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Alguien tiene que quererte Published on Centro Onelio (http://www.centronelio.cult.cu) Alguien tiene que quererte Por: Nonardo Perea [1] No dejes nada detrás No sea que tengas que regresar. Charles Bukowsky La vida puede cambiar, pero no los recuerdos. Manuel Cofiño UNO Con el dedo índice, y la mano extendida en el aire, hago varios garabatos y digo mentalmente: para no verte más, para no verte nunca más. Con el mismo dedo señalo un objetivo determinado: una piedra que esta en medio del camino. Me concentro y repito: para no verte más, para no verte nunca más. Luego apunto el dedo hacia mí, y reitero las palabras. Pero tampoco funciona, nunca consigo desaparecer nada, ni a nadie, y es que muchas personas se encargan de hacerlo por sus propios medios. Así ha sucedido con casi todos mis amigos: los que no se los ha comido el bicho se suicidaron, otros vivían y viven con la obsesión de irse para evadir los problemas de aquí y pensando que allá no los tendrán. Robert me dijo: Cuando yo llegue allá, a ti no te va a faltar nada, te lo juro por la Virgencita del Cobre. Ese nunca creyó en nadie, hace diez años no se nada de él. Sé que esta vivo porque de vez en cuando voy de pasada por la Habana del Este y visito a su madre. Robertico esta de lo mejor, vive en Mallorca y trabaja como show man en un hotel. ¿Y tú qué esperas para irte? —decía. Para no verte más, para no verte nunca más. Cada vez que me hacen esa pregunta ironizo con la misma frase en mi cabeza. La madre, toda ternura, saca fotos recién llegadas: Robert con un aspecto envidiable, vestido de lino blanco, y una pose magnifica; otra de Robert con los nuevos amigos en un bar; Robert en una playa donde no hay arena como en las de aquí, sino un montón de piedritas lisas; Robert con abrigo de peluche y bajo la nieve, con cara de oso polar; Robert en la Montaña Rusa de un parque de diversiones, está sentado junto al novio cara de bebé compota, ambos, con sus bocas abiertas congeladas en la instantánea. Miles de fotos con Robert alegre, en festines donde abundan las confituras y dulces que parecen virtuales. Robert en coches, en boutiques H & M. Robert en Londres disfrutando del último concierto de Madonna, jump, jump, saltando con ella, desgarrándose la garganta, cantando: La isla bonita, agarrado del cuello de la diva. Robert con una camiseta blanca que con letras en rosado fosforescente anuncia: SOMOS GAY, SOMOS LOS MEJORES AMIGOS DEL HOMBRE. Esa foto me la llevé a casa, su madre no puso objeción cuando se la pedí. Puedes llevarte otras si quieres —dijo—. No, yo nada mas quiero esta —respondí. DOS Carlos llamó a mi trabajo, escuchar su voz me trasmitió una sensación extraña, algo así como un mariposeo en el estómago. Desde hacía cinco meses no supe cómo la estaba pasando en su nueva casa en la Habana Vieja. Llamó para decirme que se iba y que quería verme, pues aquí solo le quedaban dos días. —Voy para Colombia —dijo. —Ah, ¿sí? —No le había dicho nada a nadie para que se me diera. Tú sabes, probablemente no venga más, pienso casarme con una amiga de la mujer de mi hermano. —¿Entonces no vas a regresar? Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. La Habana, Cuba. Desarrollador web: Juan Rey Hernández Cabrera . © Todos los derechos reservados. 2015. deneme Page 1 of 7

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Alguien tiene que querertePublished on Centro Onelio (http://www.centronelio.cult.cu)

Alguien tiene que quererte Por: Nonardo Perea [1]

