AL-ANDALUS Y EL ISLAM EN EL SUBCONSCIENTE COLECTIVO ESPAÑOL. Abdelatif Oufkir. Revista Alif Nun

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    AL-ANDALUS Y EL ISLAMEN EL SUBCONSCIENTE COLECTIVO ESPAOL [1]

    Abdelatif Oufkir

    habiendo y debiendo ser los historiadores puntuales, verdaderos y no nadaapasionados; y que ni el inters, ni el miedo, el rencor ni la aficin no les haga torcer el

    camino de la verdad, cuya madre es la historia, mula del tiempo, depsito de lasacciones, testigo del pasado, ejemplo y aviso de lo presente y advertencia de lo porvenir.

    [...] los historiadores que de mentiras se valen habran de ser quemados, como los quehacen monedas falsas [...] La historia es cosa sagrada, porque ha de ser verdadera, y

    donde est la verdad, est Dios, en cuanto a la verdad.

    Miguel de Cervantes Saavedra

    El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Parte Primera, cap. IX y Parte

    Segunda, cap. III

    Introduccin

    Que la historia la escriben los vencedores es algo sobradamente conocido. Si

    bien la historia debera ser, en la medida de lo posible, estudiada objetiva ydesapasionadamente, sin embargo, en un nmero muy elevado de casos el relato de los

    hechos histricos se nos presenta interpretado en funcin de la ideologa predominanteen ese momento, al servicio

    de los poderes polticos yeconmicos de turno.

    La manipulacinhistrica es especialmente

    significativa en lo querespecta a los mitos

    fundacionales de losmodernos Estados

    nacionales, y la visin de loshechos puede ser

    radicalmente opuestadependiendo de lanacionalidad del historiador

    que estudie un determinadoacontecimiento [2].

    En el caso espaol, la presencia de los musulmanes en la Pennsula Ibrica entrelos siglos VIII y XVII d.C. ha servido como elemento aglutinador para, durante los

    ltimos quinientos aos, crear una conciencia de la identidad hispana en oposicinradical, diramos casi metafsica, a todo lo que tenga que ver con el Islam y los

    musulmanes. Ms all del interesante debate acadmico entre historiadores como ClaudioSnchez Albornoz y Amrico Castro [3], la presencia musulmana en la Pennsula Ibrica

    reviste una importancia capital para comprender qu y quines son los espaoles, pues yase sabe que aquel pueblo que no conoce su historia est condenado a repetirla.

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    Una ausencia inexplicable

    En un primer acercamiento a los libros de historia y a los textos escolaresespaoles resulta sorprendente comprobar como los habitantes de la Pennsula Ibricaparecen haber desaparecido de escena a la llegada de los musulmanes en el siglo VIII.Segn los textos histricos al uso, el nmero de rabes invasores rondara entorno a lostreinta mil, los cuales habran conquistado por la fuerza de las armas y en un breve lapso

    de tiempo la casi totalidad de laPennsula. Cabra preguntarse quhacan entretanto los millones dehabitantes peninsulares, quienesparece ser que no opusieronresistencia alguna frente a esasupuesta invasin de unos pocosmiles de musulmanes. No obstante,en aparente oposicin a estainexplicable ausencia, los

    verdaderos espaoles han sidoconsiderados descendientes de losceltberos romanizados y de losvisigodos, que ahora s,sorprendentemente, aparecen en laescena de la historia. De este modo,estos pueblos son identificados con elpueblo espaol, pero nicamenteaquellos sectores conversos al

    catolicismo, ignorando no slo las conversiones al Islam de buena parte de la poblacinasentada en el solar hispano, sino tambin la presencia en nmero muy importante decristianos arrianos, en pugna contra los catlicos [4], y de numerosas comunidades judasasentadas en la Pennsula desde poca fenicia [5].

    En un libro escolar de historia, publicado en Crdoba en 1927, se dice: estaciudad [Crdoba] antes de ser tuya perteneci a los romanos, godos y rabes y a losReconquistadores, tus antepasados. Y aunque se puede afirmar que, con la llegada de lademocracia, los aos ochenta marcan un cierto cambio en el modo de exponer la historia,todava puede leerse en un texto de 1982 que los mudjares son moros arraigados en elterritorio cristiano, en lugar de definirlos simplemente como musulmanes en territoriocristiano, confundiendo de este modo un trmino de carcter tnico con una

    denominacin religiosa [6] . Estos son slo algunos de los muchos ejemplos que nosilustran una determinada visin de la historia, segn la cual la identidad religiosa se erigeen el factor clave para definir la pertenencia a la nacin espaola y para marcar unasupuesta continuidad histrica de la idea de Espaa, desde la Antigedad hasta nuestrosdas, convirtiendo as a la nacin en una unidad de destino en lo universal.

