o en muchos aspectos pueda acusarnos; por que, entonces,de verdad, la verdad puede salvarnos.

Partimos, pues, de las citas arriba aducidas, en primer lugar, porque muchasde sus formulaciones son difícilmente superables, y, en segundo lugar, porquesiempre es alentador, cuando se lucha contra corriente, que nuestros plantea-mientos sean en lo fundamental compartidos por la autoridad moral de JuanPablo II, del que son las citas anteriores, tomadas de su Mensaje del 1 de enerodel año 2000 con motivo del Día de la Paz.

Para los hipercríticos de Juan Pablo II valga la cita de uno de nuestros másconspicuos sociólogos: «La creciente escisión entre mundialización económica,nacionalización de la política y localización de la identidad individual y colectivaes muy funcional para el proyecto de dominación imperante».

Una doctrina que, como la católica, por definición debe resaltar los aspectossociales y comunitarios de la persona humana, inevitablemente ha de ser malcomprendida por quienes elevan, sin más, a derechos universales los muy locali-zados intereses o caprichos privados egoístas de individuos del mundo rico.

Vamos, pues, a nuestro tema.

1.º Relación entre persona humana y bien común

Es frecuente confundir el bien común con bienes en común poseídos, cuyosujeto de derecho puede ser una persona moral o jurídica o alguna institución demenor o mayor amplitud. Así se habla de bienes comunales, municipales, provin-ciales, nacionales, etc. En cuyo caso el sujeto poseedor de tales bienes (la institu-ción) puede entrar en conflicto con el sujeto individual-personal en el ejercicio dedeterminados derechos; inclinándose, normalmente, la balanza del lado de las ins-tituciones, y, mucho más, a medida que las instituciones son más amplias y sacra-lizadas. De este modo, por ejemplo, la razón de Estado se ha invocado siemprepara que éste se defienda, sin dar explicaciones, frente a los individuos o institu-ciones de ámbito menor.

El bien común, si queremos mantener la primacía de la persona, explicitadaen sus derechos, es otra cosa. Es el conjunto de condiciones y disposiciones socia-les –entendidas éstas en sentido amplio– que ayudan y posibilitan a la persona, sinsuplantarla, en el cumplimiento de sus deberes y derechos; condiciones y disposi-ciones elaboradas y sancionadas por el conjunto de los afectados.

El bien común tiene, pues, un aspecto positivo: ayudar a la persona, y otronegativo: impedir el atropello de la persona por otros individuos más fuertes, ricosy poderosos.

El bien común, objetivamente considerado, es la ordenación, en todos losaspectos, de las relaciones de unas personas con otras y de las diversas institu-

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ciones que ellas se hayan dado para que puedan –todas las personas– comportar-se y vivir como tales, dotadas de libertad y responsabilidad.

A lo que nos oponemos con esta concepción del bien común es a toda clasede totalitarismos, donde la escala de valores de los derechos es a la inversa de loque reclama la justicia: primero se colocan en importancia y exigibilidad los dere-chos del Estado (o de los superestados: Unión Europea, etc.) y, después, en esca-la descendente los de las demás instituciones, para terminar en último lugar los delindividuo-persona.

Y no cambia nada, antes bien lo agrava, cuanto los Estados –como sucedeen la realidad– están dominados y al servicio de intereses particulares. Siguen sien-do los Estados (ahora como escudos de intereses bastardos) los que regulan la vidasocial. Tampoco, cuando los Estados se sienten desbordados por arriba, por orga-nizaciones y compromisos internacionales al servicio de los poderosos (multina-cionales, sistema financiero, monopolios, etc.).

Siempre, pues, será la persona el criterio para comprobar el grado de reali-zación del bien común. Si existen personas que no tienen posibilidad de ejercersus deberes y derechos, el bien común está ausente, por más que el nivel globalde la renta per cápita pueda ser muy elevado. El desarrollo humano de una colec-tividad no puede ni debe medirse por la riqueza material cuantificable del conjun-to, sino por la paz social que se deriva del hecho de que todas y cada una de laspersonas puedan ejercer como tales en el normal cumplimiento de sus deberes yderechos.

La existencia de miles de millones que hoy no pueden ejercer de personas esun hecho evidente que cualquiera puede comprobar y que todos los organismosinternacionales admiten, aunque no puedan o no sepan o no quieran evitarlo.

Y, como quiera que esta situación no se da por falta de recursos –así lo afir-ma sin ambages Juan Pablo II– es evidente que ello se debe a la organización dela sociedad como tal. Por consiguiente, lo más importante y urgente hoy es cam-biar semejante estructura social.