No dejes nada detrásNo sea que tengas que regresar.Charles Bukowsky

La vida puede cambiar, pero nolos recuerdos.Manuel Cofiño

UNO

Con el dedo índice, y la mano extendida en el aire, hago varios garabatos y digo mentalmente: parano verte más, para no verte nunca más. Con el mismo dedo señalo un objetivo determinado: unapiedra que esta en medio del camino. Me concentro y repito: para no verte más, para no verte nuncamás. Luego apunto el dedo hacia mí, y reitero las palabras. Pero tampoco funciona, nunca consigodesaparecer nada, ni a nadie, y es que muchas personas se encargan de hacerlo por sus propiosmedios. Así ha sucedido con casi todos mis amigos: los que no se los ha comido el bicho sesuicidaron, otros vivían y viven con la obsesión de irse para evadir los problemas de aquí y pensandoque allá no los tendrán.Robert me dijo: Cuando yo llegue allá, a ti no te va a faltar nada, te lo juro por la Virgencita delCobre.Ese nunca creyó en nadie, hace diez años no se nada de él. Sé que esta vivo porque de vez encuando voy de pasada por la Habana del Este y visito a su madre.Robertico esta de lo mejor, vive en Mallorca y trabaja como show man en un hotel.¿Y tú qué esperas para irte? —decía.Para no verte más, para no verte nunca más.Cada vez que me hacen esa pregunta ironizo con la misma frase en mi cabeza.La madre, toda ternura, saca fotos recién llegadas: Robert con un aspecto envidiable, vestido de linoblanco, y una pose magnifica; otra de Robert con los nuevos amigos en un bar; Robert en una playadonde no hay arena como en las de aquí, sino un montón de piedritas lisas; Robert con abrigo depeluche y bajo la nieve, con cara de oso polar; Robert en la Montaña Rusa de un parque dediversiones, está sentado junto al novio cara de bebé compota, ambos, con sus bocas abiertascongeladas en la instantánea. Miles de fotos con Robert alegre, en festines donde abundan lasconfituras y dulces que parecen virtuales. Robert en coches, en boutiques H & M. Robert en Londresdisfrutando del último concierto de Madonna, jump, jump, saltando con ella, desgarrándose lagarganta, cantando: La isla bonita, agarrado del cuello de la diva. Robert con una camiseta blancaque con letras en rosado fosforescente anuncia: SOMOS GAY, SOMOS LOS MEJORES AMIGOS DELHOMBRE.

Esa foto me la llevé a casa, su madre no puso objeción cuando se la pedí. Puedes llevarte otras siquieres —dijo—. No, yo nada mas quiero esta —respondí.

DOS

Carlos llamó a mi trabajo, escuchar su voz me trasmitió una sensación extraña, algo así como un mariposeo en el estómago. Desde hacía cinco meses no supe cómo la estaba pasando en su nuevacasa en la Habana Vieja.Llamó para decirme que se iba y que quería verme, pues aquí solo le quedaban dos días.—Voy para Colombia —dijo.—Ah, ¿sí?—No le había dicho nada a nadie para que se me diera. Tú sabes, probablemente no venga más,pienso casarme con una amiga de la mujer de mi hermano.—¿Entonces no vas a regresar?Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. La Habana, Cuba.Desarrollador web: Juan Rey Hernández Cabrera. © Todos los derechos reservados. 2015.

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—Ni muerto. Esto ya no hay quien lo soporte, además, lo vendí todo. Mañana paso por tu casa paradejarte algunas boberías. Ah… necesito un favor tuyo.—¿Un favor?—¡Sí! Mañana te cuento.

