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José M. Gómez-Tabanera Universidades de Madrid y Oviedo BESTIARIO Y PARAÍSO EN LOS VIAJES COLOMBINOS: EL LEGADO DEL FOLKLORE MEDIEVAL EUROPEO A LA HISTORIOGRAFÍA AMERICANISTA La presente comunicación es fruto de una recapitulación de excursus anteriores, y al exponerla en California —imaginario marco de Las Sergas de Esplandian, quinto libro del Amadís de Garci-Rodríguez de Montalvo, pintándonos un reino de amazonas siempre en lucha con los turcos— la tengo bien presente. Reino éste a situar en las Indias en las que se acostumbraba a imaginar desde la antigüedad clásica un alucinante bestiario, pero también el Paraíso bíblico, que intentó localizar Colón. Este bestiario, más o menos fantástico, se ha nutrido de un sinfín de fantasías y consejas del Mundo Antiguo y que desde el Physiologus ale- jandrino (s. II a. C.) trascenderá a las Etimologías de San Isidoro de Sevilla (s. VI) con distinta intención, pero siempre reflejando la preocu- pación humana en torno a su naturaleza. El bestiario al que me refiero abarca todo tipo de seres fantásticos y monstruosos e incluso diabólicos, muchos de ellos recordados por sesudos cosmógrafos clásicos tales como Jenofonte, Megástenes, Ctesias de Cnido, Plinio e incluso padres de la Iglesia y viajeros medievales a Oriente, entre los que no sé por qué se suele incluir al inaferrable Juan de Mandeville. Por otra parte, puede interpretarse como un bestiario moral que se recuerda escrito y esculpido, y figura lo mismo la Historia Natural de Plinio, en el II Milione de Marco Polo, el Imago Mundi de Pierre de Ailly, pero también en las Cartas de Colón. Lo encontraríamos también, además que en el arte figurativo europeo, en creaciones literarias como los Spécula de Vicent de Beauvais; el Libro de Alexandre, el Mappe Monde de Pierre de Beauvais, el Thesaurus de Brunetto Latini, múltiples cantares de gesta, ciclos caballerescos, lírica y novelas varias. Con el Cristianismo se incorpora, al bestiario en cuestión, a Satán —el diablo de la conseja cristiana—, asimilando al mismo los monstruos y quimeras, que, según es sabido, pueblan ámbitos infernales. Así, el dragón, la esfinge, el basilisco, la hormiga-león, pero también unicornios, sirenas, tritones, centauros, sátiros, etc., sin menoscabo de admitir seres monstruosos más o menos humanos de naturaleza maligna e incluso

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José M. Gómez-TabaneraUniversidades de Madrid y Oviedo

BESTIARIO Y PARAÍSO EN LOS VIAJES COLOMBINOS:EL LEGADO DEL FOLKLORE MEDIEVAL EUROPEO

A LA HISTORIOGRAFÍA AMERICANISTA

La presente comunicación es fruto de una recapitulación de excursusanteriores, y al exponerla en California —imaginario marco de Las Sergasde Esplandian, quinto libro del Amadís de Garci-Rodríguez de Montalvo,pintándonos un reino de amazonas siempre en lucha con los turcos— latengo bien presente. Reino éste a situar en las Indias en las que seacostumbraba a imaginar desde la antigüedad clásica un alucinantebestiario, pero también el Paraíso bíblico, que intentó localizar Colón.

Este bestiario, más o menos fantástico, se ha nutrido de un sinfín defantasías y consejas del Mundo Antiguo y que desde el Physiologus ale-jandrino (s. II a. C.) trascenderá a las Etimologías de San Isidoro deSevilla (s. VI) con distinta intención, pero siempre reflejando la preocu-pación humana en torno a su naturaleza.

El bestiario al que me refiero abarca todo tipo de seres fantásticos ymonstruosos e incluso diabólicos, muchos de ellos recordados porsesudos cosmógrafos clásicos tales como Jenofonte, Megástenes, Ctesiasde Cnido, Plinio e incluso padres de la Iglesia y viajeros medievales aOriente, entre los que no sé por qué se suele incluir al inaferrable Juande Mandeville. Por otra parte, puede interpretarse como un bestiariomoral que se recuerda escrito y esculpido, y figura lo mismo la HistoriaNatural de Plinio, en el II Milione de Marco Polo, el Imago Mundi dePierre de Ailly, pero también en las Cartas de Colón. Lo encontraríamostambién, además que en el arte figurativo europeo, en creacionesliterarias como los Spécula de Vicent de Beauvais; el Libro de Alexandre,el Mappe Monde de Pierre de Beauvais, el Thesaurus de Brunetto Latini,múltiples cantares de gesta, ciclos caballerescos, lírica y novelas varias.