Con todo lo dicho anteriormente no negamos la necesidad de un abundanteentramado social de comunidades, asociaciones y estructuras de todo tipo y deámbitos diversos. Así lo exige el carácter social v comunitario de la persona huma-na. Lo que, como ya hemos expuesto con frecuencia en otros editoriales, subra-yamos nosotros es que todo el conjunto institucional debe tener un carácter suple-torio, subsidiario y promocionante, nunca suplantador. Lo que puede llevar a cabola persona o una institución a ella cercana no debe hacerlo otra de ámbito mayor,y, en todo caso, siempre debe hacerse viable y efectiva la participación más direc-ta y consciente posible de todos los afectados en la marcha y funcionamiento delas instituciones que les atañen y conciernen. Para lo cual se necesitan personascultas y responsables. La educación en el saber y en los valores éticos son así exi-gencia primordial para el humano funcionamiento de la sociedad. Si estos ciuda-

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danos no existen, se impondrá de alguna manera algún tipo de dictadura; no sien-do la menos dañina la ejercida desde los monopolios de la información y el saber.De todas maneras, no es el gigantismo de las instituciones el mejor camino parael ejercicio real de la responsabilidad de todos.

2.º Mundialización y bien común

La globalización o mundialización, es decir, la relación e interdependencia detodos con todos, de manera que las actitudes y comportamientos de unos reper-cuten en todos los demás a escala planetaria, parece evidente en lo económico-comercial-financiero, en las comunicaciones y, de algún modo, también en lasdecisiones políticas.

Pero no es menos evidente que esta mundialización ha escindido la humani-dad en dos mitades –la de los ricos y la de los pobres– separadas en sus quintaspartes extremas por un abismo económico-social de 1 a 80.

Las dos terceras partes de la humanidad no tienen hoy posibilidad de ejercerlos derechos humanos (recuerden el hambre, las guerras, los expatriados, el paro,etc.) precisamente porque la parte rica, movida por el ejercicio competitivo dellucro y la ambición, ha organizado el mundo a su servicio. Políticamente, todavíala ONU, por ejemplo, descansa sobre el derecho de veto de los vencedores de lasegunda guerra mundial, acabada hace 55 años. Y si se plantea la ampliación delos países miembros permanentes del Consejo de Seguridad, sería admitiendocomo tales a los países ricos: Japón, Alemania, etc.

Las instituciones mundiales de derecho o de hecho están al servicio de losricos y poderosos. Y, así las cosas, no es posible realizar el bien común desde ins-tancias inferiores, porque las instituciones mundializadas anulan todos sus esfuer-zos. ¿Qué puede hacer Nigeria, por ejemplo, frente a la prepotencia de la empre-sa petrolera ELF, arropada y defendida por todo el entramado militar, jurídico yeconómico de los países del Norte? A lo más, cambiar aparentemente de dueño.Ahora bien, si los estados no pueden resistir la presión de todo el entramado ins-titucional mundial, ¿cómo van a poder resistirlo las personas en tanto que indivi-duos?

El bien común exige, sin lugar a dudas, acabar con este tipo de globalizacióno mundialización. Pero lo importante es que la situación creada ha puesto demanifiesto dos verdades que se van imponiendo:

1) Los problemas de derechos humanos que afectan a las personas son losmismos en cualquier parte del planeta; lo cual va llevando a todos, especialmentea las víctimas a través del sufrimiento propio, a aceptar, comprender, vivir y amarla unidad de la familia humana; en definitiva, a descubrir la fraternidad, el tercermiembro del lema de la Revolución Francesa, olvidado a lo largo de dos siglos,pero que emerge imprescindible ahora, cuando se ha demostrado que sin ella noha sido posible construir ni la libertad ni la igualdad.

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2) Sin acciones concertadas a escala mundial, no parece posible desmontarla nefasta globalización actual. Ni siquiera decimos que las acciones deban ser lasmismas en todas partes, sino que, cuando menos, deben ser conocidas por unosy por otros y debidamente coordinadas.

Todo ello pide un nuevo tipo de ciudadano, el ciudadano universal: aquelque, sin desdeñar las concreciones de familia, grupo, etnia o nación en que serealiza su vida, comprende que lo que da sentido, unifica y armoniza las vidas detodos es el hecho de ser persona; lo cual es igual en Pekín o en Buenos Aires,siendo mahometano, cristiano o budista, y que es más importante ser personaque ser castellano o vasco. Es bueno morir por ser hombre, pero es un crimenmatar por ser francés o español.