Carlos era mi amigo más antiguo, con él comencé a hacer vida social. Me llevaba a Coppelia cuandoel lugar se llenaba de roqueros y toda esa clase de gente que la sociedad detesta. Me ayudaba abuscar novios para una noche, y muchas veces nos lo compartíamos. Siempre rechazó miamaneramiento. Cuando salíamos del barrio me decía: ve tú delante que yo te sigo. Era un estúpido,aún lo es, el tiempo no ha servido para enmendarlo. Todo el mundo conocía de sus gustos. No habíaninguna diferencia, éramos iguales, solo que él guardaba la forma. Tenía miedo de la madre: unamujer de baja estatura, muy parecida a la vieja histérica que aparece en la película de Almodóvar: Mujeres al borde de un ataque de nervios; una vieja histérica con peluquín y todo. Lo perseguía atodas partes y aprovechaba para acusarme de ser el promotor principal de que su Carlitos seinteresase por cosas supuestamente anormales en un varón.Los padres, junto al hermano menor de Carlos, fueron los primeros en irse. Para mí, todavía es unmisterio por qué Carlos no se largó con ellos y se quedó con su abuela, una vieja católica y racista.Por esa fecha, mi familia encontró permuta y nos fuimos del barrio. Un par de años después, Carlosfue a prisión por acoger en su casa a un menor de edad que se encontró viviendo en las arenas delas Playas del Este y que se dedicaba a venderse.La policía se le coló en la casa y los cogieron durmiendo juntitos y abrazados. Carlos tuvo miedo yconfesó todo. El muchachito era fuego vivo, pero eso no fue considerado por la justicia.Desde la cárcel me escribió un par de cartas y la madre se vio forzada a regresar. Estando en LaHabana, me pidió que ayudase a su hijo: quería que le llevara cada quince días una jaba con comiday el aseo para que el pobrecito no adquiriese ninguna bacteria de las que tanto abundan en eltrópico. Ella se encargaría de poner el dinero.Comencé a visitarlo. Cuando yo salga te voy a ayudar en lo que sea, tú si has probado ser mi amigo—decía—. En cuatro años y medio que estuvo guardado no se cansaba de repetirlo. En ese trance suabuela murió.Ya en la calle, volvimos a distanciarnos, se mudó, solo me llamaba por teléfono cada cinco o seismeses.Nunca vino a hacerme la visita, ni siquiera se interesó en saber cómo vivía. Cuando tocó a la puerta,tuve el cuidado de asomarme a la ventana que da al portal —estaba entreabierta—, lo primero quevi fueron sus pies, en una de sus manos cargaba una jaba a cuadros, en la otra una correa sujetabaun cachorro sato, de unos tres meses. Después de oírlo tocar varias veces abrí la puerta. Sonrió. Nosbesamos en las mejillas.—Marión, llegar aquí no es fácil —dijo, tenía cara de cansancio, y miré como quien lo hace a unextraño. Estaba más delgado y no como la última vez. Ya estaba montado en los treinta y cincoaños.—Si no vengo, no te veo antes de irme. Te traje unas cosas, lo he vendido todo para poder llevarmeun poco de dinero, porque no sé cómo esté la situación por allá.—¿Y ese perrito? —pregunté sabiendo por dónde venía la cosa.—Este perro lo tengo desde hace un par de meses, necesito que lo cuides, nadie puede quedarsecon él, y no quiero botarlo.Continuó hablándome del animal, que se lanzó a lamerme los pies, mientras Carlos vaciaba elcontenido del jabuco en el piso.—Te traje una sábana, no está nueva pero va a servir para algo. Estas dos toallas y las fundas estánsucias. Mira, dos bermudas: una está rota pero con una costurera lo arreglas. Estas dos camisasestán buenas para trabajar, y esta otra la recortas un poco y sirve para salir, no puedo dejarte lajaba. Allá en la casa dejé un ventilador que puedes ir a buscar mañana, y me llevas ese que tienesahí, que por lo que veo no sirve, sí, porque yo me voy pero dejo la casa alquilada, un amigo mío seva a encargar de hacerme llegar el dinero. ¿Y tú, todavía no has puesto esto a tu nombre? Bueno, sitienes necesidad de dinero yo te lo doy, tú solo dime más o menos cuánto te hace falta. ¿Y no tienestelevisor? Quién lo hubiera sabido, vendí el mío. Si tienes un correo apúntalo y te escribo enseguidaque llegue, todavía no sé si pueda quedarme, por el momento solo pienso estar once meses, ydespués pido una prórroga. La verdad es que no quisiera volver, tú sabes lo que es tener que seguircobrando cinco dólares quincenales, ¿para cómprame qué? ¿Viste que lindo está el perro?, por lomenos te servirá de compañía, después en unos días puedes encontrar a alguien que le guste, te lodejo con la correa que me costó sesenta pesos. Yo me hacía la idea de que tu casa era mucho másCentro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. La Habana, Cuba.Desarrollador web: Juan Rey Hernández Cabrera. © Todos los derechos reservados. 2015.

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chiquita, pero tienes portal y siempre te gustaron los perros, yo enseguida pensé en ti. Mañana voya hacer una fiesta con mis amigos, no quería hacer nada pero me embullaron, aprovecha y lleva elventilador roto para que traigas el otro que está mejor, y ahora para el calor que se va a zumbar enjulio y agosto, bueno, un beso, todavía tengo que ver a un chiquito que conocí y me gusta cantidad,no puedo dejar de verlo para darle un dinerito. Mañana te espero con el ventilador, no dejes de ir.Para no verte más, para no verte nunca más —pensé, y con el dedo índice lo señalé e hice garabatosinvisibles en su nuca. No fui a la despedida, me quedé con el ventilador roto.Hoy, hace tres meses que se fue, Carlos no me ha escrito, y hace un calor del carajo.