    Confundiendo la unidad con la uniformidad

    Si bien, como ya hemos mencionado, la llegada de la democracia atemper encierta medida el discurso de la Espaa uniforme y monoltica, algunas de las ideas-fuerzaque forjaron el concepto de Espaa durante los ltimos cinco siglos han permanecidocasi intactas hasta nuestros das entre sectores muy significativos de la sociedad espaola.As, buena parte de la historia oficial defiende todava el mito de la Reconquista, puesste contribuye entre ciertos sectores de la poblacin a reforzar un sentido mal entendido

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    de la unidad espaola. La celebracin, cada 2 de enero, de la toma de Granada por losReyes Catlicos es una buena muestra de lo afirmado.

    Acontecimientos relativamente recientes de la historia espaola, como la GuerraCivil, han sido revisados, modificndose sustancialmente la versin que la Espaa

    franquista presentaba al respecto. Para ello se han eliminado o cambiado dedenominacin algunas celebraciones (Desfile de la Victoria/ Desfile de las Fuerzas

    Armadas) y se han reconocido los derechos de las vctimas del franquismo, en forma decompensaciones econmicas. En contraste, sucesos mucho ms alejados en el tiempo,

    como la conquista de Granada en 1492, parece que no han sido superados por completo

    y todava requieren de una escenificacin que permita una exaltacin nacionalista sinmucho sentido en estos tiempos, teniendo en cuenta que el enemigo fue derrotado hace

    ms de quinientos aos. Semejante puesta en escena slo tiene sentido en el caso de quesea necesario actualizar la existencia de la amenaza muslmica, ya sea sta real o

    imaginaria. Slo as se explica la pervivencia de una celebracin que eleva a categora demito una aventura militar que supuso la negacin de los derechos ms elementales para

    buena parte de la poblacin asentada en la Pennsula.

    La continuacin de esta celebracin supone la permanencia, en el terreno de lo

    simblico, de una determinada percepcin de la historia, aunque en el terrenoinstitucional y poltico se observen tambin este tipo de resistencias, en este caso ms

    sutiles, pues tienen mayor relacin con las medidas no adoptadas que con las accionesllevadas realmente a cabo. En efecto, desde la Administracin espaola se ha venido

    imponiendo con demasiada frecuencia el lema de ni una mala palabra, ni una buenaaccin. Las dificultades para desarrollar los acuerdos entre el Estado y las religiones

    reconocidas como de notorio arraigo en Espaa, entre las que se encuentra el Islam, sonun ejemplo de cmo este tipo de inercias impiden la completa integracin de la

    personalidad musulmana en el conjunto de la sociedad espaola, pues el pleno desarrollode estos acuerdos afecta a mbitos tan fundamentales como el establecimiento de unrgimen de financiacin para las comunidades islmicas legalmente reconocidas, o el de

    la educacin islmica en los centros pblicos de enseanza.

    Sin duda, algunas actuaciones vendran a facilitar la integracin y la definitivanormalizacin de las relaciones de la Administracin con la comunidad musulmana

    espaola. La primera, de un carcter puramente simblico, podra ser la concesin de lanacionalidad a los descendientes de los moriscos expulsados en 1609-1613, medida sta

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    que supondra la plena equiparacin de este colectivo con el de los descendientes de los judos sefardes expulsados en 1492, a quienes ya se les concedi la nacionalidadespaola en 1992. La segunda, de un calado ms operativo y prctico, pasara por elreconocimiento de los idiomas rabe y tamazigh muy extendidos entre la poblacin deCeuta y Melilla como lenguas oficiales en estas dos ciudades autnomas,concedindoles de este modo el mismo estatus que al resto de lenguas oficiales habladasen el territorio espaol y, por tanto, las mismas posibilidades de desarrollo y deimplantacin sociales. No podemos olvidar que un porcentaje muy elevado de la

    poblacin que habla esos dos idiomas en Ceuta y Melilla son ciudadanos espaoles depleno derecho, y su nmero e influencia crecen da a da.