Con el Cristianismo se incorpora, al bestiario en cuestión, a Satán —eldiablo de la conseja cristiana—, asimilando al mismo los monstruos yquimeras, que, según es sabido, pueblan ámbitos infernales. Así, el dragón,la esfinge, el basilisco, la hormiga-león, pero también unicornios, sirenas,tritones, centauros, sátiros, etc., sin menoscabo de admitir seresmonstruosos más o menos humanos de naturaleza maligna e incluso

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sujetos a patologías como enajenados, tullidos y leprosos, así comodesgraciados con enfermedades terminales que vivían marginados ohacinados, extramuros de la ciudad medieval. Seres a asimilar hoy congentes a quienes la degradación, la drogadicción, etc., han tornado enchivos emisarios, en los que se descargan penas, amarguras y odios amanifestarse en algunos sectores de la sociedad.

En el Medievo europeo los entes monstruosos y bestias repelentes sesuponían habitantes en las denominadas tinieblas exteriores, en losconfines de la Ecúmene, asimilándoles a veces a "razas" cuyos rasgosmonstruosos se consideraban congénitos. A estas razas se asimilabangentes un tanto exóticas. Así los pigmeos, a los que Herodoto haríafamosos y quien los describió como homúnculos de un codo de estatura—Pigme = codo, medida de longitud correspondiente a la distancia quemedia desde la articulación del brazo hasta la articulación de la mano—,y que, al parecer, moraban en las riberas del Nilo, enzarzados —segúnPlinio— en continuas peleas con las grullas. Son los mismos de quehablará Odorico de Podernone, antes que Juan de Mandeville. Por suparte Ctesias de Cnido (s. IV a. C.) nos describe, al igual que Megás-tenes, presuntas razas monstruosas de la India. Dos siglos después todasestas referencias serán recogidas por el romano Plinio trascendiendo aSolino, Macrobio, Marciano Capella e incluso a San Agustín, pero tam-bién, ya en el siglo VI, al anónimo autor del Liber Monstruorum (s. VI),a San Isidoro, Aethicus Ister (s. VII) y Rábano Mauro (s. IX), considera-dos autoridades.

Las artes figurativas no irán a la zaga en sus elaboraciones a lahistoriografía fantástica, como podemos apreciar en el arte copto, sasániday románico... con sus interpretaciones de amorosas sirenas, démones,dragones, sátiros, centauros, etc. A fin de cuentas, constituirán losarquetipos de las bestias que pretenden localizar Colón y sus seguidoresen las Indias Occidentales y que veremos multiplicarse en numerososcentones medievales. Henos ante un bestiario que hemos intentadoclasificar en otro lugar, diferenciando hasta cuarenta especies o tipos, nofaltando "raza femenina," ni hermafroditas. Colón, por ello, quizá noshable de colectivos de mujeres de la Isla Matinino —quizá la Martinica—,poblada por mujeres solas y armadas, dando pie a la conseja de la "Islade las Mujeres" que Juan de Grijalba buscará en las costas del Yucatán(1518), y cuya localización preocupará asimismo a Diego Velázquez yHernán Cortés y lustros después, identificándoles con las amazonas

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(1541), a Orellana. Mujeres legendarias que habrá de describir el P.Carbajal, separándolas de otras mujeres infernales del folklore europeo:ogresas, brujas, diablesas, sirenas, sheilas, gorgonas, antropófagos con la vaginadentada, etc. Todas ellas féminas diabólicas cuyo arquetipo lo da lacelebérrima Melusina, cuyos encantos sobre el débil mortal venían aproducirle algo parejo al que hoy se conoce como síndrome de Estocolmo.