TRES

Alina no es igual, ella si envía noticias. Nos conocimos en el grupo de baile que Robert dirigía.Recuerdo que bailaba meneando el culo al ritmo de la conga: Micaela se fue pa´ otras tierrasbuscando caminos… Para la variedad, yo hacía mi número de transformismo; fascinaba al público. Lucía tan profesional, yme emperifollaba tan bien, que daba la impresión de ser una mujer de carne y hueso, la perdición decualquier hombre; fácilmente podía pasar por una modelo francesa o italiana, una de esas queaparecen en las portadas de Vogue o Glamour.Pero este país mío no solo esta rodeado por agua, sino también de gente incompetente eincapacitada para comprender el significado que encierran las palabras: arte y cultura. Lo que yoejecutaba pocos lo apreciaban como divertimento serio y artístico, para muchos aquello eracatalogado como algo vulgar e insano.En la mayoría de los centros turísticos que visitamos, los encargados culturales afirmaban que mirepresentación era innecesaria. Un tipo que se creía mujer no era bien visto ni comprendido por losgerentes de hoteles. ¿A dónde iría a parar el prestigio de tal empresa? Más que entretenimiento, untipo en tales condiciones agredía al público y servía de provocación, de diversionismo ideológico y alauge de travestís faranduleros.Alina nunca me defraudó, estuvo de mi parte, y Robert intentó mantenerme trabajando el mayortiempo posible. Por esos días, Robert se enteró de una audición que convocaba la EGREM. De seraceptados nos serviría para irnos por tres meses a Varadero. Allí pagaban mucho mejor y teníamosla posibilidad de recibir propinas. Yo estaba muy contento, pero enseguida mis ansias de conocerVaradero se desmoronaron cuando la gorda piel canela que nos hizo la audición dijo:—Todo esta perfecto, pero lo del travestí no va, a no ser que el compañero haga la variedad vestidode varón.¿Compañero? ¿Cómo se le pudo ocurrir decirme compañero, y que imitase a alguien, que baila comomujer, con voz de mujer? Y además salir a escena con un smoking, y mi cara con los cañones a florde piel. Decidí no prestarle atención a sus palabras. Estuve en silencio, deseando no recordar su vozinquisidora, ni nada de ella.Ya en la calle, no quise hablar con nadie, estuve callado durante mucho tiempo. Al llegar a casalloré, y nadie lo supo; así estaba mejor. Más tarde, Robert y Alina pasaron a verme, confabulados,dispuestos a llevarme al convencimiento.—Muchacho, le decimos que lo vas a hacer vestido de hombre y allá te pones las pullas y el moño,esa gorda no se va a enterar.En poco tiempo nos avisaron que el contrato ya estaba listo. Armamos las maletas y nos fuimos conla alegría a cuestas. Para sorpresa de todos, nos hospedaron en un contingente que esta ubicado aun kilómetro de la entrada principal de Varadero. Era una construcción alargada con variosventanales en sus laterales, un ordinario albergue que utilizaban para hospedar a los artistas desegunda. Según comentarios, teníamos que portar un documento que nos identificara como artistascontratados para el turismo. Y por ningún motivo ese documento podía perderse, nosotros solocontábamos con el contrato de trabajo. Ya dentro del albergue, el encargado cultural —con cara dealbañil— nos informó cuál era el territorio que nos pertenecía: seis literas con sus respectivascolchonetas y una sábana por cabeza.Era un sitio colectivo, con baño colectivo, donde a la hora del aseo lo mismo podías ver bajo lasduchas a hombres desnudos que a mujeres. Llegué a creer que para ellos todo funcionaba comoalgo colectivo: los jabones, las máquinas de afeitar, los cepillos de dientes, desodorantes, elperfume, la ropa y hasta el aire que se respiraba. Había diez hombres y ocho mujeres, la mayoríaeran negros y mulatos. De las mujeres había solo dos blancas de culos africanos y una de ellasestaba embarazada, las demás eran negritas como carboncillos de pintor. Mirándolos a todosmezclados imaginé que estaba en presencia de una familia de refugiados.Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. La Habana, Cuba.Desarrollador web: Juan Rey Hernández Cabrera. © Todos los derechos reservados. 2015.

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Las sábanas que me tocaron tenían un olor a amoníaco y en el centro unos manchones que paraalguien con ojo clínico en estas cosas los efluvios eran fácilmente reconocibles.Los refugiados parecían contentos, eran del tipo de personas que se alejan del mundo que los rodeapara crearse otra realidad.Esa tarde, una de las muchachas me comentó que de noche era imposible conciliar el sueño por lamosquitera. La madrugada era destinada al trabajo duro, había que mover mucho el cuerpo paraconseguir un poco de fulas. Los yumas se dan “asi” —exclamó chasqueando los dedos frente a micara—, facilito, y pagan bien, tú vas a tener suerte, y con esa cara de puta aquí hay una igual a ti, sellama Francisquita; tiene tremendo público, y todas las noches sale embolsada de money.