Las acciones a llevar a cabo para demostrar la actual globalización deberánestar orientadas a:

1) Creación de una cultura de fraternidad y de paz, asimilada por todosdesde el sincero respeto de las diversas culturas, usos y costumbres particulares;conscientes de la unidad del género humano y de su estrecha vinculación con lanaturaleza que nos sustenta.

2) Una auténtica democratización a todos los niveles del orden institucional,de modo que todas y cada una de las personas tenga capacidad de decisión. Eneditoriales anteriores afirmábamos cómo la misma ONU debiera tomar sus deci-siones con la participación de todas las naciones y con número de votos propor-cional al censo de sus habitantes.

3) Un orden jurídico internacional y supranacional que permita no dejarimpune la conculcación de los derechos humanos por parte de nadie.

4) Una justa distribución para toda la humanidad de los recursos y riquezasdisponibles, respetando las posibilidades de cada nación o continente.

3.º Agentes del bien común

Sin duda éste es el tema clave en relación con el bien común. Esto ¿quién lova a hacer? ¿Quién puede hacerlo? De ello trataremos en el próximo editorial,por no alargarnos demasiado en este. Basten ahora dos afirmaciones, aunque amuchos puedan parecerles rotundas en exceso.

A. No pueden ser agentes del bien común los dirigentes políticos al uso

1) Ellos van por el camino de la guerra. Citamos titulares de la prensa dia-ria: «El Senado de EE.UU. no ratifica el tratado de prohibición de toda clase depruebas nucleares». «Rusia y China trabajan en un misil imposible de detectar ylocalizar». «Javier Solana (Ministro de Exteriores y Defensa de la UE) condicionala credibilidad de la UE a sus medios militares». «España incumple el código de laUE sobre exportación de armas». «El gasto en defensa, a escala mundial, oscilaentre los 700.000 y 800.000 millones de dólares al año».

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2) No están por el respeto a la naturaleza y a las generaciones futuras. «Loscientíficos dicen que la tierra se calentará dos grados en el 2050 si no se contro-lan los gases emitidos al espacio». «Los países ricos hacen fracasar la cumbre mun-dial sobre desertización».

3) No buscan la distribución de la riqueza, sino su concentración en pocasmanos. Repasen las privatizaciones del patrimonio de las naciones y la concen-tración de bancos y empresas, etc.

B. Los agentes del bien común han de salir de entre los pobres

Repetimos las palabras del Papa, al tiempo que con todo respeto le pediría-mos que explicitase cómo pueden hacerse operativas y eficaces a escala mundialpara construir la paz y la justicia.

«Miremos a los pobres no como un problema, sino como los que pueden lle-gar a ser sujetos y protagonistas de un futuro nuevo y más humano para todo elmundo».

En todo caso, bienaventurados los manifestantes de Seattle porque al hacerfracasar la Cumbre de la OMC han dado una esperanza al mundo.

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Bien común universal IISujetos y Protagonistas

«Miremos a los pobres no como un problema, sino como lo que pueden lle-gar a ser: sujetos y protagonistas de un futuro nuevo y más humano para todo elmundo».

Con estas palabras del Mensaje del Día de la Paz del 1 de enero del 2000 deJuan Pablo II terminábamos el editorial del número anterior y, comentándolas másampliamente, iniciamos éste.

Se parte, en primer lugar, de la constatación de la existencia del problema,que afecta al conjunto de la humanidad; problema que podemos formular: la con-ciencia, cada vez más amplia y universal, de la existencia a escala mundial de unainjusta desigualdad que pesa hasta la muerte (de muchos y de muy diversasmaneras) sobre los pobres, previamente originados, en perfecto círculo vicioso,por esa misma injusta desigualdad. Desigualdad injusta, alimentada en lo culturalpor el individualismo y la competitividad sin límite en todos los órdenes; en lo eco-nómico, por el predominio de los complejos empresariales y financieros transna-cionales fundamentados en la sacralidad del dinero y la propiedad privada y, enlo político, por la práctica imperialista (o tendencia a la misma) de las nacionespoderosas con vocación de domino universal. Estados Unidos, por ejemplo, porboca de su Secretario del Tesoro, Lawrence Summers, en el Foro de Davos deenero del 2000, cree que el rechazo a la globalización es la principal amenaza asu seguridad económica.