Durante el Medioevo y con anterioridad al descubrimiento deAmérica, proliferaría en Occidente la llamada literatura de viajes,adobada con diversos monstruos. Así, los viajes de Odorico dePodernone, Giovanni de Pian di Carpini, Guillermo de Rubruck o losPolo. Este encuentro in situ con los monstruos —voz que viene demostrar— permite el conocimiento de otras humanidades, que nadieconsideró como preadanitas, aunque plantearon las primeras preocupa-ciones raciales. ¿Son, acaso, estos repelentes hombres "degenerados"descendientes de Adán? La cuestión (dismorfofobia) preocupó a SanAgustín, pero también a San Isidoro cuando en sus Etimologías (XI, 3, 7-39), y hace que frente al homogenismo pueda plantearse ya descubiertaAmérica el poligenismo, después de que el hugonote Isaac de La Peyrerehable de los preadanitas como supuestos primeros pobladores de lasIndias occidentales, formulación considerada herética.

También otra cuestión. ¿Los monstruos son buenos o malos? Quizápor definición se les considera satánicos, aunque hay excepciones. Así, elsátiro dialéctico que se presentó al ermitaño San Antonio en el desiertode La Tebaida, según nos relata San Jerónimo. O el similar, capturado enAlejandría e incluso aquel del que nos habla Vicente de Beauvais,relatándonos cómo otro, quizá del mismo género, se personó ante laCorte de Luis, rey de Francia. Quizá no fuera más que un "humanoanormal." San Bernardo, en una fórmula feliz, ha hablado de deformisformositas ac formosa difformitas, reconociendo la fealdad del monstruocomo algo connatural al plan divino creador, por lo que de ello quizáresulte belleza. Algo parecido debieron pensar nuestros fauves, perotambién Picasso y Dalí, aunque en otro sentido que el tratadista C.Kappler, quien interpreta todas estas presencias monstruosas en laAntigüedad y Medievo como consecuencia de una "anomalía normal,"conclusión a la que pudo llegar el propio Colón antes o después de sussingladuras ultramarinas, tras imaginar los monstruos, maravillas ysingularidades con que se topa en sus Indias.

De todas formas, la Europa medieval tenía ya sus particulares vistas

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de monstruos, entre los que incluía a Gog y Magog, adversarios letalesdel Cristianismo y que moraban junto al legendario preste Juan, que diopábulo a tantas consejas hasta que se identificó su reino con el de Negusde Etiopía a raíz de algunos relatos lusitanos (s. XVI).

Ahora bien, el que existieran monstruos parecía obvio, inclusoservirían de exempla para la humanidad medieval, tras incluirlos en losGesta Romanorum y ser recreados continuamente por un Durero, unGrueghel o por un Bosco, y figurar en las más dispares novelas decaballerías. El que Europa en el s. XVI los pueda localizar en las indiascon independencia de que la Europa protestante que empieza a emergerrepresente al Papa de Roma como si de un Monstruo exótico se tratase,cuya imagen —aunque inspirada en una mezcla de Satanás y homosylvaticus más repelente— no tiene nada que ver con el Buen Salvaje quese ha descubierto en América, donde el hombre del Renacimiento ve loque se ha perdido al no vivir en "estado de naturaleza" y en la idolatríae incluso siendo caníbal y sodomita antes que subyugado por el príncipefeudal, la Iglesia y la idiosincrasia de su entorno. Se empieza a perfilarasí la que llamamos historiografía indiana a florecer bajo los Habsburgocon independencia del legado del folklore medieval. Empieza a configu-rarse el llamado conocimiento etnológico propiamente dicho. La Era delos Descubrimientos dará pábulo a un ansia feroz por abolir a "el otro,"síndrome al que no será ajeno el conquistador cuya insania por abolir asu otro yo —el monstruo, el salvaje, etc.— y a la vez su ansia y dominiole llevará a extremos de todos conocidos.

Y todo esto porque Colón quiso desde un primer momento identificarel bestiario mítico que desde la Antigüedad situaba en los confines de lasIndias en un Nuevo Mundo recién inventado. Es lógico que se dieran unaserie de relatos fabulosos y que Europa al conocer los indios traídos porColón en su primer tornaviaje para mostrarlos a los Reyes Católicos enBarcelona hiciera realidad la leyenda. Por entonces nadie imaginaba quecon ellos quizá llegó un temible mal venéreo —la sífilis—, sólo equipa-rable hoy con otro asimismo de origen foráneo, conocido por las inicialesde su diagnóstico (S.I.D.A.), con millones de víctimas, al cuarto de siglode detectarse.