    Volviendo de nuevo al tema de la Reconquista, no comprendemos cmo esposible que se le puedan suponer una unidad ideolgica y una continuidad histrica aunos acontecimientos que se desarrollaron a lolargo de ocho siglos es decir, casi treintageneraciones!, tal y como la historia oficial havenido afirmando. A lo largo de tan dilatadoperiodo de tiempo es fcil suponer que las pocas

    de guerra se alternaran con las de paz y que unainmensa variedad de situaciones sera posible enla relacin entre ambas comunidades. De hecho,no fueron infrecuentes las alianzas entrecristianos y musulmanes para hacer frente aamenazas, ya fueran del lado musulmn ocristiano, que pudieran poner en peligro interesescomunes. Un ejemplo paradigmtico es el deRodrigo Daz de Vivar, el llamado CidCampeador, noble castellano del siglo XI quetras una disputa con Alfonso VI se ofreci comojefe militar al monarca musulmn de Zaragoza ytermin sus das como gobernador independientede la ciudad musulmana de Valencia. Estoshechos, sin embargo, no han impedido que lahistoria oficial haya encumbrado al Cid comouna de los grandes hroes cristianos de la Reconquista.

    Todo nos hace suponer, por tanto, que la idea de Reconquista es un mitoelaborado a posteriori con la intencin de proporcionar un sentido y una justificacinhistricos a la persecucin y posterior expulsin de musulmanes y judos peninsulares,

    siendo la figura de los Reyes Catlicos la culminacin de ese proceso de Reconquista.En efecto, Isabel y Fernando han representado para muchas generaciones de espaoles elsmbolo de la unidad nacional; sin embargo, si analizamos los datos histricos con msdetenimiento llegamos a la conclusin de que el asunto es bastante ms complejo. Enprimer lugar, lejos de perseguir la unidad de todos los cristianos de la Pennsula, el enlaceentre Isabel y Fernando buscaba una unin poltica entre las dos ramas de la casa real delos Trastamara, la castellana y la aragonesa, a la que ambos cnyuges pertenecan. Estaalianza estrictamente estratgica queda evidenciada por el hecho de que, a la muerte deIsabel en 1504, el trono de Castilla pas a manos de su hija Juana, mantenindose de estemodo la separacin entre los reinos de Castilla y Aragn [7] .

    Otro hecho que demuestra el poco fervor patritico manifestado en laPennsula es el caso del Reino de Navarra. La inclinacin que sentan los reyes navarrospor la poltica francesa y las negociaciones para casar a su primognito Enrique, Prncipede Viana, con una hija de Luis XII de Francia fueron los argumentos que esgrimi

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    Fernando el Catlico para conquistar Pamplona, capital del Reino independiente deNavarra, en 1512. En 1515, en Burgos, las Cortes de Castilla, sin presencia de navarros,decidieron la incorporacin de Navarra a la Corona de Castilla.

    La situacin descrita nos muestra, por tanto, una Pennsula Ibrica en verdadmuy poco unida y muy alejada de los ideales de Reconquista a los que apela la historiaoficial. La creacin por la fuerza de un Estado fuerte y centralizado, con evidentesaspiraciones imperiales, signific la eliminacin de los derechos de ciudadana para

    buena parte de los habitantes de la Pennsula Ibrica. En contraste, la sociedad hispanamedieval, tanto en territorio cristiano como musulmn, reconoci y puso en prctica losderechos de las minoras religiosas, aunque en ciertos aspectos stos fuesen limitados [8].Este es el caso del estatuto de las minoras protegidas (dimmes) de judos y cristianos, enterritorio musulmn, o el de los mudjares, en tierras cristianas [9].

    Conclusin

    El artculo 16 de la Constitucin Espaola garantiza la libertad de religin y deculto, precisando que ninguna confesin religiosa puede tener carcter estatal. Para queeste principio constitucional tenga un efecto prctico es necesario que la educacindesempee el importante papel de inculcar a las generaciones presentes y futuras elespritu de respeto hacia el otro, necesario para construir una sociedad realmente

    democrtica y solidaria. Y el conocimiento de la historia, libre de mitos y de leyendasprefabricadas, puede contribuir decisivamente a esta labor.

    BIBLIOGRAFA

    - Ahmad Thomson / Muhammad Ata ur-Rahim,Historia del genocidio delos musulmanes, cristianos unitarios y judos en Espaa, Junta Islmica ,Salobrea (Granada), 1993.- Amrico Castro, Espaa en su historia. Cristianos, moros y judos ,Editorial Crtica, Barcelona, 2001

    - VV.AA, Amrico Castro y la revisin de la memoria. El Islam enEspaa , Editorial Libertarias, Madrid, 2003.- Ignacio Olage, La revolucin islmica en Occidente, EditorialPlurabelle, Crdoba, 2004.- W. Montgomery Watt, Historia de la Espaa islmica , Alianza

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    Editorial, Madrid, 2005.- Serafn Fanjul,La quimera de al-Andalus , Editorial Siglo XXI, Madrid,2006.