Como siempre queremos partir de hechos incontrovertibles, vayan algunosde los efectos de esta injusta desigualdad, tomados de la más reciente actualidadtal como nos los ofrecen los medios de comunicación:

– La servidumbre de la deuda externa del Tercer Mundo, 2,5 billones de dóla-res, es un lastre asfixiante y absorbe el 25% de sus ingresos por exportaciones. ElEstado español es acreedor de 1,7 billones de pesetas por tal concepto.

Mientras tanto, la ayuda oficial al desarrollo de los países ricos ha caído, dela década de los 80 a la de los 90, del 0,34% del PIB al 0,22%.

Los países africanos destinan al pago del servicio de la deuda el triple de loque invierten en educación y salud en conjunto.

– En 40 años la importancia de África en el comercio mundial ha descendi-do del 6% a menos del 2%. Y recibe menos del 1,5% de la inversión total.

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– Según la UNCTAD (Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercioy el Desarrollo) los 48 PMA (países menos adelantados) perderán entre 163 y 265millones de dólares en ingresos por exportaciones gracias a la aplicación de losacuerdos aún vigentes de la Ronda Uruguay, al tiempo que se ven obligados apagar entre 145 y 292 millones de dólares más por sus importaciones de ali-mentos.

Sólo el 10% de la investigación médica se dedica a los males que causan el90% de las muertes.

– El ejército de Sudán y sus milicias aliadas están despejando las zonas ricasen petróleo mediante ataques militares a civiles, matanzas colectivas, violacionesy torturas a hombres, mujeres y niños. Así lo denuncia Amnistía Internacional enun informe titulado «El precio humano del petróleo». AI acusa a las empresaspetroleras que allí operan, entre ellas Elf, Aquitaine, Total Fina y Agip, de mante-ner los ojos cerrados mientras las fuerzas de seguridad hacen el trabajo sucio.

– En 1926 se creó en el sur del Estado de Bahía, en Brasil, una reserva de54.100 ha de selva virgen para la etnia de los indios pataxós, una de las 167 queaún sobreviven en el país. Pero ahora resulta que el 96,11% aparece vendida acolonos particulares, entre ellos dos altos funcionarios del estado.

Es evidente, ante la tozudez de estos hechos y otros muchos semejantes yaún más graves, que hasta entre nosotros, los ciudadanos ricos, va calando la con-ciencia, es decir, la percepción de este problema de la injusta desigualdad, y amuchos los incita a la acción. Por ello, proliferan multitud de asociaciones preo-cupadas por ayudar a los pobres, en especial a los del Tercer Mundo.

Sin embargo, creemos que tal percepción está distorsionada, falseada pormal enfocada, y, por consiguiente, las acciones derivadas de ese mal mirar y malver el problema resultan inútiles, descorazonadoras y, casi siempre, contraprodu-centes.

Y es que el egocentrismo de nuestra civilización –que nos empeñamos enuniversalizar elevándola a criterio único de verdad y bondad– nos ha hecho creerque el problema son los pobres, cuando, en realidad, es todo lo contrario: el pro-blema somos los ricos.

En un mundo sobreabundante –así lo creen y afirman la ONU, la UNCTAD,la FAO, el Papa, etc.– la lucha no es tanto contra la pobreza cuanto contra la agre-siva civilización de la opulencia.

A este nivel de conciencia hay que llegar, aunque nos duela. Somos nosotroslos que acaparamos, los que explotamos, los que excluimos, los que matamos(aparte de con las armas) con los criterios de lucha que introducimos en todos losórdenes de la vida, con las estructuras económicas y políticas con las que domi-namos a los demás y con las leyes y ejércitos con que las defendemos. En defini-tiva, somos nosotros los que creamos la pobreza y los pobres.

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Esta situación de conciencia deformada hace esquizofrénica la actuación, aunbien intencionada, de la mayor parte de las personas y asociaciones que se pro-ponen ayudar al Tercer Mundo; porque, en nuestro subconsciente colectivo, sabe-mos que con nuestras ayudas no hacemos otra cosa que devolverles unas migajasdel pan que previamente les hemos arrebatado.

¡Cuantos accionistas de Telefónica, de Endesa, del BSCH, cuantos inverso-res de los múltiples fondos de pensión existentes –empresas y fondos que, porponer un ejemplo, han entrado a saco en las empresas y finanzas de AméricaLatina– acallan su mala conciencia con su cuota a Manos Unidas o Intermón!¿Cúando van a despertar los del 0,7 o los de la Deuda Externa cuando, despuésde años de diálogo ¿civilizado? con las autoridades de los países acreedores, ladeuda externa crece y la contribución al desarrollo disminuye?