Pese a todo, empezarían a escribirse mil cosas portentosas sobre elNuevo Mundo descubierto, confundiendo estas Indias Occidentales conlas Orientales. No es de extrañar, pues, que en su segundo o tercer viajeColón decidiera encontrar el Paraíso perdido de los antiguos, del que

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hablaban los padres de la Iglesia y figuraba en los ingenuos mapas delos Beatos. Un Paraíso que tópicamente se enmarcaba entre los ríos Fisón(Ganges), en el que se hallan "muchas piedras preciosas y mucho maderode aloe y gran mena de oro"; el Agrón (Nilo); el Tigris y el Eufrates...Pero también la Fuente de la Eterna Juventud, buscada ansiosamentedesde siglos atrás. Los europeos en los trópicos pueden imaginar todaslas cosas al suponerse en ámbitos en los que se relajaban totalmente, encuerpo y espíritu, independientemente de que pudieran ser morada delos más sorpresivos monstruos. ¿Por qué no? ¿Acaso no se trata de unNuevo Mundo, en el que se hace lugar común la antropofagia, elcanibalismo, la sodomía, la sexualidad desatada y toda una serie decomportamientos "inhumanos"? No es de extrañar, pues, que el cosmóg-rafo Juan de la Cosa le situase bajo el signo de Gog y Magog en sufamoso mapa (1509), a la vez que en la misma figure un blemnia (esdecir, un monstruo acéfalo con los ojos en los homóplatos y la boca enel abdomen y un cinocéfalo).

Habría de transcurrir toda una generación hasta poner cierto ordenal caos mental desatado con la expansión oceánica. También unos añosmás después de que la nao victoria circunvalase el globo y los mássesudos logógrafos y naturalistas, a partir de acosta, renunciasen a ubicarlos supuestos monstruos de las indias orientales en las indias occiden-tales/nuevo mundo/américa. Sin embargo, éstos no cejan y lasindias/américa pasarán a ser escenario de maravillas para muchos quesabían lo suyo de novelas de caballería con sus endrialgos y gigantesincluidos, ahí están las californianas amazonas de la reina calafia o lasatractivas sirenas que theodore de bry y otros artistas del siglo xvi565gustan de figurar en la historia de las naos... ¡Ah! y esas irresistiblesféminas indias siempre receptivas al conquistador... Claro que tambiénestán los inquietantes y despiadados antropófagos del Caribe, de lasGuayanas y el Brasil, que hacen pitanzas de más de algún desventuradonáufrago.

No obstante, a finales del siglo XVI se ha conseguido eliminar decrónicas y relaciones geográficas del Viejo Mundo todo ese bestiariofantástico, legado a fin de cuentas del folklore europeo, pese a que algúnrecalcitrante como sir Walter Raleigh pretenda seguir viendo blemnias enVenezuela y algún relator hispano siga avistando en los virreinatos algúnque otro monstruo. Sin embargo, seguirá vigente el salvaje que hatrascendido del hornos sylvaticus europeo, convirtiéndose en la Europa

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iluminista del siglo XVIII en el buen salvaje. Nace así un nuevomonstruo, esta vez humano, pero que servirá ahora de leitmotiv para unsinfín de especulaciones ideológicas que llevan, por un lado, al exteriorla Revolución francesa, pero por otro a la eclosión de la etnología.

Retomando un párrafo anterior y de acuerdo con el contenido de lapresente comunicación quizá debamos decir algo del Paraíso Terrenalque Colón pretendió encontrar al llegar navegando durante su tercerviaje ante las bocas del Orinoco. Se cumplía así uno de su más carosanhelos, si recordamos su un tanto desordenado libro de las profecías, queha vuelto a ser revisado en estos fastos.