    NOTAS.-

    [1] Para ms informacin sobre las relaciones entre Espaa y el Islam, vase Mohammed Chakor,

    Espaa y el Islam: del medioevo a nuestros das , en revistaAlif Nn n 44, diciembre de 2006.

    [2] Por ejemplo, mientras que Atila, el famoso rey de los hunos, es considerado como el hroe nacionalde Hungra, para el resto del mundo es un conquistador sanguinario y despiadado. Otro tanto podradecirse de figuras como Julio Csar, Gengis Khan o Napolen, y otros muchos.

    [3] Castro seal la importancia que en la cultura espaola tuvieron las minoras judas y musulmanasque fueron marginadas por la cultura cristiana dominante. Estudi especialmente los aspectos socialesde esta segregacin en la literatura espaola y sus consecuencias a travs del problema de los

    judeoconversos y los marranos, lo cual trajo como consecuencia la formacin de una identidadconflictiva y un problemtico concepto de Espaa. Seal la pervivencia de "castas" separadas inclusodespus de las conversiones masivas a que dio lugar la monarqua de los Reyes Catlicos y el papel que

    jugaron en ello los estatutos de limpieza de sangre. Al respecto polemiz vivamente con ClaudioSnchez Albornoz, quien mantena posturas diametralmente opuestas.

    [4] Algunos autores, como Ignacio Olage, consideran que esta pugna entre cristianos arrianos ycristianos catlicos estara en la base de la llegada de los musulmanes a la Pennsula. En efecto, a lamuerte de Witiza (702-710), quien practica una poltica desfavorable a los intereses catlicos, se habraproducido una pugna por el trono entre Ajila, su hijo, y el candidato catlico Don Rodrigo. Lospartidarios de Ajila son derrotados y ste se refugia en el norte de frica, gobernada por Tariq. En abrilo mayo de 711, aprovechando que Rodrigo est de campaa militar contra vascos y francos, el propioTariq cruza el Estrecho con un contingente de varios miles de rabes y bereberes, y se une a lospartidarios de Agila en el sur de la Pennsula (entre ellos, el arzobispo de Sevilla, Don Oppas),derrotando a los seguidores de Don Rodrigo en la batalla de Guadalete.

    [5] Vase Haim Zafrani, Los judos del occidente musulmn , en revistaAlif Nn n 44, diciembre de2006.

    [6] Mientras que el trmino musulmn designa al practicante de la religin islmica, sea cual sea suraza, idioma o procedencia, el trmino moro, ms all del matiz despectivo que pueda poseer en laactualidad, se ha utilizado para designar a la persona originaria del norte de frica. La palabra moroprocede de la latina maurus, que designaba al habitante de la antigua provincia romana de Mauritania,y que etimolgicamente significa moreno, de piel oscura.

    [7] Slo ms tarde, cuando la monarca Juana I de Castilla, conocida por el sobrenombre de Juana laLoca, abandon la corona por incapacidad mental, la regencia fue asumida por su padre Fernando el

    Catlico.

    [8] La restriccin de los derechos de las minoras religiosas vari en mayor o menor medida segn laspocas y los lugares, pero, en general, afectaba al derecho a hacer proselitismo y a la construccin delugares de culto.

    [9] Vase F. Fernndez y Gonzlez, Estado social y poltico de los mudjares de Castilla , librosHiperin, Madrid, 1985. La suerte de las comunidades islmicas que permanecieron en la Pennsuladespus de 1492 cambi a partir de las conversiones forzosas al Cristianismo que se llevaron a cabo apartir de comienzos del siglo XVI. Desde ese momento ya no se puede hablar de mudjares sino demoriscos, es decir, cristianos conversos sobre los que poda caer todo el peso de la Inquisicin. Sobre lasituacin de los moriscos, puede consultarse la siguiente bibliografa: Pedro Longs,La vida religiosade los moriscos , Universidad de Granada, Granada, 1998; Jos Jimnez Lozano, Sobre judos, moriscos

    y conversos: convivencia y ruptura de las tres castas , Editorial mbito, Madrid, 2002; Julio CaroBaroja, Los moriscos del reino de Granada , Alianza, Madrid, 2003; M Teresa Narvez Crdova,Tafsira. Tratado Mancebo de ArvaloLos moriscos y el racismo de Estado: creacin, persecucinydeportacin (1499-1612) , Editorial Almuzara, Crdoba, 2006.

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