Y es que no queremos comprender que nuestra civilización no admite par-ches que, como en la parábola del remiendo nuevo en vestido viejo, cada vez des-garran más el tejido social. Dice el profesor Luis de Sebastián en su «Alegato con-tra la desigualdad económica»: «Una desigualdad sustancial y manifiesta en elreparto de los beneficios que el sistema democrático ofrece a los ciudadanos des-truye los motivos que los menos favorecidos puedan tener para aceptar el pactosocial de convivencia y someterse a las reglas de juego de la democracia... La des-igualdad extrema es una burla a la noción de un pacto social por medio del cuallos ciudadanos se obligan a obedecer unas leyes y a seguir a unos gobernantes,para obtener unos beneficios que por sí solos no podrían obtener».

Ahora bien, como la desigualdad sustancial, manifiesta y extrema es unaverdad incuestionable en relación con los países pobres y aún en los países ricosdonde, por ejemplo, «en Estados Unidos –Amy Dean, dirigente de AFL-CIO– másde 14 millones de norteamericanos vagan sin trabajo y sin hogar por las calles ymás de 2 millones están hacinados en las cárceles por delitos sociales»; está claroque las leyes y el ordenamiento social que tal situación sustentan están deslegiti-madas, aun vestidas del ropaje democrático, y, por tanto, el camino para hacerun mundo justo no pasa por la colaboración sino por la rebeldía y la desobedien-cia.

Ser rebelde y atenerse a las consecuencias. Ser rebelde como la única opciónresponsable, y atenerse a las consecuencias, venciendo el miedo a los bien insta-lados, que sin duda reaccionarán atacando.

Pero, como sociológicamente es poco probable que en esta sociedad de ricosaparezcan muchos que enfoquen su acción a la desarticulación de la cultura dedominio que ella misma ha creado e impuesto al mundo, parece evidente que larebeldía ha de brotar mayoritariamente entre los pobres; quienes, desde la pro-testa de su dolor y sufrimiento, nos devolverán la auténtica conciencia de nuestromal obrar y de la radical injusticia en que nos hemos instalado, y, con su acción–por necesidad, solidaria y transformadora– podrán crear otros vínculos socialesque nos acerquen más a la fraternidad entre los hombres.

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Por experiencia histórica y por sentido común, en el editorial anterior des-cartábamos como agentes del bien común a los dirigente políticos al uso; entre losque debemos incluir a la mayor parte de los de los países del Tercer Mundo, gene-ralmente partícipes de la cultura dominante y, con harta frecuencia, en conniven-cia con los dirigentes del mundo rico.

Por el mismo motivo descartamos como agentes del bien común universal ala mayoría de los movimientos de ayuda a los pueblos del Sur surgidos en nuestromundo rico que, si bien cuestionan las consecuencias del sistema, no llevan talcuestionamiento hasta las bases o fundamento del mismo. Pues, aunque, al ponerante nuestro ojos los constantes efectos perversos del sistema, contribuyen, sinduda, a la toma de conciencia del mal, su acción, por parcial e incompleta, puedellevar –como arriba dijimos– a transitar por caminos agotadores y a la larga esté-riles, dada la abundancia de medios de que el sistema está dotado para destruir suacción benéfica con muy poco esfuerzo.

Así mismo grandes masas de los pueblos de los mismos países pobres encon-trarán dificultades para ser agentes de la transformación de mentalidades y estruc-turas, al haber –en conformidad con las tendencias egoístas con que están tam-bién amasados– asumido la cultura del enemigo, es decir, la del consumo yenriquecimiento; si bien, su situación de precariedad y su misma lucha por su iden-tidad y supervivencia acerca necesariamente a muchos pueblos a buscar éstas –laidentidad y la supervivencia– en formas de vida solidaria.

No queremos con esto quitarle valor a las protestas y luchas –véase el para-digmático Seattle– promovidas por personas y organizaciones desde el protago-nismo y la perspectiva de los pobres. Pensamos, por el contrario, que es necesa-rio cuidarlas y fomentarlas frente a un sistema que, creyéndose victorioso tras lacaída del así llamado socialismo real, ha exacerbado sus contradicciones.

Nos reafirmamos en que es la rebeldía de los pobres y de los que se colocanen su perspectiva la que puede inaugurar una nueva civilización solidaria, equita-tiva y fraterna; pero somos, así mismo, conscientes de las dos posibles desviacio-nes en que puede encallar: la pura reivindicación y la violencia. Las dos frustranla creación de una auténtica nueva civilización.