La conquista del Paraíso ha nutrido desde la antigüedad y sobre todotras la difusión de esa religión universal que es el Cristianismo losanhelos de millones de hombres. Se representará de mil formas en losprimeros mapas de la Cristiandad, pero también se le imaginará enpolicromados códices y Beatos como el de Valcavado o el de San Severo{área 736) y en visiones del mundo como las de Hereford y el mismotapiz de Gerona. Por lo general, se le localiza en Mesopotamia, aunquela epopeya céltico-irlandesa-cristiana no tiene empacho en buscarle enalguna ínsula atlántica, como lo hace San Brandan en su busca de esaTierra feliz de la mitología céltica, amurallada en oro, mármoles ypiedras preciosas y que encierra un jardín con ríos de leche y miel, floresy frutos maravillosos, un clima sin frío, ni calor y donde no se siente nihambre ni sed, ni adversidad... ¿Quién quiere más? Ni siquiera MarcoPolo cuando moraba en el palacio del Khan de Cathay.

En la iconografía medieval siempre se presentará el mismo con Adány Eva junto al famoso árbol del bien y el mal pero también a la siempremaligna de la conseja bíblica.

¿Dónde está el Paraíso? ¡Quién lo sabe! El Bosco, al parecer, lo situóen un lugar donde se daba el drago, el árbol que hoy sigue dándose enel Archipiélago Canario, las Islas de los Afortunados. Otros lo situaronen evanescentes islas atlánticas, así la Isla de Las Siete Ciudades, Antilia,Brasilia, etc. y cuya localización tras tentativas castellanas y lusitanashizo pensar en la mítica Atlántida. Pero indudablemente había tierrasignotas al Occidente como parecían demostrarlo maderos labrados eincluso cadáveres traídos por el mar... Colón durante su estancia enPorto Santo —dominio atlántico del rey de Portugal— lo vio bien claro.Se explica pues que viviera entonces ese proceso anímico que el finadoMircea Eliade ha denominado "nostalgia del Paraíso" sobre todo, tras

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conocer a raíz de su descubrimiento la naturaleza ubérrima a expresarseen los mares antillanos en "jardines maravillosos," que el mismo octubrede 1492 pudo contemplar en La Isabela y un mes después en la isla deMoa, inspirándole en su segundo viaje, a la hora de bautizar "jardín dela reina" a una guirnalda de islas.

La "nostalgia del Paraíso" hace que el mismo Colón intente ubicarleintentando identificar las costas de los distintos mapamundis del orienteque conoce con las de las Indias Occidentales que explora. En este anhelode identificaciones está bien claro sobre todo a raíz de su tercer viaje trasarribar al Golfo de Paria. Allí empieza a forjarse la idea de que el planetano es totalmente esférico sino más bien asume forma de pera, cuya partesuperior corresponde al Paraíso Terrenal. Esta idea de Colón querealmente no es original le permite pensar que el Paraíso Terrenal seencontraba situado por encima de la línea ecuatorial y que cuando lleguefrente a las dos "bocas" del Orinoco frente al Golfo de Paria, crea queestá a punto de descubrir el Paraíso de donde sale el río de agua dulceque identifica. "Y si de allí del Paraíso no sale, parece aún mayormaravilla, porque no creo que se sepa en el mundo de río tan grande ytan fondo," la localización le obsesiona "y digo que si no procede delParaíso terrenal, que viene de este río y procede de tierra infinita, puesel Austro de la cual fasta agora no se ha habido noticia," para terminarla relación de su tercer viaje:

Y agora, entretanto que vengan noticias de esto, de estas tierras queagora nuevamente he descubierto, en que tengo sentado en el ánimaque allí es el Paraíso Terrenal, irá el Adelantado con tres navios bienataviados para ello a ver más adelante, y descubrirán todo lopudieran de aquellas partes.

Cabe suponer el impacto de tales afirmaciones: tres naos a laconquista del Paraíso... Y todo ello durante una singladura atlántica.Pues el caso es que a partir de ahora nadie convencería a Colón de queno había estado "realmente" en las proximidades del Paraíso Terrenal.Naturalmente, nadie creyó a Colón, lo que le produjo tristeza yconsternación. ¿Qué quería? Colón aún no tenía conciencia de que habíadescubierto "otro mundo" que no tenía nada que ver con las Indias desiempre.

Por otra parte, contemporáneos como el mismo Américo Vespucci,

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parecían pensar igual que Colón ante las tierra a que arribaban. "Si elParaíso Terrenal existe en alguna parte no debe distar mucho de aquí,"nos espetará solemnemente Vespucci en su Mundus Novus (1501). YColón no cejaba, apelando incluso a autoridades y sabios teólogos. Deaquí que insista: "Muy asentado tengo en el ánima de allí donde dije esel Paraíso Terrenal y descanso sobre razones y autoridades sobreescrip-tas."