Por la noche ni bailamos ni pudimos dormir. En lo de los mosquitos la negrita no se equivocó.Estábamos cansados e incómodos, las bailarinas decían horrores y casi todas compartían el deseode regresar a la Habana; Varadero era mucho más linda en postales.Llegó el sábado, era obligatorio comenzar a entrenarse en los ensayos para la función de la noche,como era de esperar, mi estampa no pasaba desapercibida, y por donde quiera que pasaba era elcomentario de los constructores, que no podían dejar de echarme miraditas e intercambiar chistes ycomentarios.

Hicimos el primer show, especialmente para los trabajadores del contingente de constructores. Alpúblico le gustó el cuerpo de baile, pero yo no fui tan aplaudido como en otras ocasiones. La talFrancisquita era la anfritiona del espectáculo y en su puño ya tenía a una buena parte de losasiduos, que la vitoreaban con fanatismo.En mi número no conseguía ser tan melancólico ni histérico; Francisquita se pasaba la mayor partedel tiempo convulsionando o estremeciéndose de rabia. En su aspecto e interpretación había unamezcla de la Lupe con Rosita Fornés, muy bien matizada con el carácter y fuerza de Moraima Secaday Rocío Jurado; en fin, la Francisquita no pasaba de ser un híbrido con mucho carácter e ínfulas devedette.—Ay, querida, me ha gustado mucho tu número. Y que pelo más lindo tienes. ¿Viste, nene? El pelode ella es de verdad —dijo, me acarició algunas hebras que se enredaron entre sus dedos; miraba altipo que tenía al lado, que parecía ser su amore.Le regalé una sonrisa, y dejé las palabras en la punta de mi lengua, pues la Francisquita solo queríala paz, y quedó tan prendida de mi actuación que esa misma noche me invitó a trabajar porcincuenta dólares en un modesto cabaret a la orilla del mar al que llamaban: La patana.—Tú también, tienes el pelo lindo —respondí; y a mi respuesta agregué otra sonrisa muy similar a laanterior.—Te equivocas, belleza; parece mío, pero es sintético —sonrió. Salió tomada del brazo de su amore,apresurada, gritándome, con voz de papagayo: Te espero allá, no puedes tardar más de quinceminutos, ¿Está bien?Las muchachas del grupo ya estaban libres para hacer lo que quisieran. Robert y yo teníamos queagenciárnosla para llegar a tiempo al famoso cabaret La patana. Eran cincuenta dólares y nopodíamos darnos el lujo de perderlos.

No contaba con tiempo para cambiarme de ropa. La misma Francisquita me recomendó aprovecharla imagen para llegar más pronto, así que decidimos lanzarnos a la carretera. Tan pronto hice laprimera seña, un carro se detuvo y lo abordamos. En menos de tres minutos ya estábamosconociendo la entrada de Varadero.Llevaba un neceser donde cargaba con parte de los cosméticos y algunos discos de música. Mi ropa:un vestido a medio muslo con lentejuelas relucientes de color tornasolado, unas botas de caña queme hacían lucir más esbelta. Mi cabello: el pelo lacio hasta los hombros, tal vez demasiadoprovocativo para la Policía, que no tardó en interceptarnos.—Déjame esto a mí —susurró Robert y agarró el neceser—. Tú no hables, ¿ok?— volvió asusurrarme, haciendo evidente su nerviosismo.Eran dos —más que responsables del orden, daban la apariencia de ser propietarios de loscontornos.Robert se esforzó en explicarles que el contrato se quedó olvidado en el albergue. Pero los buenosmodales y la comunicación no surtieron efecto, porque los policías no entendieron.—¿Tienen sus carnés de identidad?—¡Sí! —respondió Robert, y del bolsillo de la guarachera sacó el carné.—¿Y tu novia? —dijo el otro, me miraba de pies a cabeza. Preferí negarme con un gesto, poniendoCentro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. La Habana, Cuba.Desarrollador web: Juan Rey Hernández Cabrera. © Todos los derechos reservados. 2015.