¿Cómo, entonces, «los pobres pueden llegar a ser sujetos y protagonistas deun futuro nuevo y más humano para todo el mundo»?

En la medida en que lleguen a ser «pobres en el espíritu». Estamos pensandoen Mahatma Gandhi, en Luther King, en Óscar Romero, tres modelos de pobresen el espíritu. Se colocan en la perspectiva de los últimos, asumen sus anhelos,necesidades y aspiraciones; viven en la pobreza y austeridad, porque, para ellos,vale más la persona que los máximos tesoros de la tierra; se enfrentan a los pode-rosos únicamente con la fuerza de la verdad, que los impulsa, contra toda lógicaegoísta, a desobedecerlos y denunciarlos; invencibles por la intimidación y elsoborno, dispuestos a no derramar otra sangre que la suya; introyectan en el pue-

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blo la convicción de que en la lucha por la justicia el primero que se salva es elagresor, a quien hay que rendir con la verdad hecha amor comprensivo, y que,por tanto, su lucha –la del pueblo– está liberando y salvando al mundo.

Es lógico que esta civilización nuestra de la competitividad y el hidrópico afánde posesión haya seguido a los maestros de la confrontación, llámense AdamSmith o Carlos Marx; pero hay que reconocer que esa civilización ya está agota-da históricamente, sólo quedan sus amargas consecuencias, pero no es ya creati-va. Si queremos la civilización de la fraternidad hay que seguir a otros maestros yandar otros caminos. No vale más de lo mismo.

En definitiva, estamos propugnando la civilización del amor, que siempre esextática –de éxtasis, no de inmovilidad– es decir, donde la búsqueda del otro y suunión con él en la verdad redunda en mutua perfección. Salida, pues, de símismo; no ensimismamiento sino apertura en donación a los demás. Aun vacián-dose de sí mismo, porque siempre por secretos veneros uno se llena hasta rebo-sar en la medida en que se entrega; otorgar la vida gozosamente para crearla yrecrearla en el prójimo. Desvivirse en mutua estima y servicio.

Pero dar la vida día a día o en un momento, y ello con alegría y gozo, exige,para que no sea locura irracional, descubrir la raíz de perennidad, de perpetuapermanencia de toda vida en la Vida. Descubrir y adorar el Misterio de UnidadAcogedora que lo abarca todo, aún lo que parece aparentemente destruido.

Es imprescindible, en una palabra, la religiosidad, el sentido de ligazón, decordón umbilical que nos une a todos con todo y con el Origen y el Destino. Nose trata tanto de una confesión religiosa cuanto de la vivencia del Misterio cons-cientemente acogido.

Nosotros no sabemos cómo un no-creyente puede llegar a vivir su ser tal que,cual resorte, lo lance a luchar limpiamente por los demás. Lo que afirmamos esque la lucha para que haya vida humana sobre la tierra es necesaria, debe ser lim-pia y no debe aparecer absurda.

Y también debe ser limpia la lucha del creyente; para lo cual debe huir deluchar desde estructuras de poder. Una de las más perjudiciales contradicciones dela Iglesia hoy es que, mientras limpiamente se esfuerzan en la lucha muchos cris-tianos de a pie en comunión con los pobres, otros –y peor si son jerarcas–, dia-logan de poder a poder con los poderes del sistema como si fuera posible llegara una entente.

En este número de la revista se habla abundantemente de América Latina.Tal vez nos podamos hacer entender mejor terminando este editorial con algunasnoticias reciente procedentes de la Iglesia del Brasil:

– La Iglesia de Brasil lanza un duro ataque contra la «desigualdad extrema» yla corrupción de los políticos. En su declaración se hace un análisis sin concesio-nes de la historia de Brasil y de la Iglesia desde los tiempos de la colonización.

– Los «sin tierra» ocupan edificios públicos en 18 estados brasileños.

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Page 209: Acción Cultural CristianaOBRAS PUBLICADAS 1. El movimiento obrero. Reflexiones de un jubilado. Jacinto Martín. 2. La Misa sobre el Mundo y otros escritos.Teilhard de Chardín

– Los indios de Brasil boicotean los actos del 5º Centenario.– La Iglesia de Brasil pide perdón por las injusticias sufridas por indios y

negros y apoya el movimiento de los «sin-tierra».Esta simbiosis de religiosidad y de lucha no-violenta de los pobres es lo que

propugnamos.

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