Cabrían traerse asimismo a colación otros relatos que despertaron enla Europa del s. XVI el anhelo de descubrir o recobrar el bíblico Edén,a la vez que la "nostalgia del Paraíso." El mismo Pedro Mártir deAnghiera no es inmune al hecho (cf. Década I, lib. III. Cap. IV), cuandotiene la ocurrencia de asimilar la imagen del Paraíso al que pretendíahaber llegado Colón, con esa Edad de Oro, evocada por los clásicos, congentes desnudas en estado de inocencia sin el mortífero dinero, sin leyes,sin jueces prevaricadores, sin libros, contentándose con la naturaleza. En suma,además del túnel del tiempo, una maravilla ecológica. En realidad nosenfrentamos ante el ideal inaferrable del Humanismo: un mundo sin tuyoni mío, que quizá pudo existir antes que el socialismo utópico intentaseconseguirlo. Por todo ello no es de extrañar que Colón, antes deemprender su cuarto y último viaje, prometiese a la Reina Isabel arribaral anhelado Paraíso. Viaje éste para el que —por lo que pudiera ocurrir—,llevó consigo una vez más un trujimán que dominase el árabe.

Fray Bartolomé de las Casas, que llegó a gozar de la total confianzadel Almirante y de sus descendientes, hasta el punto de rehacer ante losllamados "pleitos colombinos" el Diario del primer viaje del Almirante,en evitación de cualquier duda razonable, quiso justificar en su día laobsesión colombina por el Paraíso, basándose no sólo en razonesteológicas, sino también en idílicas descripciones que hoy, en 1992,hubieran movido una vez más a la "nostalgia del Paraíso" a más de unode los participantes de la recién celebrada Conferencia de Río:

La templanza y suavidad de los aires, y la frescura, verdor y lindezade las arboledas, la disposición graciosa y alegre de las tierras, quecada pedazo y parte de ellas parece un paraíso; la muchedumbre ygrandeza de tanta agua dulce, cosa tan nueva; la mansedumbre ybondad, simplicidad, liberalidad humana y afable conversación.{Historia de las Indias, cap. CXL.)

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Aquí quisiéramos terminar, no sin antes recordar que el tema delParaíso Terrenal se pondrá de moda en todo el s. XVI e incluso XVII pormotivos incluso harto distintos que los que ensimismaban a Colón,aunque se mire como un tema religioso en muchas de las mentes que loabordan, desde el P. Suárez a Walter Raleigh o el pastor anglicanoMarmaduke Carver. No falta, sin embargo, quien busque un carácteralegórico al relato del Génesis. A mediados del s. XVII el sicilianoInveges apela, para defender su realidad, a la autoridad de Ireneo,Tertuliano, Epifanio, San Agustín y San Jerónimo. Todo vale paraconcretizar la realidad del Paraíso, oponiéndose incluso a las tesisluteranas que afirman que el Paraíso histórico ya no es lo que era. Noobstante, en España se seguiría, aún largo tiempo, pensando en larealidad del Paraíso. Ahí está nada menos que Antonio de León Pinelo(1596-1660), malogrado Cronista Mayor de Indias, descendiente de unconverso portugués y que durante cuatro lustros vivió en Indias, nosdejó dos gruesos y farragosos volúmenes con el ánimo de demostrar queel Paraíso Terrenal hay que situarlo en el corazón de América y que loscuatro ríos que según las Escrituras lo bañaban, eran ni más ni menosque el Río de la Plata (incluyendo el Paraná y el Paraguay), el Orinoco,el Magdalena y el Amazonas. La obra se ilustrará con un fantástico mapadel Edén: Continents Paradisi. Henos pues aún mantenida la creencia enel Paraíso Terrenal como paisaje intocable y que priva aún en elsubconsciente de numerosos ecologistas contemporáneos. Sin embargo,en la era de los descubrimientos, la búsqueda del Paraíso Terrenal aúnpodría asociarse a otro anhelo mesiánico: la búsqueda de la eternajuventud. Pero eso es otra historia...

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