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cara de muchachita incrédula. En un momento creí que era lo correcto: doblegarme ante ellos, sersumiso, hacerles caso en todo lo que dijeran para así extender el proceso. Llegarían a unentendimiento sin tener que delatarme. Robert, con su labia, insistió en que se nos hacía tarde parael show y éramos figuras imprescindibles para el espectáculo.—¡Me importan un carajo tus cincuenta dólares! A nosotros lo que nos interesa es hacer nuestrotrabajo, saber que hacen aquí en Varadero a estas horas de la noche, y lo peor es que son de LaHabana y no tienen ningún papel que diga que son un par de artistas. Y ella ni habla ni tiene carné.Hubo silencio. Parecía que ya estábamos en problemas y creí prudente identificarme. Pero no lohice, empeorarían las cosas.Uno comenzó a llamar por el walkie talkie.

Apareció el patrullero. Nos hicieron montar y nos llevaron a una estación cercana donde ya nocabían más mujeres. A los hombres, que eran menos, los llevaron a un cuarto contiguo. Las mujerescomenzaron a chismorrear y a querer enterarse de las razones por las que estaban allí. Un grupoaseguraba que todo era por gusto, un mal entendido, una injusticia, porque era sábado y soloquerían pasar un buen rato en la playa, que para eso este es un país que proclama a los cuatrovientos ser libre y socialista; otro grupo prefirió no decir mucho y mantenerse a la expectativa. Locierto es que entre todas formaron un sal pa’ fuera que poco faltó para que me entrase uno de esosataques de pánico que de vez en cuando me llevan al delirio y a la desesperación, con ganas degritar todo el tiempo y de querer morir por cualquier nimiedad.Transcurrieron alrededor de tres horas y seguía postrado en aquel pasillo con aspecto de hospitalmilitar, hambriento, tenía el culo adolorido —por haber estado demasiado tiempo sentado en unbanco— y un sueño persistente que era lo único que me mantenía con calma. Me cagué en la madrede Francisquita, hasta llegué a sospechar que todo lo ocurrido era obra suya y de su malsanaenvidia.

Fui el último en entrar a la oficina. Allí estaba Robert. Uno de los guardias no dejaba de increparmecon la mirada.—Dice él que tú eres un hombre —dijo con sarcasmo; señaló a Robert mientras soltaba una risita.Lo miré de frente, arqueé una ceja y lo único que hice fue congratularlo con una sonrisa. Élprosiguió:—La semana pasada por aquí pasó una como tú y la metimos dos semanas en el calabozo, despuésla deportamos para La Habana. ¿Sabes lo que representa estar sin identificación aquí? —Yo tengo mi carné —dije y miré a Robert para que sacara del neceser mi carné.—¡Ah!, porque te negaste a mostrar tus documentos ¿Tú sabes que eso es un delito? Chica, ¿y quehaces tú en Varadero?—¿Él no le explicó? Ya lo ha dicho más de diez veces: estamos contratados por una empresa, así quepodemos trabajar aquí.—¿Y dónde está el contrato?—Ya le expliqué… —interrumpió Robert.—¡Déjala, déjala que hable ella, o él, como sea! —bromeó con aspereza.—Todo lo que él le dijo es lo que es —afirméDe una de las gavetas del buró sacó un talonario de multas, tomó mi identificación y sonriendocomenzó a leer en voz alta y a rellenarlo. Otro de los policías llegó con la noticia de que habíanvenido a buscarnos, gracias a que uno de los detenidos nos identificó y al salir se encontró con elgrupo de bailarinas que nos buscaban con el contrato. Para entonces ya me habían multado concincuenta pesos, y nadie me los quitaría de encima.Eran las seis de la mañana. Ese mismo domingo recogí mis pertenencias y no paré hasta llegar a LaHabana.En cinco meses Robert consiguió un contrato de trabajo con un empresario español y todos sefueron a Madrid.Para no verte nunca más, para no verte nunca más.

CUATRO

Alina me hizo llegar cincuenta francos suizos hace un par de días. Los fraccionó en billetes de a diez.Los billetes son pequeños, de una tonalidad naranja y cada uno tiene una fina tirita plateada; nadaque ver con los billetes de aquí, tan manoseados. No tengo idea de lo que podría adquirirse allá concincuenta francos, a lo mejor no mucho, quizás un DVD o un simple café con leche y galletas.Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. La Habana, Cuba.Desarrollador web: Juan Rey Hernández Cabrera. © Todos los derechos reservados. 2015.

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En el correo que recibí antes que el dinero, Alina dice que lo utilice para comprar un pedazo de carnede res o de caballo, pero ni muerto lo haré. Ya me acostumbré a los vegetales. Prefiero ir de tiendasy buscar un par de tenis, que buena falta me hacen, porque con mi sueldo es imposible pagarlos.Quiero darme un gustazo: una tableta de chocolate y un paquete de caramelos mentolados, de losde verdad, y no uno de que venden en la calle y que saben a pasta dental.Alina dice que para el año entrante tal vez pueda mandarme otros treinta, esta vez no es muchopues hace seis meses que depende del novio. Para una latina conseguir un buen trabajo no es cosade juego. El poco tiempo que estuvo de mesera no le fue bien, el propietario quiso meter las manosdonde no debía y ella le dejó claro que su cuerpo no era manjar disponible.Aquí las cosas no son como las pintan —escribió— tuve que irme de Madrid por problemas depapeleo. Según ella era una resingueta conseguir un jodido trabajo y si lo conseguía querían joderla. Ahora estoy en Suiza gracias a que mi hermana me ayudó —escribió—. Esto es una mierda igual, sí,es verdad que trabajas y tienes de todo, pero todo no siempre lo es todo, ni yo misma entiendo eltrabalenguas, la verdad es que aquí la gente es del carajo, nadie te mira a los ojos, son pocos losque se acercan a hablar contigo, no les importa que te estés muriendo, así sea delante de ellos.Estoy embarcada con el idioma, soy una burra, empecé a estudiar alemán y es lo más espantoso dela tierra. Ya aprendí algo de inglés, sé decir: buenos días, buenas noches y buenas tardes, ¿cómoestá usted?, ¿me invita a comer?, necesito trabajo, ¿cuánto cuesta ese blumer? Aquí hace un frío depinga, tengo que estar forrada como un butacón todo el puñetero día, pero bueno, fue lo que yoquise, de todos modos aquí se resuelve más que allá, por algo la gente quiere irse, ¿no? A ti sí tevendría bien esto, he visto cada uno, les llaman drak kuin. Pero son feas, feísimas, tú aquí eres unareina. Pero yo no tengo un kilo para sacarte, y con Robert ya sabes que no se puede contar, ese setomó un tanque de la Coca Cola del olvido, ni siquiera a mí me escribe. Yo ando recordándote todo eltiempo, lo que les pasó en Varadero y ahora me da tremenda risa. La policía aquí no se mete con losgay, no les importa, lo que se persigue es la droga, que hay cantidad. Además, aquílos pájaros tienen un poder del carajo. A ustedes lo que les hace falta es unirse, como en Voltus V yya tu verás como todo tiene que cambiar. ¿Y tú? Cuéntame de tu vida, ¿todavía no tienes pareja?,¿sigues escribiendo? Quiero adelantarte que no pienso pasarme toda la vida en esta nevera, voy aluchar mi dinerito y en cuanto tenga un chance arranco para La Habana, me compro una casa en elVedado, un carro y ya veré después si consigo poder entrar y salir del país con facilidad, porque yotampoco puedo vivir de las seis libras de arroz que dan por la libreta. Allá no se comerá como unoquisiera, pero nadie se muere de hambre.

CINCO

Le respondí contándole que cambié los francos. En el Banco Metropolitano me dieron treinta y cincopesos convertibles. Le di la información que me pedía, pero no fui profundo. Seguía estando solo yde vez en cuando escribía algún que otro cuento que terminaba tirando en la basura o metido enuna gaveta; también le comenté de la salida de Carlos y del perro sato que a la fuerza dejó conmigo.El animal ni siquiera tenía un nombre. De ninguna manera quería encariñarme con él, pero lo llaméComején, porque es lo que parece el muy condenado. Desde que está en mi casa se comió una delas patas del butacón de la sala, la malanguita que tenía como recuerdo sagrado de un ex–novio.Una esquina de la puerta que da a la calle, de tantos arañazos, ya tiene un hueco, me destruyó trespares de medias, hizo trizas mis únicas chancletas de playa. Les he dicho a mis tías que es buenperro, y les hablo con el único propósito de que se conduelan y se lo lleven. Pero quién va a quererun perro que es un cruce con un piraña, y que para rematar se pasa todo el tiempo con el creyónafuera, meándose, y de madrugada en sus ensayos operáticos: auuuuuuu, auuuuuuuu, auuuuuuuu,que ni un hombre lobo podría superar esos alaridos que meten miedo, y según me dijeron algunosvecinos creyentes y brujos, convocan a la muerte y a los malos espíritus.De la peor manera he llegado a ofender a ese perro. De memoria ya reconoce el vergajo con el quele pego cada vez que empieza a joder. Se escabulle debajo de la cama. No logro llenarme de corajepara tirarlo a la calle, aunque ganas no me han faltado. Pero cada vez que lo miro a la cara poneojitos de lástima. Me parte el corazón. Y enseguida pienso en Carlos y en lo que podría decirme: Nolo botes, a ti siempre te gustaron los perros, además, este el único recuerdo que te he dejado.

SEIS

Fui a consultarme con una cartomántica. Desde muy joven he sentido una especial atracción por loshoróscopos, conocer como tengo el biorritmo, o hacerme el I Ching. Era la primera vez que acudía aCentro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. La Habana, Cuba.Desarrollador web: Juan Rey Hernández Cabrera. © Todos los derechos reservados. 2015.

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Alguien tiene que querertePublished on Centro Onelio (http://www.centronelio.cult.cu)

una tiradora de cartas, de solo pensar que alguien podría descifrarme el pasado, el presente yfuturo, me hacía sentir un poco de temor y desconfianza.Desde que llegué al lugar, la mulata, de unos cincuenta años, me recibió con una mirada misteriosaque inmediatamente hizo que sintiera un fuerte dolor de estómago y unos deseos de cagar que,gracias al autocontrol, no demoraron en aplacarse.Ya en el interior del cuartucho donde tenía sus pertenencias, me hizo sentar en un sofá frente a unamesita de madera donde estaban muy bien colocadas unas cartas españolas. Antes de sentarme,dijo:—Aquí tú no vas a ser feliz. Este no es tu lugar —cuando me senté, las gotas de sudor corrían pormis nalgas—. Parte en tres.Volví a escuchar su voz y me alcanzó papel y un bolígrafo transparente al que ya le escaseaba latinta. Supuse que aquel pedazo de hoja en blanco me serviría para apuntar lo que me interesara. Alpartir las barajas, la mulata tomó la batuta y no parecía tener freno en sus adivinaciones. Entreremedios con agua de coco, paño blanco en la cabeza y romper huevos en las cuatro esquinas,también dijo:—Tienes que tener cuidado con tu estómago y los riñones. Tu muerto es un gitano que te protege detodo lo malo. Escúchame bien, aquí sale un hombre de pelo corto y ojos claros, ¿ves? Aquí saletambién. Tú te vas de este país, para España o México. Mira, te esperan muchos triunfos, dinero,mucho dinero, y eso está ahí mismito, no falta mucho. Tus amigos casi todos se han ido, ¿no es así?Vas a tener problemas con la policía o ya los has tenido, de vez en cuando préndele una vela a laCaridad del Cobre y ponle una cerveza, ella está contigo, también Obatalá. Tienes que acabar deponer los papeles de tu casa en regla, tu papá murió, ¿eh? Sí, porque aquí sale clarito, él te dejó lacasa. Tu mamá vive con cuatro personas en un lugar donde hay playas, a ver… ¿en Alamar? Si vas avender el techo, acuérdate de los papeles de la casa, aquí sale clarito ese negocio. ¿Por qué llorastanto de noche? Tú no tienes que llorar por gusto. Estás limpio, tienes ashé y cosas que te protegen,no tienes que hacer ninguna brujería, las cosas se te van a dar solas, lo vas a ver y te acordarás demí. Ah, no te cortes el pelo, ve al Rincón y pide para ti y tu gente todo lo bueno que quieras y ten feen que todo se te va a dar como tú quieres…

SIETE

Enfilé por la avenida Línea. La parada de la guagua estaba repleta de gente. Decidí emprender elcamino a pie, realmente no quería perder tiempo en la inútil espera, a pesar del sol y el calorexcesivo preferí caminar.

Este no es un lugar para ti —recodé una y otra vez las palabras de la pitonisa—, te vas a ir de aquí,vas a hacerlo y para siempre. Pero nunca te vas a olvidar de tu tierra. Fue la primera vez en treinta ycuatro años que experimenté un temor verdadero, miedo de dejar lo poco que tenía, miedo de dejara mi madre y amigos, miedo de tantas cosas, y no solo eran sus palabras revoloteando dentro de micabeza, sino también las mías, entretejiéndose.Para no verte más, para no verte nunca más…

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